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Para realizar una debida preparación individual y comunitaria de los bautizados para
acoger el sacramento en el siglo IX de la era cristiana, previo al anuncio de la Palabra:
(1) proclamación solemne de las Sagradas Escrituras seguidas de una respuesta
oracional y (2) explicación de la misma por parte del ministro capacitado y consagrado
para tal oficio eclesiástico, la Iglesia en la persona de sus pastores ve la necesidad de
introducir ritos de carácter penitencial y aclamativos para reanimar la conciencia de la
vocación humana y cristiana que la gracia de Dios sacramental otorga.
En el primer cuarto del siglo II de nuestra era, el Papa mártir San Telesforo (125-136)
combatió las doctrinas que negaban la encarnación de nuestro Señor Jesucristo del seno
virginal de María con dos medidas:
1. Inserción en la Misa del Gloria in Excelsis.
Una de las oraciones más antiguas cristianas, compuesta incluso antes de la redacción
final de los Evangelios y otros muchos escritos del Nuevo Testamento, es patrimonio de
la humanidad y de la liturgia cristiana de la ecúmene o universal. Razón por la que sus
letras no deben NUNCA ser modificadas, incluyendo las justificaciones musicales.
La fidelidad eucarística permitió a los cristianos de los primeros siglos sufrir las
persecuciones danto el testimonio supremo de la fe o martirio, y para los muchos que
fallaron en su intento de ser fieles a la confesión de fe bautismal el poder ser
readmitidos mediante la penitencia en la comunidad eclesial legitima.
Cabe acotar que el Gloria siempre se cantaba y sus letras respetadas con total integridad
porque poseen un rango sagrado, así como todas las demás oraciones litúrgicas. Es su
naturaleza práctica y su origen especifico. La ausencia del canto litúrgico es una
deficiencia a solventar, a la vez que el cambio de los textos.
*En la aclamación de Jesucristo durante la oración litúrgica se hace una reverencia como
reconocimiento de su Señorio, Pontifex Maximus.