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Margarita no quiere volar.

En las profundidades de una enorme montaña vivían una pequeña bruja y su


abuela. Juntas aprendían a preparar pociones magníficas capaces de convertir a
una rana en un príncipe o de hacer que la piel se te pusiera de un color azul muy
intenso.
Margarita, la pequeña bruja, siempre se metía en líos por hacer travesuras. Una
vez volvió a casa de la abuela totalmente llena de barro… ¡porque intentó hacerle
una broma a un jabalí rabioso!
Su abuela siempre se preocupaba mucho por su nieta porque era pequeña y
traviesa, pero Margarita lograba salirse con la suya de alguna forma siempre, sin
salir lastimada y aprendiendo valiosas lecciones en el proceso. Y como la pequeña
bruja estaba en casa de la abuela para aprender, al final lograba ese cometido y
todo salía bien.
—Eres muy osada —Le decía la abuela de vez en cuando.
Y era cierto, Margarita era capaz de entrar en una cueva totalmente llena de
murciélagos y no temblar de pavor. Era capaz de enfrentarse a un enorme oso y
salir airosa de la pelea. Era una niña realmente valiente que parecía no tenerle
miedo a nada y capaz de enfrentarse a todos los peligros con mucha sabiduría.
Pero, una vez, la pequeña Margarita sí que sintió realmente mucho miedo. Tanto,
que corrió a esconderse bajo la cama, y ese fue el día en que tuvo que aprender a
volar en su escoba. Era un domingo por la mañana, hacía buen tiempo y, mientras
desayunaba, su abuela le dijo que ese iba a ser un gran día para ella como bruja.
No obstante, cuando salió al patio y se encontró su escoba flotando y lista para ser
montada, Margarita sintió que se desmayaba del temor que le entró.
—No puedo subir ahí, me voy a caer, abuela —Suplicó Margarita antes de irse
corriendo para a esconderse bajo la cama.
—Todas las brujas deben volar —dijo la abuela al entrar en la habitación—,
siempre ha sido así y te toca aprender a ti también.
—¡Pero tengo miedo a las alturas! —Contestó Margarita con ganas de llorar.
Dicho esto, el búho emprendió el vuelo hasta un lugar donde poder dormir
plácidamente, dejando a Margarita pensativa. Cuando la pequeña bruja volvió
unos minutos más tarde, su abuela aún la esperaba en el patio con la escoba
preparada. Entonces, armándose de valor, se sentó en la escoba y se agarró
firmemente a ella para no caerse. Sus ojos se cerraron con fuerza y las manos le
sudaban mucho por los nervios, pero cuando una brisa fresca le acarició la cara
pudo abrir los ojos y descubrir que desde arriba las personas eran pequeñas
hormigas y los arboles manchas verdes…, que el río era largo como una raíz y
que los pájaros saludaban muy alegres al pasar. ¡Y fue fascinante!
Entonces Margarita dejó de temer y comenzó a volar, cada vez más alto y mejor,
con una enorme sonrisa. ¡Qué de cosas bonitas se habría perdido de no hacer
caso a su abuela!

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