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LOS CHICOS QUE DESACTIVABAN BOMBAS

Por: Juan Manuel Robles


Amé las manifestaciones de los jóvenes, que esta vez no solo fueron un llamado a la reflexión, sino
que nos salvaron de una componenda mafiosa casi consumada. Amé su ímpetu y su astucia, su
capacidad de convertir la frivolidad de los memes de gatos en armas punzocortantes para la
consciencia. Fueron ellos, principalmente, los que pusieron el cuerpo y la energía, los que, sin
organización sindical ni partidaria, sin líderes curtidos ni fuerza de choque, hicieron caer, como
palitroques, a cada uno de los ministros del gobierno ilegítimo de Manuel Merino, y luego al propio
usurpador, que al final quiso aferrarse a su despropósito y llamó a los mandos militares —que nunca
acudieron—.
“Se metieron con la generación equivocada”, decían miles en las redes mientras, en ese mismo
instante, metían sus cuerpos flacos al centro de Lima, donde los esperaba un peligro mayor al que
hubieran imaginado. Su lema era la respuesta a los políticos afines a Merino, a Ántero Flores Aráoz
—villano en la educación sentimental centennial, por su participación en el Baguazo—, que dijo que
esos revoltosos no eran más que “cuatro gatos”. Un grito de combate y desafío. Los jóvenes de
todas las épocas se sienten únicos, y creen suyo el “despertar” histórico. Los que marchamos a
fines de los noventa contra Alberto Fujimori lo sabemos. Los de ahora —desde hace unos años—
tienen eso, y, también, más recursos tecnológicos. Son la generación que está en contacto directo
con el mundo y con los jóvenes de Chile: de ellos aprendieron a usar los punteros láser para
molestar la visión de los policías (o la de los pilotos de los helicópteros que lanzan bombas
lacrimógenas), y también a desactivar lacrimógenas. Es la generación que hace en minutos afiches
y pancartas de primera factura gráfica (se ve hasta infantil esto de convertir a un enemigo en
monstruo de ojos blancos, pero no podría llamarse propaganda a algo tan espontáneo). La
generación que va a una marcha sabiendo que la policía está instalando bloqueadores de celulares,
e inventa una aplicación para comunicarse vía Bluetooth.
Una generación que conoce la importancia de la red para mapearlo todo y asignar funciones:
primera línea, brigadas contra bombas, brigadas de paramédicos y una descentralización que
parece un modelo a escala de los “muchos Vietnams”. La generación del disfraz de Elmo sobre el
asfalto mientras las calles arden, y los dinosaurios-viejos lesbianos, bailando con sus colas bajo los
perdigones. La generación que usa las historias de Instagram como remplazo a la rotativa de los
noticieros en los que ya nadie cree; la del Tiktok de la vanidad y los bailes para mostrar los golpes
y las heridas abiertas, y el GoogleDrive para actualizar listas de los compañeros en hospitales.
Es la generación que no sabía que estaba dispuesta a todo. Incluso a lo trágico.
Las muertes de Inti Sotelo y Brian Pintado confirman un actuar indecoroso de la Policía. También
su falsedad, pues en los días anteriores la institución negó cualquier uso de la represión. Hoy es
claro que los efectivos policiales cruzaron los límites. Utilizaron bombas lacrimógenas contra
manifestantes inmóviles, las lanzaron por tierra y por aire (usando helicópteros). Dispararon
perdigones a manifestantes desarmados, y no los de goma (los que permite su reglamento), sino
de vidrio —como pudo constatar en carne propia un fotógrafo de El Comercio— y de plomo.
También —sádicos— acorralaron a manifestantes para gasearlos o intimidarlos. Amnistía
Internacional confirmó este uso “excesivo e innecesario” de la fuerza. Pero lo más repudiado ha
sido el uso de efectivos encubiertos —del grupo Terna— que se camuflaron entre los manifestantes
para provocarlos. Al principio, esta presencia fue desmentida, pero ahí estuvo, presta, esta
generación que también desactiva bombas de fake news: hicieron circular un video donde un Terna,
furioso porque acababan de descubrirlo, sacaba su pistola y disparaba al aire.
Recuerdo que cuando marchábamos, a fines de los noventa, uno de los cánticos más enérgicos
era “¡somos estudiantes, no somos terroristas!”. Es increíble que veinte años después los chicos
tengan que defenderse de la misma acusación falsa que usaba Fujimori, dicha —como entonces—
por Martha Chávez “la inmortal”. Como de costumbre, no han faltado señalamientos de la presencia
de miembros de Movadef. Incluso circularon “evidencias”. Pero allí estaban, una vez más, los
jóvenes hiperconectados, para mostrar, con pocas imágenes, la falsificación burda: la supuesta hoz
y el martillo pintada con grafiti en una pared parecía un chupete o una P (la había hecho un
infiltrado). Quienes lo hicieron saben que, cuando la narrativa de la “subversión” prospera, cualquier
acto de represión violenta es más justificable ante la opinión pública.
No es algo menor la criminalización de la protesta. El fantasma de Sendero Luminoso sigue allí.
Somos uno de los pocos países donde los manifestantes indignados aclaran que su manifestación
será “pacífica”. Hijos de las imágenes de policías asesinados cobardemente, no queremos que tan
siquiera se piense que somos “violentos”. La hoz y el martillo es un símbolo tácitamente proscrito,
por estar relacionado con Sendero, y muchos acatan esa censura sin chistar. A diferencia de
manifestantes de países vecinos, enfrentarse a la Policía —incluso si esta agrede— es una línea
que no se cruza (en los videos se ve cómo ciertos infiltrados lo hacen, y son repudiados al instante).
Esa actitud cuidadosa, casi puritana, es la que hace más indignante la respuesta brutal de los
uniformados.
Porque esta fue, principalmente, una movilización para defender el sistema.
Al menos me da esa impresión (y eso no quita la enorme gratitud que tengo): estos jóvenes luchan
por el sistema y no contra él. Son defensores del statu quo, saltan a defender la ley, ¡el orden
meritocrático universitario!, la mesura estatal, frente a un grupo que intenta pasarse de la raya. ¿Es
correcta esta idea? ¿En injusta? ¿O es que este tipo de presión callejera es lo único posible cuando
un país está tan a la derecha y reprimido, cuando neoliberalismo es la normalidad intocable? Siento
que han dado la vida. Pero veo propagarse rápidamente el discurso de los jóvenes puros, sin
agendas “populistas” ni “extremos”. Hasta el CEO de un banco indolente con sus deudores les ha
dado una palmada en el hombro. De ahí a la palabra “despolitización” —ese elogio horrible de los
poderosos— hay un pequeño paso. ¿O es que la gran prensa, que se reacomodó rápidamente,
quiere ponerles esa etiqueta?
O quizás, como dijo alguien, sí hay rebeldía, una rebeldía grande como la chilena, con ganas de
cambiar el orden, pero la estrategia es hacer “una cosa a la vez”. En las redes, ya se ven afiches
del presidente Francisco Sagasti llenos de desconfianza. “Te estamos vigilando”, dicen, y no se
impresionan con los versos de Vallejo ni con eso de “encauzar” los deseos de los jóvenes. ¿O estos
últimos son una minoría rabiosa? Tal vez, como todo despertar, los mayores no estamos en
condiciones de entender las cosas del todo. Tal vez la respuesta está en los flyers que aparecieron
cuando Merino finalmente dimitió; “Aquí empieza el bicentenario”, anunciaban. Ese horizonte que
miramos con vértigo, ese tiempo que ya no es nuestro.
(Por Juan Manuel Robles. Hildebrandt en sus trece # 516)

ACTIVIDAD:
Organizar el resumen analítica en un mapa conceptual tomando en cuenta la idea principal, ideas
secundarios y descripciones específicas del cual trata la lectura a manera de cierra al mapa debe
considerar una conclusión donde deberá primar su postura sobre la lectura

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