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Días atrás Yoani Sánchez recordaba que siendo pionera se vio obligada a gritar
consignas contra el entonces presidente norteamericano Jimmy Carter.
Enseguida evoqué a mis sobrinitas exclamando en algún desfile colegial:
³¡Pioneros por el comunismo: seremos como el Che!´. Todavía las veo, con los
ojos del recuerdo, regresando de la ³Escuela al Campo´: explotación laboral
infantil disfrazada de ³trabajo voluntario´. Llegaban a casa enflaquecidas, con el
pelo quemado por el sol y las uñas rotas, llenas de fango.
Entre 1966 y 1976 proliferaron fotos y carteles chinos donde vemos a miles de
menores alzando jubilosos el libro rojo de Mao. El Gran Timonel utilizó incluso
a niños de doce años como ³guardias rojos´ durante la funesta Revolución
Cultural. Esos rostros airados -que deberían sonreír-, esos puños crispados -que
deberían escribir, dibujar, hacer manualidades o tocar guitarra- recuerdan los
Dos Minutos de Odio orwellianos.
Estos chantajes para acarrear a los jóvenes formando así falsas mayorías
progubernamentales, no son más que pura pornografía política, pues con esas
coacciones se prostituye psicológicamente a los menores. El asco que suscitan
estas coerciones debería bastar para que ningún país decente mantuviera
relaciones -ni diplomáticas, ni comerciales, ni culturales- con los sistemas que
incurren en estas prácticas. Lamentablemente, algunos gobiernos democráticos
miran para otra parte, despliegan la estrategia del avestruz para no enfrentarse
a ciertas realidades que claman al cielo.
Altos funcionarios de la Autoridad Palestina han admitido que a los niños se les
paga aproximadamente un dólar por cada bomba casera que arrojan. Hacia el
año 2002, cerca de cuarenta menores habían perdido un brazo al arrojar estas
bombas.
Cada día se ven más fotos de niños enarbolando armas de madera, no porque
espontáneamente estén jugando en el parque a policías y ladrones, sino porque
son utilizados por líderes políticos como propaganda de guerra.
Por si fuera poco, también están las fotos de niños soldados empuñando armas
de verdad. Organizaciones políticas, partidos, gobernantes, jefes tribales, se
sirven de la infancia sin el menor rubor en estas prácticas de adoctrinamiento.
Los preparan como futuros soldados o mártires. Circula en Internet un
escalofriante video donde unos niños afganos juegan a ser talibanes suicidas.
En los archivos de propaganda nazi abundan las fotos de niños ³jugando´ a
dirigir campos de concentración.
Todo sistema rígido e intolerante -ya sea religioso o político- cae más temprano
que tarde en la pedofilia ideológica. La politización de la infancia es un crimen
de lesa humanidad. Es pornografía de estado, fomentada y consentida por el
estado en su propio beneficio.
Sin embargo, si existe algo sagrado en este mundo, algo que no se puede
mancillar ni con el pétalo de una rosa, es la niñez. Por doquier se alzan voces
contra el trabajo o la explotación infantil, pero contra el lavado de cerebro en las
etapas de la infancia y la juventud, yo no oigo ni un solo grito de condena a nivel
institucional, en ninguna democracia. ¿A qué se deberá tanta indolencia?
Lo que sí condenan la UNICEF y Human Rights Watch son los niños soldados
implicados en conflictos bélicos, de los cuales se calcula que hay en el mundo
unos 250 mil, la mayoría en África.
Stalin no se quedaba atrás, y pedía a los niños que delataran a sus padres si
estos hacían comentarios contrarrevolucionarios o actuaban contra el poder
soviético. Lo confirma la historia del niño Pável Morozov, que delató a su papá,
y luego fue asesinado por el resto de sus familiares. Sea o no verídica esta
anécdota, lo cierto es que el poder soviético la usó profusamente para animar a
los niños rusos a denunciar a sus mayores. El tema del niño Morozov dio lugar a
una ópera, innumerables canciones, seis biografías, obras de teatro, estatuas del
niño-mártir, lecturas obligatorias en primaria y hasta una película de Eisenstein
sin estrenar.
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Nacido en La Habana, el 31 octubre de 1948, es el nombre literario de Manuel
Leonel Pereira Quinteiro. Novelista y ensayista cubano. También fue traductor,
crítico literario, de cine y de arte, periodista y guionista cinematográfico.