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Artículo

HERMENEÚTICA INTERCULTURAL N°33, 2020 | ISSN 0718-4980 | ISSN 0719-6504 en línea | pp. 185-205
DOI: 10.29344/07196504.33.2302
Recibido: 28 de agosto 2019 | Aprobado: 20 de noviembre 2019

El espacio de la praxis en Heidegger*1

The Space of Praxis in Heidegger

O espaço da práxis em Heidegger

Dr. Francisco Abalo**2 y Dr. Luis Placencia***3

RESUMEN
En el presente artículo se busca dar cuenta de las peculiaridades Palabras
metódicas y sistemáticas del enfoque heideggeriano de la espa- clave: espacio,
cialidad (Räumlichkeit). De este modo, podrá comprenderse de espacialidad,
mejor forma, estimamos, algunas posiciones heideggerianas que cuerpo propio,
han llevado a críticas por parte de sus lectores, especialmente Heidegger, Ser y
aquella que se relaciona con la pretendida omisión del cuerpo Tiempo
en Ser y Tiempo. Finalmente, nos reapropiaremos de esta crítica
clásica, pero desde un sustento diferente al que habitualmente
suele servirle de base.

*1
Una primera versión de este texto fue presentada el 30 de agosto de 2018 en marco
del III Congreso Nacional de la Sociedad Iberoamericana de Estudios Heideggerianos,
sección Chile (SIEH/Chile), realizado en la Pontificia Universidad Católica de Valparaí-
so. Agradecemos a quienes participaron de la discusión en esa instancia por la ayuda
que nos reportaron sus ideas en la mejora del texto. Un lugar especial merecen aquí las
valiosas observaciones de Roberto Rubio, tanto en ese contexto como en intercambios
posteriores en torno a este texto. En esas instancias posteriores, el Prof. Rubio nos facilitó
además importante bibliografía que nos permitió completar la perspectiva del trabajo.
El texto ha sido modificado en varios aspectos y en todas sus secciones, entre otras cosas,
gracias a las recomendaciones que él nos hizo. Las traducciones son nuestras. El presen-
te artículo se inscribe en el marco del proyecto de investigación FONDECYT/INICIA-
CIÓN n° 11170331.
**2
Chileno, licenciado, magíster y doctor en Filosofía por la Universidad de Chile.
Profesor Asistente del Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile. Contacto:
fjabalo@uchile.cl.
ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2470-2811
***3
Chileno, licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile y
doctor en Filosofía por la Martin-Luther-Universität Halle-Wittenberg (Alemania). Pro-
fesor Asistente del Departamento de Filosofía de la Universidad de Chile. Contacto:
luis.placencia@uchile.cl .
ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1052-0846

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El espacio de la praxis en Heidegger  |  Abalo y Placencia

ABSTRACT
This article is aimed at revealing the methodical and systematic Keywords: space,
peculiarities of the Heideggerian approach to spatiality (Räumli- spatiality, own
chkeit). This will allow us to better understand some Heidegge- body, Heidegger,
rian positions that have been criticized by his readers, especially Being and Time
that related to the presumed omission of the body in Being and
Time. Finally, we reappropriate this classical critique, but from
a different supporting foundation than that regularly used as a
basis.

RESUMO
No presente artigo buscamos apresentar as peculiaridades me- Palavras-
tódicas e sistemáticas do enfoque heideggeriano da espaciali- chave: espaço,
dade (Räumlichkeit). Deste modo, consideramos que poderão espacialidade,
ser compreendidas de melhor forma algumas posições heide- corpo próprio,
ggerianas que levaram a críticas por parte de seus leitores, espe- Heidegger, Ser e
cialmente aquela relacionada com a pretensa omissão do corpo Tempo
em Ser e Tempo. Finalmente, nos reapropriaremos desta crítica
clássica, mas desde uma sustentação diferente da que habitual-
mente costuma lhe servir de base.

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En el § 2 de la KrV Kant se hace la siguiente pregunta:


“¿Qué son pues el espacio y el tiempo? ¿Son entidades efectiva-
mente reales? ¿Son solo determinaciones o también relaciones de
las cosas tales que corresponderían también a ellas incluso si no
fueran intuidas? ¿O son tales que solo radican en la forma de la in-
tuición y con ella en la constitución subjetiva de nuestro ánimo sin
la cual estos predicados no podrían ser agregados a ninguna cosa?”
(A 23/B 38).
Como es sabido, Kant toma partido, en su Crítica de la razón pura,
por la idea mencionada en el pasaje, junto con otras alternativas que
parecieran ser ofrecidas como agotando las posibilidades de inter-
pretar la entidad del espacio y el tiempo, según la cual éstas serían
determinaciones de nuestro ánimo, tales que ellos constituirían las
condiciones formales de la sensibilidad, i.e. de la capacidad de reci-
bir representaciones al ser afectados por los objetos, sin ser eo ipso
propiedades que les corresponderían a los objetos en sí mismos, i.e.
con independencia del modo en que ellos son percibidos por nuestra
inteligencia finita. Así las cosas, el espacio y el tiempo serían empíri-
camente reales, pero, a la vez, trascendentalmente ideales, con lo que
Kant quiere decir que serían representaciones que poseen validez para
todos los objetos de la experiencia, pero solo en cuanto objetos de la
experiencia (A 28/B 44). De este modo, se podría expresar el corazón
de la posición kantiana empleando una formulación que no por pa-
radójica deja de ser correcta, sc. Kant funda el carácter “objetivo” del
espacio en su carácter “subjetivo”1. Por último, cabe destacar en este
contexto que la doctrina anterior es, como se puede apreciar de modo
notorio en el §3 de la KrV, fundamento principal de la distinción crítica
entre fenómenos y cosas en sí (A 27/B 43). Dicho de otro modo: al mis-
mo tiempo que la concepción kantiana del espacio funda su carácter
objetivo (realidad empírica) en su rasgo de ser una condición subjetiva
de nuestra capacidad representativa, queda también establecida su es-
tatus de mera condición subjetiva (idealidad trascendental) y por ello
su carácter de condición de los meros fenómenos, no así de las cosas

1
Sobre el empleo de las expresiones “subjetivo” y “objetivo” en Kant, cfr. las indica-
ciones en Placencia (217 y ss.).

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tal como ellas serían percibidas con independencia de nuestras condi-


ciones subjetivas.
Como también es sabido, las consideraciones kantianas sobre el
origen subjetivo de la validez de la esfera espacial inspiraron fuerte-
mente a autores como Husserl en su concepción del espacio, así como
también en su intento de dar cuenta del origen de formas de saber vin-
culadas a él, como la geometría. De este modo, no es de extrañar que
la posición en torno al espacio que sostiene Heidegger, un filósofo que,
como sabemos, construye sobre la base de una fuerte injerencia tanto
de Husserl como de Kant, pueda ser leída con sentido como un inten-
to de dar cuenta de modo distinto de la tensión aparentemente para-
dojal entre los elementos “subjetivos” y “objetivos” que implicaría el
carácter espacial de la experiencia, mas todo esto a partir de un marco
metódico y sistemático radicalmente nuevo que, en la medida en que
se apropia críticamente del enfoque trascendental que representan los
dos autores clásicos de esta tradición (Kant y Husserl), le da a estos
elementos “subjetivos” y “objetivos” una significación que ya no puede
ser más mentada por esos términos, so pena de un desdibujamiento
total del significado habitual de los mismos. Este enfoque superador
tiene como consecuencia una nueva y original concepción del carác-
ter a priori del espacio, que pareciera no entrañar las dificultades que
un planteo como el kantiano trae consigo, v.gr. una peligrosa cercanía
con el psicologismo o el establecimiento de la problemática distinción
entre “fenómeno” y “cosa en sí”.
En lo que sigue intentaremos dar cuenta, al menos parcialmente, del
modo en que Heidegger sostiene este planteo, que pretende superar la
concepción de cuño kantiano en lo tocante al carácter a priori del espa-
cio, así como de las peculiaridades metódicas y sistemáticas del enfoque
heideggeriano de la espacialidad (II). Esto nos permitirá comprender de
mejor modo las razones que están detrás de la que para muchos auto-
res es una de las debilidades fundamentales del planteo heideggeriano
en Ser y Tiempo (en adelante SZ), sc. la omisión de un tratamiento de
la dimensión corporal del Dasein. Finalmente, luego de comprender las
razones que llevan a Heidegger a no considerar la cuestión de la corpo-
ralidad —al menos en los textos en los que trata del problema del espa-
cio—, nos reapropiaremos de esta crítica clásica, pero desde un sustento
diferente al que habitualmente suele servirle de base (III).

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II
Los lugares más visitados en los que M. Heidegger expone su concep-
ción sobre la espacialidad se hayan principalmente en SZ. Se trata de
los célebres parágrafos 22 a 24, contenidos en el tercer capítulo de la
primera sección (El análisis fundamental preparatorio del Dasein), y el
parágrafo 70 del cuarto capítulo de la segunda sección (Dasein y tem-
poralidad), ambas secciones contenidas en la única parte publicada
del tratado. No son, con todo, los únicos en los que Heidegger se refiere
a esta cuestión y a temáticas afines. Sin embargo, un estudio que ana-
lice la cuestión en cada uno de los distintos textos en que Heidegger
acomete el asunto mencionado y muestre las relaciones sistemáticas y
genéticas entre ellos, no puede ser abordado en el largo de un artícu-
lo. De acuerdo con nuestro conocimiento, un trabajo de este tipo es,
de hecho, una tarea pendiente todavía para la scholarship heidegge-
riana. Por esta razón, este texto se dedicará a una tarea más modesta,
pero que puede servir de primera piedra para un trabajo como el an-
teriormente mencionado. Se tratará fundamentalmente de abordar el
tratamiento heideggeriano de la espacialidad en el contexto del opus
magnum de Heidegger con alguna alusión acotada a obras muy cer-
canas en el tiempo2. Nuestro interés, en consecuencia, estará centra-
do en un análisis de algunos detalles de la sección que no han sido, a
nuestro juicio, rectamente remarcados por la literatura secundaria. Por
la misma razón tampoco nos detendremos en los todos los elementos
relevantes del argumento de la sección.
Un primer punto que debe hacerse notar es que, en el marco de la
investigación especializada, la concepción contenida en estos parágra-
fos ha recibido una atención, aunque creciente, relativamente menor
comparada con otros tópicos que, al menos prima facie, tienen una
relevancia sistemática más notoria. El caso más patente es el que con-
cierne al tiempo. Pareciera haber buenas razones para ello. En efecto,
como ya se mencionó, son pocos los parágrafos que Heidegger dedica
a la cuestión de la espacialidad, estando además uno de ellos consa-

2
En efecto, algunas indicaciones valiosas en relación al tópico que aquí nos interesa
se pueden hallar en Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo (GA 20 §25,
306 y ss.), que es, como se sabe, un texto sumamente próximo, tanto en el contenido
como en el tiempo, a SZ (Kisiel 197). Aquí las tendremos en cuenta solo ocasionalmente,
pues el foco estará pues en SZ.

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grado a mostrar la dependencia de la espacialidad de la temporalidad


extático-horizontal. Con todo, basta con poner una mínima atención
a la morfología de la palabra mediante la cual se designa al ente “que
somos en cada caso nosotros mismos” (Dasein), y que está en el centro
de la investigación de SZ, para sospechar al menos que la concepción
del espacio en SZ tiene un mayor alcance y relevancia de lo que un
número acotado de parágrafos, comparativamente hablando, parece
indicar a primera vista3.
La mayoría de las interpretaciones de esta concepción, sean re-
constructivas o críticas, han estado dominadas por tres aspectos rele-
vantes. En primer lugar, es habitual en las reconstrucciones de estos
parágrafos, no sin justa razón, la tendencia a realzar los aspectos en
que dicha concepción es máximamente distante de una concepción
geométrica4, tal como está documentada en esa forma extrema de on-
tología de objetos que Heidegger atribuye a Descartes. En este sentido,
son célebres los parágrafos inmediatamente anteriores a la presenta-
ción de la cuestión de la espacialidad (§§19-21)5. Por otro lado, gran
parte de las críticas (v.gr. Aho y Franck) consideran relevante para la
evaluación de esta concepción la autocrítica que Heidegger esbozara
años más tarde a la tesis que aparece en §70, según la cual “Sólo sobre
la base de la temporalidad extático-horizontal es posible la irrupción
del Dasein en el espacio” (369)6. Vinculada a esta posibilidad de dis-
tanciamiento crítico, aparece a su vez la observación asimismo crítica
a la proverbial omisión en SZ de un tratamiento más amplio del cuerpo
que la escueta mención de éste en el §23 (108)7.

3
Existen otros pasajes que destacan la conexión entre la espacialidad y conceptos
centrales de SZ como “ser-en-el-mundo” o aperturidad. Cf. §12, 56; §60, 299. Heidegger
mismo destaca en SZ la remisión que habría en el término Dasein al Da que “según el
sentido familiar de la palabra apunta a «aquí» y «allá»”
4
Dreyfus (139) presenta una útil contraposición de las diferentes características de
las formas de espacio que contrapone Heidegger, concretamente en el §24. Siguiendo en
alguna medida lo establecido por Dreyfus, podríamos caracterizar lo que aquí llamamos
“geométrico” como siendo homogéneo, sin centro, pura extensión, tridimensional, com-
puesto de un agregado de una multiplicidad de posiciones posibles y medible.
5
Este aspecto lo hacen notar con fuerza autores como Villela-Petit (122), Vallega (94-
111) y Cerbone (130).
6
En concreto, sostiene Heidegger en su conferencia “Tiempo y ser” de 1962, “el in-
tento en el §70 de Ser y Tiempo de reconducir la espacialidad del Dasein a la temporali-
dad no se sostiene” (GA 14, 29).
7
“La espacialización del Dasein en su «corporeidad», que trae consigo una proble-
mática propia que no ha de ser tratada aquí, está distinguida según estas direcciones”.

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En esta parte de la presente exposición no nos orientaremos primor-


dialmente por estas consideraciones predominantes en la literatura es-
pecializada, sino que intentaremos hacer énfasis en al menos dos as-
pectos que no han sido suficientemente remarcados y que constituyen,
a nuestro juicio, elementos claves para la comprensión heideggeriana
del espacio a la altura de SZ. Esta estrategia, por otra parte, no aspira a
inmunizar de toda crítica a la concepción contenida en los parágrafos
mencionados, sino establecer el terreno para una crítica de otro orden,
que será presentada en la sección que sigue. Con todo, permítasenos,
antes de realizar ese ejercicio, que dejaremos para la sección final, pon-
derar previamente de mejor modo la observación crítica que los obje-
tores de Heidegger suelen alegar con mayor agudeza, sc. la de la omi-
sión de un tratamiento de la corporalidad del Dasein. Nos parece que,
rectamente comprendidas las motivaciones de Heidegger, esta omisión
es en buena medida explicable. Partiremos, sin embargo, con un pro-
blema que en principio puede parecer meramente formal, pero que nos
abrirá el camino para la consideración que aquí queremos hacer.
En varios lugares Heidegger habla de una “espacialidad existencial”
(existenziale Räumlichkeit/ §12, 54). A primera vista, parece razonable
identificar lo significado a través de esta frase con lo que Heidegger de-
nomina también “espacialidad del Dasein” (Räumlichkeit des Daseins/
§24, 110; §70, 367), y lo que también nombra como “espacialidad del ser-
en-el-mundo” (Räumlichkeit des In-der-Welt-sein/§23, 104). Con todo, el
asunto es más complicado. Como es sabido, la espacialidad de este ente
se distingue netamente del ser en el espacio dicho del ente en la moda-
lidad de mero estar presente (Vorhandenheit), que Heidegger denomina
“interioridad” (Inwendigkeit), por una parte, y del ente en la modalidad
del estar a la mano (Zuhandenheit), cuya forma específica de espaciali-
dad es la de la pertenencia a su lugar (plazierbare Hingehörigkeit), por
otra8. Como se sabe también, la espacialidad existencial es primaria en
relación con las otras dos desde un punto de vista de relaciones de fun-
dación9. Aun cuando ellas no sean del todo claras en ambos casos, al

8
“La espacialidad al Dasein, que esencialmente no es un estar-ahí, no puede signifi-
car algo como aparecer en una posición «en el espacio del mundo» ni estar a la mano en
un lugar” (§23, 104).
9
“El dejar comparecer de lo a la mano en su espacio circundante sólo es ónticamente
posible porque el Dasein mismo es «espacial» con miras a su ser-en-el-mundo” (§22, 104).

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menos sí se puede decir que buena parte del §24 está dedicado a esbozar
en qué medida el conocimiento del espacio y, por tanto, la comprensión
“geométrica” del mismo depende en último término de la espacialidad
existencial en el sentido del “dar lugar” (Einräumen)10. Ahora bien, si
este es el caso, ¿cómo puede el autor expresar el siguiente pensamiento:
“El aquí [del Dasein] lo comprende el Dasein desde el allí del mundo
circundante” (Sein Hier versteht das Dasein aus dem umweltlichen Dort
§23,107)11, lo cual parece implicar, prima facie, el orden inverso de de-
pendencia? La respuesta satisfactoria a esta pregunta supone, a nuestro
entender, considerar dos aspectos sistemático-metódicos que condicio-
nan de punta a cabo la concepción aquí expuesta.
En primer lugar, aquello a lo que refiere la expresión “espacialidad
existencial” no apunta directamente a la pregunta sobre qué sea aquello
que permite que un individuo pueda determinar el lugar en el que de
hecho se halla. Si la expresión “espacialidad del Dasein” admite un sen-
tido en el que se trata del “aquí” que en cada caso un individuo ocupa en
el mundo y que puede ser determinado según ciertos criterios, la “espa-
cialidad existencial” apunta a algo más amplio que implica lo anterior,
pero que no se agota en ello. Visto desde un punto de vista metódico,
la espacialidad existencial es el carácter espacial de algo visto desde el
punto de vista de una cierta estructura ontológica: la existencia. Esto es
clave, pues precisamente lo que dentro del análisis de la espacialidad lla-
mará Heidegger “existenciales” (la desalejación, la direccionalidad) no
son sino elementos explicativos de aquello que tenemos a la vista cuan-
do decimos, por ejemplo, que algo “está en un lugar”, elementos que a su
vez provienen de una cierta idea de existencia que el autor ha anticipado
ya en el §9 (41-45). Para nadie que haya leído el texto es un misterio que
la idea de existencia en SZ es sui generis, pues implica eminentemente
un carácter proyectual. Ya en la descripción formal de existencia, según
la cual el ente del caso existe en la medida en que le “va su ser”, que exis-
tir es “tener que ser”, desliza este aspecto (§9, 42). Así, por ejemplo, eso
a lo que nos referimos de forma intuitiva, i.e. sin fijar temáticamente el
dominio de este concepto a través de una definición o a un recurso de

10
Cerbone, con buenas razones, ha sido especialmente crítico de la tesis heideggeria-
na relativa posibilidad de derivación del “espacio de la naturaleza” a partir de la “espa-
cialidad existencial”. Cf. Cerbone 2013, 142-143.
11
Cf. §28, 132; §70, 368

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este estilo, cuando hablamos de “acciones”, documenta algún tipo de


posibilidad de realización de sí mismo que, habiendo sido asumida de
forma más o menos consciente, más o menos responsable, ha “lanzado”
al agente más allá de su acción considerada como un hecho actual. Es
decisivo este aspecto en el presente contexto pues es, en parte, bajo el
aspecto proyectual que Heidegger considerará el peculiar carácter móvil
(Bewegtheit, §72, 375) de ese ente que tiene la forma de ser de la existen-
cia. ¿Por qué decimos esto?
Ciertamente, buena parte de los comentadores ha hecho hincapié
en que la situación fenoménica desde donde se intenta reconstruir la
concepción de la espacialidad se documenta en la experiencia prag-
mático-operativa propia de un agente y no la constativo-perceptiva de
un observador. Pero a lo que no se le ha sacado suficientes rendimien-
tos es al hecho de que, en tanto se trata de la agencia, el problema aquí
tratado no se refiere solo a las condiciones de posibilidad de la apari-
ción de objetos (útiles) en el espacio (Dreyfus), sino efectivamente a
la ocupación dinámica que el agente hace del “espacio”. En otras pa-
labras, al apelar de forma más bien intuitiva a la acción humana, Hei-
degger espera documentar aquellos elementos que explican, desde el
punto de vista de la idea de existencia antes señalada, la peculiar forma
que tiene un ente de “abrir” dinámicamente espacio. “Desalejación” y
“direccionalidad” son los nombres para esos explicantia de la apertura
dinámica que un ente hace del espacio, solo si se asume, por cierto,
que ese ente tiene la forma de ser de la existencia12.
Ahora bien, esto solo aborda parcialmente el problema antes seña-
lado. El otro elemento metódico-sistemático que hay que considerar es
el segundo aspecto formal contenido en la idea de existencia. Para un

12
“El Dasein, sin embargo, es «en» el mundo en el sentido del ocupado y familiar ha-
bérselas con el ente que se encuentra en el mundo. En consecuencia, si le corresponde
en alguna medida espacialidad, entonces es esto sólo posible sobre la base de este ser-
en, cuya espacialidad muestra el carácter de la desalejación y la direccionalidad” (§ 23,
104-105). En relación con el carácter de apertura dinámica del espacio ha de destacarse
que no es casual que la desalejación al menos, que por otra parte es el existencial relativo
al espacio en cuya explicación Heidegger invierte más espacio, sea caracterizada en tér-
minos transitivos: “usamos la expresión desalejación en un sentido activo y transitivo” (§
23, 105). La “direccionalidad” parece ser caracterizada por Heidegger como “correspon-
diendo” o “perteneciendo” a la “desalejación” y, por tanto, ya entrañando este elemento
activo: “Queda por atender el que la direccionalidad que pertenece a la desalejación está
fundada en el ser-en-el-mundo” (§23 109).

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ente, “existir” significa estar o ser en el mundo, en donde “mundo” no es


un conjunto infinito de objetos considerados extensionalmente, sino un
momento estructural (la articulación de significatividad) que hace parte
de la existencia de un ente. Es decir, el carácter proyectual de la exis-
tencia implica un horizonte de articulación de funciones teleológicas
(para-qué, el para-eso, el por mor de), las cuales algunas son satisfechas
por entes que no tienen la forma de ser de la existencia, pero cuya es-
tructura ontológica implica posibilidades de ese ente que tiene la forma
de la existencia. Es la idea que se documenta en la consideración de que
los objetos aparecen como plexos de útiles (y no primeramente útiles
individuales) que exhiben “de suyo” un potencial de utilización para
una acción que virtualmente un agente requiera emprender con ellos.
Nuevamente, al apelar de forma más bien intuitiva a nuestra acción (al
trato pragmático-operativo con el ente), Heidegger intenta mostrar que
para que a un ente (que tenga la forma de ser de la existencia) le puedan
salir al encuentro objetos (en la modalidad inmediata de cosas con las
que una posible acción requiere realizarse), tiene que suponerse como
haciendo parte de su propia estructura ontológica un horizonte de sig-
nificatividad ya abierto, aun cuando de facto no esté inmediatamente
presente para él.
Esta concepción del mundo (horizonte significativo), como mo-
mento estructural de la existencia, es decisiva para calibrar en qué me-
dida el auténtico punto de partida metódico de los análisis acerca del
espacio está concentrado en la afirmación, que sin embargo solo apa-
rece hacia el final del tratamiento heideggeriano, según la cual “sólo
retornando al mundo es posible comprender el espacio” (§ 24, 113)13.
Es cierto que, en el decurso argumentativo de estos parágrafos, el con-
traste con la concepción “geométrica” del espacio tiene una gran rele-
vancia, como se ha enfatizado de manera insistente por la literatura y,
por cierto, con razón, tal como ya se indicó. Pero la relevancia de la po-
lémica contra la versión “objetiva” del espacio hace que se atenúe o se
pierda de vista el intento de distanciamiento frente a otra posibilidad:
la reducción de la espacialidad a elementos puramente subjetivos, po-
sibilidad que el autor identifica con el nombre de Kant14.

Cf., además, § 12, 56; § 21 101-102.


13

“El espacio no está ni el sujeto ni está el mundo en el espacio” (§ 24, 111). “Derecha
14

e izquierda no son algo «subjetivo» para lo que el sujeto tenga un sentimiento, sino que

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Este complejo equilibrio con el que Heidegger pretende combatir


tanto la tentación “objetivista” como la “subjetivista” en lo que se re-
fiere al tratamiento del espacio es presentado de modo compacto en
el siguiente pasaje que, además, destaca las consecuencias filosóficas
que tiene lo anterior:
El espacio no está ni el sujeto ni está el mundo en el espacio. El espa-
cio está más bien «en» el mundo en cuanto el estar-en-el-mundo
constitutivo para el Dasein ha abierto espacio. El espacio no se en-
cuentra en el sujeto ni considera éste al mundo «como si» estuviese
en un espacio, sino que el «sujeto» ontológicamente bien entendi-
do, el Dasein, es en un sentido originario, espacial. Y porque el Da-
sein es espacial en el sentido descrito se muestra el espacio como a
priori. Este título no dice algo así como la pertenencia precedente
a un sujeto que aún no tiene mundo, que arroja un espacio des-
de sí. A prioridad dice aquí: precedencia del encuentro del espa-
cio (como zona) en el encuentro cada vez circunspectivo de lo a la
mano (§24 111).
Dicho de otra forma, si es verdad que Heidegger tiene por punto de
contraste tanto la comprensión “objetiva” del espacio como la “subjeti-
va”, entonces los explicantia existenciales de la espacialidad no pueden
ser considerados como operaciones o disposiciones de un sujeto, sino
como elementos explicativos que pertenecen a una estructura (la exis-
tencia) que implica aspectos, digámoslo así, no reductibles a la subjeti-

son las direcciones de la orientación a un mundo cada vez ya a la mano” (§23 109). Este
último pasaje remite de modo explícito a la idea que Kant desarrolla en el texto —cita-
do por Heidegger— “¿Qué significa orientarse en el pensamiento?”, así como en el más
temprano y no referido por nuestro autor “Del fundamento primero de la distinción de
las regiones en el espacio” (Von dem ersten Grunde des Unterschiedes der Gegenden im
Raum, cfr. AA 02 375-383). Es de destacar que estos textos presentan claras afinidades
con el modo en como trata el problema del espacio Husserl en Ding und Raum, o del
cuerpo propio como “punto cero” de las orientaciones en Ideas II (Hua IV, 158). Cf. Pla-
cencia (60). No es irrelevante enfatizar en este punto que, ya en Prolegómenos, Heidegger
parece oponerse tanto a la consideración “objetivista” (Descartes) como “subjetivista”
(Kant) del espacio, quedando ambas, a partir de esta concepción, en la misma vereda.
La razón, si mal no entendemos, estriba en que en ambos casos se reconstruye la no-
ción de espacio unilateralmente a partir de uno de los dos lados de la relación sujeto-
objeto. Si alguna pretensión tienen los análisis sobre la “espacialidad”, una vez que se
toma en cuenta que el correcto punto de partida es el ser-en el- mundo, es justamente el
de superar la unilateralidad que supone todo reconstrucción que se base en el esquema
sujeto-objeto. Cf. Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo (GA 20) §25,
307, 320ss.

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vidad15. Esta irreductibilidad entraña, por un lado, el que la estructura


ontológica de la “existencia” trae consigo la remisión a un horizonte
que, en el caso de la espacialidad, se documenta de manera clara en lo
que denomina Heidegger la “zona” (Gegend) o, dicho con mayor pre-
cisión, el carácter zonal del emplazamiento de contextos de útiles que
le salen al encuentro a un ente que abre dinámicamente (desalejan-
do y direccionadamente) el espacio. Este carácter zonal de los lugares
propios en que se ubican los útiles es irreductible a un objeto en el
espacio, pues está ya predescubierto (vorendeckt) en todo dirigirse a
contextos de útiles para ponerlos a disposición, según una acción que
se pretende llevar a cabo con ellos. La zona es, en este sentido, un mo-
mento de los elementos a priori que constituye, en conjunto con los
existenciales señalados más arriba, las condiciones de posibilidad de
aparición de un objeto espacial. De esta forma, los elementos expli-
cativos fundamentales de la espacialidad, vista desde el punto de la
existencia, son la desalejación, la direccionalidad y el carácter zonal de
los lugares propios (GA 20, §25, 308).
Ahora bien, los aspectos aquí presentados en general permiten
comprender por qué este tratamiento no implica una inconsistencia.
La espacialidad existencial, si entendemos por esto la concepción del
espacio que toma como punto de vista esa estructura ontológica lla-
mada “existencia”, constituye un nivel de análisis más básico que el
que supone la respuesta a la pregunta por aquello en función de lo
cual es posible determinar el lugar que de facto ocupa el Dasein, aun
cuando lo primero contenga aquello que permite responder a lo se-
gundo. De hecho, es justo la espacialidad de la existencia la que per-
mite entender que la espacialidad de Dasein, es decir, la posibilidad
de fijación del lugar que de facto ocupo, no supone necesariamente,
a juicio de Heidegger (§ 23, 108), la conciencia expresa de mi propio
cuerpo, sino que los puntos de referencia que permiten determinar
mi “aquí” son externos, es decir, se constituyen a partir de plexos uti-

15
Este punto cobra particular relevancia, especialmente a la luz de las críticas de Dre-
yfus a la concepción que Heidegger presenta en los parágrafos 22-24. En efecto, Dreyfus
estima que, en determinados momentos, Heidegger mismo pierde de vista la distinción
“de la apertura general del espacio como campo de presencia (Desalejación) que es la
condición para que las cosas estén cerca o lejos de con el traer las cosas cerca del Dasein
y el usarlas” (Dreyfus 132). Para una respuesta a las críticas de Dreyfus, se puede ver los
trabajos de Arisaka y Cerbone.

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litarios emplazados en zonas predescubiertas. El “aquí” que de facto


ocupo es en cada caso relativo, relativo a aquello que requiero para
poder llevar una acción asumida como propia. Pero precisamente la
fijación del aquí en estos términos supone, por una parte, una ocu-
pación desalejante y orientada del espacio, y, por otra, un mundo
que ya se ha abierto ahí en la forma de zonas para esta orientación
pragmática. Con ello parece quedar fundada la “desatención” de par-
te de Heidegger a la cuestión del cuerpo, al menos en los parágrafos
en comento.

III
Con todo, el asunto es más complicado. Incluso a la luz de la recta con-
sideración del tratamiento heideggeriano que se acaba de hacer, cabe
replantear la cuestión de la omisión de la referencia al cuerpo. Para
entender por qué es necesario, nuevamente un pequeño rodeo.
Anscombe escribe en el § 4 de Intention:
Ahora, parece obvio que en general la pregunta de cuáles son las
intenciones de alguien es sólo decidida con autoridad por él. Una
razón para esto parece ser que, en general, no sólo estamos intere-
sados en la intención de alguien de hacer lo que él hace, sino en su
intención al hacerlo. Usualmente esta última no puede ser vista a
partir del mero ver lo que él hace. Otra razón es que en general la
pregunta por si alguien intenta hacer lo que él hace simplemente
no surge (porque la respuesta es obvia). Y si surge, ella se responde,
usualmente, preguntándole. Además, alguien puede formar una
intención en la que no persevera, sea porque es impedido por algo
o porque sencillamente cambia de opinión. La intención misma,
sin embargo, puede ser completa, aunque quede como una cosa
puramente interior. Todo esto lleva nos lleva a la idea de que si
queremos conocer las intenciones de alguien debemos investigar
los contenidos de su mente, y solamente ellos. Y, en consecuencia,
nos lleva a pensar que si queremos entender lo que es la intención
debemos investigar algo cuya existencia se da en la pura esfera de
la mente y a pensar que, aunque la intención se manifiesta en ac-
ciones y la manera en que esto ocurre también presenta preguntas
interesantes, lo que ocurre físicamente, i.e. los que uno realmente
hace, es lo último que necesitamos considerar en nuestra investiga-

197
El espacio de la praxis en Heidegger  |  Abalo y Placencia

ción. Por el contrario, yo quiero decir que es el primero (Anscombe


2000 9).
Si lo dicho sobre Heidegger es correcto, entonces la observación de
Anscombe parece ofrecer una perspectiva de acuerdo con la cual la
omisión de la problemática del cuerpo en la filosofía de Heidegger y,
en concreto, en la sección en la que éste trata su concepción del espa-
cio, no se muestra ya como una cuestión baladí ni meramente externa
al punto de vista metódico y sistemático adoptado por él mismo. Tra-
temos de elucidar esta cuestión: según habíamos dicho, el hecho de
que Heidegger intente tematizar en su análisis de la espacialidad una
concepción que no es la que se privilegia en una experiencia constatit-
vo-preceptiva, sino la que supone una de corte pragmático-operativa,
entraña una apelación, implícita por cierto, al orden la acción huma-
na. En efecto, como es sabido el estudio fenomenológico del momento
“mundo” que se realiza como parte del análisis del “estar-en-el-mun-
do” se lleva a efecto a partir del estudio de la experiencia “inmediata
y regular”, particularmente con el ente que tiene el modo del ser útil,
modo de ser a partir del cual será derivado el de aquello que está “ahí
delante”. No parece haber posibilidad de pensar esta relación al útil sin
apelación, aunque sea implícita y sin una caracterización explícita de
ese orden, al ámbito de la acción humana. Es la remisión a esta mis-
ma experiencia “inmediata y regular” con el ente que tiene el modo
de ser del útil la que permitió a Heidegger remontarse a la “espaciali-
dad” de la existencia como genuino elemento a priori y, por ello, como
“condición de posibilidad” de la experiencia que hace cada Dasein de
su propio cuerpo, i.e. de su lugar en el mundo. A partir de este orden
de las acciones, adquieren sentido la “desalejación” y la “direccionali-
dad” como lo que ha de ser tematizado en un tratamiento del espacio
a partir del modo en que éste es experimentado o, si se quiere, abierto
por un ente que tiene el modo de ser del Dasein. Dicho de otra forma,
el orden de la acción es una especie de presupuesto en el tratamiento
heideggeriano del espacio. Con todo, si seguimos la pista que nos da
Anscombe, no parece sencillo hacer sentido de este orden sin tener en
cuenta el hecho de que la acción misma presupone el cuerpo. Veamos
este punto con calma.
El primer paso para comprender este punto viene dado por la com-
prensión que hemos ganado del término “acción” a partir de la inves-

198
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tigación de autores como la misma Anscombe o Davidson. Ambos


autores, más allá de sus enormes diferencias, compartían la idea de
que algo ha de ser llamado “acción” en la medida en que es “inten-
cional bajo una descripción” (Anscombe 2000 11-12 Anscombe 1979
210 Von Wright 91 Davidson 46). Esta idea entraña un descubrimiento
poderoso que tiene, al menos, una doble faz. En primer lugar, implica
que ser acción intencional es algo que corresponde a algo dependien-
do del modo en que ello sea descrito y no como una “propiedad” que
le corresponda, por así decir, desde cualquier perspectiva. En otras
palabras, “ser intencional” no es, puesto en el lenguaje de la filosofía
analítica contemporánea, una “propiedad” de un evento o de algún
ítem realmente existente (Davidson 46). En segundo lugar, el descu-
brimiento trae consigo la idea de que la noción misma de la acción es
dependiente de la de intención16. Nada es acción si no es “intencional
bajo una descripción”. Nada de lo dicho por Heidegger parece ser in-
consistente con esta idea, sino que más bien, al revés, la mera idea del
carácter derivado del ente “ahí delante” a partir del ente “a la mano”
parece estar en acuerdo con ella. Ahora bien, la pregunta clave enton-
ces es si el orden de la acción, i.e. ese orden que solo es comprensible a
partir de aquel de la intención, es aprehensible sin remisión a un orden
de relaciones entre objetos, i.e. al orden de “lo que ocurre físicamen-
te”, en el decir de Anscombe. Ésta parece querer sostener que no, i.e.
parece querer decir que el orden al que pertenece la intención no es
tanto el orden de aquello que se manifiesta en la pura “interioridad”
del agente, sino el de aquello que efectivamente ocurre. Solo a partir
de él sería legible la intención de un agente ¿Cuál es la razón para ello?
En el § 23 de Intention, Anscombe nos propone considerar la si-
guiente situación:
Alguien está bombeando agua a una cisterna que provee de agua
potable a una casa. Alguien ha encontrado la forma de contami-
nar sistemáticamente la fuente con un veneno acumulativamente
fatal cuyos efectos no pueden ser notados por quienes beben el
agua hasta que ya no pueden curarse. La casa es habitada usual-
mente por un pequeño grupo de jefes de un partido con sus fa-

Esta idea ha sido contradicha por algunos autores, aunque, a nuestro juicio, no de
16

modo sólido. Cfr. Hyman.

199
El espacio de la praxis en Heidegger  |  Abalo y Placencia

miliares cercanos, que controlan un gran estado. Ellos quieren


exterminar a los judíos o quizás planean una guerra mundial. El
hombre que contamina la fuente ha estimado que si estas perso-
nas son destruidas buenos hombres llegarán al poder, gobernarán
bien y quizás instaurarán el reino de Dios en la tierra y asegurarán
una buena vida para todos. Él ha revelado su estimación junto con
los datos sobre el veneno al hombre que bombea (…) los brazos
del hombre se mueven de arriba a abajo. Ciertos músculos, con
nombres latinos conocidos a los doctores, se contraen y se relejan.
Ciertas sustancias se generan en algunas fibras nerviosas —sus-
tancias cuya generación en el movimiento voluntario interesan a
los fisiólogos (…) el bombeo hace una serie de ruidos que suenan
como un ritmo conocido (…) Ahora preguntamos: ¿qué está ha-
ciendo este hombre? ¿cuál es la descripción de su acción? (An-
combe 2000 37).
Una forma elemental de responder a esta pregunta sería, como su-
giere Anscombe en el pasaje anteriormente citado del § 4, pensar que
debemos mirar “al interior” del agente o bien preguntarle por aquello
que su acción expresa y que solo él, en último término, conoce. En últi-
mo término, parece ocurrir que clasificamos como acción aquello ante
lo cual podemos dar una explicación en términos del “propósito” que
perseguimos. Pero esto no aclara todavía bien el asunto, al menos no
mientras no sea claro qué es un propósito. Parece ser que, en el ejem-
plo de Anscombe, aceptamos que alguien que bombea agua puede
estar “bombeando agua” o “envenenando a los habitantes de la casa”,
pero resulta más difícil de aceptar que él estime estar “instaurando el
gobierno de los sabios”. No podemos aquí elucidar esta cuestión en de-
talle; sin embargo, sí se puede hacer notar lo siguiente: no parece ser
posible comprender la idea misma del propósito sin remitir a relacio-
nes del tipo de aquellas que revisten el fin y los medios, de suerte que
ella no queda entregada al mero reporte del agente. Esas relaciones,
sin embargo, parecen ser relaciones de naturaleza causal (sea que el
fin sea considerado en algún sentido como “causa” del medio o vice-
versa). Lo anterior sugiere que las relaciones entre fines y medios, que
parecen ser constitutivas de la posibilidad de las acciones, implican
la existencia de un orden de vínculos entre ítems que, en algún sen-
tido, es independiente de mi pura interioridad. Dicho de otro modo:
no cualquier acción puede ser considerada como siendo “medio” para

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alcanzar un fin que yo mismo declare como objetivo de esa acción. Así,
nadie que me vea haciendo ejercicio en un gimnasio podría aceptar la
descripción “estoy comiendo para subir de peso” como una que ade-
cuadamente de cuenta del contenido de lo que hago. La razón es sim-
ple: la trotadora es un medio para correr y correr no es medio para su-
bir de peso (así como correr tampoco es ingerir alimento). Lo anterior
muestra, además, el modo en que esas relaciones causales están inser-
tas en un orden cuerpos y de útiles que tienen carácter ergonómico, i.e.
están diseñados para ser adecuados a los efectos esperados por medio
de la realización de ciertas acciones, i.e. de ciertos movimientos cor-
porales que bajo alguna descripción cuentan como intencionales. La
trotadora tiene la forma de algo que se presta para correr (y para bajar
peso corriendo en ella, pero no parece ser adecuada para comérsela).
Lo mismo el ordenador que uso mientras escribo esto (su pantalla está
dispuesta frente a mí y no debajo del teclado ni en la superficie trasera
de la tapa, que no es visible desde mi posición actual). Este doble ca-
rácter de los útiles requeridos para la acción, sc. su capacidad de co-
nectarse causalmente entre sí según reglas independientes de mí y la
ergonomía, parecen suponer un orden en el cual la función del cuerpo
propio es crucial como elemento básico en la constitución del sentido
de estos entes.
Con todo hasta acá, se podría pensar, no se ha dicho aún nada que
desmienta la rectitud de la presentación del problema de la espaciali-
dad hecha por Heidegger. Es cierto, se podría decir, que es necesario
el orden de los cuerpos para la acción, pero, tal como ya se advirtió,
la experimentación de esos cuerpos como tales supone, se podría de-
cir con Heidegger, por una parte, una ocupación desalejante y orien-
tada del espacio, y, por otra, un mundo que ya se ha abierto ahí en la
forma de zonas para esta orientación pragmática, constituyendo esta
ocupación desalejante y orientada la estructura ontológica básica de
la existencia, i.e. una estructura ontológica que constituye el abrir del
Dasein el mundo independiente de lo que haga cada Dasein en parti-
cular. Es esta idea, con todo, la que está detrás de las relaciones de fun-
damentación entre los dos “espacios” que ya han sido mencionadas y
que parecen en alguna medida dar cuenta del carácter a priori de la
espacialidad del Dasein. Esta “fundaría”, según Heidegger, el espacio
geométrico. Pero la pregunta clave parece ser si es posible realmente
fundar, como lo intenta hacer Heidegger, el orden de los cuerpos en

201
El espacio de la praxis en Heidegger  |  Abalo y Placencia

esa ocupación desalejante y orientada en el espacio sin remitir antes al


orden de los mismos y al modo en que ellos parecen vincularse según
leyes objetivas (como la de los vínculos causales entre ellos). Y es aquí
donde el asunto se vuelve difícil, especialmente porque no parece ha-
ber fundamento a partir del cual nos tengamos que ver constreñidos
a asumir las relaciones de prioridad antedichas, tal como las presenta
Heidegger. Es más, parece haber buenas razones más bien en contra de
esta idea. En efecto, cuando intentamos comprender por qué la ocu-
pación desalejante y orientada es anterior a la espacialidad en la que
situamos nuestros cuerpos, Heidegger parece tratar la misma como si
ella pudiese ser comprendida sin apelación al orden de los cuerpos, lo
cual pareciera, por otra parte, dar cuenta del carácter fundante de esta
forma de espacialidad. Con todo, cuando Heidegger trata de dar cuen-
ta de estas relaciones de prioridad suele hacerlo a la luz de ejemplos
que más bien parecen presentar percepciones de índole psíquica, que
difícilmente parecen poder fundar lo que en la tradición angloameri-
cana de comentadores de Heidegger se ha dado en llamar como “el
carácter público del espacio”17. El ejemplo más claro de lo anterior
parece ser dado por el modo en que Heidegger trata la cuestión de la
“cercanía”. Indica Heidegger aquí:
La orientación primaria e incluso excluyente en la lejanía como dis-
tancias medidas oculta la espacialidad originaria del ser-en. Lo su-
puestamente «más cercano» no es para nada lo que está a la distan-
cia más corta «de nosotros«. Lo «más cercano» está en lo que está
desalejado a mediano alcance, a la mediana distancia de tomarse o
de verse. Dado que el Dasein es esencialmente espacial en el modo
de la des-alejación, el trato se mantiene siempre en un «ambiente»
desalejado por él siempre en un cierto ámbito. Por ello siempre oí-
mos y vemos saltándonos lo «más cercano» desde el punto de vista
de la distancia. Ver y oír son sentidos de la distancia no a causa de
su mayor alcance, sino porque el Dasein está preponderantemente
en ellos como desalejante. Por ejemplo, para el que usa anteojos
ellos están desde el punto de vista de la distancia más cercanos, al
punto de que los «tiene en la nariz», pero este útil usado está en el

17
La relevancia de estos ejemplos y el modo en que ellos presentan una enorme difi-
cultad para las relaciones de prioridad sugeridas por Heidegger es mostrada con maes-
tría por Cerbone (2013).

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mundo circundante más lejos que el cuadro en la pared de al frente.


Este útil tiene tan poca cercanía, que usualmente ni siquiera se lo
encuentra. El útil para ver, de la misma manera que aquel para oír,
por ejemplo, el auricular del teléfono, tiene la ya indicada caracte-
rística de lo a la mano de no llamar la atención (§23 106-107).
Estos ejemplos, que han sido brillantemente analizados por Cerbo-
ne, así como el que sigue, en el que Heidegger realiza el mismo ejercicio
de mostrar la lejanía circunmundana de aquello que desde el punto de
vista “métrico” es lo más cercano, muestran que Heidegger parece ver
en lo que podría denominarse como la “cercanía atencional” la forma
primaria de cercanía espacial a partir de la cual deberían “derivarse”
las eventuales restantes. Con todo, no resulta muy claro cómo puede
ocurrir esto, incluso ni siquiera si ambos órdenes, tal como argumenta
Cerbone, no terminan oponiéndose (Cerbone 141).
Aunque se podría sostener que este modo de comprender la cues-
tión confunde la “prioridad quoad nos” con la “prioridad en sí” (si es
que cabe una distinción de este tipo aquí), es claro que si, por un lado,
la fijación del lugar que el agente de facto ocupa (“mi aquí”) es depen-
diente de aquello con lo que ese agente se ocupa (el plexo de útiles del
caso), y, por otra parte, ya el sentido mismo de actuar con el concurso
de esos entes dispuestos para la acción implica algún tipo de relación
entre cuerpos, entonces la “espacialidad del Dasein”, en lo que refiere
precisamente al “aquí” del agente, refiere constitutivamente a aquello
cuya problemática los análisis de Heidegger eluden o al menos pos-
tergan, i.e, el propio cuerpo. Esta postergación parece quedar del todo
clara en el hecho de que, en el recurso a los ejemplos, Heidegger no
puede sino trasladar el énfasis al exponer el modo en que concibe las
relaciones espaciales hacia ejemplos de “cercanía atencional”, que pa-
recen, por otro parte, dejar de lado el tipo de relación práctico-opera-
tiva con el ente que había sido ganada en los parágrafos previos y que
constituyen el eje del tratamiento heideggeriano del útil, tratamiento
que no supone, sino que de hecho más bien niega, como ha acreditado
Cerbone, el que deba existir un requerimiento “atencional” para que
éste tenga lugar (y es patente, además, a partir del mismo pasaje recién
citado: “El útil para ver, de la misma manera que aquel para oír, por
ejemplo el auricular del teléfono, tiene la ya indicada característica de
lo a la mano de no llamar la atención”).

203
El espacio de la praxis en Heidegger  |  Abalo y Placencia

Vista así, la reconstrucción del espacio realizada por Heidegger en


los textos en comento (así como su concepción del útil) parecen dejar
un lugar vacío, que necesariamente debería haber sido llenado si se
toman en serio los mismos requerimientos metodológicos y sistemáti-
cos de Heidegger. Por ello, se abre aquí un espacio para una crítica in-
manente al planteo de SZ en torno a estas cuestiones que, más allá de
implicar una crítica general a su obra, intenta dar cuenta de una ten-
sión interna que ella presenta. No hay dudas, nos parece, de que esta
tensión puede ser productiva, como probablemente lo fue para el
mismo Heidegger. Y aunque si bien hay indicios en obras posteriores
de que Heidegger abandonó el planteo de la espacialidad realizado
en SZ, lo cual hace suponer que presentó elementos insatisfactorios
incluso para el mismo Heidegger, la genuina comprensión de la na-
turaleza de estos elementos supone, nos parece, un esfuerzo como el
que hemos intentado realizar aquí. Ulteriores investigaciones debe-
rían poder determinar si, siguiendo nuestra hipótesis, las eventuales
reparaciones que Heidegger habría hecho a su concepción de la es-
pacialidad, en obras que sucedieron a SZ, permiten realmente dejar
de lado las objeciones aquí formuladas. Pero esto no puede sino ser
tarea para otro trabajo.

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