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Los 8 mitos de la izquierda venezolana; por Gisela Kozak


Rovero
Gisela Kozak Rovero · Wednesday, March 25th, 2015

Rafael Rojas, historiador cubano radicado en México, afirma que la izquierda en


nuestros días tiene una actitud religiosa ante la política, imbuida de un espíritu de
predicación cristiano.

La izquierda pasó “de la crítica a la apología” (véase De la crítica a la apología. La


izquierda latinoamericana entre el liberalismo y el populismo). Pareciera que la
herencia racional y libertaria es menos atractiva que el dogmatismo estalinista y
maoísta del culto a la personalidad, el populismo y el dogma como certeza de la acción.

En estos días el mito que convierte al pueblo chavista en el pueblo elegido, en


términos del Antiguo Testamento, es el imperialismo estadounidense como causa
última de todos los males nacionales, falta de harina de maíz y de repuestos para
electrodomésticos incluida.

Se miente la verdad.

Por supuesto que Estados Unidos ha invadido países, pero lo que ocurre en Venezuela
desde el punto de vista económico es culpa de la revolución, no del gobierno
estadounidense. Sólo el tiempo dirá las implicaciones del decreto de Barack Obama,
pero a corto plazo conectó a un gobernante de baja popularidad como Nicolás Maduro

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con la historia épica de aquellos que serían capaces de inmolarse por la historia de su
pueblo, así sus políticas causen la destrucción de sus países.

Sin embargo, hay otros mitos de la izquierda venezolana (algunos de vieja data)
difundidos incluso desde la universidades nacionales. Y hay otros mitos recientes que
vale la pena al menos esbozar aquí, pues habría que revisarlos con mucho
detenimiento en el futuro y para bien de las futuras generaciones.

1. Los opositores son de derecha. En la oposición hay activistas LGBT,


feministas, promotores de la diversidad cultural, ecologistas, lectores de
Boaventura Santos y Roberto Mangabeira Unger. En el chavismo tenemos
gente como Freddy Bernal, quien acaba de decir que si un policía es
homosexual no debe demostrarlo vistiéndose de rosado y pintándose los
labios y mandó a las “locas” al mundo de la cultura. ¿Quién es más “de
derecha”? Los altares al difunto Comandante Chávez y su mirada por todo el
país tampoco parecen el colmo de la iconoclasia tan pregonada por la
izquierda de otras épocas. Las palabras izquierda y derecha, en caso de
considerarlas vigentes como categorías políticas y teóricas, deben tener un
contenido más sustantivo que ser o no ser chavista

2. Los venezolanos hemos sido unos peleles que hasta 1998 fuimos
tratados como títeres por Estados Unidos. Tal como indicó en un
programa de radio reciente el historiador venezolano Elías Pino Iturrieta,
semejante inexactitud histórica nos sólo nos deja muy mal parados como
sociedad sino que ignora nuestras responsabilidades en cuanto a gobiernos y
políticas, amén de nuestras realizaciones civiles y democráticas. No puede
suponerse la ignorancia como requisito para la igualdad y el cambio social.

3. Los saqueos de 1989, el famoso sacudón, constituyeron una rebelión


popular antecedente de la Revolución Bolivariana. En todo caso es
antecedente del abuso de autoridad, la violación de los Derechos Humanos y
el latrocinio, presentes en la revolución. Los centros comerciales de las zonas
acomodadas no sufrieron ningún daño y murió gente inocente víctima de las
fuerzas de seguridad del Estado y del malandraje alzado y armado. Fue la
fiesta del robo y la impunidad, de la destrucción del patrimonio de mucho
comerciante honesto, la apoteosis del aguardiente, la parrilla y los
electrodomésticos gratis, saqueados por forzudos varones que tenían de todo
menos hambre.

4. En Venezuela hubo gobiernos neoliberales. Gobierno con políticas


neoliberales hubo en Chile, no en Venezuela. En 1988 Jaime Lusinchi se fue
de Miraflores con 60% de popularidad y con las reservas internacionales
mermadas, entre otras cosas, por haberlas dispuesto para subsidios, medida
populista por excelencia. El gobierno de Carlos Andrés Pérez privatizó
empresas como CANTV, que funcionaba pésimo, pero dejó en paz a PDVSA
porque en Venezuela los gobiernos no se deshacen de su gallina de los
huevos de oro. Además, CAP fue objeto de dos golpes de Estado y fue sacado
por juicio de la presidencia, no tuvo tiempo para aplicar a fondo el “recetario
neoliberal”.

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5. La UCV fue cerrada en los años setenta del siglo pasado porque
Rafael Caldera era un derechista, fascista, malvado, títere de USA. El
cierre de la Universidad Central de Venezuela fue un error gravísimo, porque
por definición una universidad siempre tiene que estar abierta. Fue una
política provinciana, estúpida, autoritaria y paternalista del ex-presidente
Caldera quien, en vista de que la UCV era el único lugar importante en el que
su política de pacificación no funcionaba, decidió mandar a los ucevistas a sus
casas. Pero la razón, que nunca justificará el cierre, fue otra, no la que dice la
izquierda en el poder: un montón de chamos y profesores querían seguir con
la fracasada guerrilla puertas adentro y apelando a la autonomía universitaria.
Profesores que eran jóvenes y díscolos en esa época le han contado a quien
escribe estas líneas que andaban armados en la universidad. Caldera prefirió,
a la venezolana, que pagaran justos por pecadores y dejó sin la UCV al país
por años, lo cual sin duda ensombrece su gestión. Pero de ahí al mito media
una buena distancia. Ahora bien, hay que reconocer que este mito tiene la
bondad de ser la única razón por la que el gobierno no ha allanado las
universidades nacionales e impuesto rectores interinos: ha preferido otros
garrotes menos evidentes.

6. Los cuarenta años de democracia representativa (1958-1998) fueron


una época de barbarie absoluta. Esta conseja fue la favorita de la izquierda
de las universidades nacionales y se transmitió intacta, hasta el punto de que
la Oposición la repite. Al respecto hay que evaluar los logros en políticas
públicas, la legitimidad electoral y la construcción de instituciones
democráticas tanto como hay que evaluar el populismo, el clientelismo, el
rentismo y la corrupción que llevó a pique el modelo bipartidista.

7. Los guerrilleros de los 60 fueron unos ángeles patrióticos y


revolucionarios. Aunque gente como Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez y
Américo Martín son unas lumbreras democráticas en este momento, ellos
mismos han reconocido que la lucha armada fue un grave error. Muchos
intelectuales y escritores que respeto y admiro se cuadraron con una guerrilla
pro-soviética y procubana, por lo tanto autoritaria en sus objetivos, que tomó
las armas contra un gobierno electo por votación popular. Ledezma y López
no han hecho nada parecido y sin embargo están presos. Las violaciones de
Derechos Humanos de los gobiernos adecos de la época son inaceptables, tan
inaceptables como los crímenes que la guerrilla cometió; pero los miembros
de ésta no eran hippies pacifistas: estaban armados y llevaron a cabo la
invasión de Machurucuto con apoyo cubano, lo cual no constituye
precisamente el colmo del respeto a la soberanía nacional.

8. Para entender nuestro continente hay que leer la biblia del fracaso
como redención: Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo
Galeano. Al respecto sólo tengo un comentario: el propio Galeano no quiso
llegar al final de su vida con semejante cargo de conciencia y reconoció que
había mentido e inventado con todo descaro. Mientra tanto, ha disfrutado de
los derechos de autor y de la fama que le dio su panfleto.

Razón tiene el intelectual búlgaro-francés Tzvetan Todorov cuando afirma que el

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comunismo es una religión con más de ciento cincuenta años. La “disciplina de la


mentira” (Raymond Aron) se convierte en entrenamiento para el hacer. Y cuando no
hay más remedio que apelar a ésta, se pervierte para transformarla en demagogia. A
esto llamó la filósofa Hanna Arendt “mentir la verdad”.

Frente a los mitos hay que oponer el pluralismo ideológico y político, la fuerza de la
investigación y la creación de conocimiento, el debate de alto vuelo. Ninguna otra
misión trascendente tiene la labor humanista en Venezuela: en el futuro las
universidades no podrán ser los templos donde el mito adquiere legitimidad y
solvencia.

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