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Meditaciones para el mes del Sagrado Corazón de


Jesús -Día 24
Padre Juan del Corazón de Jesús Dehon: Coronas de amor al Sagrado Corazón
Extraídas del libro
“CORONAS DE AMOR AL SAGRADO CORAZÓN”
del Reverendo Padre Juan del Corazón de Jesús (León Gustavo Dehon),
Fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.

Día 24

CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

SEXTA MEDITACIÓN: Hostia de Amor

Nuestro Señor quiere también víctimas de amor, cuyo mayor sufrimiento sea
compadecer en los dolores del Sagrado Corazón.

Los Santos del Calvario, la Santa Virgen María, S. Juan y Santa Magdalena no tuvieron
otro martirio sino este de la compasión.

Hay almas que se absorben en el amor y no piensan en desear los sufrimientos para
expiar los pecados del mundo. Así fue una joven carmelita, la Hermana Teresa del Niño
Jesús, muerta en olor de santidad en el Carmelo de Lisieux el día 30 de Septiembre de
1897.
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Estas almas, bien entendido, practican el abandono a Dios y el sacrificio; aceptan y aman
las cruces que Nuestro Señor envía; pero no le piden para ser especialmente conducidas
por la vía de los sufrimientos.

I. La vía del amor

“¡Ah! ¡Qué dulce es la vía del amor, exclamaba la Hermanita Teresa del Niño Jesús…

¡No tengo ningún otro deseo, sino el de amar a Jesús hasta la locura! Sí, es solamente
el amor el que me atrae. Ya no deseo ni el sufrimiento, ni la muerte y, todavía, a ambos
los quiero bien. Durante mucho tiempo, los llamé como mensajeros de alegría… Poseí
el sufrimiento y creí tocar el margen del cielo. Creí, desde mi más tierna juventud, que
la florecilla sería cogida en su primavera; hoy, es solo el abandono que me guía, no
tengo otra brújula. No sé pedir nada más con ardor, que el cumplimiento perfecto de la
voluntad de Dios en mi alma.

Sin duda, dice ella, podemos caer, en esta vía, podemos cometer infidelidades; pero el
amor, sabiendo sacar provecho de todo, consumió muy deprisa todo lo que puede
desagradar a Jesús, ya no dejando en el fondo del corazón más de lo que una humilde
y profunda paz” (Sa vie, publicada por el Carmelo de Lisieux).

II. La víctima de amor

“Comprendí, escribe la santita, que las almas no pueden todas asemejarse; es preciso
que las haya de diferentes familias, a fin de honrar especialmente cada una de las
perfecciones divinas. A mí, me dio su misericordia infinita, y es a través de este espejo
inefable que contemplo sus otros atributos. Entonces, todos se me figuran irradiantes
de amor. ¡Qué dulce alegría pensar que el Señor es justo, esto es, que Él tiene en cuenta
nuestras flaquezas, que conoce perfectamente la fragilidad nuestra naturaleza! ¿De
quién, entonces, tenía yo miedo? El buen Dios infinitamente justo, que se digna
perdonar con tanta misericordia las faltas del hijo pródigo, ¿no debe ser justo también
conmigo, que estoy siempre con Él?

“En el año de 1895, recibí la gracia de comprender más que nunca cómo Jesús desea
ser amado. Pensando un día en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de
Dios, a fin de desviar los castigos reservados a los pecadores, atrayéndolos sobre sí
mismas, encontré esta ofrenda grande y generosa, pero estaba bien lejos de sentirme
llevada a hacerla.

“¡Mi divino Maestro! Exclamaba en el fondo del corazón, ¿no habrá sino tú justicia
para recibir hostias de holocausto? Tu amor misericordioso ¿no tiene Él también
necesidad de ellas?… Dios mío, ¿tu amor despreciado va a permanecer en tu Corazón?
Me parece que si Tú encontrases almas para ofrecerse como víctimas de holocausto a
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tu amor, Tú las consumirías tan rápidamente que serías feliz en no reprimir las llamas
de ternura infinita que están encerradas en Tí”.

III. El acto de ofrenda

Fue el 9 de Junio de 1895 cuando la santita se ofreció como hostia de amor. “Mi Madre,
decía, tú conoces las llamas, o antes, los océanos de gracias que vinieron a inundar mi
alma tras mi entrega. Desde ese día, el amor me penetra y me envuelve; este amor
misericordioso me renueva a cada instante, me purifica y no deja en mi corazón ningún
rastro de pecado…”

Citemos la conclusión de su ofrenda: “A fin de vivir en un acto de perfecto amor, me


ofrezco como víctima de holocausto a tu amor misericordioso, suplicándote que me
consumas sin cesar, dejando desbordar en mi alma los torrentes de ternura infinita que
están encerrados en Tí, y que así yo me convierta en mártir de tu amor, Dios mío. Que
este martirio, después de haberme preparado para aparecer ante Tí, me haga, en fin,
morir y que mi alma se una sin demora en el eterno abrazo de tu misericordioso amor.
– ¡¡¡¡Quiero, mi Bienamado, a cada latido de mi corazón, renovarte esta ofrenda un
número infinito de veces, hasta que, después de que las sombras se disipasen, pueda
restituirte mi amor en un cara a cara eterno!!!”

Resolución. – Y yo, mi Salvador, ¿qué he de ofrecerte? Dime, guíame. Quiero, por lo


menos, aplicarme a vivir en espíritu de abandono, de sacrificio y de amor, que es el
espíritu de inmolación en unión con la Hostia del Tabernáculo.

Día 23
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Día 23

CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

QUINTA MEDITACIÓN: Reparación e inmolación

La reparación debe estar unida al amor, en la devoción al Sagrado Corazón. “Uno de


los fines principales de la devoción al Sagrado Corazón, dice León XIII, es la
reparación, que consiste en expiar por nuestros homenajes de adoración, de piedad y
de amor, el crimen de ingratitud, tan común entre los hombres, y para aplacar la cólera
de Dios por el Sagrado Corazón” (Carta Apostólica, 28 de Junio de 1889).

Esta reparación debe hacerse, sobre todo por el amor, que es formalmente opuesto a la
ingratitud; pero Ntro. Señor pide también a algunas almas la reparación por el
sufrimiento, como un holocausto a su justicia.

I. Reparación por el amor y por los méritos del Sagrado Corazón

“Mi amor, decía Nuestro Señor a la Beata Margarita María, me hizo sacrificar todo por
los hombres, sin que ellos me correspondan… Solo tiene frialdad y rechazos respecto a
todas mis diligencias en hacerles bien; tú, por lo menos, dame este placer de suplir a
su ingratitud por los méritos de mi Sagrado Corazón, en la medida en que fueras
capaz”.

“Para reanimar la caridad tan fría y casi extinguida en la mayor parte de los cristianos,
decía la Beata al Padre Croiset, Nuestro Señor quiere darles, por esta devoción, un
medio de amar a Dios por este Sagrado Corazón, tanto cuanto Él lo desea y lo merece,
y reparar así sus ingratitudes”.
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El culto de reparación que Nuestro Señor espera de nosotros debe, por tanto, proceder
del amor, pero de un amor encendido en su Corazón y borbotando de esta divina
hoguera; de un amor que no se contenta con afectos o con sentimientos, pero que pasa
a los actos más generosos de las virtudes cristiana y a la paciencia en las pruebas. En el
Corazón de Jesús, tenemos que tomar este precioso suplemento de la caridad, la única
que le puede volver nuestras reparaciones agradables.

Ofreceremos, ante todo, el propio Sagrado Corazón de Jesús a su Padre, como víctima
de reparación, y la acrecentaremos con la gota de agua de nuestras pequeñas
reparaciones.

II. Reparaciones especiales

Nuestro Señor pidió a la Beata reparaciones especiales por los pecados cometidos contra
la Santa Eucaristía: “No recibo, le dice, de la mayor parte de los hombres sino
ingratitudes por sus irreverencias y por sus sacrilegios, por sus frialdades y por los
desprecios que tienen por Mí en este sacramento del amor. Es, por eso, que te pido que
se repare las indignidades que mi Corazón recibe en los altares”.

Él pidió también reparaciones por los ultrajes hechos a su Corazón por las personas
consagradas a Dios: “No recibo de la mayor parte de los hombres más que ingratitud,
le dice Nuestro Señor, pero a lo que soy más sensible es que son corazones que me están
consagrados y ultrajan mi Cuerpo; estos atacan mi Corazón, que nunca dejó de
amarlos.”

En esta ocasión, Nuestro Señor se muestra todo sangriento y cubierto de heridas. Sufre
por causa de las comuniones mal hechas, sufre por causa de los actos de orgullo, sufre
por la tibieza de las almas consagradas.

¡Cómo deben estimular estas llagas dolorosas de Jesús nuestra compasión!

III. Víctima de justicia

Margarita María no fue solamente una víctima de amor, Nuestro Señor le pidió aún que
se ofreciese como víctima de expiación a la justicia divina.

Le propuso dos vías: una vía de amor todo consuelo y una vía de sufrimiento todo
crucificada. Como la presionase a escoger, ella rehusó hacerlo y remitió la opción a Él,
por deferencia a su voluntad y a sus designios, y Nuestro Señor escogió para ella la vía
crucificante.

“Busco para mi Corazón, le dice otra vez, una víctima, que se quiera sacrificar para el
cumplimiento de mis designios, como una hostia de inmolación”.
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Y ella dice: “Mi amable Salvador no me dio ningún descanso hasta que, por orden de
la obediencia, fuese inmolada a todo lo que Él deseaba de mí, que era volverme una
víctima inmolada a toda especie de sufrimientos, de humillaciones, de contradicciones,
de dolores y de desprecios, sin otra pretensión que la de cumplir sus designios”.

Resolución. –Salvador mío, no os pido el favor de ser una víctima especial de tu justicia,
esto sería temerario; pero os pido el espíritu de reparación que se manifiesta por una
vida de abandono, de sacrificio y de amor.

Día 22
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Día 22

CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

CUARTA MEDITACIÓN: Del espíritu de la reparación eucarística

Hay tres especies principales de reparaciones. Una consiste en reparar detenidamente


por tal persona, practicando tales o cuales actos de virtudes contrarias a los vicios de
esta persona. Esta especie de reparación está sujeta a la ilusión y, por regla general, no
puede ser aconsejada. Sin embargo, el Sagrado Corazón de Jesús puede pedirla a algunas
almas altamente favorecidas por Él.

La segunda especie de reparación consiste en las mortificaciones y en las penitencias


exteriores. Es siempre necesaria en una cierta medida, pero no es el fin principal de la
devoción al Sagrado Corazón. Es por el corazón como es, sobre todo, preciso reparar
las heridas del corazón. Sin embargo, el Sagrado Corazón de Jesús podría pedir
penitencias exteriores mayores a algunas almas consagradas a su Corazón; sus
directores podrían autorizarlas, si tuviesen una prueba manifiesta de la voluntad divina
y de que estas prácticas no ofreciesen ningún peligro, el del orgullo, por ejemplo, o el
de la singularidad.

I. La reparación eucarística
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Pero la reparación que, sobre todo, nos es pedida y para donde el Espíritu Santo impele,
hoy a las almas, es la reparación eucarística propiamente dicha. Ella se apoya en dos
principios:

1°. En la Santa Eucaristía, el Sagrado Corazón de Jesús es el Único Verdadero


Reparador, del mismo modo que Él es el único órgano verdadero del amor y de la acción
de gracias.

2°. Nosotros nos asociamos al Divino Corazón de Jesús para este gran oficio de la
reparación, considerando bien que nos cabe a nosotros, ayudados por la gracia, presentar
el agua de nuestras disposiciones en nuestros corazones y que cabe a su amor
transformarlos en actos de amor generoso, como el vino milagroso de Caná.

Las disposiciones que debemos tener para cumplir bien nuestra misión de reparadores
son negativas, esto es, alejan los obstáculos; y positivas, esto es, forman actos reales.
Las disposiciones negativas consisten en alejar el apego a las criaturas, por la renuncia,
y el amor propio, por la abnegación y por la humildad. Todo el afecto viciado, todo el
acto voluntario procedente de este afecto, nos impedirían corresponder a nuestra
vocación.

Pero, a fin de facilitar estas renuncias, que son la muerte a la naturaleza y a nosotros
mismos, meditemos con frecuencia en las amabilidades y en los beneficios del buen
Maestro, para comenzar a hacer actos de amor ardientes al Sagrado Corazón de Jesús y
a regular nuestro interior por su amor.

Las disposiciones positivas consisten: 1°, en el acto de abandono a este Sagrado Corazón
de Jesús, por el cual estamos dispuestos a recibir todo lo que Él nos envía para su mayor
gloria y por su amor; 2°, en el ejercicio de la contemplación, por el cual nos unimos a
Él, para cumplir toda su voluntad y ser sus instrumentos dóciles. Estas disposiciones
deben estar siempre en nuestro corazón y perfeccionarse con Él, en cuanto cumplimos
los actos propios de la reparación eucarística de la que hablaremos.

II. La Santísima Misa

Ya hablamos de la dignidad y del mérito infinito de la santísima Misa. El Sacrificio


Eucarístico es el acto soberano de amor, de reparación y de acción de gracias, al mismo
tiempo que es un acto de oración.

Formulemos la intención de ofrecer siempre la Santa Misa para la mayor gloria y el


mayor amor del Sagrado Corazón de Jesús, juntamente con la intención especial de cada
día.

Asociémonos de todo corazón al Sagrado Corazón de Jesús que se ofrece y se inmola a


su Padre. Por el resto, el Sagrado Corazón de Jesús no es más que el amor, la reparación
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y la acción de gracias vivas y encarnadas. Esta asociación se hace de un modo más o


menos perfecto, conforme lo quisimos, con más o menos fuerza, más o menos amor.

Todo nuestro corazón debería abismarse en esta unión sacerdotal al Sagrado Corazón
de Jesús, sacerdote y víctima. Es el ejercicio más sublime, más fecundo, lo que nos
sustrae más a nosotros mismos y las criaturas, y que obtiene siempre su efecto, desde
que estamos en estado de gracia.

La unión al sacerdocio del Sagrado Corazón de Jesús, la ofrenda sacerdotal que de Él


hacemos y de nosotros mismos con Él, es hecha con un amor real y una gran confianza,
apaga en un instante todos nuestros pecados veniales, porque es un acto de amor
perfecto; paraliza nuestras malas disposiciones y nos dispone a prestar, de hecho, una
enorme gloria, un enorme amor y una eficacísima reparación al Sagrado Corazón de
Jesús.

Ex opere operato, toda la Misa, igual que fuese celebrada por un padre indigno, es
esencialmente un acto infinito de amor, de reparación y de acción de gracias de parte de
Nuestro Señor; pero cuando nosotros nos asociamos a estas disposiciones sacerdotales
del Sagrado Corazón de Jesús, a través de un acto positivo y personal, obtenemos ex
opere operantis, gracias incalculables destinadas a formar el Corazón místico de Jesús
en la Iglesia.

Como dijimos, hagamos que la Santísima Misa sea nuestra devoción especial y nuestro
instrumento de reparación. ¿Tal vez tengamos mucha negligencia para reprobarnos a
este respecto?

Estemos convencidos de que su corrección será uno de los frutos más excelentes de este
retiro. Pero para volver muy real a nuestra unión al Corazón sacerdotal de Jesús, es
necesario que estemos unidos a Él por el ejercicio de la contemplación continua.

III. La Hora Santa y la adoración

El ejercicio de la Hora Santa, recomendado por el mismo Nuestro Señor a la Beata


Margarita María, debe hacerse en la intención de reparar las faltas, los olvidos, las
indiferencias y las ingratitudes de las almas cristianas. Por el ejercicio de la Hora Santa,
nos vuelve realmente ángeles consoladores del Sagrado Corazón de Jesús. ¡Ah! ¡Si
nosotros pudiésemos transformar todo nuestro corazón en amor compasivo por el
Sagrado Corazón de Jesús! ¡Que sea éste todo nuestro deseo! Y durante este santo
ejercicio, unámonos a la Santa Virgen, a S. Juan, a la Beata Margarita María y al
Sagrado Corazón de Jesús, llorando y gimiendo por causa de nuestros crímenes, y esta
unión nos atrae las mejores gracias reparadoras.

La adoración del Sagrado Corazón de Jesús en su Sacramento expuesto es también uno


de los principales ejercicios de reparación. En nuestro tiempo, el Espíritu Santo impele
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con una fuerza totalmente divina a la Iglesia a tomar frecuentemente como objeto de
contemplación del Santísimo Sacramento expuesto en nuestros tabernáculos.

Roma, que es la directora de la verdadera piedad, adoptó este ejercicio con tal esplendor
que prima sobre todos los otros. Y de allí se expande a todo el universo. Las
exposiciones del Santo Sacramento se multiplicarán hasta el infinito. Varios institutos
religiosos tienen al Santo Sacramento expuesto todos los días; otros, todas las semanas.

La Divina Víctima es el objeto de sus contemplaciones más frecuentes.

En cuanto a los amigos del Sagrado Corazón de Jesús, estos no olvidan de contemplarlo,
sobre todo, en la Humanidad Santa del Salvador, la fuente y el fundamento de todo lo
demás, el amor, el mismo Corazón de Jesús. Después de la Santa Misa, no hay ejercicio
que lo supere en mérito y en eficacia.

En el Santísimo Sacramento, la oración del Corazón de Jesús, esta oración que es todo
amor, reparación, acción de gracias, dura siempre, ardiente, abrasadora, todopoderosa,
capaz de repararlo todo. Sepamos, por tanto, unirnos a ella, tomarla, colocarla en nuestro
corazón, para que viva de esta vida de amor y de inmolación, y que ahí se consuma
como la lámpara del santuario.

Tales son los sentimientos que nos deben inspirar, cuando nos presentamos a la
adoración del Sagrado Corazón de Jesús en el Santo Sacramento.

Nuestra adoración no siempre reclama muchas palabras; hay también momentos de


silencio que por sí mismos son elocuentes. Nada más bello y más conmovedor que la
unión a este Corazón siempre silencioso y siempre actuante por nosotros. San Alfonso
de Ligorio dice que esta oración al Divino Sacramento produce, a veces, gracias
sensibles como la propia Santa Comunión. En esta adoración, es el amigo que habla a
su amigo sobre los intereses de su amor y de su gloria.

En fin, no nos podemos olvidar de que esta devoción al Sagrado Corazón de Jesús nació
en medio de una adoración al Santísimo Sacramento. Es por medio de este ejercicio que
ella se esparcirá, se fortificará y se volverá el órgano todopoderoso del amor, de la
reparación y de la acción de gracias.

Resolución. – Buen Maestro, comprendo que los ejercicios cumplidos con tibieza no
son una reparación, sino una nueva ofensa a tu Divino Corazón; cambia mi corazón,
hazlo fervoroso, te lo pido con todas mis fuerzas.
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Día 21

CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

TERCERA MEDITACIÓN: La ingratitud y el olvido

La herejía y el cisma hacen crueles heridas al Divino Corazón de Jesús, pero ¿qué decir
de aquellas que recibe de sus amigos, incluso de algunos sacerdotes y religiosos, fieles
en apariencia, pero cuyo olvido, indiferencia e ingratitud lo afligen de un modo tan
cruel? Se lamentó de esto la Beata Margarita María: “Los otros, dice – y entre estos
otros también pueden contarse los cismáticos o los herejes, – los otros golpean en mi
Cuerpo, pero estos se encarnizan en herir mi Corazón”. ¡Ah! ¡Corazón amantísimo!
No deberías recibir de nosotros sino heridas de amor, pero nos delectamos con nuestras
ingratitudes, te herimos con nuestra indiferencia, te entristecemos con nuestro olvido.

I. Negligencias relativas a la santa Misa y a la santa Comunión

Entre estos ultrajes, algunos deben ser señalados; y, en primer lugar, la negligencia con
la que varios sacerdotes celebran el Santo Sacrificio de la Misa y varias personas
dedicadas, en apariencia, a la piedad, reciben la santa Comunión. En esta categoría
entran todos los que, no honrados con el sacerdocio, sino perteneciendo a una sociedad
religiosa, o llamados a la piedad, reciben la santa Comunión con indiferencia o se
apartan de ella por la dureza de corazón y por el olvido. El propio Señor Nuestro lo
señala en el Evangelio cuán sensible es a esta conducta. – Un rey, dice, había mandado
preparar un festín de bodas y, cuando llegó la hora, envió a sus siervos a llamar a los
convidados, pero todos rehusaban con un pretexto u otro. Uno tenía que ir a ver una
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casa que compró: es la vana curiosidad; el otro compró cinco yuntas de bueyes que va
a probar: es el apego a los bienes de este mundo; el otro se casó: es el amor a los
placeres. – Así ocurre con la Eucaristía. Aquel que está dominado por la curiosidad, por
la avaricia o por la voluptuosidad, incluso cuando no cayese en pecado mortal, o se
abstenga realmente de la santa Eucaristía, o de ella se aparta con el corazón, la recibe
por rutina, por hábito, sin preparación, sin deseo, sin esfuerzo por corregirse, sin acción
de gracias, en una palabra, sin su corazón.

¿Es así como tratamos el amor en su propio sacramento? Y, sin embargo, si consultamos
su interés espiritual bien entendido, ¿qué frutos obtendríamos de una sola Misa bien
celebrada, de una Comunión bien hecha?

Catalina Emmerich nos pinta muy vivamente estas distracciones perfectamente


voluntarias y que vienen, no de la imaginación, sino del corazón. – “Vi, dice ella, un
sacerdote ir al altar para celebrar; colocó el cáliz sobre el altar, después, revestido con
sus ornamentos sacerdotales, fue a una casa de campo que poseía, para vigilar a los
animales, o a otros lugares análogos, sin pensar en el Santo Sacrificio.”

Es absolutamente la parábola de los invitados aplicada a aquellos que asumen la


apariencia de celebrar los Santos Misterios, pero cuyo corazón está bien lejos de allí,
totalmente ocupado con el objeto de su pasión. ¡Qué dolor para el Corazón sacerdotal
de Jesús! ¿Dónde está mi sacerdote, dice? ¿Dónde está mi amigo? Tengo mi Corazón y
mis manos llenos de gracias para dar. – No está ahí, Señor, está donde ama, como dice
S. Agustín, y no os ama mucho. – El Corazón Eucarístico de Jesús ya no puede sufrir,
pero qué sufrimiento experimentó con esta ingratitud, durante su vida mortal, Él tan
tierno, tan bueno y tan delicado!

II. El olvido que se hace del Sagrado Corazón de Jesús durante el día

La segunda ingratitud, que sigue a esta, es el olvido que hacemos del Corazón de Jesús
durante el día. Está allí en su Tabernáculo, pero lo dejamos solo. Ministros de Dios,
personas llamadas a la piedad, están muy cerca de la Iglesia, son vecinos del
Tabernáculo, pero no van allí a hacer una visita a su Dios, a su hermano, a su amigo.

¿Para qué? ¿No es preciso ir a sus recreos? ¿No es de la más alta importancia que se
asista a reuniones? Muchas veces, para eso se enfrentan a reales cansancios, y el Sagrado
Corazón de Jesús está a dos pasos, y ¡nadie se incomoda por Él! Pero ¿qué decir de un
alma consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, cuya vocación es la de amar este Divino
Corazón por aquellos que no lo aman, la de acordarse por aquellos que no se acuerdan,
de reparar por aquellos que sucumben? Tiene un medio fácil y muy eficaz de realizar su
vocación, la contemplación; pero una bagatela le retiene, su misa será distraída, su
oración fría. Oh Divino Corazón, ¿deberás repetir aún: busqué consoladores y los
encontré? ¡Oh! No, te consolaremos y te amaremos.
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III. La negligencia en el celo apostólico

Una tercera forma de ingratitud es el olvido de enseñar el Sagrado Corazón de Jesús a


las almas que nos están confiadas o sobre las cuales podemos ejercer influencia. ¡Si, al
menos, atrajésemos a la santa Comunión tantas almas que desfallecen sin este Pan de
Vida! ¡Si depositásemos en estos corazones una pequeña llama de fuego de amor para
preservarlas del fuego de la voluptuosidad! Pero, si el corazón es hielo, ¿cómo
podríamos tener la caridad de un apóstol? ¡Oh dolor! Nuestro Señor pidió tanto que la
devoción a su Divino Corazón fuese propagada, y nos quedamos inertes. ¿Qué hacemos
nosotros, apóstoles, con el título de este amable Corazón? ¿No tenemos, también
nosotros, necesidad de que alguien repare por nosotros? ¡Ah! ¡Que nunca sea así!

Imitemos a estos sacerdotes valientes que Catalina Emmerich vio y que sostenían la
Iglesia a sus hombros, ¡la Iglesia donde se encontraba el santuario con el Santísimo
Sacramento!

No hablamos aquí de misas, de comuniones sacrílegas, de tantos pecados cometidos por


distracción de los sacramentos y en el propio templo de Dios por los amigos y por los
siervos del Divino Salvador y, en tanto, es preciso decírselo: ¡qué abominaciones se
cometen en el Santuario!

Pero corramos el velo y pidamos, antes, la misericordia, encarnada en el Divino Corazón


de Jesús, de querer bien derramarse en tantas almas que lo olvidan y que lo ofenden, y
de perdonarnos a nosotros mismos la negligencia que pusimos en cumplir nuestra
sublime vocación.

Practiquemos, de ahora en adelante con el mayor celo, la virtud de la religión respecto


de la Santa Eucaristía.

Contemplemos a Jesús abajado ante su Padre en el Santo Sacramento. Los actos


sublimes de adoración que Él practica en su Corazón hacen y harán para siempre el
éxtasis eterno de los bienaventurados. Más que nadie, Él conoce la grandeza de la
divinidad y su derecho único de reinar sobre todos los seres. ¡Oh! ¡Cómo Jesús cumple
con amor y respeto este deber religioso para con Dios su Padre, y cómo para eso llama
a las almas! Él quiere que ellas comulguen en su estado de Hostia y de Holocausto que
es la perfecta adoración.

Es en su vida eucarística como el Sagrado Corazón de Jesús quiso, sobretodo, ser


honrado y consolado: “Uno de mis más duros suplicios, decía a la Beata Margarita
María, era cuando este Divino Corazón se me presentaba a mí con estas palabras:
Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo
Sacramento, que esta sed me consume, y no encuentro a nadie que, según mi deseo, se
esfuerce por matarme la sed, retribuyendo de algún modo a mi amor.”
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Fue para responder a esta dolorosa lamentación que la humilde virgen de Paray se
esforzó por dar a la devoción y a la reparación al Sagrado Corazón de Jesús una forma
que podemos llamar eucarística.

Resolución. – Estoy confundido, mi Buen Maestro, con todas mis tibiezas y con todas
mis fuerzas, no sé qué decirte. Yo creo, adoro; aumenta mi fe, inflama mi corazón para
que se vuelva en fin tu consolador.

Día 20
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Día 20

CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

SEGUNDA MEDITACIÓN: La Herejía

La herejía niega al Sagrado Corazón de Jesús en algunos de sus atributos o en algunas


de sus doctrinas. Las herejías antiguas hacían imposible la devoción al Sagrado Corazón
de Jesús. Arrio negaba la divinidad del Verbo y el Sagrado Corazón de Jesús es el
Corazón del Verbo Encarnado. Si se admite el Arrianismo, este Corazón no merece
ninguna adoración ni ninguna confianza real. Nestorio, al establecer la dualidad de las
personas, hace del Corazón de Jesús un Corazón simplemente humano. Eutiques, al
confundir las naturalezas, destruye la vida propia del Corazón de Jesús. El Monotelismo,
al negar la voluntad humana, niega, por eso mismo, el amor humano del Sagrado
Corazón.

Las herejías modernas:

I. El Protestantismo

Pero fijémonos en las tres grandes herejías modernas: el Protestantismo, el Jansenismo


y el Liberalismo o galicanismo. Su aire pestilente hizo perecer una multitud de almas.
Pero aún lo respiramos, y contra nuestra voluntad, sufrimos, muchas veces, sus
miasmas.

¡Cuántos dardos dolorosos lanzados contra la Iglesia de Cristo van a dar al Sagrado
Corazón de Jesús hasta en el sacramento de su amor!
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El Protestantismo es la opera prima del Diablo. Ataca el Sagrado Corazón de Jesús


simultáneamente en su doctrina, que rechaza, en su Iglesia, que mina en sus bases, y en
los sacramentos, de los cuales retira la influencia necesaria a los fieles. ¿Y qué
sacramento negaron estos impíos como el sacramento de la Eucaristía? El mismo diablo
vino a pedir a Lutero la abolición de la Misa: sus discípulos y sus émulos en errores,
Zwinglio y Calvino, atacan al Señor que se inmola en el altar o que reside en el sagrario,
como los judíos antes atacaron a su Santa Humanidad que vivía sobre la tierra. Además
de eso, hay un no sé qué de odioso en la apostasía sacrílega de estos herejes orgullosos;
el amor que nos testimonia el Sagrado Corazón de Jesús los arrebata de furor. ¿Quién
podría contar las profanaciones y los sacrilegios de los que se hacen culpables hacia el
Santísimo Sacramento estos monjes y estos sacerdotes renegados?

Pero hay algo más triste aún. Su doctrina deposita en el fondo de los corazones que
apestaron con su funesto fermento un germen de impenitencia. Los que niegan los
prodigios de amor del Sagrado Corazón de Jesús por nosotros no tardan en dar el
ejemplo de un prodigioso orgullo.

Tal es la causa de la dificultad que se experimenta en convertir a los herejes y los países
infestados de herejía. Ahora, ¿quién podrá alguna vez triunfar sobre este espíritu infernal
sino la devoción al Divino Corazón de Jesús con el espíritu de reparación con que ella
está enriquecida? Solamente ella podrá hacer de nuevo descender la lluvia de la gracia
sobre estas tierras resecas como el Sahara, por el viento abrasador de una soberbia
inveterada.

II. El Jansenismo

El Jansenismo nos hace tal vez más mal que el propio Protestantismo. Esta herejía, que
afectaba al rigorismo más exagerado, propugna como fin destruir la confianza en el
corazón de los fieles y los aparta de la recepción del sacramento de la Eucaristía, a fuerza
de exagerar las disposiciones que los hipócritas exigían para su recepción. Ellos querían
matar el amor a fuerza de respeto exterior. Contemporáneos, por otra parte, de la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús, lucharon contra ella con toda la rabia que el
infierno les inspiraba. Hoy, los gérmenes de este espíritu aún subsisten. Incluso ¡por
cuántos sacerdotes fue mal conocida, durante largo tiempo, la verdadera doctrina de la
Iglesia romana sobre la santa Eucaristía! La confianza y, por consiguiente, el amor no
existían sino en un pequeño número de almas, y la santa Eucaristía se encontraba
abandonada y despreciada. Los corazones enfriados ya no pueden comprender el amor
del Corazón Eucarístico de Jesús por nosotros. Hay aquí una misión reparadora de las
más fecundas y de las más difíciles de emprender. Debemos imbuirnos de amor por el
Corazón de Jesús, admitir su culto tal como nos enseña Santa Gertrudis y la Beata
Margarita María. Y después, llenos de este amor, llenos de compasión por los ultrajes
que los hijos ingratos, infieles, apartados, le hacen sufrir, nos es necesario arrancar en
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las almas las espinas de la falsa doctrina y combatir, por la simplicidad de nuestro amor,
las astucias de Satán.

Catalina Emmerich nos da un ejemplo notable de esta especie de reparación. ¡Como que
el amor se dislocaba espiritualmente en socorro de la casa de las nupcias atacada por el
enemigo! Ahí recogía enfermedades y dolores místicos, manifestados exteriormente por
señales sensibles. Los amigos del Sagrado Corazón de Jesús deben heredar el espíritu,
la vocación y los dolores de esta santa alma.

III. El Liberalismo

Pero Catalina Emmerich nos señala ya la herejía contemporánea salida del


Protestantismo y del Jansenismo y aún más peligrosa; representa el Liberalismo como
un hijo insolente que, desde la infancia, no tiene, por otra parte, sino el exterior, aliado
con los enemigos de Dios y lleno de desprecios por todo lo que lleva el nombre de
autoridad divina o humana.

¿No es este el espíritu que nos anima hoy? Hay católicos liberales; estos niegan o
atenúan lo sobrenatural y no admiten el Sagrado Corazón de Jesús sino en la punta de
los labios. Hacen de Él una abstracción metafísica y rechazan, sobre todo, el Corazón
material; bajo el pretexto de combatir el amor sensible, destruyen el propio amor. Estos
corazones todos ulcerados de orgullo no pueden comprender que un alma se embriague
de amor al Sagrado Corazón de Jesús y que este amor sea más fuerte que todas las
locuras de amor humano y carnal que, en realidad, hacen triunfar.

Otra doctrina de esta cátedra de pestilencia es la pretensión odiosa de aliar el espíritu


del mundo con el espíritu de Dios, Baal con Jesucristo, las tinieblas con la luz. ¡Qué
abundancia de amor simple, conmovedor, ingenuo y ciego de humildad nos es preciso,
para reparar estos ultrajes del que el Corazón de Jesús es colmado por sus propios
amigos! ¿Dónde ven, de facto, esta debilidad desesperante, esta indiferencia para el
Sagrado Corazón de Nuestro Señor, sobre todo en la Eucaristía, sino de este espíritu
mundano y liberal que apestó a un grandísimo número de almas y por el cual nosotros
mismos fuimos afectados hasta cierto grado?

Es para combatir a este hijo infernal del que habla Catalina Emmerich que queremos
emplear los medios que ella misma indica: un amor simple, primero, al mismo tiempo
que fuerte y generoso; después, la instrucción cristiana muy simple dada a los hijos que,
hoy, se apartan del Sagrado Corazón.

Resolución. – Buen Maestro, quiero ir hasta ti con simplicidad y rectitud. Dame esta
simplicidad de niño que tanto gustas ver reinar en nuestros corazones.

MEDITACIONES ANTERIORES
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Día 19
CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

PRIMERA MEDITACIÓN: El Cisma

En la misma noche en que el Señor fue entregado, dice S. Pablo, instituyó el


sacramento de nuestros altares y, unas horas después, unos amigos del Salvador, se
dieron vergonzosamente a la fuga y uno lo renegó.

A partir de ahora, es entre la traición, la negación de un lado y, de otro, la tibieza, la


negligencia, la indiferencia y el olvido que avanza la gran maravilla del amor del
Señor, o su tabernáculo entre los hombres.

El sacramento del amor encuentra en su camino los desprecios de la indiferencia y, a


veces, las cóleras del odio diabólico. ¡Qué dolorosas son estas cosas! ¿Por qué es
necesario que, después de haber contemplado el exceso de amor del Sagrado Corazón
de Jesús, tengamos que considerar el exceso de nuestra maldad? Pues es preciso. La
devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene como fin el amor bajo todas sus formas, y
nuestra ingratitud necesita de una de ellas: la Reparación.

I. Nuestro Señor pide una reparación especial para ciertos ultrajes

Además, es uno de los motivos en los cuales Nuestro Señor insistió más junto a la
Beata Margarita María para pedirle la institución de la fiesta y de la devoción a su
Sagrado Corazón. Consideremos, por tanto, el nuevo Huerto de los Olivos en el cual
se transforman muy frecuentemente nuestros sagrarios, meditemos sobre la reparación
19

que el Sagrado Corazón de Jesús nos pide por los ultrajes que Él recibe en su
Sacramento.

Muchos lo insultan; muchos vienen a clavar una espina en este Corazón que no vive
sino por ellos y que desciende de nuevo sobre la tierra para llevarnos al cielo; pero lo
que para Él es más sensible, es la indiferencia y la frialdad que encuentra, algunas
veces, también en los corazones que le son consagrados. Su ingratitud es la herida
siempre abierta, siempre sangrienta de este Divino Corazón. Nosotros pensaremos
muchas veces con una tierna compasión en este sufrimiento íntimo de Nuestro Señor,
bien convencidos de que, si podemos consolar el Corazón eucarístico de Jesús de la
amargura que le causan sus amigos, tenemos fácil también consolarlo de los ultrajes
que recibe de los extraños. Fue un discípulo, un apóstol, Judas, quien inauguró la
traición al Corazón de su Dios, de su amigo, de su hermano; aún tenía los labios rojos
de la Sangre Divina y pensaba ya en traicionar a su Maestro.

II. Los cismas hacen sufrir a Nuestro Señor

Los cismas de Oriente continúan, en una cierta medida, esta obra de las tinieblas.

Cuántas almas pueden encontrarse ahí de buena fe. Pero, ¿qué decir de aquellos que lo
comenzaron y de aquellos que, entreviendo la luz, no tienen el coraje de salir del
error?

¡Cuántas ofensas resultan de ahí para Jesús-Hostia! Los sacerdotes de estas iglesias
cismáticas tienen un verdadero sacerdocio. Consagran verdaderamente el Cuerpo y la
Sangre de Cristo. Nuestro Señor es su prisionero y como su esclavo. Se expone a esto
para poder visitar las almas de buena voluntad y darse a ellas.

Los sacerdotes de Oriente consagran, pero no tienen gran respeto por la Eucaristía
cuando la conservan. Su devoción un poco supersticiosa va antes a las imágenes que
honran. Las personas comulgan, pero, ¿qué pueden valer, la mayoría de las veces, sus
comuniones? Tienen una fe incompleta. Tienen también doctrinas falsas sobre los
sacramentos, no confiesan sus faltas interiores. ¡Qué triste todas estas misas y todas
estas comuniones! ¿Cómo es que Nuestro Señor puede exponerse a todos estos
ultrajes?

En verdad, Él nos amó hasta el extremo.

Todas las almas que están separadas del Vicario de Jesucristo están también separadas
de Cristo. Es la piedra fundamental, fuera de la cual ya no se está en la Iglesia. Hay
grados en la separación con el Vicario de Jesucristo. Todos aquellos que no le
obedecen totalmente se alejan de Cristo y, sin ser formalmente cismáticos, entristecen
a Nuestro Señor. Si no imitan la traición de Judas, se muestran débiles como los otros
20

discípulos y se alejan como ellos. Nuestro Señor no puede complacerse en descender a


estos corazones desobedientes.

III. ¿Cómo reparar este ultraje especial?

¿Cómo reparar tantos ultrajes? Con el culto amante y dedicado de la Eucaristía, por el
culto interior, sobre todo, por nuestros sentimientos de amor y de compasión, pero
también por una docilidad perfecta al Vicario de Jesucristo.

A todos los cismáticos les faltaba simplicidad y humildad. Tenían una confianza
orgullosa en su ciencia y en su juicio.

La devoción al Papa y la docilidad a todas sus directivas debe ser el carácter propio de
la devoción al Sagrado Corazón.

¿No hay analogías llamativas entre el Papa y la Eucaristía? ¿No es Nuestro Señor
quien nos dirige y nos instruye por su Vicario? Él vive en el Papa por una asistencia
especial.

Enseña, habla por medio de su Vicario. Dice a los apóstoles: “Quien os escucha, a mí
me escucha y quien os desprecia a mí me desprecia”. Esto debe entenderse también
acerca del Papa, al cual S. Pedro transmitió la plenitud de la autoridad apostólica.

La Eucaristía es Jesús que se inmola, Jesús que permanece con nosotros, que se da a
nosotros, que nos escucha y nos consuela.

El Papa es Jesús que nos dirige y nos enseña.

En la Eucaristía, es la presencia real de Jesús; en el Papa es su autoridad y su


enseñanza, con una asistencia especial.

Resolución.- Admiro, mi buen Maestro, pero de lo que comprendo, la inmensidad del


amor por el cual te entregaste a Tí mismo a los cismáticos. ¡Oh! ¡Cómo me gustaría
consolarte con un amor sin límites!

Día 18
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Día 18
TERCER MISTERIO: VIDA DE SACRIFICIO

SEXTA MEDITACIÓN: El sacerdocio de la Nueva Ley salió del Corazón de Jesús


como un río de amor y de vida

Hasta el Jueves Santo, la plenitud del sacerdocio eterno estaba concentrada en Nuestro
Señor Jesucristo. El Corazón de Jesús es como un abismo infinito para su Padre que
quiere glorificarlo y por los hombres, cuya redención va a consumar. De este abismo, el
cielo vio salir en ese día un doble río de amor y de vida: el sacerdocio y la Eucaristía.

Este doble río iba a expandir sus aguas divinas por toda la Iglesia de Dios para inundarlo,
vivificarlo, regenerarlo y santificarlo todo.

I. Presencia mística de Nuestro Señor en el sacerdocio

En aquel día, fueron fundadas aquí abajo la presencia física de su Carne y de su Sangre,
en millones de sagrarios, y la presencia moral de su sacerdocio, en millones de almas
escogidas.

La presencia sacerdotal de Jesús tiene como fin, antes de nada, producir y revelar su
Presencia Eucarística. Nuestro Señor se une moralmente al sacerdote y habita en él por
su gracia, para que éste revele al mundo los secretos de su vida eucarística.

Dios sigue en la Iglesia una conducta semejante a la que siguió en la Creación. Después
de la obra de seis días, parece haberse retirado; se vela y deja a las criaturas el cuidado
de transmitir el movimiento, la luz, la actividad, la vida… Así, Nuestro Señor, tras haber
instituido la Eucaristía, fundado el sacerdocio y la Iglesia, regresó al cielo. Se esconde
después de la Ascensión. La tierra no quitará el velo hasta el Fin de los Tiempos; y, si
permanece con nosotros, es de una manera invisible, velada, aunque real. Y encargó a
22

sus sacerdotes consagrarlo, revelarlo, distribuirlo, ser los propagadores de su luz, de su


amor, de su vida.

La Providencia ilumina, calienta y vivifica la naturaleza, sobre todo por el Sol. ¡El
Sacerdocio es el Sol sobrenatural del que Jesús se sirve para iluminar, vivificar, divinizar
las almas! ¡Los sacerdotes son los propagadores de Dios en las almas! (Sauvé: Jesus
íntimo).

II. Ejercicio del sacerdocio

Una de las más funestas ilusiones es la de, al mirar la naturaleza, olvidar a Dios que se
esconde por detrás de ella como bajo un velo transparente.

Es así como se desconoce también la acción universal, continua, infatigable, del divino
sacerdocio que se disimula bajo la acción de los sacerdotes, bajo los sacramentos y todos
los demás medios de santificación.

Nuestro Señor hace mucho por Sí mismo; ningún alma escapa a su acción. Pero Él hace
también mucho a través del sacerdote. Él esconde su divina influencia bajo la palabra
sacerdotal, bajo los sacramentos que el sacerdote administra, bajo la Sagrada Escritura
y el ejemplo de los santos que el sacerdote explica a los fieles.

El sacerdote lucha contra el error y el mal. ¡Qué sería de la tierra sin su Luz y su acción
que se oponen por todas partes a los demonios y a los malos instintos de la naturaleza?
¡Cuántas ilusiones y cuántos errores disipan!, ¡cuántos pecados previene!

Pero las gracias positivas que expande son aún más maravillosas.

En la persona del sacerdote, es el sacerdocio de Jesucristo el que bautiza, el que


absuelve, el que consagra, el que une los esposos, el que bendice a las Vírgenes. Es el
sacerdocio de Jesucristo el que lleva la fe a los bárbaros; es Él quien, por el Santo
Sacrificio, libra a las almas sufrientes del purgatorio y glorifica las que subirán al Cielo
aumentando en ellas la visión beatífica.

III. Los sacerdotes son como el corazón de la Iglesia

La gracia sacerdotal hace que, por estado, los sacerdotes sean como el corazón de la
Iglesia, el órgano más íntimo y más influyente de Jesús, el principal motor por el cual
su sacerdote lleva la vida a todas partes. Es preciso también que el sacerdote sea el
corazón de la Iglesia por las virtudes, por la piedad, por la oración, por el fervor, por el
celo.

El sacerdocio se perpetúa en el cielo. ¿Los sacerdotes serán aún ahí asociados a la acción
sacerdotal de Cristo? Si han de dirigir los coros de los santos, no lo sabemos.
23

Pero, si fueran fieles sobre la tierra, experimentarán mejor que nadie la acción del
sacerdocio de amor de Cristo, serán como el corazón de la Iglesia en el cielo (Sauvé:
Jesús íntimo). “Alégrate, sacerdote, exclama Santa Catalina de Siena, reza, trabaja,
sufre con ánimo. ¡Qué feliz es tu corona! ¡Qué amado serás y cómo amarás en el cielo!”
(Diál., 131).

Resolución.- Jesús, no quiero volver a olvidar la presencia moral de tu sacerdocio en


los sacerdotes. Quiero pensar en esto muchas veces. Te doy gracias por ellos.

Día 17
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Día 17
TERCER MISTERIO: VIDA DE SACRIFICIO

QUINTA MEDITACIÓN: El Corazón Sacerdotal de Jesús

Jesús es sacerdote. En el salmo 109, David dice: “Dios juró a su Ungido, tu eres
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec”. Desde que una Persona Divina
se encarnó, debía ser, antes de todo, el sacerdote de Dios, porque la glorificación del
Nombre Divino es el fin esencial de las obras divinas, y porque un Dios que se hace
hombre debe ser el jefe de la religión de toda criatura.

Jesús es sacerdote, pero vamos a ver que, en su sacerdocio, es preciso, sobretodo,


considerar su Corazón.

I. Es por su Corazón como Jesús ejerce principalmente su sacerdocio

Es su amor, de hecho, el que lo inspira y lo guía en su inmolación para la gloria de su


Padre y para nuestra salvación.

La Iglesia nos lo recuerda en la santa Liturgia. En el himno del tiempo pascual, Ad regias
agni dapes, nos muestra el amor-sacerdote, o el Corazón sacerdotal de Jesús ofreciendo
el Sacrificio Redentor.

Divina cujus caritas

Sacrum propinat sanguinem

Almique membra corporis


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Amor sacerdos immolat.

“Fue la Caridad, es el amor-sacerdote, quien derramó la Sangre e inmoló la Carne del


Divino Cordero sobre la cruz”.

La vida de Jesús fue totalmente un sacrificio de amor. Escogió la pobreza y el trabajo,


para su vida escondida; las fatigas, los desprecios y las contradicciones, para su vida
pública.

“Como amaba a los suyos, los amó hasta el final” (Jn 13). Va de frente a sus enemigos
a Jerusalén, se entrega a sus perseguidores, a sus verdugos, a Judas que lo traicionó, a
los sacerdotes y a Pilatos que lo condenan, a los soldados que lo flagelan, lo insultan y
lo crucifican. “Es, dice, para que el mundo sea testigo del amor que Yo tengo a mi
Padre” (Jn 14).

S. Pablo nos muestra también la fuerza del Sacrificio Redentor en el amor: “Él me amó
y se entregó por mí” (Gal 2).

Nuestro Señor dice también: “¿No es la mayor señal de amor dar su vida por los
amigos? (Jn 15).

Fue sobre todo, entonces, por su Corazón como Jesús ejerció su sacerdocio.

II. El Corazón sacerdotal de Jesús es el órgano de un culto perfecto de amor y de


reparación a su Padre

La alabanza infinita que este Verbo es, en persona, en la eternidad, lo transportó al


mundo. A esta alabanza eterna se unen la adoración, la gratitud, la oración de la
humanidad que hipostáticamente unió a Sí.

Y como Cristo, aunque puro y perfecto en Sí mismo, es el jefe de la humanidad caída,


ofrecerá también a su Padre un sacrificio de expiación para reparar la gloria de su Padre
ultrajada.

Pero, ¿qué víctima ofrecerá Él a su Padre? Una víctima de un precio infinito, solo una
Víctima Divina puede ser adecuada a la gloria de Dios.

El Corazón de Jesús, ofreciéndose, por tanto, a Sí mismo, será sacerdote y víctima. Él


se inmolará como una hostia de amor, de gratitud, de reparación y de oración. Se
inmolará muriendo de amor, dando su vida, al mismo tiempo que sus verdugos se
esfuerzan por quitarla. “Yo doy mi alma por Mí mismo, dice, y nadie podrá
arrebatármela” (Jn 10).
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III. Fue también por amor a nosotros que el Corazón sacerdotal de Jesús ofreció
su Sacrificio

Es para rescatarnos y para ganar nuestros corazones por el carácter de esta redención.

Pensaste, sin duda, oh Jesús, que no bastaría para emocionar nuestros corazones tan
duros decirnos tu amor y mostrarlo también rescatándonos por algunas humillaciones,
y te dijiste a Ti mismo: “Les di mi amor en un lenguaje cuya fuerza les toque. Después
de haber vivido en la debilidad, en los trabajos, en la oscuridad, en los sufrimientos,
moriré por ellos en la cruz, Yo, el Hijo de Dios”.

No es todo, Señor; para partir el hielo de nuestros corazones, quisiste aún multiplicar tu
Sacrificio por toda la tierra y eternizarlo.

¡Víctima ofrecida y aceite desde el primer instante de tu concepción, permaneciste


sacerdote y víctima para la eternidad! Tú lo eras en Nazareth, en el Calvario, Tú lo eres
en el cielo, donde los ángeles y los santos te adoran como el Cordero inmolado.

Sacerdote y víctima, todo cristiano debe serlo en una cierta medida. Todo sacerdote de
la Nueva Ley debe tener un corazón de sacerdote y de víctima como Jesús.

Resolución.- Jesús, sacerdote y víctima, hazme compartir tu gracia, vuélveme


semejante a Tí; tu Corazón de sacerdote intercederá por mí, bendíceme, consuélame,
guíame.

¡Pueda mi corazón sacerdotal inmolarse, a su vez, sin reservas, por Tí!

Día 16
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Día 16

TERCER MISTERIO: VIDA DE SACRIFICIO


CUARTA MEDITACIÓN: Lección de obediencia

Es una enseñanza maravillosa, lleno de luz y de gracias, el de la obediencia de Jesús en


el Santo Sacramento.

I. Perfecta obediencia de Jesús

Jesús obedece a todos los sacerdotes, sin distinción, buenos o malos. Viene a nuestros
corazones profanos y manchados por el demonio. No rehúsa colocarse en presencia de
su enemigo, porque tiene una ley inviolable: la obediencia, por amor a su Padre. Nada
lo retiene ni lo arrastra fuera de este camino, ningún pretexto de dignidad o de
conveniencia. La voluntad de su Padre constituyó su alimento, su reposo, su beatitud,
su gloria y a su única vida.

Jesús Eucaristía no tiene más vida propia que un muerto. Su movimiento es únicamente
la obediencia, de la cual Dios recibe una alabanza sin fin. ¡Oh! ¡Qué ejemplo! Jesús no
tiene más vida que el impulso de su Padre; su dependencia de Dios es tan perfecta que
su amor por Él es infinito. No vive sino en Dios y no forma un único acto, no hace un
único movimiento fuera de esta única y total dependencia. Si está a nuestra disposición,
si obedece a un sacerdote, es aún a su Padre a quien obedece, porque prometió a su
Padre darse a nosotros. No se retracta. Es así que, obedeciendo a nuestros superiores,
obedecemos a Dios, porque Dios quiere que les obedezcamos.

¡Oh! ¡Qué gloria da Jesús a Dios! ¡Y qué complacencia tiene Dios en este Hijo
bienamado, viéndolo en esta actitud abajada y humillada! Él tomó la forma de esclavo,
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Él, que es Dios. ¡Qué ejemplo sublime! Jesús mío, ¿quién no quisiera seguirte, para
honor de tu Padre y para consuelo de tu Corazón, víctima de obediencia?

II. La redención es su fruto

Sin la obediencia, la obra de la Redención habría sido nula; y esto se comprende. Todo
pecado es una desobediencia, todo acto de reparación y de rescate debe ser un acto de
obediencia.

Para que la obediencia sea perfecta y verdaderamente redentora, debe ser recibida en el
corazón; su principio debe ser el amor. También David nos muestra al Redentor
trayendo al mundo la voluntad de Dios, escrita en su Corazón (Sal. 39). La verdadera
marca de la perfección de un alma es que ella haya llegado al punto de estar totalmente
muerta a su voluntad, que no pretenda, que no desee de modo alguno hacer lo que
quisiera; a todos obedece por Dios. ¡Oh Jesús! ¿Quién nos dará almas de estas,
verdaderamente muertas a sí mismas, para continuar tu sacrificio del Calvario y de la
Eucaristía?

III. Nuestra obediencia

Jesús no recibe impulso más que de Dios su Padre: “No hago mi voluntad, decía, sino
la de mi Padre”. Nosotros no debemos recibir impulso más que del Espíritu de Jesús.
Él debe ser nuestro pensamiento, nuestra palabra, nuestros actos, nuestros movimientos,
nuestra alma, nuestra vida. “Ya no soy yo quien vivo, es Jesús, es su espíritu, es su
Corazón el que vive en mí”.

Obediencia total a Dios, dependencia solo de Él: ¡qué extensión y qué profundidad en
estas dos palabras! Mi alma está llamada a entrar ahí, a vivir ahí, a desaparecer bajo
Jesús y su Divino Espíritu. Jesús en el Sagrario no es ya nada bajo este pan que lo cubre:
el alma víctima no tiene otro modelo a seguir.

Tendré siempre este modelo ante los ojos. Amaré la obediencia como lo ama mi Jesús.

Viviré en ella sin reservas. Hago un pacto con toda mi vida personal, con todas mis
voluntades y apreciaciones naturales. Es para siempre que digo adiós al yo humano, a
las obras y a los deseos del viejo Adán que siempre quiere ser alguien y gobernar.

La obediencia a Dios es la vida de Dios en nosotros. Es, por tanto, la victoria de Dios
sobre nuestras pobres facultades. “El alma más obediente, decía Margarita María, hará
triunfar al Sagrado Corazón”. Y esta santa alma, ¡qué admirablemente obediente era!

¡Cómo hablaba ella tan admirablemente de esta virtud! “Interiormente, escribía,


obedeceréis fielmente los movimientos de la gracia para los actos de las virtudes; en
cuanto a lo exterior, obedeceréis amorosamente a aquellos que tienen el poder de daros
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órdenes, pensando en estas palabras: Jesús fue obediente, quiero, por tanto, obedecer
hasta el último suspiro de mi vida. Y vuestras obediencias serán para honrar las de
Jesucristo en el Santo Sacramento; si sois fieles en hacer la voluntad de Dios en el
tiempo, la vuestra se cumplirá durante toda la eternidad”.

“En verdad, decía aún, parece que toda la felicidad de un alma consiste en volverse
conforme a la santísima voluntad de Dios. Es ahí que nuestro corazón encuentra su paz,
nuestro espíritu su alegría y su reposo, porque quien adore a Dios se vuelve con Él un
mismo espíritu. Y creo que este es el medio de hacer nuestra voluntad; porque su
amorosa bondad aprecia contentarse en aquella en la que no encuentra resistencia”
(Carta XIX a la Madre de Sourdeilles).

Resolución. – ¡Dios mío, bendice y haz fecundas mis pobres resoluciones! Quiero
fuertemente, quiero, frente a todo y contra todo, inmolar sobre el altar de tu Corazón
toda mi vida natural con toda mi voluntad y libertad.

Día 15
30

Día 15

TERCER MISTERIO: VIDA DE SACRIFICIO

TERCERA MEDITACIÓN: Lecciones de pobreza y desprendimiento que nos da


Jesús-Hostia

La pobreza eucarística fue llevada hasta los últimos límites de lo posible en nuestra
Santa Víctima del altar.

I. Pobreza exterior

¿Dónde está la gloria de Jesús en la santa Hostia? ¿Dónde están los ricos vestidos?

¿Dónde están las satisfacciones sensibles?

Sin duda, damos a la Divina Hostia vasos de oro, sagrarios de mármol precioso, pero
todo esto fuera de Él, todo esto es exterior y como extraño.

Él no tomó para Sí sino las apariencias más vulgares y más frágiles. Se contenta tanto
con un sagrario de madera, como con un sagrario de mármol. Está expuesto a todo,
también a la profanación, al abandono, a los desprecios, a los ultrajes. Prefiere el
sagrario de madera del misionero al altar de mármol de las ciudades, donde es muchas
veces olvidado. Permanece incluso bajo la pequeña partícula que cae y se pierde en el
suelo polvoriento de la iglesia.

Con esta pobreza nos enriquece Dios: Jesús se hizo pobre, dice San Pablo a los
Corintios, para que seáis enriquecidos con su pobreza. El apóstol hace alusión a la
pobreza de Belén, de Nazareth, y al desprendimiento del Calvario. Los
31

desprendimientos de la Eucaristía son más sublimes aún. ¡Y son tan desconocidos y


olvidados!

II. Pobreza interior

La pobreza exterior abre un bello camino para la pobreza interior que constituye el fondo
de la virtud de la pobreza.

Jesús practicó esta última con una perfección que sólo Él podría alcanzar, porque fue
solamente en Él en quien Dios reinó plenamente. El reino de Dios no se establece sino
en el verdadero pobre que se desnudó de sí mismo y de las criaturas, que no se busca a
sí mismo en los dones de Dios, que muere incesantemente a todas las cosas sensibles,
que ya no tiene deseos, pensamientos, movimientos que le sean propios, que no vive
sino del espíritu de Dios, que de nada quiere saber sino de Dios, que nada busca fuera
de Él, que permanece en su pequeñez y en su dependencia. Va derecho al puro amor.

¿No es todo esto el Corazón de Jesús? Un pobre religioso tiene aún algún cuidado con
el vestido y con el pan, y su corazón está ocupado con estas cosas. Jesús-Eucaristía no
tiene ningún cuidado por los vestidos que lo cubren. ¡Son tan poca cosa para Él! ¡Oh
adorable Jesús! El único pobre y el único donde Dios plenamente reinó y sin resistencia,
¿quién podrá comprender el prodigio de tu pobreza eucarística? Esta pobreza única da
una gloria infinita a Dios tu Padre.

III. Nuestra pobreza

La pobreza eucarística de Jesús no ofrece, como su pobreza de Nazareth, un ejemplo


sensible y fácil para imitar, pero inspira un espíritu de pobreza que ha de encontrar su
realización en nuestra vida, según la vocación de cada uno de nosotros.

Está en nosotros, ahora, buscar qué grado de pobreza exterior, la voluntad divina nos
pide. Y si nuestro estado de vida no pide la pobreza exterior absoluta, queda practicar
la pobreza espiritual, el desprendimiento, que forma la primera bienaventuranza
promulgada por Nuestro Señor: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque el
Reino de Dios les pertenece”. Queda también la pobreza interior, el desprendimiento de
sí, de la voluntad propia, del amor propio, del don total de nosotros mismos a Nuestro
Señor, su voluntad, su dirección, manifestada por nuestra regla de vida y por su
Providencia.

¡Oh feliz pobreza! ¡Bendito sea el día en que, viéndonos perfectamente desprendidos de
todo lo que es terrestre, estaremos ricos de Nuestro Señor y de su vida en nosotros, de
su Corazón Divino, viviendo y reinando en nuestros corazones!

La Beata Margarita María nos dice, bajo la inspiración del Sagrado Corazón, que el
alma más desnuda y más despojada de todo más poseerá el Corazón de Jesús. “No es
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sino el perfecto despojamiento de vosotros mismos y de todo lo que no es Dios, escribe,


como encontraréis la verdadera paz y la perfecta felicidad; porque no teniendo nada,
tendréis todo en el Sagrado Corazón de Jesús. Sed pobres y el Sagrado Corazón os
enriquecerá. Desembarazaos de todo y Él os colmará. Olvidaos de vosotros mismos y
abandonaos a Él, y Él pensará en vosotros y cuidará de vosotros. No os puedo decir
otra cosa, sino que el desprendimiento de vosotros mismo os llevará a la unión con
vuestro soberano Bien. Olvidándoos de vosotros mismos, lo poseeréis y,
abandonándoos en Él, Él os poseerá. ¿Y qué mayor bien que no ser nada para el mundo
ni para nosotros mismos, para ser poseído por Dios y nada poseer sino a Él?” (Lettres
et avis, t. II).

“En la santa Eucaristía, decía aún la Beata, mi Jesús se hace pobre. Él está allí en un
desnudamiento de todo, que se colocó en estado de recibir de sus criaturas todo lo que
ellas le quisieran dar y prestarle. Para ganar su Corazón todo amable, es preciso
imitarlo por nuestro voto de pobreza: dejándonos dar o tirar las cosas, como si
estuviésemos muertos o insensibles a todo; mirándonos como pobres a quien todo se da
por caridad, y pensando que se nos despojase de todo, no cometerían ninguna injusticia
a nuestro respecto (Sa vie, p. 94. Avis 15).

*****

Resolución.- Ayúdame, Divino Corazón de Jesús. Toma mi voluntad, toma mi corazón.


Establece tu Reino absoluto en mi pobre alma. ¿No sería suficientemente rico, si tuviese
la felicidad de estar unido a Tí?

Día 14
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Día 14

TERCER MISTERIO: VIDA DE SACRIFICIO

SEGUNDA MEDITACIÓN: Los abajamientos eucarísticos

¿Quién podría descubrir un Dios bajo las frágiles especies sacramentales, bajo el velo
que lo recubre y la oscuridad que lo envuelve? Solamente la fe puede penetrar en el
misterio de sus incomprensibles abajamientos.

I. Los abajamientos eucarísticos

¡Es esta apariencia de pan la que esconde un Dios! Él podría usar su poder, mostrar su
gloria para atraer a Sí todos los corazones, ¡no lo hace!… La obra de su Padre se realiza
en un cúmulo de abajamiento, de humillación, oprobio, pequeñez. – ¡Oh humildad!
¡Virtud por excelencia, que encadena a Jesús bajo estas aparentes impotencias, avanzáis
tanto en el corazón de vuestros amigos y de vuestras víctimas de modo que su soledad,
sus humillaciones y sus oprobios hagan sus delicias y su tesoro!

Unámonos a los abajamientos de Jesús, la Única Víctima digna de Dios, la única cuya
destrucción presta a Dios una gloria digna de Él.

El sentimiento de la grandeza de Dios y de su majestad ultrajada nos inspira el deseo


profundo de la humildad y del abajamiento a sus pies para mejor honrar su ser eterno y
reparar las ofensas que le son hechas.

II. Cómo una víctima debe comulgar en el abajamiento eucarístico

Si un alma tiene inclinación por la vida de víctima, si quiere ofrecerse como hostia de
reparación y de propiciación al Sagrado Corazón de Jesús, debe comulgar muy
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especialmente en los abajamientos eucarísticos. Desde que se constituyó víctima, su


detención es pronunciada, y es preciso que ella lleve hasta el final la gracia de este
sagrado y divino carácter que hace de ella un ser abandonado y despreciado, un ser de
nada, porque tomó sobre Sí el pecado y las miserias de todos. Es el chivo expiatorio
expuesto a la execración de todos.

En el Santo Sacramento, Jesús desaparece bajo las apariencias más comunes y se da en


alimento al hombre. ¿Puede haber un abajamiento más profundo? Orgullo humano, ¡qué
confundido estás! El abajamiento ante Dios es, por tanto, infinitamente necesario para
la víctima que lleva la cualidad de pecador en sí misma y en los pecados de los otros
para los cuales quiere pedir gracia.

Debe tener la más elevada idea de la grandeza y de la santidad de Dios y un amor


apasionado por su propio abajamiento. Debe honrar a Dios, sobre todo a través de estos
abismos de abajamiento en que Dios se sumerge.

¡Pueda Nuestro Señor suscitar muchas almas verdaderamente víctimas para gloria de
Dios y progreso de la Iglesia!

III. Sufrimientos místicos de la Eucaristía

Nuestro Señor no sufre en la Eucaristía. Desde su Resurrección, Él es impasible. Pero,


a veces, se muestra a sus amigos bajo las apariencias de sufrimiento. Se aparecía a
Margarita María, todo cubierto de llagas. “Un día, dice la Beata, mi Salvador se
presenta a mí como un Ecce homo, todo lacerado y desfigurado, diciendo: Cinco almas
consagradas a mi servicio me trataron así, comulgando sin fervor”. Y el buen Maestro
le pedía besar sus llagas, para suavizar el dolor. Esto quiere solo decir que nuestros
pecados serían suficientes para arrancarle lágrimas y para crucificarlo de nuevo, si aún
pudiese sufrir, como observaba San Pablo (Hb 6,6).

Pero sus amigos deben experimentar algo de los sufrimientos que el buen Maestro ya
no puede soportar. ¿La visión y la meditación de estos sufrimientos místicos de Jesús
Hostia no son ya suficientes por sí solos para abismarse en las angustias y mantenernos
como bajo una prensa?

Sus angustias eucarísticas, Jesús las sufrió por anticipado en Getsemaní. Él preveía todas
las ingratitudes de las que sería objeto. El peso de nuestros pecados lo aplastaba. Pero
nuestras reparaciones le eran presentadas por el ángel en el cáliz del consuelo. ¡Oh!
¡Llenemos este cáliz con nuestras lágrimas, nuestros arrepentimientos, nuestras
inmolaciones! ¡Pueda el buen Maestro reposar en nuestros corazones y encontrar ahí
una humildad, una pureza, un amor que sea su consuelo!
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Jesús olvidado en el Santo Sacramento, Jesús tocado por manos profanas, y colocado
en corazones sacrílegos: ¿no es éste un espectáculo capaz de partir nuestros corazones?
Abracemos la vida de víctima, como Él mismo hizo.

Renovemos nuestro fervor por todos los ejercicios eucarísticos, por la Santa Misa, la
comunión, la visita al Santísimo Sacramento.

Es bajo los velos eucarísticos como el Sagrado Corazón quiere ser particularmente
amado por nosotros, como los ángeles y los santos honran en el cielo su vida gloriosa.

Él lo dice varias veces a la beata Margarita María: “Tengo sed, decía, pero una sed tan
ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me
consume; y no encuentro ninguno que se esfuerce, según mi deseo, por quitarme la sed,
retribuyendo, de cierto modo, mi amor.”

*****

Resolución. – Buen Maestro, me uno a todos tus Santos Reparadores. Me uno a


Margarita María. Me uno a tu Santa Madre, que lloró el sacrilegio de Judas.

Día 13
36

Día 13

TERCER MISTERIO: VIDA DE SACRIFICIO

PRIMERA MEDITACIÓN: Del acto del Sacrificio Eucarístico o de la Santa Misa

Ya lo dijimos, el Sagrado Corazón de Jesús está siempre en estado de sacrificio. Para


él, la inmolación consiste en la ofrenda continua que hace de su amor, de sus méritos,
de sus acciones, de sus sufrimientos y de su muerte, que no cesa de aplicarnos. Es, por
tanto, con razón que el santo cartujo Molina dice que toda la vida del Salvador, su vida
figurada en el Antiguo Testamento, su vida mortal después de la Encarnación, su vida
sufriente en la Pasión, su vida gloriosa y eucarística en el cielo y en nuestros altares no
eran sino una misa permanente, esto es, un sacrificio incesante.

La inmolación fue corporal y sangrienta y no puede serlo sino una sola vez, en el
momento en que moría de amor sobre la cruz, pero existió siempre real y mística en el
Sagrado Corazón de Jesús el cual es, propiamente hablando, el amor y la inmolación
encarnados.

I. Del propio acto de sacrificio

En la vida eucarística del Salvador, era necesario un acto exterior de sacrificio que
hiciera sensible lo que pasaba en su Corazón Divino: este acto es el augusto sacrificio
de la misa.

Los elementos que constituyen el Santísimo Sacrificio son:

1º la Transubstanciación, esto es, el cambio de la sustancia del pan en la sustancia del


Cuerpo de Jesús y de la sustancia del vino en la de su Sangre;
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2° la ofrenda que el Sagrado Corazón de Jesús hace de sí mismo, de su Cuerpo, de su


Sangre, de todos sus méritos, de todas sus acciones, de todos sus misterios y de su
muerte sobre el Calvario;

3° la sustitución mística que Él hace de nosotros en Él como víctima y como sacerdote;

4° el acto del sacerdote que opera el prodigio de la Transubstanciación y ofrece a


Jesucristo a Dios en nombre de la Iglesia y por la Iglesia.

El Santo Sacrificio no es otro sacrificio sino el de la cruz; es su renovación mística y la


continuación, excepto la muerte física que no es esencial para una muerte real, porque
la esencia del sacrificio consiste, sobre todo, en la oblación del corazón y no degollar la
víctima, cuando esta víctima es un ser espiritual; de modo que la muerte de Jesús es
renovada, realmente, por la oblación que de Sí hace su Divino Corazón. Por otra parte,
todos los misterios de Jesús están representados en el augusto Sacrificio y también todos
los estados de la Iglesia.

II. De los primeros elementos del sacrificio

A. El primer elemento del Santísimo Sacrificio, que hace de él una inmolación real, es
la Transubstanciación: mysterium fidei, dice el sacerdote en el momento en que
consagra; es, de hecho, lo más inexplicable de todos los misterios; el pan y el vino no
son aniquilados, como algunos imaginan, pero su sustancia se cambia en sustancia de
Cuerpo y de Sangre de Jesucristo y solo quedan las especies o apariencias. Es así que la
Carne del Salvador es verdaderamente un alimento y su Sangre verdaderamente una
bebida. No podemos entrar aquí en todas las consideraciones de que se ocupa la teología
dogmática y vamos a hacer solo una observación: algunos pensarán que no se
encontraba presente sobre el altar más que la propia sustancia de Cuerpo y de Sangre de
Jesús; pero esto es imposible, dice Santo Tomás, porque la presencia total del Salvador
es inseparable e indivisible, de modo que la Humanidad Santa total del Salvador es
inseparable e indivisible, de modo que la Humanidad Santa, totalmente unida a la
Divinidad, desciende sobre el altar por el misterio de la Transubstanciación. La
Transubstanciación renueva místicamente:

1° el misterio de la Encarnación, porque, por las palabras sacramentales, Jesús entra en


su vida eucarística como, por el fiat de María, entró en su vida mortal; pero, los velos
eucarísticos representan en vivo la vida escondida de Jesús en Belén y en Nazaret;

2° el misterio de la muerte de Jesús por la separación del pan y del vino y también por
el cambio de sustancia, aunque este cambio se dé en el pan y en el vino, y no en el
Cuerpo y en la Sangre de Jesús;
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3° los misterios de la vida gloriosa, porque el pan y el vino son cambiados en el Cuerpo
y en la Sangre, elevados al estado glorioso y la Humanidad santa glorificada reposa
sobre nuestros altares y en nuestros corazones por la santa Comunión.

4° la Comunión de los Santos o la unión de todos los corazones de los hijos de la Iglesia
en el Sagrado Corazón de Jesús por la santa Comunión.

5° los misterios de nuestra vida de acción de gracias y de alegría en el cielo por el estado
que sigue a la comunión de las santas especies;

6° en fin, los misterios de la vida apostólica fueron representados por el ministro


sagrado, al leer el Evangelio y al recitar el Credo.

B. El segundo elemento del Santo Sacrificio, que se une inmediatamente a la


Transustanciación, es la ofrenda que el Sagrado Corazón de Jesús hace de Sí mismo, de
su Cuerpo, de su Sangre, de sus méritos, de sus misterios y, en particular de su muerte.

1º Esta ofrenda parte sobre todo del Sagrado Corazón de Jesús. Su boca divina no habla,
pero es su Corazón, su amor que se ofrece así, del mismo modo que se ofrecía sobre el
Calvario. Es la continuación de su vida de amor y de inmolación.

2° Esta ofrenda se hace a Dios por el Sagrado Corazón de Jesús, a fin de prestarle la
mayor gloria posible; y, una vez que el Sagrado Corazón de Jesús está unido al Verbo
de Dios, la ofrenda es infinita, tiene un mérito infinito y presta a Dios una gloria y un
amor infinitos.

3° Esta ofrenda se hace por nosotros, para aplicarnos todos los frutos de la inmolación
del Sagrado Corazón de Jesús que recibimos, todavía proporcionalmente las
disposiciones más o menos perfectas en las cuales nos encontramos. Los frutos del
Divino Sacrificio se dividen en tres partes: la de La Iglesia Universal, la de las personas
por las cuales ofrecemos el Augusto Sacrificio, la del sacerdote que ofrece. Los
sacerdotes consagrados al Sagrado Corazón de Jesús, al celebrar el Santo Sacrificio,
tiene siempre la intención de prestar al Sagrado Corazón de Jesús para la mayor gloria
y el mayor amor posibles, abandonando todo lo que pueden abandonarle en los frutos
del Santo Sacrificio.

Es fácil ver que el Sagrado Corazón de Jesús tiene la mayor parte en el sacrificio de la
Misa. Él es el sacerdote, el altar y la víctima. ¡Oh Corazón sacerdotal, como eres digno
de amor y de gratitud!

III. De los otros elementos del sacrificio

C. El tercer elemento que se liga también inmediatamente a los otros dos es la


sustitución admirable que el Sagrado Corazón de Jesús hace de nosotros en Él.
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El Corazón eucarístico de Jesús, en el momento del Santísimo Sacrificio, ve nuestras


disposiciones, nuestras oraciones, nuestros deseos, y se coloca en nuestro lugar para
pedir a Dios lo que deseamos, si esto fuera verdaderamente útil para el bien de las almas.
Él pide, solicita las gracias que imploramos, como si fuese para Él: “Yo vivo, dice, de
tal modo, que hablo en vuestro nombre: concédeme para él la humildad, la dulzura”.

Es lo mismo para las acciones de gracias, las reparaciones, las adoraciones y los actos
de amor que hacemos; Él los repite, los hace suyo, y les da enseguida un valor infinito.

Es una especie de Transubstanciación que obra, así, el Sagrado Corazón de Jesús;


cambia en vino de amor el agua de nuestras disposiciones imperfectas. ¡Ah!¡Qué
infelices son aquellos que llevan a la misa solo una atención distraída, deseos mundanos,
a veces criminales. Entonces, nada cambia y salen fríos y vacíos del templo donde el
Sagrado Corazón de Jesús los esperaba para acumularnos de gracias.

Sin embargo, el pecador arrepentido obtiene siempre la gracia de la contrición, no


solamente imperfecta, más también perfecta, como enseña el Concilio de Trento.

No es preciso decir que la oración, la acción de gracias, el acto de amor, de reparación


y de adoración que el Sagrado Corazón de Jesús hace en nuestro nombre es siempre
aceite para la Majestad divina, no como si todo aquello viniese de nosotros que no somos
nada, sino como del propio Corazón de aquel en el cual el Padre coloca todas las
complacencias. Ahí está el gran misterio de la mediación, el acto sacerdotal del Sagrado

Corazón de Jesús, por el cual nuestras acciones hechas en estado de gracia, nuestras
intenciones y nuestros afectos se vuelven las suyas, según, todavía, el grado de unión
que nosotros tenemos con Él.

¡Ah! No llevemos al santísimo Sacrificio sino un solo deseo, el de amar el Sagrado


Corazón de Jesús, de inmolarnos por Él, de vivir de su vida y, únicamente por su amor,
y estemos seguros de ser siempre y perfectamente atendidos.

D. El cuarto elemento del Sacrificio es la cooperación del sacerdote; si él no dice las


palabras sacramentales, si no tiene la intención de celebrar, el sacrificio se vuelve,
entonces, imposible. Jesucristo es, sin duda, el verdadero sacerdote, como es la
verdadera víctima, pero une de tal modo al sacerdote a su acción sacerdotal, hace de él
su cooperador tan necesario que, si este último falla, el mayor y el más fecundo de los
misterios no puede tener lugar.

Para completar lo que dice respecto al santo Sacrificio de la misa, digamos una palabra
sobre sus ventajas inmensas.

Él obtiene ex opere operato, esto es, por sí mismo, abstracción hecha de los méritos del
celebrante, una gloria infinita para Dios y un bien incalculable para la Iglesia. Esta
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ventaja es tal que todos los méritos de la Santísima Virgen, de los ángeles y de los santos,
todo lo que hay de bello y de santo, todo eso, digo, no es nada en comparación con una
sola misa.

En cuanto al sacerdote que celebra, a los fieles por los cuales el Sacrificio es aplicado o
que a él asisten, si están en estado de gracia, reciben siempre un bien inmenso del
Santísimo Sacrificio, y esto ex opere operato; pero cuanto más estuvieran dispuestos,
más aptos estarán para aprovechar estas gracias, cuya medida les es dada, por
consiguiente, ex opere operantis. Quien estuviese perfectamente dispuesto, recibiría
toda la eficacia del Sacrificio y por la audición o celebración de una sola misa, alcanzaría
gracias tales que ninguna inteligencia finita sabría calcular. Nosotros tenemos un medio
muy propio para entrar en estas disposiciones: el deseo sincero y eficaz de prestar al
Sagrado Corazón de Jesús por la Santa Misa la mayor gloria y el mayor amor que Él
pueda recibir.

*****

Resolución.- El espíritu de la misa debe ser el de toda mi vida. Debo imbuirme de él


cada mañana, tan fuertemente que mi día esté todo impregnado por él. Unirme a las
disposiciones del Corazón de Jesús en la Eucaristía, como la gota de agua se une al vino
del Sacrificio.

Día 12
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Día 12

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN

SEXTA MEDITACIÓN: Convite al amor del Sagrado Corazón, nuestro amigo, en


la Santa Eucaristía

El Cántico de los Cánticos nos ayudó a comprender el corazón a corazón de Jesús


solitario en el sagrario con el alma que lo visita y que es como su esposa.

Margarita María describe este mismo corazón a corazón como el coloquio de un amigo
con su amigo en un festín de amor.

El Amigo celeste invita al alma a este festín. El alma responde a su Amigo divino con
palabras todas de fuego.

I. El dulce banquete del celestial Amigo

Este banquete, ¿no lo había ya insinuado Nuestro Señor en su conversación con la


Samaritana? Está sentado al borde del pozo de Jacob. Este pozo simboliza al Sagrado
Corazón, abismo de amor y abismo de gracia. Jesús nos dice como a la Samaritana: “Si
conocieseis el don de Dios (que es mi Corazón), me pedirías de beber (en esta fuente
de amor) y Yo os daría de beber, y este agua brotaría en vuestros corazones como un
manantial de vida para la eternidad” (Jn. 4).

Entra en este Sagrado Corazón, escribe Margarita María, como invitada al festín de
amor de tu único y perfecto Amigo, que quiere embriagarte con el vino delicioso de su
puro amor, el único que puede endulzar todas tus amarguras disgustándote de todas
las falsas delicias de la tierra, para no encontrar más placer que en el Corazón de este
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querido Amigo, que te dice amorosamente: “Todo lo que es mío es tuyo; mis llagas y
mis dolores son tuyos, mi amor hace comunes nuestros bienes; déjame, por lo tanto,
poseer todo tu corazón, y yo confortaré tus indiferencias y animaré tus indolencias, que
te vuelven tan vago en mi servicio y tan tibio en amarme”.

II. Jesús es el único verdadero Amigo de nuestros corazones

Margarita María comenta así la llamada del Amigo celestial: “Jesucristo es el único
verdadero Amigo de nuestros corazones, que no están hechos sino únicamente para Él;
así, no pueden encontrar reposo, ni alegría, ni plenitud más que solo en Él…”

Él cargó sobre sí nuestros pecados, haciéndose nuestra defensa ante su Padre eterno…

Quiso morir para merecernos, por el exceso de su amor, una vida inmortal y
bienaventurada. Agradezcámosle y bendigámosle con una ardiente caridad por la cual
deberíamos consumirnos de gratitud haciéndole un continuo sacrificio de todo nuestro
ser…”.

Considerándolo en esta calidad de amigo, podéis decirle todos los secretos de vuestro
corazón, descubriéndole todas vuestras miserias y necesidades, como Aquel que es el
único que les puede remediar, diciéndole: “¡Oh, Amigo de mi corazón, aquel a quien
amas está enfermo! Visítame y cúrame, porque sé que no puedes amarme y, al mismo
tiempo, dejarme en mis miserias” (Escritos diversos, t. II, p. 470, 462).

¡Ah! ¡Qué felices son las almas que se olvidan perfectamente de sí, hasta el punto de no
tener más amor, miradas ni pensamientos si no son para este único Amigo de nuestros
corazones!… “Me parece que cualquier otro pensamiento y ocupación son una pura
pérdida de tiempo”.

III. El alma, a su vez, invita al Amigo celestial

Nosotros tomamos esta invitación de Margarita María:

“Corazón santísimo, delicia de la divinidad, te saludo. Te invoco en mi dolor y apelo a


ti como remedio para mi fragilidad. Corazón misericordiosísimo, Corazón compasivo
y bondadosísimo de mi Padre y de mi Salvador, no rehúses tu socorro a mi indigno
corazón; tú, Dios de mi corazón, que me creaste para ser el objeto de tus amores y el
sujeto de tus inefables bondades.

Corazón Divino, ven a mí o atráeme a ti.

Ven, el más fiel, el más tierno, el más dulce y el más amable de todos los amigos, ven a
mi corazón; te pido, por tu amistad incomparable y por tu palabra dada, que vengas a
aliviarme. Ven y no permitas que te dé motivo de abandonarme.
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Ven, vida de mi corazón, alma de mi vida, único sustento de mi alma; ven a hacerme
vivir de Ti y en Tí, pero eficazmente, mi única vida y todo mi bien.

Ven, mi Dios y mi todo” (Petit livre de prières, t. II, p. 479, 481).

*****

Resolución.- Jesús, me llamas a ti, parece que tienes necesidad de mí. No hay en mí
más que mi miseria que me pueda atraer, porque Tú quieres ejercer tu misericordia. Ven,
Tú a quien oso llamar mi celestial Amigo. Ven y coloca en mi Corazón bastante amor
para que encuentres ahí alguna alegría y consuelo.

Día 11
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Día 11

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN


QUINTA MEDITACIÓN: La Santa Hostia nos enseña la pureza y el
desprendimiento
Para entrar en el cielo es preciso guardar la castidad según el propio estado. ¡Qué bella,
exclama el libro de la Sabiduría, la generación casta, que vivirá eternamente, porque
es amada de Dios!
Pero la virginidad es más que la castidad. Ella da a las almas el privilegio de tener en el
cielo una intimidad particular con el Sagrado Corazón. “Las vírgenes, dice S. Juan,
siguen al Cordero donde quiera que Él va” (Ap. 14).
La Beata Margarita María nos enseñará con sus ejemplos, más aún que por sus palabras,
como es preciso responder a la llamada del Esposo de las vírgenes, qué modelo es
preciso seguir y qué medios emplear.
I. Cómo es preciso responder a la llamada divina
La llamada que Nuestro Señor dirige a algunas almas privilegiadas para que se alisten
bajo el estandarte virginal, sea en el sacerdocio, sea en la vida religiosa, sea en medio
del mundo, es una gracia de predilección. Las almas que lo escuchan deben apresurarse
a responderle, tras haber consultado a sus directores.
La Beata Margarita María, por una gracia especial, hizo este voto desde sus primeros
años como algunas santas privilegiadas, como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa,
Santa Magdalena de Pazzi: “Sin saber lo que era, cuenta, me sentía empujada a decir
estas palabras: Dios mío, te consagro mi pureza y te hago el voto de perpetua
castidad…”
Dichosas las almas generosas y vigilantes que, escuchando la llamada del Esposo
divino: Ecce sponsus venit, ¡se levantan inmediatamente para seguirlo! Las hace entrar
en su Divino Corazón, verdadera sala del festín nupcial: Intraverunt cum eo ad nuptias.
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¡Felices también las almas que, tras haberse entregado, perseveren y progresen en esta
virtud querida al Corazón de Jesús!
II. El alma virgen es el templo y la víctima del Señor
En su retiro de 1678, la Beata escuchó estas palabras de su divino Maestro: “Conserva
en pureza el templo del Señor, porque en todas partes donde estuviste, Dios te asistió
con una especial presencia de protección y de amor”.
El templo del Señor es el alma santificada por la virginidad. Dios quería que, en el
templo de la antigua ley, todo brillase por la pureza. Los sacerdotes no entraban en el
Santo de los santos, sino tras rigurosas purificaciones. A este precio, el Señor estaba allí
especialmente presente. Y lo mismo pasa con el alma virgen. Si ella es fiel, Dios le
promete una presencia especial de protección y de amor.
En los santuarios de la Nueva Ley, Jesús quiso esconderse bajo una blanca hostia. La
Beata Margarita María interpreta así su designio: “La blancura de la hostia nos enseña
que es preciso ser una víctima pura, para ser inmolada a Jesús; una víctima sin mancha
para poseerlo: pura en el cuerpo, en el corazón, en la intención y en los afectos” (Vol.
I, p. 194).
El alma virgen tiene, por tanto, como modelo la pureza del mismo Jesús y sus
inmolaciones, simbolizadas por la blanca hostia del tabernáculo.
III. Medios a emplear
¿Qué es preciso hacer para conservar intacto el lirio virginal, que el mínimo soplo
extraño puede ofuscar? La Beata Margarita María, guiada y enseñada por el Sagrado
Corazón, nos enseña. Nos indica tres principales medios: el retiro y el desprendimiento,
la mortificación y la lucha, la devoción a María y al Corazón de Jesús:
El retiro y el desprendimiento del mundo. Desde que la Beata hizo el voto de castidad,
toda su inclinación fue esconderse en el campo o en la Iglesia. La compañía de los
hombres la perturbaba. El amor excesivo de su familia estuvo casi por retenerla en el
mundo, donde ella, probablemente, se hubiese perdido. Nuestro Señor mismo intervino
varias veces. Le hizo ver la belleza de las virtudes y, sobre todo, de los tres votos por
los cuales nos volvemos santos. “¿No soy el más perfecto de los esposos?, dice Él. Si
quieres dar al mundo una preferencia injuriosa para mí, te abandono para siempre”.
La mortificación y la lucha. Era a través de ayunos y de otras maceraciones como la
sierva de Dios colocaba la flor de su virginidad como en medio de una corona de espinas
para protegerla.
La devoción a María y al Sagrado Corazón. Nuestro Señor dice a la Beata: “Te puse
en depósito a los cuidados de mi Madre”. En cuanto a la unión con el Sagrado Corazón,
Nuestro Señor le preguntó “si consentía que Él se apoderase y se volviese Señor de su
libertad, porque ella era débil”. Es lo que Él también nos pregunta.
*****
Resolución.- ¡Oh! Sí, mi buen Maestro, me doy y me consagro a Tí. Toma mi libertad,
toma mi voluntad, sé mi guía, sé mi vida.
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Día 10

Día 10

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN


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CUARTA MEDITACIÓN: De la conversación del Corazón Eucarístico De Jesús,


según el Cantar de los cantares
Cuanto más está Jesús solitario, cuanto más escondido, cuanto más su boca está
silenciosa en el divino Tabernáculo, tanto más su Corazón Sagrado gusta abrirse y
expandirse en el corazón de aquellos que lo visitan o que lo reciben con amor en la santa
Comunión, sobre todo cuando sus corazones, inmolándose por amor con el suyo,
consienten en privar sus almas de las vanas delicias de este mundo y en olvidarse ellos
mismos en el silencio de la santa dilección.

1. Las dulzuras de esta conversación


Su conversación nada tiene de amargo, no ofrece sino dulzura y suavidad, como nos
anuncia el Espíritu Santo: “Me senté, dice la Esposa del Cantar, esto es, el alma que
ama el Corazón eucarístico de Jesús, me senté a la sombra de aquel que mis deseos
llamaban, es decir, separarme del mundo, separarme de mí misma y reposé en el silencio
del amor, y me sumergí en la soledad del tabernáculo y, entonces, los frutos del
bienamado fueron dulces en mi boca; sus frutos, esto es, su amor, su propio Corazón,
que es un alimento y una bebida. Me introduje en sus divinos graneros y ordenó en mí
la caridad; me introdujo en su Corazón y ahí solo encontré amor”. También la cruz,
también las espinas se transformarán en amor.

¡Ah! ¡Que mi bienamado venga a su jardín y que se alimente del fruto de sus árboles!
El jardín del bienamado es mi corazón, este corazón donde el bienamado plantó el amor,
la humildad, la mortificación. ¡Ah! ¡Que venga a recoger los pequeños méritos que
amasé con mi vida de amor y de inmolación, que venga alimentarse con el deseo
ardiente que tengo de poseerlo! A estas ardientes aspiraciones, Jesús responde: “Ven tú
antes, hermana mía, esposa mía, ven tú a mi jardín, es decir, a mi Corazón. En los
tiempos de mi vida mortal, hice una colecta de mirra y de aromas, viví, sufrí, padecí y
morí por tí; mi alimento es una deliciosa miel, el amor; mi bebida es la leche, el amor
tierno, y el vino, el amor fuerte; venid, amigos míos, comed y bebed; embriagaos,
amadísimos míos”.

Estas palabras del santo Cantar explican las expresiones de las cuales el mismo Señor
Nuestro se sirvió instituir el divino Sacramento de nuestros altares. Él quiere
alimentarnos y abrevarnos la sed de amor, de su Corazón amantísimo y dulce.

Yo duermo, añade el Buen Salvador, pero mi Corazón vela: Ego dormio et Cor meum
vigilat. Duermo a causa de la soledad y del silencio eucarístico del que me envuelvo;
duermo, pero mi Corazón no sabe dormir. Este Corazón vela sin cesar, se inmola
siempre. ¡Pueda el nuestro imitarlo! Durmamos y muramos a las cosas de este mundo;
vigilemos y vivamos únicamente para el Sagrado Corazón eucarístico de Jesús; ¡que Él
viva en nuestros corazones, pero que ahí viva únicamente y que obre en nosotros todas
las funciones de la vida! Es después de este sueño que hay que escuchar de nuevo la voz
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del Bienamado que habla a través de las especies que lo retienen prisionero: “Ábreme,
hermana mía, amada mía, paloma mía, inmaculada mía, ábreme; hace mucho tiempo
que llamo a tu puerta, ábreme”. Y entonces, el piadoso discípulo del Sagrado Corazón
exclamará: “Mi alma se derrite toda, se licua, cuando oye la voz del Bienamado, mi
corazón se estremeció de amor”.

II. Sus pruebas


A veces, la prueba sigue a las dulzuras del coloquio de amor; el Bienamado huye y el
alma lo busca por todas partes; pregunta a los guardias de la ciudad, a los ministros del
Señor, a los santos del Paraíso, a todo lo que la rodea: “Os conjuro, hijas de Jerusalén,
decidme dónde está mi Amado y decidle que desfallezco de amor”.

Pero el Sagrado Corazón de Jesús se complace en terminar esta prueba de amor y el


alma puede exclamar: “Mi Amado es para mí y yo soy toda para él”. Así es como la
Sagrada Escritura nos describe las nupcias en las que el Cordero mismo se da como
alimento a sus amados, las almas que lo aman y que él ama.
Es en estas inefables conversaciones donde encontramos la luz, la fuerza, el consuelo
de la gracia, con el disgusto, más aún, el olvido de todo lo que no es el Corazón
eucarístico de Jesús. ¡Ah! Una vez que comulgamos muchas veces, deberíamos estar
abrasados con estos santos ardores que nos describe aquí el Espíritu del mismo Sagrado
Corazón.
Pero, ¿tal vez estamos aún paralíticos, tal vez estamos mudos para cantar el amor divino,
tal vez nos entregamos a la indolencia? ¡Ahora bien! Presentémonos entonces al Amado
como enfermos que desean su curación; tengamos el dolor del amor, si no tenemos sus
ardores; sumerjámonos en nuestra nada, lloremos y tengamos confianza y escucharemos
la voz del Sagrado Corazón de Jesús: ¡Hijo mío, queda curado! ¡Ah! Corazón Divino,
Corazón eucarístico, arrebátanos junto a Tí, queremos correr tus caminos, arrebátanos
al olor de tus perfumes; ¿no están también tu cruz y tus espinas todos por ellos
empapados? Si fuese necesario, resucítanos para que vivamos siempre de amor y que
puedas decirnos: Esta alma resucitó para no morir más; lo que ella vive, no lo vive sino
por mi amor.

III. Sus condiciones


Un alma que quiere disponerse a esta conversación con Nuestro Señor debe amar la
soledad y el silencio. Es un punto esencial de su regla de vida. Debe encontrar ahí su
felicidad, su reposo y su vida. Debe representar para ella un dolor, cuando es obligada
a entregarse a ocupaciones profanas. Sin el silencio, de hecho, no hay recogimiento,
unión a Dios, correspondencia a sus deseos.

El silencio exterior se extiende también a las penas, a las contradicciones, a las


observaciones que nos son hechas. Mi buen Dios, comunica a las almas consagradas al
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Divino Corazón de Jesús el gusto por este silencio divino y la práctica del silencio
exterior.
Jesús en el santo Tabernáculo expía con su silencio tantas conversaciones frívolas,
palabras inútiles o malvadas en las que sus criaturas se vuelven culpables. Él es víctima
por los pecados de la lengua. Sufre, en particular, a causa de las faltas de las almas que
le están consagradas y por las que tiene una ternura especial.

Tras esto, ¿puedo dudar en amar el silencio? ¿No debo ser víctima con Jesús y como
Jesús?

*****

Resolución.- Renuevo todas mis resoluciones de silencio y de reconocimiento.


Comprendo que la unión con Jesús es a este precio. ¡Ven, Amado mío, tengo sed de
escuchar tus dulces conversaciones y saborear ahí la leche de la dulzura y el vino de la
fuerza!

Día 09

Día 09
50

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN

TERCERA MEDITACIÓN: De la vida escondida del Corazón Eucarístico De


Jesús
¡Cómo ama la vida escondida el Sagrado Corazón de Jesús! La practicó en Nazaret
durante cerca de treinta años. Hoy, la prolonga en la santa Eucaristía hasta la
consumación de los siglos.

1. La vida escondida de Jesús en la Eucaristía


En Nazaret, su divinidad se escondía bajo la naturaleza de un encantador, pero pobre
niño, llevando la vida de un artesano, obediente a todos los que tenían autoridad sobre
Él, sobre todo a María y a José, lleno de dulzura, de humildad y de simplicidad.

Aquí, no solo la divinidad, sino también la humanidad santa y gloriosa desaparecen bajo
los velos frágiles de pan y de vino; para esconderse, multiplica los milagros para
aniquilarse tanto como es posible hacerlo. No produce, por lo tanto, nada de grande,
nada de glorioso en apariencia. Se esconde bajo un átomo, parece inmóvil y
absolutamente dependiente del sacerdote. ¡Oh prodigio! La palabra sacramental hace
descender del cielo al Rey de la gloria; obedece a la voz de su criatura; se deja llevar
por donde se quiera, no rehúsa ni siquiera descender a los corazones impuros; no quiere
que públicamente sea rehusada la comunión al pecador mal dispuesto que la pide; su
Corazón tierno y delicado temería comprometer la reputación de este miserable. Para
Él, todo lo que sea gloria exterior y honra no cuenta para nada. Consiente que las
especies sacramentales sean muchas veces tratadas sin respeto por sacerdotes tibios o
indiferentes, o que sean pisadas por los pies de los impíos o de los animales. No sufre,
es verdad; su estado glorioso lo preserva de ello. Pero, en fin, estas culpables
irreverencias no son, por eso, un crimen horroroso que Él antes no las haya llorado con
lágrimas de sangre. En una palabra, la vida escondida eucarística puede resumirse así:
aniquilamiento absoluto y dependencia total de los hombres en todo lo que toca al
Sacramento.

Pero, como dice S. Tomás, bajo estas apariencias frágiles, se esconde todo lo que hay
de más bello, de mayor y de más excelente: “Latent res eximiae”. Bajo esta apariencia
de un pedazo de pan o de una gota de vino, está el Corazón Sagrado de Jesús, está el
propio Dios, está la humanidad santa del Salvador.

Y el Corazón eucarístico de Jesús acepta con alegría esta vida escondida; hace de él sus
delicias: raramente, muy raramente incluso, glorifica las especies sacramentales con
prodigios. El prodigio, por excelencia, es este Dios que, así, se esconde. También el
profeta exclama: “¡Sí, verdaderamente, eres un Dios escondido! Vere tu es Deus
absconditus!”. El Sagrado Corazón de Jesús gobierna la Iglesia desde el fondo de su
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Tabernáculo, pero gobierna de un modo escondido; quiere también gobernar y atraer


nuestros corazones por los dulces encantos de su vida eucarística.

II. Imitemos esta vida escondida


Seamos, también nosotros, especies. Nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra vida
exterior, nuestra vida espiritual, todo esto debe ser recubierto por el Corazón de Jesús.

Nuestra vida debe ser, como la suya, enteramente dependiente de la voluntad de nuestros
superiores. Debemos dejarnos manejar como la Hostia Santa por sus manos y por su
voluntad. El despego, la humildad, la pobreza, la simplicidad, la huida de todo lo que
sabe a esplendor, o la preocupación de sí mismo, la abstención de todas estas
manifestaciones en las cuales se deleita el amor propio, tales deben ser los velos que
deben esconder nuestro corazón a los hombres para solo revelar al Sagrado Corazón de
Jesús.

Cuanto más el Corazón eucarístico se esconde al mundo, más se aproxima a Dios; se


pierde en el seno de la divinidad y por eso se oculta a todo lo que es creado. Así también
debemos hacer nosotros; perdidos en el Sagrado Corazón de Jesús, no nos debemos
dejar distraer por aquello que nos envuelve.

III. Las obras eucarísticas


Al terminar esta contemplación sobre la vida escondida del Sagrado Corazón de Jesús
en la Eucaristía, digamos una palabra sobre las obras eucarísticas. Unas son puramente
interiores, imitan el estado solitario y escondido de este Divino Corazón; otras son
exteriores, hablan del respeto al culto que debemos al Santísimo Sacramento, las
observancias litúrgicas, la pompa con que rodeamos el Corazón de nuestro Maestro y
Hermano. En esto, la regla es hacer todo lo que se puede: “Nunca haremos bastante”,
dice Sto. Tomás.
Debemos, por otra parte, destacar por nuestras adoraciones profundas el estado tan
humilde en el cual el Sagrado Corazón de Jesús se quiere sepultar por nosotros; fue para
proporcionarle este triunfo para lo que fueron instituidas las procesiones. Pero hay aquí
un peligro que podemos correr, el de olvidar al Sagrado Corazón de Jesús para no pensar
sino en nosotros mismos y en nuestro amor propio. Es lo que Catalina Emmerich señala
muy a propósito: “En muchas Iglesias, dice, substituían la incomparable belleza de la
arquitectura y de las ceremonias por una pompa teatral”.

¿Será, de hecho, por el Sagrado Corazón de Jesús que se dan, a veces, en el santo templo
conciertos absolutamente profanos?

Pero lo que agrada a este Dios escondido en su tabernáculo es que estemos vigilantes
respecto a la limpieza de las vestiduras sagradas y los manteles del altar; lo que toca el
Cuerpo del Señor debería ser brillante de blancura; es que la lámpara esté siempre
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encendida y alimentada con aceite puro de oliva; es que el santuario sea mantenido en
una gran limpieza y que inspire devoción. Todas las negligencias en esta materia
confinan con el sacrilegio.

En fin, están las obras eucarísticas apostólicas. Son todas aquellas por las cuales se
procura inspirar en los fieles un gran amor por este divino Sacramento. En primera línea,
nosotros colocamos la devoción a la comunión frecuente. El Infierno hace todo por
destruirla entre nosotros; debemos restablecerla y volverla tan fervorosa en cuanto sea
posible.
Después, vienen las adoraciones públicas del divino Sacramento; son, al mismo tiempo,
un homenaje prestado al Sagrado Corazón eucarístico de Jesús y un acto de reparación
solemne. Es una de las prácticas más consoladoras de la devoción al Sagrado Corazón.
La obra del Santo Viático es también preciosa y debe ser animada fuertemente por los
misioneros.

Los maestros deben ejercer sobre los niños que dirigen, una acción incesante a fin de
llevar al Corazón de Jesús en la Eucaristía sa us pequeños corazones simples e inocentes.

Son tales almas las que este divino Corazón gusta ver reunidas en torno suyo.

En cuanto a los discursos pomposos que hacen olvidar al Sagrado Corazón de Jesús para
hacer honrar al orador, lo mismo que los libros desprovistos de espíritu interior que
hacen de la augusta Eucaristía una ocasión de publicidad, lo mismo que las reuniones
mundanas, a un título o a otro, en la santa Iglesia de Jesús, eso no son obras eucarísticas,
sino, antes, obras diabólicas de las cuales debemos tener cautela y contra las cuales es
preciso prevenir a los fieles. Tristemente, sería necesario llorarlas y no ultrajar con
nuestro orgullo el Corazón de un Dios escondido.

*****

Resolución.- Buen Maestro, te tengo demasiado olvidado y también agitado. Quiero


cambiar mi vida interior, calmada y bien unida contigo.

Día 08
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Día 8

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN

SEGUNDA MEDITACIÓN: De las ocupaciones del Corazón Eucarístico De Jesús


Podría creerse, a primera vista, que el Corazón eucarístico de Jesús está inactivo en el
Sagrario; que está en un estado de muerte y de insensibilidad absoluta, pero no hay nada
de eso. Él vive la mayor y la más preciosa de todas las vidas, que la soledad cubre, es
verdad, con velos de silencio; pero Él vive el amor de Dios y habla, no deja de hablar a
pesar del silencio: “Vivens ad interpellandum pro nobis”; y lo que tiene de más
extraordinario es que su oración se concilia perfectamente con su silencio exterior.

I. La oración de Jesús eucaristía por nosotros


Comprendemos bien la expresión enérgica de S. Pablo: “Vivens ad interpellandum pro
nobis”: vive para interceder por nosotros. En nosotros, la vida se multiplica, amamos la
vida interior y la vida exterior, nuestras ocupaciones son diferentes, arrastran consigo la
diversidad de pensamientos, de los afectos, de los deseos, de modo que no hay unidad
en nuestra vida. Ahora vivimos para estudiar, ahora nuestra vida es absorbida en
conversaciones, en obras exteriores, etc. Pero incluso en nuestra vida espiritual, no
existe la unidad; ahora nos unimos a una virtud, ahora a otra según la diversidad de las
posiciones en que nos encontramos. Así, para nosotros, la práctica del silencio nos
parece casi contradictoria con la del celo apostólico, que habla y hace mucho.

Pero no es así para el Corazón eucarístico de Jesús. Primero, para Él ya no hay vida
exterior; acrecentamos tanto, que la multiplicidad de sus ocupaciones exteriores durante
su vida mortal se confundía, en una admirable unidad, con su vida interior, tal como ya
vimos en los retiros precedentes. Pero, en fin, toda la acción exterior cesó en la vida
eucarística, nada queda sino la vida del Corazón y esta vida es absolutamente una;
ninguna interrupción, ninguna distracción, ninguna multiplicidad: “Vivens est”, dice S.
Pablo, queriendo con esto indicar que el Sagrado Corazón de Jesús está absorbido por
un solo acto que lo llena enteramente y que este acto es: “Ad interpellandum pro nobis”.
Interpela, intercede, reza por nosotros; en otros términos, es el acto de amor y de
inmolación que no cesa de producirse. Esta interpelación, esta mediación se reduce a
esto: El Corazón eucarístico de Jesús nos ama y se inmola por nosotros; se olvida de Sí
mismo, no tiene interés propio. Amar a Dios, amar a sus hermanos, ofrecer a Dios por
sus hermanos todos los méritos que adquirió, todas sus penas, todos sus sufrimientos de
entonces y su amor presente, continuar siempre y sin ninguna interrupción el Ecce venio
y el acto de amor de la Encarnación, tal es el acto único del Sagrado Corazón de Jesús
en su santo y augustísimo sacramento de nuestros altares. Es siempre el Corazón el que
solo piensa en nosotros, que no vive sino para nosotros, que no tiene otra misión sino la
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de amarnos y darse a nosotros, y que, al amarnos, al interceder, al ofrecerse por sus


hermanos, ama a su Padre, porque el amor de Dios y del prójimo, sobre todo en el
Sagrado Corazón de Jesús, no son dos amores. Es perfectamente un solo acto. Es, así,
como el Corazón eucarístico es siempre el Corazón de nuestro Salvador, de nuestro
Redentor y de nuestro Mediador.

II. El ardor de esta oración


Pero, ¿quién podría retribuir el ardor de esta oración? El Sagrado Corazón de Jesús se
vuelve totalmente como un incienso que sube para Dios por nosotros. Es una mano
suplicante, siempre extendida hacia la Divinidad: “Expandi manus meas ad te”. Es un
deseo ardiente que está siempre ante el trono del Padre: “Omne desiderium meum ante
te”. Porque, ¿qué es la oración, sino el deseo de nuestro corazón que no cesa de
lanzarnos hacia Dios? Y esta oración que se esconde en el silencio, esta inmolación
incesante de un amor incesante es el mayor acto que pueda existir en un corazón de
hombre. Su poder no tiene límites, obtiene todo lo que quiere: la gloria infinita de Dios
y la paz para los hombres de buena voluntad. Es imposible que el Corazón eucarístico
de Jesús, orando e intercediendo, no sea atendido. Es lo que produce las grandes obras
de santidad en la Iglesia, es lo que genera tantas cosas admirables, tantas instituciones
celestes, tantas órdenes religiosas destinadas a representar, sea un misterio de Jesús, sea
otro. Es, en una palabra de donde proceden la vida y la fecundidad de la Esposa de
Cristo, es el Corazón eucarístico de Jesús que lo lleva a amar, a orar, a ofrecerse.
También el hombre interior no atribuye las grandes obras de la Iglesia a tal o tal santo,
a un gran hombre, a un papa eminente, a un feliz concurso de circunstancias. No, no, es
el Corazón eucarístico quien hace todo eso; lo hace, es verdad, sirviéndose de los
hombres, pero su libre concurso debe ser visto solamente como una causa instrumental,
gloriosa, es verdad, para ellos, porque corresponden a la gracia; pero, en última
instancia, todo el principio de acción viene del Corazón eucarístico de Nuestro Señor.

¡Qué admirables es el Corazón de Jesús que vive para nosotros en la Eucaristía, en sus
santos y en sus obras!

III. Nuestra vida interior


Nuestro Señor quiere que las almas consagradas a su Corazón se unan a estos actos
inefables de su vida interior y que ellas no hagan más que un solo corazón con Él. A fin
de responder a esta misión gloriosa, deben entrar en el espíritu de esta bella vocación.
Quienes estén entregados a la vida activa, quienes tengan la ventaja de entregarse a la
contemplación, un solo acto debe dominar toda su vida: el amor del Corazón de Jesús y
la inmolación a este divino Corazón por amor. Las ocupaciones pueden parecer
diferentes a primera vista; poco importa, pero que sean todas ocupaciones de amor
donde la sensualidad y el amor propio no tengan ninguna parte. No debe haber en
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nuestro corazón una multitud de pensamientos y de afectos; una solo debe reinar allí: el
amor del Sagrado Corazón de Jesús.
A primera vista, las virtudes a practicar parecerán diversas y distintas, como la pobreza,
la renuncia, el desprendimiento, la simplicidad, el celo, la obediencia, etc. En realidad,
todo esto no debe ser más que un único acto de amor que se especifica en apariencia,
¡pero no en la realidad! Por eso se ha repetido muchas veces en los retiros precedentes
que, procurando únicamente el amor del Sagrado Corazón, encontramos todo el resto.
En resumen, no consideremos sino al Sagrado Corazón de Jesús, no pensemos sino en
Él, no le amemos más que a Él; cuando lo visitamos en el Santísimo Sacramento, cuando
lo ofrecemos en el Santo Sacrificio y cuando lo incorporamos en nosotros por la santa
Comunión, no tengamos sino un deseo: unirnos siempre cada vez más a su vida de amor.
Pidámosle que destruya en nosotros todo lo que siente aún la multiplicidad de la vida
humana y terrena, de modo que podamos repetir: Vivir, para mí, es únicamente el
Sagrado Corazón de Jesús. Amen.

*****

Resolución. – Me gustaría, Señor, poder decir como S. Pablo: ya no soy yo quien vivo,
es Jesús quien vive en mí. – Vivir, para mí, es Cristo, es el Corazón de Jesús. Pero, ¿qué
es lo que yo puedo sin Tí? Ven, Jesús, ¡ven y vive en mí! ¡Que tu Divino Corazón sea
mi corazón, mi guía, mi inspiración, mi vida!

Día 07
57

Día 7

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN

PRIMERA MEDITACIÓN: De la soledad del Corazón De Jesús


Este es uno de los mayores y más impresionantes misterios de la vida del Corazón
eucarístico de Jesús. Él renueva en el Santo Sacramento su vida de Nazaret y se sumerge
en una soledad profunda; se sepulta en un silencio aparente que no tiene igual a no ser
en el que guardó en el Santo Sepulcro.

I. La soledad del Corazón de Jesús en el tabernáculo


Entremos en uno de nuestros santuarios. Muchas veces, tristemente, la ingratitud y la
indiferencia de los hombres hacen de ellos un desierto; pero, aunque una gran multitud
piadosa y recogida estuviese ahí reunida, nada interrumpiría la soledad del tabernáculo.

Esta boca divina, de donde salían antes los oráculos de la verdad, parece condenada a
un eterno silencio y el Divino Solitario permanece solo, absolutamente solo, bajo las
especies eucarísticas.

¡Qué lecciones admirables da este silencio a todos los que desean llevar una vida
eucarística! Deben sepultarse en la soledad, si quieren agradar al Sagrado Corazón de
Jesús-Eucaristía. Si no lo hacen, si continúan en el torbellino de la actividad habitual de
este mundo, el maná eucarístico caerá en vano en su corazón agitado; nunca ahí podrá
reposar ni realizar su acción.

II. Imitación de esta vida de soledad


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Pero, ¿en qué consiste esta soledad eucarística para nosotros? Para conformarse a Él, es
preciso que nuestro corazón sea un santuario donde reposa solo el Corazón eucarístico.
Puede acontecer que nuestra boca sea obligada a hablar para tratar con los hombres,
porque nuestra regla de vida no nos prescribe el silencio absoluto que no sería conforme
a nuestra vocación, sino que nuestro corazón guarde siempre el silencio ante las
criaturas, esto es, que él se guarda bien de apegarse a ellas. Más que esto, nosotros
debemos, no digo despreciar, sino olvidar completamente la criatura, sin ningún deber
no nos obliga a ocuparnos con ella. Debe ser para nosotros como nada, y solo un cántico
debe retener en las profundidades de nuestra alma: “¿Qué es lo que quiero? Oh, Dios
de mi corazón y Corazón de mi Dios, ¿qué quiero en el cielo y en la tierra, sino
únicamente Tú?”. Este es el sentimiento que debe existir en nuestros corazones.
No ocupemos, por tanto, nuestro corazón con las criaturas; desliguémonos de todos los
cuidados que ellas dan, de las inquietudes que nos suscitan; no nos ocupemos de ellas
por una necesidad ilusoria, sino que es más aparente que real. Si debemos tratar con
ellas, sea únicamente para la gloria y el amor del Corazón de Jesús, y es por eso que nos
abandonemos a Él, pidiéndole para actuar en nosotros y por nosotros.
Hoy, este lenguaje parece muy nuevo; se piensa que, para trabajar para la gloria de Dios,
es preciso agitarse mucho y que es indispensable mezclarse con todas las miserias
humanas para explorarlas en provecho del bien. Todo esto es frívolo y demasiado
natural; recordemos aquello que decía el Beato Cura de Ars, este santo de nuestros
tiempos, tan ocupado aparentemente y, en realidad, tan solitario: “Es preciso, decía,
llamar a la puerta del Sagrario, antes que a la puerta de los hombres y, si no
conseguimos nada, a pesar de todos los esfuerzos, es porque no lo hacemos.

Toda obra que no sumerge sus raíces en la soledad del Sagrario, a pesar del más brillante
éxito, se asemeja a la hiedra de Jonás: nace muerta y nunca producirá nada de
sobrenatural.

III. La soledad y el silencio en la Comunión


Nada honra más la soledad del Sagrado Corazón de Nuestro Señor que nuestro silencio
ante Él; es sobre todo durante la acción de gracias que se sigue a la comunión que nos
debemos mantener en silencio y cerrar los ojos de nuestra alma a todo lo que no sea este
Divino Corazón, dispuestos a recibir todos los movimientos que le agrade imprimirnos,
a actuar si le agrada que actuemos, a reposar en el amor si le agrada que reposemos,
verdaderas víctimas de su bello placer y de su amor. No, el Sagrado Corazón eucarístico
no habita en el tumulto, sea material sea espiritual; Él habita en las profundidades del
desierto de las especies sagradas; y, si queremos ofrecerle holocaustos, estemos
convencidos de que nadie le será más agradable de lo que le da nuestra actividad propia,
porque así le sacrificamos también nuestro amor propio.
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Tal es la razón que nos hace suprimir los retornos frecuentes sobre nosotros mismos
que, bajo el pretexto de piedad, no tardan en crear la perturbación, la inquietud y las
vanas complacencias.

El divino Maestro en la Eucaristía está desprendido de la vida exterior. Él contempla,


ama, adora las perfecciones de Dios; se inmola a la gloria de su Padre, fuera de toda la
Creación, como en una vasta soledad donde los objetos de la tierra no lo pueden
alcanzar.
Es preciso perderlo todo de vista, olvidarlo todo y apartarse de sí mismo para imitar esta
vida divina.

Pidamos al Sagrado Corazón, como un gran favor, ser a veces retirados a una soledad
perfecta, solo bajo la mirada de Dios, en compañía de nuestro bienamado Jesús, no
teniendo libertad, ni acción, sino para amar y adorar a nuestro Dios, para sacrificarnos
y perdernos en Él.

Desde su tabernáculo, Jesús no habla a ninguna criatura. Ningún barullo, ningún


movimiento se hace al escuchar, pero, ante su Padre, su silencio es más bien profundo
y más bien sublime. Se diría que toda su ocupación es callarse. Él es todo adoración,
amor, aniquilamiento, inmolación, oración; pero todo se pasa en el silencio, en las
profundidades de Sí mismo y de la divinidad. ¡Qué poderoso y fuerte es este lenguaje
del silencio! Presta homenaje a la grandeza de Dios, a sus perfecciones infinitas, a su
dominio soberano, a todos sus atributos que Jesús alaba con un himno eterno y sin fin y
en un misterioso silencio.
*****

Resolución.- En mis adoraciones y, particularmente, en la acción de gracias, haré callar


en mí a las criaturas para unirme a la humilde adoración de Jesús a su Padre. No puedo
escuchar a Jesús sino en el silencio de mi corazón. Haré silencio en mi alma para
escuchar a mi buen Maestro y para unirme a sus profundas adoraciones.

Día 06
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Día 6

PRIMER MISTERIO: VIDA DE AMOR DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA


EUCARISTÍA

SEXTA MEDITACIÓN: El Corazón De Jesús tiene sed de ser amado por los
hombres en el Santísimo Sacramento

En cuanto a los ángeles y a los santos contemplan, adoran y cantan el amor del Corazón
Divino, en los esplendores de la gloria, los hombres son llamados a honrarlo, de
preferencia, bajo los velos eucarísticos.
Él está en el cielo para los bienaventurados, está en el tabernáculo para nosotros. Está
allí ardiente de amor por nosotros y nos pide amor a cambio.

I. El Sagrado Corazón quiere ser honrado muy especialmente en su vida


eucarística
Parece que Nuestro Señor se aburre en el tabernáculo, tiene sed de amor, nos llama, nos
espera.
Uno de mis más rudos suplicios, dice a la Beata, era cuando, ante la aparición del
Sagrado Corazón, escuchaba estas palabras: “Tengo sed, pero una sed tan ardiente de
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ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento que esta sed me consume; y no
encuentro a nadie que se esfuerce, según mi deseo, por matarme la sed, dando alguna
correspondencia a mi amor”.

Fue para responder a esta dolorosa lamentación que la Beata se esforzó por dar a la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús una forma que podemos llamar eucarística.

No es que deje en el olvido los diferentes testimonios que Nuestro Señor nos dio de su
amor durante su vida mortal y aquellos que Él dará eternamente a los elegidos en el
cielo. No, los exalta a todos, pero nos pide para dirigir al Corazón de Jesús, al Santo
Sacramento, todos los homenajes que debemos prestarle, no solo por el amor que Él nos
muestra en la Eucaristía, pero también por aquel que Él nos manifestó, “sea en su vida
escondida, sea en su vida activa, sea en su vida sacrificada, sea en su vida gloriosa”
(Ecrits divers, p. 465)

Era en este sentido que Nuestro Señor la dirigía. Es normalmente en el Santo


Sacramento que el Sagrado Corazón se muestra a su sierva. Las lamentaciones que la
hace escuchar tiene por objeto los ultrajes que recibe en la Eucaristía; y los homenajes
que reclama deben serle todos prestados ante la Eucaristía o por la Eucaristía.
De otra manera, ¿no es eso tan natural? Toda la devoción, toda la afección nos lleva a
aproximarnos a nuestro objeto amado. Ahora, es en la Eucaristía que nosotros tenemos
que encontrar al Corazón de Jesús viviendo muy cerca de nosotros.

II. El primer fruto de la devoción al Corazón de Jesús en la Eucaristía: la gracia


“La gracia y la verdad nos vienen por Jesucristo”, dice el discípulo amado (Jn 1,16).
El Corazón de Jesús, vivo en la Eucaristía, fue mostrado a la Beata Margarita María
como una fuente de gracias y como un foco de luz.

El primer fruto de la devoción al Sagrado Corazón es la gracia. Si somos pecadores, es


la gracia primera que nos es dada por la contrición perfecta; si ya estamos en estado de
gracia, esta gracia es aumentada considerablemente. “Allí, dice la Beata, Jesús nos da
todo lo que tiene, sin reservarse nada, para poseer nuestros corazones y enriquecerlos
consigo mismo”.
Pero para eso, es preciso que nosotros correspondamos al amor del Sagrado Corazón.

“Es preciso, dice la Beata, huir de todo lo que nos podría hacer perder esta vida de la
gracia, ofreciéndonos al Sagrado Corazón como un esclavo ante su Libertador, no
reservándonos ninguna otra libertad sino la de amar frente al desprecio de todos los
demás”. Y la Beata nos invita a hacer en cada visita al Santo Sacramento varios actos
de esta disposición.
62

III. Segundo fruto: la verdad


El segundo fruto es la verdad o la luz. ¿Cuántas veces la Beata ve este Corazón Sagrado
bajo la forma de un radiante sol? Ella nos lo muestra iluminando las almas de dos
maneras, por sus inspiraciones y por sus ejemplos.

La sierva de Dios nos recomienda muchas veces, que recurramos al Corazón del Divino
Consejero en el tabernáculo, en todas nuestras dudas, en todas nuestras incertidumbres,
antes de cualquier emprendimiento importante, y que esperemos con confianza la
respuesta divina, que llega normalmente bajo la forma de inspiración. Fue a esta luz que
la Beata recorrió desde su infancia.

El Corazón de Jesús en su vida eucarística nos ilumina aún con sus ejemplos.
“Quiero hacerte leer en el libro donde está contenida la ciencia de amor”, decía
Nuestro Señor a la Beata. El libro es su Corazón eucarístico. Vamos ahí a leer
frecuentemente; ahí aprenderemos todas las virtudes, especialmente, la humildad, el
silencio, el despego y, sobre todo, la caridad.

Resolución.- Jesús mío, ¿amarte, procurar junto a ti la gracia, el consejo, la luz, es


entonces penoso y difícil? ¡Oh! No, no quiero ya rechazar lo que me ha de proporcionar
mi bien y mi santificación.

Día 05
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Día 5

PRIMER MISTERIO: VIDA DE AMOR DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA


EUCARISTÍA

QUINTA MEDITACIÓN: El Corazón Eucarístico, fuente de todas las gracias

El amor activo

La Iglesia es el verdadero paraíso de Dios sobre la tierra; está fecundada por una
multitud de canales que traen la gracia; pero todas estas gracias derivan de una sola y
única fuente, del Corazón eucarístico de Jesús. Fue el Corazón de Jesús que formó la
gracia por su Sacrificio de amor y de inmolación; ahora, este Corazón, habiéndose
escondido bajo los velos eucarísticos, renueva ahí todos sus misterios y volviéndose el
corazón místico de su Cuerpo místico, de la santa Iglesia de Cristo; y, del mismo modo
que el corazón material derrama la sangre y la vida en todos los miembros del cuerpo,
así el Corazón eucarístico disemina en su Cuerpo místico todas las fuerzas de su amor
y de su gracia, y ejerce sobre la Iglesia un influjo real de iluminación y de santificación.

I. Fuente de iluminación

Por el influjo de la iluminación, el Sagrado Corazón dirige la santa Iglesia y actúa sobre
su jefe visible, a fin de comunicarle la infalibilidad doctrinal. El Espíritu Santo extrae
del Corazón de Nuestro Señor todas las gracias de iluminación y de santificación, y obra
sobre ellas como el movimiento actúa sobre la sangre, como el obrero sobre la materia.

Y por esto es igualmente verdadero atribuir el flujo de la gracia al Sagrado Corazón de


Jesús y al Espíritu Santo vivificante. El Sagrado Corazón de Nuestro Señor fue formado
64

por la operación de este Divino Espíritu, al cual remonta también la misión de formar
en la Iglesia el Corazón místico de Jesús. En lo que dice respecto a la doctrina y
dirección de la Iglesia, si el Soberano Pontífice es el jefe visible, Nuestro Señor no
abdicó de su influencia muy real y no deja de operar por su Corazón eucarístico sobre
el Cuerpo y también sobre el Jefe visible: “Yo estaré con vosotros, dice, hasta la
consumación de los siglos”; no solo a través de una influencia remota, pero también a
través de una presencia sensible, real y de una acción eficaz que parte del divino
Corazón, huésped de nuestros tabernáculos.

El influjo de este Divino Corazón sobre la Iglesia se ejerce por la conservación del
depósito de la fe que es especialmente reservada al Pontífice infalible; se ejerce también
sobre su organismo, esto es, sobre su clero y sobre las órdenes religiosas. El influjo
sobre el organismo dice respecto no solo de la iluminación y la doctrina, sino también
la santificación del Cuerpo místico de la Iglesia, de que nos vamos ocupar.

II. Fuente de santificación

La santificación de la Iglesia y de cada uno de los miembros de la Iglesia se actúa, sobre


todo, por los siete sacramentos que son las siete arterias por donde se derrama la vida
de amor. Ahora, el Corazón de Jesús inventó los divinos sacramentos, los formó,
depositó en ellos la gracia divina, regándolos con la unción de su sangre y de su amor,
y, con el fin de esparcir la gracia con más efusión, Él mismo se hizo sacramento. Así
debemos admitir la doctrina de Santo Tomás, que la Santa Eucaristía es el centro en
torno al cual gravitan todos los demás sacramentos, acrecentando esta observación
importante, que la causa de esta gravitación y de este origen común es el Sagrado
Corazón de Jesús que los formó e hizo de ellos los canales de su amor.

El primero y el más importante de estos diversos sacramentos, desde el punto de vista


de la salvación, es el Bautismo. Escondido bajo el agua santa y bendita, el Espíritu del
Corazón de Jesús sumerge el alma en el baño purificador, la desliga de la mácula
original y de todos los pecados actuales, si los cometió, le imprime un celeste carácter
que hace de ella una cruz viva, depone en ella el hábito de las virtudes teologales, la fe,
la esperanza y el amor, la adorna con sus dones admirables y la alimenta con sus
preciosos frutos. De ahora en adelante, esta alma entra en la familia del propio Dios,
que llama su Padre. Jesucristo se vuelve su hermano y el Divino Espíritu forma en su
corazón la oración, los deseos y los gemidos inefables. “Danos, le hace decir, nuestro
pan cotidiano y supersustancial la gracia, el amor, el Corazón de Jesús en la santa
Eucaristía, porque tal es el hambre y la sed que nos devoran”. De otra manera, el
Espíritu de amor colocaba en los corazones la devoción al Corazón de Jesús de un modo
implícito y escondido; pero hoy, desenvolvía todo su esplendor. La devoción al Sagrado
Corazón de Jesús resume los dones del Espíritu Santo.
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El Sacramento de la Confirmación es la crema de la salvación. La unción santa con el


perfume de amor está ahí marcada por la señal de la Cruz. Es el Sagrado Corazón de
Jesús que viene a imprimirse en el alma depositando en ella, con una fuerza y una
dulzura absolutamente nuevas, el Espíritu de amor con la abundancia de sus gracias y
de sus dones.

Se hace la dedicación del templo vivo. El Sagrado Corazón de Jesús podrá entonces
reposar en su tabernáculo por la santa Comunión. Su Humanidad santa solo pasa, pero
el espíritu de su Corazón permanecerá para siempre en esta alma, a fin de hacer crecer
en Cristo y de prepararla para la comunión eterna.

Es de este Divino Corazón de donde brotan las aguas saludables de la Salvación a fin
de lavar, en la misericordia inagotable de Dios, el alma que tuvo la infelicidad de perder
la gracia del Bautismo y de colocarla en la condición de poder alimentarse de nuevo del
pan de la vida.

Es este Corazón que forma el lazo sagrado del Matrimonio, símbolo de su unión con la
Iglesia. En fin, se transforma en dulce unción para consolar y fortificar el alma del pobre
moribundo. Se vuelve, entonces, en el óleo de los enfermos y en una misericordia muy
tocante, como dice la Iglesia, para ahí limpiar todas las manchas del cristiano en esta
hora suprema y, así, conducir la comunión eterna de que el Viático es, aquí abalo, la
garantía.

III. El sacerdocio de Jesús

Pero debemos meditar el Sagrado Corazón eucarístico en otro sacramento que lleva todo
su cuño, y en el cual aparece con su carácter sacerdotal: es el sacramento del Orden al
cual se prende todo el organismo de la Iglesia y la santificación de los fieles.

Este sacramento admirable da al sacerdote el poder de formar el Corazón eucarístico de


Jesús y de depositarlo en las almas. Asocia este hombre al propio Sacerdocio de Jesús
y, por consiguiente, hace de él realmente otro Cristo, porque no hay dos sacerdocios,
solo uno, el de Jesucristo y el Sagrado Corazón de Jesús; yendo a las manos y al corazón
del sacerdote, hace de él, el ministro de los Sacramentos y el distribuidor de todas las
gracias.

Y si el sacerdote quisiera corresponder su sublime misión, es preciso el Corazón


sacerdotal de Jesús se forme en él, no solo en germen y en potencia, pero en toda su
fuerza y esplendor: esto es, con el carácter de Pontífice y de víctima que lo distingue,
con el espíritu de amor y de inmolación por el cual el sacerdote se consagra únicamente
al amor de este Divino Corazón, inmolándole su corazón y consagrando en él sus
acciones y sus obras sacerdotales con todos sus frutos y sus méritos.
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A esta operación, por así decir, oficial del Sagrado Corazón de Jesús por los
sacramentos, se une a su operación secreta e íntima sobre las almas, la cual se une,
también ella, siempre y en todos los casos, al Corazón eucarístico. Por sus toques
delicados y admirables, este divino Corazón forma, en el secreto de las almas que Él
ama, esta vida de amor de la cual San Pablo nos traza todos los caracteres en términos
elocuentes “Caritas patiens est, benigna est…; non est ambitiosa, non quaerit quae sua
sunt; non cogitat malum;…. omnia suffert, omnia credit, omnia sperat, omnia sustinet:
La caridad es paciente, amable, no es ambiciosa, no es interesada, no se exalta, no
piensa mal de nadie, todo lo soporta, cree, espera, es paciente”. Nosotros tenemos que
amar únicamente al Sagrado Corazón de Jesús, no vivir sino para Él y de Él, tal es el
objetivo de la operación misteriosa del Corazón eucarístico en las almas.

Terminamos estas consideraciones sobre la acción del Sagrado Corazón de Jesús en la


Eucaristía, diciendo una palabra sobre la acción de María, de Nuestra Señora del
Sagrado Corazón. Ella también es el canal de la gracia: “Salve radix, salve porta!:
¡Salve, fuente y puerta de la gracia!”. Ella obtiene la salvación, la gracia y el amor del
Sagrado Corazón de Jesús a todos los que la piden y, esto, ella alcanzó infaliblemente.
María no es el autor de la gracia, pero la obtiene por su poderosa impetración, la guarda
en nosotros. Y, por otra parte, la Santísima Virgen, habiendo formado en sí el Corazón
material de Jesús, no puede negarse que tenga una cooperación muy especial en la
formación de su Corazón místico, sea en la Iglesia, sea en las almas. Amemos, por tanto,
esta buena madre y pidámosle que pronuncie en nuestro favor su todopoderoso “fiat”.

Resolución.- Mi Buen Maestro, quiero alimentarme constantemente en las fuentes


purísimas de tu Divino Corazón. Seré dócil a tu gracia: “Audiam quid loquatur in me
Dominus” (Sal. 84). Iré con alegría beber a las fuentes de la Salvación, a los
sacramentos, sobre todo la Eucaristía, donde encontraré tu propio Corazón, vivo y
amante.

Día 04
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Día 4

PRIMER MISTERIO: VIDA DE AMOR DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA


EUCARISTÍA

CUARTA MEDITACIÓN: La vida gloriosa del Sagrado Corazón De Jesús en la


Santa Eucaristía

Tercer carácter de la vida de amor: el amor alegre, desprendido de las cosas


terrenas

Encontramos, por tanto, en la santa y adorable Eucaristía, Belén y Nazaret; encontramos


ahí un Calvario místico, el Cordero que vive de inmolación; pero encontramos ahí
también el cielo con todas sus alegrías, todas sus glorias y todas sus delicias.

I. La vida gloriosa del Sagrado Corazón en la Eucaristía

El Corazón Sagrado de Jesús, más brillante que la luz, totalmente radiante y ardiente de
amor, arrebata en un éxtasis eterno a los ángeles y a los santos. Es el sol de la celeste
Jerusalén, como dice San Juan: ahora bien, Él está también en el tabernáculo, está ahí,
no en imagen, sino en realidad. En él reside la Santísima Trinidad; la Santísima Virgen,
San José, los ángeles y los santos forman su corte. Los embarga con torrentes de una
alegría que jamás acabará; de Él nacen ríos de paz, y nada lo separa de nosotros, sino
las débiles apariencias eucarísticas. Es solamente esta nada, este pequeño velo, la
pequeña nube que nos separa del cielo cuando adoramos el Sagrado Corazón de Jesús
en el Tabernáculo; y cuando Él entra en nosotros por la santa Comunión, nos trae
consigo el cielo: ¿el cielo que es, sino Él mismo?
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Al entrar en nosotros por la santa Comunión, el Sagrado Corazón de Jesús debe, por
tanto, comunicarnos también algunas de sus cualidades gloriosas; y las que no nos
comunica, tales como la impasibilidad, la claridad, etc., deposita en nosotros el germen
de ellas, nos da su roca segura, las garantías ciertas.

Meditemos ahora en las cualidades de la vida gloriosa que el amor del Sagrado Corazón
de Jesús deposita desde ya en nuestros corazones, sea cuando lo visitamos, sea, sobre
todo, en nuestras comuniones. Las resumimos todas en el desprendimiento y en la
alegría.

II. Los frutos de la Eucaristía

El desprendimiento de las criaturas

El desprendimiento dice mucho más que el simple despego de las criaturas; el


desprendimiento implica una operación dolorosa; se trata de cortar, de arrancar, pero el
corazón desprendido ya no tiene trabas no cesa de cantar: “Laqueus contritus est et nos
liberati sumus: se quebraron los cepos y fuimos liberados”. El planea totalmente la
bondad en las esferas más radiantes del amor divino, porque ya no está unido a ninguna
criatura. Se sirve de ellas, a veces, como Nuestro Señor hacía después de la
Resurrección, pero su Corazón no está allí. Su alimento es el amor del Corazón de Jesús;
su bebida, su divina bondad; su conversación ya no es sobre la tierra, está en el cielo, en
lo más alto de los cielos, en el propio Corazón de Jesús. Mira apenas con un mirar
distraído a las cosas de la tierra, precisamente en la medida en que le imponen sus
deberes y las necesidades absolutas de la vida. ¡Ah! ¡Cómo es deseable este estado!

Pero ¡qué raro es! Todavía, no está encima de la misericordia del Sagrado Corazón de
Jesús, ni encima de nuestras fuerzas. El perfecto oblato del Sagrado Corazón de Jesús
no debe estar solo desprendido, porque un hombre simplemente desprendido está
siempre pronto a unirse a algo; debe nadar en el amor del Sagrado Corazón de Jesús,
como el pez en el agua; debe matar su sed en esta celeste atmósfera como las aves matan
la sed con el aire. Los más avanzados ya deben haber atravesado la frontera del desapego
y estar lanzados a las esferas del amor, esto es, en la contemplación, porque
contemplación y desprendimiento son una sola cosa. Conocemos los medios para llegar
ahí, el deseo ardiente, la mortificación de las pasiones, continuamente lanzar nuestros
afectos y nuestros pensamientos al Sagrado Corazón de Jesús. Aquí está también otra
cosa que las resume todas: comuniones fervorosas y coloquios ardientes con este Divino
Corazón residente en el tabernáculo.

Nada hay más propio para desprender nuestro corazón que la recepción del Corazón
eucarístico de Jesús: es un fuego ardiente que muy deprisa nos lleva lejos de nosotros
mismos y de las criaturas. Pero, ¿por qué no obra en nosotros estos efectos maravillosos?
Es que nuestro corazón, digo nuestro corazón y no nuestra imaginación, está distraído
en su presencia. Comulgamos con las cosas terrenas, con las criaturas, con nosotros
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mismos, al mismo tiempo que comulgamos con el Corazón eucarístico. De ahí esta falta
de deseos, esta languidez que nos abate, la avidez que nos seca; no tenemos hambre ni
sed de amor y no estamos ni satisfechos ni saciados. ¡Ah! ¡Deseemos, deseemos!
Desfallezcamos por no desearnos lo suficiente. Olvidemos todo, y para olvidar todo,
lancémonos cada vez más en el Corazón de Jesús. En una palabra, que toda nuestra vida
sea como una comunión espiritual y una continua acción de gracias, y entonces
estaremos desprendidos. Nada nos ayudará más en este caso que la profesión de amor y
de inmolación bien comprendida y bien practicada.

Y entonces dirán de nosotros: resucitó, no andéis buscando entre los muertos a Aquel
que está vivo; y una vez resucitado, Cristo no muere más. Murió una sola vez para el
pecado, pero ahora lo que Él vive, lo vive para Dios: “Quod autem vivit, vivit Deo”;
esto quiere decir que la comunión bien fervorosa con el Corazón eucarístico nos coloca
en una especie de impecabilidad, quebrando en nosotros los lazos que nos prendían al
pecado y encendiendo nuestro corazón con el amor divino.

III. La alegría espiritual

Este dulce privilegio arrastra consigo la alegría, no esta alegría que nace de la
impasibilidad, sino la que da la unión al Sagrado Corazón de Jesús y que consiste en
una celeste dilatación del corazón y en una super abundancia de paz. Esta alegría divina
es el soplo del espíritu de fuerza que nos sustentará en las peores tormentas, porque es
el soplo del amor. Así, cuanto más celestes seamos, menos nos pesará la cruz, porque,
como ya oímos, no hay ni pequeñas ni grandes cruces, sino solo un pequeño y un gran
amor. Y entonces, ¿con qué nos alegramos? Con aquello que alegra al Sagrado Corazón
de Jesús, con su amor. Si la alegría penetra tan poco en nuestros corazones, es porque
ellos no están suficientemente desapegados de las criaturas; nada entristece el alma
como el peso de la sensualidad o del amor propio. ¡Ah!¡Qué verdadero es el cántico de
los Serafines, que la Beata Margarita María escuchaba: “El amor del Sagrado Corazón
alegra”. Hace saltar de alegría, incluso en medio de los más vivos sufrimientos, como
decía San Pablo, el apóstol simultáneamente de la cruz y de las alegrías celestes.

Para terminar, observemos que no basta al sacerdote estar desapegado, debe estar
desprendido. Cuando los hijos de Israel fueron precipitados en el horno ardiente, el
Ángel del Señor descendió con ellos y circulaba libremente en medio de las llamas, las
llamas ni siquiera les tocaban. Así, es preciso que el sacerdote del Señor descienda
muchas veces al medio de las llamas. ¿No hace eso muchas veces, cuando ejerce el santo
ministerio del tribunal de la Penitencia, o en circunstancias análogas? Ahora, aunque
sea poco, si él fuese carnal, si la vida terrena vive aún en él, aunque fuese piadoso, lejos
de llevar socorro a las almas, acabaría él mismo por ser devorado.

Prestemos, por tanto, atención a la grandeza de nuestra vocación: nos asemeja a los
Ángeles. Pero hagamos también de todo para asegurar y para hacer cierta, según el
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lenguaje de San Pedro, sin escrúpulos todavía, pero con una gran confianza en este
Corazón eucarístico tan puro, tan desprendido de los pecadores, como dice San Pablo
(Heb 7, 26), y que debe volverse el único alimento de nuestra alma y de nuestro cuerpo.

Resolución.- Buen Maestro, seré asiduo junto a Tí. Será en las comuniones fervorosas
y en los coloquios ardientes con tu divino Corazón como tomaré la alegría y la fuerza.
Si conservo algún apego, acabará por arrastrarme a mi perdición; quiero ser todo para
Tí.

Día 03
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Día 3
PRIMER MISTERIO: VIDA DE AMOR DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA EUCARISTÍA
TERCERA MEDITACIÓN: El Sagrado Corazón De Jesús en la Santa Eucaristía
renueva su Pasión

Segundo carácter de la vida de amor: un amor fuerte y generoso

Que la santa Eucaristía renueva, en cierto modo, los misterios de la Pasión es una verdad
de fe, porque San Pablo dice: “Todas las veces que comieras de este pan y bebiereis de
este cáliz, anunciaréis la muerte del Señor”. Y la Iglesia nos enseña que el Sacrificio
de la Misa es sustancialmente el mismo que el de la Cruz, que veremos más en detalle
al meditar este adorable misterio. Aquí, nos contentaremos con observar que el Sagrado
Corazón de Jesús renueva, de cierto modo, su divina Pasión, sea en la Eucaristía
conservada, sea en la santa Comunión, y que nos muestra, no solamente el más tierno,
sino también el más fuerte de los amores.

I. Jesús en la santa Eucaristía está en el estado y en el espíritu de víctima

Varios autores místicos no prestaron suficiente atención a esto. No ven sino casi
exclusivamente en la santa Eucaristía, entendido el sacrificio de la misa, sino la
extensión de la Encarnación. Pero este amor encarnado es también el mismo amor que
sufrió por nosotros, y este Corazón se nos aparece precisamente en la santa Eucaristía
encumbrado por la Cruz, la señal y el instrumento de la Redención.

Es verdad que las circunstancias accidentales y pasajeras de la Pasión desaparecieron;


el sufrimiento ya no existe, pero lo esencial está ahí: este Corazón que me amó y que
por amor se entregó por mí: “Christus dilexit me et tradidit semetipsum pro me”. Es
precisamente este Corazón que lloró por nuestras ingratitudes en el Huerto, este Corazón
que fue partido por nuestros pecados, este Corazón es el del amor mayor, el que la lanza
hirió en el Calvario. Él ya no sufre, es verdad, pero se alegra por haber sufrido por
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nosotros, por haber muerto por nosotros, por haber compadecido nuestras miserias y por
haber llevado todas nuestras flaquezas y todas nuestras enfermedades.

Se presta tan poca atención a la alegría que experimenta ahora el Sagrado Corazón de
Jesús por haber sufrido por nosotros y, mientras tanto, ¡Él lo indica con tanto amor a la
Beata Margarita María! Le aseguró que perseveraría siempre en la intención de sufrir y
de morir aún por aquellos que ama, pero esto ya no es necesario y, sin embargo, esta
afirmación de Nuestro Señor prueba que, en su Corazón Sagrado, la disposición de
inmolación por amor persiste siempre. Y es por medio de esta disposición que Él ofrece
siempre a Dios Padre sus méritos, sus sufrimientos y su muerte por nosotros, y que
renueva incesantemente el espíritu de la Pasión, igual si no renueva el exterior
sangriento que, además, era solo accidental y pasajero. Pero esta oblación constante de
sus sufrimientos pasados, esta alegría morosa de haber sufrido y de haber muerto por
nosotros, continúa, constituyen el Sagrado Corazón de Jesús todo alegre y glorioso
como es, en el estado perpetuo de víctima eucarística, igual fuera del santo Sacrificio de
la misa.

II. Debemos unirnos a esta disposición de inmolación

Nuestra unión a este estado sublime, sobre todo en la santa Comunión, hace decir a San
Pablo que debemos, entonces, anunciar la muerte del Señor, y he aquí como: el Sagrado
Corazón de Jesús se alegra por haber sufrido por nosotros, por tanto, debemos también
sufrir por Él con alegría, no escogiendo este o aquel género de cruz según nuestra
voluntad, sino aceptando generosamente, alegremente todo lo que él apruebe escoger
para nosotros. Porque Él se complace de vernos renovar sobre la tierra su vida mortal y
sufrida; se alegra, cuando, por amor a Él, nosotros llevamos la misma cruz que Él llevó
por nuestro amor. No somos nosotros mismos los que la escogemos, porque la víctima
no se inmola a sí misma, sino que se deja inmolar, pero aceptémosla con la mayor
alegría, tal como está expresado en el retiro de la Pasión. ¿Cuál será esta cruz?

Será para todos la de la vida de amor y de inmolación, tal como la consideramos y, para
cada uno en particular, la que el Sagrado Corazón de Jesús tenga a bien escoger, sea ella
interior o exterior.

Hay una diferencia notable entre la víctima de justicia y la víctima eucarística. La


primera es escogida por el divino Salvador con el fin especial de expiación y es
relativamente muy rara, pero la disposición de inmolación eucarística debe existir en
todo corazón consagrado al Sagrado Corazón, tal como diremos más largamente cuando
hablemos de la vida de sacrificio.

III. Adquiriremos en esta disposición una fuerza heroica

Esta disposición, que fortifica aún la santa Comunión, alcanzamos del Sagrado Corazón
las mayores gracias. Sí, fue solamente el divino Sacramento, no solamente honrado y
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amado, sino también recibido, que produjo en la Iglesia estos prodigios de fuerza y de
generosidad que nos llenan de admiración. Los mártires, dice San Juan Crisóstomo,
comían la Carne de Cristo y mataban su sed con su Sangre, y salían de la santa Mesa
como leones. El Sagrado Corazón sufría en la persona de aquellos que estaban
dispuestos a todo a sufrir por Él y el vino del amor los hacía insensibles a los más
terribles tormentos. Era así que el heroico San Lorenzo afrontó sobre la parrilla todos
los suplicios del infierno; fue así que en Lyon, Póntico, un niño de quince años, asustado
primero por el horror de los tormentos, habiéndose incorporado el Corazón eucarístico
de Jesús, acabó afrontando animosamente el martirio, incluso animando a los ancianos
y a los hombres fuertes. No son, por tanto, solo las alegrías inefables del banquete divino
las que nos han de dar la participación en el Corazón eucarístico de Jesús, es el heroísmo
del martirio. El Divino Corazón de Jesús, embriagado por nuestro amor, pudo sufrirlo
todo por nosotros, y nosotros, tras embriagarnos con su amor, ¿no podemos soportar
nada por Él? El Corazón amable hace la Pasión presente en la Eucaristía. El cáliz de los
sufrimientos de esta vida se mezcla con el cáliz de su sangre y de su amor. ¡Ah! ¡Qué
embriagante y delicioso es este cáliz divino! ¡Puedan los verdaderos discípulos del
Sagrado Corazón beberlo y darlo a beber al mundo debilitado! Todo lo que hay de fuerza
y de energía en la Iglesia viene hoy, como siempre, de la Mesa eucarística; si todos se
aprovechasen de ello tanto como debieran, eso es porque la comunión no es bastante
frecuente y también porque los que comulgan, muchas veces no piensan bastante en el
Corazón eucarístico, no tienen confianza en Él y se olvidan de darse, de entregarse
enteramente a su amor, del mismo modo como Él se da enteramente a nosotros.

¡Ah! ¡Que la caridad del Sagrado Corazón de Jesús nos tome y nos abrace! Y, entonces,
nada nos asustará; superaremos todo, como dice S. Pablo, porque el amor es más fuerte
que la muerte e incluso más fuerte que el infierno.

Resolución.- Me alimento muchas veces de tu Carne y de tu Sangre, mi buen Maestro,


debo alimentarme también de las disposiciones de tu Corazón eucarístico. Le humillo
con la tibieza con que hasta ahora había en mis comuniones. Perdóname. Cambia mi
debilidad en fuerza y en coraje.

Día 02
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Día 2
PRIMER MISTERIO: VIDA DE AMOR DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA EUCARISTÍA
SEGUNDA MEDITACIÓN: EL Sagrado Corazón en la Eucaristía obra una nueva extensión
de la Encarnación
Primer carácter de la vida de amor: el amor que se da.
El primer prodigio que nos impresiona en el misterio de la Encarnación es la habitación
de Dios con nosotros, como uno de nosotros: «Emmanuel: Deus nobiscum». – «Et
Verbum caro factum est et habitavit in nobis». Por su omnipresencia, Dios habita
siempre con nosotros, pero el infinito lo separa de nuestra pobre humanidad. Él no tiene
un corazón de hombre para sentir, por experiencia, lo que es la compasión. Y esto es lo
que el Verbo realizó haciéndose hombre: se hizo nuestro amigo, nuestro compañero,
nuestro hermano; es nuestro Padre y como nuestro Hijo. Tales son los secretos que nos
revelaron Belén y Nazaret. Allá vimos el Dios omnipotente, la sabiduría eterna
transformada en un encantador, pero frágil niño, humilde, sumiso, haciéndose el
pequeño siervo de sus criaturas y, más tarde, continuando en su vida apostólica, por
amor, este servicio de su Corazón para con los hombres. ¿No era Él nuestro servidor,
Aquel cuya entera ocupación era curar las enfermedades de nuestra alma y de nuestro
cuerpo? ¡Oh! ¡Cómo es verdadera esta palabra de nuestro dulce Salvador: El Hijo del
Hombre vino para servir y no para ser servido! ¡Descendió del cielo y se hizo hombre!
¡Estos son los prodigios que este Corazón adorable realizó! No piensa más que en
hacernos subir y no sueña sino en descender hasta nosotros.
Pero el misterio de la Ascensión parecía poner término a este estado de abajamiento
amoroso del Hijo de Dios. Él se oculta, entonces, a nuestros ojos, se reviste para siempre
de una gloria más resplandeciente que la del Tabor; se sienta a la derecha del Padre con
el título de Rey, también temporal, y el poder de juez. ¿Cómo osaremos de ahora en
adelante llamarlo nuestro hermano, incluso si Él gusta darnos este dulce nombre,
también tras la Resurrección? Y si Él es nuestro hermano, ¿no es como José, cuyo poder
y majestad hacían temblar a aquellos que lo habían traído, a aquellos que lo habían
vendido? No, Él regresa a nosotros como amigo, como hermano afectuoso y dedicado
en la Eucaristía.
I. La presencia eucarística de Nuestro Señor es una extensión de la Encarnación
No encontrándose más sobre esta tierra la humanidad santa, la fuente de la gracia parece
agotada, o transferida a una inconmensurable distancia de nosotros. Porque, lo sabemos
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bien, toda la gracia es producto del Sagrado Corazón de Jesús, brota de Él como la
sangre material; se identifica con su sangre y su amor. Pero, si este Corazón se apartaba
de nosotros, igual que nos dejó los otros sacramentos, ¡qué soledad se haría para
nosotros aquí abajo! ¡Qué aislamiento! ¡Qué vacío! ¡Nuestro tierno hermano, nuestro
amigo ya no estaría ahí con nosotros! ¡Su Corazón de hombre ya no escucharía
directamente nuestros suspiros y nuestras lágrimas! ¿En qué nos convertiríamos?
Pero su tierno Corazón supo arreglarlo todo para permanecer siempre con nosotros,
inventó el sacramento del amor. No vemos a Jesús, pero Él está ahí; solo las pequeñas
apariencias eucarísticas nos separan de Él, y tenemos la fe para penetrarlas, y tenemos
un corazón que vuela al Corazón de Jesús, haciendo más compasivo que nunca el
Corazón de nuestro hermano y de nuestro amigo. Así es como el Corazón de Jesús
cumple su promesa: “No os dejaré huérfanos”. Así es como la Eucaristía continúa el
misterio de la Encarnación y multiplica por todas partes Belén y Nazaret. La Eucaristía
hace al mismo Señor más próximo a nosotros que el misterio de la Encarnación y,
cuando reflexionamos bien en esto, vemos que Él no se apartó del hombre por la
Ascensión sino para estar más cerca de él por la Eucaristía, porque las condiciones de
la vida mortal no permitían al Salvador hacerse presente en todos los puntos del espacio,
en todo el corazón que lo amase y que desease su visita, pero su vida gloriosa le permite
la omnipresencia del amor; su Corazón está en todas partes, lo encontramos en todos los
santuarios y, si nuestra ligereza y nuestra indiferencia no impidiesen las efusiones de
este amor insaciable en el don de Sí mismo, se nos permitiría, como a los primeros
creyentes, guardarlo en nuestras casas y llevarlo siempre en nuestro corazón. Tal había
sido la condescendencia de este Corazón generoso, si la Iglesia no hubiese tomado, en
cierto modo contra Él mismo, el cuidado del respeto que le es debido.
Pero si este privilegio no se nos concede, podemos, sin gran fatiga y cuando
quisiésemos, a toda hora del día y de la noche, aproximarnos al Corazón eucarístico,
hablarle, abrirle todo el corazón, atraerlo a nosotros y hacer de Él todo lo que
quisiésemos. Porque, en la santa Eucaristía, su Corazón se hizo dependiente de nosotros,
pero más aún de lo que era en Belén y en Nazaret. Es, ciertamente, fácil tomar a un niño,
abrazarlo y acariciarlo, pero es aún más fácil tomar un pequeño pedazo de pan, colocarlo
donde se quiera. Y, cuando se piensa que, bajo esta débil apariencia, justamente el
Corazón de Jesús está ahí, cuando se piensa en este amor que quiso hacerse dependiente
de nosotros hasta este punto, ¡cómo no llorar, como hacía el santo Cura de Ars,
exclamando: “Hago de Él lo que quiero, lo coloco donde quiero!” Porque el privilegio
de disponer de la humanidad santa se hizo uno de los más preciosos privilegios que
pueden tener las manos sacerdotales. Pero es meditando en la vida eucarística escondida
como nos será permitido profundizar este prodigio de amor. Para hoy, nos basta verificar
este primer punto.
Por la santa Eucaristía, la Encarnación se multiplica en todos los puntos habitables de
la tierra; en toda parte donde nos es dado dirigir nuestros pasos, encontramos el Corazón
de nuestro hermano y de nuestro amigo, siempre preparado para recibirnos, siempre
preparado para consolarnos, siempre dispuesto a colmarnos de gracias, a iluminarnos, a
levantarnos y a perdonarnos. Así, en esta nueva Encarnación, es sobre todo el Corazón
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de Jesús el que está presente; Él esconde todo el resto, su divinidad, su humanidad, para
dejar ver mejor su Corazón; y, si los ojos del cuerpo no pueden ver, como lo ven los
ojos del corazón y ¡cómo saben penetrar los velos que lo envuelven! ¡Ah! ¡Por qué no
nos es concedido multiplicar también nuestro corazón para dar a este Corazón que se
multiplica por nosotros! Por lo menos, arranquemos nuestros pensamientos, nuestros
afectos al mundo, a nosotros mismos, para darlos todos al único Corazón que nos ama;
y, si no podemos superarlo, ni siquiera igualarlo en amor, al menos que todo nuestro
amor le pertenezca, todo, absolutamente todo; y aún, tras esto, digamos que no somos
sino siervos inútiles.
II. La comunión es también una extensión de la Encarnación
Pero, ¿no es a esto a lo que se limita la extensión de la Encarnación? ¿En qué consiste
propiamente este misterio inefable? Es que el hombre se vuelve Dios por la unión
hipostática de la naturaleza divina a la naturaleza humana. Ahora, no convenía que el
Verbo se encarnase en cada uno de nosotros. Y, todavía, el Corazón de Jesús, tan ávido
de darse, decía para Sí mismo: “Entre todos mis tesoros, hay uno, el más precioso de
todos, mi divinidad, que se vuelve inaccesible a mis hermanos y a mis amigos; no gozan
como Yo de la unión hipostática. ¡Ahora bien! Mirad lo que haré; darles mi carne que
es la vida del mundo, embriagarlos con mi sangre, colocaré su corazón en mi Corazón
y, entonces, mi divinidad se unirá a ustedes de un modo muy especial, aún no
hipostático, que no lo es por naturaleza” Es así que la divina Eucaristía, por medio de la
Santa Comunión, nos hace entrar en el propio misterio de la Encarnación, y lo extiende
a todos los hijos de Adán que quieran ponerse en estado de aprovechar de Él. ¿Qué hay
de mayor? ¿Qué hay de más bello? ¿Qué hay de más tierno y de más generoso?
Asociarnos a la Divinidad, uniéndonos a la Humanidad santa de Jesús, a su Corazón
Divino: tal es, entonces, el fin de la santa Comunión de modo que este Corazón amante
no se contenta con la calidad de hermano, de amigo, o de padre, sino que se hace el
esposo de nuestras almas y de nuestro propio corazón. “Mi carne, dice, es
verdaderamente una comida, y mi sangre verdaderamente bebida”. Comer a Dios,
matar la sed de Dios, incorporarse a Jesucristo, no ser sino una sola cosa con Él. ¡Oh!
¡Qué glorioso privilegio! Y ¡cuánto la encarnación eucarística es un complemento
maravilloso de la primera Encarnación!
Todos los autores místicos describen muy largamente los efectos maravillosos de la
santa Comunión. Nos faltaría el tiempo para analizarlos, pero encontramos todo y
mucho más en esta magnífica síntesis: la divina Eucaristía no es otra cosa que la
Encarnación aplicada a cada uno de nosotros.
III. Que es necesario ir a la santa Comunión con confianza
Añadimos solo dos observaciones como corolarios:
1º. La Santa Eucaristía es el pan de la vida, el pan dado por la salvación del mundo; y
la vida es el propio Dios; pero este pan maravilloso tiene todos los gustos y todas las
delicias, como el maná; sabe adaptarse a todas las necesidades de nuestra alma y nos
transforma en Él en vez de ser transformado en nosotros; se adapta a todas nuestras
inclinaciones, tiene la dulzura de la leche y la fuerza del pan; en una palabra, el Sagrado
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Corazón de Jesús es, absolutamente, al mismo tiempo para nosotros, un alimento que
nos hace crecer y una bebida generosa que nos llene de alegría.
2º. La santísima Comunión es aún la obra por excelencia del alma cristiana, que nada,
absolutamente nada, podría sustituir, porque solo ella nos puede dar la vida completa,
esto es, deificarnos tanto cuanto nosotros lo podemos ser. Los otros sacramentos
preparan esta deificación y la contiene en germen. Tal es la obra que el bautismo realiza
en nosotros haciéndonos templo del Espíritu Santo; pero, por la Eucaristía, este templo
vivo se asemeja a Cristo y hace de nuestro corazón su propio corazón; haciéndonos así
como el Hijo amado en el cual Dios colocó todas sus complacencias. Se comprende, por
tanto, que el demonio hace todo lo que puede para alejar a los fieles de la santa Mesa,
porque quiere hacer de nosotros los hijos del infierno y no los hijos de Dios; del mismo
modo, todas las herejías modernas, también las que procuran simular el catolicismo,
pueden reconocerse en este carácter: el alejamiento de la santa Comunión so pretexto
de respeto. ¡Infelices! No ven que la humildad más perfecta consiste en no despreciar el
don que nos hace la misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. Uno de los principales
efectos de la devoción al Sagrado Corazón será también renovar la práctica de la
comunión frecuente, también la cotidiana.
¡Ah! Sacerdotes del Salvador, admiremos nuestro privilegio. Este Divino Corazón
depende de nosotros por la institución eucarística; quiere que nosotros lo demos. No le
causemos el dolor de no darnos.
Sin embargo, no nos contentemos sea para nosotros mismos, sea para los fieles, con la
disposición estrictamente suficiente para la comunión, esto es, la ausencia del pecado
mortal; porque, entonces, la comunión impide, sin duda, morir, pero no trae todos sus
frutos de deificación. Nuestro corazón debe estar con el Sagrado Corazón de Jesús en
las disposiciones:
1° de ardiente deseo, como lo expresaba la esposa del Cantar: “¡Ah! Que mi amado me
dé, en fin, el beso de su boca y de su corazón, que me una a él, que me arrebate junto a
sí”;
2° de donación total de nosotros mismos a aquel que se da todo a nosotros: “Yo soy para
mi amado y él es para mí”. Oh amado mío, ¿qué quieres tomar?
Aquí está, en primer lugar, mi corazón, es para Tí; pero, cuando él te pertenezca, hazle
querer todo lo que Tú apruebes. Él estará siempre alegre, siempre contento, porque será
Tú mismo.
Resolución.- Tengo Belén y Nazaret a mi alcance por la Eucaristía. Quiero servirme de
ello largamente por la visita de Jesús y por su recepción. Como José y María, puedo
tener a Jesús, conversar con él y recibirlo en mí mismo y como que fue mi corazón. ¡Oh
Jesús, qué amable eres!
Día 01
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Día 1
PRIMER MISTERIO: VIDA DE AMOR DEL SAGRADO CORAZÓN EN LA
EUCARISTÍA
PRIMERA MEDITACIÓN: Designio de Amor del Sagrado Corazón en la
Institución de la Eucaristía
Mirad a Jesús a la mesa de la Cena, bendiciendo el Pan, que Él cambia substancialmente
en su cuerpo. Vedlo elevando al cielo los ojos divinos. Todo su rostro brilla con una
dulzura inefable. Está en un éxtasis de amor. Es que, en este momento, el Sagrado
Corazón realiza el ideal de su vida. Él quiso ofrecernos una fuente de gracias, donde
pudiésemos recoger todas las bendiciones y las alegrías. Quiso también darse a nosotros
para vivir en la intimidad con cada uno de nosotros. Realiza todo esto, instituyendo la
Eucaristía, y está como ebrio de alegría y de amor.
I. El Sagrado Corazón quiso instituir la Eucaristía para comunicarnos todos sus
bienes
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“He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22). Durante toda su
vida, Jesús tenía hambre y sed de ver el día de esta Pascua. Quería abrirnos esta fuente
de vida, quería comenzar esta intimidad con nosotros.
La Eucaristía era la fuente de todos los dones que su Corazón nos abría. No es solo un
don especial, un favor particular que este Corazón liberal quiere hacer a las almas que
ama; son todos los dones al mismo tiempo, son todas las gracias concentradas en un
solo don. Sean cuales puedan ser las necesidades de un alma en esta vida, es aquí donde
encuentra el socorro, el remedio, los recursos para todo. Es un resumen de todos sus
dones que nos dejó el Dios de la misericordia, dándonos este pan de vida: Memoriam
fecit mirabilium suorum misericors et miserator dominus, escam dedit timentibus se.
Almas que la tentación prueba, que las desgracias afligen, almas perturbadas y
dubitativas, almas pobres, enfermas, moribundas, saben recurrir a este remedio divino.
Almas tiernas, que tienen necesidad de afecto, ven a este Amigo. Al encontrarse todo al
mismo tiempo: los consejos de amistad, los ejemplos de santidad, las direcciones de la
sabiduría divina. Es en este tesoro de toda especie de bienes que una infinidad de almas
encontró su satisfacción. A veces, nos faltan los otros medios: la ocasión, la
oportunidad, un abordaje fácil se nos recusa; pero, en este sacramento admirable, Jesús
está siempre presente, está siempre preparado: está en todas partes y está para todos.
II. Él nos da más que todos los bienes dándonos la propia fuente y la despensa de
estos Bienes
Todos los bienes que nos trae la Eucaristía son frutos maravillosos; pero Nuestro Señor
no quiso darnos solo los frutos de su caridad infinita, quiso darnos el propio árbol que
carga estos frutos. Él se da a sí mismo a nosotros, nos da su Corazón, que es la fuente
de toda la misericordia. Dándose a Sí mismo, nos da todo y no se reserva nada: nos da
su Humanidad Santísima con todos los méritos de su vida mortal; nos da su Divinidad,
con todos los tesoros de su sabiduría, de su poder y de su infinita bondad. No coloca, en
suma, otros límites al deseo que nosotros mismos tenemos de enriquecernos, a no ser
aquellos que nosotros mismos ponemos por nuestra disposición y por nuestra capacidad.
Los hombres ganan nuestro corazón con pequeños presentes; ¿seremos insensibles solo
respecto a Nuestro Señor, cuyo Corazón es para nosotros tan pródigo de beneficios?

III. Quiso unirse íntimamente a nosotros


En la Eucaristía, Nuestro Señor nos dio todos sus dones y su propia fuente; es el amor
de benevolencia en su grado supremo. Pero no es todo; Jesús quiso testimoniarnos,
también en la Eucaristía, el amor de amistad y de intimidad. Quiso permanecer con
nosotros, conversar con nosotros y permitir que nos abandonemos en la más dulce
familiaridad junto con Él, como permitía a sus apóstoles y, sobre todo, a San Juan. Sí,
la liberalidad de su amor le llevó hasta ahí. Parece, como dice San Dionisio, que estaba
fuera de Sí en su amistad por nosotros. Él mismo es este comerciante del Evangelio que
vende todas sus riquezas para adquirir una perla que estimó rara y de un gran precio. Y
esta perla a sus ojos es nuestro pobre corazón que nos pide. Él quiere serlo todo para
nosotros, para que lo seamos todo para Él.
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La razón repelería tal creencia, si la fe no la impusiese.


Resolución.- Jesús, tu amistad me confunde. Mi alma se siente turbada. ¿Qué es lo que
yo hice hasta el presente para responderle? ¿Cómo pude despreciar tales avances? Digo
con los labios y me gustaría decir con todo mí ser: Aquí tienes mi corazón, tómalo y
nunca me permitas que lo tome de vuelta o que lo comparte.
Introducción
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MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Padre Juan del Corazón de Jesús Dehon: Coronas de amor al Sagrado Corazón

Extraídas del libro

“CORONAS DE AMOR AL SAGRADO CORAZÓN”

del Reverendo Padre Juan del Corazón de Jesús (León Gustavo Dehon),

Fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.

El autor

JUAN DEL CORAZÓN DE JESÚS (1843-1925)

León Gustavo Dehon nació un 14 de marzo de 1843 en la Capelle, un pequeño pueblo del norte de
Francia. Sus padres de buena situación económica, fueron Julio Dehon, hombre liberal dedicado a
sus negocios (cultivos, cría de caballos, una pequeña fábrica de cerveza), que en lo religioso no era
practicante; su madre, Estefanía Vandelet, mujer religiosa que lo inicia en una espiritualidad que le
moldeará el corazón toda su vida.

1855: Entra en el colegio de Hazebrouck, en Flandes; recibe una intensa formación humana,
intelectual y religiosa. Con solo 16 años obtiene el bachillerato clásico.

1859: Se inscribe en la Sorbona de París: en 1862 es abogado y en 1864 es doctor en Derecho de


la Corte de Apelación de París.

1865: A pesar de la oposición de su padre, será sacerdote. Se detendrá en el Seminario Francés


“Santa Clara” en Roma para iniciar los estudios de teología. Allí estudia en la universidad Gregoriana.

El 19 de diciembre de 1968 es ordenado sacerdote, un año antes de su doctorado en Teología y


Derecho Canónico. Su padre vuelve a la fe y recibirá la comunión de sus manos. «Aquel fue el día
más bello de mi vida. Me alcé sacerdote, todo lleno de Jesús, de su amor por el Padre, de su celo
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por las almas y de su espíritu de oración…Durante todo un año no logre celebrar una sola vez la
misa sin lágrimas».

En 1870 Pío IX inaugura el Concilio Vaticano y es elegido como taquígrafo, esta experiencia le ayuda
a vivir de manera especial lo que es la Iglesia. Allí conoce personalmente al futuro León XIII.

1871: Tras seis años de estudio en Roma, consigue tres doctorados (Teología, Filosofía y Derecho
Canónico).

Su Obispo, Mons. Thibaudier le nombra coadjutor en la basílica de S. Quintín, que es una ciudad
obrera de unos 35.000 habitantes. De ellos 20.000 son asalariados. Después de un mes ve la
situación dramática de los obreros. Por otro lado los sacerdotes viven absorbidos por el culto, el
catecismo y la visita a los enfermos.

Al comprobar que el pueblo no se encuentra en la iglesia invita a los sacerdotes a ir donde está el
pueblo. Ésta es una idea que va a dinamizar su apostolado: “El pastor debe conocer a sus ovejas”.

Escoge a sus primeros colaboradores de entre los miembros de la Conferencia de San Vicente de
Paul (de la cual era miembro) de la Parroquia, pues era el grupo más activo.

Basílica de S. Quintín

Funda el periódico católico “El Conservador de l’Aisne” en febrero de 1871, donde trata temas
sociales. Dehon se convence de que el futuro está en manos de los formadores de jóvenes: “Hay
que evangelizar a la sociedad a través de grupos cristianos de jóvenes que pasen a la acción”.

1873: «Faltaba en S. Quintín un Colegio eclesiástico, un patronato y un periódico católico». Entre las
obras, no viene a menos la oración: «Me levantaba regularmente a las 4,30, para tener tiempo de
orar».

Comienza a visitar familias, a trabajar con los niños y para esto crea El Patronato S. José, para el
cual, invierte sus ahorros en un edificio que en pocos meses se llena de muchachos. La alegría del
«capellán» es grande: «1873 fue un año feliz para mí. He visto la realización de mi primera obra.
Estoy feliz con mis muchachos, de mis jóvenes». El éxito es evidente y rápido: 150 jóvenes en octubre
de 1872 y 200 para Navidad. En 1876 serán 500. Sus padres se convierten en los primeros
bienhechores.

1874: Fundó con su amigo, el padre Petit, un Oratorio diocesano en Soissons, pues “quería hacer
algo para el clero, para su santificación, que es el mejor de los apostolados”.
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En 1875 – 1876 comenzó a reunir a algunos jóvenes del liceo y a otros que habían terminado sus
estudios secundarios para formarlos como futuros patrones cristianos. En resumen, la nueva
agrupación fue como un círculo de estudios religiosos unido a una Conferencia de San Vicente.

En los próximos años es justamente en el Patronato San José, fundado por el P. Dehon, donde se
hace la reunión anual de todas las Conferencias de la ciudad.

1877: Funda el Colegio S. Juan Evangelista. En S. Quintín no hay solo hijos de pobres y obreros.
También los hijos de los dueños y dirigentes tienen un alma que salvar. Es necesario preparar
jóvenes cristianos, capaces de insertarse en los puestos clave de la cultura, de la política y de la
economía.

No es indiferente a la situación social de explotación y lucha por los obreros promoviendo reformas
sociales. “Si la injusticia social no es pecado, ya nada es pecado”. Y lo hace buscando la colaboración
de los patronos cristianizándolos. Surge así la “Asociación de Patronos cristianos”. Les echa en cara
su poca responsabilidad: “Destruís en la fábrica lo que nosotros hacemos en la parroquia”. Dehon en
esta causa trabajó con hombres como León Harmel, un industrial (y terciario franciscano) que ofreció
su fábrica para que los sacerdotes evangelizaran a los empleados, organizando retiros y reuniones
de espiritualidad entre empleados.

Colegio S. Juan Evangelista

Escribió sobre temas sociales en libros como “Renovación social cristiana” y “Manual social cristiano”,
entre otros. Además de sus conocidas conferencias en Roma, dictadas entre 1897-1900.

Dentro de toda su actividad seguía sintiéndose vacío. Le atraía y quería la vida religiosa, pero no
veía claro en qué congregación. A sus 33 años todo parecía sonreírle y aunque el obispo le nombró
canónigo, seguía faltándole algo. Quería ser religioso pero no quería abandonar su trabajo en S.
Quintín.

Es en el año 1878 cuando se decide y funda la congregación con el nombre primero de Oblatos del
Sagrado Corazón, nombre que cambiaría muy pronto por el de Sacerdotes del Sagrado Corazón de
Jesús, conocidos luego como padres Dehonianos (padres reparadores en España).
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Escudo de la Congregación, con el lema en latín: “Venga tu Reino”

En el colegio “S. Juan” es donde el obispo le autoriza a comenzar su congregación que responde a
la trilogía:

Fin a conseguir – la reparación.

Medio a emplear – la oblación.

Motivo de todo – el amor.

La fuente de la que se alimenta para esta intuición es el evangelio de S. Juan. En éste encuentra el
P. Dehon el símbolo del amor de Dios: el corazón traspasado como expresión del amor extremo. El
culto al Sagrado Corazón no es original del P. Dehon, ya en el S. XVI, Sta. Margarita María de
Alacoque, difunde el culto al Sagrado Corazón que alcanza su cima en este S. XIX en Francia.

Toma el nombre religioso de “Juan del Corazón de Jesús” por devoción al Apóstol S. Juan a quien
considera el primer apóstol del Sagrado Corazón. Por esto nos dejó numerosos libros espirituales
para difundir el amor del Corazón traspasado del Salvador. En particular se recuerdan: Vida de amor
en el Corazón de Jesús, Los misterios del amor, El año con el Sagrado Corazón, El Corazón
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sacerdotal de Jesús, La vida interior, El directorio espiritual, el Mes del S. Corazón y el Mes de María,
entre otros.

Para Dehon, “La devoción al Corazón de Jesús es una devoción fuerte y generosa que atrae a las
almas por medio de la dulzura de su amor, para hacerlas capaces de cumplir las obligaciones de la
vida cristiana y de practicar en toda su plenitud las fuertes virtudes que la constituyen.”

El “muy buen Padre Dehon” (como lo llamaban sus alumnos y conocidos), veía que la vida de Nuestro
Señor, está marcada por el amor hacia el hombre:

“San Pablo ha dicho: Él me amó y se entregó por mí (Gál 2,20). Podemos extender esta conclusión
y decir: Él me amó y su amor por mí le llevó a elegir la pobreza de Belén, los trabajos de Nazaret y
las fatigas del apostolado; me amó, y su amor le hizo encontrar sabrosos los sufrimientos de su
Pasión y su muerte. Me amó, y dio su cuerpo y su sangre en la Eucaristía; me ha dado su madre
desde lo alto de la cruz; me dio su gracia por los sacramentos; me dio la luz de su Evangelio; me dio
su Iglesia como madre, el sacerdocio como apoyo y el cielo como recompensa. El amor abre, aún
hoy, el Sagrado Corazón para derramar sobre nosotros todos los tesoros” (OSP 1,468).

Dehon fundó una Congregación que se dedicará a la reparación hecha por sacerdotes y para
sacerdotes, en el espíritu de víctima, de oblación de sí mismo por amor al Sagrado Corazón. Así el
11 de noviembre de 1886 anotó en su Diario: “Muchas obras me preocupan, pero mi obra más
grande, la obra más fecunda para la Iglesia, debe ser el trabajar por los sacerdotes, la obra de la
reparación y la dedicación al clero.”

Dehon también quiso hacer participar a personas, aun sin ser miembros de su Congregación, en el
mismo espíritu de amor y reparación al Sagrado Corazón. Por eso desde el comienzo fundó una
Asociación Reparadora o “Asociación íntima” (una especie de Tercera Orden). Contaba con dos
grupos: el primero comprendía a los “asociados”, el otro a los “agregados”. Ambos contaban con
sacerdotes y laicos. Mientras los asociados formaban, por así decirlo, la masa; los agregados vivían
interiormente el espíritu del Instituto y muchos pronunciaban el “voto de víctima” (especialmente al
inicio de la Congregación), se entregaban en completo abandono a las manos del Señor, aceptando
de antemano los sacrificios que Él les quisiera enviar.

En julio de 1925, una epidemia de gastroenteritis reina en Bruselas (donde se exilió, debido a la
supresión de las órdenes religiosas en Francia). Visita a sus hermanos enfermos y es alcanzado por
el mal. En la noche del 9 al 10 de agosto, sufre una complicación cardiovascular y por la mañana del
11 de agosto, un sacerdote lo prepara para su muerte administrándole la Extremaunción. Renueva
sus votos religiosos ante religiosos y familiares, pidiendo perdón por sus faltas y debilidades. El 12
de agosto, Dehon muere, exclamando vuelto al Sagrado Corazón que tenía en su habitación: «Por
Él viví, por Él muero».
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CORONAS DE AMOR AL SAGRADO CORAZÓN

Las coronas de amor están compuestas por treinta meditaciones para cada día del mes de Junio,
divididas en cinco misterios, con seis meditaciones cada uno.

Los invitamos a acompañarnos este mes, con las meditaciones que iremos publicando día a día.

Nota aclaratoria: El autor cita a Santa María Margarita de Alacoque y al Santo Cura de Ars como
“Beatos”, pues al momento de publicar estas coronas, ambos santos todavía no habían sido
canonizados.

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