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Toda virtud es ante todo interior, es decir es una actitud del corazón
antes que un comportamiento exterior. Pero es indudable que no puede
haber una actitud interior verdadera y sincera sin que tenga una expresión
exterior.
Queda aún por decir una palabra acerca del pudor. El pudor es garantía,
defensa, protección y resguardo de la castidad. Preserva la intimidad de la
persona y designa la negativa a exhibir lo que debe permanecer velado.
Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las
personas. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa
conyugal. El pudor es modestia y debe inspirar la elección de la vestimenta.
Mantiene silencio o reserva allí donde se adivina el riesgo de una curiosidad
malsana. Existe un pudor de los sentimientos, como también un pudor del
cuerpo. Este pudor rechaza, por ejemplo, las exhibicionismos del cuerpo
humano, propios de cierta publicidad o las incitaciones de algunos medios de
publicidad a hacer pública toda confidencia íntima. El pudor inspira una
manera de vivir que permite resistir a las solicitaciones de la moda y a la
presión de las ideologías dominantes. Es un error grande pensar que el
pudor es una especie de mojigatería, o la expresión de tabús psicológicos.
Es, por el contrario, la delicadeza que requiere un campo de la vida humana
particularmente sensible al desorden interior que el pecado introdujo al
hombre.