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Urs Von Balthasar Hans Corazon Del Mundo
Urs Von Balthasar Hans Corazon Del Mundo
Urs Von Balthasar Hans Corazon Del Mundo
XIII
¡Oh bienaventurado desenfreno de tu amor! Nadie te domará jamás, nadie
te investigará jamás. Los caminos, que temerarios empezaron a abrirse, no
penetran ya más; de pronto quedaron interrumpidos, todavía queda en el aire la
decepción de los pioneros, se experimenta la sensación con la que tuvieron que
retornar. Otras sendas han quedado cubiertas de vegetación; la maleza se
extiende hacia los márgenes, altas ramas han caído cruzándose; de nuevo la
selva florece y s e puebla de ruidos sin fin.
Cuando yo era joven, pensé que podía salir contigo hacia las regiones
limpias. Vi una calle empinada delante de mí, y sentí ánimo, empaqueté mis cosas
y empecé a subir. Traté de aligerarme al abandonarlo todo en el espíritu siguiendo
tus palabras. Durante un tiempo me pareció que realmente subía en el camino.
Pero si hoy, después de años, levanto los ojos, entonces los tuyos brillan con
mayor altura, más inmensos que nunca por encima de mí. Ya hace mucho tiempo
que no se puede hablar de un camino.
Yo me había equipado perfectamente con mapas y aparatos de medida.
Sabía de memoria las doce tablas de la humildad y los siete muros y fosos
construidos en torno al castillo del alma. En algunas cimas veía banderitas y
señales que habían sido puestas allí y ciertas marcas rojas y azules que
demostraban entre los escollos que algunos otros habían pasado por aquí. Las
“indicaciones para la vida feliz” pululaban en ciertos lugares donde acampa la
gente como las latas de sardinas y los desperdicios. En el curso del tiempo perdí
la costumbre de prestar atención a estos restos tristes, pero se me ocurrió de
pronto que eran cada vez menos, me parecían ya viejos y oxidados y próximos ya
a convertirse en una parte de la maleza, perdidos en el espesor de la selva virgen
y de la maraña selvática.
Y todos los que pretendían exorciszarte y desencantarte me parecían
infantiles y necios; sentía en mí una ira contra ellos, porque seducían la almas de
aquellos que hubieran podido comprender, oh selva, tu hechizo. Pero también me
asaltó la tentación, porque ellos engañaron al mundo y a sí mismos por lo mejor. Y
un día arrojé todo a la maleza: mi bagaje, provisiones y mapas, y me consagré
solamente a ti, paisaje virginal, y fui libre para ti.
Los maestros decían: tres son los caminos del saber. El camino del sí, el
camino del no, y por encima de ambos el camino del más allá. Encontrarte a ti en
todas las criaturas, pues todas reflejan en sus fragmentos una imagen de tu luz.
Abandonar todas las criaturas, porque sus duros límites no captan tu ser
infinitamente fluido. Finalmente destruir las envolturas de sus perfecciones y
extenderlas hasta la medida ilimitada de tu eternidad. Pero yo me di cuenta que
estos caminos no son camino alguno. El sí es una afirmación, el no una contra -
afirmación; ambos se confunden entre sí y finalmente conduce al abismo, y el
tercer camino es la imposibilidad de trascenderlo. Algunos aconsejaban: arrójate a
la profundidad para que tu ser y tu limitación se destruyan, así encontrarás lo que
anhelas. Tus ojos se abrirán y tú serás como Dios.
Una gran tentación yacía en aquellas palabras, y desde las profundidades
del cráter apareció atractiva una lava dorada, señalando una vida divina. El oro de
este oro me pareció que era la luz, que maravillosamente algunas veces se
producía durante la noche y salía de las más altas grutas del Athos a los lejanos
navegantes. Y me pareció sagrado el vértigo en el que se elevaron por encima de
las barreras Plotino y Al Hallaj y los discípulos de los Bodhisattva.
Pero a su debido tiempo me acordé de tu corazón, Señor, y que tú has
amado las limitaciones de tus criaturas y que has descendido hasta nuestro valle
de la tierra para permanecer aquí entre nosotros hasta el fin del mundo, y para
amonestarnos de la tentación y seducción del espíritu y del desprecio incluso de
uno solo de estos pequeños. Y cuando te contemplé como cansado te sentabas
junto al pozo de la pecadora, y cómo frotaste los ojos del ciego de nacimiento con
lodo y saliva, entonces surgió en mí la sospecha de que aquellos seres superiores
en sus éxtasis sólo se encontraron en el supuesto fantasma de su vacío anhelo. Y
sí aquéllos tuvieron que engañarse, aquellos que pasando de largo ante tu
humanidad y más allá de ella pretendieron conocer el camino que conduce a la
original profundidad del Padre.
Pero todo camino que no eres tú mismo fracasa. Todos los que te ignoraron
sufrieron equivocación, y nadie que no estaba en ti te conoció. El trecho que me
separa de ti es impracticable si de antemano yo no lo he pasado ya en ti.
Pero, Señor, ¿tú mismo eres camino? En nada te pareces a las vías
humanas. Ninguna de tus palabras es una segura indicación de la siguiente, como
sucede entre los hombres, ya que los postes kilométricos indican la distancia y la
dirección clara. Toda dirección es un juicio y una ejecución, toda explicación es
una ejecución, toda indicación es una reprensión. El camino - que ere tú, y tú
ERES camino - debe privarnos de toda vía fija bajo nuestros pies, todo avance nos
devuelve a la vez al gran abismo de nuestra nada y nos desvía a los lados para
que, arrodillados en el polvo, te dejemos exclusivamente a ti, el Rey de la Gloria,
marcar el camino. Tenemos que realizar obras y creer en obras,
pero resultatambién menores al crecer y, con la vista puesta en ti, olvidar todas
nuestras obras. Nuestra justicia tiene que ser mayor que la de los escribas y
fariseos, pero debemos ser más pequeños y rebajarnos más que este niño.
Tenemos que congregar tesoros en el cielo, y en seguros graneros, donde ni el
óxido ni los insectos los devoren, pero a la vez ser más pobres que todos y
mendigos felices en el espíritu que no han de preocuparse angustiosamente por el
manan, por el día eterno. Tenemos que caminar en tensión hacia lo que se
encuentra delante de nosotros, y sin embargo descansar, distendidos
tranquilamente, como un pájaro en tu mano. Que nuestras obras brillen ante todos
los hombres, pero hemos de cuidarnos de realizarlas en lo oculto. Tenemos que
ser perfectos como el Padre de los cielos, pero a la vez contritos como el
publicano en el templo, y sentirnos como pecadores de ningún valor. Vigilantes y
maduros, como amigos tuyos, incorporados a tus misterios, pero como esclavos
que no ansían conocer el día y la hora. Como madre en parto, fatigarnos y morir
por los hombres, y sin embargo, si ellos no nos reciben, proseguir el camino y
sacudir el polvo de nuestras sandalias. Ser equilibrados y no necesitados de bien
alguno, pero compasivos en la tristeza y en la alegría, y de mano abierta al dar y
tomar. ¡Hacer que, a la manera de la semilla, tu Reino vaya creciendo en nosotros
como un sembrado que crece incesantemente lleno de maleza, pero a la vez
arrebatar con la velocidad del rayo el Reino de los cielos por la fuerza con el
destello de una gran decisión!
Dónde está el camino, ¿dónde la indicación? ¿No es esto el desierto? ¿Y
quién puede comprender el Reino, que es pequeño como una semilla y crece por
encima de todo, que está mezclado de buenos y malos, y en el que sin embargo
no entra un solo malo, que además no es de este mundo y que visto de cerca
está en medio de nosotros, que se aproxima, si estamos sentados a la sombra de
la muerte y nos alejamos, y se aleja, cuando nos aproximamos y pretendemos
comprenderlo? Este Reino, tu presencia en el mundo, es tan incomprensible
como tú mismo. Pues lo es todo a la vez: es pobre y es rico, poderoso y débil, tan
visible que nadie puede inculpablemente dejar de verlo, y tan oculto, que nadie
puede contemplarlo sin los ojos de la gracia. De manera casi esclava se nos pone
el amor de Dios en sus sacramentos a nuestros pies, encadenada a la propia
decisión irrevocable de hacerse disponible, sensible en el agua y pan y vino y
óleo; pero si uno se acerca y los coge, se le escapan de entre los dedos como si
fueran aire, que desprecia y se burla de todo seto espinoso. ¿Y tú, oh Iglesia,
princesa y reina de todas las naciones, extasiada inviolablemente a la derecha del
Señor, esposa sin arruga ni mancha, pero también sencilla esclava y corrompida
pecadora, y con frecuencia confundida con la roja Babilonia montada sobre la
espalda de la bestia! ¡Y vosotros, cristianos , luminarias del mundo y luces sobre
el candelero, sal de las naciones y libertos de Dios, pero a la vez escándalo para
los hombres y despreciados por vuestros pecados y perseguidos con razón y no
por causa de Cristo! Ciudadanos del cielo, expatriados de este mundo, pero
fatigándoos afanosamente día tras día y arrastrándoos de confesionario en
confesionario: ¿quiénes sois vosotros?
Maleza de desierto en los corazones, que se oponen voluntariamente, que
se defienden anhelantes, que se apartan adelantándose, desierto en las
conciencias, en las malas y sin embargo nuevamente buenas, llenas de sabiduría
de la infancia de Dios y vacilando inseguras si son dignas de ira o dignas de amor.
Desierto del amor mismo, que no sabe si ama, que quizá no es constantemente
sino el creciente afán que se oculta bajo las rosas de la entrega, o las murallas
deleznables, desmoronables, dentro de las cuales se siente más seguro del don
del amor de Dios derramado en el corazón y del firme edificio edificado en Cristo,
el Señor.
Finalmente desierto de todo este mundo inextricable: roca rígida y ola
espumeante, retorno de lo eternamente idéntico y transformación en un constante
nacimiento y ordenación todavía nunca existente en la órbita de las estrellas y en
el torbellino atómico, ya sea que toda ley imaginable se desborde en una
enigmática libertad. Mundo encomendado al hombre para su cuidado y progreso
infinito, y de manera siempre nuevo sobrepujando toda barrera como caos
descuidado, cortando las puntas demasiado finas, dirigiendo hacia abajo con toda
naturalidad las curvas ascendentes, y doblando su madura forma retornándola a
su antiguo seno. Mundo en el que el sentido y el contrasentido se balancean
indiferentemente y cada parte exige lo opuesto a ella, que se cierra en forma de
huevo redondo y que en su atmósfera encierra todo el impulso hacia el cielo, y
mundo que sin embargo abierto, está ahí siempre abierto como una anatomía,
suspirando por la plenitud desde sus entrañas, y que no puede darse a sí mismo;
mostrando a Dios con todos sus dedos sintiendo sed de él con todas las fibras de
su cuerpo como si se tratara de la lluvia más necesaria de todas. Mundo de cuya
profundidad surgen todas las fuerzas y que sin embargo se oculta débil e
impotente y aguarda la venida de la gracia. Mundo ambiguo, cuya duplicidad y no
unidad es sin embargo lo unívoco y claro. Mundo intermedio, que, al distinguir al
creador y la criatura, los une. Mundo tremendo, que rebelándose obliga a Dios
mismo a descender en figura de hombre con su ira, mundo - niño, que como niño
de pecho sueña en los brazos de la Virgen María.
¿Quién comprende el sentido del Señor en su creación y por encima de
ella? ¿Quién puede unir con corto hilo el infinito ramo de la sabiduría? Mira como
la apariencia de una fuente surtidora pone el espíritu y el ser del hombre bajo la
evaporación de todo misterio. Deja que corra, dejándola correr puedes coger lo
que quieras; y lo que tú puedes, será ser envoltura de la ola. Abre tu corazón y tu
cerebro y no trates de detenerlos; lavándote te purificarás; el sentido que buscas
es precisamente lo que es extraño y pesa en su fluir. Cuanto más regalas
renunciando, tanto más rica será tu sabiduría; cuánto más recibes ofreciendo,
tanto más robusta es tu fuerza. Mira, todo te confundirá, para que, sacando de la
plenitud de la confusión, conozcas la sobreabundancia del amor; todo te dejará
vacío, para que te ahueques dejando espacio a la sobreabundancia de la fe: todo
te deteriora como si fueras un paño, para que aguzado como para mostrar los
hilos resultes transparente para la plenitud del amor.
Pues he aquí que todo se disuelve en el elemento y es reducido al átomo,
para que cristalice nuevamente convirtiéndose así en el único cristal del centro
mismo. Todo muere en las batallas mortíferas de la limitación del saber, pues sólo
de la materia de total debilidad se teje el vestido regio del vencedor del mundo.
Todo viene a parar al río, como los témpanos que crujiendo revientan al sol y se
arrastran informes hacia el mar, chocando unos contra otros. Pero el movimiento
está producido por el latido del centro, y lo que parecía una presión caótica, es el
ciclo de la sangre en el cuerpo del Cristo cósmico.
En este cuerpo debes tú influir y de manera siempre nueva, como gotas,
debes dejarte arrastrar por las rojas arterias y las venas que laten. En el torrente
sanguíneo experimentarás tanto la inutilidad de tu resistencia, que se opone, como
la fuerza del músculo que te impulsa. Experimentarás la angustia de la criatura,
que debe doblegarse y perder, pero también el placer de la vida divina, que
consiste en el cielo cerrado del infinito amor divino que circula. Transportado río
abajo sobre las olas de la sagrada sangre te encontrarás con todas las cosas,
verás cómo los escombros chocan contra les escombros en las cataratas del
torrente montañoso, pero verás también qué hermosos barcos de vela se cruzan
sobre la suave alfombra de una corriente regia. Empujado libremente hacia la
obscura soledad llegarán a conocer la comunión de todos los seres entre sí, como
su contacto e identidad en las rutas fluyentes del cuerpo. Y así familiarizado
con todas la cosas y naturalezas, comunicarás finalmente contigo mismo y te
sentirás conducido, dando el más amplio rodeo de olvido de ti mismo, al festivo
banquete de los dones, en el que tú, un desconocido, eres para ti mismo como un
nuevo don. Empujado por el latido del corazón hasta todos los miembros del
enorme cuerpo, emprenderás el viaje más extenso de Colón, pero como la tierra
se redondea a manera de una pelota, las venas vuelven al corazón y el amor entra
y sale eternamente. Lentamente aprenderás el ritmo y ya no te angustiarás
cuando el corazón te expulse al vacío y a la muerte, y ahora sabes que es el
camino más corto para ser absorbido nuevamente a la plenitud y al placer. Y si te
elimina fuera de sí, sabe que esta es la misión y enviado por el Hijo realizas tú
mismo el camino del Hijo, lejos del Padre en el mundo, y tu camino hacia la
lejanía, donde Dios no está, es el camino de Dios mismo, que sale de sí, que
abandona a sí mismo, que se deja caer, que se pone a sí mismo en la estacada.
Pero esta salida del hijo es también la salida del Espíritu del Padre y del Hijo, y el
Espíritu es el retorno del Hijo al Padre. En el margen más extremo, en la orilla más
alejada, donde el Padre es invisible y está totalmente oculto, allí espira el Hijo su
Espíritu, lo murmura en el caos y en las tinieblas y el Espíritu de Dios flotaba sobre
las aguas. Y cerniéndose en el Espíritu, el Hijo, glorificado, se inclina ante el
Padre, y tú con él y en él, y la salida y la entrada son una misma cosa.
Cómo te agradezco, Señor, que yo pudiera fluir y que no tenga que estar
retenido, que pueda extenderme en tu bienaventurada incomprensibilidad y que no
tenga que descifrar preocupado signos y escritos. Pues todo es ruina, pero habla
de ti, y todo es signo y me muestra a ti. Y por encima del enigma de todas las
cosas resplandece tu misterio como un sol en lo alto, y en el ocaso de toda luz del
mundo tu gran noche alborea oculta. Todo camino me impulsa a salir de mí mismo
con fuerza para ir al desierto, y como no encuentro otro camino, experimento tus
alas y tu aliento. Cómo te agradezco, Señor, que tú trasciendes nuestro corazón,
pues finalmente todo lo que podemos pensar yace tras de nosotros
despectivamente. Y nuestro espíritu no ansía detenerse, sino estar en ti, y,
conociendo, ser conocido de tu corazón. En el fracaso de toda sabiduría no está la
ignorancia, que nosotros experimentamos, sino el ser oculto de toda sabiduría en
ti. El oleaje de este mundo se rebela osadamente, pero pulverizándose de su
ímpetu, se resquebraja y extendido ampliamente, se arroja a tu orilla en
desmayada adoración. Cómo te agradezco, Señor, que no deshicieras el
atormentador desierto del mundo sino en el bienaventurado frenesí de tu amor, y
que, lo que en nosotros se impugna y se reprime, se funde en el crisol de tu fuerza
creadora. Y que todo lo que en nosotros brilla ambiguamente y por eso de manera
seductora, se reconcilia en ti y resulta redentor. En lugar de enigmas tú pones,
iluminándolos, misterios. Todo, y hasta el pecado, es para ti materia y piedra de
edificación: expiándolo tomas sobre ti todo y le haces donación de un nuevo ser
sin aniquilar su ser. La basura es transformada por ti en tesoro, el devaneo en
virginidad, a los desesperados les regalas un futuro; tu mano hechicera supera
todas las fábulas de los niños. Tú eres la contantemente viva fuente de todas las
posibilidades, y lo real se modela entre tus dedos con la misma facilidad que la
arcilla en el torno del alfarero. Tú eres más fantástico que cualquier sueño y
nuestras más altas utopías son estúpidas y sólo un pálido reflejo de lo que tú has
realizado hace ya mucho tiempo. Sin embargo lo que tú inventas e imaginas
libremente en el sueño más íntimo de todas las cosas que nunca osaron soñarlo
en absoluto, ni siquiera lo podían; pero si tú lo tomas en tu boca y de acuerdo con
el propio deseo lo expresas, entonces has pronunciado, has manifestado su ser y
son un regalo para sí mismos. Cómo te agradezco, Señor, que mi ser me
trascienda en ti a mí mismo, y que mi centro está en ti más allá de mí mismo. Por
la senda torcida de mi corazón, lo pueda o no, y a pesar de toda oposición, debo
salir de mí mismo para llegar hasta ti. Y todas las cosas se abren a ti como
huevos, de los que se desliza un recién nacido, como botones que revientan, y
todos los seres se asoman de tus ventanas en dirección a ti y te encuentran en ti,
más allá se ellos mismos, juntamente a ti y a sí mismos. Se ordenan en torno a ti
como las hojas de las flores en torno al oculto estambre, cuyo ocultamiento sólo se
manifiesta como aroma.
La rosa del mundo pierde sus hojas, todos nosotros nos marchitamos, y
caemos, pero en este otoño florece tu primavera. Caemos como follaje amarillo,
nos corrompemos y nos pudrimos, lo que procede de la tierra, se convierte en
tierra, el corazón de pensamientos terrenos. Y una vez más el jardín del cielo se
transforma en selva virgen. Nosotros no somos Dios. No se puede adivinar el
silencio del límite. Límite es nuestra forma, límite es nuestro destino, nuestra
fortuna. No podemos destruir nuestra forma, tú mismo tienes respeto por nuestra
forma. Nosotros retrocedemos al abismo. El amor se encuentra solamente en el
abismo, la unidad está solamente en la distancia. Dios mismo es unidad del
Espíritu sólo en la distinción de Padre e Hijo. Que nosotros somos espejos que
estamos frente a ti, espejos receptores, es el sello en nosotros de tu superioridad,
como autor nuestro. Nos parecemos a ti en que no somos tú. Tenemos
participación en la proximidad del amor en el hecho de que hemos sido
desplazados a la lejanía del respeto. Pues el amor es casto y el seno de Dios es
virginal. Y la reina, tu madre, es virgen y esclava.
Nosotros nos postramos y te adoramos. En último término tú eres el único
que existe, el corazón en el centro. Nosotros no existimos. Lo que hay de bueno
en nosotros, eres tú; no entra en consideración lo que somos nosotros mismos.
Nosotros perecemos ante ti y no queremos ser nada más que tu espejo y ventana
para nuestros hermanos. Nuestro ocaso ante ti es la aparición ascendente por
encima de nosotros, nuestra disolución en ti y tu entrada en nosotros. Pues
todavía nuestro ocaso ante ti lleva la figura de tu propio ocaso, y nuestro
alejamiento culpable respecto de ti no nos pertenece, pues tú lo has convertido en
tu propio alejamiento. El pecado tiene la forma de la redención.
Y así en último término sigues estando solo, y todo en todo. Eres una cosa
contigo mismo, y sin perderte a ti mismo, te derramas sobre los múltiples seres;
permaneciendo en la multiplicidad de los miembros los acoges a todos a la unidad
del cuerpo. La acción de tu extrema fortaleza y de tu amor inmutable es que te
enajenas hasta la más extrema debilidad y hasta renunciar al amor, y si tú te
encuentras en la más extrema debilidad y todos te pisotean como a un gusano,
eres el héroe y has destrozado la serpiente. ¿Qué es ya el vacío? ¿Qué es ya la
plenitud? ¿Cuál de las dos cosas es privación? Si estás vacío, ansías la plenitud, y
en ese caso nosotros, la Iglesia somos tu plenitud. Si estás lleno y como una
nodriza te sientes impulsado a descargar tu pecho repleto y dolorido: también
somos nosotros, la Iglesia, tu plenitud. Siempre eres tú la plenitud y nosotros
somos el vacío, siempre, aun cuando te encuentres exhausto y exprimido,
nosotros recibimos de tu plenitud gracia tras gracia. Tu Iglesia es sólo el
receptáculo, es tan sólo tu órgano. Tú eres la fuente torrencial; y asimismo de
nosotros brota una fuente hasta la vida eterna, pero en este caso no es más que
una bebida que tú nos diste, pues sólo de ti brotan fuentes de agua viva. Y si
caminas por el mundo pobre y pálido, escondido bajo el ropaje de la humildad y de
la pobreza, si te escondes tras los pecadores y los publicanos, y si realizamos en ti
las ocho obras de misericordia, aun entonces sólo tú eres el donante, que nos
haces posible desde dentro y desde fuera el amor.
Tú permaneces solo. Tú eres todo en todo. Aun cuando tu amor nos quiera
para realizarse compartido por dos y quiera celebrar con nosotros el misterio de la
procreación, sin embargo en todas partes se trata de TU amor, que da y recibe la
donación, a la vez semilla y seno, y el niño engendrado vuelves a ser tú mismo. Si
el amor necesita de dos pies para caminar, el caminante es uno, y ése eres tú. Y
si el amor necesita de dos amantes, uno que ama y otro que es amado, sin
embargo el amor es uno sólo, y ése eres tú.
Todo está referido a tu corazón que late. Todavía palpita y crea el tiempo y
la duración, y con sus grandes y doloridos latidos impulsa el mundo y su acontecer
hacia adelante. Es la inquietud de la hora, y tu corazón se siente inquieto, hasta
que nosotros descansamos en ti, hasta que el tiempo y la eternidad se confunden
sumergidos el uno en el otro. Pero: Estad tranquilos, yo he vencido el mundo. El
tormento del pecado ha cedido ya, transformándose en el silencio y la quietud del
amor. A partir de este momento se ha convertido en más obscuro, más flameante
y vivo en orden a la experiencia de lo que es el mundo. Pero el estéril abismo de la
agitación ha sido superado por la insondable misericordia, y en medio de los
majestuosos latidos domina sosegadamente el corazón divino.