El objetivo de discernir la conveniencia de continuar la formación
sacerdotal o emprender un camino de vida diverso. El objetivo principal consiste en asentar las bases sólidas para la vía espiritual y favorecer un mejor conocimiento de sí que permita el desarrollo personal. Es un tiempo propicio para un primer y sintético conocimiento de la doctrina cristiana. Además, la etapa propedéutica podrá ser útil para completar la formación cultural, si fuese conveniente.
En la ETAPA PROPEDÉUTICA se inicia la revisión de la iniciación
cristiana que luego se profundizará en la etapa discipular o de los estudios filosóficos. La revisión de la iniciación cristiana apunta hacia el desarrollo de la habilidad para el discernimiento espiritual y hacia un discernimiento vocacional fundamental. El fruto consistirá en que el seminarista clarifique su opción vocacional inicial. La formación espiritual subraya en este momento el rasgo catequético. A ello coadyuva de un modo muy eficaz el programa que se ha ido confeccionando para la dimensión intelectual de la etapa. Hay que proponer y descubrir el misterio de Cristo, de la Iglesia, de los sacramentos de la iniciación cristiana y de los medios espirituales. Al finalizar la etapa el seminarista tendrá una idea más concreta de cómo se cultiva la vida espiritual y habrá crecido efectivamente en ella. ETAPA DISCIPULAR OBJETIVO GENERAL:
El seminarista adquiere una conciencia crítica y constructiva
de la realidad del ser humano, del mundo y de Dios, pero sobre todo de sí mismo en su seguimiento de Cristo, de modo que llegue a consolidar su vida discipular y desde allí su opción por el sacerdocio. La ETAPA DISCIPULAR, (“estructuradora” o “educativa"), tiene como fin la formación de hábitos en todos los órdenes y también en la vida espiritual. El seminarista tiene experiencia directa de los medios espirituales y, asumiéndolos libremente, hace de ellos un hábito. En este sentido se educa. Se preparan las estructuras espirituales que funcionarán durante toda su vida vocacional. La eficacia de su desempeño en las etapas siguientes dependerá en buena medida de la base espiritual que se establezca aquí. Adquiere convicciones profundas y probadas a través de la vida espiritual práctica, por ejemplo, en torno a los métodos de oración, de modo que va configurando su propio método. En la dirección espiritual y el acompañamiento formativo, aprende a actuar con eficacia, aprovechando las personas y las oportunidades con que cuenta. En la escucha de la Palabra, a la cual se acerca cotidianamente con una metodología concreta; en el examen de su propio comportamiento y la confesión sacramental; en la participación activa en la liturgia y especialmente en la Eucaristía. Es el momento de adquirir una fe más sólida, que parte de convicciones. Como fruto final de la etapa, el seminarista establece un vínculo definitivo con Cristo, más allá de su decisión de perseverar o no en el proceso formativo. ETAPA CONFIGURADORA. OBJETIVO GENERAL El seminarista consolida su vida discipular configurándose con Cristo Buen Pastor, asumiendo sus criterios, actitudes y estilo de vida, haciéndoles apto para ejercer el ministerio sacerdotal en la Iglesia particular como hombre de comunión y pastor casto, pobre y obediente, dispuesto a entregar la vida por sus hermanos. La ETAPA CONFIGURADORA (“propiamente formativa”) Se caracteriza por la asimilación de los valores propios del carisma del sacerdote diocesano. Todo lo que el seminarista conoce y experimenta en las diversas dimensiones, y especialmente en los estudios, revierte en su proceso espiritual. Tiende a la unificación práctica de todas las dimensiones. Se configura el tipo de oración que corresponde a la vida presbiteral. Existe una relación profunda de los estudios, que se transforman en clave interpretativa de la vida espiritual y moral del seminarista. El seminarista ya ha trabajado sobre sí mismo al grado de poder intentar una interpretación de todo lo que es desde la clave de la unión con Cristo y de la vocación presbiteral. Se profundiza y personaliza el uso de los métodos y medios de la vida espiritual. Se perfilan actitudes que derivan del proyecto vocacional al que aspira, subrayando el servicio, la disponibilidad, la abnegación, etc. Se inclina al trabajo en equipo. Va aprendiendo a pasar a un segundo plano, evitando el protagonismo excesivo, y todo ello motivado por los ejemplos de Cristo y las exigencias de su futura vida sacerdotal. Se perfila una identidad carismática fuerte. Este camino de configuración prepara al seminarista para recibir de la Iglesia la encomienda oficial de una misión. El fruto de esta etapa es una libertad grande para la entrega definitiva de sí.