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3°B - IPA
Prof.: Aníbal Corti
Octubre 2021
I. Presente brevemente las tesis respecto de los principios especulativos innatos que
Locke defiende en el libro I de su Ensayo.
El rechazo de la existencia de principios especulativos innatos en nuestra mente es una
tarea que, retóricamente Locke introduce como consecuencia de querer investigar cuál es el
origen de las ideas en nuestra mente, cómo entran las ideas allí, y su primer avance en esta
investigación es decir que no están ahí de forma innata, porque no existen tales principios
innatos. Con esta tesis se opone radicalmente al racionalismo continental. Respecto a esto,
se propone demostrar dos cosas: En primer lugar, que no existen principios innatos, y en
segundo lugar, que incluso si existieran, podríamos prescindir de ellos para explicar el
conocimiento humano. Es decir, las ideas innatas son prescindibles como hipótesis para
explicar cómo conocemos el mundo, de qué forma llegan las ideas a nuestra mente. Esta
segunda tarea es la que finalmente le va a llevar todo el libro.
El primer argumento a favor de los principios innatos postula que hay principios tanto
especulativos como prácticos que tienen asentimiento universal. Locke va a responder que
esto no prueba que sean innatos mientras haya otro modo de probar cómo se llegó a ese
asentimiento universal. Y además, no hay ningún principio al que se preste asentimiento
universal. Máximas como “Lo que es, es” o “Es imposible que la misma cosa sea y no sea”
podrían ser de asentimiento universal, pero no lo son, en tanto los desconocen los niños, los
idiotas, los analfabetos, etc. Si estuvieran impresas en la mente, tendrían que conocerlas,
porque sería contradictorio que haya verdades impresas en la mente innatamente pero que
ella misma las desconozca, es como decir que algo es y no es en el entendimiento al mismo
tiempo. “Si, por lo tanto, los niños y los idiotas tienen alma, es que tienen mentes con
aquellas impresiones, y será inevitable que las perciban y que necesariamente conozcan y
asientan a aquellas verdades; pero como eso no acontece, es evidente que no existen tales
impresiones.” (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 23)
Ante esto el innatismo podría objetar, según Locke, que las llegamos a conocer cuando
alcanzamos el uso de razón. Pero responde que esto significaría “o que tan pronto como los
hombres alcanzan el uso de la razón, esas supuestas inscripciones nativas llegan a ser
conocidas y observadas por ellos; o que el uso y el entrenamiento de la razón de los
hombres los ayudan a descubrir esos principios y se los dan a conocer de un modo cierto.”
(Locke, O’Gorman, 2005, pp. 25) Y esto no es así en ninguno de los dos casos, porque si
por el uso de la razón pudiéramos descubrir esos principios, todas las verdades a las que
llegamos por medio de la razón serían innatas, y habría que asentir que, por ejemplo, las
máximas a las que llegan los matemáticos son innatas. En el segundo caso, Locke
responde que la razón no puede descubrir principios innatos, porque la razón es la facultad
de llegar a verdades desconocidas partiendo de principios ya conocidos. Decir esto es
seguir diciendo que los hombres conocen y no conocen al mismo tiempo dichos principios.
Además, no es cuando llegamos al uso de la razón que descubrimos esas máximas. Los
niños usan la razón mucho antes de llegar a máximas como el principio de no contradicción,
e incluso mucha gente adulta como los analfabetos y “salvajes” se pasan muchos años sin
jamás pensar en esos principios. Y aún siendo cierto que la llegada del uso de la razón
fuese el momento en que se descubren, eso no probaría nada.
Otro argumento que deriva del asentimiento universal a favor del innatismo, intenta probar
que el asentimiento de las máximas tan pronto como se proponen prueban que son innatas.
“Como los hombres, una vez entendidas las palabras, nunca dejan de aceptar dichas
proposiciones como verdades indubitables, quiere inferirse que, ciertamente, estaban ya
alojadas previamente en el entendimiento, puesto que, sin mediar ninguna enseñanza, la
mente las reconoce de inmediato apenas le son propuestas, las acepta, y ya nunca después
las pone en duda.” (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 30) Ante esto Locke responde que
entonces tendrán que admitir tantas proposiciones innatas como ideas distintas tenga el
hombre así como todas las proposiciones que pueda hacer el hombre. Y agrega “Si se
añade a esto que una proposición no puede ser innata, a no ser que las ideas que la
componen también sean innatas, será necesario suponer que todas las ideas que tenemos
de los colores, de los sonidos, de los gustos, de las formas, etc., son innatas; lo cual nada
hay más opuesto a la razón y a la experiencia.” (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 32)
La objeción del innatismo dice que esas proposiciones más particulares se reciben como
consecuencias de esas otras proposiciones más universales consideradas como principios
innatos, pero Locke responde que aquellas proposiciones menos generales “son conocidas
con certeza y asentidas firmemente por gente que ignora por completo dichas máximas más
generales.” (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 32) Y el hecho de que algunas veces no se
conozcan esas máximas hasta que no son propuestas sólo prueba que no son innatas.
“Porque si fueran principios innatos, ¿qué necesidad tendrían de ser propuestos a fin de
obtener nuestro asentimiento? (...) Pues ¿qué, acaso, el que sean propuestos los imprime
en la mente de un modo más claro que como los imprimió la naturaleza?” (Locke,
O’Gorman, 2005, pp. 33)
Finalmente, a Locke le parece suficiente para desarticular el argumento del asentimiento
universal, convenir con sus defensores en que si son innatos, deben tener dicho
asentimiento, y no lo tienen, porque para él tenerlo significaría conocerlos y aceptarlos
universalmente. No existe el consentimiento universal si los niños no los conocen, o quienes
nunca han pensado en ellos, o quienes no entienden los términos que se emplean. Si
realmente fueran innatos y estuvieran impresos en la mente, deberían ser conocidos y
aceptados por todos. Y como no es así, no son innatos. No existen tales principios
especulativos innatos en la mente humana. Tampoco son necesarios para explicar el
conocimiento humano.
II. Exponga brevemente la teoría del conocimiento de Locke, esto es, su concepción
del conocimiento: qué significa conocer, qué conocemos, cómo conocemos, etc.
Al comenzar su obra Ensayo sobre el entendimiento humano, se pregunta ¿Hasta qué
punto el entendimiento humano tiene facultades para alcanzar la certeza? Aborda la
cuestión del alcance de nuestro entendimiento, siendo lo que sitúa al hombre por encima
del resto de los seres sensibles. Sergi Aguilar (2015) comenta: “Locke ofrece en su Ensayo
una visión bastante optimista de la tarea del hombre en la adquisición de conocimiento y
perfeccionamiento moral para hacerse merecedor del cielo cristiano. Presenta la acción de
la mente humana de un modo simple, sobrio y natural. Y confía en la posibilidad de un
amplio acuerdo en el pensamiento de los hombres.” 1 Se refiere, a mi entender, a que Locke
postula que “Nuestras capacidades son las adecuadas a nuestro estado y a nuestros
intereses” (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 19) y por nuestros intereses se refiere a conocer el
camino hacia el conocimiento de Dios, y mostrarle al hombre cuáles son sus deberes, no
necesita un conocimiento universal o absoluto. A diferencia de filósofos como Descartes,
que pretende alcanzar una certeza absoluta, Locke plantea que no es necesario aspirar a
este grado de conocimiento, sino que podemos conformarnos con llegar a un conocimiento
del tipo probable. La probabilidad es un grado aceptable de certeza para Locke, y no
tenemos por qué conocer todos los asuntos, sino aquellos que tocan a nuestra conducta
humana.
Luego, si nos preguntamos por los contenidos u objetos del entendimiento, Locke introduce
el término de idea englobando todo contenido de la mente. Las ideas serán el material de
nuestra conciencia, entendidas como “aquello que sea en que se ocupa la mente cuando
piensa”. (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 21) Va a decir que hay ideas en la mente de los
hombres y todos tienen conciencia de ellas. Esto le lleva a preguntarse por el origen de las
mismas, de dónde surgen, cómo llegan a nuestro entendimiento. Para responder a esta
pregunta hay que tener en cuenta que la teoría del conocimiento de Locke está basada, en
primer lugar, en el empirismo. Es decir, al preguntarse por el origen del conocimiento, de
cómo conocemos, va a decir que es mediante la experiencia que adquirimos ideas, que
integramos contenidos a nuestra mente. Esta experiencia comprende tanto la percepción
1
Aguilar, Sergi. (2005) Locke. La mente es una «tabula rasa». pp. 43.
por medio de los sentidos, como la reflexión interior, es decir las operaciones internas de
nuestra mente. Sólo en unos pocos conocimientos como los de la geometría o la aritmética
interviene la razón de modo casi exclusivo.2 Dice Locke “Supongamos, entonces, que la
mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio de toda inscripción, sin ninguna idea.
¿Cómo llega a tenerlas? (...) De dónde saca todo ese material de la razón y del
conocimiento? A esto contesto con una sola palabra, de la experiencia: he allí el
fundamento de todo nuestro saber, y de allí es de donde en última instancia se deriva.”
(Locke, O’Gorman, 2005, pp. 83) Presenta una concepción de la mente como tabula rasa
antes de formarse cualquier idea. En este sentido, también al preguntarse por el origen de
las ideas, su respuesta va a incluir un fuerte rechazo al innatismo, corriente que postula que
existen principios innatos en la mente, que se encuentran allí impresos desde antes del
nacimiento, y esencialmente que llegaron allí por otra vía que no es la de los sentidos, la de
la percepción sensible. Para Locke esto es sencillamente imposible. (Desarrollado en
pregunta I). Los contenidos de nuestra mente surgen entonces, o de la sensación (de lo que
nuestros sentidos perciben de los objetos sensibles y transmiten a la mente según el modo
en que esos objetos los afecten), o de la reflexión (entendida como “la percepción de las
operaciones interiores de nuestra propia mente al estar ocupada en las ideas que tiene.”
(Locke, O’Gorman, 2005, pp. 84)). De esta forma un origen está basado en el otro, ya que
cuando la mente comienza a realizar operaciones sobre las ideas que tiene provenientes de
la sensación, genera un nuevo origen de ideas, la reflexión.
Siguiendo con los contenidos del entendimiento, Locke presenta una concepción
arquitectónica de las ideas. Clasifica las ideas según su grado de complejidad, de modo que
tendremos ideas simples que son las que realizan la operación de sostener sobre sus
espaldas el conjunto de la estructura, e ideas complejas que se derivan de diversos
mecanismos de modificación, combinación, relación, o abstracción de las ideas simples.
Podemos decir que las ideas simples son la unidad más sencilla del entendimiento, como
un átomo, no se pueden identificar partes en ellas, mientras que las ideas complejas son
comparables a las moléculas en tanto están compuestas por varias partes, en este caso
varias ideas simples. 3
2
Aguilar, Sergi. (2005) Locke. La mente es una «tabula rasa». pp. 45.
3
Ídem. pp. 52.
Locke parte de la base de que el entendimiento humano es pasivo en la recepción de ideas
simples. Estas son las ideas que no se pueden descomponer, que carecen de partes, a
diferencia de las ideas complejas, y operan de una manera tal que la mente se ve obligada
a recibirlas. Es decir, no podemos crear ni destruir las mismas, no tenemos ese poder sino
que la mente se encuentra en estado pasivo cuando se trata de ellas. “Estas ideas simples,
los materiales de todo nuestro conocimiento, le son sugeridas y proporcionadas a la mente
por sólo esas dos vías arriba mencionadas, a saber: sensación y reflexión.” (Locke,
O’Gorman, 2005, pp. 98) Por esta razón, nadie puede imaginarse otras cualidades en los
cuerpos que las que ya es capaz de percibir. Estas cualidades de los cuerpos, el gusto, el
olor, el sonido, y sus cualidades visibles y tangibles, son ideas simples que recibimos, pero
que no podemos crear ni destruir. Por esta razón, no podemos crear una nueva cualidad, o
imaginarnos siquiera cómo sería poder percibir otro tipo de cualidad fuera de las facultades
que ya poseemos. Locke señala:
“Y si la humanidad hubiese sido dotada de tan sólo cuatro sentidos, entonces, las
cualidades que son el objeto del quinto sentido estarían tan alejadas de nuestra noticia,
de nuestra imaginación y de nuestra concepción, como pueden estarlo ahora las que
pudieran pertenecer a un sexto, séptimo u octavo sentidos, y de los cuales no podría
decirse, sin gran presunción, que algunas otras criaturas no los tienen en alguna otra
parte de este dilatado y maravilloso universo.” (Locke, O’Gorman, 2005, pp. 99)
Es por esto que si viniera una entidad extraterrestre a la Tierra a la que Dios haya dotado de
más sentidos e intentase comunicarnos cómo es percibir el mundo en 12 dimensiones
sensibles, podría comunicarlo pero no sería capaz de transmitirlo, no podríamos nosotros
ser capaces de imaginar o concebir esas dimensiones, en tanto nunca las experimentamos.
No hemos sido creados para percibir el mundo en esas 12 dimensiones. Poder imaginarlo
significaría que podemos crear ideas simples, pero según Locke, no somos capaces de ello.
La mente siempre es pasiva cuando se trata de este tipo de ideas, por lo que si no las
recibimos por la vía de la sensación o la reflexión, no tenemos acceso a ellas.
IV. ¿Cómo conecta Berkeley su ataque a las ideas abstractas con su defensa de una
concepción metafísica inmaterialista?
Berkeley comienza su obra (Tratado sobre los principios del conocimiento) intentando
demostrar la falsedad o el error de la doctrina de la abstracción, es decir, de la corriente de
pensamiento que sostiene la existencia de ideas abstractas. Esta doctrina se basa en que la
mente, al percibir un objeto cuyas cualidades (forma, color, extensión, movimiento, etc)
están fundidas o mezcladas en él, es capaz de considerar cada cualidad por separado,
abstraída de las otras a las que está unida. La mente sería capaz de abstraer cada
cualidad, y formar una idea abstracta de color, una idea abstracta de movimiento, sin pensar
en un color o movimiento determinado. Pero para Berkeley esto no es posible. Niega
rotundamente la existencia de estas ideas y la capacidad de la mente para formarlas. Según
Berkeley no es posible abstraer y concebir separadamente las cualidades de un objeto. Por
ejemplo, al pensar en la idea de triángulo, no podemos abstraer aquella idea y concebir un
triángulo “...que no sea ni oblicuo, ni rectángulo, ni equilátero, ni isósceles, ni escaleno, sino
todos y ninguno de estos al mismo tiempo…” (Berkeley, Mellizo, 1992, pp. 42). Le parece
totalmente imposible, y además, aún si existieran, serían inútiles para los fines que se creen
necesarias.
Luego, al pasar a su concepción del conocimiento humano, va a responsabilizar a la
doctrina de la abstracción de la difundida concepción del conocimiento que postula que
“todos los objetos sensibles tienen una existencia natural o real, distinta de la de su ser
percibidos por el entendimiento” (Berkeley, Mellizo, 1992, pp. 56). Aquí es donde se conecta
su ataque a las ideas abstractas con su concepción metafísica antimaterialista. Berkeley
sostiene una concepción del mundo y de cómo accedemos a él basada en la afirmación de
que no existen las sustancias materiales. Los objetos perceptuales son los objetos reales y
no necesitan un substratum material. (Este punto se desarrolla en la siguiente pregunta)
Distinguir la existencia de los objetos sensibles como algo separado de su ser percibido, lo
que implica concebirlos como existentes independientemente de la percepción de los
mismos, dice Berkeley, es un claro ejercicio de abstracción. Afirma que las cosas que
sentimos, como la luz, el calor, el frío, son imposibles de separar, incluso en el pensamiento,
de la percepción. Están dadas por la percepción y no pueden separarse de ella. Y sigue
argumentando:
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Iglesias Huelga, Luis Alfonso. (2015) Berkeley. El empirista ingenioso. pp. 45.
material y un objeto perceptual, y es de esa duplicación que surgen problemas como los del
escepticismo, por ejemplo la posibilidad de que el objeto real se corresponda con mi
percepción del objeto. ¿Será la representación del objeto en mi mente una copia fidedigna
del objeto real? ¿Será que todo lo que creo conocer en verdad no lo conozco?
Para Berkeley este problema no existe para el sentido común, es un problema que sólo se
plantean los filósofos. Él va a plantear que el objeto que se da en la percepción es, de
hecho, el objeto real. Es decir, el objeto perceptual es el objeto real. La representación de la
cosa es lo único que hay, no hay otro objeto detrás. Por ejemplo, si tomamos una manzana,
la manzana es la percibida por nosotros. No me relaciono directamente con la manzana
real, la manzana que me represento es la manzana real. Pero ¿qué asegura que nuestras
percepciones coinciden, quién coordina nuestras percepciones? ¿Qué asegura que cuando
dejamos de percibir a la manzana, por ejemplo cerrando los ojos o durmiendo, la manzana
sigue existiendo? La garantía de todo esto será Dios. Dios es el “espíritu eterno” que
coordina nuestras percepciones y asegura que el mundo siga existiendo mientras no lo
percibamos. Él es el substrato de aquellas ideas, no los objetos materiales.
Bibliografía
Aguilar, Sergi. (2005) Locke. La mente es una «tabula rasa». Bonalletra Alcompas, S.L,
Madrid.
Berkeley, G. Mellizo, C. (1992) Tratado sobre los principios del conocimiento humano.
Alianza Editorial, Madrid.
Iglesias Huelga, Luis Alfonso. (2015) Berkeley. El empirista ingenioso. Bonalletra Alcompas,
S.L, Madrid.