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¿Cómo puedo afrontar la pérdida

de un ser amado?
2
El dolor que acompaña la pérdida de un ser amado es tan
inevitable como la muerte misma. El duelo es un proceso
doloroso, pero la confianza en Dios puede ayudarnos a superarlo.
A continuación se encuentran cuatro maneras en que la fe puede
ayudar a afrontar el dolor.

1
Permítete sufrir
Dolor. Tristeza. Enojo. Adormecimiento. Todos estos son sentimientos naturales que
tenemos cuando estamos afrontando la pérdida de un ser amado. Ninguno de estos
sentimientos es malo. El experimentar las emociones que vienen con el dolor es parte de ser
humanos.

“Todo tiene su tiempo”, explica la Biblia. “Tiempo de nacer y tiempo de morir… tiempo de


llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentar, y tiempo de bailar" (Eclesiastés 3:1-2,4).  El
saber que la muerte y el dolor son necesarios puede que no aminore el sufrimiento, pero
puede hacer que la felicidad sea más dulce cuando llegue su tiempo. El dolor no es una
debilidad, una imperfección o una señal de pecado. Es una parte necesaria de la mortalidad.
2
Expresa tus sentimientos
Dios sabe que experimentarás dolor en esta vida, pero no tienes que pasarlo solo. Él quiere
que busques consuelo. “Bienaventurados los que lloran”, enseñó Jesús, “porque ellos
recibirán consolación" (Mateo 5:4). El confiar en Dios y en otras personas puede aliviar
tu pena y brindar soporte.
Expresa tu dolor a Dios
Antes que Jesús levantara a Lázaro de los muertos, Él oró a Dios Su padre para recibir
fuerza y guía. Derrama tu alma a Dios en oración. Él te ayudará a sentir Su paz y Su amor.
Expresa tu dolor a tus amigos
Cuando Lázaro, un amigo de Jesús, enfermó y murió, la comunidad fue con sus hermanas
Marta y María “para consolarlas” (Juan 11:19). Acepta el servicio y oídos dispuestos a
escuchar de la gente a tu alrededor que te quiere ayudar. Cuando estés listo, es importante
que compartas tu pérdida, tu dolor y tu enojo. Marta compartió su frustración porque Jesús
estaba lejos y Lázaro había muerto. Jesús mostró Su amor por ella y lloró con ella.
3
Haz preguntas y busca respuestas
El proceso de afrontar la muerte puede acercarnos a Dios, pero también puede hacer que
cuestionemos Su plan. Podemos llevar nuestras preguntas a Dios en oración. Se nos
promete, “Pedid, y se os dará” (Mateo 7:7).

En las Santas Escrituras, Dios nos proporciona respuestas a muchas preguntas difíciles
sobre la vida y la muerte. Aquí hay algunas preguntas que puedas tener, junto con las
respuestas que se encuentran en la Santa Biblia y el Libro de Mormón.
¿Qué pasa después de la muerte?
¿A dónde van las personas cuando mueren?
¿Estaré con mis seres queridos después de la muerte?
¿Cómo puedo superar cosas difíciles?
4
Ten fe
Dios sabe cómo te sientes. Porque te ama, Él llora contigo cuando tú lloras. Él quiere que
seas feliz y lo ha hecho posible.
El Espíritu Santo trae paz
El Espíritu Santo es llamado el Consolador en la Biblia. El Espíritu Santo tiene el poder de
“consolar a los que lloran” (Isaías 61:2). Las personas que experimentan este consuelo
divino lo describen como calma, paz y calidez. Es el cumplimiento de la promesa de Jesús,
“la paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27).
Jesucristo venció la muerte por todos
Gracias al sacrificio y la resurrección de Jesucristo, “no hay victoria para el sepulcro, y el
aguijón de la muerte es consumido en Cristo. Él es la luz y la vida del mundo; sí, una luz
que es infinita, que nunca se puede extinguir; sí, y también una vida que es infinita, para
que no haya más muerte” (Mosíah 16:8-9). Todos seremos resucitados y podemos estar con
nuestras familias y seres amados otra vez. Mientras tanto, podemos encontrar esperanza y
sanación en el amor de Jesucristo.
Se te ha prometido gozo
La felicidad es el propósito de Dios para tu vida. Nuestro gozo no será constante, pero
“enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; ya no habrá más muerte, ni habrá más
llanto, ni clamor ni dolor porque las primeras cosas han dejado de ser” (Apocalipsis 21:4).

La pena del dolor es real, pero también lo es la paz que viene de Dios. Si estás enfrentando
la pérdida de un ser amado, rodéate con todas las fuentes de apoyo y paz. Por medio de la
oración, el estudio de las Escrituras y el apoyo de tus seres amados, puedes encontrar
esperanza real y consuelo.

Cuando se habla de enfrentar el dolor mediante el duelo, pensamientos


como ¿Pude haber hecho más? ¿Debí decirle que lo (a) amaba más?
¿Pude ser mejor para esa persona? La incertidumbre de pensar en que
una persona que era parte de tu vida, ahora ya no está más.
Para los acompañantes es triste ver pasar a alguien a quien queremos
mucho pasar por el dolor de duelo, sin saber qué decir por el miedo de
herir más o parecer ser insensible.

Pese a todo esto, Dios, en su eterno amor jamás abandona, nunca falla y
mucho menos te deja desprovisto de su palabra de aliento, amor,
consuelo y misericordia infinita. Aquí te dejo 20 Versículos Bíblicos sobre
el Duelo.

Juan 14:1-4
No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar
de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho
a ustedes. Voy a prepararles un lugar.

Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así


ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir
adonde yo voy.

Génesis 37:34-35
Y Jacob se rasgó las vestiduras y se vistió de luto, y por mucho tiempo
hizo duelo por su hijo. Todos sus hijos y sus hijas intentaban calmarlo,
pero él no se dejaba consolar, sino que decía: No. Guardaré luto hasta
que descienda al sepulcro para reunirme con mi hijo. Así Jacob siguió
llorando la muerte de José.

Lucas 7:11-13
Poco después Jesús, en compañía de sus discípulos y de una gran
multitud, se dirigió a un pueblo llamado Naín. Cuando ya se acercaba a
las puertas del pueblo, vio que sacaban de allí a un muerto, hijo único de
madre viuda.

La acompañaba un grupo grande de la población. Al verla, el Señor se


compadeció de ella y le dijo: No llores.

Vea También: «Versículos de Aliento»


Isaías 51:11
Volverán los rescatados del Señor, y entrarán en Sión con cánticos de
júbilo; su corona será el gozo eterno. Se llenarán de regocijo y alegría, y
se apartarán de ellos el dolor y los gemidos.

Mateo 5:4
Dichosos los que lloran, porque serán consolados.

Eclesiastés 3:1-4
Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se
hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un
tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, y
un tiempo para sanar;

Un tiempo para destruir, y un tiempo para construir; un tiempo para llorar,


y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para
saltar de gusto.

Apocalipsis 14:13
Entonces oí una voz del cielo, que decía: Escribe: Dichosos los que de
ahora en adelante mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, ellos
descansarán de sus fatigosas tareas, pues sus obras los acompañan.

2 Samuel 12:16-17
David se puso a rogar a Dios por él; ayunaba y pasaba las noches tirado
en el suelo. Los ancianos de su corte iban a verlo y le rogaban que se
levantara, pero él se resistía, y aun se negaba a comer con ellos.

Vea También: «Versículos de Fortaleza»


Juan 11:33
Al ver llorar a María y a los judíos que la habían acompañado, Jesús se
turbó y se conmovió profundamente.

Lamentaciones 3:31-33
El Señor nos ha rechazado, pero no será para siempre. Nos hace sufrir,
pero también nos compadece, porque es muy grande su amor. El Señor
nos hiere y nos aflige, pero no porque sea de su agrado.

2 Corintios 1:3-4
Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas
nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios
hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que
sufren.

Isaías 53:4-6
Ciertamente él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros
dolores,
pero nosotros lo consideramos herido, golpeado por Dios, y humillado.

Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras


iniquidades;
sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas
fuimos sanados.

Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio


camino, pero el Señor hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros.

Vea También: «Versículos de Ánimo»


Apocalipsis 21:4
Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni
lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.

Salmos 34:18
El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de
espíritu abatido.

1 Tesalonicenses 4:13-18
Hermanos, no queremos que ignoren lo que va a pasar con los que ya
han muerto, para que no se entristezcan como esos otros que no tienen
esperanza. ¿Acaso no creemos que Jesús murió y resucitó? Así también
Dios resucitará con Jesús a los que han muerto en unión con él.

Conforme a lo dicho por el Señor, afirmamos que nosotros, los que


estemos vivos y hayamos quedado hasta la venida del Señor, de ninguna
manera nos adelantaremos a los que hayan muerto.
El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de
arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán
primero.

Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor
en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre.
Por lo tanto, anímense unos a otros con estas palabras.

Isaías 41:10
Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo
soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra
victoriosa.

Juan 5:24
Ciertamente les aseguro que el que oye mi palabra y cree al que me
envió tiene vida eterna y no será juzgado, sino que ha pasado de la
muerte a la vida.

Vea También: «Versículos de Esperanza»


Salmos 73:26
Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi
corazón; él es mi herencia eterna.

Juan 3:16-17
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que
todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.
Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
salvarlo por medio de él.
Salmos 107:13-14
En su angustia clamaron al Señor, y él los salvó de su aflicción.
Los sacó de las sombras tenebrosas y rompió en pedazos sus cadenas.

Son varios los libros bíblicos que ayudan en momentos tan


dolorosos

Cuando fallece un ser querido, queda en nosotros un sentimiento de


soledad y desconcierto. Al pensar que algún día vamos a experimentar la
muerte, también nos llenamos de desasosiego. Muchas preguntas vienen a
nuestra mente:

¿Qué pasa con los que mueren? ¿Acaba todo con la muerte? ¿Hay algo
nuestro que sobreviva a este desenlace tan dramático? ¿Volveremos a
reunirnos con los seres que amamos? ¿Qué relación podemos tener con
aquellos que están ausentes físicamente porque han fallecido?

Pues bien, la Biblia, que contiene la Palabra de Dios, nos da respuestas


esperanzadoras:

1.NO TODO ACABA CON LA MUERTE FÍSICA


Perece nuestro cuerpo, pero nuestra alma. Nuestro espíritu no deja de
existir, pues es inmortal.

El Eclesiastés nos introduce en este misterio, invitándonos a tener en


cuenta “al Creador en los días de la juventud” (Ecl 12, 1), “antes de que
regrese el polvo a la tierra de donde vino, y el espíritu regrese a Dios, que
lo dio” (Ecl 12, 7).

El autor del libro bíblico de la Sabiduría responde al pesimismo de


quienes piensan que “vinimos al mundo por obra del azar, y después será
como si no hubiéramos existido” (Sb 2, 2a) y a la desesperanza de los que
afirman que cuando se apaga la vida, “el cuerpo se convierte en ceniza, y
el espíritu se esfuma como aire inconsistente” (Sb 2, 3).

Nos recuerda que “Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo


hizo a imagen de su propio ser” (Sb 2, 23) y dándonos a conocer que
“las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento las
alcanzará” (Sb 3, 1a).

Continúa diciéndonos el autor sagrado:

“Los necios piensan que los justos están muertos, su final les parece una
desgracia, y su salida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están en
paz” (Sb 3, 2-3).

Esto está en plena armonía con lo que nos enseña Jesús en el Nuevo
Testamento, cuando nos cuenta la parábola del hombre rico y Lázaro, el
pobre (Lc 16, 19-30): “Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles
al seno de Abraham” (Lc 16, 22). De Lázaro, Abraham, nuestro padre en la
fe, nos dice que “él está aquí consolado” (Lc 16, 25c).

Resulta muy estimulante la manera en que concluyó la vida de Esteban, el


primer mártir cristiano:

«Mientras lo apedreaban, Esteban oraba así: -Señor Jesús, recibe mi


espíritu. Luego cayó de rodillas y gritó con voz fuerte: -Señor, no les tengas
en cuenta este pecado”. Y dicho esto, murió (Hch 7, 59-60).»

Esto armoniza perfectamente con estas palabras del libro del Apocalipsis:

«Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar, con vida, a los
degollados por anunciar la palabra de Dios y por haber dado el testimonio
debido (Ap 6, 9).»
Estos mártires, aunque han muerto por su fidelidad a Cristo, aunque han
sido degollados, están debajo del altar, vivos, como bien lo dice el texto
sagrado.

Por eso, dialogando con los saduceos, Jesús puede afirmar que Dios “no
es Dios de muertos, sino de vivos, porque todos viven por él” (Lc 20, 38).

Como podemos notar, nuestros familiares y amigos difuntos continúan


relacionándose con Dios. Por eso, para un católico, de ninguna manera
resultan extrañas estas palabras de san Pablo:

«Porque para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia. Pero si seguir


viviendo en este mundo va a permitir un trabajo provechoso, no sabría qué
elegir. Me siento presionado por ambas partes: por una, deseo la muerte
para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor (Flp 1, 21-23).»

Esto está en armonía con las palabras que dijo Jesús a uno de los
malhechores crucificados junto a él:

«Jesús le dijo: -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc 23,
43).»

2.NO SE TERMINA NUESTRA RELACIÓN CON NUESTROS


FAMILIARES DIFUNTOS
Teniendo presente que Dios no es Dios de muertos, sino de vivos (cfr. Lc
20, 38), podemos decir que no cesa nuestra relación con los que han
fallecido.

Si bien no podemos verlos físicamente, la carta a los Hebreos nos ayuda a


percibir una realidad que escapa a nuestra vista, pues nos dice que los
héroes de la fe que han fallecido (cfr. Hb 11: Abel, Noé, Abraham,
Moisés…) nos circundan como una nube (cfr. Hb 12, 1).
La carta a los Hebreos abunda diciéndonos lo siguiente:

«Ustedes, en cambio, se han acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios


vivo, a la Jerusalén celestial con sus innumerables ángeles, a la asamblea en
fiesta de los primeros ciudadanos del cielo; a Dios, juez universal, al que
rodean los espíritus de los justos que ya alcanzaron su perfección; a Jesús, el
mediador de la nueva alianza, llevando la sangre que purifica y que clama a
Dios con más fuerza que la sangre de Abel (Hb 12, 22-24).»

Note usted que, en la Jerusalén celestial, además de innumerables


ángeles, está «la asamblea en fiesta de los primeros ciudadanos del cielo»;
y que rodean a Dios, juez universal, «los espíritus de los justos que ya
alcanzaron su perfección».

Nosotros podemos pedirle a Dios que nos conceda tomar conciencia de


que nuestros seres queridos no nos han abandonado, puesto que
como una nube nos envuelven (Hb 12, 1), yendo más allá de lo que
aparece a nuestros sentidos, como se ve en el segundo libro de los Reyes
(2Re 6, 8-23).

«El criado del hombre de Dios se levantó de madrugada y vio que la ciudad
estaba sitiada por toda aquella tropa. Y dijo a Eliseo: -¡Ay, señor! ¿Qué
hacemos? Él respondió: -No temas, pues, los que están con nosotros son más
que ellos. Eliseo oró así: -Señor, ábrele los ojos para que vea. El Señor abrió
los ojos al criado y vio la montaña llena de caballos y carros de fuego, que
rodeaban a Eliseo (2Re 6, 15-17).»

Esta puede ser nuestra oración:

“¡Señor, ábreme los ojos para que pueda percibir que mis seres
queridos que han muerto, no me han abandonado del todo; que tome
conciencia de que su presencia me envuelve como una nube! ¡Señor, ábreme
los ojos para que vea!”.
Otra forma de estar en comunión con ellos, es a través de la oración de
intercesión, como se puede ver en el segundo libro de los Macabeos
(2Mac 12, 38-46):

«Rogaron al Señor que aquel pecado les fuera totalmente perdonado. (…)
Judas hizo una colecta entre los soldados y reunió dos mil dracmas de plata,
que envió a Jerusalén para que ofrecieran un sacrificio por el pecado. Actuó
recta y noblemente, pensando en la resurrección. Pues si él no hubiera creído
que los muertos habían de resucitar, habría sido ridículo y superfluo rezar
por ellos. Pero, creyendo firmemente que a los que mueren piadosamente les
está reservada una gran recompensa, pensamiento santo y piadoso, ofreció el
sacrificio expiatorio para que los muertos fueran absueltos de sus pecados
(2Mac 12, 42-46).»

Para nosotros, el sacrificio por excelencia es el sacrificio eucarístico, es


decir, la Santa Misa; y lo ofrecemos constantemente para que nuestros
seres queridos sean “absueltos de sus pecados” (2Mac 12, 46).

3.LA MUERTE FÍSICA ES TRANSITORIA: ¡RESUCITAREMOS!


La muerte física es dolorosa. Nuestro Señor lloró ante la muerte física de
su amigo Lázaro (Jn 11, 35-36), a quien amaba entrañablemente (Jn 11,
36). Pero ante el drama que supone la muerte de un ser querido, Jesús se
nos presenta como la resurrección y la vida (Jn 11, 1-44):

«Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto? (Jn 11,
25-26).»

Por eso no hay lugar para una tristeza sin esperanza:

«No queremos, hermanos, que permanezcan ignorantes acerca de los que ya


han muerto, para que no se entristezcan como los que no tienen esperanza.
Nosotros creemos que Jesús murió y resucitó, y que, por tanto, Dios
llevará consigo a los que han muerto unidos a Jesús (1Tes 4, 13-
14).»

De ahí la importancia que los católicos damos a la Eucaristía, donde


escuchamos la Palabra de Dios y nos alimentamos del Cuerpo y la Sangre
de Cristo, pues esto nos permite estar unidos íntimamente a Jesús y nos
posibilita nuestra futura resurrección:

«El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre
que me envió posee la vida y yo vivo por él, así también, el que me coma
vivirá por mí (Jn 6, 54-57).»

4.NOS VOLVEREMOS A REUNIR CON NUESTROS SERES


QUERIDOS
Es una esperanza que brota de la Sagrada Escritura y un anhelo que se
encuentra en nuestros corazones. La experiencia de los siete hermanos y
su madre, martirizados durante la insurrección macabea (2Mac 7), da
cauce a este deseo y suscita una esperanza confiada:

«Tanto insistió el rey, que la madre accedió a convencer a su hijo. Se inclinó


hacia él, y burlándose del cruel tirano, dijo al niño en su lengua materna:
-Hijo mío, ten piedad de mí, que te he llevado en mi seno nueve meses, te he
amamantado tres años, te he alimentado y educado hasta ahora. Te pido,
hijo mío, que mires al cielo y a la tierra y lo que hay en ella: que sepas que
Dios hizo todo esto de la nada y del mismo modo fue creado el ser humano.
No temas a este verdugo; muéstrate digno de tus hermanos y acepta la
muerte, para que yo te recobre con ellos en el día de la
misericordia (2Mac 7, 26-29).»
Como puede verse, esta valiente madre tiene la firme esperanza de
recobrar a sus hijos en el día de la misericordia

Consuelo y fortaleza

Estas respuestas esperanzadoras que nos da la Palabra de Dios, deben


proporcionarnos consuelo y fortaleza en los momentos de duelo por el
fallecimiento de un ser querido y serenidad y confianza ante la perspectiva
de nuestro propio fallecimiento.

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