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Agustín de Hipona, nacido el año 354 en el norte de África, es uno de los autores más
influyentes en el pensamiento cristiano. Él conoció al Señor aproximadamente a los 34 años de
edad, luego de una vida bastante licenciosa. Más tarde fue ordenado como obispo en Hipona,
actual Argelia, y es en esta posición donde llega a su cúspide de desarrollo teológico e intelectual.
Fue el máximo exponente de la filosofía cristiana durante el período patrístico y uno de los
más geniales pensadores de todos los tiempos. Su filosofía religiosa y su doctrina teológica
tuvieron una influencia decisiva tanto en la Edad Media como en el Renacimiento. Influyó en
todos los ámbitos posibles: político, místico, religioso, moral, entre otros.
Entre las obras de Agustín, el libro Confesiones es uno de los más conocidos, apreciados e
influyentes. Escrito entre el 397 y 398, como una oración a Dios, es una autobiografía donde el
autor relata aspectos de su vida antes y después de su conversión, y está repleto de líneas que
quedan en la memoria al pasar de los años.
El contexto histórico
La actividad filosófica de San Agustín se desarrolla en la segunda mitad del siglo IV y el
primer cuarto del siglo V, un período en el que el Bajo Imperio romano está sometido a fuertes
tensiones internas y a la presión de las tribus bárbaras, que terminarán por provocar el
desmoronamiento de la parte occidental de forma definitiva a finales del siglo V.
Constantino I, convertido al cristianismo tras haber ganado una batalla contra Majencio, en
la que había pedido ayuda al Dios de los cristianos (según relata Eusebio en "El sueño de
Constantino"), fue el primer emperador cristiano. Constantino I establecerá una dinastía que,
excepto en el caso de Juliano, favorecerá el desarrollo del cristianismo. Con el Edicto de Milán,
del año 313, el cristianismo queda despenalizado y los cristianos adquieren cada vez mayor poder
y protagonismo en la vida pública romana, llegando algunos a formar parte del círculo de
colaboradores de Constantino I, quien concede privilegios a la Iglesia, hace donaciones y apoya la
construcción de templos cristianos. El mismo Constantino I convocará un concilio, el de Nicea (el
año 325), en el que se fijarán algunos de los dogmas fundamentales del cristianismo y se
condenará el arrianismo.
El contexto filosófico
El ascenso del cristianismo a lo largo del siglo IV, primero con su despenalización y el
reconocimiento de su actividad, por parte de Constantino I, y más tarde con su proclamación como
religión única del Imperio, por parte de Teodosio I, irá modificando el panorama intelectual y
filosófico del Bajo Imperio, tanto en la parte oriental como en la occidental. Así, pese a la
pervivencia de las escuelas filosóficas tradicionales, el acoso al paganismo por parte de los
cristianos y la destrucción de sus templos y símbolos culturales irá poniendo en primer plano un
tipo de reflexiones centradas casi en exclusiva sobre problemas morales, doctrinales y teológicos
propios de la religión cristiana, cambio del que el mismo San Agustín es un claro exponente:
inicialmente seguidor de Epicuro, se hace maniqueo y luego se convierte al cristianismo, desde
donde combate contra las "herejías" y la filosofía "pagana". No es de extrañar, pues, que la
mayoría de los nombres que podamos asociar a la actividad filosófica de finales del siglo IV y
siguientes, con pocas excepciones, como la de Juliano, nos remitan a padres de la iglesia
posteriormente santificados: San Ambrosio, San Basilio el Grande, San Gregorio Nacianceno, San
Gregorio Niseno, San Juan Crisóstomo y San Jerónimo, entre los más destacados, seguidores,
muchos de ellos, de las enseñanzas de Orígenes, que había sido uno de los más destacados
representantes de la Escuela de Alejandría. Su actividad se encaminaba no sólo a polemizar con la
sabiduría clásica, sino también a combatir las numerosas variantes del cristianismo (como el
arrianismo, el nestorianismo, el donatismo, el monofisismo, el gnosticismo, entre las más
destacadas, y que tras su derrota fueron clasificadas de herejías) estableciendo una dirección
doctrinal que prevaleció posteriormente, con ligeras modificaciones de segundo orden, durante los
siglos posteriores, llegando muchas de ellas hasta la actualidad.
Sobre el libro
El libro como un todo se puede dividir en dos partes. La primera, un relato honesto y
detallado de su caminar por la vida sin Cristo. La segunda, sus impresiones ya como un nuevo
creyente. La mención a su madre Mónica es recurrente a lo largo del libro. Agustín no es
mezquino en ofrecer elogios a la piedad y devoción de su progenitora.
El libro narra ciertas experiencias que marcaron la vida de Agustín de una manera muy
particular, sobre todo aquellas que le revelaron su corrupción. Tras un riguroso autoexamen acerca
de las motivaciones que lo llevaron a robar y de las oscuras emociones que lo acompañaron,
Agustín se horroriza por la bajeza de su perverso corazón.
Ese viaje sería el inicio de su transformación. Aunque narra que su madre Mónica daba por
sentado la definitiva perdición de su hijo, Dios estaba obrando sus propósitos de una manera que
ella no comprendía. Fue precisamente en Milán que Agustín conoció al Obispo de la ciudad:
Ambrosio. Su interés por la retórica lo llevó a escuchar a este conocido predicador, aunque no
tenía ningún interés por el Dios que él predicaba. Dios estaba martillando el corazón de Agustín
con las palabras de Ambrosio, quien más adelante se convirtió en una especie de mentor para él.
Agustín había entendido el mensaje como el sello de su nueva fe. Había nacido de nuevo.
La última parte del libro se enfoca en su nueva vida como creyente, dejando en claro que
su conversión y crecimiento espiritual solo fueron posibles a través de la gracia divina. Expresa la
incapacidad humana en la célebre frase “mándame lo que quieras, y dame lo que mandas” (149).
Esta expresión luego fue objeto de rechazo por parte de Pelagio, quien no miraba en el hombre la
corrupción del pecado, sino que el hombre corrompido podría obtener la gracia con esfuerzo
personal.
Acerca de la libertad humana, Agustín reconoce “que el libre albedrío era la causa de
nuestro mal hacer…” (97), pues somos esclavos del pecado hasta que su gracia nos libere.
Para poder entender en profundidad cualquier estudio de su obra, es necesaria hacer una
pequeña aproximación a las bases doctrinales de sus teorías, que entre otras eran:
B) La iluminación divina como origen del conocimiento por parte de la razón humana de las
verdades universales y eternas.
Fuentes:
http://www.webdianoia.com/medieval/agustin/agustin_contexto.htm