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He nacido para verte sonreír

LOS PERSONAJES SON LA MADRE Y EL HIJO. ELLA SE


LLAMA MIRIAM. EL LUGAR ES NEUTRO. EL HIJO ESTA DE
ESPALDAS. JUEGA CON DOMINOS, HACIENDO FILAS QUE
FINALMENTE VOLTEA, SE PIERDE AL HACERLO. DESPUES
NO HACE NADA, SE QUEDA QUIETO. ELLA LO RODEA, LO
INTERPELA, SE ACERCA Y SE ALEJA. COMO SI EL HIJO
FUERA UN SOL Y ELLA SU PLANETA GIRANDO ALREDEDOR.
ELLA SE SIENTA CADA TANTO, PERO UN IMPULSO LA
EYECTA, LA HACE LEVANTAR, MOVERSE EN CIRCULOS.

MIRIAM:

Hoy me levanté temprano.

Algunos días me levanto temprano.

Hoy por ejemplo.

También me desperté sobresaltada.

Me latía fuerte… Así… me golpeaba el corazón en el pecho. Me


apreté. Creí que salía… el corazón afuera… como a tu Papá
cuando lo operaron a pecho abierto, así pero sin bisturí, el
corazón afuera de puro sobresalto.

Ayer, antes de acostarme, preparé todas las cosas. En realidad, le


pedí a Laurita que te las preparara, pero se olvidó. Laurita está de
novia. Siempre que se pone de novia se olvida de todo. Se pierde.
No se da cuenta de la gravedad. Yo le dije, tenés que tener todo
limpio. Cuando me refiero a todo es todo. Varias camisas
planchadas, pantalones impecables, zapatos lustrados, juegos de
ropa interior para que te cambies al menos una por día durante
una semana. Sino que van a decir, que una te crió en la mugre.
Cuando entré esta mañana a tu cuarto ella había sacado el bolso,
lo había abierto pero no puso nada, lo dejó así. Eso pasa cuando
se pone de novia. Se va rápido, ni bien termina su turno, seguro
que para encamarse con el remisero ese que la anduvo
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festejando durante meses. Que al principio no le gustaba pero
ahora no se despegan. Yo le pedí que no se besen en la puerta
que no es la imagen que una quiere dar en esta casa. Que se
vayan a otro lado a besar. En la remisería o adentro del auto, pero
acá, en el jardincito no se besa nadie. Si hasta la puerca me contó
un día que en la remisería hay un catre. Y que ella se quedá a
dormir ahí mientras lo espera que vuelva de su ronda nocturna. Y
después se quedan ahí, revolcándose como animales en el
catre… un asco… que ni para llevarla a un hotel tiene ese pobre
diablo…

La cuestión es que a la mañana me levanté sobresaltada. Te


armé el bolso que Laurita no había armado. Puse todo. Hasta
metí algunos chocolates. Por si te dan ganas en la noche… o
hace o frío o algo… siempre viene bien un chocolate… o estás
muy triste… el chocolate viene bien para eso… no se… te guardé
unos chocolates…. Y ahí… cuando cerré el cierre me quedé
paralizada.

No era un dolor en el cuerpo. Era otra cosa. Era como si me


hubiese vuelto de yeso.

Como un relámpago me vino el pensamiento.

Pensé: tengo un hijo que se volvió loco… esta tarde lo vamos a


internar. Se vino la frase y la murmuré, como quien no se
acostumbra a una idea y la tiene que repetir para creerla… “tengo
un hijo que se volvió loco”.

Sabés que me acordé en ese momento el por qué del sobresalto


matutino. Era que a la noche, cuando dormía se vinieron
imágenes del pasado. En sueños, cuando duermo tengo la misma
edad, siempre. No crezco. No tengo más de doce o trece años…
soy una nena… estoy jugando con un palito en la tierra… dibujo
una línea y pienso, así será mi vida… me voy a casar… voy a
tener una casa grande con muchas ventanas y luz por todas
partes y varios hijos… y vamos a estar todos juntos de la mano
siempre sonriendo… entonces me despierto... y me acuerdo de
que pasó el tiempo… de que seguí creciendo… el cuerpo crece
pero en el sueño las cosas se quedan ahí, en el mismo lugar… …
cuando el futuro era una forma de jugar… y yo sigo y cada tanto,

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cuando estoy dormida vuelvo a ese punto. Y eso asusta un
poco… me refiero a que estoy asustada… esta mañana me
desperté asustada. No hay cosa más fea que levantarse con
miedo.

Me levanté y tu Papá se había ido a trabajar. Entraba sol por la


ventana. Me levanté gritando y miré para todos lados. Tenía la
garganta seca. Tome agua. Siempre dejo un vaso de agua al lado
de la cama. Eso me lo enseñó mamá. Que a la noche una puede
tener sed, que mejor tener el agua cerca. También ella decía que
el agua purificaba los sueños. Evitaba las pesadillas. Y que a esa
agua, que estuvo ahí, testigo, toda la noche, no había que
tomarla cuando amanece. El agua que se deja al lado de la cama
se llena de burbujas. Esas son las pesadillas que el agua evitó.
Una pesadilla por cada burbuja.

Yo nunca creí en esas cosas. Yo siempre fui más racional.


Cuestión que me tomé el agua. Llena de burbujas estaba. Y
entonces me levanté y fui al baño. Antes pasé por tu cuarto. Te
miré mientras dormías. Antes, (cuando digo antes me refiero hace
mucho) me conmovía verte dormir. Debe ser por que siempre te
costó. De bebé tardabas mucho. Por eso me conmovía, porque
cuando te veía dormido era como si hubieses ganado una batalla.
Era el sueño del que vence. A mi dormir nunca me costó. Yo me
recuesto así nomás y duermo. A vos te costó siempre domar los
pensamientos. Se resisten. La cuestión es que desde la puerta te
miré como dormías. Pensé, así dormido parece normal.

La gente cuando duerme se vuelve igual. No se como decirlo. Hay


algo animal en dormir. Como si dormidos todos fueran cachorros.
Aún de viejos. Dormir achica.

A vos te gustaba que te cuente lo de la abuela. La mamá de


mamá, que cuando cumplió cien años, el día que se lo
festejábamos, hicimos un almuerzo en la casita del campo, en una
mesa larga con ella en la punta. Como yo era la nieta más chica
estaba en el otro extremo. Desde ahí la miraba, de lejos, se reía
mucho, con dificultad pero mucho. Brindaba, comía y tomaba,
hablaba poco, el día estaba muy lindo. Le cantamos el
cumpleaños, sopló cien velas. Nos dio un beso a cada uno.
Después dijo que quería dormir una siesta. Yo la acompañé hasta
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la cama. La ayudé a acostarse. La tapé con una colcha. Cerré la
puerta y apagué la luz.

Y ella no se volvió a despertar.

¡Que cosa!, ¿no?… mirá como son las cosas, lo que te gustaba
que te contara eso.

Yo voy a ser longeva.

Así, morir de sueño. Irme en medio de una siesta ligera, de


verano.

Todo esto pensé mientras te miraba. Está calmo, pensé. Los


demonios se han ido un rato. Lo dejaron tranquilo, exhausto.

Pero vuelvo al momento en que me desperté. Perdón que insista


con esto. Es que si se entiende ese momento. Si uno entiende el
color de primer momento del día, después es probable que pueda
entender el resto.

La cama estaba revuelta.

Las sábanas enredadas. Rotas.

Hace un tiempo que pasa esto. No sé si es tu padre o soy yo,


alguno de los dos, mientras duerme rompe las sábanas. Yo las
cambio para que Laurita no las vea al hacer el cuarto, para que no
imagine cosas, para que no ande murmurando por ahí.

Es un presupuesto lo que se nos va en sábanas. Al menos una


vez por semana me despierto con las sábanas deshechas en
girones.

Yo le controlo las uñas a tu padre, que tenga las uñas cortas.


También opté por cortarme las mías, por no pintarlas ni dejarlas
largas. Pero las sábanas se siguen rompiendo. Me despierto en
medio del estropicio.

Me despierto en los restos de una guerra. Me despierto después


de él y lo primero que hago es fijarme si las sábanas no se
rompieron.

Esta mañana estaban así. En el desastre.

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Cuando volví de tu cuarto pasé por el baño. Me duche. Busqué
una bolsa de nylon y tire las sábanas adentro. Miré el colchón.
Siempre me parecieron impúdicos los colchones sin sábanas.
Como si hubiese una cosa obscena ahí… por más que sea el
colchón de una monja, yo lo miro y si un colchón está desvestido
me da vergüenza. Como si el colchón guardara secretos oscuros,
negros. Debe ser por eso que me quedé mirando. El colchón tenía
dos marcas a lo largo, tardé en reconocer que eran las marcas de
nuestros cuerpos. El cuerpo de tu papá y el mío. La tela con
estampado de flores…

Unas sombras adheridas al colchón, a la tela, sobre todas las


flores. La sombra de Rubén más grande, la mía más delgada pero
más fuerte, más oscura. Como si la marca hubiese sido hecha
con más fuerza. Como si la caída dentro del colchón fuese más
profunda. Ahí estaban, esos dos moretones oscuros…

Los orientales no usan colchones, duermen sobre esterillas. Ellos


son armónicos, en oriente la noche y el día se confunden, el
sueño y la vigilia no son cosas separadas, por eso se debe dormir
no como un corte, sino como un pasaje hacia el otro día… por eso
no usan colchones, para no detenerse ahí…yo no podría, no
podría dormir en una esterilla por más trascendental que sea la
cosa… yo no podría…

Tiré las sábanas y volví a tu cuarto. Estos días controlo mucho si


seguís dormido. A partir de mañana a tu sueño lo van a cuidar
otros. Tengo que hacerme a la idea.

Cuando miraba pensé: sigue durmiendo, señal de que esta calmo.


Eso me dio esperanza. Un modo nuevo de la esperanza. Que vos,
pronto, estés un día charlando así, normal, como quien dice…

La esperanza.

Anoche, antes del dormir me puse a mirar televisión. Para pensar


en otra cosa. Pasaban imágenes de la guerra. Me consolaba
viendo que hay vidas más miserables que la de una…Una mujer
cubierta con un velo decía que después del bombardeo se veía
entre los escombros a los sobrevivientes buscando a sus
muertos.

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Que había silencio después del estallido, un silencio total, como
un encandilamiento. Y los sobrevivientes caminaban, algunos sin
rumbos; la mujer decía que en ese momento la esperanza estaba
extinguida.

Y no es mucho tiempo lo que un ser puede soportar sin


esperanza, es cuestión de segundos, de minutos como máximo…
ella decía que al rato de deambular, veía como muchos se
golpeaban la cabeza contra las paredes, que intentaban formas
torpes de matarse.

Ese era el final de la esperanza.

Es raro, pero ver eso me tranquilizó.

Me dije, tengo un hijo que va a volver, se ha ido pero va a volver.


También tengo un marido durmiendo a mi lado. Todavía tengo
tiempo.

A veces una encuentra el consuelo en el horror de los otros.

Pero me voy de tema. Quiero llegar al punto. No sé cuál es el


punto pero quiero ver si llego. Quien dice, así entendemos algo.

Vuelvo. Esta mañana. Después de armarte el bolso. Me di una


ducha.

A mí siempre me gustó bañarme. Mojarme, estar debajo del agua.


Podría pasarme horas debajo del agua. Mamá me decía, salí del
baño que te vas a gastar.

Me apagaba el calefón. Antes era distinto. Teníamos garrafa, no


gas natural como una tiene ahora. La ducha tenía que ser más
corta. Y yo necesitaba tiempo.

Siempre, de chiquita me sentí sucia.

Siempre me refregué mucho. A veces me pasaba tan fuerte el


jabón por el cuerpo que me quedaba todo rojo, dolorido.

Esta mañana, después de armar tu bolso me pasó eso. Quería


sacarme eso del cuerpo. Eso que me había quedado de los
preparativos para tu viaje. Era como si tuviera el deseo de que el

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agua se lleve toda esta maraña de pensamientos. Que me
despeje.

El agua limpia los cuerpos. Los cuerpos tiene oxido. Algo que
mancha. Por eso las manchas del colchón. La fricción de los
cuerpos. El cansancio.

Un poco de asco sentí siempre. Desde siempre. Yo pensaba en la


ducha, en todo lo que sale del cuerpo. En los desechos, en el
calor que irradia. Todo el sobrante del cuerpo. Y el agua… a
veces no quisiera tener cuerpo, te juro que no. Vos tenés ese tipo
de pensamientos. Por eso estás como estás. A esas cosas hay
que pensarlas cada tanto, no todo el tiempo, sino no se soporta.

A veces me sorprende tener un cuerpo. Y de que vos hayas salido


de ese cuerpo. Como me sorprendo cuando miro las ramas de los
árboles saliendo del tronco. Eso mismo, a veces pienso que todos
somos como los árboles, cuerpos brotando de otros cuerpos,
entrelazados, pujando hacia fuera, más cuerpos… ese tipo de
cosas se me venían a la cabeza bajo la ducha.

Entonces cerré llave del agua. Tuve frío, de inmediato. Me sequé


con una toalla limpia.

Si hay un placer que tengo en la vida es el de secarme con una


toalla limpia. Eso reconforta. Me vuelve a mí.

Cuando te bañaba antes de ir al colegio. Al principio, cuando me


dejabas que te bañara. Lo que más te gustaba era el secado.
Cuando te frotaba la cabeza con la toalla. Te frotaba bien fuerte y
vos te reías. Te reías y yo me reía. Siempre fuimos de reírnos
juntos. A veces nos reímos sin motivo. Eso saca de quicio a tu
padre. Nos miramos y nos reímos. Nos reímos por reír nomás.
Tenemos la misma risa. Nos dan gracia las mismas cosas.
Motivos que una no puede explicar. Como secarse el pelo. No sé
por qué pero siempre nos dio risa, mucha risa.

Hace bastante que no nos reímos. No me di cuenta cuando nos


dejamos de reír. El agua me caía y pensé, hace mucho que nada
me da risa.

Ahora no te reís.

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Yo no me río.

Miráme.

Por favor levantá la vista.

Miráme.

Acá estoy yo.

Soy tu mamá.

En menos de una hora va a venir tu papá.

Nos vamos a abrigar. El va a poner en marcha el auto. Te vamos


a subir. Y vamos a ir a al hospital.

Viajaremos en silencio en el auto. De noche. Yo te miraré por el


espejo retrovisor. Vos estarás mirando afuera, las luces te
iluminarán cada tanto. Estarás lejos. Entonces llegaremos al
hospital. Yo no voy a tener fuerzas para bajar. Entonces lo hará tu
padre. Cargará tu bolso en un hombro y haciendo malabares te
conducirá hasta la recepción. Vos te dejarás guiar. Dócil. Tu
violencia ha cedido. Algo podrás comprender. Como un animal
que ya se descubre cazado y cede a la voluntad del cazador. Te
dejarás atrapar. Sin resistencia.

Volverse loco es perder los límites. El contorno. Ahí te lleva tu


padre hacia un lugar donde pondrán orden. Mirame. Necesito que
me mires. ¿Estás preparado?

¿Hay algo en tu mirada que me mira o ya te has ido?

¿seguís siendo vos?

Por que yo sigo siendo yo. Sigo acá, en mí.

Que largo este día. No puedo abarcarlo todo. Pronto llegará tu


padre de trabajo y debemos irnos y todavía no entendí todo lo
vivido. El día se ha vuelto eterno. Los días son muy largos y la
vida se ha hecho breve. Un problema de longitud.

Hay en las películas de terror un momento en que una chica corre


por un pasillo escapando del peligro, y el pasillo se alarga cada
vez más y más y nunca se llega al fondo… eso me pasa con los
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días, se prolongan, se hacen infinitos… ¿cómo vamos a llegar a
esta noche?... cuando regresemos tu padre y yo del hospital.
Cuando cenemos en silencio y nos acostemos en la cama.

Silencio.

Miráme.

Si por un segundo me mirás voy a saber que hacer con vos. Por
favor miráme.

Después de la ducha tomé mi desayuno.

Cuando me levanto. Todo el tiempo antes de tomar el desayuno.


Desde el instante en que me despierto hasta el primer trago de
café. En todo ese primer lapso matutino yo estoy deshabitada.
Estoy sin mi como se diría. Es el desayuno lo que me recompone.

Nutrirme. Comer tostadas con queso untable. Café cortado con


leche. En silencio. A veces ojear un diario. Así, de a poco, voy
volviendo a ser lo que se llamaría una persona.
el desayuno me sitúa en este presente. Nutrir el cuerpo. Darle
algo material para que viva.

Yo no entiendo como hacen para vivir un día los que tienen


hambre. Cómo hacen para ponerse de pie y llegar hacia la noche.
Yo no podría con el hambre. Puedo con todo pero con el hambre
no. A veces como de más por miedo al hambre que viene
después. Yo se que hay gente con hambre permanente. No
puedo ponerme en su lugar. No puedo tolerar el hambre.

Desayuné sola por que tu papá se había ido a trabajar. Mientras


desayunaba llegó Laurita.

¿De dónde venís?

Le dije, haciéndome la compinche.

Tuve una noche larga señora. Me contestó.

Me puedo imaginar, acoté para tirarle la lengua.

Cuando desayuno no me gusta hablar; si escuchar que otros


hablen. Algunos días prendo la radio y escucho esas voces, no le

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presto atención pero ahí están. Hoy no tuve ganas o voluntad de
prender la radio. Entonces, cuando apareció Laurita fue mi
oportunidad de escuchar algo humano. Hasta ese momento, ya te
lo dije, estaba deshabitada. Sin palabras, en blanco.

¿Saliste con el remisero?

Manuel señora, Manuel se llama.

Ya me lo dijiste, pero vos sabés lo mala que soy para los


nombres.

Si, señora pero Manuel es un nombre simple.

Los nombres simples son los que más me cuestan, le dije y


después la reté por no haberte preparado el bolso.

Ella se excusó diciendo que tuvo que irse a la remisería de


urgencia. Que uno de los hijos del tal Manuel se había
accidentado en la calle. Que tuvieron que buscar un hospital toda
la noche y no sé que otro cuento. La cuestión es que no armaste
el bolso le dije. Le estaba por decir más. Que una no tiene la
culpa de que ellos tengan hijos como conejos. Yo solo te tuve a
vos. Y tengo que cuidarte. Eso el dije: yo confío en vos Laurita
para que cuides a mi hijo, no me interesa lo que le pasó al hijo de
Manuel. Es que señora fue grave, insistía. Ni me interesa Laurita
escuchar tu cuento. Se me quedó la tostada trabada en la
garganta cuando le decía. Empecé a toser, ella me dio unas
palmadas en la espalda, le hice señas de que se alejara.

No se por qué. Yo que solo tenía ganas de escuchar, la


interrumpí. Es que en ese momento me di cuenta de que más
ganas tenía de descargarme, de sacar una bronca que me vino al
tomar conciencia del día, tenía más ganas de estallar que de
quedarme quieta escuchando.

Calmese señora, me dijo. No me calmo nada Laurita. Sabes el


momento que estamos pasando y te vas a la remisería con todo a
medio hacer. Seguro que te fuiste a revolcar en ese catre
inmundo y yo con este hijo que se me ha puesto malo. No te
importa nada Laurita, no te importa. Hay una cosa que se llama
lealtad. Eso no tenés vos. Señora es que el hijo de Manuel casi se
mata. No sigas Laurita, no sigas. Dejame terminar el desayuno
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tranquila. Mirá como me pusiste. Me hiciste enfurecer. Retirate
Laurita por favor. Dejá que se me pase. Como quiera señora, dijo
la impertinente.

Se fue y me quedé furiosa. Tomé un trago de café. Llegué al final


de la taza. La furia me había despabilado. Ahora si estaba
despierta. Ahora tenía que calmarme. Respiré hondo. Moví la
cabeza, el cuello crujió. Miré la ventana. El día estaba nublado.

A vos te gustan los días nublados. A mi me cuestan.

Esa luz pareja sobre las cosas. Me cuesta. Sabía que este día me
iba a costar.

Entonces sentí el frío. Podría decir: tuve frío. Pero en realidad el


frío estaba desde que me levanté.

Después del desayuno. Cuando Laurita salió de la cocina. Tuve


conciencia del frío. Reparé que mi cuerpo estaba contraído por el
frío. Que había tenido frío toda la noche. El desayuno había
reavivado el frío.

Y así como no soporto el hambre, tampoco tolero el frío. Menos


ese frío incontrolable, que no sabés de dónde viene. Y empezás a
sospechar que es un frío interno. Un frío que parte de adentro, de
las entrañas. Un frío que se instala en el cuerpo y no te lo sacás
con nada. Ese tipo de frío tuve.

Temblé.

Odio temblar. No controlar la quietud del cuerpo. La llamé a


Laurita. Entró sin mirarme. ¿Vos tenés frío? Le pregunté, no
señora, no hace frío. Acá no hace nada de frío.

Entonces pensé en vos. Teníamos que ponerte más abrigo. En la


internación puede que tengas frío. En eso nos parecemos.
También en eso. Los dos somos friolentos.

Con los químicos el frío se te pasa. Yo vi a otros enfermos en el


patio del hospital, semidesnudos en pleno invierno.

O será que la locura produce calor. Sofocación. Ese fuego que los
quema por dentro.

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Miráme.

¿Tenés frío?

¿Querés que te abrace?

¿A dónde andás ahora? ¿lejos? ¿cerca?

Bipolar. Los dos polos. Deberías tener un frío ártico. Pero no,
tenés calor. Mucho calor en el cuerpo.

O es otra cosa. El olvido del cuerpo. De la temperatura corporal.

Los enfermos en el patio del Hospicio no tenían calor. Lo que


tenían era la renuncia a tener algo. Ni siquiera el frío podían tener.

Tener calor o frío es una certeza. Le pertenece al cuerpo pero


también es al mismo tiempo un estado de la conciencia.

A la mañana. Cuando me sentí temblar, me puse de pié y abrí el


agua caliente. Deje que corriera. Puse las manos debajo del
chorro. Desde la yema de los dedos, la sangre se fue calentando
hacia dentro, hacia el pecho. Me volvió el alma. Mantuve las
manos debajo del agua. Ese calor que venía.

Así como el frío. Hay días que el calor me toma de improvisto. Me


quedo sin aire. Abro todas las ventanas. Tomo agua fría y no se
apaga.

Soy un artefacto descompuesto. No puedo regular la temperatura.


Necesito un clima intermedio. Templado. Neutro.

Este cuerpo que fue cambiando. Esta. Mi vida.

Es necesario que entiendas lo que pensé con las manos debajo


del agua.

Pensé. Tengo una vida.

Pensé en Laurita, enoja da en el otro cuarto.

En el remisero.

En tu padre.

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También te pensé a vos. No sabés todo lo que te pienso en estos
días.

Pensé: hay todas esas vidas. La de ustedes. Cuando camino por


la calle miro la gente y me sorprende toda esa vida. Todas esas
vidas que no son la mía.

Pensé: Laurita tiene una vida, no sé que clase de vida será pero
es una vida de todas maneras. Vos tenés una vida. O la vas a
tener si salís de esto. Tu padre tiene una vida. Todas estas vidas
juntas y lo único que una puede conocer es la propia. La otra vida,
la de los otros, solo se conoce la superficie.

Mi vida, estas manos debajo del chorro de agua caliente. Mi vida,


este calor, esto es la realidad.

Y yo estoy en la realidad.

Se puede estar o no estar en la realidad.

Yo elegí estar. Vos te fuiste.

Cuando miro toda esa gente desconocida. Pienso que cada uno
tiene una realidad. Algo palpable. Nosotros. Vos y yo. Somos
materiales. Yo me puedo acercar y tocarte. Eso es la realidad.
Esta materialidad. Aceptar que mi mano tiene calor y pierde el
frío. La sangre corriendo y golpeando. El dolor de los músculos.
La saliva, el sudor. Eso es la realidad. Yo estoy en la realidad. Yo
soy la realidad. Vos no. Te fuiste. Me dejaste acá, sola. Estoy sola
en la realidad.

En realidad estoy sola.

Uy, me asusté.

Me acabo de asustar.

Aproveché que caía el agua y lave la taza. Justifique la caída del


agua. Hice de cuenta de que había abierto la canilla solo para
lavar la taza. Después volví a sentarme a la mesa. Con la punta
del dedo hice dibujos sobre las migas que habían quedado de las
tostadas. El día recién comenzaba. Tendremos un día largo.
Murmuré. ¿Qué cosa señora?, preguntó Laurita desde el living.
Nada, no dije nada.
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Tendremos un día largo.

En menos de una hora viene tu padre.

Dos horas más tarde vas a estar en el cuarto de la clínica.

Te puse un sueter por si te da frío. Estoy segura que el lugar es


calefaccionado. Pero a veces, a la madrugada, si te despertás, si
te dan ganas de salir al patio. Como sea, por las dudas te puse un
suéter.

Entonces dejé la cocina y fui a tu cuarto. A despertarte. A darte la


medicación. A intentar que te dieras un baño.

Había mucha luz. Y vos te habías acurrucado. Sonreí.

Cuando era chica yo era remolona.

Me costaba ponerme de pie a la mañana. Odiaba esa luz. La luz


cruel de la mañana. Esa luz que ilumina de más. Que no deja
sombras. El día que avanza violento sobre la tierra. La luz plana
de la mañana.

De chiquita le robaba los anteojos negros a mamá. Me los ponía


para salir a la calle. Filtrar la luz. Mamá me los sacaba. Decía que
los anteojos negros eran para las mujeres hechas y derechas.
Que las nenas no podían usarlos. Me los sacaba. Pero en cuanto
se descuidaba yo los volvía a usar. Ella me cacheteo una vez, me
dijo: a tu edad, las putas o las ciegas usan anteojos negros.

Ahí no insistí más. No soy ni ciega ni puta. Anduve toda la infancia


con los ojos irritados de dignidad. Pasaron años hasta que volví a
usar anteojos de sol. Debió ser por la misma época en que usé la
minifalda. No te rías, tu madre usaba unas minifaldas ínfimas,
cortitas.

Minifaldas y anteojos de sol.

Con el tiempo evité salir a la calle en los horarios de sol intenso.


Me quedo en casa, con esta luz tenue. Prefiero la penumbra a ese
sol áspero del mediodía.

Cuando por alguna razón tengo que salir, por más anteojos de sol
que tenga, quedo encandilada. Esa luz excesiva. Es como una
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pesadilla. Camino por la calle, sobre el asfalto, y estoy sobre
iluminada. La luz del mediodía. Como si una estuviera despierta
pero de más.

Nunca estuve más despierta que hoy.

Y eso no tiene que ver con la luz. Es otra cosa. No sabía cuando
empezó el día que me iba a sentir tan despierta, demasiado
despierta.

Me acerqué a tu cara. Me recosté sobre vos y te dí un beso en la


frente. Diste un quejido minúsculo. En otro momento ese quejido
se me hubiera pasado, pero hoy lo escuché y me angustió. Era un
quejido animal. Un quejido de la carne. Como un reflejo.

En el sueño estabas protegido. Yo te sacaba del lugar de amparo.


Puedo entender eso.

Es que lo hemos decidido con tu padre. Te vamos a internar.

Un día lo vas a comprender. Hoy no.

Nosotros no damos más.

Acaricié todo tu cuerpo. Me dejé caer a tu costado. La cama


estaba húmeda. Me incorporé, asqueada. Pensé que te habías
orinado. De chico te pasaba eso.

Cuando yo te retaba, esa misma noche. Te orinabas. Y tenía que


cambiarte las sábanas. O te ponía una toalla para que sigas
durmiendo.

A mi me costaba retarte. Se me partía el alma. Nunca te pegué.


¿Cómo se le puede pegar a un niño? Esas cosas nunca las
entendí.

Entonces estabas mojado. Volviste a ser un niño asustado. Tu


venganza nocturna. Levanté las sábanas. La bolsa de agua
caliente se había abierto. ¿quién te puso esta bolsa de agua
caliente? Yo señora, me dice Laurita, el muchacho estaba
temblando y le puse una bolsa de agua caliente.

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Tiembla por los delirios Laurita, no por el frío. Y si le pusiste esa
bolsa se la tendrías que haber ajustado bien. Mirá si se quema
con el agua en la noche.

No se ha despertado, señora, no se ha despertado. Todo mojado


y no se despertó. Durmió en ese pantano de sábanas mojadas,
pobre mi niño.

No se despierta, me ayudás Laurita, lo llevamos al baño.


Tratamos de levantarte entre las dos. Pero era imposible. A veces
me olvido de que tenés un cuerpo grande.

To te cargaba todo el día. Por mi, no te hubiera bajado más de


mis brazos. Tiene un año, es hora de que los dejes a ver si se
larga a caminar. No, es chiquito todavía. Me dolía la espalda pero
no te soltaba por nada. Todo el día conmigo. Pegados. Mi
apéndice. Cuando te soltaba te largabas a llorar. Tardaste en
acostumbrarte a que tu cuerpo era solo esa parte, la parte tuya.
Sin mi.

Mucho más tardé yo.

Tu papá tenía celos. El amor que tuvimos no se comparaba con el


nuestro.

La historia de amor de tu padre y mía es muy breve. El encuentro


en ese yate, presentados por un amigo en común. Los seis meses
de noviazgo. El casamiento. El embarazo. Y el resto es aburrido.
Nada que contar.

En cambio, la historia de amor con un hijo es más compleja. Un


hijo parte de una. Es un desprendimiento que una tiene del
cuerpo. Algo que se formó y sale. Y una mira esa cosa con
asombro.

Me refiero a que te tuve tan adentro que te conozco mejor de lo


que llegué a conocerme a mi misma.

¿No es así?

Miráme.

Como no te pudimos levantar en brazos, con Laurita te


arrastramos hasta el baño. A mi me costó. A ella no. Ella tiene esa
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fuerza bruta que tienen las personas que hacen ese tipo de
trabajo… a la servidumbre me refiero… yo no hubiera podido
servir a otros, no tengo el físico para hacerlo, tampoco la
paciencia. Yo nací más bien para que me sirvan. Soy buena para
dar órdenes. No es una cosa fácil como se cree dar una orden. No
contradecirse, no titubear. No confundir al que nos sirve. Eso se
aprende con el tiempo. Yo aprendí a ordenar. Algunas cosas...

Abrimos la ducha y te empujamos abajo para que te despiertes.


Laurita se mojó, vos abriste los ojos y te asustaste. Laurita se reía
a las carcajadas, parece carnaval señora. Toda mojada quedé.
Vos la mirabas. La mirabas a ella, no a mi. El baño estaba hecho
un chiquero. Agua por todos lados. Todo está mojado. Tu cama.
El baño, toda esta humedad y el frío.

Con Laurita te sacamos la ropa. Yo advierto que Laurita tiene


cierta familiaridad con tu cuerpo.

Te dejamos desnudo. Nos mirás desnudo desde la bañera.

Antes de tu padre, yo no había visto un hombre desnudo. Una vez


en el colegio, en una lámina. Pero en la realidad no. El día que lo
vi a tu padre, me dio un poco de risa. El se dio cuenta y se
avergonzó. Tu padre tenía más experiencia con ese tipo de cosas.

Después te vi desnudo a vos. Desde que naciste. El día que


naciste vos y yo estábamos desnudos. En ese momento estaban
al descubierto las partes que por lo general se tapan.

Después te vi crecer. Te bañaba. Hasta que un día, de repente,


te dio vergüenza que yo te mire. Yo me enojé al principio,
después entendí. Había comenzado tu intimidad. Tu padre me
explico eso.

Muchas cosas me explicó tu padre. Tu padre me perfeccionó. Yo


no era así antes. Con el tiempo fui mejorando. No era refinada, ni
culta, ni observadora. Todo eso lo aprendí.

También tuve tiempo de hacerlo, pero otras no lo hacen. Yo leí.


Libro que me traía tu padre, libro que leía. Después me quedó la
costumbre. El tiempo que una está sola. Entonces voy a la librería
y pregunto por las novedades del mes. Algo que no sea
complicado, algo que una pueda leer sin bostezar. Leo de todo.
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También aprendí a ser curiosa. A tener tema de conversación. Si
una no lee, de que cosa puede hablar. Cuando una sale con el
marido, a una reunión de su trabajo por ejemplo, el marido espera
a que una tenga temas de conversación. Para eso sirve leer, para
tener tema de que hablar, ¿sino para que va a leer una?
Concentrarse, ir pasando las hojas, llegar hasta el final es toda
una tarea.

Pero yo no leí nunca esos libros que vos leías. Te saqué alguno
pero no los pude entender. Eran libros ásperos. Aburridos. No sé
cómo llegaste a leer ese tipo de cosas. No toda lectura es
saludable. Yo tendría que haberte quitado los libros a tiempo.
Leías de más. No salías. A veces ni te levantabas a prender la luz
cuando se acercaba la noche. Te quedabas inmóvil, leyendo.
Entonces yo pasaba frente a tu puerta y te prendía la luz. Y
levantabas la vista y me mirabas con esa mirada hueca. Y yo
bajaba la vista. Me alejaba. Yo sabía que te ibas todas esas
horas.

La misma mirada con la que nos mirás en el baño a Laurita y a mi.


Otro, en tu lugar. Desnudo frente a dos mujeres tendría pudor.
Trataría de taparse. Vos como si nada.

Eso es la locura. La pérdida del pudor. Por eso la locura es sucia.


Obscena.

Miráme.

Falta menos para que venga tu padre y vayamos al hospital.

No quiero internarte.

No tengo alternativa.

Opción.

Opción 1: internación domiciliaria.

Opción 2: internación clínica.

Opción 3: fuga.

Tenés la misma edad que tenía tu padre cuando lo vi desnudo.

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Tu cuerpo no se parece en nada al suyo.

El era más tosco. Macizo. Vos tenés un cuerpo delicado. Blando.

Puedo mirarte desnudo como si no fueras un hombre. Como un


desnudo total. Desnudo hasta del sexo. Un desnudo sin identidad.

Hay que sacarle el olor Laurita. Todos los enfermos huelen.


Después tenemos que abrir las ventanas de su pieza. Aunque
haga frío. Aunque nos cueste. Abrir todas las ventanas, que se
vaya ese olor a enfermedad. Que vuelva el aire sano.

No me mires así.

Por favor no me mires.

Me duele la garganta.

Grité. Me raspé la garganta.

Antes cuidaba la garganta. Con el tiempo no me importó más. La


voz se me raspó. En una época yo quería cantar en el coro de la
iglesia.

Debía tener quince años. No más.

Cuando escuchaba el coro en la misa se me llenaban los ojos de


lágrimas. Levitaba. Todas esas voces en un cruce glorioso. Esas
alabanzas angelicales. Yo quería que mi voz se pierda entre
todas esas voces. Aunarme, que mi voz quede fundida en ese
canto colectivo.

Un día me tomaron una prueba. La profesora de música que


coordinaba el coro cerró la puerta. Acomodó su pollera tableada y
se sentó de un modo elegante dispuesta a escucharme.

Se hizo silencio.

Canté las canciones que había cantado sola, a escondidas.

Vi como la cara de la profesora mutaba. Dejaba la serenidad para


crisparse. Un gesto de disgusto en la boca. Como si hubiera
mordido una fruta podrida y estuviera por vomitar.

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Yo tenía una voz espantosa. No lo supe hasta ese día. Hasta ese
momento yo había canturreado, en voz baja.

A veces una no sabe de la verdad hasta que otros la nombran.


Eso me pasó con la voz.

Ella me pidió que me detenga, que no siga. Se llevó las manos a


los oídos. Yo me puse roja. Quería salir corriendo.

Tranquila, me dijo. Es solo la voz, puede ser que tengas talento


para otra cosa.

¿La voz se puede corregir?, le pregunté.

Tenés una voz irrecuperable. Fea.

Yo estaba por llorar y ella me detuvo. Me propuso cantar en el


coro pero sin voz. Solo modular sin emitir sonidos.

Acepte. Quería ser parte del coro.

Y ahí estaba yo, moviendo los labios los domingos. Tomando una
voz prestada. Yo aprendí a cantar en silencio. A cantar por dentro.

Miráme.

Decime algo.

Ahora sabés más de tu madre que lo que yo supe de vos en toda


esta vida.

Miráme.

A dónde te has ido.

Hablar de todo esto me ha puesto triste.

No puedo seguir.

Laurita, terminá de bañarlo vos. Frotálo bien. Sacále la mugre.

Laurita te hace masajes en la cabeza.

Te dolía la cabeza.

A mi me dolió toda la vida.

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Jaquecas permanentes.

Una no sabe la diferencia. Yo pensé, le duele la cabeza. Como a


la madre. Ambos, madre e hijo sufren de migrañas. Nada más que
eso, pero no.

Después del dolor vino la locura. El dolor era una señal. Era parte
del aturdimiento. Frotalo Laurita, frótalo bien. La cabeza, hacele
masajes para que se aplaquen los pensamientos.

Falta menos para que tu padre venga y todavía no estamos listos.

Ella te cambió. Te puso la mejor ropa. Y yo me di vuelta, no te


quise mirar. Se me anudó la garganta.

Desde esa hora que lo pienso.

Pienso. Este chico me siguió.

El hijo.

Miráme. Te lo voy a explicar bien. Una contiene. Digo que tiene


adentro algo.

Adentro en el fondo.

En una caverna interna. Remota.

En el fondo no soy esto.

Tengo fuego y sangre. Furia.

Soy otra cosa que no sé.

Vos saliste desde ahí dentro.

Por eso te manifestaste.

Sos mi continuación. Por eso te conozco tanto. Mejor de los que


nunca vas a llegar a conocerte.

Yo estoy en tu principio y estaré en tu final.

Falta un rato, unos minutos.

Todavía tenemos tiempo.

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Podemos huir.

Si querés nos mandamos a mudar.

Antes de que venga tu padre.

Entonces no te interno.

Sé donde guarda el dinero.

Junto mis cosas y nos vamos.

Juntos.

Vos y yo.

Yo te podría devorar.

Hacerte mío.

Más mío todavía.

Le decimos a Laurita que nos cierre la puerta. Que no diga nada.

Le damos parte de lo que robemos. Que después nos venga a


visitar.

Nos vamos.

Nos tomamos un avión.

A Brasil. Compramos una casa.

Nos ponemos una posada al costado del mar.

Vos te pasas el día en el agua.

El agua cura.

Nos cambiamos de nombre.

Tenemos una vida simple.

Marítima.

Vivimos en una casa sin luz. Alejados de todos.

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Cada tanto llegan viajeros. Desconocidos que se quedan por un
par de días y se van. Gente que no tendrá historia con nosotros.

Y vos y yo envejecemos.

Nos quedamos solos.

Lejos.

En esa casa en silencio.

Solo se escucha el mar. Nada más. Siempre.

Y un día te morís. En mis brazos.

Te entierro en la arena. Profundo.

Espero que pasen los años para irme.

Me hago más vieja todavía.

Camino por la playa durante las tardes.

Descalza. Con dificultad.

Serena.

Miráme.

¿Querés que nos vayamos?

Tenés que mirarme.

¿No?

Nos quedamos.

¿Te internamos y te mejoras?

Ahí te van a cuidar.

Te gusta estár protegido.

Me puse triste.

Te miro, miráme.

Estoy tranquila.
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Vas a estar bien.

Miráme.

¡Sonreíste!

Sonreíste. Me ilumino.

Yo nací para eso.

Solo para eso.

Yo he nacido para verte sonreír.

Otros tienen otras misiones en la vida. La mía es esa. Que vos


sonrías.

Dejáme que te abrace.

Antes de que venga tu padre y te subamos al auto.

Te voy a abrazar.

Quiero tenerte cerca.

Ahora.

Santiago Loza / Junio del 2009

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