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Peter Burke
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Instituto
Mora
Instituto de Investigaciones
Dr. José María Luis Mora
Traducción:
Stella Mastrangelo
Portada:
Juan Carlos Mena
Título original
History and Social Theory
Instituto de Investigaciones
Dr. José María Luis Mora
Plaza Valentín Gómez Farías 12,
San Juan Mixcoac
México 03730, D.F.
ISBN 968-6914-68-4
Impreso en México
Printed in México
1. TEÓRICOS E HISTORIADORES
1 Man (1986).
2 Leys (1959).
3 T hom pson (1978b).
fueron lanzados originalm ente por historiadores marxistas británicos: la
“econom ía m oral” de Edward Thom pson y la “invención de la tradición”
de Eric Hobsbawm.4 Sin embargo, en general, los que trabajan en esas
otras disciplinas em plean conceptos y teorías con mayor frecuencia, más
explícitamente, más en serio y con más orgullo que los historiadores. Esa
diferencia en las actitudes hacia la teoría es lo que explica la mayoría de los
conflictos y m alentendidos entre los historiadores y los demás estudiosos.
UN DIÁLOGO DE SORDOS
Los historiadores y los sociólogos (en particular) no siempre han sido bue
nos vecinos. En efecto son vecinos intelectuales, en el sentido de que los
practicantes de ambas disciplinas (igual que los antropólogos sociales), se
ocupan de la sociedad considerada en su conjunto y de toda la gama del
comportamiento humano. En ese aspecto se diferencian de los economistas,
los geógrafos y los especialistas en estudios políticos o religiosos.
Podem os definir la sociología como un estudio de la sociedad hum a
na, con énfasis en las generalizaciones sobre su estructura y desarrollo./
La historia se define m ejor com o un estudio de las sociedades hum anas
en plural, destacando las diferencias entre ellas y tam bién los cambios
que h an tenido lugar en cada u na de ellas a lo largo del tiempo^ Los dos
enfoques han sido vistos algunas veces como contradictorios, pero es más
útil tratarlos como complementarios: sólo com parándola con otras pode
mos descubrir en qué sentido determ inada sociedad es única. Los cam
bios se estructuran y po r ello las estructuras cambian. En realidad el pro
ceso de “estructuración”, com o lo llaman algunos sociólogos, ha pasado
a ser un foco de atención en los últimos años (véase infra, p. 186) .5
Los historiadores y los teóricos sociales tienen la oportunidad de libe
rarse m utuam ente de distintos tipos de espíritu parroquial. Para los historia
dores éste es un riesgo casi literal: como habitualmente se especializan en
una región particular, su “parroquia” puede llegar a parecerles absoluta
m ente única, en lugar de una combinación única de elementos que, cada
uno de por sí, tienen paralelos en otras partes. Los teóricos sociales muestran
espíritu parroquial en un sentido más metafórico, un espíritu parroquial del
tiempo más que del espado, siempre que generalizan acerca de la “sode-
6 B raudel (1958).
7 C ohn (1962); K. Erikson (1970); D ening (1971-1973).
Estas preguntas son históricas, y en la sección que sigue trataré de darles
respuestas históricas, concentrándom e en tres m om entos de la historia
del pensam iento social occidental: alrededor de m ediados del siglo xvill,
m ediados del XIX y la década de 1920.
11 Burke (1988).
12 Moses (1975).
ls G ilbert (1965).
' ‘•Trevelyan (1942), p. vli.
cruel pero no del todo injusta, com o una "vieja tienda de curiosidades”,
porque los distintos tópicos-las vías de comunicación, el m atrim onio, la
prensa, etc .- se sucedían sin orden visible. En todo caso, la historia polí
tica era considerada (por lo m enos por los profesionales) com o más real,
o más seria, que el estudio de la sociedad o de la cultura. Cuando J. R.
( ireen publicó su Short history of the english people (1874), libro que se con
ce n traba en el estudio de la vida cotidiana en detrim ento de las batallas
y los tratados, se dice que su antiguo tutor, E. A. Freem an, observó que si
tan sólo G reen no hubiera incluido toda esa “cosa social” podría haber
escrito u n a buena historia de Inglaterra.15
Estos prejuicios no eran sólo ingleses. En el m undo de lengua alem a
na, el ensayo de Jacob Burckhardt sobre The ávilization o f the Rmaissance
in Italy (1860), reconocido más tarde como un clásico, no fue exactam en
te un éxito en el m om ento de su publicación, quizá porque se basaba más
en fuentes literarias que en docum entos oficiales. El historiador francés
Numa Denis Fustel de Coulanges, cuya obra maestra, The andent dty (1860),
se ocupaba principalm ente de la familia en la antigua Grecia y Roma, fue
en cierto m odo una excepción en cuanto que fue tom ado en serio por
sus colegas no obstante que insistía en que la historia era la ciencia de los
hechos sociales, la auténtica sociología.
En resum en, la revolución histórica de Von Ranke tuvo una conse
cuencia social imprevista pero muy im portante. Com o el nuevo enfoque
“docum ental” funcionaba m ejor para la historia política tradicional, su
adopción hizo que los historiadores del siglo XIX fueran más estrechos y,
en cierto sentido, incluso más anticuados que sus predecesores del siglo
XVIII en la elección de sus temas. Algunos rechazaban la historia social
porque no se podía estudiar “científicam ente”. O tros historiadores recha
zaban la sociología por la misma razón, porque era demasiado científica,
en el sentido de que era abstracta y general y no dejaba m argen para los
aspectos singulares de los individuos y los acontecimientos.
Ese rechazo de la sociología encontró su form a más articulada en la
obra de algunos filósofos de fines del siglo XIX, en particular en Wilhelm
Dilthey. Dilthey, que escribía tanto historia cultural (Geistesgeschichte) co
mo filosofía, sostenía que la sociología de Comte y Spencer (igual que la
psicología experim ental de H erm án Ebbinghaus) era pseudocientífica
porque ofrecía explicaciones causales, y estableció la famosa distinción
entre las ciencias, cuyo objetivo es explicar desde afuera (erklaren) y las
,6 Dilthey (1883).
17 C ohén (1978).
época- era histórico en el sentido de que implicaba ubicar a cada socie
dad (de hecho a cada costum bre o artefacto) en una escala evolutiva.18
El m odelo de las leyes de la evolución unía a diferentes disciplinas. Los
economistas describían el paso de una “econom ía natural” a u n a econo
mía m onetaria. Juristas como sir Henry Maine, en su obra A ndent law
(1861), estudiaban el paso del “estatus” al “contracf (de la ley al conve
nio). Etnólogos como Edward Tylor en La cultura primitiva (1871) o Lewis
I lenry M organ en Lasodedadantigua (1872) presentaban el cambio social
como una evolución del “salvajismo” (tam bién conocido com o el estado
“natural”) a la “civilización”. El sociólogo H erbert Spencer em pleaba
<jem plos históricos, desde el antiguo Egipto hasta la Rusia de Pedro el
(Irande, para ilustrar el desarrollo de las sociedades de “militares” a “in
dustriales”, según su term inología.19
Por otra parte, el geógrafo Friedrich Ratzel y el psicólogo Wilhelm
W undt produjeron estudios asombrosam ente similares de los llamados
“pueblos de la naturaleza” (Naturvólker), el prim ero concentrándose en
su adaptación al am biente físico, el segundo en sus m entalidades colecti
vas. La evolución del pensam iento de la m agia a la religión y de “prim iti
vo" a civilizado era el tem a principal de Golden bough (1890) de sir Jam es
Frazer, así com o de la Primitive mentality (1922) de Lucien Lévy-Bruhl. Y
por toda su insistencia en los elem entos “primitivos” que sobreviven en la
psique de hom bres y m ujeres civilizados, Sigmund Freud es un ejemplo
tardío de esa tradición evolucionista, evidente en ensayos como Tótem y
tabú (1913) y Elfuturo de una ilusión (1927), donde las ideas de Frazer, por
ejemplo, tienen un papel importante.
En general, la evolución era vista como un cambio para m ejorar, pero
no siempre. El famoso libro del sociólogo alemán Ferdinand Tónnies,
Comunidad y sociedad (1887), en que describe con nostalgia la transición
de la com unidad tradicional cara-a-cara ( Gemeinschafí) a la sociedad mo
derna de anonim ato general ( Gesellschaft), no es sino el más explícito de
una serie de estudios que expresan nostalgia por el antiguo orden y ana
lizan las razones de su desaparición.20
Los teóricos tomaban en serio el pasado, pero a m enudo mostraban es
caso respeto por los historiadores. Cornte, por ejemplo, se refería despecti
vamente a lo que llama “detalles insignificantes que la curiosidad irracional
f siónales. Y más tarde o más tem prano tenía que producirse lo que los
sicoanalistas llaman “el regreso de lo reprim ido”.
*4 Steinberg (1971).
s5 Citado e n G ilbert (1975), p. 9.
A lrededor de 1900 la mayoría de los historiadores alem anes no pensa
ba en térm inos de ir más allá de Ranke. Cuando Max Weber realizó sus
famosos estudios sobre la relación entre el protestantism o y el capitalis
m o, sólo p udo apoyarse en la obra de unos pocos colegas interesados en
problem as similares; pero quizá sea significativo que los más im portantes
de ellos, W erner Som bart y E m st Troeltsch, eran catedráticos de econo
mía y teología respectivamente, no de historia.
Los intentos de Lam precht p o r rom per el m onopolio de la historia
-política fracasaron, pero en Estados Unidos y en Francia, en particular,
la cam paña po r la historia social encontró respuestas m ás favorables.
En la década de 1890 el historiador estadunidense Frederickjackson T ur
n er lanzó un ataque similar al de L am precht contra la historia tradicio
nal. “Es preciso considerar todas las esferas de la actividad del hom bre”,
escribió T um er. “Ningún departam ento de la vida social puede enten
derse aislado de los dem ás.” Igual que Lam precht, T u m e r admiraba la
geografía histórica de Ratzel. Su ensayo titulado “The significance of the
frontier in am erican history”, interpretación de las instituciones estadu
nidenses como respuesta a un determ inado ambiente geográfico y social,
causó polémicas y m arcó una época. En otros trabajos exam inó la im por
tancia en la historia estadunidense de lo que llamaba “secciones” o, dicho
de otro modo, regiones, como Nueva Inglaterra o el Medio Oeste, con sus
propios intereses económicos y sus propios recursos.36Jam es Harvey Ro-
binson, contem poráneo de T um er, fue otro elocuente defensor de lo
que él llam aba la “nueva historia”, una historia que se interesaría por
todas las actividades hum anas y utilizaría ideas de la antropología, la eco
nom ía, la psicología y la sociología.37
En Francia, la década de 1920 fue la de un m ovimiento por “un nuevo
tipo de historia” encabezado po r dos profesores de la Universidad de
Estrasburgo ,j Marc Bloch y L uden Febvre. La revista que ellos fundaron,
Armales d ’histoire éconovúque el sociale, criticaba despiadadam ente a los his
toriadores tradicionales. ‘I gual que Lam precht, T u m e r y Robinson, Febv
re y Bloch se oponían al predom inio de la historia política y aspiraban a
sustituirla po r lo que llamaban “una historia más amplia y más hum ana”;
una historia que incluyera todas las actividades hum anas y que se preocu
para m enos de la n a rra d ó n de acontecim ientos que del análisis de “es
36T u rn e r (1893).
37 R obinson (1912).
tructuras”, térm ino que desde entonces ha sido el favorito de los historia
dores franceses de la llam ada “escuela de Awftate”.38
T anto Febvre como Bloch querían que los historiadores aprendieran
de las disciplinas cercanas, aunque diferían en sus preferencias. Los dos
estaban interesados en la lingüística y leían los estudios de la “m entalidad
primitiva” del filósofo-antropólogo L uden Lévy-Bruhl. Febvre se intere
saba sobre todo por la geografía y la psicología. En cuanto a la teoría
psicológica, seguía a su amigo Charles Blondel y rechazaba a Freud. Estu
diaba la “antropogeografia” de Ratzel pero rechazaba su determinism o,
prefiriendo el enfoque “posibilista” del gran geógraf o francés Vidal de la
Blanche, quien destacaba lo que el am biente perm ite a los hom bres ha
cer antes que lo que les impide. Bloch estaba m ucho más cerca de la
sociología de Emile Durkheim y de su escuela (principalm ente de Mau-
rice I Ialbwachs, autor de un famoso estudio sobre el m arco social de la
m em oria), y com partía el interés de Durkheim po r la cohesión social y
las representaciones colectivas (véase infra, p. 110), así como su devoción
por el m étodo comparativo.
Bloch cayó ante u n pelotón de fusilamiento alemán en 1944, pero
Febvre sobrevivió a la segunda guerra m undial para llegar a dom inar el
establishment histórico francés. En realidad, como presidente de la recons
truida École des Hautes Études en Sciences Sociales, logró alentar la coo
peración interdisciplinaria y dar a la historia u n a posición de hegem onía
entre las ciencias sociales.
La política de Febvre fue continuada po r su sucesor Fem and Braudel,
quien adem ás de ser el autor de u n libro que puede ser considerado, con
buenas razones, como la obra histórica más im portante del siglo (véase
infra, pp. 175-178), había estudiado economía y geografía y creía con firme
za en un mercado com ún de las ciencias sociales. Braudel. pensaba que la
historia y la sociología debían estar particularmente cercanas porque los
practicantes de ambas disciplinas tratan, o deberían tratar, de ver la expe
riencia hum ana en su conjunto.39
Francia y Estados Unidos son dos países donde la historia social ha sido
tomada en serio desde hace relativamente m ucho tiempo, y donde la histo
ria social y la teoría social han tenido relaciones muy estrechas. Esto no quie
re decir que no se hiciera nada por el estilo en ninguna otra parte en la
prim era m itad del siglo XX. No es difícil encontrar en el mismo periodo
40 Freyre (1959).
41 B ulhof (1975).
tudio de los ciclos de negocios basado en inform ación histórica, y el so
ciólogo N orbert Elias su librossobre El proceso civilizatorio, reconocido des
de hace tiem po como un clásico (véase infra, pp. 171-173). En 1949, el
antropólogo Edward Evans-Pritchard, que toda su vida defendió las rela
ciones estrechas entre la antropología y la historia, publicó u n a historia
de los sanusi de Cirenaica.
Pero en la década de 1960 el hilo de agua se convirtió en río: libros
com o The political systems o f empines, de Shmuel N. Eisenstadt (1963), The
first neto nation, de Seymour M. Lipset (1963), La vendée, de Charles Tilly
(1964), Social origins of dictatorship and democracy, de Barrington Moore
(1966) y Peasant wars, de Eric Wolf (1969) - p o r citar sólo algunos de los
ejem plos más célebres- expresaban y estimulaban un sentim iento de pro
pósito com ún entre teóricos sociales e historiadores sociales.42
\ Esa tendencia ha continuado en los últimos años. Un núm ero cada vez
mayor de antropólogos sociales, en particular ClifFord Geertz y Marshall
Sahlins, dan una dimensión histórica a sus estudios.43 Un grupo de soció
logos británicos, especialm ente E rnest G ellner, J o h n Hall y Michael
M ann, han resucitado el proyecto dieciochesco de una “historia filosófi
ca”, en el sentido de u n a historia del m undo en la tradición de Adam
Smith, Karl Marx y Max W eber, apuntando a “discernir diferentes tipos
de sociedad y a explicar las transiciones de un tipo a otro ”.44 En la misma
escala está Europa y los pueblos sin historia de Eric Wolf, un estudio de la
relación entre Europa y el resto del m undo a partir de 1500.45 Los térmi
nos “sociología histórica”, “geografía histórica” y (con m enor frecuencia)
“econom ía histórica” han em pezado a usarse para describir tanto la in
corporación de la historia a esas disciplinas como la de esas disciplinas a
la historia.46 La convergencia en el mismo territorio intelectual lleva en
ocasiones a cuestiones de límites (¿dónde term ina la geografía histórica,
p o r ejem plo, y empieza la historia social?) y, a veces, a la creación de
diferentes térm inos para describir los mismos fenóm enos, pero también
perm ite aprovechar habilidades y puntos de vista distintos para una em
presa común.