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Abdías

Nombre: También llamado Obodyá, Obadyá u Obadías. Su nombre (Abadías, Obadía, Obadías,
Obadiá u Obadiás) deriva del hebreo Obhadh-Iaj, que significa ‘obediente, sirviente de Yavé". El
profeta del que proviene la denuncia sólo es conocido como Abdías “Siervo y creyente de Jehová”.
No se ofrece información adicional sobre su persona. Una tradición vincula al autos de la profecía
con el Abdías al que se identifica como mayordomo del rey Acab (1 Reyes 18:3-16), pero Acab reinó
en Israel entre los años 874 y 853 a.C. un periodo que no parece coincidir con la fecha de la profecía
de Abdías.

Más de diez personas son mencionadas en el Antiguo testamento con el mismo nombre, pero
ninguna de ellas puede ser identificada con el profeta. Esto hace más difícil saber en qué fecha fue
escrito el libro. Por este motivo, las opiniones de los investigadores en cuanto a la fecha de escritura
varían mucho.

Tema: Juicio de Dios sobre Edom.

Palabras Clave: Día, Día del Señor.

Fecha: El trasfondo de la destrucción de Jerusalén indica que la profecía de Abdías se produjo poco
antes del 586 a.C. año en que la ciudad sagrada cayó en manos de los babilonios. Parece que el
mensaje fue anunciado durante el exilio de Judá, cuando Abdías advierte a Edom del inminente
castigo divino y confirma a Judá la constante protección de Dios.

Siglo VI a.C. (año 607 a. de C. – Poco después del 586 a.C.) Se supone que fue escrito en el, pocos
años antes de la caída de Edom, aunque se barajan numerosas hipótesis. Algunos autores sostienen
que Abdías había profetizado en la época de Joram, rey de Judá (849-842); pero como puede
interpretarse que habla de la destrucción de Jerusalén como ya ocurrida en los versos 11-14, otros
colocan su profecía en la época del destierro.
Ciertamente el tono de su libro, que muestra bastante mayor confianza en el futuro que en el
presente, hace pensar que Abdías nació después de la caída de Jerusalén (586 a.C.), en el oscuro
período a que alude también el libro del profeta Jeremías.

En la antigüedad se creía que Abdías había vivido en la época del rey Joram de Judá (848-
841 a. C.), en cuyo reinado los edomitas se rebelaron contra Judá (2.º Crónicas 21:8-10). Si este
hubiera sido el caso, Abdías habría sido el primer profeta en la historia de Israel. Sin embargo, en la
actualidad se cree que Abdías vivió y ejerció su ministerio en el tiempo de la destrucción
de Jerusalén, alrededor del 586 a. C., o incluso después, debido a que él obviamente conocía dicho
evento.

Profeta bíblico: uno de los doce profetas menores del Antiguo Testamento.

Autor del Libro de Abdías. Con sólo veintiún versículos, es el más corto de las Sagradas Escrituras
y uno de los menos precisos desde el punto de vista cronológico.
El Libro de Abdías ocupa el cuarto lugar en la serie de los libros de los doce profetas llamados
«menores» si bien se desconoce todo acerca de quién fue y dónde escribió el libro.
El contenido del libro puede dividirse en dos partes. La primera (versículos 1-16) contiene juicios
adversos contra la presuntuosa Edom, la cual tiene su morada entre peñascos inaccesibles. Sus
mismos aliados se volverán contra ella y la asolarán por haberse violentado contra los «hijos de
Jacob, sus hermanos», y por haberse regocijado por la caída de Jerusalén e impedir la huida de sus
habitantes. La segunda (versículos 17-21) profetiza la restauración de la casa de Jacob y la
restitución de sus territorios. Ambas profecías tuvieron cabal cumplimiento. El hebreo de Abdías es
muy animado y fluye rápidamente; sus frecuentes apóstrofes e interrogaciones le dan vivacidad y
soltura. El estilo es a menudo muy poético y casi siempre límpido y puro.

Canon: Sea cual fuera el caso, el lugar que tiene el Libro de Abdías en el canon del Antiguo
testamento, ha sido confirmado sin disputa alguna durante siglos.
Trasfondo: Las relaciones entre Israel y Edom estuvieron marcadas de mutua animosidad a lo largo
de todo el periodo que abarca el AT. El enfrentamiento comenzó cuando los hermanos Esaú y Jacob
iniciaron su disputa (Génesis 27:32-33) Los descendientes de Esaú se asentaron en el área llamada
Edom, al sur del Mar Muerto, mientras que los descendientes de Jacob se mantenían fieles a la
promesa, habitaban Canaán y crecían hasta convertirse en el pueblo de Israel. De ahí en adelante
se multiplicaron los conflictos entre los edomitas y los israelitas. Los acontecimientos de que se
habla en Números 20:14-21 son un ejemplo de la hostilidad existente entre ambos pueblos.
Esta enconada rivalidad constituye el trasfondo de la profecía de Abdías. Durante un periodo de
unos veinte años (605-586 a.C.), los babilonios invadieron la tierra de Israel y llevaron a cabo
repetidos ataques contra la sagrada ciudad de Jerusalén, finalmente devastada en el 586 a.C. Los
edomitas vieron estas incursiones como una oportunidad de saciar su sed de venganza contra Israel.
Así, se unieron a los babilonios contra sus parientes lejanos y les ayudaron a profanar la tierra de
Israel. El Salmo 137:7, Lamentaciones 4:21-22 y Ezequiel 25:12-14, censuran la participación de los
edomitas en la destrucción de Jerusalén.
Propósito: La profecía de Abdías está dirigida al pueblo que se lamenta sobre las ruinas de su
amada ciudad Jerusalén y por la muerte de familiares, amigos y parientes. Los habitantes de Judá
que no habían sido conducidos al cautiverio eran pocos y estaban confinados a un fragmento del
territorio que reclamaban como propio. Subsistían sobre el montón de escombros a que había
quedado reducida su ciudad sagrada. El libro de Lamentaciones recrea las dolorosas experiencias
del pueblo de Judá.
Con este escenario como fondo, Abdías pronuncia el consolador mensaje de que Dios no ha
olvidado a su pueblo, ni tampoco pasado por alto la maldad de los edomitas. El Señor intervendrá
para enmendar la situación, castigar a Edom y restaurar a su pueblo. Su mensaje confronta a Edom
con una severa palabra de condenación, pero conforta al pueblo de Judá con la promesa de la
continua protección de Dios, su futura victoria y su restauración.
Contenido: Abdías es el más breve de los libros del Antiguo Testamento. Comienza con un
encabezamiento que identifica la profecía como la “visión de Abdías”, y atribuye el pronunciamiento a
Jehová el Señor (Vs. 1)
El texto de este libro se divide en dos secciones principales: La primera (Vs 1-14) está dirigida a
Edom y anuncia su inevitable caída. Dios lo hará descender de su pedestal de soberbia y falsa
seguridad (Vs. 2-4). La tierra y su pueblo serán asaltados y saqueados, la destrucción será completa
y definitiva (Vs. 5-9) ¿Por qué? Debido a la violencia con que Edom procedió contra su hermano
Jacob (Vs. 10), porque Edom se regocijó de los sufrimientos de Israel y se unió a los invasores para
robar y saquear la ciudad en el día de su desgracia (Vs. 11-13), y a causa de que los edomitas
impidieran que escapara la gente de Judá, entregándola a los invasores (Vs. 14)
La segunda sección de la profecía se refiere al Día del Señor (Vs. 15-21). Este día será el momento
de la retribución, de recoger lo que se ha sembrado. Para Edom constituye el anuncio de su
infortunio (Vs. 15-16), pero para Judá representa la proclamación de su liberación (Vs. 17-20). Edom
será severamente juzgado, pero el pueblo de Dios recibirá bendiciones y la gloriosa restitución a su
tierra. El monte de Sion se elevará por encima del monte de Esaú, y el reino será de Jehová (Vs. 21)
Aplicación personal: Es lógico que Adías se refiera a la cuestión de las relaciones entre Judá y
Edom. Con qué facilidad aquellos que mejor conocemos se convierten en objeto de nuestro más
amargo resentimiento. Edom debía haberse puesto al lado de Judá en su conflicto con Babilonia,
pero años de enemistad hicieron que las emociones suplantaran al buen juicio. Esas escabrosas
relaciones son el resultado inevitable de la soberbia que nos impide descubrir nuestros errores y
construye barreras que bloquean el camino de la reconciliación. El libro de Abdías nos llama a
enfrentar el increíble costo del orgullo y a darnos cuenta que mantenernos aferrados a él no tiene
sentido cuando nos enfrentamos a la ira de Dios y tratamos de justificar nuestra arrogancia. El libro
nos llama a arrepentirnos de nuestra soberbia, a buscar reconciliación con quienes hemos roto
relaciones, y a vivir una vida de perdón y misericordia (Mateo 5:21-26)
Pablo define muy bien el tema de Abdías en Gálatas 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser
burlado, pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. O, en las palabras del mismo
Abdías: “Como tú hiciste, será contigo” (Vs. 15) La retribución es una realidad. Dios es justo y
castigará la injusticia de los demás, ya sean pueblos o personas. El Señor toma muy en serio las
promesas que ha hecho en el pacto. En Génesis 12:1-3 prometió bendecir a aquellos que bendicen a
su pueblo y maldecir a los que lo maldicen. El Señor se ha identificado tanto con su pueblo, que
maldecir a su pueblo es maldecirlo a Él, rechazar a su pueblo es rechazarlo a Él. El fin de Edom
anticipa entonces el destino de todos los que atropellan al pueblo de Dios. El Señor está
determinado a permanecer fiel a su pueblo, aun cuando éste le sea infiel o desobediente.
Y Dios se mantendrá fiel, a pesar de las apariencias. La profanación de Jerusalén y la tragedia del
pueblo de Judá envió un mensaje al mundo de la época de Abdías: el Dios de Israel ha sido
derrotado por los dioses de Babilonia, Edom y de otras naciones opresoras. Pero ese era un falso
mensaje, porque las apariencias pueden se engañosas. En su soberanía, Dios utiliza las
circunstancias para llevar a cabo sus propósitos, para purificar y proteger a su pueblo. Como Señor
de toda la tierra anuncia la destrucción de Edom, anuncia la victoria en medio de la más espantosa
derrota y toma el futuro en sus manos para así realizar su plan. El Señor que hizo tal cosa por Israel,
es el Señor que obra en nuestros días en favor de su pueblo.
Cristo revelado: El último versículo de Abdías hace referencia a “salvadores” a través de los cuales
Dios ejercitará su dominio sobre el monte de Esaú. Estos actuarán como “jueces” o “libertadores”
desde su asiento en el monte de Sion o Jerusalén. Los jueces hebreos fueron “salvadores” de su
pueblo. Lo liberaron de la opresión de extranjeros, proveyeron ayuda a las viudas y a los huérfanos y
ejecutaron justicia entre sus hijos.
Estos salvadores anticiparon al Salvador definitivo, el propio Jesucristo, el Mesías que viene como el
último juez, tanto como para encarnar como para proclamar la más gloriosa de las nuevas sobre el
reino. Por medio de Jesús, Dios pone de manifiesto su señorío y dominio sobre toda la humanidad. A
los afligidos y oprimidos está dirigido el mensaje de salvación (Lc 4:16-21)
El Día del Señor (Vs. 15) y el reino de Dios (Vs. 21), proclamados por Abdías, anticipan la venida de
Jesucristo al mundo. El anuncio del profeta de que “el reino será de Jehová” (Vs. 21) es un tema que
ocupó un lugar prominente en las enseñanzas de Jesucristo, quien en varias ocasiones habló del
“reino de Dios” (Lc 6:20, 9:27, 13:18-21) o “el reino de los cielos” (Mt 5:3, 13:1-52) La naturaleza de
ese reino, y la forma como vendrá, no se ajustan a la forma de Abdías, Jesús trae un pacífico reino
de paz, un reino espiritual asentado en la fe en la persona de Cristo. En realidad el “Día del Señor” y
la venida de su reino son inseparables de la persona de Jesucristo. La segunda venida de Jesús se
ajustará mejor al cuadro descrito en la profecía de Abdías para su primera venida.

El Espíritu Santo en acción: En ningún lugar de Abdías hay una referencia específica al Espíritu
Santo o al Espíritu de Dios. Sin embargo, su trabajo podemos darlo por sentado. Inspiró a Abdías su
profecía, le mostró la visión (Vs. 1) que encerraba el mensaje contenido en su libro. Además, aunque
no se le identifica explícitamente como tal, el Espíritu está detrás del juicio contra Edom, y del
llamado a las naciones para que se levanten contra el enemigo del pueblo de Dios. Aunque Dios
utiliza instrumentos humanos para ejecutar su justicia, detrás de todo está la obra de su Espíritu,
alentando, alertando y castigando de acuerdo con el plan de Dios.

Nosotros estamos acostumbrados a atribuir una obra literaria a un solo autor, sobre todo si al principio nos da su
nombre como ocurre en los libros proféticos. Pero, en este caso no es cierto que todo el libro proceda de la misma
persona. Podemos comenzar recordando el ejemplo más sencillo: Abdías. Este profeta no escribió un libro, ni un folleto;
una sola página con 21 versos resume toda su predicación. Sería normal atribuirle estas pocas líneas sin excepción. No
obstante, los comentaristas coinciden en que los versos 19-21, escritos en prosa, fueron añadidos posteriormente; el
estilo y la temática los diferencian de lo anterior. ¿Quién insertó estas palabras? No lo sabemos. Quizá un lector que
vivió vanos siglos después de Abdías.

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