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K.

SCHNEIDER

LAS
PERSONALIDADES
PSICOPATICAS
PREFACIO EPIJ^ G O
Je t del
PROF. ALBERCA LORENTE PROF. FE R R E R SAMA

VER SION ESPAÑOLA


del
Dr . BARTOLOME LLOPIS

EDICIONES MORATA, S. A.
F u n d a c ió n de IAVIER MORATA, e d ito r, en 1920
M A D R I D - 4
Título original de la obra:
DIE PSYCHOPATHISCHEN PERSONLICHKEITEN
© Copyright, by Franz Deuticke, Viena.

Primera edición: 1943


Segunda edición: 1947
Tercera edición: 1961
Cuarta edición: 1965
Quinta edición: 1968
Sexta edición: 1971
Séptima edición: 1974

Reservados todos tos derechos

© EDICIONES MORATA, S. A.
Mejía Lequerica, 12 - Madrid (España)

Depósito legal: M. 17.741-1974


ISBN: 84-7112-108-5

Portada: Javier G. Morata

PRINTED IN SPAIN - IMPRESO EN ESPAÑA

Closas-Orcoyen, S. L. - Martínez Paje, 5 - Madrid-29


P R E F A C I O
POR. EL

VALENCIA

vista de pájaro, todos los problemas biológicos pa­


recen desarrollarse mansamente, siguiendo el tra­
zo de una línea recta. Pero, cuando nos acercamos un
poco, nos percatamos de que cursan con violentos alti­
bajos y, tras una jase revuelta, la actividad del proble­
ma se apaga y —a menudo bajo la presión de una mano
experta— el póso de la trifulca se hace serena adquisi­
ción. De todos modos, esas adquisiciones sólo pueden
parecer definitivas a,quien, con visión mezquina de las
andanzas científicas, cercene el futuro; porque, por lo
común, durante sus fases modosas los problemas car­
gan de dinam ita sus entrañas.
Así ha ocurrido con el concepto de psicopatía. K u r t
S c h n e i d e r * es un espíritu singularmente clarificador y

ordenador. Y, durante muchos años, hemos podido ma­


nejarnos, gracias a él, con una concepción clara, redon­
da, acabada de las psicopatías. Había que esperar que
un día nuestros tranquilos conceptos entraran en ebu­
llición. La concepción de S c h n e i d e r ha sido revisada y
atacada—adelantemos que sin grave daño—, de la raíz
a la copa, en los últimos tiempos. Y se ha discutido
esencialmente la exactitud de la denominación, la esen­
cia del concepto, sus bases disposicionáles, la relación
psicopatía-neurosis y psicopatía-psicosis, la validez de
las tipologías...
(*) Doctor en Medicina y Filosofía, director del Instituto Clí­
nico de «Deutschen Forschungsanstalt für Psychiatrie* (Kaiser
Wilhem-Institut), en Munich.
6 Prefacio

En la reunión de 1946 de la Sociedad Suiza de Psi­


quiatría. R epond y H umbert hicieron una crítica despia­
dada del término y el concepto de psicopatía. Este re­
cordaba—ya lo había advertido el m ism o K. S c h n e i ­
der—que, lingüísticamente, psicopatía sería todo aque­
llo que estudiara la psicopatología; que el término no
tenía el mismo alcance en la psiquiatría francesa y en
la alemana; que al concepto de psicopatía se le había
quedado pegado mucho del de degeneración; que se le
ha. dado, arbitrariamente, una significación social y m o­
ral de baja estofa, y se le ha adscrito, desmesuradamen­
te, a la delictividad. Y R epond proponía que falta a las
psicopatías el mínimo de m otivos que se exigen en la
concepción kraepeliniana para de-finir una entidad noso-
lógica; que, sin contar la falta de una Anatomía patoló­
gica precisa, estamos reducidos a suposiciones más o
menos gratuitas sobre sus causas; que la sintomatología
es imprecisa y extensible a voluntad, y que—seducidos
por el fatalism o de lo constitucional—apenas nos hemos
ocupado del final de esos estados.
Parece—y en cierto modo lo sugería Repond — como
si estuviéramos hablando de los fallos de la esquizofre­
nia, en la cual, por cierto, se ha hecho también valer lo
familiar como «m edio»—y no sólo como herencia— en
los últimos tiempos. Y en cuanto al término psicopatía,
es posible que tengan razón Se H n e id e r y H um bert,-
pero, en Medicina, por lo menos, el paso del tiem po y
el afán de simplificar dota a tos térm inos a veces de
un sentido insólito, lo que no im pide que nos enten­
damos.
Por lo demás, que a las psicopatías se les haya pe­
gado en demasía la delictividad; que se haya desorbi­
tado su significación social o moral son cosas a las que
K. Se H neider se ha opuesto el primero. En lo que hace
a la relación psicopatía-delictividad, S e h neider advirtió
que tienen sólo una cierta zona de contacto, y por m i
parte he recalcado que coinciden en el cogollo, pero son
incoincidentes por los extremos, y que aunque hay m u­
Prefacio 7

chos psicópatas delincuentes, hay muchos delincuentes


que no son psicópatas, y al revés. No se olvide, de todos
modos, que de los inform es emitidos en el Asilo de Kó~
nigsfelden, por ejemplo, en veinte años, el 39 por 100
—resume M o h r — son sobre psicópatas.
En cuanto a lo moral, es evidente, como indica
S c h n e id e r , que a menudo aparecen trazos éticamente
negativos, pero él no tés ha dado una significación espe­
cial porque los conceptos valorativos son, a su juicio,
variables e insuficientes; se limita a apuntar que aquí,
como en la histeria, se han ido deslizando las cosas ha­
cia el plano moral un poco sin motivo. Es decir..., el
concepto de enfermedad supuso, en más de u n momen­
to, un juicio de valor, y eso saca las orejas de vez en
cuando; y acaso tiene razón P e t r il o w it sc h cuando su­
giere que la vulgarización del problema ha facilitado su
interpretación valorativa.
En cuanto a lo social, K . S c h n e id e r recuerda que
fue él precisamente quien transformó los tipos socioló­
gicos de K raepelin en tipos caracterológicos (los ines­
tables en abúlicos; los enemigos de la sociedad en desal­
mados—sin alma—, etc.) y quien ha dicho que, si lo de
psicopatía se va a seguir utilizando en sentido social ne­
gativo, vale más abandonar el concepto. Por lo demás,
B ecker ha propuesto recientemente un nuevo tipo de
psicopatía— «los oportunistas^— a los que caracteriza su
excepcional capacidad de adaptación social. . Y V erbeek
considera que. la alteración fundamental de las psico­
patías es un falto del ser-en-el-mundo (del co-ser), una
defectuosa disposición hereditaria para la comunicación
interhumana.
El temor a hacerlos eje del concepto o de su clasifi­
cación no puede cegarnos hasta el punto de dejar de
ver que la delictividad de los psicópatas, sus fallos mo­
rales y sus desviaciones sociales, en bloque, son indis­
cutibles y se dan destacadamente incluso respecto a
otras entidades en que son también innegables;, pero no
son suficientes para basar en ellos el concepto o la cía-
8 Prefacio

sificación clínica.. Son datos, aunque significativos, mar­


ginales, como el suicidio en las depresiones. No se olvi­
de, de todas maneras, que el carácter mira al ambiente
por una de sus caras. Y que la pérdida de contacto
vital con la realidad de M in k o w sk i , el sentido de la
transformación de la persona en W y r s c h , la pérdida
del objeto en H. B inswanger , el instinto de aproxima­
ción de Rümke, etc.f expresan una cierta alteración dé
la versión del esquizofrénico al mundo. La perversidad
y la amoralidad, la agresividad y el desamor están, se­
gún H umbert y R epond , en la esencia de esas neurosis
caracteriales, equivalentes de las psicopatías en las ma­
nos de aquellos autores. Que. esos rasgos no basten para
cim entar una clasificación y no deban utilizarse para
lograr el diagnóstico, no son motivos para alejarlos de
nuestra consideración.

La referencia de las psicopatías a psicosis, según tos


puntos de vista de K raepelin y K r e t s c h m e r , fortaleció
la significación de lo constitucional en la determinación
de aquéllas. Yo no voy ni a resumir siquiera las críticas
que ha suscitado la concepción de K r e t s c h m e r , sobre
todo en lo que hace a la esquizoidia, porque he rozado el
tema en otra ocasión; pero no quiero dejar de recordar
cuán a menudo el esquizoide no pasa la línea de la psi­
cosis, tal vez por las incidencias de la herencia esquizo­
frénica, y cómo hay que contar con esquizoides desga­
jados del círculo esquizofrénico. K raft separa de la
esquizoidia esquizofrénica una psicopatía esquizoide fa­
miliar, heredable como tal, desligada de la esquizofrenia
y con un cierto carácter degenerativo, tal vez sistémico.
S tu m pfl llamó la atención sobre los esquizoides no re­
feribles a la esquizofrenia, sino a la corea de H unting -
ton , y yo m ism o reavivé ese problema de cara a la en­
ferm edad de P ick .
Pero aunque todo eso no cuente, la concepción de
K r e t s c h m e r no tiene, para el problem a de las psico­
patías, validez universal. Queda fuera de su ám bito un
Prefacio 9

amplio sector de personalidades psicopáticas. Sin con­


tar el problema de las llamadas seudopsicopatías por
factores exógenos—infecciones, alcohol, traumas, etc.—,
ese vasto residuo, al apartarse de una interpretación
en función de las psicosis, plantea más vivamente el
problema ,de los influjos psíquicos ambientales en la
elaboración de las psicopatías.

Yo no me atrevo a asegurar que los motivos consti­


tucionales o disposicionales fueran sobrevalorados anta­
ño; pero parece que habíamos infraestimado la signifi­
cación de los motivos psíquicos ambientales (S onden,
A h t o , K raft , P érez V it o r ía , etc.). La revalorización de
estos m otivos ha contribuido a considerar ciértas psico­
patías como desarrollos y a acercarlas a las neurosis, lo
que ha obligado a replantear la relación disposición-am­
biente y ha traído al negro asunto un cierto optimismo.
R epond recuerda que todos los psicoanalistas han
tenido ocasión de asistir psicópatas tenidos por incu­
rables que acabaron por curar, de rriodo que muchos
psicúterapeutaí sólo consideran ya como psicópatas
— no del todo justam ente—a los casos que resisten a
sus esfuerzos. Y concluye que si se separan del conjun­
to las psicopatías que realizan form as larvadas de psico­
sis—esquizoides, epileptoides, cicloides—en que el pe­
simismo está justificado, queda un grupo de psicopatías
derivadas de neurosis infantiles que pudieron curar si
hubieran sido cuidadas a tiempo, y que esos trastornos
caracteriales no son estrictamente referibles a to cons­
titucional ni ofrecen tos caracteres de inmutabilidad,
fatalidad e incurabilidad que les atribuimos.
Por su parte, H umbert asegura que ni en las más
auténticas psicopatías se encuentra un m otivo heredi­
tario tangible y que las suponemos constitucionales sólo
porque una investigación cuidadosa descubre trazos de
ellas en la primera infancia y su escolaridad muestra
tos mismos rasgos que encontramos cuando tos vemos
de 18-20 años. A su juicio, no hay ahí nada constitucio­
10 Prefacio

nal o hereditario; son, por definición, estados adquiri­


dos, neurosis infantiles, caracteriales, iniciadas precoz­
mente. La repulsa de lo constitucional tiene una gran
significación social y profiláctica: anima la posibilidad
de curación. Y aunque advierte que algunos de esos ca­
sos son singularmente rebeldes—por coparticipación or­
gánica, por la irreductibilidad de los influjos ambien­
tales o por nuestra impotencia—, alienta el optim ism o
con la frase de M in k o w sk i : «En psiquiatría, la noción
de curabilidad puede tener, por si, valor curativo.»
V erbeek , al proponer un nuevo tipo, la «psicopatía del
desarrollo», en qti’e la significación de los m otivos here­
ditarios queda subordinada a la acción de circunstan­
cias ambientales desfavorables, advierte cómo por ahí
se han ido escurriendo las psicopatías de su referencia
a las psicosis para acercarse a las neurosis.
Sin llegar a aquellos extremos, la verdad es que
siempre se reservó algún papel a las experiencias am­
bientales, sobre todo infantiles, en la elaboración de la
disposición y de las psicopatías. R epond recuerda que
K raepelin hablaba de que había que dejar un gran lu­
gar, en la etiología de las psicopatías, para la actividad
formadora de las experiencias vitales, tanto más cuanto
que las predisposiciones anormales ofrecen a los trau­
m atism os de la existencia numerosos puntos de ataque.
M in ko w ski entendía por constitución una constelación
de motivos hereditarios y adquiridos, y T ramer había
propuesto el término «pre-psicopatía» para expresar el
destacado papel de la disposición; pero tam bién la in­
fluencia de situaciones ambientales duraderas que de­
ciden la presentación o no de la psicopatía.
Para una justa interpretación del problem a recuér­
dese, por lo demás, que no toda neurosis se resuelve
con la psicoterapia; que hereditario no quiere decir
ininfluible— la zurdera, por ejemplo, es corregible con
ejercicios, como recuerda V erbeek—; que todos hemos
visto psicópatas juveniles que dejaron de serlo al llegar
a la pubertad, como E. K a h n y como K. S c h n e id e r ,
Prefacio 11

que no dejan de señalar el papel que en ello puedan


desempeñar las experiencias, las vivencias y el destino,
y de advertir que se ha estudiado poco cuáles rasgos
son influibles y cuáles no por motivos externos, y que
ciertas psicopatías—como propone R epond—tienden a
atenuarse, y a desaparecer incluso, en la madurez.
Por su parte, K. S c h n e id e r considera peligroso este
desplazamiento violento de los motivos disposicionales
en favor de los vivenciales. El rechaza resueltamente
que haya dicho nunca que las psicopatías hayan de atri­
buirse sistemáticamente a disposiciones hereditarias,
pero subraya la validez de lo disposicional y recalca
que no desprecia de ninguna manera la significación de
los motivos ambientales: la personalidad es el cimiento
de la psicopatía y toda personalidad se desarrolla, en
juego la disposición congénita y los motivos ambien­
tales.
Ya en esta monografía K. S c h n e id e r responde ade­
cuadamente a las críticas que se habían hecho a sus
puntos de vista y a los nuevos intentos. Y en su trabajo
de 1958 precisa el sentido con que hay que manejar el
término disposición. La personalidad—dice— tiene algo
de dote, es algo dado de antemano; se da una disposi­
ción, tma potencialidad para el despliegue y realización
de la personalidad. Estas dotes no tienen por qué ser
concebidas como hereditarias, sino que pueden influir
también motivos exógenos de antes del nacimiento. Que
la personalidad tiene sus dotes, es indudable; difícil­
m ente puede admitirse que el hombre sea una hoja en
blanco sobre la cual las vivencias y el destino dibujan
la personalidad, Pero, naturalmente, eso no significa
despreciar el valor de las vivencias; que el desarrollo
de una personalidad se tuerza por una determinada vi­
vencia o una cierta situación duradera es cosa que se
da indiscutiblemente. Y hay que plantearse el problema
de la diferenciación de lo disposicional y lo vivencial,
aunque no hemos de encontrar fácilmente una respues­
ta correcta. Disposición y mundo vivenciado están en
12 Prefacio

íntima correlación, forman un «mundo de acción» aná­


logo al «círculo de figura» de W eizsaecker . Lo disposi-
cional de la personalidad se despliega en sus vivencias
y, según el sentido y valor de esa disposición, la viven­
cia es elegida, tomada, fundida con la disposición para
hacerse fortuna o infortunio, consuelo o torm ento de
la personalidad. La psicopatía expresaría el predominio
de lo disposicional; la neurosis, el de las vivencias. El
advierte que en los casos-en que las vivencias actúan
destacadamente puede ser eficaz la psicoterapia, puesto
que ella m ism a es una vivencia; pero tam bién que un
optim ism o excesivo puede ser contraproducente; que es
sobrevalorar la eficacia de la psicoterapia creer que
todo lo vivenciál-reactivo ha de ser influido por ella y
que es menospreciar su valía pensar que ha de capitu­
lar por fuerza ante lo disposicional.
De manera parecida resuelve P e t r il o w it s c h que los
influjos ambientales tienen una decisiva significación
configuradora de la personalidad en el niño, no tanto
en el sentido del trauma psíquico como de la imprecisa
atm ósfera del «flúido» comunal, del «fondo vivencial
social» que le rodea, el cual influye los más tiernos m o­
vim ientos afectivos, y del que depende, en gran m edi­
da, la estabilización de las tendencias afectivas, la con­
ciencia del deber y. la responsabilidad, la realización
auténtica del propio destino; pero, también a su modo
de ver, es m uy difícil separar lo heredado y lo precoz­
m ente adquirido, porque lo externo no es algo injerto
como un añadido o una sobreconstrucción, sino que es
incorporado para forjar una unidad. La esencia de la
constitución psicofísica tiene sentido estructural, es
una potencia, un sistema de fuerzas, una ordenación de
disposiciones, enfoques, instintos, dotes en conjunción
total; pero la formación de una personalidad no debe
concebirse como una rígida disposición dotal, sino que
el carácter del niño es una formación provisional y la
m utabilidad de esta provisionalidad por m otivos espa­
ciales es algo especial de la dignidad hutnana. Ya K ret-
Prefacio 13

s c h m e r —recuerda—había decidido la conjunción de la


disposición hereditaria y de factores externos en la for­
mación del carácter. Y, a la manera de S c h n e id e r , ha­
bla de reacciones anormales cuando se trata preferen­
tem ente de respuestas anormales a excitaciones viven-
ciales, y estados anormales cuando la conducta anómala
resulta esencialmente condicionada por desviaciones
del fondo endógeno.
Frente a la conjunción infantil—sigue F etrilo -
w it s c h — la contraposición disposición-ambiente sólo
tiene sentido en el adulto cuando los influjos ambien­
tales vienen a dar en una personalidad bien definida,
ya firm em ente estructurada. Entonces, la posibilidad de
que la personalidad se alteré por influjos externos es,
por lo común, mínima, y ocurre sólo si el m otivo ex­
terno actúa persistentemente, si la personalidad es poco
estable y segura, y si es particularmente sensible al
motivo en cuestión. Aquí la acción cambiante de fac­
tores externos, con estructuras de la personalidad de­
terminadamente configuradas, decide la form ación de
desarrollos—asténicos, hipocondríacos, paranoicos—un
poco por el camino de E. K a h n , que propuso la exis­
tencia de desarrollos psicopáticos, paranoicos, histéri­
cos, hipocondríacos y anancásticos por m otivos exter­
nos, influibles o capaces de regresión espontánea. La
significación de los motivos externos queda, de todos
modos, un poco paliada cuando advierte que, aunque a
veces se tiene la impresión de que el caso hubiera ido
de otro modo si hubiese tenido m ejor fortuna, suele
acabar por verse que no había base para tal optimismo.
La verdad es que, del m ismo modo que K. S c h n e i -
der no niega el papel de tos influjos ambientales, los
demás no descartan del todo el papel de lo constitucio­
nal. R epond , por ejemplo, escribe textualm ente1 «Esto
no quiere decir que no exista en tales trastornos una
predisposición hereditaria o constitucional; se ~puede
admitirla, puede encontrarse en una cierta parte de los
casos, no bajo la forma de una predisposición estricta,
14 Prefacio

sino bajo la de una vulnerabilidad excesiva del psiquis-


mo, posiblemente de una «psicoalergia», según el tér­
m ino propuesto por B e ñ o ; esta vulnerabilidad no afec­
ta de manera electiva, al psiquismo, sino que tiene
sentido biológico ( él subraya la significación de los tras­
tornos infantiles de la alimentación, el hijo único, la
tuberculosis, etc.), lo que descarga a la constitución de
su sentido fatalista.» Y H umbert tampoco niega de pla­
no lo constitucional, pero lo tiene por m ínim o frente a
la significación desbordante de lo adquirido en sus neu­
rosis caracteriales. Las predisposiciones y fragilidades
que pudieran tener sentido constitucional son—dice—
variaciones individuales m uy corrientes, y el cuadro se
produce cuando estas fragilidades son sensibilizadas
por constelaciones psicológicas, comprendidas tas del
medio.
Parece que está ocurriendo aquí algo de lo que pasó
con las neurosis, pero al revés. Todo el m undo sabe
cómo tuvo que defenderse F reud del injusto reproche
de que no hubiera valorado el papel de lo constitucio­
nal en las neurosis. M; B leuler insistía hace años en
la necesidad de una vuelta a G r ie sin g e r , marcando la
colaboración de disposición y medio incluso en las neu­
rosis y para la psicoterapia. Siguiendo los rumbos de
E. K r e t s c h m e r , subraya W. K r e t s c h m e r la significa­
ción de lo constitucional en las neurosis; de los fallos
parciales de la maduración psicofísica, que tienen ex­
presión corporal y proyección en el tiem po (asincronía
del desarrollo). Y ahora P e t r il o w it s c h , tras recordar
a S transki que había dicho que muchos neuróticos son
en el fondo psicópatas con un lado externo, advierte
cómo se tiene cada vez más en cuenta, para las neuro­
sis, el terreno caracterológico en que crecen, y recalca
que la excesiva valoración de lo peristáltico— en el sen­
tido de H u m bert , R epond , S c h u l t z -H ercke—es una ré-
mora no sólo para la investigación de las psicopatías,
sino tam bién para las neurosis. Y K. S c h n e id e r dice
aquí: «Las neurosis... se desarrollan siempre en per so-
Prefacio 15

nalidades psicopáticas disposicionalmente anormales.


Causa bastante asombro que se pueda pasar esto por
alto» cuando hasta en tas infecciones no deja de consi­
derarse la constitución junto al germen.
Un poco de otra manera, V erbeek recuerda que Van
der W aals había hablado de que las neurosis serían
psicopatías inhibidas, y las psicopatías neurosis desen­
frenadas, y se sitúa al lado de B ecker, que propone una
serie neurosis-trastornos parcialmente neuróticos-tras­
tornos, parcialmente psicopáticos-psicopatías, a la ma­
nera de la pequeña serie de F reud para las neurosis.
En manos de V erbeek el defecto de comunicación inter­
humana, el fallo del coser (y, con ello, la dificultad
para contar con el pasado y proyectarse en el porvenir,
lo que K urella ha llamado la soberanía del presente),
de fuerte raíz disposicional, sería la alteración funda­
m ental no sólo de las psicopatías, sino también de las
neurosis.
Por m i parte, no quiero dejar de advertir cuántos
puntos de contacto se dan entre la concepción d éla s psi­
copatías de V erbeek y la de las neurosis existenciales que
propone F. Z oila : hombres que han vivido «una vida
imposible», en que cualquier pequeño obstáculo puede
acarrear efectos extraordinarios; vidas sin sentido a las
que falta una afirmación justa del presente de cara al
porvenir. A mí me hace la impresión de que, en su gé­
nesis, desempeñan abiertamente motivos disposiciona-
les congénitos o adquiridos tempranamente, a la mane­
ra de en las psicopatías.
Aunque no podemos seguir hasta sus últimas deri­
vaciones tas aportaciones de los últimos años, hay que
reconocer que ellos nos han llevado a afinar en la valo­
ración de los motivos externos precoces— más allá, por
cierto, del trauma infantil—o tardíos, y en el dinamismo
de la disposición, y a que consideremos los motivos op­
timistas—por desgracia, no m uy rotundos—en la pre­
vención, tratamiento y cuidado de tas psicopatías, de
todo lo cual trata K. S c h n e id e r con sus habituales fus­
16 Prefacio

te y maestría. El acercamiento de las psicopatías a las


neurosis tal vez ha traído una doble ganancia: hemos
aprendido a valorar en más los m otivos ambientales en
juego con la disposición en las psicopatías, pero tam­
bién a tener más en cuenta los m otivos disposicionáles
en las neurosis. Acaso este acercamiento sirva pata pre­
cisar sus diferencias, a la manera como pierden su ilu­
sorio parecido dos personas cuando logramos verías una
al lado de la otra.

Tal vez el punto más debatido ha sido siempre el de


la validez de los tipos, los de K. S c h n e id e r o los de
otros. De un lado, se ha dicho hasta la saturación—y
yo m ism o insistía eri ello no hace mucho— eso de que
a menudo se cruzan en un psicópata las órbitas de va­
rias disposiciones, lo que justifica la escasez de tipos
puros y la impureza de muchos cuadros psicopáticos;
de otro lado, que cada psicópata hace su psicopatía in­
dividual (E. B leuler , cit. por Moos, M in k o w sk i , K olle ,
etcétera). Y así Moos concluye irónicamente que todos
los ensayos tipológicos, sean de b a se . clínica, caracte-
rológica, causal o final o com plejam ente orientados, tra­
tan de servir a las necesidades científicas y prácticas;
pero su validez encierra una paradoja: todos los tipos
son valederos porque todos son falsos.
Yo no puedo dejar de alabar el buen sentido— la ho­
nestidad— de K. S c h n e id e r cuando reconoce que, eri
realidad, la crítica de los tipos psicopáticos «tiene ra­
zón en muchos aspectos», y que «realmente no se pue­
de trabajar bien con estos tipos». Y no es justo acha­
carle lo que él no ha dicho, o dejar de tomar en consi­
deración lo que había dicho de entrada. Ya en la quinta
edición advertía: «El empleo práctico de nuestros ti­
pos tiene que realizarse precisamente en el sentido del
tipo y no del diagnóstico.» Y a m enudo las nuevas apor­
taciones y las rectificaciones se reducen a discutir'm a­
tices d¿ un tipo, a marcar las interferencias, a dejar en
entredicho alguno de aquéllos o a proponer el aum ento
Prefacio 17

de su ordenación con alguna forma nueva relativamen­


te. Yo tengo la impresión de que aquí ocurre un poco
como con la nosología de K raepelin : todos la discuti­
mos, renegamos de ella todos los días y todos la segui­
m os minuciosamente. *

El térm ino psicopatía se ha hecho una mala repu­


tación. Yo no creo del todo que sea un vocablo cómodo
con que disimular la vaguedad y arbitrariedad del con­
cepto, ni un cajón de sastre, ni una noción anticuada,
ni un concepto-etiqueta como ha venido a ser el com­
plejo de inferioridad; que todo eso se ha dicho de él.
Pero creo cón K. S c h n e id e r y P e t r il o w it s c h que per­
tenece a los conceptos «maleados» de la Psiquiatría y
que— tal vez ha tocado muchas fibras sensibles y sus
citado muchas actitudes airadas no difícilmente expli­
cables— la popularización del vocablo ha tenido conse­
cuencias perjudiciales. Por todo eso y por otras cosas,
K. S c h n e id e r no tendría reparo en abandonar el tér­
mino psicópata y, sobre la base ineludible de la perso­
nalidad, sustituirlo por «personalidades anormales».
Pero la solución no está en cambiar de nombre de­
jando en entredicho al concepto m ismo y la importan­
cia del problema. Tanto discutir no significa otra cosa
sino que el problema es uno de los más vivos y encen­
didos de la Psiquiatría actual. Y K. S c h n e id e r tiene
plena razón cuando—al final del trabajo de 1958—
dice: «Se puede renunciar a lo de psicópata, pero con
ello no desaparece el problem a.»
Me parece que el término psicopatía, como contrac­
ción de personalidad psicopática, sirve aún para medio
entendernos, provee la base mínima sobre la que las
discusiones afinan y fructifican. Frente a la antigua so-
brevaloración de los motivos rabiosamente constitucio­
nales en detrim ento de tos externos, se alza ahora la
significación de éstos, no en sí, sino en juego Con lo
disposicional. Ahora, pór lo pronto, no parece que pue­
da trazarse una exacta línea divisoria entre lo heredi-
SC H N EID ER.— 2
18 Prefacio
tario y lo adquirido, ni siquiera al filo del nacimiento,
sino que, utilizando un giro parejo del que empleamos
al hablar de las oligofrenias, tengamos que considerar
psicopatías a los defectos congénitos y adquiridos— de
una u otra especie— en los primeros tiem pos de la vida.
Y acaso una de las tareas próximas sea tratar de pre
- cisar hasta dónde alcanza eso de los prim eros tiempos,
tal vez no de la misma magnitud que en las oligofre­
nias. Yo no quisiera dejar fuera de este ám bito a esos
cuadros, de aire claramente psicopático, a cuyos pro­
blemas se intenta dar de lado catalogándolos como seu-
dopsicopatías a causa del brillo del m otivo exógeno,
tras el cual no acertamos a valorar el posible papel de
la disposición. También en las oligofrenias, tras la des­
medida valoración de los motivos hereditarios, apren­
dimos a ver cuántas de ellas son referibles a motivos
exógenos; pero aun para éstas—como para las epilep­
sias sintomáticas—hemos reaprendido que junto al mo­
tivo externo, desempeña a menudo su papel— más o
menos abultado, más o menos perceptible— la disposi­
ción.
E n cuanto a los motivos vivenciales, uno tiene la
impresión de que la excesiva referencia, al traum a se­
xual infantil resulta peligrosa siquiera porque oculta
el operar de otras vivencias sutiles, m ínim as, como
K. S c h n e id e r propone. Por uno y otro lado, lo impor­
tante ha sido lograr este sentido dinámico de la dispo­
sición, esto de ver a la disposición no como algo rígido
e implacablemente hecho, sino aprestándose a aliarse
con motivos ambientales capaces de afirmarla, desviar­
la, sacarla a relucir u oscurecerla; pero, además, mar­
cando su afinidad para determinadas situaciones am­
bientales. Lo decisivo aquí no es ni lo que la vivencia
tiene de común ni de especial ni de aparatoso, sino el
ajuste preciso entre vivencia y disposición a la manera
de E. K r e s t c h m e r , lo que justificaría que m otivos es­
trepitosos queden inoperantes y que, en cambio, fueran
eficaces para la puesta en marcha de la psicopatía m o­
Prefacio 19

tivos mínimos que la disposición absorbe ávidamente,


de un medio a lo m ejor anodino para los demás. Está
posibilidad de hacerse un poco otra a costa de la in­
corporación de motivos ambientales justifica que se ha­
ble de disposiciones adquiridas (J aspers , etc.).
Pero aunque se considerase a la disposición sólo o
más bien como dote y potencia, es seguro que la per­
sonalidad se desarrolla en la convivencia de la disposi­
ción y lo vivenciál, como concluye K. S c h n e id e r . Y esta
coparticipación de motivos vivenciales es lo que dulci­
fica el concepto de psicopatía y abre la posibilidad de
que, alguna vez, la disposición no cuaje en una psico­
patía; de que la psicopatía mengüe o se apague aparen­
tem ente por sí o bajo la acción de condiciones situati-
vas o temporales especiales; de beneficiarse profilácti­
ca o terapéuticamente. Pero siempre, en las psicopatías,
el papel de la disposición dada es el más relevante, lo
que no hay que olvidar a la hora de justipreciar nues­
tras posibilidades de acción.
Yo no quisiera que, por haber renunciado a forjar
el concepto y la clasificación de los psicópatas sobre
motivos sociales pareciera que nos despreocupábamos
definitivamente de los problemas sociales y jurídicos
que las psicopatías comportan. No sólo el concepto,
sino el psicópata mismo, lleva en sus entrañas una car­
ga de dinamita. Y hay que tratar de neutralizar el ries­
go ni con alaridos y aspavientos ni haciéndonos ios sor­
dos, sino con la serenidad y la justeza con que los téc­
nicos desmontan las granadas de mano perdidas en los
antiguos campos de batalla. Es inhumano no ayudar a
los otros a librarse de obrar mal, a evitar sus disarmo­
nías con los demás. Aunque a menudo suponga una.
dificultad, muchos casos podrán ser asistidos, cuida­
dos, educados, tratados en su propio medio, cuanto an­
tes mejor; pero muchos otros requieren cuidados y tra­
tamientos especiales y continuados en instituciones que
escasean por todas partes. Como escasean las organi­
zaciones para psicópatas delincuentes en que se coor­
20 Prefacio

dinan las medidas de seguridad y tratamiento (M o h r,


Alberca , etc.), sin que aquello sea manicomio ni cárcel.
Eso sólo favorecerá la adecuación del internamiento,
no a la magnitud del delito, sino a la anormalidad y las
posibilidades de su inactivación. Y a este problem a de
la asistencia y tratamiento de los psicópatas delincuen­
tes— del que me ocupé no hace m ucho y pienso seguir
ocupándome— sí que hay que darle el giro rotundo que
alienta en las cuartillas de F errer S ama.

Aparte de la espléndida y hasta hoy decisiva contri­


bución personal, esta obra de K. S c h n e id e r viene a
ser— lo dice el autor—como una historia del problema
de las psicopatías. Yo diría más: diría que su monogra­
fía es historia ella misma. Cualesquiera que sean los
avatares de su doctrina y del problema, quedará como
un hito sobresaliente en la historia de la cuestión. Es
posible que el problema se resuelva al fin por los cau­
ces previstos, o que con un giro insólito la solución
genial venga por donde menos se piensa; pero a me­
nudo nuestra admiración y nuestra gratitud se dirigen,
justam ente, no tanto al hombre que resolvió el proble­
ma definitivamente como a los que hicieron posible la
llegada de la solución con certeras contribuciones clá­
sicas. K. S c h n e id e r merece ya nuestra gratitud y nues­
tra admiración por el rigor de su actividad científica,
la precisión de sus conceptos, la valía de sus m últiples
aportaciones— de que es tal vez la m ejor m uestra esta
monografía difundida por todo el m undo—, pero, más
aún, por su calidad humana, patente en sus escritos y
en su modo de obrar.
Porque urge que la gente se empape del problema
que tiene tantas impresionantes derivaciones, m e pare­
ce que viene a punto la nueva traducción de esta admi­
rable monografía, notablemente ampliada con centrados
comentarios en torno a las facetas del problema que.
los nuevos tiem pos han tratado de iluminar. Yo no
quiero dejar de resaltar el cuidado que Bartolom é L lo -
Prefacio 21

Pis— tan fino psiquíatra, tan preocupado por estos te­


mas—ha puesto en su fiel traducción, la elegante me­
sura con que se produce el excelente penalista que es
F e r r e r Sam a y el permanente entusiasmo con que el
editor, mi buen amigo Javier Morata, se desvive por
incorporar a su obra los temas psiquiátricos. Espero
que m i gratitud por sus afanes sea sólo la mecha que
prenda la de tantos y tantos interesados por estas cues­
tiones.
R. A. L.
Murcia y Valencia.
P R O L O G O A LA NO V ENA EDICION

Esta obra, que apareció por primera vez en 1923, ha seguido,


por decirlo así, un desarrollo sólido y saludable: no ha necesi­
tado al principió muchas ediciones para hundirse después, sino
que, en el largo espacio de unos veintisiete años, a distancias
bastante regulares, cada par de años, aproximadamente, se hizo
necesaria una nueva edición. La última apareció en 1946 y fue,
igual que la presente, una reimpresión inalterada de la sexta
edición, de 1943. El hecho de que haya que publicar otra nueva
edición demuestra que todavía es necesaria esta obra, aunque
entre tanto se hayan levantado muchas tormentas en contra de
su posición fundamental y parezcan amenazarla hoy más que
nunca.
En lo que se refiere a los fundamentos conceptuales y tam­
bién a la discusión de las relaciones corporales de las persona­
lidades psicopáticas, apenas hubo nada que modificar y sólo muy
poco que añadir. La exposición de la clasificación de las perso­
nalidades psicopáticas parece hoy, sin duda, com o una historia
del problema de los psicópatas. Si abarca esencialmente una his­
toria de este problema en el marco de la ciencia de lengua ale­
mana, depende, entre otras cosas, también, del hecho de que el
problema de los psicópatas, en esta forma, ha sido siempre esen­
cialmente un problema alemán.
. En esta obra, también fuera de este capítulo, estuvo siempre
muy en primer plano el punto de vista histórico. Su misión fue
siempre la de informar, cuidadosa y exactamente, no sólo sobre
las propias concepciones, sino también sobre lo que otros han
dicho en relación con el tema. Que el libro haya seguido escru­
pulosamente esta orientación, ha sido sin duda una de las ra­
zones no menos importantes de su éxito. Innumerables autores
han aprendido y muchos lian copiado de él. Esta misión histó­
rica lleva implícito que se informe en esta obra sobre muchas
cosas evidentemente anticuadas; no es posible omitirlas si se
quiere mostrar el problema desde sus raíces. Una ciencia que
no conozca su historia no se conoce a sí misma. Como en cada
nueva edición, también en ésta se ha añadido todo lo impor­
tante hasta el momento actual.
Dijimos antes que esta obra sería, no en últim o lugar, una
exposición de la historia del problema de los psicópatas. Se pue­
de preguntar ahora: Y el problema de los psicópatas, en gene­
ral, ¿no es sólo todavía historia? En realidad, es esta una opi­
nión sustentada hoy desde muchos sectores, sobre todo psico-
24 Prólogo a la I X edición

analíticos y psicogenéticos. Este autoengaño de que no hay


psicópatas y de que las personalidades anormales no serían nada
más que trastornos del desarrollo psíquico psicológicamente so ­
lubles, se opone con decisión, ahora como antes, a nuestra obra.
Esta no se mantiene inaccesible a lo que pudiera haber de exac­
to en tales concepciones y, sobre todo, se vuelve, ahora más
todavía que antes, contra un manejo rígido y estático de su
tipología de los psicópatas. En el casi nuevo capítulo cuarto de
la parte general. Elección y límites de una concepción tipológica,
se ha expuesto hasta qué punto ha de considerarse relativa una
tal doctrina tipológica. Sin conocimiento y consideración de las
concepciones desarrolladas en esté capítulo no puede comprender­
se, apreciarse ni utilizarse la parte especial, la doctrina tipoló­
gica. Hemos publicado por primera vez esta autocrítica en 1948,
en la revista Der Nervenarzt, bajo el título «Crítica de la consi-'
deración clínicotipológica de los psicópatas».
En el capítulo sobre Personalidad psicopática y Psicosis, como
en otros muchos lugares, se ha ofrecido una adaptación a nues­
tras nuevas concepciones psicopatológicas y psiquiátricas. Sobre
todo, se han introducido muchas modificaciones en todos aque­
llos lugares en que se trata de la ciclotimia y de las flistimias.
En los tipos mismos se ha modificado poco, prescindiendo de
muchas revisiones de párrafos que se relacionan con la psicosis.
Mucho se ha condensado; así, por ejemplo, las consideraciones
sobre la obsesión, que se habían hipertrofiado demasiado y des­
entonaban con la totalidad.
Hemos dicho que se ha añadido la literatura hasta el mo­
mento actual. Los lím ites de lo que se ha tenido en cuenta han
seguido siendo los m ism os que antes. Nuestra obra aspira, en
primer lugar, a la descripción de lo que llam amos personalida­
des psicopáticas, y la referencia a la literatura se ha tenido que
mantener también en esta línea. El problema de los psicópatas
es tocado por innumerables trabajos psiquiátricos, pedagógicos,
criminológicos y sociológicos, y sería absolutamente imposible
citarlos ni siquiera sólo en pequeña parte. Igualmente, casi todo
lo que, fundamental o casuísticamente, se ha dicho sobre las
llamadas neurosis tiene que ver, en nuestro sentido, con las per­
sonalidades psicopáticas. Todo esto tuvo que dejarse, también
casi por completo al margen, para no ahogar la obra con refe­
rencias y citas.
Debe recordarse especialm ente que la posición de los psicópa­
ta? en la sociedad no se ha agotado ni siquiera de un modo
aproximado. Se tiende mucho hoy a considerar a los picópatas,
en primer lugar, com o asocíales (1). Esta obra es única refu-
(1) Véase G o b b els : Los Asocíales, Morata, Madrid, 1955, p á ­
ginas 50 y 153: (N. del T.)
Prólogo a la IX edición 25

tación contra ello. Hay ciertas personalidades psicopáticas que,


secundariamente, llegan a conductas asocíales: estas relaciones
son mostradas en cada uno de los correspondientes tipos. Pero
no podemos ocupamos del problema de los asocíales y crimina­
les como tales, pues coincide sólo en muy pequeña extensión
con el de los psicópatas. Nuestras citas bibliográficas en el texto
se limitan aquí a trabajos que se ocupan en primer lugar de
los asociales psicopáticos. Pero merecen mencionarse aquí, de !a
inabarcable literatura criminológica, algunas obras nuevas, que
son también de importancia para nuestro tema: las de'WiL-
manns, Lange, Mezger, Stumpfl, H. Krakz, Erns y F,xnf.r. En el
campo de la investigación sobre el desamparo juvenil, merecen
citarse los informes sobre asistencia a psicópatas y los libros
de Stelzner, G ru h le, Gregor y Voigtlaender, Runge y Rehn,
Fuchskamp y Tobben. También merece citarse aquí nuestro libro
sobre las prostitutas. Todas estas obras están incluidas con más
detalles en la bibliografía, que contiene además todos los traba­
jos citados en el texto, menos aquellos en que no se menciona
el nombre del autor. -
Breves y escasas son nuestras notas sobre el tratamiento (esta
designación tiene un sonido demasiado médico; es mejor hablar
de educación, formación o dirección). Pero esta m odesta breve­
dad tiene muy profundas razones, pues aquí todo depende real­
mente del individuo, de su historia vital y de su situación con­
creta. En general, hay poco que decir, y lo que se diga ha de
resultar pobre.
Nuestra obra ha tenido siempre un amplio circulo de lectores
y ha sido muy utilizada fuera de la Psiquiatría. También esta
vez hemos concedido valor a una exposición legible y relativa­
mente sencilla. Deliberadamente, mucho de lo fundamental ha
dejado de perseguirse hasta sus últimos problemas, y mucho de
lo conceptual ha dejado de analizarse hasta el fin. Todo esto ha
tenido lugar más rigurosamente en nuestra obra Psicopatología
clínica, tercera edición, ampliada, de las «Contribuciones a la
Psiquiatría™, Sttugart, 1950, publicada por G, Thieme, que tam­
bién representa un complemento en la dirección de las psicosis.
En la misma editorial apareció en 1948 nuestra conferencia «El
dictamen sobre la responsabilidad», que se ocupa igualmente
del dictamen forense sobre las personalidades picopáticas, que
aquí ha tenido que omitirse también. '

. K urt S c h n e id e r .

Heidelberg, noviembre de 1959.


CONTENIDO

Pág.

Prefacio del Prof. A lberga L o r e n t e ........................... :.................. . 5

Prólogo a la IX edición .......................................................................... 23

■ I. PARTE GENERAL

1. C o ncepto de personalidad psic o p á t ic a ................................ 29

L a p e r s o n a l i d a d , 29.— L a p e r s o n a l i d a d a n o r m a l, 30.
L a p e r s o n a l i d a d p s i c o p á t i c a , 31.— L a p e r s o n a l i d a d
p s i c o p á t i c a y el c o n c e p to d e e n f e r m e d a d , 36.

2. El pro blem a d e las ba ses c o r p o r a l e s de la s p e r s o n a ­


lid ad es PSICOPÁTICAS ....... ............................................................ 41

E l p u n t o d e v i s t a l o c a l iz a t o r i o c e r e b r a l e n el e s t u ­
d io d e lo s p s i c ó p a t a s , 42.— E l p u n t a d e v is ta c ie n ­
tífic o c o n s t it u c io n a l e n e l e s t u d i o d e la s p s i c o p a ­
t í a s , 45.— E l p u n t o d e v i s t a f is io ló g ic o e n la s
m is m a s , 46.— E l p u n t o d e v i s t a g e n e a ló g ic o e n
a q u é lla s , 47.

3. C lasificación de las enferm ed ad es p sic o pá tic a s ................ SO

E l s i s t e m a d e g e n e r a t i v o d e K o c h , 50.— D o c t r in a s
tip o l ó g i c a s p o s ib le s , 53.— D o c t r i n a s tip o ló g ic a s a s is -
t e m á t i c a s , 54.— D o c t r in a t ip o l ó g i c a s i s t e m á t ic a d e
G r u h l e , 58.—L a f u n d a m e n t a c i ó n s i s t e m á t ic a d e
n u e s t r a d o c t r i n a t ip o l ó g i c a p o r T r a m e r , 60.— L a
t ip o l o g í a e s t r a t i f o r m e d e H o m b u r g e r , 65.—L a t i ­
p o l o g ía e s t r a t i f o r m e d e K a h n , 66.—L a t ip o l o g í a
e s t r a t i f o r m e d e J . H . S c h u l t z , 67.—L a t i p o l o ­
g ía r e a c ti v a d e K r e t s c h m e r , 68.— L a t ip o lo g ía r e a c ­
t iv a d e E wald , 71.— L a t ip o l o g í a c o n s t i t u c i o n a l d e
K r e t s c h m e r , 73.— E l p u n t o d e v i s t a c a r a c t e r o l ó -
g ic o - p l u r i d im e n s io n a l d e H e i n z e , 81.

4 E l e c c ió n y l í m i t e s d e u n a c o n c e p c ió n t ipo l ó g ic a de las
p e r s o n a l id a d e s p s ic o p á t ic a s ........................................................ 83
28 Contenido

Pág.

5. P e r s o n a l i d a d p s ic o p á tic a y p s ic o s i s ................ ...................... 96


Personalidad anormal y esquizofrenia, 98.—Per­
sonalidad anormal y ciclotimia, 102.

II. PARTE ESPECIAL

1. P sicópatas h i p e r t I m ic o s ............................................................ . 105

2. P sicópatas d e p r e s iv o s .......................................................... ......... 115

3 P sicópatas in s e g u r o s de s í m i s m o s ....................................... 122

4. P sicópatas fa n á tic o s ...................... .................................................. 137

5. P sicópatas n ec esita d o s de e s t im a c ió n .................................... 146

6. P sicópatas l Abie.e s de á n im o ................................................. 157

7. P sicópatas e x p l o s iv o s ...................................................................... ¡ 163

8. P sicópatas desalm ados ..................................................................... 167

9. P sicópatas a b ü lic o s ...... .................................................................... 173

10. P sicópatas a st én ic o s ..... .............. .......................... ....................... 177

EplTogo p or el Prof. F e r r e r Sam a ................... ...................... 187


I. PARTE GE NERAL

1. CONCEPTO DE PERSONALIDAD PSICOPATICA


La personalidad .Cuando se pregunta qué debe en­
tenderse por una personalidad psicopática, se espera,
en prim er lugar, una definición de la personalidad. Sin
embargo, sólo puede responderse indicando cuáles as­
pectos de la individualidad psíquica quieren incluirse
en la personalidad y cuáles no.
Las opiniones sobre lo que debe incluirse en la per­
sonalidad son muy divergentes. Sería injusto decir que
una opinión es falsa y otra verdadera; se trata, en el
fondo, de una cuestión de nomenclatura.
Nosotros comprendemos por personalidad de un
hombre el conjunto de sus sentimientos y valoracio­
nes, de sus tendencias y voliciones. Ahora bien: los sen­
timientos, las valoraciones y las tendencias necesitan
una limitación, puesto que sólo incluimos en la perso­
nalidad los sentimientos, las valoraciones y las tenden­
cias de naturaleza psíquica, pero no los sentim ientos o
las tendencias corporales, ni las valoraciones que se
basen en ellos. Excluimos, además, del concepto de per­
sonalidad todas las facultades del entendimiento, como
la facilidad de comprensión, la capacidad de combina­
ción, la de juicio y pensamiento lógicos, la crítica y la
independencia del juicio, la memoria y todos los talen­
tos; en una palabra: la inteligencia.
Se obtienen, pues, tres partes del ser psíquico indi­
vidual, a saber: la inteligencia, la personalidad y el con­
junto de los sentim ientos e instintos corporales o vita­
les. Entré estas tres partes de la individualidad psíquica
existen las relaciones recíprocas más íntimas. Así, dice
J aspers , con razón: una cierta inteligencia es condición
30 Personalidad psicopática

para el desarrollo de una personalidad, y, p o r otra p ar­


te, la inteligencia es un instrum ento que se atrofiaría
sin la energía que le presta la personalidad. Mucho más
estrechas todavía son las relaciones entre el conjunto
de los sentimientos e instintos corporales o vitales y
lo que llamamos aquí personalidad. A pesar de estas
conexiones indestructibles, pueden estudiarse aislada­
m ente la inteligencia, la personalidad y el conjunto de
los sentimientos e instintos vitales.

La personalidad anormal . Si continuamos pregun­


tando, ahora, qué es una personalidad psicopática, ten ­
drem os que dar un rodeo a través del concepto superior
de personalidad anormal.
Hay dos clases de conceptos de normalidad, según
se adopte la norma del término medio o la norma del
valor. Normal, en el sentido de la norm a del término
medio, es, precisamente, el térm ino medio. Normal, en
el sentido de la norm a del valor, es lo que corresponde
al ideal subjetivo personal; el hom bre norm al es, para
uno, Goethe; para otro, Bismarck; p a ra un tercero, San
Francisco. En el sentido de la norm a del térm ino m e­
dio, puram ente cuantitativa, es anorm al lo que se apar­
te de dicho término medio, de lo ordinario y frecuente.
En la identificación de lo excepcional, extraordinario e
infrecuente no interviene ninguna apreciación del valor.
En el sentido de la norm a del valor, es anorm al lo que
se oponga a la imagen ideal. Esta está determ inada por
la jerarquía ideológica personal de los valores. Con la
norm a del valor, cuyo contenido eventual se sustrae a
la discusión científica, no puede trabajar, naturalm ente,
la Psiquiatría. Nosotros nos atenemos, por eso, a la
norma del término medio. Por lo demás, ambos con­
ceptos de normalidad se entrelazan; pero sus relacio­
nes no pueden describirse aquí con detalle. Apenas es
posible, por ejemplo, trazar delimitaciones, en el sentí-
do de la norm a del término medio, sin que intervengan
en absoluto puntos de vista valorativos o relacionados
Personalidad psicopática 31

con valores, como ha dem ostrado M ezger, consideran­


do, precisamente, nuestra descripción. Sin embargo, la
oposición de ambos conceptos distintos de norm alidad
sigue siendo útil y correcta. E l hecho de que las deter­
minaciones cuantitativas no puedan aplicarse rigurosa­
mente a! campo de lo psíquico, no impide el empleo
del concepto de normalidad media. Nosotros lo utiliza­
mos como una idea directriz y no intentam os calcular
exactamente el término medio. Tampoco im pide su em­
pleo la objeción de W. S te r n , de que, según el concepto
cuantitativo de normalidad, tendrían que ser normales,
en las épocas de «sugestiones en masa», los fenómenos
provocados de esta manera. El término medio, imagi­
nado como idea directriz, no está adaptado al térm ino
medio de las reacciones momentáneas, aunque, natural­
mente, tenga en cuenta, como medida, al hom bre de
nuestra época y de nuestra cultura.
. Desde ahora, y en atención al concepto de norm ali­
dad media, definimos las personalidades anorm ales del
modo siguiente: Las personalidades anormales son va­
riaciones, desviaciones, de un campo medio, imaginado
por nosotros, pero no exactamente determ inable, de
las personalidades.
Desviaciones hacia el más o hacia el menos, hacia
arriba o hacia abajo. Es indiferente, pues, que estas
desviaciones de la norm alidad media correspondan a
valores positivos o negativos en e:l aspecto ético o so­
cial. Partiendo de esta normalidad media, es exacta­
mente tan anormal el santo o el gran poeta como el
criminal desalmado; los tres caen fuera del térm ino
medio de las personalidades. Es evidente que todas las
personalidades, de alguna m anera singulares o extra­
ñas, especialmente destacadas por algún rasgo de su
modo de ser, tienen que incluirse en este concepto.

L a personalidad psicopática . N uestra tarea^ seria


inmensa si quisiéramos describir todas las personali­
dades anormales. Pero nosotros separamos, como per
32 Personalidad psicopática

sonalidades psicopáticas, dos grupos, y decimos: Per­


sonalidades psicopáticas son aquellas personalidades
que sufren por su anormalidad o hacen sufrir, bajo
ella, a la sociedad. Esta delimitación es arb itraria y se
basa sólo en razones prácticas. La elegimos porque,
dentro de tal definición, pueden com prenderse todas
las personalidades anorm ales de las que ha de ocu­
parse profesionalmente el psiquíatra. Tiene, p o r tanto,
ventajas prácticas, frente al concepto de psicópata más
estricto y más exacto—tanto objetiva como etimológi­
camente—utilizado antes, en otro aspecto, p or nosotros
mismos, que sólo abarcaba las personalidades que su­
fren por su psique anorm al y no introducía ningún
punto de vista valorativo, como sucede con la inclusión
de los perturbadores. Por lo demás, ya K o c h había se­
parado estas dos form as. Dicho autor dividió inciden­
talm ente sus tarados, según fuesen «una carga y una
molestia sólo para sí mismos o tam bién para los de­
más». Y advierte que existen tam bién ciertos psicópatas
que cam bian de semblante. En efecto, muchos psicópa­
tas que sufren suelen p ertu rb ar en ocasiones, y muchos
perturbadores sufren ellos también. No hay que olvi­
dar, por otra parte, que, en nuestra fórmula, no se trata
de un su frir a secas, y tampoco del sufrir a consecuen­
cia de la anormalidad, en el sentido en que sufren los
asocíales por el choque con la sociedad, sino del sufrir
por la propia anomalía de la personalidad.
Los límites entre los que sufren y los que pertu rb an
son, por tanto, imprecisos, y lo mismo los límites de
estos dos grupos juntos, frente a otras personalidades
anormales. Las distintas personalidades anorm ales se
com portan de un modo diferente en distintas épocas,
de tal m anera que tendrían que ser calificadas, unas <.■
veces, de personalidades psicopáticas, y, otras, única­
m ente de anormales. Además, el sufrimiento de la so­
ciedad es un criterio cuyos límites no pueden trazarse
más que de un modo aproximado. Hay que llam ar la
atención tam bién sobre su gran subjetividad. El hom-
Personalidad psicopática 33

bre anorm al que dirige un grupo revolucionario es,


para unos, un perturbador, y, para otros, u n libertador
de la sociedad; por tanto, según nuestra fórm ula, para
unos, un psicópata, y para otros, no. Así, pues, nuestro
concepto de personalidad psicopática, a causa del se­
gundo grupo—elaborado según puntos de vista valora-
tivos—, ha de m anejarse con precaución. Tiene su ori­
gen en la necesidad práctica de la selección y debe
mantenerse siempre, para las investigaciones científicas,
dentro del concepto superior de personalidad anormal.
Cuando hablemos, en este trabajo, de personalida­
des psicopáticas, habrá que tener presente que nuestro
concepto de psicopatía está subordinado al concepto
superior, libre de apreciaciones de valor, de persona­
lidad anormal. Nos referimos, pues, nada más que a
una selección de personalidades anormales. Si un espe­
cialista en el estudio de los hongos escribe, por razones
prácticas, un tratado sobre los hongos venenosos, no
transform a por eso su concepto botánico de los hon­
gos en un concepto valorativo. Científicamente, los hon­
gos venenosos son tan hongos como los no venenosos.
Lo mismo sucede con nuestro concepto de los psicópa­
tas. La selección se realiza, en la segunda parte, según
puntos de vista valorativos, pero éstos no afectan a la
cosa misma, puesto que todas las personalidades psico­
páticas son también personalidades anormales. Por tan­
to, cuando hablemos, sobre todo en las investigacio­
nes de la parte general, de personalidades psicopáticas,
de psicópatas o de psicopatías, lo hacemos en el sen­
tido, ajeno a todo valor, del concepto superior de per­
sonalidad anormal. Sería imposible recordar esto en
cada caso particular.
Nuestra definición de personalidad psicopática ha
conducido, a veces, a que se pase por alto, en su se­
gunda parte, que la sociedad sijfre bajo los efectos de
una personalidad anormal. Si se califican como psicópa­
tas, simplemente, los asociales, los perturbadores, los
criminales, es decir, todos aquellos que originen sufri-
SCHNE1DEH.-— 3
34 Personalidad psicopática

mientos a la sociedad, se caerá en un concepto socioló­


gico, incluso político, de los psicópatas, que ya no tiene
nada que ver, en ningún caso, con el nuestro. Los psi­
cópatas son personalidades anormales que, a consecuen­
cia de la anomalía de su personalidad, tienen que llegar
más o menos, en toda situación vital, bajo toda clase
de circunstancias, a conflictos internos o externos. El
psicópata es un individuo que, por sí solo, aunque no
se tengan en cuenta las circunstancias sociales, es una
personalidad extraña, apartada del térm ino medio. Sólo
en tanto que los perturbadores sean, según su propio
ser, personalidades anormales, serán tam bién psicópa­
tas. Lo perturbador, lo socialmente negativo, es, frente
a la personalidad anormal, algo secundario. También
G r u h l e defiende este concepto, en contra de M auz.
Este últim o no modifica, naturalm ente, nada positivo,
cuando traduce lo socialmente perturbador como «bio­
lógicamente» indeseable. Al ocupam os de u n concepto
de enfermedad que tiene en cuenta el valor, social, tro­
pezaremos de nuevo con el mismo problem a, del que
también se ocupó M üller -S uur .
Las otras definiciones de personalidad psicopática
corrientes en la literatura psiquiátrica contienen, casi
siempre, algo muy facultativo. La fórm ula de K raepe-
l in es predom inantem ente genética. Los psicópatas son,
en parte, «grados previos no desarrollados de verdade­
ras psicosis»; en parte, «personalidades malogradas,
cuya formación ha sido alterada por influencias here­
ditarias desfavorables, p o r lesiones germinales o por
otras inhibiciones precoces. Los calificamos como psi­
cópatas cuando sus defectos se lim itan esencialmente
a la vida afectiva y a la voluntad». B irnbaum define
los caracteres psicopáticos como «naturalezas anormal- e
m ente predispuestas por la ta ra hereditaria, que mues­
tran ligeras desviaciones, especialmente en el campo de
la personalidad; es decir, sobre todo (aunque no exclu­
sivamente), en la esfera de los sentim ientos, de la vo­
luntad y de los instintos».
Personalidad psicopática 35

Ambas definiciones comprenden, poco más o me­


nos, los mismos estados que también nosotros llama­
mos personalidades psicopáticas. Lo mismo sucede en
G r u h l e , aunque para él las psicopatías abarcan tam ­
bién los estados congénitos de oligofrenia. Como inclu­
ye también la inteligencia en la personalidad y equipara
por completo la psicopatía a la personalidad anormal,
tal concepto es perfectam ente consecuente. Psicopatía
es para él «toda desviación congénita im portante del
tipo frecuente». Las desviaciones de la norm alidad que
resulten favorables son «exactamente tan psicopáticas»
como las desviaciones en el sentido de la inferioridad.
El individúo genial es un psicópata a causa de su ge­
nialidad. Al médico, sin embargo, no llegan más que las
«personalidades con conflictos»; es decir, aquellos psi­
cópatas que sufren o que resultan lesivos para la so­
ciedad. Si aplicamos este punto de vista a nuestro con­
cepto más reducido de personalidad y de psicopatía,
nos aproximaremos mucho a nuestra definición de per­
sonalidad psicopática. Por lo que se refiere a la inclu­
sión de los estados oligofrénicos en las psicopatías
—que, p or lo demás, Gr u h l e ha abandonado reciente­
mente, aunque no como principio, sino como adapta­
ción al convenio tácito general—, ya K o c h había com­
prendido también los defectos intelectuales entre las
formas más graves de la «inferioridad psicopática».
Para K o c h , que fue el iniciador de las investigacio­
nes en todo este campo, el concepto de inferioridades
psicopáticas va todavía más lejos. Estas tienen una for­
m a «permanente» y una forma «fugaz»; la prim era de
las cuales se divide en congénita y adquirida, sin olvi­
dar tampoco la inferioridad psicopática «mixta». En
sentido estricto, sólo coincide, pues, con nuestro cam­
po la «inferioridad psicopática permanente y congéni­
ta», a la cual, por cierto, tam bién K o c h concede la
máxima im portancia.
Exactamente lo mismo sucede con Z i e h e n , cuyo
concepto de constitución psicopática no coincide tam-
36 Personalidad psicopática

poco con el nuestro, sino que comprende toda altera­


ción total de la personalidad que no sea una psicosis.
De estas últim as las separa de un modo puram en te gra­
dual, ya que, para él, las constituciones psicopáticas
son «estados de enfermedad psíquica funcional que
ofrecen síntomas muy leves y dispersos, tanto en la
esfera afectiva como en la intelectual, sin llegar a sín­
tomas psicopáticos graves y persistentes, como aluci­
naciones, representaciones delirantes, etc.». También
Z ie h e n adm ite constituciones psicopáticas adquiridas
—por ejemplo, tóxicas—e incluso agudas; adm ite, ver­
bigracia, una constitución psicopática coreática. Lo que
nosotros comprendemos por personalidad psicopática
es, p ara Z ie h e n , aproximadamente, la «constitución
psicopática degenerativa y hereditaria». Hoy día, ape­
nas cuenta ya con defensores el concepto de Z ie h e n
de constitución psicopática. Por constitución se com­
prende siempre; en la , actualidad, algo permanente,
dado incluso en la disposición; cuando, todavía ahora,
se habla de constitución psicopática—lo cual su ced e a
menudo—, se hace referencia con ello a la personali­
dad psicopática congénita, es decir, a lo m ism o que
nosotros. A lo sumo, se alude también a las bases cons­
titucionales somáticas.
Por lo demás, el sentido estricto actual de la palabra
«psicopático» no es el que se desprende naturalm ente
de ella. Antes, se utilizó consecuentemente, de u n modo
general, para todas las manifestaciones de las que se
ocupa la Psicopatología. Se hablaba, p o r ejem plo, de
los «estados psicopáticos de la hidrofobia». Z ie h e n
aduce estas razones, con justicia, en contra del uso li­
m itado de la palabra psicopatía. En honor a la breve­
dad, hablamos también, a veces, no de personalidades e
psicopáticas—que sería lo correcto—, sino de psicopa­
tías o de psicópatas.

La personalidad psicopática y el concepto de enfer ­


medad. El concepto de enfermedad se h a u tiliz a d o de
Concepto de enfermedad 37

muy distintos modos en Psicopatología. En prim er lu­


gar, se ha equiparado, a veces, simplemente, al concep­
to de anormalidad como desviación del térm ino medio;
se han llamado patológicos, especialmente, los grados
altos de desviación de la normalidad. W ilmanns, por
ejemplo, dice: «Sólo calificamos la anomalía como pa­
tológica cuando alcanza un cierto grado.»
En segundo lugar, se utiliza el concepto de enferme
dad en Psicopatología como un concepto de valor. Esto
hace J aspers : «Desde cualquier punto de vista, pero no
siempre desde el mismo, patológico significa nocivo, in­
deseable, inferior.» En realidad, un concepto de valor
se halla implícito ya en el concepto gradual de enfer­
medad, arriba mencionado. Difícilmente llam ará nadie
patológicas a las desviaciones del término medio que
puedan valorarse como positivas. Nadie, por ejemplo,
calificaría como patológicas una discreción o una ener­
gía superiores al térm ino medio, lo mismo que, desde
este punto de vista, pueden llamarse patológicas una
capacidad de juicio o una energía inferiores a dicho
térm ino medio. También K raefelin propugna esta com ­
binación de los conceptos gradual y valorativo de la
enfermedad. Para él, lo patológico es un grado, dentro
del punto de vista teoleológico de la «consecución de los
fines generales de la vida». Dice, a este respecto: «Pero
sólo podemos atribuir significación patológica a las des­
viaciones personales de la dirección evolutiva trazada,
cuando adquieran una gran importancia para la vida
corporal o psíquica.»
Cuando, también en Psicopatología, se quiere mante
ner firme un concepto valorativo de enfermedad, se
plantea la cuestión de en qué sentido se orienta, frente
a lo psíquico, dicha valoración. Frente a lo corporal es
bastante sencillo; en tal caso, enfermedad es una dis­
minución del estado de bienestar o, también, una ame­
naza vital, originada p or trastornos funcionales. Pero,
en lo psíquico, fracasan estos criterios. Muchos anor­
males psíquicos no se sienten mal; se sienten, incluso,
38 Personalidad psicopática

extraordinariam ente bien. Además, en los procesos cor­


porales que sirven de base a la mayoría de las enfer­
medades mentales, no existe, sistemáticam ente, ninguna
amenaza vital. Por tanto, la valoración de enfermedad
no puede orientarse aquí de ninguna manera, en lo cor­
poral. / .
....Se podría orientar, acaso, en lo psicológico, y cali­
ficar como enfermedad todo descenso de las funciones
psíquicas.
E sta fórm ula negativa podría m antenerse, con una
cierta objetividad, en los trastornos funcionales muy
groseros que afectasen al juicio, «a la actividad de la
razón», y tam bién en muchos otros; pero, en la ma­
yoría de los casos, el trastorno funcional psíquico no
posee ningún carácter de inferioridad. Aparecen sim­
plemente funciones psíquicas distintas, nuevas, si, a
pesar de ello, se quieren valorar negativamente, habrá
que dirigir la atención a valores extrapsicológicos, a va­
lores sociales, a la comunidad, a la sociedad. Por tanto,
la valoración de enfermedad tampoco puede orientarse
en lo psicológico.
Si apenas puede justificarse la transferencia del con­
cepto valorativo de enferm edad desde lo corporal a lo
psíquico, un concepto valorativo social de la enferm e­
dad es algo que está completamente en el aire. Cuando
se califica como patológico al p ertu rb ad o r social o al
inepto, se emite un juicio de valor, a p a rtir de cual­
quier punto de vista preconcebido, ideológico o socio­
lógico; es decir, se utiliza el concepto de enfermo de
un modo puram ente fig u rado y sin significación obje­
tiva. Se llama entonces patológico a lo que se halla en
pugna con la propia opinión o convencimiento o con la
ideología reinante. Así, es patológico, p ara los creyentes
devotos, que disminuya la devoción, y p ara los incré­
dulos, que aumente. Es una in g e n u id a d equiparar sim ­
plem ente las alteraciones funcionales d e la esfera cor-
poral y sus consecuencias sobre la esfera psíquica a la
1 no satisfacción de las exigencias socialés, y comprender
Concepto de enfermedad 39

ambas bajo la expresión de enfermedad. En ocasiones,


además, incluso un verdadero enfermo m ental puede
poseer un valor social ¡superior, en com paración con
los sanos mentales o consigo mismo en su período pre-
psicótico.
H asta ahora, pues, tenemos el concepto gradual de
enferm edad—en el fondo, tam bién valorativo—y el con­
cepto de enfermedad expresamente valorativo, basado
en una valoración corporal, psicológica o sociológica.
Ahora bien, hay todavía una tercera posibilidad, a
saber: la de orientar el concepto de enferm edad en
conceptos del ser morfológicos o fisiológicos, en la com­
probación de procesos orgánicos de tal o cual índole,
de sus consecuencias funcionales y de sus residuos lo­
cales. Tampoco el concepto médico de enferm edad es
comprendido siempre, exclusivamente, como un concep­
to de valor, sino que trabaja, además, con tales puntos
de vista. Pero, para el concepto corporal de enferm e­
dad, con sus valoraciones term inantes, no es tan esen­
cial, de ninguna m anera, esta necesidad de apoyo. En
lo psíquico, sin embargo, carecería de una base sólida
todo concepto valorativo de enfermedad, incluso el con­
cepto gradual con su valoración encubierta. Por eso,
consideramos el concepto de enfermedad orientado en
conceptos corporales del ser como el único sostenible
en Psicopatología. Tal concepto sigue siendo estricta­
mente somático y no se desvía hacia lo psicológico ni
hacia lo sociológico; es decir, hacia sectores en los que
no hay enfermedades más que, a lo sumo, en sentido
figurado. Calificar el padecimiento como patológico de­
jaría de ser una simple imagen si fuese causado direc­
tamente p o r uria enfermedad corporal.
Sólo hay enfermedades en lo corporal; a nuestro jui­
cio, los fenóm enos psíquicos son patológicos únicamente
cuando su existencia está condicionada por alteraciones
patológicas del cuerpo, én las que nosotros incluirnos las
malformaciones. Así, pues, son patológicas las psicosis
en estricto sentido orgánicas o tpxicas y, seguramente,
40 Personalidad psicopática
\
tam bién las esquizofrénicas o ciclotímicas, aunque, has­
ta ahora, no sepamos nada concreto sobre las enferme­
dades que les sirven de base. La patología no puede
responder siempre de cuándo las alteraciones del cuer­
po son patológicas en el sentido de un concepto del ser
no valorativo. Pero esto no nos impide m antener a la
vista, como idea, el concepto no valorativo de enferme­
dad. Cuando hablamos aquí, en un lenguaje—por de­
cirlo así—natural, de un «dualismo empírico» causal,
no anticipamos con ello explicaciones sobre el proble­
ma cuerpo-alma, desde el punto de vista de la metafí­
sica o de la teoría del conocimiento.
¿Puede hablarse también, en los psicópatas, de
acuerdo con el concepto de enfermedad que hemos bos­
quejado, de personalidades patológicas? Se puede ver
la esencia de la personalidad anormal, y, p o r tanto,
tam bién de la psicopática, en una determ inada condi­
ción corporal. Pero tampoco entonces se trataría de
fenómenos patológicos en el sentido de procesos orgá­
nicos, sino sólo de variaciones y anomalías morfológi­
cas y funcionales. Por eso, resulta im procedente tam­
bién llam ar patológicas a las anomalías psíquicas que
les correspondan. No existe, pues, ningún motivo jus­
tificado para calificar como patológicas las personalida­
des anormales (psicopáticas).
Por último, no les llamamos enferm os nerviosos. Ni
siquiera se sabe si, en la esencia somática de estos es­
tados, desempeña el sistema nervioso un papel más es­
pecífico que otros órganos; y, aun cuando fuese así,
tampoco se trataría de enfermedades nerviosas, sino, a
lo sumo, de constituciones y funciones anormales del
sistem a nervioso.
En el fondo, sería indiferente que se hablase o no
de personalidades patológicas, si esta designación, uti­
lizada casi siempre irreflexivamente, no hubiera condu­
cido a graves consecuencias prácticas, sobre todo en el
campo forense. Una de las prim eras voces que se le­
vantó en contra fue la de P elm an , en el año 1892: «Se
Bases corporales 41

hace de cada anomalía una enfermedad y de cada indi­


viduo extravagante una categoría patológica, como si
los manicomios fuesen museos de rarezas y no hospi­
tales. Hemos de tropezar aquí, constantem ente, con
conceptos tan imprecisos como el de locura m oral o el
de delusión (1) de los litigantes—una expresión muy en
boga—, como si solamente litigasen los locos y ningún
sano m ental pudiera ser un perfecto bribón.»
El térm ino degeneración, aplicado a las personalida­
des psicopáticas, no es menos inadecuado que el califi­
cativo de enfermedad o de patológico. Actualmente, el
concepto de degeneración ha perdido m ucha im portan­
cia, por lo cual nos limitamos a mencionarlo breve­
mente y a modo de apéndice. Dicho concepto sólo tie­
ne sentido, como dice B u m k e, cuando se trate de un
«empeoramiento de la casta que aumente de generación
en generación». La mera existencia de «desviaciones del
tipo, transm isibles por la herencia» (M o b iu s), no es su­
ficiente, según B u m ke. Tampoco Z i e h e n quiere emplear
el término degeneración «únicamente como sinónimo de
grave ta ra hereditaria y de sus fenómenos consecuti­
vos», e igualmente B l e u l e r previene ante su utilización
puram ente descriptiva.

2. EL PROBLEMA DE LAS BASES CORPORALES DE


LAS PERSONALIDADES PSICOPATICAS

Como las personalidades anormales (psicopáticas)


son sólo variaciones de personalidades, la cuestión de

(1) Siguiendo al Prof. H. D el g a d o , de Lima, y a otros psiquia­


tras hispanoamericanos, traduzco la palabra alemana Wahn por
delusión. Habitualmente, en los países latinos, empleamos sólo
la palabra delirio para dos conceptos tan esencialmente distin­
tos como los expresados, en la psiquiatría alemana, por las pa­
labras Wahn y Deliv y, en psiquiatría inglesa, por delution y
delirium. La palabra «delusión» es de origen latino y significa
«engaño», «ilusión», es decir, corresponde exactamente al sen­
tido actual del vocablo alemán «Wahn». (N. del T.)
42 Bases corporales

sus bases corporales coincide con la cuestión de las ba­


ses corporales de la personalidad en general; es decir,
en resum idas cuentas, con el problem a cuerpo-alma.
Pero éste no es un problema empíricamente soluble.
Sólo nos puede interesar aquí, en relación con los psi­
cópatas, las «coordinaciones» que se han encontrado o
se han supuesto en el lado corporal, pero no podemos
ocuparnos de la interpretación filosófica, del problem a
de la naturaleza de las relaciones.
Tratarem os de los puntos de vista localizatorio ce­
rebral, científico constitucional, fisiológico y genealó­
gico, en el estudio de los psicópatas. El últim o se halla,
metódicam ente, en un plano distinto de los otros tres,
porque estos tres también pueden investigarse genea­
lógicamente.

El punto de vista localizatorio cerebral en el es ­


tudio de los psicópatas . Una prim era posibilidad de
aproxim arse a las bases corporales de la personalidad
norm al y anorm al (psicopática) es anatómica; a saber:
el intento de localizar sus propiedades. Prescindimos
de las investigaciones experimentales fisiológicas locali-
zatorias sobre la organización central del sistem a vege­
tativo y de sus relaciones con los afectos, que debe­
mos sobre todo a W. R. H ess , y dirigimos la atención
totalm ente a lo caracterológico y lo clínico. Mientras
que, durante mucho tiempo, se ha pensado sólo en la
corteza cerebral, recientemente, bajo la dirección de
R e ic h a r d t , se busca el «asiento» del núcleo de la per­
sonalidad en el tronco cerebral. Un apoyo para ello su­
m inistra la encefalitis epidémica, qué conduce frecuen­
tem ente a alteraciones de la personalidad, del tem pera­
m ento y de los impulsos. B o n h o e f f e r y K ir s c h b a u m ^,
las han descrito, por prim era vez, en los niños. Mien­
tras que, sobre todo B o n h o e f f e r , se manifiesta muy
reservado frente a una aplicación de estas experiencias
a la caracterología norm al y a las psicopatías, y sólo
reconoce, de momento, «ciertos puntos de orientación»,
Estudio de los psicópatas 43

se tiende a ver, en ocasiones, la esencia de la psicopatía


o de ciertas formas de psicopatía en una «insuficiencia
subcortical».
T h ie l e , continuando la labor de B o n h o e f f e r , ha
diferenciado muy cuidadosamente los estados psíquicos
residuales, consecutivos a la encefalitis epidémica, en
niños y jóvenes. Lo más sorprendente es la «tendencia
a la descarga sin finalidad y sin dirección, amorfa, com­
pletam ente prim aria, que se describe, según su repre­
sentación psíquica, como una inquietud y una .tensión
muy desagradables y que, sólo en su repercusión, en su
actuación sobre el objeto, o por su interferencia con
actos intencionales y dirigidos, se transform a en una
acción de un contenido determinado». Se trata de una
impetuosidad (Drang) y de acciones impetuosas. La vo­
luntad se fija en un objeto; el instinto busca su objeto;
la impetuosidad encuentra su objeto. (Nosotros diría­
mos que la voluntad elige su objeto.) T h íe l e previene
ante la confusión de estos estados con las psicopatías,
particularm ente con la «oligofrenia moral»; pero, no
obstante, existen también, entre los psicópatas, tales ti­
pos «ágiles», con viva inquietud m otora y, casi siempre,
sin estado de ánimo maníaco. Además, T h íe l e acentúa
también la importancia de las propiedades caractero-
lógicas prem órbidas. En u n caso de R unge, era espe­
cialmente clara la grave psicopatía anterior.
También H omburger exige, con la mayor energía,
que se diferencien las verdaderas psicopatías de tales
estados consecutivos a la encefalitis. En éstos se trata
de una desinhibición de los mecanismos m otores sub-
corticales, debida a la lesión de los ganglios subcortica-
les. Se produce así una regresión a un grado prim itivo
de la expresión, una independencia del mecanismo mo­
to r de la expresión, que ya no es una expresión de vi­
vencias. Los modos de conducirse encefalíticos ya nó
son manifestaciones unívocas de la vida psíquica.^Son
un retroceso a la motilidad impulsiva y prim itiva de la
prim era infancia. Los robos, las riñas, las destruccio­
44 Bases corporales

nes, corresponden al fondo impulsivo motor. Algunos


detalles sobre las seudopsicopatías postencefalíticas se
mencionarán todavía al hablar de los distintos tipos. La
cuestión misma es ajena a nuestra tarea, p or lo que no
podemos seguir su evolución ulterior.
Las concepciones puram ente fantásticas de K leist
son las que van más lejos, llegando incluso a una cla­
sificación de los psicópatas sobre base localizatoria.
Cree que la patología focal del cerebro reducirá un día
a la nada el «santuario» del alma. Apoyándose en W er -
nicke , defiende una estructura en tres pisos de la con­
ciencia del yo. Diferencia la somatopsique (yo vegeta­
tivo), en la substancia gris del tercer ventrículo, la ti-
mopsique (afectividad) y la autopsique (carácter), lo­
calizadas ambas en el tálam o y el pallid.ostria.tum. De
acuerdo con esto, diferencia los anormales somatopsí-
quicos (histéricos, impulsivos, anormales sexuales), los
psicópatas con defectos timopsíquicos (emotivos, lábi­
les de ánimo (1), angustiados, coléricos, desalmados) y,
finalmente, los psicópatas con defectos autopsíquicos
(despiadados, egoístas, inconstantes, obsesivos, expansi­
vos, pusilánimes, litigantes, fanáticos, sensitivos). Re­
cientemente, K leist recurre tam bién a la localización
de propiedades de la personalidad en los hemisferios
cerebrales, especialmente en el cerebro orbital; sin em­
bargo, hasta donde alcanzamos nosotros, no ha sacado,
de sus últimos conceptos sobre la localización de los
trastornos de funciones psíquicas aisladas, ninguna con­
secuencia para el asentam iento localizatorio de las psi­
copatías.

(1) Generalmente, se traduce la palabra alemana Stim m ung;


por estado de ánimo. Así lo he hecho yo también en la edición
anterior de este libro. Ahora, sin embargo, la traduzco sólo por
ánimo, ya que el circunloquio «estado de» no añade nada fun­
damental al concepto y recarga inútilmente algunas frases, como
«colorido del estado de, ánimo» o «psicópatas lábiles del estado
de ánimo», que se expresan más sencillamente diciendo «colo­
rido del ánimo» o «psicópatas lábiles de ánimo». (N. del T.)
Estudio de los psicópatas 45

El punto de vista científico constitucional en el


estudio de las psicopatías . N o es misión nuestra la
exposición de los distintos modos de com prender el
concepto de constitución. Nosotros comprendemos por
constitución, no sólo el conjunto de las disposiciones,
sino la totalidad del organismo morfológico, con sus
funciones espontáneas y reactivas. Este concepto de
constitución abarca, pues, tanto lo disposicional como
lo exógeno (es decir, lo provocado por las influencias
del mundo externo) y la acción recíproca entre ambos.
Actualmente, se equipara, casi siempre, lo disposicio­
nal a la disposición hereditaria; y, muy a menudo, se
incluye tam bién la personalidad en un concepto de la
constitución equivalente a la disposición hereditaria.
Sin embargo, ninguna de ambas hipótesis es demos­
trable.
Al concepto de personalidad y a la esencia de la per­
sonalidad anorm al (psicopática) pertenece, según nues­
tro criterio, en contra de K o c h y de Z ie h e n , el con­
cepto de lo innato o congénito. Innato o congénito es
aquí equivalente a disposicional. Pero no se puede ne­
gar sistemáticam ente que, en la estructura de la perso­
nalidad, puedan haber intervenido tam bién factores am­
bientales que afectasen al embrión o quizá, incluso, al
niño. En este últim o caso, se quebrantaría el criterio
estricto de lo innato. En todo caso, no podríamos dife­
renciar de las auténticas tales supuestas psicopatías
exógenas o, mejor, seudopsicopatías. Mientras que, co­
mo es sabido, en la oligofrenia congénita se han te­
nido muy en cuenta los factores externos, no nos pa­
rece probable, en contra de la opinión de R aecke, que,
en las personalidades anormales (psicopáticas), desem­
peñe ningún papel esencial lo exógeno, ni siquiera como
causa coadyuvante. Sus bases podrán imaginarse, sin
demasiadas contradicciones, como algo esencialmente
disposicional. ■ ^
Toda personalidad se desarrolla. Con J aspers , com­
prendemos este desarrollo como un producto, por una
46 Bases corporales

parte, det crecimiento y del progreso de las bases pre­


dom inantem ente disposicionales y, por otra, del destino
y de las vivencias, en el más amplio sentido. Aunque
consideram os las direcciones y propiedades fundam en­
tales y generales de la personalidad como congénitas y
como dadas, casi siempre, en la disposición, no despre-
ciatnos, de ninguna manera, la im portancia que tiene,
en su desarrollo, lá influencia del am biente, de la edu­
cación, de las vivencias y de las experiencias, sobre
aquellas direcciones y propiedades.
P ero n o es sólo p o r esto p o r lo q u e lo s ra sg o s a n o r­
m ale s no n e c esita n e x istir y s e r v isib les d u r a n te to d a
la vida, sin o q u e hay ta m b ié n oscilaciones, q u iz á osci­
lacio n es p e rió d ic a s del fondo no v iv enciado y n o viven-
ciable, q u e e s tá n b a sa d a s en la d isp o sic ió n . K A H N .ha
llamado la aten ció n so b re los d istin to s c u rs o s de las
p e rs o n a lid a d e s p sic o p á tic a s y h a d ife re n c ia d o «psicopa­
tía s ep isó d icas» , «psicopatías p erió d ica s» , « p sico p atías
p e rm a n e n te s » y «d esarro llo s p sico p ático s» .
Si consideramos ahora las relaciones entre determ i­
nadas personalidades y determinadas constituciones,
nos hallarem os con la doctrina de K r e t s c h m e r de la
estructura corporal y del carácter. Aquí la constitución
ofrece signos externos som atoestructurales, a los que
corresponden determinadas propiedades de la persona­
lidad. Aquí se trata, no sólo de la hipótesis de consti­
tuciones, por decirlo así, im perceptibles, sino de cons­
tituciones comprobadas visiblemente p or la estructura
corporal, por la constitución de la fachada. Como esta
doctrina constitucional de K r e t s c h m e r conduce inme­
diatam ente a una clasificación de las personalidades psi­
copáticas, nos ocuparemos de ella en el próxim o ca­
pítulo.

El punto de vista fisiológico en el estudio de los


psicópatas . No nos referimos aquí a las investigaciones
fisiológicas cerebrales sobre los afectos (W. R. H ess )
ni tam poco a las investigaciones electroencefalográfi
Estudio de los psicópatas 47

cas en psicópatas (H oncke y otros), sino al intento de


elaborar las personalidades psicopáticas a p a rtir de
com plejos sintomáticos patofisiológicos. Esta vía de in­
vestigación es todavía ínuy joven. Si prescindimos de
cuestiones marginales, se ha seguido exclusivamente
por J a h n y por Greving . Se han investigado, con pre­
ferencia, personalidades análogas a las que llamamos
nosotros asténicas, por lo que inform aremos brevemen­
te sobre los resultados en el capítulo correspondiente.
Es cierto que J a h n y G reving , sobre la base del des­
cubrim iento de un determ inado «metabolismo asténi­
co», han intentado, también, diferenciar los psicópatas
distónicos («esquizoides») y los timopáticos («cicloi­
des») y hasta, de acuerdo con K r e t s c h m e r , las enfer­
m edades correspondientes; es decir, han perseguido
este problem a, incluso, dentro del marco de las psico­
sis. El m aterial investigado es muy pequeño, y el resul­
tado obtenido está muy lejos de podernos sum inistrar
una base fundamental para el estudio fisiológico de las
personalidades psicopáticas. Por lo demás, recientemen­
te, también el propio K r e t s c h m e r y sus alumnos han
im prim ido un carácter cáda vez más fisiológico a sus
investigaciones.
La interpretación sistem ática de los descubrimientos
fisiológicos es difícil. H abrá que preguntarse siempre
si el trastorno hallado es la causa o la consecuencia de
los rasgos y de las quejas psicopáticas, o si deben de­
jarse, uno junto a otro, ambos fenómenos, con el mis
mo derecho, como expresión común, como los dos as­
pectos de la totalidad psicofísica. J a h n se ha expresado
a favor dé la tercera de estas hipótesis. Tales intentos
de interpretación están ya fuera de los límites de la
ciencia empírica, porque presuponen una determinada
actitud frente al problem a cuerpo-alma, que no es acce­
sible a una solución científica experimental.

El punto de vista genealógico en el estudio de los


psicópatas . No debe asom brar que hablemos de él en
48 Bases corporales

el capítulo sobre las bases corporales de las personali­


dades psicopáticas; es condición previa de la investiga­
ción genealógica de los psicópatas que se piense en las
personalidades psicopáticas como dependientes de lo
corporal. Actualmente, en todo caso, la investigación
genealógica de los psicópatas se dirige m ás a la cues­
tión de la herencia de las constituciones que sirven de
base a las psicopatías que a problem as aislados fisioló­
gicos o, incluso, localizatorio-cerebrales. Así, pues, está
unida del modo más íntimo a la investigación científica
constitucional.
D e n tro de la investigación genealógica de los p si­
c ó p a ta s, p u e d e n d ife ren c iarse tres distintas direcciones:
la prim era direcció n in vestiga los p s ic ó p a ta s g enealó­
g icam en te, en relació n con las psicosis. Se in te n ta h a­
lla r el p a re n te s c o de c ie rta s p e rso n a lid a d e s p sic o p á tic a s
con las p sico sis esq u iz o fré n ic a s o c ic lo tím ic a s o, ta m ­
b ién , con la epilepsia. H ay que. c ita r aq u í, e sp e c ia lm e n ­
te, l o s tra b a jo s de H offmann , ligados de u n m o d o es­
tre c h o a los de K r e t s c h m e r . E l h ech o d e q u e S t u m pfl ,
V. B aeyer y R iedel no h ay an e n c o n tra d o a u m e n to de
la fre c u e n c ia de las psicosis en el c írc u lo h e re d ita rio
de los p sic ó p a ta s h a b la c o n tra el c o n c ep to de K r e t s c h ­
m e r de q u e las p sic o p a tía s sean a te n u a c io n e s d e las p si­
cosis. E n el se n tid o de K leist , tr a b a ja r o n e n n u e s tro
c a m p o A. S c h n e id e r , P e r c h y G eru m . Los d ife re n te s
p u n to s d e vista d esd e los q u e se h a p la n te a d o la cues­
tió n influyen evid en tem en te, y de u n m o d o d ecisiv o , las
re s p u e s ta s .
Una segunda dirección de los trabajos genealógicGjs
parte de las unidades criminológicas. Este grupo sólo
tiene, por tanto, relaciones m ediatas con el problem a
de los psicópatas, por lo que tampoco citarem os aquí
trabajos aislados. Este segundo grupo de investigacio­
nes genealógicas de criminales y, dentro de este marco,
tam bién de psicópatas, asienta sobre un terreno sólido,
puesto que parte de individuos que pueden estudiarse
objetiva y documentalmente por sus tendencias antiso-
Estudio de los psicópatas 49

cíales y, en gran parte, tienen a la vista miembros cri­


minales de la familia, de los que también existen datos
oficiales.
La tercera dirección: la investigación genealógica
pura e inmediata de los psicópatas, tropieza con gran­
des dificultades. La relativa rareza de los tipos puros,
la inseguridad en el manejo de los conceptos, las dife­
rencias en la apreciación personal, la dificultad—inclu­
so en investigaciones de larga duración—de juzgar de
un modo unívoco las personalidades, la actitud circuns­
tancial de los psicópatas durante la exploración y, final­
mente, la tentativa—casi siempre sin esperanza—de
com prender las personalidades a p a rtir de descripcio­
nes—es decir, en su mayor parte, de juicios de valor—
de terceras personas, son los obstáculos principales. Es
indispensable un conocimiento directo, lo más exacto
posible, de toda persona aislada que se quiera enjuiciar
caracterológicamente; pero, p a r otra parte, es imposible
que los trabajos así planteados puedan abarcar gran­
des números. Es imposible, en efecto, con el m ism o ma­
terial dedicarse al estudio de la estadística y de la psi­
cología. Investigaciones genealógicas generales en los
psicópatas, sin tener en cuenta las psicosis y sin pun­
tos de vista criminológicos, han sido realizados por
B erlit y R iedel . L otting y, en gran medida, S tum ffl
emplean el método de los gemelos. B erlit apenas llega
a resultados apreciables, y R iedel deduce, con razón,
de sus investigaciones—para las cuales parte de nues­
tra clasificación de los psicópatas—que los tipos psico­
páticos, vistos de u n modo puram ente psicológico, «no
parece que puedan considerarse, heredobiológicamente
(por ejemplo, en el sentido de grupos radicales mix­
tos), ni como equivalentes, ni como igualmente homo­
géneos».
En la p a rte especial, c ita re m o s to d av ía m u ch a s in­
vestigaciones genealógicas so b re tip o s p sic o p á tic o s ais­
lados. H ag am o s m ención de q u e S tum pfl , P anse y H ein -
ze escrib ie ro n sen d as reseñ as, m uy com p letas, sobre
SC H N EID ER ,----A
50 Clasificación de las psicopatías

la s in v estig acio n es genealógicas d e p sic ó p a ta s rea liz a ­


d a s h a s ta la a c tu a lid a d , e n las q u e se d e ta lla n to d o s los
tra b a jo s . U na in te g rid a d se m e ja n te e stá fu e ra d e n u e s ­
t r a ta re a , d irig id a so b re to d o al a sp e c to clínico. P o r lo
d em ás, el am p lio tra b a jo de P anse in fo rm a tam b ié n ,
con m u ch o d e te n im ie n to , sobre la clínica de las p sic o ­
p a tía s. .

3. CLASIFICACION DE LAS PERSONALIDADES


PSICOPATICAS

Puede renunciarse, como hacen S c h r o d e r , L iebold


y H e in z e , a una descripción especial de los tipos ca-
racterológicos psicopáticos, y considerar como esencial
sólo los análisis aislados. Veremos más tarde con arre­
glo a qué punto de vista intenta ésta la com prensión
de los psicópatas aislados. Es posible, -también, poner
de relieve las propiedades esenciales, comunes quizá, a
todas las personalidades psicopáticas. E ntre los ensa­
yos realizados en este sentido, m erecen citarse, sobre
todo, los de B irnbaum . E s totalm ente extraño a la rea­
lidad el intento de K lages—con el que, hasta cierto pun­
to, está también de acuerdo Z utt —de co n stru ir una
sola form a de psicopatía; esto es, de ver, en general, la
esencia de «la» psicopatía en el conflicto entre parecer
y ser, en el constante engañarse a sí mismo, necesario
para la vida. Por lo menos una Patocaracterología sim­
plemente descriptiva, sobre todo fenomenológicamente
descriptiva, no puede llegar a tales resultados. A lo
sumo, pueden alcanzarse por el camino de lá interpre­
tación constructiva, de la cual nos m antenem os apar­
tados.

E l sistema degenerativo de K o c h . A ntes de o c u ­


p am o s d e las d istin ta s p o sib ilid a d e s y clases d e d o c tri­
nas tip o ló g icas y de in fo rm a r s o b re las clasificaciones
íx isten te s, d eb em o s h a b la r de la clasificación n o tip o ­
Sistema de Koch 51

lógica d e K o c h , a la que sirv e de base la c o n stru c c ió n


de u n sistema general de degeneración, y q u e, c ie rta ­
m ente, sólo co n serv a u n a im p o rta n c ia h istó ric a .
Debemos a K o c h la prim era descripción sintética
de las psicopatías y el reconocimiento de su im portan
cia. Esto tuvo lugar ya en 1888, en su m anual, y más
detalladamente de 1891 a 1893, en su conocida mono­
grafía sobre las «inferioridades psicopáticas». La expre­
sión de K o c h , «inferioridad», que debe expresar «siem­
pre sólo algo relativo», ha conducido a interpretaciones
erróneas. Es cierto que K o c h no se basa en juicios
de valor morales, sino sociales; pero, no obstante, aque­
lla expresión es interpretada fácilmente en el sentido
moral, y es mejor, por eso, evitarla. Antes de K o c h ,
sólo se h a prestado atención a manifestaciones psicopá­
ticas aisladas: la «moral insanity», los trastornos obse­
sivos, la hipocondría, etc. Ciertamente, bajo el nombre
de histerism o y-de neurastenia, se ha descrito mucho
de lo que hoy se incluye en las psicopatías. También
se describieron ocasionalmente personalidades psicopá­
ticas aisladas; sin embargo, esto sucedía raram ente, y
los numerosos casos forenses comunicados en la lite­
ratura psiquiátrica antigua se referían a psicosis con
una frecuencia extraordinaria. Es fácilmente compren­
sible el motivo de que escapasen muchas veces a los
antiguos alienistas las personalidades psicopáticas; sólo
en raras ocasiones ingresaban en los manicomios, y úni­
camente cuando se trasladó a la clínica el centro de
gravedad de la investigación, se adquirieron las expe­
riencias correspondientes y aum entó el interés p or ta­
les problemas.
También K o c h pudo menos realizar sus estudios en
su manicomio que en la vida. Las construcciones que
sirvieron de base a sus observaciones han pasado ya;
pero, todavía en la actualidad, representan un estímulo
imperecedero. Hemos dicho ya que sólo interesan aquí
las inferioridades psicopáticas congénitas y perm anen­
tes, porque únicamente ellas coinciden con el concepto
52 Clasificación de las psicopatías
\[
aq u í d e s a rro lla d o de las p e rso n a lid a d e s p sic o p á tic a s.
E stas in fe rio rid a d e s p sic o p á tic a s c o n g é n itas y p e rm a ­
n e n te s s o n d iv id id as p o r K o c h en tres form as gradual­
mente diferentes:
La primera, la disposición psicopática congénita,
comprende, aproximadamente, lo que describirem os co­
mo psicópatas asténicos, es decir, individuos con «deli­
cadeza psíquica». Lá segunda forma, la tara psíquica
congénita, abarca, poco más o menos, todos los restan­
tes psicópatas. És significativo que K o c h intente sepa­
rar tales inferioridades de las variaciones caracteroló-
gicas, a las que sólo se asemejan, m ientras que—para
nosotros—son estas mismas. El profano considera a di­
chas personas como «niños sensibles, holgazanes, crue­
les, traviesos, incorregibles; más tarde, como hipócri­
tas rencorosos, como soñadores tímidos, estrafalarios
caprichosos, exaltados, talentos incom prendidos, genios
malogrados, alborotadores, etc., cuando no solamente
como individuos malvados e inaccesibles a toda correc­
ción». En el problema de la diferenciación de las pro­
piedades «fisiológicas» del carácter, concede K o c h mu­
cho valor a que, «simplemente en una manifestación
única», no se expresa ninguna tara psicopática. Dentro
del m arco de esta segunda forma, se encuentran esbo­
zos caracterológicos: una clasificación en naturalezas
débiles—o, mejor, débiles irritables—, enérgicas, y, en­
tre ambas, las obtusas. A K o c h le parece prem aturo
sobrepasar esta prim era clasificación; sin embargo, se
tropieza constantem ente con ciertas configuraciones tí­
picas: «Las almas impresionables, los sentim entalistas
lacrimosos, los soñadores y fantásticos, los huraños, los
apocados, los escrupulosos morales, los delicados y sus­
ceptibles, los caprichosos, los exaltados y los excéntri­
cos, los justicieros, los reform adores del estado y del
mundo, los tercos y los porfiados, los orgullosos, los in­
discretos, los burlones, los vanidosos y los presum idos,
los trotacalles y los noveleros, los inquietos, los malva­
dos, los estrafalarios, los coleccionistas y los invento­
Doctrinas tipológicas 53

res, los genios fracasados y no fracasados.» En parte,


pertenecen éstos a las naturalezas enérgicas; en parte,
a las débiles, y, en parte, a ambas. La tercera forma, la
degeneración psicopática congénita, comprende los es­
tados de debilidad intelectual y moral. Junto con la pri­
mera, sobrepasa, en nuestro sentido, los límites de las
personalidades psicopáticas. También aquí coexisten
siempre otras inferioridades psicopáticas. Todos estos
estados son interpretados como «dificultades condicio­
nadas por alteraciones patológicas orgánicas»; en suma,
como inferioridades congénitas de la constitución ce­
rebral.

D o c trin a s tip o ló g ic a s p o sib les. Al pasar a las doc­


trinas tipológicas existentes, hay que tener en cuenta
que son posibles distintas clases. Por una parte, se pue
den ordenar en serie, unos junto a otros, tipos asiste-
máticos de personalidades psicopáticas, tipos esencial­
mente incomparables, caracterizados y designados sólo
por sus rasgos más sobresalientes, y, por otra parte, se
pueden ensayar doctrinas tipológicas sistemáticas. Es­
tas últimas pueden imaginarse también de distintos mo­
dos. Es posible derivar tipos de personalidades psico­
páticas a p a rtir de distintas propiedades psíquicas fun­
damentales. Para ello, se utiliza, frecuentemente, la idea
directriz de una estructura estratiforme de la persona­
lidad. Puede llegarse a la diferenciación de tipos psico­
páticos comparables entre sí, desde el punto de vista
del modo de elaborarse las vivencias; esto es lo que
llamamos nosotros una tipología reactiva. Finalmente,
se puede pasar por encima de lo psicológico y, teniendo
en cuenta la constitución corporal y las relaciones ge­
nealógicas, establecer tipos constitucionales.
A las doctrinas tipológicas asistemáticas pertenecen
las clasificaciones de los psicópatas habituales en todos
los manuales psiquiátricos, a p a rtir de K ra e p e lin , Tam­
bién nosotros nos proponemos desarrollar aquí una
doctrina asistemática. Una doctrina tipológica asistemá-
54 Clasificación de las psicopatías

tica, derivada de ciertas propiedades fundam entales, es


]a de G r u h l e . T r a m e r intenta cim entar tam bién en un
sistema nuestra propia doctrina tipológica, elaborada
de un modo asistemático. H o m b u rg e r y K a h n exponen
doctrinas tipológicas sistemáticas, desde el punto de vis­
ta de la estructura en capas de la personalidad. Tam­
bién debe citarse aquí a J. H, S c h u l t z . Lo más impor­
tante en las discusiones fundamentales sobre éste tema
se debe a K ü h n . K r e t s c h m e r ha expuesto una doctri­
na tipológica sistem ática sobre la base de la elabora­
ción de las vivencias, a la que se ha adherido E w ald .
Finalmente, es tam bién de K r e t s c h m e r una doctrina
tipológica constitucional.

D o c tr in a s tip o ló g ic a s a s is te m á tic a s . Comenzare­


mos con unas consideraciones sobre las doctrinas tipo­
lógicas asistemáticas. No resulta fácil la descripción,
porque muchos clínicos incluyen algunas de las perso­
nalidades psicopáticas en la psicosis maníaco-depresiva,
en las reacciones psíquicas anormales, en los desarro­
llos páranoides, en la neurastenia y en la histeria. Por
tanto, lio siempre coincide el capítulo de los manuales
consagrados a las personalidades psicopáticas con lo
que nosotros describimos aquí. Nuestro resum en—de
ninguna m anera completo—se esfuerza, ante todo, en
atender a lo que también encontramos dentro de nues­
tra propia tipología psicopática.
En la quinta edición (1896) del manual de K r aepelin ,
que ya antes había tratado de la crim inalidad congénita
y de la homosexualidad, aparecen «los estados psicopá­
ticos», entre los cuales, junto a los estados obsesivos,
la locura impulsiva y la homosexualidad, se incluye la
«distimia constitucional». En la séptim a edición (t. II,
1904), se incluye ésta, con la «excitación constitucional»,
en los «estados patológicos originarios», y aparece un
nuevo capítulo: «Las personalidades psicopáticas», con­
teniendo los criminales congénitos—que antes se ha­
bían incluido en la oligofrenia—, los inconstantes, los
Doctrinas tipológicas 55

embusteros y farsantes y los seudolitigantes. Sólo en


la octava edición (t. IV, 1915), pasan la distim ia y la
excitación constitucional a la locura maníaco-depresiva.
Entonces se llaman «predisposición depresiva» y «pre­
disposición maníaca», a las que se agrega, como mezcla,
la «predisposición excitable» y, además, la «predispo­
sición ciclotímica». El núm ero de tipos de personalida­
des psicopáticas fue aumentando; «cada una de las dis­
tintas anomalías psíquicas puede ocupar alguna vez el
prim er plano del cuadro clínico». El núm ero es, por
tanto, incalculable. K raepelin hace tam bién una selec­
ción, según el punto de vista de la importancia psiquiá­
trica, y sólo describe aquellos tipos que llegan frecuen­
tem ente a ser observados por los alienistas. Otros, «por
ejemplo, los ilusos, los estéticos, los románticos y fa­
náticos, los exaltados y muchos otros», faltan. Los tipos
detenidam ente descritos son los excitables, los incons­
tantes, los impulsivos, los extravagantes, los embuste­
ros y farsantes, los enemigos de la sociedad y los pen­
dencieros. La nerviosidad, la neurosis obsesiva, la locura
impulsiva y las aberraciones sexuales, se describen en­
tre los «estados patológicos originarios»; la neurosis de
ansiedad y la delusión de los litigantes, entre las enfer­
m edades «psicógenas». La histeria y la paranoia form an
sendos grupos por sí solas.
B leuler (1) clasifica las psicopatías en nerviosidad,
desviaciones del instinto sexual, excitabilidad anormal,
inconstancia, impulsos especiales, extravagancia, seu-
dología fantástica (embusteros y farsantes), desviacio­
nes éticas constitucionales (enemigos de la sociedad,
antisociales, oligofrénicos morales, idiotas e imbéciles
morales, «moral insanity») e inclinación a las penden­
cias (seudolitigantes). Para él, también, las distimias
constitucionales pertenecen a la locura maníaco-depre­
siva. A la tercera form a la llama, certeram ente, «disti­
mia» irritable. El «cambio de tem peram ento constitu-
(1) Véase B l e u l e r : Afectividad, Sugestibilidad, Paranoia, Mo-
rata, Madrid.
56 Clasificación de las psicopatías

cional», so b re todo en la ép o ca de la p u b e rta d , fue


a ñ a d id o re c ie n te m e n te . La h iste ria , la n e u ra s te n ia , la
n e u ro sis d e an sie d a d y la n e u ro s is obsesiva p e rte n ec e n ,
seg ú n él, a los «síndrom es n e u ró tico s» , d e n tro d e l m ar­
co de las «reacciones pato ló g icas» , en las q u e se inclu­
yen ta m b ié n la p a ra n o ia, la lo c u ra im p u lsiv a y la delu­
sión d e lo s litig an tes.
R e ic h a r d t divide las p e rso n a lid a d e s p s ic o p á tic a s en
la n e u ra s te n ia endógena' (c o n stitu c io n a l), la p re d is p o s i­
ción n e u ró tic a obsesiva y n e u ro sis o b sesiv a, la p re d is ­
p o sició n h ip o c o n d ría c a e h ip o c o n d ría , la ex c itab ilid a d
a n o rm a l c o n stitu c io n al, la irrita b ilid a d y te n d e n c ia a
rea c c io n e s coléricas, la in e sta b ilid a d , la in c o n s ta n c ia y
d e b ilid a d d e la v o lu n tad , el c a rá c te r h isté ric o , la incli­
n a c ió n p a to ló g ic a a las p e n d e n c ia s y a la ex trav ag an cia,
la s a n o m a lía s c o n stitu c io n ale s de los in s tin to s y la lla­
m ad a lo c u ra im pulsiva, la lla m a d a o lig o fre n ia m o ra l y
los c rim in a le s n ato s y los enem igos de la so c ie d a d . Tam ­
b ié n a q u í lo s so lam en te e u fó rico s, los p re s u n tu o s o s , los
in fa tig a b le s y los irrita b le s , así com o los d ep resiv o s,
p e rte n e c e n al círculo de fo rm a s d e las p re d isp o sic io n e s
m a n ía c a s y d ep resiv as (cicloides). La n e u ro s is d e ansie­
d a d a p a re c e e n tre las rea c c io n e s p sic o p á tic a s. L as en­
fe rm e d a d e s y reacciones p a ra n o id e s fo rm a n u n grupo
a p a rte .
B um ke , q u e se apoya e n n u e s tr a tip o lo g ía, d e scrib e,
com o « tip o s psico p ático s» , los sig u ie n te s: esquizoides
(fa n á tic o s esquizoides, m a lh u m o ra d o s, frío s, enem igos
d e la so cied ad , « m oral in san ity » ), tim ópaitas (h ip ertím i-
cos, d istím ico s, lábiles d e án im o , m a lh u m o ra d o s , sin tó ­
nicos, eg o ístas, im p re sio n a b le s, a rtis ta s s e n tim e n ta le s y
a n g u stia d o s), an an cástico s, p e rs o n a lid a d e s p a ra n o id e s,
n e c e sita d o s de estim ació n , in su ficien tes (en s e n tid o ob­
je tiv o ), in c o n sta n te s y p s ic ó p a ta s e x citab les e irrita b le s
(p o rió m a n o s y d ip só m an o s). E n tre los « e sta d o s, a c titu ­
d e s y d e sa rro llo s p sico p ático s» , d e s c rib e —e n rela ció n
c o n lo q u e in te re s a p a ra n u e s tro te m a — la n e rv io sid a d ,
los c u a d ro s h ip o co n d ríaco s, los e s ta d o s ob sesiv o s, la
Doctrinas tipológicas 57

seudología fantástica y la delusión de los litigantes. La


«constitución pícnico-timopática» se estudia, también,
junto con las psicosis maníaco-depresivas.
G r u h l e , q u e ha d e s a rro lla d o d istin ta s clasificacio­
n es de los p sic ó p a tas, y cuya d o c trin a tip o ló g ica siste ­
m átic a m en c io n are m o s e n seguida, dio ú ltim a m e n te , en
el m an u a l de W eygandt, con in ten ció n evidente, u n a
descrip ció n d esen v u elta y lle n a de vida de las sig u ien tes
fo rm as: h ip e rv ita le s— e sta fa d o re s— ; seudología f a n tá s ­
tica; erético s y tó rp id o s; d o m in a d o res é in c o n s ta n te s
—tro ta m a n ic o m io s—frío s (crim in ale s n a to s) y se n tim e n ­
tales—p ro b le m a de la «m oral insanity»; h ip o co n d ríac o s,
p sicastén ico s y a n a n cá stic o s— ; ta rta m u d o s ; p a ra n o id e s
y litig an tes; fa n tá s tic o s y fan á tic o s; c a ra c te re s h is té ri­
cos; esquizoides y e p ilep to id es.
Sirven ya a fines particulares las vivas descripciones
de los psicópatas jóvenes de L. S c h o l z . S us tipos son:
los indolentes, depresivos, maníacos, periódicos,' afecti­
vos, impulsivos, inconstantes, extravagantes, fantásticos
y embusteros, obsesivos, inferiores morales y anorm a­
les sexuales. También corresponde aquí la clasificación
de T obben en excitables, inconstantes, impulsivos, extra­
vagantes],. embusteros y farsantes, enemigos de la socie­
dad, pendencieros, nerviosos, personalidades histéricas
y neurasténicas. Está influida, en algunos puntos, por
nuestra clasificación propia, la de H omburger , que dis­
tingue, en su Psicopatología del niño, los nerviosos, los
angustiados, los débiles de voluntad e inconstantes, los
desalmados y fríos, los irritables, los disarmónicos, la
histeria, los enfermos con representaciones obsesivas y
los sensitivos. T ramer dio a conocer, en su Psiquiatría
de la infancia (1), una doctrina tipológica sistemática,
de la que citaremos su prim era formulación.
Hay tam bién agrupaciones de los psicópatas, según
puntos de vista sociales. Surgieron, por ejemplo, duran­
te la guerra mundial, de acuerdo con las necesidades

(1) Edición esp., Morata, Madrid, 1946. (JV. del T.)


58 Clasificación de las psicopatías

m ilitares. W oixenberg distingue, a este respecto, «los


que fracasan» y «los que perturban», y los califica, en
detalle, como los débiles, los coléricos, los inestables,
los distímicos, los ajenos a la realidad—entre los cuales
incluye a los seudólogos—, los extravagantes—a los
cuales pertenecen tam bién los fanáticos, paranoides y
pendencieros—y, finalmente, los imbéciles. También As-
chaffenburg ha agrupado los soldados psicopáticos, se­
gún puntos de vista prácticos. Separa, por una parte,
como inútiles para el servicio, los depresivos constitu­
cionales, los enfermos obsesivos y los ajenos a la reali­
dad, y, por otra parte, los fantásticos, los fanáticos, los
excitables, los inconstantes, los em busteros patológicos
y los anormales sexuales. "
Los nombres, muchas veces idénticos, no deben en­
gañarnos sobre la diferencia real de tas clasificaciones
y de sus contenidos. El mismo nom bre expresa, a me­
nudo, cosas sumamente distintas, Una de las tareas de
la parte especial será la de fijar un uso, lo más inequí­
voco posible, para cada término.

D octrina tipológica sistemática de E n­


Gr u h l e .
tre las tipologías sistemáticas, mencionaremos, como la
primera, el intento de G r u h l e de deducir tipos: de per­
sonalidades psicopáticas a partir de ciertas propiedades
psíquicas fundamentales. Transcribimos íntegram ente
su esquema de los caracteres anormales:

1. Actividad:
a) supranorm al: tipo erético;
b) infranormal: tipo tórpido.

2. Animo fundamental:
a) alegre: manía constitucional (tam bién los
aventureros);
b) triste: depresión con ¿titucional (hipocon­
dría, neurastenia constitucional);
Doctrina de Gruhle 59

c) colérico: blasfemos, alborotadores, critico­


nes;
d) angustiado: tipo angustiado, tímido.
Sensibilidad afectiva:
a) brutalidad, dureza (criminales natos, «moral
insanity»);
b) sentimentalismo, influibilidad.
Esfera de la voluntad:
a) energía (enérgicos, desconsiderados, tira­
nos);
b) debilidad (tipo inconstante, vagabundos na­
tos, prostitutas natas).
Autorreferencia:
a) intensa (tipo desconfiado, susceptible, envi­
dioso, celoso, paranoide: ideas sobrevalo-
radas, paranoia psicopática);
b) débil (tipo confiado, ingenuo, cándido).
Elaboración del m undo externo:
a) intensam ente afirmativa: ambiciosos, estafa­
dores;
b) débil: soñadores, fantásticos (también la
seudología fantástica);
c) intensam ente negativa: fanáticos y profetas
ajenos al mundo.
Confianza en sí mismo:
a) intensa (presuntuosos, seguros, dominado­
res);
b) débil: psicastenia (sentimiento de insuficien­
cia, inseguridad de sí mismos, tendencia a
síntomas obsesivos, neurosis de angustia);
c) aumentada de un modo no n atu ral (falsa):
carácter histérico (mendacidad, sugestibili­
dad, teatralidad, afán de p ro d u cir sensa­
ción).
60 Clasificación de las psicopatías

La fu n d a m e n ta c ió n s is te m á tic a de n u e s tr a d o c tr i n a
tip o ló g ic a p o r T ra m e r. Este ha hecho el ensayo de
dar una base sistemática a nuestros tipos. Utiliza para
ello el punto de vista de la disposición; en el sentido de
W. S te r n , un tipo psicológico es una disposición predo­
minante, que corresponde, de una m anera comparable,
a un grupo de individuos. Diferencia la disposición del
ánimo, la disposición de la afectividad, la disposición
de la voluntad y la disposición del yo. Desde este punto
de vista, llega a la siguiente adaptación—literalm ente
transcrita—de nuestros tipos, a los cuales se atiene, in­
cluso en los detalles: '

A. L a d i s p o s i c i ó n d e l á n i m o . Se trata
aquí de la disposición que determ ina el colorido del
ánimo. No parte de los estados de ánimo de naturaleza
alegre, triste, irritada o m alhumorada, que en los suje­
tos normales se originan, con una determ inada inten­
sidad y de un modo adecuado, por la acción de estím u­
los externos o de motivos conscientes y extraconscien-
tes, es decir, de estados de ánimo que son siempre
tem porales y sólo en ocasiones m uestran brotes inten
sos, sino de la persistencia de estados de ánimo, del ha­
llarse dominada la personalidad, constantem ente, por
los mencionados estados de ánimo. Aquí existen dos
posibilidades, a saber:
a) Estabilidad del ánimo.
b) Labilidad del ánimo.
ad a) Si domina el ánimo alegre, levantado, que, a
causa de su grado y de su naturaleza, es ya una «disti-
mia», se trata, entre las personalidades psicopáticas,
de los
1. Hipertímicos. E sto s tien en , casi sie m p re , un
te m p e ra m e n to sanguíneo, que rea c c io n a de u n m odo fá ­
cil y ro tu n d o ; fre c u e n te m e n te p e rte n ec e n , p o r el h á b ito
c o rp o ra l, a los p ícn ico s, en el sen tid o de K r e t s c h m e r ,
sin que, c ie rta m e n te , ten g am o s que e n c o n tra r, de o r d i­
Doctñna de Tramer 61

nario, tipos pícnicos puros. Corresponden a ellos los hi-


pertímicos pendencieros, inconstantes y seudólogos.
Si domina el ánimo fundamental depresivo, depri­
mido, tenemos, entre los psicópatas, los
2. Depresivos. Estos tienen, aunque con menos
frecuencia que los hipertímicos el tem peram ento san­
guíneo, un tem peram ento flemático, que reacciona con
dificultad (refractario a ]a reacción). Hay depresivos
melancólicos, malhumorados, paranoides—estos últimos
con actitud desconfiada frente al ambiente y con incli­
nación a las autorreferencias—y depresivos volubles,
que van inquietos de un lugar a otro, para escapar, por
decirlo así, de sí mismos.
ad b) La labilidad del ánimo puede ser prim aria o
secundaria, esto es, originada por una hipertrofia de la
impulsividad. Como consecuencia del intenso apremio
de los impulsos, nacen frecuentemente distimias, que
sólo se apaciguan cuando el impulso ha encontrado sa­
tisfacción. Por consiguiente, tenemos que diferenciar:
3. Los lábiles de ánimo propiam ente dichos, y
4. Los impulsivos.
Del mismo modo, podemos derivar los tipos psico­
páticos de las restantes disposiciones.

B. La d i s p o s i c i ó n de la a f e c t i v i d a d .
De ella derivamos:
5. Hipotímicos y atímicos; esto es, los tipos con po­
breza, falta o inaccesibilidad de los afectos. Pertenecen
a ellos los enemigos de la sociedad y los antisociales
de K raepelin y, además, muchos de los incluidos en la
«moral insanity».
6. Tipos explosivos, con tendencia a reacciones en
corto circuito, a las descargas m otoras más violentas, a
agresiones por los motivos más insignificantes, a ata­
ques convulsivos histeriform es y a la producción de
psicosis psicógenas, como las psicosis de deseo o los
estados crepusculares. No es rara la combinación con
62 Clasificación de las .psicopatías

el alcoholismo. A éstos hay que agregar los que tienen


disposición a las pasiones. -
7. Psicópatas desconfiados-paranoides e irritados.

C . L a d i s p o s i c i ó n d e l a v o l u n t a d . Aquí
diferenciamos:
8. Débiles de voluntad y abúlicos (hipoéticos); es
decir, psicópatas asténicos, sensibles, que fracasan con
facilidad. Entre ellos se encuentran, no raram ente, los
morfinistas y otros toxicómanos. '
La verdadera energía de la voluntad es una propie­
dad positiva y, como tal, no condiciona ninguna psico­
patía. Hay que diferenciarla de la falsa, que consiste en
actos en corto circuito, en actos impulsivos y violentos,
en descargas afectivas, etc. Sus representantes se en­
cuentran en los otros tipos.

D . L a d i s p o s i c i ó n d e l y o . Aquí se obtie­
nen, todavía, dos posibilidades, según que se considere
el yo en su orientación hacia sí mismo o hacia el mundo
externo.
En relación consigo mismo, la autovaloración puede
ser demasiado pequeña o demasiado grande. En rela­
ción con el m undo externo, el individuo puede tener la
voluntad de modificarlo o de luchar contra él, y esto
todavía dé un modo activo o pasivo; en este últim o caso,
por el ejemplo, la resignación, la tolerancia o la volun­
tad de hacerse valer en él, pero sin querer modificarlo.
De acuerdo con esto, tenemos:
9. Fanáticos psicopáticos activos, como los refor­
m adores activos, ciertos revolucionarios, los fundado­
res de sectas, los seudoprofetas, los hom bres de acción
psicopáticos. La disposición a las pasiones desempeña
aquí un gran papel.
10. Fanáticos psicopáticos pasivos: ciertos m ártires
religiosos, apóstoles de la paz, que se m antienen con
pasión en sus ideas, muchas veces extravagantes.
11. Necesitados de estimación, que se distinguen
Tipología de Homburger 63

por sus adornos fantasiosos, por su jactancia, su pueri­


lidad, su teatralidad y su modo de ser excéntrico. Es­
tán en relación con las psicosis histéricas.
12. Psicópatas irresolutos o quejumbrosos. Son in­
dividuos inseguros, que dudan de sí mismos, llenos de
sentim ientos de insuficiencia; muy sensibles a las vi­
vencias afectivas, que elaboran durante mucho tiempo,
sin llegar a ninguna conclusión y sin poder desechar­
las; es decir, individuos que poseen una capacidad de
impresión, una capacidad de retención y una actividad
intrapsíquica aumentadas, junto a una capacidad de
derivación disminuida (K r e t s c h m e r ). Aquí pertenecen
tam bién los que padecen «estados obsesivos».

L a tipología estratiform e de H omburger . De


acuerdo con la tendencia, tan difundida actualm ente, a
tra b a jar en Psicopatología y Caracterología con la ima­
gen de las capas o los estratos, se han clasificado tam ­
bién las personalidades psicopáticas según estos puntos
de vista. Tales sistemas han sido expuestos al mismo
tiempo por H omburger , p or K a h n y, en cierto modo,
tam bién por J. H. S c h u l t z . Todos ellos utilizan tam ­
bién nuestros conceptos.
H omburger diferencia partes formales siniples de
la personalidad, como el ánimo básico vital, el curso
del ánimo, la impulsión al rendimiento, el tempo vital
y su influencia sobre el curso del rendimiento. Frente
a éstas, sitúa las conexiones psíquicas que intervienen
en las relaciones entre el yo y el mundo externo; y en
ellas diferencia, de nuevo, las relaciones simples entre
el yo y el mundo externo (como el sentido de la reali­
dad, las relaciones afectivas sociales, la formación y
conservación de fines vitales) y las relaciones comple­
jas entre el yo y el m undo externo (como, p or una par­
te, la capacidad de rendimiento, la productividad, la
capacidad de adaptación y, por otra parte, la. diferen­
ciación psíquica y la homogeneidad de la contextura
psíquica). En todas estas esferas funcionales existen va-
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66 Clasificación de las psicopatías

riedades. En el cuadro anterior se m uestra cómo, a p a r­


tir de aquí, se desarrollan las personalidades psicopá­
ticas.

La tipología estratiforme de También


Kahn.
K a h n ha construido, de acuerdo con los puntos de vis­
ta de la estratificación, su sistema, extraordinariam ente
minucioso, de las personalidades psicopáticas, que nos
es imposible exponer en su totalidad. Adopta, como
punto de partida, la siguiente clasificación: nerviosos,
angustiados, sensibles, obsesivos, excitables, hipertími-
cos, depresivos, lábiles de ánimo, fríos, débiles de vo­
luntad, impulsivos, perversos sexuales, histéricos, fan­
tásticos, obstinados y extravagantes; es decir, en gran
parte, nuestros tipos; pero después intenta considerar
los de un modo analítico-estructural. En p rim er lugar,
enfoca las personalidades psicopáticas p o r el lado de
los impulsos, y describe los impulsivos, los débiles de
impulsos y los psicópatas sexuales. Después, los consi­
dera por el lado del temperamento, y establece, en esen­
cia, como psicópatas distímicos o tipos tem peram enta­
les psicopáticos, los siguientes:

1 . Hipertímicos.

a) Vivaces (taquitím icos)


b) Excitables.
c) Explosivos.
dj Irritables.
e) Alegres (eufóricos).

2. Hipotimicos.

A) Atímicos.
f) Flemáticos.
g) Obtusos.
h) Fríos.
i) Desalmados.
Tipología de Schultz 67

B) Disfóricos.
k) Angustiados (tímidos y fóbicos).
I) Malhumorados.
m) Tristes.

3. Poiquilotímicos.

n) Lábiles de ánimo, autóctonos.


o) Lábiles de ánimo, reactivos.

Finalmente, considera las personalidades psicopáti­


cas p o r el lado del carácter. Habla entonces, de acuerdo
con B o s tro e m , de psicópatas distónicos. Carácter sig­
nifica gobierno finalista de la personalidad, y, en ver­
dad, las dos finalidades posibles son el propio yo y el
mundo externo. El aumento de la dedicación al yo es
un signo típico de los caracteres psicopáticos. En de­
talle, llega el anterior esquema. (Véase cuadro de la
página 65.)
Por tanto, hay que considerar a toda personalidad
desde el punto de vista de su vida impulsiva, de su
tem peram ento y de su carácter; y de acuerdo con ello,
existen psicópatas de los impulsos, psicópatas del tem­
peramento (distím icos) y psicópatas del carácter (dis­
tónicos). Sin embargo, K a h n no logra deducir de este
sistema, ampliamente ajustado en sus ideas fundamen­
tales a los conceptos de E w a l d , las personalidades psi­
copáticas clínicamente im portantes, sino que establece
todavía tipos complejos, como la inconstancia psicopá­
tica, los autistas fríos, los psicópatas anancásticos, sen­
sitivos, histéricos, hipocondríacos, pendencieros, extra­
vagantes y asténicos, que sólo ulteriorm ente analiza con
arreglo a aquellos tres puntos de vista.

L a tipología estratiform e de J. H. S c h u l t z . En
realidad, J. H. S c h u l t z aplica su punto de vista de la
estratificación a la nerviosidad constitucional. Pero ésta
es concebida de un modo tan amplio que abarca todas
68 Clasificación de tas psicopatías

las propiedades psicopáticas, exactamente lo m ismo que


comprendía todo lo psicopático el antiguo concepto de
neurastenia. S c h u l t z distingue propiedades neuropáti-
cas y psicopáticas, y en ambas, a su vez, distintas capas.
En las propiedades psicopáticas hay cuatro capas. No
podemos entrar en detalles sobre todo lo que contiene
cada una de estas capas. Lo siguiente es sólo una selec­
ción: la más profunda contiene los trastornos de la ca­
pacidad de notación y de la atención, los trastornos de
la dotación intelectual, las distimias periódicas y la ac­
titud paranoide. La segunda contiene la depresión vital,
los estados obsesivos y la psicopatología sexual. La ter­
cera, los sentimientos psíquicos, las reacciones a la si­
tuación y la abulia. La capa más elevada contiene la
esfera del valor propio, los sentimientos de culpa y las
tensiones por conflictos. Todavía, entre las propiedades
n e u r o p á t i c a s — ciertam ente de la capa más elevada—, se

mencionan, entre otros, los estados del soñar despierto


y de fuga y, también, los estados de angustia. Como se
ve, este modo de consideración no es caracterología),
sino piscopatológico general. Moos, de acuerdo con
S c h u l t z , ha hecho una descripción biográfica de un
delincuente psicopático contra la moralidad.

La tipología reactiva de K r e t s c h m e r . Nos ocupar


remos ahora de otra forwia... de doctrina, tipológica siste­
mática: deí intento de K r e t s c h m e r de considerar, co­
mo base de los tipos psicopáticos, los distintos modos
de elaboración de las vivencias. Se tra ta de una doctrina
tipológica dinámica. Las ideas fundam entales son las
siguientes:
A K r e t s c h m e r le pareció muy frágil, en la clasifica­
ción corriente de los psicópatas, la colocación, unas e
junto a otras, de «magnitudes inconmensurables», como

—por ejemplo—la histeria y la delusión de los litigan­
tes. En lugar de ello, propuso tom ar como base la es­
tru ctu ra psicológica de "las formas de reacción psico­
páticas, de acuerdo con el «único modo correcto de
Tipología de Kretschmer 69

representarse el alma; esto es, como un movimiento


temporal, como un juego complicado de reacciones, que
nacen de nuevo constantem ente y que persisten en sus
efectos, a estímulos externos que no cesan de renovar­
se». Estos estímulos externos son las vivencias. Propie­
dades de un carácter son sus posibilidades de reacción.
K r e t s c h m e r sustituye así «el punto de vista estático y
m aterializador por el genético y dinámico». El carácter
no es considerado como una magnitud por sí, sino «en
su relación vital con la vivencia». Esto tiene la. ventaja
de la comparabilidad de las propiedades caracteroló-
gicas. La doctrina reactiva puede desarrollarse indepen­
dientemente de la doctrina caracterológica, aunque las
formas particulares de reacción sean típicas p ara de­
term inados caracteres. En el paso de una vivencia por
el alma, se pub4e diferenciar: la recepción, la deten­
ción, la elaboración y la liquidación. Las fuerzas co­
rrespondientes son: la capacidad de impresión, la capa­
cidad de retención, la actividad intrapsíquica y la ca­
pacidad de derivación.
Junto a los modos, de yivenciar puram ente esténico
y puram ente asténico, hay tres formas de^ reacción: la
primera es la reacción primitiva. Se recoge la vivencia
e, inmediatamente; se elimina de nuevo «en form a de
una reacción». Está form a He reacción es inespecífica y
se encuentra en los caracteres psicopáticos más distin­
tos; sin embargo, presta su sello a ciertos grupos carac-
terológicos. La fórmula caracterológica reza: Facilidad
de impresión y de expresión, con retención defectuosa.
Pertenecen aquí los explosivos e inconstantes, los oligo-
frenicos morales, los criminales, los impulsivos, etc. «Su
curso vital psíquico se descompone en actos aislados,
más o menos inconexos, dados por la situación.» Hay
tam bién reacciones prim itivas «prolongadas», «desvia­
ciones» a lo paraconsciente, antes de que el estímulo
vivencial sea plenam ente recogido y elaborado p o r la
conciencia total. Esta subforma, correspondiente a los
mecanismos histéricos, es tam bién inespecífica; prefiere.
70 Clasificación de las psicopatías

sin embargo, los caracteres primitivos: los explosivos,


los inconstantes y, en general, los no m aduros.
La segunda forma de reacción es la reacción expan­
siva. Aquí existe una alta dosis de capacidad de reten­
ción. Es propia de caracteres franca y m arcadam ente
esténicos. Las vivencias son activadas intrapsíquicam en­
te con”*fespecial tenacidad. Ahora bien: m ientras el ex­
pansivo sano es alegre, despreocupado y desconsidera­
do, en el expansivo psicopático existe una «espinaos-
ténica»; es vulnerable e hipersensible. La causa de la
reacción anormal es siempre* el conflicto externo del in­
dividuo im potente frente a la organización sólida y to­
dopoderosa de la sociedad. Sobre este terreno, crecen
la neurosis de lucha y la paranoia de lucha.
La tercera forma, la reacción sensitiva, está carac­
terizada por la retención consciente de grupos de re­
presentaciones intensamente afectivas, con una viva ac­
tividad intrapsíquica y una defectuosa capacidad de
derivación. También aquí existe una capacidad de im­
presión aumentada, pero no existe ninguna posibilidad
de descarga; de este modo, se produce la «contención*.
Se t r a t a de personas cavilosas, escrupulosas, sensibles,
blandas, angustiadas, inseguras, coartadas. Son profun­
dam ente impresionables y elaboran las vivencias de un
modo callado y persistente. Aunque tienden más al lado
asténico, existe en ellos una «espina esténica». No se
entregan, sufriendo inactivamente, a la acción de la vi­
vencia, sino que son arrastrados a un conflicto interno
por una delicada conciencia de culpabilidad y p or una
preocupación ética. Lo que conduce a reacciones
l e s

anorm ales es la vivencia de la insuficiencia ética, inter­


n a m e n hum illante. Sobre este terreno, crece la neuro­
t e

sis obsesiva y la delusión sensitiva de autorreferencia.


La reacción sensitiva está próxima a la form a de reac­
ción puramente asténica; estos individuos ya no son
tam poco capaces de contención, sino seres im presio­
nables, débiles de voluntad, «sin cáscara», que sufren
Tipología de Ewald 71

bajo los embates de la vida, sin poder defenderse con­


tra ellos.
K r e t s c h m e r , dentro del m arco de su «psicobiogra-
ma», ha expuesto, de un modo todavía más conciso y
más sistemático, estas form as de elaborar las vivencias.
Nos hace saber que la reacción prim itiva es inespecífi­
ca, por lo que no puede equipararse a las reacciones
expansiva y ¡sensitiva, que afectan a personalidades cla­
ramente opuestas. K r e t s c h m e r , entonces, ha separado
también la reacción prim itiva de las «reacciones especí­
ficas de la personalidad» expansiva y sensitiva, y ha colo­
cado, frente a ella, apoyándose en una crítica nuestra, la
reacción consciente. E n estas dos clases de reacciones
que dependen de la proporción entre lo impulsivo y lo
«racional», incluye K r e t s c h m e r , como nuevos grupos,
desde el punto de vista de la «actitud vital», las formas
esténica simple y asténica simple y, como form as de
contraste, la expansiva y la sensitiva. Como se ha dicho
ya anteriorm ente, la expansión es fundam entalm ente es­
ténica, con un polo contrario asténico; la sensitiva, fun­
dam entalm ente asténica, con un polo contrario esténico.
Se añaden, después, la actitud mediadora del concilia­
dor y capaz de adaptación y la actitud vital evasiva, con
tendencia a la falsedad y a la teatralidad, que resulta
interesante a causa de su relación con el carácter his­
térico.

L a tipología reactiva de E wald. Este autor se ajus­


tó estrecham ente a la prim itiva tipología reactiva de
K r e t s c h m e r . Diferencia, en la personalidad, dos aspec­
tos: uno cuantitativo (el tem peram ento) y otro cuali­
tativo (el carácter). Su concepto del tem peram ento par­
te de la locura maníaco-depresiva, que es, para él, una
enfermedad evidentemente cuantitativa. En la fase ma­
níaca, hay un puro exceso de rendimientos; en la me­
lancólica, un puro defecto de rendimientos, lo cual se
refiere tam bién a la vida física. E wald ve, en estas di­
ferencias, distintas magnitudes de tensión vital, a las
72 Clasificación de las psicopatías

que caracteriza con el concepto de biotono. Este bio-


tono es, para él, en cierto modo, la base biológica de
los sentimientos vitales, en cuyo comportamiento depri­
mido o exaltado habíamos visto nosotros mismos la
esencia psicológica y clínica de la melancolía y de la
manía . ciclotímicas (endógenas). E wald traslada tam ­
bién estos conceptos a la caracterología normal, y pone
en relación el tempo y la intensidad especiales del san­
guíneo hipomaníaco con este biotono particular, que es
opuesto al del tem peram ento melancólico. En el centro,
se encuentra el tem peram ento medio o moderado, con
un biotono intermedio, en el que tampoco es percep­
tible ningún colorido especial de los sentimientos vita­
les. El tem peram ento caracteriza, pues, exclusivamente,
el aspecto cuantitativo del acontecer psíquico. Frente a
él, está el aspecto cualitativo, el modo psíquico de reac­
cionar, que integra el carácter. Aquí se sirve E wald de
los conceptos de K r e t s c h m e r de capacidad de impre­
sión, capacidad de retención, actividad intrapsíquica y
capacidad de derivación. Sólo se aparta de K r e t s c h m e r
en que introduce todavía, en la capacidad de impresión,
un factor impulsivo; es decir, en que distingue las vi­
vencias «de acentuación afectiva elevada» y las viven­
cias impulsivas, investigando la capacidad de retención
para ambas clases de vivencias. Llega así a una fórmula
caracterológica, que expresa del siguiente modo:

E n e sta fó rm u la e s tru c tu ra l, A f significa la cap aci­


d a d de im p re sió n p a ra la s vivencias d e a c en tu a ció n afec­
tiv a elevada; Im , la c a p ac id ad de im p re sió n p a ra las v i­
vencias im p u lsiv as; R, la c a p ac id ad d e re te n c ió n p a ra
a m b a s clases de vivencias; AI, la a c tiv id a d in tra p síq u i-
ca, y D, la c a p ac id ad d e d erivación. D e trá s d e c a d a fac­
to r coloca E wald el ín d ice 10, ad m itid o com o té rm in o
m edio; p o r lo cual, al su je to m edio e q u ilib ra d o le co­
r re s p o n d e ría la sig u ien te fó rm u la:
Tipología de Kretschmer 73

Afw R u\ jlj _____ r)


Imn --- R a/ .

E n las distintas personalidades concretas, se calcu­


la, como si se tratara de puntos de una calificación, el
número que debe corresponder a cada componente ais­
lado, en\ comparación con el término medio (10)’ Según
sea alta o baja la capacidad de impresión, la capacidad
de retención, la actividad intrapsíquica y la capacidad
de derivación, y según se comporte, dentro de los ocho:
grupos así determinados, el componente impulsivo—ya
sea que falte o que posea una acentuación intensa—,
puede establecerse una m ultitud de variantes caractero-
lógicas. E wald intenta derivar también, de esta fórmula
estructural seudoexacta, las propiedades psicopáticas
de la personalidad. Para ello, im porta menos la magni­
tud del radical aislado que la proporción entre estas
magnitudes; sólo por medio de esta proporción, se ob­
tiene el carácter. Además, hay que tener en cuenta siem­
pre el temperam ento, en el sentido arriba indicado, y la
inteligencia. Lo fundam ental para E wald no es haber
destacado, por combinaciones de los radicales, dieciséis
tipos caracterológicos, sino la confección de un «carac-
terograma», para la comprensión práctica de la perso­
nalidad concreta.

L a tipología constitucional de K r e t s c h m e r . Lle­


gamos a la última clase de tipología sistem ática de los
psicópatas: a la tipología constitucional de K r e t s c h ­
m er , que, por cierto, en su disposición total, sobrepasa
mucho lo que nos interesa aquí. Nos limitamos, en lo
esencial, a u n simple informe, sin discusión. Tal discu­
sión sería imposible en un espacio tan pequeño y nos
apartaría demasiado del problema de los psicópatas. En
el próximo capítulo tendremos ocasión de hacer algunas
observaciones críticas. Aquí debemos decir solamente
que derivar una doctrina universal de la personalidad
de las atenuaciones de dos o tres disposiciones patoló­
74 Clasificación de las psicopatías

gicas y de las distintas mezclas de estas atenuaciones,


significa una reducción del campo visual.
K r e t s c h m e r encontró distintos tipos en la investi­
gación sóm átb-estfuctural de psicóticos esquizofrénicos
y circulares (ciclotímicos, maníaco-depresivos). Unas ve­
ces, el tipo leptosomático (asténico), caracterizado por
un desarrollo reducido de las dimensiones transversa­
les, junto a un desarrollo norm al de las dimensiones
longitudinales: individuos magros, esbeltos, de huesos
finos, delgados, cuya circunferencia torácica suele ser
inferior a la circunferencia pélvica. Un segundo tipo es
el atlético; aquí están intensam ente desarrollados el es­
queleto, la m usculatura y la piel; los hom bros son an­
chos, el tórax robusto, la pelvis parece grácil en com­
paración con la cintura escapular. Un tercer tipo es el
pícnico: existe tendencia a la acumulación de grasa en
el tronco, con un desarrollo más bien débil del aparato
de locomoción; las cavidades viscerales (cabeza, tórax,
vientre) están muy desarrolladas en am plitud; la figura
es rechoncha;' el rostro, blando y ancho, asienta entre
los hombros sobre un cuello c o r t o , masivo; lo más ca­
racterístico es la proporción pecho-hombros-cuello: jun­
to a una gran circunferencia torácica, existe una anchu­
ra de hombros moderada; a menudo, el tipo perfecto
sólo se alcanza en la edad m adura. K r e t s c h m e r , al
com parar estos tipos con los diagnósticos psiquiátricos,
encontró: entre los circulares, sobre todo, tipos pícni­
cos y formas mixtas pícnicas; entre los esquizofrénicos,
form as predom inantem ente asténicas y, también, dia-
plásticas, de las que todavía hablaremos después. Dedu­
ce, por ello, qué existe una afinidad biológica entre las
psicosis y los correspondientes tipos de estructura cor­
poral.
Sobre los detalles de la estructura corporal, especial­
mente sobre los correspondientes al rostro, hay que aña­
dir todavía lo siguiente: los leptosomaticos tienen, a
menudo, una nariz aguda y estrecha y un maxilar infe­
rior poco desarrollado. Vistos de lado, ofrecen un per­
Tipología de Kretschmer 75

fil angular; de frente, la «forma de óvalo acortado», ya


que el contorno del maxilar inferior converge de un
modo muy rápido y breve desde las orejas hasta el
mentón. Los atléticos m uestran, también en el rostro,
un trofismo aumentado de la piel y de ios huesos; la
cara tiene, a menudo, diám etros verticales grandes, por
lo que adopta la «forma de óvalo alargado». También
se presentan cabezas altas y recias. El rostro de los
circulares pícnicos tiene tendencia a la anchura, a la
blandura y a la redondez. Los perfiles son proporcio­
nados. A consecuencia de la curva suave del maxilar in­
ferior, el contorno frontal de la cara adquiere la forma
de un pentágono. Muchas veces, la anchura del maxilar
inferior aum enta todavía p or acúmulos de grasa. La
línea que baja desde la sien hasta el ángulo maxilar es,
a menudo, vertical; en los ángulos maxilares, tiene lu­
gar, entonces, una flexión enérgica; la barbilla forma
un ángulo muy obtuso. Los circulares m uestran una cal­
vicie severamente delimitada y lustrosa; los esquizofré­
nicos, una calvicie de localización notablemente irregu­
lar. El crecimiento del vello corporal es, a menudo, en
los circulares, muy intenso. La complexión de la piel
de los circulares es, casi siempre, sonrosada y florecien­
te; la de los esquizofrénicos, casi siempre pálida. Ras­
gos aislados de los tipos especiales displásticos, frecuen­
tes entre los esquizofrénicos, se encuentran ya, muchas
veces, en los tipos atlético y asténico. Tales tipos dis­
plásticos se dividen en el grupo del gigantismo eunucoi-
de, al cual pertenecen los gigantes con cráneo en torre
y los virilismos, el grupo de la obesidad eunucoide y
poliglandular y el grupo de los infantiles e hipoplásti-
cos, con rostro de tipo hipoplástico, acromicria e hipo-
plasias en el tronco. Se comprueban así relaciones con
el cretinismo, con la acromegalia y también, evidente­
mente, con disfunciones de las glándulas sexuales.
Se encontró una pequeña cantidad de casos, en los
que un tipo de estructura corporal m ostraba signos de
tipo corporal o psíquico contrario. Tales mezclas se lia-
76 Clasificación de las psicopatías

m an «aleaciones». Cuando aparece, en lo psíquico, sólo


un componente y, en lo corporal, sólo el otro compo­
nente, habla K r e t s c h m e r de «entrecruzamientos». Fi­
nalm ente, es posible, durante el curso de la vida, un
«cambio de manifestación»: un tipo puede evolucionar,
total o parcialm ente, hacia el tipo contrario, lo cual es
válido tan to para lo corporal como para lo psíquico.
,fTodo esto conduce al problem a de la herencia y a la
investigación familiar. El conocimiento de los parientes
consanguíneos puede explicar las aleaciones, los entre-
cruzam ientos y el cambio de manifestación. A veces, los
rasgos clínicos caracterológicos de un tipo constitucio­
nal son más claros en los parientes próxim os que en el
enfermo mismo. K r e t s c h m e r , a tal efecto, ha publica­
do árboles genealógicos de circulares y de esquizofré­
nicos. Como se ve, no se tra ta sólo de los m iem bros fa­
m iliares enfermos. En una familia, por ejem plo, se ven
m iem bros esquizotímicos sanos (esquizotímicos), esquí-
zotímicos psicopáticos (esquizoides) y esquizotímicos
psicóticos (esquizofrénicos).
Los signos del «temperamento» cicloide y esquizoide
son los siguientes: el cicloide es sociable, bondadoso,
amable, cordial; alegre, hum orista, animado, fogoso; ca­
llado, tranquilo, pesim ista, tierno. E ntre ellos hay tam ­
bién individuos solitarios, pero sin ningún rechazam ien­
to hostil del trato social. En las situaciones difíciles,
los cicloides no se ponen «nerviosos», irritados e inco­
modados, sino tristes. Su estado de ánimo oscila entre
la alegría y la tristeza. Las partes hipom aníaca y me­
lancólica del tem peram ento cicloide pueden mezclarse
en distintas proporciones; esto es lo que se llam a la
«proporción diatésica» o «del ánimo». La vida afectiva
de los cicloides es fácilmente abordable; su actitud so- t
cial es afable, comunicativa, realista, flexible, cálida. No
moralizan; están dispuestos a la conciliación. Son de
una objetividad gráfica e ingenua, pero tienen menos
capacidad de pensam iento sistemático. Su psicomotili-
dad es natural y adecuada al estímulo. Pertenecen a los
Tipología de Kretschmer 77

cicloides: el tipo hipomaníaco garboso, el satisfecho


apacible y melancólico. Hay variantes: los cicloides an­
gustiados y tímidos, con inclinación a sentimientos de
insuficiencia. Pero los grados más intensos, lo mismo
que las rarezas de los inventores y los rasgos litigantes
paranoides, pertenecen ya al dominio de la aleación.
En los esquizoides, se diferencian los superficiales y
los profundos. Las m áscaras pueden ser completamente
distintas. Tras la fachada silenciosa, puede haber mu­
cho o nada. No se puede saber nunca lo que sienten.
«Muchos individuos esquizoides son como edificios ro­
manos lisos, como casas que mantienen cerradas sus
celosías ante el sol deslum brador, pero a cuya luz in­
terna, amortiguada, se celebran festejos.» Son huraños,
tranquilos, reservados, serios, faltos de humor, estrafa­
larios; tímidos, medrosos, delicados, sensibles, «nervio­
sos», excitados; dóciles, bonachones, honrados, ecuáni­
mes, obtusos, torpes. Sus polos son la irritabilidad y el
embotamiento. H asta ahora, no se ha concedido todo
su valor a los síntomas de la hiperirritabilidad. La mayo­
ría de los esquizoides son, al mismo tiempo, sensibles
y fríos. La proporción de mezclas en las que se super­
ponen factores hiperestésicos y anestésicos se compren­
de bajo el nombre de «proporción psicoestésica». Frente
a los demás hombres, existe, generalmente, una distan­
cia insuperable. «Hay como un cristal entre los demás
hombres y yo.» El esquizoide,...en, .sii actitud social, es
insociable o eclépticamente sociable, tímido y reserva­
do. A menudo, se salva dentro de aquel formalismo
acompasado, pulim entado y discreto de los círculos
aristocráticos, que oculta la falta de cordialidad. Entre
estímulo y expresión, existe una incongruencia; la psi-
comotilidad es algo rígida, a menudo estilizada y rete­
nida. En el tempo psíquico, domina una curva abrupta,
dentada; la curva del tem peram ento no oscila, sino que
salta. Al grupo predom inantem ente hiperestésic.o per­
tenecen los tem peram entos sensibles y con parálisis
afectiva, los aristócratas refinados e indiferentes, los
78 Clasificación de las psicopatías

idealistas patéticos; al grupo de los tem peram entos pre­


dominantemente fríos y obtusos, los déspotas fríos, los
obtusos coléricos y los vagos desordenados. Todas estas
formas se encuentran también como caracteres pre y
postpsicóticos de los esquizofrénicos.
Los cicloides tienen un instinto sexual sencillo, n atu ­
ral y vivo. Los esquizoides son, en este aspecto, mucho
más complicados: tienen debilidad del instinto o inse­
guridad en la dirección del mismo. La sexualidad somá­
tica y la necesidad espiritual de amor siguen, con fre­
cuencia, caminos distintos; por una parte, el yo; por
otra parte, el instinto sexual, como un cuerpo extraño,
constantem ente perturbador.
E ntre estos cuadros y los individuos normales ciclo­
tímicos y esquizotímicos no hay límites severos, sino
que, «sin darnos cuenta, nos encontramos entre indivi­
duos sanos, entre rostros perfectam ente conocidos». Los
sujetos ciclotímicos normales se distribuyen entre los
alegres parlanchines, los hum oristas tranquilos, los sen­
timentales plácidos, los sibaritas cómodos y los p rácti­
cos decididos; los sujetos esquizotímicos normales, en­
tre los refinados elegantes, los idealistas ajenos al m un­
do, los dominadores y egoístas fríos y, por últim o, entre
los ásperos e insuficientes.
Mientras que hemos de dejar de lado las aplicaciones
criminológicas de la doctrina constitucional de K ret -
sc'h m e r , deben citarse aun brevemente sus conside­
raciones sobre los hombres geniales. Tratarem os, en
prim er lugar, de los poetas. Entre los ciclotímicos, p re ­
dominan los realistas y hum oristas, con su tendencia a
la prosa no estilizada, a la narración épica extensa y a
la construcción defectuosa. En los poetas esquizotím i­
cos, predomina el «impulso a la forma» frente al «im­
pulso a la materia». Son patéticos y rom ánticos; su
fuerte es la lírica y el drama. A menudo, se encuentra,
junto al estilismo más fino y al formalismo más cince­
lado, un craso amorfismo; con frecuencia también, en
el transcurso de la vida, se transform a lo uno en lo otro.
Tipología de Kretschmer 79

En las artes plásticas, la sencilla objetividad ciclotímica


se halla frente al clasicismo de formas bellas. E ntre los
investigadores, los esquizotímicos cultivan las ciencias
abstractas, metafísicas y teórico-sistemáticas; los ciclo-
tímicos, al contrario, las ciencias descriptivas concre­
tas. Entre los dirigentes y héroes, son los ciclotímicos
emprendedores audaces y espadones, organizadores de
grandes empresas, intermediarios conciliadores; los es­
quizotímicos idealistas y m oralistas puros, déspotas, fa­
náticos, calculadores fríos. A menudo, se dan estrecha­
mente juntos, en extraño contraste, el idealismo y el
despotismo.
Más ta rd e , K r e t s c h m e r , ju n to con E nke y M auz (1),.
ha e la b o rad o u n a c a ra c te ro lo g ía especial de los atléti­
cos, a los que h a colocado in d ep e n d ien te m e n te, com o
viscosos, ju n to a los ciclotím icos y esquizotím icos. ,
Los temperamentos viscosos de los atléticos tienen
una variedad flemática y otra explosiva. La curva de su
tem peram ento es tenaz; su psicomotilidad adecuada al
estímulo: lenta, mesurada, torpe, pesada. Sü gran ten a­
cidad tiene el inconveniente de la defectuosa agilidad
y viveza, pero tiene la ventaja de la fortaleza del carác­
ter y de la impavidez en situaciones agitadas. Los atlé­
ticos capaces se caracterizan por la formalidad, la re ­
gularidad y la fidelidad. En el campo espiritual, falta a
los atletas todo lo que se llama «esprit», todo lo frívolo
y variable. Su modo de pensar circunspecto, sencillo y
sólido, su sobriedad y falta de fantasía, son favorables,
en ocasiones, p ara la realización de trabajos científicos.
Hay que valorar como intensamente positivas la gran
capacidad de trabajo y la minuciosidad. No podemos
ocuparnos aquí más de las poco claras relaciones de los
atléticos, por una parte, con el círculo de formas esqui­
zoides y, por otra parte, con la epilepsia.
Como orientación general, reproducimos el cuadro
--- =------- ■ ■ -
(1) Véase K r e t s c h m e r & Enke: La personalidad de los atlé­
ticos, y Mauz: La predisposición a los ataques convulsivos, am ­
bas editadas por Morata, Madrid, 1942.
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Tipología de Heinze 81

sin ó ptico d e K r e t s c h m e r so b re los te m p e ra m e n to s


(véase c u a d ro de la p ág in a a n te rio r).
La teoría de los temperam entos es, con razón, cau­
tamente sostenida. Recientemente se ha considerado
también en ella a los viscosos. «En todo caso, es facti­
ble imaginarse provisionalmente que el tem peram ento
de un hombre, prescindiendo del estado de su cerebro,
depende de grandes grupos químicos horm onales, de
los que corresponde uno a la escala afectiva diatésica;
otro a la psicoestésica; un tercero a la viscosa; o dicho
de un modo más general: uno al tipo tem peram ental
ciclotímico; otro al esquizofrénico; un tercero al visco­
so. En la mayoría de los hombres medios, estos grupos
hormonales existirían mezclados en proporciones varia­
bles, m ientras que los m arcadam ente ciclotímicos, es-
quizotímicos y viscosos, con su fortalecimiento unila­
teral de un grupo de hormonas, se engendrarían por
variantes hereditarias aisladas o por cultivo fam iliar
consecuente.» .

El punto de vista caracterológico-plu r id im e n sio -


nal de H ein ze . Aunque metodológicamente sería más
correcto exponer este esquema antes de las doctrinas
tipológicas, debe tener aquí su lugar, porque es el más
reciente y presupone además todas las clasificaciones
anteriores de los psicópatas; también, naturalm ente, la
nuestra. H e in ze quiere renunciar a una tipificación uni­
dimensional. Parte de las propiedades, de las partes y
direcciones psíquicas aisladas, así como de las propie­
dades fundamentales del carácter, registra en cada caso
las variantes plus y minus y señala el acoplamiento
con otras propiedades psíquicas. En detalle, llega al si­
guiente sistema: variedades de la afectividad (ricos de
afectos y pobres de afectos), variedades de la constan­
cia (firmeza y seducibilidad), variedades de la tendencia
a la estimación (necesidad y ansia de estimación objeti­
va), variedades del ím petu (iniciativa, actividad, tempe­
ramento en oposición a lo que nosotros llamamos psicó-
SCHNEID ER.— 6
82 Clasificación de las psicopatías '

patas asténicos), variedades del ánimo fundam ental (hi-


pertím icos, tristes, lábiles de ánimo, distimias breves),
variedades de excitabilidad (abordabilidad afectiva difí­
cil y fácil). A continuación describe los inseguros de sí
m ismos y los fanáticos, con su complicada estructura.
Finalmente, trata de las variedades del instinto. H einze
se prom ete mucho de su punto de vista analítico-estruc-
tural para la heredobiología de los psicópatas. La psico­
patía no sería hereditaria, pero las distintas variedades
y aspectos del carácter que participan en su estructura
estarían dados hereditariam ente. Se im pondría la tarea
de com probar heredobiológicamente, en su validez co­
mo radicales, estas propiedades fundamentales, obteni­
das por el análisis psicológico estructural. No se trata
aquí de enjuiciar cada propiedad fundam ental aislada,
sino de su concordancia con todos los otros datos psí­
quicos. No podemos ocuparnos más de estas cuestiones'
heredobiológicas; nosotros nos mantenemos en lo carac-
terológico.
En realidad, el punto de vista de H e in z e no se aleja
tanto de las doctrinas tipológicas como parece p or su
expreso rechazamiento de las tipificaciones. Todas las
doctrinas tipológicas parten de propiedades aisladas y
tampoco es en ellas ninguna rareza la contraposición
de variantes plus y minus. Vimos esto con la máxima
claridad en G r u h l e . Prácticam ente, es tam bién natural
en H e in z e que ponga el acento principal en las varian­
tes minus, porque, en general, son ellas y no las va­
riantes plus las que caracterizan a las personalidades
psicopáticas. Acaso sólo suceda de otro modo en las va­
riedades del ánimo fundam ental; aquí tam bién el polo
superior caracteriza a una forma de psicópatas: a los
hipertímicos. Por lo que se refiere al intento de renun­
ciar en lo posible a las designaciones tipológicas, no
existiría ninguna diferencia objetiva en denom inar a
una personalidad según la propiedad destacada o en li­
m itarse al establecimiento de la propiedad. Decir que
en este psicópata está en el prim er plano la falta de
Tipos psicopáticos 83

afectividad, o decir que se trata de un psicópata desal­


mado, es sólo cuestión del modo de hablar. En nuestra
tipología, hemos concedido siempre la mayor im portan­
cia a la cuestión de las mezclas y acoplamientos. Tam­
bién aquí se trataría nuevamente, en últim o lugar, de
una discusión por palabras, si se dice que, en este psi­
cópata, está en el prim er plano el ánimo fundam ental
hipertímico, pero que, junto a él, se encuentra también
la propiedad de la pobreza de afectos, o si, más breve
y sintéticamente, se dice que se trata de un psicópata
hipertímico con rasgos de pobreza de afectos o bien de
un psicópata hipertímico pobre de afectos. H ay que ad­
vertir, p o r último, que H ein ze , a pesar de su recusación
de las tipificaciones, tampoco se pasa sin los tipos. Ya
cuando habla, en las variedades de la afectividad, de ri­
cos y pobres de afectos, se expresa en el casi inevitable
lenguaje de las tipificaciones, que no son en modo al­
guno extrañas a la vida cuando se usan de un modo
elástico e inteligente. En las variedades del ánimo fun­
damental, describe, también, notoriam ente como tipos,
los alegres constitucionales, los tristes constitucionales
y los lábiles de ánimo. Y, finalmente, los inseguros de
sí mismos y los fanáticos se encuentran, como tipos,
fuera de su caracterología sistemática. En el relleno de
su sistema, sigue completamente nuestros conceptos y
descripciones; nuestros tipos pueden reconocerse en él
a la prim era mirada.

4. ELECCION Y LIM ITES DE UNA CONCEPCION


TIPOLÓGICA DE LAS PERSONALIDADES PSICOPA­
TICAS

■ Nos proponemos exponer, en la Parte especial, una


doctrina tipológica asistemática. Si fuese necesario, po­
dría adaptarse al sistema caracterológico de Tram er,
pero no tenemos interés en ello. A ninguno de estos
sistemas sé llega por un camino realm ente amplio y
84 Concepción tipológica

convincente. Sólo con violencia puede acomodarse a me­


nudo lo clínicamente im portante, por lo que no se man­
tiene con carácter perm anente. Además, quedan siem­
pre lugares clínicamente vacíos y sólo construidos a
causa del sistema, en los que no encuentra su lugar na­
tura] ningún tipo psicopático concreto. Esto sucede so­
bre todo por la casi siempre pretendida ordenación
polar de las propiedades. Si, por ejemplo, se, opone al
«explosivo», como forma polar contraria necesaria, el
«inexcitable», se obtiene un cuadro que, al menos para
la clínica, carece de interés. El interés psiquiátrico se
dirige precisam ente a las variantes de algún m odo ne­
gativas. Es cierto que, en un sistema caracterológico
amplio, se tendría que poder m ostrar todas las propie­
dades psicopáticas, cuando se acentúan (imaginadas co­
mo extrem as) las propiedades aisladas, pero entonces
la mayor parte de los lugares perm anecerían psicopato-
Iógicamente vacíos. Sólo es posible u n sistema de las
propiedades en general, pero no una patocaracterología
pura sistemática. Si de aquel sistema se recopilan sólo
las propiedades psicopáticas, ya no se tendrá en las ma­
nos nada sistemático, sino que sólo se retendrán aque­
llas propiedades de acuerdo con las cuales suelen de­
signarse los tipos psicopáticos. El resultado entonces
es el mismo que si, desde un comienzo, se hubiese re­
nunciado a un sistema. Una condenación p or principio
de toda concepción tipológica de los psicópatas alcan­
zaría también a las concepciones derivadas sistem áti­
camente.
Las clasificaciones tipológicas de los psicópatas, a
pesar de su dominante difusión en la psiquiatría y aun­
que desde ellas pueda, al menos, otearse un campo ex­
traordinariam ente amplio, han sido a menudo critica­
das, como es sabido, por K lages, L ie b o lt, S c h r o d e r
y H e in z e, que, por lo demás, conciben tam bién tipo­
lógicamente las circunstancias, sólo que las expresan
de modo diferente. A p a rtir de un horizonte distinto,
K r e t s c h m e r se ha vuelto contra las formulaciones
Tipos psicopático:-, 85

puram ente psicológicas, que él considera, en el fondo,


como m eram ente sociológicas. Esta objeción alcanza
ciertam ente a muchas de tales formaciones tipológicas,
como a los inconstantes, los embusteros y farsantes, los
enemigos de la sociedad y los cam orristas de K raepelin ,
pero no a los restantes. La idea de K r e t sc h m e r sobre­
pasa por principio lo puram ente psicológico y llega a
los tipos constitucionales psicofísicos e incluso hasta
una antropología universal. Ciertamente, sus líneas al­
canzan a algunas im portantes formas de psicópatas,
pero no a las otras. Y queda así un resto neutral desde
el punto de vista científico constitucional. Quedan for­
mas clínicas im portantes y frecuentes junto a sus líneas
de intersección, algunas a las que tampoco él puede re­
nunciar, e incluso form as de las que él mismo se ha
ocupado con especial minuciosidad, como los sensitivos
o los histéricos. Por o tra parte, sus dos o tres «formas
radicales de la personalidad», sobre todo la esquizoide,
abarcan manifestaciones psicológicas demasiado hetero
géneas.
En realidad, la crítica de los tipos psicopáticos, sea
sin base sistemática o con ella, tiene razón en muchos
aspectos. De una tal consideración surgen peligros que
hay que conocer y tener en cuenta, por razones teóricas
y también prácticas.
Los tipos psicopáticos aparecen como diagnósticos.
Pero esta es una analogía absolutamente injustificada.
Un psicópata depresivo, por ejemplo, es simplemente
«un hombre así». Y los hombres, las personalidades, no
se pueden etiquetar diagnósticamente como las enfer­
medades y las consecuencias psíquicas de enfermeda­
des. A lo sumo, se puede m ostrar, subrayar, destacar
en ellos propiedades que las caracterizan de m anera
sorprendente, sin tener con ello en nuestras manos nada
comparable a los síntomas de las enfermedades. Este
destacar acontece siem pre desde un cierto punto de
vista, especialmente el de la situación subjetiva, el de!
sentimiento existencia!- y vital o el de las dificultades
86 Concepción tipológica

que el m undo externo y la comunidad ofrecen a este


hom bre a consecuencia de dichas propiedades. Junto a
estas propiedades, im portantes desde los citados pun­
tos de vista, tiene el hom bre infinitamente m uchas más.
A menudo, éstas, desde otros puntos de vista—p o r ejem­
plo, éticos—, son no menos im portantes, pero no son
alcanzadas por la designación diagnóstica y perm anecen
en la oscuridad. También el diagnóstico de la enferm e­
dad significa sólo un aspecto determinado del hombre,
p o r supuesto del cuerpo, pero esto es aquí natural. Aho­
ra bien: la designación tipológica de los psicópatas des­
pierta fácilmente la impresión de que se refiere a la to­
talidad, por lo menos a lo absolutamente esencial del
lado psíquico del hombre. Es históricam ente compren­
sible que la doctrina de los psicópatas haya comenzado
con estas formaciones tipológicas adaptadas a los diag­
nósticos y éstas hayan facilitado la hipótesis al médico
habituado a pensar con categorías médicas. También es
com prensible que se hayan conservado con gusto y te­
nacidad estas formaciones, porque se m antienen apa­
rentem ente con gusto en las vías habituales del pensa­
m iento médico clínico.
Como acabamos de ver, las etiquetas, sólo de un
modo aislado, desde puntos de vista particulares, acier­
tan con propiedades especialmente im portantes en hom­
bres concretos. No todo lo que es designado igual es
igual psicológicamente. Por ejemplo, se puede ser de
muy distinto modo un hom bre depresivo. Hay que tener
en cuenta, además, que las propiedaes puestas de re­
lieve existen en m uy distintos grados de profundidad.
El corte que les afecta radica unas veces más en el cen­
tro y otras más en la superficie. Modificando conceptos
de J. H. S c h u l t z , se podría hablar casi de «psicópatas
nucleares» y «psicópatas marginales», sin estar seguros,
no obstante, en cada caso, de la distribución. El corte
radica profundam ente en los inseguros de sí mismos.
La marcada inseguridad en sí mismo es, en realidad,
un rasgo caracterológico muy central, que caracteriza
Tipos psicopáticos 87

muy profundamente la esencia de un individuo. Tam­


bién tiene esto validez para los en alta medida desalma­
dos, necesitados de estimación y quizá también para
los fanáticos. Pero las otras formaciones se dirigen ha­
cia rasgos mucho más periféricos y están muy lejos de
enunciar algo esencial para el «núcleo» de la personali­
dad. Son, p or tanto, superficiales; son designaciones de
las fachadas, a menudo sólo importantes para la con­
ducta. ¡Cuán infinitamente distintos, en su esencia pro­
funda, son los individuos que llamamos psicópatas hi-
pertímicos, depresivos, lábiles de ánimo, explosivos,
abúlicos y asténicos! Estas designaciones no enuncian,
en ningún caso, nada esencial y decisivo sobre el indi­
viduo como totalidad; están formuladas de acuerdo con
lo que salta a la vista, deliberadamente de acuerdo con
lo médico y socialmente im portante. Pero incluso las
designaciones que proclaman lo más esencial, lo visto
más profundam ente y en la totalidad del individuo, per­
manecen en lo formal, que no puede bastar nunca para
el conocimiento del hombre. ¿En qué ámbitos u n inse­
guro de sí mismo es inseguro de sí mismo? ¿Qué clase
de obsesiones tiene? ¿Qué pretensiones y finalidades es­
timativas tiene un necesitado de estimación? ¿Cuál es
su particular ambición cuando quiere ser más de lo que
es y puede ser? ¿Qué es lo que hace fanático al fanático?
Es evidente que tales propiedades son raramente to­
tales. A lo sumo, sucede así en un desalmado muy pri­
mitivo, pero casi siempre, aunque sea tan sólo la pre­
ocupación por un gato, conserva también algún islote
sentimentalmente cálido. La investigación de los hom­
bres, de las personalidades, incluso de las psicopáticas,
sigue un camino completamente distinto que la de las
psicosis. En las psicosis se intenta prescindir del con­
tenido, del tema, de la configuración individual, y pe­
netrar en lo formal. En los psicópatas, lo esencial es el
contenido, y sin la consideración de éste no se tiene
ante sí más que velos. Pero este contenido, el qué, es
88 Concepción tipológica

sólo ostensbile en casos aislados, es decir, casuística­


mente, lo mismo que el por qué.
Precisamente porque las propiedades destacadas con
designaciones son sólo aquéllas, entre otras muchas, y
también sólo las relativas al sentido y finalidad de la
observación, es tan difícil describir gráficamente los
tipos psicopáticos. Es decir, se puede hacer perfecta­
m ente y, por cierto, con mucha más plasticidad que
cuando se realice, más tarde, con una deliberada reser­
va. Pero se resbala en seguida; no se perm anece en lo
que pertenece al tipo; se cae en lo individual, en lo con­
creto, en el retrato. Se incluyen en la descripción ras­
gos que en modo alguno están ligados a la propiedad
elegida como designación. Si se quiere describir, por
ejemplo, a un hipertím ico equilibrado, habría que m an­
tenerse estrictam ente en la propiedad que le caracteriza
como tal: en el estado de ánimo equilibrado, alegre.
Con ello se llegaría rápidam ente al fin y quedaría una
impresión pálida, formal, que no sería plástica. Pero si
se diese más colorido, se extraviaría uno lo mismo. Ya
describirle como activo y laborioso sería una desvia­
ción, porque de ninguna manera lo son todos los hiper-
tímicos. Si, para darle todavía mayor plasticidad, se
añade que es cordial y complaciente, se aleja uno to ­
davía más del punto de partida, pues ninguno de estos
rasgos pertenece con regularidad al hipertím ico equili­
brado. O bien, al tra ta r del depresivo, en lugar de limi­
tarse al ánimo fundam ental, se le describe, además,
como m editador religioso o como altruista taciturno o
como celoso cum plidor del deber, con lo que ya se ha
producido la desviación, puesto que no puede afirmarse
ni siquiera que la mayoría de los psicópatas depresivos
posean tales cualidades. Estas extralim itaciones tipoló­
gicas son inevitables si se quiere caracterizar algo con­
creto, pero, en el fondo, son divagaciones y conducen a
lo arbitrario, a lo fantástico, a lo visto y configurado
poéticamente. No debe olvidarse, por supuesto, que cada
tipo no puede poseer cualesquiera otras propiedades y
Tipos psicopáticos 89

que se encuentran con preferencia, como «rasgos adi­


cionales», ciertas cualidades. Muchas propiedades se ex­
cluyen francamente; otras muchas coinciden con fre­
cuencia: un hipértímico equilibrado no puede ser inse­
guro de sí mismo, un fanático no puede ser abúlico,
aunque no se trate de polos opuestos que se excluyan
lógicamente. Por el contrario, no es raro que los hiper-
tímicos sean explosivos, y a menudo los depresivos son
asténicos. Hay, pues, ya ciertos acoplamientos, combi­
naciones, asociaciones de propiedades que se repiten
constantem ente, pero cuya descripción gráfica sobrepa­
sa casi siempre lo que, en cierto modo, puede conside­
rarse regular, y pierde así su objeto. Y, además, al tener
en cuenta estas asociaciones de propiedades, se aparta
en seguida del tipo puro.
Precisamente a causa de la multitud de las configu­
raciones y asociaciones individuales, es una rareza que
una propiedad predomine tanto y caracterice tanto al
individuo que con ella se le pueda designar certeram en­
te. Ni siquiera suele bastar con la combinación, a veces
múltiple, de varias designaciones tipológicas, inclusive
de las subformas, ni tampoco con la adición de simples
rasgos de este o de aquel tipo. La consecuencia es que,
realmente, no se puede trabajar bien con estos tipos.
Es raro que se pueda escribir con satisfacción «psi­
cópata depresivo» o «psicópata abúlico con rasgos de
desalmado» y, casi siempre, a causa de la multiformi-
dad o de la desviación tipológica, hay que lim itarse a la
simple calificación de «psicópata». Se llegaría a la situa­
ción más difícil si se quisiera distribuir y clasificar, se­
gún los tipos, a los psicópatas vistos en la clínica du­
rante u n año. Sólo en muy pocos casos se podría, sin
demasiada violencia, emplear los conceptos habituales
o sus combinaciones, incluso múltiples. El campo in­
menso del modo de ser psíquico, tampoco en sus va­
riantes anormales, se puede dominar conceptualmente
a la m anera del diagnóstico clínico, según el modelo de
las denominaciones de las enfermedades.
90 Concepción tipológica

Cuando se utiliza una designación tipológica para un


psicópata, se piensa en algo permanente, en una varie­
dad -.«constitucional». También esto es m uy relativo.
Ciertamente, un hipertím ico manifiesto lo suele ser a
]p largó de toda su vida, aunque también en este caso
puedan presentarse alteraciones, sean episódicas o per­
sistentes. Y un desalmado auténtico, no simulado, per­
m anecerá siempre igual. Pero no sucede así en los otros
tipos. Puede alguien ser, en la juventud, inseguro de sí
mismo o necesitado de estimación y, más tarde, dejar
de serlo o m antener sólo pequeños rasgos residuales.
O puede alguien, en una cierta edad, tender al fracaso
asténico, y en otras épocas no. Es evidente que apenas
hay adultos socialmente abúlicos. Tales oscilaciones y
transform aciones pueden estar basadas, a veces, en
aquel fondo no vivenciable que sirve de base al desarro­
llo y evolución de una personalidad, al aparecer y des­
aparecer, frecuentem ente alternativo, de estas o de
aquellas propiedades. Pero, en otras propiedades, son
claram ente responsables del cambio las experiencias, las
vivencias y el destino. Sin embargo, se ha prestado poca
atención a qué rasgos de la personalidad pueden ser
form ados, fortalecidos, debilitados, fomentados, por las
vivencias y cuáles no. El tem peram ento hipertím ico o
la frialdad de sentimientos apenas pueden influirse por
ellas, pero sí, mucho, la inseguridad en sí mismo, el
ánimo vital depresivo, la autoobservación asténica y la
hipocondría. Pero también estos rasgos, sólo dentro de
ciertos límites; con una disposición muy intensa, las
vivencias no pueden alterar, en ellos, nada o poco o
sólo p o r poco tiempo. No obstante, con una disposición
m ás débil, la plasticidad es muy grande. En una reseña
crítica, Schultz-H encke, como leemos en DÜHRSSEN,
ha estudiado nuestros tipos a p a rtir de su plasticidad
vivencia!, es decir, desde el punto de vista, por un lado,
de lo «constitucional», y, po r otro, de lo «neurótico».
Hay también,' como ya vio y muy recientem ente acentuó
de nuevo K a b n , episodios psicopáticos, sean de base
Tipos psicopáticos 91

endógena o reactivos. La psicoterapia puede ayudar mu­


cho en los prim eros y atacar activamente en los segun­
dos, Donde las vivencias pueden ser activas lo puede
ser también la psicoterapia, puesto que ésta es también
una vivencia. La plasticidad reactiva o la falta de in­
fluencia y la posibilidad o imposibilidad terapéutica es­
tán en una exacta proporción.
Todas estas circunstancias tienen consecuencias prác­
ticas. Es seguro que ningún clínico que utilice las desig­
naciones tipológicas de los psicópatas se dará por sa­
tisfecho con poner etiquetas ni creerá haber «resuelto»
así el problem a de la personalidad de los designados.
Pero los estudiantes, sean futuros médicos o auxiliares
sanitarios, son inducidos fácilmente por las tipologías a
m antenerse en estas designaciones y a no ver ya ningún
problem a en los «psicópatas» aislados. Sin duda, es por
completo injusto reprochar, en general, al psiquíatra
que se limite a «imprimir el sello» de tales designacio­
nes y caiga en un fatalismo resignado: «Es un psicópa­
ta, ¿qué vamos a hacerle?» Pero, en efecto, en muchas
manos, una tipología puede provocar algo así. Surge,
sobre todo, el peligro de que el individuo aislado sea
visto sólo como una fórmula, que se pase por alto el
contenido, los motivos y fundamentos psíquicos de las
oscilaciones y fracasos, lo biográfico y, con ello, las po­
sibilidades de influencia psicoterapéutica. Sin embargo,
en el marco de una personalidad psicopática, también
dentro de las que pueden concebirse y denom inarse ti­
pológicamente, tiene lugar u n movimiento extraordina­
rio. Pero no se puede tampoco caer en lo contrario y
pasar por alto las propiedades, las debilidades, los pun­
tos peligrosos y los escollos congénitos, disposicionales,
de una personalidad, a favor de los conflictos instinti­
vos, de las vivencias y del destino, y menos todavía a
favor de sus propias fantasías de interpretación. Una
diferenciación más exacta de los conceptos congénito,
disposicional y constitucional carecería aquí de impor­
tancia. Nos referimos simplemente a algo preexistente
92 Concepción tipológica

a las vivencias, a las propiedades con que ha sido do­


tado el hombre. Las «neurosis», prescindiendo quizá de
groseros trastornos psicogénicos agudos después de
emociones intensas, se desarrollan siem pre en persona­
lidades psicopáticas, disposicionalmente anormales, y
tienen en ellas, al menos, una de sus condiciones. Causa
bastante asombro que se pueda pasar esto por alto.
Sobre todo, es asombrosa esta ceguera para la disposi­
ción en los psicoterapeutas que proceden del campo in­
ternista. En toda enfermedad infecciosa se considera
hoy a la constitución afectada no menos que al germen.
¿Por qué no ha de valer esto exactamente igual para las
«neurosis»? (De un modo expreso querem os subrayar
el sentido meramente figurado de esta comparación,
porque toda comparación con una enferm edad es aquí
peligrosa.) Que en la personalidad psicopática exista
algo disposicional o, con otras palabras, que existan
psicópatas, está fuera de toda duda. Concebir como con­
secuencias de conflictos de la prim era infancia lo que
nosotros consideramos como disposición, y querer com­
prenderlo de nuevo conduce a una oscuridad impe­
netrable que sólo puede aclararse con la fantasía. Ya
la presentación hereditaria de propiedades psicopáticas
habla en contra de semejante interpretación. Ahora
bien: nosotros no hemos afirmado nunca que las psico­
patías hayan de atribuirse sistem áticam ente a disposi­
ciones hereditarias.
Si se mantienen los tipos elásticam ente y se consi­
dera relativo el concepto de persistente, queda todavía,
a pesar del reconocimiento pleno de la disposición, bas­
tante espacio para la valoración de las vivencias y gol­
pes del destino, para lo biográfico y, con ello, para la
psicoterapia. Desde luego, es necesario para los psico­
terapeutas y para todo educador conceder mucha im­
portancia a las influencias psíquicas y no demasiada a
la disposición. Sin semejante optimismo no podrían de­
dicarse a su profesión. Pero la m irada crítica ve tam­
bién lo otro: la personalidad constituida de este o de
Tipos psicopáticos 93

aquel modo y las oscilaciones no reactivas, sino endó­


genas del fondo. De lo contrario, se llega a muchos des­
engaños y también, por otra parte, a una ingenua hiper-
valoración de la propia actuación. A menudo, se cree
haber realizado algo con el propio esfuerzo, cuando en
realidad sólo se ha coincidido con la oscilación no psi­
cológica del fondo. Pero también es posible engañarse
en lo psicológico; puede ayudar, en efecto, una viven­
cia independiente del psicoterapeuta; por ejemplo, el
encuentro del paciente con una tercera persona.
Resumamos brevemente nuestros conceptos sobre la
relación entre «psicopatía» y «neurosis». Hablamos de
psicopatía cuando desempeñan un papel decisivo las
dotes, las propiedades preexistentes, las disposiciones
(pero de ninguna manera siempre las disposiciones he­
reditarias). En las neurosis se pone el acento en lo que
han hecho las vivencias de la disposición. Aquí puede
imaginarse perfectamente que, incluso con una disposi­
ción de ningún modo anorm al, se puede llegar,, a con­
secuencia de las vivencias,' a modos de manifestación
gravemente anormales. Hay siempre un íntimo entre-
lazamiento, pero la distribución del peso es distinta:
unas veces cae el peso principal sobre la disposición;
otras veces sobre las vivencias. Pero, sin duda, en mu­
chas ocasiones se podrá valorar más alto, con absoluta
firmeza, uno u otro aspecto.
Por lo demásj nosotros m ism os no hablamos nunca
de «neurosis». Ya la expresión es engañosa y desafortu­
nada porque se opone exactamente a los conceptos ac­
tuales, fundamentales, de este trastorno. En efecto, la
conquista decisiva de la nueva psicopatología y psico­
terapia es la de haber encontrado que, precisamente
en las neurosis, no se trata de una afección nerviosa,
sino de algo psíquico. Sin embargo, de un modo para­
dójico, se ha mantenido esta expresión, lógicamente re­
futada y sólo históricam ente comprensible. Además, es
también psicoterápicamente peligrosa, porque da al pro­
pio neurótico una imagen totalm ente falsa de lo que
94 Concepción tipológica

padece. Se le persuade de que «tiene» una neurosis,


pero, en realidad, él no tiene una neurosis, sino que
es un neurótico. Un principio fundamental, generalmen­
te reconocido, de todo método psicoterápico es el de
hacer com prender al neurótico, en prim er lugar, que
ha de cargar con esta responsabilidad; es decir, con una
responsabilidad que parece quitarle «la neurosis».
Nosotros hablamos, en lugar de neurosis, de reaccio­
nes anormales a vivencias. Hay reacciones psíquicas a
vivencias externas, pero tam bién a faltas de equilibrio,
a tensiones y, sobre todo, a situaciones instintivas in­
ternas. Nosotros hablamos entonces de reacciones a
conflictos internos. Pero no puede establecerse de nin­
guna m anera una severa delimitación entre tales reac­
ciones y las reacciones a vivencias externas, ya que m u­
chas veces se encienden aquéllas en estas últim as; por
ejemplo, en la vivencia del fracaso o de la vergüenza.
Muy a menudo, toda clase de reacciones anorm ales a
vivencias guardan relación con determ inadas personali­
dades psicopáticas: las reacciones a conflictos internos,
sobre todo, con los inseguros de sí mismos. En tanto
que tales reacciones externas a vivencias y reacciones
internas a conflictos pueden ponerse en conexión com­
prensible con determ iandas personalidades y basarse
en ellas, se hará así en este trabajo. O tras reacciones
anormales a vivencias dependen tam bién íntim am ente
de la personalidad que reacciona, pero acontece a me­
nudo que es imposible su coordinación con un tipo hu­
mano o psicopático unívoco. Finalmente, hay tam bién
reacciones a vivencias más o menos supracaracteroló-
gicas, para cuya comprensión no aporta nada decisivo
el conocimiento de la personalidad. La descripción de
las dos formas últim am ente citadas sobrepasa los lím i­
tes de este trabajo.
Muchos conceptos clínicos, largo tiempo utilizados,
están ahora en regresión. La «neurastenia» ha desapa­
recido; la «histeria» es cultivada sólo aquí y allí, en vi­
veros especiales. También el «psicópata» está ya en de­
Tipos psicopáticos 95

cadencia y quizá pase su época, pero sólo del nombre,


no de la existencia efectiva. Su disolución, intentada
en 1946, desde diversos frentes, en la Sociedad Suiza de
Psiquiatría, no convenció en modo alguno. Pero tam po­
co la designación parece todavía superflua. En la clínica
corriente, se utiliza ya esta abreviatura, algo indolente,
de «personalidad psicopática» como una breve réplica
a la psicosis. Sin duda, la única designación indicada
aquí y la más científicamente exacta es la de persona­
lidad anormal, pero es demasiado larga y, además, algo
equívoca también si no se la define con más detalle.
También puede calificarse, en cierto sentido, como «per­
sonalidad anormal» a un paralítico o esquizofrénico cu­
rado con defecto, porque en la anormalidad m eram ente
cuantitativa no se expresa la variedad, la variación de
las personalidades. Es cierto que, etimológicamente, en
la palabra «psicópata» se expresa esto todavía m ucho
menos, incluso nada en absoluto; pero el sentido exacto
se ha impuesto ya de un modo muy amplio, aunque no
total. Y esta es también una razón por la que la desig­
nación «psicópata» es utilizada para el exterior con la
mayor parquedad posible y nunca sin la adecuada des­
cripción. Muchas veces se destaca, en todos los casos,
algo ético o socialmente negativo. Es un proceso análo­
go al de la «histeria»: un deslizamiento cada vez más
evidente hacia la valoración y la moralización. Otros,
especialmente juristas, piensan todavía en la «psicopa­
tía» como una especie de pequeña psicosis, como un
grado previo, como una form a leve de ella. A m enudo,
parece aquí que han sido inútiles muchos decenios de
esfuerzo. Por eso, se hace bien en ser reservado con la
designación «psicópata» en los informes a médicos ge­
nerales, a empleados de instituciones menores y en los
dictámenes periciales de toda clase. Descríbase lo más
viva y gráficamente posible y sin «expresiones técnicas»
qué clase de hombre es aquel de quien se trata y, si es
necesario, también en qué conflictos se encuentra. En
96 Psicopatía y psicosis

ocasiones, cabe decir, después, que podría hablarse aquí


de una personalidad psicopática.
Por lo que se refiere a las concepciones tipológicas
de las personalidades psicopáticas, tóm ense con todas
las reservas indicadas y sin olvidar la problem ática que
se abre tras de cada una de estas designaciones de ti­
pos. Si se hace esto, una tal tipología, a pesar de su li­
m itado valor cognoscitivo, resulta todavía hoy útil y
aprovechable.

5. PERSONALIDAD PSICOPATICA Y PSICOSIS

•Antes de ocuparnos de los distintos tipos de perso­


nalidades psicopáticas, tenemos que discutir todavía la
cuestión de las relaciones entre personalidad psicopá­
tica y psicosis, con la que hemos tropezado ya al hablar
de la doctrina constitucional de K r e t s c h m e r . También
cuando nos ocupemos de los distintos tipos tendremos
que estudiar, en cada caso, el diagnóstico diferencial
frente a las psicosis. Aquí se trata de puntos de vista
m ás generales y fundamentales. La Psiquiatría—dicho
sea de paso—se ha ocupado ya, hace decenios, del tema
«personalidad y psicosis» (T iling , N e isse r ).
De acuerdo con nuestra advertencia de que, en todas
las investigaciones científicas, hay que m antenerse bajo
el concepto superior de personalidad anormal, hablare­
m os aquí, ahora, de personalidades anormales, las cua­
les abarcan siempre las personalidades psicopáticas, se­
paradas de ellas por nosotros.
Cuando, por otra parte, hablemos de psicosis, no alu­
dimos al uso médico práctico del concepto, que se orien­
ta en el grado de los trastornos psíquicos y tiende, por
eso, a no considerar como psicosis una fase depresiva
leve, pero sí las graves reacciones anorm ales a viven­
cias, como—por ejemplo—una distimia grave motivada
por vivencias o el «ataque de furor» de un encarcelado.
Consideramos correcto, científicamente, no calificar, en
Psicopatía y psicosis 97

general, las reacciones anormales a vivencias como psi­


cosis. El hecho de que, muchas veces, una fase depre­
siva leve no dé lugar a ingreso en una clínica o estable­
cimiento psiquiátrico, y sí a una reacción anormal grave,
no puede influir sobre el concepto científico de psicosis.
El cuadro clínico de toda psicosis está más o menos
configurado por la personalidad y, por tanto, en casos
dados, también por la personalidad anormal. Esto se
refiere tanto a la embriaguez alcohólica como a los tras­
tornos seniles, arterioscleróticos e incluso paralíticos.
Es cierto que todos estos estados ofrecen también ras­
gos supraindividuales; de todos modos, sin embargo,
se trata, a menudo, en prim er lugar, sólo de trastor­
nos cuantitativos o, mejor, intensivos; es decir, de un
aumento de los rasgos de la personalidad, de una cari­
catura de lo ya existente. Aquí, por tanto, hay transi­
ciones, en el cuadro clínico, entre personalidad—en ca­
sos dados, personalidad anormal—y psicosis. Cuando la
personalidad ya no es perceptible en la psicosis, persis­
ten claramente, todavía, durante mucho tiempo, sus
«contenidos»; es decir, lo que ha vivido, lo que ha sido
objeto de sus aspiraciones, de sus deseos y de sus sen­
timientos.
Mucho más im portante que la cuestión de las rela­
ciones de las personalidades anormales con las psicosis
orgánicas, es la cuestión de sus relaciones con la esqui­
zofrenia y la ciclotimia. Sucede esto porque las psicosis
endógenas pueden considerarse como asentadas sobre
una disposición que comprende también a la personali­
dad. Difícilmente se trataría de lo mismo en la disposi­
ción que se admite también, p o r ejemplo, para la arte-
riosclerosis cerebral o la parálisis. Así, pues, se podría
hablar, quizá, de psicosis constitucionales de la perso­
nalidad. En todo caso, las relaciones de las personali­
dades anormales con la esquizofrenia y la ciclotimia in­
teresan teórica y prácticam ente—mucho más que sus^
relaciones con las otras psicosis. De éstas no nos ocu­
pamos con más detalles; tampoco de la epilepsia. La
S C H N E ID E R .- -?
98 Psicopatía y psicosis

epilepsia no es ninguna psicosis com parable a la esqui­


zofrenia o la ciclotimia. En el problema de los psicópa­
tas epileptoides, se tratará, más tarde, de la cuestión
de las relaciones entre ciertos psicópatas y la epilepsia.

P ersonalidad anormal y esquizofrenia . Se sabe,


desde hace ya mucho tiempo, que la personalidad pri­
m itiva de los que más tarde llegan a ser esquizofréni­
cos es, muy a menudo, anormal; que se tra ta de perso­
nalidades raras, sensibles, reservadas, frías, extravagan­
tes. Recuérdese a K o c h y a D ic k h o f f , y tam bién que
K leist comprobó, hace veintiocho años, en un enfermo
de paranoia de la involución, una personalidad presicó-
tica «hipoparanoica». También Z ie h e n y B leuler seña­
laron, constantemente, tales relaciones. E ra sabido, ade­
más, desde hacía mucho tiempo, que, entre los parientes
de los esquizofrénicos, se encuentran muchas persona­
lidades raras. Sin embargo, ha sido la doctrina de K ret ­
s c h m e r la que, en realidad, ha señalado, por prim era
vez, una diferencia puramente gradual entre determ i­
nadas personalidades anormales y los procesos esqui­
zofrénicos, incluso entre determinadas personalidades
dentro del ám bito medio y las esquizofrenias. Así, se­
gún él, existe una escala que conduce, sin límites seve­
ros, desde el individuo normal esquizotímico, a través
del psicópata esquizoide, al enfermo esquizofrénico. La
psicosis esquizofrénica es, para él, una agravación de
tem peram entos psicopáticos y normales; lo que existe
en el fondo del proceso esquizofrénico es una variación
cuantitativa de la total constitución corporal que sirve
de base a determ inadas personalidades psicopáticas y
normales. Aquí hay, por tanto, transiciones insensibles
entre personalidades anormales y psicosis. La doctrina
de K r e t s c h m e r , evidentemente fácil de aprender y de
m anejar, ha tenido una amplia aceptación. Muchas ve­
ces se llegó a una desaparición de todos los límites, ex­
trem adam ente perjudicial para la práctica. Frecuente­
mente, apenas se hacían ya esfuerzos para decidir si se
Esquizofrenia 99

tenía delante a un psicópata o a un enfermo psicótico.


Por otra parte, todos los psicópatas, con muy pocas
excepciones, fueron calificados como psicópatas esqui­
zoides, incluso aunque no pertenecieran a un círculo
hereditario esquizofrénico.
Frente a la opinión de K r e t s c h m e r , se halla otra
que admite, ciertamente, relaciones más o menos gene­
rales entre determinadas constituciones psíquicas y cor­
porales y las esquizofrenias, pero que mantiene los lími­
tes severos entre personalidad anormal y esquizofrenia.
Naturalm ente, es algo muy distinto que se adm ita una
determ inada constitución corporal y una determ inada
personalidad como factores predisponentes p ara la gé­
nesis de una esquizofrenia o que sólo se véan diferen­
cias graduales entre estas constituciones y las bases
somáticas de los procesos esquizofrénicos (y lo mismo
en la esfera psíquica). Más recientemente, K r e t s c h m e r ,
en una crítica de este libro, ha dicho que el aumento
cuantitativo de los síntomas esquizoides en la esquizo­
frenia no excluye la adición de un «factor procesal»
especial. Pero, evidentemente, esto pensado desde el
punto de vista teórico-somatológico; en lo psíquico si­
guen afirmándose las transiciones. ■
No creemos que la cuestión de si hay transiciones
entre determ inadas personalidades y las esquizofrenias
pueda decidirse sobre la base de consideraciones me­
todológicas o somatológicas. Para las últimas, faltan to­
dos los elementos de juicio; no se conoce ni el proceso
corporal que existe en el fondo de la esquizofrenia ni
las constituciones corporales que sirven He base a las
personalidades anormales. Por tanto, no se puede in­
vestigar directam ente esta cuestión; a lo sumo, se pue­
den buscar semejanzas en la patología. Se puede pre­
guntar si, fuera de aquí, sucede, en alguna parte, que
los estados constitucionales, normales o anormales, de
órganos o de sistemas de órganos, se transform en len­
tamente, sin límites severos, en procesos patológicos.
Que sucede esto es indiscutible. Pueden citarse, co­
100 Psicopatía y psicosis

mo ejemplos, la enfermedad de B asedow , la relación


entre las anomalías del metabolismo del azúcar y la
diabetes manifiesta, entre la hipertonía esencial y la ar-
teriosclerosis. Se sabe tam bién que el naevus pigmen­
tario, consistente siempre en una malform ación con­
génita de los tejidos, sin motivo externo, puede salir de
su equilibrio histológico y llegar a ser, como melanoma
proliferativo, una verdadera enfermedad. Finalmente,
hay malformaciones, como muchos defectos cardíacos
y el riñón quístico, que, al principio, no producen nin­
guna manifestación, y que sólo durante el curso de la
vida (por ejemplo, con motivo de exigencias especiales
o en la pubertad) conducen a trastornos. Estos ejem­
plos de malformaciones son distintos de los anteriores,
ya que aquí existe el estado orgánico anorm al desde el
comienzo de la vida, aunque no se manifieste p or nin­
gún síntoma. Es inútil fantasear sobre cuál de estas po­
sibilidades debe adm itirse para los trastornos que sir­
ven de base a la esquizofrenia. En todo caso, en virtud
de tales experiencias, no pueden negarse teóricam ente
las transiciones insensibles entre anomalías constitu­
cionales y enfermedades. Consecuentemente, habrá que
adm itir también la posibilidad de estas transiciones en
las esferas funcionales psíquicas correspondientes; es
decir, entre personalidad anorm al y proceso esquizofré­
nico. Sea como fuere, no existe, teóricamente, ninguna
dificultad para aceptar la existencia de transiciones.
Ahora bien: sobre la base de la sim ple experiencia
clínica, hemos de confesar que no encontramos tales
transiciones. A nuestro juicio, los casos en los que pue­
dan existir dudas sobre si se tra ta de una personalidad
anorm al o de una psicosis esquizofrénica son, por lo
menos, extraordinariam ente raros. Lo m ejor, entonces,
sería hablar de «casos dudosos», quizá de «sospechas
de esquizofrenia», pero no de «psicópatas esquizoides».
En todo caso concreto, hay que procurar, por todos los
medios, decidirse sobre si existe una personalidad anor­
mal y una reacción a vivencias o un proceso patológico.
Esquizofrenia 101

Y esta decisión se logra, casi siempre, sin ninguna vio­


lencia. Las mayores dificultades las ofrecen todavía
ciertos extravagantes, hipocondríacos obstinados, cier­
tos estados obsesivos, muchos estados periódicos de ex­
citación (casi siempre de muchachas oligofrénicas y
asocíales), a veces las reacciones de pánico y al encar­
celamiento y, en ocasiones, ciertos estados paranoides.
Pero todos estos casos, sin embargo, sólo en raras oca­
siones son definitivamente insolubles.
Entonces, naturalm ente, se suscita siempre la cues­
tión de si tales casos son esencialmente insolubles; es
decir, representan transiciones reales, o si sólo se trata
de nuestra imposibilidad, momentánea o perm anente,
de resolverlos. Así, pueden darse raram ente casos de
esquizofrenia, cuyo cuadro esté tan absolutam ente te­
ñido por los rasgos de la personalidad (de la persona­
lidad anormal), que no pueda ponerse de manifiesto en
lo psíquico lo verdaderam ente procesal. Se puede pen­
sar, a título de comparación, en aquellos estados, antes
mencionados, en los cuales los trastornos psíquicos
—por ejemplo, de la embriaguez alcohólica o de la arte-
riosclerosis cerebral—sólo representan, para una mira­
da observadora, amplificaciones de los rasgos, funda­
mentales de la personalidad.
Nosotros, por tanto, no creemos que haya transicio­
nes entre las4personalidades anormales y las esquizo­
frenias ni en el cuadro corporal ni en el psíquico; cree­
mos que hay que optar por la negativa en la cuestión
de los «estados limítrofes». Las transiciones no están
suficientemente comprobadas, desde el punto de vista
clínico. Para la teoría de la esquizofrenia, podría dedu­
cirse de esto que los procesos corporales existentes en
el fondo de la esquizofrenia no están en una relación
tan íntima, como cree K r e t s c h m e r , con las constitu­
ciones generales predisponentes; es decir, que una cons­
titución determ inada es, quizá, una condición de la en­
fermedad, pero nada más. Por lo menos, habría que
adm itir aquí que una constitución puede, bruscamente,
102 Psicopatía y psicosis

ponerse en movimiento y transform arse en enfermedad.


Lo mismo, por ejemplo, que se origina bruscam ente, a
p a rtir de la «constitución» alcohólica tóxica de los al­
cohólicos crónicos, el delirium trem ens o la alucinosis.
Esta intoxicación crónica es una conditio sine qua non
y, sin embargo, no existen transiciones insensibles en­
tre ella y las psicosis alcohólicas agudas.
Esto debe bastar aquí. Tenemos que dejar a un lado
mucho de lo que se ha escrito sobre lo «esquizoide».
W y r s c h ve en ello algo «formal», que «corresponde a
la estructura total del carácter» y puede dar un colo­
rido esquizoide a cualquier grupo de psicópatas. Tam­
bién otros, ya antes que él, se han expresado de un
modo semejante. Tales conceptos, según su disposición
general, no pueden nunca dem ostrarse ni refutarse.
Aquí sólo nos interesa la cuestión de las transiciones
entre personalidades anormales y psicosis esquizofré­
nicas, no la comparábilidad, más o menos posible, de
su sintomatología.

P e rs o n a lid a d a n o r m a l y c ic lo tim ia . Sobre las re­


laciones de las personalidades anorm ales con las ciclo-
timias, no necesitamos hablar tan detenidamente. Lo
dicho de la esquizofrenia, especialmente sobre las tran­
siciones, también tiene validez aquí. Lo mismo que allí,
y en oposición a la mayoría de los autores, tendremos
que rechazar las transiciones.
Para la ciclotimia se usa, casi siempre, la expresión
locura maniaco-depresiva. Esta expresión es desafortu­
nada. Sobrecarga, a veces, a los enferm os de un modo
innecesario; innecesario, porque tam bién es im pertinen­
te, ya que estos enfermos casi nunca son «locos», si es
que este calificativo conserva todavía algún sentido. Lo
mismo puede decirse de la locura circular. Por otra'
parte, la designación «maníaco-depresivo» no es descrip­
tiva, sino teórico-nosológica. Sólo relativamente pocos
de estos enfermos tienen fases maníacas y depresivas.
Por lo mismo que tampoco en otros casos es corriente
Ciclotimia 103

elegir nombres distintos para grados distintos de la mis­


ma enfermedad, llamamos ciclotimia, también, a los
casos más graves. De acuerdo con K raepelin y con el
sentido de la palabra, y en contra de K r e t s c h m e r , alu­
dimos con ella a fenómenos fásicos, episódicos, y no
a personalidades (perm anentes).
En las personalidades anormales y en la mayor par­
te de los esquizofrénicos>se trata de estados permanen­
tes. E n las fases ciclotímicas, se trata de estados epi­
sódicos. Se deduce de ello que, clínicamente, las fases
ciclotímicas acentuadas podrán diferenciarse de las per­
sonalidades psicopáticas con menos dificultad que cier­
tos procesos esquizofrénicos. Pero, por otra parte, hay
fases ciclotímicas leves, cuya sintómatología parece
aproximarse a ciertas personalidades anormales y a
ciertas reacciones anormales a vivencias, y, además,
muchas personalidades anormales oscilan también, epi­
sódica y periódicamente, én sus rasgos característicos.
Ambos hechos vuelven a hacer difícil, en ocasiones, el
diagnóstico diferencial.
Nos parece también seguro que exista una relación
de determinadas personalidades, particularm ente «sa­
nas», sobre todo equilibradas (que, con B leuler , se
califican también como sintónicas), con las fases ciclo­
tímicas; por lo menos, así sucede en la mayoría de los
casos. Sin embargo, también aquí nos parece imposible
la existencia de simples transiciones entre las persona­
lidades permanentes, con sus reacciones y oscilaciones
básicas, por una parte, y las jases ciclotímicas, por otra
parte. También en estos casos se añade algo nuevo, pa­
tológico. Teóricamente, lo mismo que en la esquizofre­
nia, hay que adm itir las transiciones como posibles;
pero, en realidad, clínicamente, tampoco aquí nos pare­
cen bastante justificadas. Los casos de diagnóstico dife­
rencial dudoso son extremadamente raros.
El trastorno básico vital de la depresión ciclotímica
es caracterológicamente neutral, y sólo depende de la
personalidad afectada su colorido particular, especial­
104 Psicopatía y psicosis

m ente si tiene un aspecto más melancólico, dulce, pa­


sivo y elegiaco, o más malhumorado, irritado y gruñón.
Es cierto que una constitución pícnico-sintónica tiende,
más que otra, a la depresión ciclotímica. Pero, psicoló­
gicamente, no existe ninguna conexión entre la depre­
sión ciclotímica y el modo de ser sintónico. N o ella m is­
ma, sino sólo su configuración, puede derivarse carac-
terológicamente. Y ésta corresponde casi siempre, a
consecuencia de la citada predisposición, a la persona­
lidad sintónica. Nosotros tomamos la depresión ciclo­
tímica como ejemplo de estas circunstancias. En la
manía ciclotímica son mucho menos claras.
Sin duda, en casos aislados, puede ser difícil, y a
veces imposible, form ular un diagnóstico diferencial en­
tre la personalidad anorm al y la reacción a vivencias,
p o r un lado, y la ciclotimia, por otro. También aquí
surgirá sobre todo esta dificultad cuando aquel proceso
corporal desconocido, que hemos citado en las psicosis
orgánicas y en la esquizofrenia, conduzca solam ente a
un aum ento de los rasgos de la personalidad; es decir,
cuando los ciclotímicos no sean personalidades m arca­
dam ente sintónicas y se quejen constantem ente, fuera
incluso de las fases, de oscilaciones de ánim o o de mo­
lestias corporales.
II. PARTE ESPECIAL

1.PSICOPATAS HIPERTIMICOS .

Utilizamos esta buena expresión griega, siguiendo el


ejemplo de la «constitución psicopática hipertímica» de
Z ie h e n , para un grupo de personalidades que está ca­
racterizado, en prim er lugar, por el ánimo alegre, pero
casi siempre tam bién por el temperamento sanguíneo
y p o r una cierta actividad. Hablaríamos simplemente
de los «activos», pero no creemos conveniente acentuar
demasiado la actividad. Para que no se desvanezca el
tipo, hay que considerar, como el rasgo más sobresa­
liente, el ánimo alegre. Por las mismas razones, me pa­
rece más feliz la designación hipertímico que el nombre
de «excitación constitucional», utilizado antes por K rae-
pe l in , y más feliz tam bién que su expresión «disposi­
ción maníaca», empleada más tarde, porque no prejuzga
nada respecto al problema de su pertenencia a la locura
maníaco-depresiva. Es m ejor evitar también la califica­
ción de G r u h l e «eréticos», no sólo porque tam bién
acentúa demasiado la inquietud, sino porque hace pen­
sar habitualm ente en los oligofrénicos. La expresión
«expansivos», empleada a veces como contraria a depre­
sivos, sería utilizable en sí; pero, a consecuencia de la
«forma de reacción expansiva» de K r e t s c h m e r , ha ad­
quirido un matiz que recuerda las personalidades, más
esténicas y más cerradas, de los fanáticos.
Las personalidades hipertím icas son alegres, a me­
nudo bondadosas, activas, equilibradas y de un optim is­
mo inquebrantable, inconmovible a toda experiencia.
Como consecuencia inm ediata de ello, carecen de p ro ­
fundidad j' de exactitud, suelen ser faltos de crítica, im ­
prudentes, seguros de sí mismos, fácilmente influibles
106 Psicópatas hipertímicos

y no muy fieles. K ant los ha descrito muy certeram ente


en su Antropología, bajo el epígrafe «El temperamento
sanguíneo del hom bre de sangre ligera». Dice así: «El
sanguíneo da a conocer su naturaleza sensible en las
siguientes manifestaciones: es descuidado y optimista;
en el momento mismo, concede una gran importancia
a cualquier cosa y, al momento siguiente, ya no es capaz
de pensar en ella. Promete honradam ente, pero no m an­
tiene la palabra, porque no ha m editado antes, con su­
ficiente profundidad, si sería capaz de mantenerla. Es
bastante bondadoso para prestar ayuda a los demás,
pero es un mal deudor y pide constantem ente nuevos
plazos. Es un individuo socialmente agradable, chistoso
y divertido; le es fácil no dár im portancia a nada (vive
la bagatelle;), y es amigo de todos. Habitualmente, no
es mala persona, pero sí un pecador difícil de conver­
tir, el cual, sin duda, se arrepiente mucho de las cosas,
m as olvida pronto este arrepentim iento (que nunca
llega a ser una pesadum bre). Le fatigan sus quehace­
res y, sin embargo, se ocupa incansablem ente de todo
lo que sea un simple juego, porque esto lleva consigo
la variación y no es cosa de él la perseverancia.»
Parece cierto que la mayoría de los hipertímicos son
corporalm ente pícnicos. Son fáciles de reconocer en su
expresión. Su conducta delata, a menudo, una cierta de­
ficiencia de formación, una desenvoltura alegre, que
llega fácilmente a la intimidad, y una ingenua confianza
en sí mismos. Estas personalidades, casi siem pre útiles,
aptas, capaces de rendimiento y en pleno contacto con
la realidad, han sido descritas del modo más gráfico
p o r K r e t s c h m e r , entre sus individuos normales ciclo­
tímicos, como «alegres parlanchines», «prácticos decidi­
dos» y, los menos activos, como «humoristas tranqui­
los», «sentimentales plácidos» y «sibaritas cómodos».
Las variantes, dentro de lo anormal, son, especialmente,
el «tipo hípomaníaco garboso» y el «camorrista mo­
lesto».
Del mismo modo, al describir nosotros los hipertími-
vPendencieros 107

eos, tenemos a la vista, -sobre todo, estas personalidades


equilibradas; sin embargo, también conocemos otros hi-
pertímicos. Son aquellos activos desapacibles, excita­
dos, en los que el estado de ánimo alegre es menos
marcado, por lo cual sólo se hallan al borde del tipo
que nos ocupa. Entre los hipertímicos equilibrados y
los excitados hay toda clase de transiciones. Los equi­
librados son un tipo humano más frecuente y, también,
mucho más unitario que los excitados. En lo sucesivo,
pensarem os siempre, en prim er lugar, en los hipertimi-
eos clásicos, equilibrados.
Especialmente como una forma de los pendencieros,
penetran los hipertímicos en el círculo de las persona­
lidades psicopáticas. A estos litigantés, en oposición a
los litigantes aferrados a una causa única, por la que
luchan a menudo durante toda la vida, se les llama
también seudolitigantes. A consecuencia de su amor
propio, casi siempre exagerado, no se resignan a nada;
están siempre dispuestos a disputar y a protestar, pero
muchas veces son conciliables y vuelven pronto a ser
buenos amigos. No son propias, de los litigantes hiper­
tímicos puros la obstinación terca, la perseverancia rí­
gida ni la lucha continuada por una misma finalidad.
A veces también, como dice B leuler , hablan m u y fo r­
malmente de sus enemigos.
Además, los psicópatas hipertímicos aparecen, no ra­
ramente, bajo la form a de inconstantes. Somos de la
opinión, con R e ic h m a n y K ramer , de que los incons­
tantes no forman, de ninguna manera, un grupo unita­
rio de personalidades. Pertenecen a los tipos socioló­
gicos, pero no a los psicológicos. Los hipertímicos son
a menudo inconstantes, porque su tem peram ento san­
guíneo, su confianza en sí mismos y su optim ismo les
arrastra y les hace olvidar con rapidez los buenos pro­
pósitos y las lecciones, superficialmente asimiladas, de
la propia experiencia. Esta inconstancia puede adoptar,
también, el aspecto de la inestabilidad social.
Por último, sobre la base de su exagerado concepto
108 Psicópatas hipertímicos

de sí mismos y de la propensión a darse importancia,


m uestran los hipertím icos, como es fácil de com pren­
der, una tendencia a la fanfarronería y al em buste, que
no es raro ocupe totalm ente el prim er plano del cua­
dro. Ya A. Delbrück menciona la presentación de la
seudología fantástica sobre fondo maníaco. También
para K raepelin pertenecen aquí muchos seudólogos.
«La intensa des viabilidad de la atención y el espíritu
em prendedor, el gran desasosiego e inquietud» hablan
a favor de la predisposición maníaca. «La tendencia a
soñar despiertos, una actitud llena de dignidad, la ca­
pacidad de adaptación, un talento inventivo fecundo y
fluyente, el aprovechamiento hábil de las debilidades
humanas» hablan más a favor de los farsantes. As c h a f -
fenburg , Z ie h e n y V. B aeyer conocen tam bién estas
relaciones, y en muchas comunicaciones casuísticas so­
bre seudología fantástica es evidente la personalidad
hipertím ica.
Se sabe poco sobre las diferencias de los sexos. Se­
gún parece, se ven con mucha más frecuencia hom bres
hipertím icos que m ujeres; esto, sin embargo, puede de­
pender, en parte, de la distinta posición social de los
sexos. B leuler cree que, en las m ujeres, tales caracte­
res «emplearían más sus energías en reyertas familiares
íntimas». Tampoco se sabe mucho sobre la evolución
durante el curso de la vida. Muchos hipertímicos apren­
den, con el aumento de edad, a conocerse tanto, que
tom an precauciones y logran, por lo menos, dism inuir
la provocación de conflictos. Los niños hipertím icos, so­
bre todo si son débiles meintales, plantean exigencias
extraordinarias a las personas que les rodean. Estos
niños volubles siem pre quieren algo nuevo; perturban
en el colegio por su inquietud y agitación; son los inci­
tadores de todas las travesuras, y tiranizan y torturan
a los niños más formales. En el juego, son indómitos
y desordenados. Hacen amistades con m ucha rapidez,
pero con la misma rapidez las rompen. H. S c h u l t z ha
dedicado a estos niños un estudio minucioso.
Litigantes 109

S tu m p f l e n c o n tró , en el círc u lo h e re d ita rio d e ios


c rim in a le s re in c id e n te s, ju n to a d esalm ad o s y abúlicos,
ta m b ié n h ip ertím ic o s; dicho a u to r d em o stró la presen­
tación hereditaria de este tip o h um ano.
Los hipertímicos m uestran numerosas relaciones con
otros tipos de psicópatas, de los que hablarem os des­
pués. Pueden tener rasgos de los necesitados de estim a­
ción, aunque las formas puras de ambos grupos son
fáciles de diferenciar. Son más frecuentes los hipertím i­
cos explosivos; así, corresponde al tipo alborotador y
cam orrista hipertímico una cierta explosividad,. pero
hay también hipertímicos que no pierden por nada la
serenidad. También existen relaciones con la «oligofre­
nia moral». T ilin g , por ejemplo, cree francam ente que
la moral insanity descansa «sobre un tem peram ento ex­
cesivamente sanguíneo», lo cual, sin embargo, no es
cierto en lo que se refiere a los desalmados puros, sino
sólo en lo que afecta a semejantes hipertímicos incons­
tantes y asociales. H. S c h u l t z ha demostrado, en los
niños, que el tem peram ento hipertímico puede estar
incluido «en las más distintas estructuras caracteroló-
gicas», incluso en la personalidad insegura de sí misma.
Por último, desde los pendencieros hipertím icos se
pasa, sin límites severos, a los litigantes «genuinos», en
el sentido de los expansivos de K r e ts c h m e r . Los pen­
dencieros, que K r a e p e lin y otros erigen en una forma
propia de psicópatas, tienen su puesto, casi siempre,
entre ambos polos. Así, pues, no se puede hablar, natu­
ralmente, de una separación severa entre los «seudo­
litigantes» pendencieros y los litigantes «genuinos», por
muy distintos que sean, como tipos límites, el hiper­
tímico pendenciero y el litigante fanático tranquilo.
S p e c h t quiso com prender a todos los paranoicos
como hipomaníacos crónicos. Aunque se quiera hablar
aquí de ideas delusivas, éstas llevarían «el sello, más
bien, de equivocaciones inm ediatam ente originadas por
el apasionamiento», y no se llegaría nunca a un sistema.
Este concepto no basta para la totalidad de la paranoia,
110 Psicópatas hipertímicos

aun cuando se comprenda por ella sólo un desarrollo


psicopático y no una psicosis. Es evidente que también
la paranoia, en el sentido de K raepelin , aunque tenga,
en general, relaciones directas con determ inadas per­
sonalidades, surge precisam ente de personalidades dis­
tintas a las hipertímicas. Tendremos que hablar todavía,
detenidamente, de los desarrollos paranoicos de los psi­
cópatas expansivos y sensitivos.
Son numerosas las combinaciones con otros estados
psicopatológicos. Así, por ejemplo, con la oligofrenia.
El oligofrénico hipertím ico es un tipo muy conocido y
socialmente im portante, que, a menudo, se encuentra
tam bién entre jóvenes abandonados. El modo de ser
hipertím ico puede ocultar la oligofrenia ante una m ira­
da superficial. Sobre todo en los niños, la animación
hipertím ica es considerada, frecuentemente, como una
verdadera vivacidad espiritual.
A veces, esta oligofrenia es sólo relativa, dependiente
de las tareas, demasiado altas, fijadas por la exagerada
confianza en sí mismo. A esta constelación, ya vista por
L iepaíann, la llamó B l e u l e r «imbecilidad relativa», aun­
que sería m ejor llam arla «oligofrenia relativa». No es
la anomalía de la inteligencia la que hace fracasar a
estos sujetos, sino el impulso optim ista a la actividad,
que les arrastra a situaciones para las que no están
capacitados. Tales individuos, por tanto, no son oligo-
frénicos en sí, sino «en relación» con las tareas, dema­
siado elevadas, que les fija su personalidad hipertím ica.
Más tarde, fue borrado de nuevo este concepto por
B u c h n e r , en tanto que volvió a poner el acento sobre
la inteligencia, en sí subnormal, aunque su defecto se
halle encubierto por los buenos modales sociales, por lá
capacidad de aprender, por la habilidad y tam bién, en
ocasiones, por facultades literarias y estéticas. J. B. Jó r-
g e r puso de relieve, en la imbecilidad relativa, la p ro­

funda conexión del exceso de actividad con el ánimo


hipomaníaco, el pensamiento confuso y la seudología.
Si bien B l e u l e r ya había visto también el síndrom e de
Alcohólicos 111

la imbecilidad relativa en esquizofrénicos. V an der


H oeven describió un enfermo, de cuya esquizofrenia no
era posible dudar. Recientemente, B raun , bajo el nom­
bre de «debilidad psíquica relativa», ha dado al síndro­
me una fórmula más amplia, que, sin embargo, coincide
todavía, en esencia, con la que hemos expuesto aquí.
También él acentúa la psicopatía hipertím ica, que sir­
ve, casi siempre, de base.
La combinación con el alcoholismo es tam bién bas­
tante frecuente. Al hipertím ico le hacen alcohólico las
alegrías y las jactancias sociales, pero no la necesidad
de alivio y de aturdim iento. Es comprensible, p or tan­
to, que permanezca alejado de la morfina y de los hip­
nóticos.
Es im portante la cuestión de si los psicópatas hiper­
tímicos deben incluirse o no en la ciclotimia, en la locu­
ra maníaco-depresiva. Mientras, antes, K raepelin los in­
cluía, junto con la «distimia constitucional», en los
«estados patológicos originarios», últim am ente fueron
trasladados por él como «predisposición maníaca», a la
locura maníaco-depresiva, en lo que tam bién le ha se­
guido B leuler . Nos hallamos, pues, ante la cuestión de
si los'hipertím icos son o no maníacos crónicos (bajo lo
cual no comprendemos las fases maníacas no curadas,
sino las personalidades hipomaníacas perm anentes).
S iefert describió detenidamente, por prim era vez,
un caso semejante, complicado con alcoholismo; se tra­
taba de un hipertímico, cantador de cuplés, que siem­
pre había sido así y, sobre todo, jamás había tenido
temporadas depresivas. J ung incluyó la distim ia ma­
níaca crónica en las inferioridades psicopáticas, aunque
vio en ellas exacerbaciones de periodicidad insegura y
breves depresiones. Y también para S p e c h t , por lo me­
nos aí principio, la manía crónica era una «forma de
enfermedad absolutamente independiente». Las investi­
gaciones más minuciosas son las de N it s c h e . Este en­
contró, algunas veces, formas de hipomanía originaria y
excitación constitucional de grado leve, existentes desde
J12 Psicópatas hipertímicos

la juventud. Pero vio, además, individuos constitucional­


mente sanguíneos, en los cuales, hacia los cincuenta
años de edad, comenzaba una psicosis totalm ente hipo-
maníaca, que no regresaba ya al estado prim itivo, si­
tuado todavía dentro del campo de la salud; N i t s c h e

habla, p o r eso, de una «constitución maníaca progresi­


va». Por último, conoce estados hipomaníacos de una
duración anorm alm ente larga, correspondientes a fases
de locura circular. Los estados maníacos crónicos no
pertenecen, por eso, necesariamente, a los «estados psi­
copáticos perm anentes y sometidos a una evolución re­
gular». Habría que pensar siempre en la posibilidad de
su carácter transitorio. Las oscilaciones de intensidad
serían muy frecuentes.
Las razones que indujeron a K raepelin a considerar
la «predisposición maníaca», junto con la «predispo­
sición depresiva», como grados previos de la locura
maníaco-depresiva, consisten en que el 73 p or 100 de
sus circulares m ostraron particularidades permanentes,
ya fuese una predisposición depresiva, maníaca, irrita­
ble o periódico-ciclotímica. También K r e t s c h m e r y
H offm ann , apoyados especialmente en sus investigacio­
nes hertdobiológicas, se han adherido a este concepto:
el individuo ciclotímico normal, de colorido maníaco,
tiene-parentesco caracterológico y heredobiológico con
el hipomaníaco fásico.
Hablemos, en prim er lugar, de estos hipertímicos
sintónicos. No se sabe absolutam ente nada sobre los
dos estados somáticos, quizá idénticos, que sirven de
base a tales personalidades y a las fases m aníacas. Fal­
tan todavía investigaciones finas sobre la psicología de
ambos estados. No nos parece que, desde el punto de
vista psicológico, puedan considerarse como iguales o,
todo lo más, como gradualm ente distintos. El hecho de
que el estado perm anente hipertímico acostum bre man­
tenerse siempre en los límites de lo hipomaníaco y de
que estos hipertímicos, a pesar de ser tan frecuentes,
sólo en muy raras ocasiones lleguen a tener fases ma­
Parálisis 113

níacas o depresivas, habla a favor de que la identidad


no es tan evidente como creen muchos. Sólo la presen­
tación de ligeras oscilaciones de intensidad no dice mu­
cho; esto es propio de todas las psicopatías. S tum pfl no
encontró, en el círculo hereditario de los hipertímicos,
ninguna tendencia a oscilaciones del ánimo; V. B aeyer,
entre las familias de sus farsantes, casi siempre hiper­
tímicos, no encontró ninguna locura maníaco-depresiva,
por lo menos manifiesta. La presentación, que se ob­
serva en ocasiones, de intensos empeoramientos, y has­
ta de depresiones, en el curso de la vida, son factores,
por el contrario, que pueden interpretarse a favor de
un parentesco con la ciclotimia. Recientemente, cree
M ollweide poder establecer, sobre la base de caracte­
rísticas diferenciadas, una «diferencia esencial term i­
nante» entre hipertímicos y maníacos crónicos. Al pa­
recer, las circunstancias son distintas en los distintos
casos.
Siquiera sea de un modo breve, debe señalarse el
hecho de que, a veces, tam bién los enfermos procesales
esquizofrénicos pueden m ostrar semejanza con los psi­
cópatas hipertímicos, sobre todo con la variante de los
excitados. Frente a los hipertímicos equilibrados, el as­
pecto de la alegría, que despierta la impresión de .va­
cuidad, puede aclarar la situación. Frente a los excita­
dos, el diagnóstico diferencial puede ser muy difícil.
Especiales dificultades diagnósticas frente a la esquizo­
frenia crean ciertas muchachas hipertímicas, casi siem-
pre-abandonadas, tal como las ha descrito W eigel. Tam­
bién entre los casos de J ung y de N it s c h e se encuen­
tran algunos casos sospechosos de esquizofrenia.
Citemos, asimismo, que tam bién una parálisis inci­
piente puede presentarse, en ocasiones, bajo la aparien­
cia de una personalidad hipertímica. Pero, casi siempre,
la desintegración de la personalidad o la demencia son
ya muy claras, desde muy pronto. Los métodos médicos
de investigación y la anamnesis facilitan el diagnóstico.
En la llamada manía senil existen relaciones, probable-
S C H N E ID E R .— 8
114 Psicópatas hipertímicos

mente, con la personalidad primitiva. B ostroem cree,


además, que la personalidad previa hipomaníaco-esté-
nica no sólo influye patoplásticamente, configurando los
síntomas, en las psicosis seniles, sino que tal disposi­
ción representa, hasta un cierto grado, una protección
p a ra no caer en la demencia. De este modo, comprende
las psicosis presbiofrénicas. También después de trau­
m atism os craneales y, sobre todo, después de la encefa­
litis epidémica infantil, se ven cuadros hipertím icos. Es
cierto que los hipertímicos encefalíticos «ágiles» no sue­
len m o strar un ánimo verdaderamente alegre y que su
inquietud motora tiene algo de impetuosa y de falta de
dirección. H einze separa severamente el síndrom e del
eretism o patológico en la infancia de la vivacidad diri­
gida a un fin de los niños hipertímicos.
Los síndromes hipertímicos agudos, que se presentan
en las más distintas psicosis—como en la embriaguez
alcohólica o en la fiebre—, no tienen ninguna im portan­
cia desde el punto de vista diagnóstico-diferencial.
Poco se puede añadir sobre la importancia social de
los psicópatas hipertímicos. R ittershaxjs subraya el
alto valor social que pueden tener en ocasiones. De
acuerdo con su modo de ser, los pendencieros, incons­
tantes, inestables y seudólogos, se hacen a menudo cri­
minales; son frecuentes las ofensas, las falsedades, las
estafas y también los pequeños delitos de los vagabun­
dos. Los grandes crímenes son raros en los hipertím i­
cos puros; lo que persiguen éstos es la ganancia. R eiss
ha publicado un caso de un hipertím ico socialmente
muy interesante. Demuestra, de un modo muy bello,
que las alteraciones de la personalidad pueden ser tam ­
bién aparentes. Un hipertímico había sido antes un co­
m erciante activo y vividor y, más tarde, se hizo un as­
ceta. Pero... «una farsa fue toda su existencia comercial
y una farsa, también, todo su ascetismo». La impotencia
sexual y la pérdida de la colocación y de los bienes fue­
ron el motivo de este cambio. Su afán de gloria encon­
tró nueva satisfacción en su actuación como profeta,
Tratamiento 115

siguiendo el espíritu dom inante de la época. Le faltaba


el interés objetivo y existía u n abismo entre sus preten­
siones y su cambio de vida. Se trataba de una simple
«reforma de fachada». Son evidentes aquí los rasgos de
la necesidad de estimación.
Entre los jóvenes abandonados se encuentran, a me­
nudo, hipertímicos. En sus círculos desempeñan un
gran papel, a menudo el de directores o jefes, por su
actividad incesante y p or su tendencia a intervenir en
todo. En los establecimientos de asistencia, estos suje­
tos son muy difíciles y temibles, sobre todo cuando,
además, son explosivos y oligofrénicos.
Por lo que se refiere al tratamiento, muchos de los
hipertím icos en peligro social, sobre todo jóvenes, son
a menudo fáciles de conducir, especialmente por deter­
minadas personas. El escucharles con paciencia, el di­
rigirles con habilidad y con energía benévola, puede pre­
venir muchos daños. Por otra parte, es difícil con fre­
cuencia obligarles a que se fijen en lo que se les pide.
No prestan atención y quieren saberlo todo m ejor que
nadie. No asimilan nada, pues todo lo que se logra en­
señarles es olvidado de nuevo, en virtud de su tempe­
ram ento bullicioso, de su confianza en sí mismos y de
su seguridad en el triunfo. Incluso cuando, momentá­
neamente, se consigue m eterles en razón, su naturaleza,
en la prim era situación crítica, les arrastra de nuevo.
Es im portante hacer todo lo posible por evitar las oca­
siones que, en este sentido, puedan ser peligrosas.

2. PSICOPATAS DEPRESIVOS

La elección de nom bre no necesita aquí justificación.


Se trata, en estas personalidades, de aquella «constante
acentuación afectiva sombría de todas las experiencias
vitales» con la que K raepelin ha caracterizado la «pre­
disposición depresiva», antes «distimia constitucional».
H ablar sólo de «distimia constitucional» podría p restar­
116 Psicópatas depresivos

se a co n fu sio n es, p o rq u e , com o hace J ung, se p u e d e h a ­


b la r ta m b ié n de d istim ia c o n stitu c io n al maníaca.
Así, pues, tam bién aquí colocamos en el prim er pla­
no la anom alía del ánimo fundamental. Las relaciones
entre este ánim o fundam ental y una forma determ inada
de tem peram ento no son aquí tan íntim as como en los
hipertímicos. Estos son con mucha más frecuencia san­
guíneos que los depresivos flemáticos. Es cierto que los
depresivos son casi siempre tranquilos, pero esto no
tiene nada que ver con el reaccionar lento de los flemá­
ticos.
Si nos atenemos, prim eram ente, a lo que tienen de
común todos los depresivos, los veremos como indivi­
duos con un concepto de la vida siempre pesim ista o,
por lo menos, muy escéptico. En el fondo, se niega la
vida; pero, no obstante, se la rodea con una especie de
amor no correspondido. Todo se toma demasiado en
serio; falta la capacidad de la alegría inocente. De todo
se ve el lado malo; no hay nada puro; todo está am ar­
gado y corrom pido de alguna manera. El pasado apa­
rece sin valor; el futuro, amenazante. Carecen de bríos
y de confianza ingenua. Las cavilaciones les ap artan de
las tareas cotidianas y no Ies dejan reposar. Temores
hipocondríacos, exámenes de conciencia, dudas sobre
el sentido de la vida...; tales enemigos les acechan cons­
tantem ente. Las experiencias tristes son profundam ente
vividas y conducen a crisis; por el contrario, tam bién,
a veces, las miserias reales son apropiadas p ara arran ­
carles de sus cavilaciones torturadoras.
No siempre existen estas cosas en la superficie. El
hipertím ico no se oculta; el depresivo es, a menudo, di­
fícil de reconocer. El depresivo puede parecer hiper­
tímico, pero no el hipertím ico depresivo. El depresivo,
no está siempre, externamente, taciturno y abatido;
muchas veces, manifiesta una alegría y una actividad
del tipo de la «manía por angustia» o de la «manía co­
mo fuga», que no corresponde a ningún bienestar in­
terno. Recuérdese, a este respecto, el dístico de Hol-
«Anfitimia » 117

derlin , «Los bromistas»: «¿Siempre estáis jugando y


brom eando?... ¡No tenéis m ás remedio que hacerlo!
¡Oh amigos! Esto me llega al alma, porque sólo los
desesperados se ven forzados a ello.» Otros depresivos
son, originariam ente, celosos cumplidores de su deber,
de una rigidez inflexible. Pero no les alegra ningún éxi­
to y todo descanso trae consigo el peligro de que irru m ­
pan nuevam ente los fantasm as ahuyentados. H ellpach
ha hablado de caracteres análogos, bajo el nom bre de
«anfitimia». Conoce individuos ocupados en múltiples
asuntos, activos, muy habladores, de ánimo sombrío y
abrum ados por constantes escrúpulos y cavilaciones so­
bre las consecuencias de sus actos y el juicio del m un­
do. Tales manifestaciones encubridoras y tales com pli­
caciones se encuentran en la mayoría de los depresivos
de un nivel m ental particularm ente elevado. También,
frecuentem ente, se ve desarrollar una tendencia a la va­
nidad; la comparación con los que viven contentos y
felices y el conocimiento de la sencillez, incluso de la
simpleza, que suele caracterizar a éstos, lleva a los que
sufren a considerar el sufrimiento como algo noble y
a sí mismos como arsitócratas. Otros ven en el sufri­
m iento un mérito, que, lo mismo que su tendencia a
reflexionar y a cavilar, la amargura de la vida terrenal
y la íntim a necesidad de ayuda, les conduce a un sólido
refugio filosófico o religioso o les induce a buscarlo.
En su expresión, los depresivos son mucho menos
homogéneos que los hipertímicos, sobre todo a causa
de sus abundantes velos y máscaras. En muchos, el as­
pecto y la mímica no delatan nada de su estado dé áni­
mo vital o tan sólo lo hacen en momentos inadvertidos
de abandono y de fatiga. A veces, la escritura es la úni­
ca delatora. Su conducta respecto al prójim o es m ucho
más reservada, más silenciosa y, a veces, también más
rígida que la de los hipertímicos. No con m ucha rareza,
se encuentra, en los vestidos y en el modo de vivir, una
cierta preocupación estética, que puede llegar hasta la
presunción y que disimula el desconsuelo interior. Se
118 Psicópatas depresivos

atiende a lo pequeño, porque lo grande parece demasia­


do problemático. Pero también se ven, entre los depre­
sivos, figuras desaliñadas.
Un análisis más profundo de los depresivos encuen­
tra, sobre todo, los siguientes tipos:
Hay depresivos m arcadam ente melancólicos, como
los descritos por K r e t s c h m e r , entre los ciclotímicos,
bajo el nombre de tipo «de sangre pesada». Tales indi­
viduos son blandos, bondadosos, delicados, llenos de
comprensión y de indulgencia para los sufrim ientos y
las debilidades ajenas y, al mismo tiempo, tím idos y
desalentados ante los acontecimientos y las tareas no
habituales.
Otros depresivos están más bien malhumorados. Son
fríos y egoístas, gruñones y ensañados, irritables y cri­
ticones e, incluso, malvados y malintencionados. Su pe­
simismo frente a todas las cosas, y tam bién frente a su
propia suerte, tiene algo de fanático; se alegran, casi,
cuando sufren nuevos fracasos, y tampoco desean para
los demás nada bueno. Tales caracteres han sido desig­
nados po r K ra e p e lin como «predisposición irritable», y
por B l e u l e r , certeram ente, como «distimia irritable».
Son los «eternos descontentos y resentidos» de A s c h a f -
FENBURG.
En otros casos, muy análogos a estos depresivos,
predom inan los rasgos paranoides. Con el adjetivo p a­
ranoico o paranoide suele comprendérse dos cosas dis­
tintas: por una parte, la tendencia a la delusión o, en
general, a la sintomatología delusoide (en el mismo sen­
tido en que se habla de una psicosis paranoide); y, por
o tra parte, de un modo más estricto, la actitud descon­
fiada, con propensión a las autorreferencias. Nosotros
aquí tomamos como base la segunda significación. No
diferenciamos ningún grupo propio de psicópatas para­
noides, en lo que también nos ha dado la razón una
investigación de K olle . Hay depresivos paranoides lo
mismo que inseguros de sí mismos paranoides o faná­
ticos y litigantes paranoides. Por tanto, volveremos a
Curva del curso 115

tropezar repetidas veces con los paranoiües, dentro del


marco de los tipos fundamentales.
No se sabe nada sobre las diferencias de los sexos.
También aquí, las formas más acentuadas parecen per­
tenecer al sexo masculino. Se sabe poco, asimismo, so­
bre la curva del curso durante la vida. Ya en los niños
se encuentran, sin duda, rasgos de personalidades de­
presivas de toda índole. P ie pe r ha descrito tales depre­
siones constitucionales en los niños y encontró tanto la
variante melancólica como la malhumorada. La época
de la pubertad parece ser especialmente rica en crisis.
Muchas veces, en el curso ulterior de la vida, parece
perder su fuerza la predisposición depresiva, al menos
la form a melancólica, m ientras que sucede más bien lo
contrario en los depresivos malhumorados y paranoi­
cos. Sobre la herencia faltan todavía investigaciones es­
peciales.
Las relaciones con otros grupos de psicópatas son
múltiples. La separación de los inseguros de sí mismos
—sensitivos y anancásticos—es totalm ente imprecisa.
También la descripción está, siempre, bajo el peligro
de desviarse insensiblemente hacia ellos. Estas formas
son, más bien, sólo formas ulteriores de manifestación
del grupo depresivo. Hay que confesar, de todos modos,
que un ánimo marcadam ente depresivo no pertenece a
ellos de una m anera imprescindible; y, por otra parte,
Ja angustia y la inseguridad vital de los depresivos no
está necesariamente unida a una interna inseguridad de
sí mismos. También son íntim as las relaciones con los
asténicos. Los depresivos malhumorados, a menudo ira­
cundos, tienen relaciones con los explosivos y, también,
con los desalmados y los lábiles de ánimo. También
existen relaciones con aquellos hipertímicos excitados,
que no poseen ya ninguna base afectiva positiva. Los
paranoicos, por último, conducen insensiblemente al
grupo de ciertos fanáticos, por muy grande que sea la
diferencia entre ambos polos: entre el fanático lucha­
dor y el depresivo inactivo con ideas de autorreferencia.
120 Psicópatas depresivos

También éstos son, a veces, muy explosivos y descargan


de repente, cuando menos se piensa, su desconfianza y
sus sentimientos de perjuicio, largo tiempo acumulados.
En ocasiones, se encuentran también manifestaciones
falsas, no sólo como una simple compensación nacida
de los propios sentimientos de insuficiencia, sino tam ­
bién en el mismo sentido en que se presentan en los
necesitados de estimación.
Por lo que se refiere a la combinación con otros es­
tados psicopatológicos, parece presentarse con menos
frecuencia que en los hipertímicos la unión con las dis­
tintas form as de oligofrenia. Pero puede ser también
que los depresivos oligofrénicos se pongan sólo menos
de manifiesto que los hipertímicos oligofrénicos, por la
tendencia de éstos a la presunción, a la actividad y a los
actos asocíales. También es frecuente, en los depresi­
vos, el alcoholismo. Muchos, cuando han probado este
remedio, se consuelan con él. Parece raro, en cambio,
que lleguen a hacerse morfinistas (P o h l i s c h ).
Surge la cuestión, que R eiss investigó detenidam en­
te, de si deben o no incluirse estas personalidades de­
presivas en la ciclotimia o locura maníaco-depresiva.
K raepelin ha afirmado esto últimamente, pero deja
abierta la posibilidad de que no suceda así en todas las
form as de predisposición depresiva, y tiende a excluir,
sobre todo, los casos con estados de angustia y tem ores
circunscritos. No se sabe nada sobre las bases somá­
ticas comunes de las personalidades depresivas y de las
depresiones endógenas. Desde el punto de vista psico­
lógico, quisiéram os afirmar, con más seguridad todavía
que en la cuestión de las relaciones entre los hipertím i­
cos y la manía, que la mayoría de las form as de psico­
patía depresiva son totalm ente distintas de las depre­
siones endógenas. En efecto, una personalidad hipertí-
mica se parece a un hipomaníaco mucho más y con más
frecuencia que cualquier forma de personalidad depre­
siva a un depresivo endógeno. Dificultades diagnóstico-
diferenciales surgen especialmente cuando un individuo
Importancia social 121

depresivo sufre fuertes oscilaciones del ánimo no moti­


vadas, es decir, depresiones básicas.
Es muy raro que ofrezca dificultades la diferencia­
ción entre los depresivos malhumorados y paranoicos
y los enfermos procesales esquizofrénicos, Nos lim itare­
mos a mencionar que, tam bién después de heridas cra­
neales, en los procesos cerebrales y en las enfermedades
corporales de todo género, se encuentran cuadros se­
mejantes, sobre todo depresiones con mal hum or e irri­
tabilidad. Tales cuadros depresivos inespecíficos se pre­
sentan, realmente, en todas partes.
La importancia social de los depresivos es pequeña.
También los depresivos malhumorados y los depresivos
paranoicos son, casi siempre, sujetos pacíficos, que no
significan nada intensamente perjudicial para la gene­
ralidad, por mucho que puedan molestar a individuos
aislados. Sólo en sus variedades totalm ente asténicas
pueden ser los depresivos una carga para los hospitales
y para la asistencia pública. Sin duda, en su mayor par­
te, son socialmente valiosos, sobre todo los depresivos
cumplidores de su deber, duros consigo mismos y no
quejumbrosos y los filántropos taciturnos.
Muchas bellas artes, sobre todo la poesía, tienen
una de sus fuentes de inspiración en las luchas de un
alma que sufre y se to rtu ra a sí misma. Tales circuns­
tancias, sin embargo, son muy complejas; H in r ic h s e n ,
que ha estudiado con mucho interés y con mucha pe­
netración las relaciones entre psicopatía y creación ar­
tística, insiste, con razón, en que de ninguna manera la
distimia depresiva m isma conduce, de un modo inme­
diato, al trabajo creador. Son esenciales la agitación
interna y la emoción profunda, dependientes de la acti­
tud fundam ental depresiva; pero, naturalmente, no se
puede derivar la propia facultad artística de la con­
templación del mundo a través del prism a vital -depre­
sivo. Para todas estas manifestaciones es necesario que
"'no predominen demasiado o, en todo caso, que no pre­
122 Psicópatas inseguros

dominen constantem ente las tendencias asténicas, las


cuales sólo conducen a torturas infructuosas.
K o c h dice, refiriéndose a los «apocados»: «De las
dificultades y las luchas internas que sufren, no pueden
hacerse idea muchos hom bres felices.» La tarea de auxi­
liarles es de las más fructíferas. Sólo ya el dejarles ha­
blar detenidamente, puede reportarles mucho beneficio.
Es verdad que los depresivos pertenecen, precisamente,
a los psicópatas vergonzosos, que no se explayan con
facilidad. El mejor amigo de tales hom bres es el tra­
bajo, y se hará muy bien en utilizar, con habilidad, este
método.

3. PSICOPATAS INSEGUROS DE S I MISMOS

Comprendemos bajo este nombre un grupo de psi­


cópatas que está caracterizado por la interna inseguri­
dad e insuficiencia. Son especialmente dos subformas,
transform ables una en otra, las que vamos a describir:
los sensitivos y los anancásticos. Mucho de lo que diga­
mos de ellos, especialmente en el capítulo dedicado a
los sensitivos, tiene validez, en general, para todos los
inseguros.
Empezamos por los sensitivos y consignamos que
comprendemos bajo tal nom bre no—p or ejemplo—in­
dividuos sensibles, irritables y quejum brosos, sino per­
sonalidades sensitivas en el sentido estrictam ente seña­
lado por K r e t s c h m e r . Nos referimos, pues, a aquella
«retención consciente de grupos de representaciones in­
tensam ente afectivas, con una viva actividad intfapsíqui-
ca y una defectuosa capacidad de derivación»; esto es,
a aquellos sujetos con capacidad de im presión aumen­
tada para todas las vivencias y con imposibilidad de
descarga. Es esencial que esta elaboración «retenedora»
de todas las vivencias esté totalm ente dirigida contra
el propio yo. Siendo, como es, inseguro de sí mismo,
el sensitivo busca en sí, antes que nada, la culpa de
Conflictos sexuales 123

todo acontecimiento y todo fracaso. En las personali­


dades más asténicas, puede obtenerse una paciente re­
signación; en las más esténicas, se originan terribles
luchas. A los verdaderos sensitivos les corresponden
rasgos esténicos; por cierto, bajo la forma de una am­
bición pretenciosa. Esta ambición es frecuentemente
ética; tales individuos no se perdonan nada, mientras
que, muchas veces, perdonan todo a los demás. Esta
form a ética, la de los «escrupulosos morales» (K o c h ),
fue colocada por K r e t s c h m e r en el prim er plano, y
parece conveniente reservar sólo para ella el nombre
de sensitivos. Pero los escrúpulos y los sentimientos de
insuficiencia de los psicópatas inseguros afectan tam ­
bién, frecuentemente, al rendimiento profesional, a la
posición social y al aspecto corporal (1). Tampoco aquí
puede llegarse a graves autotorturas más que cuando
existe la correspondiente ambición.
Son frecuentes, sobre todo, los conflictos éticos se
xuales. A la tendencia ética del carácter sensitivo—por
lo demás, también del -anancástico—parece oponerse,
con cierta frecuencia y en agudo contraste, una anoma­
lía cualitativa o cuantitativa del instinto sexual. Las

(1) En un trabajo mío (B. L l o p i s : «Sobre las reacciones pa­


ranoides de lo sordos», Arch de Neurobiol, t. XIII, pág. 117,
1933), he mostrado cómo también la sordera—es decir, un de­
fecto funcional orgánico—, cuando es padecida por una perso­
nalidad sensitiva, puede vivirse como una «insuficiencia vergon­
zosa» y dar lugar a una reacción sensitiva de autorreferencia,
en la que'leí sujeto tiende a creer que todos los gestos, las risas
y las conversaciones ajenas hacen alusión despreciativa o bur­
lesca al propio defecto sensorial. Creo que sólo en estos casos,
en los que la propia sordera forma el núcleo del contenido de
la reacción, puede hablarse de reacciones paranoides de los sor­
dos. En los demás casos de reacciones paranoides en los sordos,
la sordera no desempeña más que un papel auxiliar muy secun­
dario. Resulta, pues, que en todos los casos en que la sordera
actúe como estímulo psicógeno fundamental (como estímulo po­
sitivo patogénico y no como factor negativo auxiliar), se tratará
de delusiones sensitivas de autorreferencia. He propuesto, por
ese motivo, que en lugar de hablar, con K r a e p e l in , de una «de-
Iusión de persecución de los sordos», se hable de una «delusión
sensitiva de los sordos». (N. del T.)
124 Psicópatas inseguros

fantasías sexuales más desordenadas, a m enudo de ín­


dole perversa, asientan, como cuerpos extraños, en tales
almas y conducen a intentos desesperados de represión,
a breves victorias, a nuevas derrotas, a vergüenzas y a
desesperaciones. Nada de esto suele presentirse desde
fuera, porque casi nunca se realizan tales tendencias.
Estas vergüenzas interiores y estos fracasos éticos
se asocian también a veces, sobre todo en las m ujeres,
a vivencias externas. Puede tratarse simplemente, sobre
todo en círculos regidos por severas norm as éticas y
religiosas, de una pequeña incorrección—insignificante
y hasta risible para otros—en las relaciones con un
pariente del sexo contrario. Un apretón de manos de­
masiado prolongado, una m irada demasiado afectuosa,
un giro demasiado fam iliar en una conversación, etcé­
tera, conducen a preocupaciones y mortificaciones, de
las que sólo son capaces las personalidades sensitivas
inseguras de sí mismas. K r e t s c h m e r ha m ostrado estas
circunstancias con el ejemplo de la solterona que vive
en un ambiente reducido. Frecuentemente, se obtienen
coloridos paranoicos: los autorreproches, de acuerdo
con la ley de la «proyección afectiva» (K r e t s c h m e r ), se
transform an fácilmente en un notar y saber del mundo
externo. El onanista sensitivo es el ejemplo m ás co­
rriente. Por lo demás, no es indispensable que a una
tal vivencia reactiva de autor referencia corresponda un
carácter sensitivo. Hay no sólo una «delusión» sensitiva
de autorreferencia, sino también, en general, una delu-
sión reactiva de autorreferencia. Por un te rro r pánico
pueden desarrollarse, en ocasiones, vivencias delusivas
agudas de autorreferencia. Nosotros hablamos, enton­
ces, apoyándonos en la reacción prim itiva de K ret ­
s c h m e r , de una «reacción prim itiva de autorreferen­
cia». De una verdadera delusión no se tra ta en todas
estas reacciones delusoides a vivencias.
Gaupp h a sido el p rim e ro q u e h a p u e s to de relieve,
e n la s p a ra n o ia s a b o rtiv a s, q u e no se d e s a rro lla n en
u n a p e rs o n a lid a d o rg u llo sa y d is p u e s ta a la lu ch a, sino
Sensitivos 125

en una personalidad depresiva y escrupulosa, cercana


a la predisposición obsesiva. Tales sujetos se examinan
a sí mismos, antes que nada, p or si ellos han dado mo­
tivo, con su conducta, para ser objeto de observación
y de desprecio. Este es el núcleo de lo que m ás tarde
ha descrito K r e t sc h m e r como «delusión sensitiva de
autor referencia» y como «desarrollo sensitivo». La vi­
vencia-llave que lo desencadena consiste siempre en una
«insuficiencia vergonzosa», en un fracaso ético. Está
fuera de dudas la existencia, en sí, de tales desarrollos
sensitivos caracterógenos, pero sólo se m antienen den­
tro de ciertos límites. De ninguna manera pueden deri­
varse psicológicamente de la coincidencia de los tres
factores: carácter sensitivo, ambiente reducido y viven­
cia éticamente vergonzosa, psicosis alucinatorias y delu­
sivas, de contextura esquizofrénica, y tan graves como
las que ha derivado K r e t s c h m e r . El hecho de que sea
comprensible la estructura del contenido de tales esta­
dos y desarrollos, no debe hacernos olvidar lo incom­
prensible de su existencia y de su sintomatología. Esto
nos conduce de lleno a la m oderna doctrina de la para­
noia y nos aleja de nuestro objeto. K e h r e r ha investi­
gado con especial detenimiento los estados paranoides.
Es natural que, a causa del carácter inseguro de
sí mismo, de ésta interna y constante inseguridad de sí
mismo, tenga que llegarse a compensaciones e hiper-
compensaciones para cubrir aquella inseguridad. Esto
sucede, especialmente, cuando la inseguridad se basa
en sentimientos de inferioridad corporal o social, jus­
tificados o injustificados. El formalismo social más co­
rrecto oculta, muchas veces, la interna inseguridad y
falta de libertad. Detrás de una actitud exigente y es­
candalosa, no es raro que se esconda el miedo a pasar
inadvertido o la timidez. Los individuos con deformi­
dades corporales, reales o supuestas, suelen acicalarse,
a veces de un modo exagerado, para m ejorar su aspecto
exterior. A pesar de todo, no debe extremarse la hipó­
tesis de la hipercompensación, que utilizamos aquí co­
126 Psicópatas inseguros

m o p u ra m e n te expresiva, y no, p o r ta n to , en el se n tid o


de Adler ; de lo c o n tra rio , tal h ip ó tesis, d a n d o vu eltas
y rev u e lta s a to d o s ios síntom as, c o n d u c iría a la m ás
co m p le ta o scu rid ad .
Sólo partiendo del carácter inseguro de sí mismo,
pueden comprenderse los anancásticos. Desde muchos
lados, especialmente por A s c h a f f e n b u r g , se ha llam a­
do la atención sobre esta génesis. «Una gran cantidad
de representaciones obsesivas nacen de u n sentim ien­
to de inseguridad. Quisiera afirmar francam ente que,
en ningún neurasténico grave, faltan por completo estas
representaciones obsesivas, aunque, a menudo, sólo es­
tén insinuadas.»
En prim er lugar, hay que justificar la elección del
nombre. Como con la palabra alemana Zwang (1) no
puede form arse fácilmente un adjetivo para la designa­
ción de personalidades, tenemos que em plear una pa­
labra no alemana. La que hemos elegido procede de
D o n h a t h . En contra de ella ha objetado Z ie h e n su
insuficiente difusión. Sin embargo, la expresión anan-
cástico (2) es, sin más, perfectam ente comprensible y,
en todo caso, menos equívoca que la expresión «obse-

(1) El concepto psicopatológico que los alemanes expresan,


con la palabra Zwang (violencia, fuerza, compulsión, coacción,
etcétera) es el mismo que expresamos nosotros con la palabra
obsesión (del latín obsessio = cerco, asedio, interceptación, obs­
trucción). Con ambos términos se alude a una fuerza externa
(o sentida como externa, es decir, como extraña al yo) que li­
mita la propia libertad, aunque, en un caso, sé exprese directa­
mente la propia fuerza y , en el otro, sus efectos. La equivalencia
de ambas palabras, sobre todo teniendo en cuenta el sentido
psicopatológico con que se emplean, nos parece innegable. Tra­
duciremos, por eso, en general, Zwang por obsesión, aunque
—en algún momento—no tengamos más remedio que hacer una
traducción más estrictamente literal; en tal caso, añadiremos,
entre paréntesis, la palabra alemana. (N. del T.)
(2) Del griego aya.'fxr) — necesidad, obligación. Como vemos,
también esta palabra griega, lo mismo que las palabras Zwang
y obsessio, alude a algo que se nos impone y que limita, por
tanto, nuestra libertad. No creemos que, actualmente y dentro
del campo psiquiátrico, puedan considerarse equívocas ninguna
de estas expresiones. (N. del T.)
Representación compulsiva 127

sivo», tomada por Z ie h e n de los franceses. E sta últi­


ma, entre tanto, se ha generalizado tam bién positiva­
mente.
No podemos dedicarnos aquí a exponer am pliam en­
te la historia de la doctrina de los estados obsesivos.
Se trataría, por otra parte, de la historia de un síntoma
que se sale mucho del campo de las psicopatías. La li­
teratu ra es casi inabarcable; pero, prescindiendo en
números redondos de los últimos veinte años, está con­
signada en tres informes completos: el de W a rd a (has­
ta 1903), el nuestro (desde entonces hasta comienzos
de 1918) y el de B o o r (desde esta fecha hasta la actua­
lidad). Existe, además, un complemento de estos infor­
mes, escrito por B ien, en la monografía de S te k e l so­
bre las observaciones. Aquí citaremos sólo lo más im­
portante sobre los orígenes históricos.
La psiquiatría alemana se ocupa ya del síntoma de
la obsesión en los comienzos del siglo xix. Más tarde
se trató de este síntoma, especialmente en Francia,
dentro del marco de las monomanías y de la doctrina
de la degeneración. K ra ft-E b in g utilizó por prim era
vez, en 1867, la expresión representación compulsiva
(Zwangsvorstellung), pero no en el sentido con que la
utilizamos hoy, sino teniendo presente la compulsión
o coacción (Zwang) que la distimia triste ejerce sobre
el contenido del pensamiento. En 1868 se publicó, del
testam ento de G rie s in g e r, una comunicación, presen­
tada en marzo del mismo año a la Sociedad médico-
psicológica de Berlín, titulada: «Sobre u n estado psi­
copático poco conocido», que se ocupaba de tres casos
de «representaciones obsesivas en forma de preguntas»
y de la «manía de profundizar»; es decir, de la maladie
du doute de los franceses. Ya entonces se habló, en un
caso, de la «defectuosa confianza en sí mismo». E n 1872,
C. W e s tp h a l, sobre la base de tres observaciones que
se han hecho clásicas, describió la agorafobia, que ya
era conocida, desde hacía mucho tiempo, como un «vér­
tigo de las plazas», atribuido a trastornos de la m uscu­
128 Psicópatas inseguros

latura ocular. W e s t p h a l rechazó esta génesis y acentuó


la im portancia de la angustia; una idea que, más tarde,
apoyó todavía en una comunicación de autodescripcio-
nes y que le hizo imposible incluir la «angustia de las
plazas» entre las representaciones obsesivas. En 1877,
en una comunicación científica, dio el mismo W e s t p h a l
una definición de las representaciones obsesivas, en la
cual dice, entre otras cosas, que éstas no están condi­
cionadas por ningún «estado sentim ental o afectivo».
Esta definición, cuya exposición completa produciría
hoy m ás confusión que claridad, ha sido el punto de
partida de toda la doctrina de las obsesiones.
Sobre ninguna cuestión parcial de nuestro campo de
trabajo existe un número tan grande de monografías
como sobre las obsesiones. Es verdad que, en parte,
van más allá de las obsesiones psicopáticas. Citaremos
las obras de L owenfeld , B um ke , F riedmann , S tekel,
H o ffm an n , J ud , B inder y K e h r e r ; también correspon­
de aquí, en parte, el libro de G. E. S torring sobre los
estados de angustia. En trabajos aislados, se han ocu­
pado especialmente de las obsesiones Z i e h e n , K r o n -
feld , G. E. S torring y v. G ebsattel. No citamos a m u­
chos otros, como tampoco a nosotros mismos.
La obsesión es un modo de vivenciar sólo anormal
por su intensidad, que no puede destacarse más que ti­
pológicamente y que, como todo lo tipológico, m uestra
transiciones insensibles en todas direcciones. Especial­
m ente notables son las transiciones hacia las simples
preocupaciones sobrevaloradas y hacia m uchas tenden­
cias impulsivas predominantes. Una definición nuclear
de la obsesión sería, por ejemplo, la siguiente: Se habla
de obsesión cuando alguien no puede reprimir conte­
nidos de la conciencia, a pesar de juzgarlos, al mismo
tiempo, como absurdos o, al menos, como injustifica­
damente dominantes y persistentes. Si se quiere ser
muy crítico, dígase contenidos de la conciencia «proce­
dentes de dentro», para cerrar conceptualmente de un
modo herm ético las vivencias obsesivas frente a las vi-
Obsesivos 129

vencías, fabricadas desde fuera, de los esquizofrénicos.


Sin embargo, resalta ya de la formulación general que
no puede tratarse de una obsesión externa.
La obsesión sólo es posible sobre el terreno de la
vida psíquica domináble. Se da, pues, en el pensamien­
to, en los sentimientos no corporales y en los impulsos
de naturaleza corporal y psíquica. Es cierto que la do-
minabilidad es muy distinta. Normalmente, y también
en la mayoría de los obsesivos, es la intensidad de los
sentim ientos y de los impulsos la que hace más o me­
nos domináble a una vivencia. Precisamente lo que
C. W e t sp h a l quisiera excluir de «las representaciones
obsesivas», esto es, el condicionamiento «por ún estado
sentim ental o afectivo», es casi siempre lo esencial. Ya
en las discusiones de aquella comunicación de W et­
s p h a l , acentuó J astrow itz la base «emocional» de la
vivencia obsesiva y, más tarde, sobre todo K raepelin y
Aschaffenburg , han llamado la atención sobre la im­
portancia genética de la angustia.
Las representaciones obsesivas, en el sentido literal,
como el ser perseguido p or imágenes o melodías, son
casi siempre obsesiones «formales» y tienen poco que
ver con nuestro tema. Es muy rara la existencia de
sentimientos obsesivos. Las ocurrencias obsesivas (pen­
samientos obsesivos) están ligados muy estrechamente
a la personalidad insegura de sí misma. Esto no sólo
hay que aceptarlo, sino que es comprensible. Las ocu­
rrencias obsesivas nacen del constante sentimiento de
culpa y de insuficiencia de una personalidad insegura
de sí misma. Estos hom bres viven en una angustia cons­
tante de haber omitido algo o de haber hecho algo malo,
o también, en general, de que suceda algo. Y esta an­
gustia, posteriormente, por una circunstancia a menudo
aparentem ente arbitraria, recibe su contenido; la melo­
día encuentra sus palabras. Aquí pertenecen el miedo
a una desgracia, la angustia por las deudas y por la res­
ponsabilidad y también los escrúpulos de confesión.
Son individuos que tienen lo contrario de lo que se
SCH NEH JEH .--- 9
130 Psicópatas inseguros'

llama «manga ancha». A menudo precede un ánimo ob­


sesivo angustioso sin contenido, que sólo secundaria­
mente encuentra su tema o también sus temas cam­
biantes. Como es natural, no se comprende p o r esto
qué clase de ocurrencias y de angustias obsesivas tiene
un inseguro de sí mismo. Esto, si acaso, podría mos­
trarse sólo casuísticamente. La elección de los temas
depende del modo más estricto de las tendencias y va­
loraciones de la personalidad y de su biografía, pero el
com prendedor inmediato no llega aquí muy lejos. To­
davía resulta más difícil en los impulsos obsesivos. Si
son sólo temores de que podría hacerse esto o aquello
—po r ejemplo, m atar a un hijo—y, por tanto, ninguna
verdadera impulsión, todavía cabe realizar hasta cierto
punto la conexión con la inseguridad en sí mismo. Pero,
si se tra ta de impulsos obsesivos verdaderos—p or ejem ­
plo, de arrojarse al tren—, ya no es posible derivar ni
com prender la existencia de tales impulsos a p a rtir de
la personalidad insegura de sí misma. Realmente, tam ­
poco suele tratarse entonces, en semejantes impulsos
obsesivos, de tales personalidades (1).

(1) En tal caso, ya no se trataría tampoco de impulsos obse­


sivos. La verdadera obsesión crece siempre sobre el terreno de
la inseguridad en sí mismo. Es cierto que la inseguridad y la
angustia pueden inducir a la realización de determinados actos;
por ejemplo, lavarse las manos o comprobar si se ha dejado
cerrado un cajón. Pero no creo que pueda hablarse, en tales
casos, de impulsos obsesivos; lo obsesivo, en ellos, sería la idea
angustiosa de Ja suciedad (en el más amplio sentido de la pala­
bra) o de la omisión, pero los actos lógicos de defensa contra
aquella angustia no serían, en sí, ni impulsivos ni obsesivos.
Por otra parte, ti o creo que puedan darse nunca verdaderos im ­
pulsos obsesivos. A mi juicio, en los inseguros de sí mismos, se
trataría siempre de miedo a sentir el impulso, pero no del im­
pulso mismo. La obsesión de arrojarse al tren no es, en modo
alguno, un impulso a realizar este acto, sino, al contrario, un
tremendo horror ante la imaginada posibilidad de hacerlo, to
que sí puede derivarse perfectamente de la personalidad inse­
gura de sí misma.
Si fuese de verdad un impulso, sería muy frecuente el suici­
dio entre los obsesivos, cosa que está en patente contradicción
con la experiencia. Todavía m ás; creo que no pueden darse es­
tos llamados impulsos obsesivos más que en personas cuyos
Obsesivos 131

Muchas ocurrencias obsesivas, incluso aquellas que


dominan después durante años, aparecen repentina­
mente. La aparición está ligada a una angustia muy
aguda y, con frecuencia, a las sensaciones corporales
correspondientes (palpitaciones, sensación de calor en
la cabeza, mareo, etc.)- No es raro que el propio pa­
ciente piense en seguida: «¡Ya se me presenta otra ob­
sesión! ¿Lograré librarm e de ella? ¿Cuánto tiempo me
torturará?» Una presentación tan fulm inante tiene lu­
gar, exactamente lo mismo, en las ocurrencias obsesi­
vas en el más amplio sentido; es decir, en las ideas so-
brevaloradas, contra cuya dominación injustificada se
dirige la crítica. El origen puede ser no sólo reactivo

verdaderos impulsos y tendencias sean abiertamente opuestos a


aquéllos. En la génesis de las obsesiones se da una angustia
primaria, física, vacía, que, después, se llena de contenido psí­
quico; «la melodía encuentra sus palabras», según la bella y
gráfica expresión de K u r t S c h n e i d e r . Puede decirse de un modo
general que la angustia y la inseguridad hacen pensar en lo peor,
y lo peor para cada uno es, precisamente, lo que más se opone
a sus propios y auténticos impulsos. Lo más horrible, en efecto,
para un padre que quiera entrañablemente a su hijo es la idea
de hacerle daño, de matarle; por eso la angustia se ligará en él
a este contenido. Y lo mismo puede decirse de los demá¿ casos:
tendrá la idea obsesiva de tirarse al tren sólo quien sienta un
gran apegó a la vida; la idea obsesiva de blasfemar en la iglesia
sólo quien tenga una profunda fe religiosa; la idea obsesiva de
ser homosexual o de ser impotente, sólo quien, todavía inexper­
to, cifre su máximo deseo en la satisfacción de apetencias hetero-
xesuales. Aunque, en todos estos, casos, la angustia primaria im ­
pone un contenido obsesivo, este contenido, después, provoca
también una angustia reactiva o secundaria, que cierra un círcu­
lo vicioso. El contenido obsesivo no es francamente aceptado
por el sujeto, sino que, de acuerdo con la excelente definición
nuclear de K u r t S c h n e i d e r , al mism o tiempo se impone y se
rechaza. Hay aquí una pugna entre una interpretación obsesiva
impuesta por la angustia y una interpretación normal, mante­
nida por la capacidad crítica; sólo la fuerza de la angustia y la
inseguridad del paciente en sí m ismo impiden el dominio de esta
última. El psicoanálisis, sin embargo, cree que la pugna se esta­
blece entre impulsos libidinosos, perversos del ello y tendencias
sociales, moralizadoras, del super-yo. Resultaría, entonces, que la
interpretación obsesiva, neurótica, sería la verdadera, y la an­
gustia no sería primaria, sino sólo reactiva. Podría decirse, por
ello, que el psicoanálisis es tina interpretación neurótica de las
neurosis. (N. del T.)
132 Psicópatas inseguros

a algo oído o leído (lo cual actúa entonces como tema),


sino también espontáneo. Tampoco entonces se hacen
obsesivos más que aquellos pensam ientos que tienen
algo que ver, por su contenido, con los temores o an­
gustias preferentes; es decir, con los «complejos» de
la personalidad.
La «elección del síntoma» en el campo de las obse­
siones, la cuestión de por qué la obsesión es ésta y no
otra, no puede ocuparnos aquí en detalle. F reud ha in­
tentado dem ostrar, antes que nadie, que la obsesión
tiene un sentido. Ya en el último decenio del siglo pa­
sado desarrolló por prim era vez su teoría de la obse­
sión, cuya complicada estructura y cuyas modificaciones
no podemos describir. Llega a la conclusión de que las
obsesiones reciben su pujanza de deseos sexuales repri­
midos. Los actos obsesivos son símbolos, con los que se
satisface, de un modo innocuo, el deseo prohibido. Fue­
ra también de la escuela psicoanalítica, se ha llamado la
atención constantemente sobre la relación existente en­
tre las obsesiones y la sexualidad (por ejemplo, S t r o h -
mayer , K e h r e r , K r e t s c h m e r , H offm ann ). A menudo,
en efecto, se impone tam bién al investigador im parcial
una interpretación en el sentido de F reud , aunque no
quiera pasar, en general, de lo puram ente descriptivo.
De ninguna m anera todas las obsesiones, quizá ni si­
quiera la mayoría, sugieren una interpretación semejan­
te; pero, en muchas, es del todo evidente. Hay que citar
aquí, sobre todo, los impulsos obsesivos; por ejemplo,
el impulso a lavarse. Pero es condición previa de estos
«mecanismos» la personalidad insegura de sí misma,
con su actitud específica respecto a lo sexual. Sólo en
este tipo de personalidad existe una conexión— por tan­
to, indirecta—entre sexualidad y obsesión.
Sobre la psicología expresiva de los anancásticos
hay que decir que, ya externamente, llam an la atención,
a menudo, por un esmero, una pedantería, una correc­
ción y una escrupulosidad que pueden llegar a la exa­
geración, y también, inmediatam ente, por la inseguri­
Obsesivos 133

dad. Las compensaciones de.esta última contienen, con


frecuencia, algo forzado y falto de naturalidad. A me­
dida que los anancásticos se rodeen de norm as protec­
toras—a causa, por ejemplo, del miedo al contagio—
y a m edida que se presenten ceremonias y hábitos ob­
sesivos absurdos, tales sujetos pueden parecer extrava­
gantes. Ya la simple inseguridad produce, a menudo,
esta impresión.
La diferencia de las clases sociales es clara en los
obsesivos. En las clases modestas se 'observan con mu­
cha más rareza los estados obsesivos; esto, sin embargo,
no tiene la misma validez para los caracteres inseguros,
sobre los que se desarrollan aquellos estados. Estos
se ven, a menudo, en los sujetos con aspiraciones socia­
les, y conducen, entonces, a conflictos comprensibles.
Precisamente tales aspiraciones se encuentran con fre­
cuencia en los inseguros de sí mismos, pues es propia
de muchos de ellos una ambición interna, que no se
lim ita a la esfera ética.
No se sabe nada seguro sobre la participación de los
sexos en el grupo de los inseguros. Según K raepelin ,
las neurosis obsesivas se presentan con menos frecuen­
cia en las mujeres. Muchas veces, los rasgos caractero-
lógicos sensitivos y anancásticos se encuentran ya en
la infancia. K em pf ha dedicado un estudio a los estados
obsesivos de los niños. S tro h m a y er refiere, de un mu­
chacho, que sólo comía los platos en orden alfabético:
Compott, Fleisch, Nachtisch, Suppe (carne, compota,
postre, sopa). A menudo, los niños inseguros, a conse­
cuencia de la defectuosa confianza en sí mismos, se re­
trasan, en relación con lo que podrían d ar de sí tenien­
do en cuenta su inteligencia (S c h o r s c h ). En ningún
. caso de K raepelin tuvo lugar el comienzo después de
los cuarenta años de edad. En muchos casos, sobre
todo en los de miedo a la suciedad y al contagio, con
medidas de protección y ceremonias, se produce,, con
el tiempo, una reducción cada vez mayor de la libertad
de movimientos y una especie de «estado final».
134 Psicópatas inseguros

La presentación familiar de los síntomas obsesivos


fue citada ya por Griesin g er . P ilcz y J a h r r e is s acen­
túan la tara homologa. M eggendorfer conoce un árbol
genealógico totalmente anancástico. H offmann alude a
una tara, en parte homologa, en parte circular y en
parte esquizotímica. Esto corresponde a los conceptos
de K r e t s c h m e r , según los cuales los anancásticos p er­
tenecen, en parte, al círculo clclotímico y, en parte, al
esquizotímico. Una investigación minuciosa de L uxen -
burger m uestra la complicación de este problem a.
Las relaciones con otras personalidades psicopáticas
son numerosas. Ya K o c h pensaba que no habría nin­
gún tarado psicopático congénito «que, p o r lo menos
alguna vez, y aunque sólo fuese de un modo leve, no
hubiera sido acometido por pensam ientos obsesivos».
Ya se citaron las íntimas relaciones de los inseguros
con todas las formas de los depresivos, a las que, in­
cluso, pertenecen casi siempre. Numerosos puentes con­
ducen también a los asténicos.
En las combinaciones no pueden citarse m uchas co­
sas nuevas, frente a los depresivos. Se trata, la inmensa
mayoría de las veces, de individuos inteligentes. Tam­
poco aquí, como es lógico, son tan raras las combina­
ciones con las toxicomanías.
Para el problema de su diferenciación frente a las
psicosis, es especialmente im portante el hecho de que,
en fases depresivas ciclotimicas, incluso en personali­
dades por lo demás no anancásticas, pueden aparecer
procesos obsesivos, como han dem ostrado sobre todo
B o n h o e f f e r , H eilbronner y v. G ebsattel. Además, los
estados obsesivos de los psicópatas aparecen, a menudo,
periódicam ente y también, a veces, reactivam ente. Casi
siempre, entonces, se tra ta sólo de un empeoramiento,
porque también fuera de tales crisis existe el carácter
anancástico y se presentan leves obsesiones aisladas.
S tockel, apoyándose en la tara circular de los enfermos
obsesivos, ha emprendido el ensayo desafortunado de
interp retar las neurosis obsesivas como estados mixtos
Obsesivos 135

maníaco-depresivos. También E wald pondera el factor


circular.
El diagnóstico diferencial frente a Jos procesos es­
quizofrénicos puede, a veces, ofrecer dificultades, espe­
cialmente a causa de las extravagancias, y sobre todo
en aquellos anancásticos m uy graves que ha descrito
H eilbronner como «psicosis obsesiva progresiva» y
J a h r r e is s como «enfermedad obsesiva crónica sistem a­
tizada». Una investigación más detenida logrará casi
siempre la formulación del diagnóstico. Frente al re­
chazamiento autista, que se observa la mayor p a rte de
las veces, precisamente en tales esquizofrénicos, es ca­
racterístico de los anancásticos, sobre to.do, su necesi­
dad de ayuda, aunque en los casos graves cueste un
cierto esfuerzo superar el recelo, la desconfianza y la
angustia, a causa de la temida supresión de los hábitos.
H a sch e -K lünder , S c h w a r d , P ilcz , J a h r r e is s , y nos­
otros, entre otros, hemos demostrado la presentación
de fenómenos obsesivos en enfermos indudablem ente
esquizofrénicos. (Según S tengel, los mecanismos obse­
sivos deben inhibir, entonces, la desintegración esqui­
zofrénica.) No puede admitirse que, en tales casos—que
pueden ser, incluso, diagnósticamente insolubles—, se
trate de una combinación causal (L egew ie ). El criterio;
mantenido todavía p or P ilcz , desque las verdaderas
neurosis obsesivas no pueden term inar nunca en una
psicosis, ya no es sostenible. En todo caso, no podemos
diferenciar siempre los pródrom os anancásticos de la
esquizofrenia de los estados obsesivos psicopáticos.
K e h r e r ve conexiones internas entre la psicopatía ob­
sesiva y la esquizofrenia; las cuales, lo mismo que Lu-
xenburger , pudo fundam entar también genealógicamen­
te. Más lejos que nadie llega B leuler , que tiene la sos­
pecha de que la neurosis obsesiva sea, en suma, una
esquizofrenia latente. En la epilepsia genuina ha visto
F u c h s un desarrollo anancástico.
De las obsesiones en la encefalitis epidémica no po­
demos ocuparnos aquí. En parte, se intentó aclarar con
136 Psicópatas inseguros

ellas la estructura de los procesos obsesivos psicopáti­


cos, sobre todo por G oldstein , B ürger y M ayer-Gross y
W exberg . L o mejor, para quien quiera penetrar en este
problema dificilísimo, es dejarse guiar por K e h r e r .
Respecto a la im portancia cultural y social de los
inseguros, tiene validez lo mismo que hemos dicho ya
de los psicópatas depresivos. Los anancásticos graves
—afectos, por ejemplo, de la obsesión del contagio o
de la obsesión de la comprobación—están coartados en
su actividad, llegando hasta la incapacidad total de mo­
vimientos. Por mucho que ellos lo teman^—prescindien­
do de castigos disciplinarios, a causa de la incapacidad
para realizar trabajos oficiales—, apenas se hacen me­
recedores de ninguna sanción. Ciertamente, M ercklin
comunicó el caso de un maestro que sólo, al parecer,
por motivos obsesivos, cometió un delito contra la ho­
nestidad. Leyó en el periódico la falta com etida por
otro m aestro con una alumna y, desde entonces, em­
pezó a cavilar obsesivamente si sería posible que una
alum na se entregase a un m aestro viejo. Para resolver
la cuestión, hizo el intento correspondiente, según el
sumario, como una simple experiencia y sin intención
sexual. Hemos de ser, en esto, muy escépticos. En ge­
neral, los actos obsesivos no son m ás que desahogos
inofensivos. Todavía hoy se comete mucho abuso, ante
los tribunales de justicia, con la palabra «obsesión».
Prácticam ente, la psicología de la personalidad y la na­
turaleza del acto conducirán entonces, la m ayor parte
de las veces, más lejos que el análisis conceptual. Esto
puede decirse también contra la com prensión por S tut-
te de una incendiaria, que para todos los demás sería
una insegura de sí misma y nosotros colocaríamos en­
tre las personalidades impulsivas lábiles de ánimo. Casi,
nunca los actos obsesivos son actos punibles.
También en los inseguros de sí mismos, simplemen­
te una solicitud y unos consejos razonables producen
alivio e infunden nuevos ánimos. Además, especialmente
con la hipnosis, pueden suprimirse algunos síntomas
Tratamiento 137

obsesivos aislados. Estos, sin embargo, amenazan cons­


tantem ente con surgir de nuevo. La finalidad de la tera­
péutica es enseñar a refrenar y a dominar las obsesio­
nes incipientes y sus consecuencias. Es dudoso si se
debe descubrir una posible génesis sexual del síntoma
aislado. S tr o h m a y er cree que el descubrimiento de las
causas, muchas veces en modo alguno reprim idas, no
puede curar. En todo caso, hay que aconsejar a los no
ejercitados en el psicoanálisis que utilicen un tratam ien­
to distinto, porque un análisis incompleto parece per­
judicar siempre. Tampoco se tiene la impresión de que
la mayoría de las neurosis obsesivas, de estructuras tan
complicadas y tan difíciles de penetrar, se curen fre­
cuentem ente por medio del psicoanálisis. El propio
F reud da informes poco optimistas. H offmann piensa
muy mal de la voluntad de salud de los obsesivos. Se­
gún él, detrás de los hábitos obsesivos hay tendencias
vitalmente importantes, que quieren satisfacerse (debe­
res de penitencia con motivo de fantasías sexuales).
Así, estos sujetos se oponen tenazmente a la terapéuti
ca, que intenta quitarles su «necesidad vital más sagra­
da». Un enfermo curado decía: «Desde que he dejado
la obsesión, he perdido un mundo hermoso.» Pero du­
damos mucho todavía de que, ni siquiera en la mayoría
de los casos, pueda suponerse esta actitud.

4. PSICOPATAS FANATICOS

No es sólo la^sobrevaloración de ciertos complejos


lo que tienen de característico y de común estas p er­
sonalidades. Cuando B i r n b a u m define un complejo so-
brevalorado, diciendo que sería «aquel que, en virtud
de su exagerada acentuación afectiva, ha adquirido una
posición dominante, una preponderancia tiránica, en la
vida psíquica», o cuando B u m k e describe las ideas so-
brevaloradas como «pensamientos o grupos de pensa­
mientos (complejos) que, a consecuencia de su tono
138 Psicópatas fanáticos

sentim ental, poseen la supremacía sobre todos los otros


pensamientos», dan definiciones que, como es natural,
pueden aplicarse, exactamente lo mismo, a las sobre-
valoraciones de los depresivos y de los inseguros. Es
más: la definición de W ernicke de las ideas sobrevalo-
radas como «recuerdos de cualquier vivencia especial­
mente cargada de afecto o también de una serie soli­
daria de semejantes vivencias», parece, incluso, adap­
tarse de un modo especial a estas sobrevaloraciones,
en un sentido amplio depresivas. La fórm ula de K oppen
de la idea sobrevalorada, que es «motivada y razona­
ble», pero que ocupa un espacio demasiado grande en
el círculo de representaciones del individuo, de tal
modo que todas las representaciones contrarias son re­
prim idas y «da lugar a actos que están en contradicción
con los verdaderos intereses de la persona», tampoco
aporta una mayor aclaración.
Lo que diferencia las sobrevaloraciones del fanático
de las del depresivo y del inseguro es que no necesitan
tener ningún signo negativo y, además, que conducen
a la lucha externa o, por lo ráenos, en form as más as­
ténicas, al programa, a la demostración. Si las sobre-
valoraciones son personales, como en los iitigantes, se
procede contra el responsable del perjuicio; si son me­
nos personales, como en los sectarios, se propalan o,
por lo menos, se profesan. El fanático es una persona­
lidad activa, de naturaleza marcadam ente esténica; sin
embargo, a estas form as se unen otras, cada vez más
pálidas y más pacíficas, que se pierden, por último, en­
tre los fanáticos silenciosos, disimulados, apartados de
la realidad y puram ente fantásticos.
Aquí radican tam bién las dificultades de la nomen­
clatura. El adjetivo fanático, a nuestro juicio, indica,
sobre todo, una nauraleza luchadora y sólo se adapta,
por tanto, a una parte de los sujetos incluidos aquí.
La designación «personalidades paranoides» no es afor­
tunada, porque, bajo la llamada actitud paranoide, se
comprende, ante todo, una propensión a la autorrefe-
«Expansivos » 139

rencia y, no en prim er término, a la sobrevaloración y


a la defensa anormal de un complejo. Podría pensarse
en hablar de psicópatas «expansivos»; pero, p o r una
parte, esta designación se emplea, a veces, para el polo
opuesto al ánimo depresivo y, por otra parte, tam bién
los expansivos, en el sentido de K r e t s c h m e r , sólo
abarcan la m itad activa, esténica, de nuestros fanáticos.
El nombre de «obstinados», utilizado por K raepelin ,
tampoco nos parece feliz, en atención a los depresivos
obstinados, como, por ejemplo, los hipocondríacos. Así,
pues, tendrem os que quedarnos con el nombre de fa­
náticos.
Comenzamos la descripción, precisamente, p or estos
fanáticos expansivos, en la acepción de K r e t s c h m e r ;
esto es: por aquellos individuos de «capacidad de re­
tención tenaz», elaboración viva e intrepidez activa—en
el sentido de «falta de contención»—que llamamos nos­
otros fanáticos luchadores. Estos, en sí, no son necesa­
riam ente psicópatas, en nuestro sentido. Sólo llegan a
serlo cuando, por el predom inio de rasgos pendencieros,
dan lugar a conflictos, como los que suelen observarse
en los litigantes, y cuando surgen, de los expansivos de­
cididos, aquellos enfadosos «porfiados» o aquellos «jus­
ticieros» que «tienen escrupulosidad de conciencia para
todos los demás hombres» (K o c h ) (1). En parte, la
descripción de los pendencieros de K raepelin parece

(1) Para aclarar aún más este concepto, traduzco del libro de
K och , Die psychopatisckert Minderwertigkeiten, el párrafo com-,
pleto, de donde K u r t S c h n e i d e r ha tomado esta cita: «En los
justicieros, no se dirigen las aspiraciones, como en los escrupu­
losos morales, a la propia persona del tarado, sino hacia fuera,
o, por lo menos, predominantemente hacia fuera. En su mayo­
ría, son naturalezas mejor dotadas y, en realidad, bien intencio­
nadas; pero se mezclan en cosas que no son de su incumbencia.
Critican con dureza a todo el mundo; no pueden ver, en ninguna
■parte, natía injusto o que ellos consideren injusto. Y tampoco lo
pueden tolerar. Pero dado que tienen escrupulosidad de concien­
cia para todos los demás hombres, provocan en todas partes
disgusto, discordia y perturbación. Y como no encuentran ja­
más, y en ninguna parte, nada perfecto y, por su parte, se afe-
rran obstinadamente a cualquier apariencia, muchos de ellos,
140 Psicópatas fanáticos

referirse tam bién a éstos, y no sólo a los pendencieros


hipertímicos. Es propio, especialmente, de los penden­
cieros fanáticos el atribuir a sus asuntos «una especie
de im portancia pública». No es indispensable una co­
nexión entre los motivos aislados. La vieja y antigua
oposición entre el seudolitigante y el litigante «genui­
no» (que litiga en torno a un complejo único) no coin­
cide con la oposición entre los pendencieros hipertím i­
cos y los pendencieros fanáticos. Es verdad que a los
hipertím icos puros les falta la afición consecuente a una
cosa, les falta totalm ente aquel desplazamiento del cen­
tro de gravedad desde el objeto al derecho, tan carac­
terístico de los fanáticos; pero también el fanático pue­
de litigar por motivos diferentes, sin conexión entre
sus contenidos. '
Aquí confinan el problem a de los desarrollos expan­
sivos, en el sentido de K r e t s c h m e r , y el problem a de
la paranoia de lucha. A K óppen le llamó ya la atención
que, en el fondo de tales desarrollos, exista frecuente­
mente una injusticia real, aunque sea muy insignifican­
te, Y esta injusticia, muy especialmente, hace, a.m enu­
do, de un fanático que litiga por distintos motivos, un
fanático concentrado en un punto. K r e t s c h m e r ha de­
m ostrado que lo que conduce a los desarrollos expan­
sivos, en el sentido de su paranoia de lucha, es el con­
flicto del individuo impotente frente a la organización
todopoderosa de la sociedad. No se tra ta de los expan­
sivos despreocupados, inconsiderados, «sanos», sino de
los expansivos con una llaga oculta, con una espina as­
ténica clavada en sus carnes.
Tenemos grandes dudas respecto a la fecundidad de
la consideración caracterológica de la delusión, tal como
se ha cultivado muchas veces. No se trata, de ningún
modo, de que la delusión pueda derivarse com prensi­
blemente, a p a rtir de determ inadas personalidades, des-

cuando el trastorno está más intensamente acentuado, cambian


de un modo constante de empleo, de residencia y de profesión.»
(N. de.1 T.)
Parafrenia 141

arrollos y disarmonías internas. És verdad que ciertos


' desarrollos paranoides, en muchas personalidades pri-.
mitivas, sensitivas o expansivas—o, también, en per­
sonalidades tipológicamente indeterminadas—, pueden
comprenderse inmediatamente como reacciones a viven­
cias. Pero cuando aparece la delusión—sobre todo en
form a de percepciones delusivas—y otros síntomas es­
quizofrénicos, se ha terminado el círculo de las perso­
nalidades y reacciones anorm ales y ha comenzado, sin
transición, la parafrenia psicótica. El desarrollo de ésta
es esencialmente incomprensible, aunque sus contenidos
—como todos los contenidos—puedan derivarse, tam ­
bién, de la personalidad y de sus azares. Casos que no
puedan incluirse en una de estas dos posibilidades, se
presentan con extraordinaria rareza. Nosotros, lo mis­
mo que K olle , quisiéramos abandonar totalm ente el
concepto de paranoia y oponer la esquizofrenia paranoi­
de o parafrenia al desarrollo paranoide psicopático, re­
activo. Litigantes hay aquí como allí, pero una delusión
de los litigantes sólo la hay en el prim er grupo. Con
B ostroem , se pueden oponer también, a los «psicópa­
tas litigantes», los «enfermos con delusión de los liti­
gantes».
Frente a los fanáticos luchadores, sum am ente ac­
tivos, que, en sus formas perturbadoras, defienden
casi siempre sobrevaloraciones estrictam ente persona­
les, hay otro grupo de fanáticos que tienen de común
con ellos la sobrevaloración, en extremo unilateral, y la
defensa y exposición pública de una idea; pero que, no
obstante, son menos activos y abogan tam bién con más
rareza por asuntos personales. Queremos decir con esto
que los contenidos manifiestos son, a menudo, imperso­
nales; pues no cabe duda de que también estas sobre-
valoraciones son la expresión de cualesquiera vivencias
personales, en conflictos externos o internos. Pero esto
sólo puede demostrarse en algún caso aislado. Estos
fanáticos pacíficos, casi siempre impersonales, a los que
pertenecen muchos sectarios, pueden tener también, to-
142 Psicópatas fanáticos

davía, rasgos activos, en el sentido de los pendencieros;


pero, la mayor parte de las veces, siguen calladamente
su camino, aunque con desdén interno. Tienen tenden­
cia a las extravagancias.
Ya en los anancásticos encontramos tipos m arcada­
mente extravagantes. El calificativo se usa en doble sen­
tido: prim ero, por las extravagancias de la expresión;
esto es, de la conducta y del modo de vestir y de hablar;
pero, después, tam bién por las rarezas del pensamiento
y de las aspiraciones. B irnbaum comprende p or «extra
vagantes degenerativos» psicópatas con un modo de ser
falto de unidad, avieso e inarmónico y con cierto sello
paranoide; es decir, personalidades que, sólo en parte,
se inclinan hacia nuestro grupo. S tertz , por el contra­
rio, describe bajo el nombre de «fanáticos extravagan­
tes» exactamente los mismos psicópatas a que nos refe­
rimos nosotros: individuos que defienden, frente al
mundo externo, ideas sobrevaloradas, a menudo de na­
turaleza fantástica, exaltada y extraña a la realidad.
Que con frecuencia se unan a ellas, también, extrava­
gancias de la expresión, de los modales, del peinado,
del modo de vestir, etc., es una experiencia que se re ­
pite todos los días. Es lógico que el «naturista» vaya
descalzo y con luengos cabellos, que el «investigador de
la Biblia» use un lenguaje lleno de unción, etc.
Este tipo se ha descrito también, reiteradam ente, en
otros lugares. Así, p o r ejemplo, tales fanáticos extra­
vagantes se encuentran entre los vegetarianos de la co­
lonia Ascona del lago Maggiore, descritos p or G ro h -
mann , y entre los miembros de otra secta cristiano-
comunista, descrita tam bién por este autor. Del mismo
modo, ha descrito K reuser los «estrafalarios»; P e r e t t í ,
un grupo de «hombres verdaderos»; D affner , el santu­
rrón de Kónigsberg, y K u ja t h , fanáticos «pálidos» y
otras personalidades anormales con sistemas filosóficos.
Pero a menudo se mezclan casos indudables de esqui­
zofrenia, que tam bién—como en P erettí —pueden for­
m ar el punto en torno al cual se sitúan los psicópatas
Diferencia de los sexos 143

extravagantes. Así parece haber sucedido también en


]a observación, única en su clase, de S c h u l z e , que con­
cierne a una familia de campesinos de la baja Lusacia.
Esta familia esperaba, con gran éxtasis, al Redentor y
tuvo que ser conducida al manicomio, después de tu ­
multos bárbaros, en el curso de los cuales fueron heri­
das m ortalm ente dos personas. También W eygandt y
E. M eyer han comunicado casos notables.
Por lo que se refiere a la diferencia de los sexos, hay
que advertir que estos grupos parece que están integra­
dos, predominantemente, por varones. De todos modos,
se encuentran también mujeres, sobre todo entre los
fanáticos luchadores no inmediatamente personales; re­
cuérdense ciertas cabecillas del antiguo feminismo in­
glés. Entre los fanáticos pacíficos se encuentran las m u­
jeres, casi siempre, sólo de un modo secundario; como
adeptas, ligadas a menudo eróticamente. También los
individuos jóvenes parece que están contenidos en es­
tos grupos, casi siempre, en forma subordinada: como
miembros, por ejemplo, de una familia sectaria. Los
verdaderos fanáticos luchadores son siempre hombres
maduros. Faltan investigaciones genealógicas. -
Las relaciones con otros psicópatas son muy nume­
rosas. Muchos fanáticos luchadores son explosivos; y,
como puso de relieve S t e r t z , tampoco son raros, en
los fanáticos pacíficos, los rasgos de necesidad de esti­
mación. Aquí, sin embargo, las fábulas seudológicas
no siem pre tienen por objeto granjearse estimación. Et
fanático luchador, con sobrevaloraciones personales, ali­
menta, por este medio, sus sospechas y su odio, más
bien combinando falsamente que mintiendo. Con los
hipertímicos tienen de común los fanáticos—por lo me­
nos los luchadores—la dirección hacia fuera; les dife­
rencia de ellos, sin embargo, la consecuencia, la rigidez
y la obstinación. Litigantes, como hemos dicho, hay en
ambos campos; tampoco son raras las formas interm e­
dias; los hipertímicos excitados, no verdaderamente
alegres, form an él puente de paso. Que se ve a los fa­
144 Psicópatas fanáticos

náticos, muy frecuentemente, bajo el ropaje de la re­


acción de renta, sólo es preciso mencionarlo.
Respecto a las combinaciones, es probable que no se
encuentre jamás, en los fanáticos luchadores, una coin­
cidencia con la oligofrenia. E sta es frecuente, sin em­
bargo, en los fanáticos pacíficos, particularm ente en los
adeptos y simpatizantes de los movimientos.
Por lo que se refiere al diagnóstico diferencial, ya se
ha hablado de la delimitación de los fanáticos luchado­
res frente a las psicosis esquizofrénicas. Los fanáticos
extravagantes pacíficos son difíciles de separar a veces
de individuos que han pasado un brote o que tendrán
m ás tarde una esquizofrenia.
K raepelin cree que la mayoría de las personalida­
des extravagantes pertenecen a la demencia precoz; sin
embargo, no excluye la posibilidad de que la extrava­
gancia tenga también, en ocasiones, otra significación
clínica. Concede valor, para la diferenciación, a la acce­
sibilidad afectiva de los extravagantes psicopáticos.
Apenas es posible considerar a los fanáticos lucha­
dores como maníacos. S p e c h t, sobre todo, como hemos
dicho ya al hablar de los hipertímicos, ha defendido ta­
les ideas, que, a lo sumo, pueden discutirse precisam en­
te en relación con los litigantes y «paranoicos» hiper­
tímicos.
Ya no hay mucho que añadir sobre la importancia
social de estas formas. Sólo hemos de tener en cuenta
aquí los fanáticos anormales. Los llamamos psicópatas
cuando son perturbadores; en relación con lo cual te­
nemos que recordar, de un modo especial, que este ju i­
cio depende de valoraciones. Es verdad que hay tam ­
bién fanáticos sufridores en sí, pero esta form a se ob­
serva con rareza.
Los fanáticos luchadores, que solam ente perturban,
pueden proferir injurias y cometer actos de violencia,
sobre todo si son explosivos. Es sabido cuánto pue­
den im portunar los litigantes a los jueces y a las auto­
ridades. Hasta, como ha m ostrado W etzel en el caso
Tratamiento 145

del barón von Hausen, puede causarse un perjuicio al


Estado, aun sin actitud antisocial del perjudicante. Este
lógico rígido y sin hum or luchó toda la vida por su de­
recho, sin darse cuenta de los límites del derecho indi­
vidual frente a ciertas necesidades del Estado y sin
flexibilidad para com prender las perdonables deficien­
cias humanas. Naturalmente, un litigante caracterológi-
co no es preciso que sea un litigante judicial.
Los fanáticos pacíficos han llamado la atención, a
veces, en tiempo de paz (K oppen , L ance), pero especial­
mente durante la guerra mundial, como denegadores
del servicio militar. G a upp , E . M eyer, J. B. J orger , L oeb,
H orstmann y H oppe han descrito estos «graves inves­
tigadores de la Biblia», los adventistas y otros sectarios.
G aupp ha prevenido, con razón, contra el «calificar, sin
más ni más, como patológico» lo extraordinario. Y L oeb
ha llamado la atención sobre la imposibilidad de com­
prender como «morbosas», por su contenido, tales con­
secuencias de la fe religiosa. Piensa él que la fuerte
acentuación del complejo del yo, la duración y la inten­
sidad extraordinaria de la vivencia aislada, la seguri­
dad—a pesar de los imprecisos conceptos religiosos—y
las contradicciones entre los actos que prescribe la
creencia y los deberes vigentes, hablarían a favor del
vivenciar patológico. Según nuestra opinión fundamen­
ta], que niega la posibilidad de utilizar, en todo este
campo, el concepto de enfermedad, semejante separa­
ción no es necesaria y ni siquiera, en general, imagina­
ble. De hecho, nada más que algunos de tales individuos
son devotos consecuentes. Y, en suma, con una califica­
ción psicológica no se ha dicho nada, todavía, en contra
de lo que defienden los fanáticos.
' Apenas hay un verdadero tratamiento. De todos mo­
dos, en ciertas circunstancias, se pueden evitar los con­
flictos, si no se trata de fanáticos muy agresivos. Así,
a veces, también los litigantes pueden curarse práctica­
mente, como ha señalado, sobre todo, R ecke. Muchas
veces, habrá que cerrar los ojos frente a ellos y dejar-
SCHNEID ER.— 1 0
146 Necesitados de estimación

les pasar algunas cosas. Sobre todo, no debemos reac­


cionar nosotros mismos de un modo fanático y querer,
a toda costa, pronunciar la última palabra. Sus escritos
pueden dejarse sin contestación. Para los litigantes, lo
más im portante es escribir, no la respuesta. Sin espe­
ra r siquiera la contestación, ya escriben otra carta. Pue­
de plantearse el problem a de la incapacitación; pero,
entonces, a menudo, es ella precisamente el objeto pre­
ferido del litigar recalcitrante. Algunos fanáticos extra­
vagantes no pueden sostenerse en la vida social y ne­
cesitan, a causa de la perturbadora curiosidad que
despiertan, y también por interés público, el ingreso en
un establecimiento.

5. PSICOPATAS NECESITADOS DE ESTIMACION

Ya K o c h cita, en ciertos psicópatas, un «yo incon­


venientemente trasladado al punto medio», e individuos
con un «afán fatuo y orgulloso de hacerse notar». Es
fácil reconocer que se trata, por lo menos, de rasgos
de lo que se llama, a menudo, el «carácter histérico».
Mostremos, en prim er lugar, con algunos ejemplos,
lo que suele comprenderse por dicho carácter. K raepe -
l in encuentra una accesibilidad afectiva aum entada,
falta de perseverancia, seducción por lo nuevo, exalta­
ción, curiosidad, chismografía, fantasía, tendencia a la
m entira, excitabilidad desmesurada, ascensos y descen­
sos bruscos del entusiasmo, sensibilidad, veleidad, egoís­
mo, fanfarronería, amor propio exagerado, afán de es­
ta r en el centro, abnegación de la naturaleza m ás ab­
surda, facilidad para dejarse influir, representaciones
hipocondríacas, defectuosa voluntad de salud a pesar
de todas las quejas, tendencia a las escenas y al rom an­
ticismo y conducta impulsiva que puede llegar hasta el
suicidio. La afición a la calumnia y los vicios morales
no pertenecen, según él, al carácter histérico. R aimann
acentúa, sobre todo, la sugestibilidad aum entada, el
Vanidad 147

a m o r p ro p io , el m iedo a e n fe rm a r, la b a je z a del nivel


ético, la relig io sid a d y los cam bios b ru sco s e n tre la de­
b ilid ad y los re n d im ie n to s vigorosos. Aschaffenburg
e n c u e n tra «una e x tra ñ a m ezcla de fria ld a d y e n tu s ia s ­
m o, de d u lce a m a b ilid a d y h o stilid a d , de veleidad y obs­
tin a c ió n , h ip o cre sía , egoísm o y m aldad»; p e ro , c ie rta ­
m en te, no ve en ello n a d a específicam ente h isté ric o , sino
signos de d eg en eració n congénita.
Por estos botones de m uestra—a cuyo lado podrían
colocarse muchos m ás—, se ve que apenas existe un
rasgo desagradable que no se haya incluido ya en el
caracter histérico. J aspers ha intentado establecer una
base más firme. Dicho autor encontró un rasgo funda­
mental: parecer más de lo que se es. Para darse im por­
tancia, se representa un papel, incluso a costa del honor
y de la salud. Al principio, se trata de una m entira cons­
ciente; después, llega a ser creída. «Cuanto más se des­
arrolla lo teatral, tanto más falta a estas personalidades
toda emoción propia y verdadera; son falsos, incapaces
de ninguna relación afectiva duradera o realm ente pro­
funda. Sólo un escenario de vivencias im itadas y teatra­
les; éste es el estado extremo de la personalidad histé­
rica.» De hecho, se describe así un tipo humano perfec­
tam ente tangible.
Para las personalidades a que se refiere J aspers
—que quieren parecer, ante sí y ante los demás, más de
lo que son, y cuyo atributo más profundo es la vani­
dad—utilizamos el nom bre de necesitados de estima­
ción. Dicho nombre se ha generalizado, por lo cual
abandonamos la designación ansiosos de estimación,
que utilizamos, de acuerdo con la propuesta de As­
chaffenburg , en la segunda edición de este libro. Si se
quiere, se pueden emplear ambas designaciones como
grados distintos de lo mismo. Naturalmente, no toda
necesidad de estimación ha de ser interpretada como
vanidad; recuérdese la necesidad de estimación de m u­
chos profesionales expertos, de las personas que ejer­
cen autoridad y, también, la necesidad de estimación
148 Necesitados de estimación

hipercom pensadora de muchos inseguros de sí mismos.


No hablamos de «carácter histérico», porque dicho nom­
bre implica siempre el peligro de una in te rp re ta d o .1
más amplia y confusa; pero también perqué es conve­
niente renunciar en general al calificativo «histérico».
Sin inconveniente alguno se puede pasar sin esta desig­
nación, porque a los trastornos corporales «histéricos»
se les puede llam ar perfectam ente psicógenos.
La necesidad de parecer—externa o, también, in ter­
nam ente—más de lo que se es puede satisfacerse por
distintos medios, sin que la propia persona afectada
tenga precisión de conocer los motivos. Uno de tales
medios es el modo de ser excéntrico, que ya mencionó
K o c h y que ha servido a K ir c h o f f para designar un
grupo de sus estados limítrofes. Es el «estar pendiente
de lo extraordinario», que cita L. S c h o l z como signo
del carácter histérico. Hay también excéntricos no ne­
cesitados de estimación; pero, en el fondo, casi siempre
existe la necesidad de llam ar la atención.
O tra posibilidad de pasar por más de lo que se es,
es la fanfarronería, la vanagloria, la fachenda y la pe­
tulancia. En los casos puros, tales sujetos, como mos­
tró S telzner , no son todavía seudólogos. A menudo,
son demasiado sobrios y pobres de imaginación para
poder inventar. Tampoco mienten más que en ocasio­
nes fortuitas. N aturalm ente, las transiciones se realizan
de un modo muy paulatino. A la seudología—la te r­
cera y la más sensacional de las posibilidades de satis­
facer el ansia de estimación—pertenece la fantasía. La
«hiperfantasía», según Zi e h e n , es uno de sus síntomas
cardinales.
Dentro del marco de nuestro trabajo, limitado a los
psicópatas, los fantásticos puros nos interesan menos.
K o c h h a hecho, sobre ellos, la fina observación de
que, de ningún modo, son siempre huraños: «Muchos
hasta buscan con gusto los lugares y las ocasiones en
que concurran muchas personas y, sólo entonces, se
abism an con el m ayor placer en sus ensueños.» B ir n -
Fantásticos 149

baum ha descrito ciertos «fantásticos degenerativos»,


que—en su descripción—recuerdan a nuestros fanáti­
cos pacíficos extravagantes. H e ilb r o n n e r ha descrito un
fantástico, con ensueños de dinero, de actos heroicos y
de condecoraciones, que jam ás realizó ninguna estafa
y que no tenía la menor tendencia criminal. Un rasgo
fundam ental de estos fantásticos es el soñar despierto,
que—en casos raros—puede conducir a estados cre­
pusculares psicógenos (Pick). Los niños y jóvenes fan­
tásticos tienen a menudo, junto a su vida, un mundo
de imágenes, al que se abandonan en sus sueños diur­
nos, sobre todo antes del adormecimiento. Este mundo
soñado puede ser tan atractivo que la vida real se pos­
ponga a él por completo y aparezcan los niños sin inte­
rés, espiritualm ente ausentes y distraídos. Los persona­
jes de los libros, y también los de la vida real, sobre
todo las personas adm iradas y queridas, desempeñan
un gran papel en estas fantasías, la mayoría de las ve­
ces vergonzosamente ocultas, y que, a menudo, se con­
tinúan como las novelas p or entregas. Casi siem pre está
implicada también la propia persona. En el soñar des­
pierto suele tratarse, como advierte Z u tt, no del sim­
ple detenerse en las representaciones e imágenes, sino
del actuar, representativam ente, en la situación soñada.
Recientemente ha sido descrito el soñar despierto, de
un modo minucioso, por K e h r e r .
K r o n f e ld ha investigado las relaciones de los fan­
tásticos con la seudología y llega a la siguiente con­
clusión: «El fantástico falsea el valor del mundo exter­
no, para sí; el seudólogo falsea su valor, para el mun­
do externo». El fantástico se engaña a sí mismo; et
seudólogo engaña a los demás (el hecho de que, a ve­
ces, se engañe tam bién a sí mismo es un efecto acceso­
rio). También Tobben se ha adherido, recientemente, a
estos criterios. J. B. J o r g e r mostró que, si falta la acti­
vidad, surge del seudólogo sólo el soñador, no el far­
sante. Se puede decir, por tanto, que los necesitados
de estimación tienen que disponer, en una cierta me­
150 Necesitados de estimación

d id a, de imaginación y de actividad p a ra lleg ar a ser


seudólogos.
La lite r a tu r a so b re la m e n tira p a to ló g ic a o seudo-
logia fantástica com enzó en 1891, con el lib ro de A. D e l­
b rü ck . E s su m a m e n te copiosa, p o r q u e sie m p re se h an
d e sc rito con gusto estos casos d iv ertid o s. D e lb rü c k , que
dio tam b ié n el n o m b re al sín to m a , co n cib e la seudo-
logía com o un «híbrido de m e n tir a y de autoengaño».
In sis tió ya e n que e ste sín to m a se p re s e n ta no sólo en
los fa rs a n te s sanos y a n o rm a le s, sino en c u a lq u ie r fo r­
m a d e tra s to r n o m e n ta l, in clu so en los p a ra lític o s y
m aníacos. S us casos, en efecto, c o rre s p o n d ía n tam b ié n ,
en p a rte , a en fe rm o s p sicó tico s; su tra b a jo , p o r tan to ,
e stá rea liz a d o desde u n p u n to de vista e s tric ta m e n te
sin to m ato ló g ico . Koppen a se g u ra q u e los seudólogos
m e n tiría n con u n a d e te rm in a d a finalidad; la m e n tira
p atológica poseería «un c a rá c te r m a rc a d a m e n te activo».
D espués p u b licó J. J o r g e r u n caso m uy fam oso, p e rte ­
n e c ie n te «a los m ás h in ch a d o s tip o s de D e lb rü c k » . Es
la h isto ria de u n g ran fa rs a n te : del e s tu d ia n te Jorge
G rün . Lo p ato ló g ico se ría que m in tie ra sin n in g u n a n e ­
c esid ad. Lo m ás im p o rta n te —la van id ad , la p re su n c ió n
y la n e c e sid a d de e stim a c ió n —fu e p a s a d o p o r a lto . M ás
ta rd e , W en g er-K u n z se o cu p ó to d av ía d e e ste Jo rg e
G rün , que, e n tre ta n to , h a b ía co m e tid o e sta fa s, so b re
to d o científicas. E sc rib ió el p ró lo g o p a r a la seg u n d a
edición del segundo to m o de u n tra ta d o d e psicología
h u m a n a y u n a in tro d u c c ió n e n c o m iá stic a d el « P ro feso r
D r. W. E ngelm annd, e hizo im p rim ir to d o ello, ju n to al
p ró lo g o de la p rim e ra edición; «daba p e r sabido todo
el lib ro y escrib ió sólo so b re el genio del a u to r» . T am ­
bién, o c a sio n a lm e n te , d e sem p e ñ ó los p a p e le s de teólo­
go, de h o m b re ric o y d e d ire c to r d e sa n a to rio . G rün
te rm in ó com o u n p ic a p le ito s p elig ro so . W e n d t d escrib ió
ta m b ié n , m u y gráficam ente, a u n e s tu d ia n te de b u e n a
fam ilia q u e co m etió to d a clase d e fra u d e s , h aciéndose
p a s a r p o r conde, p o r d o c to r en Leyes y p o r h ijo d e u n
fa b ric a n te . E n u n a p o m p o sa a u to d e sc rip c ió n , decía:
Seudólogos 151

«Lo tragicómico o lo cómico de mi destino consiste,


pues, en la perpetua lucha entre realidad y fantasía.»
Y en otro lugar: «Por desgracia, mi capacidad de con­
fundir un pensamiento con una realidad viva es dema­
siado grande para que pueda discernir los límites entre
ser y parecer.» Su cochero daba de él estos datos, muy
significativos, en apariencia exactos, pero en el fondo
falsos: «No guardaba nada de su dinero y sólo quería
ayudar a los demás y hacer el bien.» El estudiante te­
nía intensos períodos de esta naturaleza, pero sin áni­
mo alegre. W endt excluyó la manía y la paranoia, por­
que la conciencia fantástica cesaba cuando se presen­
taban las circunstancias externas adecuadas; pero, a
pesar de ello, aceptó la irresponsabilidad.
En todos estos casos, y en muchos otros consigna­
dos en la literatura, el motivo fundamental es la vani­
dad, la necesidad de estimación, la tendencia a aparen­
ta r más de lo que se es. Pero tam bién la imaginación y
una cierta actividad son indispensables para que surja
el necesitado de estimación seudólogo.
Ha interesado siempre, muy particularm ente, la cues­
tión de si estos individuos creen o no en sus propias
mentiras. En este sentido, no dicen mucho, naturalm en­
te, los datos propios, como los del estudiante de W endt .
Aschaffenburg califica como un «hecho indiscutible»
el de ser creída la m entira por ellos mismos; «se com­
penetran con la mentira». J aspers y Z ie h e n son tam ­
bién de esta opinión. K oppen piensa que, de todos mo­
dos, en algunos momentos, se tendría conocimiento de
la propia mendacidad. W endt sólo habla de seudología
fantástica cuando es creída la m entira; pero piensa, ño
obstante, que nunca se pierde del todo la conciencia de
lo imaginario; suceden ambas cosas al mismo tiempo,
en una doble conciencia. Al ser detenidos, suele desapa­
recer, en el acto, la «conciencia de la personalidad im­
postora». K raepelin parece acertar, frente a todas es­
tas opiniones, cuando dice: «Los enfermos saben per­
fectamente que abandonan el terreno de la realidad,
152 Necesitados de estimación

pero siguen urdiendo su trama, por el placer de fabu-


lar, sin darse cuenta de sus móviles internos.» Les su­
cede, en efecto, lo mismo que a los niños cuando jue­
gan; sería realmente absurdo preguntarles, entonces, si
«creen» ser una madre, un maestro o un soldado.
Después de esta exposición, ya no es necesario decir
que no existe ninguna diferencia esencial entre la seu-
dología y ciertas patrañas, correspondientes también a
la necesidad de estimación. Pero hay también, natural­
mente, un m entir sin estos motivos, y sólo en considera­
ción al beneficio. Tampoco es la ficción, en los seudó*
logos, una finalidad en sí; pero no se aspira a ningún fin
m aterial, sino a satisfacer la necesidad de estimación.
Ahora bien: la experiencia nos enseña que, a menudo,
se unen tam bién a ello finalidades m ateriales. Son po­
cos los seudólogos que, al menos como beneficio acce­
sorio, rechacen las ganancias m ateriales. Cuanto más
predom inen estos fines, tanto más se aproxim arán a los
farsantes puros. Como tipos, se pueden m antener per­
fectam ente separados los farsantes y los seudólogos;
en los casos concretos, se mezclan am bos,, a menudo.
Los médicos conocen estas formas mixtas, sobre todo
como farsantes inspiradores de compasión y como fa r­
santes hospitalarios. El «placer del m artirio» (A ntón )
depende, en parte, de la aspiración com prensible a ser
m aterialm ente atendido y, en parte, del deseo de hacer­
se interesante. Los casos de «martirio afectivo-sentimen-
tal» (K o c h ), de autolesionamientos leves y de intentos
de suicidio tienden más al segundo tipo. El trato in-
comprensivo y vejatorio por parte de la familia, sobre
todo del marido, puede despertar reactivam ente la ne­
cesidad de estimación, aun en casos en los que no pue­
de hablarse, de ninguna manera, de un carácter necesi­
tado de estimación. No se quiere parecer más de lo que
se es, sino sólo encontrar alguna consideración, como
sucede en el hospital, y como acontece, en general, a
las personas que sufren.
La expresión es, en los seudólogos, de una impor-
Embusteros 153

tancia extraordinaria. Al fin y al cabo, es la razón de que


el estafador encuentre constantem ente personas que le
crean. Junto al modo de ser, casi siempre amable y has­
ta encantador, y a los modales distinguidos, lo que le da
el éxito es, sobre todo, la arrogante seguridad de su por­
te. K raepelin refiere de un farsante, a quien un policía
fue a buscar a la clínica, que supo inducir a éste a llevar
su maleta, «por medio de un movimiento de la mano,
único, inimitable, maravilloso». También las variedades
excéntricas y los necesitados de estimación más inofen­
sivos, como los «resignados tranquilos», tienen un as­
pecto bien conocido y, a menudo, teatral.
En cuanto a la posición social, no hay diferencias en
los necesitados de estimación, ni siquiera en las formas
seudológicas; lo mismo se encuentran pequeñas sir­
vientas que personas externamente libres de toda ne­
cesidad.
De los embusteros y farsantes de K raepelin , que son
idénticos a los necesitados de estimación seudólogos,
pertenecían al sexo masculino casi las tres cuartas par­
tes. Tenían más de veinticinco años de edad casi la mi­
tad de los casos. La inmensa mayoría eran solteros.
A menudo, ya en la edad infantil, puede observarse cla­
ram ente el carácter necesitado de estimación, sobre
todo en las jactancias ante otros niños, por ejemplo, so­
bre parientes ricos, sobre grandes regalos y, también,
sobre enfermedades graves y casos imaginarios de muer­
te. Sin embargo, precisam ente la tan frecuente seudo-
logía infantil no siempre puede incluirse aquí, porque
a menudo falta el motivo de la necesidad de estimación,
y se tra ta de un puro fantasear y fabular, que se mez-
cía de un modo inseparable con lo realm ente vivido..
Hay también en los niños, según Grossm ann , una seu-
dología como compensación de funciones—incluso cor­
porales—verdaderamente afectadas. En el curso de la
vida parece que m ejoran muchos casos de seudología;
según K raepelin , después de los treinta y cinco años
de edad existirían ya pocas esperanzas. Es frecuente la
154 Necesitados de estimación

p re s e n ta c ió n p erió d ica de m an ifestac io n e s, s o b re todo


seudológicas, de la necesid ad de estim ació n . U n e je m ­
p lo de ello es el e stu d ia n te de W endt, en el q ue, p o r
fa lta r el á n im o c o rre sp o n d ie n te , n o existía m o tiv o alg u ­
no p a ra a d m itir u n a m an ía p erió d ica.
U na in v estig a c ió n de L utz so b re la h e re n c ia de la
seudología, en u n caso, no dio com o re s u lta d o n in g u ­
n a ta r a h o m ogénea. S tum pfl confirm ó e sto en su m a te ­
ria l. Lo m ism o v. B aeyer, el cual, sin em bargo, e n c o n tró
m u ch a s veces, e n las fam ilias de los e m b u s te ro s y f a r ­
sa n te s, los tip o s q u e él llam a «disolutos» («Ungebun-
dene»), e n los q u e resu m e a las p e rso n a lid a d e s a b ú li­
cas, a n o rm a lm e n te seducibles, in estab les-to x icó m an as,
falsa s-n e c esita d a s de e stim a c ió n y fa n tá stic a s. R iedel ,
1
e n tre la d esce n d e n c ia de los p sic ó p a tas n e c esita d o s' de
estim ació n , e n c o n tró de nuevo, fre c u e n te m e n te , los m is­
m os rasg o s.
Para el problema de las relaciones de los necesita­
dos de estimación con otras personalidades psicopáti­
cas y formas de reacción, mencionaremos, en p rim er lu­
gar, una vez más, la frecuencia con que los rasgos seu-
dológicos crecen sobre el terreno hipertímico. Pero su
psicología, entonces, no es siempre la misma. La nece­
sidad de estim ación puede retroceder mucho tras los
móviles del placer y del afán de las proezas. K r a epelin ,
como hemos dicho al tra ta r de los hipertímicos, ha ex­
puesto buenos signos diferenciales entre los seudólo­
gos hipertím icos y los genuinos. Además, existen rela­
ciones con los fanáticos pacíficos y, más lejanas, con
los asténicos.
Es íntimo el parentesco con algunas reacciones psi-
cógenas anormales de distinta naturaleza. K raepelin de­
m ostró que, desde las simples confabulaciones, pasando
por las m entiras impulsivas, hasta los estados crepuscu­
lares psicógenos más severamente delimitados, existen
todas las transiciones. S temmermann informó sobre psi­
cópatas seudólogos con estados psicógenos de toda cla­
se; quiso ver, en los estados «hipnoides» de aparición
Histéricos 155

periódica, el motivo principal de la seudología fantás­


tica, lo cual, sin embargo, es totalmente insostenible.
A los estados de excepción pertenecen también ciertos
estados extático-visionarios, como los descritos por
B resler en los posesos del cuarto decenio del siglo pa­
sado y el descrito por W. M ayer en un profeta aldeano,
sonámbulo, de diez años de edad. También, en el fondo
de tales manifestaciones, se ve el carácter necesitado
de estimación.
Las relaciones de los necesitados de estimación con
los trastornos corporales psicógenos son, con mucho,
las más débiles. Es una equivocación buscar la esencia
de tales reacciones «histéricas» en el «carácter histéri­
co». Las relaciones son, tan sólo, éstas: el individuo
que utiliza las enfermedades con el ñn de satisfacer su
necesidad de estimación, si no las provoca de u n modo
artificial o—simplemente—las simula, no tiene a su dis­
posición las enfermedades, sino sólo los mecanismos
psicógenos.
Los necesitados de estimación pueden m ostrar todos
los grados de inteligencia, pero los seudólogos produc­
tivos son siem pre inieligentes. Ya D elbrück dijo que la
seudología puede ser síntoma 'de los trastornos men­
tales más distintos. Se encuentran también rasgos seu-
dológicos en las manías fásicas, donde tienen una psico­
logía análoga a los correspondientes casos hipertímicos.
También en los esquizofrénicos parecen darse seudo-
logías todavía poco aclaradas; B leuler , W engbr-K unz y
M ünzer han llamado la atención sobre ello. Los psicópa­
tas seudólogos se han confundido, muy a menudo, con
enfermos delusivos esquizofrénicos; muchos casos des­
critos como pertenecientes a la seudología fantástica
son, sin duda, esquizofrénicos delusivos. Como K olle
mostró con motivo de sus investigaciones genealógicas
de rufianes, también aquel caso de G oring que expusi­
mos detenidam ente en ediciones anteriores desarrolló
un proceso paranoide. Existe por eso la sospecha de
que también en la época de la observación de G oring
156 Necesitados de estimación

existiera ya una psicosis, a favor de lo cual habla en


realidad mucho de su descripción. El signo distintivo
más im portante de toda seudología, frente a la delu­
sión, será siempre la renuncia a la seudología cuando
se com prueba la falsedad. En los casos dudosos—muy
raros—, se ajustará el diagnóstico a 'los otros rasgos
clínicos independientes de este síntoma, de los que no
podemos ocuparnos aquí. D elbrück y W enger -K unz in­
form an sobre la seudología en paralíticos; As c h a f f e n -
burg la vio en la epilepsia; R e d l ic h , periódicam ente,
en las exacerbaciones de una lúes cerebral y después de
un traum atism o craneal; ambas veces, sin embargo! se
trataba de individuos m arcadam ente necesitados de es­
timación. M ünzer , en la descripción de otras formas
exógenas, parece haber pasado por alto la diferencia en­
tre la seudología y las confabulaciones de origen or­
gánico.
La importancia social de los necesitados de estim a­
ción radica en la criminalidad de los fanfarrones y, so­
bre todo, de los seudólogos. Se trata de engaños y
fraudes de toda índole; son preferidas las prom esas fal­
sas de matrimonio, las fugas sin pagar el hospedaje y
las patrañas para inspirar compasión. La exculpación,
frecuente en otros tiempos (K óppen , J. J orger ), ya no
puede adm itirse en la actualidad. Las m ujeres fanfa­
rronas y seudólogas sexuales son, a veces, muy peli­
grosas, especialmente cuando son menores de edad. Se
presentan imputaciones y denuncias falsas. En ocasio­
nes, fingen un desamparo sexual—que, entonces, por lo
menos en sentido social, no existe—por medio de fan­
tásticos relatos de secuestros y seducciones, que des­
criben, frecuentemente, hasta en sus menores detalles.
Es cierto que la fantasía de estas muchachas suele su­
perar, en gran medida, lo que serían capaces de hacer
si estuvieran realmente abandonadas. También se pre­
sentan, en los necesitados de estimación, las típicas
autoacusaciones (v. B aeyer ). En la misma m edida en
que, para el arte, son im portantes los fantásticos puros,
Tratamiento 157

carecen de valor los necesitados de estimación fantás­


ticos. Naturalmente, algunos necesitados de estimación,
que quieren brillar por el ejemplo y el sacrificio, pue­
den dar también, en ciertas circunstancias, como re­
sultado accesorio, rendim ientos extraordinarios, sobre
todo en cuestiones caritativas. K o c h habla de egoísmo
«con ropaje de altruismo». Casi nunca se mantiene mu­
cho tiempo.
Los necesitados de estimación son inapropiados para
toda clase de tratamiento. La falsedad de estos caracte­
res dificulta la relación con ellos. También la actitud
respecto al médico es, muchas veces, falsa y variable;
una veneración deificadora se transform a a menudo,
muy rápidamente, en indiferencia y hasta en calumnias.
Pronto, casi siempre, se llega a ab u rrir a tales sujetos,
sobre todo cuando se deja de causarles admiración, por­
que sólo sobre esta base puede m antenerse una buena
amistad con los necesitados de estimación. Los seudó­
logos muy graves pueden ser incapacitados e ingresados
en establecimientos psiquiátricos. Aquí, aún pueden rea­
lizar un trabajo útil; pero, tam bién en este mundo re­
ducido, encuentran ocasión todavía para satisfacer, en
pequeñas intrigas, su necesidad de estimación.

6. PSICOPATAS LABILES DE ANIMO

Esta designación parece haber sido utilizada, antes


que nadie, por S ie f e r t ; este autor, sin embargo, no dio
ninguna definición concreta del concepto. También lo
emplea W ilm anns , y, p o r cierto, para individuos sen­
sibles, intensam ente influidos por el mundo externo, y
que tienden, especialmente, al análisis de sí mismos;
es decir, lo utiliza en el sentido de nuestras personali­
dades depresivas, asténicas e inseguras de sí mismas.
Hay, sin duda, entre estos grupos hom bres de ánimo va­
riable; basta con recordar los depresivos tornadizos, de
tipo malhumorado. Pero ahora no nos referimos a és­
158 Psicópatas lábiles

tos, sino que creemos posible destacar una forma p si­


copática de ánimo permanente no depresivo, que está
caracterizada de un modo especial por borrascas depre­
sivas que aparecen y desaparecen de nuevo, inesperada­
mente.
Se preguntará si estas distimias son reactivas o en­
dógenas. Sem ejante planteam iento de la cuestión es in­
suficiente. En determ inados días, bastan a tales perso­
nalidades estímulos mínimos para hacerles reaccionar
con suma rapidez e intensidad, m ientras que, en otros
días, todo lo soportan. Se trata de una tendencia pe­
riódica, aportada por la disposición endógena, a reac­
ciones depresivas frecuentes e intensas, de índole m al­
humorada e irritable.
Sin duda, hay muchísimas personalidades con labi­
lidad de ánimo, y tampoco son raros los psicópatas m ar­
cadamente lábiles. Pero, en la clínica, no se ve a los lá­
biles de ánimo más que, casi exclusivamente, cuando
han realizado determinados actos. Estos actos consis­
ten, sobre todo, en un huir, beber y derrochar, resultan­
tes de la distimia. A estas tres reacciones, que pueden
com prenderse a p a rtir de la distimia, hay que añadir,
con ciertas reservas, el incendiar y el robar.
Con los vagabundos, bebedores periódicos, derrocha­
dores, incendiarios y cleptómanos, tenemos, por lo pron­
to, un grupo sociológico y no psicológico. Psicológica y
clínicamente, se esconden en él las cosas más hetero­
géneas. A nosotros sólo nos interesan aquí las form as
que se deriven, sin duda alguna, de las crisis de labili­
dad anímica. Aunque frecuentemente se llame im pul­
sivos a los individuos que tiendan a tales actos, se tra ­
ta, en todo caso, de descargas impulsivas secundarias,
de descargas impulsivas sobre la base de distimias más
o menos periódicas. En efecto: la mayoría de los llar
mados impulsivos son individuos primariamente p ertu r­
bados en su afectividad; son psicópatas lábiles de áni­
mo, que se descargan de este modo. Así han de com ­
prenderse, en ellos, los excesos de bebida y las fugas.
inestables 159

También el derroche y despilfarro es comprensible, to­


davía, como reacción de un distímico, sea porque in­
tente crearse así una compensación de su mal humor,
sea porque, en la actitud nihilista de «¿qué más da?»,
tire todo lo que tenga, para pasar bien, siquiera, un
p a r de horas.
Ahora bien: con frecuencia, el robar y el incendiar
—por lo tnenos el robar—no puede referirse ya, de un
modo inmediatam ente comprensible y sin forzar los he­
chos, a una distimia. Parece que, en realidad, el incen­
diar y el robar se presentan, a veces, como actos im­
pulsivos prim arios, totalm ente incomprensibles. Si se
separan los casos con motivación normal comprensible
y los casos con motivaciones psicopáticas, queda un
grupo que sólo puede comprenderse, de un modo me­
diato, a través del rodeo de la interpretación simbólica
psicoanalítica. Tampoco nós aporta una mayor com­
prensión el hecho de que el robar y el incendiar se pre­
senten, no raram ente, en períodos biológicos críticos,
sobre todo en los días de la menstruación o en momen­
tos de excitación sexual. Por lo demás, es tam bién im­
posible aju star este pequeño grupo residual de incen­
diarios y cleptómanos a un tipo determinado de perso­
nalidad, como ha sido posible en los individuos acaba­
dos de mencionar, con actos impulsivos secundarios.
Algunos lábiles de ánimo ofrecen el cuadro de los
psicópatas inestables, lo cual debe exponerse todavía
con más detenimiento. Es un rápido fastidio y saciedad
de todo; una inquietud, que parece invadir a estos su­
jetos especialmente en la primavera; un anhelo impul­
sivo de variación y de novedad. Una prostituta decía:
«Entonces, viene de nuevo un cambio, un ansia indeter­
minada, como si me bullese la sangre.» Son inestables,
en el sentido social (en el resultado), una gran serie de
diferentes psicópatas: muchos hipertímicos, lo mismo
que muchos depresivos malhumorados; muchos necesi­
tados de estimación seudólogos lo mismo que muchos
abúlicos. Los inestables en cierto modo caracterológicos
160 Psicópatas lábiles

son, casi siempre, individuos con crisis de labilidad de


ánimo.
No podemos ocuparnos con detención de la abun­
dante literatura sobre los vagabundos, los bebedores pe­
riódicos, los derrochadores, los incendiarios y los clep-
tómanos, porque nos apartaríam os, en parte, de nues­
tro tema. En otros tiempos, sobre todo en épocas en
las que se prodigaba todavía la hipótesis de una epilep­
sia puram ente psíquica, se ha discutido con preferencia
sobre si tales estados pertenecerían a la epilepsia. Es
seguro que todos los citados actos son realizados tam ­
bién, en ocasiones, por epilépticos en estado distímico
o en estado crepuscular; éstos, sin embargo, en compa­
ración con los realizados por un distinto mecanismo ge­
nético, son bastante raros.
La literatura más completa sobre el impulso al va­
gabundeo se encuentra en la disertación filosófica. de
W urtzburgo, de L. M ayer. Buenas casuísticas aportan
H eilbro nn er , S c h u l t z e y v. L etjpold. Interesaron m u­
chas veces las fugas infantiles y las deserciones milita­
res. Los «estados de fuga» de los niños fueron investi­
gados especialmente por S t ie r , S eige , S c h e f f e r y
S c h r o d e r . S c h r o d er dice, con razón, que, casi siem­
pre, lo más im portante no es el correr lejos, sino el
permanecer lejos; no es la huida', sino la ausencia. S t ie r
se ha ocupado de los desertores. En todas estas inves­
tigaciones se tropieza con cosas muy distintas; en p ar­
te, con motivos comprensibles, como el miedo al cas­
tigo o la nostalgia; en parte, con el vagabundear pura­
m ente social de los abandonados; en parte, con el gusto
rom ántico por las aventuras y el ansia por lo nuevo;
pero, a menudo, tam bién con distimias reactivas, o in­
cluso, aparentem ente infundadas o no suficientemente
fundadas, con lo que se llega muy cerca de nuestros lá­
biles de ánimo.
De la literatura sobre los bebedores periódicos, hay
que citar, sobre todo, los trabajos de G aupp , S c h e f f e r ,
Incendiarios 161

P a p p e n h e im y B olten, e n lo s q u e s e h a c ía g ir a r la c u e s ­
tió n a lr e d e d o r d e la e p ile p s ia .
El problema de los incendiarios y de los cleptóma-
nos se halla ya, como vimos, en los confines más aleja­
dos de nuestro campo. Mientras que sobre la historia
y el problema de la cleptomanía poseemos, en un tra ­
bajo de G. S c h m i d t , una amplia información, no sa­
bríamos citar nada comparable respecto a la cuestión
de la pirom anía. P e r s c h , sin embargo, menciona la li­
teratura más im portante. Psicológicamente fecundo es
el trabajo de H o v e n .
No se sabe mucho sobre las diferencias de los sexos
en los lábiles de ánimo. K r a e p e l in encontró pocas mu­
jeres entre sus impulsivos. Piensa también en causas
sociales, pero, no obstante, considera la impetuosidad
como específicamente masculina. En verdad, nunca se
oye hablar de «psicópatas epileptoides» (de los que nos
ocuparemos en seguida) femeninos. Los vagabundos de
K r a e p e l in m ejoraron, en parte, con la edad; en parte,
sin embargo, sólo se m ostraron estas tendencias en eda­
des más avanzadas. En contraste con otros psicópatas,
muchas de estas personalidades tenían más de veinti­
cinco años de edad, lo que K r a e p e l in ha interpretado
a favor de su concepto de que no se trata de una sim­
ple inhibición del desarrollo, sino de una insuficiencia
permanente. La cuestión de la herencia nos ocupará
después. En este aspecto, el problema más im portante
es el de las relaciones de los psicópatas lábiles de áni­
mo con la epilepsia.
Los lábiles de ánimo m uestran relaciones, sobre
todo, con los depresivos malhumorados, los abúlicos y
los explosivos; pero también con ciertas reacciones
anormales a vivencias, como los estados crepusculares
psicógenos. Por lo que se refiere a las combinaciones,
se halla en prim er lugar, como hemos dicho, la combi­
nación con el alcoholismo. ‘
Ahora, hay que discutir si, en las distimias de los lá­
biles de ánimo, pudiera tratarse de distimias ciclotími-
S C H N E ID E R .— 11
162 Psicópatas lábiles

cas o epilépticas. Clínicamente, todo habla en contra


de la identidad con las distimias ciclotímicas; sobre
todo, la excesiva fugacidad de las distimias de los lá­
biles y la posibilidad (existente a menudo) de suprim ir­
las con rapidez, de un modo reactivo. Habla en contra,
además, el hecho de que tales individuos no tengan, en
absoluto, ningún modo de ser sintónico. H e i n z e acen­
túa con razón, en oposición a la ciclotimia, la im pulsi­
vidad disfórica.
La pertenencia de estos lábiles a los epilépticos es
otra cuestión. Al concepto de epilepsia pertenecen, a
nuestro juicio, los ataques convulsivos. Los lábiles de
ánimo sin ataques no son, por tanto, epilépticos; a lo
sumo, puede preguntarse si tienen parentesco heredi­
tario con los epilépticos.
E s to n o s c o n d u c e a la c u e s tió n d e lo s « p s ic ó p a ta s
e p ile p to id e s » . N o p u e d e r e f e r ir s e a q u í e n q u é d is tin to s
s e n tid o s y e n a te n c ió n a q u é d is tin ta s c irc u n s ta n c ia s se
h a u t i l i z a d o e s t a e x p r e s i ó n . C i t e m o s , e n t r e lo s t r a b a j o s
p r e d o m i n a n t e m e n t e c l í n i c o s , lo s d e H. D elbrück, K re-
yenberg, M auz, F leck , P e r s c h y M ü l l e r -S u u r ; e n t r e
la s in v e s tig a c io n e s g e n e a ló g ic a s , la s de R oem er, D ob-
n ig g y v. E conom o, M a u z, G e r u m , S suchareyva y, so ­
b r e to d o , la s d e C onrad. E s te ú ltim o e n c o n tr ó a c u m u ­
la d o s , e n e l c írc u lo h e re d ita rio d e lo s e p ilé p tic o s ge-
n u i n o s ( e n o p o s i c i ó n a lo s s i n t o m á t i c o s ) , l o s l á b i l e s d e
á n im o y lo s e x p l o s iv o s , y n o , p o r e l c o n t r a r i o , lo s h i p e r -
s o c ia le s c o n b e a te r ía , p e d a n te r ía y t e n d e n c i a a la p e r -
s e v e ra c ió n . E n c o n tró , p o r ta n to , e n la s fa m ilia s s ó lo
un polo d e l t e m p e r a m e n t o v is c o s o d e K r e s t c h m e r y su
e s c u e la . S tauder, e x a c ta m e n te a l re v é s ( a u n q u e e n u n
m a te r ia l p e q u e ñ o ), n o e n c o n tró este polo, s in o e l o p u e s ­
to ; e s t o e s : i n d i v i d u o s c e r e m o n i o s o s , p e s a d o s y p e rse ­
v e ra n te s . Para é l, p r e c i s a m e n t e l a e x c i t a b i l i d a d y la ex-
p l o s i v i d a d no d e te rm in a n el c u a d ro d e la e s tir p e e p i­
lé p tic a . C onrad r e c h a z a , c o n n o s o tr o s , e l c o n c e p to de
« p s ic ó p a ta s e p ile p to id e s » . Q u e, e n e l c ír c u lo h e r e d ita r io
d e lo s e p i l é p t i c o s , s e p r e s e n t a n , a v e c e s , p s i c ó p a t a s lá-
Tratamiento 163

biles de ánimo, es perfectam ente posible. En aquellos


casos raros en los que, ju n to a tales distimias y a los _
actos resultantes de ellas, existan también trastornos
de la conciencia de origen indudablem ente no psíquico
o, incluso, ataques poco claros, deberá hablarse de so5-
pechas de epilepsia.
La importancia social de este grupo es grande. Los
lábiles irritados llegan, a veces, a delitos afectivos; los
inestables, a toda clase de delitos ocasionales. Soportan
muy mal la disciplina m ilitar. No es raro que, a conse*
cuencia de crisis de labilidad de ánimo, se marchen sin
permiso y deserten, aunque la mayoría de estos delitos
tengan que interpretarse de otra manera.
El tratamiento consiste en conducirse prudentem en­
te con tales sujetos durante sus días críticos, que se les
notan casi siempre. Entonces, debe evitarse todo lo po­
sible un choque con ellos. Por lo demás, a veces, la cal­
ma, la paciencia y la am abilidad pueden desarmarlos
totalmente.

7. PSICOPATAS EXPLOSIVOS

Se podría poner en duda que esté justificado desta­


car, como un tipo especial, a los psicópatas explosivos.
En todo caso, la explosividad es una cualidad que se
presenta en personas, en el fondo, extremadamente dis­
tintas. Es una forma de reacción inespecífica, una «re­
acción primitiva» en e l sentido de K r e t s c h m e r . Sin
embargo, puede decirse que, en muchas personalidades
(muy diferentes, por cierto, en otros muchos rasgos),
esta cualidad se encuentra totalm ente en el prim er pla­
no, como un distintivo esencial. Puntos de vista prác­
ticos—sobre todo el hecho de que el psiquíatra tenga
que tratar, a menudo, precisam ente con explosivos—
justifican, sin duda, una descripción particular, aunque
breve.
Con K r a e p e l i n , se u s a f r e c u e n t e m e n t e e l n o m b r e d e
164 Psicópatas explosivos

«excitables». Evitamos aquí ese nombre porque en él


no está expresada la dirección de la descarga hacia
fuera, tan esencial para este tipo. Excitables en grado
sumo pueden ser también los depresivos y los sensiti­
vos. Respecto a otras designaciones de estos psicópa­
tas, sólo hay que citar la de «brutales impulsivos» de
B aer , con la cual, sin embargo, se acentúan demasiado
los actos resultantes, a veces, de la explosividad. La ex­
presión está inspirada, también, en un m aterial cri­
minoso.
Estos explosivos son muy conocidos en la vida y en
la clínica, y pueden describirse con brevedad. Son aque­
llos individuos que, por el motivo más insignificante,
se enfurecen o, incluso, comienzan a golpes, sin consi­
deración alguna; una reacción que se ha calificado, muy
certeram ente, como «reacción en corto circuito». Fuera
de estas reacciones, que a veces duran mucho tiempo y
que pueden conducir también al suicidio impulsivo, ta­
les individuos son, casi siempre, tranquilos y dóciles;
sin embargo, hay que tratarlos con precaución.
K r a e p e l i n incluye en este grupo un tercio de sus
psicópatas; no obstante, la frecuencia en las distintas
razas es, sin duda, muy diferente. Casi siem pre eran
personas de menos de cincuenta años de edad; el 60
por 100 eran mujeres. Estos rasgos se encuentran tam ­
bién, a menudo, en los niños, aunque más tarde no si-
,gan siendo personalidades explosivas. La incapacidad
de «contención de los afectos» y de autodominio, es una
característica de la personalidad infantil, todavía no
desarrollada. K r a e p e l in llega también, por eso, en sus
excitables, a la hipótesis de un desarrollo insuficiente
o retrasado, a favor de^lo cual interpreta, asimismo, la
curva de las edades, esto es, la distribución según las
edades.
Si se prescinde de lo ya dicho respecto a la cuestión
de los psicópatas epileptoides, faltan investigaciones es­
peciales sobre la herencia.
Las relaciones con otros psicópatas son numerosas.
Diagnóstico diferencial 165

Entre ellos están, unas veces, los alborotadores hiper­


tímicos, casi siempre bondadosos y conciliables; otras
veces, los depresivos malhumorados o paranoides, con
sus descargas repentinas; y, además, los lábiles de áni­
mo, con sus crisis. A menudo, son también explosivos
—de un modo constante o transitorio—los necesitados
de estimación, los fanáticos, los desalmados, los abúli­
cos y los asténicos. Existen ciertas relaciones con los
ataques convulsivos psicógenos; éstos no son raros en
el curso de aquellas explosiones. A causa de ellos y a
causa de la complicación con la embriaguez, ingresan
los explosivos en los hospitales, según nos enseña la
■experiencia. También existen relaciones con los estados
crepusculares psicógenos. Es un hecho conocido que,
con los afectos intensos, se enturbia a veces la concien­
cia; así, tam bién estas excitaciones explosivas se con­
vierten ocasionalmente en estados crepusculares psicó­
genos.
Entre las combinaciones, ocupa el prim er lugar la
combinación con el alcoholismo. Por una parte, los ex­
plosivos beben con gusto, para «ahogar» su indignación;
y, por otra parte, en muchos individuos, no aparecen
los rasgos explosivos más que después de la ingestión
de alcohol, a menudo después de ingerir sólo una pe­
queña cantidad. El 50 por 100 de los excitables mascu­
linos de K r a e p e l i n eran alcohólicos. Pero también aquí
hay que recordar que son precisamente estas combina­
ciones las que, de preferencia, conducen al ingreso de
los explosivos en las clínicas. Por lo que se refiere a la
unión con estados de oligofrenia, encontró K r a e p e l in
que la capacidad intelectual de los excitables era supe­
rior, en general, al término medio. Este hallazgo nos sor
prende; a nosotros nos parecen frecuentes los explosi­
vos oligofrénicos.
Sobre el diagnóstico diferencial hay poco que decir.
Después de heridas craneales, se ve a menudo la pre­
sentación de una fuerte explosividad, pero hay que du­
dar de que la herida cerebral sea una causa inmediata.
166 Psicópatas explosivos

Lo que sucede casi siempre es que, sobre la base de


toda clase de disestesias, se origina una mayor tenden­
cia a un modo de reaccionar iracundo. Así sucede tam ­
bién en muchos otros estados, en los que aum enta la
tendencia a la irritabilidad reactiva, como en los esta­
dos de agotamiento, en la convalecencia y en muchas
enfermedades de toda clase; lo mismo, p or lo demás,
que en los estados 'de disgusto y de tensión psíquica.
Estos últim os estados disponen a las explosiones, in­
cluso sobre la base de motivos que no tienen nada que
ver con el objeto del disgusto o de la tensión.
La importancia sociológica de estos «botafuegos» ra­
dica en la acción destructora de tales caracteres sobre
el m atrimonio, en su incapacidad para la educación de
los hijos y en la criminalidad. Son frecuentes los deli­
tos afectivos de toda clase, las lesiones corporales, la
resistencia y los daños materiales. También aquí desem­
peña un papel im portante la embriaguez. Dificultades
muy particulares ofrecen estos sujetos bajo las circuns­
tancias militares. El desacato y la desobediencia son co­
metidos, casi siempre, por individuos explosivos, sobre
todo en estado de embriaguez. Tampoco es raro que el
abandono de servicio dependa de sem ejantes torm en­
tas afectivas de los explosivos. Es especialmente desfavo­
rable para el explosivo la estrecha convivencia con otros,
en épocas de escasez de viviendas ( B o r n ).
La autoeducación, en estas personalidades, puede lo­
grar muy buenos resultados; sobre esta base tiene que
actuar el tratam iento. Frente a los explosivos, deberá
adoptarse una actitud prudente, no provocativa ni des­
deñosa; entonces, en general, no es difícil entenderse
con ellos. Muchos hombres explosivos, sobre todo los
de nivel cultural superior, han aprendido a dominarse
y apenas llegan alguna vez a tener explosiones. Muchos,
por lo menos, difieren estas descargas hasta que están
solos.
Desalmados 167

8. PSICOPATAS DESALMADOS

Comprendemos bajo esta designación—empleada


también, incidentalmente, p or K r a e p e l in —a personali­
dades anormales, que se caracterizan por el embota­
m iento afectivo, sobre todo (pero no de u n modo ex­
clusivo) frente a los otros hombres. Son individuos ca­
rentes de compasión, de vergüenza, de pundonor, de
arrepentimiento, de conciencia moral; en su modo de
ser, muchas veces hoscos, fríos, gruñones; en sus actos,
asocíales, brutales. Forman también el núcleo de los
«enemigos de la sociedad» y «antisociales» de K r a e p e -
l i n . Nosotros evitamos estas expresiones porque no son
caráeterológicas, sino sociológicas, y porque, con ellas,
podrían com prerderse también otras form as totalm ente
distintas dé personalidades perturbadoras de la socie­
dad. Próxima a nuestra fórmula—muy lim itada, como
se ve—está la «anastesia moral» de F, S c h o l z , que
acentúa, igualmente, la anormalidad de los sentimien­
tos: «El anestésico moral conoce perfectam ente las le­
yes morales; las ve, pero no las siente y, p o r eso, tam ­
poco subordina a ellas su conducta.» La expresión, a
pesar de su buena plasticidad, no nos parece feliz, como
expresión fisiológica. Lo mismo que F. S c h o l z , G a u p p .
acentúa mucho la falta de compasión: «Quien, desde el
nacimiento, permanece incapaz de sentir compasión, es
un hombre patológico.» Nosotros no hablam os de «pa­
tológicos», sino sólo de anormales, y vemos transicio­
nes insensibles, desde los pocos compasivos a los indi­
ferentes, y desde éstos a los fríos o desalmados.
Pasaron los tiempos en que se discutía el problema
de una enfermedad «moral insanity». Otras expresiones
p ara lo mismo son las de «locura moral», «estupidez
moral» ( B a e z ), «imbecilidad» e «idiocia moral» «oligo­
frenia moral» ( B l e u l e r ), «acromatopsia moral» ( L i e f -
M a n n ) y «complejo sintomático anético» (A l b r e c h t ). La
abundancia de literatura sobre este problem a—muchas
168 Psicópatas desalmados

veces apasionada, porque roza cuestiones ideológicas—


se ocupa, casi siempre, de un concepto muchísimo más
amplio que el que nosotros tenemos en cuenta. Se re­
fiere, algunas veces, a los asocíales en general y, a me­
nudo, incluso a los modos de manifestación asocíales
de las enfermedades mentales.
Infinitas especulaciones fisiológicas, psicológicas y
metafísicas se desarrollan sobre la base de la «moral
insanity». Se encuentran las ideas del «sistema de fibras
morales» y de la «parestesia del lóbulo occipital», lo
mismo que transacciones con la doctrina de la unidad
del alma, según la cual tienen que estar alterados siem­
pre, al mismo tiempo, los sentimientos, las representa­
ciones y los apetitos, por lo que no podría darse aisla­
dam ente una locura moral. No podemos entrar aquí en
la larga historia de estas cosas; remitimos al informe,
muy completo, de E. M ü l l e r y al resumen reciente de
D u b it s c h e r .
Todavía, en la actualidad, se halla en el punto cen­
tral del interés la cuestión de si el defecto moral se pre­
senta tam bién sin defecto intelectual. Tampoco en este
problem a podemos recurrir a la literatura más que con
reservas, porque ésta tiene en cuenta, casi siempre, no
sólo los desalmados, sino, entre otros, también los abú­
licos, los hipertímicos y hasta los seudólogos. Entre
los que ponen el acento principal en la falta de los con­
ceptos morales hay que citar especialmente a C. W e s t -
p h a l ; según este autor, existiría un defecto, en la for­
mación de los conceptos morales, aunque este defecto,
a menudo, estuviera encubierto. También S c h l o s s in­
tentó dem ostrar que la idiocia intelectual sería la esen­
cia de la locura moral. Todo podría reducirse a la oli­
gofrenia; la cual, sin embargo, no siempre saltaría a la
vista. Se tra ta de una «insuficiencia del mecanismo de
las deducciones». S c h a .e f e r acentúa tam bién la incapa­
cidad para la formación de conceptos superiores; el oli-
gofrénico moral no puede comprender la esencia de los
deberes morales.
Asocíales 169

B l e u l e r , sobre todo, sustenta la otra opinión. La


ilustró con un caso que carecía por completo de defecto
intelectual y puso todo el acento en el «defecto de los
sentimientos morales». También H. W. M a ie r llegó al
resultado de que existiría, con una disposición intelec­
tual normal, una «acentuación sentimental defectuosa
de Jos conceptos morales». K r a e p e l in cree que la inte­
ligencia suele estar medianamente desarrollada, a lo
sumo dentro de los límites de la vida práctica, pero que
no es preciso que esté disminuida. No hay «ningún mo­
tivo para juzgar esta clase de malformación psíquica
desde puntos de vista distintos, por ejemplo, al de la
debilidad mental con una buena disposición moral».
Hay que adherirse totalm ente a K r a e p e l i n . No se
puede negar que existen casos de semejantes desalm a­
dos, embotados por completo en lo que se refiere al
honor y a la vergüenza, al premio y al castigo, a la si­
tuación ajena y—también—a la propia, en los que ten­
dría que construirse, en el sentido corriente, un defecto
de la inteligencia. Pero jamás se encuentran, entre es­
tos caracteres, en tanto que sean asocíales, individuos
verdaderamente dotados;, por regla general, se encuen­
tra, incluso, una asociación con la oligofrenia. En todo
caso, es más frecuente la mala inteligencia, como dice
también B l e u l e r . Naturalmente, a pesar de ello, el ha­
blar de oligofrénicos, imbéciles o idiotas morales o afec­
tivos se presta a interpretaciones torcidas y erróneas.
Oligofrénico moral se podría llamar, todo lo más, a al­
guien que no pudiera enjuiciar moralmente. A la apre­
ciación, sin importancia, de semejante facultad, se re­
ducen todos los intentos anteriores de investigar expe­
rim entalm ente los sentimientos morales. Q u a d fa s e l ha
informado sobre ello con mucho detenimiento. Para ha­
blar con B e r z e , se investiga sólo la moral de la inteli­
gencia, la «seudomoral», no la moral de los sentimien­
tos, que es, ño obstante, la que nos interesa. «Una bue­
na moral de la inteligencia puede encubrir el defecto
de la m oral de los sentimientos.»
170 Psicópatas desalmados

En la clínica se ven, sin duda, más desalmados


masculinos que femeninos. Pero esto puede depender
tam bién de la situación social del hombre y de su ma­
yor im portancia criminal. Desde muchos sectores, se ha
señalado la frecuencia de la presentación muy precoz
de la frialdad de sentimientos. Al parecer, precisamente
los desalmados puros son reconocibles ya, casi siempre,
en la infancia. B i n s w a n g e r ha descrito gráficamente ta ­
les desalmados infantiles, sobre todo un pequeño to r­
turador de animales que procedía de un modo muy re­
flexivo. Aunque la concepción de K r a m e r y V o n d e r
L e y e n —según la cual, la crueldad infantil no sería siem­
pre más que una reacción a daños del m undo externo—
va demasiado lejos, se debe ser reservado, en los niños,
con la hipótesis de una personalidad desalmada. Una
conducta brutal y sin consideración puede estar condi­
cionada por un ambiente desfavorable. Tales niños, sólo
embotados afectivamente, pero no carentes de senti­
mientos, se modifican en un ambiente favorable ( H e in -
z e ) . La terquedad y la exasperación pueden provocar

cuadros externamente iguales. Tampoco deben confun­


dirse con rasgos de crueldad la curiosidad ni la incom­
prensión infantil frente a cuestiones ajenas; p or tales
motivos, pueden ser crueles casi todos los niños. Siem­
pre se ha concedido un valor especial—verbigracia: por
T i l i n g , E. M ü l l e r y G a u p p —a la dem ostración de que
la anomalía existe desde la juventud y a la imposibili­
dad de educación. En estos casos, el ambiente no pa­
rece influir de un modo digno de mención en el desarro­
llo psíquico; a lo sumo, influye en la ocultación del
defecto. Según K r a e p e l i n , los enemigos de la sociedad
oligofrénicos tienen el peor pronóstico; tampoco fuera
de estos casos puede esperarse nada, después de los
veinte años de edad. Las comunicaciones presentadas
por P a c h a n t o n i y K r o n f e l d sobre criminales habitua­
les que se hicieron de nuevo sociales, afectan a formas
psicológicamente distintas a las que nos referim os aquí.
Moral insanity» 171

Pero, naturalm ente, tam bién los desalmados pierden ac­


tividad criminal en edades avanzadas.
Por lo que se refiere a la herencia, la presentación
fam iliar ha sido descrita con frecuencia p o r B l e u l e r ,
recientemente por P a n s e , L e i t e r y , en un gran material,
por S t u m p f l . Repetidas veces se ha investigado su co­
nexión heredobiológica con la esquizofrenia. M e g g e d o r -
f e r la afirmó para una parte de los desalmados, que
comprendió bajo el nombre de paratim ia. S t u m p f l , des­
pués, ha refutado definitivamente la opinión de que los
criminales sean parientes de esquizofrénicos.
L o s c a s o s c o m pletam en te p u r o s d e d e s a l m a d o s n o
so n m uy f r e c u e n te s . A lg u n a s v e c e s e x is te n re la c io n e s
í n t i m a s c o n l o s h i p e r t í m i c o s . T i l i n g , c o m o h e m o s d i­
c h o , h a s ta q u is o d e r iv a r to ta lm e n te la « m o r a l in s a n ity *
d e la in f e r io r id a d p s ic o p á tic a s a n g u ín e a . E s to , c o n to d a
s e g u r i d a d , n o s e c o n s i g u e . P r e c i s a m e n t e lo s d e s a l m a d o s
f r í o s y b r u t a l e s n o s o n s o n g u í n e o s . E x i s t e n t a m b i é n la s
m á s ín tim a s r e la c io n e s c o n lo s p s ic ó p a ta s q u e n o s o tr o s
lla m a m o s a b ú lic o s . M u c h o s t r a b a j o s s o b r e « m o r a l in s a ­
n ity » s e b a s a n , v e r d a d e r a m e n te , e n ta le s in c o n s ta n te s
p a s iv o s y n o e n lo s d e s a lm a d o s a c tiv o s . L o s c a s o s d e
T i l i n g y lo s c a s o s d e P a c h a n t o n i , q u e s e m a n t u v i e r o n
p o s te rio rm e n te , p e rte n e c e n a q u í. S o n f r e c u e n te s , a d e ­
m á s , lo s rasg o s s e u d o ló g ic o s , c o m o en lo s caso s de
B l e u l e r , de H . W . M a ie r y d e L o n g a rd . P o r o tr a p a rte ,
e x is te n re la c io n e s c o n a q u e lla s f o r m a s m a lh u m o r a d a s ,
e g o ís ta s y f r ía s d e l g r u p o d e p r e s iv o y c o n c ie r to s lá b i­
le s d e á n i m o , c o m o d e m u e s t r a u n caso d e K ro n fe ld .
L a « m o r a l in s a n ity » d e la l i t e r a t u r a a b a r c a to d o s e s to s
p s ic ó p a ta s , d is tin to s e n lo s e x tre m o s , p e r o u n id o s p o r
c a s o s d e tr a n s ic ió n . T a m b ié n se p r e s e n ta n r a s g o s s e n ti­
m e n t a l e s ( L o n g a r d , L ie p m a n n ) .
El síntom a de la «moral insanity» se presenta, oca­
sionalmente, en muchas form as de psicopatía y en la
mayoría de las psicosis. Pero los desalmados fríos y
faltos de escrúpulos a que nos referimos aquí tienen
también, en su aspecto, una cierta semejanza con los
172 Psicópatas lábiles

esquizofrénicos. K a h l b a u m ha descrito, bajo el nombre


de «heboidofrenia», formas análogas a la hebefrenia,
que m ostraban «desviaciones de las costum bres y de
la moralidad» y, ulteriormente, «tendencias y actos cri­
minales». En oposición a los hebefrénicos, estos enfer­
mos no caían «en la confusión ni en la demencia». Los
llama, brevemente, «heboides». El desarrollo en los
años infantiles y juveniles sería especialm ente impor­
tante. Los heboides representarían una form a clínica
particular de la oligofrenia moral. H ess conñrm ó la
existencia de semejantes criminales, próximos a los he­
befrénicos. Z i e h e n , igualmente, llamó la atención sobre
estos criminales juveniles hebefrénicos. Pero también
conoce form as que no tienen más que esta apariencia:
faltas morales transitorias de la pubertad, dependien­
tes del «desenfreno que sobreviene con la emancipación
escolar». Más tarde, S t e l z n e r y R i n d e r k n e c h t y, últi­
m amente, Lange han investigado el problem a del heboi-
de. Es de una gran importancia, tam bién desde el punto
de vista práctico, separar los esquizofrénicos de los jó­
venes desalmados. H abrá que pensar, sobre todo, en un
proceso esquizofrénico, cuando los jóvenes no son, sino
que se hacen desalmados. La decisión puede ser difícil,
pero es muy raro que sea imposible.
También después de trau m atism os cerebrales se ve
aparecer el cuadro de la falta de sentimientos morales.
Los actos de brutalidad de los niños encefalíticos se di­
ferencian por su fogosidad impulsiva de los actos seme­
jantes de los desalmados; para esta cuestión, remitimos
a lo que dijimos antes con mayor detenim iento (T h i e ­
l e , S t a e h e l i n y otros). P o p h a l ha reunido casos de
alteraciones exógenas infantiles del carácter, en el sen­
tido de la «moral insanity».
La «locura moral», como dijo K n o p en 1875, era idó­
nea «para dar todo el crédito, en el foro, al médico le­
gista». Patéticamente, exclamaba: «¡Guárdate, Jurispru­
dencia penal, de que la llamada m oral insanity arranque
de tus manos la espada de la justicia!» Hoy ha pasado
Abúlicos 173

este peligro y, sólo con existencia simultánea de defec­


tos intelectuales, se adm itirá la disminución o abolición
de la responsabilidad. Las circunstancias delictivas son
muy distintas; junto a los crímenes brutales, están los
atentados contra la propiedad y todos los restantes de­
litos y faltas. K Ó g l e r ha descrito jóvenes asesinos desal­
mados. Sin embargo, de ninguna manera son crimina­
les todos los desalmados; no lo son, sobre todo, los de
las capas sociales superiores. A menudo, los desalmados
no criminales dan rendim ientos asombrosos en puestos
de toda clase. Son aquellas naturalezas aceradas, que
«andan sobre cadáveres», y cuyos fines no necesitan ser
egoístas, sino que pueden responder también a ideales.
K r e t s c h m e r los ha descrito plásticamente, entre sus
formas esquizoides. En tales casos, la inteligencia es,
sin duda, buena; a menudo, sobresaliente.
Un rasgo especial de los desalmados es la incorregi-
bilidad. En los casos pronunciados, falta toda base en
la que pueda cimentarse la educación. No se puede ha­
cer mucho más que recluir a estos individuos, siempre
que sea necesario y legalmente posible. Admitir una dis­
minución de la responsabilidad, porque, con arreglo a
las normas actuales, sólo entonces sea legalmente posi­
ble la reclusión en un establecimiento psiquiátrico, nos
parece lícito—a lo sumo—en casos extremos. También
B e r i n g e r , en contra de M e z g e r , propugna este punto
de vista; en tal discusión, sin embargo, no se ha tenido
en cuenta sólo a los psicópatas desalmados, sino a to­
dos los psicópatas criminales. Por principio, no puede
supeditarse el enjuiciamiento de la culpabilidad a con­
sideraciones político-criminales.

9. PSICOPATAS ABULICOS

El signo m ás sobresaliente de estas personalidades


es la falta de voluntad, la incapacidad de resistencia
frente a todos los influjos.
174 Psicópatas abúlicos

Nuestros abúlicos coinciden por completo con los


inconstantes de K r a e p e l i n . Eludimos esta expresión
porque es sintomática y sociológica; tam bién son in­
constantes muchos hipertímicos, necesitados de estim a­
ción y desalmados. Lo mismo puede objetarse en contra
de la expresión «inestables», todavía usada, en ocasio­
nes. También K r a e p e l in caracteriza a sus inconstantes
por una «influibilidad de la voluntad, que domina todo
el modo de vivir». Son éstos individuos sin resistencia,
fáciles de seducir por otros individuos y tam bién por
las situaciones. De acuerdo con su modo de ser mode-
lable, son accesibles también, casi siempre, a las buenas
influencias, como dem uestran el arrepentim iento y los
buenos propósitos. Estos sujetos, casi siem pre bonda­
dosos, no ofrecen la menor dificultad en las clínicas y
en los establecimientos pedagógicos; son razonables, dó­
ciles, laboriosos y modestos. Pero nada de lo que se
consigue con ellos bajo la acción de influencias favora­
bles se mantiene mucho tiempo. Es bastante frecuente
la experiencia de que semejantes abúlicos, que en los
establecimientos eran huéspedes modelos, ya inm edia­
tam ente después del alta, inducidos p or cualquiera, se
deslizan por la pendiente y nos hacen sufrir un grave
desengaño. Los abúlicos, a menudo, conocen perfecta­
m ente los peligros que Ies amenazan y no- se abandonan
ellos mismos a los azares de la vida. Son como una plu­
ma al viento; son, como dice B l e u l e r , «hombres de
tem peratura variable con el ambiente». Las más distin­
tas influencais momentáneas, internas y externas, arras­
tran a tales hombres; nada les detiene mucho tiempo
Sin embargo, los abúlicos tienden, casi siempre, al lado
negativo; o éste, en todo caso, se pone más de manifies­
to. A n t ó n cita estas palabras de un padre: «Como la
esponja el agua, así absorbe mi hijo todos los malos
ejemplos de su alrededor.» G r a s s l ha estudiado m inu­
ciosamente la psicología de la abulia, desde el punto
de vista psicológico normal. S c h o r s c h se ha ocupado,
en general, del problem a de la constancia psicológica.
Oligofrénicos 175

Estas personalidades, muy conocidas, se presentan


en ambos sexos. Casi siempre se las ve en la edad ju ­
venil; cada vez con más rareza, en edades posteriores.
Esto indujo a K r a e p e l in a interpretar la inconstancia
como una falta de madurez.
En el círculo hereditario de los criminales reinciden­
tes, encontró S t u m p f l , junto a hipertímicos y desalm a­
dos, una gran cantidad de abúlicos. V. B a e y é r ios vio
también en las familias de los farsantes y embusteros,
junto con otros «disolutos».
Las relaciones con otras formas psicopáticas son
muy num erosas. Los abúlicos son, a menudo, al mismo
tiempo, hipertímicos, aunque también se presenten for­
mas apáticas ( B l e u l e r ). También pueden ser desalm a­
dos, depresivos o asténicos. En muy pocos casos, puede
erigirse la abulia en el signo principal de la personali­
dad. Pero es segura la existencia de semejantes indivi­
duos—que llam an la atención, muy especialmente o de
un modo exclusivo, p o r la abulia—y está justificada su
descripción independiente. A pesar de todo, se destacan
muy bien de los inconstantes (en el más amplio senti­
do) y de los jóvenes abandonados, aunque, naturalm en­
te, m uestran transiciones hacia todas las otras formas.
De las combinaciones, la más im portante es la com­
binación con el alcoholismo. Entre los inconstantes
masculinos de K r a e p e l in , eran alcohólicos el 64 por
100; debe recordarse, sin embargo, por una parte, que
el alcoholismo es casi, junto a la criminalidad, el único
motivo que lleva a estos sujetos a la clínica y, p o r otra
parte, que K r a e p e l in tiene un concepto muy amplio
de] alcoholismo. También llegan muchos al morfinismo.
Muchos abúlicos son marcadamente oligofrénicos;
entonces, la incapacidad de prever las consecuencias fa­
cilita todavía m ás los actos impremeditados y las seduc­
ciones. Los abúlicos oligofrénicos se dejan engañar fácil­
mente por proposiciones o consejos de cualquiera, con
frecuencia de personas muy superficialmente conocidas.
176 Psicópatas abúlicos

Pero tam bién hay aquí dégénérés supérieurs, hom bres


inteligentes, a menudo con aptitudes artísticas.
Respecto al diagnóstico diferencial frente a las psi­
cosis, casi es sólo la esquizofrenia la que puede plantear
algún problema. Las investigaciones sobre los «heboi-
des» tienen en cuenta también, muchas veces, a los abú­
licos.
La importancia social de los abúlicos se encuentra
en el campo de la criminalidad. Ocupan el prim er lugar
los robos, los desfalcos y los fraudes. A menudo, tam ­
bién, los abúlicos son las víctimas del engaño. Frente a
los criminales activos, les falta la consecuencia y la sis­
tematización; también su criminalidad está «dominada,
en prim er lugar, por su incapacidad administrativa»
( K r a e p e l i n ). Estos abúlicos, y en particular los oligofré-
nicos, se encuentran frecuentem ente entre los asilados,
las prostitutas y los abandonados de toda clase.
La cuestión del tratamiento tropieza, casi siempre,
con grandes dificultades. Aunque, en los abúlicos bien
dispuestos, no sea pequeña la influencia del ambiente,
precisam ente la verdadera familia, en sentido estricto,
apenas suele influir en ellos. Cuando se ve a estos abú­
licos puros, tranquilos, razonables y preocupados muy
en serio por cualquier acontecimiento, se piensa siem­
pre que se les puede m antener así, definitivamente, por
medio de la reglamentación de su vida externa. Pero,
ni siquiera en la m ejor elección de alojamiento, pueden
tenerse en cuenta todos los factores; la sirvienta de la
casa contigua o un nuevo criado pueden ser la causa
de que se derrumbe, sin oponer resistencia, el edificio
con tanto esfuerzo levantado. Aun cuando, entonces, en
tal am biente, marche todo bien, no puede esperarse
nada seguro para más tarde. Sucede a menudo, sin em­
bargo, que, con la creciente madurez, se vigoriza el ca­
rácter o que, por lo menos, en interés propio, se apren­
de a huir de la criminalidad. También aquí, la oligofre­
nia disminuye las posibilidades de éxito. En los casos
más graves, siguiendo a H o m b u r g e r —que asimismo con­
Asténicos 177

sidera el pronóstico m ejor de lo que, en general, se su­


pone—, puede retrasarse la mayoridad por incapacidad
de los menores. Esta es una medida práctica de protec­
ción, para el tiempo anterior a la madurez, contra el
peligro de una explotación o de un matrimonio dispa­
ratado.

10. PSICOPATAS ASTENICOS

Rasgos asténicos en el m ás amplio sentido se pre­


sentan, como hemos visto, en los más distintos psicópa­
tas, sobre todo en los depresivos, en los inseguros de sí
mismos y en los abúlicos; de momento, parece discuti­
ble la justificación para destacar todavía una form a de
psicópatas caracterizada—de un modo especial o, quizá,
exclusivo—por la astenia. Pero lo exige, incluso, la ex­
periencia médica diaria. Llamamos asténicos, muy espe­
cialmente, a aquellos individuos a los que suele darse
el nombre de «nerviosos».
Se abre aquí el ancho campo de la doctrina de la
neurastenia, cuya exposición histórica no puede ocupar­
nos ahora. Ya K o c h quiso reservar el nom bre de neu­
rastenia sólo para los síntomas corporales de los inferio­
res psicopáticos y hablar, fuera de estos casos, de psi-
castenia. Esta designación—muy difundida después—es
buena en sí; lo mismo podría hablarse, naturalm ente,
de «psicasténicos» que de «psicópatas asténicos». Pero
evitamos aquel nom bre porque, casi siempre, abarca
mucho más que el tipo a que nos referimos nosotros.
En la psicastenia y neurastenia se han incluido casi
todos los síntomas psicopáticos existentes. Si se quiere
poner aquí un poco de orden, hay que excluir, en pri­
m er lugar, todo lo que ya se ha descrito en los otros
psicópatas. Si se prescinde después, también, de los
trastornos corporales psicógenos no ligados a ninguna
personalidad determinada, es decir, de los trastornos de
las funciones corporales originados y m antenidos de un
modo psíquico, cabe preguntarse, realmente, si queda
SC H N EID ER.— 1 2
178 Psicópatas asténicos

todavía una «nerviosidad constitucional» o una psicopa­


tía asténica. Nosotros creemos que sí, y comprendemos
por asténicos, sobre todo, a los que, por motivos carac-
terológicos, tienden a fracasar corporalmente y a deter­
minados individuos que se sienten psíquicam ente dé­
biles.
Hablaremos, en prim er lugar, de los que, por moti­
vos caracterológicos, tienden a fracasar corporalmente,
y adelantaremos lo más im portante para nosotros.
El funcionamiento norm al del cuerpo depende de un
cierto «turgor» psíquico. Si se dirige la atención al cuer­
po, se altera el funcionamiento del organismo, que sólo
es norm al fuera del control de la conciencia. Esto su-,
cede al asténico, que observa y vigila sus funciones cor­
porales y por eso las perturba. El asténico mira hacia
dentro de sí mismo, en lugar de m irar hacia fuera. De
este modo, incluso pequeñas molestias y trastornos/fun­
cionales transitorios, a los que norm alm ente no se pres­
ta atención y que p or eso desaparecen rápidam ente, en
el asténico, por su autoobservación, se m antienen vivos
y se fijan. La razón más profunda es el miedo de estar
enfermo. Junto a los asténicos por miedo, hay también,
ciertam ente, asténicos por deseo. En m uchos casos, por
otra parte, no se encuentra ningún m otivo claro. Nues­
tra descripción se refiere, sobre todo, a los asténicos
por miedo.
Tratemos de aclarar algo más todavía las relaciones,
sin duda muy intrincadas, entre los factores corporales
y psíquicos de este acontecer. Se adm ite hoy, general­
mente, que la neurastenia aguda, la extenuación aguda
del sistem a nervioso, es rara en extremo. Cuando un
agotam iento semejante persiste más tiempo, se ha de
pensar en una anomalía constitucional o, también, en
una superposición psicógena ( S t e r t z ). E s discutible
que, en estos cuadros, pueda acentuarse, en general, el
quebranto del sistema nervioso y también, p or eso, que
esté justificada la expresión «neurastenia aguda». Pro­
bablemente, se trata de un agotamiento corporal agu­
Somatópatas 179

do, muy general, que tam bién encuentra su expresión


en el sistem a nervioso. Sería, sin duda, más justo ha­
blar sólo de agotam iento agudo. Ya en él desempeñan
un papel los factores psíquicos.
En la neurastenia constitucional o neuropatía cons­
titucional se mira, en parte, a lo corporal y, en parte, a
lo psíquico. Se observa en ella una determ inada anoma­
lía corporal, sobre todo nerviosa, y, en parte, una
determ inada manera psíquica de reaccionar, que se ma­
nifiesta, secundariamente, por trastornos corporales psí-
cógenos. Por supuesto, aunque se piense en una anoma­
lía corporal, es tam bién discutible que pueda acentuar­
se tan intensam ente el trastorno del sistem a nervioso,
con inclusión del sistema nervioso vegetativo. Es más
prudente hablar sólo de lábiles som áticos o, también,
de som atópatas. En general, ya no hablamos de neuras­
tenia, neuropatía o neurosis, como tam poco de histeria.
Ahora bien: ¿se trata, realmente, d e un trastorno
corporal prim ario o de trastornos corporales condicio­
nados p o r vivencias, es decir, psicógenos? Pueden ima­
ginarse los siguientes grados:
1. Hay una labilidad somática, una som atopatía sin
anomalías psíquicas, sin que las vivencias desempeñen
ningún papel. Que existe algo así, lo dem uestra el hecho
de que los recién nacidos pueden ser ya «neurópatas».
Estos son fisasténicos, no psicasténicos (Bumke). Un so-
m atópata sem ejante puede ser, además, un psicópata,
sin que pueda ligarse psicológicamente lo somatopático
coa lo psicopático.
2. A los trastornos de una constitución somatopá-
tica reacciona una personalidad— que no puede califi­
carse, en sí, com o psicopática —con hipocondría, inse­
guridad vital, ansiedad y distimias depresivas.'
3. Si la personalidad reaccionante es psicopática,
serán anorm ales también, por sn m agnitud y por su
naturaleza, estas reacciones.
4. Lo prim ario es lo psíquico, y precisam ente en
forma de vivencias y reacciones psíquicas,' en sí norm a­
180 Psicópatas asténicos

les, pero que tienen por consecuencia trastornos fun­


cionales (por ejemplo, vegetativos). Esto sucederá con
tan ta más facilidad cuanto más lábiles sean semejantes
regulaciones corporales.
5. Lo primario es una personalidad psicopática.
Esta, por la comprobación y la autoobservación hipo­
condríaca, provoca el desorden—si se nos perm ite ex­
presarlo tan groseram ente—en un organismo que no es
lábil en sí, y da origen a toda clase de trastornos cor­
porales psicógenos. A este tipo aludimos con nuestros
psicópatas asténicos puros de este prim er grupo; sin
embargo, el asténico será tanto más impelido a su auto-
observación y fortalecido en ella cuanto más labilidad
som atopática exista realm ente en él.
Según lo dicho, el núm ero de síntomas corporales
de los asténicos es infinito; los más frecuentes son la
fatiga rápida, el insomnio (que puede citarse aquí), los
dolores de cabeza, los trastornos cardíacos, vasculares
y vesicales y las alteraciones de la m enstruación. El
médico no ve con mucha frecuencia psicópatas asténi­
cos puros, sino, mucho más a menudo, casos en los que,
realmente, «existe algo», aunque sólo sea una pequeñez.
Es cierto que, en muchos casos, se toma en considera­
ción sem ejante trastorno funcional verdadero sólo, pre­
cisamente, porque les preocupa de un modo excesivo.
R i e d e l ha dem ostrado que, en efecto, los psicópatas as­
ténicos están, con mucha frecuencia, objetivamente en­
fermos y que son preferidos determ inados trastornos.
Reiteradas veces se han investigado tam bién los
trastornos funcionales con métodos fisiológicos; es ver­
dad que la naturaleza de los sujetos investigados sólo
coincidía de un modo aproximado con nuestros asténi­
cos. Recordamos aquí las investigaciones de E. R. y
W. J a e n s c h sobre el «tipo T» y sus relaciones con las
«neuropatías» y, asimismo, el hecho de que H o p m a n n
ha comprobado, en los asténicos (según nuestro concep­
to), una modificación de la excitabilidad galvánica indi­
recta de los músculos. Por último, citarem os una vez
Atléticos 181

más las investigaciones de J a h n y de Greving , realiza­


das principalmente en asténicos, en los que utilizaron
como orientación, al parecer, el hábito corporal asténi­
co. (Dicho hábito no desempeña ningún papel en los
asténicos a que nos referim os nosotros; hay atléticos
que son caracterológicamente asténicos.) Encontraron
un cierto desequilibrio de las reacciones metabólicas,
caracterizado por un proceso de hipercompensación que
se manifiesta en trastornos del equilibrio ácido-básico
y del metabolismo del azúcar. Ultimamente, se ha que­
rido ver, en este trastorno asténico del metabolismo,
un signo del hábito asténico y de la personalidad distó'
nica, en oposición al círculo de formas pícnico-timopá-
ticas en el sentido de B umke .
Lo m ism o que se p ierde la « ingenuidad » frente a las
funciones corporales, se p ierde también, muchas veces,
frente a las funciones psíquicas.
Frecuentemente, aunque no siempre, se encuentran,
junto a aquellas molestias corporales, quejas sobre dis­
minución de los rendimientos intelectuales, incapacidad
de concentración, mala «memoria», etc. También estos
trastornos dependen, principalm ente, del control de sí
mismo y de la autoobservación constante. A menudo,
se descubre casualmente cualquier fallo momentáneo
anodino y se le atiende y se le observa tanto que ya no
desaparece. Igual que el acontecer corporal, también
las funciones psíquicas se perturban y se hacen insegu­
ras por la observación y la vigilancia. Pero tampoco
aquí es esto siempre evidente.
En este aspecto, merecen citarse especialmente las
vivencias de extrañeza frente al mundo de las percep­
ciones, frente a la propia conducta, frente a los senti­
mientos, frente al amor; en suma, frente a todos los
actos psíquicos. Todo parece irreal, extfaño, lejano y
encubierto. Todos los sentimientos parecefn falsos; to­
das las relaciones, frías y sin vida. Estos fenómenos
pueden considerarse, asimismo, como expresión de la
falta de ingenuidad frente a las propias vivencias; inge­
182 Psicópatas asténicos

nuidad a la que es difícil volverse a acostum brar. Todos


los actos, para ser vivenciados como auténticos, requie­
ren una cierta semioscuridad psíquica. S e deshacen
cuando se dirige a ellos toda la atención, lo mismo que
el cuerpo deja de funcionar norm alm ente cuando se le
observa. Las vivencias^de extrañeza—que corresponden
al cuadro de la despersonalzaición y que han sido des­
critas, sobre todo, por O s t e r r e i c h y S c h i l d e r , y reco­
piladas recientemente por Haug—se presentan también
en estados muy heterogéneos: en la depresión ciclotími­
ca (v. G e b s a tte l) , en la esquizofrenia (sobre todo inci­
piente), en el exceso de fatiga, etc. La psicología, enton­
ces, es probablemente distinta.
Otros asténicos, los tipos con «delicadeza psíquica»
descritos por K o c h , son particularm ente sensibles; no
pueden ver sangre, oír ningún ruido; huyen en cuanto
sucede algo desacostumbrado, etc. A continuación de
tales reacciones, aparece con frecuencia un fallo corpo­
ral y se presentan trastornos corporales psicógenos, lo
cual conduce de nuevo a la prim era subform a de los
asténicos.
Los psicópatas asténicos se encuentran, aproximada­
mente, en igual proporción en ambos sexos; también
se encuentran ya entre los niños. ¡Cuántos adultos as­
ténicos sabían ya, cuando eran niños asténicos, dispo­
ner, en los momentos precisos, de tales insuficiencias
corporales! Frecuentemente, los pequeños asténicos tie­
nen sus molestias sólo los días de colegio, pero no los
domingos ni los días festivos, con lo que puede llegarse
a verdaderas «enfermedades escolares». En esto influ­
yen mucho las m adres excesivamente preocupadas. Por
su atención exagerada a toda pequeña indisposición,
por sus constantes preguntas y tom as de tem peratura,
por sus mimos y perpetuas exhortaciones, por sus ór­
denes—a causa del motivo más insignificante—de no
asistencia al colegio y de reposo en la cama, pueden
cultivarse las tendencias asténicas. Muchos niños apren­
den precozmente a explotar la angustia de su madre.
Distitnias 183

Los hijos únicos y los «benjamines» de madres asté­


nicas son, naturalm ente, los más expuestos. También
esta forma de psicopatía parece m ejorar, a veces, en el
transcurso de la vida. Las vivencias y el destino son, a
menudo, de una im portancia decisiva; sin embargo, no
existen, en modo alguno, relaciones regulares entre las
vivencias graves y los empeoramientos; muchas veces,
como veremos todavía, se observa, incluso, lo contrario.
L a s i n v e s t i g a c i o n e s g e n e a l ó g i c a s d e R ie d e l h a b l a n a
f a v o r d e q u e lo s a s t é n i c o s s o n , h e r e d o b i o l ó g i c a m e n t e ,
m u c h o m e n o s u n i t a r i o s q u e lo s n e c e s i t a d o s d e e s t i m a ­
c ió n , to m a d o s c o m o p u n to d e r e f e r e n c ia .
Las relaciones con otras psicopatías son muy nume­
rosas. Los trastornos corporales psicógenos son insepa­
rables de las psicopatías asténicas, aunque de ninguna
manera puede deducirse, en sentido inverso, que todas
estas reacciones requieran una personalidad asténica.
Son asténicos muchos depresivos e inseguros de sí mis­
mos; pero sobre todo existen relaciones íntim as con. los
anancásticos. No obstante, la personalidad asténica se
presenta también totalm ente libre del carácter depre­
sivo, de los síntomas obsesivos y de los trastornos cor­
porales psicógenos.
No existen relaciones definidas con el estado de la
inteligencia; sin embargo, la psicopatía asténica adquie­
re un aspecto muy distinto, según el grado de inteli­
gencia. Son muy frecuentes las combinaciones con las
toxicomanías, sobre todo con el morfinismo y con el
abuso de hipnóticos. Casi todos los morfinómanos son
psicópatas asténicos en constante inquietud y con una
sensibilidad corporal aum entada ( P o h l i s c h ).
Las tan frecuentes distimias de los asténicos exigen
todavía una mención particular, en relación con el diag­
nóstico diferencial. Surgen a veces, sin conexiones com­
prensibles, de la base no vivenciada y no vivenciable
que sustenta a todo lo psíquico. Otras veces nacen so­
bre el fondo de toda clase de disestesias corporales,
que conducen a una mayor y más intensa reaccionabi-
184 Psicópatas asténicos

lidad depresiva, casi siempre de índole desazonada. En


otros casos, dominan la angustia y la hipocondría reac­
tivas. Muchas veces, también estas distimias tienen sólo
el colorido de la insuficiencia y de la abulia, ya no pro­
piamente depresivas. A menudo, se confunden con fases
ciclotímicas. Pero sucede, sobre todo, lo contrario: las
depresiones ciclotímicas, especialmente aquellas que se
acompañan de intensos trastornos de los sentimientos
corporales, son consideradas erróneam ente como «neu­
rasténicas» o «histéricas». Muchas veces, los asténicos
—como vio K r e t s c h m e r , certeram ente—no pueden re­
cobrar el ánimo, después de reacciones a vivencias, aun­
que, en el fondo, ya no les mortifiquen tales vivencias.
Durante algún tiempo, puede persistir una cierta per­
turbación o bien m antenerse artificiosamente el estado
por la tendencia a m irarse al espejo y a compadecerse
a sí mismo o por la necesidad de la compasión ajena.
Los individuos con «depresiones psicógenas», en el sen­
tido de L a n g e , son casi siempre, en lo fundam ental, psi­
cópatas depresivos. A menudo, existe, junto a ello, un
carácter necesitado de estimación.
Después de graves enfermedades corporales de toda
clase, se ven, también, estados que recuerdan mucho a
los psicópatas asténicos. Quizá se trate, únicamente, de
rasgos caracterológicos que, hasta entonces, perm ane­
cieron ocultos o pasaron inadvertidos y que sobresa­
lieron después de perderse la capacidad general de re ­
sistencia. En otros casos, un hombre, hasta entonces
ingenuamente seguro, se hace, por la vivencia de la en­
fermedad, vitalmente inseguro y, a consecuencia de ello,
autoobservador. A menudo, sin embargo, tendrá que re­
conocerse también, o no podrá excluirse, la im portan­
cia de los factores somáticos. Tanto las enfermedades
corporales como las vivencias sobrevaloradas, incluso
los accidentes y las demandas de indemnización, pue­
den instruir a muchos hombres en la actitud vital asté­
nica; es decir, en aquella inversión, en aquella m irada
hacia dentro, en lugar de hacia fuera. Pero las vivencias
Tratamiento 185

emotivas pueden, también, forzar la mirada hacia fuera


y volver «sano» a un individuo hasta entonces asténico.
«A pesar de todo, fue su salvación; le levantó en vilo.»
La importancia social de los psicópatas asténicos
consiste, sobre todo, en la carga que representan para
las instituciones de beneficencia y de asistencia pública.
El tratam iento tendría que dirigirse, rigurosam ente,
a lo psíquico; muchas veces, sin embargo, tam bién en
hom bres cultos, contribuyen a la mejoría los recursos
medicam entosos contra las distintas molestias. Los as­
ténicos oligofrénicos no pueden ser tratados más que
de este modo. Muchos asténicos prefieren el tratam ien­
to corporal, sólo porque les molesta ser considerados
como deficientes psíquicos. Hay individuos con tenden­
cia, en el fondo, a la astenia, que se conocen y se deno­
minan adm irablem ente. Una educación adecuada a este
efecto es lo único que, realmente, puede aportar un
remedio.
EPILOGO
PO R EL

Profesor A N T O N I O FE R R ER S A M A
Catedrático de Derecho Penal
VALENCIA

T7L hecho de que sea un jurista quien cierre con mo-


-L ' desto epílogo este interesantísimo libro, requie­
re una explicación previa. De una parte, la obra de
S c h n e i d e r , tan acertadamente traducida por L l o p i s , es
considerada como una de las más valiosas aportaciones
al estudio de las personalidades psicopáticas, y de otra,
es innegable el fenómeno de honda preocupación por
parte de los penalistas ante las íntimas relaciones exis­
tentes entre los conceptos de psicopatía, responsabili­
dad criminal y peligrosidad social.
Asentado el concepto de culpabilidad como juicio
de reproche sobre la sólida fundamentación constitui­
da por la idea de imputabilidad moral, hasta el punto
de que esta últim a constituye el imprescindible presu­
puesto de tal juicio, es evidente que los Tribunales de
Justicia a quienes incumbe declarar la responsabilidad
o irresponsabilidad del reo habrán de trasladarse al te­
rreno de la psiquiatría cuando la persona del inculpado
ofrezca caracteres dudosos en cuanto a sus facultades
de conocer y de querer, ya que del perfecto estado de
las mismas se ha venido haciendo depender su im pu­
tabilidad.
Pero el problema originado por las psicopatías surge
debido al hecho de que tales personalidades ofrecen un
déficit, más o menos profundo, que puede no afectar ni
a la inteligencia ni a la voluntad, al menos primaria­
mente, sino que radica en la esfera afectiva o caracte­
rológica.
188 Epílogo

El estado actual de los estudios psiquiátricos sobre


la materia se asienta en una consideración de la perso­
nalidad concebida a través de las capas o estratos que
la integran, hablándose de una capa inferior, otra inter­
media y otra superior. Estando la primera representada
por lo somático, la segunda por lo anímico o tem pera­
mental y la tércera por las altas nociones de la inteli­
gencia, la conciencia y la voluntad, es claro que, junto
a la consideración de aquellos casos de anormalidad en
los que el defecto radique en la inteligencia o en la vo­
luntad, hayamos de tomar también en consideración
los supuestos en los que la anormalidad del sujeto sea
de naturaleza afectiva o caracterológica, ya que ningu­
na razón seria existe para despreocuparnos de ese es­
trato intermedio que se presenta entre lo corporal y la
capa superior. Es más, como pone de manifiesto A l b e r -
ca , la generalidad de los autores identifican la persona­
lidad precisamente en esa capa intermedia, a la manera
de K . S c h n e i d e r , al entender por personalidad de un
hombre «el conjunto de sus sentimientos y valoracio­
nes, de sus tendencias y voliciones» de naturaleza psí­
quica, con exclusión, de un lado, de todo lo corporal,
y de otro, de la inteligencia.
Por ello, las fórmulas exculpatorias de los Códigos
penales, que, como el italiano (artículo 85), limitan la
exención a los casos en los que el sujeto está privado
de las facultades de conocer o de querer, resultan indu­
dablemente insuficientes, al menos si se interpretan con
criterio rígido, ya qué conducirían a la exclusión de
aquellos sujetos en los que el fallo reside precisamente
en lo más íntim o de la personalidad, es decir, en su
parte afectiva o caracterológica, lo cuál es incorrecto,
si tal fallo o defecto se ofrece, claro es, con la suficiente
hondura o intensidad, cuestión ésta referente al grado
que igualmente se presenta en los casos de defecto de
la inteligencia.
Es natural que actualmente se observe, tanto en la
doctrina como en las legislaciones penales, una tenden-
Epilogo 189

cia favorable a la exculpación o a la atenuación_según


el grado con respecto a los delitos perpetrados por el
psicópata. Así, el Proyecto alemán de 1958, y el grupo
de Estrasburgo en la Unesco, en la cual se aprobó la
siguiente conclusión: «Se entiende por delincuentes
anormales no solo a. los delincuentes alienados, sino,
en general, a todos los delincuentes que, por razón de
su estado mental, no puedan ser sometidos a métodos
penales ordinarios. Entre estos anormales psíquicos,
que en adelante llamaremos alienados y psicópatas, fi­
guran las categorías médicas siguientes: psicóticos, de­
ficientes mentales, psicópatas y neuróticos.»
La lim itación de la exim ente a los defectos de la in­
teligencia ¡o de la voluntad, con exclusión de todo lo
afectivo, supone un fundam ental error, que arranca del
desconocimiento de algo que la Psiquiatría actual pone
de relieve, y ello es que esas capas o estratos de la per­
sonalidad no pueden concebirse como elementos aisla­
dos o independientes, sino que entre ellos existe una
íntima trabazón, de manera principal por lo que res­
pecta a la influencia de la afectividad en la esfera vo­
litiva.
En Derecho penal, cobra cada día más relieve la con­
sideración de los motivos impulsores, y al propio tiem­
po la Psiquiatría destaca cómo en nuestras decisiones
entran en juego, junto a los motivos racionales, otros
afectivos y temperamentales. .
Veamos uno de los ejemplos que el vivir cotidiano
nos ofrece, referido a la personalidad del hombre nor­
mal, para luego extraer consecuencias demostrativas del
valor de las reacciones afectivas en todo caso, y de ma­
nera más acusada aún en los supuestos de personalidad
psicopática profunda.
El estado de apasionamiento en las gentes de nues­
tro tiempo, originado por ciertos espectáculos, princi­
palmente por el fútbol, ha servido de laboratorio, en el
cual hemos podido todos comprobar curiosísimos fenó­
menos de reacciones personales que, en otras circuns-
190 Epilogo

tandas, hubieran resultado totalmente inexplicables. Re­


cordemos esas escenas, no por muy lamentables menos
frecuentes, en las cuales se ofrece, a nuestra vista la des­
compasada actitudj violenta y gesticulante hasta lo gro­
tesco, acompañada de los más groseros insultos, ejecu­
tada y proferidos por personas a quienes en su ordinario
discurrir vemos comportarse de manera correcta y cor­
tés en extremo, ejerciendo muchas profesiones que re­
quieren la más absoluta ponderación y ecuanimidad, no
obstante lo cual, en dichas circunstancias, llegan hasta
la ejecución de agresiones personales.
Es indudable que, en tales momentos, queda roto el
equilibrio anímico, manifestándose un verdadero tras­
torno de la personalidad, y, sin embargo, mal podría­
mos atribuir dicho trastorno a una perturbación directa
de la inteligencia o de la voluntad. Es la parte afectiva
lo que se resiente y falla, dando lugar a un actuar de
personas normalmente inteligentes, e incluso m uy inte­
ligentes, con facultades volitivas ordinariamente norma­
les, pero cuya inteligencia y cuya voluntad aparecen le­
sionadas en esos m om entos por un profundo quebranto
de la afectividad, que actúa conio carga sobre las otras
facultades anímicas.
Si seguimos refiriéndonos al hombre considerado
como normal, vemos de qué manera el Derecho puniti­
vo toma en cuenta ciertos estados de arrebato y obce­
cación, de vindicación próxima de ofensas graves o de
reacción contra provocaciones o amenazas, para funda­
m entar las atenuantes asentadas sobre dichas situacio­
nes anímicas.
No es desconocido, pues, para el Derecho penal el
valor de esos estados de alteración de ánimo, pese a
que los mismos, prim ariam ente, no afectan a la inteli­
gencia ni a la voluntad, sino a la afectividad del sujeto.
Pues bien: pasando a las consideraciones oportunas
sobre el caso planteado por los psicópatas, vemos cómo
en los m ism os de lo que se trata es de personas que,
no ya en determinados momentos de su vida, sino de
Epílogo 191

manera permanente, manifiestan una anormalidad ca­


racterológica y afectiva que no puede por menos de re­
flejarse en todos o, al menos, en la mayoría de sus actos
Comprobación clara de esa categoría de anormali­
dad, con sus especiales caracteres, la encontramos en
las expresiones de K r a e p e l in en su consideración de tas
personalidades psicopáticas, cuando califica como psi­
cópatas a aquellos sujetos cuyos defectos «se ¡imitan
esencialmente a la vida afectiva y a la voluntad».
Cuando nos hallamos ante una personalidad psico­
pática y, sobre todo, cuando lo que nos proponemos es
apreciar la influencia de un tal defecto en la imputabi-
lidad del sujeto, lo verdaderamente trascendental y de-
cisivo será la determinación de la intensidad, de la hon­
dura, del grado o gravedad del trastorno en cada caso,
lo cual, como decíamos, ocurre también ante una oligo ­
frenia o una psicosis.
Desde el aspecto exclusivamente psiquiátrico, ha ve­
nido ofreciéndose una gran variedad de clasificaciones
referentes a las distintas clases de psicópatas en aten­
ción a las direcciones en que se manifiestan los fenó­
menos de anormalidad en el sujeto.
Es característica, en efecto, de las actuales concep­
ciones en la materia que estudiamos, la consideración
de las psicopatías desde el punto de vista de la inten­
sidad con que tal defecto se presenta en cada caso, de
tal manera que el criterio a base del cual ha de proce­
der se, cuando se trate de juzgar sobre la imputabilidad
de una de esas personas, viene dado más por la grave­
dad del mismo que por su dirección.
Del mismo modo que ante una demencia senil, una
oligofrenia o una psicosis maníaco-depresiva, es insufi­
ciente de por sí el mero diagnóstico diferencial para
resolver él problema de la imputabilidad, en la psico­
patía tampoco basta dicho diagnóstico, pues todo de­
penderá de la intensidad o grado de la misma.
En el apuntado sentido es de destacar que, por re­
gla general, los caracteres de la alteración anímica, que
192 Epilogo

ordinariamente suelen presentarse en la psicopatía, no


comportan una alteración o anormalidad afectiva tan
fuerte como para excluir la imputabilidad.
Dicho en otros términos: los casos de psicopatía gra­
ve son poco frecuentes, y menos aún los de psicopatía
sumam ente grave.
A ello obedece el hecho de que, en la generalidad de
los casos sobre los cuales la jurisprudencia ha tenido
ocasión de manifestarse, hayan sido resueltos en senti­
do negativo, es decir, desestimatorio de la eximente.
Mas tales antecedentes lo único que acreditan es el
hecho de que, pese al crecidísimo número de psicópatas
en el mundo de la delincuencia, la mayoría de ellos son
psicópatas ligeros, es decir, sujetos que manifiestan
ciertas desviaciones de lo normal en el aspecto afectivo
y caracterológico, pero sin que dicha anormalidad haya
llegado a adquirir un grado tan profundo que pueda
motivar la anulación de aquellas facultades sobre las
que se asienta la idea de la imputabilidad penal.
Ahora bien: el que en la mayoría de los casos la des­
viación propia de la psicopatía no sea lo suficientemente
profunda no autoriza para zanjar el problema en térm i­
nos generales, incluyendo a todo psicópata en el marco
de la plena imputabilidad.
Del ma$pr interés resulta contemplar las razones por
las cuates ha de estimarse totalm ente arbitrario este
criterio que supone la declaración de la plena respon­
sabilidad del psicópata en todo caso.
Si partimos de la consideración de la psicopatía an­
teriormente expuesta, es decir, si adm itim os, como es
obligado, por ser sobre ello unánime el criterio, que la
psicopatía es un defecto fundam entalm ente afectivo y
caracterológico, y referimos esa idea a los casos en que
tal defecto se ofrezca m uy acusadamente, no podem os
jamás desechar la trascendencia del m ismo en orden a
la anidación o disminución de las condiciones de im pu­
tabilidad, como queda bien claro si paramos mientes en
Epílogo 193

las más elementales nociones sobre las que la idea de


imputabilidad se asienta.
Considerada, la imputabilidad penal, según una de '
las definiciones de más puro sabor clasicista, como con­
junto de condiciones que han de concurrir en la per­
sona del autor para poder atribuirle su acción como a
su causa eficiente y libre, salta a la vista que la idea
rectora de dicho concepto no es otra sino la exigencia
en el actuar de la persona, de una libre voluntad.
Pues bien: dada la íntim a trabazón que existe entre
voluntad, inteligencia y afectividad, según hemos visto
con insistencia anteriormente en aquellos casos en los
que el sujeto toma la decisión de ejecutar un determi­
nado acto, pero lo toma profundamente influido por im ­
pulsos de una afectividad desordenada, ya no puede su
voluntad calificarse de libre o, al menos, de enteramente
libre.
Claro ejemplo de la estimación de este fenómeno se
ofrece en la eximente de miedo insuperable. En efecto,
quien actúa bajo el influjo de un temor de mal grave
que le amenaza, ejecutando un atentado al Derecho para
librarse de ese mal, toma una decisión que pudiera lla­
marse voluntaria en cuanto a tal sujeto, y ante la con­
templación del mal amenazante y del acto ilícito que ha
de ejecutar, se¡ decide por lo último. En estos supuestos
hay una facultad de elección entre sufrir el daño o eje­
cutar el acto lesivo, y, sin embargo, la Ley declara exen­
ta de responsabilidad a esa persona, no por ausencia
total de voluntad, sino por el hecho de que su voluntad
actuó coaccionada por un fuerte impulso proveniente
de su afectividad.
Ese m ismo fenómeno se presenta en los actos ejecu­
tados por el psicópata cuando éste actúa en condiciones
tales que su voluntad se halla dominada por el peso de
sus tendencias afectivas. Cuando la fuerza del impulso
afectivo es tal que domina totalmente la voluntad, es
decir, cuando el sujeto es absolutamente incapaz de li­
brarse del influjo, entonces desaparece plenamente su
S C H N E ID t'S .— 1 3
194 Epílogo
imputabilidad y con ello su responsabilidad penal. Por
el contrario, cuando no es tan vigorosa la tendencia afec­
tiva y el hombre, mediante un esfuerzo de voluntad,
hubiera podido evitar el acto, subsiste la imputabilidad,
pero debilitada o disminuida, con la consiguiente reper­
cusión en orden a la atenuante.
Una voluntad inmotivada no se concibe. La voluntad
como potencia, como concepto teórico, puede conside­
rarse aisladamente de la inteligencia y de la afectividad;
mas no así la voluntad actuante, es decir, la voluntad
ya referida a una determinada acción. Todo acto de vo­
luntad concreto, al m ismo tiempo que está conexionado
con la inteligencia (no se puede querer sin previamente
conocer), está ligado con un móvil, que es lo que im ­
pulsa a la voluntad, pudiendo concebirse asi todo acto
voluntario como resultando del móvil. Unas veces se
ofrece un solo móvil, m ientras que otras la voluntad es
el producto de un proceso de selección entre móviles
contradictorios que la impulsan en distintas direccio­
nes,- hasta el momento en que esa voluntad se inclina
en uno u otro sentido.
E n todo ese proceso de actuación de los m ovues so­
bre la voluntad adquieren especial colorido los im pul­
sos emanados de la afectividad. En el hom bre afectiva­
m ente equilibrado nunca esos impulsos se presentan en
form a tan imperiosa que no puedan ser dominados;
en el psicópata, por el contrario, los mandatos de su
afectividad son mucho más enérgicos que en el hombre
normal, llegando, en tos casos de psicopatía grave, a
ofrecerse con fuerza anuladora de la voluntad, fenóm e-
no éste que con más frecuencia de lo que suele imagi­
narse se da en aquellos supuestos en los que, sobre una
personalidad psicopática profunda, actúan otros estím u­
los coadyuvantes y reforzadores, que pueden derivar de
m uy distintas causas, tales como los estados febriles,
estados de intoxicación, etc. En esos supuestos, los ci­
t a d o s factores coadyuvantes de por sí, es decir, sin ha­
berse conectado con una personalidad psicopática, no
Epílogo 195

hubieran originado el mismo efecto, siendo, por tanto,


la conjunción de ambas clases de factores lo que viene
a anular o a mermar, según los casos, la facultad de
libre elección.
Domina en los actuales momentos una honda preocu­
pación dentro de la doctrina, tanto psiquiátrica como
penal y criminológica, creada por la consideración y
tratamiento de los psicópatas, siendo claro el sentido
en que se manifiestan autores del mayor prestigio al
afirmar la necesidad de distinguir en cada caso, más que
a la clase de trastornos psicopáticos, a la intensidad con
que en cada sujeto se den.
Claramente se aprecia cómo la mayoría de los auto­
res, mientras sostienen el escaso interés penal de las
psicopatías ligeras, es decir, de esas que tanto abundan
y que hacen pensar que en el fondo todo hombre tiene
algo de psicópata, destacan el valor que debe conceder­
se a las psicopatías graves.
Así, M e z c e r expresa la diferente consideración penal
que merecen la predisposición psicopática, de un lado,
y la psicopatía grave, de otro, cuando, refiriéndose al
parágrafo 51 del Código penal alemán, afirma que éste
exculpa no sólo al enfermo de la mente, sino, «además,
y conforme a la opinión correcta, encuentra aplicación
en los casos de tas más graves formas psicopáticas», y
termina diciendo: «pero sólo respecto a ellas». Por lo
que a las predisposiciones psicopáticas se refiere, señala
el m ismo autor cómo éstas constituyen exclusivamente
una «causa de medida de la pena». Es decir, que hasta
estas formas leves, a las que M e z g e r denomina predis­
posiciones psicopáticas, son estimadas como causa de
atenuación de la responsabilidad.
También dentro de la doctrina alemana se manifies­
ta W e l z e l , uno de los penalistas de mayor brillo en los
actuales momentos, en el sentido de posibilidad de in ­
clusión de las psicopatías de alto grado dentro del mar­
co eximente del parágrafo 51.
Otros muchos autores, al referirse a esa distinción,
196 Epílogo

siempre necesaria entre psicopatías graves o leves, cen­


tran el problema de las primeras, de manera m uy con-
creta, en el tipo de los antes llamados locos morales y
hoy día psicópatas desalmados o atímicos.
Según M a n z i n i , « e / loco moral, si tam bién tiene la
f a c u l t a d d e e n t e n d e r las consecuencias jurídicas del
propio hecho, no tiene, en todo o en parte, la c o n c i e n c i a
moral y jurídica de todo ello, y la detención o el desen­
volvimiento ético que se ha verificado en él, impidiendo
la formación del poder inhibitorio o destruyéndolo, le
quita, total o parcialmente, la «facultad de querer»,
esto es, de determinarse normalmente. Se podrá exami­
nar—añade—si se trata de enfermedad total o parcial
de la m ente, pero no se debe negar la existencia de un
estado patológicamente viciado de la m e n t e , según la
noción acogida por nuestro Derecho positivo y ya por
nosotros fijada».
Es indiscutible que dentro de la complejidad de for­
mas, matices y grados que la psicopatía presenta, nin­
guna de esas variantes ofrece caracteres tan marcada­
m ente acusados como esta categoría que se manifiesta
en los locos morales, hoy día conocidos bajo el término
de «psicópatas desalmados».
Lo característico de estas personalidades no es el
desconocimiento de las leyes morales, como superficial­
m ente puede pensarse, sino su f a l t a d e c a p a c i d a d p a r a
s e n tirla s .
El loco moral o psicópata desalmado conoce las le­
yes morales, sin que nada se lo impida, porque su cono­
cimiento es fundamentalmente un problema de inteli­
gencia y de instrucción; las conoce mejor, incluso, que
muchos hom bres normales, pero n o l a s s i e n t e , no se las
asimila. La diferencia consiste en que el hombre nor­
mal conoce la ley moral y la siente, m ientras el psicó­
pata desalmado o loco moral es incapaz de experimen­
tar esa compenetración con los mandatos o prohibicio­
nes de dichas normas, sintiendo, por el contrario, hacia
ellas el más absoluto desprecio.
Epílogo 197

Característica también de esta clase de personalida­


des anormales es el hecho de que la mayoría de sus ac­
ciones carecen de una motivación comprensible, lo que
en general puede explicarse teniendo en cuenta que, a
diferencia del hombre normal, en el que la voluntad
está inspirada por motivos procedentes de la razón, el
psicópata es un sujeto cuya voluntad resulta movida
por sus desordenados impulsos afectivos.
Ahora bien: así como no pueden negarse las razones
que abonan las tesis de la imputabilidad total o impu­
tabilidad disminuida de estos psicópatas graves, tam ­
poco es dable desconocer un aspecto del más subido
interés que dichas personalidades anormales presentan;
con ello nos referimos a la acusada peligrosidad social
de esta clase de sujetos, que precisamente a causa de
su incapacidad para sentir la Ley, pese a que la misma
les sea conocida, y también de su impotencia para do­
minar sus impulsos y pasiones, y, en últim o término,
por la incorregibilidad de esos gravísimqs defectos, han
de ser considerados como antisociales en el más estric­
to sentido de esta expresión; es decir, como sujetos su­
m am ente peligrosos.
Afortunadamente, vivim os una época en que el Dere­
cho penal íé completa con una serie de disciplinas, acti­
vidades e instituciones estatales, encaminadas también
a la lucha no sólo contra el delito en su acepción más
exacta; sino contra toda actividad constitutiva, de un
peligro para tos intereses de la sociedad o de sus
miembros.
Hay manifestaciones de esa peligrosidad social re­
veladas por actos que no llegan a la categoría de delito
porque no los encontramos definidos como tales por la
Ley. Por el contrario, se dan casos de conductas que
objetivam ente serían clasificadas de delictivas* pero que
no pueden ser penadas por falta en el autor de las con­
diciones de i m p u t a b i l i d a d -
Tanto para una como para otra hipótesis, el adecua­
do tratamiento se encuentra fuera del Derecho penal;
198 Epílogo

se halla regulado por disposiciones legales que, inspi­


radas en los sanos principios de la defensa social, vie­
nen a hacer compatible el m antenim iento de uno de
los más sólidos principios de justicia penal, según el
cual sólo el hombre plenamente imputable debe ser cas­
tigado, con aquella otra exigencia de la vida en socie­
dad que impone al Estado la obligación de tomar aque­
llas medidas indispensables para mantener la seguridad
de la persona y de los derechos de los m iembros del
cuerpo social frente a todo peligro de agresión.
Es, por tanto, complemento indispensable de la pe­
nalidad ese adecuado sistema de medidas de seguridad,
sin el cual se corre el riesgo de cometer verdaderas in ­
justicias al som eter a la pena a personas inimputables
pór la sola consideración de la peligrosidad que pueden
representar. -
En casos de pena de muerte es más acuciante aún
la necesidad de distinguir entre esos conceptos de «de­
lito» y «estado peligroso», entre las nociones de «im pu-
tabilidad moral» y «peligrosidad social», y, por último,
entre «pena» y «medida de seguridad».
La reacción social contra los autores de los más gra­
ves crímenes se ofrece en form a violenta y apasionada
en la mayoría de las gentes que piden la aplicación de
la pena de m uerte. Mas aparte de que en una gran ma­
yoría de las personas que así se manifiestan lo que en
el fondo palpita es un instinto sanguinario, de raíz ver­
daderamente morbosa, la explicación, en general, de tal
fenómeno se encuentra en el público temor de que una
declaración de, inimputábilidad del delincuente en di­
chos casos produzca el resquebrajamiento del principio
de defensa social; ello es porque, en el fondo, se recela
siempre de la eficacia de la medida de seguridad que,
en sustitución de la pena, habría de imponerse.'
Considerando así esta triste realidad, llegamos a la
conclusión de que en los supuestos a que hemos venido
refiriéndonos, si se clama por la aplicación de la pena
de m uerte es por el hecho de la gran peligrosidad social
Epílogo 199

del sujeto, viendo las gentes en la muerte del m ismo la


fnejor medida de seguridad, e importándoles poco—por­
gue son vulgo y no juristas—si dicho sujeto es im pu­
table o inimputable.
En tiempos pretéritos era aceptada tal concesión de
la pena de m uerte como arma para defender a la socie­
dad frente al miembro infecto, y ello se sustentaba aun
por las más ortodoxas doctrinas; en los actuales, es de­
cir, en la época en que conocemos y debemos aplicar la
medida de seguridad, junto a la pena, o en sustitución
de la pena, la muerte de una persona por la sola razón
de su peligrosidad sería calificable de monstruosa in­
justicia.
No cabe acudir a argumentos de tipo práctico para
intentar paliar la magnitud de la injusticia aludida; no
cabe decir que la medida de seguridad, prácticamente,
es ineficaz; no cabe alegar que se duda mucho de la
efectiva organización y funcionamiento de las institucio­
nes destinadas a la ejecución de tales medidas. De adop­
tar esas razones habría que llegar a la conclusión de
que se mata al reo porque no se ha alcanzado todavía
el preciso grado de perfección, no habiéndose organiza­
do correctamente ese sistema defensista frente a suje­
tos peligrosos. -
Por último, si R o m An A l b e r c a termina su magnífico
prólogo con cariñosas frases para el traductor y para
el editor de este libro, yo, con la mayor sinceridad, quie­
ro expresar al final de estas líneas mi gran satisfacción
al verme asociado a los nombres de A l b e r c a , L l o p i s y
M orata.

A F. S.

M adrid y V alen cia.


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