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Andrés Rosler
Durante el período tenebroso, nazi, de su obra, Carl Schmitt redacta lo que para él era su
“testamento jurídico”: “La situación de la ciencia jurídica europea” (1943/1944, publicada
en 1950). Se trata de una conferencia que da a lo largo de la Europa ocupada por los nazis y
en partes que en todo caso eran neutrales.1
Unos diez años antes, en 1934, Schmitt había publicado un ensayo, “Sobre los tres
tipos del pensamiento científico-jurídico”,2 en el que trata básicamente el mismo tema, la
ciencia del derecho, con una estructura bastante similar.3 Además, ambos trabajos se
preguntan por el lugar de la ciencia o teoría del derecho en general, particularmente en una
era en la que producción del derecho se encuentra centralizada en el Estado, es decir, en la
era del positivismo.
Ambas obras plantean tres posiciones o discursos diferentes sobre el derecho. “Sobre
los tres tipos del pensamiento científico-jurídico”, de 1934, distingue entre el normativismo,
el decisionismo y el orden concreto. “La situación actual de la ciencia jurídica europea”
4 DARD 32.
5 LeR 389.
2
nuestra vida jurídica”, según el cual “solo la norma válida positiva es objeto de la ciencia del
derecho”.6 Según Schmitt, “la crisis de la ciencia del derecho europea comienza hace cien
años con el triunfo del positivismo legal. La irrupción revolucionaria del año 1848 señala
también aquí la gran encrucijada. Nuestros padres y abuelos dejaron a un lado un derecho
natural sobrevivido y vieron un gran progreso desde la ilusión hacia la realidad en la
transición hacia lo que ellos denominaron ‘positivismo’”.7 Pero, sostiene Schmitt, “debemos
dejar que el positivismo muerto del siglo XIX entierre sus muertos”.8
En primer lugar, llama bastante la atención que Schmitt describa la situación de
Europa en 1944—si no antes—como si fuera un observador y no un afiliado al nazismo, el
cual fue responsable al menos del inicio de la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar,
la responsabilidad del positivismo me recuerda la historia que se solía contar en Europa por
lo menos a partir de la década de 1930. Una persona le dice a otra: “La culpa de todo la
tienen los judíos y los ciclistas”, a lo cual la otra le pregunta: “¿Y por qué los ciclistas?”, y la
primera le responde: “¿Y por qué los judíos?”. Si sustituyéramos “positivismo” en lugar de
“judíos”, podríamos contar exactamente la misma historia.
Antes de seguir adelante, hay que destacar que la crítica de Schmitt al positivismo no
se debe a que él se vea obligado a demostrar su nivel de nazismo o incluso de antisemitismo
en sangre.9 En realidad, Schmitt no se priva de hacer una crítica al nazismo:
Nosotros no podemos elegir a nuestro gusto a los cambiantes detentadores del poder,
pero nosotros defendemos en la situación cambiante el fundamento de una manera
racional de ser humanos [die Grundlage eines rationalen Mensch-Seins], a la que no
se la puede separar de los principios del derecho. A estos principios pertenece algo
que no se suprime en la lucha, un reconocimiento de la persona que descansa en el
respeto recíproco; el sentido por la lógica y la consecuencia lógica de los conceptos y
las instituciones; el sentido por la reciprocidad y por un mínimo de un procedimiento
ordenado, un due process of law, sin el cual no puede haber derecho. En esto, en que
nosotros defendemos este núcleo indestructible de todo derecho frente a las
6 LeR p. 386.
7 LeR, p. 398.
8 LeR, p. 416.
9Tal como le sucediera por ejemplo en 1936. V. Bernd Rüthers, Carl Schmitt en el Tercer Reich, p.
107.
3
disposiciones corrosivas [allen zersetzenden Setzungen], reside la dignidad que se
nos ha dado en nuestra mano, hoy en Europa más que en algún otro tiempo y en
alguna otra parte de la tierra”.10
Tal vez la crítica al nazismo aparezca más nítidamente en el párrafo siguiente: “En una
época en la que la legalidad se ha convertido en un arma envenenada, que un partido le clava
a otro en la espalda, la ciencia del derecho deviene el último asilo de la conciencia jurídica.
(…). Incluso la confusión de las lenguas puede ser mejor que la unidad babilónica”.11
La tesis central sobre situación de la ciencia del derecho europea es que “cuando la
vemos en su gran horizonte que abarca los siglos, está determinada a través de dos
oposiciones, la de la ciencia del derecho hacia la teología, metafísica y filosofía por un lado,
y una mera aplicación técnica de normas, por el otro”.12 Como explica un poco más
adelante,
10LeR 422-423. Bernd Rüthers desconfía de este párrafo: “Puesto que la primera impresión en
alemán fue en 1950, se mantiene la duda sobre cuándo y dónde serían por primera vez escritas y/o
pronunciadas estas frases. Si en verdad provinieran de los años 1943-1944, podrían acreditar que,
cuando la guerra claramente se iba perdiendo, Schmitt dejó de ser un propagadora sin reservas de la
ideología nacionalsocialista y se convirtió en un observador crítico de la práctica jurídica del
nazismo. Antes de 1945 la conferencia solo apareció impresa en húngaro. El párrafo citado está en
esa versión considerablemente suavizado y su contenido nada más que se insinúa. Falta
completamente aquella frase en la que dice luego que los juristas no pueden seleccionar a los
cambiantes gobernantes ni los regímenes políticos. De todos modos, en la nueva perspectiva
histórica del autor se escuchan tonos bien distintos de los de aquella encendida propaganda del
Estado nacionalsocialista. Ahora ya no se dice que la ‘morada última’ de la conciencia jurídica sea el
Führer, sino la ciencia jurídica. En el centro del inventario sobre la ciencia jurídica europea ya no
están ni los órdenes concretos ni un Estado deificado, sino una llamada a Carl von Savigny y su
método histórico” (162-163). Además, teniendo en cuenta P&B, Schmitt no ocultó sus artículos.
11 LeR 426.
12 LeR 420-421. “la ciencia del derecho, que hoy es pulverizada entre la teología y la técnica” (NdE,
p. 6).
4
contra una instrumentalización subalterna, como nosotros en otros tiempos nos
hemos defendido contra la dependencia de la teología. Para ambos lados
permanecemos nosotros ciencia y jurisprudencia”.13
Por un lado, “la historia de la ciencia europea del derecho a través de cinco siglos ha
sido una historia de la ciencia del derecho romano”. Lo que se enseñaba como “derecho” en
las escuelas de derecho desde sus inicios en los siglos XII, XIII y XIV, junto al derecho
canónico, era ante todo derecho romano. Además, dicho derecho era enseñado en latín, la
lengua del derecho romano, “que durante medio milenio influyó y acuñó los conceptos
jurídicos de todas las lenguas europeas”. Por si esto fuera poco Schmitt se refiere a Rudolf
Sohm, un gran especialista en el tema, para sostener que “en la recepción del derecho
romano en Alemania no se trató para nada de la recepción de un derecho, sino solo de la
recepción de una ciencia del derecho”.14
Schmitt describe dos grandes momentos de la crisis de la legalidad de la ley estatal, o
del positivismo para decirlo con otras palabras. El primero se refiere a la posibilidad de
distinguir entre la ley y el legislador. Una vez que el derecho se convierte en una creación
legislativa, es decir deliberada, era natural que surgiera la pregunta por la necesidad de la
ciencia del derecho, o en todo caso cómo reconciliarla con los nuevos tiempos: “Tres
palabras rectificadoras del legislador y bibliotecas enteras se convierten en maculatura”.
Luego esta preocupación creció exponencialmente: “Un plumazo del legislador y bibliotecas
enteras se convierten en maculatura”.15 En el mundo de la legalidad los juristas se quedan
sin trabajo: “¿Qué es lo que queda de una ciencia, cuyo sentido y propósito no es otro que el
acompañamiento comentarista e interpretativo de órdenes positivas continuamente mutables
de autoridades estatales, que por su parte por supuesto que saben muy bien y pueden decir
ellos mismos cuál es su voluntad auténtica y cuál es el sentido y propósito de sus
disposiciones?”.16
En realidad se trata de un problema bastante antiguo. No es ninguna novedad a que
los codificadores no les cae simpático el trabajo científico, por no decir la interpretación, de
13 LeR, 422-423.
14 LeR, 392
15 LeR, 399.
16 LeR 400.
5
su obra. Pero así y todo se había llegado a cierto acuerdo. Por ejemplo, el corpus de
Justiniano se componía de la opinión de grandes juristas, así como los grandes códigos de
los siglos XVIII-XIX en el fondo no eran sino la continuación del derecho natural por otros
medios. De ahí que “la disputa entre la legislación y la ciencia del derecho se disolvió en la
rivalidad de dos hermanos, que aspiraban al mismo propósito con medios muy parecidos”.17
De ahí que los juristas europeos del siglo XIX se podían sentir tranquilos de que “el
método y el tiempo de la legislación, la preparación y la formación de las leyes
permanecieron también después de 1848, durante la segunda mitad del siglo XIX, en
conexión estrecha con la ciencia del derecho”.18 En otras palabras, ni siquiera las
revoluciones del 48 interrumpieron esa relación. El positivismo podía convivir con una
práctica judicial y una ciencia del derecho autónomas.
Esto se logró gracias a que el texto de la ley era entendido como una entidad
autónoma y objetiva, impersonal, a diferencia de los materiales legislativos que incluían los
motivos que habían llevado a los legisladores a sancionar la ley. La objetividad de la ley y la
subjetividad de los legisladores quedaban claramente distanciadas.19
Esta distinción era fundamental en los casos, cada vez más frecuentes, en los que la
composición de los parlamentos empezó a reflejar los crecientes desacuerdos políticos que
se reflejaban en la sociedad. En lugar de ser vehículos de racionalidad y justicia, las leyes
empezaron a convertirse en resoluciones mayoritarias, a veces como resultado de
compromisos entre coaliciones partidarias bastante heterogéneas. Este es uno de los temas
favoritos de Schmitt: el Estado del pluralismo político-partidario.20
Aquí la ciencia del derecho podía ser de mucha ayuda, junto con la práctica judicial,
como voceras y portadoras de la razón objetiva encarnada en las decisiones legislativas. En
la medida en que la situación del legislador fue cada vez más problemática esto hizo que los
juristas obtuvieran “una nueva, propia autoridad y una dignidad casi legislativa”.21
La segunda crisis que describe Schmitt corresponde al “legislador motorizado”. Si la
legislación del siglo XIX pareció estar en problemas, resultaron ser un juego de niños al lado
17 LeR 400.
18 LeR 401.
19 LeR 402.
20 LeR 402.
21 LeR 403
6
de los del siglo XX, particularmente a partir de la Primera Guerra Mundial. Hay un refrán
yiddish que reza precisamente: “ojalá tuviera esos problemas”. La guerra, la posguerra, la
movilización y la desmovilización, la revolución, la dictadura, la inflación y la deflación
hicieron que todos los países europeos se vieran obligados a simplificar cada vez más el
procedimiento legislativo: “se publicaron delegaciones cada vez más nuevas y extensas, a
través de las cuales los cuerpos legislativos transfirieron la facultad de dictar decretos con
fuerza de ley. El ‘decreto’ reemplazó a la ley”.22
Finalmente, como si hubieran olvidado de cuál era su trabajo, los cuerpos
legislativos tuvieron que ser llamados por las constituciones a hacer ellos mismos la ley en
lugar de delegar la legislación a otras autoridades. Como dice Locke, “el fundador
iusfilosófico del derecho constitucional moderno”, “El poder del Legislativo no puede ser
otro que el de hacer leyes y no el de hacer legisladores. El Legislativo no tiene el poder de
transferir su autoridad de hacer leyes y ubicarla en otras manos”.23
Schmitt recuerda que en la Jornada de Juristas Alemanes de 1921, el
constitucionalista Heinrich Triepel sostuvo que “la ‘desgracia’ del desplazamiento de la ley
mediante el decreto en Alemania había empezado justo al inicio de la primera guerra
mundial con la ley de delegación del 4 de agosto de 1914. Esta es una fecha que de hecho
está llena de significado para la transformación de la esencia de la ley. En esa ocasión
Triepel leyó el pasaje siguiente de una carta que su gran maestro, Karl Binding, había escrito
poco antes de su muerte: ‘La próxima gran tarea es la lucha contra el decreto en su
usurpación de la ley’”.24
Algunos juristas que trabajaban en las áreas “más tranquilas de la vida del derecho”
creían que estaban fuera de peligro y se tranquilizaban con frases como: “el derecho público
pasa, el derecho privado permanece”, sin darse cuenta de que lo que estaba en cuestión era
el concepto básico del positivismo, el concepto de ley.25
Cuando parecía que las cosas no podían empeorar, sin embargo, al decreto como “ley
motorizada” lo siguió la ordenanza o edicto (Anordnung) como “decreto motorizado”. Si a
la ciencia del derecho le costaba correr atrás de la legislación motorizada, era imposible que
22 LeR 404.
23 John Locke, Ensayo sobre el Gobierno Civil, § 141, p. 363.
24 LeR 404-405.
25 LeR 407.
7
pudiera seguirle el ritmo al decreto motorizado. La ley se convirtió en pura planificación,
pura dirección instrumental: “La máquina de legislación aumentó su ritmo en una medida
inesperada, y el comentario y la interpretación de la ciencia del derecho positivista apenas
fue capaz de alcanzarla. En el lugar del comentario científico y sistemático escrito por los
profesores de la ciencia del derecho, el comentario práctico de los prácticos o referentes del
ministerio emergió hace tiempo antes del desencadenamiento de los decretos en extensión
creciente”.26
Incluso suponiendo que el positivismo era la ciencia del derecho del Estado
legislador, una vez que se motoriza la creación del derecho es imposible que la ciencia del
derecho intente seguirle el paso. No tiene otra alternativa que volverse sobre sí misma y
recobrar su autonomía respecto a la actividad legislativa del Estado:
26 LeR 406-407.
27 LeR 408.
28 LeR 422.
8
La tríada teología-derecho-técnica no solo cumple una tarea estructural, sino que
además corresponde al desarrollo del espíritu europeo.29 Como dice Schmitt en “La era de
las neutralizaciones y las despolitizaciones”, se trata de “niveles en los que se ha movido el
espíritu europeo de los últimos cuatro siglos”, que a su vez corresponden “a las diferentes
esferas espirituales en las que se encontró el centro” de la “existencia humana”.
Este desarrollo significó a la vez “una serie de neutralizaciones progresivas” de las
diferentes esferas. En el inicio, la primera neutralización ocurrió a raíz de las “desesperadas
disputas” teológicas del siglo XVI, cuando “la humanidad europea” buscó una “ámbito
neutral en el cual terminara la disputa, y donde se podría entender, ponerse de acuerdo y
convencer recíprocamente”. La teología tuvo que ser dejada atrás como región central en
búsqueda de una esfera neutral: “La que hasta ese momento era la región central es de este
modo neutralizada… y sobre el suelo de una nueva región central se espera encontrar un
mínimo de acuerdo y premisas comunes, que posibiliten seguridad, evidencia, comprensión
y paz”.30
Esta primera neutralización es la alcanzada por el Estado. Schmitt habla de
“neutralidad positiva” para referirse al Estado,31 ya que se trata de una neutralización del
conflicto político ocasionado por la guerra civil. Sin embargo, hay que tener en cuenta que
el Estado no solo pone orden, sino que impone cierto orden particular, correspondiente a una
cultura o civilización determinada. En otras palabras, la neutralización estatal no es
completamente indiferente, sino que es defensa de una orden particular. Por ejemplo, los
juristas franceses como Bodin denominados “políticos” (politiques), a quienes les debemos
en gran medida la institución del Estado, eran considerados tales, políticos, en sentido
peyorativo debido a que sus enemigos creían que habían subordinado la religión a
consideraciones políticas. Sin embargo, como aclara Schmitt, los juristas pioneros del
Estado moderno no eran ateos, ni habían renunciado a sus creencias religiosas, sino que
entendían que la única manera de instaurar el orden consistía en encontrar una esfera
normativa neutral, una “razón pública” como dice Hobbes, que resolviera el conflicto
29La idea de “espíritu” (Geist) hoy suena bastante decimonónica. Sin embargo, la podemos traducir
como “cultura”—de hecho las ciencias sociales son las herederas de las ciencias del espíritu—en la
medida en que no olvidamos que no se trata solo de indicar el carácter convencional de la interacción
humana, sino que además sugiere cierta inteligencia (no tanto en el sentido de un diseño intencional
sino en el sentido de que hay razones que dan cuenta de las convenciones existentes).
30 BdP, 88-89.
31 BdP, 100-101.
9
teológico. Por supuesto, eso implicaba que algunas opciones quedaban excluidas, pero eso
es exactamente lo que sucede siempre, a menos que el modo de organización social en el
que vivimos sea anarquista.
La neutralidad de la técnica, sin embargo, es completamente diferente a la
neutralidad estatal. Se trata de una neutralidad “negativa” para decirlo en términos
schmittianos,32 ya que si bien se presenta como la solución neutral a todos los problemas, en
realidad su neutralidad es aparente. Hoy en día esto se ha vuelto moneda corriente. Por un
lado, surge una “religión del progreso técnico, para la cual todos los problemas se resuelven
mediante el progreso técnico”.33 La técnica parece ser el “suelo absoluta y eternamente
neutral”, no parece haber nada “más neutral que la técnica”.34 Mientras que las cuestiones
teológicas, metafísicas, morales o incluso económicas son intensamente debatidas, los
problemas técnicos por el contrario parecen ser algo “objetivo” (Sachliches), de tal forma
que la esfera de la técnica parece ser “la esfera de la paz, de la comprensión y de la
reconciliación”.35
Por el otro lado, en el fondo, la técnica no representa una verdadera neutralización de
todas las esferas. La técnica es un instrumento o un arma del que cualquiera se puede servir:
“A partir de la inmanencia de la técnica no resulta decisión humana o espiritual alguna en
particular, y mucho menos la decisión hacia la neutralidad. Todo tipo de cultura, todo pueblo
y toda religión, toda guerra y toda paz pueden servirse de la técnica como un arma”.36 No se
puede inferir a partir de un descubrimiento técnico cuáles van a ser sus efectos políticos. Los
descubrimientos de los siglos XV y XVI, como la imprenta, sirvieron propósitos
individualistas y rebeldes, pero la técnica actual puede servir para la dominación de masas:
“La decisión sobre la libertad y la servidumbre no reside en la técnica como técnica. Puede
ser revolucionaria o reaccionaria, servir a la libertad y a la opresión, a la centralización y a la
descentralización”.37
32 BdP, 97.
33 BdP, 84.
34 BdP 89.
35 BdP, p. 90.
36 BdP, p. 90.
37 BdP, p. 91.
10
II. EL POSITIVISMO ENTRE LA TEOLOGÍA Y LA TÉCNICA
En el ensayo de 1934 sobre los tres tipos de pensamiento jurídico, Schmitt sostiene que todo
discurso jurídico se nutre de tres grandes elementos: reglas (o normas), decisiones e
instituciones. Es imposible que el derecho pueda existir sin reglas, decisiones e
instituciones. La cuestión es cuál de estos elementos es el predominante, que de esta forma
le da el tono a la composición jurídica.38 De ahí que podamos hablar de normativismo,
decisionismo e institucionalismo. Además, los tres tipos puros de pensamiento jurídico
pueden conducir a serios peligros. El normativismo tiende a convertir al derecho en un puro
modo de funcionamiento de la burocracia estatal, el decisionismo a olvidar “el ser tranquilo”
dado su énfasis en el “abrir y cerrar de ojos” [Augenblick] de la decisión, y finalmente el
pensamiento institucional aislado tiende a conducir hacia un pluralismo feudal o estamental
sin soberanía.39
En este ensayo de 1934, Schmitt critica al positivismo por presentarse como un tipo
puro o “eterno” y por eso Schmitt se ve obligado a mostrar que en el fondo es una mezcla de
decisionismo y normativismo.40 El blanco parece la teoría pura de Kelsen,41 y la imagen que
dicha teoría tiene de sí misma. En realidad, sostiene Schmitt, el positivismo es una mezcla
de decisionismo y normativismo, lo cual le permite al positivismo “según la situación de la
cosa, ser decisionista o normativista, para satisfacer su particular necesidad decisivamente
positivista de seguridad y previsiblidad”.42
Si bien Schmitt habla del positivismo en términos de una combinación de
decisionismo y normativismo, nosotros podríamos hacer al revés y distinguir entre dos tipos
de positivismo: decisionista y normativista. Los orígenes del positivismo se remontan hasta
mediados del siglo XVI, es decir, hasta los orígenes del Estado moderno, cuya tarea
principal era la de, como hemos visto, neutralizar la guerra civil de religión. De ahí el
énfasis en la decisión, o si se quiere, en la autoría del derecho, antes que en su contenido.
43v. Teoría de la Constitución. En realidad, esto mismo se puede advertir en la propia teoría
constitucional de Schmitt cuando en 1928 habla de su concepto favorito de constitución, a saber, el
concepto positivo.
44 DARD 25.
45 DARD 26.
46 DARD 13, n. 2
12
de París, o del cielo, y/o es una teoría puramente conceptual, sin pretensiones políticas. Una
vez que el positivismo sale del closet y se asume como una teoría política del derecho, que
por razones no menos políticas desea mantener separadas las cuentas políticas de las del
derecho, y que además sus orígenes se remontan hasta el positivismo línea fundadora, no
tiene ningún problema en reconocer lo que dice Schmitt, sin que eso sea una crítica, sino
antes bien una descripción apropiada del proyecto positivista.
Por amor a la simetría convendría agregar en este punto que el camino positivista del
decisionismo hasta el normativismo no fue directo desde los siglos XVI-XVII hasta el XIX,
ya que falta al menos una escala intermedia, a saber la del siglo XVIII. Tal como explica
Schmitt, “Recién sobre el nuevo suelo de la tranquilidad, seguridad y orden públicos
efectuados por el Estado, se extiende entonces, en la mayor estabilidad del siglo XVIII, un
derecho de la razón más normativista, que deja retroceder al decisionismo absoluto y
disuelve todos los órdenes naturales en normas y relaciones contractuales individuales, hasta
que desemboca finalmente en el siglo XIX en el funcionalismo positivista de reglas de una
sociedad de circulación individualista burguesa”.47 En realidad, “Recién el triunfo de la
Revolución Francesa ha impuesto una ‘sociedad civil’ total, construida individualmente, y
en sus demás consecuencias también la ciencia positivista del derecho del siglo XIX”.48
Una vez que entendemos al positivismo como una mezcla de decisionismo y
normativismo, precisamente como lo hace Schmitt, o una vez que distinguimos sus varias
etapas, queda claro que el positivismo no tiene nada de abstracto. En realidad, el positivismo
tiene derecho a ser considerado incluso un orden concreto, con instituciones no menos
concretas (poder legislativo, jurisdicción, derechos, etc.). Ciertamente, no es el orden
concreto que Schmitt defendía en 1934, pero eso es otra historia.
Que el positivismo, entendido como una filosofía del derecho del Estado, no puede
ser reducido a la técnica, y tampoco por supuesto a la teología, queda todavía más claro en
un trabajo de Schmitt de 1942, “La formación del espíritu francés a través de los legistas”.49
El legista francés es el jurista estatal por antonomasia, desde los orígenes medievales del
Estado en la lucha contra el Papado, hasta la época de la codificación, pasando por la
47 DARD 35.
48DARD, 37. La propia interpretación que Schmitt hace de Hobbes muestra cómo el positivismo se
desliza desde sus orígenes decisionistas hasta el positivismo liberal del siglo XIX.
49 FFGL, ensayo que apareció en Alemania-Francia. Revista trimestral del Instituto Alemán, París, I,
2, 1942, pp. 1-30, el Instituto había sido creado en 1940.
13
conformación del Estado moderno durante las guerras civiles de religión y la propia
Revolución Francesa: “el legista francés es un gran precursor, revolucionario y combatiente
pionero de la vida y el pensamiento civiles, de la igualdad civil ciudadana y los ideales
republicanos, un enemigo de ambos grandes enemigo de la república, a saber el feudalismo
y el clericalismo”. El legista francés es un combatiente pionero a favor del “racionalismo
occidental”, por lo cual “es el primer jurista moderno en absoluto”.50
El derecho civil francés representa mucho más que un área del derecho, en este caso
el derecho privado, ya que se refiere a la noción originaria de “civil” la cual está
estrechamente vinculada con la noción de “civilización” y “civilidad”: “‘civil’ significa aquí
primero la oposición con lo teológico-eclesiástico y lo feudal-caballeresco, entonces
también con lo militar-soldadesco en general. Frente a esto el legista representa un orden y
una concepción jurídico-civil”. Pero entonces, las propias raíces del propio derecho civil
como derecho privado se remontan a la centralización estatal, al Estado francés
independizado tanto del Imperio como de la Iglesia. Lo mismo se aplica a la identificación
entre ley (o legalidad) y derecho. Como dice Bodin, “la ley es obra del príncipe”.51 La
modernidad, otra vez, lo único que tuvo que hacer es reemplazar al antiguo príncipe o
soberano por el nuevo, a saber, el pueblo.
Bodin, dice Schmitt en este trabajo,
50 FFGL 189.
51 FFGL 191.
14
el cinismo, entre el libertinismo y la santurronería, en un término medio
neutralizante, jurídicamente argumentativo, un juste milieu”.52
52 FFGL 200.
53 FFGL 206.
54 FFGL, 207.
55 FFGL, p. 193.
15
ahí a la equiparación entre civilización y burguesía—con los derechos que eso implica—
había un solo paso, que fue precisamente dado como consecuencia de la Revolución
Francesa.
56 LeR 411.
57 LeR 427.
58 DARD 11.
59 DARD 13.
16
supuesto también conoce reglas y regularidades generales, pero solo como flujo de esta
sustancia, solo como a partir de su propio orden concreto interno, que no es una suma de
aquellas reglas y funciones”.60 Las instituciones tienen “un derecho propio interno”.61
Los ejemplos que da Schmitt de instituciones, junto al de la Iglesia, son los de la
familia, asociaciones intermedias, el ejército, el funcionariado, etc. Pero la institución por
antonomasia es el Estado: “Para el modo institucionalista de pensar el Estado mismo ya no
es una norma o un sistema de normas, tampoco una mera decisión soberana, sino la
institución de las instituciones, en cuyo orden muchas otras instituciones en sí mismas
autónomas encuentran su protección y su orden”.62
En líneas generales Schmitt prefiere hablar de “orden concreto” o Gestalt,
“configuración”, en lugar de “institucionalismo”, ya que no quería que el nazismo, un
movimiento revolucionario, fuera confundido con la conservación o restauración de
instituciones tradicionales. La expresión “‘pensamiento institucional’ conserva mucho del
sello de una mera reacción conservadora contra el normativismo, el decisionismo y del
positivismo compuesto de ambos del último siglo y se expone a malentendidos y a muy
asequibles objeciones. A esto se agrega que la doctrina de Hauriou de la institución en su
discípulo G. Renard desembocó completamente en un neo-tomismo, de tal modo que
aparece como una teoría típicamente romano-católica”. Es por eso que Schmitt prefiere
“como indicación del tercer y actual tipo del pensamiento científico-jurídico no
‘instituticional’ sino ‘pensamiento del orden y de la configuración concretas”.63
La argumentación de Schmitt se puede entender como una reducción al absurdo. A
menos que supongamos que cualquier cosa que decida el sistema de reglas es derecho, no
tenemos otra alternativa que suponer que existen instituciones, un orden jurídico concreto,
anterior a ese sistema de reglas, y este sistema de reglas tiene la tarea de desarrollarlo y
protegerlo. El ejemplo que da Schmitt para ilustrar el razonamiento institucional es el de la
Iglesia, particularmente la doctrina de la infalibilidad papal. A primera vista esta doctrina
contiene “fuertes elementos jurídico-decisionistas”. Sin embargo, “la decisión infalible del
Papa no fundamenta el orden y la institución de la Iglesia, sino que los presupone: el Papa es
60 DARD 17.
61 DARD 42.
62 DARD p. 47.
63 DARD 47-48.
17
infalible solo como cabeza de la Iglesia en virtud de su cargo”.64 No es que la persona
infalible sea el Papa, sino que el Papa es la persona infalible.
Lo mismo se aplica a lo que dice el jurista y teólogo Tertuliano: “Estamos obligados
a algo no porque sea bueno, sino porque Dios lo ordena (neque enim quia bonum est, idcirco
auscultare debemus, sed quia deus praecipit)”. Esto parece sonar como el decisionismo; sin
embargo “a causa del ya presupuesto concepto de Dios cristiano falta todavía la
representación consciente de un desorden total, de un caos”.65
El razonamiento institucional va acompañado de un discurso que podemos llamar de
agencia ideal. De todo miembro que pertenezca a una institución se espera que cumpla con
su tarea o su papel dentro de la institución y que exhiba ciertas virtudes. De ahí que
hablemos del buen padre de familia, “soldados valientes, funcionarios cumplidores
[pflichtbewusst], camaradas decentes, etc.”66
Veamos ahora cómo es que funciona según Schmitt la teoría del derecho de Savigny,
que Schmitt entiende como el último refugio de la conciencia jurídica europea. La doctrina
de Savigny de las fuentes del derecho es “histórica” e incluso “positiva” pero en un sentido
“existencial” que le confiere “la lucha por la existencia de la ciencia del derecho” en su
“singularidad esencial”: “El derecho como orden concreto no se deja desligar de su historia.
El derecho verdadero no se pone, sino que se origina en un desarrollo no deliberado. Lo que
es el derecho verdadero, se determina por lo tanto hoy en la forma de existencia histórico
concreta de la jurispericia, en la cual el desarrollo se hace consciente. El concepto científico-
jurídico de lo positivo en Savigny está ligado a un tipo especial de fuente del derecho
protegida por juristas, en la cual el derecho en forma específica tiene su origen como algo
dado, no puesto”.67
La frase siguiente es bastante reveladora: “La ciencia del derecho es incluso ella
misma la verdadera fuente del derecho. La ley para ella es solo materia pura, que ella si es
posible configura [gestaltet] y ennoblece; la forma científica, que ella sola lograr dar, busca
64 DARD 22.
65 DARD 21-22.
66 DARD 18.
67 LeR 411.
18
desvelar y completar una unidad inherente a la materia de la ley, y de este modo produce
‘una vida orgánica, que constructivamente repercute sobre la materia misma’”.68
Pero me parece que la clave de la bóveda figura en una nota del texto de Schmitt:
El derecho no es una entidad natural, sino artificial, pero el arte del derecho no
depende de la sola voluntad del legislador, o de su intención, sino de una tradición de la que
derivan ciertos principios orgánicos que deben ser detectados por el jurista. Esto a la vez
permite un desarrollo orgánico y calmo, que se nutre de la riqueza inagotable de las fuentes
a la vez que queda protegido de la arbitrariedad, y que por supuesto hace lugar a las
“necesarias modificaciones y renovaciones del derecho”.70 Schmitt no deja de señalar que si
bien “la ciencia del derecho se hace el polo contrario del derecho puesto meramente
fáctico”, no por eso “el derecho es arrojado en las palabras de la guerra civil del derecho
natural”.71
El derecho entonces es un producto histórico en el sentido de una tradición que se
enriquece a sí misma, una especie de novela en cadena diría Ronald Dworkin, aunque en el
caso de Savigny el autor de los nuevos capítulos que se agregan a la novela no es tanto el
68 LeR 412.
69 LeR 415, n.
70 LeR 413.
71 LeR 418.
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juez como el jurista, que de hecho es lo que terminó sucediendo en nuestra propia época de
todos modos.
72 DARD, p. 48.
73 Cit. en Bernd Rüthers, Carl Schmitt en el Tercer Reich, p. 53. V. nota de Haaretz.
74 Donoso Cortés en la interpretación europea total, p. 12.
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misa expresión en el prólogo a La Dictadura de 1921: “El que se ubica del lado de las cosas
venideras, puede empujar también aquello falta”.75
Como se puede apreciar, Schmitt usa la filosofía progresista de la historia al servicio
de la revolución nazi, la misma filosofía de la historia que antes y después del nazismo
Schmitt criticaría con razón ya que la misma comete la falacia de que el progreso,
literalmente el cambio, siempre implica una mejora, y lo mismo se aplica obviamente al
revés, es decir, la falacia de creer que todo lo que existe está bien y/o que el pasado fue
mejor. El tiempo en sí mismo, el día y la hora, la hoja del calendario, no llevan en sí mismos
garantía alguna de su valor.
El punto es que la idea de orden concreto puede ser utilizada tanto por el Schmitt
“prometeico” o revolucionario de 1934 solo interesado en el futuro, como el Schmitt
“epimeteico” vuelto a sus cabales de 1950—que en gran medida ya eran por lo menos los de
1944, sino antes, por supuesto—, mejor preparado para entender la realidad
retroactivamente.76
En realidad, la distinción en sí misma entre conservadurismo y revolución no es de
mucha ayuda para el razonamiento jurídico. Esto se puede advertir particularmente una vez
que tiene lugar una revolución, ya que a partir de su eventual éxito, la revolución misma se
encarga de conservar ciertas instituciones que le parecen indispensables para llevar a cabo
su proyecto, si no es que son parte constitutiva de dicho proyecto revolucionario. Como dice
Schmitt en Sobre la situación…, “las experiencias de la Revolución francesa han señalado
de cuál orgía de disposiciones es capaz un poder legislativo desencadenado”, pero siempre
para estipular un estado de cosas dado.77 En otras palabras, hasta el más revolucionario de
los proyectos se vuelve conservador una vez que apela al razonamiento jurídico. La idea de
una “revolución legal” o “derecho revolucionario” es una contradicción en sus términos—
75DD, p. xvi. En Sobre la situación… Schmitt cita a Hauriou (1916), el mismo autor conservador
con el cual temía ser confundido en 1934: “la Revolución de 1789 no es otra cosa que el
advenimiento absoluto de la ley escrita y la destrucción sistemática de las instituciones
consuetudinarias. Resultó un estado permanentemente revolucionario, porque la movilidad de la ley
escrita no estaba más equilibrada por la estabilidad de ciertas instituciones consuetudinarias, las
fuerzas de cambio se hallaron más poderosas que las fuerzas de estabilidad. En Francia, la vida
social y política, absolutamente vacía de instituciones, no se pudo mantener provisoriamente, con
muchos sobresaltos, que gracias al nivel elevado de la moralidad general” (LeR 424, n.).
76Sobre el “Epimeteo cristiano” v. Ex Captivitate Salus, pp. 12, 31. En sus comentarios a LeR
Schmitt habla del “katejón”. V. p. 429.
77 LeR, 413.
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particularmente la revolución que cree que va a terminar con todas las instituciones y por lo
tanto con todas las revoluciones—, así como la idea de “derecho conservador” es una
redundancia o una tautología.
Esto se debe a que el derecho (de izquierda, de derecho, de centro, de la ideología
que fuera) pretende tener autoridad, no ser interpretado en su mejor luz, ponderado o que
remontemos sus raíces para detectar qué está vivo y qué está muerto. En el razonamiento
jurídico lo que vale es la flor, no la raíz; o, si se quiere, en todo caso, la raíz tal como es
(fuente, autor, ley, juez), nos sirve solo para identificar qué flores son jurídicas y cuáles no.
En un trabajo que es una versión ligeramente ampliada de una de sus respuestas en
Nuremberg ante el Dr. Robert Kempner—la pregunta era “¿Por qué los secretarios de Estado
alemanes siguieron a Hitler?”—Schmitt explica que “La transformación del derecho en
legalidad es una consecuencia del positivismo. Es inevitable, tan rápido como una
comunidad política se aleja de la Iglesia. Sociológicamente ella es una parte del desarrollo
de la época técnico-industrial. Histórico-filosóficamente corresponde a la transformación del
pensamiento sustancial en el funcional, una transformación que hasta hace poco fue elogiada
ante nosotros como progreso grandioso, científico y cultural”.78
En realidad, es un mito que el positivismo haya sido la filosofía del derecho del
nazismo. Como hemos visto, su filosofía del derecho era anti-positivista.79 Como también
hemos visto, es un mito que el positivismo sea axiológicamente neutro y/o que el sistema
jurídico de Weimar estaba inerme ante el avance del nazismo. En realidad, lo que sucedió
80Existían varias leyes que protegían la república que no fueron aplicadas por los jueces: el
parágrafo 2 de la Reichsvereinsgesetz (RVG) de 1908, y las leyes de defensa de la república de 1922
y de 1930 (Neumann, 258). Por ejemplo, según el parágrafo 9, sección 1 de la ley de Defensa de la
República de 1930, podía ser prohibido un partido “que persiga la aspiración de socavar la forma
constitucional republicana del Estado del Reich o de un Land”. Los partidos contra el sistema ya
estaban prohibidos por ley pero la ley no fue aplicada.V. Volker Neumann, Carl Schmitt als Jurist.
81 PT, p. 49.
82El anarquismo también es una forma de gnosticismo. V. Eric Voegelin, La nueva ciencia de la
política.
83 (G p. 18, 3.10.47). ECS 62, 70.
84Después de todo, el sentido de la aparición del derecho moderno fue el de terminar con la guerra
civil de religión.
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rutinas o procesos técnicos (como abogar, juicio, transmisión de la propiedad, etc.)
constituidos y regulados acorde a estas fórmulas, sus significados asignados y las
reglas del argumento y de la decisión. Este objeto cultural, construido o (como
decimos) puesto por creativas decisiones humanas, es un instrumento, una técnica
adoptada por un propósito moral, y adoptada porque no hay otra manera disponible
de acordar durante intervalos significativos de tiempo acerca de precisamente cómo
perseguir el proyecto moral correctamente. La autoridad política en todas sus
manifestaciones, incluyendo las instituciones legales, es una técnica para
arreglárselas sin unanimidad al tomar decisiones sociales—cuando la unanimidad
sería casi siempre inalcanzable o temporaria—en aras de asegurar (casi-)unanimidad
práctica acerca de cómo coordinar las acciones (incluyendo las omisiones) de los
miembros de la sociedad. El razonamiento jurídico, entonces, es (al menos en gran
parte) razonamiento técnico, no es razonamiento moral.85
Si bien el derecho se propone proteger ciertos valores y/o alcanzar ciertas metas, la
normatividad del derecho se debe en gran medida a que solo podemos proteger esos valores
y alcanzar esas metas si cumplimos con las reglas jurídicas. Si tuviéramos que consultar los
valores y propósitos cada vez que debemos cumplir con el derecho, no tendría sentido contar
con un sistema jurídico en primer lugar. De ahí que, para decirlo en las palabras de Schmitt,
es la técnica jurídica la que nos permite ser fieles a la teología del derecho.
Cabe preguntarse entonces para qué sirve la ciencia del derecho si ella no es la
fuente del derecho. La primera y obvia respuesta es que toda actividad teórica genuina se
propone entender mejor su objeto de estudio, y la teoría o ciencia del derecho no tiene por
qué ser diferente. En realidad, toda vez que la teoría se transforma en la fuente de aquello
que estudia hay algo que no está funcionando bien, ya que parece haber trampa. Además,
semejante equiparación entre la teoría del derecho y el derecho es especialmente
preocupante en un Estado de derecho democrático, que estipula una clara división de tareas
entre la tarea de crear y de aplicar el derecho. Parafraseando a Hobbes, por más verdadera
que sea la teoría, no puede arrogarse el lugar de la creación del derecho que está reservada a
un poder del Estado. Los libros sobre derecho no son fuente de derecho, a menos que el
propio derecho así lo disponga.
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