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He Nacido para Verte Sonreir-Santiago Loza
He Nacido para Verte Sonreir-Santiago Loza
MIRIAM:
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cuando estoy dormida vuelvo a ese punto. Y eso asusta un
poco… me refiero a que estoy asustada… esta mañana me
desperté asustada. No hay cosa más fea que levantarse con
miedo.
¡Que cosa!, ¿no?… mirá como son las cosas, lo que te gustaba
que te contara eso.
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Cuando volví de tu cuarto pasé por el baño. Me duche. Busqué
una bolsa de nylon y tire las sábanas adentro. Miré el colchón.
Siempre me parecieron impúdicos los colchones sin sábanas.
Como si hubiese una cosa obscena ahí… por más que sea el
colchón de una monja, yo lo miro y si un colchón está desvestido
me da vergüenza. Como si el colchón guardara secretos oscuros,
negros. Debe ser por eso que me quedé mirando. El colchón tenía
dos marcas a lo largo, tardé en reconocer que eran las marcas de
nuestros cuerpos. El cuerpo de tu papá y el mío. La tela con
estampado de flores…
La esperanza.
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Que había silencio después del estallido, un silencio total, como
un encandilamiento. Y los sobrevivientes caminaban, algunos sin
rumbos; la mujer decía que en ese momento la esperanza estaba
extinguida.
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agua se lleve toda esta maraña de pensamientos. Que me
despeje.
El agua limpia los cuerpos. Los cuerpos tiene oxido. Algo que
mancha. Por eso las manchas del colchón. La fricción de los
cuerpos. El cansancio.
Ahora no te reís.
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Yo no me río.
Miráme.
Miráme.
Soy tu mamá.
Silencio.
Miráme.
Si por un segundo me mirás voy a saber que hacer con vos. Por
favor miráme.
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presto atención pero ahí están. Hoy no tuve ganas o voluntad de
prender la radio. Entonces, cuando apareció Laurita fue mi
oportunidad de escuchar algo humano. Hasta ese momento, ya te
lo dije, estaba deshabitada. Sin palabras, en blanco.
Esa luz pareja sobre las cosas. Me cuesta. Sabía que este día me
iba a costar.
Temblé.
O será que la locura produce calor. Sofocación. Ese fuego que los
quema por dentro.
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Miráme.
¿Tenés frío?
Bipolar. Los dos polos. Deberías tener un frío ártico. Pero no,
tenés calor. Mucho calor en el cuerpo.
En el remisero.
En tu padre.
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También te pensé a vos. No sabés todo lo que te pienso en estos
días.
Pensé: Laurita tiene una vida, no sé que clase de vida será pero
es una vida de todas maneras. Vos tenés una vida. O la vas a
tener si salís de esto. Tu padre tiene una vida. Todas estas vidas
juntas y lo único que una puede conocer es la propia. La otra vida,
la de los otros, solo se conoce la superficie.
Y yo estoy en la realidad.
Cuando miro toda esa gente desconocida. Pienso que cada uno
tiene una realidad. Algo palpable. Nosotros. Vos y yo. Somos
materiales. Yo me puedo acercar y tocarte. Eso es la realidad.
Esta materialidad. Aceptar que mi mano tiene calor y pierde el
frío. La sangre corriendo y golpeando. El dolor de los músculos.
La saliva, el sudor. Eso es la realidad. Yo estoy en la realidad. Yo
soy la realidad. Vos no. Te fuiste. Me dejaste acá, sola. Estoy sola
en la realidad.
Uy, me asusté.
Me acabo de asustar.
Cuando por alguna razón tengo que salir, por más anteojos de sol
que tenga, quedo encandilada. Esa luz excesiva. Es como una
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pesadilla. Camino por la calle, sobre el asfalto, y estoy sobre
iluminada. La luz del mediodía. Como si una estuviera despierta
pero de más.
Y eso no tiene que ver con la luz. Es otra cosa. No sabía cuando
empezó el día que me iba a sentir tan despierta, demasiado
despierta.
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Tiembla por los delirios Laurita, no por el frío. Y si le pusiste esa
bolsa se la tendrías que haber ajustado bien. Mirá si se quema
con el agua en la noche.
¿No es así?
Miráme.
Pero yo no leí nunca esos libros que vos leías. Te saqué alguno
pero no los pude entender. Eran libros ásperos. Aburridos. No sé
cómo llegaste a leer ese tipo de cosas. No toda lectura es
saludable. Yo tendría que haberte quitado los libros a tiempo.
Leías de más. No salías. A veces ni te levantabas a prender la luz
cuando se acercaba la noche. Te quedabas inmóvil, leyendo.
Entonces yo pasaba frente a tu puerta y te prendía la luz. Y
levantabas la vista y me mirabas con esa mirada hueca. Y yo
bajaba la vista. Me alejaba. Yo sabía que te ibas todas esas
horas.
Miráme.
No quiero internarte.
No tengo alternativa.
Opción.
Opción 3: fuga.
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Tu cuerpo no se parece en nada al suyo.
No me mires así.
Me duele la garganta.
Se hizo silencio.
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Yo tenía una voz espantosa. No lo supe hasta ese día. Hasta ese
momento yo había canturreado, en voz baja.
Y ahí estaba yo, moviendo los labios los domingos. Tomando una
voz prestada. Yo aprendí a cantar en silencio. A cantar por dentro.
Miráme.
Decime algo.
Miráme.
No puedo seguir.
Te dolía la cabeza.
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Jaquecas permanentes.
Después del dolor vino la locura. El dolor era una señal. Era parte
del aturdimiento. Frotalo Laurita, frótalo bien. La cabeza, hacele
masajes para que se aplaquen los pensamientos.
El hijo.
Adentro en el fondo.
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Podemos huir.
Entonces no te interno.
Juntos.
Vos y yo.
Yo te podría devorar.
Hacerte mío.
Nos vamos.
El agua cura.
Marítima.
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Cada tanto llegan viajeros. Desconocidos que se quedan por un
par de días y se van. Gente que no tendrá historia con nosotros.
Y vos y yo envejecemos.
Lejos.
Serena.
Miráme.
¿No?
Nos quedamos.
Me puse triste.
Te miro, miráme.
Estoy tranquila.
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Vas a estar bien.
Miráme.
¡Sonreíste!
Sonreíste. Me ilumino.
Te voy a abrazar.
Ahora.
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