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LITERATURA HISPANOAMERICANA XVIII Y XIX

Lengua y Literatura Castellana 1ºBAC

JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI, El Periquillo Sarniento

Ésta sí fuera asistencia honrosa, y los mayores elogios que pudieran lisonjear el corazón de
sus parientes; porque las lágrimas de los pobres en la muerte de los ricos, honran sus
cenizas, perpetúan la memoria de sus nombres, acreditan su caridad y beneficencia, y
aseguran con mucho fundamento la felicidad de su suerte futura con más solidez, verdad y
energía que toda la pompa, vanidad y lucimiento del entierro. ¡Infelices de los ricos cuya
muerte ni es precedida ni seguida de las lágrimas de los pobres!
(…)
La pobre de su merced me reprendía mis extravíos, me hacía ver que ellos eran la causa del
triste estado a que nos veíamos reducidos, me daba mil consejos persuadiéndome a que me
dedicara a alguna cosa útil, que me confesara, y que abandonara aquellos amigos que me
habían sido tan perjudiciales, y que quizá me pondrían en los umbrales de mi última
perdición. En fin, la infeliz señora hacía todo lo que podía para que yo reflexionara sobre mí,
pero ya era tarde. El vicio había hecho callos en mi corazón, sus raíces estaban muy
profundas, y no hacían mella en él ni los consejos sólidos, ni las reprensiones suaves ni las
ásperas. Todo lo escuchaba violento y lo despreciaba pertinaz. Si me exhortaba a la virtud,
me reía; y si me afeaba mis vicios me exasperaba; y no sólo, sino que entonces le faltaba al
respeto con unas respuestas indignas de un hijo cristiano y bien nacido, haciendo llorar sin
consuelo a mi pobre madre en estas ocasiones. ¡Ah, lágrimas de mi madre, vertidas por su
culpa y por la mía! Si a los principios, si en mi infancia, si cuando yo no era dueño absoluto
de los resabios de mis pasiones, me hubiera corregido los primeros ímpetus de ellas, y no me
hubiera lisonjeado con sus mimos, consentimientos y cariños, seguramente yo me hubiera
acostumbrado a obedecerla y respetarla; pero fue todo lo contrario, ella celebraba mis
primeros deslices y aun los disculpaba con la edad, sin acordarse que el vicio también tiene
su infancia en lo moral, su consistencia y su senectud lo mismo que el hombre en lo físico.
Él comienza siendo niño o trivial, crece con la costumbre y fenece con el hombre, o llega a
su decrepitud cuando al mismo hombre en fuerza de los años se le amortiguan las pasiones.

ANDRÉS BELLO, Los duendes (poema)

No bulle que arrean


la selva; cristales
el campo y sedas;
no alienta. al sueño
Las luces se entregan.
postreras Ya es todo
despiden tinieblas.
apenas ¡Oh noche
destellos, serena!
que tiemblan. ¡Oh vida
La choza suspensa!
plebeya, La muerte
que horcones remedas.
sustentan;
la alcoba,

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ESTEBAN ECHEVERRÍA, El Matadero

Las campanas comenzaron a tocar rogativas por orden del muy católico Restaurador, quien
parece no las tenía todas consigo. Los libertinos, los incrédulos, es decir, los unitarios,
empezaron a amedrentarse al ver tanta cara compungida, oír tanta batahola de
imprecaciones. Se hablaba ya como de cosa resuelta de una procesión en que debía ir toda
la población descalza y a cráneo descubierto, acompañando al Altísimo, llevado bajo palio
por el obispo, hasta la barranca de Balcarce, donde millares de voces conjurando al
demonio unitario de la inundación debían implorar la misericordia divina.
Feliz, o mejor, desgraciadamente, pues la cosa habría sido de verse, no tuvo efecto la
ceremonia, porque bajando el Plata la inundación se fue poco a poco escurriendo en su
inmenso lecho sin necesidad de conjuro ni plegarias.

Lo que hace principalmente a mi historia es que por causa de la inundación estuvo quince
días el matadero de la Convalecencia sin ver una sola cabeza vacuna, y que en uno o dos,
todos los bueyes de quinteros y aguateros se consumieron en el abasto de la ciudad. Los
pobres niños y enfermos se alimentaban con huevos y gallinas, y los gringos y herejotes
bramaban por el beef-steak y el asado. La abstinencia de carne era general en el pueblo, que
nunca se hizo más digno de la bendición de la Iglesia, y así fue que llovieron sobre él
millones y millones de indulgencias plenarias. Las gallinas se pusieron a seis pesos y los
huevos a cuatro reales y el pescado, carísimo. No hubo en aquellos días cuaresmales
promiscuaciones ni excesos de gula, pero en cambio se fueron derechito al cielo
innumerables ánimas y acontecieron cosas que parecen soñadas.

No quedó en el matadero ni un solo ratón vivo de muchos millares que allí tenían albergue.
Todos murieron de hambre o ahogados en sus cuevas por la incesante lluvia. Multitud de
negras rebusconas de achuras, como los caranchos de presa, se desbandaron por la ciudad
como otras tantas harpías prontas a devorar cuanto hallaran comible. Las gaviotas y los
perros, inseparables rivales suyos en el matadero, emigraron en busca de alimento animal.
Porción de viejos achacosos cayeron en consunción por falta de nutritivo caldo; pero lo más
notable que sucedió fue el fallecimiento casi repentino de unos cuantos gringos herejes que
cometieron el desacato de darse un hartazgo de chorizos de Extremadura, jamón y bacalao y
se fueron al otro mundo a pagar el pecado cometido por tan abominable promiscuación.

JORGE ISAACS, María

El revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y
conocido para mí, interrumpió nuestra despedida; la vi volar hacia la cruz de hierro, y
posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto.

(…)

Una tarde, tarde como las de mi país, engalanada con nubes de color violeta y campos de
oro pálido, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí, mi hermana y yo,
sentados sobre la ancha piedra de la pendiente, desde donde veíamos a la derecha en la
honda vega rodar las corrientes bulliciosas del río, teniendo a nuestros pies el valle
majestuoso y callado, leía yo el episodio de Atala.
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C. VILLAVERDE, Cecilia Valdés

Sin más se desprendió él de sus brazos y salió a la calle. Cecilia, a poco, con el pelo
desmadejado y el traje suelto, corrió a la puerta y gritó de nuevo: -¡José! ¡José Dolores! ¡A
ella, a él no!

Inútil advertencia. El músico ya había doblado la esquina de la calle de las Damas.


Ardían numerosos cirios y bujías en el altar mayor de la Iglesia del Santo Ángel Custodio.
Algunas personas se veían de pie, apoyadas en el pretil de la ancha meseta en que terminan
las dos escalinatas de piedra. Por la mira de la calle Compostela subía un grupo numeroso
de señoras y caballeros cuyos carruajes quedaban abajo. Ponían lo novios el pie en el último
escalón, cuando un hombre que venía por la parte contraria, con el sombrero calado hasta
las orejas, cruzó la meseta en sentido diagonal y tropezó con Leonardo, en el esfuerzo de
ganar antes que este el costado sur de la Iglesia, por donde al fin desapareció. Llevóse el
joven la mano al lado izquierdo, dio un gemido sordo, quiso apoyarse en el brazo de Isabel,
rodó y cayó a sus pies, salpicándole de sangre el brillante traje de seda blanco. Rozándole el
brazo a la altura de la tetilla, le entró la punta del cuchillo camino derecho al corazón.

JOSÉ HERNÁNDEZ, Martín Fierro

Los hermanos sean unidos / porque ésa es Al que es amigo, jamás / lo dejen en la
la ley primera, / tengan unión verdadera, / estacada / Pero no le pidan nada / Ni lo
en cualquier tiempo que sea, / porque si aguarden todo de él / Siempre el amigo más
entre ellos se pelean / los devoran los de fiel / es una conduta honrada.
ajuera.
Yo soy toro en mi rodeo / Y torazo en rodeo
Junta esperencia en la vida / Hasta pa dar y ajeno; / Siempre me tuve por güeno / Y si
prestar / Quien la tiene que pasar / Entre me quieren probar, / Salgan otros a cantar /
sufrimiento y llanto, / Porque nada enseña Y veremos quién es menos.
tanto / Como el sufrir y el llorar.
Mucho tiene que contar / el que tuvo que
Hay hombres que de su ciencia / Tienen la sufrir, / y empezaré por pedir / no duden de
cabeza llena; / Hay sabios de todas menas, / cuanto digo, / pues debe crerse al testigo / si
Mas digo sin ser muy ducho / Es mejor que no pagan por mentir.
aprender mucho / El aprender cosas buenas.
Lo que pinta este pincel / ni el tiempo lo ha
Un padre que da consejos, / Más que padre de borrar; / ninguno se ha de animar a
es un amigo / Y así como tal les digo / Que corregirme la plana; / no pinta quien tiene
vivan con precaución / Que nadie sabe en gana / sino quien sabe pintar.
qué rincón / Se esconde el que es su
enemigo. Y no piensen los oyentes / que del saber
hago alarde; / he conocido, aunque tarde, /
Estas cosas y otras muchas, / Medité en mis sin haberme arrepentido, / que es pecado
soledades / Sepan que no hay falsedades / cometido / el decir ciertas verdades.
Ni error en estos consejos / Es de la boca
del viejo / De ande salen las verdades.
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RUBÉN DARÍO, Azul

Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y sangriento, hacía improvisar a sus
profesores de retórica canciones alusivas; los criados llenaban las copas de vino de oro que
hierve, y las mujeres batían palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey sol, en
su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y de ruido de festín. Cuando se hastiaba de la
ciudad bullente iba de caza atronando el bosque con sus tropeles, y hacía salir de sus nidos
a las aves asustadas, y el vocerío repercutía en lo más escondido de las cavernas. Los perros
de patas elásticas iban rompiendo la maleza en la carrera, y los cazadores, inclinados sobre
el pescuezo de los caballos, hacían ondear los mantos purpúreos y llevaban las caras
encendidas y las cabelleras al viento.

(…)

Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tenido mis alas al huracán, he
nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en
la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado la inspiración de la
ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carne que llena el alma de
pequeñez y el rostro de polvos de arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles
contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar
fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión o mujer, y he vestido de modo
salvaje y espléndido; mi harapo es de púrpura. He ido a la selva, donde he quedado
vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero,
sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un
semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal. He acariciado a la
gran Naturaleza, y he buscado el calor ideal, el verso que está en el astro, en el fondo del
cielo, y el que está en la perla, en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque
viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y
potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de
acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor. ¡ Señor, el arte no está en los fríos envoltorios
de mármol, ni en los cuadros lamidos; ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El arte no
viste pantalones, ni habla burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene
mantos de oro, o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y
es opulento, y da golpes de ala como las águilas o zarpazos como los leones. Señor, entre un
Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el otro de marfil.

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