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ARTURO ALESSANDRI RODRIGUEZ

DE LA COMPRAVENTA
Y
DE LA PROMESA DE VENTA
TOMO I
Volumen 2

CORTE SUPREMA

16223
7t 1 \l 2_ C- <f
BIBLIOTECA

EDITORIAL
JURIDICA
DE CHILE
CAPITULO SEPTIMO

DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

I a GENERALIDADES

586. La venta es susceptible de todas las modalidades o pactos que pue-


den afectar a los demás contratos y bajo este aspecto se rige por las reglas
generales establecidas por la ley. Nuestro Código, a semejanza del francés
(art. 1584), consigna este principio en su artículo 1807 respecto de las
modalidades y en su artículo 1887 por lo que hace a los pactos. El artículo
1807 dice: "La venta puede ser pura y simple, o bajo condición suspensiva o
resolutoria. Puede hacerse a plazo para la entrega de la cosa o del precio. Puede
tener por objeto dos o más cosas alternativas. Bajo todos estos respectos se rige por las
reglas generales de los contratos, en lo que no fueren modificadas por las de este
título". El artículo 1887 dispone: "Pueden agregarse al contrato de venta cuales-
quiera otros pactos accesorios lícitos; y se regirán por las reglas generales de los
contratos". Por lo demás, como dice Guillouard, estas disposiciones no son
del todo necesarias, pues el principio de la libertad de contratación basta
para permitir al vendedor o al comprador que inserten en sus contratos
tal o cual modalidad. 1

587. Estas modalidades o, mejor dicho, las cláusulas que las partes pue-
den agregar al contrato de venta para modificar sus efectos podemos clasi-
ficarlas en dos categorías: las modalidades propiamente tales, como la
condición, el plazo y el modo, y los pactos anexos al contrato de venta.
Unos y otros producen efectos análogos puesto que ambos tienen por ob-
jeto modificar los resultados que aquel debe producir, sea creando obliga-
ciones especiales, sea otorgando derechos también especiales.
Entre las modalidades comunes que pueden afectar al contrato de ven-
ta figuran, a más de la condición suspensiva y resolutoria, del plazo, del
carácter alternativo de las obligaciones que de ella nacen, que señala el
artículo 1807, el modo y el carácter facultativo de esas obligaciones, por-
que no debe olvidarse que la enumeración que hace ese artículo no es
taxativa, ya que las partes son enteramente libres para modificar los efec-

1
Tomo I, núm. 58, pág. 70.

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tos del contrato en la forma que mejor les plazca con tal que esas estipula-
i iones no sean contrarias a la ley, al orden público, a la moral, ni a las
buenas costumbres.
Los pactos que pueden insertarse en el contrato de venta con el objeto
de darle ciertos efectos especiales son varios y muy diversos. Pero entre
ellos hay algunos que se estipulan con más frecuencia, por lo que el mis-
mo Código los ha reglamentado expresamente. Otros no están reglamen-
tados por él y quedan, por lo tanto, comprendidos en la disposición general
del artículo 1887. Pertenecen a la primera categoría, el pacto comisorio
(arts. 1877 a 1880), el pacto de retroventa (arts. 1881 a 1885) y el pacto de
retracto (art. 1886) conocido generalmente con el nombre de addictio in
diem. No están reglamentados por el Código, el pacto de preferencia, el
pactum displicentiae, la venta con la facultad de reservarse el nombre de la
persona para quien se compra, si bien es cierto que el artículo 517 del
Código de Procedimiento Civil la contempla y varios otros.
Entre las modalidades comunes que pueden afectar al contrato de ven-
ta hay algunas que, aunque son verdaderas condiciones, aparecen con un
carácter especial que requieren un estudio detenido no sólo por los efec-
tos que producen sino también por estar reglamentados en el Código y ser
particulares de este contrato. En este caso se encuentran las ventas al peso
cuenta o medida, las ventas al gusto o prueba, las ventas al ensayo, las
ventas por orden, las ventas sobre muestras, etc. De modo que entre las
modalidades que afectan a la venta las hay de dos clases: las comunes a
todos los contratos y las especiales al contrato de venta. Estudiaremos con
brevedad las primeras ya que los principios que las rigen son los generales
del derecho para examinar en seguida con más o menos detención cada
una de las formas especiales de modalidades que afectan únicamente a
este contrato.
En cuanto a los pactos, dejaremos para después el pacto comisorio y el
de retroventa por tener una reglamentación especial y por ser de una gran
importancia. Aquí se estudiarán los otros pactos que hemos señalado como
no reglamentados por la ley y el de retracto por no tener la importancia
de los dos primeros, aunque el Código le haya dedicado un artículo espe-
cial. Estudiaremos igualmente algunas otras clases especiales de venta que,
aun cuando son de poca frecuencia, vale la pena decir algo sobre ellas.

588. En resumen, en este epígrafe se estudiarán las modalidades comu-


nes; en el siguiente la venta al peso, cuenta o medida; en el tercero la
venta al gusto; en el cuarto la venta al ensayo; en el quinto la venta por
orden; en el sexto la venta sobre muestras; en el séptimo la venta a la vista
y en el octavo las otras modalidades o pactos que pueden afectar al contra-
to de venta, o sea la venta con la facultad de reservarse el nombre de la
persona para quien se compra, el pactum displicentiae, el pacto de retracto,
el de preferencia, la venta al menudeo, etc.

589. Condición suspensiva es aquella de la cual depende el nacimiento de


un derecho. El contrato de venta celebrado bajo tal condición está en

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suspenso hasta el momento que ella se cumpla. El comprador es un acree-


dor condicional que tiene una mera expectativa y que no tiene sobre la
cosa otros derechos que los inherentes a tal acreedor. El vendedor conti-
núa con la cosa bajo su dominio; los riesgos le pertenecen, de modo que si
la cosa perece totalmente sin su culpa la pérdida es para él y se extingue la
obligación del comprador. Si perece por su culpa y la condición llega a
cumplirse debe indemnizar a éste los peijuicios consiguientes (art. 1486
del Código Civil). Si la pérdida es parcial y no proviene del hecho o culpa
del vendedor, y aquella se cumple, ese deterioro pertenece al comprador.
Una vez que la condición se cumple el contrato existe puro y simple desde
el día de su celebración y sus efectos se retrotraen a esa época. 1

590. La condición resolutoria es aquella de la cual depende la resolución


de un derecho. Celebrado el contrato de venta bajo esta condición se re-
puta perfecto desde el día de su celebración a contar del cual produce
todos sus efectos; los riesgos pertenecen al comprador quien debe el pre-
cio. Si la condición resolutoria se cumple, el contrato se resuelve y se supo-
ne que no ha existido jamás. Las cosas vuelven a su estado anterior: el
comprador debe devolver la cosa sin sus frutos (art. 1488), salvo los casos
en que las partes o la ley dispongan lo contrario; y el vendedor debe resti-
tuir el precio. Las cesiones o enajenaciones que pudo haber hecho el com-
prador quedan también sin efecto con arreglo a los artículos 1490 y 1491
del Código Civil. Si antes de cumplirse la condición la cosa perece, esta
pérdida, si es total, afecta al comprador; pero si se destruye parcialmente o
si aumenta de valor ese deterioro o mejora pertenece al vendedor en el
supuesto de que se cumpla, porque éste es acreedor bajo condición sus-
pensiva. La condición resolutoria en la compraventa puede ser expresa o
tácita y en ambos casos produce efectos diversos.2 Al estudiar las obligacio-
nes del comprador y el pacto comisorio analizaremos minuciosamente los
efectos de la condición resolutoria en el contrato de venta.

591. El modo es una manera dada y establecida para el ejercicio de un


derecho. 3 Como se refiere únicamente a la manera de ejercitar un dere-
cho, o sea, al cumplimiento de tal o cual carga u obligación para poder
gozar de aquél, no suspende la adquisición de lo que se venda bajo tal
modalidad. El modo es una modalidad que casi no tiene cabida en el
contrato de venta y es más propio de las asignaciones testamentarias. Cuan-
do lleva envuelto una cláusula resolutoria expresa, es decir, que se resolve-
rá el derecho si no se cumple el modo, éste importa una verdadera
condición resolutoria. Pero si esa cláusula no se expresa, la inejecución

1
TROPLONG, I, núms. 5 4 a 5 8 , págs. 6 2 a 6 4 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm.
142, pág. 142; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 281 a 283, pág. 824.
2
TROPLONG, I, núms. 59 a 61, págs. 64 a 70; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 142, pág. 143;
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 296 a 299, pág. 825.
3
CLARO SALAS, Elementos de Derecho Civil, tomo I, núm. 99, pág. 56.

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del modo no resuelve el derecho y solamente da acción para exigir su


cumplimiento.
1.a c láusula resolutoria que lleva envuelta el modo se cumplirá en la
compraventa con arreglo al artículo 1489 y no con arreglo al artículo 1090,
pues éste se refiere a las asignaciones testamentarias, es decir, la inejecu-
ción de esa cláusula resolutoria en el contrato de venta da acción a las
partes para exigir su cumplimiento o su resolución, en tanto que en las
asignaciones testamentarias su incumplimiento produce como único efecto
la obligación de restituir la cosa y sus frutos, o sea, su resolución. Esa
cláusula produce, pues, en este contrato los mismos efectos que la condi-
ción resolutoria, lo que se debe a que la disposición del artículo 1090 es
inaplicable a los contratos bilaterales, porque estos se rigen por una dispo-
sición especial que es la del artículo 1489. Aun cuando las reglas del párra-
fo "De las asignaciones modales" del título IV del libro III del Código Civil
sean aplicables a las obligaciones modales, la del artículo 1090 no se le
aplica, pues se halla en pugna con la del artículo 1489 en cuyo caso no
tiene aplicación según el artículo 1493.1
Una vez resuelto el contrato por incumplimiento del modo que en-
vuelve una cláusula resolutoria, el infractor no está obligado a restituir los
frutos, a la inversa de lo que ocurre en las asignaciones testamentarias,
porque el artículo 1488 reglamenta especialmente los efectos de la condi-
ción resolutoria en los contratos bilaterales a la que se asemeja esa cláusu-
la en cuanto a sus efectos.

592. El plazo, dice el artículo 1494 del Código Civil, es la época fijada
para el cumplimiento de la obligación. Según el artículo 1807 puede esti-
pularse para la entrega de la cosa o del precio. El efecto que produce en la
obligación es retardar su exigibilidad hasta su vencimiento. Él contrato en
este caso, a diferencia del celebrado bajo condición suspensiva, existe puro
y simple desde el primer momento; eso sí que su cumplimiento está diferi-
do. Llegado el día señalado para su vencimiento se cumplirá la obligación.
F.n caso contrario, podrá exigirse la resolución o el cumplimiento del con-
trato, porque aquí, a más del plazo, hay una condición, cual es que se
resolverá el contrato si una de las partes no cumple su obligación oportu-
namente, condición que se subentiende en todo contrato bilateral. Antes
del vencimiento del plazo no puede exigirse el cumplimiento de la obliga-
ción, salvo en los casos que señala el artículo 1496 del Código Civil.

593. La venta tiene por objeto dos o más cosas alternativas cuando el vende-
dor vende varias cosas de tal manera que la entrega de una de ellas importa la
ejecución del contrato.2 Si A vende a B tres caballos alternativamente, el con-
trato se cumple A entrega a B uno de esos tres caballos. La elección, salvo

1
RAMÍREZ, De las obligaciones (Apuntes de estudio por Francisco de la Carrera), pág. 50.
S
BAL DRY-LACANTINERIE, núm. 143, pág. 144; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 326
a :íLHi. págs. 826 y 827.

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DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

pacto en contrario, es del deudor y en el ejemplo propuesto, del vendedor. El


acreedor no puede exigir la entrega de una cosa determinada sino el cumpli-
miento de la obligación. Si todas las cosas debidas alternativamente perecen
sin culpa del deudor se extingue la obligación; si es por su culpa debe el
precio de las que elija él o el acreedor según el caso. Si sólo perecen algunas,
siendo la elección del vendedor, deberá entregar algunas de las que quedan.
Si la elección es del comprador podrá exigirle una de las que no se han
destruido o, si elige alguna de las destruidas, deberá pagarle su precio y la
indemnización de peijuicios correspondiente. Cuando todas las cosas pere-
cen sin culpa del vendedor se extingue su obligación, pero el comprador
debe pagar el precio en todo caso, pues los riesgos son de su cargo.1 Cuando
sólo perecen algunas de ellas los riesgos son para el deudor. Lo dicho se
aplica también cuando la obligación es alternativa para el comprador.

594. La venta es facultativa cuando el vendedor se obliga a entregar una


cosa determinada, pero con la facultad de poder entregar esta cosa u otra
que se designa en el mismo contrato o posteriormente. En tal caso el com-
prador puede exigir únicamente la cosa que es materia del contrato; el deu-
dor sabrá si paga con esa o con la otra. Si ella perece antes que el vendedor
se haya constituido en mora y sin su culpa, se extingue la obligación y la
cosa perece para el comprador, que debe pagar el precio en todo caso.

595. La venta ad-referendum no es en el fondo sino una promesa unilateral


de vender en que la existencia del contrato queda subordinada a la volun-
tad de una de las partes que es árbitro para llevarlo o no a cabo. Por esta
razón la estudiaremos al tratar de las promesas de venta.

22. VENTA EN BLOC Y VENTA AL PESO, CUENTA O MEDIDA

596. Las cosas que se aprecian en cuanto a su cantidad pueden venderse


en bloc o al peso cuenta o medida. Tiene gran importancia determinar
cuando la venta se hace en bloc y cuando al peso cuenta o medida porque
en uno y otro caso el contrato se perfecciona definitivamente en momen-
tos diferentes y porque en uno y otro los riesgos están a cargo de diversas
personas. Antes de estudiar esta cuestión en nuestro Código la analizare-
mos in-abstracto para poder apreciarla en su verdadero alcance.

597. ¿Qué se entiende por venta en bloc y qué por venta al peso cuenta o
medida? Esta es una cuestión muy discutida y sobre la cual aún no hay
unidad de opiniones ni entre los tratadistas ni entre las legislaciones. Na-
turalmente que si las cosas se venden en conjunto por un solo precio, no
cabe discusión posible; todos reconocen que la venta es en bloc. La duda
surge cuando es menester contar, pesar o medir lo que se vende.

' POTHIER, III, n ú m . 3 1 2 , p á g . 1 2 8 .

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DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

I ! piso, cuenta o medida a que aluden las partes al contratar puede


tener por objeto o determinar la cosa vendida o el monto total del precio.
En ambos casos la determinación definitiva de uno de esos dos elementos
esenciales para el contrato de venta está subordinada a la realización de
una operación especial y que mientras no se verifique no puede conocerse
c on precisión aquel de los elementos a que ella se refiere.
Cabe averiguar si esa operación necesaria para determinar el precio o
la cosa vendida produce iguales efectos en los dos casos, es decir, si tanto
cuando sirve para fijar el monto total del precio como cuando sirve para
señalar la cosa vendida, el peso, la cuenta o la medida interviene en la
venta con el carácter de operación indispensable para la completa perfec-
c ión del contrato.
Es de la esencia del contrato de venta que haya una cosa que se venda y
un precio que se ofrezca por ella. Una y otro deben ser determinados pues-
to que es un requisito esencial del objeto de los contratos la determinación
del mismo. El peso, cuenta o medida determinará entre los contratantes la
cosa que se vende y el precio que se debe pagar. Antes que eso ocurra no se
sabe cuál es la cosa vendida ni cuánto es el precio que se debe.
A primera vista pudiera creerse que en ambas situaciones el contrato de
venta está imperfecto intertanto no se pesen, cuenten o midan las cosas
vendidas ya que con anterioridad a esto las partes no saben cuál es la que se
vende ni el precio que se pagará. Sin embargo, los efectos de esa operación
no son los mismos en la compraventa cuando de ella depende la determina-
ción de la cosa que cuando de ella depende la fijación del precio.
Si es cierto que mientras no se pesen, cuenten o midan dichas cosas el
contrato no se perfecciona bajo todos sus aspectos por carecer de una
cosa determinada, no lo es menos también que ese contrato está perfecto
en todas sus partes antes que esa operación se verifique cuando el peso
cuenta o medida sirve para señalar el precio.
En efecto, el artículo 1808 del Código Civil en su inciso 2° establece expre-
samente que la determinación del precio podrá hacerse por cualesquiera me-
dios o indicaciones que lo fijen. No se requiere que el precio sea determinado;
basta que sea determinable. El contrato de venta está perfecto cuando las
partes han convenido en la cosa y en la manera de señalar el precio, porque éste o
se fija directamente por ellas o se señalan los medios para llegar a su determi-
nación, medios que pueden consistir en la designación de un tercero o en el
señalamiento de algún procedimiento u operación para llegar a él. Es sufi-
ciente que las partes fijen las bases que servirán para señalar el monto del
precio sin necesidad de un nuevo convenio o concurso de sus voluntades para
que el contrato de venta se perfeccione en todas sus partes.
¿Qué ocurre cuando el peso, cuenta o medida sirve para determinar el
precio? En este caso las partes han convenido en la cosa y en la manera de
señalarlo que no es otra que pesar, contar o medir las cosas vendidas, de
modo que al estipular que aquellas deben pesarse, contarse o medirse
para determinar el precio, fijaron la manera de llegar a su determinación
sin necesidad de un nuevo acuerdo o convenio entre ambas; o mejor di-
cho, convinieron en un precio determinable. Una vez que se realice la

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DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

operación de pesar, contar o medir las cosas vendidas se sabrá el monto


total del precio; pero con esa operación no se va a determinar el precio
mismo, ya que éste se señaló por las partes en el momento del contrato.
De lo expuesto resulta que cuando el peso, cuenta o medida sirve para
conocer el monto total del precio esa operación no determina el elemen-
to precio sino que es una base que los contratantes señalan para llegar a
determinarlo. El contrato alcanza su completa perfección en el momento
mismo en que las partes convienen en él y no cuando se realiza la opera-
ción del peso, cuenta o medida.
En cambio, cuando es la cosa vendida la que se determinará por el peso,
cuenta o medida, el contrato no se perfecciona definitivamente mientras no
se pese, cuente o mida, porque antes que esto suceda la cosa está indetermi-
nada, los contratantes no saben cuál es el objeto que venden y compran y
no puede existir un vínculo jurídico perfecto con relación a ella.
Veamos un ejemplo: A vende a B todo el trigo que tiene en su granero
a razón de veinte pesos el quintal; y A vende a B cien quintales de trigo de
su granero a veinte pesos el quintal.
En el primer caso la cosa vendida es todo el trigo: tanto A como B cono-
cen esa cosa, la determinaron y pudieron consentir válidamente a su respec-
to. El precio que debe B será la suma que aparezca después de pesar el trigo
y de multiplicar el número de quintales que resulten por la unidad de pre-
cio que son veinte pesos. Si A y B no señalaron el precio mismo, indicaron
al menos la manera de determinarlo; y establecieron un precio determina-
ble cuyas bases, para llegar a su exacto monto, son el valor del trigo y la
suma de veinte pesos el quintal. Una vez pesado el trigo no es necesaria-
mente una nueva convención para señalar el precio que se determinó en el
momento del contrato. El peso, cuenta o medida no es aquí una condición
a la que está subordinada la existencia del contrato sino el medio que sirve
para calcular el monto de la obligación del comprador.
En el segundo ejemplo propuesto, por el contrario, la cosa vendida no
se conoce. No se sabe qué parte del trigo es la que se vende, de manera
que los contratantes no han podido convenir sobre aquella; y no hay con-
trato perfecto. La cosa se determinará y se conocerá cuando el trigo se
pese y desde entonces el contrato existirá perfecto en todas sus partes.
Resumiendo podemos decir que, en nuestro parecer, cuando el peso,
cuenta o medida sirve para determinar la cosa vendida, el contrato no se
perfecciona por completo en tanto esa operación no se realice; mientras
que cuando ese peso, cuenta o medida no sirve para precisar la cosa sino
el precio, el contrato existe puro y simple desde el primer momento y no
desde que esa operación se realiza. En el primer caso se dice que la venta
se hace al peso cuenta o medida y en el segundo que la venta se hace en
bloc.
Esta opinión está muy lejos de ser unánime. Las legislaciones mismas se
hallan divididas sobre este particular. El Códigoitaliano participa de esa opi-
nión en su artículo 1451; pero los Códigos español (art. 1452), argentino (art.
1340) y francés (art. 1585) consignan la doctrina inversa, o sea, que en ambos
casos la venta es al peso, cuenta o medida, aun cuando hay autores como

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DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

(iiiillouarci, Laurent,1 Aubry et Rau,2 y Delamarre et Lepoitevin y recientes fallos


de la Corte de Casación de Francia3 que creen que el artículo 1585 de ese
último Código se refiere únicamente a las ventas en que el peso, cuenta o
medida sirve para determinar la cosa, pues cuando esa operación sirve para
determinar el precio, la venta, si se refiere a toda la mercadería, es en bloc.
Baudry-Lacantinerie, Planiol, Pothier, Huc, Marcadé,4 Troplong,5 Bédarride,6 Par-
dessus,7 Duvergier y Colmet de Santerre sostienen que si dicha operación sirve
para determinar el precio, como cuando se vende todo el trigo de un granero a
veinte pesos el quintal, por ejemplo, la venta no es en bloc sino al peso, cuenta
o medida porque "cuando el precio debe fijarse por el peso, cuenta o medida,
dice Baudry-Lacantinerie, la venta no está perfecta ya que si la cosa vendida está
determinada, el precio de la venta no lo está; sólo lo será por una operación de
peso, cuenta o medida que mientras no se realice, falta algo a la venta".8
Planiol se expresa así: "Lo mismo ocurre cuando la medida no es sola-
mente necesaria para determinar la individualidad de la cosa vendida sino
también para fijar el precio; por ejemplo, vendo todo el trigo que está en
mi granero a razón de veinte francos el hectolitro. No hay todavía venta
puesto que el precio no es conocido". 9
Huc, por su parte, agrega: "En las hipótesis antes examinadas era necesa-
rio pesar, contar o medir para llegar a individualizar suficientemente la cosa
vendida. Algunas veces las mismas operaciones son necesarias para hacer apa-
recer el precio de la venta. Es lo que ocurre cuando un conjunto de mercade-
rías, como ser el trigo que está en un granero, ha sido vendido a tanto la
medida. La pérdida total de la mercadería antes de la medida, del peso, etc.,
desde que hace imposible la operación que debe hacer aparecer el precio,
deja la venta imperfecta y los riesgos deben quedar a cargo del vendedor".10
Pothier, finalmente, dice: "Esta decisión (que la venta se perfecciona des-
pués que se pese, mide o cuente la cosa vendida) tiene lugar no solamente
cuando se ha vendido cierta cantidad de mercaderías a elegir en un almacén
donde puede haber más, porque en este caso, como acabamos de decir, en
tanto no se haya realizado el peso, cuenta o medida, lo que se ha vendido no
consiste todavía en ningún cuerpo determinado sobre el cual pueda recaer el
riesgo, sino que tiene lugar también en aquel en que se haya vendido todo lo
que hay en el almacén o en un granero, si la venta ha sido hecha a razón de
tanto por cada unidad o por cada almud de trigo, etc.".11

I
Tomo 24, núm. 139, pág. 141.
* V, pág. 22.
5
FVZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 340 a 353, págs. 827 y 828.
4
VI. págs. 154 a 160.
5
1, núm. 90, pág. 98.
6
Núms. 120 a 123, págs. 158 a 165.
7
1, núms. 292, pág. 201.
* De la x*ntf, núm. 148, pág. 148.
9
II, núm. 1363, pág. 462.
10
X. núm. 17, págs. 31 y 32.
II
III, núm. 308, pág. 125.

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DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

En cambio, Guillouard se expresa en esta forma: "La venta en bloc, como


nosotros la comprendemos, es la venta de cierta cantidad de mercaderías
designadas de tal manera que el vendedor y el comprador sepan qué es lo
que se ha vendido; estas mercaderías así determinadas pueden venderse sea
en conjunto, por un precio fijado de antemano, sea a tanto el litro o el
kilogramo, en cuyo caso es menester recurrir al peso o a la medida. Pero
esta operación no influye en nada sobre la transferencia de la propiedad; la
venta no es ni más ni menos que una venta en bloc que puede asimilarse,
por sus efectos, a la venta de un cuerpo cierto. Al contrario, la venta se hace
al peso, cuenta o medida cuando los objetos vendidos no serán designados
sino por la operación del peso, cuenta o medida; entonces la propiedad no
puede transferirse antes de esta operación, pues, según las expresiones de
M. Duvergier, es imposible designar las cosas comprendidas en la venta".1
Ricci añade: "Por el contrario, cuando la cosa se vende a razón de un
peso o medida determinada de antemano, no se sabe todavía, en el instante
en que se contrata, cuál sea efectivamente la cosa que debe pasar al domi-
nio del adquirente. Si yo te vendo cien hectolitros de vino y cien quintales
de grano, tú no sabes qué grano ni qué vino te entregaré efectivamente en
la cantidad convenida, y esta incertidumbre, haciendo indeterminada la cosa
vendida, hace que la venta no se perfeccione sino desde el instante en que
la cosa se determina con medir o pesar la cantidad convenida.
La compraventa, de este modo se expresa el artículo 1451 del Código
italiano, se entiende hecha por un tanto alzado, aun cuando se considere
al peso, al número o a la medida, pero únicamente para el efecto de deter-
minar la cantidad del precio. En otras palabras, si la medida, al peso o la
enumeración se han indicado por las partes con el solo objeto de fijar el
precio que deberá pagar el comprador, la compraventa ha sido hecha por
tanto alzado; si por el contrario, la medida, el número, etc., se han indica-
do no sólo para fijar el precio sino para determinar también las mercade-
rías vendidas, la compraventa no se ha efectuado por un tanto alzado". 2
¿Cuál ha sido la causa de esa controversia entre los autores franceses?
Unica y exclusivamente los términos en que están redactados los artículos
1585 y 1586 del Código francés. Para obviar ese inconveniente, el artículo
1451 del Código italiano dijo expresamente: "La venta se reputa hecha en
bloc, si las cosas han sido vendidas por un precio único y determinado sin
tomar en cuenta el peso, número o la medida, o también cuando se haya
tenido en cuenta esas operaciones para el solo efecto de determinar la can-
tidad del precio". He ahí por qué la solución de Ricci es tan clara y precisa.
Los autores franceses que, como Baudry-Lacantinerie, Planiol, Huc,
Marcadé, Pothier, etc., consideran que la venta es al peso, cuenta o medi-
da cuando estas operaciones tienen por objeto determinar la cosa o el
precio, parten de la base que tanto en uno como en otro caso el contrato
se perfecciona cuando ellas se realizan, pues antes que eso ocurra o falta
la cosa o el precio y aquel carece de uno de sus elementos vitales.
1
I, núm. 29, pág. 43.
2 Tomo 15, núm. 99, págs. 241 y 242.

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DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Pero esos mismos autores que sostienen tal doctrina olvidan que en
otra parte han expresado que el precio en la compraventa puede ser de-
terminado o determinable y se entiende que es tal cuando las partes se
ligan mutuamente por el modo de determinación que han convenido.
".Así, dice Baudry-Lacantinerie, en lugar de determinar el precio fijando la
cifra misma, las partes pueden designarlo refiriéndose a un hecho que no
depende de la voluntad ni de una ni de otra, con tal que ese hecho procu-
re la determinación precisa".1 ¿La fijación de un precio por cada unidad
no es acaso un hecho que no depende de la voluntad de las partes y que
procura la determinación precisa del precio? La respuesta afirmativa es
evidente. Igual doctrina sustentan, por lo que se hace a la determinación
del precio, Huc 2 y Marcadé. 3 Sin embargo, uno y otro olvidan ese princi-
pio cuando se trata de aplicarlo a un caso concreto. La causa de esa con-
tradicción no es otra sino que para estos autores sólo hay venta en bloc
cuando existe, como dice Marcadé, "unidad de precio y determinación de
objeto". Según esto si se vende todo el trigo de un granero por un precio
que no es global, la venta no es en bloc. Para ellos no es la unidad o
determinación del objeto la que sirve para establecer si la venta es en bloc
sino, a más de eso, la forma como se ha señalado el precio de ese objeto.
El gran argumento que hacen en contra de la doctrina que venimos
sosteniendo se funda en que si la cosa vendida perece totalmente sin cul-
pa del vendedor antes que se pese, cuente o mida no podrá determinarse
el monto de lo adeudado por el comprador desde que se ignoraba el nú-
mero de unidades de que se componía. A esto responde Guillouard di-
ciendo que esa cantidad se determinará por los medios ordinarios de prueba
y agrega que, aunque esa determinación sea difícil, tal dificultad no es
insalvable y no puede impedir la aplicación de los principios teóricos. 4
En conclusión tenemos que para algunos autores, tales como Baudry-
Lacantinerie, Bédarride, Pardessus, Domat, Planiol, Marcadé, Huc, Pothier,
Colmet de Santerre, etc., la venta es al peso, cuenta o medida cuando estas
operaciones son necesarias, sea para determinar la cosa vendida, sea para
determinar el precio de la venta; y es en bloc cuando hay unidad de pre-
cio y cosa determinada. Para otros, como Guillouard, Laurent y Aubry et
Rau la venta es en bloc cuando, siendo determinada la cosa, el precio se
fija o por el conjunto o por la unidad, en cuyo caso el peso, cuenta o
medida de lo que se vende se requiere únicamente para calcular el monto
total del precio; y es al peso, cuenta o medida cuando estas operaciones
son necesarias para determinar la cosa vendida.
¿Cuál de esos criterios adopta nuestro Código? Es lo que trataremos de
resolver al estudiar por separado cada una de estas especies de venta.

598. La venta en bloc llamada por los romanos per aversionem es, como
dice Guillouard, la que tiene por objeto un conjunto de unidades determi-
1
De Li vente, núm. 132, pág. 132.
2
X. núm. 36. pág. 58.
m . pág. 85.
4
I. núm. 30, pág. 46.

476
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

nadas y cuyo precio se fija de antemano en atención al conjunto o por


unidad de peso, cuenta o medida. Hay, pues, dos clases de venta en bloc:
la que se hace por un precio alzado, es decir, fijado en atención al conjun-
to de lo que se vende y aquella en que es menester pesar, contar o medir
lo que se vende para calcular el precio. La diferencia entre ambas estriba
en la manera como se calcula el precio.
Los requisitos esenciales de esta venta son dos: 1) que la cosa vendida esté
determinada por las partes, sea que se venda el total de una especie o ciertos
individuos de ella claramente individualizados; y 2) que el precio también lo
esté, sea porque se señala una suma alzada o porque su determinación depen-
de del peso, cuenta o medida. Hay venta en bloc cuando se vende todo el
trigo de un granero o todo el vino de una bodega a veinte pesos el quintal o a
dos pesos el litro, pues en ambos casos, la cosa vendida es todo el trigo y todo
el vino, y el precio es la suma que resulte de multiplicar el número total de
quintales o de litros por la unidad de precio fijado para cada quintal o litro.
Hay venta en bloc si se vende todo el trigo del granero en diez mil pesos,
porque hay cosa y precio determinados. Si las partes convienen en la venta de
tres caballos determinados en quinientos pesos los tres, o en la venta de cinco
sacos de trigo que tengo en la última pieza de mi casa en la suma de doscien-
tos pesos los cinco o a razón de veinte pesos el saco, la venta también es en
bloc por concurrir en ella las características de esta especie de venta.
En nuestra jurisprudencia encontramos algunos ejemplos de esta clase
de venta. Así la Corte de Apelaciones de Concepción calificó de venta en
bloc la que tiene por objeto todo el trigo contenido en un granero o la
parte del trigo que corresponde al vendedor en una sementera determina-
da. 1 La Corte de Apelaciones de Valparaíso ha declarado que es venta en
bloc la que recae sobre toda la chicha que el vendedor tiene en su bodega,
cuyo precio se fijó a razón de seis pesos por arroba. 2
El efecto que produce en esta venta el peso, la cuenta o la medida de
las mercaderías no es otro que calcular la suma adeudada por el compra-
dor; pero no dar existencia al contrato que se perfecciona desde que las
partes han convenido en la cosa y en el modo de señalar el precio. Cuan-
do se realiza el peso, la cuenta o la medida de las cosas vendidas el con-
trato ya está perfecto.
No hay aquí una venta condicional cuyos efectos dependan de una
operación ulterior sino una venta pura y simple que comienza a producir
sus efectos desde que se celebró. El peso, la cuenta o la medida no deter-
mina el momento de su perfección sino la suma que adeuda el compra-
dor. Esto se debe a que las partes se refirieron al peso, a la cuenta o a la
medida de las mercaderías con el objeto de establecer un medio para lle-
gar a precisar el precio. Cuando contrataron supieron cuál iba a ser éste,
si no en conjunto, al menos por cada unidad; de manera que convinieron
en el que resultare en definitiva, puesto que al aceptar las bases para fijar-
lo tuvieron que aceptar necesariamente lo que de ellos apareciera.

1
S e n t e n c i a 1.928, pág. 117, Gaceta 1888, t o m o II ( c o n s i d e r a n d o 9).
2 Sentencia 1.632, pág. 1209, Gaceta 1895, tomo I.

477
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Si u- s endo todo el grano de mi almacén por veinte liras el hectolitro,


dice Ricci, la medida que debe hacerse del grano para establecer el precio
que deba pagarse por el comprador, no impide que la compra se haya
efectuado por tanto alzado; porque siendo cierto, por la determinación
del lugar que lo contiene, cual es el grano vendido y por el cual tú has
adquirido el dominio, ve cualquiera que la medida no se ha querido por
los contratantes para determinar las mercaderías vendidas, sino únicamen-
te para calcular el precio debido por el adquirente; de donde resulta que
la compraventa realizada tiene el carácter de compra por tanto alzado."1
Si la venta en bloc se hace por un precio fijado en globo o por el total
de lo vendido el contrato también se perfecciona cuando las partes han
convenido en la cosa y en el precio y desde ese instante produce los efec-
tos que le son inherentes.
De lo expuesto se desprende que, sea que la venta de un conjunto se haga
por un precio alzado, o por un precio cuya determinación dependa del peso,
cuenta o medida de las cosas que se venden, el contrato se reputa puro y
simple desde que las partes convinieron en la cosa y en el precio, aunque no
se haya realizado el peso ni la cuenta ni la medida. Siendo esta una venta de
cuerpo cierto, los riesgos de la cosa vendida son de cargo del comprador.
Nuestro Código acepta precisamente esta doctrina en el inciso prime-
ro del artículo 1821 que dice: "Si se vende una cosa de las que suelen venderse a
peso, cuenta o medida, pero señalada de modo que no pueda confundirse con otra
porción de la misma cosa, como todo el trigo contenido en cierto granero, la pérdida,
deterioro o mejora pertenecerá al comprador, aunque dicha cosa no se haya pesado,
contado ni medido; con tal que se haya ajustado el precio".
Este artículo no distingue si el precio se fija en atención al conjunto de
lo vendido o en atención a cada unidad de lo que se vende. En ambos
casos la venta se perfecciona cuando los contratantes convienen en la cosa
y en el precio. El peso, cuenta o medida no es sino el medio establecido
por ellos para conocer el monto de este último.
Pudiera creerse tal vez que ese inciso se refiere solamente a la venta en
que el precio se ha fijado en conjunto, pues exige para la perfección del
contrato "que se haya ajustado el precio", lo que ocurre, se diría, cuando no
es necesario efectuar ninguna operación con ese objeto.
Este argumento es inaceptable, porque si así hubiera sido, el Código
no habría dicho que la pérdida, deterioro o mejora era del comprador
aunque la cosa no se hubiera pesado, contado o medido; y porque el pre-
cio se reputa ajustado cuando se fija directamente o cuando se señalan los
medios para determinarlo.
Si la ley hubiera querido referirse única y exclusivamente a la venta en que
hubiera unidad de precio no habría establecido que los riesgos eran del com-
prador, aun cuando no se hubiera pesado, contado o medido la cosa, ya que en
tal caso esa operación no se realizaría de ninguna manera pues no tendría
objeto, va que la cosa y el precio se conocerían con toda exactitud desde el

1
Tomo 15, núm. 99, pág. 242.

478
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

primer momento. Sin embargo, esa frase fue consignada porque la ley com-
prendió que todo el trigo de un granero podía venderse por un precio alzado o
por un precio fijado por unidad de medida. De ahí que para alejar toda duda
dijo que, una vez determinada la cosa y fijado el precio o el modo de determi-
narlo, el contrato se perfecciona, siendo indiferente para esto que se haya reali-
zado o no el peso, la cuenta o la medida. Cuando la ley dice "que se haya ajustado
el precio" manifiesta que las partes convengan en su monto o en la manera de
determinarlo, entre las que figura la de pesar, contar o medir la cosa que se
vende, ya que el artículo 1808 había dicho que el precio podía determinarse
por cualesquiera medios o indicaciones que lo fijen.
Se comprende también que si el Código hubiera querido que el peso,
cuenta o medida de la cosa sirviera para perfeccionar el contrato no ha-
bría dicho que los riesgos o deterioros eran de cargo del comprador antes
de esa operación. En un caso semejante, habría sido ésta la que habría
venido a precisar el momento de la formación del contrato. La ley, en
cambio, no ha atendido a este hecho para determinar el momento de su
formación sino a aquel en que hay convenio sobre la cosa y sobre el pre-
cio, ya que desde entonces pone los riesgos a cargo del comprador; y como
sabemos ese es u n o de los efectos que produce el contrato de venta cuan-
do se perfecciona. De ello se infiere que según este inciso cuando se ven-
de todo el trigo de un granero, cualquiera que sea la forma en que se haya
convenido el precio, el contrato queda perfecto desde ese instante, sin
necesidad de pesarlo, contarlo ni medirlo.
La jurisprudencia se pronuncia en el mismo sentido y ha declarado que
es venta en bloc aquella en que el precio se fija por conjunto o por unidad
siempre que la cosa vendida esté determinada y que, en consecuencia, se
perfecciona desde la fecha de su celebración aunque no se haya pesado,
contado o medido lo que se vende.
La Corte de Apelaciones de Valparaíso dice:
"l g Que el documento de fs. 1 reconocido por las partes que figuran en este
juicio, acredita la compraventa convenida entre don Cipriano Guevara y d o n Ma-
nuel Jesús Zamora, por la cual el primero vendió al segundo toda la chicha de su
cosecha en el año 1893 calculada en novecientos cincuenta arrobas próximamente
y contenida en doce tinajas y nueve toneles, todos reconocidos y probados por el
comprador, quien se comprometió por su parte a extraer la especie del lugar en
que se encontraba, en épocas y cantidades determinadas, y a pagar como precio la
suma de seis pesos por cada arroba, debiendo entregar el valor correspondiente en el
m o m e n t o de la extracción de cada partida; 2 a Que las diversas cláusulas de este
contrato, refiriéndose a una especie de las que se venden a medida, la señalan de
m o d o que no puede confundirse con otra porción de la misma cosa, por lo cual y
por haberse ajustado el precio de cada medida como base del precio total, debe reputarse
perfecto dicho contrato desde la fecha de su celebración y de cuenta del comprador la pérdida,
deterioro o mejora de la especie comprada"?
La Corte de Apelaciones de Concepción, a su vez, ha dicho:
"Que cuando se vende una cosa de las que suelen venderse a peso, cuenta o
medida, pero señalada de m o d o que no pueda confundirse con otra porción de la

1
Sentencia 1.632, pág. 1209, Gaceta 1895, tomo I.

479
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

misma cosa, cosa como ser todo el trigo contenido en un granero o la parte de
trigo que corresponde al vendedor en una sementera determinada, como el caso
concreto que contempla la escritura de fs. 1, la pérdida, deterioro o mejora perte-
nece al comprador desde que se ajustó el precio, aunque dicha cosa no se haya
pesado, contado o medido". 1
Dijimos más arriba que la venta en bloc equivalía a una venta de
cuerpo cierto. Nuestro Código confirma esa aseveración, pues exige
que la cosa esté señalada de modo que no pueda confundirse con otra
porción de la misma cosa. Esto se debe a que es requisito esencial para
que la venta sea en bloc que la cosa vendida esté, ante todo, bien deter-
minada.
Debe tenerse presente, sin embargo, que no es menester para que la
venta sea en bloc que se venda el total de una especie señalada; basta que
se vendan ciertos individuos de ella con tal que estén claramente indivi-
dualizados de manera que no pueda confundírseles con otros, como si se
venden los cinco sacos de trigo que tengo en mi casa en tal parte. Aunque
en ese ejemplo, no es todo el trigo el que se vende, la cosa vendida está
designada en forma tal que no puede confundirse con otra porción de la
misma.

599. Cabe averiguar si en el caso del inciso primero del artículo 1821
el contrato se perfecciona antes de pesarse, contarse o medirse la cosa
vendida para todos sus efectos o sólo en cuanto a los riesgos. Creemos
lo primero. Que los riesgos pertenezcan al comprador no es sino la
consecuencia de la perfección del contrato, pues aquí tiene por objeto
un cuerpo cierto que, como sabemos, perece para el acreedor desde
que se contrae la obligación. Si la cosa perece para el comprador es
evidente que la obligación se contrajo y el contrato que le dio origen
ha tenido que nacer. Corrobora esta opinión la circunstancia que el
precepto que analizamos figure en el párrafo que trata "De los efectos
inmediatos del contrato de venta", lo que manifiesta que las disposiciones
que en él se consignan tienen por objeto señalar los efectos que el
contrato de venta produce en los diversos casos que p u e d e n presentar-
se una vez que queda perfecto. Como entre esos efectos figuran los
riesgos que corre la cosa vendida, riesgos que afectan al comprador o
al vendedor según sea que se haya o no perfeccionado aquél, como
dice el artículo 1820, resulta que si pertenecen al comprador es porque
el contrato se perfeccionó puesto que sólo entonces la compraventa
produce el efecto de imponerlos a su cargo.
Aun hay más. Nuestro Código se inspiró en esta materia en el dere-
cho francés que en este caso habla de los riesgos ú n i c a m e n t e sin
aludir a los demás efectos del contrato. Pero todos los autores están
de a c u e r d o , y así se dijo en la discusión del Código de Napoleón,
que con la referencia a los riesgos de la cosa vendida se q u e r í a signi-

1
Sentencia 1.928, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II.

480
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

ficar q u e la venta se había p e r f e c c i o n a d o ya que ellos no son sino


u n a c o n s e c u e n c i a de esa perfección. 1

600. Estando perfecto el contrato de venta una vez que las partes han
convenido en la cosa y en el precio, aunque aquella no se haya pesado,
contado ni medido, nacen para ambas las obligaciones respectivas y todos
los riesgos, deterioros y mejoras de la cosa son de cargo del comprador.
Por eso, si ésta perece totalmente sin culpa del vendedor se extingue su
obligación, pero el comprador debe pagar el precio. Su determinación en
tal evento se hará por los medios de prueba ordinarios con los que se
acreditará la cantidad de mercaderías que eran materia del contrato. Una
vez determinada esa cantidad se calculará el precio. 2 Si la cosa perece par-
cialmente esta pérdida también es para el comprador. Se entiende que la
pérdida o deterioro que sufre el comprador es la que proviene del caso
fortuito. De lo contrario, queda a cargo del vendedor. Las Cortes de Ape-
laciones de Concepción 3 y de Valparaíso4 han resuelto igualmente que cuan-
do lo que se vende es todo el trigo de un granero o toda la chicha de una
bodega, sea que el precio se fije por el conjunto o por cada unidad de
medida, la pérdida o deterioro pertenece al comprador, aunque la cosa
vendida no haya sido pesada, contada ni medida.

601. El artículo 143 del Código de Comercio en su número 3 2 reproduce


para las ventas mercantiles la disposición del inciso 1° del artículo 1821
del Código Civil, esto es, que cuando la venta se hace en bloc o por un
precio alzado, los riesgos son para el comprador desde que se perfecciona
el contrato, aunque las mercaderías vendidas no se hayan pesado, contado
o medido. Dice así; "Aunque la pérdida o deterioro sobrevivientes a la perfección
del contrato provengan de caso fortuito, serán de cargo del vendedor; 3q Cuando las
mercaderías, debiendo ser entregadas por peso, número o medida, perecieren o se
deterioraren antes de pesarse, contarse o medirse, a no ser que fueren compradas a la
vista y por un tanto alzado, o que el comprador hubiere incurrido en mora de
concurrir al peso, numeración o medida ".

602. Puesto que la disposición del inciso primero del artículo 1821 del
Código Civil sólo interesa a los contratantes y suple su silencio para el caso
que nada dispongan sobre los riesgos, es claro que pueden modificarla
como mejor les plazca y estipular que en esa venta los riesgos sean para el
comprador una vez que se pesen, cuenten o midan las cosas que se venden.
Esta cláusula sería una ley para ellos, que deben acatarla lisa y llanamente y

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 1 5 0 , pág. 1 5 0 ; AUBRY ET RAU, V, pág. 2 3 , nota
4 3 ; GUILLOUARD, I, núm. 3 0 , págs. 4 3 a 4 6 ; LAURENT, tomo 2 4 , núm. 1 3 9 , págs. 1 4 1 a 1 4 6 ;
FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núms. 3 4 0 y 3 4 1 , pág. 8 2 7 , RLCCI, 1 5 , núm. 1 0 0 , pág. 2 4 3 ;
MARCADÉ, V I , p á g . 1 5 0 .
2
RlCCI, 1 5 , n ú m . 1 0 0 , p á g . 2 4 4 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 3 0 , p á g . 4 6 .
3
Sentencia 1.928, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II (considerando 9).
4
Sentencia 1.632, pág. 1209, Gaceta 1895, tomo I (considerando 2).

481
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

querría decir que convirtieron en venta al peso, cuenta o medida lo que era
una venta en bloc.

603. Fuera de las dos especies de venta en bloc ya señaladas hay otras dos más
y son las siguientes: 1) cuando lo que se vende por un precio fijado por cada
unidad no es un conjunto sino una cuota o parte alícuota del mismo; y
2) cuando, vendiéndose un conjunto por un precio alzado, se alude a la
cantidad de las cosas vendidas.
Fjemplo del primer caso es la venta de la tercera parte del trigo conte-
nido en tal granero; la mitad del vino contenido en mi bodega; y del se-
gundo, la venta de mi cuba de vino que contiene cien decalitros en dos
mil pesos; de mi rebaño de cien cabezas en tres mil pesos; de una cosecha
de vino que comprende novecientos cincuenta arrobas en mil pesos, etc.

604. En la primera clase de venta, sea que el precio se fije por el total o por
unidad, el contrato versa sobre una cosa determinada, porque siendo deter-
minado el total debe serlo una cuota o parte alícuota del mismo. Esta venta
ser perfecciona sobre la parte vendida cuando hay acuerdo en la cosa y en
el precio. Si la cosa de donde se sacará lo vendido perece en su totalidad
antes de pesarse, contarse o medirse lo que se vende, la pérdida es para el
comprador por lo que se refiere a la parte vendida, y para el vendedor por
la que no se ha vendido. En los ejemplos propuestos, la tercera parte del
trigo y la mitad del vino perecerían para el comprador, y los dos tercios del
trigo y la otra mitad del vino para el vendedor. Si la pérdida es parcial la
soportarán proporcionalmente ambas partes.1 La Corte de Apelaciones de
Concepción ha declarado igualmente que en una venta de esa naturaleza,
como lo es la de todo el trigo que puede corresponder al vendedor en una
sementera determinada, la pérdida es para el comprador, aunque la cosa no
se luna pesado, contado o medido. 2 Ricci confirma esta opinión diciendo.
"Para que la compraventa se repute como hecha por tanto alzado, no es
necesario que se vendan todas las mercaderías que se contienen en un lugar
determinado, pues es suficiente que una parte proporcional o una cuota
determinada de la misma sea vendida. Si te vendo, por ejemplo, la mitad o
la tercera parte del grano que tengo en mi granero, tú sabes ya cuál es el
grano que te he vendido y puedes considerarte de repente el propietario de
la parte enajenada. Además, si la venta de todo el grano de mi granero se
hizo teniendo por objeto una cosa cierta y determinada, no puede dejar de
ser, del mismo modo, venta de cosa cierta y determinada, aquella que tiene
por objeto la mitad, la tercera parte, etc., de la cantidad entera; porque
dada la terminación de la cosa en su totalidad son determinadas también las
panes singulares que la compongan". 3

1
GUILLOUARD, I, núms. 3 1 y 32, pág. 64; MARCADÉ, V I , pág. 156; BAUDRY-LACANTINE-
R1E. núm. 1 5 3 , pág. 1 5 4 .
- Sentencia 1928, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II (considerando 9).
Tomo 15, núm. 99, pág. 243.

482
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

605. Cuando se vende un conjunto por un precio alzado la venta es siempre en


bloc, aunque se mencionen la cantidad o las unidades a que asciende lo vendi-
do, pues el precio se ha fijado en atención al conjunto y no a las unidades. Así
lo ha resuelto también la Corte de Apelaciones de Valparaíso.1 Ese señalamien-
to puede producir efectos diversos en el contrato según sea el valor que las
partes le han atribuido, pero en ningún caso afecta a su perfección. Si se hizo
por vía ilustrativa no da ningún derecho al comprador en caso de no tener la
cosa las unidades mencionadas, de acuerdo con los artículos 1833 y 1835 del
Código Civil. Si tuvo por objeto dar a conocer la capacidad o cantidad de lo
que se vende, es decir, si la venta se hace con relación a la cabida, en virtud de
los artículos 1831, 1832 y 1835 del mismo Código, el comprador tendrá dere-
cho, en caso de déficit, para exigir que se le complete la cantidad indicada,
para que se le rebaje proporcionalmente el precio, o para que se resuelva el
contrato, según los casos, ya que el comprador contaba con esa cantidad en
vista de la cual contrató. Pero esa indicación no produciría en ningún caso
más efectos que los apuntados ya que el contrato no se celebró en atención al
número de unidades que contenía la cosa. Si se habló de ellas fue, como dice
Marcadé, para proporcionar mayores datos al comprador.
Por eso si se vende por un precio alzado un conjunto de mercaderías
señalando la cantidad, este señalamiento no da al contrato el carácter de
venta al peso, cuenta o medida, que se reputará perfecto desde que las
partes han convenido en la cosa y en el precio, aunque resulte mayor o
menor cantidad que la mencionada. Los autores están unánimemente de
acuerdo con este punto. 2

606. La venta es al peso, cuenta o medida cuando es menester pesar, con-


tar o medir la cosa que se vende para llegar a determinarla. Si vendo, por
ejemplo, cincuenta quintales de trigo que tengo en mi granero a veinte
pesos el quintal o a ochocientos pesos los cincuenta quintales, el precio
está perfectamente determinado en ambos casos, pues son mil pesos en el
primero y ochocientos en el segundo. Pero la cosa vendida, los cincuenta
quintales, no está determinada; las partes no saben qué parte del trigo es
la vendida; sólo saben que son cincuenta quintales de los que hay en el
granero, pero se ignora cuáles son esos quintales. Es necesario proceder a
pesarlos y una vez pesados se individualiza la cosa y el contrato queda
perfecto en todas sus partes.
La venta se entiende celebrada al peso, cuenta o medida en los dos casos
siguientes: 1) el caso típico es cuando se vende cierto número o cantidad de
mercaderías a elegir entre mayor cantidad, como si vendo diez litros de vino
del contenido en mi barrica, sea que el precio se fije en atención al total de

1
Sentencia 1.632, pág. 1209, Gaceta 1895, tomo I.
2
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 5 3 , p á g . 1 5 5 ; POTHIER, III, n ú m . 3 0 9 , p á g . 1 2 6 ; MARCA-
DÉ, V I , pág. 1 5 6 ; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 344, pág. 8 2 7 ; TROPLONG, I, núm.
92, pág. 1 0 3 .

483
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

lo vendido o a cada unidad; 1 y 2) cuando las mercaderías vendidas sólo están


determinadas por su género, como si se vendieran tres barriles de vino, dos
cajones de azúcar, sea que el precio se fije, como en el caso anterior, en
atención al total de lo que se vende o a cada individuo.
Tanto en uno como en otro caso nada significa que el precio se fije por
el conjunto o en atención a una unidad de peso, cuenta o medida, porque
está claramente determinado. Lo que sí viene a caracterizar esta venta es
la indeterminación de la cosa que se vende que, sólo una vez pesada, con-
tada o medida, adquirirá la calidad de determinada.
Las ventas al peso, cuenta o medida, es decir, aquellas en que la deter-
minación de la cosa depende del peso, cuenta o medida de lo vendido, no
se perfeccionan definitivamente en tanto no se realiza esa operación y
desde este momento quedan completas en todos sus aspectos. En el mis-
mo sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Concepción. 2

607. Conviene precisar si esa operación del peso, cuenta o medida es una
condición suspensiva a la cual el contrato subordina su existencia o un
requisito esencial para que éste exista. Para resolver esta cuestión se re-
quiere precisar otra antes, y es la de saber si el contrato existe para todos
sus efectos desde que la cosa se pesa, se cuenta o se mide o si existe para
algunos únicamente. En otras palabras, es menester saber desde cuando
hay vínculo contractual entre las partes, si desde que convienen en el con-
trato o si desde que las cosas vendidas se pesan, cuentan o miden.
Nuestro Código Civil, a semejanza del francés, consigna disposiciones
que resuelven la cuestión.
Ante todo, en el inciso 2 e del artículo 1821 define lo que se entiende
por venta al peso, cuenta o medida, estableciendo que "Si de las cosas que
suelen venderse al peso, cuenta o medida, sólo se vende una parte indeterminada,
como diez, fanegas de trigo de las contenidas en cierto granero, la pérdida, deterioro o
mejora no pertenecerá al comprador, sino después de haberse ajustado el precio y
después de haberse pesado, contado o medido dicha parte". Según este artículo
los riesgos y deterioros serán de cargo del comprador cuando existan co-
pulativamente dos requisitos: 1) que se haya ajustado al precio; y 2) que
las cosas vendidas se pesen, cuenten o midan, pues entonces se tendrá el
precio y la cosa objeto del contrato. Si falta uno de esos requisitos la venta
no podrá perfeccionarse por ausencia de uno de los elementos esenciales
para su existencia.
En seguida, el artículo 1822 dispone: "Si avenidos vendedor y comprador
en el precio, señalaren día para el peso, cuenta o medida, y el uno o el otro no
comparecieren en él, será éste obligado a resarcir al otro los perjuicios que de su
negligencia resultaren; y el vendedor o comprador que no faltó a la cita podrá, si le

1
La sentencia 2.402, pág. 1482, Gaceta 1887; tomo II, de la Corte de Apelaciones de
Concepción ha calificado de venta de esta especie la que se refiere a trescientos cincuenta
arrobas de mosto, al precio de trece pesos cada arroba.
- Sentencia 2.404, pág. 1482, Gaceta 1887, tomo II (considerando 2).

484
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

conviniere, desistir del contrato". En conformidad a este precepto, siempre


que las partes hayan convenido en el precio tendrán acción para exigir el
cumplimiento o la resolución del contrato.
Esto nos lleva a las siguientes conclusiones: 1) antes de ajustarse el
precio, aunque las mercaderías se pesen, cuenten o midan, no hay contra-
to en virtud del inciso 2fi del artículo 1821; 2) una vez convenidas en el
precio y en la cosa aquél se perfecciona para todos sus efectos, menos en
lo relativo a saber a quién pertenecen los riesgos; y 3) una vez pesadas,
contadas o medidas las mercaderías el contrato queda perfeccionado en
todos sus aspectos. Hay un proceso evolutivo que, para apreciarlo mejor,
citaremos un ejemplo: A vende a B diez fanegas de trigo a veinte pesos la
fanega. Las partes convienen en el precio y señalan la cosa materia de la
venta. El contrato, en este momento, queda perfecto en cuanto da a las
partes las acciones que señala el artículo 1822. Por último, se pesan las
diez fanegas y desde este instante los riesgos son para el comprador.
De aquí resulta que la operación del peso, cuenta o medida viene a
determinar los riesgos de la cosa únicamente; pero no a dar vida al contra-
to mismo ya que el vínculo jurídico existió desde antes y en virtud de él
tienen las partes las acciones que les confiere el artículo 1822. Se com-
prende que si aún no hubiera contrato, tales acciones no podrían tenerlas
los contratantes puesto que son propias de un contrato perfecto.
Las ventas al peso, cuenta o medida son genéricas. Lo que se debe es
uno o más individuos indeterminados de cierta clase; y sabemos que la
obligación de género existe desde que se contrae, no siendo la entrega
sino el medio de determinar cuál es la cosa que se debe. En estas ventas el
vendedor tiene obligación de entregar ciertos individuos indeterminados
de cierto género. Luego el contrato y la obligación que de él nace existen
desde el acuerdo de las partes y la operación del peso, cuenta o medida
determinará cuál es la cosa que se vende.
Podemos concluir que la operación del peso, cuenta o medida no es
un elemento mismo del contrato, sino una condición suspensiva que tiene
por objeto determinar a quién pertenecerán desde ese momento los ries-
gos de la cosa; ya que para todos los demás efectos aquel se perfecciona
cuando las partes han convenido en el precio y en la cosa. Según esto, la
venta la peso, cuenta o medida es una venta condicional bajo condición
suspensiva que consiste en la operación de pesar, contar o medir la cosa.
De ahí por qué los riesgos son para el vendedor en tanto no se realice esa
operación. 1

608. Para determinar a quién pertenecen los riesgos en las ventas que se
hacen al peso, cuenta o medida, debemos distinguir si la pérdida o dete-

1
LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 3 6 , p á g . 1 3 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m s . 1 5 0 y 1 5 1 , p á g s . 1 5 0
a 1 5 2 ; GUILLOUARD, I, n ú m s . 33 y 3 4 , p á g s . 47 y 4 8 ; AUBRY ET RAU, V, p á g . 2 1 ; TROPLONG, I,
n ú m . 8 2 , p á g . 8 8 ; H U C , X , n ú m . 1 5 , p á g . 2 8 ; MARCADÉ, V I , p á g . 1 5 7 ; FUZIER-HERMAN, t o m o
3 6 , Vente, n ú m s . 3 5 4 a 4 1 2 , p á g s . 8 2 8 a 8 3 1 ; RlCCI, 1 5 , n ú m . 9 9 , p á g . 2 4 1 .

485
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

rioro acaece antes o después que el comprador se haya constituido en


mora de comparecer el día señalado para realizar esa operación.

609. Estudiaremos primeramente el caso en que la pérdida ocurre con anterio-


ridad a la mora del comprador. La regla general es que la pérdida o deterioro
pertenezca al vendedor, pues, según el inciso 2Q del artículo 1821, en estas ven-
tas los riesgos son de su cargo en tanto no se realice el peso, la cuenta o la
medida. Sólo desde este momento pertenecen al comprador, ya que éste es el
efecto primordial que dicha operación produce. Bien entendido que nos referi-
mos a la pérdida o deterioro fortuito, porque si proviene del hecho o culpa del
vendedor y con ella se ocasionaren peijuicios al comprador, aquél deberá in-
demnizarlos en conformidad a las reglas generales.
Dentro de este caso pueden presentarse dos situaciones. Las cosas de las
cuales van a tomarse las que se venden perecen totalmente o en parte. Así por
ejemplo, te vendo diez fanegas del trigo que tengo en mi granero. La cuestión
se presenta en formas diversas según sea que perezca todo el trigo de mi grane-
ro o una parte del mismo.

610. Si la pérdida es parcial, si queda intacta una parte de las cosas de


donde van a tomarse las que se han vendido y acaece antes de realizarse el
peso, la cuenta o la medida, pertenece al vendedor, en virtud del inciso 2 a
del artículo 1821. Si, en el ejemplo propuesto, hay doscientas fanegas en
el granero y perecen cien, yo las pierdo, porque del resto tendré que en-
tregarte las diez que te vendí.

611. Si la pérdida es total, si perece la totalidad de las cosas de donde


van a tomarse las que se han vendido, la cuestión ya es de más difícil
solución. Se trata de averiguar si esa pérdida afecta al vendedor o al
comprador, es decir, determinar la persona que debe soportar los riesgos
cuando las cosas perecen en su totalidad antes de pesarse, contarse o
medirse. Tres opiniones se han emitido al respecto entre los autores fran-
ceses, debido a que el artículo 1585 del Código francés dice únicamente:
"La venta no se perfecciona por lo que respecta a los riesgos, que que-
dan a cargo del vendedor, en tanto las cosas vendidas no se pesen, cuen-
ten o midan".
La primera de las opiniones aludidas es la que sustentan Baudry-La-
cantinerie 1 y Laurent. 2 Según ellos la pérdida total de la cosa es para el
vendedor, porque los riesgos son para el comprador una vez que las cosas
se pesen, cuenten o midan, y como la ley no distingue si la pérdida es
parcial o total para aplicar esa regla y, en cambio, dice sencillamente que
la pérdida afecta al vendedor si aquellas perecen antes que esa operación
se realice, no cabe duda que en ambos casos la regla debe ser una misma,

1
De la vente, núm. 149, pág. 148.
- Tomo 24, núm. 139, pág. 143.

486
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

lo que es más efectivo aun si se atiende a que la ley ni siquiera habla de


pérdida, sino de riesgos, expresión que comprende la total y la parcial.
La doctrina opuesta encuentra sus ardientes defensores en Guillouard 1
y en Colmet de Santerre que sostienen que las ventas al peso, cuenta o
medida lo que se vende es cierto número de individuos de un género
determinado, de una categoría señalada. La obligación es genérica en cuan-
to a los individuos y específica o de cuerpo cierto en cuanto a la categoría
o clase a que pertenecen, de donde resulta que la obligación del vendedor
consiste en entregar tantos individuos del trigo que tengo en mi granero, es
decir, de ese trigo y no de otro. La obligación tiene por objeto ciertos
individuos de un genus limitatum; pereciendo éste por completo, sin culpa
del vendedor, se extingue su obligación, pues se encuentra en la imposibi-
lidad de entregar y el comprador debe el precio, ya que es acreedor de
cuerpo cierto.
Entre ambas doctrinas ha surgido una intermedia ideada por Huc, 2 quien,
no aceptando el principio de Laurent fundado en que la ley no distingue en este
caso entre la pérdida total y la parcial y sin desecharlo tampoco en absoluto,
sostiene que el genus limitatum no existe en sí y no puede serlo sino en virtud de
la intención de las partes, lo que lleva a la conclusión de que en esta materia
debe estarse a esa intención. Y para saber si la cosa vendida ha sido tomada en
una categoría designada será menester ver si aquellas han considerado esa
categoría como limitada o como ilimitada. Esto no es difícil, dice, si los con-
tratantes se han explicado claramente sobre esta materia; si nada han dicho,
será necesario extraer su intención de los hechos y circunstancias del contrato.
Para hacer comprender mejor su teoría Huc presenta dos ejemplos al res-
pecto, que, por su claridad y concisión, vale la pena reproducir: "Así, por ejem-
plo, cuando un propietario no comerciante vende diez hectolitros de trigo
provenientes de su cosecha, y que se sacarán de una mayor cantidad contenida
en sus graneros, se puede admitir fácilmente que ha querido traspasar al com-
prador los riesgos de la cantidad vendida, de manera que el vendedor puede
reclamar el precio en caso de pérdida total de la categoría indicada, sin ser
obligado a procurarse otra para ofrecer al comprador una cantidad igual de
trigo. El comprador deberá, en este caso, soportar el riesgo, no porque hay un
genus limitatum, sino porque tal ha sido la intención de las partes y la ley del
contrato.
"Al contrario, si es un comerciante en granos el que ha vendido diez
hectolitros de trigo que se sacan de una cantidad mayor que tiene en su
almacén, la expresión 'en su almacén' debe ser considerada como una in-
dicación indiferente, pues el objeto de un almacén es estar indefinida-
mente provisto por nuevas adquisiciones. Por consiguiente, en caso de
pérdida total, el vendedor no podrá reclamar el precio sino cuando esté
en situación de procurar al comprador una cantidad de trigo igual a la

1
I, núm. 33, pág. 47.
2
X , núm. 16, pág. 30.

487
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

que pereció; es la ley del contrato. En definitiva, será siempre necesario


aplicar el artículo 1585 del Código francés, a menos que las partes no
hayan convenido en crear lo que se ha llamado un genus limitatum ".'
¿Cuál de esas opiniones es la más aceptada? Depende del criterio de
cada uno, pues hay tan buenas razones para sostener cualquiera de ellas.
Por lo demás, la discusión para nosotros carece de importancia, como
vamos a verlo; pero, si teóricamente debiéramos pronunciarnos por al-
gunas de las tres, nos inclinaríamos por la de Huc por considerarla la
más acertada.
Si es verdad que el artículo 1585 del Código francés no distingue entre
la pérdida total o parcial, no puede negarse que las partes, al referirse al
peso, cuenta o medida, lo hicieron con el objeto de determinar por ese
medio la cosa que compraban, cuya calidad y condiciones ya conocían,
desde que contrataron sobre tantos individuos de tal categoría. Cuando A
compra a B cien kilos del trigo de su granero, han contratado en atención
a ese trigo y no a otro; limitaron la fuente de producción de las especies
que iban a señalarse por el peso, cuenta o medida. Hay aquí una verdade-
ra obligación de cuerpo cierto que es a la vez de género. Lo vendido son
cien kilos de trigo, obligación de género. Pero de ¿cualquier trigo? No,
únicamente del trigo del granero de B y no de otro; de modo que si se
quema todo el trigo y no queda nada, la obligación de B, siendo de cuer-
po cierto, no puede cumplirse y se extingue, aunque el comprador debe
pagar el precio.
La doctrina de Guillouard es demasiado absoluta, pues considera que
en esta venta existe la obligación de entregar siempre ciertos individuos
de una categoría determinada. Esto no es exacto, puesto que puede ocu-
rrir que las partes no hayan precisado la categoría de donde deban tomar-
se los individuos vendidos, lo que daría a la obligación el carácter de
genérica, por cuyo motivo, aun cuando perecieran todas las especies de
una categoría, no pereciendo todo el género, subsistiría la obligación y la
pérdida sería para el vendedor.
Esta duda no se presenta entre nosotros porque el punto está resuelto
en forma clara y terminante por el artículo 1821. El inciso 2 9 de este ar-
tículo dice en forma precisa: "La pérdida, deterioro o mejora no pertenecerá al
comprador, sino después de haberse ajustado el precio y de haberse pesado, contado o
medido dicha parte". A contrario sensu se desprende que mientras esa parte
no se pese, cuente o mida, por cualquiera razón que no provenga de la
culpa de una de las partes, la pérdida, deterioro o mejora pertenece al
vendedor. Aquí se dice claramente que la pérdida total es del vendedor
hasta ese momento, pues la palabra "pérdida" se refiere a la pérdida total
ya que la parcial se designa con la expresión "deterioro".
La cuestión está resuelta en nuestro Código en el sentido que la pérdi-
da tanto total como parcial y el aumento que sobrevengan en la cosa antes
de pesarse, contarse o medirse, pertenecen al vendedor. Esta opinión se

1
X. núm. 16, pág. 31.

488
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

confirma con la frase final del artículo 1821 que dice: "Y de haberse pesado,
contado o medido dicha parte" lo que manifiesta en forma evidente el espíritu
del legislador relativo a que los riesgos pertenecen al comprador sólo una
vez que se pese, cuente o mida la parte que se vende. Si la cosa perece
totalmente antes de esa operación la pérdida afecta al vendedor, quien, a
su vez, se libera de su obligación por el caso fortuito; pero el comprador
tampoco está obligado a pagar el precio, aunque teóricamente debiera
estarlo dentro de los principios de nuestro Código, pues el inciso 2 9 del
artículo 1821 dispone lo contrario.
Esta solución es conforme en todas sus partes con la doctrina romana,
según la cual la pérdida total de la cosa antes del peso, cuenta o medida
era del vendedor. 1 La ley 24, título V de la Partida V esclarece aún más el
espíritu de la disposición que analizamos en orden a que la pérdida total
que sobreviene antes del peso, cuenta o medida pertenece al vendedor sin
que el comprador esté obligado a pagar el precio. Dice en la parte perti-
nente: "E si tales cosas como estas se vendiessen por peso, o por medida e
se perdiessen, o se empeorassen, antes que fuessen pesadas, o medidas;
estonce seria el peligro del vendedor, no del comprador, magüer fuessen
ambos avenidos en el precio". De aquí se tomó el artículo 1821.
En vista de lo expuesto creemos que no podría sostenerse que en nues-
tro Código es cuestión de interpretación la referente a saber a quién per-
tenece la pérdida total acaecida antes del peso, cuenta o medida. Si así
quisiera hacerse se falsearía el espíritu de la ley y su tenor literal que es
clarísimo. Para determinar quien debe soportar esta pérdida no debe aten-
derse a si las partes han creado o no un genus limitatum, sino únicamente a
este hecho: ¿se realizó o no el peso, la cuenta o la medida? Si se realizó, la
pérdida total es del comprador, pues el contrato quedó perfeccionado bajo
todos sus aspectos; si no se ha realizado, la pérdida total es del vendedor,
según los términos del inciso 2 S del artículo 1821.

612. Para saber a quien pertenecen los riesgos si las cosas perecen antes
de pesarse, contarse o medirse, pero después del día señalado para efec-
tuar esta operación, que no se verificó, debemos distinguir si no se llevó a
cabo por culpa del comprador o sin su culpa. En este último caso la pérdi-
da es del vendedor, ya que el comprador no responde del caso fortuito, o
bien la culpa pudo haber sido del vendedor y como es dueño de la cosa, la
pérdida tiene que afectarle.

613. Pero si ha habido culpa del comprador, si la operación no se verificó


en el día señalado por su hecho o culpa, ha incurrido en mora, que no
puede peijudicar al vendedor, quien estaba llano a realizarla. No es justo
que la pérdida afecte a éste; debe afectar al comprador quien está obliga-
do a indemnizarle los peijuicios que le haya ocasionado. Es cierto que el
artículo 1821 dice que antes de pesarse, contarse o medirse la cosa, la

' CUQ, II, pág. 408.

489
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

pérdida pertenece al vendedor; pero no lo es menos también que este


artículo no se refiere al caso de mora del comprador, en que se modifica
esa regla por los principios generales que rigen aquella.
El comprador era deudor de una obligación de hacer, que en caso de
no cumplirse, se resuelve en una indemnización de perjuicios, según el
artículo 1553 del Código Civil. En consecuencia, aquel deberá pagar al
acreedor los peijuicios de la mora o inejecución; y si la cosa perece total o
parcialmente después del día señalado, debe pagarle su valor. Igual solu-
ción tenía este punto en las Siete Partidas como puede verse en la ley 24,
título V de la Partida V que dice: "Si el comprador non viniesse aquel dia
que señalaron, e despues desto se perdiesse o se menoscabasse, estonce
seria el peligro del comprador".
El número 3 e del artículo 143 del Código de Comercio establece el
mismo principio del Código Civil, o sea, que si las cosas perecen o se
deterioren antes del peso, cuenta o medida la pérdida o deterioro afecta
al vendedor a menos que el comprador hubiere incurrido en mora de
concurrir al peso, cuenta o medida, pues entonces esa pérdida o deterioro
afectan a él.

614. Si el peso, cuenta o medida no se verifica en el día señalado por


culpa del vendedor y la cosa perece después de esa fecha, es fuera de toda
discusión que tal pérdida afecta a él únicamente quien está obligado, ade-
más, a indemnizar al comprador los peijuicios que le cause con la mora o
inejecución del contrato.

615. Lo expuesto nos sirve también para determinar a quién corresponde


la pérdida parcial de la cosa que vende ocurrida antes de pesarse, contarse
o medirse, pero que afecta a tan gran parte de ella que el vendedor no
alcanza a entregar al comprador todo lo comprado. Se han vendido, por
ejemplo, cien kilos de trigo de un granero en que hay ciento cincuenta;
perecen cien y quedan cincuenta, de modo que faltarían cincuenta para
completar lo vendido. Nos parece que la solución debe ser igual a la ante-
rior, esto es, que el comprador está obligado a pagar el precio de la parte
que se le entrega, pereciendo el resto para el vendedor. El artículo 1821
no admite otra interpretación.

616. Una vez que las cosas hayan sido pesadas, contadas o medidas el ries-
go es para el comprador aunque no las haya recibido, pues desde ese
momento es acreedor de cuerpo cierto. El inciso 2 a del artículo 1821 lo
dispone así expresamente.

617. Antes de continuar adelante con esta materia conviene dilucidar


un punto que puede prestarse a dudas en nuestro Código a causa de los
ejemplos que menciona el artículo 1821 para indicar cuándo hay una
clase de venta y cuándo hay otra. Hemos dicho que lo que diferencia
sustancialmente ambas especies de venta es la determinación de la cosa.
Si está determinada, de modo que no pueda confundirse con otra por-

490
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

ción de la misma cosa, sea que el precio se fije por el conjunto o a tanto
la unidad de peso, cuenta o medida, la venta es en bloc; si se vende una
parte indeterminada de la cosa, cualquiera que sea la forma en que se
fije el precio, la venta es al peso, cuenta o medida. En la primera, el
contrato se perfecciona en todos sus aspectos y los riesgos son para el
comprador cuando las partes convienen en la cosa y en el precio, aun-
que no se haya realizado el peso, cuenta o medida. En la segunda, el
contrato también se perfecciona en el momento del acuerdo de la cosa y
en el precio, eso sí que su definitivo perfeccionamiento depende de la
condición suspensiva de que las cosas se pesen, cuenten o midan; sólo
u n a vez cumplida ésta, el contrato produce plenos efectos y los riesgos
son para el comprador, ya que antes de eso pertenecen al vendedor. Tie-
ne, pues, capital importancia precisar cuando la cosa está determinada e
insistimos en esto porque los ejemplos que señala el artículo 1821 pue-
den inducir a error.
Cuando lo vendido es todo el trigo de un granero no hay duda alguna,
como tampoco la hay si se venden diez fanegas del trigo contenido en
cierto granero, porque el Código resuelve el caso. Pero la duda puede
surgir si se venden cinco sacos de trigo que tengo guardados en la última
pieza de mi casa o que tengo en la bodega de A, pues no se vende ni toda
la cosa ni una parte indeterminada de la misma. Creemos, sin embargo,
que la cuestión es clara y que en este caso la venta es en bloc, porque la
cosa está determinada e individualizada de modo que no puede confun-
dirse con otra porción de la misma y, por lo tanto, el peso, cuenta o medi-
da que se haga de los sacos no servirá para determinar la cosa sino el
precio. Si el Código se ha referido a todo el trigo de un granero ha sido
por vía de ejemplo y no con el objeto de significar que solamente cuando
se vende toda clase la venta es en bloc, pues esto no sólo importaría un
absurdo ya que lo vendido sería una parte específica del género, sino tam-
bién porque lo que ha querido demostrar es que cuando se vende una
cosa determinada que no puede confundirse con otra porción de la mis-
ma cosa, como por ejemplo todo el trigo de un granero, la venta queda perfecta
en el acto.
La regla es, pues, sencillísima: ¿es necesario pesar, contar o medir las
cosas para determinarlas? La venta es al peso, cuenta o medida. En cam-
bio, si las cosas están determinadas, aunque lo que se vende no sea la
totalidad, de manera que no es necesario pesarlas, contarlas o medirlas la
venta es en bloc.
Algunos ejemplos aclararán más aún la dificultad. Te vendo los cien
sacos de trigo que tengo en la estación a veinte pesos el quintal. Esta es
una venta en bloc, porque aunque no se vende todo el trigo de la cosecha,
se vende una cosa señalada de modo que no puede confundirse con otra
porción de la misma cosa, ya que lo vendido son esos cien sacos claramen-
te individualizados.
Por el contrario si te vendo cien quintales de trigo de los que tengo
ensacados en la estación, la venta es al peso, pues el trigo no está determi-
nado; se sabrá qué parte es la vendida cuando se pese, desde que no es

491
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

todo el trigo que tengo en la estación el que te vendí sino una parte de él
ascendente o cien quintales.
Otro ejemplo: te vendo los diez caballos blancos que tengo en mi fun-
do a cien pesos cada uno, o bien el lote de caballos blancos que tengo en
el potrero tal de mi fundo por la suma de mil pesos o a cien pesos cada
caballo. La venta es en bloc, porque los caballos están determinados e
individualizados.
Pero si te vendo un lote de veinte caballos de los que tengo en mi
fundo a cien pesos cada uno, la venta es la cuenta pues mientras los caba-
llos no se cuenten, no se conocerán cuáles son los vendidos.
Del mismo modo, si te vendo los tres metros de paño negro de tal marca
que tengo en el cajón de la mesa de mi almacén, la venta es en bloc, aun
cuando no haya más paño de esa marca en el almacén; la cosa está determi-
nada, porque lo vendido son esos tres metros y no otros. Pero si te vendo
tres metros de paño negro del que tengo en mi almacén, la venta es a la
medida puesto que la cosa se determinará una vez que se mida.
No es menester, como se ve, que se venda el total de la especie que
tiene el comprador para que la venta sea en bloc; basta que se venda una
parte de ella siempre que esté determinada de tal modo que no se pueda
confundir con otra porción de la misma cosa. Si ésta es indeterminada y va
a determinarse por el peso, cuenta o medida, la venta es al peso, cuenta o
medida.

618. Las acciones que las partes contratantes tienen antes de verificar el
peso, la cuenta o la medida de las mercaderías vendidas en las ventas en
bloc como en las que se hacen al peso, cuenta o medida son las que señala
el artículo 1822 que, reducidas a su más simple expresión, consisten en
exigir el cumplimiento o la resolución del contrato.
Dice ese artículo: "Si avenidos vendedor y comprador en el precio, señalaren
día para el peso, cuenta o medida, y el uno u el otro no comparecieren en él, será éste
obligado a resarcir a otro los perjuicios que de su negligencia resultaren; y el vende-
dor o comprador que faltó a la cita podrá, si le conviniere, desistir del contrato".
Esta disposición se aplica cuando la inasistencia del contratante es cul-
pable. De lo contrario no tiene responsabilidad alguna; nadie responde de
la fuerza mayor. Si estaba enfermo o si se cortó un puente y no pudo
llegar, por ejemplo, no tiene ninguna responsabilidad. La apreciación de
si hubo o no culpa en la inasistencia es una cuestión de hecho que corres-
ponde al juez.
Las partes tienen estas acciones, aun antes de pesarse, contarse o me-
dirse la cosa, pues el contrato tiene vida jurídica desde que se ha ajustado
el precio y señalado aquella.
A primera vista pudiera creerse que según el artículo 1822, cualquiera
de las partes tuviera como único derecho el de resolver el contrato en caso
que la otra no comparezca el día señalado para el peso, cuenta o medida, ya
que la ley dice que el que compareció tiene derecho para que el inasistente
le indemnice los peijuicios y para desistirse del contrato; y no dice ni una
palabra sobre si puede llevarlo adelante. Sin embargo, el contratante inasis-

492
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

tente tiene derecho, según ese artículo, para exigir el cumplimiento del
contrato con indemnización de peijuicios. Por lo que hace a estos no hay
cuestión, pues el Código dispone que el que no compareciere será obligado
a resarcir al otro los peijuicios que de su negligencia resultaren sin distin-
guir si el asistente pide la resolución o el cumplimiento del contrato.
Dijimos que el contratante asistente tiene derecho para pedir su cum-
plimiento, porque según el artículo 1822 tiene la facultad de desistirse o
no de la venta. Dicho artículo dice que "El vendedor o comprador que no faltó
a la cita podrá, si le conviniere, desistir del contrato". La palabra "podrá" indica
la idea de facultad. Es una ley permisiva que deja al contratante en liber-
tad para hacer o no hacer una cosa. Esta aseveración tiene su mayor prue-
ba en la frase que sigue "si le conviniere" con la que se ha querido reforzar
aún más la facultad conferida al contratante asistente para que se desista o
no del contrato, puesto que él decidirá si le conviene o no hacerlo; si le
conviene se desistirá, y si no le conviene no se desistirá.
La ley es facultativa, no imperativa. Deja al contratante en la libertad
de exigir el cumplimiento del contrato en caso que, por no convenirle la
resolución del mismo, no opte por su desistimiento. Se trata aquí de un
contrato bilateral perfecto cuya inejecución da a cada contratante, si el
otro se resiste a su cumplimiento, el derecho de pedir su ejecución o su
resolución, según el artículo 1489 del Código Civil, que se aplica a este
caso desde que no existe ninguna disposición en contrario.
El contratante que no faltó a la cita exigirá el cumplimiento del con-
trato por los medios ordinarios señalados por la ley para este efecto. Si el
contrato no consta de un título ejecutivo será necesario exigir su cumpli-
miento por la vía ordinaria; y si el demandante obtiene en el juicio tendrá
un título ejecutivo para exigir por esa vía la entrega de las mercaderías o
del precio, según los casos. Si para realizar estos actos fuere obligación
previa la de asistir al peso, cuenta o medida, tratándose de una obligación
de hacer, se procederá con arreglo al procedimiento establecido por el
cumplimiento de esta clase de obligaciones.
Debe tenerse presente que las acciones para exigir el cumplimiento o
la resolución del contrato competen a ambas partes. En esta materia nues-
tro Código fue más preciso que el francés que sólo se refirió al compra-
dor; pero los tratadistas han hecho también extensiva esta disposición al
vendedor con lo que se ha salvado el olvido de la ley.1
Por último, cabe preguntarse si el artículo 1822 se refiere a los dos
incisos del artículo 1821 o únicamente al segundo. Como en los casos de
ambos incisos del artículo 1821 será menester pesar, contar o medir las
cosas vendidas, es indudable que ese artículo se refiere a uno y a otro ya
que no distingue a cual se aplica. Si una de las partes no comparece a
practicar el peso, cuenta o medida, la otra podrá pedir la resolución o el
cumplimiento del contrato, pues ello importa la inejecución de las obliga-
ciones nacidas de aquél. Sin embargo, la disposición del artículo 1822 no

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 151, p á g . 152; GUILLOUARD, I, n ú m . 3 4 , p á g . 4 8 .

493
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

es necesaria respecto del inciso I a porque estando perfecto el contrato,


quedan subentendidas esa acciones para los contratantes. Aun sin el artículo
1822 cualesquiera de ellas habría podido emplearlas, en caso de inejecu-
ción de las obligaciones de la otra.
En el caso del inciso 2 a del artículo 1822 la cosa era dudosa. El contra-
to parece perfeccionarse una vez pesadas, contadas o medidas las cosas
vendidas, porque desde entonces corren los riesgos por cuenta del com-
prador. La ley temió que pudiera creerse que antes de esas operaciones no
había contrato y para obviar el inconveniente dijo: si bien es cierto que los
riesgos pertenecen al comprador desde ese instante, no lo es menos tam-
bién que, aun antes de esa operación, el contrato está perfecto y hay entre
las partes un vínculo jurídico. El lugar en que se halla colocada esta dispo-
sición en las fuentes de donde se tomó nos comprueba una vez más que
sólo puede referirse al caso de las ventas al peso, cuenta o medida. Así, el
Código francés la consigna en el artículo 1585 que habla de esa especie de
venta. Las Siete Partidas, en la ley 24, título V, Partida V establecen tam-
bién este precepto al hablar de las ventas al peso, cuenta o medida. Final-
mente en el proyecto de Código Civil, la regla del actual artículo 1822 se
colocaba en el artículo 2006 como una continuación del precepto que
hablaba de las ventas al peso, cuenta o medida. 1
Es indudable que la disposición del artículo 1822 tiene por objeto evi-
tar las dudas que pueden surgir en el caso del inciso 2° del artículo 1821,
lo que no obsta para que también se aplique al del inciso I a de ese artícu-
lo, aunque respecto de éste aquellas no pueden presentarse.

619. Puede ocurrir que las partes no señalen día para que se verifique el
peso, la cuenta o medida de las mercaderías vendidas. El artículo 1822 se
refiere al caso en que las partes, habiendo designado día con ese objeto,
no comparezcan a realizarla; pero nada dice de aquel en que no se haya
señalado día o época para que se efectúe. Esto origina la cuestión de saber
si se aplica o no el artículo 1822 cuando no se ha señalado época con ese
objeto. No creemos que el silencio de la ley al respecto sea óbice para su
aplicación porque a falta de disposición sobre el particular encontramos
en el Código.
Pero hay todavía una razón más poderosa. La ley suple el silencio de
las partes cuando nada han establecido acerca de la época del cumpli-
miento de las obligaciones del contrato, en cuyo caso deben ejecutarse
inmediatamente después de su celebración. En la hipótesis en estudio,
aquellas estarían obligadas a pesar, contar o medir las cosas vendidas, tan
pronto como se celebra la venta; de manera que si así no se hace, a parte
por cuya culpa no haya sido posible tal operación, una vez requerida
judicialmente, quedará constituida en mora. Estando en mora, el contra-
tante asistente puede, de acuerdo con el artículo 1822, exigir el cumpli-
miento o la resolución del contrato. Creemos pues, que la disposición de

1
Obras computas de don Andrés BeUo, tomo XII, pág. 480.

494
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

este artículo es aplicable también aun cuando las partes no hayan señala-
do día para el peso, cuenta o medida, siempre que el contratante infrac-
tor sea constituido en mora previamente.
En el mismo sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de
Concepción que estableció que aunque el contrato no señale día para
realizar el peso, la cuenta o la medida de las mercaderías que se venden,
ese día se encuentra implícitamente señalado en el de la entrega y como
ésta debe hacerse inmediatamente después del contrato, es claro que si el
comprador no comparece a realizarla tan pronto como se celebró aquél,
el vendedor está en su derecho para ejercitar los derechos que le confiere
el artículo 1822 del Código Civil.1
Esta sentencia guarda perfecta armonía con los preceptos legales pertinen-
tes, por cuanto no hay motivo alguno que autorice la aplicación de reglas di-
versas en dos casos exactamente análogos como tampoco los hay para crear
excepciones donde la ley no las ha consignado.
El proyecto del señor Bello consultaba el caso en que las partes no
hubieran señalado día con este objeto y disponía, a semejanza de las leyes
de Partidas, que si no se había señalado época para realizar esa operación,
el vendedor debía intimar al comprador a fin que compareciera. Si no
comparecía, podía ejercitar las acciones que señala el actual artículo 1822.
Lo que ocurre hoy día es lo mismo, porque debiendo estar constituido en
mora el contratante rebelde para que el otro pueda ejercitar esos dere-
chos y como no hay mora sin requerimiento previo, en el caso estudiado
resulta que el vendedor, que se allana al cumplimiento del contrato, debe-
rá requerir previamente al comprador con ese objeto. Si no obstante, ese
requerimiento, éste no concurre a practicar dicha operación, procederá el
ejercicio de esos derechos.

620. Siendo los contratos una ley para los contratantes, el peso, cuenta o
medida debe hacerse en el lugar y en el día que señale el contrato. Si las
partes no han fijado día para verificarlo se hará inmediatamente después
de su celebración en virtud de lo dispuesto en el artículo 1826 ya que esta
operación es un antecedente de la entrega. Así lo ha resuelto también la
Corte de Apelaciones de Concepción. 2 En cuanto al lugar donde debe
efectuarse no puede ser otro que aquel en que debe hacerse la entrega, y
como ésta se realizará en el lugar donde se encontraba la cosa al tiempo
de contraerse la obligación, según el artículo 1588, es evidente que allí se
hará el peso, la cuenta o la medida.

621. La operación del peso, cuenta o medida debe hacerse contradictoria-


mente, es decir, deben hallarse presentes ambas partes. Esta regla tiene
algunas excepciones, a saber:
1) Si una de ellas se niega a asistir a esa operación, no obstante haber-
se ordenado judicialmente su comparecencia, se hará en la forma que

1
Sentencia 2.404, pág. 1482, Gaceta 1887, tomo II.
2
Sentencia 2.104, pág. 1482, Gaceta 1887, tomo II.

495
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

señale el juez, sea con la asistencia del contratante que exigió el cumpli-
miento únicamente, sea con la asistencia de éste y de un tercero que re-
presente al rebelde;
2) Cuando una de las partes ha autorizado a la otra para que practique
por sí sola el peso, cuenta o medida, en cuyo caso esa operación produce
todos sus efectos respecto del contratante inasistente, a menos que en ella
haya habido dolo o engaño;
3) Cuando las partes se hacen representar por un mandatario tácita o
expresamente. La Corte de Casación de Francia resolvió que este mandato
tácito existía por el hecho que el comprador enviara un carretonero a
buscar las mercaderías; 1
4) Cuando la operación se practica en conformidad a los usos locales,
aunque alguna de las partes no comparezca. Ese mismo tribunal ha resuel-
to también esta cuestión, estableciendo que "según los usos del comercio
marítimo, las mercaderías entregables sous vergues eran consideradas como
pesadas, contadas o medidas por el solo hecho del embargo sobre el navio
y pertenecían desde entonces al comprador, quien había sido representa-
do por los agentes del navio que las recibieron y que para este efecto
había aceptado tácitamente como sus mandatarios". 2 Esto podría tener lu-
gar entre nosotros si la costumbre de la región fuera que las mercaderías
se pesaran, contaran o midieran al embarcarlas en el ferrocarril o en el
buque; de ser así los empleados de uno y otro serían los representantes
del comprador. De ordinario se procede en esta forma, porque el peso de
las mercaderías debe determinarse exactamente en tales casos para cobrar
el flete. Creemos que una operación practicada en estas condiciones sería
válida y obligaría al comprador.

622. El comprador podrá exigir la entrega de las cosas vendidas aunque


antes de pesarse, contarse o medirse hayan sido embargadas al vendedor,
porque el embargo no impide esa acción; como éste no podrá entregarlas
por un hecho imputable a su culpa, el comprador podrá, a su vez, desistir-
se del contrato con resarcimiento de perjuicios en virtud del derecho que
le otorga el artículo 1822 del Código Civil.

623. Todo lo que hemos expuesto acerca de las ventas en bloc y sobre las
que se hacen al peso, cuenta o medida se aplica tanto a las ventas civiles
como a las comerciales. No habiendo dispuesto nada al respecto el Código
de Comercio rigen las disposiciones del Código Civil, de acuerdo con los
artículos 2 y 96 de aquel Código.

624. Las diferencias que existen entre las ventas en bloc y las ventas al
peso, cuenta o medida pueden reducirse a tres:

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 5 2 , p á g . 1 5 3 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 3 5 , p á g . 4 9 ; AUBRY
ET RAU, V, pág. 22.
!
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 5 2 , p á g . 1 5 4 .

496
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

1) La venta en bloc es aquella en que se vende un conjunto o una


parte alícuota de él por un solo precio fijado en globo o en atención a
cada unidad, de modo que su determinación definitiva resultará del peso,
cuenta o medida. La venta al peso, cuenta o medida es aquella en que se
venden ciertos individuos de un conjunto o de cierto género por un pre-
cio alzado o calculado por unidad, de manera que el peso, cuenta o medi-
da determinará cuál es la cosa vendida. Por consiguiente, la diferencia
entre ambas estriba en que en la primera no es necesario pesar, contar o
medir la cosa para determinarla, y si esta operación llega a hacerse sirve
únicamente para calcular el monto total del precio, que está fijado de
antemano y que para conocerlo no hay sino que realizar una operación
cuyas bases ya están convenidas, en tanto que en la venta al peso, cuenta o
medida es esta operación la que determina la cosa que se vende.
2) La venta en bloc está perfecta, desde todo punto de vista incluso los
riesgos, desde que se conviene en la cosa y en el precio aunque la cosa no
se haya pesado, contado o medido; mientras que la venta al peso, cuenta o
medida, si bien crea un vínculo jurídico contractual desde el primer mo-
mento y da acciones y derechos a las partes para exigir su cumplimiento,
ese vínculo no produce todos sus efectos sino una vez que la cosa se pesa,
cuenta o mide.
3) En la venta en bloc los riesgos son para el comprador desde antes que
las cosas se pesen, cuenten o midan; en la venta al peso, cuenta o medida le
pertenecen a contar de la realización del peso, cuenta o medida.

39 VENTA AL GUSTO O A PRUEBA

625. La regla general en el contrato de venta es que éste se perfeccione


tan pronto como las partes han convenido en la cosa y en el precio. Hay
casos, sin embargo, en los cuales esta regla tiene sus excepciones aun tra-
tándose de ventas consensúales y ello ocurre cuando se vende al gusto o a
prueba. En estas ventas, a más del consentimiento mismo del comprador,
es menester que la cosa que se compra sea de su agrado. Sólo así se repu-
tará perfecta la compraventa. El artículo 1823 dice al respecto: "Si se estipu-
la que se vende a prueba, se entiende no haber contrato mientras el comprador no
declara que le agrada la cosa de que se trata, y la pérdida, deterioro o mejora
pertenece entre tanto al vendedor. Sin necesidad de estipulación expresa se entiende
hacerse a prueba la venta de todas las cosas que se acostumbra vender de ese modo".
De ahí que podamos decir que la venta al gusto o a prueba es aquella en que
el comprador se reserva la facultad de probar la cosa vendida, de manera que la
existencia del contrato queda subordinada a su mera voluntad.
Pudiera creerse que éste es un absurdo pues el comprador no queda
obligado, ya que es voluntario para él llevar o no adelante el contrato y
según el artículo 1478 del Código Civil, las obligaciones contraídas bajo
una condición potestativa que depende de la mera voluntad de la persona
que se obliga son nulas: y aquí es facultativo para el comprador comprar o
no. Pero no es así. En el artículo 1823 no constituye propiamente una

497
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

excepción al artículo 1478, porque según él no hay venta mientras el com-


prador no declara que le agrada la cosa, mientras no manifiesta su volun-
tad de contratar. Es cierto que antes del contrato hay algunas obligaciones
para el vendedor y en este sentido puede decirse que, a pesar de ser potes-
tativa la obligación del comprador y depender de su mera voluntad, aquél
no es nulo. En realidad hay hasta cierto punto una disposición contraria a
la del artículo 1478, originada en el deseo de la ley de evitar el gran núme-
ro de juicios que ocasionaría la cuestión de saber si el comprador ha teni-
do o no razón para rehusar la cosa, lo que se soluciona dejándolo en
absoluta independencia para apreciar los méritos y bondades de lo que
compra. 1

626. Más de un autor ha pretendido demostrar que la venta al gusto es


una venta condicional cuya existencia definitiva está subordinada a una
condición suspensiva que consiste en que la cosa sea del agrado del com-
prador. Pero esta opinión está en contradicción con el tenor de la ley y
con el espíritu del legislador que puede conocerse claramente si se recu-
rre a las fuentes de ese artículo.
Si la venta fuera condicional, se perfeccionaría una vez que el compra-
dor probara la cosa y dijera que le agrada, retrotrayéndose sus efectos a la
fecha en que tuvo lugar el convenio, a contar del cual se reputaría celebra-
da. La pérdida total acaecida antes de gustar o probar la cosa pertenecería
al vendedor, y los deterioros acaecidos en ese período al comprador; en
tanto que según el artículo 1823 una y otros pertenecen al vendedor hasta
ese momento. El tenor literal del artículo 1823 nos hace ver que aquí no
puede haber venta condicional. Si así hubiera sido, le habría bastado al
legislador referirse, en cuanto a los riesgos, a lo que sobre ellos dispone al
artículo 1820 para las ventas condicionales. El artículo 1823, por el contra-
rio, establece respecto de los riesgos y deterioros el principio general que
rige en el contrato de venta puro y simple, o sea, que no pertenecen al
comprador sino una vez que aquel se perfecciona.
Pero aún hay más. El artículo 1823 dice: "Si se estipula que se vende a
prueba, se entiende no haber contrato mientras el comprador no declara que le agra-
da la cosa de que se trata". Si la venta fuera condicional, la ley no habría
podido decir que no hay contrato mientras el comprador no declara que
le agrada la cosa, pues cuando el contrato es condicional existe desde el
primer momento, ya que si no existiera no podría ser bajo condición.
Antes que el comprador manifieste que le agrada la cosa, no hay venta;
aún no ha prestado su consentimiento, que vendrá a adherirse al del vendedor
cuando declare que le gusta. Hasta ese instante hay una mera oferta de
parte del vendedor que no obliga al comprador; hay un contrato en for-
mación. Por eso dice la ley "se entiende no haber contrato". La declaración
que hará el comprador no es el cumplimiento de una condición sino lisa y
llanamente el aporte de su consentimiento.

1
ROCRON, II, p á g . 1 6 0 8 .

498
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

Si nos remontamos en la historia de este precepto y vamos a la discu-


sión del Código francés, desde que el artículo 1823 es la reproducción casi
literal del artículo 1587 de ese Código, nos encontraremos con la misma
opinión, o sea, que cuando la venta es al gusto, el contrato no es condicio-
nal sino que nace y se forma una vez que el comprador manifiesta su
voluntad. Portales, en su Exposé de Motifs, presentado al Cuerpo Legislativo
decía: "No hay venta en tanto el comprador no haya gustado de las cosas y
declarado que le agradan, porque hasta este momento no hay un verdade-
ro consentimiento de su parte". 1
Pothier abunda igualmente en las mismas ideas cuando dice: "Hay cier-
tas cosas que se venden con obligación de gustarlas, como el vino, el acei-
te, etc.; estas ventas son aún menos perfectas de parte del comprador que
las ventas hechas a la medida, pues, en éstas, desde el momento del con-
trato ya no depende del comprador que la venta no se verifique. Desde
antes que las mercaderías se hayan pesado, contado o medido queda tan
obligado como el vendedor a ejecutar el contrato y el peso y la medida no
intervienen sino para determinar y fijar lo que se ha vendido; mientras
que en las ventas hechas con cargo de gustar las cosas que se venden, el
comprador puede no ejecutar el contrato si no encuentra la mercadería a
su gusto". 2
Finalmente, casi todos los comentaristas franceses, tales como Baudry-
Lacantinerie, 3 Aubry et Rau,4 Laurent, 5 Delvincourt,6 Troplong, 7 Guillouard, 8
Planiol, 9 Huc 10 y Ricci11 sostienen idéntica doctrina.
No cabe duda que en atención al espíritu y al tenor literal de la disposi-
ción del artículo 1823, la venta al gusto no es condicional sino pura y sim-
ple, que se perfeccionará cuando el comprador declare que le agrada la
cosa, y sólo desde entonces comenzarán a surtir los efectos inherentes a tal
contrato. Nuestros tribunales se han pronunciado en el mismo sentido.12

627. Esta solución debe aceptarse sea que la venta al gusto recaiga sobre
un género o sobre un cuerpo individualizado. Colmet de Santerre sostie-
ne, sin embargo, que si la cosa que se vende a prueba está individualizada,

1
FENET, X I V , p á g . 1 1 4 .
2
III, n ú m . 310, pág. 127.
3
De la vente, núm. 154, pág. 155.
4
V, pág. 9.
5
24, núms. 141 y 142, págs. 146 y 147.
6
III, pág. 65, notas 2 y 3.
7
I, núm. 97, pág. 110.
8
I, núm. 36, pág. 51.
MI, núm. 1361, pág. 462.
10
X, núm. 20, pág. 36.
" 15, núm. 103, pág. 2 5 4 .
12
Sentencia 1858, pág. 831, Gaceta 1873; sentencia 541, pág. 319, Gaceta 1886; senten-
6068, pág. 542, Gaceta 1900, tomo II.

499
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

como cuando se vende el barril de vino que tengo en mi bodega, la venta


se perfecciona desde que hay acuerdo en la cosa y en el precio, aunque el
comprador no la haya probado, pues este hecho no es sino una condición
suspensiva que, en el supuesto que se cumpla, retrotrae los efectos del
contrato al momento de su celebración. Esta doctrina ha sido vivamente
criticada y en realidad es inaceptable, porque el artículo 1823 no distingue
si la cosa está o no individualizada y tampoco lo distingue el artículo 1587
del Código francés equivalente de aquél. Pretender que la fisonomía del
contrato varía porque lo vendido está individualizado no es sólo torcer el
espíritu de la ley sino crear distinciones donde no las ha establecido. Pode-
mos concluir, por consiguiente, que tanto en la venta a prueba de un
cuerpo individualizado como en la de un cuerpo indeterminado el contra-
to no se perfecciona mientras la cosa no sea gustada o probada por el
comprador. La venta no es condicional ni en uno ni en otro caso.1

628. Aun cuando el contrato de venta al gusto no se perfecciona sino una


vez que el comprador declara que la cosa le agrada produce, a pesar de
eso, ciertos efectos que no son propiamente hablando del contrato mis-
mo, ya que éste no existe, sino del vínculo jurídico en virtud del cual el
comprador se ha reservado aquella facultad.
En efecto antes que el comprador proceda a probar o gustar la cosa,
ha sido menester un convenio previo entre partes por el que el vendedor
se obliga a venderla y el comprador a comprarla siempre que le guste.
Mientras el vendedor otorga su consentimiento puro y simple, el compra-
dor se abstiene de darlo hasta que no prueba la cosa. Antes de la prueba el
comprador no contrae ninguna obligación; ningún vínculo jurídico lo une
para con el vendedor. Su consentimiento, nécesario para crear el contrato,
aun no se ha otorgado; para que así ocurra es necesario realizar una ope-
ración previa. El vendedor, en cambio, propone venderle la cosa de que se
trata en tales o cuales condiciones. Se obliga a entregársela y no disponer
de ella, siempre que aquél quiera comprarla. Por su parte sí que hay obli-
gación, que consiste en tener la cosa a disposición del comprador hasta
que éste declare que le agrada y a facilitársela para que la pruebe.
Hay aquí un contrato en formación. De un lado, la oferta del vende-
dor que lo obliga a mantenerla subsistente hasta que el comprador decla-
re si le gusta o no la cosa. Del otro, un comprador que aceptará esa oferta
cuando realice la prueba de la misma.
En virtud de esa oferta el vendedor ha dado su consentimiento, que,
para producir el contrato, no espera sino la declaración del comprador.
Este, para dar el suyo, necesita probar o gustar la cosa. Hecha esta opera-
ción expresará su agrado o desagrado. Si la cosa le gusta, esta declaración
importa la dación de su consentimiento y como el del vendedor subsiste
hasta esa época, aquél se adhiere a éste y se forma el contrato. Si declara
que la cosa no es de su agrado, quiere decir que rehúsa la oferta; por esta

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 3 6 , p á g . 5 2 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 5 6 , p á g . 1 5 7 .

500
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

circunstancia caduca el consentimiento del vendedor y la venta no nace


por ausencia de las voluntades de las partes.
Esta venta, antes que se perfeccione, importa, en el fondo, una especie
de promesa unilateral de vender que se convertirá en venta cuando el
comprador declare que la cosa le agrada. Pero el vendedor queda obliga-
do antes de esa declaración, porque, a pesar que el comprador no ha
dado su consentimiento, aceptó esa promesa u oferta y al aceptarla lo dejó
obligado; por cuyo motivo no la puede retirar impunemente. La acepta-
ción del comprador no implica la dación de su consentimiento sino la
manifestación de que aceptará la oferta del vendedor, cuando, probadas
las cosas, declare que le agradan. Así, por ejemplo, A dice a B: te vendo mi
vino en mil pesos. B contesta aceptando la oferta de A y se obliga a com-
prarlo si le agrada. En virtud de ese convenio, A queda obligado para con
B, ya que éste aceptó su oferta; pero B no se ha obligado a comprar el
vino, sino a probarlo, y a comprarlo siempre que le guste.
Antes que el comprador declare que le gusta la cosa no hay venta y no
contrae obligación alguna. Así lo han declarado nuestros tribunales.1 Pero esto
no obsta para que el vendedor, en virtud de su promesa aceptada por el com-
prador, quede obligado: 1) a poner la cosa vendida a su disposición para que
la pruebe; 2) a no disponer de ella antes que el comprador declare su voluntad;
y 3) a llevar a cabo el contrato si aquél da su consentimiento.
Como el vendedor quedó jurídicamente obligado el comprador tiene dere-
cho para exigirle el cumplimiento de esas obligaciones, esto es, facilitarle la
cosa para que la pruebe y entregársela, si la encuentra de su agrado. Si el
vendedor no las cumple, estará obligado a resarcirle los peijuicios causados
con su inejecución.
La doctrina es uniforme al respecto. Troplong, por ejemplo, dice: "Aun
cuando es el comprador quien debe hacer la prueba de la cosa, no se crea
que la venta es tan imperfecta que el vendedor puede impunemente arre-
pentirse de ella en tanto no haya habido prueba y adhesión por parte de
aquél. Sólo respecto del comprador la venta no engendra un verdadero
vínculo jurídico. Pero el vendedor se ha obligado a entregar la cosa en
caso que sea del gusto del adquirente; debe, por consiguiente, cumplir su
promesa. Hay, pues, obligación a su respecto. Puede ser compelido a cum-
plirla".2 Los demás autores se pronuncian en términos más o menos seme-
jantes. 3
El comprador, una vez que haya declarado que la cosa le agrada, podrá
exigirla del vendedor si acredita que manifestó su voluntad, puesto que

1
Sentencia 1.858, pág. 831, Gaceta 1873; sentencia 6.068, pág. 542, Gaceta 1900, tomo II.
2
1, núm. 102, pág. 120.
3
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 5 7 , p á g . 1 5 7 ; AUBRY ET RAU, V, p á g . 1 1 ; GUILLOUARD, I,
n ú m . 4 0 , p á g . 5 6 ; RICCI, 1 5 , n ú m . 1 0 4 , p á g . 2 5 8 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 4 1 , p á g . 1 4 6 ; FUZIER-
HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 419, pág. 831, Huc, X, núm. 20, pág. 38; BÉDARRIDE, núm.
132, pág. 182.

501
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

puede ocurrir que el vendedor la venda antes que eso ocurra si se encuen-
tre en imposibilidad de entregarla. El comprador puede acreditar que ha
manifestado su voluntad por todos los medios probatorios que establece la
ley. Así, por ejemplo, puede probar con documentos, si hubiera contesta-
do por carta que, habiendo probado el vino y habiéndole agradado, resol-
vía comprarlo; o con testigos que lo hubieran visto cuando lo probó y lo
encontró de su gusto.
¿Y si no ha podido llevar a cabo esa prueba porque el vino había sido
consumido por otro comprador? En tal caso, dice Ricci, "basta con que el
comprador demuestre, al hablar de la calidad del vino, que pudo serle
conocida por otro medio independientemente de la prueba o el ensayo,
por las circunstancias en que se encontraba de necesitar dicho género, o
de otros indicios conducentes al mismo resultado de que él hubiera hecho
su adquisición, para que el vendedor estuviese obligado a resarcirle los
daños y peijuicios producidos por el incumplimiento de la obligación por
él asumida". 1
Inútil creemos hacer ver que si antes de la declaración del comprador
el vendedor enajena esas mercaderías a otras personas, esta venta es válida
ya que todavía no se ha perfeccionado el primer contrato y aunque se
hubiera perfeccionado puede siempre venderlas, eso sí que si no las entre-
ga estará obligado a resarcir los peijuicios del caso.

629. ¿Es necesario que el vendedor tenga conocimiento que la cosa agra-
dó al comprador para que se forme el contrato? Este conocimiento será
necesario en el hecho para que la venta comience a cumplirse, puesto que
para que el vendedor remita al comprador lo vendido será menester que
éste le comunique su aceptación y le solicite el envío. Pero teóricamente la
cuestión es diversa y su solución tiene mucha importancia ya que el con-
trato se perfecciona y los riesgos son para el comprador desde que éste
declara que le agrada la cosa.
Más arriba dijimos que según nuestra legislación el contrato se perfec-
ciona cuando el aceptante declara que acepta la oferta aunque su acepta-
ción no sea conocida del proponente. La obligación del vendedor importa
una verdadera oferta que espera la aceptación del comprador para produ-
cir el vínculo jurídico. Como ella subsiste hasta ese momento resulta que
el consentimiento del comprador, una vez que se produce, se adhiere ipso
facto al del vendedor y nace así la convención. Ese adherimiento se produ-
ce cuando el comprador declara que le agrada la cosa vendida. En ese
instante se forma el contrato aunque el vendedor ignore esa declaración.
Esta doctrina emana de los principios consignados en el Código de Co-
mercio que ya estudiamos y de lo dispuesto en el mismo artículo 1823, que
da como momento de la formación de la venta aquel en que el comprador
declara que le agrada la cosa, sin exigir que esa declaración sea conocida
del vendedor. Basta que el comprador declare que le gusta para que aque-

1
Tomo 15, núm. 104, pág. 258.

502
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

lia nazca. Si la cosa perece o se deteriora después de ese momento y antes


que el vendedor conozca dicha declaración, la pérdida o deterioro afecta
al comprador y no al vendedor.

630. Del principio desarrollado, relativo a que la perfección del contrato


de venta al gusto depende exclusivamente de la declaración que haga el
comprador de si le agrada o no la cosa, fluyen dos consecuencias muy
importantes, a saber: 1) si el comprador declara que la cosa no le gusta, el
vendedor no puede exigirle judicialmente el cumplimiento del contrato; y
2) el comprador apreciará si le gusta o no la cosa tomando en cuenta su
gusto personal y no el gusto general, de tal modo que si ajuicio suyo no le
agrada, el vendedor no puede obligarlo a que la acepte, dado caso que los
peritos que la reconocieran declararan que era de buena calidad.

631. Respecto de la primera consecuencia enunciada debemos hacer notar que


lo que caracteriza esta venta es la facultad omnipotente que tiene el comprador
para declarar si le agrada o no la cosa. El artículo 1823 establece en forma
terminante que no hay contrato mientras el comprador no declare que le
gusta la cosa. El es árbitro para encontrarla o no de su agrado y, por consi-
guiente, para llevar a cabo el contrato o para dejarlo sin efecto. Si el com-
prador declara que la cosa no le gusta, no hay venta y como al proceder
así no hace sino ejercitar un derecho que le confieren la ley y el contrato,
es obvio que su ejercicio no puede acarrearle responsabilidad de ninguna
especie. Y como esa manifestación del comprador impide la formación de
aquel, es claro que el vendedor no tiene ninguna acción o derecho en
virtud del cual pueda exigirle judicialmente su cumplimiento. Si el com-
prador declara que la cosa no le gusta aunque sea de la mejor calidad, el
vendedor no podrá exigirle por la vía judicial que cumpla el contrato. Este
no ha existido.
La jurisprudencia ha establecido la misma doctrina. La Corte de Apela-
ciones de Santiago desechó un demanda interpuesta por el vendedor de
unos caballos cocheros contra el comprador que se había resistido a acep-
tarlos porque no fueron de su agrado, fundada en que, al desecharlos,
procedió en ejercicio de un derecho legítimo que impidió la formación
del contrato de venta proyectado; lo que hacía improcedente el ejercicio
de toda acción que se basara en él.1 La misma Corte rechazó, en otra
ocasión, una demanda dirigida por el vendedor de un vino contra el com-
prador que lo había rehusado por no ser de su agrado, apoyada en que la
venta a prueba no se perfecciona en tanto el comprador no declara que le
agrada la cosa vendida, siendo, por consiguiente, una facultad privativa
suya aceptarla o no, sin que su negativa para adquirirla le imponga res-
ponsabilidad de ninguna especie. 2 Finalmente, la Corte Suprema ha re-
suelto que si el comprador declara que la cosa no le agrada, el vendedor

1
Sentencia 1.858, pág. 831, Gaceta 1873.
2
Sentencia 541, pág. 319, Gaceta 1886.

503
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

no puede compelerle a la realización del contrato, puesto que mientras no


haga esa declaración no hay venta y no habiéndola no puede hacerse ema-
nar de él acciones que sólo crean los contratos perfectos. 1

632. Es uniforme la opinión entre los autores en orden a que el compra-


dor apreciará si le agrada o no la cosa que se le ofrece en venta según su
gusto personal y no según el gusto general. Siendo el único interesado en
la compra y quedando sujeta la formación del contrato al examen que
haga de la bondad de la cosa, es lógico que sea él quien aprecie soberana-
mente si es o no de su gusto. El comprador desea comprar algo que le
guste, algo que le convenga a él y no algo que guste a los demás; y desde
que el vendedor ha consentido en dejar sometida la perfección del contra-
to al gusto del comprador, es muy razonable que sufra las consecuencias
que de tal convenio se derivan. Por estas razones, el comprador apreciará
la cosa según su gusto, según su parecer, sin que el vendedor pueda obje-
tar la apreciación que de ella haga. Este no podría nombrar peritos que
apreciarán la cosa y con su veredicto exigir al comprador que la acepte,
dado caso que la encontraran de buena calidad. El comprador, en buenas
cuentas, apreciará la cosa a su capricho, careciendo el vendedor de todo
derecho para objetar o censurar la apreciación que haga.
"¿El derecho que pertenece al comprador para gustar las cosas vendi-
das y rehusarlas en seguida, dice Guillouard, es un derecho absoluto que
el comprador puede ejercer sin control, a su capricho? ¿Puede protestar el
vendedor contra la decisión del comprador y pedir que las cosas que ha
rehusado sean apreciadas por peritos? En principio, todo el mundo reco-
noce que el derecho del comprador es soberano y que el vendedor no
puede compelerlo a que acepte una cosa que no le gusta: el alcance de la
cláusula que faculta al comprador para gustar las mercaderías es dar al
adquirente un derecho eminentemente personal para examinarlas. Ha com-
prado esta cosa si le conviene y no si es aceptable en general o si es de
calidad sana y regular; no puede pues, sustituirse la apreciación de los
peritos a la suya propia". 2 Más o menos en la misma forma se expresan
Baudry-Lacantinerie, 3 Aubry et Rau, 4 Laurent, 5 Troplong, 6 Fuzier-Herman 7
y varios otros autores.

633. ¿Cuáles son las cosas cuya venta se hace al gusto o, mejor dicho, en
qué caso la venta no se perfecciona sino una vez que el comprador declara
que le agrada la cosa?

' Sentencia 6.068, pág. 544, Gaceta 1900, tomo II.


* I, núm. 38, pág. 53.
3
Déla vente, núm. 159, pág. 158.
4
V, pág. 9.
5
Tomo 24, núm. 144, pág. 149.
6
I, núm. 99, pág. 111 y núm. 104, pág. 125.
7
Tomo 36, Vente, núm. 422, pág. 831.

504
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

Tres situaciones pueden contemplarse en esta materia: 1) las cosas que


es costumbre comprar al gusto o a prueba; 2) las cosas que se venden en
esta forma en virtud de estipulación expresa de las partes; 3) las cosas que,
siendo costumbre venderlas a prueba, no se venden en esa forma por con-
venio de las partes.
"Sin necesidad de estipulación expresa, dice el inciso final del artículo 1823,
se entiende hacerse a prueba la venta de todas las cosas que se acostumbra vender de
ese modo." Son las costumbres y los usos del lugar en que se celebra el
contrato los que determinan cuáles son las cosas que se acostumbra ven-
der al gusto. Será una cuestión de hecho determinar si la cosa que se
vende es de aquellas que es costumbre vender en esa forma. La ley no ha
enumerado cuáles son esas cosas y se remite a la costumbre, de modo que
este es u n o de los pocos casos en que aquella constituye derecho, en vir-
tud de lo dispuesto en el artículo 2 del Código Civil. Generalmente se
acostumbra vender al gusto los artículos alimenticios, tales como el aceite,
el vino, el vinagre, la mantequilla, etc.1 La Corte de Apelaciones de Santia-
go ha declarado que los caballos cocheros son una de esas cosas que se
acostumbra vender a prueba, de tal modo que si la venta se hace sin reser-
va alguna, debe entenderse que es al gusto. 2
Desde que la ley establece que las cosas que es costumbre vender a
prueba se entienden vendidas en esta forma sin necesidad de estipulación
especial bastará establecer el hecho de esa costumbre para que la venta se
repute realizada a prueba. Así lo ha resuelto también la jurisprudencia
que, en varias ocasiones, ha reputado celebrada a prueba la venta de cosas
que es costumbre vender en esa forma, porque en el juicio se acreditó que
las cosas objeto del contrato eran de las que se acostumbraba vender al
gusto. Esas sentencias se dictaron en dos juicios referentes, uno a un con-
trato de venta de vino, 3 y el otro a una compraventa de caballos cocheros. 4
La presunción establecida por la ley es legal y admite prueba en contra-
rio. Puede probarse que aunque la venta recae sobre una cosa que se acos-
tumbra vender a prueba, no ha sido celebrada bajo esta reserva porque las
partes la derogaron, o porque tal costumbre no existe en el lugar del con-
trato. El vendedor será quien, ordinariamente, tratará de acreditar que la
venta fue pura y simple; de lo contrario prevalece la presunción legal.

634. Hay también cosas que, sin ser de aquellas que es costumbre vender
a prueba, pueden venderse en esta forma. Para que así ocurra es menester
una estipulación expresa de las partes sobre el particular; la presunción
legal sólo favorece aquellas que se venden ordinariamente de ese modo. 5

1
TROPlong, I, n ú m . 9 6 , p á g . 109; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 158, p á g . 158; AUBRY
ET RAU, V, pág. 9, nota 13 odies.
2
Sentencia 1.858, pág. 831, Gaceta 1873.
3
Sentencia 541, pág. 319, Gaceta 1886.
4
Sentencia 1.858, pág. 831, Gaceta 1873.
5
BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 158, pág. 158; AUBRY ET RAU, V, pág. 9, nota 13 odies.

505
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

La facultad de las partes para vender al gusto cualquiera cosa está concedi-
da por el artículo 1823 que dispone expresamente que si se estipula vender
a prueba no habrá venta en tanto el comprador no declare que le agrada
la cosa, con lo que manifiesta que esta facultad puede derivarse de una
estipulación de los contratantes. La prueba de esa estipulación incumbe al
que la alega y si no logra establecerla, la venta se reputará haberse celebra-
do pura y simplemente. La Corte Suprema declaró que era venta a prue-
ba, por haberlo estipulado las partes, la que un comerciante hizo al
Gobierno de Chile de un transporte para la Armada Nacional, porque aun
cuando la cosa vendida no era de la que se acostumbraba comprar en esa
forma, de las cláusulas del contrato aparecía que éste no se perfeccionaría
mientras el comprador no examinara el buque y declarara que era de su
agrado. 1

635. Finalmente, hay cosas que, siendo de las que se acostumbra vender a
prueba, se venden sin dar esa facultad al comprador, en cuyo caso la venta
se reputa perfecta desde que hay acuerdo en la cosa y en el precio. Para
que esto ocurra se requiere que el comprador renuncie la facultad men-
cionada, renuncia que puede ser expresa o tácita, esto es, inducirse de
hechos que manifiesten la intención de renunciarla. No acreditada esa
renuncia en forma fehaciente, la venta se reputa hecha a prueba, desde
que en tal caso queda en pie la presunción del inciso final del artículo
1823, por tratarse de una cosa que se acostumbra vender al gusto.

636. El comprador puede renunciar expresa o tácitamente la facultad de


gustar las cosas, es decir, el hecho de rehusarlas cuando no son de su
agrado personal. Tal renuncia es posible, pues se trata de una disposición
que mira únicamente a su interés.
La renuncia puede ser expresa o tácita, como se ha dicho. Es expresa
cuando se compra en atención a la calidad misma de las mercaderías y no
al gusto personal del comprador, o sea, cuando se compra siempre que
sean buenas y aceptables según el gusto general; y cuando las partes han
convenido que serán apreciadas por peritos. Es tácita cuando se induce de
los hechos o circunstancias, en cuyo caso la determinación de la renuncia
queda a la apreciación de juez.
Los efectos que produce esta renuncia son negar al comprador el de-
recho de rehusar la cosa si no es de su agrado y dejar perfecto el contrato
tan pronto como haya acuerdo en la cosa y en el precio. Si el comprador
se negare a recibirla, el vendedor podría provocar un peritaje y si éste
declara que la cosa es de la calidad convenida o aceptable según el gusto
general, está obligado a aceptarla. 2

1
Sentencia 6.068, pág. 542, Gaceta 1900, tomo II.
* BAUDRY-LACANTINERIE, núms. 160 y 161, págs. 159 y 160; GUILLOUARD, I, núm. 38,
pág. 54; LAURENT. tomo 24, núm. 145, pág. 149; H U C , X, núm. 21, pág. 37, TROPLONG, I,
n ú m . 1 0 0 , p á g . 1 1 3 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 1 0 .

506
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

637. Uno de los casos en que hay renuncia es cuando se conviene com-
prar en atención a la calidad misma de la cosa y no al gusto personal del
comprador. En tal situación éste está obligado a aceptar las mercaderías
aunque no sean de su agrado, siempre que sean sanas y de regular calidad,
porque ha contratado en atención a esa calidad con lo que renunció a la
facultad de probarlas. Si el comprador rehusa su recepción, se nombrarán
peritos para que decidan si son o no de buena calidad. Si lo son tendrá
que aceptarlas forzosamente; en caso contrario, el comprador no tiene
obligación alguna, puesto que está obligado a aceptar mercaderías de bue-
na calidad y no otras. Así, por ejemplo, si voy a un almacén y pido cien
sacos de harina de la corriente de primera clase y los llevo a mi casa, no
podría reclamar después si la harina no fuera de mi agrado, porque la
compré en atención a su calidad y no a mi gusto. Si los peritos deciden
que es de primera clase y de la corriente, estoy obligado a aceptarla; tal
obligación no la tendría, si decidieran que no era de esa clase.

638. El comprador tampoco puede rehusar la cosa alegando que no es de


su agrado cuando ha convenido que será apreciada por peritos, como si
compró una máquina trilladora según la opinión que de ella me dé un
perito o mecánico que con ese objeto nombro yo solo o de acuerdo con el
vendedor. 1 Hay aquí también una renuncia de esa facultad. El comprador
debe aceptar la cosa si los peritos la declaran de buena calidad, con tal
que sea de una clase buena y corriente; porque si no es de la misma cali-
dad que desea el comprador no está obligado a recibirla. Este caso se ha
presentado en nuestros tribunales y ha sido resuelto en el sentido indica-
do. A vendió a B un motor Balfour y una trilladora Pitts para emplearlos
en la trilla de una sementera. Antes de ser comprados fueron ensayados y
reconocidos por un ingeniero que el comprador llevó con ese objeto. Prac-
ticado el ensayo y establecido que ambas máquinas no tenían defectos ni
vicios de ninguna especie, aquel las aceptó quedando perfecta la venta,
desde que se adquirían siempre que fueran declaradas servibles por el
perito nombrado al efecto. Poco tiempo después de celebrado el contrato,
las maquinarias se descompusieron o deterioraron por efectos del viaje y
del uso. El comprador demandó al vendedor la resolución del contrato
fundado en que la cosa no le servía y no le prestaba utilidad. La Corte de
Apelaciones de Santiago desechó la demanda, pues en autos se acreditó
que ambas máquinas no tenían defectos ni vicios para el objeto a que
estaban destinadas y porque ambas fueron sometidas a un ensayo en pre-
sencia del comprador y de un ingeniero llevado por éste, lo que importa-
ba la declaración del comprador de que aceptaba la cosa, la que, a su vez,
lo colocaba en la imposibilidad de resolver el contrato, más aun cuando
desde esa declaración los riesgos de la cosa quedaban por su cuenta. 2

1
AUBRY ET RAU, V, pág. 1 1 , nota 1 6 bis; TROPLONG, I, núm. 99, pág. 111; I-\URENT,
24, núm. 1 4 4 , pág. 1 4 9 .
2 Sentencia 2.495, pág. 1569, Gaceta 1884.

507
DE I-A COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

639. La renuncia es tácita cuando se induce de las circunstancias, de la


naturaleza misma del contrato o de la cosa objeto de éste. La determina-
ción de esta renuncia es una cuestión meramente de hecho que debe re-
solver el juez dentro de sus facultades soberanas.
Los autores señalan tres casos en los cuales es casi probable que el
comprador ha renunciado tácitamente al derecho de rehusar las mercade-
rías si no son de su agrado. Ellos son: a) cuando de los términos del con-
trato o de las circunstancias en que ha sido celebrado aparece claramente
que el comprador no ha querido comprar sino cosas de buena calidad y
no aquellas que sean de su agrado personal; b) cuando la cosa comprada
es de aquellas que se venden al menudeo y en pequeñas partidas, siempre
que se acostumbre no probarlas antes de la compra; y c) cuando lo que se
compra es una mercadería de tipo fijo y conocido, como el vino embote-
llado y encajonado.

640. Cuando de los términos del contrato o de las circunstancias en que


ha sido celebrado se desprende que el comprador no ha querido comprar
sino cosas de buena calidad, es evidente que hay una renuncia tácita de
esa facultad. Según los autores franceses este caso tendría aplicación si un
comerciante en vinos de Santiago solicitara a un fabricante de ese produc-
to, residente en Valdivia, el envío de cien arrobas de chicha de tal calidad.
Si las arrobas le son enviadas el comerciante no podría negarse a recibir-
las, dado caso que la chicha fuera de buena calidad y análoga a la indicada
por él, alegando que no es de su gusto personal, porque las partes no se
refirieron a ese gusto, sino al general. Si el comprador se niega a aceptar
la chicha, el vendedor puede provocar un peritaje y si éste declara que es
de buena calidad, el comprador está obligado a aceptarla, puesto que las
circunstancias en que se llevó a cabo el contrato, hacen presumir que re-
nunció a probar el vino y se obligó a recibirlo siempre que fuera de buena
calidad. 1 La misma solución debe darse si en un caso semejante se encarga
trigo, vino, cebada, etc., a Europa, a Australia, etc.
Naturalmente, las partes pueden convenir que el contrato no se repute
perfecto en tanto el comprador no haya probado la chicha; pero a falta de
estipulación expresa sobre el particular, se declarará perfecta la venta si es
de buena calidad. Podría invocarse también en apoyo de la perfección del
contrato que cuando la compra se hace en esas condiciones es costumbre
remitirse al gusto general y no al personal del comprador desde que la
presunción del inciso 2 a del artículo 1823 es legal únicamente.

641. Cuando la cosa ha sido comprada al menudeo o en pequeñas parti-


das la venta se reputa perfecta sin necesidad de probarla, dice Ricci, siem-
p r e q u e la costumbre del lugar sea realizarla sin q u e se verifique
previamente la prueba de lo que se compra. Por lo demás, esa costumbre

1
LAL'RENT, 2 4 , n ú m . 1 4 6 , p á g . 1 5 1 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 3 8 , p á g . 5 3 ; BAUDKY-LACAN-
TINERIE, núm. 160; pág. 1 6 0 ; AUBRY ET RAU, V, pág. 10, nota 16.

508
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

existe en todas partes y aun entre nosotros; de modo que siempre que se
compra alguna cosa en pequeñas partidas debe presumirse renunciada la
facultad de probarla. Si compro en el despacho, por ejemplo, un medio
litro de vino no se me ocurrirá creer que el contrato se perfeccionará sólo
una vez que lo haya probado. 1 La compra se ha hecho en atención a la
calidad del vino únicamente y no al gusto del comprador, de manera que
este hecho implica la renuncia tácita de su facultad de apreciarlo según su
gusto.

642. Por último, cuando lo que se compra es una mercadería de tipo fijo
y conocido, como si se compra un cajón de botellas de Champagne, se
entiende que la venta queda perfecta en el acto; aquí no es costumbre
probar la mercadería, que se la compra en atención a su naturaleza, cono-
cida de antemano por el comprador. De ahí que podría acreditarse que,
aun cuando el vino es algo que se acostumbra vender a prueba, esa cos-
tumbre en este caso es diversa y de este modo se derogaría la regla del
inciso 2 2 del artículo 1823. Si el comprador se niega a recibir la cosa com-
prada por no ser de su agrado, el vendedor puede pedir que sea reconoci-
da por peritos y si estos la declaran de buena calidad será obligado a
aceptarla. 2

643. Una cuestión muy interesante que se suscita a propósito de esta ven-
ta es la que tiene por objeto averiguar si el comprador que rehúsa las mercade-
rías que le ofrece el vendedor puede exigir que le presente otras. Los autores,
para resolverla, distinguen si el comprador ha renunciado la facultad de pro-
bar la cosa o si no la ha renunciado.
Si el comprador no ha renunciado a esa facultad, si la venta es propia-
mente al gusto, su existencia queda subordinada a su gusto personal. Des-
de que es árbitro para rechazar o no las mercaderías, el vendedor no puede
estar obligado a presentarle otras indefinidamente, puesto que podría re-
husarlas todas. Por otra parte, la venta se ha referido a esas mercaderías y
no a otras. Sobre ellas debe pronunciarse el comprador. Si le agradan hay
contrato; en caso contrario caduca la obligación del vendedor y todo dere-
cho del comprador para exigir su entrega y la de toda otra cosa, ni aunque
sea para probarla. En este sentido se ha pronunciado la Corte de Metz
(Francia) . 3
Pero si la compra se hizo sin subordinarla al gusto personal del com-
prador, sino sobre la base que el vendedor entregaría mercaderías de tal
especie de calidad buena y corriente, de modo que su calidad puede apre-
ciarse por peritos, si el comprador las desecha, tiene derecho para exigirle
al vendedor que le presente otras cuando las ofrecidas no son de la cali-
dad solicitada. Una vez rehusadas las mercaderías ofrecidas por disconfor-

1
Tomo 15, núm. 104, pág. 256.
2
TROPLONG, I , n ú m . 1 0 3 , p á g . 1 2 2 .
3
FUZIER-HERMAN, t o m o 36, Vente, núm. 432, pág. 832.

509
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

midad en la calidad y previa declaración de los peritos al respecto, el com-


prador puede exigir que el vendedor le presente otras, a no ser que, si lo
prefiere, exija la resolución del contrato por falta de cumplimiento de la
obligación del vendedor.
Aun tratándose de ventas en que el comprador ha renunciado la facul-
tad de gustarlas, o sea de aquellas en que tiene el derecho de exigir nuevas
mercaderías si las presentadas no son de la calidad solicitada, no tiene ese
derecho cuando así se ha estipulado en el contrato, o cuando lo vendido
ha sido especialmente determinado, como si se venden tantos quintales de
trigo de mi granero o tantos litros de vino de mi bodega. En tal caso las
mismas estipulaciones de las partes demuestran que la venta es del vino o
trigo de esa bodega o granero y no de otro; de donde resulta que si se
trata de un trigo o de un vino que no sea de esos lugares no puede haber
venta por falta de consentimiento sobre la cosa, ya que los contratantes
limitaron el género. 1

644. Respecto del lugar y época en que debe hacerse la prueba de la cosa
se estará a lo que hayan convenido las partes, desde que todo contrato es
una ley para los contratantes. Si nada se ha estipulado al respecto la prue-
ba se hará inmediatamente después de celebrado el contrato, puesto que
entonces debe hacerse la entrega y esta operación es un antecedente para
realizarla. En cuanto al lugar en que debe hacerse, será aquel en que se
verifique la entrega, por la razón expresada. Y como ésta debe realizarse,
según el artículo 1588 del Código Civil, si se trata de un cuerpo cierto, en
el lugar en que se hallaba al tiempo de constituirse la obligación, resulta
que la prueba se hará en el lugar en que se encontraba la cosa vendida al
tiempo del contrato. Si se trata de una cosa in genere, la prueba se verifica-
rá en el domicilio del vendedor, ya que en él debe hacerse la entrega,
según ese artículo.
La prueba puede verificarse antes o después de la entrega. Lo prime-
ro será lo común y lo corriente, pues el hecho de recibir la cosa hace
presumir, en muchos casos, que es del agrado del comprador. Pero pue-
de ocurrir también que la cosa se entregue al comprador y que se le
conceda un plazo para gustarla, en cuyo caso la prueba se realizará des-
pués de la entrega. 2

645. Una vez que el vendedor ponga las mercaderías vendidas a disposi-
ción del comprador para que las guste, éste tiene la obligación de verificar

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 6 3 , p á g . 1 6 1 : GUILLOUARD, I , n ú m . 4 1 , p á g . 5 7 ; FUZIER-
HERMAN. tomo 3 6 , Vente, núms. 4 3 0 y 4 3 1 , pág. 8 3 1 ; BÉDARRIDE, núms. 1 3 3 a 1 3 5 , págs. 1 8 3
a 186.
2
Véase sobre esta materia: BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 1 6 2 , pág. 1 6 1 ; GUI-
LLOUARD, I , n ú m . 4 0 , p á g . 5 6 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 1 1 ; H U C , X , n ú m . 2 0 , p á g . 3 6 ; LAU-
RENT, tomo 24, núm. 147, pág. 1 5 1 ; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 427, 428 y 429,
pág. 831.

510
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

la prueba dentro del plazo fijado para ese objeto, o inmediatamente des-
pués del contrato, si ninguno se ha señalado.
Si el comprador no hace esa prueba en la época estipulada, caduca la
obligación del vendedor; ese hecho importa el desistimiento del contrato
por parte del primero, puesto que es facultativo para él llevarlo o no ade-
lante y así como puede no encontrar la cosa de su agrado, puede manifes-
tar ese desagrado omitiendo la prueba. El vendedor no puede obligarlo
coactivamente a que la realice desde que antes que la verifique no contrae
obligación alguna; no existiendo obligación no puede pretender ninguna
acción en su contra. Si pudiera obligar al comprador a que realice la prue-
ba, éste podría decirle que ya la hizo y que no encontró la cosa de su
gusto, aunque no fuera efectivo. El vendedor no podría entrar a probar la
falsedad de esa aseveración, porque si consintió en vender al gusto, debe
sufrir todas las consecuencias inherentes a una estipulación de esta espe-
cie, entre las cuales figura la existencia del contrato subordinada única y
exclusivamente a la voluntad del comprador.
Si éste realiza la prueba después de la época señalada para ese efecto,
el vendedor puede negarse a cumplir el contrato, aunque el comprador
encuentre la cosa de su agrado. La oferta del vendedor es a plazo fijo.
Vencido éste caduca su propuesta; lógico es que no pueda ser obligado a
llevar a cabo un contrato para cuya celebración ya había retirado su con-
sentimiento. De ahí que si el vendedor vende la mercadería a otra perso-
na, u n a vez vencido el plazo señalado para la p r u e b a , no tiene
responsabilidad alguna para con el comprador.
Cuando no se ha fijado plazo para la prueba de la cosa el comprador
no incurre en mora de realizarla sino después de ser requerido judicial-
mente; de manera que si requerido en esa forma no la verifica, por ese
solo hecho caduca la oferta del vendedor y se reputa que el comprador ha
rehusado las mercaderías sin que aquél pueda obligarle coactivamente a
que la realice.
El contrato caduca si el comprador no realiza oportunamente la prue-
ba, porque esta venta se perfecciona cuando éste declara que la cosa le
agrada y como la voluntad no se presume, sino que debe manifestarse en
forma fehaciente, el silencio del comprador al respecto no puede inter-
pretarse en el sentido de que acepta la cosa sino como un rechazo de la
misma. 1

646. Desde que este contrato queda sujeto a la voluntad del comprador a
quien el vendedor no puede obligar a que se verifique la prueba de la cosa
resulta que si aquel no la realiza oportunamente, el vendedor no puede
pedir su resolución. La venta se perfecciona una vez que el comprador
declara que la cosa le gusta, lo que aún no ha ocurrido. Luego no hay
contrato y no habiéndolo no puede ejercitarse una acción que, como la

1
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m s . 4 2 5 y 4 2 6 , p á g . 8 3 1 ; TROPLONG, I, n ú m . 101,
p á g . 118; BÉDARRIDE, n ú m . 136, p á g . 186.

511
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

resolutoria, emana de uno ya celebrado. El comprador no ha contraído


ninguna obligación a favor del vendedor y sin obligación no puede existir
la acción correlativa. Por idénticos motivos, el vendedor no puede exigirle
peijuicios. Al vender a prueba se obligó a esperar que el comprador acep-
tara o desechara la cosa y como si no hace la prueba se presume que la
desecha, el vendedor no sufre ningún peijuicio con un hecho que, como
la no aceptación de la cosa por el comprador, estaba dentro de las expec-
tativas de su convenio.

647. Para que la venta al gusto se perfeccione no es necesaria una nueva


prueba de la cosa vendida al tiempo de su entrega, si fue probada y decla-
rada de su agrado por el comprador. Sostener lo contrario importaría des-
conocer el precepto del artículo 1823. La venta a prueba se perfecciona
definitivamente cuando el comprador declara que la cosa le gusta. Desde ese
instante hay contrato perfecto y los riesgos corren por cuenta suya. Si fue-
ra necesaria una nueva prueba al tiempo de la entrega, querría decir que
la venta no se habría perfeccionado con la primera. Por este motivo, si la
cosa se deteriora o perece antes de la entrega, pero después que el com-
prador declara que es de su agrado, ese deterioro o pérdida afecta al com-
prador que no puede rehusar su recepción. La Corte de Apelaciones de
Santiago ha sustentado idéntica doctrina. 1

648. La venta al gusto, como lo dice el artículo 1823, se perfecciona y


nace jurídicamente cuando el comprador declara que la cosa le agrada.
Mientras no se haga tal declaración no hay venta. Uno de los efectos que
produce la perfección del contrato de venta es poner los riesgos de la cosa
vendida a cargo del comprador. Como la venta al gusto se perfecciona
cuando el comprador declara que la cosa es de su agrado, es claro que a
contar de ese instante son de su cargo los riesgos que ella corra. Es lo que
establece el artículo 1823 cuando dice que la pérdida, deterioro o mejora
pertenece al vendedor en tanto el comprador no declare que le agrada la
cosa de que se trata.
Por consiguiente, antes de esa declaración los riesgos son para el ven-
dedor; pero desde que se realiza la prueba y desde que el comprador
declara que la cosa le gusta corren por cuenta de éste. 2 La jurisprudencia
es unánime en este sentido. 3
Pero si llega a establecerse que la venta no se hizo a prueba, dice Tro-
plong, sino pura y simple y que la prueba tuvo por único objeto constatar si
la cosa era de la calidad solicitada, aquella queda perfecta desde que hubo
acuerdo en la cosa y en el precio. Por lo tanto los riesgos corren por cuenta
del comprador desde ese momento y no desde que se verifique la prueba. 4

' Sentencia 2.495, pág. 1569, Gaceta 1884.


2
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 416 y 417, pág. 831; GUILLOUARD, I, núm. 36,
p á g . 5 1 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 4 3 , p á g . 1 4 8 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 5 5 , p á g . 1 5 6 .
5
Sentencia 6.068, pág. 542, Gaceta 1900, tomo II.
M, núm. 101, pág. 118.

512
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

649. El Código de Comercio en sus artículos 131 y 132 se ocupa también


de la venta mercantil que se hace al gusto. El primero de estos artículos
dice: "Cuando el comprador de una cosa a la vista se reserva expresamente la
prueba sin fijar plazo para hacerla, la compra se reputa verificada bajo condición
suspensiva potestativa durante el término de tres días. Este término se contará desde
el día en que el vendedor requiera al comprador para que verifique la prueba, y si el
comprador no la hiciere dentro de él, se tendrá por desistido del contrato". Y el
artículo 132 agrega: "Siempre que la cosa vendida a la vista sea de las que se
acostumbra comprar al gusto, la reserva de la prueba se presume, y esta prueba
implica la condición suspensiva de si la cosa fuere sana y de regular calidad".
La simple lectura de esas disposiciones nos manifiesta que la venta mer-
cantil a prueba difiere esencialmente de la venta civil a prueba. En efecto,
según el Código Civil, la venta al gusto no se perfecciona mientras el com-
prador no declara que la cosa le agrada. La venta no es condicional; lisa y
llanamente no hay venta hasta ese momento. En el Código de Comercio la
venta al gusto se reputa hecha bajo condición suspensiva, según lo establecen los
artículos 131 y 132 transcritos.
La venta mercantil al gusto exige, según esto, desde que hay convenio
en la cosa y en el precio; eso sí que su existencia definitiva está subordinada
a la condición suspensiva de que la cosa sea sana y de regular calidad o del
agrado del comprador. 1 Siendo condicional esta venta sería lógico que los
deterioros que la cosa sufra antes de la prueba, fueran de cargo del compra-
dor, ya que así lo dispone el artículo 1820 del Código Civil. Sin embargo, el
Código de Comercio, olvidando el carácter que había dado a esta especie
de venta, estableció expresamente en el número 2 a del artículo 143 que la
pérdida o deterioro que sufra la cosa antes que el comprador manifieste
que le agrada es de cargo del vendedor. Este artículo echó por tierra el principio
que establecían los artículos 131 y 132, pues en materia de riesgos considera esta
venta como no perfecta en tanto el comprador no declare que la cosa le gusta. Lo
racional habría sido, para guardar conformidad con aquellos preceptos, haber
puesto la pérdida total a cargo del vendedor y los deterioros a cargo del compra-
dor, desde que esta es la regla que establece el artículo 1820 del Código Civil
para las ventas condicionales, como lo es, según el Código de Comercio, la venta
mercantil al gusto.
Se puede decir, en conclusión, que si teóricamente la ley mercantil
hizo de la venta al gusto un contrato condicional, prácticamente la reputó
no celebrada mientras el comprador no declare que la cosa le agrada. Esto
nos conduce a afirmar que las ventas mercantiles a prueba producen los
mismos efectos que las ventas civiles hechas en esa forma por lo que hace a los
riesgos, no obstante habérseles atribuido un carácter diverso.
Pero si por lo que respecta a los riesgos el Código de Comercio asimiló
las ventas comerciales al gusto a las ventas civiles al gusto, esa asimilación
no fue completa, porque en lo que se refiere a la mejora que sobrevenga a
la cosa no se modificó la regla que el Código Civil establece para las ventas

1
Explicaciones de Código Civil tomadas en clase de don Leopoldo Urrutia, pág. 249.

513
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

condicionales. Según el artículo 1820 de este Código, la mejora que sobre-


venga en la cosa antes de cumplirse la condición pertenece al comprador,
si ésta se cumple. La venta al gusto mercantil es condicional. Luego, esa
mejora debe ser para el comprador aun antes que declare que le agrada la
cosa. Y es lo que ocurre, porque el artículo 143 del Código de Comercio
sólo pone a cargo del vendedor la pérdida o deterioro de la cosa y nada
dice de la mejora que sobrevenga en ella, por cuyo motivo subsisten las
reglas de los artículos 1820 del Código Civil y 142 del Código de Comer-
cio, según los cuales la mejora que recibe la cosa antes del cumplimiento
de la condición pertenece al comprador.

650. ¿El comprador en esta venta apreciará la cosa según su gusto perso-
nal o según el gusto general, es decir, puede rehusar la cosa si no es de su
agrado, aunque sea aceptable y de calidad sana y regular?
Para resolver esta cuestión debemos hacer un distingo acerca de la
fuente de donde arranca el comprador la facultad de gustar la cosa. Si la
venta es a prueba por haberlo estipulado las partes, la apreciará según su
gusto personal. Si es a prueba, porque recae sobre una cosa que es cos-
tumbre vender en esa forma, no podrá rehusarla, alegando que no es de
su agrado personal, si fuere sana y de regular calidad; en tal caso la cosa
debe apreciarse según el gusto general.
Esta distinción fluye de los propios términos de los artículos 131 y 132
del Código de Comercio. Aquel dice que cuando el comprador se reserva
expresamente la facultad de probar la cosa, la compra se entiende verifica-
da bajo la condición suspensiva potestativa durante el término de tres días. En
cambio, el artículo 132 al hablar de las ventas a prueba de cosas que es costum-
bre vender en esa forma no habla ya de condición potestativa, sino de condi-
ción suspensiva de si la cosa fuere sana y de regular calidad. Hay, pues, entre
ambos preceptos una diferencia esencial en cuanto a los efectos que produce la
reserva de la prueba y que no puede pasar inadvertida para quien estudie
atentamente esas disposiciones.
Condición potestativa es, según el artículo 1477 del Código Civil, la
que depende de la voluntad del que se obliga. Que una cosa dependa de
la voluntad del que se obliga quiere decir que sea arbitrario para él ejecu-
tarla o no. Tratándose de una venta a prueba, el gusto, que es la condición
potestativa, dependerá de su voluntad; él será soberano para decidir si la
cosa le agrada o no, ya que la voluntad consiste precisamente en hacer lo
que se le antoje. Cuando ese artículo dice que esta venta se reputa hecha
bajo una condición suspensiva potestativa, quiere significar que la perfec-
ción definitiva del contrato queda subordinada a la voluntad caprichosa y
arbitraria del comprador, que se manifestará por el agrado o desagrado
que la cosa le produce. Su voluntad no tiene cortapisas de ningún género.
Si rehúsa la cosa porque no le gusta, el vendedor no puede obligarlo a que
la reciba alegando que es sana y de regular calidad, puesto que esta venta
queda subordinada al gusto exclusivo del comprador. En buenas cuentas,
en la venta al gusto mercantil por convenio de las partes, se atiende al
gusto personal del comprador y no al gusto general.

514
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

Esta conclusión se corrobora con el estudio comparativo de las disposi-


ciones de los artículos 131 y 132, porque mientras aquel habla de condi-
ción potestativa, éste se refiere a la condición de si la cosa es sana y de
regular calidad.
Ambas expresiones no significan ni pueden significar lo mismo, porque si
así fuera, la ley habría empleado idénticas frases en uno y otro caso. Al estable-
cer conceptos diferentes en cada uno es porque quiso expresar ideas también
diferentes. De otro modo no se explica esa diversidad de expresiones.
Si la venta al gusto se refiere a cosa que es costumbre vender en esta
forma, la venta se reputa hecha bajo la condición de si fuere sana y de
regular calidad. Ya no queda al arbitrio del comprador rehusarla o no. Si
es sana y de regular calidad no podrá rechazarla; y si lo hace, el vendedor
podrá provocar un peritaje para que informe sobre si reúne esas calidades.
Si las reúne, el comprador deberá aceptarlas necesariamente. En esta es-
pecie de venta se atiende, pues, al gusto general y no al gusto personal del
comprador.
Conviene tener presente esta distinción, porque los efectos que una y
otra venta producen son muy diversos. Así, mientras en la venta mercantil
al gusto por convenio de las partes, el comprador puede rechazar la cosa a
su capricho, sin que el vendedor pueda obligarlo a que la reciba alegando
que es sana y de regular calidad; en la venta mercantil al gusto que se
refiere a una cosa que es costumbre vender en esa forma, el comprador
no podrá rechazarla, si es sana y de regular calidad, aunque no sea de su
agrado personal; y si lo hace, el vendedor podrá obligarlo a que la reciba.

651. A semejanza de lo que ocurre con la venta al gusto que reglamenta el


Código Civil se presume que la venta mercantil es a prueba o al gusto,
siempre que la cosa vendida sea de aquellas que es costumbre vender en
esa forma. Será necesario acreditar que la cosa es de las que se acostumbra
vender al gusto para que, por ese hecho, se presuma que la venta se hizo a
prueba. Desde que se trata de una presunción legal, es claro que admite
prueba en contrario. Lo expuesto fluye del artículo 132 del Código de
Comercio que establece que siempre que la cosa vendida sea de las que se
acostumbra comprar al gusto, la reserva de la prueba se presume. De acuer-
do con esa disposición, la Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado
que la venta del vino se reputa celebrada a prueba por tratarse de una
cosa que es costumbre vender en esa forma. 1

652. Se reputa hacerse a prueba únicamente la venta de las cosas que se


acostumbra vender en esta forma, según se desprende del ya citado artícu-
lo 132. De aquí resulta que si la cosa no tiene tal peculiaridad, para que la
venta se repute celebrada al gusto es menester que el comprador se reser-
ve expresamente la facultad de probarla, como dice el artículo 131.

' Sentencia 541, pág. 319, Gaceta 1886.

515
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

653. En cuanto al plazo en que debe hacerse la prueba, se estará al que


hayan señalado las partes. Pero si éstas no han designado ninguno con ese
objeto, el artículo 131 suple su silencio estableciendo que, en tal evento, la
prueba deberá realizarse dentro de los tres días siguientes a aquel en que
el vendedor requiera al comprador para que la verifique. Si el comprador
no la hiciere en ese plazo, caducará el contrato. De este modo, el Código
de Comercio ha suplido el vacío que en este punto se hace notar en el
Código Civil y con ello ha mejorado considerablemente la situación del
vendedor, que sabrá a que atenerse.
La disposición citada creemos que se aplica tanto a las ventas que se
hacen al gusto por expresa estipulación de las partes como aquellas que
son tales porque recaen sobre cosas que es costumbre vender en esa for-
ma. Desde que ambas son al gusto y desde que entre ellas no hay otra
diferencia que la fuente de donde el comprador arranca la facultad de
probar la cosa, no hay motivo alguno que autorice para no aplicar a la
venta que reglamenta el artículo 132, lo dispuesto en el inciso final del
artículo 131. Esta opinión se refuerza si consideramos que la regla que
este inciso establece es para el caso en que no se fije plazo para realizar la
prueba, lo que ocurrirá frecuentemente en las ventas de cosas que es cos-
tumbre comprar a prueba, ya que en éstas no es necesario pactar esa reser-
va. Y no es de creer que el legislador hubiera sido tan ilógico al sustraer de
la aplicación de ese precepto aquellas ventas que, por su propia naturale-
za, iban a encontrarse con más frecuencia en la situación por él reglamen-
tada. El legislador, al consignar ese precepto, temió que las partes cuando
estipularan la reserva de la prueba, olvidaran fijar un plazo para su realiza-
ción y a fin de suplir su silencio, señaló un plazo de tres días. ¿No tendría
acaso análoga intención respecto de una venta que, como la del artículo
132, no contendría nunca o casi nunca el señalamiento de un plazo con
ese objeto, desde que esa reserva no emanaría de la voluntad de las partes
sino de la naturaleza misma de la cosa vendida? Es evidente que si el obje-
to del legislador ha sido suplir el silencio de aquellos en una venta hecha
al gusto en virtud de su expresa voluntad, con mayor razón ha debido
tener presente la aplicación de ese precepto en las ventas en que esa omi-
sión se presentaría muy a menudo.
Por lo que hace al lugar en que debe hacerse la prueba, a falta de
estipulación de las partes, será aquel en que exista la cosa al tiempo de la
convención porque allí debe hacerse la entrega según el artículo 144 del
Código de Comercio, de la cual no es sino un preliminar.

654. Como se dijo los riesgos de pérdida y deterioro de la cosa que se vende a
prueba son para el vendedor en tanto el comprador no declara que le agrada.
Desde ese momento son de cargo del comprador, según el número 2 2 del
artículo 143 del Código de Comercio. Como ese artículo nada dispone acer-
ca del contratante a quien corresponde la mejora que en ella sobrevenga,
desde que esta venta es condicional deben aplicarse las reglas establecidas
para tales ventas, según las cuales esa mejora pertenece al comprador desde
que se perfecciona el contrato, aunque no se haya realizado la condición,

516
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

que aquí consiste en la declaración del comprador de que le agrada la cosa.


Luego, la mejora sobrevenida antes de esta declaración, si la condición se
cumple, es suya y no del vendedor. Hay, pues, una manifiesta injusticia, por-
que mientras el vendedor sufre los riesgos hasta ese momento las mejoras
anteriores a él pertenecen al comprador.

655. Por lo demás, es aplicable a la venta mercantil al gusto todo cuanto


hemos dicho sobre las ventas civiles al gusto en los números 629, 633,
634, 635, 636, 637, 638, 639, 640, 641, 642, 643, 646 y 647 a que nos
remitimos.

656. Ni el Código Civil ni el Código de Comercio han precisado qué cosas


son las que se pueden vender a prueba o al gusto. Es, pues, un punto que
conviene aclarar si la venta al gusto puede versar únicamente sobre las
cosas que pueden probarse con el sentido del gusto, esto es, por el paladar
o también sobre aquellas otras que se prueban mediante un ensayo o fun-
cionamiento, como ocurre con la ropa, las máquinas, etc.
De los términos de esos Códigos y de las expresiones empleadas por
ellos se desprende que la venta al gusto puede tener por objeto ambas
especies de cosas. En efecto, el Código Civil dice "si se estipula que se vende a
prueba", agregando más adelante "que le agrada la cosa"; y el Código de
Comercio habla de "prueba".
Veamos qué significan los vocablos "prueba"y "agrada". La ley dice que
cuando ella no define una palabra debe tomársela en su sentido natural y
obvio que, según sabemos, es el que señala el Diccionario de la lengua.
Según éste "prueba"significa "el ensayo o experiencia que se hace de una
cosa" y "la cantidad pequeña de un género comestible que se destina para
examinar si es bueno o malo". "Agradar" quiere decir "complacer, conten-
tar, gustar", de modo que ambos vocablos comprenden tanto las cosas que
se gustan con el paladar como las que antes de usarse se ensayan o exami-
nan a fin de ver si sirven para el objeto a que se destinan, desde que
probar una cosa es gustarla o ensayarla, y ella agrada, sea cuando gusta,
sea cuando contenta o complace. La expresión "prueba", como se ve, abar-
ca las dos especies de cosas. Es más comprensiva que "gusto" que significa
distinguir las cosas por su sabor. Por esto la ley al emplear aquella palabra
y no ésta, ha querido dar a esa venta una amplitud mayor que la que
habría tenido si sólo hubiera hablado de cosas que se gustan.
De lo expuesto resulta que el Código Civil y el Código de Comercio
parecen comprender en sus artículos 1823 y 131 y 132, respectivamente,
tanto las ventas de cosas que se gustan con el paladar como aquellas que
se e x a m i n a n con la vista, haciéndolas funcionar o usándolas.
Esta conclusión se corrobora con la circunstancia de que ni uno ni
otro distinguen las cosas que pueden venderse a prueba, ni limita los casos
en que esta venta puede pactarse. Como en derecho privado puede hacer-
se todo lo que la ley no prohibe, no cabe duda que puede estipularse
válidamente la venta a prueba de una cosa que no sea de las que se gustan
por el paladar, con mayor razón todavía cuando la ley no ha hecho distin-

517
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

ciones al respecto, estableciendo, por el contrario, la facultad de las partes


de estipular de un modo expreso la reserva de la prueba.
Fluye de aquí que nuestro Código ha confundido la venta al gusto con
la venta al ensayo que establecen los Códigos francés, italiano, argentino,
etc., que es la que recae sobre las cosas que se examinan o se usan sin
gustarlas con el paladar por no ser de una naturaleza que permita proce-
der así.
Por esta razón, siempre que entre nosotros se venda una cosa a prueba
por convenio de las partes o por ser costumbre venderla en esa forma, sea
de las que se gustan con el paladar o de las que se ensayan, usándolas o
haciéndolas funcionar, la venta se regirá por los artículos 1823 del Código
Civil y 131y 132 del Código de Comercio, según el caso. La venta de má-
quinas, de relojes, de ropa, de artículos alimenticios, etc., será, por lo tan-
to, a prueba siempre que el comprador subordine su consentimiento al
hecho que la cosa sea de su agrado. En una palabra, la venta al gusto o a
prueba y la venta al ensayo son una misma cosa en nuestra legislación. Por
eso, todas las disposiciones que rigen aquella son aplicables a las ventas de
cosas que es costumbre ensayar, examinar, usar o hacer funcionar antes de
comprarlas.
La jurisprudencia está con nosotros. Así, la Corte de Apelaciones de Santia-
go ha declarado que es venta a prueba, sujeta a la disposición del artículo 1823
del Código Civil, la de los caballos cocheros; esta venta dentro de la verda-
dera doctrina es al ensayo.1 La Corte Suprema reputó celebrada a prueba
y sujeta a ese mismo artículo la venta de un buque bajo reserva de exami-
narlo previamente, aun cuando en doctrina se trataba de una venta al
ensayo; pero como nuestro Código ha hecho de ambas ventas una sola,
ese tribunal no pudo fallar sino en la forma indicada. 2

657. La prueba más evidente de la confusión en que incurrió nuestro Có-


digo respecto de las ventas al gusto y al ensayo, equiparándolas en absolu-
to y colocándolas en igual situación, la encontramos en el caso de la
confección de una obra material cuando se hace con materiales que pro-
porciona el artífice, o sea en las ventas que se denominan vulgarmente
"trabajo vendido".
Según el artículo 1996 del Código Civil la confección de una obra ma-
terial es un contrato de compraventa cuando el artífice suministra la mate-
ria. Este contrato no se reputa perfecto mientras el comprador no aprueba
la obra ejecutada. Entre tanto la pérdida y los riesgos de la cosa afectan al
artífice; sólo desde esa aprobación pertenecen al que ordenó la obra. Así
lo ha resuelto también la Corte de Apelaciones de Iquique. 3 Es una verda-
dera venta a prueba que no se perfecciona mientras el comprador no en-
saya o examina la cosa y declara que la aprueba o le agrada. No es una

1
Sentencia 1.858, pág. 831, Gaceta 1873.
- Sentencia 6.068, pág. 542, Gaceta 1900, tomo II.
3
Sentencia 2.932, pág. 1758, Gaceta 1885.

518
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \TINTA

venta condicional bajo condición suspensiva sino una promesa unilateral


de vender que se convertirá en venta con la aprobación del comprador:
únicamente el artífice se obliga a ejecutar la obra; el que la ordenó no
contrae ninguna obligación, sino la de declarar en el plazo legal si la aprue-
ba o no. Se trata, en realidad, de una venta al ensayo, ya que, por lo gene-
ral, las cosas que son materia de ella no se gustan. Pero como entre nosotros
son idénticas ambas especies de venta, resulta que ésta es una venta a prueba
de las que reglamenta el artículo 1823, por lo que le son aplicables todas
las reglas que para aquella hemos mencionado, sin perjuicio de las modifi-
caciones que la ley ha establecido.
Las ventas sobre confección de una obra material tienen dos excepcio-
nes a la regla del artículo 1823: 1) los riesgos y peligros de la cosa vendida
pertenecen al que ordenó la obra, aunque no la haya aprobado, si se cons-
tituyó en mora de declarar si la aprueba o no; y 2) si el que encarga la
obra alega que no se ejecutó debidamente se nombrarán peritos por am-
bas partes.
En el caso del artículo 1823 si el comprador no declara dentro del
plazo estipulado que la cosa le agrada, caduca la obligación del vendedor
y el contrato termina porque se supone que aquél se ha desistido del mis-
mo. Aquí ocurre lo contrario: el que ordenó la obra, por el hecho de
encargar su confección, contrajo la obligación de declarar si le agrada o
no, desde que si la manda hacer es porque la necesita. Por este motivo, la
ley presume que ha estado obligado a manifestar su aprobación en ese
plazo y suple su silencio estableciendo que los riesgos de la cosa le perte-
necen, una vez que se haya constituido en mora de declarar si aprueba o
no la obra en el plazo estipulado, o en el que le fije el juez, a petición del
artífice, dado caso de no haberse estipulado ninguno. Esto hace presumir
que la ley entiende que si el comprador incurre en mora el contrato que-
da perfecto aunque no se apruebe la obra, pues si los riesgos le pertene-
cen es porque aquél ha debido perfeccionarse. El artífice podrá pedir su
cumplimiento o resolución con indemnización de peijuicios. Los riesgos
pertenecen al comprador una vez que está en mora de declarar si aprueba
o no la obra, aun cuando la cosa sea de aquellas en que se atiende al gusto
personal del comprador, como la confección de un vestido, por ejemplo,
porque la ley no distingue al respecto.
La segunda excepción se deriva de la naturaleza misma de esta clase
de contratos. En las ventas a pruebas del artículo 1823 se atiende exclusi-
vamente al gusto personal del comprador; de tal modo que si éste declara
que la cosa no le agrada el contrato termina y el vendedor no puede pedir
que la cosa sea reconocida por peritos, salvas las excepciones que anota-
mos. La regla en este caso es diversa. Como de ordinario se trata de cosas
que no son de agrado personal sino de cosa que están destinadas a prestar
una utilidad externa, si pudiera decirse, se atiende principalmente a que
la cosa sea útil para el objeto a que está destinada. Por eso, aunque no sea
del agrado del que la encargó, siempre que desempeñe la utilidad para la
cual se la necesita, aquél debe aceptarla; no la puede rechazar alegando
que no le gusta, por no haberse hecho en tal o cual forma que es la que le

519
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

agrada. En tal situación, las partes nombrarán peritos para que decidan
acerca de si la cosa está o no ejecutada debidamente y si presta o no la
utilidad para el objeto a que se la destina. En la afirmativa el comprador
debe aceptarla; en la negativa tiene lugar lo dispuesto en los incisos 2 a y 3 a
del artículo 2002.
Sin embargo, no siempre que el comprador rechace la cosa se nombra-
rán peritos, aunque así ocurrirá de ordinario. Puede suceder que las par-
tes al contratar hayan a t e n d i d o ú n i c a m e n t e al gusto personal del
comprador. De ser así, éste es árbitro para aceptar o no la obra y en caso
de rechazarla no podría el artífice pretender que se reconociera por peri-
tos. En la duda de si se atendió o no al gusto personal del comprador, se
recurrirá al peritaje, ya que esta es la regla general y aquella la excepción.
Puede presumirse que la confección de la obra se ha hecho al gusto perso-
nal del que la encargó cuando se trata de una cosa, como la ropa, por
ejemplo, en que ese gusto es el elemento primordial del contrato. No es
justo obligarlo a que acepte una cosa que pugna con su gusto y con sus
condiciones artísticas, desde que será él quien la usará y, por consiguiente,
nadie mejor que él podrá apreciar si le agrada o no.
De acuerdo con lo expuesto, podemos sentar tres reglas sobre el par-
ticular:
1) A falta de estipulación expresa sobre si la cosa debe ser al gusto
personal del comprador o estando dudosa esa intención, siempre que no
se trate de una cosa en que ese gusto es decisivo en el contrato, se aplica la
regla del artículo 2002, esto es, en caso de discusión entre las partes se
nombrarán peritos para que decidan si la obra está o no bien ejecutada;
2) Si hay estipulación expresa sobre el particular, se estará a lo que
decida el comprador, que será árbitro para rechazar o aceptar libremente
la obra;
3) Si se trata de una cosa en que el gusto personal del comprador es
decisivo, haya o no estipulación al respecto, debe estarse a lo que resuelva el
comprador, a menos que se estipule lo contrario.
La diferencia entre esta venta y la que se hace a prueba consiste,
pues, en que en ésta se atiende, por lo general, al gusto personal del
comprador, y por excepción se recurre al peritaje si aquél rechaza la
cosa; en tanto que en la venta de una obra material la regla general es
que la cosa debe aceptarla el comprador siempre que sea útil para el
objeto a que se la destina y esté bien ejecutada, en cuyo caso, si la recha-
za, se resolverá la discusión por medio de peritos; si estos la encuentran
ejecutada conforme a las instrucciones del que ordenó su confección
debe aceptarla, aunque no sea de su agrado personal. Sólo excepcional-
mente, se atiende al gusto personal del comprador, lo que ocurre en los
casos ya señalados.
Veamos algunos ejemplos de los tres casos que pueden presentarse:
1) A encarga a B la confección de una máquina trilladora. B propor-
ciona los materiales. Construida aquella, A la rechaza alegando que no le
gusta, en cuyo caso se nombran peritos y si estos deciden que la cosa está
bien ejecutada y en situación de utilizarse, A debe aceptarla;

520
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

2) Pero si esas mismas partes han convenido en que A sea árbitro para
apreciarla a su antojo y la rechaza, no podrán nombrarse peritos. Esta
cláusula debe estar claramente estipulada, pues en caso de duda, como se
trata aquí de una cosa en la cual el gusto personal del comprador no es
decisivo, se nombrarían peritos;
3) En cambio, si se encarga a un sastre la confección de un terno de
ropa, o a un artista la confección de una estatua, es indudable que aunque
no se estipule que la cosa queda al agrado del comprador, éste será árbitro
para aceptarla o no, ya que se trata de aquellas en que el gusto personal es
el único que puede decidir. Si el comprador rechaza la estatua o el terno
alegando que no le agrada, el vendedor, sea el artista o el sastre, no podrá
exigir el nombramiento de peritos ni tampoco que aquél lleve adelante el
contrato. En general, en todas esas cosas que son de arte, de lujo o de uso
personal es el gusto personal el que decide sin ulterior recurso y solamen-
te se nombrarán peritos si así lo convinieren las partes.
Donde la cuestión puede ser dudosa es en la construcción de una casa.
Si a encarga a B la construcción de un edificio cuyos materiales proporcio-
na a éste y A declara que la casa no le agrada y no le sirve, si nada han
estipulado las partes, creemos que se nombrarán peritos; pero si se ha
convenido en que el comprador decida sin ulterior recurso no habrá con-
trato si éste no la aprueba. Si el punto es oscuro, como si apareciere que se
estipuló esta cláusula y como que no se estipuló, o sea, cuando el espíritu
de los contratantes no es claro, nos parece que también se nombrarán
peritos, porque en la duda debe aplicarse el precepto de la ley, más aún si
se atiende a que aquí no se trata de una cosa en que el gusto personal sea
decisivo.

658. El artículo 1996 se refiere al caso en que se encarga la confección de


una obra; de donde resulta que si la cosa vendida está ejecutada, o cons-
truida, o no es necesario ejecutarla, se aplicará el artículo 1823. En una
palabra, este artículo se refiere a cosas que existen y que se compran tal
como están; el artículo 1996 se refiere a cosas que no existen o que existen
en estado de materia prima siendo menester confeccionarlas. Así, por ejem-
plo, se trata del caso del artículo 1823 cuando uno compra a prueba un
terno hecho; y del artículo 1996 cuando se manda hacer. Esta distinción
tiene importancia para el caso de mora en la aceptación y para los efectos
del artículo 2002.

4a VENTA AL ENSAYO

659. Como hemos dicho anteriormente, nuestro Código no se ocupa de la


venta al ensayo y la confunde con la venta al gusto. Esto no quiere decir que
las partes no puedan convenir en una venta de esta naturaleza, pues entre
nosotros hay libertad de contratación y el artículo 1823 no está redactado
en forma prohibitiva; de modo que no excluye una convención que produz-
ca efectos diversos de los allí señalados. Por lo demás, el artículo 1807 dispo-

521
DE LA COMPRAVENTA Y DE IA PROMESA DE VENTA

ne expresamente que la venta puede ser bajo condición suspensiva. Será


menester expresar claramente la naturaleza condicional de la venta al ensa-
yo, porque en caso de duda se reputaría venta a prueba y se le aplicaría la
disposición del artículo 1823. Como la venta al ensayo es condicional, según
lo veremos, se regirá por las reglas que se señalan para éstas.

660. La venta al ensayo es aquella en que el comprador, antes de comprar


la cosa definitivamente, se reserva la facultad de ensayarla para ver si re-
úne las condiciones requeridas y si es apta para el servicio al cual se la
destina. Queda perfecta desde el instante mismo en que las partes convie-
nen en la cosa y en el precio; eso sí que se entiende hecha bajo condición
suspensiva, es decir, su definitiva perfección depende del cumplimiento
de una condición, que consiste en el ensayo que de la cosa practicará el
comprador. 1
Pothier y los jurisconsultos romanos sostenían que esta venta es bajo
condición resolutoria, en virtud de la cual el contrato se reputa puro y
simple desde el primer momento; y si llega a cumplirse, si la cosa no le
sirve al comprador, el vendedor está obligado a tomarla nuevamente y a
devolver el precio si éste se pagó. 2
Hoy la doctrina ha variado, porque el Código francés 3 adoptó la teoría
inversa, o sea que la venta al ensayo se presume hecha bajo condición
suspensiva. Esto no significa que siempre se haga en esa forma, ya que las
partes pueden estipular que se verifique bajo condición resolutoria. Lo
que se ha querido decir es que en el silencio de las partes y en caso de
duda el juez decidirá que la venta al ensayo se ha celebrado bajo condi-
ción suspensiva. Colmet de Santerre, cuya opinión confirma Marcadé, dice
a este respecto que la presunción de la ley francesa es conforme a la inten-
ción que las partes han debido tener a propósito de los riesgos de la cosa
vendida. Si la venta se hubiera pactado bajo condición resolutoria habría
sido necesario decidir que la pérdida acaecida antes de la aceptación de la
cosa por el comprador sería para éste, mientras que si se hace bajo condi-
ción suspensiva, la pérdida será para el vendedor, deudor de la cosa; y no
es probable que el comprador haya entendido tomar a su cargo los riesgos
de una cosa de la cual no es todavía propietario y de la que tal vez no
llegará a serlo nunca.

1
Véase sobre la venta al ensayo: AUBRY ET RAU, V, pág. 12; BAUDRY-LACANTINERIE,
núms. 164 a 171, págs. 162 a 167; BÉDARRIDE, núms. 155 a 169, págs. 207 a 220; Huc, X,
núm. 23, págs. 39 y 40; LAURENT, 24, núms. 148 a 150, págs. 152 y 153; POTHIER, III, núms.
264 a 266, pág. 108; RlCCI, 15, núm. 105, págs. 259 a 262; MARCADÉ, VI, págs. 160 a 163;
PLANIOL, II, n ú m . 1360, pág. 461; TROPLONG, I, n ú m s . 105 a 113, págs. 127 a 135; GUI-
LLOUARD, I, núms. 4 2 a 4 6 , págs. 5 9 a 6 1 ; FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núms. 4 3 4 a
450, págs. 832; MANRESA, X, págs. 75 a 79.
2
III, núm. 264, pág. 108.
3
El artículo 1858 del Código francés y el 1453 del Código italiano dicen: "La venta
hecha al ensayo se presume siempre celebrada bajo condición suspensiva".

522
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

La venta al ensayo puede hacerse bajo condición suspensiva o resoluto-


ria. Será una cuestión de hecho determinar su carácter, pero a falta de esti-
pulación, en caso de duda, se reputa celebrada bajo condición suspensiva.1

661. Acerca de las diferencias que existen entre las ventas al gusto y las
ventas al ensayo hay discusión entre los autores. Estudiaremos todas las
cosas que estos señalan para concluir determinando cuáles son, a nuestro
juicio, las únicas que verdaderamente existen.
La primera diferencia que entre ambas ventas se nota, según Baudry-
Lacantinerie y Ricci, es que en la venta al gusto la facultad de gustar la cosa
proviene de la naturaleza misma de lo que se vende; esta facultad la tiene el
comprador por tratarse de una cosa que es costumbre vender en esa forma;
en tanto que para que la venta sea al ensayo es menester que haya una
estipulación expresa de las partes en este sentido de modo que según ellos,
es la voluntad de los contratantes la única que puede crear una venta al
ensayo.2 Mucho respeto pueden ofrecernos estas ilustradas opiniones, pero
creemos que en esta ocasión se han apartado de la verdadera doctrina. Para
estos autores la venta al ensayo no puede tener lugar sino en virtud de un
convenio entre las partes, sin que pueda entenderse realizada en esa forma
la venta de aquellas cosas que es costumbre ensayar antes de comprar; mien-
tras que la venta al gusto emana del hecho de referirse a cosas que se acos-
tumbra vender al gusto y no de la voluntad de aquellas. Vimos que la venta
al gusto podía emanar de la naturaleza de la cosa, lo que ocurre cuando se
vende una cosa que es costumbre gustar, o del convenio de las partes. Igual-
mente, la venta al ensayo puede nacer de esas dos fuentes: o de la voluntad
de las partes o de la naturaleza de la cosa vendida. Hay algunas cosas que no
se compran sin ensayarlas antes, siendo este ensayo una costumbre acepta-
da; así sucede con la ropa, con las máquinas, etc. La Corte de París declaró
que la venta de un terno de ropa hecho sobre medida constituye una venta
al ensayo que se presume celebrada bajo condición suspensiva, cualquiera
que sea la forma como se cobre el precio; y el vendedor no puede, en conse-
cuencia, ni oponerse a que se haga el ensayo, ni negarse a recibir el terno y
a restituir el precio cuando, el comprador declara, después del ensayo que
es impropio para el uso al cual está destinado. 3 En la venta de estas cosas
que es costumbre vender al ensayo, éste se presume sin necesidad de estipu-
lación de las partes.4
La opinión de Baudry-Lacantinerie y de Ricci sólo es aceptable en cuan-
to en la mayoría de los casos el ensayo proviene de una estipulación, a la
inversa de lo que ocurre con la venta al gusto; y por excepción deriva de la
naturaleza de la cosa.

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 4 3 , p á g . 5 9 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 4 9 , p á g . 1 5 3 ; BAI ORY-LACAN-
TINERIE, n ú m . 1 6 6 , p á g . 1 6 4 ; TROPLONG, I , n ú m . 1 0 7 , p á g . 1 2 8 ; MARCADÉ, V I , p á g . 1 6 2 .
- R i c c i , 15, n ú m . 1 0 5 , p á g . 2 6 0 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 6 4 , p á g . 1 6 2 .
3
FuziER-I IERMAN, tomo 36, Vente, núms. 436 y 437, pág. 832.
4
GUILLOUARD, I , n ú m . 4 4 , p á g . 6 0 ; H u c , X , n ú m . 2 3 , p á g . 3 9 .

523
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Otros autores, como Aubry et Rau,1 Manresa, 2 Ricci3 y aun Laurent, 4


establecen la siguiente diferencia entre ambas ventas; así como para la for-
mación de la venta al gusto se atiende al agrado o gusto personal del com-
prador, de manera que si rechaza la cosa el vendedor no puede hacerla
examinar por peritos, debiendo conformarse con ese rechazo; en la venta
al ensayo, en cambio, se atiende al gusto general y corriente o, mejor di-
cho, si la cosa reúne la calidad y condiciones necesarias para el uso al cual
está destinada el comprador no la puede rechazar, y si lo hace está obliga-
do a aceptarla en el supuesto que los peritos nombrados, a petición del
vendedor, la encuentran en condiciones de servir para ese objeto. En una
palabra, como dice Manresa, en la venta al ensayo el contrato es obligato-
rio para el comprador aun cuando la cosa no sea de su agrado personal.
Baudry-Lacantinerie, 5 Planiol 6 y Huc 7 combaten esta doctrina y en nues-
tro sentir tiene razón. No es propio de toda venta al ensayo que se atienda al
gusto corriente y que el vendedor pueda acreditar, si la cosa es rechazada
por el comprador, que sirve para el uso a que se la destina. Es verdad que en
la generalidad de las veces ocurrirá así; pero no por eso puede darse como
regla absoluta un hecho más o menos frecuente. Si es cierto que, salvo esti-
pulación expresa en contrario o salvo ciertos casos en que por las circuns-
tancias se desprende lo contrario, la venta al gusto queda subordinada al
gusto del comprador, no lo es menos también que en la venta al ensayo
puede estarse o al gusto personal del comprador o a la opinión corriente.
De ahí que Baudry-Lacantinerie diga que "esta resolución iría a menudo
contra la intención de las partes contratantes y restringiría, más de lo que
aquellas lo han querido, el alcance de las cláusulas de ensayo. Para apreciar
este alcance es necesario buscar, según las circunstancias, según la naturale-
za y destinación de la cosa vendida, si el comprador se ha reservado el ensa-
yo en vista de su conveniencia personal, o si lo ha reservado para apreciar si
la cosa vendida tenía las calidades necesarias para el uso a que estaba desti-
nado. En el primer caso es libre de rehusar la cosa si no le conviene; en el
segundo no puede rehusarla a menos que el ensayo le demuestre que no
tiene las calidades necesarias para el uso en vista del cual la ha comprado.
En este último caso puede ordenarse un peritaje para apreciar las calidades
de la cosa en tanto que en el anterior no se puede controlar por un peritaje
la conveniencia personal del comprador". 8 Así, por ejemplo, si se vende un
caballo para salir de paseo y el comprador quiere ensayarlo a fin de ver si es
de su agrado, es evidente que se atiende a su gusto personal y no podrá

' V, pág. 12.


2
X, pág. 77.
3
15, núm. 105, pág. 260.
4
24, núm. 148, pág. 152.
5
Núm. 165, pág. 162.
6
II, núm. 1360, pág. 461.
7
X, núm. 23, pág. 39.
8
De la vente, núm. 165, págs. 162 y 163.

524
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

admitirse el peritaje. Pero si lo que se compra es una máquina trilladora y se


reserva el ensayo a fin de ver si tiene las cualidades necesarias pitra el objeto
a que se la destina, el comprador no puede rechazarla si el ensayo es favora-
ble, bajo el pretexto que no le conviene. Determinar ese intención es una
cuestión de hecho; y ella se deducirá de la estipulación de las partes, de la
naturaleza de la cosa que se vende y de las circunstancias que rodearon la
celebración del contrato.
Podemos decir que esta segunda diferencia es aceptable únicamente
en el sentido de que en la duda se atenderá a la opinión general y no al
gusto personal del comprador, es decir, que en estas ventas la cosa no se
ensaya, por lo general, para ver si agrada al comprador sino para ver si
reúne las condiciones necesarias para servir al uso a que se la destina.
Pero no hay en esto una característica especial de dicha venta que siempre
la acompañe, ya que ante todo prevalece la intención de las partes. La
diferencia entre ambas ventas en este sentido no sería otra que así como
en las ventas al gusto se atiende, de ordinario y salvo raras excepciones, al
gusto personal del comprador, en las celebradas al ensayo, en el silencio
de los contratantes o cuando su intención no se vea claramente, no se
tomará en cuenta el gusto personal del comprador, sino si la cosa reúne
las condiciones que se requieren para que sirva.
La tercera diferencia sí que es manifiesta y en ella concuerdan todos
los autores. Consiste en que la venta al ensayo queda perfecta desde que
las partes han convenido en la cosa y en el precio, aunque su existencia
dependa de una condición suspensiva; mientras que la venta al gusto no se
perfecciona y no existe en tanto el comprador no declara que la cosa le
agrada. La primera es una venta condicional; la segunda se perfecciona
una vez que el comprador haga esa declaración.
De aquí surgen dos consecuencias importantes: 1) en la venta al gusto
la pérdida, deterioro o mejora pertenece al vendedor mientras el compra-
dor no declara que la cosa es de su agrado; en la venta al ensayo la pérdida
acaecida antes del cumplimiento de la condición es para el vendedor y la
mejora o deterioro sobrevenido en ese tiempo para el comprador; y 2) el
vendedor en la venta al gusto no puede exigir al comprador que pruebe la
cosa ya que éste no se obligó a nada; en la venta al ensayo el comprador
no es libre para hacer o no el ensayo puesto que el contrato está perfecto
y contrajo esa obligación; por eso, si no lo hace en el plazo fijado el vende-
dor puede obligarlo a que lo realice sin perjuicio de poder exigirle el
cumplimiento del contrato, todo con las respectivas indemnizaciones. En
otros términos, así como en la venta al gusto no hay contrato mientras el
comprador no declara que la cosa le agrada, no quedando obligado sino
el vendedor; en la venta el ensayo ambas partes se obligan, pues está per-
fecta, aunque la obligación del comprador queda subordinada a la condi-
ción del ensayo y de sus resultados. 1

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 4 2 , p á g . 5 8 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 6 8 , p á g . 1 6 4 ; TRO-
PLONG, I , n ú m . 1 0 8 , p á g . 1 2 9 ; AUBRYET RAU, V , p á g . 1 2 .

525
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Finalmente, hay una cuarta diferencia que los autores no señalan si bien
puede verse en Pothier. Es la que emana de la naturaleza misma de las
cosas, o sea, de la clase de cosas que se venden. Si la cosa es para el consu-
mo, la venta es al gusto, si es de aquellas que no pueden apreciarse gustán-
dolas, sino examinándolas, la venta es al ensayo. Esta es la regla general
desde que las partes pueden hacer venta al ensayo lo que es al gusto y vice-
versa, o hacerlas puras y simples. Decimos que Pothier comprendió esta
diferencia porque al hablar de la venta al ensayo dice: "En las ventas de
cosas cuya calidad no se puede conocer bien sino por el ensayo que de ellas
se haga tales como un caballo, un reloj, etc.";1 y al hablar de las ventas al
gusto agrega: "Hay ciertas cosas que se venden con cargo de gustarlas, como
el vino, el aceite, etc.".2 El insigne autor nos hace comprender con esto que
no es lo mismo ensayar que gustar. Ya hemos hablado detenidamente sobre
el particular para volver a ocuparnos de este punto. Bástenos decir que se
gustan los alimentos y las cosas de consumo que pueden apreciarse por el
paladar; y se ensayan o examinan todas las demás.
En conclusión, hay dos verdaderas diferencias entre las ventas al gusto
y las ventas al ensayo y son: 1) las primeras existen cuando el comprador
declara que la cosa le agrada; las segundas son condicionales y existen
desde el convenio de las partes, sin necesidad de realizar el ensayo que no
es sino una condición suspensiva que afecta al contrato; y 2) las ventas al
gusto se refieren a cosa que se gustan con el paladar; las ventas al ensayo a
todas las demás que requieren un examen, un funcionamiento o un uso
previo para cerciorarse de sus cualidades.
Las diferencias que se hacen consistir en que la venta al ensayo se hace
siempre en atención a que la cosa reúna las calidades necesarias para que
sirva al objeto a que está destinada, de modo que el vendedor puede pro-
vocar un peritaje si el comprador se niega a recibirla, y en que la venta al
ensayo es tal en virtud de la estipulación de las partes, no son propiamente
diferencias, porque hay ventas al ensayo que quedan al arbitrio o al gusto
personal del comprador y otras en que el ensayo se presume por tratarse
de cosa que es costumbre vender en esta forma. Tanto en uno como en
otro caso se trata de cuestiones de hecho y de casos concretos y especiales
que no constituyen una regla general.

662. Siendo la venta al ensayo un contrato condicional, la pérdida total


de la cosa acaecida fortuitamente antes de realizarse aquél pertenece al
vendedor, porque la condición, o sea, el ensayo, no podrá verificarse y
cuando la condición falla el contrato se considera como inexistente. Si el
comprador acepta la cosa, si se cumple la condición, la mejora o deterioro
ocurrida antes del ensayo es suyo.
Si la pérdida o deterioro proviene de la culpa del vendedor o compra-
dor, el culpable debe resarcir al otro contratante los daños y perjuicios

1
III, núm. 264, pág. 108.
- III, núm. 310, pág. 126.

526
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

que le haya originado. Así, si la culpa es del vendedor, debe restituir al


comprador todo o la parte del precio, según sea la pérdida total o parcial,
e indemnizarle los peijuicios. Si la culpa es del comprador debe a su v ez
indemnizarlos al vendedor.
Los riesgos fortuitos acaecidos durante el ensayo son para el vendedor,
pues no se sabe todavía si la condición se cumplirá o no. Pero el compra-
dor será responsable de la pérdida de la cosa si ha habido negligencia de
su parte. 1 Igualmente, dice Duvergier, los riesgos que se producen ensa-
yando la cosa y por efecto del ensayo pertenecen al vendedor. 2
Cuando la venta al ensayo se hace bajo condición resolutoria, los ries-
gos ocasionados durante el tiempo en que aquella pende son para el com-
prador, de modo que si perece totalmente, el contrato no puede dejarse
sin efecto y el vendedor no está obligado a devolver el precio si lo hubiere
recibido.
Inútil creemos manifestar que las partes pueden renunciar la facultad
de ensayar la cosa, en cuyo caso sería pura y simple; y los riesgos serían
para el comprador desde que hubiera acuerdo sobre la cosa y el precio.

663. Si el comprador encuentra la cosa de su agrado o los peritos la decla-


ran útil y servible para el fin a que está destinada, la condición se ha cum-
plido, la venta se reputa pura y simple desde el primer momento y subsisten
toda las enajenaciones que haya hecho el comprador antes del cumpli-
miento de aquella. Si la cosa no es del agrado del comprador, o los peritos
la desaprueban, o perece totalmente siendo imposible el ensayo, la venta
se reputa inexistente por haber fallado la condición. 3

664. Si las partes han señalado el lugar en que debe hacerse el ensayo y la
época dentro de la cual debe verificarse, se cumplirá su voluntad. Si nada
han dicho se verificará en el lugar en que la cosa se encuentre al tiempo
de perfeccionarse el contrato, porque se trata de un cuerpo cierto. Si no
se ha fijado plazo, se hará inmediatamente después que el comprador sea
requerido al efecto por el vendedor.

665. El comprador no tiene libertad para hacer o no el ensayo, a la inver-


sa de lo que ocurre con la venta al gusto. Ello se debe a que en esta venta
el comprador queda obligado a realizar el ensayo; de ahí que el vendedor
tenga acción para obligarlo a que lo efectúe.
Si el ensayo no se hace en el plazo fijado por la convención o después
de ser requerido el comprador, el vendedor puede pedir la resolución o el
cumplimiento del contrato con indemnización de peijuicios por incumpli-
miento de la obligación de aquél, porque siendo una condición que de-
pende de la voluntad del deudor, aunque no es potestativa, se reputa

1
H U C , X, núm. 32, pág. 40.
2
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 444, pág. 832.
3
BAUDRY-I-\CANTINERIE, n ú m . 1 6 7 , p á g . 1 6 5 .

527
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

cumplida si no la ejecuta por su culpa. La venta queda definitivamente


formada y por eso es que el vendedor tiene acción para exigir que se
cumpla. Si el comprador no hace el ensayo en el plazo fijado, el vendedor
podrá pedir también que se haga por peritos; y si estos aprueban al cosa,
puede exigir el cumplimiento del contrato o su resolución. 1

666. El ensayo, dicen los autores franceses, puede hacerlo el comprador o


un tercero que lo practique en calidad de mandatario suyo. No es necesario
que se haga en presencia de ambas partes. En todo caso, como se trata de
una condición, lo convenido por las partes debe cumplirse literalmente. 2

667. Ha sido una cuestión muy discutida entre los tratadistas franceses la
relativa a saber si muerto el comprador la obligación y el derecho de ensa-
yar la cosa pasan a sus herederos. Hoy está resuelta en sentido afirmativo.
Puesto que el ensayo se puede hacer por un tercero y se trata de un dere-
cho y obligación incorporados al patrimonio del comprador no hay duda
que se transmite a sus herederos, quienes pueden realizarlo. Si se niegan a
ello, el vendedor tiene en su contra las mismas acciones que tenía contra
el comprador. 3 Además, es una regla de derecho que todo contrato se
entiende celebrado para sí y para sus herederos; de modo que también los
afecta, quienes quedan, por lo tanto, obligados a su cumplimiento.

5 2 VENTA POR ORDEN

668. Otra modalidad especial que puede afectar al contrato de compra-


venta tiene lugar cuando se hace por orden. Esta especie de venta no se
encuentra en casi ningún otro Código extranjero y parece que fue una
creación de nuestro Código de Comercio. No la hemos encontrado estu-
diada en ningún comentarista de derecho, lo que dificulta considerable-
mente su estudio, como se comprende. La venta por orden sólo está
reglamentada por la ley mercantil; de donde resulta que las disposiciones
que la rigen no se aplican a la venta por orden que se celebre entre civiles,
que, en caso de pactarse se regirá por las reglas generales de la compra-
venta condicional.
¿Qué se entiende por venta por orden? El Código de Comercio no la ha
definido en ninguno de los artículos destinados a reglamentarla y que son
los artículos 134 y 137. Aquel dice: "La compra por orden de una cosa designada

1
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 447 y 448, pág. 832; TROPLONG, I, núm. 109,
p á g . 1 3 1 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 4 5 , p á g . 6 0 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 6 9 , p á g . 1 6 6 ; LAU-
RENT, 2 4 , n ú m . 1 4 8 , p á g . 1 5 2 ; A U B R Y E T RAU, V , p á g . 1 2 .
S
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 7 0 , p á g . 1 6 7 .
5
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 7 1 , p á g . 1 6 7 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 4 6 , p á g . 6 1 ; H u c , X ,
núm. 23, pág. 40; TROPLONG, I , núm. 112, pág. 133; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm.
pág. 832.
450.

528
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \*ENTA

sólo por su especie, y que el vendedor debe remitir al comprador, implica de parte de éste
la facultad de resolver el contrato, si la cosa no fuere sana y de regular calidad. Siendo
la cosa designada a la vez por su especie y calidad, el comprador tendrá también la
facultad de resolver el contrato si la cosa no fuere de la calidad estipulada. Habiendo
desacuerdo entre las partes en los dos casos propuestos se ordenará que la cosa sea
reconocida por peritos". Y el artículo 137 agrega: "Comprada y expedida, por orden
la cosa vendida bajo condición de entregarla en un lugar determinado, se entiende
que la compra ha sido verificada bajo la condición suspensiva casual de que la cosa
llegue a su destino. Cumplida la condición, el comprador no podrá disolver el contra-
to, salvo que la cosa no fuere de recibo o de la especie y calidad estipuladas".
La ley no ha definido, como dijimos, lo que debe entenderse por venta
por orden; pero del contexto de las disposiciones transcritas se desprende
que la hay cuando se celebra un contrato de compraventa entre personas
que no tienen las cosas a la vista por cuyo motivo el vendedor se obliga a
remitir la que se vende a virtud de la orden que con tal objeto le dirige el
comprador. Si un comerciante residente en Talca escribe a otro, residente
en Santiago, solicitándole el envío de cien sacos de trigo a tal precio, que
éste remite, hay venta por orden, porque se celebró en virtud de la orden
emanada del comprador.
Según esto, podemos definir la venta por arelen diciendo que es aquella que
se hace en virtud de la orden que el comprador expide al vendedor a fin que le
remita la cosa material del contrato, cosa que el comprador no ha conocido al
tiempo de celebrarlo. De aquí que se la denomine "por orden"ya que tiene lugar
cuando se genera en virtud de un pedido, solicitud u orden que el com-
prador dirige al vendedor a fin de conseguir de éste el envío de las merca-
derías que se compran.

669. Esta venta tiene una particularidad muy especial y es que la orden
sólo puede emanar del comprador y no del vendedor. Es el comprador,
quien, no conociendo la cosa comprada, pide al vendedor que se la remi-
ta. Este interviene en el contrato para cumplir la orden emanada de aquel
mas no para darla. El comprador, a su vez, por la naturaleza misma de su
intervención en el contrato, se halla en la imposibilidad de figurar con el
carácter de ordenado, o sea, como aquel de los contratantes encargados
de dar cumplimiento a lo solicitado por el otro.
En esta venta hay una parte que expide la orden y otra que la recibe y
cumple, remitiendo la mercadería. El ordenador, el que expide la orden
no puede ser sino el comprador; quien la cumple, el vendedor, porque es
el que contrae la obligación de entregar la cosa vendida. Veamos un ejem-
plo: A escribe a B pidiéndole el envío de cien cajones de azúcar por el
precio de trescientos pesos. A es el comprador y B es el vendedor. Luego,
éste debe remitirlos en caso de celebrarse el negocio. Pero B, vendedor,
no podría ordenar a A, comprador, que le compre su mercadería. B po-
dría preguntar a A si quiere comprarle esos cajones y si A contesta afirma-
tivamente la venta se perfeccionaría y B debería remitirlos. Habría aquí
una venta por orden en que la oferta partió del vendedor; pero debe te-
nerse presente que no es el hecho que la oferfaTffij^Crfcd vendedor o del
) SUPr.EiVIA f
529 ) V
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V r¡Hii F J
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

comprador lo que caracteriza esta venta, sino el envío de la mercadería en


virtud de una orden emitida por el comprador. La oferta puede partir de
uno u otro; pero la orden de remitir las mercaderías, sea oferta o acepta-
ción, no puede partir sino del comprador, porque consistiendo este con-
trato en el envío de la cosa al comprador y debiendo enviarla el vendedor,
ya que sobre él pesa la obligación de entregar, es evidente que su envío no
puede solicitarlo sino aquél.
Nuestra modesta opinión encuentra apoyo en el texto de los artículos
134 y 137 del Código de Comercio. Ambos se refieren a la compra por orden
con lo que manifiestan que esa orden solo puede emanar del comprador,
desde que es este quien compra. Además, la frase "y que el vendedor debe
remitir al comprador" está indicando que la orden emana del comprador y
no del vendedor, puesto que sobre éste pesa la obligación de remitir la
cosa y si la remite es porque el comprador se la ha pedido. Finalmente,
cuando la cosa enviada no fuere conforme con la orden, dicen esos artícu-
los, el comprador puede dejar sin efecto la venta, lo que indica que es él
quien compra en esta forma.

670. Para que la venta sea por orden es menester la concurrencia de cua-
tro requisitos: 1) que la venta se haga en virtud de una orden que el com-
prador dirige al vendedor; 2) que la cosa objeto del contrato no sea
conocida por aquél al tiempo de su celebración; 3) que haya envío de las
mercaderías vendidas al comprador; 4) que las cosas sean examinadas o
conocidas por éste con posterioridad a ese envío.

671. El primer requisito consiste en que la venta se celebre en virtud de


una orden que el comprador dirige al vendedor pidiéndole la remisión de
la cosa materia del contrato. Esta orden puede darse por carta o telegra-
ma, por teléfono, verbalmente y en fin, por cualquier medio que haga
saber al vendedor los deseos del comprador.
No debe confundirse la orden con la oferta y la aceptación, porque
puede adoptar una u otra forma. Lo esencial es que envuelva la petición
del comprador relativa a que se le envíe la cosa que se compra. Si A dice a
B que le mande cien sacos de trigo, esa petición de A es una oferta y una
orden. Pero si B dice a A que puede venderle cien sacos de trigo y A
contesta aceptando, la propuesta de B no es orden, es una oferta de venta. La
aceptación de A sí que es una orden, pues en virtud de ella se remiten las
mercaderías. La orden debe emanar siempre del comprador y es lo que hemos
estudiado detenidamente en el número anterior.
La orden que el comprador remite al vendedor debe contener las indi-
caciones necesarias para que el contrato se perfeccione; y puede referirse
a la especie de la cosa únicamente, a la especie y calidad de la misma, o
contener muestras. En cada uno de esos casos la venta produce efectos
diversos, como se verá más adelante.

672. El segundo requisito para que haya venta por orden consiste en que
la cosa sobre que recae el contrato no se encuentre en presencia de las

530
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

partes al tiempo de su celebración de tal modo que sea de absoluta necesi-


dad remitirla posteriormente al comprador. Este requisito fluye de los pro-
pios términos de la ley. En efecto, después de estudiar en sus artículos 130
y 133 la venta a la vista, o sea la que se hace teniendo la cosa presente al
tiempo del contrato, estudia la venta por orden. De aquí se infiere que la
venta por orden no puede ser ni es venta a la vista. Y como ésta es aquella
en que la cosa está en presencia de las partes al tiempo de su celebración,
es claro que en la venta por orden la cosa no se encuentra en presencia de
las mismas. De no ser así, no existiría ninguna diferencia entre una y otra.
Hay más todavía. Si el comprador tuviere la cosa a la vista al tiempo del
contrato, no se habría creado la disposición del artículo 134 ni se le habría
dado la facultad de resolver la venta cuando, después de recibida, notare
que no es de la misma especie y calidad solicitadas. Si tiene ese derecho es
porque no conoce la cosa y si no la conoce es porque en el momento de
contratar no la vio ni la examinó por no tenerla presente. Por último, de
la naturaleza misma de este contrato fluye la necesidad de que la cosa se
encuentre ausente; sólo en estas circunstancias es posible su remisión en
virtud de una orden del comprador. Si está a la vista, esa remisión en
virtud de dicha orden no es posible ya que como consecuencia del contra-
to el vendedor queda obligado a entregarla en todo caso. En la venta por
orden el comprador, que no conoce la cosa, solicita al vendedor que se la
envíe dejando subordinada la existencia del contrato al examen que de
ella haga al tiempo de recibirla.

673. Establecida, pues, la necesidad de que la cosa no se halle presente al


tiempo de contratar para que la venta sea por orden, queda por determi-
nar si esta venta puede hacerse entre ausentes únicamente o si es posible
también entre presentes. Dos opiniones hay al respecto. Según unos, no es
susceptible de celebrarse sino entre personas ausentes; de otro modo no
tiene cabida la existencia de una orden escrita emanada del comprador y
dirigida al vendedor. Según otros, puede hacerse tanto entre presentes
como entre ausentes, porque la orden puede ser verbal o escrita desde
que la ley no ha señalado la forma en que debe darse; y no es la situación
en que se encuentran las partes la que caracteriza este contrato, sino que
la cosa no esté a la vista de las mismas al tiempo en que se celebra, y como
este requisito puede llenarse sea que aquellas estén o no presentes, es
evidente que su celebración es posible en ambos casos.
Dentro de la primera opinión hay dos teorías. Para unos la venta por
orden puede hacerse solamente de plaza a plaza, es decir, entre personas
que residen en lugares diversos. Para otros, basta el hecho de no encontrar-
se presentes al tiempo del contrato, sin que tenga ninguna importancia que
residan o no en el mismo lugar. Don José Alfonso se pronunciaba por la
primera de estas opiniones. En un voto disidente pronunciado por él, cuan-
do era ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, dice acerca de un
contrato celebrado entre personas residentes en una misma ciudad:
"Efectuado el contrato en esta forma, no es una venta de las que el Código de
Comercio califica de venta por orden en sus artículos 134 y 137, puesto que esta

531
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

clase de ventas, que es una especulación de plaza a plaza según el artículo 134
citado, tiene que celebrarse por medio de comunicación dirigida por el compra-
dor al vendedor, lo que no ha sucedido en el presente caso en que don J. Z., socio
y representante en Valparaíso de Z. Hnos., de Iquique, se entendió directamente
con la casa vendedora de Valparaíso".1
Muy digna de respeto será esta ilustrada opinión, pero no participa-
mos de ella, como tampoco aceptamos la de los que piensan que esta
venta sólo puede hacerse entre ausentes, aunque residan en el mismo lu-
gar. Creemos que no es el hecho de encontrarse ausentes o presentes las
partes lo que la caracteriza. Esta es una circunstancia que en nada modifi-
ca la naturaleza de este contrato. Lo que es esencial en ella es que la cosa
no sea conocida por el comprador al tiempo de celebrarse y como este
hecho puede producirse sea que los contratantes estén o no presentes, es
claro que tanto en uno como en otro caso, siempre que no tengan la cosa
a la vista a la época del contrato, habrá venta por orden. El argumento
que hacen los sostenedores de la doctrina contraria, basado en que la
orden debe ser escrita, es absurdo y antojadizo. No hay ninguna disposi-
ción que consigne tal exigencia y el sentido natural y obvio de la palabra
orden no exige tampoco que sea escrita. La orden es un mandato que
debe ejecutarse y cumplirse y el mandato se puede conferir por escrito o
verbalmente; de modo que la orden puede darse en una u otra forma.
La jurisprudencia se ha pronunciado en idéntico sentido. Así, la Corte
de Apelaciones de Santiago declaró que la venta es por orden cuando la
cosa no se halla presente al tiempo del contrato, aunque las partes se en-
cuentren una al frente de la otra, porque lo que exige el artículo 134 del
Código de Comercio es que la mercadería no esté a la vista pero en ningu-
na parte consigna esa exigencia para las partes. Dice así el considerando
pertinente:
"Que carece de importancia la alegación que ha formulado el señor Evans a fs. 11,
cual es, que el artículo 134 no debe aplicarse a la presente cuestión porque la
compraventa se celebró personalmente por los contratantes y no a la orden, que
es el caso contemplado en aquella disposición; porque tomándola en su sentido
natural y obvio se ve claramente que esa frase no se refiere a los contratantes sino a la
mercadería que no está presente al contratar y que para ser entregado al comprador
debe hacer su remisión a la orden el vendedor". 2
La Corte de Apelaciones de La Serena ha establecido también en dos
ocasiones que es venta por orden aquella que se celebra con respecto a
una cosa que las partes no tienen a la vista al tiempo de contratar, sin
que nada importe que ambas se hallen presentes en el momento de la
perfección del contrato. 3 La misma doctrina ha sustentado la Corte de
Valparaíso. 4

1
Sentencia, 1.557, pág. 976, Gaceta 1884.
2
Sentencia 857, pág. 655, Gaceta 1894, tomo I. Véase en el mismo sentido: sentencia
1.557. pág. 976, Gaceta 1884.
3
Sentencia 3.668, pág. 2180, Gaceta 1885; sentencia 1.970, pág. 155, Gaceta 1888, tomo II.
4
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903.

532
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

En conclusión puede decirse que lo esencial en esta venta es que la


cosa no esté a la vista de las partes, o al menos del comprador, en el mo-
mento de la celebración del contrato; no teniendo influencia alguna en su
calificación la circunstancia que los contratantes se hallen presentes o au-
sentes. En uno y otro caso, si la cosa no está presente, la venta es por
orden. Según esto, hay venta por orden tanto cuando un comerciante de
Valdivia solicita a uno de Santiago que le venda tal cosa, como cuando una
persona entra a un almacén y dice al comerciante que le envíe a su casa tal
mercadería que no ve ni examina en ese momento. Es también venta por
orden la que celebran los agentes viajeros de las casas de comercio que
van de almacén en almacén ofreciendo sus mercaderías. Las partes contra-
tan entre presentes; pero como no tienen la mercadería a la vista, lo que
hace necesario su envío al comprador en virtud de la petición que éste
formula, la venta se reputa hecha por orden.

674. El tercer requisito para que la venta sea por orden consiste en el
envío de las mercaderías de un lugar a otro. Desde que la cosa no está en
presencia de las partes al tiempo del contrato, es indudable que habrá
traslación de lugar de la cosa vendida. El artículo 134 del Código Civil lo
consigna expresamente cuando dice "la compra por orden de una cosa que el
vendedor debe remitir al comprador", lo que manifiesta el carácter indispensa-
ble que tiene este requisito. Es indiferente que las mercaderías se envíen
del lugar en que reside el vendedor; puede encontrarse en otro diverso de
su residencia y ser enviadas desde allí, sin que el contrato se altere en
nada. Lo esencial es que haya transporte de las mercaderías del lugar en
que se encuentran a aquel en que se halla el comprador. Este requisito no
constituye por sí solo la venta por orden. Es uno de sus elementos que
j u n t o con los otros da este aspecto a la venta; pero el envío de las mercade-
rías únicamente nada significa, como dice el señor Alfonso en el voto an-
tes mencionado. La jurisprudencia reconoce también la necesidad del envío
de la cosa para que haya venta por orden, pues es el único medio que
tiene el comprador para conocerla ya que no la tuvo a la vista en el mo-
mento del contrato. 1

675. El cuarto y último requisito que debe concurrir en la venta para que
se repute por orden es que el comprador examine y conozca la cosa vendi-
da con posterioridad a su envío. Puesto que no la conoció al tiempo del
contrato ni pudo conocerla, pues si así fuera no habría venta por orden,
este requisito cae de su propio peso, requisito que es más notorio aún si se
atiende a que el comprador conserva después de la venta el derecho de
resolverla si la cosa no reúne tales y cuales condiciones. El examen de la
cosa posterior a la venta y a su envío es esencial en esta venta. De ahí que

1
Sentencia 1.557, pág. 976, Gaceta 1884; sentencia 3.668, pág. 2180, Gaceta 1885; sen-
tencia 1.970, pág. 155, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 857, pág. 665, Gaceta 1894, tomo I;
sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.

533
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

si las mercaderías estaban en poder del comprador al tiempo del contrato,


sea a título de depósito, prenda o por otro motivo que hace suponer que
fueron examinadas a la época de su celebración, la venta no es por orden.
En tal situación no habría venta de esa especie en ningún caso, porque
aparte de ser conocida la cosa por el comprador cuando la compró, no
habría envío de la misma, sin cuyo requisito no existe.

676. La concurrencia copulativa y simultánea de esos cuatro requisitos da


a la compraventa el carácter de venta por orden. La omisión de uno de
ellos la despoja de ese carácter o la convierte en otra especie de venta. Si
la cosa está a la vista del comprador a la época del contrato, aunque haya
orden y envío de la misma, la venta será a la vista, pero no por orden.
Igualmente, si falta la orden, si no hay envío de la mercadería, ni examen
posterior de la misma por el comprador por haberla conocido antes, aun-
que concurran los demás requisitos, tampoco hay venta por orden.

677. La venta por orden se perfecciona en el momento en que el compra-


dor acepta la orden del vendedor, esto es, cuando hay acuerdo en la cosa y
en el precio. Esa aceptación puede ser expresa o tácita. Es expresa cuando
el vendedor contesta aceptando la compra; es tácita cuando envía las mer-
caderías lisa y llanamente. Esta aceptación debe hacerse en los plazos que
señalan los artículos 97 y 98 del Código de Comercio y el contrato se
perfecciona en el instante en que aquella se produce aunque el compra-
dor no la conozca.

678. Si bien es cierto que esta venta se perfecciona en ese momento no lo


es menos también que tal perfección queda sujeta a una condición resolu-
toria que consiste en que la cosa enviada sea sana y de regular calidad, de
la calidad estipulada o conforme a la muestra. El contrato nace sujeto al
evento de extinguirse si las mercaderías no reúnen las condiciones indica-
das. Si los reúne, la condición falla y la venta se reputa pura y simple desde el
primer momento. Si no los reúne la condición se cumple y aquella se resuelve,
reputándosela como si jamás hubiera existido. El carácter condicional de esta
venta fluye de los propios términos del artículo 134 del Código de Comercio,
que dice que la compra de una mercadería por orden implica de parte del
comprador la facultad de resolver el contrato si la cosa no reuniere tales o
cuales condiciones. Y la facultad de resolver un contrato emana de una
condición resolutoria que, en este caso, va subentendida en la venta por
disposición de la ley.

679. Siendo la venta por orden un contrato bajo condición resolutoria, la


pérdida, deterioro y mejora de la cosa pertenecen al comprador desde
que se celebra, de tal modo que si perece totalmente antes de llegar a su
poder, siendo imposible examinarla, la condición se reputa fallida y el
contrato puro y simple desde el primer momento; quedando aquel obliga-
do a pagar el precio. Si la venta se resuelve, debe restituir la cosa en el
estado en que se encuentra; y no responde de los deterioros que proven-

534
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

gan del caso fortuito. Tanto en uno como en otro caso es menester que la
pérdida o deterioro provengan del caso fortuito; de otro modo el contra-
tante culpable debe indemnizar los peijuicios al otro.

680. Quede bien entendido que si el contrato se resuelve por no estar


conformes las mercaderías con la orden, el vendedor no tiene derecho
para exigir indemnización de peijuicios. Se trata de una condición resolu-
toria inherente a él, que consiste en que las mercaderías reúnan esas cali-
dades, de manera que el vendedor, al contratar de esta forma, conoce el
evento a que se expone.

681. Entre la venta por orden y la venta al gusto hay dos grandes diferen-
cias:
1) La venta a prueba es una promesa unilateral de vender que no im-
pone obligaciones sino al vendedor y en que el comprador queda comple-
tamente libre mientras no declara que la cosa le agrada. Entonces esa
promesa se convierte en venta; por eso en tanto esa declaración no se
produce, los riesgos de la cosa pertenecen al vendedor. La venta por or-
den, por el contrario, se perfecciona cuando hay acuerdo de las partes,
eso sí que su existencia queda subordinada a una condición resolutoria,
por cuyo motivo los riesgos son para el comprador a contar desde ese
instante. Hay, pues, esta gran diferencia: la venta a prueba se perfecciona y
nace pura y simplemente desde que el comprador da su consentimiento
declarando que le agrada la cosa; la venta por orden se perfecciona y nace
bajo condición resolutoria cuando hay acuerdo de voluntades.
2) En la venta al gusto se atiende al gusto personal del comprador, de tal
modo que si la cosa no le gusta el contrato termina y el vendedor no puede
hacerla examinar por peritos, salvas las excepciones indicadas. En la venta por
orden, excepción sea hecha del caso en que se estipule que las cosas deben ser
del agrado personal del comprador, se atiende a si las mercaderías están
conformes con la orden; si lo están el comprador no puede desecharlas y
si no quisiera aceptarlas, fundado en que no le agradan o en que no están
conformes, se examinarán por peritos.

682. La venta por orden puede hacerse de tres maneras: designando la


cosa por su especie, por su especie y calidad o enviando muestras. De esta
ultima nos ocuparemos al hablar de la venta sobre muestras.
La primera manera como puede hacerse esta venta es señalando la
cosa por su especie, como si un comerciante pide a otro que le remita cien
quintales de trigo o mil quintales de azúcar flor. Aquí la cosa se ha señala-
do por su especie y nada se ha dicho acerca de su clase o calidad. Cuando
así sucede, la venta se reputa hecha bajo la condición resolutoria de que la
cosa sea sana y de regular calidad, pues a falta de estipulación al respecto,
el vendedor cumple su obligación entregando cosas sanas y de regular
calidad. Esta regla está consignada en el inciso I a del ya citado artículo
134 que dice: "La compra por orden de una cosa designada sólo por su especie, y
que el vendedor debe remitir al comprador, implica de parte de éste la facultad de

535
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

resolver el contrato si la cosa no fuere sana y de regular calidad". La jurispruden-


cia es uniforme sobre el particular. La Corte de Apelaciones de La Serena
declaró que, por tratarse de una venta por orden hecha con designación
de la especie de la cosa, la obligación del vendedor era entregarla sana y
de regular calidad y como no reunía esas condiciones el comprador estaba
en su derecho para resolver el contrato. 1 En el mismo sentido se han pro-
nunciado las Cortes de Apelaciones de Santiago 2 y de Valparaíso. 3

683. Cuando la venta por orden se hace señalando la especie y calidad de


la cosa, dice el inciso 2 a del artículo 154, el comprador tiene la facultad de
resolver el contrato si la cosa no fuere de la calidad estipulada. Ya no basta
con entregar cosas sanas y de regular calidad. El vendedor cumplirá su
obligación entregando cosas de la calidad solicitada dentro de la especie
que se indica, naturalmente. Si el vendedor envía al comprador cosas sa-
nas y de regular calidad, no siendo de la indicada, éste puede resolver la
venta. Es venta por orden de esta especie aquella que recae sobre cien
fardos de pasto del segundo corte o sobre cien kilos de azúcar flor de
primera clase. También queda comprendido en este caso la venta por or-
den de un cuerpo cierto, desde que la cosa se individualiza por su especie
y calidad. Si solicito la venta del caballo blanco que Ud. tiene en su casa,
hay venta por orden de una cosa designada por su especie y calidad. Si en
el primer caso el pasto no es del segundo corte o la azúcar no es azúcar
flor de primera clase, y si en el segundo el caballo no es blanco ni el que
Ud. tiene en su casa, el contrato se puede resolver aunque la cosa sea sana
y de regular calidad, porque la venta lleva envuelta la facultad de poderla
resolver si aquella no fuera de la calidad estipulada.

684. Si no llega a comprobarse la calidad de las mercaderías que pidió el


comprador, se presume que sólo ha indicado su especie y, en consecuencia, el
vendedor cumplirá su obligación remitiéndolas sanas y de regular calidad, en
virtud de lo dispuesto en el artículo 145 del Código de Comercio. La Corte de
Apelaciones de La Serena ha establecido que no constando la calidad de los
animales que solicitó el comprador, el vendedor cumple su obligación entre-
gándolos sanos y de regular calidad.4 La Corte de Santiago ha dicho que, si no
consta la calidad del carboncillo solicitado por el comprador, el vendedor
cumple su obligación entregando uno sano y de regular calidad.5

685. Claro está que si el vendedor se allana a aceptar la resolución del


contrato que invoca el comprador porque la cosa enviada no reúne las

1
Sentencia 3.668, pág. 2180, Gaceta 1885, y sentencia 1.970, pág. 155, Gaceta 1888,
tomo II.
2
Sentencia 857, pág. 655, Gaceta 1894, tomo I.
3
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.
4
Sentencia 3.668, pág. 2180, Gaceta 1885.
5
Sentencia 857, pág. 655, Gaceta 1894, tomo I.

536
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

cualidades exigidas, no hay dificultad; todo se arregla satisfactoriamente.


Esta comienza cuando hay desacuerdo entre las partes acerca de si la cosa
reúne o no esas calidades. El inciso final del artículo 134 resuelve el caso
en esta forma: "Habiendo desacuerdo entre las partes en los dos casos propuestos,
se ordenará que la cosa sea reconocida por peritos".
Será materia de un juicio determinar si las cosas son o no sanas y de
regular calidad o de la especie y calidad solicitadas. En ese juicio es donde
se nombrarán los peritos, pues según el artículo 412 del Código de Proce-
dimiento Civil cuando la ley ordena que un asunto se resuelva previo in-
forme de peritos, se entenderá cumplida esta exigencia agregando el
reconocimiento y dictamen pericial al procedimiento que corresponda usar,
que aquí será el señalado para los juicios de comercio. Así lo han entendi-
do también los tribunales que, cada vez que han tenido que conocer de
juicios relativos al desacuerdo de las partes en una venta de esta especie,
han nombrado peritos para que reconozcan las mercaderías y dictaminen
acerca de si son o no de la especie y calidad convenidas. 1

686. De los términos del inciso transcrito se desprende que los peritos
deben examinar la cosa, ya que en eso consiste su reconocimiento. Su
examen por aquellos es de absoluta necesidad. De esto fluye que si dicho
examen no es posible, porque la cosa ha perecido o se ha consumido
antes de que se practique, ese reconocimiento no podrá realizarse. De ser
así se reputa que la cosa era sana y de regular calidad o de la especie y
calidad convenidas, ya que no siendo posible establecer ese hecho, debe
optarse por la subsistencia del contrato. Esta solución guarda conformidad
con los principios que rigen la prueba. Como es el comprador quien debe
probar que la cosa no reúne esas condiciones, si no acredita esa circuns-
tancia, el hecho debe tenerse por no probado, lo que importa aceptar la
alegación del vendedor, esto es, que la cosa reúne esas condiciones. En tal
evento, la condición se reputa fallida y el contrato se mantiene en todas
sus partes. La Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado en dos oca-
siones que si el comprador se coloca en la imposibilidad de poder recla-
mar de la mala calidad de la cosa por haberla enajenado a un tercero, por
haberla destruido o consumido, debe reputarse sana y de regular calidad
o de la especie y calidad convenidas, según el caso, quedando obligado a
pagar su precio. 2 Igual doctrina ha sustentado la Corte de La Serena. 3

687. Practicado el peritaje y reconocida la cosa, los peritos decidirán si


reúne o no las condiciones requeridas. Este informe tiene un mero valor
ilustrativo que el juez no está obligado a seguir; pero que dada la impor-

' Sentencia 1.557, pág. 976, Gaceta 1884; sentencia 3.668, pág. 2180, Gaceta 1885; sen-
tencia 1.970, pág. 155, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 857, pág. 655, Gaceta 1894, tomo I;
sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.
2
Sentencia 1.557, pág. 976, Gaceta 1884; sentencia 730, pág. 421, Gaceta 1887, tomo I.
s Sentencia 2.240, pág. 993. Gaceta 1868.

537
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

tanda que la ley le atribuye en este caso deberá ser tomado muy en cuen-
ta. Si se establece que la cosa reúne las condiciones exigidas, si es sana y de
regular calidad o de la especie y calidad convenidas, el comprador debe
aceptarla y pagar el precio. 1
Si la cosa no es sana y de regular calidad o si no es de la calidad estipu-
lada, se resolverá el contrato y el vendedor debe indemnizar al comprador
los peijuicios consiguientes. La jurisprudencia ha resuelto en varias ocasio-
nes contratos de ventas por orden con indemnización de peijuicios, por
no ser las cosas de la calidad convenida o por no ser sanas y de regular
calidad. 2

688. Si la cosa no es sana y de regular calidad o si no es de la calidad


convenida ¿podría el comprador en vez de desistirse del contrato pedir
una rebaja del precio en proporción a la calidad de aquella? Por la afirma-
tiva se han pronunciado las Cortes de Apelaciones de La Serena 3 y de
Valparaíso.4 Esta solución es perfectamente razonable, desde que si el com-
prador se contenta con una rebaja del precio, no se ve motivo alguno para
obligarlo a que resuelva la venta, más aun cuando ninguna disposición le
prohibe usar aquel temperamento. Por el contrario, la misma ley le con-
fiere ese derecho cuando se trata de vicios redhibitorios a los cuales pue-
den equipararse, hasta cierto punto, los defectos de calidad.

689. Aun cuando al artículo 134 del Código de Comercio nada dice acer-
ca de si el comprador a quien no se le envían las mercaderías conforme a
lo solicitado puede exigir el envío de otras, o sea, el cumplimiento del
contrato, creemos que también tiene tal derecho, porque siendo la venta
un contrato bilateral, va subentendida en ella la condición resolutoria de
que si no se cumple por una de las partes, la otra podrá exigir su resolu-
ción o su cumplimiento. El hecho que el artículo 134 haya atribuido una
naturaleza especial a esta venta no importa la supresión de esa condición
que, salvo disposición en contrario que aquí no existe, se subentiende por
el ministerio de la ley en todo contrato bilateral.

690. Para que el comprador pueda resolver el contrato en el caso del artícu-
lo 134 no basta que las mercaderías no sean sanas y de regular calidad o
de la calidad estipulada. Es menester que reclame formal y oportunamen-
te de esa disconformidad.
En cuanto a la forma de la protesta o reclamo se puede hacer dirigiéndose
al vendedor verbalmente o por escrito, debiendo tener presente lo dis-
puesto en los artículos 1 7 1 0 y l 7 1 1 del Código Civil cuando el contrato se
refiera a algo que valga más de doscientos pesos.

1
Sentencia 1.557, pág. 976, Gaceta 184.
- Sentencia 3.668, pág. 2180, Gaceta 1885; sentencia 857, pág. 655, Gaceta 1894, tomo
I; sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.
'Sentencia 1.970, pág. 155, Gaceta 1888, tomo II.
4
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.

538
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

En cuanto a la época de la protesta, se deberá hacer en el plazo estipu-


lado. A falta de estipulación se observarán las reglas siguientes:
1) Si el vendedor, cuando entrega las mercaderías, exige al compra-
dor el reconocimiento íntegro de su calidad y cantidad éste debe recla-
mar de los defectos que note en el acto de hacer ese reconocimiento. Si
no hiciere este reconocimiento, o si haciéndolo, no reclama en el acto
de su realización, se entiende que renuncia todo ulterior reclamo por
falta de cantidad o defecto de calidad. Es lo que establece el artículo 146
del Código de Comercio en estos términos: "En el acto de la entrega puede
el vendedor exigir del comprador el reconocimiento íntegro de la calidad y canti-
dad de las mercaderías. Si el comprador no hiciere el reconocimiento, entenderá
que renuncia todo ulterior reclamo por falta de cantidad o defecto de calidad".
Tres requisitos se necesitan para que el comprador pueda reclamar de la
mercadería y su reclamo sea atendido: 1) que el vendedor le exija que
las reconozca íntegramente; 2) que el comprador practique ese recono-
cimiento; y 3) que el comprador reclame en el acto de hacer ese recono-
cimiento. No es necesario que el reclamo se haga en el acto de la entrega.
Lo que se exige es que se formule inmediatamente después de practicar-
se el reconocimiento solicitado por el vendedor; de tal modo que si éste
no lo solicita y el comprador no lo ha hecho, puede reclamar después, si
ese reclamo se hace tan pronto como se examinan las mercaderías. El
reclamo puede hacerse algún tiempo después de la entrega, porque no
debe ser coetáneo con ésta, sino con el reconocimiento. A éste si que
debe seguirlo inmediatamente. La razón es obvia. El comprador podrá
cerciorarse de la cantidad y de la calidad de la cosa cuando la examine; y
si al examinarla no reclama, es porque la encuentra conforme. La misma
doctrina ha sido establecida por la Corte de Apelaciones de Valparaíso
que dio lugar a una demanda sobre resolución de un contrato de venta
de una harina, fundada en su mala calidad, porque, aun cuando el com-
prador no reclamó al tiempo de la entrega, lo hizo, sin embargo, tan
pronto como practicó su reconocimiento que es lo que exige la ley para
aceptar el reclamo. 1 El mismo tribunal estableció que si el vendedor no
exige al tiempo de la entrega que se haga el reconocimiento, el compra-
dor no queda inhabilitado para reclamar más tarde por defectos de cali-
dad y cantidad, siempre que reclame en el acto de practicar dicho
reconocimiento. 2
La Corte de Apelaciones de Santiago ha desechado en repetidas oca-
siones demandas por reclamos sobre defectos de calidad y cantidad pues
el comprador, aunque el vendedor le exigió que las reconociera al tiempo
de la entrega, no practicó el reconocimiento, lo que, según la ley, importa
la renuncia a todo ulterior reclamo por esos capítulos. 3

1
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.
2
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.
3
Sentencia 1.404, pág. 971, Gaceta 1879; sentencia 570, pág. 363, Gaceta 1884; senten-
2.495, pág. 1569, Gaceta 1884; sentencia 406, pág. 262, Gaceta 1889, tomo I.

539
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

2) Si el comprador ha examinado las mercaderías al tiempo de la en-


trega, háyalo o no solicitado el vendedor, debe reclamar en el acto sobre
los defectos de calidad o falta de cantidad. Si no reclama en ese momento
y las recibe sin protesta, no obstante haberlas examinado, pierde todo de-
recho para reclamar por ellos. Así lo establece el artículo 158 del Código
de Comercio en esta forma: "Entregadas las mercaderías vendidas, el compra-
dor no será oído sobre defecto de calidad o falta de cantidad, siempre que las hubiere
examinado al tiempo de la entrega y recibídolas sin previa protesta".
La Corte de Apelaciones de Santiago, fundada en esa disposición, dio
lugar a una demanda en que el vendedor cobraba el valor de un trigo
cuyo pago se negaba a hacer el comprador a pretexto que no era de la
calidad pedida, porque el trigo fue reconocido por éste al tiempo de la
recepción, sin que en ese acto protestara por su mala calidad. 1 Esa misma
Corte y la de Concepción han desechado en repetidas ocasiones deman-
das interpuestas por el comprador fundadas en defectos de calidad, por
haberse acreditado que aquel examinó las mercaderías al tiempo de la
entrega y las recibió sin protesta. 2
3) Si el comprador no examina las mercaderías al tiempo de la entrega
ni el vendedor le exige que haga su reconocimiento en el momento de
recibirlas, deberá reclamar por los defectos de calidad y de cantidad tan
pronto como efectúe ese reconocimiento. Esto fluye de los artículos 146 y
158 del Código de Comercio. En efecto, el primero de estos artículos re-
quiere para privar de este derecho al comprador, que el vendedor le exija
que haga el reconocimiento y que no lo verifique. No contempla el caso
en que el vendedor no solicite ese examen, ni aquel en que el comprador
no lo hace porque no se le pide. El artículo 158 priva al comprador del
mismo derecho cuando, habiendo examinado las mercaderías al tiempo
de la entrega, no reclamare; pero nada dice para el caso en que el com-
prador no las examine. En consecuencia, ni una ni otra de esas disposicio-
nes se ocupa del comprador que no reconoce las mercaderías al tiempo
de su recepción, sino posteriormente. Aplicando esos artículos por analo-
gía tenemos que llegar a la conclusión que en el caso propuesto, el com-
prador debe reclamar tan pronto como haga el reconocimiento, no solo
porque la ley no ha señalado plazo dentro del cual deba hacerse ese reco-
nocimiento, sino porque del espíritu de sus disposiciones se desprende
que debe reclamar no al tiempo de la entrega, sino al tiempo de examinar
las mercaderías, ya que sólo entonces sabrá si la cosa tiene o no defectos
de calidad o cantidad.
La jurisprudencia es uniforme al respecto. La Corte de Apelaciones
de Santiago, por ejemplo, dio lugar a u n a d e m a n d a en que se solicita-
ba la resolución de un contrato de venta de trigo por no ser de la

1
Sentencia 2.328, pág. 988, Gaceta 1869.
2
Sentencia 4.532, pág. 1904, Gaceta 1878; sentencia 1.919, pág. 1341, Gaceta 1879; sen-
tencia 333, pág. 177, Gaceta 1883; sentencia 2.495, pág. 1569, Gaceta 1884; sentencia 1.557,
pág. 976, Gaceta 1884.

540
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

calidad solicitada, porque aun cuando el comprador no lo examinó al


tiempo de su recepción, examen que tampoco solicitó el vendedor, re-
clamó de ese defecto tan pronto como hizo el reconocimiento. 1 Del
mismo modo, la Corte de Apelaciones de La Serena acogió una deman-
da en que se solicitaba la disminución del precio de un charqui que no
era de la calidad convenida, porque se acreditó que el comprador, aun-
que no examinó la cosa al tiempo de su recepción, lo que tampoco
exigió el vendedor, reclamó, sin embargo, de ese defecto tan luego como
practicó su reconocimiento. 2
Muy interesante es a este respecto la sentencia dictada por la Corte
de Apelaciones de Valparaíso, confirmatoria de la de primera instancia
pronunciada por el juez de esa ciudad señor Bezanilla Silva, en que se
estudia la época en que el comprador debe reclamar por los defectos de
calidad y cantidad cuando no examina las mercaderías al tiempo de su
recepción y cuando ese examen no ha sido solicitado por el vendedor.
En ella se llega a la conclusión antes mencionada de que el comprador
debe reclamar tan luego como tenga conocimiento de ese defecto, esto
es, inmediatamente después de practicar el examen o reconocimiento
de la cosa, cualquiera que sea la época en que éste se haga. Esa sentencia
acogió u n a demanda en que se pedía la resolución de un contrato de
venta porque la mercadería no era de la calidad convenida, pues en au-
tos se comprobó que el comprador reclamó de ese defecto tan luego
como tuvo conocimiento de él, aun cuando no la examinó al tiempo de
su recepción ni tampoco se lo exigió el vendedor. Vale la pena transcri-
bir los considerandos respectivos, pues en ellos se estudia muy bien esta
materia y, al mismo tiempo, muestran mucha versación jurídica de parte
del juez sentenciador. Dicen así:
"8® Que, por otra parte no determina la ley el plazo dentro del cual deba recla-
marse por defectos de calidad de las mercaderías vendidas sino que concede
d e r e c h o al vendedor para exigir del comprador el reconocimiento íntegro de la
calidad en el acto de la entrega y si en este caso el comprador no hace el reco-
nocimiento o cuando quiera que examine las mercaderías al tiempo de la entre-
ga y las reciba sin previa protesta, no tiene derecho para reclamar ulteriormente
por falta de calidad de las dichas mercaderías; 9 5 Que no consta ni siquiera se
ha alegado por los demandados que en el acto de la entrega, la cual conforme
al contrato y a lo dispuesto en el artículo 148, inciso l s , del Código de Comercio
debió efectuarse a bordo en el puerto de Tomé, exigieran de los compradores el
reconocimiento de la calidad de la harina entregada ni tampoco que ellos la
hubieran examinado en ese acto, por lo cual no se han inhabilitado para reclamar
ulteriormente por defectos de calidad, según lo dicho en el anterior considerando y lo
dispuesto en los artículos 146 y 158 del Código citado; 10. Que no contradice esta
doctrina el precepto del artículo 159 del mismo Código el cual es sólo un pre-

1
Sentencia 1.039, pág. 605, Gaceta 1882. Véase en el mismo sentido sentencia 1.530,
pág. 1084, Gaceta 1880.
- Sentencia 1.970, pág. 155, Gaceta 1888, tomo II.

541
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

cepto de excepción a lo dispuesto en los artículos 146 y 158 ya considerados y


tiene por objeto dar mayor tiempo al comprador para el examen de la mercade-
ría cuando viene en fardos o bajo cubierta que impide su reconocimiento al
tiempo de la entrega, pues, en tal caso, haciendo el comprador formal y expresa
reserva del derecho de examinarla, puede reclamar en los tres días inmediatos
al de la entrega las faltas de cantidad o defectos de calidad; 11. Que, a virtud de
lo dicho y constando suficientemente de autos, sin contradicción tampoco de
los demandados, que los demandantes reclamaron del vicio de la harina tan luego como
tuvieron conocimiento de él, después de recibida en Valparaíso e Iquique, nada hay de
extemporáneo en tal reclamación ni nada puede argüirse en ese sentido contra la proceden-
cia de la demanda"}
4) "Cuando las mercaderías fueren entregadas en fardos o bajo cubierta que
impidan su reconocimiento, dice el artículo 159 del Código de Comercio, y el
comprador hiciere una formal y expresa reserva del derecho de examinarlas, podrá
reclamar en los tres días inmediatos al de la entrega las faltas de cantidad o defectos
de calidad, acreditando en el primer caso que los cabos de las piezas se encuentran
intactos, y en el segundo que las averías o defectos son de tal especie que no han
podido ocurrir en su almacén por caso fortuito, y que no habrían podido ser causa-
dos dolosamente sin que aparecieran vestigios del fraude". Según ese artículo,
cuando las mercaderías se entregan en fardos o bajo cubierta cerrada que
impidan su inmediato reconocimiento, el comprador puede reclamar por
los defectos de calidad o cantidad en el acto de su recepción, ya que si
puede hacerlo dentro de los tres días siguientes a su entrega, con mayor
razón podrá hacerlo tan luego como las reciba; o dentro de los tres días
siguientes al de la entrega. Pero para que conserve el derecho de reclamar
en este plazo es menester que concurran tres requisitos, a saber: 1) que al
tiempo de recibir las mercaderías haga una formal y expresa reserva del
derecho de examinarlas; 2) que formule su reclamo dentro de los tres días
siguientes al de la entrega; y 3) que acredite que los cabos de las piezas se
encuentran intactos si las mercaderías se entregaron en fardos, o que las
averías o defectos son de tal especie que no han podido ocurrir en su
almacén por caso fortuito y que no habrían podido ser causados dolosa-
mente sin que aparecieren vestigios del fraude, si se entregaron bajo cu-
bierta. La reserva hecha al tiempo de la entrega es, pues, esencial y sin ella
el reclamo es improcedente, aunque se haga dentro de los tres días si-
guientes a la entrega. Lo es también si no se formula en dicho plazo,
aunque la reserva se haga con la debida oportunidad. Ambos requisitos
son, como se ve, de absoluta necesidad y su omisión niega al comprador
todo derecho para reclamar.
Nuestros tribunales han sustentado la misma doctrina en repetidas oca-
siones. La Corte de Apelaciones de La Serena desechó la resolución de
una venta que se fundaba en la disconformidad de la mercadería recibida
con la solicitada, porque el comprador, al recibirse del trigo comprado
bajo cubierta cerrada, no hizo formal y expresa reserva del derecho de

1
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.

542
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

examinarlo. 1 La Corte de Concepción desechó también una demanda aná-


loga a aquella, porque el comprador, al recibir la mercadería que iba bajo
cubierta que impedía su reconocimiento, no hizo expresa y formal reserva
del derecho de examinarla y porque tampoco reclamó en los tres días
inmediatos al de la entrega, acreditando lo conveniente a este respecto. 2
La Corte de Apelaciones de Valparaíso, por su parte, no dio lugar a una
demanda igual a las anteriores, porque el comprador no hizo expresa y
formal reserva del derecho de examinar el trigo vendido al tiempo de su
recepción y porque no formuló su protesta dentro de los tres días inme-
diatos al de la entrega. 3 Finalmente, la Corte de Santiago acogió una de-
manda de esa especie, porque el comprador reclamó de la calidad de la
mercadería dentro de los tres días siguientes al de la entrega, pues aun
cuando no venía bajo fardo cerrado o bajo cubierta que impidiera su reco-
nocimiento, era de tal naturaleza que no podía conocerse su calidad sino
mediante un examen minucioso y detallado. 4 Este fallo, en buenas cuen-
tas, aplica la disposición del artículo 159 del Código de Comercio a aque-
llas ventas que tienen por objeto mercaderías que, como el carboncillo,
requieren un examen minucioso para conocer su calidad.

691. Ese mismo tribunal ha declarado que las disposiciones de los artícu-
los 146, 158 y 159 que acabamos de estudiar no se aplican a la cesión de
créditos mercantiles sino únicamente a la venta de mercaderías. 5 Aunque
no funda su opinión la consideramos acertada, por cuanto esos artículos
hablan de mercaderías y los defectos de calidad y de cantidad no pueden
tener cabida sino en ellas y no en un crédito.

692. El Código de Comercio no ha señalado cuáles son las cosas que pue-
den venderse por orden, pero como esta venta es un acto meramente mer-
cantil es claro que no puede tener por objeto sino cosas muebles, ya que
no hay actos de comercio sobre inmuebles. Siendo necesario el envío de
las mercaderías vendidas para que ella exista, es más evidente todavía que
sólo pueden venderse por orden las cosas susceptibles de ser transportadas
y entre éstas no figuran los inmuebles. Por lo demás, pueden ser objeto de
este contrato las cosas fungibles, las consumibles y un cuerpo cierto.

693. La venta por orden puede celebrarse bajo la condición de entregar


la cosa en un lugar determinado, caso que estudia el artículo 137 del Códi-
go de Comercio que dice: "Comprada y expedida por orden la cosa vendida bajo
condición de entregarla en un lugar determinado, se entiende que la compra ha sido
verificada bajo la condición suspensiva casual de que la cosa llegue a su destino.

' Sentencia 2.270, pág. 1034, Gaceta 1875.


2 Sentencia 2.339, pág. 1287, Gaceta 1883.
3
Sentencia 1.374, pág. 930 Gaceta 1893, tomo I.
4
S e n t e n c i a 857, pág. 655, Gaceta 1894, t o m o I.
s Sentencia 2.735, pág. 1535, Gaceta 1882.

543
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Cumplida la condición, el comprador no podrá disolver el contrato, salvo que la


cosa no fuere de recibo o de la especie y calidad estipuladas". La venta en este
caso se reputa celebrada bajo dos condiciones sucesivas: a) que la cosa
llegue a su destino; y b) que sea de recibo o de la especie y calidad estipu-
ladas. La primera es una condición suspensiva casual; la segunda es resolu-
toria. La venta por orden se perfecciona aquí cuando las partes convienen
en la cosa y en el precio; pero sus efectos quedan subordinados a esas dos
condiciones. Expedida la cosa y antes que llegue a su destino, la condición
suspensiva está pendiente. Si antes de llegar a él, perece totalmente, esa
pérdida afecta al vendedor y se supone que el contrato no ha existido
jamás. La mejora o deterioro acaecido fortuitamente durante el viaje per-
tenece al comprador en el supuesto que la cosa llegue a su destino y el
contrato se ejecute. Una vez que la cosa llegue al lugar de su destino, la
condición suspensiva se cumple y el contrato se reputa puro y simple des-
de el día de su celebración, eso sí que subordinado a la condición resolu-
toria de que la cosa sea de recibo o de la especie y calidad estipuladas. A
partir de ese momento la venta es simplemente por orden y se rige por el
artículo 134 del Código de Comercio, por cuyo motivo le es aplicable todo
cuanto hemos dicho sobre aquella.

694. El artículo 137 dice que el comprador podrá resolver el contrato si la


cosa no fuere "de recibo" o de la especie y calidad convenidas. Ese artículo
no ha definido lo que debe entenderse por cosa "de recibo". Según el
Diccionario de la lengua, que es el que determina el sentido natural y
obvio de las palabras, "ser de recibo", significa "tener un género todas las
calidades necesarias para admitirse según la ley o contrato". Luego, una
cosa es "de recibo" cuando es sana y de regular calidad, ya que son éstas
las condiciones que debe tener una cosa para que el comprador esté obli-
gado a recibirla cuando no se ha señalado sino por su especie. La misma
opinión ha manifestado la Corte de Apelaciones de Valparaíso.1 Ese alcan-
ce de la expresión "de recibo" fluye también de la comparación de los
artículos 134 y 137. Aquel estudia dos formas de venta por orden, según
sea que se indique la especie de la cosa únicamente, o que se indique la
especie y calidad. En el primer caso el comprador debe entregar una cosa
sana y de regular calidad; en el segundo, una de la especie y calidad conve-
nidas. El artículo 137, en su inciso 2 a , estudia la facultad que en una venta
por orden tiene el comprador, una vez que la cosa llega a su destino, y
establece que podrá resolver el contrato cuando no sea de recibo o de la
especie y calidad convenidas. Como la venta por orden puede resolverse
por el comprador en dos casos y como uno de ellos acaece cuando la cosa
no es de la especie y calidad convenidas, estando éste contemplado en el
artículo 137 es claro que la ley no se ha referido a él al decir que la cosa
sea de recibo. Luego, al establecer que también puede resolverse la venta
si la cosa no fuere de recibo, ha tenido que referirse al otro caso en que

1
Sentencia 4.597, pág. 356, Gaceta 1897, tomo m.

544
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

esa resolución es posible en la venta por orden y ese otro caso tiene lugar
cuando la cosa no es sana y de regular calidad. De ahí que las expresiones
sana y de regular calidad" y "de recibo" sean idénticas.

6Q VENTA SOBRE MUESTRAS


695. La venta se hace sobre muestras cuando la cosa comprada se deter-
mina con arreglo a la muestra, modelo o tipo que el comprador da a
conocer al vendedor a fin que aquella reúna las calidades y condiciones de
esa muestra, modelo o tipo. Esta venta es una variedad de la venta por
orden, ya que el comprador no conoce la cosa al tiempo del contrato y la
muestra no es sino una de las formas en que se hace la orden que aquél
dirige al vendedor. De aquí que tenga una índole semejante a esa venta,
por cuyo motivo le es aplicable todo cuanto hemos dicho a su respecto,
salvas las modificaciones que luego veremos. Sin embargo, hemos decidi-
do estudiarla separadamente por ser de mucha frecuencia en la vida diaria
y porque tiene con la venta por orden ciertas diferencias que conviene
precisar.

696. La venta sobre muestras es esencialmente condicional. La condición


consiste en que se resolverá el contrato si la cosa comprada no resultare
conforme a la muestra enviada por el comprador. El artículo 135 del Códi-
go de Comercio dice sobre el particular: "Cuando la compra fuere ejecutada
sobre muestras, lleva implícita la condición de resolverse el contrato si las mercade-
rías no resultaren conformes con las muestras".1 En ella el comprador no mani-
fiesta su consentimiento en forma directa, por lo que hace a las calidades
que debe tener la cosa, sino remitiéndose a la muestra. Compra una cosa
que reúna las condiciones de aquella, de tal modo que si no las reúne
tiene el derecho de resolver el contrato, desde que no existe acuerdo de
voluntades sobre la cosa vendida. Si las cosas resultan conformes con la
muestra, el comprador no puede resolver el contrato que se reputará ha-
ber existido puro y simple desde un principio. En caso de desacuerdo, se
nombrarán peritos para que las reconozcan en conformidad al inciso final
del artículo 134, desde que siendo la venta sobre muestras una especie de
venta por orden, le son aplicables las disposiciones establecidas para ésta,
en todo aquello que la ley no haya previsto. El comprador deberá recla-
mar de la disconformidad dentro de los plazos que indicamos en el núme-
ro 690 por cuanto los artículos 146, 158 y 159 se refieren a toda clase de
venta mercantil. 2
697. No obstante la semejanza que existe entre esta venta y la verificada
por orden, hay entre ellas una gran diferencia. Mientras en esta venta la

1
Sentencia 1.534, pág. 1084, Gaceta 1880; sentencia 406, pág. 262, Gaceta 1889, tomo I.
2
Véase núm. 690, pág. 538.

545
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

cosa vendida debe ser sana y de regular calidad o de la calidad estipulada,


según el caso, en la que se hace sobre muestras la cosa debe ser conforme
a la muestra, y el comprador podrá resolver el contrato siempre que la
cosa no guarde conformidad con ella aunque sea sana y de regular calidad
y aun cuando sea de mejor calidad que la muestra. Por lo demás, concu-
rren en la venta sobre muestras todos los requisitos señalados para la venta
por orden, lo que nos evitará entrar en mayores detalles.

698. Esta venta tiene también algunas diferencias con la venta al gusto o
prueba. En efecto, en tanto que en ésta se atiende al gusto personal del
comprador o al gusto general, según los casos, en aquella no se atiende ni
a uno ni a otro, sino a las muestras mismas que son las que servirán para
determinar si el vendedor cumplió o no su obligación en forma debida.
Sin embargo, la venta sobre muestras es, hasta cierto punto, una venta al
gusto, porque quien elige la muestra es el comprador, de donde se infiere
que la prueba de las mercaderías se ha hecho antes de remitirla pues si se
envía es porque le agrada al comprador, que desea tener una cosa seme-
jante a dicha muestra. De ahí que la venta sobre muestras tenga algo de la
venta al gusto. Pero como el gusto del comprador se manifestó por la
elección de la muestra, gusto que ya conoció el vendedor, si la cosa resulta
conforme con ésta no puede desecharla alegando que no es de su agrado,
pues el contrato se perfeccionó cuando hubo acuerdo de voluntades so-
bre la cosa y el precio, manifestado por el envío de la muestra, por lo que
respecta al comprador y por la aceptación de la misma, por lo que hace al
vendedor.
En la venta sobre muestra el comprador puede desechar las mercade-
rías únicamente cuando no guarden conformidad con la muestra; 1 en caso
contrario debe aceptarlas aunque no sean de su agrado.

699. Como la venta sobre muestras es un contrato celebrado bajo condi-


ción resolutoria, se perfecciona cuando hay acuerdo en la cosa y en el
precio. Desde este instante nacen los derechos y obligaciones respectivos,
quedando el vendedor obligado a entregar la cosa igual a la muestra y el
comprador a pagar el precio, siempre que la cosa resulte conforme con
ésta. De otro modo, el comprador resolverá el contrato. Esta venta puede
hacerse también bajo condición suspensiva; pero en la duda se la reputará
celebrada bajo condición resolutoria, ya que es el carácter que le atribuye
la ley.

700. Por ser esta venta bíyo condición resolutoria, los riesgos de la cosa
pertenecen al comprador desde su celebración, aun cuando éste no haya
verificado su conformidad con la muestra. Por eso, si la cosa perece total-
mente antes de llegar a su poder, esa pérdida afecta a él exclusivamente,
quien deberá pagar el precio siempre. La comprobación no será posible

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 6 0 , p á g . 1 6 0 .

546
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

por no existir la cosa. Se reputa, por consiguiente, que la condición ha


fallado, esto es, que el contrato ha sido puro y simple. La Corte de Apela-
ciones de Santiago, a pesar de todo, desconociendo el verdadero carácter
jurídico de esta venta, ha decidido que los riesgos que experimente la cosa
antes de ser comprobada por el comprador son de cuenta del vendedor. 1

701. Si la cosa es conforme con la muestra, la condición falla y el contrato


queda definitivamente perfeccionado. Pero si no es igual a la muestra, el
comprador podrá pedir su resolución con indemnización de peijuicios. 2
Puede pedir igualmente el envío de otras mercaderías, desde que según el
artículo 1489 del Código Civil en todo contrato bilateral se subentiende el
derecho de exigir su cumplimiento. La Corte de Apelaciones de Santiago
acogió una demanda en que el comprador pedía la entrega de mercade-
rías conforme con la muestra que había remitido al vendedor, porque las
enviadas no eran análogas a ella.3 La prueba de la disconformidad incum-
be al comprador y si no logra establecerla, deberá aceptar las mercade-
rías.4 Si el vendedor no justifica que la cosa es conforme a la muestra, en
caso que el comprador se resista a recibirla fundado en su disconformi-
dad, se reputa que no la es, ya que debe probar el hecho quien lo alega. 5

702. Debe tenerse presente que en esta venta el comprador goza del dere-
cho de resolver el contrato únicamente cuando la cosa no es semejante a
la muestra. Para ejercitar este derecho, no se atiende a si la cosa es sana y
de regular calidad o de buena calidad, sino a si es conforme con la mues-
tra. Si no lo es, aunque la cosa sea de espléndida calidad, el comprador
podrá resolver la venta, en virtud de lo dispuesto en el artículo 135. En el
mismo sentido se pronuncia la Corte de Apelaciones de Santiago. 6

703. Por razones análogas a las enunciadas en el número 688 a propósito


de la venta por orden, creemos que el comprador a quien se han enviado
mercaderías disconformes con la muestra, puede pedir, en vez de la reso-
lución del contrato, una rebaja proporcional del precio.

704. En caso de desacuerdo entre las partes sobre si la cosa es o no confor-


me con la muestra se nombrarán peritos, como en la venta por orden, para
que decidan al respecto. Su nombramiento se hará en la forma indicada
para aquella y su informe tendrá el valor que ya señalamos a propósito de
esa venta. Eso sí que los peritos en este caso no entrarán a averiguar si la
cosa es o no de buena calidad sino si es o no conforme con la muestra.

1
Sentencia 2.287, pág. 1215, Gaceta 1890, tomo I.
2 Sentencia 1.534, pág. 1084, Gaceta 1880.
» Sentencia 1.218, pág. 830, Gaceta 1879.
4
Sentencia 2.270, pág. 1034, Gaceta 1875.
s Sentencia 1.218, pág. 830, Gaceta 1879.
6
Sentencia 1.218, pág. 830, Gaceta 1879.

547
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

705. Como la facultad de resolver el contrato existe cuando la cosa no es


conforme a la muestra, es claro que para determinar si existe o no esa
conformidad deben subsistir ambos elementos. Si uno perece en forma
que esa comparación no es posible, debe reputarse que la cosa es confor-
me con la muestra. Según esto, si la cosa ha perecido antes de llegar a
poder del comprador, se considerará que era semejante a aquella. Si la
muestra no existe de manera que no se la conocerá ni podrá saberse si la
cosa es o no conforme con ella, el vendedor cumple su obligación si la
cosa entregada es sana y de regular calidad, en conformidad a lo dispuesto
en el artículo 145 del Código de Comercio. Por eso el vendedor y el com-
prador deben procurar la conservación e identidad de la muestra hasta el
momento de la entrega, lo que obtendrán por cualquier medio que pro-
cure ese objeto.

706. La venta sobre muestras puede hacerse de tres maneras: sobre mues-
tras propiamente dichas, sobre un tipo o sobre catálogos, modelos o figu-
rines.
Escriche define la muestra como "la lista pequeña de cualquiera tela o
la porción corta de alguna mercancía, que se da para reconocer su cali-
dad; y el diseño o modelo de alguna cosa para dar a entender lo que ha de
ser y las calidades que debe tener". Esta definición es muy comprensiva y
abarca las diferentes formas que pueden adoptar las muestras.
La muestra propiamente dicha, dice Baudry-Lacantinerie, es una pe-
queña cantidad de mercadería que se escoge de una cantidad mayor de
mercaderías análogas ofrecidas en venta y en atención a la cual se hace la
compra. 1 La muestra puede ser una porción de trigo, de vino, de harina,
un pedazo de tela, un trozo de papel, etc.; en una palabra, un fragmento
porción del objeto que va a ser materia del contrato. Cuando la venta se
hace sobre una muestra propiamente dicha, la cosa vendida debe guardar
absoluta conformidad con ella; de lo contrario, aunque sea de espléndida
calidad, el comprador podrá resolver el contrato. Análoga doctrina ha sus-
tentado la Corte de Apelaciones de Santiago. 2
El tipo es un spécimen de mercadería colocado en un lugar oficial, tal
como una bolsa o una cámara de comercio, y que tiene por objeto servir
de punto de comparación en caso de discusión sobre las calidades de las
mercaderías vendidas. Cuando la venta se hace sobre un tipo no es menes-
ter que aquellas sean absolutamente iguales con el tipo a que aludieron
los contratantes. El vendedor cumplirá su obligación entregando merca-
derías que tengan las calidades de ese tipo. Son un tipo, por ejemplo, las
botellas de vino colocadas en una cámara industrial. Aquí no sería necesa-
ria la entrega de un vino igual al del tipo, sino de uno perteneciente a una
clase que reuniera esas calidades. Entre nosotros no hay tipos, desde que
no hay instituciones que tengan la facultad de designarlos. La venta sobre

1
Núm. 183 II, pág. 179.
2
Sentencia 1.218, pág. 830, Gaceta 1879.

548
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

muestras hechas con relación a un tipo es inaceptable dentro del artículo


135 del Código de Comercio, que da al comprador la facultad de resolver-
la si la cosa no fuere absolutamente conforme a la muestra; y cuando se
vende sobre un tipo no existe esa absoluta conformidad.
Se ve la diferencia que hay cuando la venta se hace sobre muestras
propiamente dichas y cuando se hace sobre un tipo. En el primer caso, el
vendedor debe entregar mercaderías conformes en absoluto, por comple-
to, con la muestra y en caso de desacuerdo entre las partes se nombrarán
peritos para que decidan si existe o no esa conformidad. Cuando la venta
se hace sobre un tipo, dice el autor citado, "habrá una discusión sobre la
calidad de la mercadería, para buscar si ella entra en la categoría repre-
sentada por el tipo a que se han referido las partes, pues el vendedor no se
ha obligado a entregar mercaderías absolutamente iguales al tipo, sino
aquellas que tengan las calidades necesarias para hacerlas figurar en la
categoría por él representada". 1
Finalmente si la venta se hace sobre catálogos, figurines o modelos
debe buscarse la completa semejanza entre la mercadería y el modelo. De
no ser así, el comprador podrá resolver la venta. Esta especie de venta es
muy frecuente, sobre todo con ocasión de los encargos a Europa que sue-
len hacerse sobre ropa, zapatos y otros artículos en que se toman como
base para la compra los catálogos o figurines que envían los comerciantes
europeos. Los almacenes del "Printemps" de París, por ejemplo, envían un
catálogo con modelos de sobretodos para el invierno y elijo el signado con
la letra A que tiene botamangas y cuello de piel y traba en la cintura. El
vendedor debe enviarme un sobretodo exactamente igual al modelo y si
no lo hace, tengo la facultad de rechazarlo. Como no he señalado la clase
de género de que lo deseo y como se trata de una cosa que es costumbre
comprar al gusto puedo igualmente rechazarlo si no es fabricado con una
tela que sea de mi agrado. Pero si he indicado la tela y si el sobretodo
guarda absoluta conformidad con el modelo y con la muestra del paño,
no puedo rehusarlo, ni aun cuando no sea de mi gusto, porque la venta se
hizo sobre muestras elegidas por mí, con lo que renuncié a la facultad de
gustar nuevamente la cosa.
Nuestro Código se refiere únicamente a la venta hecha sobre muestras pro-
piamente dichas y sobre figurines, modelos o catálogos. La celebrada so-
bre tipos no queda comprendida en la disposición del artículo 135 que
para la subsistencia del contrato exige una absoluta conformidad entre la
cosa y la muestra. Esto no obsta para que pueda pactarse una venta sobre
tipos; pero para que se repute tal es menester expresar que se hace en esta
forma. En caso contrario se aplicará el artículo 135 ya citado.

707. Ricci cree que cuando la venta sobre muestras se refiere a una cali-
dad determinada no es tal.2 No participamos de esta opinión, porque el

'Núm. 183, II, pág. 179.


2 15, núm. 106, pág. 264.

549
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

hecho de haberse enviado muestras significa que la venta queda subordi-


nada a la condición resolutoria de que la cosa sea análoga a aquellas. Nada
importa que las partes, además de enviar muestras, señalen la calidad de la
cosa. Querría decir que han agregado una condición más a la venta, en
cuyo caso la cosa debe ser conforme a ésta y de la misma calidad que
señaló el comprador. La ausencia de una de esas condiciones habilitaría a
éste para resolverla. Para la existencia de este pacto se requiere una estipu-
lación expresa. A falta de estipulación, el comprador no podrá resolver la
venta sino en caso que la cosa no sea conforme con la muestra, sin tomar
en cuenta para nada su calidad. Es una venta de esta especie la que se
hace de un paño en conformidad a la muestra que te doy, siempre que el
que tú me vendas sea extranjero. Para que el contrato subsista es necesario
que el paño sea igual a la muestra y que sea extranjero; faltando una de
esas condiciones podré resolverlo.

708. La disposición del artículo 135 del Código de Comercio sólo es apli-
cable a la venta sobre muestras mercantil. Esto no quiere decir que la
venta civil no pueda celebrarse en esta forma, desde que la venta puede
estar afecta a cualquiera condición suspensiva o resolutoria. Las partes pue-
den celebrar una venta civil de esta especie, en cuyo caso se reputará pac-
tada bajo condición suspensiva o resolutoria, según aparezca de su
intención, y se regirá por las reglas generales de las obligaciones condicio-
nales que son las indicadas más arriba a propósito de la venta sobre mues-
tras mercantil. La determinación de la naturaleza jurídica de este contrato
queda al arbitrio del juez.

T- VENTA A LA VISTA

709. Los artículos 130 y 133 del Código de Comercio se ocupan de otra
especie de venta mercantil, la venta a la vista.
El artículo 130 dice: "En la venta de una cosa que se tiene a la vista y es
designada al tiempo del contrato sólo por su especie, no se entiende que el comprador
se reserva la facultad de probarla. Esta disposición no es extensiva a las cosas que se
acostumbra comprar al gusto". Y el artículo 133 agrega: "Si el contrato determina
simultáneamente la especie y la calidad de la cosa que se vende a la vista, se entien-
de que la compra ha sido hecha bajo la condición suspensiva casual de que la cosa
sea de la especie y calidad convenidas. Si al tiempo de entregarse la cosa que ha sido
materia del contrato, el comprador pretendiere que su especie y calidad no son con-
formes con la especie y calidad estipuladas, la cosa será reconocida por peritos".
En ninguno de esos artículos se define lo que debe entenderse por
venta a la vista; pero de sus términos se desprende que es tal cuando las
partes están en presencia de la cosa vendida en el momento de celebrar el
contrato.

710. La venta a la vista puede hacerse de dos maneras: designando la cosa


por su especie o designándola por su especie y calidad. Los efectos que en

550
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

uno y otro caso produce son muy diferentes, desde que aquél es un con-
trato puro y simple y éste un contrato condicional.

711. Si al tiempo del contrato la cosa es designada por su especie, la venta


es pura y simple y el comprador no puede reclamar por su mala calidad.
El vendedor cumplirá su obligación entregando la cosa que se tuvo a la
vista. El comprador podría reclamar si la cosa entregada no fuera la que se
tuvo a la vista; pero este derecho no arranca de la naturaleza especial de
este contrato, sino del hecho mismo de ser la venta un contrato que da al
comprador el derecho de exigir su cumplimiento o su resolución cuando,
como en este caso, el vendedor no entrega lo que él reza. Los riesgos de la
cosa vendida son, por consiguiente, de cargo del comprador desde que
hay acuerdo en la cosa y en el precio. Así lo ha resuelto también la Corte
de Apelaciones de Santiago. 1

712. Cuando en esta venta se designa la especie de la cosa, el comprador


no se reserva tampoco la facultad de probarla, según lo dispone el artículo
130 del Código de Comercio. Esto es muy razonable, porque si la cosa se
tuvo a la vista es claro que el comprador la conoció y, al comprarla, lo hizo
con conocimiento cabal de ella. Sin embargo, la reserva de esa prueba se
presume en dicha venta cuando recae sobre una cosa que es costumbre
comprar al gusto, a virtud de lo establecido en el inciso final de ese mismo
artículo. Luego, en la venta de tales cosas, la reserva de la prueba se presu-
me aunque se vendan a la vista señalándose por su especie. El comprador
también tiene esta reserva, aunque la cosa que se venda a la vista, señalán-
dose por su especie, no sea de aquellas que se acostumbra comprar al
gusto, siempre que las partes la estipulen expresamente, como lo dispone
el artículo 132 del mismo Código.

713. Si en la venta a la vista se designa la cosa por su especie y calidad, el


contrato se reputa celebrado bajo la condición suspensiva de que la cosa
sea de la especie y calidad convenidas. Queda perfecto desde que hay acuer-
do en la cosa y en el precio; eso sí que su definitiva perfección depende
del evento de esa condición. De allí que si la cosa perece totalmente antes de
cumplirse la condición, la pérdida afecta al vendedor; en cambio, el deterioro
o mejora acaecida antes de ese momento, dado caso que el contrato se manten-
ga, pertenece al comprador (art. 1820 del Código Civil). Si la cosa es de la
especie y calidad convenidas, la condición falla y la venta se reputa haber exis-
tido pura y simple desde un principio. En caso contrario el comprador
podrá resolverlo.

714. Si las partes no se ponen de acuerdo acerca de la especie y calidad


de la cosa que el vendedor entrega al comprador se nombrarán peritos
para que decidan la dificultad previo su reconocimiento. Este nombra-

' Sentencia 1.303, pág. 527, Gaceta 1878.

551
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

miento se entiende en la forma que señala el artículo 412 del Código de


Procedimiento Civil.

715. Por lo demás, la venta a la vista queda sujeta a las mismas reglas que la
venta por orden, por lo que nos remitimos a lo expuesto en los números 680,
686,687,688,689,690 y 692 que también se aplican a esta especie de venta.

8 a OTROS PACTOS O MODALIDADES QUE PUEDEN AFECTAR


AL CONTRATO DE VENTA

716. Al comenzar este capítulo dijimos que según el artículo 1887 del Có-
digo Civil "puede agregarse al contrato de venta cualesquiera otros pactos acceso-
rios lícitos; y se regirán por las reglas generales de los contratos". Este artículo no
hace sino dar forma legal respecto de un contrato determinado al princi-
pio de la libertad de contratar que existe en nuestra legislación.
Los pactos que pueden afectar al contrato de venta son muy variados.
Los más comunes son el pacto comisorio, el de retroventa, el de retracto o
de addictio in diem, el de preferencia y el pactum displicentiae. De los dos
primeros nos ocuparemos más adelante y en capítulo separado por ser los
más frecuentes y por tener una reglamentación especial en nuestro Códi-
go. Aquí estudiaremos los tres últimos. Al mismo tiempo daremos en este
párrafo algunas nociones generales sobre la venta con facultad de señalar
posteriormente el nombre de la persona para quien se compra o, como la
llaman los franceses, venta con faculté d'élire command, sobre la venta en
disponible, al crédito, para entregar, y de una cosa transportada. Final-
mente, y aunque la materia no guarda relación con el título de este capítu-
lo, diremos algo sobre las ventas comerciales y sobre las ventas al menudeo.

717. El artículo 1886 del Código Civil se ocupa del pacto de addictio in
diem, denominado vulgarmente de retracto, aun cuando este nombre es
genérico y comprende todas aquellas estipulaciones en virtud de las cuales
puede quedar sin efecto el contrato de venta.
Ese artículo dice: "Si se pacta que presentándose dentro de cierto tiempo (que
no podrá pasar un año), persona que mejore la compra se resuelva el contrato, se
cumplirá lo pactado; a menos que el comprador o la persona a quien éste hubiere
enajenado la cosa, se allane a mejorar en los mismos términos la compra. La dispo-
sición del artículo 1882 se aplica al presente contrato. Resuelto el contrato tendrán
lugar las prestaciones mutuas, como en el caso del pacto de retroventa".

718. Todos los autores están de acuerdo en la manera de definir este pac-
to, que no es otro que la que señala el artículo 1886 ya citado. 1 Puede

1
H u c , X , n ú m . 1 3 , p á g . 2 6 ; RUBEN D E COUDER, II, p á g . 4 9 5 ; ORTOLAN, II, p á g . 3 4 8 ; A u -
BRY E T RAU, V , p á g . 5 5 ; C u ( i II, p á g . 4 1 9 ; POTHIER, III, n ú m . 4 4 5 , p á g . 1 8 1 ; GUILLOUARD, I ,
n ú m . 5 9 , p á g . 6 5 ; TROPLONG, I , n ú m . 7 8 , p á g . 8 4 ; MAYNZ, II, p á g . 3 7 7 .

552
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

decirse que se llama pacto de addictio in diem o de retracto aquel por el cual
las partes convienen que el contrato se resolverá si, en un plazo determi-
nado que no exceda de un año, se presenta un nuevo comprador que
ofrezca al vendedor condiciones más ventajosas que las ofrecidas por el
primitivo comprador. "Ilie fundus centurn esto tibi emtus, nisi si quis intra ha-
len das Ianuarias próximas meliorem conditionem fecerit, quo res a domino abeat",
decía Paulo. 1

719. Este pacto era de uso muy frecuente en Roma. Lo prueba el hecho
que un título especial del Libro XVIII del Digesto se ocupará de él única y
exclusivamente. Su importancia y frecuencia han disminuido en nuestros
días hasta el extremo que es muy raro que se celebre. Esto se debe a que
los compradores no obtienen ventaja con semejante estipulación. Por el
contrario, los coloca en una incertidumbre muy peijudicial a sus intereses,
ya que les impide hacer en lo comprado las mejoras que vieren convenir-
les, desde que están expuestos a perder la cosa. Este pacto dificulta tam-
bién la transferencia de la propiedad, pues el comprador adquiere un derecho
eventual. Por último, se presta a abusos y malos manejos porque el vendedor,
para obligar al comprador a mejorar el precio, puede presentarle falsos com-
pradores. Esos múltiples inconvenientes son los que han hecho disminuir su
importancia y su frecuente realización.

720. Los romanos exigían varias condiciones o requisitos para que este
pacto se entendiera celebrado, es decir, para que procediera la resolución
del contrato en virtud de él.
Estos requisitos, que hoy también son necesarios, pueden reducirse a
seis: 1) que el nuevo comprador que ofrece condiciones más ventajosas exis-
ta verdaderamente y que no sea un comprador ficticio o simulado; 2) que
ofrezca condiciones más ventajosas que el primitivo, es decir, que mejore la
compra; 3) que el vendedor acepte estas condiciones; 4) que dichas condi-
ciones se den a conocer al primer comprador; 5) que éste no se allane a
mejorar la compra en los mismos términos ofrecidos por el nuevo compra-
dor; y 6) que el nuevo comprador se presente dentro de cierto plazo.
Examinemos separadamente estos diversos requisitos.

721. Desde que para que se resuelva la venta es necesario que haya un
nuevo comprador que ofrezca mejores condiciones, es indudable que den-
tro de la buena fe con que los contratos deben celebrarse y cumplirse, ese
nuevo comprador debe ser real y verdadero. Debe ser un comprador que
tenga realmente la intención de contratar, ya que para la validez o existen-
cia jurídica de la venta es menester que las partes tengan la intención de
obligarse, porque de lo contrario el contrato, aunque existe aparentemen-

1
Digesto, libro XVIII, ü'tulo II, ley 1. Quiere decir: "Tal fundo lo tienes comprado en
ciento; pero si alguno ofrece mayor cantidad dentro de las próximas kalendas de enero,
perderás su dominio".

553
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

te, no obliga a las partes. Es un contrato simulado. Si el nuevo comprador


es ficticio o simulado y su presentación no tiene otro objeto que obligar al
primitivo a mejorar su oferta, falta el primero de los requisitos exigidos
para la existencia de este pacto. El primer comprador tiene derecho, por
lo tanto, para mantener el contrato en los términos convenidos y para
negarse a mejorarlos en la forma que ofrece el que ahora se presenta. 1
Si el segundo comprador que se presenta no es muy solvente, de ma-
nera que a primera vista apareciere como ficticio, el primitivo no puede
fundarse en este solo hecho para pretender que se le declare simulado;
esa circunstancia no autoriza para suponer que lo sea y que el vendedor
tiene la intención de exonerarlo del pago del precio. La situación de ese
comprador puede servir como antecedente para declarar que es ficticio y
que con su presentación se pretende obligar al otro a mejorar su oferta;
pero por sí sola no prueba ni acredita nada. Esta es una cuestión de hecho
que debe resolver el juez. Pothier cree, sin embargo, que si esa insolvencia
es notoria y manifiesta hasta el extremo que no pueda dudarse de su vera-
cidad ni un momento, como si el segundo comprador fuera un mendigo,
por ejemplo, el primitivo no está obligado a mejorar la oferta y puede
exigir el cumplimiento del contrato en las condiciones pactadas, desde
que no se ha cumplido uno de los elementos necesarios para obligarlo a
mejorar las condiciones de la venta. 2
Si el primitivo comprador, que se ha allanado a mejorar las condicio-
nes de la venta en vista de las que ofrece el nuevo que era simulado, descu-
bre posteriormente el engaño de que ha sido víctima, tiene perfecto
derecho para exigir su cumplimiento en la forma convenida en un princi-
pio y para la restitución del exceso de precio que haya pagado por ese
capítulo. Aquí habría dolo de parte del vendedor, dolo que viciaría el con-
sentimiento del comprador en tal forma que sin él no habría contratado.
Esto lo autoriza para pedir la devolución de ese exceso y los perjuicios
consiguientes; todo lo cual se entiende sin perjuicio de la acción criminal
a que pudiera haber lugar, en conformidad al número 4 del artículo 470
del Código Penal.
Claro está que si no se presenta un nuevo comprador, el contrato que-
da irrevocable y definitivamente celebrado, porque falló la condición de
que dependía su resolución.

722. No basta que se presente un nuevo comprador para que se resuelva


el contrato en virtud de este pacto. Es menester que aquél ofrezca al ven-
dedor condiciones más ventajosas que las ofrecidas por el primero. Si el
nuevo comprador que se presenta no ofrece mejores condiciones, se con-
sidera como si nadie se hubiera presentado. 3

1
POTHIER III, n ú m . 4 4 6 , p á g . 1 8 1 .
2
POTHIER III, n ú m . 4 4 6 , p á g . 1 8 1 .
5
POTHIER, III, n ú m . 4 4 7 , p á g . 1 8 1 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 5 9 , p á g . 7 1 ; MAYNZ, II, p á g . 3 7 7 .

554
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

La cuestión de apreciar si estas nuevas condiciones son más o menos


ventajosas que las anteriores queda, en caso de duda, al arbitrio del juez,
porque es de mero hecho. Podemos sentar, como regla general, que es
condición ventajosa toda aquella que reporte al vendedor una utilidad
superior a la anteriormente ofrecida.
Estas condiciones más ventajosas pueden consistir: a) en un precio más
alto que el ofrecido por el primitivo comprador; b) en la disminución de
los plazos señalados para el pago del precio, aunque éste sea idéntico al ya
convenido; y c) en ofrecer al vendedor ciertas ventajas o condiciones que,
aunque el precio sea menor, son, sin embargo, de más valor que la suma
en que el precio anteriormente ofrecido excede al segundo. 1
El primer caso se comprende fácilmente sin necesidad de explicación.
En el segundo figura la disminución de los plazos señalados para el pago
del precio. Se incluyen también en él los casos en que se ofrezcan medios
más fáciles y expeditos para la cobranza del precio, pago anticipado del
mismo y el señalamiento de un lugar más oportuno para pagarlo.
Finalmente, en el tercer caso tenemos al nuevo comprador ofreciendo
un precio menor que el ofrecido por el primero; pero prometiendo, al
mismo tiempo, tales condiciones que tienen mayor valor que la suma en
que el precio ofrecido por el primitivo excede al ofrecido por el nuevo
comprador. Tienen cabida aquí los casos en que el nuevo comprador sea
más solvente que el primero, en que éste dé mejores garantías o segurida-
des de pago u ofrece un interés mayor por las sumas a plazo, etc. Así, por
ejemplo, si vendo mi casa en veinte mil pesos pagaderos al cabo de dos
años sin interés y viene otro comprador que me ofrece diecinueve mil
pesos al contado, es evidente que esta segunda oferta es más ventajosa que
aquella, desde que el hecho de recibir diecinueve mil pesos al contado me
reporta mayor utilidad que los mil pesos más que ofrecía el primer com-
prador, pagaderos sin intereses al cabo de dos años.
Pero no se crea que todo aumento de precio importa mejoramiento en las
condiciones de la venta. Puede ocurrir que este aumento esté contrapesado con
condiciones más onerosas que las primitivamente ofrecidas, en cuyo caso
no existiría este requisito. Si A vende a B una casa con pacto de retracto
en diez mil pesos pagaderos en seis meses plazo con ocho por ciento de
interés anual y C le ofrece once mil pesos pagaderos en el plazo de dos
años con interés del seis por ciento al año, es claro que la segunda oferta,
aunque tiene un precio mayor, es menos ventajosa que la primera, pues el
aumento del precio está contrarrestado por el largo plazo que se señala
para su pago y por la disminución de la tasa del interés.
La ausencia de este segundo requisito, o sea, el hecho que el nuevo
comprador no ofrezca mejores condiciones, importa el no cumplimiento
de la condición y el contrato queda puro y simple, una vez vencido el
término señalado. Si el comprador es engañado por el vendedor y mejora
las condiciones de la compra sin que haya habido en realidad una nueva

1
POTHIER, III, n ú m s . 4 4 7 y 4 4 8 , págs. 181 y 182; GUILLOUARD, I, n ú m . 5 9 , págs. 71 y 72.

555
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

oferta, tendrá acción para exigir el cumplimiento del contrato en la forma


estipulada y para la restitución de lo que haya pagado en exceso con las
correspondientes indemnizaciones, sin peijuicio de la acción criminal que
pudiera caber.

723. Una vez que se ha presentado un nuevo comprador ofreciendo me-


jores condiciones, para que se resuelva el contrato en virtud de este pacto
se requiere que el vendedor las acepte. Como esta cláusula ha sido estable-
cida en favor del vendedor y en su exclusivo beneficio, es árbitro para
aceptar o no las nuevas condiciones que se ofrecen. 1 Si las acepta y el
comprador no mejora la compra, el contrato se resuelve. Si las rechaza, se
lleva a cabo en la forma convenida y el comprador no puede obligar al
vendedor a que acepte la nueva oferta. Tampoco puede exigir la resolu-
ción del contrato por el hecho de presentarse un nuevo comprador. Este
es un acto voluntario del vendedor. Si las partes han convenido que se
resuelva la venta por el solo hecho de presentarse un nuevo comprador
que ofrezca mejores condiciones, entonces sí que el vendedor está obliga-
do a resolverlo con el primero, porque todo contrato es una ley para los
contratantes. 2

724. Como el primer comprador puede allanarse a mejorar la compra


en los mismos términos en que ofrece realizarla el nuevo comprador es
necesario poner en su conocimiento esta nueva oferta. 3 Este requisito
no puede faltar. De otro m o d o el vendedor no podrá conocer la inten-
ción del primitivo comprador, que tampoco estará en situación de co-
nocer la nueva oferta y de saber si peligra o no la existencia de su
contrato. Beneficia únicamente al comprador desde que al vendedor es
indiferente venderle a u n o y a otro, ya que su objetivo es obtener el
mayor precio posible, en tanto que al comprador le interesa mucho
conocer la nueva oferta, p o r q u e como entró en posesión de la cosa y es
muy posible que haya realizado en ella algunos trabajos, no la querrá
perder. Ese aviso le sirve para mejorar la oferta a fin de retenerla e
impedir así la resolución del contrato, lo que no podría hacer si no le
diera.

725. Puesta la nueva oferta en conocimiento del primer comprador, éste


puede aceptarla o rechazarla. Si la acepta, el contrato queda perfecto en
todas sus partes y no hay lugar a la resolución. Si no la acepta o, mejor
dicho, si no se allana a mejorar la compra en los términos que ofrece el
nuevo comprador, se cumplen los requisitos necesarios para la existencia
del pacto de retracto, lo que importa el cumplimiento de la condición y el
contrato se resuelve.

1
POTHIER, III, núm. 449, pág. 182.
2
Digesto, libro XVIII, título II, ley 9.
5
POTHIER, III, núm. 452, pág. 183; Digesto, libro XVIII, título II, ley 18.

556
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

726. Para que exista el pacto de retracto es indispensable que se fije un


plazo, dentro del cual se presente el nuevo comprador, plazo que, en nues-
tro Código, no puede exceder de un año. Lo que caracteriza precisamente
este pacto es el señalamiento de un plazo para que en él se presente el
nuevo comprador y de ahí que los romanos lo denominaran pacto de in
diem addictio.
Si tal señalamiento no se hacía, degeneraba en otro pacto diverso, cu-
yos efectos se señalaban en la ley 41 del título 1Q del libro VI del Digesto.
Entre nosotros la fijación de un plazo es también esencial, ya que el artícu-
lo 1886 pone como condición que se estipule que "dentro de cierto tiempo"se
presente una persona que mejore la compra. Creemos que si no se fija
ningún plazo con ese objeto, tal estipulación no existe y el contrato se
reputa puro y simple.
Este plazo dura un año y aunque el Código no dice desde cuándo
corre, es incuestionable que desde la fecha del contrato; de lo contrario
podría alargarse indefinidamente, lo que pugna con sus propósitos. Dura
un año cuando no se señala otro, porque las partes pueden estipular la
duración que quieran, siempre que no exceda de un año. Es el máximum
que puede estipularse. Según esto, el plazo puede ser legal o convencio-
nal. Aquél dura un año. Este puede durar un año o menos; pero nunca
más. Si se estipula por un plazo superior a un año, el contrato no es nulo,
desde que no hay ley que sancione este hecho con la nulidad y sin ley
expresa ésta no existe. Por analogía con lo establecido para la duración
del pacto comisorio, nos parece que si así ocurre, el plazo durará un año
lisa y llanamente; es decir, se mirará como no pactado por el exceso. Si
vencido el año se presenta un nuevo comprador, aunque lo fuera dentro
del plazo convenido, se considera que no se ha presentado ninguno y el
contrato se convierte en puro y simple.
No basta el señalamiento del plazo. Desde que su objeto es que el
nuevo comprador se presente en él para que el primitivo se vea obligado a
mejorar la compra, es esencial para que el contrato se resuelva, dado caso
que éste no la mejore, que aquél se presente dentro de dicho plazo. Si éste
vence sin que nadie mejore la compra, la condición falla y el contrato
queda celebrado en definitiva con el primer comprador. Este plazo es fa-
tal, porque únicamente en él puede presentarse el nuevo comprador me-
jorando la oferta. Su solo vencimiento, sin que se haya presentado ninguno,
estabiliza ipso jure el contrato, sin necesidad de sentencia judicial que así lo
declare.

727. Los jurisconsultos romanos resolvían el caso en que hubiera varios


vendedores que intervinieran en un contrato de venta celebrado con
pacto de retracto. A este respecto pueden distinguirse cuatro situacio-
nes:
1) Varios vendedores venden una cosa por un mismo precio con la
cláusula de addictio in diem. Desde que las obligaciones deben cumplirse
de un modo indivisible basta que uno de los vendedores rechace las condi-
ciones más ventajosas que ofrece el nuevo comprador para que el contrato

557
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

no pueda resolverse en virtud de esa cláusula, aunque todos los demás las
hayan aceptado y sean muy convenientes. 1
2) Si cada uno de varios vendedores vende por un precio diverso la
cuota que tiene sobre la cosa poseen en común hay diversos contratos y,
por consiguiente, cada vendedor es árbitro para aceptar o rechazar por sí
solo y sin el consentimiento de los demás las nuevas condiciones que ofre-
ce el nuevo comprador. El primer comprador mantendrá su contrato con
aquel o aquellos de los vendedores que no acepten las nuevas condicio-
nes. La parte que pertenece a los vendedores que aceptaron las nuevas
condiciones se venderá al nuevo comprador, resolviéndose el contrato que
sobre ellas celebró el primero. Así, por ejemplo, A, B y C venden separada-
mente a D sus respectivas cuotas que tienen en una casa que poseen en
común. La parte de A se vende en $ 10.000, la de B en $ 15.000 y la de C
en $ 20.000. Si E ofrece un mayor precio que el ofrecido por D, cada uno
de los vendedores es dueño de aceptarlo o no. Supongamos que A lo acep-
ta y que B y C lo rechaza. El contrato entre A y D se resuelve y se celebra
entre A y E, pero los contratos entre B y D y entre C y D subsisten.
3) Si varios vendedores venden separadamente, y por precios diversos
con pacto de retracto, la cuota que cada uno tiene en una cosa que poseen
en común y se presenta un nuevo comprador que ofrece mejores condicio-
nes, el contrato no subsistirá con el primer comprador ni aun por aquellas
porciones pertenecientes a los vendedores que no las acepten, si del contra-
to o de las circunstancias que lo rodean se desprende que el primer comprador
ha querido comprar la cosa únicamente porque la compraba entera. Si algunas de
las compras relativas a una o más porciones de la cosa se resuelven, porque
sus vendedores han aceptado las condiciones del segundo comprador, el
primero tiene acción para obligar a aquellos de los vendedores que no las
aceptaron a recibir su parte vendida, es decir, para resolver también el con-
trato con ellos, pues compró todas esas cuotas, no con la intención de cele-
brar varios contratos, sino para ser dueño único de toda la cosa.2 La diferencia
que hay entre este caso y el anterior proviene de la intención de los contra-
tantes que en el primero venden y compran las diversas cuotas de la cosa
separadamente y sin consideración al resto, en tanto que en el segundo,
aunque el contrato se realiza en análogas circunstancias, el comprador com-
pra las diversas cuotas con la intención de ser dueño único de la totalidad
de la cosa y no de una o más de sus partes.
4) Si cada uno de los comuneros vende su cuota separadamente a uno
o varios compradores y sólo algunos la enajenan con este pacto, la parte
de los que no lo celebraron se entiende vendida a él, o al nuevo que se
presente si los vendedores aceptan sus condiciones, a menos que se trate
del caso del número 3 a . 3

728. La celebración de este pacto importa una verdadera condición reso-


lutoria ordinaria agregada al contrato de venta. De ahí que sus efectos
1
POTHIER, III, núm. 450, pág. 182; Digesto, libro XVIII, ü'tulo II, ley 13.
2
POTHIER, III, núm. 451, pág. 183; Digesto, libro XVIII, ü'tulo II, ley 13.
3
Digesto, libro XVIII, título II, ley II, núm. 1.

558
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

sean los de toda condición de esa especie. Mientras pende su realización,


los riesgos de la cosa son de cargo del comprador. Si la cosa perece total-
mente antes de presentarse un nuevo comprador, la condición no podrá
cumplirse en ningún caso por falta de objeto, se reputa fallida y el contra-
to queda irrevocablemente celebrado con el primer comprador.
Este pacto se cumple cuando, dentro del plazo convenido, se presenta
un nuevo comprador ofreciendo mejores condiciones que no acepta el
primitivo. Si así sucede, la venta se resuelve ipso fado sin necesidad de
sentencia judicial, desde que éste es el efecto que produce aquella condi-
ción. Resuelto el contrato, el comprador debe restituir la cosa con sus
accesiones naturales, debiendo indemnizar al vendedor los deterioros im-
putables a su hecho o culpa. Este, a su vez, le restituirá el precio o la parte
de precio que haya pagado y le reembolsará las expensas necesarias que
haya hecho, pero no las invertidas en mejoras útiles o voluptuarias que se
realizaron sin su consentimiento (art. 1883 del Código Civil).
Si el comprador hubiere enajenado la cosa antes del cumplimiento de la
condición, el vendedor podrá reivindicarla de manos de los terceros poseedo-
res de mala fe, si se trata de muebles. Si se trata de un inmueble, no habrá
acción reivindicatoría contra éstos, sino cuando ese pacto constaba en el títu-
lo por el cual el comprador lo adquirió, siempre que ese título esté inscrito o
se haya otorgado por escritura pública (art. 1882 del Código Civil).

729. El pacto no se realiza en dos casos: a) cuando no se presenta ningu-


na persona mejorando la oferta; y b) cuando, presentándose alguna, el
comprador se allana a mejorar la compra.
En el primero, el contrato se cumplirá en la forma convenida y se
reputa puro y simple desde un principio. En el segundo, la venta se en-
tiende modificada con arreglo a las condiciones ofrecidas por el nuevo
comprador, que son las que debe cumplir el primitivo. Hay aquí una espe-
cie de novación por lo que respecta a su obligación.

730. El tercero a quien el comprador ha enajenado la cosa puede allanar-


se a mejorar la compra, de acuerdo con las condiciones ofrecidas por el
nuevo comprador, a fin de impedir la resolución del contrato. Así lo esta-
blece expresamente el artículo 1882 del Código Civil. El no es sino un
concesionario de los derechos del primitivo adquirente; de manera que
puede ejercitarlos, desde que le fueron transferidos conjuntamente con la
cosa objeto del contrato. La cesión de este derecho se hace, a nuestro
juicio, como una consecuencia de la venta misma, sin necesidad de men-
ción expresa al respecto. Es un derecho incorporado a la cosa.

731. El vendedor que ha vendido la cosa con pacto de retracto puede


ceder a un tercero y transmitir a sus herederos la acción que de él nace,
desde que no hay ninguna ley que establezca lo contrario. Y esta prohibi-
ción sería aquí más infundada todavía si se considera que fue establecida
expresamente a propósito del pacto de retroventa. El hecho de señalarla
respecto de éste y de no establecerla para el pacto de retracto es la mejor

559
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

prueba de que este derecho puede cederse. Del mismo parecer eran Po-
thier 1 y Pomponio. 2

732. Desde que no hay ninguna disposición que prohiba vender varias
veces una misma cosa bajo pacto de retracto y desde que una misma cosa
puede venderse a varias personas y aun es válida la venta de cosa ajena,
nos parece que una misma cosa puede venderse a distintas personas bajo
pacto de retracto. Se comprenden los peligros que esto encierra si los
diversos compradores se allanaran a mejorar la compra; pero este hecho
que daría margen a una indemnización de perjuicios únicamente, no es
óbice para la validez de esas ventas.

733. El pactum displicentiae es aquel en virtud del cual u otra de las partes
se reserva la facultad de resolver el contrato dentro del plazo estipulado si
posteriormente ve que no le conviene o no le agrada.
Los autores franceses lo asimilan al pacto de retroventa en cuanto al plazo
por el cual puede estipularse.3 Se fundan para ello en que este pacto encierra
una cláusula idéntica a la del pacto de retroventa, pues, como en él, el vende-
dor puede recuperar la cosa vendida. Huc combate esta opinión. Dice que
este pacto se asemeja al de retroventa cuando la reserva se hace en favor del
vendedor y no cuando se hace en favor del comprador; por cuyo motivo debe
buscarse una solución que pueda aplicarse a todos los casos.4 Por nuestra
parte, nos inclinamos por la opinión de Huc. Se trata aquí de un pacto no
reglamentado por la ley y regido, en consecuencia, por las reglas generales de
los contratos entre las cuales figura la libertad de contratación. El señalamien-
to de un plazo para ejercer un derecho o acción importa una restricción del
mismo y las limitaciones o restricciones no pueden emanar sino de ley expre-
sa, no pudiendo imponerse nunca por analogía. En virtud de estos principios
creemos que, no habiendo ley que señale un plazo para el ejercicio de este
pacto, los contratantes serán árbitros para señalar el que más les convenga; en
su defecto durará veinte años, época en que prescriben las acciones ordina-
rias. Este pacto envuelve una condición resolutoria ordinaria, cuyo cumpli-
miento depende de la voluntad de una de las partes. Cumplida la condición,
es decir, si el contratante que se reservó esta facultad declara que la venta no
le conviene, ésta se resuelve y caducan las enajenaciones que el comprador
haya podido hacer con arreglo a los artículos 1490 y 1491 del Código Civil.
Las cosas deben restituirse a su estado anterior. En cuanto a los frutos de la
cosa vendida se estará a la voluntad de las partes y en su silencio no se restitui-
rán, ya que no hay aquí una disposición que ordene su devolución.

734. El pacto de preferencia es aquel por el cual el vendedor se reserva el


derecho de recuperar la cosa que vendió, con preferencia a todo otro, si el
comprador se decide a venderla.

1
III, núm. 455, pág. 183.
2
Digeslo, libro XVIII, ü'tulo II, ley 15.
3
GUILLOUARD, I , n ú m . 6 1 , p á g . 7 4 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 5 6 .
4
X, núm. 13, pág. 26.

560
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

Dos circunstancias deben concurrir para que el vendedor pueda exigir


el cumplimiento de este pacto: 1) que el comprador decida vender la cosa;
y 2) que el vendedor ofrezca por ella un precio igual o superior al que
ofrecen los demás.
La primera circunstancia fluye de la naturaleza misma de este pacto.
Puesto que el vendedor pretende recuperar la cosa vendida mediante la
compra que de la misma quiere hacer al comprador, es claro que tal exigen-
cia puede hacerla valer solamente cuando éste se decida a venderla. De ahí
que si la enajena por cualquier otro título que no sea la venta, como si la
dona, la lega, la hipoteca, etc., el comprador no está obligado a darle la
preferencia al vendedor. Su obligación es para el caso en que la venda.
La segunda circunstancia se desprende también de los propios térmi-
nos de la definición apuntada. Se comprende que si el vendedor pudiera
comprar la cosa por el precio que se le antojara, no sólo no habría venta,
sino que el comprador se resistiría a vendérsela. Por eso, a fin de poder
invocar la preferencia, debe ofrecer un precio igual o superior al que ofre-
ce el otro o los otros compradores que se presenten a adquirir la cosa. Si
no ofrece ese precio, este pacto no le confiere ningún derecho para exigir
la realización de la venta a su favor, ni puede pretender tampoco la prefe-
rencia. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Santiago que desechó
una demanda en que el demandante exigía que el dueño de la cosa se la
vendiera, fundada en que no ofrecía un precio igual al ofrecido por el
otro adquirente, lo que lo inhabilitaba para exigir esa preferencia, que
puede pretenderla siempre que ofrezca uno igual o superior al que ofre-
cen los demás. 1
El pacto de preferencia es una verdadera promesa unilateral de venta. El
único que contrae obligaciones por él es el comprador, que se obliga, dado
caso que se decida a vender la cosa, a darle la preferencia en la venta a su
vendedor. Este no contrae ninguna, pues no queda obligado a comprarla.
Pero el vendedor tampoco puede exigir al comprador que venda la cosa. Su
derecho nace cuando aquél se decide a venderla; antes de esto, no tiene
acción alguna. De ahí que el comprador sea libre para vender o no, sin que
el vendedor pueda obligarlo a ello. Eso sí que una vez que se decida a
vender la cosa, debe darle la preferencia al vendedor; y en esto consiste
precisamente su obligación, en hacerle saber a éste que ha decidido vender
la cosa para que él, a su vez, le manifieste si desea comprarla o no. El com-
prador cumple su obligación poniendo esa decisión en su conocimiento,
sea judicial o exfi ajudicialmente, desde que no hay ninguna forma especial
al efecto. Si la venta se hace en pública subasta, debe anunciarle el día y
lugar de la misma, para que, si lo quiere, asista a ella, siendo de advertir que
si no le da a conocer esa circunstancia, el vendedor puede exigirle perjui-
cios. Si éste no asiste al remate, quiere decir que renuncia a su derecho.
En cuanto al tiempo que dura este pacto, se estará a la voluntad de
las partes. Si nada se ha dicho al respecto, creemos que dura veinte

1
Sentencia 3.176, pág. 506, Gaceta 1889, tomo II.

561
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

años, desde que es una acción ordinaria. Una vez transcurrido aquél
sin que el comprador haya vendido la cosa, caduca el derecho del ven-
dedor para exigir la preferencia y queda en libertad de venderla a quien
quiera.
Si el vendedor no compra la cosa cuando se la ofrece el comprador, se
extingue su derecho y éste queda, como en el caso anterior, en libertad de
venderla a quien le plazca. Si la compra, se celebra un nuevo contrato,
cuyo origen arranca del anterior, pero diverso a éste. No hay aquí resolu-
ción de la primera venta, sino celebración de una nueva venta en que el
primitivo vendedor aparece como comprador y en que el primitivo com-
prador aparece como vendedor. De aquí que el comprador no sea respon-
sable de los deterioros o desperfectos que la cosa haya sufrido, ni tampoco
esté obligado a entregarla en el mismo estado en que la recibió. Por idén-
tica razón, los gravámenes que el comprador haya constituido sobre ella
subsisten en toda su extensión.
Si la cosa perece fortuitamente o por culpa del comprador, el derecho
del vendedor se extingue, ya que la cosa no existe. No puede exigir perjui-
cios del comprador, porque no tiene ninguna acción en su contra, pues,
como se dijo, no puede obligarlo a que venda. Su derecho nace cuando
aquél se decide a vender la cosa y como en este caso tal venta no se realiza-
rá, es claro que no lo tiene.
La cuestión más interesante a que da origen este pacto es la relativa a
saber si confiere al vendedor acción real o personal en caso que el com-
prador venda la cosa a otra persona sin habérsela ofrecido previamente.
Larombiére, Huc y Despeisses creen que el vendedor tiene una acción
real. Pero la mayoría de los autores, como Guillouard, Aubry et Rau y
Duvergier, sostienen que es personal. En efecto, puesto que aquí no hay
sino obligación por parte del comprador, que consiste en ofrecer la cosa al
vendedor con preferencia a toda otra persona si se decide a venderla, sin
que éste se obligue a comprarla, es evidente que no puede pretender una
acción real, sino una acción personal dirigida contra el comprador que
violó el contrato. Se trata de exigir el cumplimiento de un hecho y no la
entrega de una cosa, pues la acción del vendedor tiende a obtener que el
comprador le ofrezca la venta con preferencia a los demás. Y las acciones
dirigidas a obtener el cumplimiento de un hecho son estrictamente perso-
nales. Por este motivo, si el comprador vende la cosa a otro sin ofrecerla
antes al vendedor, éste tiene una acción personal para exigirle indemniza-
ción de peijuicios por la inejecución de lo pactado. Pero de ningún modo
podrá reivindicarla del tercer adquirente.
Este pacto puede estipularse también sin necesidad de que antes haya
habido otra venta entre los contratantes. Así, por ejemplo, un propietario
dice a un tercero, con el cual no lo ha ligado ningún contrato anterior,
que se obliga a preferirlo en la venta de su casa a toda otra persona, dado
caso que se resuelva enajenarla. Este contrato es perfectamente obligato-
rio para los contratantes. De ordinario, se celebra en los contratos de arrien-
do, en los que el arrendador se obliga a preferir en la venta al arrendatario
si se decide a enajenar la cosa arrendada. La Corte de Casación de Francia

562
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

ha resuelto que, siendo este pacto un accesorio del contrato de arriendo,


si éste termina por cualquier motivo, cesa al mismo tiempo la acción del
comprador. 1

735. Otro pacto o cláusula especial que puede agregarse al contrato de


venta es el que se refiere a la reserva que hace el comprador de designar
posteriormente el nombre de la persona para quien compra. Es lo que los
franceses conocen con el nombre de reserve d'élire command.
Esta cláusula puede tener cabida tanto en las ventas voluntarias como
en las forzadas. Su origen arranca del artículo 1449 del Código Civil, que
permite a cualquiera persona estipular por un tercero, aun sin estar facul-
tado por él. Nuestro Código Civil no reglamenta esta forma especial del
contrato de venta. El Código de Procedimiento Civil se ocupa incidental-
mente de esta reserva en el artículo 517 al hablar del remate de los bienes
embargados, o sea, a propósito de la venta forzada.
La venta hecha con esta reserva es aquella en que el comprador, aun-
que aparece contratando en su propio nombre, manifiesta que no compra
para sí, sino para un tercero cuyo nombre se reserva designar más tarde,
tercero que viene a colocarse en su lugar, de tal modo que se reputa que
el comprador no ha actuado sino en nombre y por cuenta de ese tercero,
es decir, como si hubiera obrado en virtud de un mandato conferido por
él.2
El objeto de este pacto no es sino ocultar el nombre del verdadero
comprador que, a fin de evitar dificultades o abusos, se esconde a merced
de la declaración que hace el comprador aparente.

736. Esta venta no debe confundirse con la reventa. En ésta el comprador


compra para sí; el contrato se celebra entre él y el vendedor; las obligacio-
nes que impone son de su cuenta. En la venta hecha con esta reserva, el
comprador no es sino un instrumento; no contrae obligación de ninguna
especie, el contrato no se celebra con él. El verdadero comprador, o sea,
aquel que el presunto adquirente señala como tal, es quien contrata y
queda obligado al cumplimiento de las obligaciones que emanan de ese
acto, sin que la persona que en él intervino contraiga obligación ni res-
ponsabilidad alguna.
Cuando el comprador compra pura y simplemente sin hacer reserva
de esta clase y después vende lo que ha comprado a otra persona, la venta
no se hace con ésta y aquél no es ficticio ni simulado, sino que es el verda-
dero contratante. El individuo que adquiera nuevamente la cosa arrancará

1
Véase sobre este pacto: AUBRY ET RAU, V, pág. 5 6 , BAUDRY-LACANTINERIE, núms. 7 1 a
73, págs. 52 a 54; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 242 a 253, págs. 822 y 823; GUI-
LLOUARD, I , n ú m . 6 0 , p á g . 7 2 ; H U C , X , n ú m . 1 8 9 , p á g . 2 6 0 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 7 , p á g . 2 3 ;
MAYNZ, II, p á g . 3 7 3 .
1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 7 2 , p á g . 1 6 7 ; MARCARÉ, VI, p á g . 1 5 3 ; TROPLONG. I , n ú m .
64, pág. 71.

563
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

su derecho de manos del comprador y no del primer vendedor, con quien


no lo liga vínculo de ninguna especie. Si la venta se hace con esta reserva,
en cambio, el contrato se considera celebrado entre el vendedor y la per-
sona cuyo nombre se reserva el comprador. Esta adquiere su derecho del
vendedor directamente y no del comprador aparente. No hay, en conse-
cuencia, traspaso de la cosa de manos del vendedor a las de éste y de las
suyas a las del verdadero comprador. La cosa pasa directamente de manos
del vendedor a las del comprador cuyo nombre se ocultó, sin que se de-
tenga en las del comprador aparente.
Baudry-Lacantinerie dice al respecto: "El efecto de esta reserva, segui-
da de una declaración conforme, consiste en hacer creer que el compra-
dor no ha sido jamás propietario de la cosa vendida, la que se ha transferido
directamente del vendedor al verdadero comprador cuyo nombre fue de-
clarado más tarde, y esto, sin que sea necesario justificar que éste había
dado efectivamente orden de comprar para él". Y más abajo agrega: "Re-
sulta de ello que todas las obligaciones que el contrato ponía a cargo del
comprador aparente pasan al verdadero y que aquél se desliga de todas
ellas; se reputa que el comprador aparente no ha comprado jamás y nadie
puede ejercer sobre la cosa derechos emanados de él.1

737. La venta con reserva de señalar el nombre de la persona para quien


se compra comprende dos actos esenciales: 1) la reserva de esta facultad al
tiempo de contratar; y 2) la declaración del nombre de esa persona des-
pués de realizada la venta.
La reserva de esta facultad es el acto por el cual el comprador declara
al vendedor, al tiempo del contrato, que compra para sí o para otra perso-
na cuyo nombre se reserva darlo a conocer después. Esta reserva debe ser
consentida por el vendedor, ya que a éste le interesa conocer la persona
del verdadero comprador, pues la que designe el comprador puede ser
insolvente. Con esto se le irrogaría un perjuicio manifiesto, desde que no
tendría ninguna acción contra el comprador aparente, que quedó desliga-
do del contrato por el hecho de señalar ese nombre. Los autores franceses
están de acuerdo en que no es menester ninguna forma especial para
hacer esta reserva y basta que sea clara y aparezca en forma indubitable.
El comprador puede decir al tiempo del contrato "que compra para él
o para un amigo" o "que compra para él y para un amigo". Aunque la
conjunción y pudiera hacer creer que la compra se hace para ambos, esos
autores están contestes en afirmar que ambas fórmulas son sinónimas y
que el empleo de esa conjunción no obliga al comprador a guardar para
él una parte de lo adquirido, pudiendo comprarla totalmente para la per-
sona cuyo nombre designó. 2
Si el comprador no hace esta reserva formalmente al tiempo del con-
trato o, mejor dicho, si en ese momento no se reserva la facultad de desig-

1
De la vente, núm. 174, pág. 168.
2
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 7 6 , p á g . 1 7 0 ; TROPLONG, I , n ú m . 7 5 , p á g . 8 0 .

564
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

nar más tarde el verdadero comprador, aquélla no existe y se le reputa


como el único y verdadero adquirente, puesto que no podría hacerla des-
pués. 1 El traspaso que hiciera de la cosa al verdadero comprador sería un
nuevo contrato de venta, distinto del primero.

738. La declaración del nombre de la persona para quien se compra es el


acto por el cual el comprador da a conocer su nombre y tiene por objeto
señalar definitivamente las verdaderas partes contratantes para saber a quie-
nes obliga el contrato. Esta declaración debe reunir tres requisitos, a sa-
ber: 1) debe hacerse en el plazo convenido; 2) debe ser pura y simple; y 3)
debe ser aceptada por la persona a quien se refiere.

739. El plazo dentro del cual debe hacerse esa declaración puede ser legal
o convencional. 2 Es legal el que fija el artículo 517 del Código de Procedi-
miento Civil para las ventas forzadas, que dice: "En el acta de remate podrá el
rematante indicar la persona para quien adquiere, pero mientras ésta no se presentare
aceptando lo obrado, subsistirá la responsabilidad del que ha hecho las posturas".
Según la legislación antigua, esta declaración podía hacerse dentro de las
veinticuatro horas siguientes al remate. En virtud del artículo citado debe
hacerse en el acta misma del remate, y como ésta se extiende una vez adju-
dicada la cosa al subastador, resulta que esa declaración se hace inmediata-
mente de terminada la subasta. El plazo convencional puede tener la
extensión que las partes señalen y tiene cabida en las ventas voluntarias,
porque en las forzadas se aplica lo dispuesto en el precepto legal transcrito.
Hecha la declaración en la debida oportunidad, surte todos los efectos
que está llamada a producir, tanto entre las partes como respecto de terce-
ros. Si vence el plazo señalado para hacerla sin que se haya efectuado, se
entiende que la reserva ha sido tácitamente renunciada y el comprador se
reputa como verdadero comprador de la cosa. Si la hace más tarde, hay un
nuevo contrato de venta celebrado entre aquél y el nuevo adquirente, que
se reputa haber contratado con el comprador y no con el vendedor. De
manera que si esa declaración no se hace en el acta de remate, tratándose
de una venta forzada, es decir, si en esa acta no se indica la persona para
quien se compra, la cosa se reputa adquirida por el subastador que queda
obligado al cumplimiento del contrato, pues se ha celebrado entre él y el
vendedor. La declaración posterior es una reventa de la cosa hecha por el
subastador al nuevo comprador. La disposición del artículo 517 se aplica
también, según el artículo 1069 de ese Código, a las ventas voluntarias que,
por mandato de la ley, deben hacerse necesariamente en pública subasta,
como ocurre con los bienes de los pupilos, de los habilitados de edad, etc.
Pero si la venta se hace en pública subasta, no por mandato legal, sino por
la voluntad del vendedor, se estará a lo que hayan convenido las partes en lo
que se refiere a la época en que debe efectuarse esta declaración.

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 7 2 , p á g . 1 6 8 ; MARCADÉ, V I , p á g . 1 5 3 ; TROPLONG, I ,
núm. 6 8 , pág. 7 7 .
2
TROPLONG, I , n ú m . 6 9 , p á g . 7 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 7 7 , p á g . 1 7 0 .

565
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

740. En segundo lugar, para que la declaración que hace el comprador


surta efectos es menester que sea pura y simple. Esto significa que el com-
prador debe limitarse a traspasar el contrato de venta a la persona para
quien compra en los mismos términos y en las mismas condiciones que lo
contrajo. Si el comprador, al traspasárselo, altera el precio, las formas de
pago, la tasa del interés, etc., el contrato se reputa celebrado por él y no
para la persona a quien se traspasa, que no sería sino un nuevo compra-
dor de la cosa con el cual el primer adquirente ha discutido las condicio-
nes de una segunda venta, como dice Baudry-Lacantinerie. 1
El mismo autor agrega que si el comprador declara que compra para
varias personas y reparte entre éstas la cosa y el precio, hay venta con esta
reserva si el total de las sumas que todas ellas deben pagar es igual al
precio pagado por el comprador y si el pago se hace en las mismas condi-
ciones estipuladas con él; de otro modo, hay un nuevo contrato. El com-
prador también puede guardar para sí una parte de los bienes que compra,
en cuyo caso la venta se entiende hecha con esta reserva siempre que el
precio de la parte que conserva más el de la parte que traspasó a la perso-
na cuyo nombre declara formen un total exactamente igual al precio en
que a su vez adquirió la cosa del vendedor. 2

741. En tercero y último lugar, la declaración debe ser aceptada por la


persona a quien se refiere. 3 Este requisito no es sino aplicación del artícu-
lo 1449, de que toma su origen este pacto. Según este artículo, cualquiera
persona puede estipular a favor de un tercero aunque no tenga derecho
para representarlo; pero éste debe aceptar lo pactado y desde ese momen-
to el contrato lo obliga. Para que el tercero cuyo nombre declara el com-
prador quede obligado es esencial que ese tercero acepte la venta. Si no la
acepta, ésta se reputa celebrada entre el vendedor y el comprador; en caso
contrario, y de acuerdo con ese articulo, solo él puede exigir su cumpli-
miento.
El artículo 517 del Código de Procedimiento Civil establece que mien-
tras la persona para quien se subasta no se presente aceptando lo obrado,
subsiste la responsabilidad del que hubiere hecho posturas, con lo que
manifiesta que, una vez dada esa aceptación, el subastador queda libre de
toda responsabilidad pasando a ocupar su lugar el verdadero adquirente.
Esta aceptación se hará por escritura pública cuando la venta sea de
aquellas que requieren esta solemnidad, porque es una especie de ratifica-
ción y ésta, según el artículo 1694 del Código Civil, debe hacerse con las
mismas formalidades a que por la ley está sujeto el contrato que se ratifica.
Debe hacerse también en esta forma, cuando la venta sea solemne por la
voluntad de las partes y en todos los casos en que éstas así lo estipulen; en
los demás, puede hacerse verbalmente o por escritura privada.

1
N ú m . 1 7 9 , p á g . 1 7 1 ; TROPLONG, I , n ú m . 7 2 , p á g . 7 9 .
* BAVDRY-LAC\NTINERIE, n ú m . 1 7 9 , p á g s . 1 7 1 y 1 7 2 ; TROPLONG, I , n ú m . 7 3 , p á g . 8 0 .
' T R O P I ONG, I , n ú m . 7 0 , p á g . 7 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 8 0 , p á g . 1 7 2 .

566
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

742. Hecha la declaración dentro del plazo señalado y aceptada por el


verdadero comprador, el presunto adquirente cesa en su responsabilidad y
queda desligado de toda obligación para con el vendedor. Este no tiene
ninguna acción en su contra. Su lugar pasa a ser ocupado por el verdade-
ro comprador, que es quien contrata; se presume que la venta se ha cele-
brado directamente con él.

743. Nada se opone, dice Baudry-Lacantinerie, a que el vendedor estipule


con el comprador que éste caucione el cumplimiento de las obligaciones
del nuevo adquirente. 1
Nuestro Código de Procedimiento Civil, en el inciso final del artículo
517, contempla esta situación respecto de las ventas forzadas y volunta-
rias que deben hacerse ante la justicia, cuando dice: "Subsistirá también la
garantía constituida para tomar parte en la subasta, en conformidad al artículo
515". Según esto, esa garantía subsistirá hasta que se otorgue la escritura
definitiva de compraventa o se deposite a la orden del tribunal el precio
o la parte de él que deba pagarse al contado. Combinando ambos artícu-
los tenemos que en las ventas forzadas y en las voluntarias que deben
hacerse ante la justicia, el postor, que declara en el acta de remate el
nombre de la persona para quien adquiere, queda caucionado, por el
ministerio de la ley y aunque las partes no lo estipulen, el cumplimiento
de las obligaciones de esa persona hasta el momento señalado en el ar-
tículo 515. Creemos que esa es la interpretación que debe darse al inciso
segundo del artículo 517, porque el objeto de la garantía es asegurar el
cumplimiento del contrato y se comprende que si esta garantía pudiera
hacerse ilusoria por el hecho de adquirir para otro, la ley habría dejado
puerta abierta al fraude, pues habría bastado que éste no la hubiera lle-
vado, para dejar al vendedor en la imposibilidad de hacerle efectiva la
infracción del contrato.

744. El único que puede exigir el cumplimiento del contrato es la perso-


na para quien subastó el comprador. Desde el momento de su aceptación
éste desaparece del escenario en que aquél se desarrolla y se le considera
no haber intervenido jamás en el acto. De ahí que si el presunto compra-
dor vende la cosa a un tercero después de esa aceptación, ha vendido lo
ajeno y, en consecuencia, esa venta, aunque válida no afecta en nada al
verdadero comprador, que es su único dueño y propietario. Así lo ha re-
suelto la Corte de Apelaciones de Valdivia.2

745. El artículo 136 del Código de Comercio se ocupa de la venta que


recae sobre una cosa que se encuentra en viaje, en estos términos: "Vendi-
da una cosa durante su transporte por mar, tierra, ríos o canales navegables, el

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 8 1 y 1 8 2 , p á g s . 1 7 2 y 1 7 3 ; TROPLONG, I , n ú m . 6 5 , p á g . 7 3
y núm. 7 4 , pág. 8 0 .
2
Sentencia 419, pág. 726, Gaceta 1907, tomo I.

567
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

comprador podrá disolver el contrato toda vez que la cosa no fuere de recibo o de la
especie y calidad convenidas". Esta venta se entiende efectuada bajo condi-
ción resolutoria y se asemeja a la venta por orden, por lo que le son aplica-
bles todas las reglas señaladas para aquélla, en cuanto su naturaleza lo
permita. Lo esencial en esta venta es que la cosa, al tiempo de celebrarse
el contrato, se encuentre en viaje; de manera que el comprador no podrá
examinarla sino cuando llegue a su poder. Si perece durante el viaje, la
pérdida afecta al comprador, en virtud de las reglas generales tantas veces
enunciadas. Cuando llegue a su destino, éste se cerciorará de ella. Si es de
recibo o de la especie y calidad convenidas, el contrato subsiste en todas
sus partes. Si no lo es o si no tiene esa calidad, podrá pedir su resolución. 1
El reclamo por esos defectos debe hacerse dentro de los plazos que ya
señalamos al hablar de las ventas por orden. En caso de desacuerdo, la
cosa se examinará por peritos. 2

746. Cuando la venta se hace bajo la condición de que la nave en que


viene la cosa llegue a su destino, se reputa celebrada bajo condición sus-
pensiva que se entiende cumplida una vez que las mercaderías llegan al
lugar de su destino. Esta venta es muy ventajosa para el vendedor, porque
si la nave y las mercaderías perecen fortuitamente antes de llegar a ese
lugar, aunque su pérdida afecta a él exclusivamente, queda exento, por
ese hecho, de la obligación de entregar otras, desde que su obligación se
subordinó a la circunstancia de que llegaran a su destino. Ha cumplido el
contrato enviándolas. Si perecen, como se trata de un cuerpo cierto ya
que lo vendido son las mercaderías tales y cuales que van en viaje y no
otras, esa pérdida lo libera de su obligación. El comprador, claro está, no
tiene obligación de pagar el precio, ya que la pérdida es para el vendedor.
La condición se entiende cumplida cuando las mercaderías llegan a su
destino, sea que lleguen en el mismo buque o en otro diverso por haber
naufragado en el que venían. En cambio, si son arrojadas al mar durante
el viaje para salvar la nave de un naufragio, aun cuando ésta llegue a su
destino, la condición falla y la venta se reputa no haberse celebrado. Lo
que interesaba a las partes no era su llegada sino la de las mercaderías y si
se refieren a aquellas es como un medio de señalar el fin que se proponen
que no es otro que el arribo de la cosa vendida. Como las condiciones
deben cumplirse del modo que las partes han probablemente entendido
que lo fuese, resulta que en este caso, aun cuando las partes hablen del
feliz arribo de la nave, la condición se entiende cumplida no por su llega-
da, sino por la de las mercaderías que es la que les interesa. Excusado
creemos manifestar que si las mercaderías no llegan al lugar de su destino,
la condición falla y no hay contrato. 3

1
En el mismo sentido se pronuncia la Corte de Apelaciones de Valparaíso en la sen-
tencia 1.794, pág. 1823, Gaceta 1900, tomo I.
s
Véanse los núms. 677, 678, 679, 680, 682, 683, 684, 685, 686, 687, 688, 689, 690, 692 y
694 de esta Memoria.
S
BAUDRY-LACANTINERJE, n ú m . 1 8 3 V , p á g . 1 8 8 .

568
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

747. La venta para entregar (vente á livrer) no es sino una venta ordinaria.
Consiste en que se otorga un plazo al comprador para que entregue las
mercaderías o la cosa vendida. Se rige por las reglas generales de este
contrato y por las especiales de las obligaciones a plazo. Ya el artículo 1807
había dicho que la venta puede hacerse a plazo para la entrega de la cosa
o del precio. La cosa debe entregarse en el plazo convenido y si así no se
hace, el comprador puede exigir la resolución o el cumplimiento del con-
trato con indemnización de prejuicios. Esta venta, dice Baudiy-Lacantine-
rie, suele servir, sobre todo cuando tiene por objeto productos agrícolas u
otras cosas in genere, para ocultar una operación de juego al alza o baja del
valor de las cosas que se venden. Es muy común en las operaciones de
bolsa que ordinariamente consisten en una especulación basada en el ma-
yor o menor valor que las cosas puedan tener dentro del plazo señalado
para su entrega. 1

748. Esta venta toma el nombre de venta a crédito cuando el plazo se con-
fiere al comprador para el pago del precio, estipulación que es muy co-
mún en las ventas que tienen un precio subido. 2 Es venta a crédito la que
se realiza cuando el comprador tiene "cuenta" con el vendedor, lo que
ocurre en los almacenes y demás establecimientos de artículos de consu-
mo, de muebles, vestidos, etc.

749. La venta al disponible tiene lugar cuando el vendedor vende al com-


prador mercaderías que están a su disposición inmediata sea en sus pro-
pios almacenes, en los de un tercero, en un almacén o depósito general
de mercaderías, en un navio o en otro lugar cualquiera de donde puedan
sacarse fácilmente. No se perfecciona en tanto el comprador no examina
las mercaderías, lo que sucede cuando son entregadas. Antes de ese exa-
men los riesgos pertenecen al vendedor. Una vez aceptadas por el compra-
dor, los riesgos serán para éste si la venta es de un cuerpo cierto y para el
vendedor en caso contrario. 3 Como se ve, participa en gran parte del ca-
rácter de venta por orden.

750. La venta puede ser civil o mercantil. Es mercantil cuando se com-


pran cosas muebles con el ánimo de revenderlas o cuando se venden esas
mismas cosas. Lo que caracteriza en su esencia la venta mercantil es la
adquisición de mercaderías para revenderlas, porque es acto de comercio
todo aquel que sirve de interposición entre el productor y el consumidor
con el objeto de obtener un lucro mercantil. 4 Y la venta es comercial aun-
que el vendedor no obtenga un lucro; para darle ese aspecto basta la in-

1
BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 183 I, págs. 175 a 178; FUZIER-HERMAN, t o m o 36, Vente
commerciale, núms. 344 a 400, págs. 999 a 1002.
2
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente commerciale, núms. 334 a 343, pág. 999.
3
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 1 8 3 I V , p á g . 1 8 6 .
4
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XIII, sec. I 1 , pág. 314 (considerando 4").

569
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

tención de haber querido obtener un lucro. Igualmente, aunque el com-


prador de las mercaderías adquiridas para revenderlas no las revenda, por
cualquier motivo, la compra no por eso ha dejado de ser mercantil, pues
lo que imprime carácter a esta venta es la intención de comprarlas para
revenderlas. Debe sí tenerse presente que no hay venta mercantil sobre
inmuebles, ni aunque se compren para revenderlos, porque aquella es tal
únicamente cuando recae sobre muebles. 1
Determinar cuándo la venta es mercantil y cuándo es civil es una cues-
tión de hecho que debe resolver el juez. Tiene importancia conocer cuán-
do es de una y otra especie, porque según sea civil o mercantil serán las
leyes que se le aplicarán y la prueba de que los litigantes pueden valerse
para acreditarla.
La jurisprudencia de nuestros tribunales nos ofrece una serie de ejem-
plos de compraventas mercantiles. Son tales: la compra de animales o de
carnes muertas para revenderlas; 2 la venta de una peluquería; 3 la compra-
venta de la mitad de un vapor, porque son actos de comercio todos los
relacionados con las naves;4 la venta que recae sobre establecimientos o fá-
bricas.5 En cambio no son mercantiles la venta del salitre,5 la de los minera-
les o del carbón extraído de una mina siempre que se haga por el salitrero o
el minero 7 y la que un agricultor hace de sus productos agrícolas.8
Según el inciso 2 2 del número l 9 del artículo 3 2 del Código de Comer-
cio no son comerciales las compras de objetos destinados a complementar
accesoriamente las operaciones principales de una industria no comercial,
aunque se compren con el ánimo de lucrar con ellas. De ahí que la Corte
de Apelaciones de La Serena haya declarado que no es mercantil la com-
pra de provisiones para la explotación de una mina. 9 La Corte de Santiago
ha resuelto igualmente que no es mercantil la compra de motores para
explotar una mina. 10 La Corte de Valparaíso declaró que es compra civil la
que hace un agricultor de los utensilios necesarios para la explotación y
servicio de su fundo. 11

1
Sentencia 171, pág. 147, Gaceta 1899, tomo II.
2
Sentencia 1.700, pág. 737, Gaceta 1868; sentencia 1.179, pág. 805, Gaceta 1879; sen-
tencia 793, pág. 532, Gaceta 1880; sentencia 1.040, pág. 607, Gaceta 1882; sentencia 730,
pág. 591, Gaceta 1888, tomo I; sentencia 3.222, pág. 1887, Gaceta 1888, tomo II; Revista de
Derecho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. I 8 , pág. 446.
3
Sentencia 1.138, pág. 513, Gaceta 1869.
4
Sentencia 2.117, pág. 894, Gaceta 1869.
5
Sentencia 2.487, pág. 1383, Gaceta 1883.
6
Sentencia 3.882, pág. 985, Gaceta 1889, tomo II.
7
Sentencia 1.991, pág. 194, Gaceta 1888, tomo II.
8
Sentencia 2.664, pág. 1107, Gaceta 1878; sentencia 1882, pág. 1055, Gaceta 1881; sen-
tencia 3.281, pág. 1802, Gaceta 1882; sentencia 293, pág. 235, Gaceta 1895, tomo I.
9
Sentencia 777, pág. 352, Gaceta 1875; sentencia 1.027, pág. 840, Gaceta 1888, tomo I.
10
Sentencia 84, pág. 42, Gaceta 1877; sentencia 359, pág. 232, Gaceta 1894, tomo I.
11
Sentencia 451, pág. 371; Gaceta 1895, tomo I.

570
DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE \T_NTA

751. La venta al menudeo no es una modalidad que afecte al contrato de


venta. Es una venta como cualquiera otra sujeta a las reglas generales. Si
hemos decidido decir algo sobre ella es porque según el artículo 2522 del
Código Civil la acción de los mercaderes y proveedores para reclamar el
precio de los artículos que despachan al menudeo prescribe en dos años.
Por eso tiene interés en conocer cuando la venta se reputa hecha en esta
forma; de no ser así, la acción del vendedor prescribe en conformidad a
las reglas generales. La naturaleza especial de esta venta proviene única-
mente de la forma en que se realiza desde el punto de vista de las merca-
derías que se venden. Es la manera como se celebra, por lo que hace a la
cosa vendida, la que sirve para calificarla de tal.
Nuestro Código Civil no ha definido lo que debe entenderse por venta
al menudeo, por cuyo motivo se ha suscitado una gran discusión acerca de
cuáles ventas se reputan hechas en esta forma. Dos opiniones hay al res-
pecto. Una que cree que venta al menudeo es la que realiza el comercian-
te al por menor y otra que sostiene que venta al menudeo no es lo mismo
que venta al por menor.
Los partidarios de esta segunda opinión se fundan en que el artículo
30 del Código de Comercio que ha definido el comerciante al por menor,
se refiere a éstos para el efecto de determinar los libros que deben llevar y,
por consiguiente, no es aplicable a las ventas al menudeo que no las men-
ciona. Esta doctrina ha sido sustentada por la Corte de Apelaciones de
Santiago. 1
Creemos en cambio, que la verdadera doctrina es aquella que denomi-
na venta al menudeo la que realizan los comerciantes al por menor. Si
bien es cierto que el artículo 30 del Código de Comercio ha definido lo
que se entiende por comerciante al por menor, dando la calificación de
tal al que vende habitual y directamente al consumidor, no lo es menos
también que cuando la ley define una palabra para ciertas materias, debe
dárseles a ellas el sentido legal respecto de cualquiera otra en que se em-
pleen y como en este caso el artículo mencionado ha definido lo que es
comerciante al por menor, debe tenerse por comerciante al menudeo al
que vende habitual y directamente al consumidor. Aun en las hipótesis
que esta argumentación fuera falsa ya que la ley no ha definido lo que es
la venta al menudeo, de acuerdo con el artículo 20 del Código Civil debe-
mos recurrir a su sentido natural y obvio. Pues bien, según el Diccionario
de la lengua, "menudeo" quiere decir "venta al por menor". Luego venta
al menudeo y venta por menor son una misma cosa. Lo que caracteriza la
venta al menudeo es, pues, el hecho de venderse la mercadería habitual y
directamente al consumidor. En tal caso, la acción del vendedor para exi-
gir el precio prescribe en dos años.
La Corte Suprema se ha pronunciado en el mismo sentido, declarando
que es venta al menudeo la celebrada para proveer directamente de vino
para el consumo a un ejército, porque aunque el vino fue contratado en

1
Sentencia 2.920, pág. 1626, Gaceta 1883.

571
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

grandes partidas, no puede considerarse esa provisión al por mayor, desde


que estaba destinado al consumo inmediato del consumidor. 1 En otra oca-
sión ese mismo tribunal ha dicho que no es venta al menudeo la que
realiza un empresario de provisiones y suministros que vende sus artículos
en grandes partidas para la alimentación de todo un ejército, porque en
tal caso no se vende directa y habitualmente al consumidor que es lo que
caracteriza esa clase de venta. 2 La provisión de carne hecha a una oficina
salitrera, a un cuartel, a un colegio o establecimiento análogo, aunque sea
mayor que la que se hace a una familia, es siempre venta la menudeo,
según lo ha resuelto la Corte de Tacna, porque los compradores no van a
negociar con ella, sino que a consumirla, no influyendo en su calificación
el hecho de la mayor o menor cantidad de carne que se venda.3
En cambio no es venta al menudeo, dice la Corte Suprema, la provisión de
agua potable hecha a un consumidor en forma amplia y en gran cantidad por
una empresa que provee de este elemento a una ciudad. 4 La venta de
mercaderías elaboradas en fábricas o establecimientos industriales no es al
menudeo, sino al por mayor, ha dicho la Corte de Apelaciones de Santia-
go, porque aquellos de ordinario no despachan esas mercaderías sino por
grandes partidas. 5 Esta misma Corte ha declarado que no son ventas al
menudeo o al por menor: la que se hace sobre especies adquiridas para la
explotación de un establecimiento de fundición y herrería; 6 la de todo el
mobiliario de una casa, porque ella no queda comprendida en el alcance
que, según el sentido natural y obvio, tiene esa expresión; 7 y la de diez
arrobas de aguardiente. 8 La Corte de Concepción ha establecido que la
venta de unas maquinarias hecha por una casa importadora no puede
reputarse venta al menudeo, pues la calidad del vendedor indica que se
trata de un comerciante al por mayor.9 Por último, la Corte Suprema en
un reciente fallo ha establecido que la venta de mercaderías hecha por un
comerciante al por mayor, aun en el supuesto de ser venta al menudeo, no
puede calificarse de tal por tratarse de una venta realizada por un comer-
ciante de aquella índole; de modo que no puede aplicarse a la acción por cobro
de precio entablada por el vendedor la prescripción del artículo 2522 del Có-
digo Civil que se refiere a la de los mercaderes que despachan artículos al
menudeo. 10

1
Sentencia 1.188, pág. 821, Gaceta 1898, tomo II.
!
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. I a , pág. 287.
s
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. I a , pág. 508.
4
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. I a , pág. 302.
5
Sentencia 972, pág. 674, Gaceta 1879.
6
Sentencia 1.722, pág. 1209, Gaceta 1879.
7
Sentencia 2.920, pág. 1626, Gaceta 1883.
8
Sentencia 2.972, pág. 1658, Gaceta 1883.
9
Sentencia 246, pág. 702, Gaceta 1913.
10
Sentencia de 25 de mayo de 1917 suscrita por los Ministros señores Varas, Gaete, Cas-
tillo, Silva, Rojas, Pineda y de la Cruz y publicada en extracto en La Nación del 17 de junio
del mismo año.

572
CAPITULO OCTAVO

DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

752. Perfeccionado el contrato de venta, una vez que las partes han con-
venido en la cosa y en el precio, nacen para ambas los derechos y obliga-
ciones que está destinado a producir. Estos derechos y obligaciones pueden
provenir de la ley o de la voluntad de las partes.
Las obligaciones propias del vendedor y que nacen del contrato de
venta por el solo efecto de celebrarse sin necesidad de que las partes las
estipulen, es decir, las obligaciones que la ley le impone son dos: la entre-
ga de la cosa y el saneamiento de la misma. Sin peijuicio de ellas, los
contratantes pueden estipular otras o atenuar o modificar esas dos. En tal
caso deben pactarse expresamente, pues, a falta de tal convenio, el vende-
dor no tiene sino las señaladas por la ley y en la extensión que ésta estable-
ce. La Corte de Casación de Francia resolvió que, por no existir estipulación
al respecto, el vendedor de un terreno no estaba obligado a procurar al
comprador el derrame sobre el predio vecino cuyo dueño era aquél, de las
aguas lluvias para la casa que el comprador hizo construir en ese terreno,
porque eso no entra ni en la entrega ni en la garantía. 1
En atención a lo expuesto podemos decir que las obligaciones del ven-
dedor pueden ser principales o secundarias. Son de la primera especie las
que constituyen el objeto mismo del contrato de venta y que son inheren-
tes a todo contrato de esta especie, o sea, las dos que hemos señalado. De
ahí por qué el inciso 1 B del artículo 1824 del Código Civil dice: "Las obliga-
ciones del vendedor se reducen en general a dos, la entrega o tradición, y el sanea-
miento de la cosa vendida".2 Son accesorias todas las demás de m e n o r
importancia y que son consecuencia de las dos anteriores o que provienen
de la voluntad de las partes, como ser, la de conservar la cosa vendida
hasta su entrega, la de pagar las costas que ésta origine, la de entregar la
cosa en el día y lugar convenidos, etc.
La obligación de entregar puede descomponerse en varias, a saber: 1)
la de conservar la cosa hasta su entrega; 2) la de responder por los deterio-

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 2 8 5 , pág. 2 8 7 , nota 1; AUBRY ET RAU, V, pág. 5 7 ,
nota 1.
2
Disposiciones análogas a ésta contienen los artículos 1603 del Código francés, 1462
del italiano, 1461 del español y 433 y 434 del alemán.

573
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

ros producidos por hecho o culpa del vendedor; 3) la de poner la cosa a


disposición del comprador, es decir, la obligación de entregar propiamen-
te dicha; 4) la de entregarla en el tiempo y lugar convenidos; 5) la de
costear los gastos que se hicieren para ponerla en disposición de ser entre-
gada; y 6) la de entregarla con todos sus frutos y accesorios.
La obligación de saneamiento se subdivide en dos: el saneamiento por
evicción y el saneamiento por vicios redhibitorios que, a su vez, compren-
den diversos aspectos, como lo veremos más adelante.

753. El contrato de compraventa se encuentra sometido a las reglas gene-


rales que para todo contrato señala la ley, sin perjuicio de las especies que
el Código le asigna. Entre esas reglas generales figuran las relativas a su
interpretación que también se le aplican. Por este motivo, en la interpreta-
ción de las cláusulas de un contrato de venta el juez se atendrá a lo que
disponen los artículos 1560 a 1566 del Código Civil, sin que en ellos pueda
introducirse ninguna modificación que emane de la naturaleza especial
de este contrato.

754. El Código francés, siguiendo la doctrina romana, 1 modificó las reglas


generales de interpretación al tratar de la compraventa y dispuso en su
artículo 1602 que todo pacto oscuro o ambiguo debe interpretarse contra
el vendedor. Dicho Código quiso sancionar de este modo la omisión de la
obligación que ese mismo artículo impuso al vendedor de explicarse con
claridad acerca de todo aquello a que se obliga. Algunos comentaristas
franceses dicen que esa regla se justifica ampliamente porque es el vende-
dor quien redacta, por lo general, las condiciones del contrato a las que
viene a adherirse el comprador, y porque ha poseído la cosa vendida, lo
que hace suponer que debe conocerla mejor que éste. Por estas razones,
agregan, es lógico presumir que las ambigüedades u oscuridades que pue-
de haber en esas condiciones o en las calidades de la cosa provendrán del
v endedor y no del comprador. Esta argumentación no resiste un examen
muy a fondo, ya que puede haber muchos casos, tal vez los más numero-
sos, en que el comprador sea quien haga las condiciones del contrato, a
las que el vendedor se vea obligado a adherirse por las necesidades del
momento.
De aquí que haya autores que critiquen esta disposición, como ocurre
con Duvergier, y otros que, como Laurent, Marcadé, Duranton y Troplong,
sólo la acepten para las cláusulas que se refieren a las obligaciones del
vendedor relativas a la cosa, a su entrega, a sus accesorios, etc.; pero no
para las otras cláusulas excepcionales que pueden insertarse en el contra-
to. Laurent se apoya en las expresiones de Domat y en lo que expuso
Grenier al discutirse este punto en el Consejo de Estado francés. Baudry-
Lacantinerie y Guillouard sostienen, en cambio, que la disposición del ar-
tículo 1602 es absoluta, por lo que no pueden hacerse distinciones acerca

1
Digesto, libro XYIII. título I, ley 21.

574
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

de las cláusulas que deben o que no deben interpretarse con arreglo a


ella. Llegan así a la conclusión de que todo pacto oscuro, cualquiera que
sea el objeto a que se refiera, debe interpretarse contra el vendedor.
Pero todos los autores citados y además Huc, Aubry et Rau y la juris-
prudencia están contestes en afirmar que el principio del artículo 1602
tiene dos limitaciones: 1) dicho artículo no se aplica sino cuando se han
agotado todos los otros medios de interpretación señalados por la ley; y 2)
tampoco se aplica a las cláusulas introducidas por el comprador en su
interés que, si son oscuras, se interpretarán en su contra. 1

755. Nuestro Código y el italiano no aceptaron esa regla y, a mi juicio,


hicieron bien. Ricci, estudiando esta materia en el Código italiano, elogia
al legislador que la suprimió de este cuerpo de leyes.2 En realidad, no hay
ninguna razón atendible para castigar al vendedor por causas que muchas
veces no provienen de su culpa ni de su voluntad. Si es justo que las cláu-
sulas oscuras se interpreten en su contra cuando son imputables a su he-
cho o culpa, no lo es cuando provienen de la culpa del comprador, en
cuyo caso deben interpretarse en contra de éste.
El inciso 1- del artículo 1566 de nuestro Código sienta el principio de
que, a falta de otra regla de interpretación, las cláusulas ambiguas se inter-
pretarán a favor del deudor. En el contrato de venta ambas partes son
deudoras y acreedoras, de modo que será necesario saber cuál es deudora
para ver en favor de quien debe interpretarse la cláusula oscura. Fu este
inconveniente el que quiso evitar el Código francés, dice Baudry-Lacanti-
nerie, al establecer que todo pacto oscuro debe ser interpretado contra el
vendedor; pero con ello fue demasiado lejos. En la generalidad de las
veces será deudor el comprador; y en tal situación los pactos ambiguos se
interpretarán en su favor, con lo que, en el hecho, se establece la misma
regla de ese Código.
Pero si es cierto que en la compraventa ambas partes son deudoras y
acreedoras, a la vez, hay que reconocer también que uno y otro carácter lo
tienen sobre obligaciones diversas, es decir, hay obligaciones que dan al
vendedor el carácter de deudor y otras que le dan el de acreedor. Lo
mismo ocurre con el comprador. Para la aplicación de la regla del artículo
1556 debe atenderse a si la cláusula ambigua u oscura se refiere a una
obligación del vendedor o del comprador. Si la cláusula oscura o ambigua
señala una obligación del vendedor, desde que bajo este aspecto es deu-
dor, se interpretará a su favor. En cambio, se interpretará a favor del com-
prador si se refiere a una obligación suya. Así, por ejemplo, si la ambigüedad
dice relación con una cláusula que señala lo que debe entregarse, la época

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núms. 2 8 1 a 2 8 5 , págs. 2 8 3 a 2 8 6 ; GUILLOUARD, I,
núms. 198 a 204, págs. 230 a 235; LAURENT, 24, núms. 154 a 156, págs. 156 a 159; MARCADÉ,
V I , p á g s . 2 2 6 a 2 2 8 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 5 8 ; H u c , X , n ú m . 7 1 , p á g s . 1 0 2 y 1 0 3 ; TROPLONG,
I, núms. 256 a 261, págs. 336 a 343; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 928 a 912, págs.
857 y 858.
'¿ Tomo 15, núm. 133, pág. 335.

575
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

y lugar de la entrega, el alcance de la obligación de saneamiento, etc., se


interpretará a favor del vendedor; pero si se refiere a una cláusula que
establece la forma de pago del precio, la época y lugar del pago, etc.,
deberá ser interpretada a favor del comprador.
Lo expuesto se entiende sin peijuicio de la regla contenida en el inciso
2 a del artículo 1556 según la cual la cláusula ambigua u oscura se interpre-
tará contra la parte que la haya dictado o introducido siempre que la am-
bigüedad provenga de la falta de una explicación que haya debido darse
por ella. En tal caso no se atiende a si la parte que la introdujo es deudora
o acreedora; cualquier carácter que tenga, si la ambigüedad es imputable
a una falta de explicación que ella ha debido dar, la cláusula se interpreta-
rá en su contra. De este modo se castiga al que causó la oscuridad. Ese
artículo no es sino aplicación de principio que nadie puede aprovecharse
de su propio dolo. La jurisprudencia y la doctrina francesas han aceptado
en la práctica la misma regla al establecer que si la ambigüedad proviene
de una cláusula introducida por el comprador en su interés, se interpreta-
rá en su contra, con lo que han querido buscar una atenuación al rigor de
la regla del artículo 1602, lo que nos está demostrando que nuestro legis-
lador ha sido más prudente y justiciero en lo referente a las reglas con
arreglo a los cuales deben interpretarse las cláusulas ambiguas.
La disposición del artículo 1602 del Código francés no tiene, pues,
aplicación en nuestro Código. Esto conviene tenerlo presente a fin de evi-
tar posibles errores si se quisiera estudiar este punto en los autores france-
ses. Entre nosotros la interpretación de todo contrato de venta se hará en
conformidad al Título XIII del Libro IV del Código Civil en virtud del
cual, una vez agotados todos los medios de interpretación, las cláusulas
ambiguas se interpretarán a favor del deudor y en contra del acreedor, a
menos que la ambigüedad se refiera a cláusulas que hayan sido introduci-
das o dictadas por una de las partes y provenga de una falta de explicación
que ella ha debido dar, en cuyo caso se interpretarán en su contra sea
deudora o acreedora.

756. Este capítulo se dividirá en dos grandes partes: en la primera se estu-


diará la obligación de entregar la cosa vendida y en la segunda la de sanea-
miento.
La primera parte se subdividirá en dos secciones: una destinada a estu-
diar la obligación de conservar la cosa hasta su entrega. Comprenderá dos
párrafos: uno en que se analizará la responsabilidad que afecta al vende-
dor por esa conservación; y otro en que se estudiará todo lo relativo a los
riesgos que sufra la cosa entre la celebración del contrato y su entrega. La
segunda sección comprenderá el estudio de la obligación de entregar pro-
piamente dicha y en ella daremos cabida a las siguientes materias: 1) qué
comprende esta obligación, es decir, cuál es su alcance jurídico; 2) cómo
se hace la entrega: 3) dónde y cuándo debe hacerse; 4) a quién incumben
los gastos que ocasione; 5) en qué estado debe entregarse la cosa; y 6) las
reglas aplicables a las ventas en que se señala el contenido o cabida de la
cosa que se vende.

576
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

La segunda parte se subdividirá también en dos secciones: una relati-


va al saneamiento por evicción y la otra al saneamiento por vicios redhi-
bitorios.

PRIMERA PARTE

Obligación de entregar la cosa vendida

757. La primera obligación que el contrato de venta impone al vendedor


es entregar la cosa vendida. Aun cuando el artículo 1793 del Código Civil,
al definir el contrato de venta, habla de "dar una cosa", el artículo 1824
del mismo Código, al señalar las obligaciones del vendedor, habla de "en-
trega de la cosa vendida". Hay una contradicción entre ambas disposicio-
nes. Pero ella es más aparente que real, porque, como se dijo más arriba y
como tendremos ocasión de verlo nuevamente, la obligación propia no es
la de dar la cosa, sino la de entregarla. El error proviene de que nuestro
Código ha confundido ambas clases de obligaciones, no obstante ser muy
diferentes. En nuestra legislación el vendedor no contrae una obligación
de dar, como impropiamente dice el artículo 1793, sino la de entregar la
cosa vendida al comprador proporcionándole, al mismo tiempo, su pose-
sión tranquila y pacífica.

758. Pero si las obligaciones de dar y de entregar no son iguales en cuan-


to a los efectos que produce por lo que se refiere a la transferencia del
dominio, lo son, sin embargo, en lo relativo a las obligaciones que encie-
rran. En efecto, las obligaciones de dar y entregar comprenden dos actos
distintos: 1) la obligación propiamente tal de entregar la cosa al acreedor;
y 2) la obligación de conservarla hasta la época de la entrega. Son los
efectos que para la obligación de dar señala el artículo 1548 del Código
Civil. Para ser más lógicos, desde que para entregar una cosa es menester
conservarla, estudiaremos primero esta última obligación, o sea, la de con-
servar la cosa vendida.

SECCION PRIMERA

Obligación de conservar la cosa hasta la entrega

1= RESPONSABILIDAD DEL VENDEDOR EN LA CONSERVACION


DE LA COSA

759. El artículo 1548 del Código Civil establece que si la cosa objeto de la
obligación de dar es una especie o cuerpo cierto, aquella envuelve tam-
bién la de conservarlo hasta su entrega. Según esto, la obligación de con-

577
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

servar que lleva consigo la obligación de dar, la tiene el vendedor cuando


el objeto del contrato es un cuerpo cierto, una cosa determinada en su
especie. Esta circunstancia se comprende fácilmente, porque si la cosa de-
bida fuere indeterminada al vendedor no sabría qué conservar por cuanto
no está obligado a entregar tal o cual cosa, como ocurre con la de entre-
gar un cuerpo cierto, en que el vendedor debe entregar al comprador la
cosa que se señaló e individualizó de antemano.
En la obligación de género, en la que no tiene por objeto un cuer-
po cierto, sino u n o o más individuos indeterminados de una clase o
género determinado, el comprador no ha señalado ni individualizado
la cosa. El vendedor cumplirá su obligación entregando cualesquiera
individuos de ese género. Como estos se determinarán en el momento
de la entrega, sucede que en el tiempo que media entre la celebración
del contrato y aquélla, el vendedor no puede estar obligado a conser-
varlos, pues aun no sabe cuáles son los que entregará. Además, su con-
servación es del t o d o inoficiosa, p o r q u e si se destruyen algunos
individuos, el vendedor cumplirá su obligación entregando otros, des-
de que el género no perece.
La obligación de conservar la cosa se realiza en el tiempo que corre
entre la celebración del contrato y su entrega, pues es indispensable para
efectuar ésta; y como sólo se hará después de celebrado el contrato, siem-
pre que aquella exista, el vendedor debe procurar su existencia desde ese
instante hasta aquel en que la verifique.
Tiene por objeto velar porque la cosa materia del contrato se manten-
ga intacta y subsista hasta la época de la entrega. De aquí que comprenda
dos obligaciones inherentes al hecho de vigilar su conservación. Estas obli-
gaciones consisten en hacer todo aquello que sea necesario para impedir
que la cosa perezca o se deteriore; y en no hacer todo lo que pueda aca-
rrear su destrucción o deterioro. 1 Así, por ejemplo, el vendedor de un
caballo debe ejecutar todos los actos que son necesarios para evitar su
muerte, enfermedad o robo, como son los de alimentarlo, tenerlo en con-
diciones seguras, etc.; y debe abstenerse de llevar a cabo los que pudieran
causarle la muerte, una enfermedad o herida, tales como no montar en él,
no ponerlo en su coche, etc.
Esta obligación de conservar la cosa debe hacerse naturalmente en
ciertas y determinadas condiciones a fin de poder precisar, en un momen-
to dado, las causas que motivaron su pérdida. Por eso el artículo 1549 del
Código Civil dispone que "La obligación de conservar la cosa exige que se emplee
en su custodia el debido cuidado".

760. Para determinar el grado de responsabilidad que afecta al compra-


dor en la conservación de la cosa haremos un estudio sucinto de la teoría
de la culpa y de su desarrollo histórico.

1
BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligations, I, núm. 345, pág. 3 9 2 ; PLANIOL, II, núm. 1453,
pág. 485.

578
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

De los diversos pasajes de los jurisconsultos romanos se desprende que


en Roma se conocían dos clases de culpa: la culpa lata o grave y la culpa
leve. Una y otra eran el término medio entre el caso fortuito y el dolo,
pues los tres hechos que se reconocían en el derecho romano como pro-
ductores de la inejecución de una obligación eran el dolo, el caso fortuito
y la culpa.
El dolo era la intención manifiesta por parte del deudor de causar un
daño al acreedor. El extremo opuesto era el caso fortuito y la fuerza mayor
que tenían lugar cuando el daño era originado por un acontecimiento
independiente del hecho o voluntad del deudor. Entre ambos había un
hecho que, si no era independiente de la voluntad del deudor, tampoco
había sido ejecutado con la intención de causar un perjuicio: era la culpa.
Participaba del caso fortuito, porque si con ella se causaba un daño, éste
no provenía de la intención maliciosa del deudor; y participaba del dolo,
porque provenía de su hecho. En una palabra, se trataba de un acto del
deudor ejecutado por su abandono o negligencia y sin intención de da-
ñar; de modo que se asimilaba al dolo en que los dos causaban un daño
producido por un hecho del deudor y se diferenciaba en que en la culpa
no había, como en él, la intención manifiesta de peijudicar.
Pues bien, esa culpa, que era la intermediaria entre el caso fortuito y el
dolo, podía asumir dos aspectos diversos, según que, para apreciarla, se
tomaran en cuenta las costumbres y la manera de ser del que la había
cometido o el carácter y costumbres de un ser ficticio o imaginario que se
tomaba como modelo. En el primer caso se decía que la culpa era in con-
creto y en el segundo que era in abstracto.
Pero estos dos modos de apreciar la culpa no eran sino los grados de
una misma especie de culpa, de la culpa leve o culpa levis, como decían los
romanos. La culpa lata o grave, que se asemejaba al dolo, era siempre in
concreto, porque para determinarla se tomaban en cuenta aquellos cuida-
dos que todo el mundo consideraba elementales; provenía de la omisión
de aquella diligencia y cuidado que se pone en todo acto por descuidada
que sea la persona que lo ejecute. Pero en la culpa leve las partes podían
referirse o a los cuidados que un buen padre de familia pone en la ejecu-
ción de un asunto personal o a los cuidados que el propio deudor acos-
tumbra emplear en sus propios negocios; y era in abstracto en el primer
caso, e in concreto, en el segundo.
En conclusión, los romanos distinguían entre la culpa lata y la culpa
leve, que podía ser in abstracto o in concretoEsta clasificación tenía impor-
tancia para determinar los casos en que el deudor respondía de una u
otra.
La regla general era que todo el mundo respondía de la culpa grave.
Al deudor la afectaba solamente en aquellos contratos u obligaciones en

1
Debe tenerse presente, sin embargo, que estas denominaciones han sido creadas por
los intérpretes del Derecho Romano; y algunos autores, como Maynz, se resisten a emplear-
las a fin de evitar confusiones y dudas acerca de las diversas especies de culpa.

579
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

que no obtenía ningún provecho de ellos, como ocurría cuando era depo-
sitario, donante, etc. En cambio, respondía de la culpa leve cuando retira-
ba una ventaja del contrato o cuando ambas partes se aprovechaban de
i'-ste. El deudor no respondía del caso fortuito. Si éste acaecía, se extinguía
su obligación, pero si el contrato era bilateral, la otra parte no quedaba
por ese hecho exonerada de la suya y siempre estaba obligada a cumplirla.
Si el caso fortuito provenía del hecho o culpa del deudor, si era su conse-
cuencia, quedaba responsable de él.
El deudor respondía del dolo en todo caso sin excepción alguna. No
sólo respondía de la inejecución proveniente del dolo o culpa cometido
después de la existencia de la obligación, sino también de la que provenía
del dolo o culpa cometida por él antes o en el momento de formarse
aquélla. Esto es muy razonable, porque si el deudor sabía, al tiempo de
contraer su obligación, que se iba a colocar en la imposibilidad de cum-
plirla, fue temerario e imprudente al pactarla y no empleó, en consecuen-
cia, toda la diligencia que se requería. Tal es el caso de un vendedor que
se obliga a entregar una cosa ajena, cuyo propietario se niega a proporcio-
nársela; o de un vendedor que se compromete a entregar, en el plazo de
dos días, una cosa que se encuentra a una distancia que hará demorar su
viaje no menos de seis.
Como se ve, los romanos no conocían la culpa levísima, es decir, la que
proviene de la omisión de los cuidados más minuciosos que los hombres
más diligentes ponen en sus negocios más importantes. Algunos autores,
sin embargo, han creído ver la existencia de esta culpa en el derecho ro-
mano. Su error proviene de las denominaciones que se han dado a la
culpa leve, de haber distinguido en ella la culpa in abstracto y la culpa in
concreto. Pero los estudios de Hasse, Doneau y otros demuestran claramen-
te que la culpa levísima no se conoció nunca en esa legislación. Maynz,
con muy buenas razones, rechaza también la existencia de esta culpa en
derecho romano, en el cual, según dice, solo una vez se menciona la culpa
levísima, y no con ocasión de los contratos, sino del daño causado por un
hecho sin que haya una obligación preexistente. 1 Cuq habla igualmente
de culpa lata y leve y no señala para nada la culpa levísima.2 Ortolan hace
la misma clasificación e indica como grados de la culpa leve, la culpa in
concreto y la culpa in abstracto, sin aludir tampoco a la culpa levísima.3 Final-
mente, Marcadé, 4 Huc, 5 Baudry-Lacantinerie 6 y Laurent' rechazan la exis-
tencia de la división tripartita de la culpa en el derecho romano y sólo
aceptan como existentes en él la culpa lata y la culpa leve.

1
Tomo II, págs. 20 a 22.
2
Tomo II, pág. 565.
3
Tomo II. pág. 421 y 422.
4
Tomo IV, pág. 434.
5
Tomo MI, pág. 138.
6
Des obtigations, I, pág. 394, nota 2.
7
Tomo 16, pág. 274.

580
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

761. Los autores posteriores al Derecho Romano, tales como Cujas, Al-
ciat, D'Avezan, Heineccius y Faber, inspirados en las doctrinas escolásticas
de la Edad Media, que los impulsaban a toda clase de distingos y sutilezas,
introdujeron una nueva interpretación a las reglas de ese Derecho relati-
vas a la culpa. Fundados en algunos pasajes de los jurisconsultos romanos
en que hablaban de "in his quidem et diligentiam", hicieron una división
tripartita de la culpa, pues dijeron que esa frase quería significar "extrema
diligencia", o sea, un grado más allá de la diligencia, cuya omisión, por lo
tanto, no producía culpa leve, sino culpa levísima. Pothier, con su gran
prestigio, imprimió mayor importancia y veracidad a esta nueva doctrina y
en su Traite des Obligations habla de culpa lata, leve y levísima. La culpa lata
consiste, según él, en no cumplir el contrato de buena fe; la culpa leve, en
no emplear el cuidado que todo hombre diligente pone de ordinario en
sus negocios; y la levísima, en no emplear el cuidado más exacto, es decir,
aquella diligencia que gastan las personas más cuidadosas.
El objeto de esta clasificación tripartita no ha sido otro, a mi juicio,
que crear una clase especial de culpa para cada contrato: el deudor res-
ponde de la culpa lata cuando el contrato no interesa sino al acreedor, de
la leve cuando interesa a ambos y de la levísima cuando solo beneficia al
deudor. Esos autores no podían conformarse con que el deudor respon-
diera de una misma culpa cuando el contrato beneficiaba a él únicamente
y cuando beneficiaba a él y al acreedor. Por otra parte, como la culpa leve
podía provenir de la falta de los cuidados que gasta un buen padre de
familia o de aquellos que todo individuo pone en sus propios negocios,
creyeron que entre esas dos especies de cuidados había cierta diferencia y
de cada una hicieron una clase distinta, dando diverso valor a la culpa
derivada de la omisión de unos y otros. 1
De este modo se transformó y desvirtuó la doctrina romana de la cul-
pa, haciéndola de muy difícil aplicación práctica, porque determinar la
culpa de que respondían las partes era materia de interpretación, para lo
cual debía tomarse en cuenta su interés, las circunstancias del contrato,
sus obligaciones, etc. Por eso, aunque la ley señalaba diversas especies de
culpa para cada caso especial, resultaba que la determinación de ese caso
era siempre del resorte del juez, que era quien, en realidad, venía a resol-
verlo.

762. Los redactores del Código francés, comprendiendo la inutilidad de


esa clasificación y las dificultades prácticas a que daba origen, optaron por
suprimirla. En su lugar consignaron la siguiente disposición: "La obliga-
ción de conservar la cosa, sea que el contrato sólo tenga por objeto la
utilidad de una de las partes, sea que tenga por objeto la utilidad común,
somete a aquel que está encargado de su cumplimiento, al empleo de
todos los cuidados de un buen padre de familia" (artículo 1137).

1
Véanse a este respecto los interesantes estudios sobre La prestación des fautes de PO-
THIER, y de LE-BRU.N, que se encuentran al final del tomo II de las obras de aquel autor.

581
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Liste Código introdujo tres innovaciones en la antigua doctrina: 1) su-


primió la división tripartita, creando una sola especie de culpa, que pro-
viene de no emplear los cuidados de un buen padre de familia y que
equivale a la culpa leve de los romanos; 1 2) suprimió los distingos de la
culpa in abstracto e in concreto, para aceptar únicamente una culpa de la
primera especie, cuyo punto de comparación es el buen padre de familia
o, como dice Marcadé, se buscará ahora lo que un administrador cuidado-
so hace habitualmente y en el curso ordinario de las cosas; y 3) esta única
especie de culpa se aplica a todos los contratos, sea que reporten utilidad
a una o a ambas partes. Por excepción, dejó subsistente dicho Código la
culpa in concreto en el caso del depositario.
Según el sistema del Código francés, la labor del juez se simplifica enor-
memente, pues tendrá que apreciar un hecho: si el deudor obró o no
como un buen padre de familia. En el sistema anterior, en cambio, tenía
que entrar a apreciar el interés de las partes en el contrato, sus obligacio-
nes y los cuidados y diligencia que han debido emplear y los que efectiva-
mente han empleado.
El artículo 1224 del Código italiano reproduce el principio del artículo
1137 del Código francés. El artículo 1104 del Código español consigna
también una regla análoga, aunque da a las partes la libertad de determi-
nar la diligencia que debe gastarse en el cumplimiento de su obligación y
si nada se dice al respecto, se entenderá que es la que corresponde a un
buen padre de familia.

763. El Código alemán dice en su artículo 276: "Salvo disposición en con-


trario, el deudor responderá de sus actos voluntarios y de su negligencia, la
que consiste en no prestar los cuidados exigidos en sus relaciones ordina-
rias". El inciso 2Q de ese mismo artículo prohibe que se releven de la respon-
sabilidad del deudor los actos voluntarios que constituyan fraude, o, como
impropiamente se dice, dolo. El deudor queda responsable, en consecuen-
cia, de la negligencia o culpa y del dolo. La negligencia, según ese Código,
consiste en no prestar los cuidados exigidos en las relaciones ordinarias, con
lo que nos manifiesta que sólo hay una especie de culpa o negligencia apli-
cable, salvo convención en contrario, a todo contrato; y es la que señala en
ese artículo. En esto sigue la doctrina francesa. Pero entre ambas legislacio-
nes hay una gran diferencia, que está en el tipo de comparación elegido
para determinar la responsabilidad del deudor. Mientras el Código francés
habla de un buen padre de familia, el Código alemán dispone que hay ne-
gligencia cuando el deudor no ha gastado los cuidados exigidos en las rela-
ciones ordinarias, es decir, en los negocios. De este modo, dice Salleilles, el
Código alemán ha reemplazado al buen padre de familia por el tipo del leal
comerciante, con lo cual ha dado un gran paso en esta materia, pues mien-
tras el buen padre de familia se esfuerza por actuar en su propio interés, el
leal comerciante toma en cuenta el interés de su acreedor, por cuyo motivo

' 1 A I R E NT, tomo 16, pág. 278.

582
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

debe observar una diligencia y vigilancia superiores a las que un buen admi-
nistrador emplea en sus negocios personales.

764. Nuestro Código Civil, desgraciadamente, adoptó en esta materia la


doctrina de Pothier, que reprodujo en sus artículos 44 y 1547. Según ellos,
en los contratos que se hacen para beneficio recíproco de las partes debe
emplearse la diligencia o cuidado ordinario o mediano, cuya omisión cons-
tituye la culpa leve; en los contratos que interesan o son útiles al acreedor
únicamente, el deudor responde de la culpa lata, y en los contratos en que
el deudor es el único beneficiado, responde de la culpa levísima. El artícu-
lo 44 define lo que se entiende por cada una de esas especies de culpa.

765. Examinada sucintamente la teoría de la culpa podemos determinar de


qué clase de culpa es responsable el vendedor en su obligación de conservar
la cosa y cuáles son los cuidados que debe gastar en esa conservación.
La compraventa es un contrato conmutativo. Reporta, por lo tanto, un
beneficio recíproco para las partes. En estos contratos debe emplearse una
diligencia o cuidado mediano u ordinario. En consecuencia, el vendedor
responde de la culpa leve, o sea, de la falta de aquella diligencia o cuidado
que los hombres emplean ordinariamente en sus negocios propios. En
otros términos, su responsabilidad es análoga a la de un buen padre de
familia. Es la culpa levis in abstracto del derecho romano. El vendedor, se-
gún esto, debe emplear en la conservación de la cosa la diligencia o cuida-
do que los hombres emplean de ordinario en sus negocios. Además de esa
culpa, el vendedor es responsable del dolo.

766. En las ventas mercantiles, sin embargo, la responsabilidad del vende-


dor es menor. Según el artículo 150 del Código de Comercio: "Mientras el
comprador no retire o traslade las mercaderías, el vendedor es responsable de su
custodia y conservación hasta el dolo y culpa lata". Esta disposición se aplica
tanto al caso en que el comprador incurra en mora o no, desde que no
establece distinción al respecto. Si se pretendiera aplicarla únicamente al
caso en que el comprador estuviera en mora de recibir la cosa, no tendría
aplicación nunca, puesto que, según el artículo 153 del Código de Comer-
cio, en tal evento, el vendedor, si opta por el cumplimiento del contrato,
debe ponerla a disposición del juez y con ello cesa su responsabilidad. Y
como los preceptos legales son para que se apliquen, es claro que el obje-
to principal de este artículo ha sido señalar la responsabilidad ordinaria
del vendedor, es decir, la que tiene aunque el comprador no esté en mora
de recibir la cosa. Por consiguiente, en las ventas mercantiles el vendedor
no responde sino del dolo o culpa lata en la custodia de la cosa vendida,
sea que el comprador esté o no en mora de recibirla; en otros términos,
debe emplear en su conservación el cuidado que las personas negligentes
y poco prudentes suelen emplear en sus negocios propios. La jurispruden-
cia se ha pronunciado en el mismo sentido. 1

1
Sentencia 570, pág. 362, Gaceta 1884; sentencia 3.687, pág. 533, Gaceta 1894, tomo III.

583
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

767. Veamos ahora la responsabilidad del vendedor por el caso fortuito.


I.a regla general es que nadie responde del caso fortuito. Así lo dispone el
inciso 2 a del artículo 1547 del Código Civil. Luego, si la cosa perece por
un caso fortuito el vendedor se exonera de cumplir su obligación; pero no
así el comprador, que está siempre obligado a pagar el precio. Lo mismo
sucede si la cosa deja de estar en el comercio, sin culpa del deudor, se
entiende. Tanto en este último caso, como en aquel en que la obligación
del vendedor se extinga por el hecho de un tercero, el comprador tiene
derecho para que el vendedor le ceda los derechos o acciones que tenga
contra aquellos por cuyo hecho o culpa pereció la cosa (artículo 1677).
Así, si el Fisco expropia el terreno vendido para hacer una calle, el com-
prador tiene derecho para que el vendedor le ceda sus derechos a fin de
recibir el valor de la expropiación.
Hay casos, sin embargo, en los cuales el vendedor responde del caso
fortuito y son: 1) cuando se ha obligado a responder de él (artículo 1673);
2) cuando ha sobrevenido por su culpa (artículo 1547); y 3) cuando sobre-
viene después que estaba constituido en mora (artículo 1547, inciso 2°).
El primer caso es muy razonable, ya que todo contrato es una ley para
los contratantes. El inciso final del artículo 1547 faculta expresamente a
las partes para pactar esa responsabilidad.
En el caso del número segundo no hay, en realidad, una excepción a
los principios generales. El vendedor responde de su hecho o culpa, que
ha sido la causa determinante del caso fortuito. Este caso se designaba
entre los romanos "casus culpa determinatus". Cuando así sucede, el juez
debe entrar a averiguar los motivos que produjeron el caso fortuito para
saber si es o no imputable al vendedor. Si el vendedor, por ejemplo, coloca
durante la noche, en el corral a toda intemperie, el caballo de carrera que
ha vendido, a pesar de habérsele advertido que va a nevar y a relampa-
guear, lo que comprueba con el descenso del barómetro, y en la noche un
rayo mata al caballo, es responsable del caso fortuito, porque si no lo hu-
biera dejado allí éste no habría ocurrido.
Finalmente, si el caso fortuito sobreviene estando en mora el vendedor
es también muy justo que responda de él, porque la mora es culpa, y de
ésta responde todo deudor. Aquí hay que distinguir dos situaciones diver-
sas: a) si la cosa habría perecido igualmente por el caso fortuito aunque se
hubiera encontrado en poder del comprador; y b) si no habría perecido si
se le hubiera entregado oportunamente. En este último caso el vendedor
es responsable del deterioro o pérdida de la cosa, porque ha sido conse-
cuencia de la mora o culpa, ya que si la hubiera entregado al comprador
en la debida oportunidad no habría perecido. Esta disposición se funda,
dice Pothier, en que un acreedor no debe sufrir por la mora de su deudor.
.Así, por ejemplo, si el vendedor está en mora y durante ella sobreviene un
incendio en su casa y se quema la cosa vendida, está obligado siempre
para con el comprador, porque si la cosa hubiera estado en poder de éste
el caso fortuito no la habría dañado.
Pero si la cosa habría perecido igualmente estando en poder del com-
prador, entonces sí que el vendedor queda exento de toda responsabili-

584
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

dad, pues aquí no ha sufrido por la mora del vendedor. Sería un ejemplo
de este caso si durante la mora del vendedor para entregar la estatua ven-
dida sobreviene un temblor o un incendio que destruye toda la ciudad y
los objetos muebles que hay en sus casas. Pero si el comprador quería la
cosa para venderla, dice Pothier, de tal modo que sin la mora del vende-
dor la habría podido vender antes de la catástrofe, éste queda responsable
de esa pérdida, pues es imputable a su culpa o mora.

768. Los hechos de terceros que pueden destruir o deteriorar la cosa du-
rante la custodia a que está obligada el vendedor pueden ser causadas por
personas de quienes el vendedor es responsable o por personas de quie-
nes no responde.
En el primer caso, el vendedor responde del hecho o culpa de esa
personas en la misma forma que si él hubiera sido su autor (artículos
1679 y 2320 del Código Civil). El vendedor responde del hecho de los
hijos menores que habiten en la misma casa, de su pupilo que vive bajo
su dependencia y cuidado, de su mujer y de los ejecutados por sus cria-
dos o sirvientes en el ejercicio de sus respectivas funciones; si el vende-
dor es j e f e de colegio o escuela responde del hecho de los alumnos
mientras estén a su cuidado; y si es artesano o empresario, del hecho de
sus aprendices o dependientes en el mismo caso (artículos 2320, 2321 y
2322 del Código Civil).
Si los hechos que producen la pérdida o deterioro de la cosa vendida
provienen de personas por las cuales el vendedor no responde, como si
los ladrones se la quitan por violencia, aquél queda eximido de su obliga-
ción, pero debe ceder al comprador las acciones que tenga contra esos
terceros (artículo 1677).
Si el vendedor se obliga a entregar una cosa perteneciente a un terce-
ro o que estaba expuesta a ser evicta por una causa que ya existía al tiem-
po del contrato y ese tercero se niega a cederla al vendedor o hace valer
sus derechos, éste debe indemnizar al comprador, pues su obligación sub-
siste y el hecho del tercero que aquí produce el incumplimiento de esa
obligación es imputable a culpa del vendedor. 1

769. El inciso final del artículo 1547 faculta a las partes para que modifi-
quen la responsabilidad del vendedor mientras conserva la cosa. Es así
como puede pactarse su responsabilidad por el caso fortuito. También pue-
de estipularse que responda de la culpa lata o de la levísima, o que respon-
da del hecho de cualquier tercero, etc.
Lo que no puede pactarse es la irresponsabilidad del vendedor en caso
de dolo o fraude, pues nadie puede eximirse de responder del daño vo-
luntario y malicioso causado a otra persona. El artículo 276 del Código
Civil alemán dispone expresamente que el deudor no puede, en ningún
caso, eximirse de esa responsabilidad.

1
POTHIER, III, n ú m . 6 0 , p á g . 2 6 .

585
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

770. Estando obligado el vendedor a conservar la cosa y a responder de su


dolo y culpa, es evidente que todo daño, pérdida o deterioro que le sobre-
venga debe imputarse a su hecho o culpa. Por esta razón, el artículo 1671
del Código Civil dispone que "Siempre que la cosa perece en poder del deudor, se
presume que ha sido por hecho o por culpa suya". Luego a él le incumbe probar
su irresponsabilidad, es decir, que la cosa se ha destruido por un caso
fortuito y que empleó en su custodia la diligencia a que estaba obligado
(artículos 1547 inciso 3 2 y 1674). Del mismo modo, si el vendedor quiere
eximirse de responsabilidad en caso que la cosa perezca fortuitamente du-
rante su mora, debe probar que el caso fortuito la habría dañado o des-
truido igualmente aunque hubiera sido entregada al comprador. A falta
de esta prueba, subsiste la presunción legal que hace responsable al vende-
dor de toda pérdida o deterioro que ella sufra.

771. Si mientras pende la obligación de conservar la cosa, éste perece o se


deteriora por un caso fortuito o un hecho de un tercero, que no constituye
responsable al vendedor, se extingue su obligación. Pero el comprador está
obligado a pagar el precio y tiene, además, derecho para que se le cedan las
acciones que el vendedor tenga contra los autores de la pérdida o deterioro.
Si una parte de la cosa subsiste, la obligación del vendedor se reducirá a
entregar esa parte, pero el comprador debe cumplirla completa.
Si la cosa perece o se deteriora por dolo o culpa del vendedor o por
un caso fortuito que lo constituye responsable, la obligación del vendedor
subsiste, pero varía de objeto, pues, en tal caso, está obligado al precio de
la cosa. El vendedor debe igualmente indemnizar los peijuicios que haya
causado al comprador (artículo 1672 del Código Civil). De ahí por qué el
artículo 1548 de ese Código establece que si el deudor no conserva la cosa
hasta su entrega, debe pagar los peijuicios al acreedor que no está en
mora de recibir. Inútil creemos manifestar que lo dicho se refiere a un
cuerpo cierto, ya que sólo a su respecto existe la obligación de conservar.

772. ¿A quién compete la acción para exigir indemnización de peijuicios


del tercero que, con su hecho o culpa, destruyó o deterioró la cosa vendi-
da antes de ser entregada al comprador?
Supongamos que A vende a B todo el trigo de su granero y que aún no
se lo haya entregado al comprador. Las chispas de una locomotora, que
no lleva rejilla, caen sobre el trigo y lo queman. A no tiene responsabili-
dad alguna, ya que la pérdida no es imputable a su hecho o culpa sino que
proviene del hecho de un tercero. Según el artículo 1820 del Código Civil,
la pérdida del trigo afecta a B que no es su dueño. ¿Quién puede exigir
indemnización de peijuicios de la empresa de los ferrocarriles, el vende-
dor o el comprador?
La regla general en materia de peijuicios es que la acción para exigir-
los corresponde a la persona que los sufre; pero según el artículo 2315 del
Código Civil para exigir la indemnización proveniente de un cuasidelito,
como lo es en este caso, es menester ser dueño de la cosa o usufructuario,
usuario o habitador de la misma. El comprador es quien sufre el daño,

586
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

según el artículo 1820; pero no es su propietario. En consecuencia no


podrá exigir esa indemnización a virtud del artículo 2315. El vendedor es
dueño de la cosa, pero no sufre el daño; de manera que tampoco puede
exigirla. Este es uno de los absurdos a que conduce la doctrina que nues-
tro Código ha aceptado sobre los riesgos en la compraventa.
Por esto, la misma ley se ha encargado de solucionar la dificultad en el
artículo 1677 del Código Civil, según el cual, el vendedor, aunque liberado de
su obligación, debe ceder al comprador las acciones que tenga contra el terce-
ro por cuyo hecho o culpa haya perecido la cosa. Esta es la forma de salvar la
situación. El acreedor o comprador que no es dueño de la cosa y que sufre el
daño, sin embargo, se subroga, para este efecto, en los derechos del propieta-
rio y tiene acción para reclamar la indemnización contra el tercero. Siendo el
comprador quien pierde, es justo que sea indemnizado; si lo fuera el vende-
dor habría un contrasentido. De modo que si no existiera el precepto del
artículo 1677, la indemnización de perjuicios aquí sólo podría pedirla el ven-
dedor, no obstante que los riesgos son para el comprador. La acción que
compete al comprador contra el tercero no emana de su carácter de propieta-
rio, ya que no lo tiene, sino única y exclusivamente del hecho de subrogarse
en los derechos y acciones del vendedor. En consecuencia, el artículo 1677
contiene una excepción al artículo 2315 consignada con el objeto de enmen-
dar uno de los inconvenientes que produce la regla del artículo 1820.
Puede decirse, en resumen, que el único que en el caso propuesto
puede pedir la indemnización de peijuicios del causante del daño es el
comprador; de ahí que si el vendedor intenta la acción, será rechazada
forzosamente por carecer de personería, o mejor dicho, de capacidad sufi-
ciente para exigirla, de acuerdo con los artículos 1820, 1677 y 2314 del
Código Civil.

773. La responsabilidad del vendedor en cuanto a la conservación de la


cosa cesa cuando la entrega al comprador, pues subsiste mientras pende la
obligación de conservar, y ésta dura hasta la entrega. Aparte de este caso hay
otro en que, a pesar de no haberse realizado la entrega al comprador, el
vendedor queda exento de su responsabilidad en la conservación de la cosa.
Tiene lugar cuando el comprador se ha constituido en mora de recibirla. La
mora de una de las partes no puede peijudicar a la otra. Además la obliga-
ción del vendedor termina cuando se realiza la entrega, de modo que si se
ha allanado a entregar, lo que no puede hacer por culpa del comprador, es
muy justo que no responda de los deterioros o pérdidas que sobrevengan
mientras la cosa esté en su poder a causa de la negligencia del comprador.
Pero esto no quiere decir que el vendedor esté exonerado de toda
responsabilidad. El artículo 1680 del Código Civil dice que si la cosa se
destruye en poder del deudor, después que ha sido ofrecida al acreedor y
durante el retardo de éste en recibirla, el deudor no es responsable de esa
destrucción sino en caso de dolo o culpa grave. En otros términos, en el
evento contemplado, su responsabilidad se extiende únicamente al dolo y
a la culpa grave o, como decían los romanos, a todo lo que exige la buena
fe. Por esto, dice Pothier: "Si después que el comprador está en mora de

587
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

recibir la cosa, el vendedor la deja perecer o destruirse por malicia, será


responsable de esta pérdida. Lo mismo ocurre si se le puede imputar una
negligencia grave, una culpa enorme; pues esta culpa no se diferencia en
nada de la malicia y es contraria a la buena fe. Por ejemplo, si después que
el contratante a quien he vendido mi vino está en mora de retirarlo, vie-
nen a advertirme que está en peligro inminente de perecer, y me hallo en
el mismo lugar en que se encuentra, teniendo facilidades para evitar el
mal y no me allano a hacerlo, hay una negligencia de mi parte que se
acerca a la malicia, la cual me hace responsable de su pérdida". 1

774. Todo cuanto hemos dicho acerca de la responsabilidad que afecta al


vendedor por los deterioros o pérdida de la cosa vendida que ocurran
mientras dura la obligación de conservarla, se refiere al caso en que nin-
guna de las partes esté en mora de entregar o de recibir, pues ésta produ-
ce efectos especiales sobre esa responsabilidad, que la agravan o la atenúan,
según sea del vendedor o del comprador.
La regla general es que si la cosa perece sin culpa del vendedor y antes
que esté constituido en mora, no le afecta ninguna responsabilidad; pero
una vez que se constituye en mora, aunque la cosa perezca por caso fortui-
to, queda responsable de esa pérdida. En tal caso, la obligación varía de
objeto y el vendedor está obligado al precio de la cosa y a indemnizar los
peijuicios. Pero si ésta hubiera perecido igualmente en poder del compra-
dor, no obstante la mora del vendedor, se extingue su obligación y no
responde de esa pérdida, quedando obligado únicamente a indemnizar
los perjuicios de la mora (artículo 1672 del Código Civil). El inciso 2 B del
artículo 1547 establece en forma expresa la responsabilidad del deudor
por el caso fortuito sobrevenido durante su mora.
Si la mora es del comprador, si éste se ha constituido en mora de recibir,
la responsabilidad del vendedor sufre dos modificaciones: 1) en la conserva-
ción de la cosa no responde sino del dolo o culpa grave, y 2) no tiene
obligación de pagar al comprador los peijuicios provenientes de la pérdida
o deterioro de la cosa acaecidos mientras dure la mora. La primera modifi-
cación la establece expresamente el artículo 1680 del Código Civil. La se-
gunda resulta de los términos del artículo 1548 del mismo Código. En efecto,
este artículo impone al deudor la obligación de conservar la cosa hasta la
entrega, so pena de pagar los perjuicios al acreedor que no se ha constitui-
do en mora de recibir; de donde se desprende que si éste se constituye en
mora cesa la responsabilidad del deudor y la obligación de indemnizar los
peijuicios. Este precepto es muy razonable, porque no puede perjudicarse
al deudor por la culpa del acreedor. El no es sino consecuencia del artículo
1680, o sea, del hecho de que una vez que el comprador se ha constituido
en mora de recibir, el vendedor sólo responde del dolo o culpa lata.
Y si ambas partes están en mora, la una de entregar y la otra de recibir
¿quién sufre el deterioro o pérdida de la cosa? La regla general es que

1
POTHIER, I I I , n ú m . 5 5 , p á g . 2 4 .

588
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

ambas moras se compensan y el vendedor, por lo tanto, no responde de


los deterioros o pérdidas, que afectan al comprador, a menos que la mora
del comprador sea consecuencia de la del vendedor, en cuyo caso subsiste
la responsabilidad de este último. 1 De todos modos, esta es una cuestión
de hecho que, como dice Baudry-Lacantinerie, queda al arbitrario sobera-
no del juez. 2 El fundamento de esa solución la encontramos muy acepta-
ble, porque si el comprador ha incurrido en mora al no exigir la cosa o al
negarse a recibirla, quiere decir que la mora del v endedor no lo peijudica-
ba. No peijudicando al comprador la mora del vendedor, dice Ricci, no
hay por qué indemnizar. "Además, agrega este autor, si la pérdida es con-
secuencia de la mora, no lo puede ser sino de la del comprador, porque si
hubiera recibido la cosa cuando el vendedor se la ofreció, no tenía motivo
alguno para negarse a recibirla, no habría perecido en sus manos; por eso
la pérdida debe afectar al comprador y no a aquél". 3

22 DE LOS RIESGOS DE LA COSA VENDIDA

775. La cuestión relativa a determinar quién soporta los riesgos de la cosa


vendida en el tiempo que media entre la celebración de la venta y la entre-
ga de la cosa no es sino uno de los diversos aspectos que presenta la famo-
sa teoría de los riesgos en los contratos. Tiene más bien un carácter teórico
que práctico, pues nuestro Código la resuelve en forma clara y precisa,
que evita toda duda. Pero averiguar los fundamentos de esta disposición,
su origen histórico y su evolución y criticar sus defectos, es una materia de
alto interés. Por eso no hay autor de derecho que no dedique a su estudio
unas cuantas páginas.
Como se acaba de decir, la teoría de los riesgos se refiere a todos los
contratos, tanto unilaterales como bilaterales. Nosotros, a fin de ser metó-
dicos, la abarcaremos en su conjunto, y en seguida nos referiremos con-
cretamente a los riesgos en el contrato de venta.

776. La palabra riesgos tiene dos acepciones en el lenguaje jurídico. Bajo


una de ellas se llama riesgos al peligro especial que puede correr una cosa
por un caso fortuito o de fuerza mayor y que coloca a una persona en la
obligación de soportar las pérdidas o deterioros que de él provengan. 4
Según esto, para determinar la persona que soporta los riesgos es menes-
ter que provengan de un caso fortuito, de un hecho ajeno a la voluntad
del deudor y no imputable a su hecho o culpa, pues, entonces, la cuestión
varía de aspecto, como vimos. En la otra acepción los riesgos de un contra-
to consisten en el peligro de perder el derecho que de aquél resulta. 5 Esta

1
Esta solución está consignada en la ley 17, título VI del libro XVIII del Digesto.
2
Des obligalions, I, núm. 361, pág. 407.
3
Tomo 13, núm. 199, pág. 303.
4
BAUDRY-LACANTINERIE, Des obligalions, I, núm. 419, pág. 456.
5
HUC, VII, núm. 106, pág. 157; X, núm. 15, pág. 28.

589
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

acepción es la que nos interesa considerar, porque de ella fluyen las demás
consecuencias a que esta materia da origen.
En el fondo, ambas acepciones son idénticas. Su diferencia estriba en
que una, la primera, se refiere al hecho mismo del deterioro o pérdida, en
tanto que la segunda se refiere a los efectos que de los riesgos provienen
sin determinar quién o quiénes van a soportarlos. Para hacer esa determi-
nación será necesario averiguar quiénes tienen derechos emanados del
contrato, cuáles de ellos se ejercitan sobre la cosa que perece y en qué
forma se ejercitan.
En la primera definición se da por sentado que hay una persona que, a
consecuencia del caso fortuito, soporta los riesgos, pero sin precisar la
causa de esa obligación, es decir, el motivo por qué va a soportarlos. En la
segunda, en cambio, no se señala quién los soporta, pero sí se dan los
medios para determinar esa persona, señalando para ello, como base de la
determinación, los derechos que se ejercen sobre la cosa. Esta definición
indica el motivo o causa por la cual uno de los contratantes se ve obligado
a soportarlos. Como se ve, ambas se completan y, de acuerdo con ellas,
creemos que puede darse la siguiente definición de los riesgos.
Se entiende por riesgos en un contrato toda pérdida o deterioro que
puede sufrir la cosa materia de él, a causa de un caso fortuito o de fuerza
mayor y que tiene por resultado la extinción total o parcial del derecho
que se ejerce sobre ella, extinción que coloca a la persona a quien este
derecho pertenece en la obligación de soportar esa pérdida o deterioro.

777. De lo expuesto se desprende que cuando la cosa no es materia de un


contrato, el problema de los riesgos no puede presentarse. En tal caso, hay
una sola persona que ejercita derechos sobre ella: el propietario, que so-
portará todas las pérdidas y deterioros que provengan de su culpa o hecho
o de un caso fortuito, ya que las cosas perecen para su dueño. Pero cuan-
do esa cosa es materia de un contrato, cuando se transforma en el objeto
de una obligación, la cuestión cambia de aspecto y entonces surge la duda.
Sin embargo, no todo contrato ofrece dificultades sobre el particular. Para
apreciar cuándo éstas se presentan, debemos distinguir entre los contratos
unilaterales y los bilaterales.
En los contratos unilaterales solo hay obligación por parte de uno de
los contratantes, por parte del deudor; de modo que si la cosa perece por
caso fortuito o de fuerza mayor, su obligación se extingue, porque según
el artículo 1670 del Código Civil, la pérdida de la cosa que se debe es un
modo de extinguir las obligaciones. Pereciendo la cosa fortuitamente, el
deudor se coloca en la imposibilidad de cumplirla y como nadie está obli-
gado a lo imposible, el acreedor nada puede reclamar de él. Ni aun puede
exigirle daños y peijuicios, ya que no ha habido culpa del deudor, que ha
cumplido su obligación de conservar la cosa con el debido cuidado. En
estos contratos no hay obligaciones recíprocas; tampoco emanan de ellos
derechos recíprocos sobre la cosa. No hay sino un derecho ejercitable so-
bre ésta: el de su propietario. Si los riesgos consisten en la pérdida del
derecho que se tiene sobre la cosa, es evidente que dicha pérdida afectará

590
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

al propietario de ese derecho, que aquí lo es su dueño o, mejor dicho, el


acreedor. Tenemos, por un lado, un derecho que se extingue con la pérdi-
da de la cosa; y por el otro, una obligación que también se extingue por
colocarse el deudor en la imposibilidad de cumplirla. Aquél, en conse-
cuencia, pierde su derecho y como no puede exigir del deudor el cumpli-
miento de su obligación ni la reparación del daño, sucede que la pérdida
de este derecho no es indemnizada en forma alguna, por lo que tiene que
soportarla necesariamente. En este caso se dice que los riesgos son para el
acreedor. Así, por ejemplo, si una cosa dada en comodato perece fortuita-
mente, esa pérdida afecta al comodante, a su propietario, porque sólo él
tiene derechos sobre ella; y el deudor no está obligado a indemnizarlo,
pues la cosa pereció sin su culpa, lo que produjo la extinción de su obliga-
ción. En los contratos unilaterales la cuestión de los riesgos no ofrece nin-
guna duda. Los riesgos del cuerpo cierto cuya entrega se debe son siempre
de cargo del acreedor, que es, a la vez, su propietario.
Pero cuando el contrato es bilateral hay dos obligaciones recíprocas y
correlativas y, por consiguiente, dos derechos sobre la cosa: el del propie-
tario o deudor y el del acreedor. En estos contratos es donde surge la
dificultad y en los que tiene aplicación la teoría de los riesgos. Esta teoría
se formula en ellos en los términos siguientes: ¿Si cuando hay dos obliga-
ciones recíprocas emanadas de un mismo contrato, una de ellas se extin-
gue por caso fortuito de tal modo que su ejecución se hace imposible, la
otra subsiste siempre o también se extingue?
Si se estima que la otra obligación subsiste de manera que su deudor
está obligado a dar o a hacer alguna cosa sin recibir nada en cambio, se
dice que los riesgos son de su cargo; pero si se acepta que su obligación
también se extingue, se dice que son para la otra parte. "Es esta alternati-
va, que permite achacar la pérdida sobre uno u otro de ambos contratan-
tes, dice Planiol, la que se denomina la cuestión de los riesgos, alternativa
que no existe en el contrato unilateral". 1 Este punto es el que dilucidare-
mos más adelante con ocasión del contrato de venta.
Sin embargo, no en todo contrato bilateral se presenta la cuestión de
los riesgos. Se suscita únicamente cuando el objeto de la obligación es un
cuerpo cierto. Este elemento necesario para la existencia de dicho proble-
ma tiene su origen en el texto de la ley y en la naturaleza misma de las
cosas. El artículo 1550 del Código Civil dice expresamente: "El riesgo del
cuerpo cierto cuya entrega se deba ". De aquí fluye que ese artículo no es aplica-
ble sino a las obligaciones que tienen por objeto un cuerpo cierto. La
misma idea se repite en el artículo 1670, que se ocupa solamente de la
obligación de cuerpo cierto. Como las obligaciones son de género y de
cuerpo cierto, es indudable que si la ley ha hablado sólo de las últimas al
tratar de los riesgos, es porque ha querido que esas disposiciones no se
apliquen sino a ellas. Por otra parte, los preceptos legales están de acuer-

' Tomo II, núm. 1334, pág. 449.

591
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

do con la naturaleza misma de las cosas, porque la obligación de conser-


var, como dijimos, tiene cabida en las obligaciones de cuerpo cierto y no
en las de género, pues son en las únicas en que el deudor debe entregar
una cosa determinada, lo que no ocurre en estas últimas, en que el deu-
dor cumple entregando uno o más individuos indeterminados del género
señalado, de donde resulta que si se destruyen uno o más de ellos, aquél
deberá cumplir siempre su obligación entregando otros, ya que el género
no perece.
Por último, y esto se desprende de los términos del artículo 1550, para
que la cuestión de los riesgos se presente, es menester que la cosa perezca
o se destruya en el tiempo que media entre la celebración del contrato y la
entrega. Si perece antes del contrato, la pérdida afecta al dueño, natural-
mente; y si perece después de entregada, la pérdida afecta al acreedor,
que es su único dueño. Además, tanto en uno como en otro caso, es decir,
antes del contrato y después de la entrega, aquella ha dejado de ser objeto
de obligación y, según se dijo, el problema de los riesgos se presenta cuan-
do la cosa es materia de una obligación.
En resumen, la cuestión de los riesgos, tal como la hemos formulado,
esto es, como la determinación del contratante que soporta la pérdida o
deterioro que proviene del caso fortuito, se suscita únicamente cuando
hay dos obligaciones correlativas emanadas de un mismo contrato y siem-
pre que concurran los siguientes requisitos:
1) Que la cosa sea objeto de una obligación;
2) Que el contrato del cual emanan esas obligaciones sea bilateral;
3) Que el objeto de la obligación sea un cuerpo cierto; y
4) Que la pérdida o deterioro sobrevenga por caso fortuito y en el
tiempo que media entre el contrato y la entrega de la cosa.

778. Estudiados los requisitos que se exigen para que tenga cabida la cues-
tión que ahora estudiamos y antes de entrar a examinar la forma en que
nuestro Código la ha resuelto, señalaremos la evolución histórica de esta
famosa teoría que se conoce con el nombre de teoría de los riesgos. Así
podremos comprender mejor el fundamento de la disposición que el Códi-
go consigna sobre los riesgos en los contratos y especialmente en el de com-
praventa. A través de esa evolución mencionaremos las diversas doctrinas
que han surgido para explicarla y que, sintetizadas en sus términos más gene-
rales, pueden concretarse en dos: la que se funda en la máxima ves perit domi-
no y la que se deriva de la regla debitar certi corporis líberatur interitu rei. Según la
primera, las cosas perecen para su dueño, de modo que su propietario es el
único que las pierde, de donde se infiere que si en los contratos bilaterales
aquélla perece antes de la entrega, el otro contratante se exime de cumplir
su obligación. En virtud de la segunda, la pérdida del cuerpo cierto libera al
deudor del cumplimiento de su obligación, ya que nadie puede ser obligado
a lo imposible, pero no al acreedor, que debe, no obstante, cumplir la suya.
Esta última doctrina es la que establece nuestro Código.
Ambas son vivamente defendidas y ambas son combatidas con dureza.
Pero las opiniones se van uniformando en el sentido de aceptar como

592
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

justa y equitativa y más de acuerdo con los principios legales, la primera


de ellas. Esta es también la que aceptan las legislaciones más modernas.

779. La teoría de los riesgos en el Derecho romano se formuló especial-


mente para el contrato de venta. Y tanto es así que el título VI del libro
XVIII del Digesto está destinado a la reglamentación exclusiva de los ries-
gos en ese contrato. Se titula: "De periculo et commodo rei venditae"y en él se
dan las reglas que para los diversos casos que sobre el particular podían
presentarse. Estas reglas eran aplicables solamente al contrato de venta y
parece que nunca fueron la regla general en materia de obligaciones, para
las cuales regían otros principios. Han sido las legislaciones posteriores las
que han hecho extensivas esas reglas especiales a las obligaciones en gene-
ral, desconociendo así su espíritu y origen.
De los diversos textos y pasajes de los jurisconsultos romanos se des-
prende que en esa legislación los riesgos de la cosa vendida estaban a
cargo de comprador desde la celebración del contrato, es decir, éste debía
pagar el precio, aunque el vendedor se liberase de su obligación por la
pérdida de la cosa.1 Era la aplicación de la regla res perit creditori o debitor
certi corporis liberatur interitu rei.

780. Algunos autores, sin embargo, han pretendido sostener que en la


venta romana los riesgos no eran para el comprador, sino para el vende-
dor y pasaban al primero una vez que se efectuaba la tradición de la cosa.
Para ello se fundan en algunos fragmentos de Paulo, Juliano y Africano. 2
Según los fragmentos de Paulo, que han sido tomados del Digesto com-
pendiado por Alieno, los riesgos de las literas vendidas son a cargo del
vendedor cuando han sido colocadas en la vía pública, antes de la tradi-
ción, y destruidas por orden del edil. Pero no puede darse a esta decisión
el alcance que se pretende, porque la opinión de Paulo es bastante cono-
cida en el sentido de que los riesgos son para el comprador 3 y porque el
caso que ahora se estudia se refiere a aquel en que la pérdida de los obje-
tos vendidos no resulta del caso fortuito, sino de la culpa del vendedor,
pues según la ley 14 título VI del libro XVIII del Digesto, el vendedor no los
entregó con la oportunidad debida. 4 Paulo agrega, enseguida, que si los
materiales vendidos son hurtados antes de la entrega, la pérdida también
afecta al vendedor. Tampoco puede tomarse esta como una regla especial.
Aquí se trata, dice Cuq, de una venta de cierta cantidad de cosas que se
toman de un conjunto y que, como toda venta de esta especie, se perfec-
ciona al tiempo de la entrega, de modo que antes de su realización los
riesgos son para el vendedor.

1
Véase Digesto, libro XVIII, título I, ley 24, núm. 6; título V, ley 5; núm. 2; título VI, ley
1
l , ley 4, núm. 1, ley 8; Instituías, libro III, título XXIII.
2
Digesto, l i b r o XVIII, t í t u l o VI, leyes 12 y 14.
Digesto, l i b r o XVIII, t í t u l o VI, l e y e s 7 y 8.
4
ACCARLAS, l'récis deDroit Romain, t o m o II, p á g . 3 0 6 , n o t a 2; CUQ, II, p á g . 4 0 5 , n o t a 7.

593
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

El texto de Africano establece que cuando la cosa vendida ha sido con-


fiscada, antes de la entrega, el vendedor debe restituir el precio o no pue-
de exigirlo, según los casos; es decir los riesgos son para él.1 Accarias,
Ortolan, Maynz y Girard creen que esta es una regla especial que no pue-
de tenerse como el principio general aplicable a toda venta. Tanto Girard
como Accarias están contestes en afirmar que esa decisión no tiene valor
alguno si se considera que no está colocada en el título que trata de los
riesgos y que la doctrina allí sustentada se ha emitido incidentalmente a
propósito de un contrato de arriendo. Maynz es de opinión que ese frag-
mento no puede originar ninguna duda si se toma en cuenta que se trata
de un predio sobre el cual el Fisco tenía el derecho de apropiárselo por
una causa que ignoraba el vendedor, en cuyo caso debe reputarse con un
vicio redhibitorio, por lo que el comprador tenía derecho para exigir la
restitución del precio mediante la acción redhibitoria. 2 Por último, y si
esas explicaciones no fueran suficientes, ese texto queda desvirtuado en
absoluto y desprovisto de todo valor si se atiende a que el mismo juriscon-
sulto citado dice que los riesgos son para el comprador.
Arnó, en su obra "La teoría de los riesgos en el contrato de venta del derecho
romano clásico", en vista de los pasajes de Alfeno y de Africano, que aparen-
temente son contradictorios con los de las Instituías, cree que los compila-
dores justinianeos pensaban, por lo que respecta al periculum rei venditae,
de un modo diverso a los jurisconsultos clásicos, es decir, que mientras
éstos eran de opinión que los riesgos pertenecían al comprador desde la
celebración del contrato, aquéllos aplicaban a la venta el principio res perit
domino, o sea, que los riesgos eran para el comprador desde la tradición.
Hemos visto el verdadero sentido que tienen esos pasajes, por cuyo moti-
vo no desvirtúan en nada la aseveración hecha de que entre los romanos los
riesgos de la cosa vendida pertenecían al que celebraba el contrato.
Debe sí tenerse presente que esta regla no era general en todos los con-
tratos, como lo pretende Maynz, sino especial del contrato de venta y prove-
nía, como vamos a verlo, de la regla res perit domino aplicada a él en los
tiempos en que se formaba mediante dos estipulaciones independientes.
No menos errónea es aquella otra opinión sustentada en la Edad Me-
dia acerca de que entre los romanos la cuestión de los riesgos en la venta
obedecía a la máxima res perit domino y que se funda en la ley 9- título 14
del libro IV del Código de Justiniano. En esta constitución, los emperado-
res Diocleciano y Maximiano deciden que los riesgos de la cosa pertene-
cen al q u e la ha d a d o en p r e n d a , que tiene el d e r e c h o de pedir
eventualmente su restitución. 3 No sirve para establecer que en la venta
romana los riesgos pertenecían al vendedor hasta la entrega, pues no es
sino la aplicación del principio res perit domino a un caso en que las calida-
des de propietario y acreedor se hallan reunidas. El deudor que da en

1
Digesto, libro XIX, ü'tulo II, ley 33.
2
Tomo II, pág. 206, nota 8.
' MAYNZ, II, p á g . 3 9 .

594
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

prenda una cosa es su propietario y su acreedor, porque, una vez pagada


su deuda, tiene derecho para exigir que se la restituya. Si la cosa perece
completamente la pérdida afecta al deudor, que debe entregar otra en su
reemplazo o pagar su obligación. La pérdida no lo libera de su deuda. 1
Como se ve, aquí hay aplicación a un contrato determinado de la regla tan
conocida entre los romanos de que las cosas perecen para su dueño. Pero
desprender de ella un principio general y aplicable a todos los contratos
es absurdo, más aun cuando se refiere a un contrato unilateral, de modo
que en ningún caso podría aplicarse a la venta que es sinalagmático. Tal
pensamiento, por otra parte, no lo tuvieron nunca ni los jurisconsultos ni
los emperadores romanos. Fueron los intérpretes medioevales del Dere-
cho romano los que dieron a esta regla un alcance que no tenía, en su
afán, como dice Huc, de oponer un texto romano al derecho germánico,
según el cual el individuo que había recibido una cosa bajo su cuidado, en
calidad de comodatario, acreedor prendario o depositario, debía respon-
der de su pérdida aunque proviniera del caso fortuito. 2 En ese afán encon-
traron la decisión citada y de allí derivaron la regla de que en la legislación
romana los riesgos, en todo contrato, eran para el propietario, es decir,
pertenecían al vendedor hasta el momento de la entrega. Esta opinión no
tiene, pues, fundamento alguno y no sirve sino para demostrarnos que los
romanos tuvieron pleno conocimiento de la máxima res perit domino, que,
en realidad, era el principio general entre ellos en materia de riesgos en
los contratos en que se imponía la obligación de restituir una cosa cuya
tenencia o uso se había concedido a otra persona.

781. Es, por consiguiente, un hecho inconcuso, a pesar de cuanto se diga


en contrario, que en Derecho romano los riesgos de la cosa vendida eran
para el comprador desde que se celebraba el contrato de venta, aunque la
tradición no se hubiera efectuado.
Ahora bien, ¿cuál ha sido el fundamento o, mejor dicho, el motivo de
esa decisión no obstante existir en Roma el principio de que las cosas
perecían para su dueño?
Muchas y muy variadas son las teorías que se han formulado para ex-
plicarla. Pero pueden resumirse en dos grandes grupos: una que se basan
en razones de orden histórico y según las cuales esa decisión no es sino la
consecuencia del desarrollo histórico del Derecho romano y del contrato
de venta; y otras de carácter doctrinario que tratan de explicarla mediante
argumentos jurídicos.
Entre las teorías basadas en razones históricas hay tres que, por la auto-
ridad de sus sostenedores y por la solidez de sus fundamentos, merecen
tomarse muy en cuenta. Una de ellas, la de Ihering, que ha encontrado
apoyo en Accarias, Girard, Dernburg, Cornil y otros, sostiene que esa solu-
ción es un vestigio de aquellos tiempos en que la venta se realizaba me-

1
MAYNZ, II, págs. 38 y 39.
2
Huc, VII, núm. 104, pág. 155.

595
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

diante dos estipulaciones independientes, vestigio que se conservó aun des-


pués que se hubo transformado en consensual. Para otros, como Wind-
scheid, no es sino la adopción para la venta de las reglas de la mancipatio,
de la que aquella arranca su origen. Finalmente, Mommsen y Chausse
creen ver en esta regla la consecuencia de la aplicación al derecho privado
de los principios que regían la venta en el derecho público, en el cual, a
fin de proteger al Estado vendedor, se habían creado algunos principios
que salvaguardaban sus intereses. Estas tres opiniones son semejantes, pues
se fundan en el desarrollo histórico del contrato de venta; sólo difieren en
el hecho que aceptan como antecedente de la regla que ahora estudia-
mos. Analicémoslas en pocas palabras.

782. Es un hecho histórico perfectamente establecido que el origen del con-


trato de venta debe buscarse en la mancipatio y en el Derecho público roma-
no de los primeros tiempos. En un comienzo, el criterio jurídico de los
romanos, incapaz de comprender la transferencia ficticia del dominio y la
idea abstracta de la obligación, para poder practicar estos actos necesitaba
recurrir a las ficciones, al formulismo. Es así que la transferencia de una
cosa se hacía entregándola y es así que el comprador no podía comprar sino
lo que abarcara con su mano. La mancipatio era un medio de adquirir el
dominio y, en el fondo, importaba una verdadera venta al contado. No era
un contrato productivo de obligaciones, sino un acto traslaticio de dominio.
Era una venta en cuanto había precio, cosa y consentimiento; y era un me-
dio de adquirir el dominio porque con su celebración el adquirente llegaba
a ser propietario de la cosa. Cuando las necesidades del comercio aumenta-
ron y a medida que la cultura jurídica de los romanos se fue desarrollando,
la mancipatio, como medio de transferir el dominio y como contrato de ven-
ta, fue pareciendo algo incómodo. Ya no se recurrió a las fórmulas y simbo-
lismos antiguos. La venta real se convirtió en venta imaginaria; el acto con-
trato cedió su lugar al contrato productivo de obligaciones. Ahora, el con-
trato crea la obligación y ésta se cumple mediante la realización de un acto
que continuó siendo la mancipatio. La mancipatio comprendía dos actos en
uno: 1) la entrega de la cosa mediante el pago del precio, y 2) la transferen-
cia del dominio. Estos dos actos se separaron. El primero constituyó el con-
trato y el segundo el modo de cumplirlo.
La venta tuvo, pues, su origen en la mancipatio. Nació como una deriva-
ción o transformación de ella a fin de satisfacer nuevas necesidades. Justo
era, entonces, que llevara consigo las reglas que la regían, reglas que fue-
ron variando y modificándose con el tiempo aunque algunas se conserva-
ron en toda su extensión. Así ocurrió con la relativa a los riesgos.
En la mancipatio la cosa pasaba a ser de propiedad del adquirente; de
manera que si perecía después de su celebración su pérdida sólo a él afec-
taba en \irtud de que las cosas perecen para su dueño. Separada la venta
de esta forma de adquirir el dominio, continuó produciendo efectos aná-
logos a los suyos; y así como realizada la mancipatio los riesgos pertenecían
al adquirente, de la misma manera, una vez celebrado el contrato, perte-
necían al comprador. Se desentendieron los romanos del principio de que

596
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

las cosas perecían para su dueño. Se olvidaron que los efectos de la venta
no eran los de la mancipatio y por semejanza o, mejor dicho, por falta que
nuevas reglas o de comprensión del nuevo contrato, le aplicaron el princi-
pio antiguo. Resultó de este modo que desde la celebración del contrato
de venta los riesgos eran para el comprador, no porque éste fuera dueño
de la cosa ni tampoco en virtud de consideraciones jurídicas, sino como
consecuencia de haber aplicado a la compraventa, que en sus efectos era
muy diversa de la mancipatio, las mismas reglas establecidas para ésta. Cre-
yeron, en buenas cuentas, que la venta era igual a aquella y en esa creen-
cia impusieron los riesgos al comprador como antes los sufría el adquirente
con toda razón y justicia.

783. La influencia que tuvo el derecho público en la separación del con-


trato de venta de la mancipación es notable, hasta el extremo que Cuq
cree que esa separación fue sugerida única y exclusivamente por el uso
que se observaba en las ventas hechas por cuenta del Estado.1 Según este
autor, esas ventas se hacían en pública subasta. Sus condiciones se fijaban
por los censores, se consignaban en un cuaderno especial y se ponían en
conocimiento del público verbalmente o por medio de avisos. "Eran un
simple proyecto, agrega, susceptible de modificación. No llegaban a ser
obligatorias sino en el momento de la adjudicación. El acuerdo de las
voluntades se manifestaba por una pregunta hecha por el adjudicatario y
por la respuesta del magistrado." 2 Los particulares, cuyas necesidades au-
mentaban de día en día con el desarrollo que adquiría el comercio, veían
con agrado la forma tan sencilla y expedita con que se realizaban esas
ventas e insensiblemente fueron adoptando en sus ventas privadas las re-
glas de las ventas públicas, hasta llegar a convertirlas en un acto diverso
del que servía para transferir el dominio. La mancipatio del antiguo dere-
cho, influenciada por las necesidades y por el derecho público, se conver-
tía ahora en la venta consensual. Naturalmente, adoptó muchas de las
reglas del derecho público. Entre éstas había una según la cual el Estado,
desde el momento de la venta, quedaba exento de toda responsabilidad
por los riesgos de la cosa. Era una estipulación que no tenía ningún funda-
mento científico o jurídico, a la inversa de lo que ocurría con la regla de la
mancipatio, sino una cláusula que emanaba de la voluntad de las partes, a
fin de salvaguardar los intereses del Estado. Esta regla desprovista de todo
fundamento científico pasó también al derecho privado y una regla ema-
nada de la voluntad de los contratantes para casos especiales se convirtió
en el principio general subentendido en todo contrato de venta.
Fue así como este contrato, influenciado por las reglas de la mancipatio
y por las que el derecho público consignaba para las ventas que realizaba
el Estado, tomó para sí el principio de que los riesgos de la cosa vendida
son para el comprador a contar desde su celebración.

1
Tomo I, pág. 226.
2
Tomo I, pág. 227.

597
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Las doctrinas de Mommsen y de Windscheid, como se ve, son análogas


y se reúnen para terminar en la misma forma. Sin duda alguna, tienen un
gran fondo de verdad y explican perfectamente bien el fundamento de
una regla inicua y privada en absoluto de base racional. Cuq, aunque no
lo dice, acepta esta evolución y la señala como la única posible.

784. Ihering y los demás autores que hemos mencionado llegan al mismo
resultado por otro camino. Su opinión es tanto o más acertada que las
anteriores y, a nuestro juicio, parece ser la más exacta, lo que nos induce a
aceptarla en todas sus partes. Para ellos el fundamento de esta regla se
encuentra en el origen primitivo del contrato de venta, que se realizaba
mediante dos estipulaciones independientes.
Según Ihering, el derecho antiguo de Roma no conoció nunca las rela-
ciones jurídicas en las que el derecho y la obligación de una de las partes, es
decir, en que los derechos de cada una de las partes estuvieran confundidos
en un solo vínculo, pues todas esas relaciones eran esencialmente unilatera-
les y daban al interesado un derecho, sin imponerle, al mismo tiempo, una
obligación o sin procurar a la otra parte un derecho en contra de aquella.1
Las relaciones jurídicas de ese tiempo se componían de un derecho para el
interesado y de una obligación para aquel con quien éste contrataba. El
vínculo jurídico consistía en una sola obligación y en un solo derecho; pero
entre ambas partes no nacían en sentido inverso otro derecho y otra obliga-
ción correlativos de aquellos. Stahl, en su obra, Filosofía de los Derechos, ha
demostrado con gran acopio de datos la unilateralidad del derecho antiguo.
En este ambiente se desarrolló la vida jurídica romana. Por eso, sus prime-
ros actos jurídicos, como el nexum, el préstamo y otros, fueron unilaterales.
En una palabra, todos los contratos del jus avile, es decir, los que se deriva-
ron del Derecho romano antiguo son unilaterales.
Pero las necesidades del comercio y de la vida, el desarrollo considera-
ble de las relaciones jurídicas, la confusión de razas y de legislaciones a
causa de las conquistas de los romanos, la entrada en el imperio de nuevas
poblaciones, etc., modificaron las instituciones antiguas e hicieron crear
nuevas. Producto de estos fenómenos fue el jus gentium, que podemos lla-
mar la base fundamental del derecho romano clásico. Entre las novedades
más importantes que el jus gentium trajo al campo del derecho romano
figura, según Ihering, la noción de la bilateralidad en los contratos. Como
he dicho, ese Derecho no concebía en sus primeros tiempos la noción de
los derechos y obligaciones recíprocas, ya que para él cada relación creaba
un derecho y una obligación únicamente, lo que ha inducido a decir al
autor citado que "sólo la unilateralidad es una idea romana específica
La introducción de esta idea transformaría por completo la vida jurídi-
ca antigua. Se trataba de un concepto nuevo, muy difícil de comprender,
desde que aquellos se habían habituado al vínculo unilateral. Su adopción

1
Espíritu del Derecho Romano, tomo IV, pág. 215.
2
Obra citada, tomo IV, pág. 218.

598
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

importaba destruir por su base el sistema antiguo, pues cambiaría absolu-


tamente el concepto del contrato.
Era necesario amoldar el nuevo principio a las reglas existentes. Los
romanos, aficionados a conservar las reglas y principios sin modificarlos,
recurrieron ahora, como siempre, a una ficción o subterfugio. Descompu-
sieron la relación bilateral en dos estipulaciones unilaterales. Según Sthal
esta descomposición se debió a la estrechez de criterio jurídico y moral de
los romanos que les hacía incomprensible la unión del derecho y de la
obligación. Para Ihering no hay aquí sino un ejemplo del espíritu analítico
que aquellos observaron en la formación de su derecho, pues la obliga-
ción unilateral es la más sencilla tanto desde el punto de vista analítico
como desde el punto de vista práctico, por ser de más fácil manejo. 1
Los contratos bilaterales se formaban, según esto, de dos contratos uni-
laterales. Así, la compraventa se componía de la emtio y de la venditio. Cada
uno creaba un derecho y una obligación. Cada uno vivía una vida separa-
da; y de la reunión de ambos nacía el contrato de compraventa. Estos dos
contratos, que en el hecho formaban uno solo, se celebraban mediante
dos estipulaciones diversas e independientes, generadoras cada una de una
relación jurídica también independiente. La estipulación era un acto jurí-
dico que consistía en una interrogación verbal seguida de una respuesta
concordante, concebidas ambas en términos consagrados. 2 La estipulación
servía para dar valor jurídico a una promesa y no era sino la forma externa
destinada a validar los convenios entre partes. Como que era un acto uni-
lateral, creaba un solo derecho y una sola obligación. Cada contrato de
que se componía la compraventa se realizaba, como se ha dicho, mediante
una estipulación. En uno de ellos, el comprador preguntaba al vendedor
si se obligaba a darle una cosa y el vendedor contestaba aceptándole: nacía
el contrato unilateral de entregar una cosa, la venditio. En seguida se inver-
tían los papeles y el vendedor preguntaba al comprador si se obligaba a
pagarle el precio y con la respuesta afirmativa de éste se formaba un nue-
vo contrato: la emtio.
Con el transcurso del tiempo, desapareció la estipulación como solem-
nidad necesaria para los contratos y ya no fue menester cumplir con cier-
tas formalidades para dar vida a un acto jurídico. El mero consentimiento
de las partes bastó para crear el contrato. ¿Pero esta nueva forma de reali-
zarlos modificó el criterio que informaba las doctrinas jurídicas de los ro-
manos? ¿Varió la estructura de aquél por el hecho de haber variado su
forma? Quien conozca su modo de proceder, su técnica jurídica y su carác-
ter tradicionalista responderá negativamente. El contrato no cambió; era
el mismo. Varió su forma y ésta, según dice Ihering, no influía en nada en
su estructura. Continuó siendo formado por dos actos unilaterales inde-
pendientes, con la sola modificación que éstos ya no se celebraban me-
diante palabras consagradas y por separado, sino por el concurso de ambas

' Obra citada, tomo IV, pág. 218.


2
CUQ, I, pág. 208.

599
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

voluntades. No se crea, sin embargo, que el contrato bilateral existió tal


como lo concebimos nosotros; siempre quedó subsistente el contrato for-
mado por dos actos diversos, eso sí que desde esa época éstos no nacían
separadamente, como antes, sino que emanaban de un solo pacto. Las
estipulaciones antiguas, formadas independientes una de otra, cedieron
su lugar a dos contratos: la emtio y la venditio que, nacidas de una misma
convención y constituyendo un solo acto, producían los efectos de un con-
trato unilateral, creaban un derecho y una obligación y el uno completaba
al otro; pero sin confundirse, sin perder su propia existencia y sin amalga-
marse en un único vínculo. "Esos dos actos, dice Ihering, conservaron su
estructura antigua y quedaron como dos actos unilaterales opuestos. He
aquí por qué los romanos designaban esos actos bajo un doble nombre
emtio-venditio, no habiendo, ni por casualidad, la menor reminiscencia del
derecho antiguo. Ellos no hacían más que expresar la naturaleza verdade-
ra, la estructura jurídica de esos actos bajo el punto de vista del derecho
nuevo". 1 Girard también participa de esta opinión y dice que hay indicios
de que la venta se formaba mediante dos contratos verbales, por uno de
los cuales el comprador llegaba a ser acreedor de la cosa y por el otro el
vendedor llegaba a serlo del precio, tanto en el nombre de emtio-venditio
que los romanos daban a la venta, como en la costumbre señalada por
Varron y por los jurisconsultos de pactar la venta consensual por medio de
interrogaciones. 2 Accarias y Rambaud son del mismo parecer.
Cuq, en cambio, la ataca con dureza y niega en absoluto que la venta
entre los romanos resultara de dos contratos de estipulaciones distintos.
Para ello se funda en un fragmento de Labeon del cual desprende que
aquellos tuvieron plena conciencia de la unidad del contrato de venta y de
la conexión que existe entre las obligaciones de ambas partes. Ese frag-
mento establecía que cuando el comprador; en virtud de alguna ley que lo
exoneraba del pago, no cumplía su obligación, el vendedor, según la bue-
na fe, no estaba obligado a entregar la cosa.3 Esto manifiesta, dice Cuq,
que las obligaciones de ambas partes son conexas, ya que el comprador no
puede exigir al vendedor la entrega de la cosa cuando él no está obligado
a cumplir la suya. No vemos, en realidad, la solidez del argumento ya que,
como lo hace notar Dernburg, se trata aquí de una ley que dispensaba del
pago a los deudores y no de una regla especial del contrato de venta. Cuq
cree también que la expresión emtio-venditio con que los romanos denomi-
naban el contrato de venta no prueba, como lo pretenden Ihering, Girard
)' Accarias, que la venta fuera, en su origen, el producto de dos actos unila-
terales independientes, porque si los romanos agregaban al vocablo emtio
la palabra venditio, se debía a que emere no tenía por sí solo un sentido
técnico, pues significaba "tomar" y podía emplearse tanto en el arrenda-
miento como en la venta. De ahí que, a fin de precisar su sentido, fue

1
Obra citada, tomo IV, pág. 219.
- ManuelEtémentaire de Droit Romain, pág. 537.
3
Digesto, libro XIX. título I, ley 50.

600
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

necesario agregarle la expresión "venditio"} Finalmente este mismo autor


sostiene que no hay ningún ejemplo de una venta realizada bajo la forma de
una doble estipulación, lo que, a su juicio, sería bien curioso, si aquella
hubiera sido la forma normal de la venta. Sin embargo, el uso de las estipu-
laciones en este contrato lo demuestran Varron y otros jurisconsultos. Nos
parece que Cuq no está en la razón, más todavía si se atiende a que él
mismo dice que el antiguo derecho no admitía sino relaciones unilaterales. 2
Las explicaciones de Ihering, en nuestro sentir, son exactas. Un pueblo
que comienza su vida jurídica no puede concebir relaciones bilaterales,
producto sólo de la abstracción y de la ficción; un pueblo, en esa época,
necesita hechos externos, manifestaciones reales y esa fue la causa del ca-
rácter formulista y simbólico que tuvo el Derecho romano. Por eso, no
vacilamos en aceptar que el contrato de venta entre los romanos, en un
principio, era producido por dos estipulaciones independientes que crea-
ban dos créditos también independientes, de tal modo que "cada uno de
esos contratos, bastándose a sí mismo, no tenía los medios de ser influen-
ciado por la suerte del otro". 3 Admitido que la venta se formó, en un
origen, mediante dos contratos unilaterales distintos, veamos cómo llegó a
implantarse en ella la teoría de los riesgos.
En el Derecho romano nadie respondía del incumplimiento de una
obligación cuando provenía de fuerza mayor; por lo que el deudor no
estaba obligado a reparar el daño causado al acreedor. 4 De ahí que cuan-
do la cosa debida perecía por caso fortuito, la obligación del deudor se
extinguía y el acreedor nada podía exigir. En los primeros tiempos de esa
legislación no se conocían, sino ciertos y determinados contratos, tales
como el mutuo, el depósito, el comodato y en general los que creaban un
derecho y una obligación únicamente. En todos ellos, el acreedor era a la
vez propietario de la cosa, de manera que si ésta perecía fortuitamente,
esa pérdida, en virtud de que las cosas perecen para su dueño, afectaba a
él y no al deudor, que se exoneraba de cumplir su obligación. Si la cosa
perecía para el acreedor no era porque éste fuera acreedor, sino porque
era su propietario; aquí no había sino aplicación de la regla general de
que las cosas perecen para su dueño.
El contrato de venta se formó por la yuxtaposición de dos contratos
diversos: la emtio y la venditio, que arrancaron su origen de la antigua man-
cipatio. Ambos eran independientes entre sí. Cada uno nacía y moría solo,
sin que estos hechos afectaran la existencia del otro. La pérdida de la cosa
vendida extinguía la obligación del vendedor ya que desaparecía su obje-
to. Esa pérdida acarreaba la extinción de la venditio y del derecho del com-
prador quien no podía exigir su entrega al vendedor que, al mismo tiempo,
se liberaba de su obligación de entregarla. Considerado este acto por sí

1
T o m o I, pág. 228, n o t a 3.
2
T o m o I, pág. 209.
3
GIRARD, o b r a citada, pág. 545.
4
MAYNZ, t o m o II, p á g . 14.

601
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

solo, la pérdida de la cosa afectaba al vendedor, que era a su vez propieta-


rio, desde que nada podía exigir del comprador, porque la venditio creaba
sólo un derecho y una obligación y porque según el Derecho romano las
cosas perecían para su dueño. Pero al lado de la venditio había otro contra-
to, también independiente, la emtio, por el cual el vendedor tenía un cré-
dito contra el comprador. Este contrato no tenía vínculo alguno con el
anterior; no era correlativo con él, ni su subsistencia dependía tampoco
de aquél. Si la pérdida de la cosa vendida extinguía el crédito del compra-
dor contra el vendedor, desde que emanaba del contrato de venditio que
desaparecía por esa pérdida, no podía extinguir el crédito del vendedor,
desde que emanaba del contrato de venditio que desaparecía por esa pér-
dida, no podía extinguir el crédito del vendedor contra el comprador, que
emanaba de otro contrato al cual aquella no afectaba y cuyo objeto, el
precio, no había desaparecido. Este crédito subsistía siempre, de modo
que el comprador, aunque no recibiera nada en cambio, debía pagar el
precio. Sufría con ello una pérdida en su patrimonio, por cuanto daba
algo para no recibir su equivalente, lo que importaba establecer de hecho
que los riesgos de la cosa vendida eran de su cargo a contar de la celebra-
ción del contrato. Por este motivo el acreedor de una cosa, y no su propie-
tario, era quien sufría su pérdida.
Esta y no otra es la explicación por qué los romanos achacaron al com-
prador los riesgos de la cosa vendida, regla que constituye una excepción
del principio general aceptado por ellos de que las cosas perecen para su
dueño. No es exacto, como algunos pretenden, que los romanos tenían
ese principio para todas sus obligaciones. Por el contrario, las reglas gene-
rales en esa legislación eran que aquel que nada recibía nada debía dar
cuando se trataba de un vínculo recíproco y que las cosas perecían para su
dueño. Este último principio fue el que informó toda la legislación roma-
na y su aplicación a la compraventa dio origen a la nueva regla de que los
riesgos son para el acreedor.
Desde muy antiguo, los romanos declararon que los riesgos de una
cosa pertenecían a su propietario, máxima que se aplicó a sus relaciones
contractuales, en las que casi siempre el propietario jugaba el rol de acree-
dor; y como por otra parte, el dominio no se transfería en Roma sino
mediante la tradición, por lo que hasta ese momento el deudor continua-
ba siendo propietario de la cosa, cuando tenía esa calidad, sucedía que
hasta entonces su pérdida afectaba a él. Pero he aquí que un nuevo con-
trato nace: el bilateral. El concepto romano lo descompone en dos, a cada
uno de los cuales aplica la regla de que las cosas perecen para su dueño,
sin comprender, naturalmente, que esto iba a producir una iniquidad; y
mal podían comprender que la obligación de cada parte era correlativa
con la otra desde que las consideraban como contratos separados. Si la
cosa perecía, su pérdida afectaba al propietario que era el vendedor. Pero
como el precio no había perecido, el comprador siempre debía pagarlo.
El concepto de la venta varió. Ya no fue un conjunto de dos actos aislados.
Se transformó en un acto consensual, pero su estructura intrínseca se man-
tuvo. Sus reglas, por lo tanto, no variaron y lo que era una regla justa y

602
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

racional se transformó en el principio absurdo de que los riesgos de la


cosa vendida son para el comprador. No ha sido, pues, una regla creada ex
profeso, una regla emanada de argumentaciones especiales. Fue el resulta-
do de una evolución jurídica inconsciente y lenta, que trajo como conse-
cuencia la aplicación a un contrato de obligaciones recíprocas lo que
racionalmente se había creado para una obligación unilateral.

785. Veamos ahora las razones de carácter doctrinario que se dan por aque-
llos autores que pretenden explicar la teoría de los riesgos en el contrato de
venta romano valiéndose de argumentos y de raciocinios jurídicos.
Uno de ello, Rambaud, cree que la aplicación a la venta de la regla de
que los riesgos son para el comprador, no es sino una forma especial de
aplicación de la regla res perit domino. Este autor no pone en duda por un
momento, como tampoco lo dudan los demás, que los romanos conocían
muy bien ese aforismo, que se impuso a sí mismo sin necesidad de textos
impresos, por la razón y por la fuerza de las cosas, aforismo que se aplica-
ba a muchos contratos tales como el comodato, el depósito, la prenda, el
arriendo, la venta condicional, etc. Sólo por él podía explicarse que en
todos esos contratos la pérdida fuera para el tradente, desde que conserva-
ba la propiedad plena y entera de la cosa, sin despojarse de los derechos
que de ésta se derivan.
Según este autor, aunque el comprador no es propietario de la cosa
desde el momento de la venta, lo será más tarde, pues, desde entonces,
tiene un derecho definitivo sobre ella en tanto que el vendedor se ha
despojado del suyo en su favor. El comprador, dice, se ha sustituido en los
derechos que el vendedor tenía en la cosa. Aunque conserve el título de
propietario antes de la tradición, este título, respecto de su comprador, es
nominal y no efectivo, porque frente a éste es un mero guardián de la cosa
que la conserva para él hasta el momento de la entrega. El vendedor ya no
es dueño de la cosa; el comprador es quien tiene un derecho definitivo
sobre ella. Luego, su pérdida fortuita debe afectar a éste. El autor citado
deduce de aquí que el comprador pasa a ser dueño de la cosa aun sin la
tradición; de modo que si perece para él es en virtud de la regla res perit
domino, con la limitación de que en este caso no es menester la tradición
efectiva de la cosa para darle al comprador ese carácter, que lo adquiere
por el hecho de ser acreedor. Por eso sostiene que tanto esta regla como la
otra res perit creditori provienen de un mismo origen y consignan la misma
idea, esto es, que los riesgos de la cosa vendida pertenecen a aquel en
cuyo patrimonio se halla la cosa, sea como debida a él, sea como propia. 1
Esta solución es curiosa, pero no tiene base histórica alguna y va con-
tra los principios mismos del Derecho romano. Sostener que la tradición
no surtía efecto entre las partes, sino respecto de terceros, porque el com-
prador ya tenía sobre la cosa un derecho in rem en virtud del contrato
mismo es un absurdo evidente, pues la venta entre los romanos era solo

1
Explicativa Etémentaire du Droit Romain, II, págs. 227 y 228.

603
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

productiva de obligaciones y nunca traslaticia de dominio, que el compra-


dor sólo adquiría en virtud de la tradición. La influencia del Código fran-
cés se deja sentir en el autor, por lo que su doctrina es más digna de
aplicación a ese Código que al Derecho romano. El fundamento del prin-
cipio de que los riesgos son para el comprador no puede buscarse en
interpretaciones doctrinarias ni en disertaciones filosóficas. Es en el desa-
rrollo histórico del Derecho romano en donde se encuentra, del que re-
sulta, como vimos, que no es sino la regla res perit domino aplicada
inconscientemente a un contrato cuyos efectos y objeto eran muy diversos
de aquellos a los que se aplicó en un principio.

786. Según Pothier, Ortolan, Huc y otros la venta es un cambio de crédito


que se forma por dos obligaciones que si, en un comienzo, son correlati-
vas y una la causa de la otra, una vez formado el contrato, se convierten en
independientes y cada una existe y se extingue por sí sola. En consecuen-
cia, si la obligación del vendedor se extingue por la pérdida de la cosa
vendida, la del comprador, que subsiste independientemente de aquella,
no puede extinguirse y debe cumplirse en todas sus partes. 1 La sola enun-
ciación de la doctrina nos demuestra que es errónea, porque en los con-
tratos bilaterales las obligaciones no son independientes; por el contrario,
cada una es la causa de la existencia de la otra. Más adelante, refutaremos
esta doctrina con todo detenimiento. Diremos, por ahora, que esta argu-
mentación no fue conocida jamás en Derecho romano como lo pretenden
estos autores. Fue ideada por Pothier que, en su afán de buscar una expli-
cación teórica y doctrinaria a la regla romana, recurrió a un raciocinio
insuficiente para ese objeto y basado en una inexactitud jurídica.
Los romanos, según vimos, no raciocinaron nunca de ese modo. La
evolución de su derecho no era sino la adaptación de los viejos principios
a las nuevas necesidades y fue así como la máxima res perit domino, que era
el principio general en las obligaciones romanas, se aplicó a cada uno de
los contratos de que se componía la compraventa, lo que a consecuencia
de la bilateralidad del vínculo, acarreó el error jurídico de que las cosas
perecen para el acreedor, no obstante que, para los romanos, las cosas
perecían para el propietario que, de ordinario, era el deudor.
Pero como la explicación teórica que se da del fundamento de la
teoría de los riesgos en el contrato de venta dejaba inexplicada la situa-
ción de evidente injusticia en que se colocaba al comprador, era menes-
ter agregarle alguna razón basada no ya en el derecho sino en la equidad.
Y he aquí que muy pronto esos mismos autores encontraran la siguiente.
Así como el comprador soporta las mejores y aumentos que sobrevienen
en la cosa desde que el contrato se celebra es justo que cargue con los
riesgos que ella corra. No creemos que si el comprador soportó los ries-

1
POTHIER, III, n ú m . 3 0 7 , p á g . 1 2 3 ; ORTOLAN, II, p á g . 3 4 2 ; H u c , V I I , n ú m . 1 0 7 , p á g . 1 1 8 ;
ACCARIAS. obra citada, II, pág. 2 0 7 ; RAMBAUD, Explicativa Elémentaire du Droit Romain, II,
pág. 227 y PLANIOL, II, núm. 1342, pág. 452, combaten esta opinión.

604
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

gos fue porque recibía las mejoras y ventajas de la cosa. Por la inversa,
nos parece que la consecuencia del principio de que los riesgos son para
el comprador fue darle esas mejoras. En Derecho romano todos los fru-
tos y mejoras de las cosas pertenecían al propietario; pero cuando los
romanos se dieron cuenta que la aplicación a la venta de la máxima de
que las cosas producen y perecen para su dueño producía un contrasen-
tido, pues el comprador soportaba los riesgos y el vendedor recibía los
aumentos, consideraron equitativo poner también a su cargo esos au-
mentos y mejoras. En otros términos, la aplicación de la regla res perit
domino a la compraventa trajo como resultado colocar los riesgos a cargo
del comprador; pero las mejoras de la cosa continuaron siendo para el
vendedor porque era el propietario. Esta situación de injusticia fue ob-
servada por ellos y para atenuarla dijeron: el comprador soporta los ries-
gos sin ser propietario, justo es entonces que reciba las mejoras y aumentos
de la cosa aunque tampoco sea su dueño. 1 Creemos, por eso, que este
f u n d a m e n t o de equidad con que se pretende justificar la teoría de los
riesgos en el Derecho romano no explica por sí mismo esa teoría. Por el
contrario, prueba una vez más que es absurda e inicua ya que para ate-
nuar su injusticia se recurrió a ese arbitrio.
Estas razones de carácter doctrinario con que algunos autores quieren
explicar y justificar la injusta teoría de los riesgos en la compraventa roma-
na están muy lejos de lograr su intento y sólo sirven para demostrar con
mayor evidencia todavía el error de dicha teoría, que no tiene ni puede
tener otro fundamento y explicación que el desarrollo histórico del con-
trato de venta entre los romanos.

787. En vista de lo expuesto podemos llegar a las siguientes conclusiones


acerca del origen de la teoría de los riesgos en el Derecho romano:
1) Los romanos conocieron y aplicaron en todas sus primitivas relacio-
nes jurídicas unilaterales el principio res perit domino que encuadraba muy
bien con aquellos contratos en que las calidades de acreedor y de propie-
tario se hallaban reunidas 2 y ella fue en esa legislación la regla general en
materia de riesgos.
2) La aplicación de este principio al contrato de venta, que para los
romanos debía su existencia a la realización de dos contratos indepen-
dientes uno de otro y generadores cada uno de un vínculo unilateral, trajo
como consecuencia la creación del principio de que en la compraventa los
riesgos son para el comprador, principio que nació para este contrato y
que se aplicó a él y a los otros análogos a la venta, pero sin constituir la
regla general como llegó a suceder en las legislaciones modernas.

1
Esta regla se encuentra consignada en diversos pasajes de los textos romanos, tales
como las Institutos, libro III, título XXIII, y el Digesto, libro XVIII, título VI, ley 7»; libro XIX,
título I, ley 3, núms. 10, 13 y 18.
2
GIRARD, obra citada, II, pág. 228.

605
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

3) Lo dicho demuestra que la máxima res perit creditori no fue el resulta-


do de una argumentación teórica, sino el producto de la aplicación de las
reglas y principios del Derecho romano a las nuevas necesidades de la vida
jurídica y a las nuevas concepciones del derecho que iban apareciendo.
4) El hecho que los romanos dieran al comprador las mejoras o aumen-
to de la cosa vendida justifica y refuerza aún más la opinión que venimos
sosteniendo por cuanto deja de manifiesto lo absurdo de aquel principio,
desde que con esta compensación se quiso buscarle un paliativo.
Para terminar, podemos decir, con Girard: "Que estamos autorizados
para creer que la gran razón de la existencia del sistema de que los riesgos
son para el comprador está en la tradición, en los hábitos contraídos con
anterioridad al nacimiento de la venta consensual y de buena fe, que han
hecho conservar las reglas producidas desde antes, por la independencia
natural de dos estipulaciones; la teoría de los riesgos es, a nuestro juicio,
un vestigio singularmente demostrativo del tiempo en que las obligaciones
del vendedor y del comprador nacían de dos contratos distintos".1

788. Después de la invasión de los bárbaros el Derecho romano conti-


nuó aplicándose en las diversas comarcas a que había llegado la domina-
ción romana. Por eso en casi todas las recopilaciones o colecciones de
leyes bárbaras figuran la generalidad de los principios de esa legislación,
sin perjuicio de las modificaciones que exigían las necesidades. Así, por
ejemplo, en España la ley 17, título X del libro III del Fuero Real, pro-
mulgado en 1255, consigna, en cuanto a los riesgos en la compraventa,
el principio romano. Las Siete Partidas redactadas por orden de don
Alfonso el Sabio por los años 1256 a 1265 reprodujeron también en la
ley 23 del título V de la Partida V esa regla, o sea, que los riesgos en la
venta pertenecen al comprador desde que se celebra el contrato aunque
la cosa no se haya entregado. De esta ley fue tomado el artículo 1820 del
Código Civil.
Sin embargo, no en todas las regiones invadidas por los bárbaros el
Derecho romano se mantuvo intacto. Los germanos traían nuevas reglas y
nuevos principios jurídicos que implantaron en los países por ellos con-
quistados. Entre estos, el que merece llamarnos la atención, porque se
refiere a esta materia, es el que disponía que aquel que hubiera tomado
una cosa bajo su custodia en calidad de comodatario, acreedor prendario
o depositario debía responder aun del caso fortuito. Ese principio, según
dice Huc, se hallaba consignado en la Lex sálica a Cario Magno emendata,
título 54, De re prestata y era contrario en absoluto al Derecho romano, en
el que nadie respondía del caso fortuito, menos todavía en aquellos con-
tratos en que, como en los mencionados, la cosa perecía para el propieta-
rio. De aquí que muchos jurisconsultos de esa época no aceptaran esta
doctrina y trataron de reaccionar contra ella. Era menester, por lo tanto,
encontrar un texto romano en el cual fundar la opinión adversa, o sea que

1
Obra citada, II, pág. 549.

606
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

las cosas perecían para su dueño y no para el que las debía en calidad de
acreedor prendario, depositario, comodatario, etc.
Ese texto que faltaba y que luego se halló fue, según dijimos, la ley 9,
título 14, libro IV del Código de Justiniano que dice literalmente: "Pignus
in bonis debitoris permanere ideoque ipsi perire, in dubium non venit. Curn igitur
adseveras in horréis pignora deposita, consequens est, secundum ius perpetuum pig-
noribus debitori pereuntibus (si tamen in horréis, quibus et alii solebant publice uti,
res depositae sint) personalem actionem debiti resposcendi causa integrara te habe-
re". Según este precepto, si la cosa dada en prenda perecía, esa pérdida
afectaba al deudor, es decir, al que la dio como tal, que siempre quedaba
constituido como deudor personal respecto del acreedor prendario.
La regla transcrita está de acuerdo con los principios que regían entre
los romanos los riesgos en los contratos unilaterales, en los que, de ordina-
rio, el propietario de la cosa era el acreedor de la misma. Pero de ningún
modo podía resolver la cuestión de los riesgos en la venta en la que hay
obligaciones recíprocas y correlativas. Sin embargo, como había que reac-
cionar contra el derecho germánico, los juristas se aferraron de ella y a fin
de armonizarla con los demás textos del Derecho romano que sentaban el
principio de que los riesgos eran para el comprador, se valieron, según
dice Huc, de aquellas limitaciones, excepciones y distingos de que se hacía
tanto uso en la Edad Media. 1
De todas estas elucubraciones se llegó a la conclusión que la teoría de
los riesgos en el contrato de venta sólo podía explicarse por la máxima res
perit domino. El origen de este principio no data de esta época, pues vimos
que los romanos ya lo conocían y que su aplicación a los dos contratos de
que se componía la compraventa fue la que creó la nueva regla que se
aplicó en ese contrato en materia de riesgos y según la cual estos eran del
comprador. Lo que es original de los jurisconsultos medioevales es el ca-
rácter amplio que dieron a esa máxima y la aplicación que de ella quisie-
ron hacer a todos los contratos, incluso a la venta.
La regla existía; pero se quiso aplicarla aun en los contratos bilaterales,
y más todavía, se pretendió demostrar que era el principio romano que
reglaba los riesgos en la venta, no obstante la gran cantidad de textos que
demostraban lo contrario. Todo esto provino únicamente del deseo de
reaccionar contra los principios del viejo derecho germánico.

789. Por los siglos XVI y XVII, con el renacimiento literario y artístico, las
i d e a s jurídicas también evolucionaron. Contra el individualismo duro del De-
recho romano se levantó la famosa escuela del derecho natural basada en la
equidad. Ya no se iría a buscar la explicación de los principios legales en las
áridas decisiones del jurisconsulto romano ni las nuevas reglas se inspirarían
en el interés egoísta que informaba esa legislación. Se recurriría, ahora, a la
e q u i d a d natural, al buen sentido y al derecho emanado de la naturaleza y
colocado por Dios en el ser humano. Los nombres más notables de esta época
son los de Grocio, Puffendorf, Barbeyrac y Burlamaqui.

1
Tomo VII, núm. 104, pág. 156.

607
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Estos se desentendieron de las reglas del Derecho romano y las reempla-


zaron por las que les dictó la equidad y su criterio; por lo que fueron objeto
de duras críticas de parte de los romanistas que los acusaban de "querer
sustituir la obra maestra de la sabiduría humana, el Derecho romano, por
una equidad fantástica sobre la cual tampoco estaban de acuerdo". 1
De entre estos autores, Puffendorf fue quien combatió especialmente
el principio romano de que los riesgos pertenecieran al comprador antes
de ser propietario de la cosa, principio que, a su juicio, se apartaba de los
principios del derecho natural. No creía justo obligar al comprador a pa-
gar el precio cuando no iba a recibir nada en cambio, a pesar de haberse
obligado con esa intención.
El párrafo más brillante que este autor tiene al respecto en su obra
Droit de la nature et des gens, es el que sigue: "Todo esto no nos da una razón
clara y convincente acerca de por qué el comprador, a pesar que el vende-
dor tiene la obligación de ponerlo en plena posesión de la cosa vendida,
está, sin embargo, obligado a soportar la pérdida que sobrevenga antes
que aquél haya realizado su compromiso. Y de nada sirve alegar en este
caso las leyes que dicen que cuando se ha prometido alguna cosa en espe-
cie no se está obligado a responder por su pérdida fortuita. ¿De dónde se
desprende que en un contrato en que ambas partes están interesadas, como
es la venta, el comprador deba resolverse a perder la mercadería y a pagar-
la, no obstante que el vendedor no ha ejecutado todavía aquello a que se
obligó? Por mi parte creo que el mejor medio para descubrir aquí las
reglas de la equidad natural es distinguir si el retardo de la entrega provie-
ne de que la cosa vendida no puede ser transportada sino en cierto espa-
cio de tiempo al lugar en que debe ser entregada, de la culpa del vendedor
que, a pesar de poderla entregar, no lo ha hecho, o si depende del com-
prador tomar posesión de ella. En los dos primeros casos no hay duda que
la pérdida es para el vendedor". 2
La distinción que hacía Puffendorf, dice Huc, está ajustada a los verda-
deros principios que rigen las obligaciones. Y como nada es más justo que
las cosas perezcan para su dueño, es evidente que hasta la tradición deben
perecer para el vendedor y desde entonces su pérdida debe afectar al com-
prador.
Los argumentos de los autores antes mencionados, tendientes a de-
mostrar que la única regla justa y razonable es que los riesgos de la cosa
vendida sean para el vendedor hasta su entrega, pueden resumirse en dos:
1) Según ellos era una máxima reconocida por los mismos jurisconsul-
tos romanos que los riesgos de una cosa pertenecen a su propietario. Esta
afirmación era exacta. Pero si con ella pretendieron sostener que esa regla
también se aplicaba en Roma al contrato de venta, creemos que se equivo-
caron, pues si bien era cierto que en el Derecho romano la materia de los

1
MlRAGUA, Filosofía del Derecho, tomo I, pág. 42.
2
Obra citada, tomo V, capítulo V, párrafo 3 de la edición anotada por Barbeyrac (Bi-
blioteca Nacional).

608
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

riesgos se regía por la máxima res perit domino, también lo era que ésta no
se aplicó a la compraventa, porque dado el carácter bilateral de este con-
trato su aplicación a cada uno de los actos de que se componía produjo la
transformación de dicha regla que, por ser creada para la obligación uni-
lateral, resultó un absurdo en la bilateral. Pero si al hacer tal asev eración
sólo se limitaron a manifestar que los romanos conocían ese principio sin
pretender demostrar que lo hicieron aplicable a la venta, no cabe duda
que estaba en la razón. Sin embargo, de las obras de Pothier y del estudio
atento del estado en que en esa época se hallaban las ideas jurídicas al
respecto se desprende que con ella trataron de sostener lo primero, esto
es, que los riesgos en la venta romana se regían por la máxima res perit
domino. Ya estudiamos el precepto que algunos jurisconsultos señalaron
como el que reglamentaba en Roma los riesgos en el contrato de venta y
que derivaron del Código de Justiniano. Por otra parte, el célebre juris-
consulto francés Santiago Cujas, que vivió por la mitad del siglo XVI, trató
de demostrar que entre los romanos los riesgos de la cosa vendida perte-
necían al vendedor hasta la entrega y para ello se fundaba en la ley 33,
título II del libro XIX del Digesto, o sea, la que disponía que si el predio
vendido era confiscado antes de la entrega, el comprador no tenía obliga-
ción de pagar el precio y aún tenía acción para pedir su restitución. Más
arriba analizamos el significado y el alcance de esta ley y tal vez con el
mérito de análogas consideraciones y con la evidencia de los demás textos
que señalaban al comprador como el contratante que soportaba los ries-
gos, ese autor se vio obligado, algún tiempo después, a abandonar esta
doctrina sin dejar de reconocer, por eso, que era mucho más equitativa
que aquella. Tales eran las opiniones existentes en la época de Puffendorf
y de Barbeyrac y de acuerdo con ellas no es aventurado suponer que éstos
creyeran que los romanos aplicaban la regla res perit domino aun al contrato
de venta.
2) El segundo argumento que aducían era que el comprador no se
obligaba a pagar el precio sino con la condición de que se le diera la cosa.
Este, es a nuestro juicio, el gran argumento de esta escuela y que no pue-
den destruir en ninguna forma los que sostienen que los riesgos deben ser
para el comprador. Es evidente que lo que éste persigue al obligarse es
obtener la cosa y en esa virtud se aviene a pagar el precio. Si perece es
claro que no puede tener esos deseos. Y como la causa de su obligación es
la obligación del vendedor, cuyo objeto es la cosa, resulta que si ésta pere-
ce, dicha obligación se extingue por falta de objeto. Desapareciendo ella,
la del comprador también se extingue por carecer de causa. De esto des-
prendían que si el vendedor se colocaba en la imposibilidad de cumplir su
obligación, el comprador tampoco estaba obligado a ejecutar la suya, por
cuyo motivo los riesgos eran para el vendedor, los cuales no pertenecían al
comprador sino a partir de la entrega de la cosa, ya que desde entonces
era su propietario, que era el único que, según ellos, debía soportarlos.
Llegaron así a la conclusión de que dentro de los principios de la equidad
natural, los riesgos de la cosa vendida debían pertenecer al vendedor has-
ta que éste dejara de ser propietario lo que ocurría cuando se realizaba la

609
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

tradición; sólo desde este momento debían ser para el comprador. De este
modo la regla res perit domino sustituía en la venta la regla romana res perit
creditori y en lo sucesivo sería justo y equitativo imputar los riesgos al com-
prador, no desde la celebración del contrato, como antes sucedía, sino
desde la entrega de la cosa.

790. No obstante las doctrinas del derecho natural y la opinión de los


jurisconsultos que trataron de combatir el principio del Derecho romano,
el derecho consuetudinario francés y aun el derecho escrito, al igual que
el Derecho español, conservó durante toda esa época y hasta el Código
Napoleónico la regla romana de que los riesgos son para el comprador
aun antes de la tradición. La prueba más evidente de ello la tenemos en
Pothier. Este notable jurisconsulto, que vivió entre los años 1699 y 1772,
resumió en su famosa obra Traité du contrat de vente, publicada en 1762, las
reglas que sobre este contrato regían en el Derecho francés.
Para él era una cuestión resuelta y que no daba lugar a dudas que
entre los romanos los riesgos pertenecían al comprador tan luego como se
celebraba el contrato, aunque la tradición no se hubiera efectuado. Le
parecía muy razonable que una vez que la cosa perecía por caso fortuito el
vendedor quedara libre de su obligación desde que esa pérdida hacía des-
aparecer su objeto, sin el cual no puede subsistir ninguna obligación. Pero
si Pothier veía tan claramente este aspecto de la cuestión había otro, sin
embargo, que le parecía dudoso y era el relativo a si la obligación del
comprador subsistía siempre no obstante que la del vendedor se había
extinguido. Laurent cree que la duda que surgió en Pothier fue originada
por las doctrinas del derecho natural que alcanzaron a influenciar su espí-
ritu, a las cuales logró sobreponerse, a pesar de todo, gracias a su gran
sentido jurídico. 1
Para justificar la regla romana res perit creditori ideó una argumentación
muy curiosa. El contrato de venta, dijo, se compone de dos obligaciones
que, una vez formadas, son independientes una de otra. Desde que ambas
nacen de la voluntad de las partes, deben subsistir mientras dure esa volun-
tad, aun cuando después de contraídas cada una adquiera una vida propia e
independiente de la otra. Por eso si una de estas obligaciones se extingue
por alguna de las causales que les ponen fin, la otra subsiste, puesto que la
causa que la generó, el consentimiento, aún se mantiene a su respecto y la
extinción de la otra no le afecta. Si la cosa perece fortuitamente la obliga-
ción del vendedor se extingue por la pérdida de la cosa debida, pero como
la obligación del comprador es independiente de aquella y no hay ninguna
causa que la extinga, continúa subsistiendo y el comprador no puede negar-
se a ejecutarla fundado en la inejecución de la del vendedor. 2
De esta manera creyó Pothier explicar la absurda doctrina romana y
no puede negarse que ese raciocinio denota un gran talento y un gran

1
Tomo 16, núm. 209, pág. 269.
2
Tomo III, núm. 307, pág. 123.

610
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

esfuerzo tendientes a justificar jurídica y racionalmente un principio erró-


neo. Pero ni aun así resiste un examen a fondo, ya que parte de una base
falsa, como es la de pretender que las obligaciones en la venta son inde-
pendientes y no correlativas. Esto nos llevaría a afirmar que la venta es la
combinación de dos estipulaciones unilaterales sin ningún vínculo entre
ellas lo que, según se dijo, es inaceptable dentro de la concepción moder-
na del contrato sinalagmático. Más adelante analizaremos los inconvenien-
tes y los errores de esta doctrina que ahora sólo enunciamos.
Como consecuencia de ella, su autor combado duramente la opinión
de Puffendorf con argumentos tan notables y originales que hasta ahora
han continuado siendo el baluarte de los impugnadores de la máxima res
perit domino.
El primero de los argumentos de la escuela del Derecho natural relati-
vo a que era una máxima reconocida por los mismos jurisconsultos roma-
nos de que las cosas perecen para su dueño, lo combatió Pothier con dos
razones: 1) que aunque era exacto que esta máxima tenía aplicación en el
Derecho romano no se aplicaba al contrato de venta sino a aquellos con-
tratos en que el propietario figura al frente de los que tienen la custodia o
el uso de la cosa, en cuyo caso es evidente que perecerá para aquél y no
para los que tienen la cosa que, por la pérdida fortuita, quedan exentos de
su obligación de restituirla, y 2) que esta máxima no puede ni ha podido
aplicarse a la venta, porque en ésta no se opone al propietario un mero
tenedor de la cosa sino un acreedor de cuerpo cierto que tiene contra el
vendedor, que es el deudor, una acción para obtener su entrega. Aquí la
cosa perece para el acreedor y no para el propietario que, por su pérdida
fortuita, queda exonerado de su obligación, porque en Derecho los ries-
gos en un contrato son el peligro que se corre de perder el derecho ema-
nado de él. Por lo tanto, al perecer la cosa fortuitamente, cada una de las
partes pierde el derecho que tiene sobre ella o con relación a ella. El
vendedor, que es su propietario, pierde su derecho de propiedad tal como
lo tenía, o sea, un derecho eventual que no podrá retener y que estaba
obligado a transferir al comprador, quien, a su vez, pierde el derecho que
tenía para exigir su entrega. 1
En cuanto al segundo argumento de esa escuela relativo a que el com-
prador sólo se ha obligado a pagar el precio con la condición de que se le
dé la cosa, lo rebate diciendo que el comprador "se ha obligado a pagar el
precio no con la condición de que el vendedor le dé la cosa sino con la
condición de que se obligue, por su parte, a proporcionársela; basta que el
vendedor se haya obligado a eso válidamente y no haya faltado a su obliga-
ción para que la del comprador tenga una causa y subsista".2 Agrega, ade-
más, que perfeccionado el contrato ambas obligaciones se independizan,
de tal modo que si una es la causa de la otra, esto no sucede sino al tiempo
en que aquél se forma, porque esa situación no continúa después que se

1
Tomo III, núm. 307, pág. 124.
2
Locución citada en la nota anterior.

611
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

ha celebrado, desde cuyo instante cada una adquiere vida propia e inde-
pendiente. En consecuencia, si una se extingue, la otra, mientras no esté
afectada por una causa de extinción, subsiste y da acción para exigir su
cumplimiento.

791. Tal era el estado en que se encontraban las ideas sobre este punto
cuando comenzó la discusión del Código Napoleónico. Por una parte el
principio romano reproducido en el antiguo Derecho francés y defendido
por Pothier. Por la otra las doctrinas de la escuela natural y las ideas de
Argou y de Bouijon que veían en la venta un modo de adquirir el dominio
de las cosas. El resultado de esta discusión y el resumen de todas esas ideas
fue el artículo 1138 del Código francés que a la letra dispone: "La obliga-
ción de entregar una cosa se perfecciona por el solo consentimiento de las
partes contratantes. Ella hace al acreedor propietario y coloca la cosa a sus
riesgos desde el instante en que ha debido ser entregada, aunque la tradi-
ción no se haya efectuado, salvo que el deudor se constituya en mora de
entregarla, pues entonces los riesgos son de su cargo".
La primera innovación que introdujo el Código francés en materia de
riesgos fue la reforma al alcance y extensión que le dio. La teoría de los
riesgos en el Derecho romano no se presentaba sino en el contrato de
venta. En los demás contratos la cosa perecía para su propietario que era
el acreedor. Ese Código sacó esta cuestión del contrato de venta y la colo-
có en el título que habla de las obligaciones haciéndola extensiva de este
modo a todas las que consisten en dar un cuerpo cierto. No se trataba
ahora de un problema especial sino de una regla general aplicable a toda
una categoría de obligaciones. El Código francés declaró de esta manera
que la cosa no perecía para el comprador sino para el acreedor, porque
como aquél era acreedor, al hacer extensiva esa regla a todas las obligacio-
nes de dar, sustituyó la palabra comprador por acreedor y resultó así la famo-
sa regla de que en las obligaciones de dar las cosas perecen para el acreedor;
regla que, como se ha dicho, provino de hacer extensivo a un caso general
el precepto establecido para uno particular.

792. Pero aquí surge la duda. La declaración formulada por el Código


francés relativa a que los riesgos son para el acreedor ¿fue la aplicación a
un caso general de la regla especial que regía esta materia en el contrato
de venta o la consecuencia de que el acreedor fuera propietario de la
cosa? En otros términos, ¿el artículo 1138 del Código francés adoptó la
doctrina de Pothier de que los riesgos son para el comprador desde la
celebración del contrato o el principio de que las cosas perecen para su
dueño, es decir, adoptó la regla res perit creditori o la regla res perit domino?
Más claro aún, ¿en el Código francés los riesgos son a cargo del acreedor
porque éste es propietario o en virtud de que la pérdida de un cuerpo
cierto libera al deudor, es decir, por ser acreedor?
Las opiniones de los autores se encuentran enteramente divididas al
respecto. Unos sostienen que ese Código ha seguido la doctrina romana y
de Pothier según la cual los riesgos son para el comprador por ser acree-

612
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

dor de cuei-po cierto, negando en absoluto que los soporte por ser propie-
tario de la cosa. Es la opinión de Laurent, 1 Duranton, 2 Fuzier-Herman, 3
Demolombe, 4 Marcadé, 3 Colmet de Santerre, 6 Aubry et Rau, 7 Pardessu 8 v
Bugnet. 9
Pero los autores más modernos se inclinan a creer que en el Código
francés el acreedor soporta los riesgos no por ser tal sino por ser propieta-
rio de la cosa o, mejor dicho, en virtud de la máxima res perit domino.
Baudry-Lacantinerie, por ejemplo, en sus últimas ediciones y después de
haber sostenido la otra doctrina se pronuncia por la que ahora enuncia-
mos. Planiol es también u n o de sus más arduos sostenedores. 11 Huc pare-
ce un poco indeciso y aunque no lo dice francamente puede ser incluido
entre los partidarios de esta opinión. 12 Entre los autores antiguos, su único
partidario ha sido Larombiére 1 3 a quien cabe la honra de haber sido su
iniciador.
Veamos los argumento en que se f u n d a n unos y otros, sin peijuicio de
que dejemos constancia desde luego que nuestro modo de pensar está
con los últimos.

793. La doctrina sustentada por Larombiére, Planiol y Baudry-Lacantine-


rie se basa: 1) en la redacción del artículo 1138 del Código francés; 2) en
la opinión de los redactores de ese Código, y 3) en la tradición.
De los términos en que está redactado ese artículo se desprende clara-
mente que el legislador francés ha querido establecer u n a correlación de
causa y efecto entre la propiedad de la cosa y la carga de los riesgos, pues
dice: "Ella (la obligación de entregar) hace al acreedor propietario y colo-
ca la cosa a sus riesgos desde el instante en que ha debido ser entregada".
La conjunción y sirve para ligar elementos análogos o, como dice el Dic-
cionario de la Real Academia, "para unir palabras o cláusulas en concepto
afirmativo". De m o d o que cuando el artículo 1138 emplea esta conjunción
ha querido significar que tanto el primer efecto de la obligación de dar,
cual es hacer propietario al acreedor, como el segundo, o sea, colocar los

1
Tomo 16, núm. 208, pág. 267.
2
X , núm. 422.
3
Tomo 29, Obligations, núms. 571 a 577, págs. 42 a 43.
4
Cours de Code Napoléon, t o m o 2 4 , n ú m . 4 2 4 , p á g . 4 0 4 .
5
Tomo IV, pág. 435.
6
Tomo V, núm. 58 bis, III.
7
Tomo VI (cuarta edición), pág. 340.
8
Tomo I, núm. 278, pág. 191.
9
Obras de POTHIER anotadas por BUGNET, t o m o II, p á g . 7 1 , n o t a 1.
10
Des obligations, I, págs. 458 a 463, núms. 423 y 424.
" Tomo II, núms. 1344 a 1347, pág. 453.
12
En el tomo VIII, núm. 109, pág. 161, dice: "En Francia, por el contrario, se han se-
guido sobre este punto los principios del Derecho romano; se han puesto los riesgos a car-
go del comprador y para explicar mejor esto se le ha declarado propietario".
13
Théorie et pratique des obligations, t o m o I, n ú m . 2 3 , p á g . 184.

613
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

riesgos a su cargo, son de la misma naturaleza, provienen del mismo he-


cho y el uno es consecuencia del otro. Si este artículo hubiera sido redac-
tado en forma diversa, posiblemente se habría entendido otra cosa, pero
dado los términos en que lo está no cabe duda que si el acreedor soporta
los riesgos es como consecuencia de ser propietario. Esta aseveración la
comprueba, además, el solo hecho de haberse puesto la frase "y coloca los
riesgos a su cargo " después de aquella que dice "hace al acreedor propietario".
Pero la duda desaparece por completo si se leen las opiniones vertidas
en el seno del Consejo de Estado francés cuando se discutió este artículo
las cuales confirman en todas sus partes la opinión de que entre ambos
efectos existe una relación de casualidad.
Bigot-Préameneu, en su Exposition de Motifs, a la letra dice: "Es el con-
sentimiento de los contratantes lo que perfecciona la obligación de entre-
gar la cosa; la tradición real no es necesaria para que el acreedor sea
considerado propietario. No es un simple derecho a la cosa el que ahora
tiene al acreedor, es un derecho de propiedad, jus in re; en consecuencia,
si perece por fuerza mayor y fortuitamente después de la época en que ha
debido entregarse, la pérdida es para el acreedor, según la regla res perit
domino".1 La época en que la cosa ha debido entregarse, según la doctrina
francesa, es el momento mismo en que se perfecciona el contrato por el
concurso de las voluntades de las partes, pues desde ese momento nace la
obligación del vendedor de entregar la cosa; y aunque haya un término
estipulado para ello, como éste sólo suspende la ejecución de la obliga-
ción pero no su nacimiento, resulta que aun en este caso la obligación de
entregarla existe desde la celebración del contrato. De modo que según
Bigot-Préameneu los riesgos acaecidos después de la celebración del con-
trato pertenecen al comprador, porque desde ese instante es propietario
de la cosa.
Favart, en su Rapport au Tribunat, dice: "La obligación de entregar hace
al acreedor propietario desde el momento que el consentimiento formó el
contrato, de donde resulta que la cosa perece para él, a menos que el deudor se
haya constituido en mora, pues entonces los riesgos son a su cargo. Estos
principios han sido consignados en todo tiempo entre nosotros". 2
Finalmente, Mouricault se expresa así: "Y como la obligación se perfec-
ciona por el mero consentimiento de las partes, constituye inmediatamen-
te al acreedor propietario de la cosa y en lo sucesivo los riesgos de esa cosa
corren de su cuenta, aunque la tradición no se haya efectuado, a menos
que el deudor esté en mora".
Después de la lectura de esos párrafos, ¿cabe alguna duda acerca de
que la verdadera intención del legislador francés ha sido poner los riesgos
a cargo del acreedor no por ser tal sino como una consecuencia de ser
propietario de la cosa? La sola enunciación de la pregunta basta para acep-
tarla en todas sus partes.

1
FENET, XIII, pág. 230.
2
FENET, XIII, pág. 320.

614
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

La tradición histórica también viene en apoyo de esta doctrina. Debe


tenerse presente que cuando se discutió ese Código acababa de aparecer
la nueva doctrina de Puffendorf, que en esa época estaba en todo su apo-
geo y según la cual los riesgos no debían pertenecer al comprador sino
desde que éste fuera propietario. Y si a esto se agregan las opiniones de
Bouijon y de Argou relativas a que la venta tenía por principal efecto
traspasar al comprador la propiedad de la cosa vendida sin necesidad de
tradición, comprenderemos cuáles eran las ideas que predominaban al
tiempo de discutirse el Código Napoleónico. El resultado directo de tales
ideas fue el artículo 1138 ya citado.

794. Los que sostienen que el artículo 1138 del Código francés pone los
riesgos a cargo del acreedor no como una consecuencia de su carácter de
propietario sino por ser acreedor de la cosa únicamente, combaten los argu-
mentos de aquella escuela con razones que, en nuestro sentir, son ineficaces
para destruirlas y que no son sino el producto de su apasionamiento en pro
de una doctrina injusta, irracional y verdaderamente ridicula.
Al mismo tiempo, defienden su opinión con las siguientes razones: 1)
El contrato de venta se compone de dos obligaciones independientes que
viven una vida separada, por cuyo motivo la extinción de una no afecta en
nada a la otra que continúa subsistiendo; 2) aunque el artículo 1138 del
Código francés hable a un tiempo de la transferencia de la propiedad y de
los riesgos, entre ambos hechos no hay una relación de causa y efecto; 3)
el Código no ha hecho sino reproducir el principio que al respecto consig-
naban la tradición y el Derecho romano que no es otro que res perit credito-
ri, y 4) esta regla es conforme a la equidad.
El primero de esos fundamentos fue formulado por Pothier. Para ex-
plicarlo citaremos la opinión de Laurent que es uno de los más arduos
defensores de esta doctrina. Dice este autor: "En todo contrato sinalag-
mático cada una de las partes tiene obligaciones correlativas en el senti-
do que cada una de ellas debe cumplir las que el contrato le impone, de
las que sólo se libertan cuando se extinguen por alguno de los modos
que la ley señala como causa de extinción de las obligaciones. En la ven-
ta el vendedor es obligado a entregar la cosa y el comprador a pagar el
precio. Aquél cumple la suya velando por la conservación de la cosa con
los cuidados de un buen padre de familia; y si a pesar de sus cuidados la
cosa perece por caso fortuito queda exonerado de ella. Su obligación se
ha cumplido como si la hubiera entregado. Desde el momento que el
vendedor ha satisfecho su obligación, el comprador debe también ejecu-
tar la suya. Está obligado a pagar el precio y la pérdida de la cosa no es
una causa de extinción de esta obligación que siempre subsiste". 1 De ahí
se desprende, según ellos, que la cosa perece para el acreedor y no para
su propietario; y éste es el principio que ha consignado el Código fran-
cés. Más adelante señalaremos los errores de esta argumentación la que,

' Tomo 16, núm. 209, pág. 270.

615
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

en todo caso, explicaría únicamente el fundamento del artículo 1138 en


los contratos bilaterales pero no en los unilaterales a que también se
refiere.
En segundo lugar agregan, es un absurdo sostener que porque el
artículo 1138 habla a un mismo tiempo de la traslación de la propiedad
y de los riesgos, haya querido establecer entre ambos una relación de
causa y efecto y subordinar los unos a la otra, pues lo que dice ese artícu-
lo es que la obligación de dar hace al acreedor propietario y coloca los
riesgos a su cargo; pero en ninguna parte establece que estos le perte-
nezcan porque ha llegado a ser propietario. Sostener que el acreedor
soporta los riesgos porque es propietario es hacer decir a la ley lo que no
dice. Oigamos nuevamente a Laurent: "Creemos que la regla res perit do-
mino no es aplicable en materia de obligaciones. Que la cosa perezca
para su propietario cuando no es objeto de ningún contrato, es evidente;
la propiedad es un derecho real y todo derecho real se extingue por la
pérdida de la cosa sobre la cual se ejerce. Pero no ocurre lo mismo cuan-
do la cosa que perece es una cosa debida por un deudor y estipulada por
el acreedor; la cuestión de saber para quién perece, depende entonces
del vínculo que existe entre el acreedor y el deudor. El mismo artículo
1138 lo prueba; después de haber dicho que la cosa está a los riesgos del
acreedor añade que lo está a los del deudor si éste se halla en mora; y
esto sin embargo no impide que el acreedor sea propietario. He ahí en-
tonces un caso en que la cosa no perece para su dueño. Si la cosa perece
tanto para el deudor como para el acreedor, aunque éste siempre sea
propietario, resulta que la cuestión de los riesgos es independiente de la
cuestión de propiedad y que debe decidirse en conformidad a los princi-
pios que rigen las obligaciones". 1
Para apoyar su opinión y para interpretar el artículo 1138 recurren tam-
bién a la tradición, a los antecedentes históricos, al Derecho romano y aun
llegan a sostener que ese artículo debe interpretarse únicamente con arre-
glo a ellos sin tomar en cuenta su redacción que consideran muy oscura.2
En el Derecho romano y en el antiguo Derecho francés, dicen, la propiedad
no se transfería por el solo efecto del contrato, para lo que era menester la
tradición, de modo que, en tanto ésta no se efectuara, el vendedor era el
propietario de la cosa. Sin embargo, los riesgos pertenecían al comprador
desde el momento del contrato y aun antes de ser propietario, lo que prue-
ba que ambos principios son diversos e independientes y deben separarse.
¿Por qué suponer, entonces, que el Código ha innovado sobre esta materia
cuando, según dice Jaubert, no hizo sino consagrar los antiguos principios? 3
Dos conclusiones fluyen de este raciocinio: a) para explicar el alcance
del artículo 1138 no debe buscarse su interpretación literal, no debe aten-

1
Tomo 16, núm. 208, págs. 268 y 269.
2
DKMOLOMBE, tomo 2 4 , núm. 4 2 4 , págs. 4 0 4 y 4 0 5 ; COLMET DE SANTERRE, tomo V, núm.
58 bis. IV, p á g . 85.
5
LAURENT, 16, n ú m . 2 0 8 , p á g . 2 6 9 .

616
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

derse a su redacción, porque es muy oscura, y b) para explicarlo se debe


recurrir a los antecedentes históricos de ese precepto.
La primera afirmación es inexacta. No hay ni puede haber un artícu-
lo más claro y redactado con mayor precisión que el artículo 1138. Lue-
go, no debe desentenderse su tenor literal para consultar su espíritu.
Pero aceptemos la oscuridad de su redacción y aceptemos también los
antecedentes históricos para interpretarlo, ¿qué resulta? En primer lu-
gar, las opiniones de sus autores Bigot-Préameneu, Favart y Mouricault;
en segundo, las de Puffendorf, Bouijon y Argou; después el antiguo De-
recho francés representado por Pothier; y finalmente el Derecho roma-
no. Por lo tanto, debemos dirigirnos a las opiniones vertidas durante la
discusión de ese artículo ya que allí están el espíritu y el alcance de su
contenido. Pero como este antecedente histórico les es desfavorable, no lo
toman en cuenta; y los que, como Bugnet, se ocupan de él, lo hacen
para declarar que esas opiniones no pueden ni deben tomarse en consi-
deración porque son erradas en absoluto y emitidas por individuos que,
aunque ocupaban puestos eminentes, eran ignorantes del Derecho y de
sus nociones más elementales, llegando hasta tratar a u n o de ellos, a
Favart, de pobre legista y de mal historiador. No es el insulto ni el descré-
dito la manera como se refutan los argumentos jurídicos ni el modo de
desechar el más preciado e importante antecedente histórico que hay
sobre esta materia. Tenemos, entonces, que la primera fuente a que, se-
gún ellos, debe recurrirse para interpretar el artículo 1138 demuestra
que si el acreedor soporta los riesgos es porque es propietario de la cosa
y no porque es acreedor. Tampoco toman en cuenta, por idénticas razo-
nes, a Puffendorf, a Bourjon y a Argou, no obstante que el Código fran-
cés consignó sus doctrinas. Los dos últimos fueron quienes hicieron ver
el carácter traslaticio de dominio de la venta, doctrina que reprodujo
aquel Código. Si esto hizo y si dio los riesgos al comprador que pasó a
ser propietario de la cosa desde la celebración del contrato, ¿por qué
sería?, ¿porque era acreedor o porque era propietario? Consideramos
inútil la respuesta.
En cambio para interpretar ese artículo recurren a Pothier, que soste-
nía la doctrina del Derecho romano, siendo de advertir que la opinión de
este autor no fue tomada en cuenta al redactarse aquel artículo. Mucho
menos aun puede servir para este objeto el Derecho romano del que se
apartó en absoluto el Código francés en lo que se refiere a la compraventa
y a los modos de transferir el dominio. No es, pues, la tradición histórica
un argumento en pro de esta doctrina. Por el contrario, sirve para demos-
trar sus errores.
Finalmente, se aferran de la equidad que encierra ese precepto, equi-
dad que, para esos autores, proviene de dar al comprador los aumentos y
mejoras de la cosa en compensación de los riesgos que soporta y creen
que de este modo se explica el motivo que ha tenido el artículo 1138 para
poner los riesgos a cargo del acreedor. Este argumento a lo sumo justifica-
ría esa regla y ni aun eso hace como lo veremos; pero de ninguna manera
explicaría su razón de ser.

617
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Demolombe aduce todavía otra razón que casi puede llamarse infantil.
Después de enunciar como fundamentos de su modo de pensar los ya
expuestos, termina diciendo: "El nuevo legislador ha pensado tal vez que
la traslación inmediata de la propiedad que se opera por el solo efecto del
contrato es un motivo mayor aún para entregar los riesgos de la cosa al
acreedor que en lo sucesivo reunirá en su persona las calidades de acree-
dor de un cuerpo cierto y de propietario; y como no ignoraba que la
teoría de los riesgos había sido controvertida en otro tiempo, hay motivos
para creer que no esperó jamás que todas las opiniones fueran satisfechas,
por lo cual y a fin de que cada uno pudiera encontrar la consagración de
su doctrina, consignó el principio del artículo 1138".1 Este argumento,
como dijimos, es realmente infantil. ¿Puede creerse que un legislador esta-
blezca reglas o principios en forma caprichosa y vaga con el único y exclu-
sivo objeto de dar origen a discusiones y a doctrinas diversas? La negativa
es ineludible, porque el objeto de la ley es evitar las dudas y señalar reglas
claras. Y si ambos objetos no se realizan no es porque intencionalmente se
haya querido obrar así sino porque no siempre es fácil lograrlos y porque
toda obra humana es imperfecta. Aparte de esta consideración general
hay en este caso otra especial, y es que el legislador francés se dio cuenta
de las dudas que originaba esta materia, las estudió y las resolvió en un
determinado y único sentido.

795. Fluye de lo expuesto que tanto las razones de hecho como las de
derecho en que esta escuela se apoya carecen de toda base sólida y no
tienen otro fundamento que el infundado respeto por los antiguos princi-
pios y por las viejas reglas a las cuales se opone el texto claro del artículo
1138, la opinión de los redactores del Código y las doctrinas justas y equi-
tativas del llamado Derecho natural que no permiten llegar a otra conclu-
sión sino que, dentro del Código francés, el acreedor soporta los riesgos
por ser propietario de la cosa y no por ser acreedor o, mejor dicho, en
virtud de la regla res perit domino y no en virtud de la máxima debitar rei
certae interitu fortuito rei liberatur, o sea, res peri creditori.
En realidad, y como lo dicen los autores franceses, la cuestión de los
riesgos carece de importancia práctica. La tiene desde el punto de vista
teórico únicamente. La única utilidad que puede presentar en esa legisla-
ción tiene cabida cuando se estipula que la propiedad no se transfiera al
comprador sino por la entrega de la cosa o por el pago del precio. En tal
caso, si se acepta la doctrina de Planiol y de Baudry-Lacantinerie, los ries-
gos pertenecerán al comprador desde la entrega o desde el pago, pues
sólo desde entonces es propietario. Si se acepta la doctrina contraria, los
riesgos pertenecen al comprador aun con anterioridad a esos hechos, esto
es, desde el contrato, porque a contar de ese momento es acreedor y el
vendedor deudor de un cuerpo cierto cuya obligación se extinguiría por
la pérdida fortuita de la cosa. Nos inclinamos por la primera solución ya

1
Tomo 24. pág. 409.

618
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

que hemos aceptado aquella doctrina. Por lo demás, una cláusula de esa
naturaleza es de muy rara aplicación práctica y, según afirma Planiol, esta
cuestión nunca ha dado lugar a decisiones de la jurisprudencia.

796. El artículo 1125 del Código Civil italiano reproduce casi a la letra el
artículo 1138 del Código francés y dice: "En los contratos que tienen por
objeto la traslación de la propiedad o de otro derecho, aquélla o éste se
transfiere o se adquiere por el efecto del consentimiento legítimamente
manifestado, y los riesgos de la cosa pertenecen al adquirente, aunque no
se haya efectuado la tradición". Este artículo sí que podría originar la duda
antes mencionada con mayor motivo que el del Código francés, pues su
redacción es menos precisa que la de éste. Sin embargo, Ricci sostiene, y
con razón, que si los riesgos son del comprador es porque la propiedad le
fue transferida tan pronto como los dos consentimientos se concretaron
sobre un mismo objetivo.1

797. El Código Civil holandés es la traducción literal del Código francés,


aunque en materia de transferencia de dominio se aparta de éste, pues no
acepta el mero consentimiento de las partes como modo de transferir la
propiedad. De ahí que al reproducir el principio de que los riesgos son
para el acreedor incurriera en el mismo error en que, según veremos,
incurrió el nuestro, porque olvidó que si así ocurría en ese Código se
debía a que el acreedor era propietario y que en esta virtud los soportaba.
Los artículos 1273 y 1496 se ocupan de esta materia y, como puede verse a
continuación, son exactamente iguales a los de nuestro Código. El artícu-
lo 1273 dice: "Desde que nace o se establece la obligación de entregar una
cosa determinada, los riesgos que ésta pueda correr son de cuenta del
acreedor, pero quedarán a cargo del deudor desde el instante en que de-
more la entrega". Y el artículo 1496 consigna ese principio para la venta
en los siguientes términos: "Cuando la cosa vendida consiste en un cuerpo
cierto determinado, los riesgos corren por cuenta del comprador desde el
momento de la venta, aunque no se haya verificado todavía la tradición o
entrega y el vendedor tiene derecho a exigir el precio".

798. El Código Civil español no consagra ninguna disposición precisa y


clara acerca de quién soporta los riesgos, si el acreedor o si el deudor.
Contiene diversos preceptos aislados que de su examen comparativo se
puede llegar a la conclusión de que los riesgos en la venta son para el
comprador, aunque la entrega no se haya realizado, pues si la cosa perece
fortuitamente la obligación del vendedor se extingue; pero la del compra-
dor subsiste siempre. Los artículos que conducen a este resultado son,
ante todo, el 1095 que establece que el acreedor tiene derecho a los frutos
de la cosa desde que nace la obligación de entregarla, lo que sucede desde
la celebración del contrato; con mayor razón le pertenecen los riesgos

1
Tomo 15, núm. 138, pág. MS.

619
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

desde ese momento. En seguida, el inciso final del artículo 1096 que im-
pone al deudor constituido en mora la obligación de responder aun de los
casos fortuitos que ocurran hasta la entrega, nos permite deducir que si el
deudor no está en mora no los soporta, y como alguno de los contratantes
debe sufrirlos, éste no puede ser otro que el acreedor. Finalmente, los
artículos 1182 y 1186 comprueban en forma irrefragable aquella solución,
ya que según el primero, la pérdida fortuita de la cosa libera al deudor de
su obligación de entregarla; pero, en tal caso, debe ceder al acreedor, en
virtud del artículo 1186, las acciones que pueda tener contra el autor del
caso fortuito, lo que nos demuestra que éste es quien soporta ese riesgo,
desde que puede exigir su reparación.
La prueba definitiva de este aserto se encuentra en los antecedentes
históricos del Código español, tales como las Siete Partidas, en las que,
según hemos visto, los riesgos eran para el comprador desde la celebra-
ción del contrato, esto es, desde antes que adquiriera el dominio de la
cosa.1 En conclusión, podemos decir que en el Código Civil español los
riesgos de cuerpo cierto cuya entrega se debe son para el acreedor. Es la
aplicación de la regla res perit creditori.

799. El nuevo Código Civil del Imperio Alemán ha innovado completa-


mente sobre la legislación romana, por lo que hace a los riesgos en el
contrato de venta.
Los artículos que reglan esta cuestión en ese Código son los artículos
323 y 324, que se ocupan de los riesgos en general, y los artículos 446, 447
y 451, que se refieren a los riesgos en el contrato de venta.
El artículo 323 dice: "Si la prestación que incumbe a una de las partes
en virtud de un contrato sinalagmático se hiciera imposible a causa de una
circunstancia de la cual no deba responder ninguno de los contratantes,
esta parte perderá el derecho a la contraprestación; en caso de imposibili-
dad parcial, la contraprestación se reducirá en conformidad a los artículos
472 y 473. Si, con arreglo al artículo 281, la otra parte exigiera la entrega
de la indemnización pagada por el objeto debido o la cesión de la acción
por indemnización, quedará obligada a la contraprestación; sin embargo,
si el valor de la indemnización o de la acción correspondiente fuese infe-
rior al de la prestación debida, la contraprestación sufrirá una reducción
igual a la diferencia, con arreglo a los artículos 472 y 473. Si la contrapres-
tación, que con arreglo a estas disposiciones no se debe, ha sido, sin em-
bargo, ejecutada, podrá repetirse lo prestado, de acuerdo con lo dispuesto
sobre la restitución del enriquecimiento sin causa".
El artículo 324 agrega: "Si la prestación que incumbe a una de las
partes en virtud de un contrato sinalagmático se hiciere imposible a causa
de una circunstancia de la cual debe responder la otra parte, aquélla con-
servará su derecho a la contraprestación. Deberá, sin embargo, dejar que
se deduzca lo que haya economizado a causa de su liberación, lo que ad-

1
Partida V, título V, ley 23.

620
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

quiera empleando de otro modo su actividad o lo que haya dejado de


adquirir maliciosamente. Lo mismo sucederá cuando, a consecuencia de
una circunstancia no imputable a una de las partes, se haga imposible la
prestación que incumbe a esta última, en un tiempo en que la otra parte
esté en mora de aceptar".
En la Exposición de Motivos del proyecto del Código Civil alemán se
decía al respecto: "La legislación vigente trata de diversas maneras la cues-
tión acerca de hasta qué momento está expuesta una de las partes, en los
contratos sinalagmáticos, al peligro de perder el derecho a la contrapresta-
ción cuando se hace imposible la prestación debida. El derecho común y
algunos Códigos modernos hacen que en los contratos de venta, salvo cier-
tas excepciones, pase el peligro al acreedor una vez cerrado el contrato,
en tanto que en la legislación prusiana, en consonancia con el antiguo
derecho alemán, el peligro pasa al acreedor una vez efectuado el cumpli-
miento de la obligación. Este último criterio sigue el Código, no siendo
propio de la índole de estos contratos que, caducada la obligación de una de las
partes, continúe subsistiendo la de la otra".
En el Derecho romano, según se ha dicho, los riesgos en los contratos
sinalagmáticos que tenían por objeto la enajenación de un cuerpo cierto
pertenecían al comprador o acreedor desde su celebración; de tal modo
que si la cosa perecía fortuitamente antes de la entrega, la obligación del
deudor se extinguía, pero la del acreedor subsistía siempre. Resultaba así,
que un contrato en que se buscaba el interés reciproco de las partes y en
que cada una se obligaba en atención a la obligación que la otra contraía a
su favor se convertía en un medio de favorecer a una de ellas en perjuicio
evidente de la otra. Este principio no era, sin embargo, la regla general en
el Derecho romano, en el que los riesgos, de ordinario, eran para el deu-
dor o para el acreedor, según fuera éste o aquél el propietario de la cosa,
pues ésta perecía para su dueño. En las obligaciones de hacer, por ejem-
plo, los riesgos eran del deudor; y en los contratos que tenían por objeto
la restitución de una cosa, pertenecían a su propietario que era, a la vez, el
acreedor.
Muchas legislaciones modernas habían dejado subsistente la regla ro-
mana establecida para el contrato de venta y aun la habían ampliado a
toda obligación de cuerpo cierto. Pero el antiguo Derecho alemán la re-
chazó y, en su lugar, consignó el principio de que los riesgos son para el
deudor hasta el momento en que éste deje de ser propietario, es decir,
consignó para toda clase de obligaciones la regla res perit domino, que los
romanos tenían para las obligaciones de hacer y para la casi generalidad
de los contratos.
El Código Civil alemán ha reproducido en los artículos transcritos ese
mismo principio, esto es, que los riesgos pertenecen al deudor hasta que
la cosa se entregue.
Esta regla la consagra el Código alemán para toda clase de obligacio-
nes, incluso para aquellas que tienen por objeto un cuerpo cierto; y según
él los riesgos de la cosa pertenecen al deudor hasta la entrega, de modo
que si la cosa perece entre el contrato y su ejecución, aquél se resuelve ipso

621
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

jure, porque el acreedor, al no poder recibir la prestación del deudor, que-


da liberado de la suya. Es este gran principio de la resolución del contrato
por la liberación del acreedor a causa de la imposibilidad en que se halla
el deudor de cumplir su obligación, la gran innovación que ese Código ha
introducido en materia de riesgos, porque si bien es cierto que existía en
algunas legislaciones para ciertos contratos no lo es menos también que
no se aceptaba en los contratos bilaterales que tenían por objeto la entre-
ga de un cuerpo cierto. Y la innovación precisamente consiste en haberlo
hecho extensivo a ellos.
Por lo demás, es el único verdadero dentro de la noción del contrato
bilateral. Las obligaciones que de él nacen son correlativas y solidarias;
una es causa de la otra; el acreedor se obliga siempre que el deudor lleve a
cabo su obligación. Luego, si un caso fortuito lo coloca en la imposibilidad
de cumplir con la suya, la del acreedor también se extingue por falta de
causa y el contrato se resuelve o, mejor dicho, desaparece. Debe sí tenerse
presente que aquí el contrato no se resuelve por inejecución del deudor,
sino por liberación del acreedor que, a causa de la imposibilidad en que la
pérdida de la cosa ha colocado al deudor para cumplir su obligación, que-
da exento de la suya.
El Código ha tratado de no desconocer el espíritu y la intención que
induce a las partes al celebrar un contrato bilateral, como lo dice en su
Exposición de Motivos. De ahí que si la totalidad de la obligación del deu-
dor se hace imposible, el acreedor también queda exento de cumplir la
totalidad de la suya; y si la pérdida es parcial, el acreedor cumplirá la suya
en la parte que sea equivalente a la que haya quedado reducida la del
deudor (artículos 472 y 473).
Agrega, además, que el acreedor (aunque en estos contratos ambas
partes lo son, denominamos así a aquella cuya cosa no ha perecido) no
puede exigir la entrega de la indemnización que el deudor haya recibido
del causante de la pérdida de la cosa o la cesión de las acciones que el
deudor tenga contra éste, sino en caso que cumpla su obligación, pues lo
que el Código busca es la compensación recíproca de ambas partes. Si el
valor de esa indemnización o de esa acción es inferior al de la prestación
que debía el deudor, el acreedor tendrá derecho a que la suya se rebaje
proporcionalmente. Por último, si el acreedor cumple su obligación y el
deudor no puede hacerlo por la pérdida de la cosa, aquél puede exigir la
restitución de lo que haya dado, porque en tal caso hay enriquecimiento
sin causa de parte del deudor, lo que confirma una vez más que en estos
contratos la causa de la obligación del acreedor es la obligación que con-
trae el deudor de entregarle efectivamente la cosa.
Si la pérdida proviene del hecho o culpa de una de las partes, o si el
caso fortuito acaece durante la mora de una de ellas, el culpable sufre los
riesgos y la otra tiene derecho para exigir la prestación. Así, si el acreedor
está en mora de recibir la cosa, ésta perece para él y el deudor puede
exigirle el cumplimiento de su obligación. A la inversa, si la cosa perece
durante la mora del deudor, el acreedor tiene siempre el derecho de exi-
girle que cumpla su obligación.

622
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

En resumen, cuando la pérdida no proviene de un hecho del cual


debe responder alguna de las partes, ambas obligaciones se extinguen y el
contrato se resuelve ipso jure por la liberación del acreedor. Cuando la
pérdida es imputable a alguna de ellas, la otra puede exigirle que cumpla
la suya.
Los fundamentos de estos preceptos son la reciprocidad de las obliga-
ciones que existe en todo contrato bilateral y la aplicación a ellos de la
máxima res perit domino, ya que el deudor es dueño de la cosa hasta el
tiempo de su entrega y en tanto ésta no se verifique carece de derecho
para exigir el cumplimiento de la otra obligación, de donde resulta que si
aquélla perece, no puede exigirlo y él la pierde. Sus calidades de deudor y
de dueño de la cosa subsisten hasta la entrega; sólo con ella el acreedor
adquiere su dominio y por esto desde entonces perece para él.
Estos principios reciben plena aplicación en el contrato de venta y en
aquellos que le son similares, según lo dispone el artículo 451 del Código
Civil alemán.
El artículo 446 dice: "La entrega de la cosa vendida hace pasar al com-
prador los riesgos de pérdida y deterioro fortuitos. A partir de la entrega
tiene también el comprador derecho a los productos útiles y la obligación
de soportar las cargas de la cosa. Si el comprador de un predio se inscri-
biese en el registro territorial como propietario antes de la entrega, se
producirán estos efectos a partir desde el momento de la inscripción".
Este artículo innova francamente sobre el principio romano según el
cual los riesgos eran para el comprador desde que se celebraba el contra-
to, aunque no se hubiera verificado la tradición. El Código alemán, que
adoptó para todo contrato y obligación la máxima res perit domino y que
hizo caducar el contrato bilateral cuando una de las partes no pudiera
ejecutar su obligación por un caso fortuito, no podía aceptar aquella injus-
ta doctrina y dijo: el comprador se ha obligado a pagar el precio siempre
que el vendedor le entregue la cosa y como ésta perece para su dueño,
calidad que tiene el vendedor hasta su entrega, es justo que si perece antes
de ser entregada, él la pierda, tanto por ser su dueño, como porque falló
la condición bajo el cual se obligó el comprador, ya que la cosa no podrá
entregársele; en consecuencia, no está obligado a cumplir la suya. Ade-
más, el comprador no será dueño de la cosa sino una vez que se efectúe la
tradición; antes de ella pertenece al vendedor. ¿Por qué entonces hacerla
perecer para una persona que no es su propietario y que solo llegará a
serlo con la entrega? He ahí el motivo por el cual el Código alemán dispu-
so que la pérdida ocurrida entre el contrato y la entrega pertenece al
vendedor; y como, según él, las cosas perecen para su dueño, calidad que
adquiere el comprador sobre la cosa vendida una vez que se le entregue,
dijo en el artículo 446 que "es la entrega de la cosa vendida la que hace
pasar al comprador los riesgos de pérdida o deterioro fortuitos".
Como los riesgos pertenecen al comprador desde que es dueño de la
cosa, resulta que corren por su cuenta desde que se ha efectuado la tradi-
ción, o sea, el modo de adquirir llamado tal, que es la que le da el domi-
nio, porque si se habla de entrega únicamente pueden surgir dudas en

623
DK LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

aquellos casos en que, como en las ventas de inmuebles, los riesgos pasan
al comprador antes de la entrega real, pero una vez efectuada la tradición
o entrega legal. El dominio de aquéllos se transfiere por un contrato cele-
brado ante el magistrado encargado del registro territorial y seguido de su
inscripción en éste. Cuando así sucede, el comprador lo adquiere desde la
inscripción; luego, desde este momento soportará los riesgos, aunque la
entrega efectiva no se haya realizado, pues es aquélla la que le transfiere la
propiedad y los riesgos la siguen.
Podemos decir, en consecuencia, que en el Código alemán el compra-
dor soporta los riesgos desde que se hace dueño de la cosa, lo que ocurre
una vez que se efectúa la tradición del dominio, sea por la inscripción, sea
por la entrega efectiva de la cosa. Por la misma razón, los frutos y productos
de la cosa pertenecen al vendedor hasta la tradición y desde este instante
son para el comprador. Hay, sin embargo, un caso en el Código alemán, el
contemplado por el artículo 447, en que los riesgos pertenecen al compra-
dor aun antes de la entrega real y tiene lugar cuando el comprador, a solici-
tud del vendedor, envía la cosa vendida a un lugar diverso del de la ejecución
en cuyo caso los riesgos pasan a aquél tan pronto como el vendedor ha
entregado la cosa al portador o conductor o a cualquiera otra persona o
establecimiento encargado del transporte y entrega. Aquí, en realidad, se ha
efectuado la tradición, pues si el comprador da esa orden al vendedor quie-
re decir que se da por recibido de la cosa por intermedio de estas personas,
que son sus mandatarios. Hay, pues, una verdadera entrega que, aunque no
se hace al mismo comprador, se hace a personas que lo representan y por su
voluntad. Claro está que si el comprador ha dado instrucciones especiales
sobre el modo de expedición y el vendedor no las cumple, sin justo motivo,
será responsable del perjuicio que por ello cause al primero, lo que no es
sino aplicación de la regla de que los contratos son una ley para los contra-
tantes, que deben cumplir fielmente.
En vista de lo expuesto, no es aventurado decir que el Código alemán
ha establecido en materia de riesgos los principios que la equidad y la
teoría señalaban como verdaderos, a saber: 1) que todo contrato bilateral
se resuelve ipso jure cuando una de las partes se coloca, por un caso fortui-
to, en la imposibilidad de cumplir su obligación, y 2) que los riesgos en el
contrato de venta, como en todo otro, pertenecen al propietario, o sea, al
vendedor, hasta el momento de la entrega o tradición y solo desde enton-
ces al comprador.

800. La legislación inglesa y los Códigos austríaco, argentino y suizo se


asemejan al alemán. En la primera y en el segundo los riesgos y utilidades
de la cosa pertenecen al vendedor hasta el momento en que deja de ser su
propietario. Es la aplicación de la regla res perit domino. El Código austríaco
establece, como consecuencia de esta regla, que si la cosa perece fortuita-
mente o se hace incomerciable, de tal modo que el vendedor no pueda
entregarla, el contrato se tendrá por no celebrado. Es el principio que el
Código alemán consagra para todo contrato bilateral. Los artículos perti-
nentes del Código austríaco son el 1048,1049, 1050,1051 y 1064.

624
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

801. El Código Civil argentino dispone en su artículo 578: "Si la obliga-


ción de dar una cosa cierta es para transferir sobre ella derechos reales, y
la cosa se pierde sin culpa del deudor, la obligación queda disuelta por
ambas partes". El artículo 583 agrega que los frutos pertenecen al deudor
hasta el día de la entrega. Según esos artículos, los riesgos de la cosa vendi-
da pertenecen al vendedor hasta la entrega, ya que a ellos se remite el
artículo 1416 al hablar de los riesgos en el contrato de venta. Como se ve,
ese Código aplica la regla res perit domino y el principio de que el contrato
se resuelve por la liberación del acreedor si el deudor, a consecuencia de
un caso fortuito, no puede cumplir su obligación.

802. El Código federal de las obligaciones de Suiza contiene uno de los


principios del Código alemán y el principio romano, es decir, señala como
causa general de extinción de las dos obligaciones que nacen de un con-
trato bilateral la pérdida de la cosa; y al tratar de la venta o, mejor dicho,
de los contratos que tienen por objeto la transferencia del dominio coloca
los riesgos a cargo del acreedor o adquirente desde la celebración del
contrato, aunque no se haya efectuado la tradición. La regla general es la
primera y la excepción la segunda.
El artículo 145 establece la regla general en estos términos: "Se extin-
guirá la obligación cuando sea imposible cumplirla a consecuencia de cir-
cunstancias no imputables al deudor. En los contratos bilaterales el deudor
liberado de este modo está obligado a restituir lo que hubiere recibido de
la otra parte y no podrá reclamar lo que aún deba, salvo los casos en que
los riesgos sean de cuenta del acreedor desde antes del cumplimiento de
la obligación".
Los riesgos pertenecen al acreedor desde la celebración del contrato,
aunque la entrega no se haya efectuado, en la confección de una obra
material, cuando él ha proporcionado los materiales, y en la venta de un
cuerpo cierto, en virtud del artículo 204 que dice: "Serán para el adqui-
rente, a no ser que se deduzca alguna excepción de las circunstancias o de
un convenio especial, los beneficios y riesgos de la cosa a contar de la
celebración del contrato de enajenación; si la cosa enajenada sólo ha sido
determinada en cuanto a su especie, será preciso, además, que se haya
convertido en cuerpo cierto, y si debiere ser remitida a otra localidad, que
el enajenante se haya desprendido de ella con este objeto".
La regla general en el Código federal de las obligaciones es, pues, res
perit domino, salvo en aquellos contratos en que, como la venta, tienen por
objeto una enajenación en los cuales se aplica la máxima res perit creditori, o
sea, los riesgos pertenecen al adquirente desde su celebración.

803. Ya hemos estudiado, con más o menos detención, el desarrollo histó-


rico que ha experimentado la teoría de los riesgos desde los tiempos del
Derecho romano hasta las legislaciones vigentes y en él hemos podido
apreciar que tanto éstas como los autores de derecho se encuentran dividi-
dos en dos grandes grupos. Unos que sostienen la doctrina romana, o sea,
que los riesgos de la cosa que se debe son de cargo del acreedor y otros

625
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

que ponen esos riesgos a cargo del propietario. Ahora nos corresponde
estudiar en qué consisten estos dos sistemas, cuáles son sus fundamentos y
las razones que se aducen en pro de uno y otro y, finalmente, las críticas
que se les dirigen. Hecho este estudio, podremos llegar con toda facilidad
a determinar cuál es el más equitativo, el más racional y el preferible.
Como se dijo, estos dos sistemas pueden resumirse en dos aforismos:
res perit creditori, es decir, las cosas perecen para el acreedor, y res perit domi-
no, o sea, las cosas perecen para su dueño. Nos ocuparemos primeramente
del que se resume en la máxima res perit creditori.
Se funda en las reglas: debitar certi corporis liberatur interitu rei e impossibi-
lium nulla obligatio. En virtud de estos principios nadie está obligado a lo
imposible, de tal modo que si el vendedor es deudor de un cuerpo cierto y
este perece fortuitamente su pérdida lo coloca en la imposibilidad de cum-
plir su obligación que, por este hecho, queda extinguida, desde que la
pérdida de la cosa que se debe es uno de los modos de extinguir las obli-
gaciones. Como tampoco ha habido culpa de su parte, pues la cosa pere-
ció por caso fortuito, se reputa que el vendedor ha cumplido su obligación,
ya que ha hecho todo lo necesario para impedir que se destruya, que era a
lo que se obligó. No siendo esa pérdida imputable a culpa del vendedor y
reputándose cumplida la obligación que el contrato le impuso, el acree-
dor o comprador no puede reclamarle indemnización de peijuicios y, por
el contrario, está obligado, por su parte, a pagar el precio desde que su
obligación no se ha extinguido y el vendedor cumplió la suya. Esos argu-
mentos explican muy bien la situación del vendedor, pero no la del com-
prador, pues, como dice Huc, "respecto de éste sería injusto y absurdo
considerar que el vendedor ha cumplido su obligación; y tal ficción ten-
dría el carácter de una broma para el comprador, que quedaría siempre
obligado a pagar el precio sin recibir la cosa".1 La explicación referente a
que la pérdida del cuerpo cierto que se debe libera de su obligación al
deudor no sirve sino para resolver la situación en que éste queda en ese
evento; pero de ninguna manera justifica o resuelve la cuestión de los
riesgos en un contrato bilateral, como la venta, en que hay obligaciones
recíprocas y correlativas.

804. Para justificar los errores que esta doctrina puede tener y para expli-
carlos teóricamente se han hecho valer, sin embargo, una serie de argu-
mentos que pasamos a estudiar y que, en síntesis, se reducen a los cinco
siguientes:
1) Esta doctrina está de acuerdo con la naturaleza misma de la venta
que, como todo contrato bilateral, se compone de dos obligaciones inde-
pendientes una de otra;
2) Es muy razonable que el comprador pague el precio aunque no
reciba la cosa, porque no se ha obligado con la condición que el vendedor
se la entregue sino en la inteligencia de que éste cumpla su obligación que

1
Tomo VII, núm. 105, pág. 157.

626
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

se reputa ejecutada por el hecho de emplearse en la custodia de aquella el


cuidado debido;
3) Como los riesgos en la venta no son sino la pérdida del derecho que
de ella emana con relación a la cosa, derecho que tiene el comprador
desde el momento del contrato, resulta que si la cosa perece, ese derecho
se extingue como ocurre también con el que el vendedor tiene sobre la
misma;
4) Esta solución es la más conforme con la equidad, y
5) Responde mejor que ninguna otra a la intención de las partes que,
al celebrar el contrato de venta, han querido colocar los riesgos a cargo
del comprador para libertar así al vendedor del temor de perder la cosa; y
de este modo aquél se convierte, desde su celebración, en un asegurador
de ella respecto del vendedor.
Primer argumento. La compraventa, como todo contrato bilateral, se
compone de dos obligaciones recíprocas o, mejor dicho, de un cambio
de crédito, que, nacidas juntas y de un mismo acto, se separan e inde-
pendizan una de otra una vez celebrado el contrato de manera que cada
una subsiste y se extingue por sí sola sin que estos hechos influyan en
nada en la obligación de la otra parte. Si una de estas obligaciones se
extingue por alguno de los medios legales de extinción, esta extinción
sólo afecta a su acreedor, pero no al otro contratante cuyo crédito subsis-
te en todas sus partes. De aquí se deriva que si la cosa vendida perece
por caso fortuito la obligación del vendedor se extingue y con ella el
crédito del comprador, ya que éste se refería a la cosa únicamente. Pero
el crédito sobre el precio que tiene el vendedor no se extingue, porque la
obligación que le es correlativa aún subsiste, pues su objeto no ha pereci-
do, por lo que el comprador está obligado a cumplirla. 1 Dice Demolom-
be al respecto: "Lógicamente, las dos obligaciones correlativas que resultan
de un contrato sinalagmático son, una vez que éste se ha formado, dis-
tintas e independientes una de otra y cada una queda, en consecuencia,
sometida las reglas que le son propias en razón de su carácter particular;
el crédito del precio pertenece al vendedor como un crédito de canti-
dad, lo mismo que el crédito de la cosa pertenece al comprador como
un crédito de cuerpo cierto. Luego, a cada uno le pertenecerá su crédito
en lo sucesivo tal como se comporte y su existencia tampoco quedará
subordinada a la del otro, pues la extinción del crédito del comprador
por la pérdida fortuita de la cosa no podría tener por efecto extinguir el
crédito del precio que pertenece al vendedor". 2
Segundo argumento. Nada tiene de particular que el comprador quede
obligado a pagar el precio aunque el vendedor no le entregue la cosa,
porque éste ha cumplido sus obligaciones. Es justo entonces que el com-
prador cumpla la suya. En efecto, el contrato de venta crea para el vende-
dor la obligación de conservar la cosa para entregarla al comprador, que

1
POTHIER, III, n ú m . 3 0 7 , p á g . 1 2 3 , LAURENT, 1 6 , n ú m . 2 0 9 , p á g . 2 7 0 .
2
Tomo 24, núm. 424, pág. 406.

627
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

no se obliga a pagar el precio con la condición de que aquél se la entre-


gue sino siempre que se obligue a proporcionársela. Su obligación llega
hasta ahí, obligarse a proporcionar la cosa al comprador para lo cual debe
emplear en su custodia el cuidado debido. Contraída esa obligación, nace
la del comprador. Si se extingue la cosa fortuitamente, la obligación del
vendedor se ha cumplido, puesto que empleó en esa custodia el cuidado
convenido. La obligación del comprador tiene causa y no puede extinguir-
se desde que subsisten los elementos que la forman; y como el vendedor
ha satisfecho la suya el comprador debe también satisfacer la que pesa
sobre él. Según esta doctrina la causa de la obligación del comprador no
consiste en que el vendedor se obligue a entregar la cosa, sino en la obli-
gación de hacer todo lo posible por entregársela. Como ésta se ha realiza-
do, la obligación del comprador subsiste, no obstante la pérdida de la
cosa. Esta pérdida sólo extingue la cosa pero no la obligación en sí misma,
en el sentido de que ésta desaparezca; por el contrario, se la reputa cum-
plida en todas sus partes. 1
Tercer argumento. Los riesgos en un contrato no consisten en la pérdi-
da de la cosa materia de él sino en la extinción del derecho que de ese
contrato emana con relación a aquella. El contrato de venta crea dos
derechos o, mejor dicho, crea uno y deja subsistente el otro hasta su
cumplimiento: el derecho de crédito que el comprador tiene para que
se le entregue la cosa y el derecho del propietario o vendedor que lo
perderá con la tradición. Si la cosa perece, el derecho de propiedad del
vendedor se extingue como también el derecho de crédito que el com-
prador tiene con relación a la misma; pero esa pérdida no extingue el
derecho de crédito al precio que pertenece al vendedor y que nace del
contrato, ya que no se ejerce sobre la cosa. El verdadero derecho que
existe sobre la cosa es el del acreedor o comprador, porque ya es dueño
de un crédito sobre ella que se halla incorporado a su patrimonio, en
tanto que el derecho del vendedor es más bien aparente, desde que
tendrá que cederlo al comprador que, a su vez, tiene acción para exigír-
selo. El vendedor es más bien guardián de la cosa para conservársela a
aquel que es, en realidad, su verdadero dueño. Luego, si perece, debe
perecer para él. 2
Cuarto argumento. Esta solución se apoya también en la equidad, pues
así como el comprador soporta los riesgos sin ser propietario le correspon-
den igualmente los frutos y mejoras de la cosa aun antes de ser tal. Se
establece una compensación entre la buena y la mala fortuna, lo que im-
prime a esta doctrina un sello de justicia y de equidad. En consecuencia, si
después del contrato y antes de la tradición la cosa aumenta de valor, el
vendedor no puede exigir un aumento de precio y está obligado a entre-
garla al comprador con todo ese aumento por el precio convenido. Si

1
POTHIER, III, n ú m . 3 0 7 , p á g . 1 2 4 , LAURENT, 1 6 , n ú m . 2 0 7 , p á g . 2 6 7 y n ú m . 2 0 9 ,
pág. 270.
- RAMBAUD, Explication Etémentaire du Droit Romain, págs. 227 y 228.

628
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

estas mejoras y frutos corresponden a éste es justo que soporte los deterio-
ros y pérdidas que sobrevengan después de la celebración del contrato y
antes de la tradición.
Quinto argumento. Este último argumento ha sido imaginado por Huc y
demuestra un gran talento jurídico, pues es de una sutilidad asombrosa.
Se funda en la manera de interpretar la intención de las partes. Para este
autor la cuestión de los riesgos es de simple interpretación de la voluntad
de los contratantes. Según esta voluntad se quiere ver en el contrato de
venta un medio de liberar al vendedor de los riesgos de la cosa y entregar-
los al comprador desde su celebración, quien se convierte, desde entonces
hasta la entrega, en un asegurador de aquél.
He aquí el raciocinio de Huc. Desde que los riesgos corren por cuenta
del comprador es claro que éste está obligado a pagar el precio tanto cuan-
do la cosa no ha perecido como cuando ha perecido, lo que es un absurdo
manifiesto, porque esta solución lleva a un mismo resultado a dos situacio-
nes enteramente diversas. Es indudable entonces que la obligación del
comprador no puede tener el mismo carácter jurídico cuando la cosa ha
perecido que cuando no ha perecido. Cuando la cosa no ha perecido la obliga-
ción del comprador de pagar el precio es la recíproca natural de la obliga-
ción de entregar la cosa. Pero cuando la cosa ha perecido, ¿cuál es el
carácter de la obligación del comprador? Para explicarlo, Huc entra a in-
terpretar la intención presunta de las partes, según la cual el vendedor, al
celebrar la venta, lo ha hecho con el objeto de librarse del temor de per-
der la cosa y para entregar ese temor al comprador. Según este autor, el
vendedor razona así: "Si yo vendo a Ud., comprador, la casa entregable a
plazo, de acuerdo con el rigor de los principios puros, debo soportar los
riesgos de la cosa sin poder eximirme de ellos mediante la enajenación de
esta misma cosa a un tercero. Por eso, yo vendo precisamente para sus-
traerme de las eventualidades o de la pérdida que pueden amenazar la
cosa; en consecuencia, no consiento en el contrato sino siempre que Ud.,
comprador, tome los riesgos a su cargo a título de compensación o indem-
nización como lo haría un asegurador". 1
Para Huc la venta es un medio que tienen las personas de sustraerse a
los casos fortuitos, pues sucede a menudo que muchos individuos vacilan
en conservar un objeto precioso por el temor de que se les pierda o des-
truya y la única manera que tienen de esquivar ese peligro es vendiéndolo.
Si en conformidad a los principios abstractos el propietario tuviera que
seguir soportando los riesgos, a pesar de la venta, es claro que no lo vende-
ría o, al menos, lo vendería al contado. Una venta de esta naturaleza no es
muy frecuente ni de tan fácil realización como una venta a plazo, ya que
puede ser imposible o, por lo menos, muy difícil entregar la cosa en el
acto o hallarse el comprador en la imposibilidad de pagar inmediatamen-
te. Estos inconvenientes se subsanan con la venta a plazo: de ahí que el
vendedor no vacilará en vender en esta forma con tal que el comprador

'VII, núm. 109, pág. 162.

629
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

consienta en tomar a su cargo los riesgos, es decir, en jugar frente a él el


rol de un verdadero asegurador. Si la cosa perece el comprador está siem-
pre obligado a pagarle el precio, pues éste representa la indemnización esti-
pulada por el vendedor en compensación del peijuicio que a él le ocasiona
haber renunciado a la facultad de traspasar a otro los riesgos de la cosa,
con mayor razón todavía cuando aceptó una venta a plazo a pesar que
pudo haberla celebrado al contado. El precio que debe el comprador no
es propiamente el valor de la cosa sino el pago que se da al vendedor por
el servicio que prestó de tener la cosa en su poder y de no venderla a otra
persona y por el daño que le ha podido causar la renuncia de otras posi-
bles ventas. De este modo la obligación del comprador tiene causa y no
puede extinguirse. Mas todavía, esa obligación se ha transformado. Ya no
consiste en el pago del precio sino en el de una indemnización, desde que
la situación del vendedor da lugar a esto únicamente por haber variado su
rol en el contrato. Con él debe variar también la naturaleza de su crédito,
lo que es más exacto aun si se considera que el precio no existe sino en la
venta, contrato que aquí ha desaparecido para transformarse en el de arren-
damiento de servicios, si pudiera decirse. El monto de la indemnización a
que tiene derecho el vendedor se determina naturalmente por la cuantía
del precio en el contrato principal, por lo que la acción para exigirla pare-
ce confundirse con la acción propiamente tal de pago del precio. 1

805. Veamos ahora la crítica que nos merece cada uno de esos argumen-
tos para demostrar, si nos es posible, el error jurídico de donde esta doctri-
na arranca su origen.
Primer argumento. No es exacto que la venta se componga de dos obliga-
ciones independientes. Por el contrario, ambas son correlativas y solidarias
durante el tiempo que dura la existencia del contrato y sin una no puede
existir la otra. Esta es la verdadera noción del contrato bilateral. El com-
prador se obliga a pagar el precio siempre que el vendedor se obligue a
entregarle la cosa; de ahí que si la obligación del vendedor desaparece, la
del comprador tiene que extinguirse, sea que a una se la considere como
causa o como condición de la otra.
Si se la considera como causa resulta que la causa de la obligación del
comprador es la adquisición de la cosa, es decir, la obligación del vende-
dor. En efecto, el comprador paga el precio para recibir de manos del
vendedor la cosa a que se refiere el contrato. Esta cosa es el objeto de la
obligación del vendedor. Si perece, esa obligación se extingue por falta de
objeto y al extinguirse hace desaparecer la causa de la obligación del com-
prador. Una obligación sin causa es nula, dice la ley o, mejor dicho, inexis-
tente. El contrato se extingue porque las dos obligaciones que lo forman
dejan de existir. No hay aquí resolución por incumplimiento, sino extin-
ción o muerte del contrato por destrucción del objeto materia de él. Este
argumento ya lo habían hecho valer los autores del Derecho natural para

1
MI, núm. 110, pág. 163.

630
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

criticar la máxima res perit creditori. En él se funda el Código alemán para


eximir al acreedor del cumplimiento de su obligación. Es también el que
existe en nuestra legislación como regla general en el arrendamiento, en
el contrato sobre confección de obra material y, por lo común, en todas
las obligaciones de hacer y de dar que no sean de cuerpo cierto.
Si la obligación del vendedor se considera como una condición a la
cual está subordinada la existencia de la del comprador llegamos a idénti-
co resultado. Este dice al vendedor: te pago el precio con la condición que
me entregues la cosa; pero sucede que ésta perece y aquél no puede entre-
garla. La condición positiva ha fallado, lo que extingue la obligación del
comprador, que se considera como si jamás hubiera existido. Nada impor-
ta que la pérdida sea fortuita, porque es precisamente a la que se refiere el
comprador desde que si la pérdida es imputable al vendedor conserva
siempre su derecho para exigirle el cumplimiento de su obligación.
Segundo argumento. De lo expuesto se desprende que la extinción de la
obligación del vendedor exime al comprador del pago del precio, sin que
aquél pueda pretender ese pago en razón de que ha cumplido con sus
obligaciones. Los sostenedores de esta doctrina creen que el vendedor ha
cumplido su obligación si emplea en la custodia de la cosa el cuidado
debido; por cuyo motivo si ésta perece fortuitamente, esa obligación se
reputa cumplida y el comprador debe cumplir la suya. Esto no es exacto.
Vimos que la obligación del comprador tenía por causa la obligación del
vendedor de entregar la cosa. Aquél no se contenta con el cuidado de la
cosa, quiere la entrega. La obligación propia del vendedor es entregar.
Como consecuencia de ella tiene la de conservar. Si la cosa perece, no
puede cumplir su obligación de entregar. No ha dado cumplimiento a lo
convenido y a lo que quería el comprador, de donde fluye que, no exis-
tiendo esta obligación, no puede existir tampoco la de aquél.
Esta doctrina parte del principio errado que la obligación del vendedor
consiste en tratar de proporcionar la cosa y no en proporcionarla. Para ello
divide su obligación en dos: conservación y entrega; y exige al vendedor
como única obligación para que la del comprador tenga causa la primera, la
conservación. Pero olvida que la obligación del vendedor es entregar y no
conservar, la que no es sino un accesorio de aquélla. De ahí que si el vende-
dor sólo ha cuidado no ha satisfecho su compromiso. Le falta hacer la entre-
ga. Es tan cierto que éste es el fin principal de su obligación que conserva
precisamente para entregar. No cumpliendo su obligación no puede exigir
al comprador la suya. El vendedor cumple su obligación entregando la cosa.
Cuando así lo haga, estará obligado el comprador a pagar el precio. Soste-
ner lo contrario es desconocer el objeto del contrato de venta, la intención
de las partes y el carácter mismo de la obligación de dar.
Tercer argumento. Este argumento es aun más errado que los dos ante-
riores. Según él, la pérdida de la cosa extingue el derecho del acreedor,
pero de ninguna manera el crédito del vendedor que subsiste. Parte de un
principio falso, según el cual el vendedor es un propietario aparente, por
lo que la pérdida no puede afectar a él sino al que en realidad lo es, o sea,
al comprador.

631
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

El contrato de venta no transfiere el dominio, por lo general. De ahí


que para ello sea menester la tradición. Mientras ésta no se realice el úni-
co propietario de la cosa es el vendedor. El único derecho in rem que hay
en el contrato es el suyo. El comprador tiene un derecho personal contra
el vendedor, pero no un derecho sobre la cosa. Es un derecho a la cosa, un
derecho para exigir su entrega, que está subordinado al que aquél le dará.
Si la cosa perece es razonable que el único derecho que se extinga sea el
del vendedor. El comprador no puede perder un derecho que no tiene
sobre la cosa que perece y si pierde su derecho o, mejor dicho, si se extin-
gue es porque ha desaparecido el del vendedor, al cual estaban subordina-
dos el suyo y su obligación.
El raciocinio tendiente a demostrar que el vendedor es un propietario
aparente es erróneo. El derecho de propiedad es absoluto, excluye a todo
otro. Una cosa no puede tener dos dueños con iguales derechos y sobre su
totalidad. Sea aparente o no el derecho del vendedor, deba o no cederlo,
lo cierto es que antes de la tradición sólo él tiene algún derecho sobre la
cosa, que es el único que se extingue con su pérdida. El derecho del com-
prador es contra el vendedor para exigir que le entregue la cosa. No es un
derecho real y no perece con ésta. Lo que ocurre, volvemos a repetir, es
que extinguiéndose el derecho del vendedor tienen que extinguirse el
derecho y la obligación del comprador, porque uno y otra dependen del
derecho que aquél se obliga a entregar y que ahora no existe.
Cuarto argumento. No creemos que pueda sostenerse razonablemente que
esta doctrina sea conforme con la equidad por tres motivos: 1) porque es
inexacto, como lo pretenden sus partidarios, que el comprador soporte los
riesgos a consecuencia de que recibe las mejoras y aumentos de la cosa; 2)
porque aun cuando esto fuera verdadero no existe allí la compensación que
se ha querido buscar al darle los riesgos al comprador, y 3) porque esta
doctrina, en teoría, conduce a abusos lamentables cuando el vendedor ven-
de una misma cosa a varias personas o cuando ésta es ajena.
Vimos más adelante que si el comprador soportaba los riesgos no era
como consecuencia de recibir los aumentos y mejoras de la cosa. Por el
contrario, éstas se le dieron para atenuar en parte siquiera la injusticia que
resultaba de hacerle sufrir las pérdidas y deterioros no siendo dueño. Este
argumento, en lugar de demostrarnos la equidad del sistema que ahora
refutamos, nos manifiesta su injusticia, ya que esta compensación que se
quiso hacer entre la buena y la mala suerte tuvo por objeto atenuar el
rigor de esa fórmula.
En segundo lugar, esa compensación no existe, porque se olvidan que
las expectativas de aumento de valor que puede experimentar la cosa, aun-
que aumentan el beneficio del comprador sin aumentar el precio, no cons-
tituyen jamás para el vendedor sino un valor que deja de ganar y no una
pérdida verdadera, desde que nunca ha estado destinado a entrar en su
patrimonio, en tanto que las expectativas de pérdida o deterioro se produ-
cen sin variar en nada la obligación del comprador, de modo que siempre
constituyen para él una pérdida efectiva y real, ya que tendrá que ejecutar
completamente su obligación sin recibir nada en cambio. En otras pala-

632
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

bras, esta compensación produce para el vendedor, cuando la cosa aumen-


ta de valor, un peijuicio consistente en lucro cesante; y para el comprador,
cuando aquélla se deteriora o pierde, un peijuicio que consiste en daño
emergente. Si la cosa aumenta de valor el vendedor no experimenta nin-
guna pérdida; sólo deja de ganar, pues cumplirá su obligación tal como la
pactó, ni más ni menos. Si la cosa se deteriora o perece, tampoco pierde
nada, puesto que siempre el comprador le pagará el precio. En cambio,
éste sufre en tal caso una pérdida manifiesta, puesto que su obligación se
cumplirá íntegramente, sin que haya reciprocidad por la otra parte. No
hay, pues, compensación en este sistema.
¿Habrá algo más injusto que hacer soportar la pérdida o deterioro de
una cosa al que no es su dueño y al que tal vez ni la conoce? ¿Por qué pierde
el comprador una cosa que no le pertenece y por qué está obligado a pagar
su valor, no obstante haberlo convenido en cambio de ella? La sola enuncia-
ción de estas preguntas hacen resaltar la injusticia de esa regla, porque lo
justo es que las cosas perezcan para su dueño, pero de ningún modo para el
que sólo tiene expectativas de llegar a tenerla y que en esa virtud se obliga.
Finalmente, en teoría, y si no fuera porque en la práctica se ha echado
mano de algunos recursos legales para evitar los abusos de esta regla, ella
conduciría a extremos lamentables. Los abusos que puede originar son
dos: 1) si el propietario de una cosa la ha vendido por separado a dos o
más personas y perece fortuitamente, aquél tendría, según esta regla, el
derecho de hacerse pagar por cada uno de ellos y recibiría así dos veces el
precio de la cosa, y 2) si se ha vendido una cosa ajena y perece, el vende-
dor recibiría el precio sin haber desembolsado nada para procurársela.
Estos abusos, en realidad, pueden cometerse y dentro de la aplicación
pura de la doctrina que venimos criticando son perfectamente posibles.
Para impedirlos las legislaciones han recurrido a diversos arbitrios.
El primero de esos casos lo soluciona nuestro Código colocando los
riesgos a cargo del vendedor cuando hubiere vendido una misma cosa a
dos o más personas por contratos distintos. Entre los romanos se le impo-
nía la pena del engaño, por estar de mala fe. El sistema adoptado por
nuestro Código no es muy práctico, pues muchas veces la prueba será
imposible y el comprador se verá obligado a pagar el precio, ya que no se
ha acreditado la existencia de dos o más ventas de la misma cosa, que es lo
único que lo exime de ese pago.
El segundo defecto se subsana entre nosotros, y así ocurría en Roma,
imponiendo al vendedor la obligación de ceder al comprador las acciones
que tenga contra el autor de la pérdida o deterioro. Si esta cesión no se
hace el comprador puede negarse a pagar el precio; y como el vendedor
no es propietario de la cosa, no podrá hacerla y no podrá recibir el precio.
Pero esta solución es posible cuando la cosa ha perecido por el hecho de
un tercero. Si perece por un hecho ajeno al hombre, ¿cómo se soluciona
la dificultad? Aquí enmudecen las legislaciones y los autores, que aceptan
tácitamente que el comprador debe pagar el precio.
A la simple vista aparece la injusticia de esta doctrina, pues con ella se
premia y recompensa la mala fe y aun se proporciona un medio de lucrar

633
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

a costa de otro. Algunos sostienen que esas situaciones no se presentan


sino de tarde en tarde, por lo que no deben tomarse en cuenta. Esto no es
exacto. Son muy frecuentes y de ahí que sean la mejor prueba del error de
esta escuela.
Huc, deseoso de demostrar que estos temores son infundados, deduce
dos consecuencias del carácter jurídico que, según él, tiene la obligación
del comprador cuando perece la cosa, con las cuales tiende a justificar la
veracidad del argumento que se basa en la equidad. Dijimos que, según
ese autor, esta obligación se convertía para el vendedor en un crédito de
indemnización. Siendo tal, ese crédito no puede reclamarse sino cuando
el acreedor, que en este caso es el vendedor, haya realmente experimenta-
do algún perjuicio por la pérdida de la cosa. Su valor tampoco puede
recibirse dos veces aunque haya varios deudores. La primera consecuencia
se aplica al caso en que se vende una cosa ajena. La segunda a aquel en
que una misma cosa se vende a varias personas.
Cuando el vendedor vende una cosa ajena no ha sufrido ningún daño
consistente en no haber podido traspasar a otro los riesgos o, mejor dicho,
no ha renunciado a la facultad de poder librarse de ellos, ya que aquélla
no le pertenece. No ha recibido ningún peijuicio y no puede exigir in-
demnización. Es cierto que ésta no es propiamente la argumentación de
Huc; pero es la única que puede darse con respecto al principio romano,
que es al que nos estamos refiriendo, porque la que él formula se refiere
al Código francés.
Cuando perece la cosa que se ha vendido a varias personas, el vende-
dor puede, en teoría, exigir el precio a cada una, desde que cada venta
debe ser considerada independientemente y así como cada comprador
tiene una acción cuando la cosa no ha perecido, del mismo modo cada
comprador debe estar sometido a una acción cuando perece. Como esto
constituiría un absurdo, ya que si no hubiera perecido el vendedor habría
tenido que indemnizar los peijuicios a aquellos compradores a quienes no
hubiere podido cumplirles su obligación, hay que aceptar que si la cosa
perece no puede recoger el precio de todos ellos. Solo podrá reclamarlo
de uno y el pago hecho por éste liberará a los otros. Hay una especie de
obligación in sólidum que se asemeja al caso en que varias personas han
caucionado una misma deuda por actos diferentes. 1
La fragilidad y los vacíos del raciocinio de Huc se notan fácilmente.
Así, por ejemplo, ¿cómo explica este autor que el vendedor no pueda exi-
gir el precio de todos los compradores? ¿No hay acaso una flagrante con-
tradicción entre lo que sucede cuando la cosa perece y lo que sucede
cuando no perece, pues mientras en aquel caso el vendedor no puede
exigir el precio a todos los compradores, en el último está, sin embargo,
obligado a indemnizarlos a todos? ¿No sería más justo establecer que así
como en el segundo caso el vendedor indemniza a todos, en el primero,
como compensación, pudiera obligar también a todos a que le pagaran el

1
MI, núms. 110 y 111, págs. 163 a 166.

634
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

precio? ¿En virtud de qué principio se exime en tal evento al comprador


de la obligación de soportar los riesgos? Son preguntas a las cuales el au-
tor no responde.
Quinto argumento. No nos parece tampoco que esta doctrina responda
mejor que ninguna otra a la intención de las partes. No es exacto que el
comprador haya querido echarse sobre sí los riesgos de una cosa que no le
pertenece. Su intención no puede ser otra sino que los riesgos sean para
el vendedor desde que si se obliga a pagar el precio es a cambio de la cosa
que aquél debe entregarle, lo que hace suponer que ha contratado en la
esperanza de llegar a tenerla para entone pagar el precio. Si, por otra
parte, recurrimos al buen sentido y al criteno común de las gentes vere-
mos que a todos repugna que el comprador esté obligado a pagar el pre-
cio, aunque la cosa perezca. Todos dicen que si compran algo es para que
se les entregue y de ningún modo para darse el placer de pagar el precio
sin recibir nada. Esta es la verdadera intención de las partes. No hay nin-
guna razón para obligar al comprador a que pague al vendedor la renun-
cia de una facultad, ya que él también renuncia a la suya de invertir su
dinero en otra cosa. Las obligaciones consisten precisamente en coartarse
la libertad sobre lo que es materia de ellas.
Podemos decir, en conclusión, que tanto las argumentaciones de he-
cho como las de derecho que se invocan para explicar y justificar esta
doctrina son inatendibles, porque unas y otras parten de principios erra-
dos, que sólo logran mantenerse por el ingenio de sus autores. Por el
contrario, sirven para demostrar aún más que esta regla, emanada del De-
recho romano, no es ni jurídica, ni racional, ni justa, y no tiene ni puede
tener otra defensa y explicación que su antigüedad y el hecho de ser el
producto del desarrollo histórico de una institución jurídica.

806. En el extremo opuesto, haciendo contraste con la doctrina anterior,


se encuentra la que se resume en la máxima res perit domino. Según ésta,
las cosas perecen y producen para su dueño. Es justo, se dice, que si una
cosa perece la pierda aquel a quien pertenece, desde que solo él tiene un
derecho sobre ella. Nada importa que la cosa objeto de la pérdida esté o
no sujeta a un vínculo jurídico, porque aun en este caso siempre tendrá
un propietario, que será quien la pierda. El otro contratante, que no se
habrá obligado sino con el propósito de recibir la cosa, no tiene por qué
cumplir su obligación, puesto que no recibirá nada en cambio. De este
modo el contrato desaparece, siendo su dueño el único peijudicado con
la pérdida.

807. Veamos los fundamentos en que se apoya esta doctrina para señalar
enseguida las críticas que se le dirigen.
Ante todo debe hacerse notar que esta regla es más lógica, más justa y
más racional que la anterior. Lo razonable es que las cosas perezcan para
su dueño, desde que a él pertenecen. Es el único que tiene un derecho
real sobre ellas y, por lo tanto, el único que puede perder algo cuando
perecen.

635
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

No es tampoco un principio descaminado, ya que constituye la regla


general en materia de obligaciones, tanto en las de dar como en las de
hacer. La excepción sólo se consigna en las de dar un cuerpo cierto. Así,
en el arrendamiento, en la confección de una obra material, en las obliga-
ciones condicionales, en las de género, etc., la regla es que las cosas perez-
can para su dueño. ¿Puede ser absurdo un principio que constituye la
regla general en el derecho? Si ello es así ¿por qué hacer diferencias con
las obligaciones de dar un cuerpo cierto? La regla general en las legislacio-
nes, como se ha dicho, es que las cosas perecen para su dueño, quien, no
pudiendo proporcionarla a la otra parte, no puede tampoco exigirle el
cumplimiento de su obligación, si el contrato es bilateral. Si la cosa arren-
dada perece, por ejemplo, se extingue la obligación del arrendatario, pues
el arrendador no cumple la suya, en cambio de la cual se obligó aquél. Lo
mismo sucede en la venta. El comprador se obliga a pagar el precio siem-
pre que el vendedor le entregue la cosa. La obligación del comprador
tiene por causa la del vendedor. Si ésta perece por falta de objeto desapa-
rece la causa de aquélla y el contrato se extingue. Esta reciprocidad y co-
rrelatividad existe en todo contrato bilateral y no puede desconocerse sin
variar en absoluto su naturaleza. Es lógico, entonces, que la cosa perezca
para su dueño puesto que si se pierde, éste se coloca en la imposibilidad
de cumplir el requisito que se había señalado como indispensable para
que pudiera exigir de la otra parte el cumplimiento de su obligación. No
hay, como se ve, ninguna razón para aplicar a las obligaciones de dar un
cuerpo cierto un principio diverso del que se aplica a las demás obligacio-
nes y contratos.
Esta regla, por último, no presenta los inconvenientes de la otra en los
casos de venta de cosa ajena y de venta de una misma cosa a varios perso-
nas, porque, según estos principios, el comprador sólo paga el precio cuan-
do se le entrega la cosa; de modo que si perece antes de la entrega, no
paga nada por lo que el vendedor no se beneficiaría sin causa como en el
caso anterior.

808. Los ataques que contra ella se formulan carecen en absoluto de base
y se reducen a tres:
Primero. Se dice que es un absurdo formular como regla jurídica un
hecho tan lógico y que cae de su propio peso. Esta crítica la hacen Maynz
y Accarias. "Si ella significa simplemente, dice este último, que si una
cosa perece por un caso fortuito el propietario pierde su propiedad, no
es sino una expresión algo ingenua de una verdad evidente". 1 Y Maynz,
por su parte, agrega: "Nada es más verdadero que esta proposición si con
ella se quiere significar que el propietario que pierde una cosa fortuita-
mente experimenta una pérdida; pero en esta acepción sería de una tri-
vialidad ridicula". 2

1
Obra citada, II, pág. 206, nota 2.
2
Tomo II, pág. 38, nota 6.

636
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

No veo, realmente, los motivos que tengan esos autores para pensar
asi- ¿No son acaso las leyes y las reglas jurídicas la expresión de los hechos
y de las costumbres? ¿O son aquéllas un conjunto de principios doctrina-
nos sin aplicación práctica, producto del cerebro de los juristas? Mientras
mas se asemejan las leyes a los hechos reales, mucho mejores son. La máxi-
ma res perit domino es la expresión de uno de esos hechos. Por eso es la más
exacta y justa de las que se formulan al respecto.
Segundo. Otros creen que si esta regla es muy racional y conveniente en
los contratos en que se trata de la restitución de una cosa y en aquellos en
que al frente del propietario está el usuario o guardián de ella o cuando la
cosa no es objeto de obligación, no sucede lo mismo cuando es objeto de
una obligación, pues entonces al frente del propietario hay otra persona
que tiene sobre ella más derecho que él lo que la hace inaplicable en tales
casos. Tanta razón hay para aplicarla a unos como a otros, decimos noso-
tros, pues en ambos casos el único propietario es el dueño de la cosa, o
sea, el acreedor en los primeros y el deudor en los segundos. Una regla
jurídica no tiene por qué alterarse por el hecho de que la cosa esté someti-
da a una obligación, desde que, a pesar de ésta, siempre subsiste sobre ella
el dominio del vendedor o deudor.
Tampoco es cierto que en los contratos bilaterales el derecho del acree-
dor sea más poderoso que el del deudor. Este es el propietario de la cosa.
Aquél es acreedor de una obligación personal cuya existencia depende de
la que, a su vez, tiene el deudor. Si la cosa perece la pierde su dueño. El
derecho del comprador no se extingue porque desaparece la cosa sino
porque se extingue la obligación del vendedor a la cual estaba subordina-
do. Su acción es personal contra el vendedor y no sobre la cosa y por eso
no se extingue con la pérdida de ésta. Pero como para ejercitarla necesita
que el vendedor pueda cumplir su obligación, resulta que si éste se halla
en la imposibilidad de cumplirla el derecho del comprador tampoco pue-
de ejercitarse, por lo cual no está obligado a cumplir la obligación que
sobre él pesa ya que sólo estaba obligado a ella en cambio del derecho que
iba a ejercer. El derecho que se pierde es, pues, el del vendedor o deudor
porque sólo él tenía alguno sobre la cosa. El del comprador, que no se
ejercía sobre ella, se extingue como consecuencia de la imposibilidad en
que aquél se encuentra. Fluye de esto que lo lógico y lo justo es que la
cosa la pierda el vendedor y no el comprador. Además, éste no tiene por
qué dar el precio si no recibe la cosa por la cual iba a pagarlo.
Tercero. El tercero y último ataque que se dirige a esta doctrina es que
en algunos Códigos, como en el francés por ejemplo, hay casos en que la
cosa no perece para su dueño; así ocurre en aquellos en que el vendedor
está en mora de entregar la cosa. En ese Código el vendedor, por el hecho
del contrato, deja de ser propietario de la cosa, calidad que adquiere el
comprador. Aunque el vendedor esté en mora de entregar el comprador
es siempre propietario; pero en tal caso la cosa perece para aquél y no
para éste. Laurent cree que esto es la mejor prueba de la falsedad de
aquella regla. Pero olvida el autor que si el Código francés establece tal
precepto lo ha hecho para castigar al vendedor que no tiene por qué per-

637
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

judicar al comprador por un hecho que es imputable a su propia culpa. Si


el vendedor no entrega la cosa a tiempo origina un peijuicio al compra-
dor. Se supone que él destruyó la cosa y como nadie tiene derecho para
destruir lo ajeno y para causar un daño a otro debe indemnizar al propie-
tario el peijuicio que le ha ocasionado. Ese precepto confirma aún más
esta doctrina ya que la cosa en el hecho perece para su dueño que es el
comprador, puesto que él la pierde y lo que debe el vendedor no es sino la
reparación del daño causado por su mora. Tan exacto es que esta disposi-
ción no es una excepción a esa regla sino una pena impuesta al vendedor
que el Código alemán también la consigna; de modo que, según él, si el
acreedor, que sólo es dueño de la cosa después de la tradición, la destruye
por su culpa, no queda exento de cumplir su obligación; por el contrario,
debe llevarla a cabo como una reparación del daño que causó a su deudor
privándolo de ella.
En resumen, esta doctrina es la más conforme con todos los principios
jurídicos que consagran las legislaciones, porque es el reflejo de los he-
chos reales y porque armoniza el derecho con la equidad como lo com-
prueban los sólidos argumentos en que se basa y la debilidad notoria de
las críticas que se le dirigen. Los Códigos modernos así lo han comprendi-
do; de ahí que todos ellos comiencen a estamparla como la regla general
para toda obligación.

809. Veamos ahora la forma en que nuestro Código ha resuelto la cues-


tión de los riesgos en los contratos bilaterales y especialmente en el de
venta.
Se ha dicho antes que entre los romanos, una vez celebrada la compra-
venta, la cosa vendida perecía para el comprador. Esta regla, que no fue
sino la consecuencia de haber aplicado a cada uno de los contratos unila-
terales de que aquella se componía el principio de que las cosas perecen
para su dueño, sólo se aplicaba a ese contrato y no constituía la regla
general en materia de obligaciones. El Código francés hizo extensiva la
cuestión de los riesgos a todas las obligaciones de dar un cuerpo cierto. De
este modo, la regla que hasta entonces era especial del contrato de venta
pasó a ser el principio general y común.
Este Código, al generalizar esa regla, sustituyó la palabra "comprador"
por la de "acreedor" porque aquél era acreedor de cuerpo cierto. Al mis-
mo tiempo que hacía esta sustitución daba al acreedor el carácter de pro-
pietario, de manera que si puso los riesgos a su cargo no fue como una
imitación de la regla romana sino en virtud del principio res perit domino.
En aquel Código el dominio se transfiere por el solo efecto del consenti-
miento. El acreedor es dueño de la cosa desde el contrato y como las cosas
perecen para su dueño, tuvo que establecer que los riesgos pertenecerían
a él desde ese momento.
Nuestro Código reprodujo la regla del Código francés de que las cosas
perecen para el acreedor y en su artículo 1550 dijo: "El riesgo de un cuerpo
cierto cuya entrega se deba, es siempre a cargo del acreedor". Se consignaba así
como una regla general la del Código francés; pero al reproducirla se

638
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

varió por completo su espíritu. Como en éste el consentimiento transfiere


el dominio sin necesidad de tradición, el acreedor de una cosa es su pro-
pietario desde ese instante por cuyo motivo los riesgos le pertenecen a
partir del contrato en su calidad de dueño y no en la de acreedor. Nuestro
Código no dio al consentimiento el mismo efecto. No hizo al contrato
traslaticio de dominio y el acreedor no pasa a ser propietario desde su
celebración sino en virtud de la tradición. Pero nuestro Código, olvidando
que el Código francés daba los riesgos al acreedor porque era el dueño de
la cosa y no porque era acreedor, consignó lisa y llanamente el principio
de que los riesgos son para el acreedor. Al proceder así no reprodujo ni el
principio francés, según el cual los riesgos son para el acreedor por ser
propietario, o sea, en virtud de la regla res perit domino, ni consignó tampo-
co la regla del Derecho romano, porque si bien es cierto que estableció la
de éste para el contrato de venta no lo es menos también que entre los
romanos la regla para la venta era la excepción y que sólo a ella se aplica-
ba, pues el principio general en esa legislación era que las cosas perecían
para su dueño, en tanto que entre nosotros la regla de que la cosa perece
para el acreedor, sea o no su propietario, pasó a ser el principio general
en las obligaciones de dar un cuerpo cierto.
La doctrina de nuestro Código es sencillamente ridicula y puede consi-
derársela como creada por nuestro legislador. Es verdad que ya existía,
pues desde los tiempos del Derecho romano el comprador no era sino
acreedor y sin embargo la cosa perecía para él. Pero volvemos a repetir,
esta regla era única y exclusivamente aplicable a ese contrato, como puede
verse en el Digesto y en las obras de Domat y Pothier que la estudian al
hablar de la venta. Haberla aplicado a todo acreedor y no sólo al que tiene
esta calidad por ser comprador es la obra del Código Civil chileno, lo que
por lo demás es el resultado de un error y de una falsa interpretación del
Código francés.
Esta doctrina es ridicula porque no se justifica en ninguna forma. La
regla romana tenía su justificación histórica. Fue el resultado de la des-
composición del contrato de venta en dos contratos unilaterales indepen-
dientes y ajenos en absoluto uno del otro. El principio del Código francés
es perfectamente racional, puesto que coloca los riesgos de la cosa a cargo
de su dueño. Pero ¿qué justificación tiene el principio nuestro? ¿Se dirá,
tal vez, que el acreedor tiene sobre la cosa debida un derecho personal
que se extingue con la pérdida de aquella? Este argumento invocado para
explicar el principio de los riesgos en la venta romana no es capaz de
justificarlo en este caso y menos todavía en toda obligación de dar. Vimos
que la regla romana no puede explicarse ni teórica ni racionalmente. Lue-
go, es absurdo pretender justificar la nuestra en esa forma, con mayor
razón aun cuando ese argumento, como se vio, no prueba nada. Preten-
der una explicación histórica no es posible; nosotros no asistimos a la evo-
lución del contrato bilateral, pues lo recibimos formado.
La única explicación es la que ya se ha dado, o sea, que nuestro legisla-
dor, en su afán de copiar el Código francés, al colocar los riesgos a cargo del
acreedor, olvidó que si en aquél ocurría así se debía a que el acreedor era a

639
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

la vez dueño de la cosa, lo que no sucede entre nosotros, de modo que si los
soportaba era en su calidad de tal y no en su calidad de acreedor.

810. Pero el principio consignado en el artículo 1550 del Código Civil y


que reproduce el artículo 1820 ¿es la regla general en nuestra legislación
o constituye la excepción? Esto nos obliga a resolver otro punto y es el que
se refiere a saber quién soporta los riesgos entre nosotros. El artículo 1150
del Código Civil establece que: "El riesgo del cuerpo cierto cuya entrega se deba,
es siempre a cargo del acreedor". He ahí resuelta por nuestro Código Civil la
cuestión de los riesgos en forma clara y precisa. Debe tenerse presente
que este artículo se aplica únicamente a las obligaciones de dar que tienen
por objeto un cuerpo cierto.
Si la obligación es de hacer los riesgos son para el deudor, pues aun-
que el Código no lo dice así se desprende de varios de sus artículos. El
artículo 1950, por ejemplo, dispone que el arrendamiento de las cosas
termina por la destrucción total de la cosa arrendada. Esto es muy razo-
nable. La obligación del arrendatario está subordinada a la del arrenda-
dor que consiste en proporcionarle el goce de la cosa. El arrendador es
deudor de una obligación de hacer y tanto él como el arrendatario tie-
nen derechos sobre la cosa: uno de propiedad y otro de uso y goce;
luego, ambos se extinguen. Pero como el derecho del arrendatario de
gozar la cosa es correlativo con la obligación del arrendador de propor-
cionarle su goce, resulta que si ésta se extingue, aquél desaparece y con
él su obligación de pagar la renta, ya que si contrajo esta obligación fue
para ejercitar ese derecho. Por consiguiente, el arrendador es el único
que soporta los riesgos, desde que el arrendatario no continúa pagando
la renta. En los contratos sobre confección de una obra material, según
el artículo 2000, la pérdida de la materia recae sobre el dueño. Si el
artífice proporciona la materia, la pérdida es para él (artículo 1996). Si
la materia es suministrada por el que ordenó la obra, la pérdida es suya y
el artífice no puede reclamar su salario. En ambos casos la pérdida afecta
al d u e ñ o de la cosa que, al mismo tiempo, es deudor de ella en el primer
caso y del salario, en el segundo.
Finalmente, el artículo 2101 establece que si uno de los socios no cum-
ple su obligación de aportar las cosas prometidas, sea porque éstas pere-
cen, porque dejan de estar en el comercio, etc., la sociedad podrá disolverse,
de donde resulta que la pérdida afecta al socio y no a la sociedad que es
acreedora. Esos tres ejemplos nos demuestran que en las obligaciones de
hacer los riesgos pertenecen al deudor.
Los riesgos de las obligaciones de género también son para el deudor y
no para el acreedor, ya que si las cosas que se deben genéricamente pere-
cen, el deudor no se libera de su obligación, porque el género no perece y
debe cumplirla entregando otras. En las obligaciones condicionales, aun
en las que consisten en dar un cuerpo cierto, la pérdida total de la cosa es
para el deudor y no para el acreedor, según el artículo 1486 del Código
Civil. Igualmente, en los contratos unilaterales, tales como el depósito, el
comodato, etc., la pérdida fortuita de la cosa afecta únicamente a su due-

640
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

ño que no puede exigir nada del deudor, cuya obligación se ha extinguido


con arreglo al artículo 1670 del Código Civil.
Como se ve, en nuestra legislación encuentra amplia acogida el princi-
pio universalmente reconocido de que las cosas perecen para su dueño.
Los ejemplos propuestos nos lo demuestran. Fuera de ellos también tiene
cabida cuando la cosa no es objeto de obligación. En las obligaciones de
hacer y en las de dar que no son de cuerpo cierto, el único propietario de
la cosa, el único que tiene sobre ella un derecho de dominio es el deudor;
luego la cosa perece para él.
La regla general entre nosotros es, pues, que las cosas perezcan para su
dueño. Nos queda por averiguar ahora si esa regla se aplica también a las
obligaciones que consisten en dar un cuerpo cierto. Aquí nos encontra-
mos con que el deudor es propietario, porque el acreedor no adquiere el
dominio mientras no le sea entregada. Lo lógico sería que la cosa perecie-
ra para aquél. Pero nuestro Código, como se ha visto, declaró que en este
caso los riesgos son para el acreedor, fundado en que su derecho a la cosa,
no obstante no ser real, es más efectivo, más poderoso que el del deudor,
ya que éste tiene sobre ella un derecho aparente, pues si lo conserva es
con el único objeto de cederlo al acreedor que tiene los medios de exigír-
selo, por cuanto se encuentra incorporado a su patrimonio.
Hemos demostrado anteriormente el error que encierra esta regla, lo
que nos ahorrará nuevos comentarios al respecto. En cambio, la justicia y
las nociones más elementales de Derecho nos enseñan que el único prin-
cipio justo, razonable y equitativo es el que, según venimos diciendo, cons-
tituye en nuestro Código la regla general en materia de riesgos. ¿Qué cosa
más justa que un objeto perezca para su dueño? Es lo natural, es lo que
nos dicen nuestros sentidos y nuestro criterio. En cambio, nos parece ini-
cuo que un acreedor, que aún no ha gozado de la cosa, esté obligado a
cumplir su obligación sin recibir su equivalente.
Por otra parte, todos nuestros preceptos legales, salvo raras excepcio-
nes, nos demuestran que cada vez que una de las partes se coloca en la
imposibilidad de cumplir su obligación la otra queda igualmente exonera-
da de la suya. La prueba de este aserto nos la suministran las disposiciones
que rigen entre nosotros la formación y disolución de los contratos bilate-
rales que son, como se dijo, los únicos que dan origen a esta cuestión.
Es requisito esencial para la existencia de todo contrato bilateral la
causa de cada una de las obligaciones que de él nacen. En estos contratos,
la causa de la obligación de cada uno de los contratantes es la obligación
que la otra parte contrae. La existencia de ambas obligaciones es, según
esto, correlativa, de modo que la una no puede subsistir sin la otra. Hay
entre ellas una relación recíproca de causa y efecto y una solidaridad que
las hace subsistir y extinguirse a un mismo tiempo. Ahora bien, si perece
la cosa objeto del contrato, la obligación del deudor se extingue por falta
de objeto y como esta obligación es la causa de la obligación del acreedor
resulta que ésta queda sin causa y una obligación sin causa no puede exis-
tir. El acreedor se obligó a dar o hacer algo en cambio de que el deudor,
por su parte, le dé otra cosa. El acreedor acepta obligarse porque recibirá

641
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

otra prestación. Si ésta no tiene lugar, si el acreedor no recibe nada, ha


cesado el motivo que lo determinó a obligarse y no querrá, en consecuen-
cia, llevar a cabo su obligación. Dentro de estos principios, la pérdida de la
cosa extinguiría ambas obligaciones y pondría los riesgos a cargo del deu-
dor. Esto es lo que sucede en las obligaciones de hacer en que el acreedor
se obliga a pagar el precio siempre que el deudor le haga la obra. Esto es
lo que ocurre en las obligaciones de dar condicionales en las cuales si la
cosa perece se extingue el contrato. Esto debería ocurrir también en los
contratos bilaterales que tienen por objeto la entrega de un cuerpo cierto.
Sin embargo, el Código, como hemos visto, hizo excepción a la regla y
consignó el principio de que en tales contratos la pérdida de la cosa extin-
gue la obligación del deudor, pero deja subsistente la del acreedor que no
puede negarse a cumplirla.
En la extinción y disolución de los contratos bilaterales encontramos
algunas disposiciones que nos confirman en todas sus partes la doctrina
de que en ellos las obligaciones de las partes son solidarias y correlativas,
en forma de que sin una la otra no existe. En efecto, el artículo 1489 del
Código Civil dispone en forma terminante que si una de las partes no
cumple su obligación la otra puede pedir la resolución del contrato, es
decir, la otra también queda exonerada de cumplir la suya. Por la misma
razón, el artículo 1552 dispone que en los contratos bilaterales ninguno
de los contratantes está en mora, aunque deje de cumplir lo pactado, mien-
tras el otro no lo cumple o no se allana a cumplirlo, o lo que es lo mismo,
ninguna de las partes puede exigir al otro el cumplimiento de su obliga-
ción si ella no cumple o se allana a cumplir la suya. ¿Por qué dispone el
Código que el contrato se resuelve si una de las partes no cumple su obli-
gación? ¿Por qué dispone que las partes sólo pueden exigirse mutuamente
el cumplimiento de sus obligaciones siempre que la que lo solicite haya
cumplido la suya? Porque las obligaciones de ambas partes son solidarias;
cada una se obliga a algo en cambio de la obligación que la otra contrae;
de ahí que si una de esas obligaciones desaparece, si una de las partes se
niega a cumplirla, la otra no tiene por qué ejecutar la suya.
Estos principios generales que el Código consigna para todo contrato
los establece en especial para cada uno de ellos, como ocurre con la venta
en los artículos 1826 y 1873, con el arrendamiento en los artículos 1925,
1926, 1932 y 1959, etc.
Si estos son los principios que informan en nuestro Código los contra-
tos bilaterales no se comprende cómo el legislador estableció una excep-
ción tan considerable respecto de los riesgos. Si el acreedor se obliga en
cambio de la obligación que a su favor contrae el deudor, si el acreedor no
tiene obligación de cumplir lo pactado si el deudor no cumple la suya, si
el acreedor puede negarse a ejecutar su obligación cuando el deudor no
ejecuta la que le corresponde, ¿por qué debe cumplirla, sin embargo, cuan-
do la cosa ha perecido por caso fortuito, a pesar que el deudor queda
exonerado de la suya? ¿En virtud de qué fundamento se obliga al acreedor
a ejecutar su obligación cuando el deudor, a causa de un hecho fortuito,
ha quedado liberado de la que a él corresponde? Muchas y muy diversas

642
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

razones se dan en pro de esta excepción, como vimos, pero, a nuestro


juicio, son insuficientes para explicarla.
Es, pues, un hecho incontrovertible que en nuestra legislación, en aque-
llos contratos en que hay dos obligaciones correlativas si una de ellas se
extingue por caso fortuito u otro motivo análogo, la otra también deja de
existir, quedando, de este modo, a cargo del deudor los riesgos de la cosa
materia del contrato. La excepción a esa regla son los artículos 1550 y
1820 del Código Civil, o sea, que los riesgos de un cuerpo cierto cuya
entrega se debe son para el acreedor.
Lo expuesto nos permite establecer las siguientes conclusiones: 1) la
regla general en nuestro derecho es que las cosas perecen para su dueño;
2) la excepción a esa regla es la establecida para las obligaciones de dar un
cuerpo cierto, y 3) cuando el contrato es bilateral, el caso fortuito o la
fuerza mayor que extingue la obligación de una de las partes extingue
también la de la otra.

811. La compraventa es un contrato bilateral que impone a las partes obli-


gaciones recíprocas: el vendedor debe entregar la cosa vendida y el com-
prador debe pagar el precio. Cuando tiene por objeto un cuerpo cierto, la
obligación del vendedor es una obligación de dar un cuerpo cierto que se
rige por la regla general de los contratos que pone los riesgos a cargo del
acreedor. Así lo establece expresamente el artículo 1820 del Código Civil
que dice: "La pérdida, deterioro o mejora de la especie o cuerpo cierto que se vende,
pertenece al comprador, desde el momento de perfeccionarse el contrato, aunque no se
haya entregado la cosa; salvo que se venda bajo condición suspensiva, y que se
cumpla la condición, pues entonces, pereciendo totalmente la especie mientras pende
la condición la pérdida será del vendedor, y la mejora o deterioro pertenecerá al
comprador". El mismo principio formula para las ventas mercantiles el ar-
tículo 142 del Código de Comercio en estos términos: "La pérdida, deterioro
o mejora de la cosa, después de perfeccionado el contrato, son de cuenta del compra-
dor, salvo el caso de estipulación en contrario, o de que la pérdida o deterioro haya
ocurrido por fraude o culpa del vendedor o por vicio interno de la cosa vendida".
Estos artículos no hacen sino aplicar a un caso concreto la disposición
del artículo 1550 del Código Civil de modo que bien pudieron haberse
omitido. El artículo 1820 se refiere a la venta pura y simple y a la venta
condicional. Más adelante estudiaremos esta última; por ahora analizare-
mos aquella.
Nuestro Código, como se ve, resuelve claramente la cuestión de los
riesgos, por lo que no da lugar a dudas. Vendido un cuerpo cierto, es
decir, celebrado el contrato, si aquel perece por caso fortuito en el tiempo
que media entre su celebración y la entrega, su pérdida pertenece al com-
prador que debe pagar el precio de todos modos. En otras palabras, aun-
que el vendedor se exonere de su obligación de entregar la cosa a causa
del caso fortuito que la destruye, el comprador queda siempre obligado a
pagar el precio, lo que importa decir que en el contrato de venta los ries-
gos de la cosa son para el comprador. Este no podría, por lo tanto, negarse
a cumplir su obligación a pretexto de que se ha obligado en la inteligencia

643
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

de recibir la cosa. El artículo 1820 le impone en forma terminante la obli-


gación de soportar esa pérdida.
Consecuente con esa disposición, la Corte de Apelaciones de Santiago
ha declarado que la pérdida que sobreviene fortuitamente después de ce-
lebrado el contrato, aunque la cosa no haya sido entregada, es para el
comprador que debe pagar el precio; por este motivo acogió una deman-
da interpuesta por el vendedor en que cobraba el precio de unos animales
que perecieron sin su culpa después de la venta y antes de la entrega. 1
Del mismo modo la pérdida parcial o el deterioro que sobrevenga a
la cosa en el tiempo que media entre la venta y la entrega es para el
comprador que debe pagar íntegramente el precio. La mejora o aumen-
to que reciba en ese intervalo también es para él sin que el vendedor
pueda negarse a entregársela so pretexto de que vale más, es decir, no
puede exigirle un aumento de precio. Con mayor razón es para el com-
prador la pérdida, deterioro o mejora que sobrevenga en la cosa después
de entregada y aun cuando perezca durante el viaje que haya debido
hacerse para entregársela.

812. Aunque según los artículos 1550 y 1820 del Código Civil los riesgos
del cuerpo cierto cuya entrega se debe pertenecen al comprador, esto ocu-
rre únicamente cuando el vendedor no se ha constituido en mora de cum-
plir su obligación, cuando no está de mala fe y cuando no se ha estipulado
lo contrario. El mismo artículo 1550 consigna las dos primeras excepcio-
nes a la regla general; la tercera se encuentra en el artículo 1547.
Según esto el vendedor soporta los riesgos provenientes del caso for-
tuito que ocurran antes de la entrega:
1) Si se ha constituido en mora de entregarla y el caso fortuito so-
breviene durante la mora, porque no es justo que el comprador sufra
las consecuencias de un hecho voluntario del d e u d o r como es aquella.
En tal caso, el vendedor debe abonar al comprador el precio de la cosa
y los perjuicios consiguientes, a menos que el caso fortuito hubiere
sobrevenido igualmente si la cosa debe los peijuicios de la mora (ar-
tículos 1547, 1550 y 1672 del Código Civil y 143, núm. 5, del Código de
Comercio).
2) Cuando se ha obligado a entregar la cosa a dos o más personas por
obligaciones distintas (artículo 1550). En este caso la ley presume que el
vendedor obra de mala fe. Si no existiera esta disposición el vendedor
podría percibir varias veces el precio si la cosa perece, a pesar de que si no
hubiera perecido, habría tenido que indemnizar a todos ellos, con excep-
ción de aquél a quien se la entregó, los peijuicios causados por la inejecu-
ción de su obligación.
3) Cuando el deudor ha convenido en tomar sobre sí el caso fortuito,
esto es, cuando se hace responsable de los riesgos hasta la entrega (artícu-
los 1547 y 1673 del Código Civil y artículo 142 del Código de Comercio).

1
Sentencia 43, pág. 30, Gaceta 1879.

644
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

Es una aplicación del principio de la libertad de contratar y de la fuerza


obligatoria de los contratos.
Excusado creemos manifestar que si la cosa perece por culpa del ven-
dedor, los riesgos son de su cuenta, porque sólo pertenecen al comprador
los que provienen del caso fortuito y que no se encuentren comprendidos
en alguna de las excepciones mencionadas. Si la cosa perece por culpa del
vendedor debe pagar al comprador su valor y los peijuicios consiguientes
(artículos 1672 del Código Civil y 142 del Código de Comercio).
Los artículos 142 y 143 del Código de Comercio reproducen inútil-
mente estos principios para las ventas mercantiles. El 142 agrega que tam-
bién son para el vendedor los riesgos que provienen de su fraude o de un
vicio interno de la cosa. La primera excepción es muy justa, porque en ese
caso hay dolo y mala fe que constituye responsable al que lo practica. En
el segundo caso se trata más bien de un vicio redhibitorio que, como va-
mos a verlo, debe sanear el vendedor.

813. La venta puede hacerse bajo condición suspensiva o resolutoria. De-


bemos, en consecuencia, estudiar la cuestión de los riesgos a propósito de
ambas.
La parte final del artículo 1820 se ocupa de los riesgos en la venta bajo
condición suspensiva y dice: "Salvo que se venda bajo condición suspensiva, y
que se cumpla la condición, pues entonces, pereciendo totalmente la especie mientras
pende la condición la pérdida será del vendedor, y la mejora o deterioro pertenecerá
al comprador". Este artículo no hace sino consignar para la venta lo que
para toda obligación condicional establece el artículo 1486 del Código
Civil. Este artículo dice: "Si antes del cumplimiento de la obligación la cosa
prometida perece sin culpa del deudor, se extingue la obligación"; y en el inciso
segundo se ocupa de la pérdida parcial que pone a cargo del acreedor.
Hay, pues, dos situaciones que contemplar en esta materia: la pérdida
total y la pérdida parcial.
Pérdida total. En este punto nuestro Código ha imitado al Derecho fran-
cés que, a su vez, reprodujo la regla romana enseñada por Pothier. La ley
26, título V de la Partida V reproduce también la regla romana, según la
cual, si la cosa perece totalmente antes de cumplirse la condición suspen-
siva, esa pérdida afecta al vendedor.
Para que se plantee la cuestión de los riesgos en la venta condicional son
menester dos requisitos: 1) que se cumpla la condición una vez que la cosa
haya perecido, y 2) que la pérdida ocurra antes del cumplimiento de la condi-
ción, es decir, mientras ésta se halle pendiente. Se requiere que se cumpla la
condición, porque si falla no ha habido contrato, el vendedor se reputa como
único dueño de la cosa que no ha sido objeto de ninguna obligación y los
riesgos son para él, ya que no existe la cuestión de saber si se debe o no el
precio. De aquí que el artículo 1820 diga expresamente: "y que se cumpla la
condición". Se requiere asimismo que la pérdida acontezca antes de cumplirse
la condición, porque si sobreviene después que ésta se ha cumplido, la cues-
tión de los riesgos se resuelve con arreglo a los principios que rigen esta mate-
ria en la venta pura y simple, pues una vez cumplida aquélla, la venta es

645
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

considerada como tal desde su celebración, es decir, la pérdida afecta al com-


prador. Este requisito también está señalado por el artículo 1820 que dice:
"pues entonces, pereciendo totalmente la especie mientras pende la condición ".
Supongamos que la pérdida sobreviene mientras pende la condición y
que ésta se cumpla posteriormente, ¿quién la soporta? El artículo 1820
contesta que el vendedor.
Veamos, ahora, en virtud de qué principio la pérdida afecta al vende-
dor cuando, dentro de la noción de la retroactividad, debiera afectar al
comprador, desde que cumplida la condición el contrato se reputa puro y
simple a contar de su celebración y en esa época la cosa existía. Precisa-
mente aquí está el error. No es la formación del contrato la que es una
consecuencia de la retroactividad de la condición, sino que esta retroacti-
vidad es la consecuencia de esa formación. Y como la cosa objeto del con-
trato no existe es claro que éste no puede formarse, por lo que tampoco
pueden existir las obligaciones que de él derivan. Expliquemos esta idea.
Si la cosa perece antes de cumplirse la condición, ésta no puede dar
vida al contrato, aunque se verifique, porque la obligación del deudor o
vendedor no ha podido formarse por carecer de objeto. La del comprador
tampoco se forma, ya que sólo puede nacer si existe aquélla por ser su
causa. Por consiguiente, no puede haber contrato. De aquí resulta que si
la cosa perece antes de cumplirse la condición, aunque ésta se realice, el
comprador no está obligado a pagar el precio. Su obligación no ha naci-
do, porque la del vendedor, que le servía de causa, no ha podido existir.
Se dirá posiblemente que nada importa que la cosa no exista al tiempo
de cumplirse la condición si existió al tiempo del contrato al cual se retro-
traen sus efectos. Tal argumento es del todo infundado. En los contratos
condicionales los elementos subjetivos y objetivos del contrato existen en
épocas diversas. Al tiempo de su celebración sólo es necesaria la existencia
de los primeros, o sea, de los que se relacionan con las personas. En cuanto
a los objetivos, o sea, las cosas que son objeto de él y las cualidades que éstas
deben tener, basta que existan al tiempo del cumplimiento de la condición,
siendo indiferente que existan antes, desde que no se sabe si habrá o no
contrato. Una vez cumplida aquélla sí que es esencial la existencia de la cosa
para que la obligación de las partes pueda llevarse a cabo. Si la cosa falta en
ese instante esas obligaciones no pueden nacer y el contrato no puede for-
marse por falta de objeto. Por esto hemos dicho que no es el cumplimiento
de la condición el que da vida al contrato y el que retrotrae sus efectos al
momento de su celebración. Aquélla no produce el efecto de obrar retroac-
tivamente sino cuando puede formarse el contrato al cual afecta.
De aquí que Pothier diga: "Si la cosa que constituye el objeto de la
obligación condicional perece completamente antes del cumplimiento de
la condición, de nada servirá que ésta se cumpla después, porque su cum-
plimiento no puede confirmar la obligación de lo que no existe, desde
que no puede haber obligación sin una causa que le sirva de objeto". 1

1
Oeuvres, II, núm. 219, pág. 104.

646
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

Por este motivo, la expresión que emplea el artículo 1486 es impropia,


pues dice que en este caso "se extingue la obligación del deudor". La obliga-
ción no se extingue. Lo que sucede es que no puede nacer, porque si
fuera cierto que se extingue habría existido antes. La obligación del com-
prador habría tenido causa y se habría formado, de modo que éste estaría
obligado a pagar el precio aun cuando la cosa hubiera perecido totalmen-
te y no obstante la extinción de la del vendedor. En cambio, si esta obliga-
ción no se ha formado tampoco puede formarse la del comprador, quien,
por lo tanto, no debe el precio. No habiendo contrato la cosa no ha sido
objeto de ninguna obligación y debe perecer para su propietario, que lo
es el vendedor, quien no puede exigir nada del comprador. Hay aquí una
aplicación de la regla res perit domino.
Laurent, sin embargo, critica esta doctrina y cree que a las obligacio-
nes condicionales debe aplicárseles el mismo principio que rige para las
obligaciones puras y simples, esto es, que el comprador pague el precio
aunque la cosa perezca, ya que el vendedor cumplió la suya. Para este
autor el contrato condicional se forma al tiempo de su celebración. Desde
este instante el vendedor contrae la obligación de conservar la cosa. Cuan-
do la condición se cumple, aquél ya está formado, de manera que nada
importa que la cosa perezca antes de su cumplimiento, puesto que el ven-
dedor siempre ha cumplido su obligación, lo que ha bastado para que la
del comprador tenga causa y pueda existir. Luego, éste no puede exone-
rarse del pago del precio.
En nuestro sentir, esta opinión encierra tres errores. El primero, que
ya hicimos notar, consiste en señalar como causa de la obligación del com-
prador una de las obligaciones del vendedor, la de conservar, a pesar de
que su principal obligación, y que es la que constituye la causa de la del
comprador, es la de entregar. De esto se infiere que si la cosa perece el
vendedor no puede cumplir su obligación y con ello desaparece la causa
de la obligación del comprador, que se extingue. En segundo lugar, Lau-
rent confunde la celebración del contrato con el cumplimiento de la con-
dición y hace nacer las obligaciones de las partes al tiempo de celebrarse
aquél, cuando precisamente el objeto de la condición es tener en suspen-
so el nacimiento de esas obligaciones. Cree también que todos los elemen-
tos del contrato deben existir en el momento en que se celebra, olvidando
así que en ese instante solo se requieren los subjetivos y no los objetivos.
Por último, asemeja los contratos condicionales a los contratos puros y
simples y sostiene que en unos y otros las obligaciones de las partes nacen
en una misma época, a pesar de que en los primeros, y en esto consiste su
diferencia con los segundos, esas obligaciones no comienzan sino cuando
se cumple la condición.
Tenemos, pues, que la pérdida total de la cosa vendida, acaecida antes
de cumplirse la condición y por efecto de un caso fortuito, afecta única-
mente al vendedor, que es su dueño, y no al comprador, que no tiene
obligación de pagar el precio.
Lo dicho se refiere a la pérdida fortuita. Si la cosa perece por culpa del
vendedor, aun cuando tampoco puede formarse el contrato por no existir

647
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

la cosa, no por eso puede permitirse a aquel que cause un daño al com-
prador que esperaba su entrega. Por esta razón, la ley se desentiende en
este caso de la doctrina y condena al vendedor a que pague al comprador
el valor de la cosa y le indemnice los peijuicios que le haya causado (ar-
tículo 1486 del Código Civil).
Pérdida parcial. La regla enunciada más arriba para el caso de pérdida
total varía si la pérdida es parcial. Como en el caso anterior, es menester
que sea fortuita, que ocurra antes de cumplirse la condición y que ésta se
cumpla después. Si la pérdida parcial acaece mientras pende la condición,
dice el artículo 1820, pertenece al comprador, si aquélla se cumple, natu-
ralmente. La razón es obvia. La cosa, aunque deteriorada, subsiste siempre
y puede constituir el objeto de una obligación. Llegado el cumplimiento
de la condición, la obligación del vendedor puede formarse y, en conse-
cuencia, la del comprador, que debe pagar íntegramente el precio.
¿En virtud de qué principio se imputa esta pérdida al comprador? El
cumplimiento de la condición retrotrae los efectos del contrato a la época
de su celebración y se reputa que ha sido puro y simple desde entonces; y
como la pérdida parcial sobreviene con posterioridad a su celebración,
pertenece al comprador en virtud de la regla general. La pérdida parcial
es para éste a causa de la retroactividad que el cumplimiento de la condi-
ción produce en los efectos del contrato. Por esto, una vez cumplida aqué-
lla, el comprador deberá pagar íntegramente el precio sin poder pretender
rebaja alguna; y el vendedor no está obligado sino a entregar la cosa en el
estado en que se encuentre al tiempo de su cumplimiento (artículo 1486,
inciso 2 a ).
Por idénticos motivos, el aumento o mejora que sobrevenga en la cosa
antes de cumplirse la condición pertenece al comprador, que no está obli-
gado a pagar un mayor precio y sin que el vendedor pueda negarse a
entregarle ese aumento o mejora (artículos 1486, inciso 2 a , y 1820).
El Código francés innovó a este respecto sobre el Derecho romano y dis-
puso que en caso de pérdida parcial el comprador puede optar por la resolu-
ción del contrato o por el pago del precio, en cuyo caso debe recibir la cosa
tal como se halla, sin poder exigir una rebaja de aquél (artículo 1182). De
este modo los riesgos han quedado, de hecho, para el vendedor, ya que si el
deterioro es algo apreciable el comprador optará seguramente por la resolu-
ción del contrato. Esa disposición ha sido muy criticada, pues es injusta para
el vendedor, porque si la cosa recibe algún aumento o mejora antes del cum-
plimiento de la condición, no puede pedir la resolución del contrato y debe
entregarla por el mismo precio. Los autores de ese Código, dicen los tratadis-
tas franceses, habrán querido tal vez que así como el comprador condicional
no soporta la pérdida total, tampoco soporte la parcial; pero esto es un error,
porque entre ambos casos no hay analogía. El Código italiano no aceptó esta
doctrina y en su artículo 1163 consignó la regla romana, según la cual el
comprador debe recibir la cosa tal como se encuentre sin pretender disminu-
ción de precio cuando se ha deteriorado por caso fortuito.
Si la pérdida parcial proviene del hecho o culpa del vendedor, el com-
prador podrá pedir o la resolución del contrato con indemnización de

648
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

perjuicios, ya que el vendedor no ha cumplido con su obligación de con-


servar, o la entrega de la cosa, con la correspondiente indemnización de
peijuicios. Es la aplicación de la condición resolutoria tácita subentendida
en todo contrato bilateral.
Finalmente, el inciso final del artículo 1846, dice que se entiende por
destrucción de la cosa todo aquello que destruye su aptitud para el objeto
a que, según su naturaleza o según el contrato, está destinada. La aprecia-
ción de este hecho queda al arbitrio del juez y será el resultado de las
circunstancias, por lo que sólo puede determinarse en cada caso especial.

814. Veamos, ahora, a cargo de quién quedan los riesgos en la venta cele-
brada bajo condición resolutoria.
Los riesgos de pérdida total pertenecen al comprador y los de pérdida
parcial al vendedor. Es la aplicación del artículo 1486.
Pérdida total. En la venta bajo condición resolutoria el vendedor es acree-
dor de la cosa bajo condición suspensiva, puesto que si se cumple la cosa
vuelve a su poder. Si la cosa perece totalmente por caso fortuito, el com-
prador, que la debe bajo condición suspensiva, no podrá cumplir su obli-
gación de restituirla, porque ésta no podrá nacer por carecer de objeto.
Por lo tanto, la obligación del vendedor de devolver el precio, como corre-
lativa de aquélla, tampoco podrá nacer por falta de causa. Como la resolu-
ción del contrato es el cambio de dos prestaciones ya ejecutadas resulta
que si éstas no existen o no pueden existir, su devolución no puede hacer-
se, lo que se traduce en la imposibilidad de que la resolución se realice. La
cosa perece para el comprador, desde que no puede exigir el precio al
vendedor. 1
Seguramente se dirá, ¿por qué el comprador soporta la pérdida acaeci-
da antes del cumplimiento de la condición, desde que si ésta se cumple el
contrato se resuelve y las cosas vuelven a su estado anterior? Si así sucede,
¿por qué soporta los riesgos el comprador y no el vendedor, ya que se
supone que no ha habido contrato? Esta argumentación, sin embargo, es
errada.
Es cierto que si la condición resolutoria se cumple el contrato se re-
suelve y se reputa que no ha existido jamás. Hasta aquí es exacto el argu-
mento de que el vendedor debiera soportar los riesgos por no haber habido
contrato. Pero no debe olvidarse que la condición resolutoria produce sus
efectos cuando la cosa objeto del contrato existe al tiempo de su cumpli-
miento. Si no existe, aunque aquélla se cumpla, no tiene un objeto sobre
el cual pueda producir sus efectos y se considera fallida. En tal caso la
condición resolutoria no produce el efecto de resolver el contrato, que
desde ese momento se reputa puro y simple. No hay efecto retroactivo y
no habiéndolo, la cosa no queda por cuenta del vendedor. El comprador,
que es el deudor, debe restituir la cosa. Pero esa restitución es imposible,

1
FUZIER-HERMAN, tomo 1 3 , Condition, núm. 703, pág. 1 7 1 ; BAUDRY-LACANTINERIE, Des
obligations, tomo II, núm. 892, pág. 84.

649
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

por cuanto ésta ha desaparecido y como para que pueda exigir la resolu-
ción de la venta y la restitución del precio debe, a su vez, devolver la cosa,
lo que no puede hacer, es claro que tampoco puede pretender la restitu-
ción de aquél. 1
Pero hay todavía otra razón para sostener que la pérdida total en la
venta bajo condición resolutoria es para el comprador. El artículo 1820
del Código Civil señala especialmente la responsabilidad de los contratan-
tes en materia de riesgos en el contrato de venta y contempla dos casos: el
del contrato puro y simple y el del contrato bajo condición suspensiva, sin
ocuparse del que se celebra bajo condición resolutoria. -Significa esto que
ese artículo no contempló ese último contrato? Cretinos que no. Por el
contrato, entendió que éste quedaba incluido en la regla señalada para el
contrato puro y simple, es decir, que en él los riesgos son para el compra-
dor, ya que el contrato celebrado bajo tal condición se reputa de esa espe-
cie mientras ella está pendiente. Este artículo se aplica tanto a los dos
casos a que se refiere, como cuando la venta se hace bzyo condición reso-
lutoria. Siendo el contrato puro y simple y pereciendo la cosa para el com-
prador es evidente que el vendedor no soporta la pérdida. Y aquél no
podría pretender echarla sobre éste, porque no teniendo objeto la obliga-
ción del comprador, la de restituir el precio del vendedor tampoco nace,
según hemos visto.
No puede sostenerse que si se aplica el artículo 1820 al contrato bajo
condición resolutoria la pérdida parcial debe ser para el comprador, por-
que en tal caso recobra su aplicación el inciso 2 9 del artículo 1486, según
el cual la cosa se debe en el estado en que se encuentra siendo los deterio-
ros de cargo del vendedor. Y ese artículo recobra su aplicación porque el
1820 es aplicable mientras el contrato es puro y simple. Una vez cumplida
la condición, aquél desaparece, se reputa no haber existido y, en conse-
cuencia, ese precepto no puede aplicarse desde que se refiere a un contra-
to que existe. No queda, entonces, sino que recurrir a la disposición que
regla los efectos de una condición cumplida y esa es la del inciso 2® del
artículo 1486.
Pero aun cuando ese racionamiento fuera atacado de ilógico, el artícu-
lo 1820 siempre nos ampararía. En efecto, según él, cuando la cosa se
debe bajo condición suspensiva la pérdida total es para el deudor, es decir,
para el que la debe y la parcial para el acreedor. En la venta bajo condi-
ción resolutoria el vendedor es acreedor de la cosa bajo condición suspen-
siva y el comprador es deudor de la misma bajo igual condición. Si la cosa
perece totalmente, esa pérdida es para el deudor que, en este caso, es el
comprador y si la pérdida es parcial, según ese artículo, afecta al acreedor
que ahora es el vendedor. De modo, pues, que el artículo 1820, sea que se
aplique en parte o en toda su extensión siempre nos da la razón en orden
a que la pérdida total de la cosa vendida bajo condición resolutoria es del
comprador.

1
LAURENT, t o m o 17, n ú m . 110, pág. 126; H u c , VII, n ú m . 264, pág. 353.

650
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

Veamos dos casos prácticos: A vende un coche bajo condición de que


se resolverá la venta si no es igual al modelo señalado. Si el coche perece
antes que B lo reciba ¿podría alegar que no era igual al modelo y pedir la
resolución de la venta? No, porque no habiendo objeto la condición se
reputa fallida y no puede producir sus efectos. Como el contrato era puro
y simple los riesgos son para el comprador. Supongamos que la condición
resolutoria consista en que el coche volverá a A si B se casa en tal tiempo y
que esto suceda, pero después de haber perecido la cosa ¿puede B preten-
der la resolución? No, porque el contrato se reputa puro y simple y la cosa
perece para él. A tampoco podría ser obligado a restituir el precio desde
que a él no le restituyen la casa. Y aunque el vendedor pidiera la resolu-
ción, ésta no podría verificarse por las razones expuestas.
Lo dicho se aplica a todas las ventas que por la voluntad de las partes o
por disposición de la ley se entienden celebradas bajo condición resoluto-
ria, tales como la venta por orden (artículo 134 del Código de Comercio),
la venta sobre muestras (artículo 135 del Código de Comercio) la venta de
una cosa transportada (artículo 136 del Código de Comercio), la venta
celebrada con pacto de retracto (artículo 1886 del Código Civil), la verifi-
cada con pacto de retroventa (artículo 1881 del Código Civil), etc. En
todos estos casos la pérdida fortuita de la cosa hace imposible la resolu-
ción del contrato y la condición se reputa fallida, de modo que el compra-
dor o vendedor, según el caso, no podrá ejercitar la acción resolutoria.
Lo dicho hasta aquí recibe aplicación sin ninguna dificultad cuando
la condición resolutoria en la venta no da al vendedor o al comprador
sino el derecho de pedir la resolución del contrato, como ocurre con el
pacto de retroventa o en el pacto de retracto, en que el vendedor sólo
puede solicitar la resolución. Pero hay casos en que esa condición da al
vendedor además del derecho de resolver el contrato, el de exigir su
cumplimiento como sucede cuando la condición consiste en la falta de
pago del precio.
En los casos en que el comprador o vendedor pueden pedir la resolu-
ción únicamente, la pérdida de la cosa extingue su derecho, pues la condi-
ción se reputa fallida. La cosa perece para el comprador que no puede
obligar al vendedor a la devolución del precio.
Pero si se trata de la condición resolutoria tácita subentendida en el
contrato de venta ¿pierde el vendedor el derecho de resolver el contrato
en caso de pérdida total de la cosa? Creemos que no, según lo veremos
más adelante. En tal caso la resolución se convierte en el pago del precio
adeudado. El vendedor puede resolver el contrato; pero como el compra-
dor no podrá restituirle la cosa, debe pagarle su valor. En buenas cuentas,
la resolución propiamente dicha no es posible; se traduce más bien en el
derecho de pedir el precio.
Pero sea o no acción resolutoria la que tiene el vendedor, el hecho es
que la cosa perece para el comprador, quien debe pagarle su valor sin que
pueda excusarse de él, alegando la pérdida de la cosa.
En consecuencia, en toda venta bajo condición resolutoria la pérdida
total de la cosa es para el comprador; siendo de advertir que cuando esa

651
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

condición sólo da al vendedor derecho para resolver la venta no puede


tener lugar la resolución, y que cuando a más de ese derecho, confiere el
de exigir su cumplimiento, la resolución se traduce en el pago del precio
que, por ser la pérdida para el comprador, se debe en todo caso.
Lo dicho se aplica a la pérdida fortuita. Si es imputable al comprador,
el vendedor tiene derecho, en los casos en que el ejercicio de la acción
resolutoria corresponda a él, para exigir el pago del precio de la cosa con
indemnización de peijuicios, en virtud del inciso l e del artículo 1486. Es
una pena que se le impone por el daño que, por su culpa, sufre el vende-
dor ya que la resolución del contrato no puede verificarse de ningún modo.
La misma obligación pesa sobre el vendedor que, por su hecho o culpa
destruye la cosa, cuando a consecuencia de esa pérdida el comprador se
vea en la imposibilidad de poder ejercitar la acción resolutoria que a él
competa.
Pérdida parcial. Si la pérdida es parcial, afecta al vendedor en virtud de
la retroactividad de la condición, porque aun cuando la cosa esté deterio-
rada siempre puede constituir el objeto de una obligación. El cambio de
ambas prestaciones puede operarse en este caso. Por la resolución las co-
sas vuelven a su estado anterior. El contrato se reputa no haber existido
jamás. La cosa se restituye al vendedor, de cuyo dominio se presume que
no ha salido. Luego, debe recibirla tal cual se encuentre al tiempo de la
resolución. Por idénticas razones, el aumento o mejora que sobrevenga
antes del cumplimiento de la condición también pertenece al vendedor. 1
Lo dicho sólo tiene aplicación en caso de cumplirse la condición, porque
si falla se reputa no escrita y el contrato ha sido puro y simple en todo
momento, por lo que la pérdida parcial y los aumentos y mejoras que
reciba son para el comprador.
Excusado creemos manifestar que las reglas señaladas se aplican única-
mente cuando la pérdida parcial es fortuita. Si es imputable al comprador,
el vendedor puede o recibir la cosa tal como se halla con la correspon-
diente indemnización o negarse a recibirla, obligando a aquel a que la
conserve, previo el pago de su precio y de la respectiva indemnización; es
decir, puede exigir el cumplimiento del contrato o aceptar su resolución
con indemnización de peijuicios en ambos casos.

815. El plazo no retarda la existencia de la obligación. Sólo afecta a su


ejecución de modo que una vez celebrado el contrato de venta, queda
perfecto desde ese mismo momento no obstante la estipulación de un
plazo para el cumplimiento de las obligaciones que de él nacen. De ahí
que los riesgos provenientes de caso fortuito pertenecen al comprador en
conformidad al artículo 1820, aunque acaezcan antes del vencimiento del
plazo.
El artículo 143 del Código de Comercio en su número 4fi modifica esta
regla para las ventas mercantiles y coloca los riesgos a cargo del vendedor

1
FUZIER-HERMAN, tomo 13, Omdition, n ú m s . 704 y 706, p á g . 171.

652
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

si la venta se hubiere verificado bajo la condición de que la cosa no se


entregue sino después de vencido cierto plazo o hasta que se encuentre
en estado de ser entregada con arreglo a las estipulaciones de contrato.

816. Para determinar a quien incumben los riesgos en las ventas alternati-
vas, hay que distinguir si perecen algunas o todas las cosas que se venden
en esa forma. Cuando una de las cosas vendidas alternativamente perece
por caso fortuito, la pérdida, sea total o parcial, afecta al vendedor ya que
su obligación subsiste por el resto que queda. Si todas perecen fortuita-
mente el riesgo afecta al comprador, pues la obligación del vendedor se
extingue, subsistiendo siempre la de aquél (artículos 1503 y 1504 del Códi-
go Civil y 143, número 6 del Código de Comercio).

817. Vamos, ahora, los riesgos en las ventas de género. La regla general es
que el género no perece; de manera que si la venta es de esta naturaleza la
pérdida total o parcial como también los aumentos o mejoras sobreveni-
dos entre su celebración y la entrega afectan al vendedor, que es el propie-
tario de la cosa. Hay aquí otra aplicación de la regla res perit domino. Ha
surgido sin embargo la duda de saber quien soporta la pérdida total cuan-
do el género se limita, como cuando se venden ciertas fanegas de trigo de
un granero determinado, ya que si la pérdida es parcial no hay cuestión
que pertenece al vendedor. Dijimos más arriba que según unos la pérdida
total afectaba al vendedor y según otros al comprador. 1 Los primeros par-
ten del principio de que la venta es de género y que el artículo 1585 del
Código francés, al cual se refieren, es muy terminante en orden a que la
pérdida debe afectar al vendedor. Para los otros hay aquí una venta genéri-
ca en cuanto a la especie y calidad a que pertenecen. La venta, dicen, se
refiere a cualesquiera cosas de tal calidad, de modo que si todas perecen
no pueden entregarse otras de otra calidad o categoría. Si en el ejemplo
propuesto se destruye todo el trigo de ese granero, no puede entregarse
trigo de otro granero. En consecuencia, el vendedor no tiene por qué
soportar la pérdida ya que la cosa perece fortuitamente y el comprador
debe pagar el precio. Nosotros hemos rechazado esta última doctrina y
hemos aceptado la primera o sea que la pérdida total acaecida antes de
que la cosa se determine afecta al vendedor. Esta solución la dimos al
hablar de los riesgos en las ventas al peso, cuenta o medida.
Cuando la venta es en bloc los riesgos pertenecen al vendedor desde la
celebración del contrato, aunque las cosas no se hayan pesado, contado o
medido. 2 Si se hace al peso, cuenta o medida la venta es genérica y por eso,
la pérdida total como la parcial y el aumento sobrevenido entre la celebra-
ción del contrato y el peso, cuenta o medida, pertenecen al vendedor. 3
El número 3 del artículo 143 del Código de Comercio establece el
mismo principio que el Código Civil.
1
Véase núm. 611, pág. 486 de esta Memoria.
2 Véase núm. 600, pág. 481 de esta Memoria.
3
Véase núms. 609 y 610, pág. 486 y núm. 611, pág. 486 de esta Memoria.

653
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

818. La venta al gusto no se perfecciona mientras el comprador no decla-


ra que la cosa le agrada. Por eso los riesgos de pérdida total y parcial
afectan al propietario, o sea, al vendedor hasta el momento en que el
comprador hace esa declaración. 1 Entre nosotros esta regla se aplica tanto
a la venta al gusto como a aquellas que se refieren a cosas que se ensayan
antes de comprarse, porque ambas son iguales en nuestro Código. Pero,
teóricamente, la venta al ensayo es condicional, de condición suspensiva y,
por lo tanto, la pérdida total pertenece al vendedor y la parcial y el au-
mento de la cosa al comprador. 2
La venta mercantil al gusto se reputa hecha bajo condición suspensiva;
la pérdida parcial debiera, según eso, pertenecer al comprador, pero el
número 2 a del artículo 143 del Código de Comercio sigue a este respecto
la regla del artículo 1823 del Código Civil, o sea, la pérdida total y parcial
pertenecen al vendedor hasta el momento en que el comprador declara
que la cosa le agrada. 3

SECCION SEGUNDA

Obligación de entregar propiamente dicha

P ALCANCE DE ESTA OBLIGACION

819. Como hemos dicho más arriba la principal obligación que el contra-
to de venta impone al vendedor es entregar la cosa vendida, de la cual las
otras son un accesorio. La entrega de la cosa no es sino la fiel ejecución
del contrato por parte del vendedor. Puede ser considerada bajo tres as- |
pectos diversos como un medio de dar la propiedad al comprador, como
un medio de darle la posesión jurídica o como un medio de proporcionar-
le la simple tenencia material de ía cosa. Es decir, puede ser un acto jurídi-
co o un acto material. ¿A qué entrega se refiere nuestro Código? ¿El
vendedor debe dar, además de la tenencia material de la cosa, la propie-
dad o la posesión? Es el problema que vamos a resolver. Para ello haremos
un poco de historia y, en seguida, trataremos de definir lo que se entiende
por entrega.

820. En el Derecho romano la compraventa, como todo contrato, era un


acto productivo de obligaciones, creaba derechos personales para cada par-
te; pero no transfería la propiedad, que se adquiría por la tradición y otro
modo de adquirir. Este concepto informó toda la legislación romana desde

1
Véase núm. 648, pág. 512 de esta Memoria.
- Véase núm. 662, pág. 526 de esta Memoria.
3
Véase núm. 654, pág. 516 de esta Memoria.

654
t
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

sus orígenes hasta la época de Justiniano. Muchas opiniones hay acerca de


cuáles fueron los motivos que determinaron esta manera de pensar de los
jurisconsultos romanos. Nosotros aceptamos más arriba, como la más posi-
ble, la que sostiene que aquello no fue sino una consecuencia del espíritu
formalista del Derecho romano, para el cual era inconciliable que un acto
intangible como es el acuerdo de voluntades, sirviera para traspasar el domi-
nio. De ahí que para poder realizar el acto de la transferencia necesitaron
exteriorizarlo y darle forma material. Esa fue la tradición.
Doneau cree que si los romanos exigían la tradición para transferir el
dominio se debió a que el comprador no podía ser propietario antes que
aquella se efectuara, porque él no tiene la cosa en su poder; es el vende-
dor quien la tiene y, por consiguiente, quien puede disponer de ella. Lau-
rent crítica, con justicia, esta absurda explicación que hace derivar el
derecho de un mero hecho sin significación alguna. Según Maynz, el he-
cho de que la venta no fuera traslaticia de dominio entre los romanos no
era una imperfección de su legislación. Al contrario, era el medio de po-
ner la venta al alcance de todos los individuos, porque si hubiera sido
traslaticia de dominio no habrían podido celebrarla los que, como los ex-
tranjeros, eran incapaces para adquirir y, con mayor razón, para traspasar
el derecho de propiedad. 1 A fin de no llegar a un resultado tan molesto,
como habría sido aquél, se optó por darle el carácter de un mero acto
creador de obligaciones.
No era, pues la venta romana un acto traslaticio de dominio. Tampoco
imponía al vendedor la obligación de entregar el dominio de la cosa al
comprador. Debía darle solamente la posesión y una posesión libre y des-
embarazada de todo obstáculo, como dice Ortolan. 2 El vendedor debía
dar una "vacuam possessionem" y con ello cumplía su obligación de entre-
gar. No estando obligado a darle el dominio al comprador, resultaba que
éste, aunque supiera que aquél no era dueño de la cosa, no podía recla-
mar nada de él. Su acción contra el vendedor nacía cuando era turbado
en esa posesión. En tal caso, había una inejecución de su parte, desde que
no había dado una posesión pacífica. Además de esa posesión pacífica el
vendedor debía proporcionarle la cosa al comprador mediante su entrega
material. Debía darle la cosa en forma que éste la tuviera y usara de ella
como su dueño: "ut rem emptori habere liceat, non etiam ut ejus facial".*
De modo que la obligación de entregar entre los romanos no tenía el
alcance de transferir el dominio de la cosa al comprador, sino el de poner-
la a su disposición para que se sirviera de ella como señor y dueño y la
pudiera gozar libremente y sin molestias.
¿Significa esto que los romanos negaran que la venta tuviera por obje-
to transferir el dominio, o mejor dicho, que desconocieran la venta como
un medio que habilitara para adquirirlo? Nos inclinamos por la negativa.

' Tomo II, pág. 222.


2
ORTOLAN, II, p á g . 3 3 5 ; C U Q , t o m o II, p á g . 4 0 4 ; ACCARIAS, II, p á g . 2 8 1 .
' Digesto, libro XIX, tít. I a , ley 30, núm. 1.

655
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

Los romanos no desconocieron ese objeto de la venta. La prueba de esto


la tenemos en diversos pasajes de sus jurisconsultos y en el hecho de que
pudiera agregarse a la venta una cláusula especial que transfiriese el domi-
nio. Pero aun cuando este objeto del contrato de venta fuera conocido
por aquellos, no fue de tanta importancia que llegara a constituir un prin-
cipio esencial de ese contrato. De ahí que ella nunca impuso al vendedor
la obligación de hacer propietario al comprador.

821. Las reglas del Derecho romano pasaron a constituir el derecho de


los pueblos bárbaros que se desarrollaron sobre los restos de las antiguas
colonias romanas. La venta continuaba siendo un acto productivo de obli-
gaciones que necesitaba de la tradición para transferir el dominio; y conti-
nuaba imponiendo al vendedor como única obligación la de dar la posesión
tranquila y pacífica de la cosa al comprador. Después de varios siglos esos
principios comenzaron a modificarse por la influencia de las nuevas doc-
trinas y por la aparición de nuevas necesidades. Por ese entonces principió
a sostenerse en Francia que el verdadero y único objeto de la venta no era
dar la posesión de la cosa, sino transferir su dominio. Al mismo tiempo, la
tradición, que siempre se la consideraba necesaria para transferir el domi-
nio, fue siendo reemplazada por cláusulas o estipulaciones que importa-
ban una tradición ficticia llamadas de "dessassine-saisine"o de "vest et dévest".
En virtud de ellas el comprador se consideraba como que había recibido
una tradición intelectual, dice Baudry-Lacantinerie, suficiente para trans-
ferirle el dominio. Por esa época, también, aparecieron las doctrinas del
Derecho natural sustentadas por Grocio, Puffendorf y Wolf, que estable-
cían que el dominio se transfiere por el solo consentimiento de las partes
y que era un absurdo pretender que sólo podía traspasarse mediante la
tradición. Para ellos el dominio cesaba de pertenecer al vendedor tan pron-
to como éste manifestaba su voluntad de desprenderse de él, pasando en
el acto al comprador, sin que para ello fuera menester esperar la entrega
material.

822. En esta situación se discute el Código Napoleónico. Las doctrinas del


Derecho natural y la práctica frecuente de establecer por medio de cláusu-
las que el dominio se había transferido trajeron la consecuencia forzosa
de que la venta fuera un contrato traslaticio de dominio y que el vendedor
no debía transferir al comprador la posesión, como sucedía antes, sino la
propiedad misma. El resultado de esta evolución fueron los artículos 711,
1138 y 1583 del Código Civil francés, según los cuales el dominio se trans-
fiere por el solo consentimiento de las partes y en virtud del contrato de
venta que impone al vendedor la obligación de transferirlo.
Pudiera creerse, sin embargo, que en ese Código el vendedor no tiene
la obligación de dar el dominio, ya que éste se transfiere por sí solo. Esa
creencia no es exacta. El traspaso del dominio es el resultado del contrato
que crea una obligación de dar. La venta crea una obligación de dar cuyo
objeto es transferir el dominio. Este dominio se transfiere o, mejor dicho,
la ejecución de esta obligación se opera por el hecho de convertirse el

656
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

comprador en propietario; de modo que esa transferencia no es sino la


ejecución del contrato que se realiza por sí sola al tiempo de celebrarse
aquél. Por esto, Baudry-Lacantinerie dice con justa razón que esta obliga-
ción muere tan pronto como nace, pues se reputa cumplida y ejecutada o
pagada en el mismo momento de su nacimiento. 1
El Código Civil francés sentó así el principio de que el dominio se
transfiere por el solo efecto del contrato, sin necesidad de tradición, como
una consecuencia de la nueva obligación que la venta impuso al vendedor.
Pero este nuevo efecto que produce el contrato de venta sólo afecta a las
partes. Respecto de terceros el dominio no se adquiere por el comprador
sino mediante la transcripción, si se trata de inmuebles. Esta no es precisa-
mente un modo de adquirir el dominio y no hemos sido exactos al decir
que a su respecto el comprador adquiere el dominio mediante ella. El
dominio se adquiere por el consentimiento. Aquél es propietario de la
cosa desde el contrato; pero para probar y acreditar ese dominio ante los
terceros se requiere la transcripción, que no es sino la prueba del dominio
que adquirió el comprador. La nueva regla del Derecho francés ha sido
objeto de las más duras y diversas críticas. En nuestro sentir, es la más
racional, la más lógica y la más justa de todas, porque no se ve el motivo
que pueda haber para atribuir a un simple hecho material mayor fuerza y
eficacia que el consentimiento de las partes, fuente de todo vínculo jurídi-
co y de ordinario de todo acto humano. Huc y Bonnier, sobre todo, diri-
gen a este sistema los ataques más enérgicos, considerándolo como un
principio que debe expulsarse de una legislación seria.2
Acerca de la forma como evolucionó el principio romano hasta trans-
formarse en la regla que establece el Código francés no hay uniformidad
de opiniones entre sus comentaristas. Según Laurent, los redactores del
Código Napoleónico no alcanzaron a darse cuenta de la gran reforma que
implantaron. De ahí proviene la oscuridad del artículo 1138 de dicho Có-
digo. 3 Para Huc la doctrina de que el consentimiento transfiere el domi-
nio no es sino la manera de conciliar la regla res perit domino con la situación
de las partes al contratar, porque según la regla antigua la cosa perecía
para el comprador que no era propietario. A fin de conciliar estas dos
circunstancias se dijo que el comprador sería propietario por el solo efec-
to del contrato. De este modo la cosa perecería para su dueño. 4 Planiol
cree que el Código francés no ha introducido ninguna doctrina nueva y
que sólo ha reproducido los principios de Puffendorf y de Grocio que, a
su vez, no hicieron sino constatar y generalizar el principio que existía
entre los romanos de que la tradición real no era necesaria y que bastaba
una mera tradición simbólica. 5 Algo aventurada es la aseveración, porque,

1
Des obligativas, I, núm. 365, pág. 412.
2
H u c , VII, pág. 149.
5
Tomo 16, núm. 356, pág. 419.
4
Tomo VII, núm. 96, pág. 145.
s
Tomo I, núm. 2595, pág. 840.

657
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

como sabemos, el Derecho romano no perdió jamás su carácter formalis-


ta. Fue el Derecho natural el que vino a convertir el derecho existente en
un conjunto de reglas abstractas y filosóficas que, hasta entonces, tenían
toda la formalidad y rigorismo de los antiguos tiempos.
Cualquiera que haya sido esa evolución, el hecho es que su resultado
fue que la venta impuso al vendedor la obligación de traspasar el dominio
que ahora se transferiría por el solo efecto del consentimiento de las par-
tes, es decir, la venta se convirtió en un modo de transferir y adquirir el
dominio. La entrega dejó de servir para dar al comprador la posesión de
la cosa o para traspasarle el dominio cuando así se pactaba; no tiene más
objeto que poner la cosa en poder del comprador para que la use y saque
de ella el beneficio que quiera. Ya no es el "transporte de la cosa vendida
en poder y posesión del comprador", como impropiamente dice el artícu-
lo 1604 del Código francés, sino el acto por el cual se la pone a su disposi-
ción para que ejecute en ella los actos de propietario a que tiene derecho
en virtud del dominio que adquirió por el contrato. Por la entrega el com-
prador no adquiere la propiedad, como ocurría en el Derecho romano;
adquiere la posesión material de la cosa. La entrega es necesaria en ese
Código para poner de acuerdo el derecho con el hecho. El comprador
tiene el derecho de dominio, pero antes de la entrega no puede ejercitar-
lo. Para que aquél sea completo necesita que la cosa se le ponga a su
disposición, lo que ocurre con la entrega. 1
Ricci condensa muy bien el alcance de la entrega en el Derecho fran-
cés y en el italiano, o sea, en aquellos en que la venta es un contrato
traslaticio de dominio y dice: "Es preciso, sin embargo, poner el hecho en
armonía con el derecho o, en otros términos, es necesario que el derecho
pueda actuarse y explicarse completamente en el orden externo y material
de las cosas; pero lo que materializa, por decirlo así, el derecho de domi-
nio, poniendo el hecho en armonía con el derecho, es precisamente la
tradición, y ésta cumple tal función en cuanto ponga de hecho la cosa vendi-
da en poder del adquirente. Para que el vendedor, por consiguiente, cum-
pla la obligación que le incumbe respecto a la tradición de la cosa vendida,
no basta que le dé al adquirente una posesión cualquiera de ella, pues
debe dársela tal que venga a ponerle de hecho en condiciones de disponer
libremente de ella".2
No obstante esto, los Códigos francés e italiano han definido impropia-
mente la entrega, porque, según sus expresiones, le dan el carácter de
acto traslaticio de dominio, olvidando así que éste ya se ha adquirido por
el consentimiento. Si se interpretara literalmente el artículo 1604 del Có-
digo francés resultaría que el comprador sólo adquiere el dominio de la
cosa una vez efectuada la entrega. Esto estaría en pugna con el artículo
1583, según el cual el dominio se adquiere desde antes de la entrega por

1
BAUDRY-LU ANTINERIE, De la vente, núm. 286, págs. 287 a 289; PLANIOL, II, núm. 1448,
pág. 484; LAURENT, 24, núms. 158 y 159, págs. 159 a 162; RlCCI, 15, núm. 134, pág. 338.
2
Tomo 15, núm. 134, pág. 338.

658
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

el consentimiento de las partes. De ahí que la definición contenida en el


artículo 1604 sea duramente combatida por los tratadistas y no es sino la
consecuencia de haber reproducido la que daba Domat que, si era exacta
en su tiempo, no lo es en el sistema del Código francés. 1
Dentro del sistema de este Código puede definirse la entrega como el
"transporte de la cosa vendida en el goce y posesión del comprador", puesto
que su único objeto es colocar a éste en situación de que pueda ejercitar de
hecho sobre ella su derecho de dominio. La entrega ha pasado a ser en este
Código un simple acto material improductivo de derecho que sirve para dar
cumplimiento a la obligación que el contrato impone al vendedor.

823. El Código alemán vino a confirmar aún más claramente el principio


de que la venta tenía por objeto transferir el dominio y, por lo tanto, im-
poner al vendedor una obligación en tal sentido. Si en el Código francés
esta obligación pudiera resultar dudosa, dada la redacción de los artículos
pertinentes, en el Código alemán no la es. En éste puede apreciarse mejor
esta obligación por cuanto siguió el principio romano de que la venta es
productiva de obligaciones. Dice en su artículo 433: "Por el contrato de
venta, el vendedor de una cosa se obliga a entregarla al comprador y a
procurarle la propiedad de la misma". La diferencia con el Derecho roma-
no es esencial. El vendedor ya no está obligado únicamente a procurar la
posesión y el goce pacífico de la cosa, sino a transferir el derecho de pro-
piedad que sobre la cosa tenga, o sea, a hacer adquirir el dominio al com-
prador. Esa es la obligación que el contrato de venta impone al vendedor
en ese Código. Esta es la única solución aceptable, porque el que compra
una cosa lo hace para convertirse en su dueño. Es justo entonces imponer
al vendedor la obligación de procurarle ese dominio. De desear sería que
esta regla se incorporara en nuestra legislación.

824. Nuestro Código innovó sobre el Derecho francés o, mejor dicho, no


lo siguió en esta parte. Reprodujo, en cambio, la regla romana, según la
cual el vendedor se obliga a poner al comprador en posesión tranquila y
pacífica de la cosa vendida; de modo que, entre nosotros, aquel no se
obliga a dar la propiedad al comprador. De ahí que sea impropia la defini-
ción que de la compraventa da el Código diciendo que es "un contrato en
que una de las partes se obliga a dar una cosa", ya que dar significa, jurídi-
camente, enajenar, transferir el dominio, mientras que la obligación del
vendedor no realiza ese objeto ni tiene ese alcance.
La entrega de la cosa vendida en nuestro Código tiene por objeto dar
la posesión tanto jurídica o legal como material de la cosa para que de
este modo se cumpla la obligación del vendedor. Su obligación llega hasta
ahí. No pesa sobre él la de transferir el dominio. Por este motivo, el artícu-

1
LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 5 8 , p á g . 1 6 0 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 0 5 , p á g . 2 3 6 ; PLANIOL, II,
núm. 1448, pág. 484; AUBRY ET RAU, V, pág. 59; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 286,
pág. 288; Huc, X, núm. 74, págs. 105 y 106.

659
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

lo 1824 ha incurrido en un error al decir que la obligación del vendedor


se reduce "a la entrega o tradición". No es lo mismo entrega que tradición.
Aquella comprende todo acto, sea material o jurídico, que tiene por obje-
to colocar la cosa en manos del que la recibe, en tanto que la tradición es
una forma especial de entrega que sirve para transferir el dominio de las
cosas. Toda tradición supone entrega, sea ésta real o ficticia, pero no toda
entrega es tradición. Es tal cuando transfiere el dominio. En otros térmi-
nos, la tradición es el acto jurídico; la entrega el acto material.
La obligación del vendedor es entregar la cosa, realizar un acto material
para poner al comprador en posesión legal y material de la cosa vendida a
fin de que pueda gozar de ella tranquilamente como señor y dueño. De ahí
que la ley debió haber hablado en ese artículo de "entrega" únicamente.
En el hecho, sin embargo, el vendedor no sólo da al comprador la
' posesión legal y material de la cosa, sino que le transfiere su dominio. ¿A
qué se debe esto? Según el artículo 1824 del Código Civil, la entrega de la
cosa vendida se hace por la tradición que, como sabemos, es un modo de
adquirir el dominio. La tradición desempeña así en la venta un doble pa-
pel: sirve para realizar, en el hecho, la obligación que el contrato impone
al vendedor y transfiere el dominio de la cosa, cuando aquél es su dueño.
De aquí resulta que sí, jurídicamente el vendedor no tiene la obligación
de transferir el dominio al comprador, prácticamente se lo transfiere, pues
su obligación la cumple mediante uno de los modos de transferir el domi-
nio, mediante la tradición.
Seguramente se dirá, ¿en qué nos hemos fundado para sostener que el
vendedor no se obliga a transferir el dominio de la cosa sino únicamente
su posesión? ¿No vemos acaso en los inmuebles, por ejemplo, que la ma-
nera de entregarlos es inscribiéndolos en el registro respectivo, que es el
medio por el cual se adquiere su dominio? A primera vista los argumentos
parecen irrefutables. Analizados minuciosamente se ve su debilidad.
La conclusión antes expuesta relativa a que el vendedor no se obliga a
transferir el dominio la hemos derivado de las propias expresiones de la
ley. El artículo 1815 dice que pueden venderse las cosas ajenas. Si el ven-
dedor estuviera obligado a dar el dominio de la cosa al comprador podría
vender únicamente aquellas cosas sobre las cuales tuviera un derecho de
propiedad, ya que sólo respecto de ellas podría cumplir su obligación,
pues no puede transferir el dominio el que no lo tiene. El contrato sería
nulo, como ocurre en el Código francés. Sin embargo, entre nosotros, el
vendedor puede vender una cosa ajena. Esto se debe a que su obligación
no va más allá de dar al comprador la posesión legal y material de la cosa,
obligación que puede cumplir en este caso, desde que para dar la pose-
sión de una cosa no se requiere ser su propietario. Puesto el comprador
en posesión legal y material de la cosa, el vendedor ha cumplido su obliga-
ción y aquél no podría pedir la resolución del contrato, en el supuesto de
que después supiera que el vendedor no era dueño, fundado en que no se
le ha transferido el dominio. Mientras goce de la cosa pacíficamente sin
ser molestado por nadie, aunque conozca la carencia del título de domi-
nio de su vendedor, no tiene contra éste acción de ninguna especie, pues-

660
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

to que ha ejecutado su obligación, ha cumplido aquello a que se obligó:


hacer gozar de la cosa al comprador. El comprador no tendrá en su contra
otra acción que la de saneamiento por evicción cuando sea turbado por el
dueño. Antes de tal turbación no puede intentar ninguna, ya que el Códi-
go exige como condición previa para el ejercicio de la acción de sanea-
miento la turbación en el goce de la cosa por un tercero que pretende
derechos sobre ella.
La segunda objeción se destruye aun con mayor facilidad. Hemos di-
cho que la obligación del vendedor es dar al comprador la posesión legal y
material de la cosa. Según el artículo 724 del Código Civil la posesión legal
de un inmueble se adquiere por su inscripción. En tal caso, el vendedor
no cumple su obligación sino mediante la inscripción en el registro con-
servatorio de bienes raíces. Practicada ésta, ha ejecutado debidamente su
obligación y el comprador no puede pedir la resolución del contrato, dado
caso que más tarde sepa que el vendedor no era dueño del inmueble.
Este se excepcionaría diciéndole: yo le he dado la posesión legal y ma-
terial de la cosa, Ud. está gozando de ella, nadie lo molesta; en consecuen-
cia, no tiene por qué quejarse y nada puede importarle que no sea su
dueño. Luego, la inscripción no tiene precisamente por objeto dar el do-
minio al comprador. Si así ocurre de ordinario es porque el vendedor es
casi siempre el dueño de la cosa, de modo que, al practicar aquella, te-
niendo capacidad para transferir el dominio, resulta que éste se transfiere
conjuntamente con la posesión. Pero, en teoría, en derecho estricto, el
vendedor satisface su obligación dando la posesión legal y material de la
cosa.
Vemos, pues, que aunque la entrega de la cosa se hace por la tradición,
ésta no siempre transfiere su dominio al comprador. Se lo transfiere cuan-
do el vendedor es dueño de la misma, en cuyo caso no podría negarse a
transferírselo, ya que aquél, como lo vamos a ver, debe ceder al compra-
dor todos los derechos que tenga sobre ella. Cuando no es su dueño sólo
se transfiere por la tradición la posesión legal de la cosa vendida, posesión
que lo habilita para adquirirla por prescripción, siempre que concurran
los demás requisitos legales. ¿Puede decirse entonces que la obligación del
vendedor sea transferir el dominio al comprador, cuando de los propios
términos de las disposiciones legales resulta que es perfectamente posible
una venta de una cosa en que el vendedor no puede hacer dueño al com-
prador?
Nuestra opinión, que en sí nada vale, encuentra apoyo en la de uno de
los más distinguidos jurisconsultos franceses, en la de Pothier, cuyas doc-
trinas fueron aceptadas casi íntegramente por nuestro Código, sobre todo
en lo relativo al contrato de venta. Este autor, definiendo el alcance de la
obligación de entregar que tiene el vendedor, dice: "Pero el vendedor no
se obliga por el contrato a transferir la propiedad de la cosa que vende, si
no es su propietario. Sólo se obliga a poner al comprador en posesión de
la cosa y a defenderlo contra todos los que posteriormente quisieran qui-
társela o pretender sobre ella algún derecho. Por esto es que si alguno me
ha vendido de buena fe una heredad que no le pertenecía, pero que me

661
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

ha puesto en posesión de la misma, aunque yo descubra después que no


era su dueño, no tengo ninguna acción en su contra, en tanto no sea
turbado por otra persona". 1
Resumiendo las ideas antes expuestas podemos decir, sin temor de equi-
vocarnos, que la obligación de entregar que el contrato de venta impone
al vendedor es aquella que tiene por objeto poner la cosa vendida en po-
der legal y material del comprador para que la tenga, use y goce como
señor y dueño. Por esta obligación el vendedor no se obliga a transferir el
dominio de la cosa al comprador sino únicamente a darle su posesión
legal y material. La transferencia del dominio que resulta del contrato de
venta no es la principal obligación del vendedor. Si éste lo transfiere al
comprador es como una consecuencia de ejecutar la entrega por el modo
de adquirir denominado tradición, lo que ocurrirá siempre que el vende-
dor sea dueño de la cosa. Cuando no lo es, aunque la entrega se haga por
la tradición, no transferirá al comprador otros derechos que los transmisi-
bles que tenga sobre la misma, o sea, la posesión, que habilitará a aquél
para adquirirla por prescripción.

825. Pero surge aquí esta cuestión. ¿Si el vendedor es propietario de la cosa
vendida puede negarse a transferirle el dominio al comprador, alegando
que no tiene la obligación de dárselo? Creemos que no, pues si el vendedor
no está realmente obligado a dar el dominio de la cosa tiene, sin embargo,
la obligación de entregar y transferir al comprador todos los derechos y
todas las relaciones jurídicas que tenga sobre ella. El vendedor se obliga a
entregar la cosa al comprador para que la use y goce como señor y dueño.
Se comprende que si el vendedor, que es dueño de la cosa, conservara en su
poder el derecho de dominio, aquél no podría gozar en tal carácter de la
cosa vendida, desde que hay un tercero, el propio vendedor, que tiene en su
poder el más fuerte y el más absoluto de los derechos reales. El vendedor
debe poner al comprador en situación de gozar de la cosa en la misma
forma en que él la gozaba, debe hacer todo lo posible por obtener que el
comprador saque de ella la mayor utilidad. Esto se consigue únicamente
cediéndole todos los derechos que él tenía sobre la cosa. Su obligación de
entregar importa, por una parte, la entrega misma de la cosa al comprador,
la entrega material, y por otra, el abandono de todos los derechos que tenga
sobre la misma, a fin de que pasen a poder del comprador. Por eso decía
Pothier que "la entrega a que se obliga el vendedor por el contrato de ven-
ta, es una entrega por la cual debe transferir al comprador todo el derecho
que tenga sobre la cosa o con relación a ella".2
Según esto, el vendedor que es dueño de la cosa vendida y que tiene
sobre la misma un derecho de dominio, a fin de poner al comprador en
una situación absolutamente idéntica a la suya, debe desprenderse de ese

1
III, núm. 48, pág. 21.
2
III, núm. 48, pág. 21.

662
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

derecho y transferirlo a aquél. Si así no lo hace, no ha cumplido su obliga-


ción y el comprador tiene derecho para pedir la resolución del contrato.
Si no es propietario de la cosa, no tiene más obligación que la de transfe-
rir los derechos que tenga sobre ella que, en este caso, son los de un mero
poseedor. Aquí el comprador no podría pedir la resolución del contrato,
fundado en que no se le ha transferido el dominio de la cosa, pero cuya
posesión legal y material tiene, porque el vendedor no ha conservado,
como en el caso anterior, ningún derecho en su poder. Ha cedido todos
los que tenía y si no cedió más era porque no tenía más; y su obligación,
como vimos, se cumple entregando la posesión de la cosa. Lo fundamen-
tal es que el vendedor habilite al comprador para que goce de la cosa libre
y tranquilamente, cediéndole todos los derechos que sobre ella tenga, sin
que pese sobre él la obligación de hacerlo dueño. Tal obligación la tiene
cuando es propietario, pero no cuando no lo es.
Por esto, la tradición que es el modo señalado por la ley para hacer la
entrega de la cosa vendida, tiene por objeto, a más de ponerla a disposi-
ción material y efectiva del comprador, transferir el dominio cuando el
vendedor lo tiene y la posesión, en caso contrario.

826. El objeto de la obligación del vendedor es uno e indivisible, tanto físi-


ca como intelectualmente, porque el comprador ha contratado con la in-
tención de recibir toda la cosa vendida y no una o más cuotas de ella. Además
la venta siempre tiene por objeto un cuerpo cierto, desde que aún las ventas
de género se convierten en aquellas al tiempo de la entrega. Según el inciso
2 S del artículo 1526 del Código Civil, la obligación de entregar un cuerpo
cierto es indivisible, siendo obligado a entregarlo el que lo posee. De aquí se
infiere que si el vendedor muere dejando varios herederos, cada uno de
estos queda libre de su obligación de entregar ofreciendo su cuota si, al
mismo tiempo, los demás no ofrecen la suya, y el comprador tampoco está
obligado a recibirla por partes. El comprador tiene acción para exigir de
cualquiera de ellos toda la cosa. Si no se le entrega en su totalidad, puede
pedir la resolución del contrato. Lo dicho se entiende sin perjuicio de lo
que las partes hayan estipulado en contrario.

827. Hay, sin embargo, un caso en el cual el comprador puede recibir


cosa vendida por partes, sin que haya intervenido estipulación al respecto.
Es el del artículo 157 del Código de Comercio que se ocupa de la divisibili-
dad de la obligación de entregar aceptada tácitamente por el comprador.
Dice este artículo: "El comprador que contratare en conjunto una determinada
cantidad de mercaderías, no está obligado a recibir una porción de ellas bajo prome-
sa de que se le entregará posteriormente lo restante. Pero si el comprador aceptare
entregas parciales, la venta se tendrá por consumada en cuanto a las porciones
recibidas, aun cuando el vendedor no le entregue las restantes. En este caso el com-
prador podrá compeler al vendedor a que cumpla íntegramente el contrato o a que le
indemnice los perjuicios que le cause el cumplimiento imperfecto".
El inciso primero de este artículo sienta la regla general de que el
comprador no está obligado a recibir por partes la cosa vendida, ni aun

663
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

cuando se le ofrezca entregar después las otras. Si así sucede, está en su


derecho para exigir la entrega total o para resolver el contrato con indemni-
zación de peijuicios. Pero si el comprador acepta esa entrega parcial, sea
expresamente, sea tácitamente, lo que ocurre cuando recibe la porción en-
tregada o cuando paga el precio equivalente a ella, ha habido aceptación de
su parte para que la entrega se haga en esa forma. En tal caso, la venta se
entiende dividida en varias otras que asumen cada una un carácter indepen-
diente y propio. Cada entrega constituye una venta que se entiende consu-
mada en cuando a la porción que se ha entregado, 1 siendo sí de advertir
que para que la venta de esta porción se repute consumada basta que el
comprador acepte su entrega sin que sea menester que pague su precio al
contado, desde que el pago al contado no es un requisito esencial para la
consumación de la venta. Así lo ha declarado la Corte Suprema. 2
Aceptada la entrega de una porción de la cosa y consumada la venta
con relación a ella, el comprador no puede pedir su resolución en el su-
puesto que el vendedor no le entregue las porciones restantes. En tal evento
sólo puede exigir la resolución o el cumplimiento de la venta por las por-
ciones restantes, respecto de las cuales el contrato aún no se ha consuma-
do. En ambos casos tiene derecho a los peijuicios que le haya ocasionado
la entrega tardía o la falta de entrega de esas porciones y esos peijuicios se
avaluarán con relación a las porciones restantes y no al total de lo vendi-
do, desde que respecto de las entregadas la venta se consumó. Nuestros
tribunales han establecido en repetidas ocasiones que si el comprador ha
aceptado entregas parciales no tiene más derecho que pedir la resolución
o el cumplimiento del contrato por la parte de las mercaderías que no se
entregaron, con los peijuicios que el cumplimiento imperfecto le haya
ocasionado, mas no la resolución total del mismo ni la indemnización de
peijuicios avaluada con relación a la totalidad de la cosa vendida. 3
Veamos esas ideas en un ejemplo. A vende a B cien cajones de azúcar,
cien sacos de trigo y cien sacos de papas que deben entregarse en un solo
acto. Sucede que A entrega al día siguiente de la venta los cien cajones de
azúcar que B recibe sin protesta. Quince días después A entrega y B recibe
los cien sacos de trigo. En ambos casos ha pagado su precio. Pero A no le
entrega los cien sacos de papas. En tal caso B no podría pedir la resolución
total de la venta, es decir, la devolución de todo el precio pagado ni tampo-
co el cumplimiento total de la misma, o sea, la entrega de los cien cajones
de azúcar, de los cien sacos de trigo y de los cien sacos de papas, sino única-
mente la resolución y los perjuicios relativos a los cien sacos de papas que
no se entregaron o la entrega de esos mismos cien sacos, porque la acepta-

1
Sentencia 1.994, pág. 1383, Gaceta 1879, sentencia 333, pág. 177, Gaceta 1883 (consi-
derando 6®); sentencia 536, pág. 357, Gaceta 1894, tomo I.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo II, sec. I a , pág. 304 (considerando 5 9 ).
5
Sentencia 1.218, pág. 830, Gaceta 1879; sentencia 1.994, pág. 1383, Gaceta 1879; sen-
tencia 788, pág. 460, Gaceta 1885; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. I a , pág. 354
(considerando 7® de la sentencia de 2a instancia).

664
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

ción de las entregas parciales dividió el contrato en varios otros indepen-


dientes entre sí que se fueron consumando a medida que se iban entregan-
do las porciones a que se referían. El primitivo contrato ha quedado vigente
por la parte de las mercaderías que aún no se ha había entregado.
La prueba de la aceptación de las entregas parciales por el compra-
dor incumbe al que la alega, naturalmente, que, de ordinario, será el
vendedor. No probándose ese hecho, procederá la resolución total del
contrato.

828. Siendo todo contrato una ley para las partes contratantes y que de-
ben cumplir de buena fe, es indudable que la entrega debe hacerse en la
forma y condiciones estipuladas. De ahí que si se estipula una entrega por
secciones, de tal modo que unas cosas se entreguen primero que otras, el
vendedor debe ir entregándolas en esa forma y no en otra, sin que el
comprador esté obligado a recibirlas en un orden diferente del señalado.
Una entrega efectuada en forma distinta de la convenida autoriza al com-
prador para resolver la venta. Así, si A se obliga a entregar a B la propie-
dad vendida en esta forma: el primero de abril las casas de la calle Moneda;
el primero de julio las de la calle Agustinas; el primero de septiembre las
de la calle Amunátegui y el primero de diciembre las de la calle Teatinos,
A no puede cambiar dicho orden y si llega el primero de abril y en lugar
de entregar las casas de la calle Moneda entrega las de la calle Agustinas o
Amunátegui, B tiene derecho para pedir la resolución del contrato, por-
que el vendedor no ha cumplido su obligación de entregar. Todo esto se
entiende sin peijuicio de lo que acuerden las partes.

2a FORMA EN QUE DEBE HACERSE LA ENTREGA

829. El inciso 2a del artículo 1824 dice: "La tradición se sujetará a las reglas
dadas en el título VI del Libro II". Este título se ocupa del modo de adquirir
el dominio denominado tradición. Según esto, la entrega de la cosa vendi-
da se realiza por la tradición que de la misma debe hacer el vendedor al
comprador.
Tenemos, entonces, que estudiar las reglas que nuestro Código señala
para ella. Pero como su estudio detenido nos llevaría muy lejos y nos dis-
traería de la materia que ahora estudiamos, nos limitaremos a esbozar
rápidamente las diversas maneras de efectuarla.
Estas maneras pueden reducirse a tres: a) las que se ocupan de la tradi-
ción de los inmuebles; b) las que se refieren a la tradición de los muebles,
y c) las que sirven para transferir las cosas incorporales.

A) T R A D I C I Ó N DE LOS INMUEBLES

830. Los bienes inmuebles sólo pueden transferirse por la inscripción en


el registro Conservatorio de Bienes Raíces del departamento en que estén

665
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

ubicados. Esta inscripción da el dominio y la posesión legal de la cosa, que


no cesan sino por la cancelación de la misma. Es el único medio aceptado
por nuestra ley para transferir el dominio de estos bienes y no puede reem-
plazarse por ningún otro. La jurisprudencia es uniforme al respecto.1 Por
este motivo la Corte Suprema ha declarado que las anotaciones en los libros
que determinaba el reglamento de 2 de diciembre de 1867 de las actas de
entrega de los terrenos baldíos situados en Magallanes que se cedieron a los
colonos nacionales y extranjeros, no pueden considerarse como hechas en
registros públicos en los cuales pudieran otorgarse títulos traslaticios del
dominio que hubiese adquirido un colono para transmitirlo a un tercero,
de modo que esos documentos sirven solamente para demostrar la existen-
cia del acto o contrato que relacionan pero no importan la tradición legal
del terreno, porque desde que las leyes de 18 de noviembre de 1845 y de 9
de enero de 1851 sobre colonización no consignaron disposiciones especia-
les para la transferencia del dominio del Estado en favor de los concesiona-
rios, deben aplicarse las disposiciones del Código Civil referentes a inmuebles
y según éstas su tradición se hace por la inscripción en el Registro del Con-
servador de Bienes Raíces del departamento respectivo. 2
Las minas, como que son bienes inmuebles, también se transfieren por
la inscripción en el registro de minas organizado sobre la base del Regis-
tro Conservatorio de Bienes Raíces (artículos 80, 81 y 82 del Código de
Minas). En la misma forma se hace la tradición de las salitreras 3 y de las
barras de minas. 4 La Corte Suprema ha establecido que en esta forma
debe hacerse no sólo la tradición de las pertenencias mineras que hayan
sido demarcadas, sino la de todas las minas, en general, ya que cualquiera
que sea el estado de las gestiones que haya hecho el registrador para cons-
tituir definitivamente su título desde que efectúa el registro de la manifes-
tación hasta la diligencia final de mensura, el carácter y naturaleza de bien
raíz que la ley atribuye a la mina que es objeto de dichas gestiones no se
altera ni modifica, por cuyo motivo, sea que una mina se enajene cuando
ha sido simplemente manifestada y registrada o después de su ratificación
y mensura, la enajenación deberá hacerse siempre por la inscripción en el
Registro de Minas respectivo. 5
La tradición de los regadores de agua, según el artículo 5 de la ley de 9
de noviembre de 1908, se verifica por la inscripción en el Registro de
Aguas respectivo.

1
Sentencia 2.071, pág. 1315, Gaceta 1886; sentencia 389, pág. 317, Gaceta 1888, tomo
I; sentencia 1.197, pág. 1241, Gaceta 1902, tomo I; sentencia 592, pág. 996, Gaceta 1907,
tomo I; sentencia 1.271, pág. 912, Gaceta 1911, tomo II; Revista de Derecho y Jurisprudencia,
tomo VI, sec. 1J, pág. 348 (considerando 20); tomo VIII, sec. 2®, pág. 83 (considerando 3 S );
tomo XI, sec. 2S, pág. 1 (considerando 4).
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. I a , págs. 27 y 37.
5
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. P, pág. 419.
4
Sentencia 5.548, pág. 2037, Gaceta 1889; sentencia 2.072, pág. 391, Gaceta 1894, tomo II.
5
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V,sec. 1-, pág. 419.

666
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

Las naves, no obstante ser bienes muebles, están equiparadas, para este
efecto, a los inmuebles, en conformidad al artículo 833 del Código de
Comercio. Su dominio se transfiere por la inscripción que debe hacerse
del contrato de venta en un registro que, con este objeto, debe llevar la
Comandancia General de Marina, en conformidad a la Ley de Navegación
de 25 de junio de 1878 (artículos 34 y 35).
El dominio de todos estos bienes se transfiere única y exclusivamente
en la forma señalada y mientras no se efectúa esta inscripción la entrega
legal de la cosa no se realiza. Pero si éste es el modo de adquirir el dere-
cho real de dominio no es, sin embargo, la manera de efectuar la entrega
completa a que el vendedor se obliga por el contrato de venta, ya que ella,
en muchos casos, puede no dar la tenencia material de la cosa. Esto nos
lleva al estudio de los requisitos que debe contener la tradición de los
inmuebles para que el vendedor cumpla su obligación.

831. Para que la obligación de entregar que el contrato de venta impone


al vendedor se repute cumplida se requiere: 1) que haya realmente inten-
ción de entregar la cosa al comprador e intención de adquirirla por parte
de éste; 2) que se verifique la inscripción del contrato, o sea, que el vende-
dor se despoje de todos los derechos que tenga sobre la cosa; 3) que el
vendedor la abandone por completo de manera que el comprador pueda
utilizarla; y 4) que el comprador se halle en situación de ejercitar sobre
ella todos los actos propios de un dueño, es decir, que reciba la posesión
real, de hecho, efectiva de la cosa.
La intención de entregar la cosa desprendiéndose de ella y la intención
de adquirirla son esenciales para la entrega, porque la tradición es un acto
jurídico y como tal no puede existir sin la voluntad de las partes. Los artícu-
los 672 y 673 del Código Civil exigen para la validez de la tradición la volun-
tad de ambas partes de transferir y de adquirir el dominio, respectivamente.
La inscripción es también esencial puesto que es el medio señalado
por la ley para efectuar la tradición de los inmuebles, y tanta importancia
tiene que sin ella no hay entrega legal. Dijimos que el vendedor se obliga-
ba por la venta a desprenderse de todos los derechos que tuviera sobre la
cosa para transferirlos al comprador. El modo de desprenderse de ellos es
la inscripción.
Pero no basta la mera tradición legal para que el vendedor cumpla con
su obligación. El vendedor, según vimos, no se obliga a transferir el domi-
nio, sino a poner la cosa a disposición material del comprador y si en el
hecho lo transfiere es porque se obliga a entregar todos los derechos que
tenga sobre la cosa y porque se presume que con el dominio se adquiere
la posesión material. A fin de que el comprador adquiera esa tenencia
material, esa posesión de hecho de la cosa vendida, el vendedor debe aban-
donarla y cesar de ejecutar sobre ella los actos a que le daba derecho su
antigua calidad de propietario. Si se trata de una casa, por ejemplo, debe
retirar de ella los muebles, desalojarla y cesar en el ejercicio de los dere-
chos que tenía a su respecto, como ser, abstenerse de seguir percibiendo
los arriendos, etc. Del mismo modo, si se trata de un campo, debe abste-

667
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

nerse de seguir trabajándolo y de ejecutar en él actos de dueño. Hay casos,


sin embargo, en que el vendedor no abandona la cosa sin que esto signifi-
que que en ellos no haya habido entrega. Así sucede cuando el vendedor
continúa habitando la casa o trabajando el campo como arrendatario, co-
modatario, etc. En tales casos, siempre hay abandono del inmueble, pues
el vendedor ya no ejercitará en él derechos de dueño, sino de mero tene-
dor. Su dominio y posesión se han transformado en tenencia. Esto era lo
que los romanos llamaban constitutum possessorium.

832. El abandono de la propiedad por el vendedor no es suficiente tampo-


co para que la entrega se repute ejecutada en debida forma. Es menester,
además, que la cosa sea puesta materialmente en poder del comprador, por-
que en esto consiste la obligación de entregar, desde que el objeto de la
venta es poner a aquél en situación de usar y disponer de la misma como
señor y dueño, lo que no podría hacer si sólo se le diera la posesión legal y
no la posesión real. Se requiere la entrega material de la cosa. Por esto, el
vendedor debe hacer todo lo necesario para poner al comprador en pose-
sión efectiva de la cosa. Si ésta es detentada indebidamente por terceros,
debe expulsarlos. De otro modo aquél no podría entrar a poseerla. Si el
vendedor hace esta entrega al comprador, pero éste no usa o no se sirve de
la cosa o no toma posesión de la misma, el vendedor queda, sin embargo,
exento de toda responsabilidad ulterior porque cumplió su obligación. De
manera que él cumple su obligación poniendo la cosa a disposición del
comprador, aunque éste, en realidad, no tome posesión de ella. Su obliga-
ción llega hasta la entrega material, hasta el momento en que da al compra-
dor los medios y las facultades necesarias para que se sirva de la cosa como
señor y dueño. Así, por ejemplo, si el vendedor avisa al comprador que tal
día le entregará las llaves de la casa y lo pondrá en posesión de la misma y el
comprador no concurre al acto, por lo que el vendedor le envía las llaves,
éste ha cumplido su obligación y aun cuando un tercero ocupe después la
casa, aquél no tiene ninguna acción en contra del vendedor.

833. La posesión material de la cosa puede hacerse entregando las llaves


del local, señalándole el edificio o terreno y, en general, por cualquier
otro medio que habilite al comprador para usar materialmente de ella.
Este mismo principio ha consignado la Corte de Apelaciones de San-
tiago cuando dice que la entrega real de un predio puede hacerse por
cualquier medio convenido entre los contratantes. 1 Consecuente con este
modo de pensar, esa misma Corte declaró que la entrega material de la
cosa vendida se reputaba realizada por el hecho de haberse estipulado en
el contrato una cláusula que establecía que el comprador recibiría el fun-
do directamente del arrendatario. 2 Creemos que esta doctrina es ajustada
a derecho. El vendedor no puede entregar materialmente la cosa, porque

1
Sentencia 2.387, pág. 642, Gaceta 1894, tomo II.
2
Sentencia 2.387, pág. 642, Gaceta 1894, tomo II.

668
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

está arrendada. Para cumplir su obligación conviene en que el arrendata-


rio haga esa entrega, lo que acepta el comprador. El vendedor cumple su
obligación invistiendo al comprador de todos los derechos que le da su
calidad de dueño, entre las cuales figura el de exigir la entrega de la cosa
al final del arrendamiento.

834. ¿Se entiende hecha la entrega material del inmueble vendido si an-
tes de recibirse de él el comprador lo da en arrendamiento a la misma
persona en cuyo poder se encontraba al tiempo en que esa entrega debía
hacerse, de modo que ésta no pudo efectuarse realmente?
La afirmativa no es dudosa, porque el hecho de que el comprador la
haya dado en arrendamiento importa que éste se encuentra en posesión
de él, desde que el arrendatario es un mero tenedor de la cosa que la
detenta para su propietario; y si el comprador ha podido arrendar el fun-
do es porque ha podido disponer de él, ya que de otro modo el arrendata-
rio no podría servirse del mismo. Además, si no lo hubiera arrendado
habría podido entrar él en posesión material. Si no lo ha hecho es porque
otra persona, el arrendatario, con su consentimiento, tomó esa posesión
en su nombre. El hecho de entrar el arrendatario en posesión del fundo
implica, pues, su entrega material, puesto que aquél puede ser considera-
do como el representante del comprador para este efecto.

835. El hecho de conferir un poder al comprador de un terreno que no


se compra en calidad de litigioso para que obtenga que sus poseedores le
den, sea judicial o extrajudicialmente, la posesión material del mismo no
importa entrega real del terreno, porque el vendedor no ha dado al com-
prador los medios de obtener esa entrega. Le ha conferido únicamente un
poder para litigar y puede ocurrir que el comprador no obtenga en el
juicio y no pueda recibir la cosa. El comprador obraría aquí como manda-
tario del vendedor, que continuaría siendo deudor por la entrega material
de la cosa; de donde resulta que si el juicio se pierde y el comprador no
recibe su tenencia material puede resolver el contrato. Hay aún otro as-
pecto de la cuestión que podemos considerar. El comprador no ha com-
prado una cosa litigiosa, sino una propiedad determinada. El vendedor
cumplirá su obligación entregando de hecho la cosa al comprador y no
sólo colocándolo en situación de seguir el pleito. No creemos, pues, que
tal mandato o poder baste para constituir la entrega material de la cosa y
que con él el vendedor quede exento de su obligación.
Naturalmente, las partes pueden convenir en que la entrega se entien-
da hecha con ese poder. Para que así fuera sería menester que el compra-
dor se echara expresamente sobre sí las resultas del juicio, fueran buenas
o malas, relevando al vendedor de toda responsabilidad. Pero ésta sería,
más bien, la venta de un derecho litigioso y aquí nos referimos a la venta
de un bien no litigioso.

836. La entrega de los títulos de la propiedad que se vende tampoco im-


porta la entrega material de la misma. Aquéllos sirven para acreditar el

669
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

dominio del vendedor y de sus antepasados. Acreditan el derecho real de


éstos, pero no transfieren el dominio y mucho menos dan la tenencia
material de la cosa, ni habilitan al comprador para adquirirla.

837. Lo expuesto nos lleva a la conclusión de que no basta la inscrip-


ción del contrato de venta en el registro respectivo para que el vende-
dor cumpla su obligación de entregar. Desde que el objeto primordial
del contrato de compraventa es poner la cosa a disposición material del
comprador para que la goce y use como señor y dueño, es claro que ese
objetivo sólo se logra dándole su tenencia de hecho. Si la ley no estable-
ce expresamente tal obligación es porque se desprende de la naturaleza
misma del contrato, ya que éste, según el artículo 1546 del Código Civil,
obliga no sólo a lo que en él se expresa, sino a todas las cosas que
emanan precisamente de la naturaleza de la obligación, como sucede
con la que estamos analizando. Como el vendedor debe entregar al com-
prador todos los derechos que tenga sobre la cosa, resulta que si es su
dueño o poseedor legal, que será lo que suceda de ordinario, tendrá
que transferirle el dominio o la posesión legal de la misma. Con uno y
otro se obtiene, o a lo menos se puede obtener, la posesión material de
la cosa. Esta tenencia es, pues, una consecuencia del dominio o de la
posesión legal que transfiere el vendedor y que, en virtud del precepto
mencionado, va envuelta en la obligación de entregar. Generalmente la
transferencia del dominio y la entrega material de la cosa coinciden.
Pero puede ocurrir que se realice la inscripción, que se transfiera el
dominio o la posesión legal y el comprador no pueda, sin embargo,
gozar de la cosa, porque un tercero está en posesión de ella. En este
caso, de nada sirve esa transferencia, pues el objeto principal de la ven-
ta, la entrega material de la cosa, no se ha efectuado. Por lo tanto, el
vendedor no ha cumplido su obligación de entregar, puesto que debe
hacer todo lo necesario para poner al comprador en posesión material
de la cosa, por cuyo motivo el comprador puede pedir la resolución o el
cumplimiento del contrato.
Podemos sentar, en consecuencia, como regla inamovible, que el ven-
dedor está obligado a dar al comprador, a más del dominio o posesión
legal, según el caso, que se transfieren por la tradición, la posesión mate-
rial de la cosa vendida. Si así no lo hace, aunque se haya verificado la
inscripción, el comprador puede resolver el contrato o exigir la entrega
material.
La jurisprudencia es unánime en este sentido.
Así, la Corte de Apelaciones de Santiago ha sostenido en varias oca-
siones esta doctrina, como puede verse en los siguientes considerandos:
"1® Que si bien aparece consumada la tradición o entrega legal del terreno vendi-
do, a virtud de haberse inscrito el título en el registro del Conservador, no se ha
comprobado que el Fisco haya cumplido con la obligación especial de la cláusula
arriba citada, por la cual se compromete a entregar los predios enajenados dentro
de cierto plazo; 2 Q Que atendida la intención de los contratantes claramente ma-
nifestada en la misma cláusula, la entrega de que allí se habla no es solamente la

670
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

tradición legal del predio, sino su entrega real y el ejercicio tranquilo de la pose-
sión que el Fisco ha querido asegurar al comprador; 3 a Que el vendedor no ha
probado el cumplimiento de esa obligación y, al contrario, el demandante ha
procurado establecer que hasta el presente ocupan las hijuelas rematadas varias
familias de indígenas que alegan derechos de dominio y se niegan a entregarle la
posesion, a lo cual debe agregarse el mérito de la exposición contenida en el
informe de fojas 13 vuelta".
Por estas razones, declaró resuelta la venta y ordenó devolver el precio
al comprador, debiendo cancelarse, al mismo tiempo, la inscripción hecha
en el Conservador respectivo.1
He aquí otra sentencia de aquella Corte:
"Considerando: 3 a Que aun cuando la venta de las minas nombradas se hizo por
escritura pública, que fue inscrita en cumplimiento de lo dispuesto en el artícu-
lo 83 del Código de Minas en el registro respectivo, según lo comprueba el
d o c u m e n t o que corre a fojas 131, esto no obsta (i ta, obligación del vendedor de hacer
entrega real de lo vendido"...; 6- Que, en consecuencia, el demandado no ha justifi-
cado haber cumplido con la obligación de entregar la mina "No me olvides", lo
que hace procedente la acción instaurada en la demanda para exigir esa entre-
ga, con arreglo a lo dispuesto en el párrafo 6 a del Título 23 del Libro IV del
Código Civil".
Dio lugar a la demanda, obligando al vendedor a la entrega material
de la mina. 2
La misma opinión sustenta ese tribunal en los considerandos que si-
guen:
"3a Q u e el v e n d e d o r está obligado a entregar la cosa vendida inmediatamente
después del contrato, o a la época prefijada en él, y esta entrega comprende no
sólo la tradición del dominio y la posesión, sino también el uso y goce de lo vendido; 4 5
Q u e si bien por la inscripción en el Registro del Conservador del título trasla-
ticio, se efectúa la transferencia del d o m i n i o y posesión legal de los bienes
raíces vendidos, no produce este efecto respecto del uso y g o c e de la cosa que
se ha comprado, uso y g o c e que, a pesar de la inscripción, p u e d e n permanecer
en p o d e r del mismo vendedor o de terceros; 5 S Q u e en el presente caso el
v e n d e d o r no sólo no ha cumplido con la entrega material de la cosa vendida,
sino que la resiste".
Como en el caso anterior, se dio lugar a la reconvención en cuanto se
obligó al vendedor a entregar la posesión material de la cosa.3
La Corte de Apelaciones de Concepción, por su parte, ha dicho:
"39 Que el vendedor está obligado a entregar la cosa vendida inmediatamente
después del contrato, a menos que se haya fijado plazo, c o m o lo ordena el artícu-
lo 1826; 4a Que la entrega de que se trata en dicho artículo es la que consiste en poner la
cosa vendida en poder del comprador por medio de la aprehensión real de ella, y no basta
para que el vendedor cumpla con la obligación de entregar la cosa vendida la inscripción del
título respectivo, que es solo un medio o signo de la tradición legal, sino que es necesario que

1
Sentencia 1.069, pág. 730, Gaceta 1880.
2
Sentencia 309, pág. 210, Gaceta 1898, tomo I.
3
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. 2', pág. 1.

671
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

esa entrega sea real y efectiva...; 7 a Q u e e l d e m a n d a n t e h a j u s t i f i c a d o q u e n o s e l e h a


hecho entrega material del predio que fue materia del contrato".
Se declaró resuelta la venta. 1 Esta corte, en dos fallos de fecha más
reciente, ha sostenido también la misma doctrina. Dice en uno:
"Considerando: Que si bien es cierto que las propiedades disputadas entre de-
mandante y demandado fueron inscritas en el respectivo Conservador de Bienes
Raíces, dicha inscripción sólo importa la tradición legal de la cosa vendida y no la
entrega material que el vendedor está obligado a verificar inmediatamente des-
pués del contrato, o en la época prefijada en él";
se declara que ha lugar a la demanda, o sea, que el demandado debe
hacer entrega material de la cosa vendida al demandante. 2 El otro fallo
dice:
"Teniendo presente que es obligación del vendedor efectuar la entrega o tradi-
ción de la cosa vendida, la que consiste tanto en la entrega material como en la
inscripción del respectivo título de venta"; se declara que ha lugar a la demanda,
en cuanto en ella se pide la resolución del contrato de venta. 3
La Corte de Apelaciones de Valdivia, a su vez, ha dicho:
"Considerando: I a Que entre las obligaciones del vendedor se halla la primordial
de hacer entrega de la cosa vendida inmediatamente después del contrato o a la
época prefijada en él, según lo dispuesto en el artículo 1826 del Código Civil; 2 a
Que la entrega a que se refiere la disposición citada no solo comprende la legal, o sea, la que
se opera por medio de la inscripción del título en el Registro del Conservador, transfiriendo el
dominio de la cosa al comprador, sino también la material, pues sin esta última no se
podrían ejercitar las acciones que los artículos 1832 y 1833 confieren tanto al
vendedor c o m o al comprador con respecto a la cabida de lo vendido; 3 a Que la
demandada no ha justificado haber cumplido con la obligación que tenía de en-
tregar la propiedad vendida; y, por el contrario, de las posiciones absueltas por
ella misma, de la prueba testimonial producida por el demandante y demás ante-
cedentes de la causa, aparece que el predio se halla poseído por una tercera per-
sona".
En vista de esas consideraciones declaró resuelto el contrato de venta a
que se refería la demanda. 4 Ese tribunal, reproduciendo la misma doctri-
na, dice en otra sentencia:
"Considerando: l 9 Que según lo dispuesto en los artículos 1824 y 1826 del Código
Civil, entre las primordiales obligaciones que corresponden al vendedor, se halla
la de hacer entrega de la cosa vendida inmediatamente después del contrato, si
no se hubiere fijado plazo para ellos; 2a Que esta entrega no solamente es la legal que se
opera por medio de la inscripción, transfiriendo el dominio de lo vendido al comprador, sino
también la material que le da la aprehensión misma de la cosa, y sin la cual no podrían
ejercitarse los derechos que los artículos 1832 y 1833 del Código citado confieren
tanto al vendedor c o m o al comprador respecto de la cabida del bien vendido; 3 a

1
Sentencia 3.052, pág. 1827, Gaceta 1885.
2
Sentencia 549, pág. 863, Gaceta 1905, tomo I.
3
Sentencia 595, pág. 937, Gaceta 1905, tomo I.
4
Sentencia 1.068, pág. 639, Gaceta 1900, tomo II.

672
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

Que el demandante ha justificado que no se le ha puesto en posesión real del


predio comprador por la escritura de fojas 1, lo que el demandado reconoce,
sosteniendo únicamente habérsele hecho la tradición legal de él, lo que no es
suficiente, en concepto de la ley, para que se entienda cumplida la obligación de
entregar que corresponde al vendedor".
Se declaró igualmente resuelto el contrato, ordenándose devolver el
precio al demandante. 1
La Corte de Apelaciones de Talca, en repetidas ocasiones, ha sustenta-
do también idéntica doctrina. En una sentencia dice:
"Considerando 3 2 Que del contexto del artículo 1826 aparece claramente que la
entrega o tradición a que él se refiere es no solo la que se efectúa por la inscrip-
ción en el Registro del Conservador, sino la real que lleva envuelta el ejercicio de
la posesión de la cosa vendida; 4 S Que si bien aparece consumada la tradición
legal del terreno vendido a virtud de haberse inscrito el título en el Registro del
Conservador, el demandante ha probado que no pudo entrar en posesión real de
la propiedad inmediatamente después de celebrado el contrato de compraventa y
que este h e c h o no fue por su culpa, sino por la del vendedor, y en este caso da
también la ley al comprador el derecho de perseverar en el contrato y de ser
indemnizado de los perjuicios". 2
He aquí otro fallo en que esa Corte establece la misma opinión:
"Considerando: 1 Q Que el vendedor está obligado a entregar la cosa vendida in-
mediatamente después del contrato o a la época prefijada en él y esta entrega
comprende no solo la tradición del dominio y la posesión, sino también el uso y
goce de lo vendido; 2S Que si bien por la inscripción en el Registro del Conservador del
título traslaticio se efectúa la tradición del dominio y posesión legal de los bienes raíces
vendidos, no produce este efecto respecto del uso y goce de la cosa que se ha comprado, uso y
goce que, a pesar de la inscripción, pueden permanecer en poder del mismo vendedor o de un
tercero".
Dio lugar a la demanda en que se pedía la entrega material de la cosa.3
El mismo tribunal reproduce nuevamente esa doctrina en estos términos:
"Que del mérito general del expediente consta que el demandante no ha podido
entrar en posesión del terreno a que se refiere la escritura, por lo que se ha visto
en la necesidad de entablar la acción que le acuerda el artículo 1826 del Código
Civil, para reclamar el precio que pagó por el terreno subastado".
Se declaró resuelta la compraventa. 4
Sin embargo, esa Corte ha consignado posteriormente la doctrina opues-
ta en los siguientes considerandos:
"4° Que el demandado reconoce y así consta del título de compraventa corriente
a fojas 3, que éste fue inscrito en el Registro del Conservador; 5 S Que la entrega o
tradición de los bienes raíces se efectúa por la inscripción del título y, por lo
tanto, el demandante cumplió con la obligación de entregar; 6 a Que si a pesar de

1
Sentencia 1.093, pág. 653, Gaceta 1912, tomo II.
2
Sentencia 598, pág. 515, Gaceta 1899, tomo I.
3
Semencia 421, pág. 660, Gaceta 1905, tomo I.
4
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IV, sec. 1', pág. 24.

673
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

esa entrega legalmente verificada, no ha podido el demandado entrar en posesión


material de la cosa vendida, o si es turbado en ella o privado de la misma por obra
de terceros, no es la acción deducida en la reconvención la que procede, sino
otras que el demandado no ha ejercitado".
Con el mérito de estas razones, no dio lugar a la resolución del contra-
to que pedía el comprador por no habérsele hecho la entrega material de
la cosa.'
Esta sentencia contiene dos graves errores: 1) considera que la obliga-
ción de transferir el dominio y la de dar la posesión material de la cosa
son una misma, que se entienden cumplidas con la tradición legal, y 2)
confunde la acción de resolución por falta de entrega material con la ac-
ción de saneamiento, no obstante ser ambas enteramente diversas, desde
que la primera se ejercita cuando el comprador no puede hacerse cargo
de la cosa por no habérsele dado su posesión material y la segunda, sólo
cuando el comprador es turbado en su posesión; en el primer caso el
comprador no goza de la cosa, no ha entrado aún a poseerla; en el segun-
do, goza de ella, pero es turbado en su goce. La mejor crítica que puede
hacerse de esta errada sentencia, es el voto del Ministro Maldonado que
opinó por dar lugar a la resolución del contrato. Este voto es muy intere-
sante y contiene los verdaderos principios que existen al respecto. He aquí
sus párrafos pertinentes:
"La primera obligación del vendedor es hacer entrega de la cosa vendida, y si
bien por regla general, no habiendo desacuerdo de las partes, la entrega real y
efectiva queda perfeccionada con la tradición legal, o sea, con la inscripción del
título en el registro respectivo, no siempre puede ocurrir que se confundan la
tradición del dominio con la entrega de la cosa vendida. En conformidad a lo
dispuesto en el artículo 1826 del Código Civil, el vendedor es obligado a entre-
gar la cosa vendida inmediatamente después del contrato o en la época prefija-
da en él, época que puede ser muy posterior al contrato y a la inscripción del
título, y no podría el vendedor excusarse de hacer la entrega real y material, so
pretexto de que ya se había efectuado con anterioridad la inscripción del título,
o sea, la tradición del dominio. Si se supone hecha la entrega con la sola inscrip-
ción del título, podría, en la generalidad de los casos, resultar ilusorio el dere-
c h o de retención que al vendedor c o n c e d e el inciso tercero del mismo artículo
1826. Según lo que dispone el artículo 1834 del Código Civil, las acciones que
c o n c e d e n los artículos 1832 y 1833 expiran al cabo de un año, contado desde la
entrega. Si por culpa del vendedor, por estipulación de las partes o por otro
motivo cualquiera no se efectúa la entrega material dentro del año siguiente a la
inscripción del título, no podría el comprador hacer valer sus derechos si la
cabida real resulta m e n o r que la cabida declarada, o si no se entrega todo lo
comprendido dentro de los linderos, cosas que no p u e d e n saberse con la ins-
cripción del título, que si bien transfiere el dominio, no p u e d e estimarse siem-
pre c o m o la entrega de la cosa vendida para todos los efectos legales. En el
presente caso consta de autos y las partes están de acuerdo, en que ni el vende-
dor ni el comprador han entrado en posesión de la cosa materia del contrato.
No se p u e d e obligar al comprador a seguir un juicio con los detentadores del

1
Sentencia 1.240, pág. 845, Gaceta 1911, tomo II.

674
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

predio, porque él no compró, según la escritura, una cosa litigiosa, sino un sitio,
y si el vendedor no puede o no quiere entregárselo o amparar al comprador en
su posesión pacífica, debe aceptar la resolución del contrato, devolver el precio
y recuperar el dominio de lo vendido. El comprador, en su reconvención, no
exige la entrega del sitio, sino que pide la resolución del contrato por no habér-
sele dado la posesión o h e c h o la entrega material y en ello lo ampara la ley,
porque en todo contrato bilateral va envuelta la condición resolutoria de no
cumplirse por una parte lo estipulado o las obligaciones que emanan precisa-
mente de la naturaleza de los contratos y que se entienden pertenecerles, sin
necesidad de una cláusula especial, como lo disponen los artículos 1489, 1545,
1546 y 1444 del Código Civil. Por el contrato de compraventa, el vendedor no se
obliga solo a otorgarle un título al comprador, sino a darle una cosa (artículo
1793 del Código Civil) y la ley le impone, además, al vendedor la obligación de
amparar al comprador en la posesión de esa cosa".1
Este voto señala muy bien la diferencia que hay entre la tradición y la
entrega material, diferencia que aparece aún más de manifiesto si se con-
sidera que una y otra pueden efectuarse en épocas diferentes. Esperamos
que la mala doctrina que sustenta ese fallo no haga escuela. Hay razones
para esperarlo así, si se toma en cuenta que es el único que se pronuncia
en este sentido y, todavía, con un voto en contra, lo que está demostrando
su carencia absoluta de valor jurídico.

838. Es una cláusula muy frecuente en los contratos de venta de inmue-


bles aquella por la cual se faculta al portador de una copia autorizada de
la escritura para que requiera las inscripciones del caso. Diversas inter-
pretaciones y alcances se dan a esta cláusula. Pero creemos que solo tie-
ne u n o y es que ella no importa sino un mandato conferido al portador
de la copia autorizada para que practique y firme las inscripciones del
caso y la manifestación del consentimiento de las partes necesario para
verificar la tradición. 2
En efecto, según los artículos 672 y 673 del Código Civil es esencial
para la validez de la tradición que se haga con la voluntad del tradente y
del adquirente o de sus representantes. Este consentimiento debe existir
al tiempo de practicarse la tradición y como ésta se verifica por la inscrip-
ción, resulta que aquél debe concurrir en el momento en que el Conserva-
dor la lleve a cabo. Por otra parte, según el artículo 78 del Reglamento del
Registro Conservatorio de Bienes Raíces, las partes deben firmar la anota-
ción en caso de transferencia de bienes raíces o de derechos reales, pues
de este modo se manifiesta el concurso de ambas voluntades. Estas firmas
no pueden faltar en ningún caso, a menos que se confiera poder a uno de
los otorgantes o a un tercero para que, en nombre de aquellos, firme la
inscripción. En este caso, el otorgante o el tercero es un encargado de
practicar la tradición, de acuerdo con lo que prescriben los artículos 672 y

1
Pág. 847, Gaceta 1911, tomo II.
2
Véase la misma opinión en BARROS ERRÁZURIZ, Derecho Civil, I año, pág. 155.

675
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

673 del Código Civil. El artículo 38 del Reglamento citado señala igual-
mente como algo esencial en la inscripción las firmas de los contratantes
en los casos en que, como en la venta, fueren necesarias. La misma opi-
nión ha sustentado la Corte de Apelaciones de Valparaíso.1
No cabe duda, pues, que según las disposiciones legales transcritas la
cláusula indicada no es sino la facultad conferida a una de las partes para
que proceda a practicar la inscripción, ya que ésta debe hacerse mediante
el concurso de ambas voluntades, que quedan, en consecuencia, manifes-
tadas por el hecho de facultar a una persona para que lleve a efecto la
inscripción.
Además, según los artículos 60 y 61 del mismo Reglamento, la inscrip-
ción puede pedirse por sí o por medio de apoderados, y tratándose de un
título traslaticio de dominio es menester que ese mandato conste de algún
instrumento auténtico. El modo corriente de facultar a una persona para
que recabe la inscripción es la cláusula que estudiamos. De modo que otro
de sus objetos es evitar que las partes se vean obligadas a concurrir juntas a
solicitar la inscripción. Basta con que vaya una de ellas o un tercero, desde
que una y otro están facultados para ese efecto.
Esta cláusula desempeña un doble papel: 1) es la manifestación del
consentimiento de las partes, necesario para practicar la inscripción, pues-
to que con ella se encarga al portador de la copia del contrato de venta
que suscriba en su nombre dicha inscripción, ya que mediante la firma de
las partes se manifiesta, según la ley, el consentimiento del tradente y ad-
quirente; y 2) es un poder conferido al mismo portador para que recabe
del Conservador la inscripción correspondiente.
Fuera de este alcance, no tiene ningún otro. Sin embargo, más de al-
guien ha sostenido que esta cláusula importa la tradición misma. Esto es
un absurdo evidente. La tradición se verifica única y exclusivamente por la
inscripción hecha en forma legal, según lo dice el artículo 696 del Código
Civil. Esa cláusula no es la tradición ni la inscripción, sino un poder para
solicitar ésta y para firmarla, en nombre de las partes, cuyo consentimien-
to se manifiesta con esa firma. No es sino uno de los requisitos que debe
reunir la inscripción, el consentimiento de aquéllas; pero, en ningún caso,
es la inscripción misma. Por esto, si el 1" de julio se celebra un contrato de
venta con esta cláusula y el comprador lo inscribe el 1 Q de agosto, sólo en
esta fecha y no el I a de julio adquiere el dominio. Si el vendedor vende
nuevamente la propiedad y el nuevo comprador la inscribe antes del I a de
agosto, éste adquiere el dominio y queda dueño de ella sin que el otro
pueda reivindicarla ni reclamar nada del nuevo comprador. Solo tendrá
acción resolutoria contra el vendedor.

839. La determinación del alcance y del valor jurídico de esa cláusula tie-
ne especial importancia en las ventas de bienes de menores. Supongamos

1
Sentencia 1.271, pág. 912, Gaceta 1911, tomo II.

676
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

que un menor vende una propiedad diez días antes de cumplir su mayor
edad y faculte al portador de la copia autorizada de la escritura para re-
querir la inscripción del caso. Según los artículos 1693 y 1695 del Código
Civil la ratificación tácita, o sea, la ejecución voluntaria de la obligación
contraída, sanea la nulidad del contrato. La ratificación tácita de la venta
celebrada en tales condiciones sería la entrega de la cosa y la inscripción
del dominio, que suponemos que se realizan dos días después de que el
menor ha llegado a la mayor edad, es decir, cuando ya es capaz de contra-
tar. ¿Podría el vendedor, que al tiempo del contrato era menor de edad,
anular esa venta? Creemos que no, porque la ratificó dando el dominio
cuando era mayor. Si la cláusula analizada fuera la tradición misma, enton-
ces sí que la venta sería siempre nula. Pero como no tiene tal valor y solo
es un poder con el objeto indicado, resulta que aquélla se verifica cuando
se inscribe y esta inscripción se ha efectuado, en el ejemplo propuesto,
cuando el vendedor era mayor de edad. Ha habido ratificación tácita he-
cha por una persona capaz de contratar. Por lo demás, en este mismo
sentido se han pronunciado nuestros Tribunales. En un famoso fallo pro-
nunciado el 5 de agosto de 1915, por una de las salas de la Corte de
Apelaciones de Santiago se planteó este punto con ocasión de un ruidoso
proceso sobre rescisión de una venta celebrada por un menor de edad,
pues el comprador alegaba que el vendedor había ratificado la venta por-
que la inscripción del contrato se verificó con posterioridad a la fecha en
que cumplió su mayor edad. Pero, como ese hecho no era efectivo, pues la
inscripción se había efectuado un día antes de la mayor edad, o sea, cuan-
do el vendedor todavía no era capaz de ratificar, la Corte desechó la alega-
ción diciendo:
"Que la ratificación que también se alega consistente en la entrega de la cosa
vendida por medio de la inscripción en el Conservador de Bienes Raíces, aparece
verificada el día 9 de mayo de 1908 y, según la partida de bautismo del demandan-
te, éste no cumplió los veinticinco años sino el día 10 del mismo mes y año".1
De aquí se desprende que si la inscripción se hubiera verificado des-
pués de la fecha en que el demandante cumplió veinticinco años, la ratifi-
cación habría sido válida lo que demuestra que la cláusula que venimos
estudiando, y que también existía en la escritura que era objeto de ese
juicio, es un simple mandato.
Se dirá, seguramente, que aunque es cierto que la cláusula citada no es
la tradición misma, sino un mandato, el hecho de que la inscripción se
efectúe con posterioridad a la mayor edad no importa ratificación porque
cuando el mandato se confirió el mandante aún era incapaz. A primera
vista pudiera creerse que el argumento fuera exacto, pero hay dos razones
poderosísimas que lo destruyen. La primera consiste en que el vendedor,
aunque era menor de edad al tiempo de otorgarse la escritura de venta y

1
Sentencia pronunciada en el juicio García Cruz con Rojas Arancibia y suscrita por los
señores Ministros Verga ra Silva, José Toribio Marín y el juez integrante don Filidor Rodrí-
guez.

677
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

la cláusula referida y, por lo tanto, incapaz de conferirlo, validó posterior-


mente ese mandato mediante su aceptación tácita, que no otra cosa signi-
fica haber llegado a su mayor edad sin revocarlo y permitir de este modo
la inscripción. El vendedor ratificó ese mandato por el hecho de no revo-
carlo, de modo que la inscripción se verificó en virtud de un mandato
válidamente otorgado. La segunda de estas razones se basa en el artículo
672 del Código Civil, que dice que "una tradición que al principio fue inválida
por haberse hecho sin voluntad del tradente o de su representante, se valida retroac-
tivamente por la ratificación del que tiene facultad para enajenar la cosa como
dueño o como representante del dueño". En este caso, el vendedor o tradente es
incapaz, según la ley, de hacer la tradición. Esta, que ha sido inválida en
un principio por falta de capacidad del tradente, se valida retroactivamen-
te por el hecho de verificarse la inscripción una vez que el individuo ha
llegado a la mayor edad, porque entonces aquél tiene capacidad para ha-
cerla y si persiste en ella y no revoca la facultad conferida al portador de la
copia autorizada quiere decir que se ha allanado a cumplir su obligación.
Por este motivo, una tradición que pudo ser inválida en sus comienzos
llega a ser perfectamente válida por la ratificación posterior del mismo
tradente, que consiste en permitir que se lleve a cabo la inscripción, aun
después de haber llegado a su mayor edad.

840. Desde que la estipulación de la cláusula de que ahora nos ocupamos


importa el otorgamiento de un verdadero mandato a favor del portador
de la copia autorizada de la escritura de venta que, de ordinario, será el
comprador, es claro que impone a éste el deber de realizar todos los actos
que sean necesarios para el correcto desempeño de su mandato, es decir,
para que pueda practicar la inscripción.
En el desempeño de su cometido, el comprador puede encontrar obs-
táculos o tropiezos que dificulten su labor y que, muchas veces, impidan la
inscripción misma. Para determinar la responsabilidad que en todos estos
casos puede afectar al vendedor, debemos distinguir tres situaciones: 1)
los obstáculos que encuentra el comprador puede salvarlos él, sin necesi-
dad de recurrir al vendedor; 2) los obstáculos no pueden ser obviados por
el comprador, porque provienen del hecho o culpa del vendedor, y 3) el
comprador, aunque no encuentra ningún obstáculo, no hace la inscrip-
ción por negligencia.

841. Cuando los obstáculos que el comprador encuentra para poder obte-
ner la inscripción no provienen de un hecho imputable al vendedor ni son
tampoco de tal naturaleza que impidan en absoluto su realización, porque
pueden ser subsanados por el mismo comprador, el vendedor no tiene nin-
guna responsabilidad, desde que al estipularse esa cláusula aquél quedó ex-
presamente facultado para hacerla. Al tomar el comprador esta obligación
sobre sí tiene que allanarse necesariamente a practicar, como dijimos, todos
los actos que sean conducentes a ese fin, para lo cual deberá recurrir al juez
de primera instancia, en conformidad al artículo 18 del reglamento del Re-
gistro del Conservador de Bienes Raíces, siempre que el Conservador se

678
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

oponga a la inscripción. Sólo si estas gestiones no dieran resultado, de tal


modo que la inscripción se hiciera imposible, podría recurrir contra el ven-
dedor. Pero si no las realiza ni hace nada por obviar los obstáculos y se
dirige, en cambio, contra aquél exigiendo la entrega o la resolución del
contrato, su acción es improcedente y desprovista de todo fundamento le-
gal. Estas ideas se encuentran ampliamente corroboradas por una sentencia
de la Corte de Apelaciones de Santiago que desechó una demanda de reso-
lución de un contrato de venta instaurada por el comprador de un inmue-
ble a quien se había facultado para requerir la inscripción basado en que el
Conservador se había negado a inscribir el contrato, porque el título del
vendedor aún no se hallaba inscrito en ese instante. La Corte tuvo presente
para dictar ese fallo que, desde el momento que el comprador se hallaba
facultado por el contrato para requerir y firmar en el Conservador respecti-
vo la anotación e inscripción correspondiente, estaba obligado, en cumpli-
miento de esa comisión, a dar todos los pasos necesarios para allanar la
dificultad que se presentaba; y al no hacerlo, no podía sostenerse que el
vendedor se hubiera colocado en la imposibilidad de entregar, ya que en su
mano estaba obtener la inscripción. 1

842. Cuando los obstáculos que el comprador encuentra para practicar la


inscripción son de tal naturaleza que no puede obviarlos por sí solo la cosa
cambia de aspecto. Desde que la estipulación de la cláusula antes mencio-
nada no importa la ejecución misma de la obligación del vendedor, sino el
otorgamiento de un mandato destinado a ejecutarla, no hay duda que el
hecho de insertarse en un contrato de venta no exonera a aquel de res-
ponsabilidad por lo que se refiere a la tradición del inmueble vendido,
cuando ésta no puede hacerse por motivos en que el vendedor tiene cierta
culpabilidad. De aquí resulta que si el comprador, a pesar de esa cláusula,
no puede llevar a cabo la inscripción por un motivo que sea imputable al
vendedor, éste queda obligado a obviar el obstáculo. En caso contrario, el
comprador está en su derecho para pedir el cumplimiento o la resolución
del contrato con indemnización de peijuicios, en conformidad al artículo
1489 del Código Civil. Así, por ejemplo, si el comprador que se halla facul-
tado para solicitar y practicar por sí solo la inscripción respectiva no puede
obtenerla, porque hay un embargo o prohibición pendiente dictado con
posterioridad a la fecha del contrato y del cual no se tuvo conocimiento
en esa época, tiene acción contra el vendedor para exigirle la entrega o
para pedir la resolución del contrato, sin que éste pueda excepcionarse
fundado en haber estipulado esa cláusula. Esta no importa la ejecución de
su obligación y, por lo tanto, no ha extinguido su responsabilidad por la
entrega.
La misma doctrina ha establecido la Corte de Apelaciones de Santiago
en el caso siguiente. Don Dionisio Fernández compró a don Buenaventura
Joglar una propiedad que debía entregarse debidamente inscrita en un

1
Sentencia 1, pág. 5, Gaceta 1899, tomo II.

679
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

plazo determinado. El comprador no pudo inscribirla porque pesaba so-


bre la propiedad una prohibición de enajenar, por cuyo motivo demandó
al vendedor pidiendo la resolución de la venta. Ese tribunal acogió la de-
manda en virtud de estas consideraciones:
"1" Que la acción entablada por don Dionisio Fernández Garfias es la que el
artículo 1826 del Código Civil concede al comprador para desistirse del contrato,
con indemnización de peijuicios según las reglas generales, cuando el vendedor,
por hecho o culpa suya, retarde la entrega de la cosa comprada; 2 S Que esta
entrega se sujeta a las reglas del título 6 9 del libro II de dicho Código, como lo
previene el artículo 1824, es decir, que se efectúa por la inscripción del título en
el registro del Conservador de Bienes Raíces respectivo; 3 a Que consta de autos
que la compra de Fernández Garfias no ha podido inscribirse en ese registro
porque existe una prohibición para inscribir el título del vendedor Joglar".1
Sin embargo, ese mismo tribunal, años más tarde, varió de opinión y
no obstante lo expuesto en los artículos pertinentes del Código Civil y del
Reglamento del Registro Conservatorio de Bienes Raíces señalados más
arriba, dio a esa cláusula un valor que, en realidad, no tiene, cual es impo-
ner al comprador la obligación de hacer cesar las prohibiciones que pesen
sobre el inmueble vendido y que obstaculicen la inscripción. Ese tribunal
dice:
"Que comisionado el comprador para efectuar la inscripción de la venta, según
consta del mismo contrato, sobre él pesaba la obligación de allanar la dificultad
que en el primer m o m e n t o se presentó para efectuar este acto, conforme al
artículo 18 del Reglamento respectivo". 2
Si bien es cierto que el artículo 18 de ese reglamento dispone que la
parte perjudicada por la negativa del Conservador para inscribir debe ocu-
rrir ante el juez de primera instancia para que se pronuncie sobre la sub-
sistencia o improcedencia de esa negativa, no lo es menos también que
esta obligación se refiere al caso en que el Conservador se niegue a la
inscripción por omisiones que cree ver en el título, por disconformidad en
los deslindes, en los nombres de las partes, etc., según vimos, pero no
cuando proviene del hecho de existir una prohibición de enajenar la pro-
piedad vendida, como era el caso en debate, pues entonces el juez no
puede autorizar la inscripción, ni el peijudicado la puede pretender, por-
que la ley prohibe que se haga en tal caso. En el juicio en que ese fallo
incidió se pedía la resolución de la venta porque el comprador, que estaba
facultado para hacer la inscripción, no la pudo verificar por existir sobre
la propiedad vendida una prohibición de enajenar, a causa de un juicio
que un tercero seguía contra el vendedor. Es verdad que esta prohibición
fue alzada después que el vendedor tuvo conocimiento de la negativa del
Consenador y la inscripción se efectuó de modo que dicho tribunal, al no
dar lugar a la demanda, procedió con arreglo a derecho; pero si la resolu-

1
Sentencia 1.065, pág. 768, Gaceta 1886.
2
Sentencia 2.375, pág. 1973, Gaceta 1899, tomo I.

680
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

ción del pleito fue ajustada a la ley, la declaración que contiene ese fallo y
que le sirve de fundamento no lo es.
La cláusula mencionada no ha podido colocar al comprador en la obli-
gación de alzar la prohibición. Esta es obligación del vendedor y tanto era
así que éste se allanó a alzarla. Esa cláusula es un mandato para requerir y
suscribir la inscripción y para solicitar del juez que ordene hacerla si el
Conservador se niega a ello por motivos que no provengan de la imposibi-
lidad de entregar en que se ha colocado el vendedor tales como la existen-
cia de una prohibición, no ser éste dueño de la propiedad, etc. En estos
casos, la dificultad debe subsanarse por el vendedor, ya que él se ha obliga-
do a transferir el dominio, para lo cual debe ejecutar todos los actos que
sean necesarios para llevar a cabo la inscripción.
La Corte tal vez pudo tener razón en que el comprador debe, según el
artículo 18, tratar de allanar la dificultad que le oponga el Conservador.
Pero al declararlo así fue demasiado lejos, pues llegó a establecer que es
de la incumbencia del encargado de la inscripción obtener que se practi-
que por todos los medios posibles. Esto es sencillamente absurdo. El man-
dato conferido en esa cláusula no puede salirse de la órbita señalada ni
puede, tampoco, exonerar al vendedor de las obligaciones que el contrato
le impone.
Creemos, pues, que la declaración que ha hecho la Corte de Apelacio-
nes de Santiago no es exacta y va demasiado lejos. La persona comisiona-
da para suscribir la inscripción, que aquí era el comprador, no tiene más
facultades que las indicadas y en ningún caso la de allanar la imposibilidad
de entregar en que el vendedor se encuentra por existir una prohibición
de enajenar la cosa vendida. Esta sólo puede subsanarla el vendedor. Si así
no lo hace, el comprador tiene derecho para resolver el contrato, aunque
no haya procurado alzar la prohibición, puesto que, como hemos dicho,
esa obligación incumbe a aquél.

843. Finalmente, puede suceder que el comprador no encuentre ningún


obstáculo para practicar la inscripción, pero por negligencia o por otro
motivo cualquiera que depende de su voluntad, no la realiza. ¿Podría en
tal caso pedir la resolución del contrato? La negativa no es dudosa, por-
que si aquel no hace la inscripción por su negligencia, no puede preten-
der resolver el contrato alegando inejecución de la obligación del vendedor
que se allanó a hacer la entrega para cuyo efecto confirió al comprador los
medios necesarios quien tampoco ha encontrado dificultades para ello. El
vendedor no tiene por qué sufrir las consecuencias de la negligencia o
descuido del comprador y, por lo demás, aquél podría enervar la acción
de éste procediendo a inscribir la escritura respectiva desde que quedó
facultado para ese objeto el portador de una copia autorizada. La jurispru-
dencia ha sido uniforme en el sentido de declarar que en ese caso el com-
p r a d o r no p u e d e pedir la resolución de la venta. Así, la Corte de
Apelaciones de La Serena ha dicho:
"7° Que aunque no consta que esté inscrito el título de la venta de que se trata,
aparece en la misma escritura que el vendedor confirió al portador de ella la

681
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

facultad de suscribir la inscripción y no consta que el comprador haya encontrado


dificultades, ni aun que haya solicitado del Conservador dicha inscripción". 1
Idéntica declaración hace la Corte de Apelaciones de Concepción en
los siguientes considerandos:
"2® Que en el contrato de venta de que ahora se trata, el vendedor autorizó expre-
samente al comprador para hacer inscribir la escritura; 3 S Que si el comprador no
practicó esa diligencia solo él es responsable". 2

844. Si el comprador, que está facultado por el contrato para requerir la


inscripción, la retarda por su negligencia y en el tiempo que media entre
la venta y aquella el inmueble es embargado o se decreta sobre él una
prohibición de enajenar ¿puede pedir su resolución? Aun cuando ha
habido hasta cierto punto, negligencia del comprador en realizar la ins-
cripción, es indudable que, pesando sobre el vendedor la obligación de
entregar la cosa y no siendo un caso fortuito el que obstaculiza la entre-
ga, el comprador tiene perfecto derecho para solicitarla, por cuanto el
artículo 1826 del Código Civil establece que si el vendedor, por su hecho
o culpa, no entregare la cosa oportunamente, el comprador podrá exigir
el cumplimiento o la resolución del contrato, y ya hemos dicho que la
obligación de entregar no se reputa cumplida por el hecho de estipular-
se aquella cláusula.

845. La estipulación de la Cláusula por la cual se faculta al portador de la


copia autorizada de la escritura de venta para que recabe las inscripciones
del caso, no impide que las partes puedan firmar por sí mismas la inscrip-
ción, desde que el mandante puede ejecutar aquello para lo cual ha confe-
rido el mandato que, por ese solo hecho, se entiende tácitamente revocado.

846. Si la parte que se encuentra facultada para requerir y suscribir la


inscripción muere antes de verificarla, ¿quién la debe efectuar? La cláusu-
la por la cual se faculta a una de las partes para que proceda a suscribir la
inscripción es, como se ha dicho, un mandato. Si la parte comisionada
para ese efecto muere antes de realizarla, el mandato ha terminado en
virtud del número 5 del artículo 2163 del Código Civil. Como la inscrip-
ción requiere la concurrencia del consentimiento del tradente y del adqui-
rente, para que en tal caso pueda efectuarse será menester que la suscriban
el contratante que ha quedado vivo y los herederos del contratante que
murió, ya que éstos lo representan en todos sus derechos y obligaciones
transmisibles.
Supongamos que sea el vendedor quien está facultado para realizar-
la. Si éste muere antes de que se haga, deben suscribirlas sus herederos y
el comprador, a menos que u n o y otro convengan en conferir poder a

1
Sentencia 1.197, pág. 1241, Gaceta 1902, tomo I.
2
Sentencia 1.289, pág. 877, Gaceta 1879. Véase en el mismo sentido la sentencia 2.544,
pág. 1405, Gaceta 1883 de la Corte de Apelaciones de Santiago.

682
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

un tercero o al comprador con ese objeto. Si así ocurre, ese mandato


debe otorgarse por escritura pública, pues según los artículos 57 del re-
glamento del Registro Conservatorio de Bienes Raíces y 690 del Código
Civil para llevar a cabo la inscripción es necesario exhibir copia auténti-
ca del título respectivo y como el mandato para suscribirla pasa a ser un
requisito necesario para que se efectúe es claro que debe constar en la
forma antedicha.
En el caso propuesto, el contratante que queda vivo, o sea el compra-
dor, no podría por sí solo requerir y suscribir la inscripción tanto en su
nombre como en el del vendedor. De ser así procedería a verificar la tradi-
ción sin el consentimiento de éste, que es un requisito esencial para su
validez y que debe existir al tiempo mismo de su realización. Una inscrip-
ción verificada en esta forma es nula en todo sentido, por carecer de ese
consentimiento. Sin embargo, la Corte de Apelaciones de Valparaíso, des-
entendiéndose de las disposiciones expresas de la ley, declaró válida una
inscripción practicada en esas condiciones. El vendedor, que estaba facul-
tado para hacerla, murió antes de que se realizara por cuyo motivo el
comprador solicitó y obtuvo autorización para practicarla en su nombre y
en el del vendedor y con esa autorización la efectuó. Los herederos del
vendedor pidieron su nulidad, alegando la falta de consentimiento del
vendedor para hacer la tradición, consentimiento que no podía suplir la
justicia. La Corte mencionada con el voto en contra del Ministro señor
Pineda declaró válida la inscripción, revocando el fallo de primera instan-
cia.1 Esta sentencia es errónea en toda sentido: 1) porque desconoce los
requisitos que debe llenar la tradición, ya que en la inscripción se omitió
el consentimiento del vendedor; 2) porque faculta al juez para conferir un
mandato que ni la ley ni nadie lo ha facultado para otorgar; 3) porque
deja al arbitrio de una de las partes la realización de un acto que debe
hacerse por mutuo consentimiento, desde que al declarar válida la inscrip-
ción efectuada por el comprador no tomó en cuenta que el vendedor no
había concurrido a ella; y 4) porque da valor a un acto de jurisdicción
voluntaria para el cual las leyes no han conferido a los tribunales la com-
petencia necesaria para conocer de él, violando así el artículo 2 de la Ley
Orgánica de Tribunales.
El voto del Ministro Pineda, que estuvo por confirmar la sentencia de
primera instancia que declaraba nula esa inscripción, es la mejor crítica y
refutación que puede hacerse de este fallo. El voto dice.
"Teniendo presente: 1 Q Q u e por el fallecimiento de d o n Atilio Alamos Gonzá-
lez terminó el mandato que se había conferido para firmar la inscripción; 2"
Q u e en ese evento debió cumplirse lo dispuesto en el artículo 78 del Regla-
m e n t o del Conservador de Bienes Raíces, firmándose la inscripción por los
herederos del vendedor y por el comprador, y 3 9 Que este acto, que constituye
una solemnidad necesaria de la inscripción, no ha p o d i d o sustituirse por la
autorización judicial dada al comprador para firmarla por sí solo, ya que el

1
Sentencia 1.271, pág. 912, Gaceta 1911, tomo II.

683
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

juez carecía de c o m p e t e n c i a para alterar en este sentido la citada disposición


del reglamento". 1

847. Como en el caso anterior, si el tercero a quien las partes han faculta-
do en el contrato para que haga la inscripción fallece antes de realizarla,
su mandato se ha extinguido en virtud de lo dispuesto en el número 5 del
artículo 2163 del Código Civil. Las partes recobran su libertad de acción y
para que la inscripción pueda practicarse se requiere que ambas la suscri-
ban o que confieran un poder a un tercero o a una de ellas por escritura
pública, en virtud de las razones anteriormente expuestas.

848. Cuando la cláusula del contrato de venta no señala persona para que
haga la inscripción y se refiere únicamente al portador de una copia autori-
zada de la escritura, la muerte de una de las partes acaecida antes de la
inscripción impide que se realice, porque el mandato allí conferido al porta-
dor de esa copia ha terminado en virtud del número 5 del artículo 2163 ya
mencionado y porque según los artículos 672 y 673 del Código Civil es me-
nester que los consentimientos de ambas partes concurran al tiempo de
practicarse la tradición. Esto no sería posible en este caso, desde que una
persona fallecida no puede manifestar su voluntad. La inscripción que en
tales condiciones hiciera el portador de la escritura sería nula. En el evento
aquí contemplado, no quedaría otro camino que los herederos del contra-
tante difunto y el contratante vivo hicieran por sí mismos la inscripción o
confirieran poder con ese objeto a uno de ellos o a un tercero.

849. Hemos dicho más arriba que la venta entre nosotros no es traslaticia
de dominio y que el comprador sólo adquiere el derecho de propiedad
sobre la cosa, cuando se trata de inmuebles, por la inscripción en el regis-
tro del Conservador respectivo. En tanto ésta no se efectúe, aquel conti-
núa radicado en manos del vendedor. Por este motivo, si en el tiempo que
media entre el contrato de venta y la inscripción, se decreta un embargo
sobre el inmueble vendido, el comprador no puede entablar tercería de
dominio con respecto a él.
La jurisprudencia es uniforme en este sentido. Varias son las sentencias
que han desechado tercerías de dominio interpuestas por el comprador
de un inmueble, cuyo contrato de venta aún no había sido inscrito, funda-
das en que mientras no se efectúe la inscripción, el dominio del inmueble
vendido continúa en poder del vendedor, por lo que aquél ha podido ser
válidamente embargado. 2 En tal caso, el comprador no tiene otras accio-
nes que las que señala el artículo 1826 del Código Civil que debe entablar-
las contra el vendedor.

1
Locución citada en la nota anterior.
2
Sentencia 744, pág. 499, Gaceta 1879; sentencia 17, pág. 26, Gaceta 1908, tomo I; sen-
tencia 182, pág. 266, Gaceta 1909, tomo I.

684
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

850. Pero una vez efectuada la entrega del inmueble vendido por la ins-
cripción en el registro del Conservador respectivo, el comprador adquiere
su dominio y pasa a ocupar el lugar y situación que tenía el vendedor. Por
esta razón, puede no sólo gozar y disponer arbitrariamente de la cosa com-
prada no siendo contra ley o contra derecho ajeno, sino que puede tam-
bién ejercitar todas las acciones y derechos que, como propietario,
correspondían al vendedor, pudiendo, en consecuencia, demandarla de
quienes la detenten, para cuyo efecto puede entablar la acción reivindica-
toría. Esa situación legal del comprador de un inmueble determinado no
sufre alteración ni se menoscaban sus facultades de dueño, por la sola
circunstancia de haberse expresado en el contrato que lo que allí se ven-
dió fueron las acciones y derechos del vendedor sobre la cosa vendida,
porque sin una limitación expresa, consignada en el mismo contrato, en
esa expresión se comprenden todas las acciones y derechos del vendedor,
sin excepción alguna y capacita, por lo tanto, al comprador para ejercitar-
los a su vez, en toda su extensión y contra toda persona. Tal es la doctrina
establecida recientemente en un fallo de la Corte Suprema. 1 En una pala-
bra, el comprador adquiere respecto del vendedor y de terceros la calidad
de propietario del inmueble y puede ejercitar todos los derechos que son
inherentes a tal calidad. Así como antes de la inscripción no podía enta-
blar tercería de dominio sobre el inmueble comprado, después de aquella
puede interponerla contra todos los que la embarguen en algún juicio, ya
que la calidad de propietario habilita para oponer el derecho real de do-
minio tanto contra el vendedor como contra los terceros.

851. Puede suceder que un mismo inmueble se venda separadamente a


varias personas, en cuyo caso se presenta la cuestión de saber cual de los
compradores debe ser preferido. La ley previo el caso y para resolverlo
estableció la disposición del artículo 1817 que se aplica tanto a los mue-
bles como a los inmuebles. Dice ese artículo: "Si alguien vende separadamen-
te una misma cosa a dos personas, el comprador que haya entrado en posesión será
preferido al otro; si ha hecho la entrega a los dos, aquel a quien se haya hecho
primero será preferido; si no se ha entregado a ninguno, el título más antiguo
prevalecerá". Este artículo no es sino la reproducción de la ley 50 del Título
V de la Partida V y se encuentra consignado en casi todos los Códigos. 2 Se
aplica tanto cuando una misma cosa se vende a dos personas como cuan-
do se vende a varias, porque en uno y otro caso la situación es idéntica.
¿Cuál es el fundamento de este precepto? En nuestro Código la tradi-
ción es la única que transfiere el dominio. Luego si una misma cosa se
vende a varias personas, aquél a quien se le haya hecho primero, es decir,
aquél que inscribe primero, debe ser preferido, porque ya es su dueño.
Por la misma razón, si a ambos se le ha hecho la tradición, al que se le

1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XIII, sec. I 4 , pág. 1.
2
Véanse: artículo 1141 del Código francés, artículo 1126 del Código italiano y artículo
1473 del Código español.

685
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

hizo primero será preferido. Si la entrega no se ha hecho a ninguno, debe


preferirse al que contrató primero, porque su derecho a la cosa es el más
antiguo.
El artículo 1817 dice impropiamente "entrado en posesión" y más abajo
agrega "si ha hecho la entrega"y en ambas expresiones se refiere al hecho de
haberse puesto la cosa a disposición del comprador. Como el fundamento
de esta preferencia es el dominio que primeramente se adquiere por uno
de ellos, la ley debió haber dicho, con mejor acierto, "la tradición", en vez
de las expresiones indicadas.
Supongamos que la cosa se ha vendido separadamente a varias perso-
nas y sólo a una se entregó, ¿en qué situación quedan las otras? Estas,
como no pueden obtener el cumplimiento del contrato por la imposibili-
dad de entregar en que el vendedor se colocó por su culpa, pedirán su
resolución con indemnización a peijuicios. Si en este caso la cosa perece
antes de la entrega, los riesgos son para el vendedor, en virtud del artículo
1550 del Código Civil.
El artículo 1817 contiene tres reglas diversas: 1) cuando la cosa no se
ha entregado a ninguno de los compradores; 2) cuando se ha entregado a
uno de ellos, y 3) cuando se ha entregado a todos.

852. Veamos lo que sucede cuando el inmueble vendido separadamente a


varias personas no se ha entregado a ninguna. Es el caso más frecuente.
En tal situación tiene preferencia el comprador que primero contrató, el
que tiene el contrato más antiguo. Este caso se ha presentado en repetidas
ocasiones en nuestros tribunales y en todas ellas se ha resuelto que tiene
preferencia el título más antiguo. 1
Si no se sabe cual de los dos títulos es preferente, si hay discusión al
respecto, será necesario decidirlo en un juicio ordinario. Esto ocurre cuando
uno de los compradores se opone a que el otro inscriba alegando mejor
derecho, en cuyo caso ninguno de los títulos se inscribe hasta que no se
decida judicialmente cuál es el que debe inscribirse. Así lo ha declarado
también la Corte de Apelaciones de Concepción cuando dice:
"Que no habiéndose entregado la cosa vendida a ninguno de los compradores, no
se puede proceder a la inscripción del título de cualquiera de ellos, mientras no
se decida en el juicio respectivo quién tiene mejor derecho para pretender la
entrega". 2

853. Cuando el inmueble vendido separadamente a varias personas ha


sido entregado a una de ellas, ésta será preferida sobre todas las demás. La
entrega a que se refiere la ley es la tradición legal del inmueble, desde que
según el artículo 724 del Código Civil la posesión de los bienes raíces se

1
Sentencia 1.191, pág. 814, Gaceta 1879; sentencia 1.246, pág. 858, Gaceta 1886; senten-
cia 1.848, pág. 1119, Gaceta 1887, tomo II; sentencia 1.801, pág. 1409, Gaceta 1888, tomo II.
2
Sentencia 2.941, pág. 1985, Gaceta 1884. Véase en el mismo sentido sentencia 2.075,
pág. 837, Gaceta 1878.

686
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

adquiere únicamente por la inscripción en el registro conservatorio res-


pectivo. En consecuencia, será preferido el comprador cuyo título se en-
cuentre inscrito. Esta doctrina está consignada en varias sentencias. 1
Excusado creemos manifestar que aquí no se toma en cuenta para nada la
antigüedad del título; de modo que siempre será preferido el comprador
a quien se le hizo la entrega, aunque su título sea de fecha posterior al de
aquél a quien no se le ha entregado el inmueble. Así lo ha declarado
también la Corte de Apelaciones de Valdivia.2
De lo expuesto fluyen dos consecuencias: a) si a uno de los comprado-
res se le da la tenencia material de la cosa y al otro se le hace la tradición
legal de la misma, mediante la inscripción, debe ser preferido este último,
y b) si a ninguno de los compradores se le ha hecho la entrega legal de la
cosa por la inscripción, aun cuando a uno se le haya dado su posesión
material, será preferido el que tenga el título más antiguo.

854. La primera consecuencia no es sino la aplicación de los principios


legales. Desde que la entrega a que refiere el artículo 1817 del Código Civil
para acordar la preferencia a uno de los compradores es la legal, o sea, la
que se efectúa por la respectiva inscripción, es claro que sólo se reputa he-
cha a aquel de los compradores que tiene su título inscrito. Por consiguien-
te, aunque a uno de los compradores se le haya dado la tenencia material
de la cosa con anterioridad a la inscripción del título de otro de ellos, éste
será preferido sobre aquél. La jurisprudencia es uniforme en este sentido y
varias son las sentencias que han declarado que debe prevalecer la compra
que se encuentre inscrita, aunque a otro de los compradores se le haya
hecho la entrega material del inmueble con anterioridad a esa inscripción. 3

855. Si ninguno de los compradores tiene su título inscrito, aunque algu-


no de ellos haya entrado en posesión material de la cosa, será preferido el
que tenga el título más antiguo, porque siendo la entrega a que alude el
artículo 1817 la tradición efectuada por la inscripción en el registro con-
servatorio respectivo, es indudable que no habiéndose hecho a ninguno
de los compradores, se reputa que la cosa no se ha entregado a ninguno;
en tal caso no hay otro motivo de preferencia que el título. La preferencia
la tendrá, como se ha dicho, el comprador que tenga un título más anti-
guo, pero de ninguna manera aquel a quien se le hizo la entrega material
del inmueble. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Talca.4 Por
estas razones, estimamos errada una sentencia de la Corte de Apelaciones
de Concepción que declaró que, no estando inscrita ninguna de las escri-

1
Sentencia 2.689, pág. 1484, Gaceta 1881; sentencia 3.176, pág. 1899, Gaceta 1885.
2
Sentencia 263, pág. 761, Gaceta 1913.
3
Sentencia 2.012, pág. 1230, Gaceta 1887, tomo II; sentencia, págs. 613, 990, Gaceta
1906, tomo I; sentencia 263, pág. 761, Gaceta 1913; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
Mil, sec. 2», pág. 83.
4
Sentencia 3.519, pág. 1221, Gaceta 1892, tomo II.

687
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

turas de venta de un mismo inmueble, debía prevalecer la escritura del


comprador a quien se le hizo la entrega material de lo vendido. 1

856. Veamos ahora lo que ocurre cuando el inmueble vendido separada-


mente a varias personas ha sido entregado a todas ellas. La entrega que
debe hacerse a todos los compradores para que se plantee este problema
es la legal, es decir, la que se hace por la inscripción. De manera que esta
situación se presenta cuando se han inscrito las ventas de todos los com-
pradores, en cuyo caso prevalece la que se inscribió primeramente, por-
que este comprador ha sido el que primero entró en posesión de la cosa, a
virtud de lo dispuesto en el artículo 724 del Código Civil y porque esa
posesión no ha podido cesar por las inscripciones posteriores, desde que
esa inscripción no ha sido cancelada, que es el único medio de extinguir-
la. Así lo han declarado también las Cortes de Apelaciones de Concep-
ción 2 y de Tacna. 3 Si en vez de haberse dado a todos la posesión legal se les
ha dado la posesión material, se reputa que no ha habido entrega para los
efectos del artículo 1817 y entonces prevalece el título más antiguo, si
ninguno se ha inscrito, o el que se inscriba, si alguno lo ha sido.

857. Los inmuebles por destinación son de dos clases: los que son tales por
hallarse adheridos al inmueble mismo, como las plantas, los árboles, tubos
de cañerías, puertas, papeles, espejos embutidos en las paredes (artículos
569 y 572 del Código Civil); y los que se consideran tales por estar perma-
nentemente destinados al uso, cultivo y beneficio de un inmueble, aunque
no estén adheridos a él (artículo 570 del Código Civil). Todos ellos siguen la
suerte del inmueble y según el artículo 1830 de dicho Código entran tam-
bién en su venta, a menos que se estipule lo contrario. En virtud del princi-
pio de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal, se transfieren cuando
se transfiere o entrega el inmueble a que pertenecen y como éste se entrega
por la inscripción en el Conservador de Bienes Raíces resulta que sólo en-
tonces se traspasa su dominio y se hace su entrega legal, sin peijuicio de que
las partes puedan pactar otra cosa, en cuyo caso perderían su carácter de
inmuebles, según el artículo 571 del Código Civil.

B) TRADICIÓN DE LOS BIENES MUEBLES

858. La tradición de los bienes muebles se verifica mediante la reunión de


dos requisitos, además de los que son esenciales a toda tradición, natural-
mente, a saber: a) que el tradente signifique al adquirente que le transfie-
re el dominio, y b) que se haga entrega de la cosa que es objeto de la
tradición. Esta entrega puede ser real, ficta o simbólica a título de preca-
rio. Es indudable que tiene que haber abandono de la cosa por parte de

1
Sentencia 1.848, pág. 1119, Gaceta 1887, tomo II.
2
Sentencia 3.623, pág. 2320, Gaceta 1886.
' Sentencia 33, pág. 56, Gaceta 1908, tomo I.

688
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

tradente, abandono que se manifiesta por la entrega. Solo una vez que
tiene lugar esta entrega, las cosas vendidas pasan a ser del comprador.
Hasta entonces pertenecen al vendedor, pudiendo, en consecuencia, ser
embargadas por sus acreedores.
La diferencia esencial que existe entre esta tradición y la de los inmue-
bles estriba en que en esta última la entrega legal y la entrega material son
diversas y ambas no están constituidas por un mismo hecho, en tanto que
en la tradición de losmuebles la entrega material y legal son una misma y
se operan en un mismo acto, porque la material es precisamente uno de
los requisitos de esta tradición y aun cuando la entrega no sea real, sino
ficta o a título precario, siempre equivale a una entrega efectiva.

859. La tradición real consiste en la aprehensión efectiva de una cosa pre-


sente, sea materialmente, sea por el sentido de la vista.1 Esta tradición se
hace: 1) permitiendo al comprador la aprehensión material de la cosa que
se vende, es decir, permitiendo que la tome en sus manos; o 2) mostrándo-
le la cosa vendida. Ni una ni otra manera de hacer la entrega son fictas,
como lo creen algunos autores. 2 Ambas son reales y efectivas, por cuanto
el comprador queda en el acto en situación de disponer y gozar de la cosa,
que es el objeto principal de la tradición, ya que su goce, uso y disposición
es lo que constituye el dominio.

860. La tradición es ficta o simbólica cuando se hace figuradamente, o


sea, por medio de un símbolo o señal. Según el artículo 684 esta tradición
puede hacerse:
1) Entregando al adquirente las llaves del granero, almacén, cofre o lugar
cualquiera en que esté guardada. Los autores franceses sostienen que esta
entrega es real y no ficta, porque da al comprador los medios de disponer de
la cosa, desde que pone en sus manos las llaves que proporcionan la entrada
al lugar donde se halla.3 Esto es cierto, pero precisamente en eso consiste la
ficción, puesto que al comprador no se le da la cosa misma sino un símbolo,
que es la llave, con lo que se le significa que puede disponer de ella.
2) Encargándose una de las partes de poner la cosa a disposición de la
otra en el lugar convenido; este encargo se conferirá de ordinario al ven-
dedor e importa un verdadero mandato. Esta forma de tradición se em-
pleará siempre que la cosa vendida no pueda entregarse en el momento
mismo de la venta.
3) Por la venta de la cosa al que la tiene como usufructuario, arrenda-
tario, comodatario, etc., en cuyo caso el comprador cambia su tenencia
por la posesión y dominio de la cosa, sin necesidad de que haya traspaso. 4

1
CLARO SALAS,Elementos de Detecho Civil, tomo I, núm. 314, pág. 1 7 0 .
2
BARROS ERRAZURIZ,Detecho Civil, I año, pág. 154.
3
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 2 9 5 , pág. 2 9 6 ; LAURENT, tomo 24, núm. 163,
p á g . 1 6 5 ; TROPLONG, I , n ú m . 2 7 5 , p á g . 3 6 5 .
4
LAURENT, tomo 24, núm. 165; pág. 166; BAUDRY-LACANTINERIE, obra citada, núm. 294,
pág. 295.

689
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

861. La tradición a título de precario o el constitutum possessorium romano


consiste en el contrato en que el dueño de la cosa vendida se constituye
usufructuario, comodatario o arrendatario de la misma. Es el caso inverso
al anterior y, como en él, no hay entrega material, porque el dueño de la
cosa, en virtud del contrato, cesa de poseerla como tal, para pasar a po-
seerla por y para el comprador, que ahora es su dueño. La posesión se ha
transformado en tenencia, así como en el caso anterior ésta se transformó
en aquella.

862. El Código de Comercio en sus artículos 148 y 149 ha creado tres


nuevos medios de realizar la entrega de las cosas muebles cuando son
objeto de una venta mercantil.
El artículo 148 dice: "El envío de las mercaderías hecho por el vendedor al
domicilio del comprador o a cualquiera otro lugar convenido, importa la tradición
efectiva de ellas. El envío no implicará entrega cuando fuere efectuado sin ánimo de
transferir la propiedad, como si el vendedor hubiese remitido las mercaderías a un
consignatario con orden de no entregarlas hasta que el comprador pague el precio o
dé garantías suficientes". Y el artículo 149, dispone: "La entrega de la cosa
vendida se entiende verificada: 1° Por la transmisión del conocimiento, carta de
porte o factura en los casos de venta de mercaderías que vienen en tránsito por mar
o por tierra; 2S Por el hecho de fijar su marca el comprador, con consentimiento del
vendedor, en las mercaderías compradas; 3° Por cualquier otro medio autorizado por
el uso constante del comercio ".

863. El primero de estos medios es el que señala el artículo 148 ya trans-


crito y consiste en el envío de las mercaderías que hace el vendedor al
domicilio del comprador o a otro lugar convenido, envío que se equipara
a la tradición efectiva de ellas. Para que la tradición se repute hecha en esa
forma es menester que concurran dos requisitos: 1) que sean enviadas por
el vendedor al comprador, y 2) que ese envío se haga al domicilio del
comprador o a otro lugar convenido. No es indispensable que las merca-
derías se envíen al domicilio del comprador. Pueden remitirse a cualquier
otro lugar siempre que en él hayan convenido las partes. En el mismo
sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Santiago. 1
Este modo de entregar se asemeja al del número 4 del artículo 684 del
Código Civil, es decir, a aquél en que el tradente se encarga de poner la
cosa a disposición del adquirente, con la diferencia de que en éste basta la
orden o encargo que se le confiere para que la entrega se repute realiza-
da, en tanto que en el caso del artículo 148 del Código de Comercio se
requiere que haya envío. En una palabra, en el Código Civil la entrega la
constituye el mandato en virtud del cual el vendedor obrará en represen-
tación del comprador y en el Código de Comercio la entrega la constituye
el envío de las mercaderías compradas que el primero hace al segundo.

1
Sentencia 2.102, pág. 1094, Gaceta 1877; sentencia 1.219, pág. 832, Gaceta 1879 (con-
siderandos 10,11 y 12).

690
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

Sin embargo, no siempre el envío de las mercaderías importa entrega. Si


se hace sin ánimo de transferir la propiedad, como si el vendedor las hu-
biere remitido a un consignatario con orden de no entregarlas hasta que
el comprador pague el precio o dé garantías suficientes, dice el inciso 2 a
del artículo 148, ese envío no implica su entrega. Ello es evidente, porque
para que haya tradición se requiere que el tradente tenga el ánimo y la
voluntad de transferir el dominio.

864. La transferencia o entrega del conocimiento, carta de porte o factu-


ra, dice el número I a del artículo 149, importa la entrega de la cosa vendi-
da siempre que la venta recaiga sobre mercaderías que vienen en tránsito
por mar o por tierra. Esos documentos representan las mercaderías y dan
derecho a su tenedor para exigirlas de quien corresponda (artículos 176,
202, 1046 y 1056 del Código de Comercio), de modo que su transferencia
equivale, en el hecho, a la entrega misma de aquellas. La entrega se repu-
ta verificada por este medio siempre que la venta se refiera a mercaderías
que vengan en viaje al tiempo del contrato. En caso contrario, la transfe-
rencia de esos documentos no tiene tal valor. De acuerdo con esta disposi-
ción la Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado que la entrega del
boleto de transporte de una mercadería que, al tiempo del contrato, no se
hallaba en viaje no puede considerarse como la entrega misma de la cosa
vendida, porque en el único caso en que la ley autoriza esta presunción es
respecto de las mercaderías que en el momento de celebrarse el contrato
vienen en tránsito por mar o por tierra. 1 No basta, pues, que las mercade-
rías vengan en viaje al tiempo de la venta, es decir, cuando ésta se celebre,
ya que ese artículo habla de que la venta recaiga sobre mercaderías que
vienen en tránsito, con lo que manifiesta que el objeto de la venta debe
ser una cosa que esté en viaje. Fundado en dicho artículo, ese mismo tri-
bunal acogió una demanda en que se cobraba el valor de unas mercade-
rías cuya entrega se efectuó por la transferencia que el vendedor hizo al
comprador de la guía o boleto de carga, porque este es un medio lícito y
autorizado por la ley para efectuar la entrega. 2

865. La entrega de la cosa vendida también se entiende verificada, dice el


número 2 del artículo 149, por el hecho de fijar su marca el comprador,
con consentimiento del vendedor, en las mercaderías compradas, desde
que esto importa un perfecto acto de dominio que hace suponer su entre-
ga al comprador. Para que ese hecho valga como entrega es menester que
la marca se fije con el consentimiento del vendedor. De otro modo, no
tiene el valor de tal, pues faltaría el consentimiento del tradente, sin el
cual no hay tradición válida. "Esta marca, dice Baudry-Lacantinerie, mani-
fiesta más bien la toma de posesión hecha por el comprador que la entre-

1
Sentencia 2.287, pág. 1215, Gaceta 1890, tomo I (considerando 7 a ).
2
Sentencia 1.380, pág. 743, Gaceta 1883.

691
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

ga hecha por el vendedor; pero cuando ella se hace con el conocimiento


de éste, hace suponer que ya se verificó la entrega desde que las cosas se
encuentran tan efectivamente en poder del comprador que éste ha podi-
do ponerles su marca". 1 Tanto este modo de hacer la tradición como el del
número anterior han sido admitidos por la jurisprudencia y la doctrina
francesas, no obstante no existir en la ley.2

866. Finalmente, el número 3 del artículo 149 dispone que la entrega de


la cosa vendida se entiende verificada por cualquier otro medio autoriza-
do por el uso constante del comercio lo que está de acuerdo con lo dis-
puesto en los artículos 4, 5 y 6 del Código de Comercio que dan fuerza
legal a la costumbre en materia comercial. En este caso la persona que
alegue que la venta se practicó deberá probar la existencia de la costum-
bre y, enseguida, el hecho de haberse aplicado al contrato en debate. Aquí
queda comprendida la entrega que se efectúa mediante el traspaso de los
recibos o documentos que acrediten el depósito de las mercaderías vendi-
das en alguna bodega o almacén y que es muy frecuente en el comercio.
Esta forma de hacer la entrega no se halla comprendida en el número I a
del artículo 149, porque él sólo se refiere a la entrega de documentos que
representen mercaderías que, al tiempo del contrato, estén en viaje y en
este caso las mercaderías están depositadas en un almacén o bodega. Es
también un medio de entregar autorizado por el uso constante del comer-
cio la orden que el vendedor da al comprador a fin de que se le entregue
la cosa vendida que se encuentra en un almacén cuya dirección está con-
fiada a un empleado de aquel. 3 La Corte de Apelaciones de Santiago ha
declarado que la entrega de las mercaderías vendidas se reputa hecha por
la transferencia de las pólizas que representan las mercaderías depositadas
en la aduana, porque esa transferencia es una manera de entregar, según
el uso constante del comercio. 4

867. Creemos que los modos de entregar creados por los artículos 148 y
149 del Código de Comercio se aplican únicamente a las ventas mercanti-
les y de ninguna manera a las ventas civiles, tanto porque los modos de
adquirir el dominio en materia civil han sido taxativamente señalados por
el artículo 684 del Código Civil, como se desprende de su propia redac-
ción, como porque los modos establecidos por los artículos 148 y 149 figu-
ran en el Código de Comercio que no regla sino los actos mercantiles.

868. El peso, la cuenta o la medida de las mercaderías vendidas en esta


forma no importa su entrega, porque el objeto de esas operaciones no es

1
BAUDRY-I .U'ANTINERIE, n ú m . 2 9 5 , p á g . 2 9 7 .
2
G t ILLOUARD, I , n ú m . 2 1 0 , p á g . 2 4 1 ; TROPLONG, I , n ú m . 2 8 3 , p á g . 3 7 4 ; AUBRY E T RAU,
V, pág. 60; FuziER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 954, pág. 858.
5
BAUDRY-LACANTINERI E , n ú m . 2 9 5 , p á g . 2 9 7 .
* Sentencia 1.035, pág. 510, Gaceta 1877.

692
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

precisamente entregar la cosa al comprador, sino individualizarla y poner


los riesgos a su cargo. Es cierto que muchas veces el peso, la cuenta o la
medida es la entrega, lo que ocurre cuando el comprador se lleva las mer-
caderías en el acto de pesarlas, contarlas o medirlas; pero esto no es por-
que esa operación sea la entrega, sino porque en tal caso ésta coincide con
aquella. En otros casos el comprador pesará, contará o medirá las merca-
derías y no tomará posesión de ellas porque las dejará un tiempo más en
poder del vendedor, de modo que no ha habido entrega. Si esas operacio-
nes fueran la entrega bastaría que se realizaran para que ésta se reputara
hecha. Sin embargo, no es así y el peso, la medida o la cuenta no constitu-
yen entrega, a menos que el comprador tome posesión de las cosas en el
mismo momento. 1 La opinión que venimos sosteniendo está confirmada
por el hecho de que los riesgos pasen al comprador por el peso, cuenta o
medida. En nuestro Código, cuando la cosa vendida está individualizada,
no es la entrega la que pone los riesgos a cargo del comprador, sino la
celebración del contrato. Cuando se hace aquella operación los riesgos
pasan al comprador. Pero si así sucede no es porque el comprador se haga
dueño de la cosa, sino porque ésta se individualizó, ya que los riesgos son
para él tan pronto como la cosa se individualiza, aunque no se haya entre-
gado. La entrega no tiene ninguna influencia en la determinación del
contratante que debe soportar los riesgos. Por este motivo si las cosas no
han sido entregadas al comprador, no le pertenecen, aunque hayan sido
pesadas, contadas o medidas. De ahí que si después de que son pesadas,
contadas o medidas y antes de que se entreguen al comprador, son embar-
gadas por los acreedores del vendedor, aquél no puede reivindicarlas. Del
mismo modo, si el vendedor las pesa, cuenta o mide, pero no las entrega
al comprador, éste puede resolver el contrato por falta de entrega.
Es difícil separar la entrega de estas operaciones, puesto que hay algu-
nas maneras de entregar que son fictas que consisten en mostrar las cosas
y que pueden llevarse a cabo al tiempo del peso, cuenta o medida. En
todo caso, esta es una cuestión de hecho que debe apreciar el juez, quien
decidirá si hubo o no entrega. Pero, en teoría, la operación misma del
peso, cuenta o medida no es un modo de hacer la entrega de la cosa
vendida, a menos que las partes convengan lo contrario.

869. La prueba o ensayo de la cosa vendida en las ventas que se hacen al


gusto o al ensayo tampoco importa su entrega, porque esos hechos no son
sino la manera que tiene el comprador para poder cerciorarse si la cosa le
conviene o no y declarar, enseguida, su conformidad. El ensayo o prueba
no puede ser el modo de entregar la cosa, desde que el contrato aún no se
ha formado, ya que falta el consentimiento del comprador. Los autores
franceses están unánimemente de acuerdo en reconocer que la prueba o
ensayo de la cosa vendida no importa su entrega, porque mientras ésta es
una obligación del vendedor que nace de toda venta y que lo coloca en el

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 295, pág. 298.

693
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

deber de poner la cosa vendida en manos del comprador, la facultad de


ensayarla o probarla, dice Baudry-Lacantinerie, deriva de un convenio es-
pecial o de usos relativos a la cosa que se vende y consiste en subordinar la
existencia definitiva del contrato a la condición de que la cosa sea del
agrado del comprador o le presta la utilidad que está destinada a producir.
Por eso critican duramente un fallo de la Corte de Caen que se pronunció
en sentido contrario. 1

870. Es una cláusula muy frecuente en los contratos de venta de bienes


muebles aquella por la cual el comprador se da por recibido de las cosas
vendidas sin señalar la manera como se efectuó la entrega. Puede suceder,
sin embargo, que no obstante esa declaración las cosas queden en poder del
vendedor. Se suscita en este caso la duda de saber si por haber hecho el
comprador esa declaración debe reputarse realizada la entrega de la cosa
vendida. Nos inclinamos por la afirmativa, porque las declaraciones que las
partes hagan en una escritura pública o en un instrumento privado recono-
cido hacen plena fe en su contra, de modo que para ellos es un hecho
establecido y que no pueden destruir que la entrega se realizó. Nada impor-
ta que no se mencione en la escritura la forma en que se hizo, desde que la
tradición no requiere hacerse por escritura pública o privada ni es tampoco
esencial para la validez de la entrega que se deje constancia en un acto
escrito de la forma como se efectúa. Tampoco tiene importancia alguna que
las cosas queden en poder del vendedor. Este hecho no significa que no
haya habido entrega, puesto que las partes declaran que la hubo y porque la
tradición puede haberse verificado sin necesidad de retirarlas del poder del
vendedor, como ocurre en los casos de los números 2, 3, 4 y 5 del artículo
684 del Código Civil. Creemos, pues, que esa declaración del comprador
importa el reconocimiento de haberse efectuado la tradición y le confiere
todos los derechos inherentes a la calidad de propietario.
La jurisprudencia, aunque no es uniforme en este punto, se inclina
por la opinión que hemos sustentado. Así, por ejemplo, la Corte de Ape-
laciones de Santiago ha declarado en tres ocasiones que debe reputarse
realizada la entrega de la cosa vendida, aun cuando quede en poder del
vendedor, siempre que en la escritura de venta el comprador se dé por
recibido de ella, desde que la tradición ha podido efectuarse por el he-
cho de mostrarle la cosa al que va a obtenerla o porque el dueño se
constituye depositario o simple tenedor de la cosa que vende. 2 En cam-
bio, ese mismo tribunal ha resuelto en otras ocasiones que no debe te-
nerse por efectuada la entrega de los muebles vendidos, aunque en la
escritura de venta el comprador se dé por recibidos de ellos, si después
del contrato han continuado en poder del vendedor. 3 Estos fallos son

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 295, pág. 299; LAURENT, 24, núm. 167, pág. 167;
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 1 4 , p á g . 2 4 5 .
2
Sentencia 1.411, pág. 569, Gaceta 1878; sentencia 3.283, pág. 1805, Gaceta 1882; sen-
tencia 2.018, pág. 1669, Gaceta 1899, tomo I.
3
Sentencia 1.612, pág. 727, Gaceta 1875; sentencia 342, pág. 510, Gaceta 1908, tomo I.

694
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

manifiestamente erróneos, pues no es exacto que porque las cosas que


se venden quedan en poder del vendedor no ha podido haber tradición,
ya que, como sabemos, ésta puede verificarse sin necesidad de que haya
traspaso efectivo de la cosa.

871. Si en el caso que estudiamos el vendedor se negare a entregar la cosa


al comprador, éste no podría pedir su entrega o la resolución del contrato,
fundado en que no se le ha hecho la entrega, desde que en la escritura de
venta y que hace fe en su contra, se da por recibido de la cosa y confiesa que
se efectuó. El comprador, como dueño de la cosa comprada, podría enta-
blar contra el vendedor la acción reivindicatoría u otra análoga, pero no
alguna de las que confiere el artículo 1826 del Código Civil. En el mismo
sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Santiago. En la escri-
tura de venta de un toro, el comprador se dio por recibido de aquél, a pesar
de que quedó en poder del vendedor. Como éste se negara a entregárselo,
el comprador pidió la resolución del contrato. Esa Corte desechó la deman-
da, sin peijuicio de otras acciones que pudieran corresponderle al deman-
dante, en virtud de estas consideraciones:
"1. Q u e el contrato de venta cuya resolución se solicita en la d e m a n d a por no
haberse entregado al comprador el toro 'Lord Chattam', q u e d ó perfecto des-
de el m o m e n t o en que las partes convinieron en la cosa vendida y en el pre-
cio; 2 S Q u e de ese contrato da testimonio el d o c u m e n t o privado que se regis-
tra a fojas 64 y en él se dejó constancia de que el comprador, d e m a n d a n t e en
este juicio, pagó el precio en la forma que expresa el considerando 6 a de la
sentencia de primera instancia, dándose a la vez por recibido del toro materia del
contrato; 3S Que éste determina el hecho de haberse verificado legalmente la entrega o
tradición de la cosa vendida a que estaba obligado el vendedor; 4a Q u e el d o c u m e n t o
en referencia ha sido aceptado por el demandante, quedando, de esta manera,
legalmente establecido que tanto éste c o m o el d e m a n d a d o cumplieron las obli-
gaciones que respectivamente les afectaban en virtud de los artículos 1824 y
1871 del Código Civil; 5 a Q u e cumplidas por ambas partes las aludidas obliga-
ciones, la acción resolutoria que se ejercita en la demanda es improcedente,
ya que ella, según lo preceptuado en el artículo 1489 del Código citado, solo
p u e d e válidamente ejercitarse cuando u n o de los contratantes ha dejado de
cumplir lo pactado; 6 a Q u e las cartas que se registran de fojas 24 a fojas 30 y la
prueba testimonial producida por el demandante p u e d e n , c u a n d o más, dejar
establecido que el toro 'Lord Chattam' q u e d ó en p o d e r del v e n d e d o r después
de p e r f e c c i o n a d o el contrato de venta, de lo cual resultan acciones distintas
de la que se ha ejercitado en este juicio para obtener la restitución del animal
o su valor".1

872. Los muebles por anticipación son aquellos que, siendo muebles, se
consideran muebles para los efectos de constituir derechos sobre ellos.
Tales son, según el artículo 571 del Código Civil, las yerbas de un campo,

1
Sentencia 2.018, pág. 1669, Gaceta 1899, tomo I.

695
DE LA < :OM PRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ r ENTA

las maderas y frutos de los árboles, los animales de un vivar, la tierra o


arena de un suelo, los metales de las minas y las piedras de una cantera.
Según el artículo 685 del mismo Código la tradición de estos bienes, cuan-
do se venden separadamente del inmueble a que adhieren, se verifica en
el momento en que son separados de ese inmueble, siempre que el dueño
del suelo consienta en ello. Así lo ha reconocido también la jurispruden-
cia en varias ocasiones. 1 Según esto la tradición de un bosque, de una
sementera de trigo, de la cosecha de una viña, etc., se realiza cuando el
comprador separa los árboles del suelo o cosecha el trigo o la uva. En
tanto esto no ocurra, el vendedor conserva su dominio, por cuyo motivo
sus acreedores pueden embargar el bosque, el trigo o la uva.2

873. La tradición de las yerbas del campo, de las maderas y frutos de los
árboles o del suelo, etc., no puede efectuarse por ningún otro medio que
no sea el que señala el artículo 685, esto es, por su separación del predio a
que adhieren, ha dicho la Corte Suprema; de manera que aun cuando se
entregue al comprador el bosque, el campo o la viña para que corte los
árboles y coseche el trigo y la uva, aquél no adquiere su dominio, en tanto
no los corte o coseche, es decir, mientras no los separe del suelo. 3 Conside-
ramos acertada esa doctrina, porque si el propósito de la ley hubiera sido
permitir que la tradición de estos bienes se hubiera efectuado en cualquie-
ra otra forma, no habría señalado un medio especial de tradición para
ellos y le habría bastado incluirlos en la disposición del artículo 684.

874. Pero si la tradición de los frutos, árboles y en general de los produc-


tos de los inmuebles se hace por su separación del predio a que acceden,
no puede negarse , que en tal caso el vendedor tiene la obligación de pro-
curar al comprador todas las facilidades que sean necesarias para que éste
pueda llevar a cabo la corta de los árboles, la cosecha de los frutos, la
extracción de la tierra, etc., como también la de abstenerse de todos aque-
llos actos que puedan molestarlo. En estas ventas aquél cumple su obliga-
ción de entregar dando todas esas facilidades al comprador. De ahí que si
mientras el comprador está cortando los árboles, cosechando los frutos,
etc., el vendedor lo obstaculiza en esta tarea, impidiéndole realizarla, falta
a su obligación lo que autorizaría al comprador para pedir la resolución
del contrato o su cumplimiento, esto es, que se obligue al vendedor a
darle esas facilidades y a que se abstenga de molestarlo en la corta o cose-
cha. Así lo ha declarado la Corte de Apelaciones de Santiago. 4

875. Aun cuando la tradición de un bosque no se efectúa sino cuando el


comprador separa los árboles del suelo, es decir, cuando los corta, el ven-

1
Sentencia 2.608, pág. 1083, Gaceta 1878; sentencia 2.228, pág. 909, Gaceta 1878; sen-
tencia 1.928, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II.
* Sentencia 2.608, pág. 1083, Gaceta 1878.
5
Sentencia 2.608, pág. 1083, Gaceta 1878.
4
Sentencia 2.228, pág. 909, Gaceta 1878.

696
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

dedor no puede obligarlo a que los saque de raíz, porque si las partes no
han estipulado expresamente esta obligación en el contrato, ella no se
subentiende, pues sería onerosa para el comprador, ya que le impondría
gastos excesivos e inútiles, desde que la compra de árboles tiene por obje-
to hacer madera, para lo cual no tiene ninguna utilidad su extracción de
raíz. Así lo ha resuelto, con justa razón, esa misma Corte. 1

876. Siendo la tradición la única manera de transferir el dominio de los


muebles vendidos, es evidente que en tanto no se realice, aquellos conti-
núan perteneciendo al vendedor, por cuyo motivo sus acreedores podrán
embargarlos válidamente, sin que el comprador pueda interponer tercería
de dominio a su respecto. En repetidas ocasiones nuestros Tribunales han
declarado improcedentes las tercerías de dominio interpuestas por los com-
pradores de cosas muebles, cuya tradición no se había efectuado a la épo-
ca del embargo. 2 En tal caso, el comprador no tendrá otro recurso que
pedir la resolución del contrato por falta de entrega de la cosa vendida.

877. Pero una vez que la cosa ha sido entregada al comprador por alguno
de los medios que hemos señalado, éste adquiere sobre ella los mismos
derechos que tenía el vendedor y puede, en consecuencia, ejercitar todos
los derechos y acciones que le confiere su calidad de propietario, si aquel
lo era, sea para reivindicarla de quien la detente injustamente, sea para
obtener que se alce el embargo decretado a su respecto en algún juicio
seguido contra el vendedor.

878. Y el comprador puede interponer tercería de dominio aun cuando la


cosa se encuentre en poder del vendedor, si en el contrato de venta aquél
se dio por recibida de ella, pues, como se dijo, esa declaración importaba
dar por establecido el hecho de la entrega. La jurisprudencia es casi uni-
forme en este sentido, 3 aunque hay algunos fallos que en tales casos han
desechado la tercería interpuesta por el comprador. 4 Estas sentencias des-
conocen, a mi modo de ver, los verdaderos principios legales, desde que
no es obstáculo para que la tradición se efectúe la circunstancia de que las
cosas queden en poder del vendedor, puesto que para adquirir su domi-
nio basta que se muestren al adquirente, que su dueño se constituya en
tenedor o depositario de la misma, etc.

879. La quiebra del vendedor produce efectos diversos en lo que se refie-


re a la entrega de las mercaderías vendidas, según sea que se produzca

1 Sentencia 2.228, pág. 909, Gaceta 1878.


2
Sentencia 2.608, pág. 1083, Gaceta 1878; sentencia 186, pág. 117, Gaceta 1879; sen-
tencia 3.679, pág. 2.354, Gaceta 1886; sentencia 4.566, pág. 893, Gaceta 1895, tomo III; sen-
tencia 342, pág. 510, Gaceta 1908, tomo I; sentencia 1.266, pág. 903, Gaceta 1911, tomo II;
sentencia 822, pág. 123, Gaceta 1912, tomo II.
3
Sentencia 1.411, pág. 569, Gaceta 1878; sentencia 3.283, pág. 1805, Gaceta 1882.
* Sentencia 1.612, pág. 727, Gaceta 1875; sentencia 342, pág. 510, Gaceta 1908, tomo I.

697
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

antes o después de haber sido transferidas al comprador. Si las cosas no


han sido entregadas al tiempo de la declaratoria de quiebra, pertenecen al
vendedor y entran a la masa concursada. El comprador, en tal evento,
puede dejar sin efecto el contrato concurriendo a la quiebra como acree-
dor por el precio que haya pagado o, si lo prefiere, como acreedor de las
mercaderías; todo lo cual se entiende sin perjuicio de la nulidad del con-
trato que pudiera pedirse por los acreedores, de acuerdo con los artículos
2468 del Código Civil y 1373 y 1374 del Código de Comercio. Pero de
ninguna manera podría reivindicarlas o interponer tercería de dominio a
su respecto desde que el dominio aún no le ha sido transferido. Varias
sentencias han declarado que si las cosas, a la época de la declaratoria de
quiebra o concurso no se habían entregado, el comprador no puede exi-
gir la entrega ni interponer tercería de dominio y sólo puede concurrir al
concurso o quiebra como cualquier otro acreedor. 1
Pero si ya la entrega se había verificado cuando el vendedor fue decla-
rado en quiebra, el comprador puede reivindicarlas y retirarlas de la masa
concursada, porque entonces su dominio ha pasado al comprador (artícu-
lo 2466 del Código Civil). Si las mercaderías son enviadas al comprador y
durante el viaje el vendedor es declarado en quiebra, tampoco entran a la
quiebra, porque, según el artículo 148 del Código de Comercio, el envío
de las mercaderías importa su tradición; de modo que el comprador se
hizo dueño de ellas antes que el vendedor fuera declarado en quiebra, es
decir, cuando ésta se produjo, las mercaderías pertenecían al comprador.
La quiebra no puede comprenderlas.

880. Como en el caso de los inmuebles, las dificultades que pueden susci-
tarse cuando una misma cosa se vende a varias personas, por contratos
distintos, se resuelven con arreglo al artículo 1817 del Código Civil que,
por no distinguir a qué clase de bienes se aplica, rige tanto para los inmue-
bles como para los muebles. Ese artículo dice: "Si alguien vende separada-
mente una misma cosa a dos personas, el comprador que haya entrado en posesión
será preferido al otro, si ha hecho la entrega a los dos, aquél a quien se haya hecho
primero será preferido; si no se ha entregado a ninguno, el título más antiguo
prevalecerá". La entrega a que este artículo se refiere es la legal, o sea, la
que se hace por alguno de los medios que señalan los artículos 684 y 685
del Código Civil y 148 y 149 del Código de Comercio, sin que ninguno de
esos medios tenga mayor valor sobre los otros para este efecto. Así, por
ejemplo, si a uno de los compradores se le ha hecho la entrega de la cosa
a título precario y posteriormente se hace a otro una tradición real, éste
no podría pretender preferencia, fundado en que se le hizo la entrega con
anterioridad a aquel, pues la tradición a título precario es un medio de
entregar reconocido por la ley que libera al vendedor de su obligación y
da al comprador el carácter de poseedor y propietario de la cosa. En esta

1
Sentencia 741, pág. 272, Gaceta 1863; sentencia 893, pág. 329, Gaceta 1863; sentencia
3.679, pág. 2354, Gaceta 1886; sentencia 4628, pág. 1336, Gaceta 1890, tomo III.

698
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

hipótesis sería preferido el comprador a quien se le hizo la tradición a


título precario. El artículo 1817 no se refiere, pues, a la entrega real única-
mente sino a toda tradición, siempre que se haya efectuado por alguno de
los medios legales.
Ese artículo, como dijimos, distingue tres situaciones:
1) Cuando la cosa vendida no ha sido entregada a ninguno de los
compradores, en cuyo caso es preferido aquel que primero contrató con
el vendedor, que es el que tiene un título más antiguo;
2) Cuando la cosa vendida ha sido entregada a uno de ellos. Entonces
será preferido el comprador a quien se le entregó. De acuerdo con esta
regla la Corte de Apelaciones de Valparaíso declaró que debía ser preferi-
da a la venta del trigo celebrada con aquel de los compradores a quien se
le entregó, sin peijuicio de las acciones que el otro pudiera tener contra el
vendedor por la inejecución del contrato. 1 La Corte de Apelaciones de
Santiago ha establecido también que si unos mismos regadores de agua se
venden separadamente a dos personas, debe ser preferido el que entró en
posesión de ellos, esto es, al que se le haya hecho la entrega. 2 En otra
ocasión, ese mismo tribunal desechó una demanda entablada por el com-
prador de unas acciones contra otra persona a quien el vendedor también
las había vendido por un contrato distinto, fundada en que el demandado
las tenía en su poder lo que, según el artículo 1817, era suficiente para
preferir su venta a la del demandante. 3
3) Cuando la cosa vendida ha sido entregada a todos los compradores,
será preferido aquel a quien se le entregó primero.

C) TRADICIÓN DE LAS COSAS INCORPORALES

881. Las cosas incorporales son los derechos y acciones que, salvo las ex-
cepciones que hemos mencionado más arriba, también pueden ser objeto
del contrato de venta. En tal caso este contrato toma el nombre de cesión
de derechos y se rige por las disposiciones del título XXV del Libro IV del
Código Civil. Los derechos son reales y personales y la tradición de unos y
otros se hace de diferente manera. Esta materia no es propiamente objeto
del estudio que ahora hacemos, pero como presenta un gran interés por
las diversas cuestiones a que da origen, diremos unas cuantas palabras so-
bre el particular.

882. Los derechos reales de usufructo, habitación, censo e hipoteca se


transfieren por la inscripción en el registro Conservatorio respectivo, en
virtud de lo dispuesto en el artículo 686 del Código Civil. De modo que
sólo en esta forma se entiende cumplida la obligación de entregar del

1
Sentencia 2.598, pág. 291, Gaceta 1897, tomo II.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. 1', pág. 224.
3
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo V, sec. 1*, pág. 326 (considerando 14).

699
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

vendedor en los casos en que la venta tenga por objeto alguno de esos
derechos.

883. Cuando la venta tiene por objeto un derecho o cuota indivisa sobre
un bien raíz determinado, la cosa vendida es un derecho real sobre un
inmueble y no un crédito personal. Por lo tanto, su tradición no puede
efectuarse sino por la inscripción en el registro del Conservador respecti-
vo; de otro modo, el cesionario o comprador no adquiere el dominio de
ese derecho o cuota. Así lo han declarado la Corte Suprema 1 y la Corte de
Apelaciones de Talca.2

884. ¿Cómo se transfiere el derecho de herencia? He aquí una de las cues-


tiones en donde la jurisprudencia ha sido más incierta, aunque hoy se va
uniformando en el sentido de que para la transferencia de este derecho
no es necesaria la inscripción en el registro conservatorio respectivo, aun
cuando en la herencia haya bienes raíces.
El Código Civil no ha señalado en ninguno de sus artículos la forma
como debe hacerse la tradición del derecho de herencia que se cede por
acto entre vivos. Este silencio ha sido posiblemente una omisión del Có-
digo si se atiende a que para todos sus efectos lo coloca en la misma
situación que los demás derechos reales. Así, su cesión o venta debe ha-
cerse por escritura pública. También exigió para fines económicos la ins-
cripción de la posesión efectiva. Todo esto hace pensar que la mente del
legislador ha sido que la tradición de este derecho se haga por la inscrip-
ción en el Registro del Conservador de Bienes Raíces. Pero si ese fue su
propósito no lo consignó en ninguna disposición y de ahí que no se
pueda pretender exigir la inscripción en este caso, ya que ésta es una
forma de tradición que constituye una excepción a la regla de la tradi-
ción y como tal debe entenderse en sentido restrictivo. Por otra parte,
no es necesario efectuar la tradición del derecho de herencia por la ins-
cripción, porque lo que se transfiere no es un derecho sobre inmuebles
o sobre muebles, sino un derecho a un todo indiviso que no se sabe de
qué se compone. El heredero que vende o cede su derecho hereditario
no transfiere propiedad alguna en particular sino su cuota en una uni-
versalidad.
Descartada, pues, la inscripción como medio de efectuar la tradición
del derecho de herencia, tenemos que ver en qué forma se hace. Según la
doctrina sentada por la Corte Suprema la tradición del derecho de heren-
cia, aunque en ella haya bienes raíces, se reputa hecha cuando los demás
partícipes reconocen al cesionario su carácter de tal o cuando éste toma
parte en la administración de los bienes o en la liquidación de la herencia.
La tradición puede hacerse notificando la cesión a los demás comuneros,

1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. I a , pág. 240.
s
Sentencia 182, pág. 266, Gaceta 1909, tomo I.

700
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

por la entrega del título o por cualquier otro medio real o virtual estable-
cido para realizar la tradición de las cosas corporales muebles. 1
Como dije, la jurisprudencia ha sido muy variada en este punto. Así,
las Cortes de Apelaciones de Santiago 2 y de La Serena 3 han declarado que
la tradición del derecho de herencia debe hacerse por la inscripción en el
Registro del Conservador de Bienes Raíces, por cuanto ella comprende
bienes inmuebles. En cambio la Corte Suprema, en dos ocasiones, ha re-
suelto que la entrega de un derecho hereditario cedido entre vivos, aun-
que en la herencia existan bienes raíces, no requiere la inscripción en el
registro conservatorio respectivo, porque no hay ninguna disposición legal
que exija tal inscripción y porque las que se ocupan de la tradición de
bienes inmuebles no le son aplicables desde que en la cesión de un dere-
cho hereditario cuotativo no se enajenan bienes determinados. 4 La misma
doctrina ha sustentado la Corte de Apelaciones de Talca.5

885. Según el artículo 698 del Código Civil, "La tradición de un derecho de
servidumbre se efectuará por escritura pública en que el tradente exprese constituirlo
y el adquirente aceptarlo". La entrega de este derecho se hace, según esto,
por escritura pública, que puede ser la misma en que se otorga el contrato
por que se transfiere. Pero no basta que se otorgue una escritura pública
en que conste la existencia del contrato de venta para que aquella se repu-
te transferida. Es menester que en esa escritura se exprese que se ha teni-
do por una parte la voluntad de constituir la servidumbre y por la otra, de
aceptarla. Consecuente con estas ideas la Corte de Apelaciones de Talca
desechó una querella interpuesta por el comprador de un fundo contra el
arrendatario del predio vecino que lo despojó de unos derrames sobre los
cuales tenía un derecho de servidumbre, fundada en que no se había ejer-
citado sobre derechos reales de que estuviere en posesión el querellante,
porque la escritura de venta de esos derrames exhibida por aquél, no bas-
taba para constituir el derecho de servidumbre, pues se oponía a ello el
artículo 698 del Código Civil que exige que en la respectiva escritura se
exprese que por una parte se ha tenido voluntad de constituir la servidum-
bre y por la otra de aceptarla, lo que no sucedía en el presente caso.6

886. La tradición de los derechos personales, dice el artículo 699 del Có-
digo Civil, se hace por la entrega del título hecha por el cedente al cesio-

1
Véase el interesante Dictamen que, sobre esta materia, emitió don Leopoldo Urrutia
en la causa número 1590, titulado Cesión de derechos hereditarios (edición de la Imprenta Cer-
vantes, Santiago, 1909).
2
Sentencia 519, pág. 347, Gaceta 1879.
3
Sentencia 40, pág. 34, Gaceta 1895, tomo I.
4
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. I a , pág. 130; y Revista de Derecho y Juris-
prudencia, tomo XII, sec. I a , pág. 248.
5
Sentencia 564, pág. 891, Gaceta 1906, tomo I.
f> Sentencia 2.961, pág. 991, Gaceta 1888.

701
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

nario. Según el artículo 1901 del mismo Código la cesión de un crédito


personal no produce efecto alguno entre el cedente y el cesionario sino
en virtud de la entrega del título; de modo que tanto el contrato de cesión
como la tradición del derecho a que ella se refiere se verifican por la
entrega del título. Esta entrega debe hacerse maniim ad manum, es decir,
entregando realmente el título al cesionario. La cesión queda perfecta
entre el cedente y el cesionario cuando aquél entrega a éste el título que
contiene el derecho cedido. Así lo ha declarado la Corte de Apelaciones
de Concepción. 1
La entrega material del título puede suplirse por otros medios. Así la
Corte de Apelaciones de Talca ha establecido que cuando el título consiste
en una escritura pública, su entrega material puede omitirse, siempre que
la cesión se haga por otra escritura en que aquél se especifique claramen-
te. Dicen los considerandos de ese fallo:
"3° Que dicha cesión se hizo en escritura pública, cuya autenticidad no se ha
puesto en duda, y en ella se expresa con toda claridad, cuál es el crédito cedido,
indicándose su cuantía y hasta la foja y número del protocolo en que se extendió;
4fi Que constituida de esa manera la cesión se acredita también la entrega del
título cedido, de manera que, notificada al deudor, se cumplió con lo prescrito en
el artículo 1903 del Código Civil".2
Por lo demás, esta es la manera corriente de hacer en la práctica la
cesión de un crédito.
Es de advertir que para la validez de la cesión y de la tradición de un
derecho personal no se requiere la notificación de la cesión al deudor.
Esta sólo se exige para que produzca efectos respecto del deudor y de
terceros, pero entre el cedente y el cesionario queda perfecta sin esa so-
lemnidad. La jurisprudencia es uniforme en este sentido. 3
De modo, entonces, que la tradición de créditos personales, sean civi-
les o mercantiles, se realiza por la entrega del título hecha por el cedente
al cesionario.

887. Si el crédito que se cede es hipotecario ¿es menester inscribir la ce-


sión en el registro conservatorio respectivo? Según el artículo 1906 del
Código Civil, la cesión de un crédito comprende sus privilegios e hipote-
cas; de ahí que j u n t o con él se cedan las hipotecas que lo garanticen.
Según el artículo 686 del Código Civil la tradición del derecho de hipote-
ca se hace por la inscripción en el Registro del Conservador de Bienes
Raíces. Surge, ahora, la cuestión de saber si siendo el crédito hipotecario
la transferencia del derecho de hipoteca que lo garantiza se hace por la
simple entrega del título o requiere la inscripción. Hay, a este respecto,
resoluciones contradictorias. Algunos fallos sostienen que no se necesita la

1
Sentencia 5.326, pág. 1043, Gaceta 1893, tomo III.
2
Sentencia 1.508, pág. 764, Gaceta 1890, tomo I.
3
Sentencia 5.326, pág. 1043, Gaceta 1893, tomo III; sentencia 1.753, pág. 33, Gaceta
1901, tomo II; sentencia 1.186, pág. 910, Gaceta 1906, tomo II; Revista de Derecho y Jurispru-
dencia, tomo VI, sec. l s , pág. 410.

702
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

inscripción, porque el hecho de que el crédito cedido sea hipotecario no


le quita el carácter de personal ni la ley exige, por esa circunstancia, so-
lemnidades para la cesión. 1
Otros fallos establecen que si el crédito es hipotecario, la cesión que
de él se haga debe inscribirse, porque tratándose de un derecho real que
también se cede, como es la hipoteca, su tradición sólo se hace mediante
la inscripción. 2 Creemos que esta es la verdadera doctrina pues de lo con-
trario el derecho de hipoteca pertenece al cedente. Si se transfiriera por la
sola entrega del título, como se trata de un derecho que no puede existir
sin una obligación principal, resultaría que las disposiciones de los artícu-
los 686 y 2410 del Código Civil serían ilusorias, ya que nunca se necesitaría
la inscripción para hacer la transferencia del derecho de hipoteca.

888. La tradición de los documentos al portador, sean civiles o comercia-


les, se hace por la mera tradición manual (artículos 1908 del Código Civil
y 164 del Código de Comercio). En este caso se encuentran las acciones al
portador de sociedades anónimas (artículo 451 del Código de Comercio),
los bonos, los billetes de banco, etc. Esta forma de tradición de las accio-
nes al portador está sancionada en varios fallos de nuestros Tribunales. Así
la Corte de Apelaciones de Tacna dice:
"12a Que conforme a esta disposición (artículo 699 del Código Civil), el artículo
164 del Código de Comercio prescribe que la cesión de los documentos al por-
tador se hará por la mera tradición manual y el artículo 451 del mismo Código
manda, con más especialidad todavía, que las acciones definitivas y al portador
de una sociedad anónima se transfieren por la mera tradición del título; 13 a
Que no habiendo sido entregadas a Lomax realmente manum ad manum las ac-
ciones de que se trata, no le ha sido traspasado el dominio de ellas por m e d i o
de la tradición".'

889. La tradición de los documentos a la orden, según el artículo 164 del


Código de Comercio se hace por medio del endoso. Este medio de trans-
ferir esta clase de documentos se aplica a ellos sean civiles o mercantiles,
porque el artículo 1906 del Código Civil se remite a este efecto al Código
de Comercio. Así lo han declarado los Tribunales por lo que hace a los
pagarés civiles a la orden para cuya transferencia basta el endoso sin nece-
sidad de notificación ni aceptación por parte del deudor. 4 El tipo de los
documentos a la orden es la letra de cambio y la Corte de Apelaciones de
La Serena ha resuelto que las letras perjudicadas también son transferibles
por el endoso, a virtud de lo dispuesto en los artículos 164 y 664 del Códi-

1
Sentencia 1.916, pág. 1367, año 1880; sentencia 3.665, pág. 2178, Gaceta 1885; sen-
tencia 242, pág. 358, Gaceta 1905, tomo I.
2
Sentencia 82, pág. 43, Gaceta 1867.
' Sentencia 2.026, pág. 212, Gaceta 1888, tomo II.
4
Sentencia 124, pág. 67, Gaceta 1874; sentencia 822, pág. 437, Gaceta 1883; sentencia
1.664, pág. 1021, Gaceta 1883; sentencia 451, pág. 265, Gaceta 1886.

703
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

go de Comercio. 1 Por el endoso son transferibles solamente los documen-


tos a la orden. De ahí que la Corte de Apelaciones de Talca haya declara-
do, con justa razón, que unos vales por cierta cantidad de trigo, desde que
no tenían aquel carácter pues daban constancia de obligaciones persona-
les, no son transferibles por el endoso, sino en la forma que indican los
artículos 1091, 1092 y 1093 del Código Civil.2

890. Las acciones nominativas de las sociedades anónimas se transfieren


por la inscripción que de ellas debe hacerse en la forma que señala la ley
de 12 de septiembre de 1887 en un registro que la sociedad lleva al efecto
(artículo 451 del Código de Comercio). Esta cuestión queda sometida, por
lo demás, a los respectivos estatutos de cada sociedad. La Corte de Apela-
ciones de Valparaíso ha declarado que no habiéndose efectuado en forma
legal la transferencia de unas acciones nominativas porque no se había
hecho en conformidad a los estatutos de la sociedad, que modificaban en
parte al artículo 451 del Código de Comercio, la persona que las había
adquirido por compra no podía alegar dominio sobre ellas.3

891. Las pólizas de seguros se transfieren por el endoso si son a la orden y


por la entrega manual si son al portador. Pero si no son ni a la orden ni al
portador sino nominativas su transferencia debe hacerse por la entrega
del título al cesionario, debiendo notificarse la cesión al deudor, o sea, en
conformidad a los artículos 1901, 1902 y 1903 del Código Civil, porque el
Código de Comercio dispone que la cesión de un crédito que no es a la
orden ni al portador se sujetará a las reglas establecidas en el título De la
cesión de derechos del Código Civil, que son las señaladas. La misma doctrina
ha sustentado la Corte de Apelaciones de Santiago. 4
En cuanto a las cartas de porte, conocimiento, pólizas de fletamento y
demás documentos análogos se transfieren en la forma indicada para las
pólizas de seguros, según sean nominativos, al portador o a la orden.

892. Según la ley de 12 de noviembre de 1874, las marcas de fábricas o de


comercio se transfieren mediante una anotación en el registro que, con
este objeto, debe llevar la Sociedad Nacional de Agricultura, previo el anun-
cio al público por medio de avisos durante diez días.

893. Los privilegios exclusivos, que antes se concedían por el Ministerio


del Interior, lo son ahora por el Ministerio de Industrias y Obras Públicas.
Su transferencia se hace anotándose en un registro que, para este efecto,
debe llevar dicho Ministerio, siendo de advertir que el Ministerio tiene
facultad para calificar los motivos que originan la enjyenación (artículo 9 a
de la ley de 9 de septiembre de 1840, sobre privilegios exclusivos).

1
Sentencia 1.167, pág. 739, Gaceta 1884.
2
Sentencia 1.022, pág. 672, Gaceta 1889, tomo I.
3
Sentencia 22, pág. 38, Gaceta 1902, tomo I.
4
Sentencia 366, pág. 233, Gaceta 1880.

704
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

894. La ley sobre propiedad literaria y artística no señala la manera como


ésta se transfiere; sólo se limita a decir que tal propiedad puede transferir-
se. Como esta propiedad se constituye por el depósito de tres ejemplares
de la obra en la Biblioteca Nacional y por el anuncio que se coloca en ella
haciendo saber que es propiedad del autor, creemos que se transfiere por
el simple contrato en que el propietario o autor cede el derecho de repro-
ducir o publicar su obra al cesionario.

3a LUGAR Y EPOCA EN QUE DEBE HACERSE LA ENTREGA

895. Nuestro Código Civil no señala expresamente el lugar donde debe hacer-
se la entrega de la cosa vendida, de manera que en este punto se aplican los
principios generales establecidos para toda obligación. El artículo 2011 del
proyecto del Código Civil señalaba como lugar de la entrega aquél en que se
encontrara la cosa al tiempo del contrato, pero como no era sino repetición
del artículo que indica el lugar en que debe efectuarse el pago, la Comisión
Revisora lo suprimió. La entrega debe hacerse ante todo en el lugar designado
por las partes. A falta de estipulación al respecto se aplicarán las reglas que
establece el artículo 1588 del Código Civil, según el cual si la cosa vendida es
un cuerpo cierto, la entrega debe realizarse en el lugar en que se hallaba al
tiempo de celebrarse el contrato. El mismo precepto consignan los artículos
1609 del Código francés y 1468 del Código italiano. Esto es lo que ha hecho
decir a los autores franceses que, en un principio, la cosa vendida es reqnerible,
esto es, que el vendedor no está obligado a transportarla al lugar en que reside
el comprador, sino que es éste quien debe venir a buscarla. Puede llegar a ser
trasladable, o sea, que el vendedor esté obligado a conducirla al lugar en que se
encuentra el comprador, cuando así lo estipulen las partes.1 Esta regla, dice
Guillouard, es conforme a la intención de los contratantes ya que si éstas nada
han dicho sobre el lugar de la entrega, debe suponerse que el comprador ha
querido recibir la cosa vendida en donde se hallaba al momento del contrato,
pues si hubiese deseado que el vendedor se la llevara a un lugar determinado,
lo habría dicho.2 De acuerdo con esa disposición, la Corte de Apelaciones de
Santiago declaró que, no habiéndose fijado lugar para la entrega, ésta debía
hacerse en aquel en que existían los animales vendidos al tiempo del contrato. 3
Si la cosa vendida no es un cuerpo cierto, si es una cosa in genere, su
entrega se hará, según el inciso 2 a del artículo 1588 ya citado, en el domi-
cilio del vendedor. 4
Si el vendedor después del contrato traslada la cosa a un lugar diverso
de aquél en que se hallaba al tiempo de su celebración, el comprador no

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 302, pág. 3 0 4 ; LAURENT, 2 4 , núm. 169, pág. 169;
TROPLONG, I , n ú m . 2 9 1 , p á g . 3 7 9 ; H u c , X , n ú m . 8 0 , p á g . 1 1 3 ; AUBRY E T RAU, I , p á g . 6 2 ;
FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núms. 9 7 0 y 9 7 1 , pág. 8 5 9 .
2
1, núm. 215, pág. 246.
3
Sentencia 1.715, pág. 1205, Gaceta 1879.
* FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núm. 9 7 2 , pág. 8 5 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 302,
pág. 305.

705
DE I_\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

está obligado a recibirla en este nuevo sitio y tiene derecho para exigirle al
vendedor que se la entregue en el lugar en que se encontraba a la época
del contrato, so pena de resolverlo con indemnización de peijuicios por
falta de entrega, ya que la obligación de entregar la cosa consiste en hacer
su entrega en el lugar fijado por la ley o por la convención. 1
Si en el contrato se señalan alternativamente dos o más lugares para
hacer la entrega, su elección corresponde al vendedor, porque sobre él
pesa la obligación de entregar y según el artículo 1500 del Código Civil, la
elección, salvo pacto en contrario, es del deudor. 2

896. Si la venta es mercantil la entrega de la cosa vendida sea o no un cuerpo


cierto, debe hacerse en el lugar convenido y a falta de designación de lugar
para la entrega, en el en que existan las mercaderías al tiempo de perfeccio-
narse la compraventa. Así lo dispone el artículo 149 del Código de Comercio
que dice: "Perfeccionado el contrato, el comprador debe entregar las cosas vendidas en
el plazo y lugar convenidos. A falta de designación de lugar para la entrega, se hará en
el lugar donde existan las mercaderías al tiempo de perfeccionarse la compraventa".

897. En cuanto a la época en que debe hacerse la entrega el inciso l s del


artículo 1826 del Código Civil dispone: "El vendedor está obligado a entregar
la cosa vendida inmediatamente después del contrato, o a la época prefijada en él".
Como en el caso anterior la entrega debe hacerse, ante todo, en el plazo o
época señalada por las partes y, en defecto de estipulación, inmediatamen-
te después de celebrado el contrato, porque tan pronto como éste se per-
fecciona nacen las obligaciones para ambas partes.
De aquí que tan luego como se realice el contrato el vendedor debe
poner la cosa a disposición del comprador y éste puede, desde entonces,
exigirla en cualquier momento. Aún más, el vendedor, una vez celebrado
aquel, puede imponer al comprador la obligación de recibir en el acto la
cosa vendida. En varias ocasiones nuestros Tribunales han declarado que
la cosa vendida debe entregarse en la época señalada en el contrato o, a
falta de estipulación, inmediatamente después de celebrado. 3
El Código Civil francés no contiene ninguna disposición acerca de la
época en que debe hacerse la entrega; pero la doctrina y la jurisprudencia
han declarado que, a falta de estipulación al respecto, debe hacerse inme-
diatamente después de celebrado el contrato. 4

1
POTHIER, III, n ú m . 5 2 , p á g . 2 3 ; RLCCI, 1 5 , n ú m . 1 4 0 , p á g . 3 5 9 .
2
FuziER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 973, pág. 859.
s
Sentencia 2.927, pág. 1851, Gaceta 1886; sentencia 2.404, pág. 1482, Gaceta 1887, tomo
II; sentencia 592, pág. 996, Gaceta 1907, tomo I; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III,
sec. 2®, pág. 105; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. I a , pág. 449; Revista de Dere-
cho y Jurisprudencia, tomo XI, sec. 2', pág. 1 (considerando 38 de la sentencia de 2a instancia).
4
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 304, pág. 305: POTHIER, I I I , núm. 50, pág. 23;
G L ILLOUARD, I , n ú m . 2 1 5 I , p á g . 2 4 6 , AUBRY E T R A U , V , p á g . 6 3 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 7 0 ,
pág. 169; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 977, pág. 860; HUC, X, núm. 81, pág. 114;
TROPLONG, I, n ú m s . 2 9 3 a 2 9 5 , págs. 3 8 0 a 383.

706
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T.N'I)F.DOR

898. Se ha dicho que cuando las partes no han señalado época para la
entrega, ésta debe hacerse inmediatamente después del contrato. Hay ca-
sos, sin embargo, en los cuales el vendedor no está obligado a entregar la
cosa vendida inmediatamente después del contrato, a pesar de no haberse
señalado época para la entrega. Esto ocurre cuando de la naturaleza de la
cosa vendida o de las circunstancias de la venta se desprende que la inten-
ción de las partes no ha sido imponer al vendedor la obligación de entre-
gar la cosa tan luego como ella se pacte. En tales casos hay señalamiento
de plazo tácito. Pero para que así suceda es menester que esa intención
aparezca de un modo indubitable y que ambas partes hayan tenido, al
tiempo de contratar, conocimiento cabal del estado o situación en que se
hallaba la cosa y que hacía imposible su entrega inmediata. En caso con-
trario, como también si las partes, no obstante el estado en que se encon-
traba la cosa, han estipulado que la entrega se haga inmediatamente
después del contrato, el vendedor deberá entregarla tan pronto como éste
se celebre. Así, por ejemplo, el vendedor no está obligado a entregar la
cosa inmediatamente después del contrato, aunque no se señale época
para la entrega, cuando aquella se encuentra en un lugar muy lejano que
hace imposible su traslación inmediata, situación que ambas partes cono-
cen al tiempo de la venta. Igualmente, si se vende una cosecha en verde,
de la naturaleza de la cosa vendida se desprende que la cosa no puede
entregarse inmediatamente después del contrato. Del mismo modo, si se
vende una cosa que el vendedor está litigando contra un tercero que pre-
tende derechos sobre ella, siendo entendido que la venta no es de cosa
litigiosa sino de una cosa cierta y determinada, aquél no tiene la obliga-
ción de entregarla sino una vez terminado el litigio, siempre que las partes
hayan contratado a ciencia cierta de ese estado de cosas y que no se haya
estipulado nada en contrario. De acuerdo con esas ideas, la Corte de Ape-
laciones de Santiago ha declarado que el vendedor de un canal que se está
construyendo no está obligado a entregarlo sino una vez terminada su
construcción, porque de la naturaleza misma del contrato se desprende
que las partes señalaron implícitamente como plazo para hacer la entrega,
el que durara aquélla, pues al tiempo de la venta el canal se hallaba en
construcción, circunstancia que ambos contratantes conocían. 1 Esta sen-
tencia confirma en todas sus partes la opinión sustentada más arriba.

899. En materia comercial la entrega debe hacerse en la época señalada


en el contrato y, en su defecto, el vendedor debe tener las mercaderías
vendidas a disposición del vendedor dentro de las veinticuatro horas si-
guientes a la celebración del contrato. Así lo dispone el artículo 144 del
Código de Comercio en estos términos: "Perfeccionado el contrato, el vendedor
debe entregar las cosas vendidas en el plazo y lugar convenidos. No estando señala-
do el plazo, el vendedor deberá tener las mercaderías vendidas a disposición del
comprador dentro de las veinticuatro horas siguientes a la celebración del contrato".

1
Sentencia 2.100, pág. 1180, Gaceta 1882 (considerando 4 S ).

707
DE IA C<)MPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

La Corte de Apelaciones de Santiago, aplicando este artículo, obligó al


vendedor a poner las cosas vendidas a disposición del comprador dentro
de las veinticuatro horas siguientes a la notificación del cúmplase de la
sentencia que daba lugar a la demanda en que se exija el cumplimiento
del contrato. 1

900. Siendo la venta un contrato bilateral que impone obligaciones a am-


bas partes, es evidente que ninguna de ellas está obligada a cumplir la suya
en tanto la otra no la cumpla o se allane a cumplirla. De acuerdo con este
principio, el vendedor no está obligado a realizar la entrega de la cosa
vendida mientras el comprador no haya pagado la totalidad del precio, a
menos que se le haya señalado un plazo para el pago. Para que el compra-
dor pueda exigir la entrega de la cosa, cuando no se ha fijado plazo para
el pago del precio, es menester que, por su parte, ofrezca aquél. Así lo
dice el artículo 1826 del Código Civil, que después de hablar de la obliga-
ción que tiene el vendedor de entregar la cosa vendida y del derecho que
corresponde al comprador en caso de no cumplirse aquella obligación,
agrega: "Todo lo cual se entiende si el comprador ha pagado o está pronto a pagar
el precio íntegro o ha estipulado pagar a plazo". Este mismo principio ha sido
reconocido en varias ocasiones por nuestros Tribunales. 2 El artículo 151
de Código de Comercio consagra una disposición más o menos semejante
para las ventas mercantiles y dice: "Estando las mercaderías en poder del vende-
dor, aunque sea por vía de depósito, éste podrá retenerlas hasta el entero pago del
precio y los intereses correspondientes". El origen de este derecho de retención
se halla en la ley 13, número 8, Título I del Libro XIX del Digesto. Los
artículos 1612 del Código francés y 1469 del Código italiano también lo
establecen.
De lo expuesto se desprende que el derecho de retención es el que
tiene el vendedor para conservar en su poder la cosa vendida hasta que el
comprador le haya pagado la totalidad del precio adeudado. Tres requisi-
tos son necesarios para que el vendedor pueda ejercitar este derecho: 1) que
la cosa no haya sido entregada; 2) que el comprador no pague el precio, y
3) que no se haya fijado plazo para el pago.
El primer requisito fluye de la naturaleza misma del derecho de
retención que sólo pueda ejercitarse cuando aquel a quien correspon-
de su ejercicio está en situación de conservar en su poder la cosa a que
ese derecho se refiere. El artículo 151 del Código de Comercio corro-
bora ampliamente este requisito al establecer que el vendedor podrá
retener las mercaderías vendidas mientras estén en su poder. La Corte de
Casación de Francia ha declarado que el vendedor goza del derecho de
retención únicamente cuando la cosa no ha sido entregada al compra-

1
Sentencia 1.734, pág. 751, Gaceta 1868.
- Sentencia 599, pág. 281, Gaceta 1874; sentencia 2.404, pág. 1482, Gaceta 1887, tomo
II; sentencia 81, pág. 234, Gaceta 1913 (considerando 8°); sentencia 469, pág. 1550, Gaceta
1913; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. I a , pág. 449.

708
de l a s o b l i g a c i o n e s d e l mün'dedor

dor, porque si lo ha sido ya no está en su poder, de modo que le es


físicamente imposible retenerla. 1
El segundo requisito se comprende con facilidad. Si el objeto de ese
derecho es asegurar el pago del precio, es lógico suponer que si éste ha
sido pagado, el vendedor no tiene por qué retener la cosa vendida. La
falta de pago del precio por parte del comprador es esencial para que
aquél pueda retener la cosa en su poder.
Por último, para que el vendedor pueda ejercitar este derecho es me-
nester que no se haya estipulado plazo para el pago del precio, porque si
alguno se ha estipulado el vendedor, como lo establece el inciso tercero
del artículo 1826, debe entregar la cosa no obstante la falta de pago, desde
que en tal caso las partes han convenido voluntariamente en diferir la
ejecución de una de las obligaciones del contrato.
Concurriendo estos tres requisitos el vendedor está en su perfecto de-
recho para no entregar la cosa. De ahí que la Corte de Apelaciones de
Santiago acogiera una demanda interpuesta por un vendedor en que soli-
citaba la retención de la madera vendida hasta que el comprador no paga-
ra totalmente el precio de venta. 2
Este derecho de retención de que goza el vendedor para no entregar la
cosa vendida mientras el comprador no le pague el precio, no le confiere
ninguna preferencia sobre los demás acreedores del comprador y sólo pro-
duce efecto entre las partes contratantes, a menos que sea declarado judi-
cialmente, de acuerdo con el artículo 696 del Código de Procedimiento Civil
en cuyo caso produce los efectos que señala el artículo 697 de ese Código.

901. El derecho de retención del vendedor se extingue o, mejor dicho, el


comprador puede exigir la entrega de la cosa vendida y el vendedor está
obligado a entregarla, cuando aquél pague o se allane a pagar el precio
íntegro. El pago de la totalidad del precio es esencial para exigir la entre-
ga de la cosa. Un pago parcial no es suficiente; de modo que el compra-
dor ofreciendo un pago parcial no puede exigirla ni aun en parte. 3 Hay
aquí, como dice Pothier, una aplicación de los principios de la prenda,
según los cuales el deudor no puede exigir su entrega ni aun de una par-
te, mientras no pague la totalidad de la deuda (artículo 2396 del Código
Civil). Según esto, si el comprador muere, sus herederos no podrían me-
diante el pago de una parte del precio exigir al vendedor la entrega de
una parte de la cosa, como tampoco podría uno de ellos exigir la cuota
que en ella pudiera corresponderle ofreciendo pagar la parte del precio
que sobre él pesa. Tanto en uno como en otro caso se requiere que se
ofrezca la totalidad del precio para exigir la entrega de la cosa.4

1
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m s . 1 1 1 0 y 1 1 1 1 , p á g . 8 6 6 ; BÉDARRIDE, n ú m . 2 7 1 ,
pág. 352.
2
S e n t e n c i a 1.493, pág. 718, Gaceta 1874.
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 8 7 , p á g . 8 6 5 ; TROPLONG, I, n ú m . 3 1 1 , p á g . 3 9 3 ;
AUBRY ET RAU, V, p á g . 6 3 .
4
POTHIER, III, n ú m . 6 4 , p á g . 2 8 .

709
de la compraventa y de la promesa de venta

De acuerdo con estos principios, la Corte de Tréves (Francia) declaró


que cuando las mercaderías han sido vendidas en bloc, aunque el precio
se haya fijado a tanto la medida, el vendedor puede rehusar su entrega
hasta que se le pague la totalidad del precio, sin que para ello sean óbice
los pagos parciales que el vendedor haya aceptado. 1
Sin embargo, la Corte de Apelaciones de Iquique, desentendiéndose
de ese principio, dio lugar a una demanda en que el comprador solicitaba
la entrega de unos muebles, a pesar que no había pagado la totalidad del
precio convenido. Uno de los ministros que componía el tribunal opinó
por el rechazo de la demanda, fundado precisamente en que el compra-
dor no había pagado todo el precio lo que le colocaba en la imposibilidad
de exigir la entrega de la cosa. Creemos que la razón está con él, porque
de lo contrario se desconocería el texto claro y explícito de la ley.2
Pothier cree que en algunos casos el juez puede moderar la aplicación
de este principio en el sentido de autorizar al comprador para que exija
del vendedor la entrega de una parte de la cosa vendida mediante el pago
de una parte del precio. 3 Por muy respetable que sea esta opinión creemos
que no puede prevalecer sobre el precepto legal que es muy terminante.
En cambio, estamos de acuerdo con ese autor cuando sostiene que el ven-
dedor puede negarse a entregar la cosa si el comprador no paga el precio,
aunque un fallo judicial le ordene hacer su entrega, porque aun cuando
esta sentencia nada diga sobre la obligación del comprador de pagar el
precio, no puede desconocerla, ya que no puede dictarse en contraven-
ción a la ley, como sería si se obligara el vendedor a realizar la entrega de
la cosa a pesar de que el comprador no le pagara el precio. 4 Si con seme-
jante sentencia se ejecutara al vendedor, éste opondría la excepción de
falta de algunos de los requisitos exigidos por la ley para que el título sea
ejecutivo, pues la deuda no sería exigible, desde que para que lo fuera,
sería menester que el comprador cumpliera con su obligación.

902. Para que el vendedor pueda retener la cosa vendida es menester,


como dijimos, que no se haya fijado plazo para el pago del precio. Si se ha
estipulado plazo para ese pago el vendedor no puede ejercitar este dere-
cho. Así lo dice claramente el inciso 3 e del artículo 1826 del Código Civil,
según el cual, el comprador puede exigir la cosa cuando paga el precio o
cuando se ha estipulado que lo pagará a plazo. En tal caso, el vendedor
debe entregar la cosa aunque el comprador no ofrezca el pago del precio.
Por el hecho de acordar un plazo al comprador, el vendedor ha renuncia-
do tácitamente al derecho de retención. Ha seguido la fe del comprador,
fidem emptoris secutus est; ha tenido confianza en él y lo ha dispensado, como
dice Guillouard, de cumplir en el acto su obligación de pagar el precio.

1
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1088, pág. 865.
2
Sentencia 3.256, pág. 1947, Gaceta 1885.
3
POTHIER, III, n ú m . 6 5 , p á g . 2 8 .
4
POTHIER, III, n ú m . 6 6 , p á g . 2 8 .

710
de las obligaciones del \ tendedor

Se ha suscitado la cuestión de saber si el término de gracia que se


concede por el juez al comprador para pagar el precio priva al vendedor
de su derecho de retención. La Corte de Casación de Francia se ha pro-
nunciado por la negativa, declarando que un término de esta naturaleza
no priva al vendedor del derecho de retención, desde que él no lo ha
otorgado y la ley habla del plazo concedido por el vendedor. Luego, el
vendedor puede retener la cosa hasta que termine ese plazo de gracia,
esto es, hasta que el comprador le pague el precio. 1 Este fallo ha sido bien
acogido por todos los autores franceses, tales como Laurent, 2 Baudry-La-
cantinerie, 3 Aubry et Rau 4 y Guillouard. 5 Pothier 6 sostiene también la mis-
ma doctrina.

903. Se ha dicho que el vendedor no puede negarse a entregar la cosa,


aunque el comprador no pague el precio, cuando se ha estipulado plazo
con ese objeto. Esta regla tiene la excepción del inciso final del artícu-
lo 1826 que dice: "Pero si después del contrato hubiere menguado considerable-
mente la fortuna del comprador, de modo que el vendedor se halla en peligro inminente
de perder el precio, no se podrá exigir la entrega, aunque se haya estipulado plazo
para el pago del precio sino pagando o asegurando el pago".
Lo que este artículo dispone es que si, después de celebrado el contra-
to de venta y en el que se confirió un plazo al comprador para que pagara
el precio, mengua su fortuna en términos que el vendedor corre el riesgo
de perder el precio, éste recobra su derecho de retención y queda, en
consecuencia, autorizado para no entregar la cosa en tanto el comprador
no le pague el precio o le asegure el pago. El efecto inmediato de la dismi-
nución de la fortuna de comprador es el renacimiento del derecho del
vendedor o, mejor dicho, la extinción del término estipulado. 7
La disposición que ahora estudiamos es aplicación del artículo 1496
del Código Civil. El derecho que tenía el comprador para exigir la cosa
antes del pago del precio era uno de los beneficios que le acordaba el
plazo concedido. Antes de su vencimiento, aquél no podía exigírsele; pero
si el deudor quiebra o cae en insolvencia, dice ese artículo, la obligación
se hace exigible en el acto. De ahí que el plazo concedido por el vendedor
se extinga y pueda exigir el pago del precio al instante. Siendo exigible el
precio, puede negarse a entregar la cosa mientras aquél no le sea pagado.

1
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 8 6 , p á g . 8 6 5 .
2
Tomo 24, núm. 170, pág. 169.
3
Déla vente, núm. 306, pág. 306.
4
Tomo V, pág. 63, nota 12.
5
Tomo I, núm. 217, pág. 248.
6
Tomo III, núm. 67, pág. 29.
7
AUBRY E T RAU, V , p á g . 6 3 ; MANRESA, X , p á g . 1 2 9 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 7 1 , p á g . 1 7 0 ;
H U C , X , n ú m . 8 4 , p á g . 1 1 7 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 1 8 , p á g . 2 4 9 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 1 2 ,
p á g . 3 9 4 ; BÉDARR1DE, n ú m . 2 6 9 , p á g . 3 4 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 0 7 , p á g . 3 0 7 ; MAR-
CADÉ, V I , p á g . 2 3 6 ; RLCCI, 1 5 , n ú m . 1 3 8 , p á g . 3 5 1 .

711
df. la compraventa y de la promesa de venta

De los propios términos del artículo 1826 se desprende que el vende-


dor puede negarse a entregar la cosa vendida en tanto no se le pague el
precio, aun cuando se haya señalado un plazo para ese objeto, siempre
que concurran dos requisitos, a saber: 1) que la fortuna del vendedor dis-
minuya considerablemente, de modo que el vendedor se halle en peligro
inminente de perder el precio, y 2) que esta disminución en su fortuna
sea posterior a la celebración del contrato.

904. El primer requisito consiste en que la fortuna del comprador disminu-


ye en forma considerable de modo que el vendedor esté en peligro inmi-
nente de perder el precio. Ricci plantea la cuestión de saber si se requiere
que la fortuna del comprador disminuya considerablemente y que, al mis-
mo tiempo, el comprador se halle en peligro inminente de perder el precio,
o si basta lo uno o lo otro. 1 Posiblemente la concurrencia de ambas circuns-
tancias no sea necesaria en el Código italiano, pero en el nuestro la es. No
basta que la fortuna del comprador disminuya. Es menester que esa dismi-
nución sea considerable y de tal magnitud que el vendedor se halle en peli-
gro inminente de perder el precio. Por eso, si la fortuna de aquél disminuye
en términos que no hacen correr ese riesgo al vendedor, éste no puede
negarse a realizar la entrega. Es cierto que una circunstancia puede ser con-
secuencia de la otra, pues el vendedor, de ordinario, correrá el peligro de
perder el precio cuando la fortuna del comprador disminuya considerable-
mente; pero de todos modos es necesario que concurran ambas a la vez.
Ahora bien, ¿cuándo se entiende disminuida la fortuna del comprador
para los efectos del artículo 1826? Dados los términos en que está redactado
el inciso final de ese artículo creemos que queda al arbitrio del juez deter-
minar, en cada caso concreto, cuándo se entiende menguada considerable-
mente la fortuna del comprador; siendo sí de advertir, como se ha dicho,
que se necesita que la disminución sea considerable de tal modo que el
vendedor se halle en peligro inminente de perder el precio para que el juez
pueda declarar que el vendedor no está obligado a entregar la cosa.

905. No es necesario, a nuestro juicio, que el comprador sea declarado en


quiebra, en concurso o en insolvencia para que se aplique este artículo.
Exigir esta circunstancia sería ir demasiado lejos en su interpretación, ya
que sólo exige una disminución considerable en la fortuna del comprador
y para que así suceda no es menester que caiga en algunos de esos estados.
Claro está que en todos esos casos, el vendedor podrá asilarse en esta dis-
posición, pero no por eso puede decirse que ese artículo es aplicable sola-
mente cuando el comprador se halle en algunas de esas situaciones. Esta
opinión se refuerza con el examen comparativo de este precepto y del
contenido en el artículo 1496 del Código Civil del cual no es sino una
aplicación a un caso concreto. Si el legislador hubiera querido que el
artículo 1826 no recibiera aplicación sino cuando el comprador se hallare

1
Tomo 15, núm. 138, pág. 352.

712
de las obligaciones del \ tendedor

en estado de quiebra o de notoria insolvencia no habría empleado las


expresiones que usó y, por el contrario, habría hablado expresamente de
quiebra y de insolvencia, como lo hizo en el artículo 1496. La diversidad
de expresiones en ambos artículos nos está demostrando que se trata de
casos distintos y de alcances diversos. La disposición del artículo 1826 es
mucho más genérica y extensa que la del artículo 1496 que está limitado a
los dos casos en él señalados.
En esta materia nuestro Código ha sido más amplio que el francés y el
español, en los cuales el vendedor no puede recobrar su derecho de reten-
ción sino cuando el comprador cae en insolvencia o en quiebra declarada.
Fuera de esos casos no procede el ejercicio de este derecho. Por eso la
Corte de Casación de Francia ha declarado en varias ocasiones que la apre-
ciación de las circunstancias que hacen correr al vendedor el riesgo de
perder el precio no queda al arbitrio del juez, pues ellas no pueden ser
otras que las taxativamente enumeradas por la ley.1 Esto prueba una vez
más la exactitud de la aseveración hecha anteriormente, pues el artícu-
lo 1826 fue tomado del precepto que sobre el particular establece el Códi-
go francés, a pesar de lo cual en nuestro Código fue más generoso en la
determinación de los casos en que procede el ejercicio de este derecho
del vendedor cuando mengua la fortuna del comprador, es decir, dejó
mayor amplitud para apreciar cuando tiene lugar la situación que ese
artículo contempla. Conviene tener presente esta diversidad de criterio de
ambas legislaciones para no incurrir en errores.

906. Pero aun cuando la apreciación de la disminución considerable de la


fortuna del comprador queda al arbitrio del juez, es menester, de todos
modos, que esa disminución sea efectiva. No bastan las simples habladu-
rías de que el comprador ha disminuido la fortuna ni los simples temores
que pudieran existir acerca de su insolvencia. La jurisprudencia de la Cor-
te de Casación de Francia es uniforme en ese sentido. 2
Conforme con este modo de pensar, este tribunal estableció que el
vendedor no puede rehusar la entrega de la cosa vendida o exigir una
caución al comprador bíyo el pretexto que éste, a consecuencia de la quie-
bra de una casa de comercio, se encontraría expuesto, como endosador
de letras giradas y protestadas de esa casa, a la acción de los tenedores de
dichas letras por las sumas que representaban y que se consideraban muy
superiores a sus recursos. 3 Todos los autores franceses están de acuerdo,
igualmente, en afirmar que no bastan las meras sospechas que se tengan
sobre la insolvencia o disminución de la fortuna del comprador, aunque
sean fundadas, para que el vendedor recobre su derecho de retención. 4

1
FUZIER-HERMAN, t o m o 36, n ú m . 1 1 0 6 y 1107, pág. 866.
2
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 1101 y 1103, pág. 866; BÉDARRIDE, núm. 269,
p á g . 3 5 1 ; MANRESA, X , p á g . 1 3 1 .
3
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1102, pág. 866.
4
De la vente, núm. 3 0 7 , pág. 3 0 8 ; AUBRY ET RAU, V, pág. 6 4 ; LAURENT,
BAUDRY-LACANTINF.RIE,
2 4 , n ú m . 1 7 2 , p á g . 1 7 2 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 1 4 , p á g . 3 9 5 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 1 9 , p á g . 2 4 9 .

713
de la compraventa y de la promesa de venta

El fundamento de esta opinión no es otro que los contratos, una vez


celebrados, no pueden dejarse sin efecto sino por la voluntad de las partes
o por causas legales, las que no pueden extenderse más allá del alcance
señalado por la ley. Aceptar, en este caso, las meras sospechas o rumores
de la disminución de la fortuna del comprador importaría romper un con-
venio por una causa no contemplada en la ley, ya que ésta exige para ello
una disminución efectiva y no presunta de esa fortuna.

907. Desde que el inciso final del artículo 1826 del Código Civil es una
aplicación del artículo 1496 del mismo Código, creemos que así como el
plazo estipulado se extingue y la obligación se hace exigible en el acto
cuando el deudor por el hecho o culpa suya ha disminuido de valor o ha
extinguido las cauciones que dio para garantir el cumplimiento de la obli-
gación o cuando no ha constituido las ofrecidas, del mismo modo el plazo
concedido al comprador para el pago del precio se extingue y el vendedor
recobra su derecho de retención cuando aquél no ha constituido las ga-
rantías ofrecidas o cuando las constituidas se han extinguido o disminuido
de valor por hecho o culpa suya. En otros términos, se entiende "por dis-
minución considerable de la fortuna del vendedor" para los efectos del
inciso final del artículo 1826 la disminución considerable de valor o la
extinción de las cauciones que el comprador había constituido para asegu-
rar el pago del precio, por hecho o culpa suya, y el hecho de no haber
constituido las garantías ofrecidas y en vista de las cuales el vendedor le
concedió el plazo.
Tanto la jurisprudencia como la doctrina francesas sustentan idéntica
opinión. 1 Así, por ejemplo, la Corte de Bourges ha establecido que el
vendedor puede negar la entrega de la cosa en tanto el comprador no le
pague el precio, aunque se haya señalado un plazo para ello, si prueba
que el inmueble que garantizaba ese pago ha sido deteriorado en térmi-
nos de que ya no lo asegure suficientemente. 2 La Corte de París, por su
parte, declaró que el vendedor que ha concedido un término para el
pago del precio puede rehusar la entrega de la cosa vendida si las garan-
tías dadas por el comprador para asegurar ese pago son ilusorias, como
por ejemplo, si el comprador no es propietario de los inmuebles hipote-
cados con ese objeto. 3 La Corte de Lyon ha resuelto que el vendedor,
que se halla en un caso análogo al anterior, puede rehusar esa entrega si
el comprador, que había contratado diciéndose comerciante, no posee
ningún almacén, no practica ningún comercio y no goza de ningún cré-
dito. 4 Esta sentencia creemos que va muy lejos en la interpretación de

1
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 9 1 , p á g . 8 6 5 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente,
n ú m . 3 0 7 , p á g . 3 0 8 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 7 1 , p á g . 1 7 1 ; AUBRYET RAU, V , p á g . 6 4 ; GUILLOUARD,
I , n ú m . 2 1 9 , p á g . 2 4 9 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 1 4 , p á g . 3 9 6 ; H u c , X , n ú m . 8 4 , p á g . 1 1 7 .
2
FUZIER-HKRMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1092, pág. 866.
3
FUZIER-HER.\L\N, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 9 1 , p á g . 8 6 5 .
4
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 9 4 , p á g . 8 6 6 .

714
de las obligaciones del \"e\dedor

ese artículo y seguramente nuestros tribunales, en un caso semejante, no


habrían fallado del mismo modo.

908. El segundo requisito que hemos mencionado para que el vendedor


recobre su derecho de retención, aun cuando se haya estipulado un plazo
para el pago del precio, consiste en que la disminución de la fortuna del
comprador sobrevenga después de celebrado el contrato. Sin embargo, a
este respecto no hay uniformidad de opiniones. Laurent, 1 Baudry-Lacanti-
nerie, 2 Aubry et Rau, 3 Huc, 4 Marcadé, 5 Troplong 6 y Ricci7 sostienen que el
vendedor puede rehusar la entrega únicamente cuando la fortuna del com-
prador disminuye después de la celebración del contrato; de modo que si
la disminución es anterior no puede rehusarla, a menos que la concesión
del término le haya sido arrancada dolosamente por habérsele ocultado el
verdadero estado de la fortuna del comprador. Guillouard 8 y Duranton
creen, en cambio, que el vendedor puede negarse a hacer la entrega aun-
que la disminución de la fortuna del comprador sea anterior al contrato,
siempre que el vendedor la ignore y aunque no haya habido engaño por
parte de aquél. Para ello se fundan en que el vendedor ha cometido un
error sustancial vendiendo a plazo a un insolvente, ya que si hubiera cono-
cido su estado de fortuna no habría contratado con él o, al menos, le
habría vendido al contado.
Creemos que la primera opinión es la única aceptable, porque el inci-
so final del artículo 1826 es bastante claro y explícito al decir "si después
del contrato" lo que significa que la única disminución de la fortuna que
autoriza al vendedor para rehusar la entrega hasta el pago del precio es la
que se produce con posterioridad a la venta. La que es anterior no autori-
za al vendedor para negarse a entregar la cosa. Por consiguiente, el vende-
dor que contrata con un comprador cuya fortuna se halla considerable-
mente disminuida al tiempo del contrato y al cual le ha concedido un
plazo para el pago del precio, sea que haya o no conocido el estado de su
fortuna, está obligado a entregársela sin que pueda exigirle ese pago o
cauciones que lo aseguren. 9 El vendedor debe pagar las consecuencias de
haberse fiado en la fe del comprador o de haber contratado con él no
obstante su mala situación pecuniaria. "El vendedor, dice Laurent, no pue-
de sustraerse a las obligaciones que ha contraído, salvo por las causas que
la ley autoriza; pues bien el artículo 1613 (inciso 4 Q del artículo 1826 del

1
Tomo 24, núm. 171, pág. 171.
2
De la vente, núm. 307, pág. 307.
3
Tomo V, pág. 63.
4
Tomo X, núm. 84, pág. 118.
5
Tomo VI, pág. 237.
6
Tomo I, núm. 315, pág. 396.
7
Tomo 15, núm. 638, págs. 352 y 353.
s
Tomo I, núm. 220, pág. 250.
9
TROPLONG, I , n ú m . 3 1 5 , p á g . 3 9 6 .
df. la compraventa y de la promesa de venta

Código Civil chileno), no le permite suspender la entrega por insolvencia


del comprador, sino cuando la quiebra o insolvencia son posteriores a la
venta. La ley quiere que sobrevenga un cambio en la situación del compra-
dor, si el estado de éste ha quedado igual el vendedor no puede prevalerse
de su imprudencia para romper sus compromisos". 1
Ricci, por su parte, dice que en este caso se trata de disposiciones que
sustraen a una de las partes del cumplimiento de su obligación y que la
sustraen contra la ley, por cuyo motivo esta disposición es de carácter ex-
cepcional y no admite interpretaciones por analogía. 2 Estamos de acuerdo
con Laurent y Ricci y creemos que pretender autorizar al vendedor para
que rehuse la entrega en tanto no se le pague el precio cuando éste ha
contratado con el comprador cuya fortuna había disminuido considera-
blemente antes del contrato, es desconocer el tenor claro y terminante de
la ley que sólo autoriza ese procedimiento siempre que la disminución de
la fortuna de comprador sea posterior a la venta.
Naturalmente que si el vendedor llega a probar que concedió el plazo
al comprador a causa del dolo o engaño cometido por éste, que le hizo
creer que su fortuna no había disminuido, es claro que puede resistir la
entrega mientras no se le pague el precio. Pero esta negativa no arranca su
existencia del artículo 1826 sino de la nulidad del pacto por el cual se
estipuló el plazo a consecuencia del vicio de que adoleció el consentimien-
to del vendedor al otorgarlo. 3 Así, por ejemplo, la Corte de Lyon, dice
Laurent decidió que el vendedor no estaba obligado a entregar la cosa
vendida, en tanto el comprador no le pagara el precio o le asegurara el
pago, no obstante la existencia de un plazo para hacerlo, porque, aunque
el estado de insolvencia del comprador era anterior al contrato, ese estado
fue ignorado por aquél a causa del dolo cometido por el comprador, que
se hizo pasar por un comerciante que ejercía el comercio regularmente y
que gozaba de cierto crédito, a pesar de que no era sino un simple tene-
dor de libros. En tal caso, el consentimiento del vendedor había sido sor-
prendido por maniobras sin las cuales no habría contratado; su consenti-
miento estaba viciado y el contrato era nulo. 4
En resumen, podemos decir que el inciso final del artículo 1826 se
aplica cuando la fortuna del comprador disminuye considerablemente des-
pués de celebrado el contrato. Si al tiempo de la venta esa disminución
existía en forma de hacer correr al vendedor el riesgo de perder el precio,
haya o no tenido conocimiento del mal estado de fortuna del comprador,
no puede rehusar la entrega so pretexto de que no se le ha pagado aquél
o asegurado su pago que no podrá exigirlo sino una vez vencido el plazo

1
Tomo 24, núm. 171, pág. 172.
s
Tomo 15, núm. 138, pág. 353.
' TROPLONG, I , n ú m . 3 1 5 , p á g . 3 9 6 ; H u c , X , n ú m . 8 4 , p á g . 1 1 8 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 6 3 ,
nota 12 bis; FUZIER-HERMAN, t o m o 36, Vente, núm. 1096, pág. 866; MARCADÉ, V I , pág. 237;
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 0 7 , p á g . 3 0 7 .
4
T o m o 24, n ú m . 171, pág. 172.

716
d e l a s o b l i g a c i o n e s d e l \t e n d e d o r

convenido; a menos que éste haya sido otorgado mediante el dolo en que
se hizo incurrir al vendedor referente a la verdadera situación pecuniaria
en que se hallaba el comprador.
Pero si el vendedor entregó la cosa vendida al comprador, aunque la
fortuna de éste disminuya considerablemente después del contrato, no
puede pretender su devolución y debe esperar el pago del precio en el
plazo estipulado, porque la entrega de la cosa importa la renuncia tácita a
su derecho de retención, desde que para ejercerlo era necesario, como
dijimos, que ésta se encontrara en su poder. 1
El Código Civil español es más equitativo que el nuestro, en esta mate-
ria, pues su artículo 1467 no exige que la insolvencia o disminución de la
fortuna del comprador sea posterior al contrato; puede ser anterior o pos-
terior con tal que se descubra después de la venta. De modo que la insol-
vencia anterior a la venta puede ser suficiente, dice Manresa, para que el
vendedor rehuse la entrega de la cosa, pues lo que la ley exige que sea
posterior al contrato no es la insolvencia, sino su conocimiento por el
vendedor. 2

909. El derecho de retención de que goza el vendedor cuando la fortuna


del comprador ha disminuido después del contrato en la forma que señala
el inciso final del artículo 1826 se extingue, es decir, el comprador puede
exigir la entrega de la cosa aun en ese caso, siempre que pague el precio o
asegure el pago. Entonces desaparece el temor del vendedor de perder el
precio y la retención de la cosa no se justifica. El comprador puede optar o
por el pago del precio o por el otorgamiento de cauciones. 3 Pero la aprecia-
ción de éstas queda al arbitrio del vendedor que es árbitro para aceptarlas o
rechazarlas, lo que no excluye, dice Manresa, el derecho que tiene el com-
prador para reclamar ante el juez si el vendedor se niega admitirlas sin justa
causa. De ser así, aquél debe pronunciarse sobre la suficiencia o insuficien-
cia de la caución que se ofrece para garantizar el pago.4

910. El artículo 174 del Código de Comercio reproduce el principio del


inciso final del artículo 1826 del Código Civil en estos términos: "Si en el
tiempo medio entre la fecha del contrato y el momento de la entrega hubieren decaído
las facultades del comprador, el vendedor no estará obligado a entregar la cosa
vendida, aun cuando haya dado plazo para el pago del precio, si no se rindiere
fianza que le dé una seguridad satisfactoria".
A la simple vista se notan las diferencias que existen entre este artículo y
el Código Civil. En primer lugar, el Código de Comercio es mucho menos

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 3 0 7 , pág. 3 0 8 ; FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Ven-
te, núms. 1110 y 1111, pág. 866.
2
X , pág. 1 3 1 .
5
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 3 0 7 , pág. 3 0 7 ; LAURENT, 2 4 , núm. 1 7 1 , pág. 1 7 0 ;
AUBRY E T RAU, V , p á g . 6 4 ; MARCADÉ, V I , p á g . 2 3 7 ; RlCCI, IV, n ú m . 1 3 8 , p á g . 3 5 3 ; TROPLONG,
I, núm. 312, pág. 394.
4
MANRESA, X , p á g . 1 3 2 .

717
df. la compraventa y de la promesa de venta

riguroso que el Código Civil para determinar en qué casos el vendedor


puede retener la cosa vendida cuando se ha fijado plazo para el pago del
precio, pues mientras éste exige que la fortuna del comprador disminuya
en forma considerable de modo que el vendedor corra el riesgo de perder
el precio a aquél le basta únicamente que las facultades del comprador
hayan decaído sin señalar la extensión de este decaimiento, de donde se
infiere que cualquiera que él sea, procede el derecho de retención del
vendedor. Como se ve, el juez tiene mucho mayor amplitud en materia
comercial que en materia civil para hacer efectivo ese derecho y esto se
explica satisfactoriamente si se atiende a que la falta de cumplimiento de
las obligaciones produce consecuencias mucho más desastrosas en la pri-
mera que en la segunda.
En segundo lugar, el artículo 147 dice que en el caso allí contemplado el
vendedor no está obligado a entregar la cosa sino cuando el comprador
rinda una fianza que le dé una seguridad satisfactoria, excluyendo la facul-
tad del vendedor para exigir el pago al contado, como sucede en el Código
Civil. En este caso, el vendedor no podría negarse a aceptar la fianza sufi-
ciente ofrecida por el comprador a pretexto de que quiere el precio. El
comprador podrá optar por lo uno o por lo otro, pero el vendedor debe
conformarse con el otorgamiento de una fianza que le asegure el pago.
Por lo demás, se aplica en materia mercantil todo cuanto hemos dicho
a propósito de este derecho en materia civil, sin peijuicios de las dos mo-
dificaciones indicadas. 1
De lo expuesto se desprende que la disposición del artículo 147 del
Código de Comercio puede ser suprimida no sólo porque repite la regla
del Código Civil que se aplica en materia comercial a falta de ley expresa,
sino porque modifica a aquella en forma desventajosa.

4 e DE LOS GASTOS QUE ORIGINA LA ENTREGA

911. Los gastos que demanda la ejecución de la obligación que el contra-


to de venta impone al vendedor son de dos clases: gastos ocasionados por
la entrega de la cosa y gastos originados por el transporte de la cosa una
vez entregada. Los primeros se denominan gastos de entrega y los segun-
dos gastos de transporte.

912. El Código no ha definido lo que debe entenderse por gastos de entrega,


pero de los términos del artículo 1825 se deduce que son tales los que hace el
vendedor para poner la cosa en disposición de ser entregada. Son gastos de
esta naturaleza: el salario del mensajero o individuo encargado de llevar al
comprador las llaves del local en que se hallan las mercaderías vendidas, las
copias de los títulos que sea menester sacar para entregarlas al comprador
cuando así se ha estipulado, los gastos que sean necesarios para libertar la

1
Véanse núms. 905, 906,907 y 908 de esta Memoria.

718
de l a s o b l i g a c i o n e s d e l \t e n d e d o r

cosa de las cargas que sobre ella pesen, los que demande el juicio que debe
entablarse para poner al comprador en posesión de la misma, etc.1
La jurisprudencia francesa ha resuelto que también son gastos de entrega
los que demanda el peso, la cuenta o la medida de la cosa que se vende, por-
que esas operaciones son indispensables para hacer la entrega, de la cual pue-
den considerarse como un preliminar, ya que sin ellas no puede verificarse.
Del mismo modo, si para entregar la cosa fuere necesario pagar algún
impuesto o contribución, como ocurre con el impuesto sobre los alcoholes
que debe pagarse en su fabricación y sin cuyo pago no pueden salir de la
fábrica, ese impuesto o contribución también es un gasto de entrega, desde
que sin él no se puede ponerse la cosa en disposición de ser entregada.

913. Son gastos de transporte, según el artículo 1825, los que se ocasionen
con la traslación de la cosa vendida después de entregada. Una vez que el
vendedor la entrega al comprador en el lugar convenido o señalado por la
ley, queda a disposición de éste que puede transportarla a donde le plazca.
Los gastos que demande esta traslación se denominan de transporte. De
modo que puede decirse que son tales todos aquellos gastos que se hagan
por el comprador con posterioridad a la entrega a fin de tomar posesión de
la cosa. Son gastos de esta naturaleza los gastos de embalaje, carguío, flete
por mar o tierra, descargue, derechos de internación, de exportación, si los
hay, de visación por los cónsules chilenos de las facturas con destino a Chile
en el puerto de embarque dado caso que las mercaderías se hallen en el
extranjero, de visación consular de los conocimientos, derecho de muellaje
fiscal, etc., siempre que todos esos gastos sean posteriores a la entrega; por-
que si se hacen para poder entregar la cosa son gastos de entrega. Entre
ambos gastos hay, pues, una diferencia de tiempo. Los gastos anteriores a la
entrega, los que se ocasionan antes que la cosa sea entregada al comprador,
se llaman de entrega. Los que se hacen después de esta entrega, cuando
aquella ya es del comprador, son de transporte. Así, si el vendedor de una
mercadería en París se obliga a entregarla en Santiago, todos los gastos men-
cionados más arriba son gastos de entrega; pero si su obligación es entregar-
la en París, son gastos de transporte, pues se hacen con posterioridad a la
entrega y a fin de trasladarla a otro lugar.3

914. Veamos ahora quién soporta unos y otros gastos. El vendedor, como se
ha dicho, está obligado a entregar la cosa vendida. Debe, por lo tanto, hacer

1
POTHIER, III, n ú m . 4 2 , p á g . 2 0 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 0 0 , p á g . 3 0 3 ; MARCADÉ,
V I , p á g . 2 3 6 ; RLCCL, 1 5 , n ú m . 1 3 9 , p á g . 3 5 6 ; TROPLONG, I , n ú m . 2 8 8 , p á g . 3 7 7 ; GUILLOUARD,
I, núm. 241, pág. 2 6 9 ; MANRESA, X , pág. 1 2 7 ; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 981,
p á g . 8 6 0 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 6 2 .
2
FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núm. 9 8 2 , pág. 8 6 0 ; AUBRY ET RAU, V, pág. 62, nota
11; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 3 0 0 , pág. 3 0 3 ; MARCADÉ, V I , pág. 2 3 6 ; TROPLONG,
I , n ú m . 2 8 8 , p á g . 3 7 7 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 4 1 , p á g . 2 6 9 .
3
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 980, pág. 8 6 0 ; TROPLONG, I, núm. 289, pág. 378;
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 4 1 , p á g . 2 6 9 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 6 2 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m .
301, pág. 304.

719
df. la compraventa y de la promesa de venta

todas las diligencias que sean necesarias para cumplir esa obligación, esto
es, para poner la cosa a disposición del comprador. De aquí que a él incum-
ban los gastos que demande ese cumplimiento y que, según dijimos, se de-
nominan gastos de entrega. Pero una vez que la cosa ha sido entregada, una
vez que el vendedor la ha puesto a disposición del comprador, ha cumplido
su obligación cesando, en consecuencia, toda la intervención que le cupo
en el contrato. Luego, si el comprador quiere llevar la cosa a un lugar diver-
so de aquel en que, por la ley o por el contrato, ha debido serle entregada,
él debe soportar los gastos que esa traslación ocasione. Estos gastos se lla-
man gastos de transporte. Y pesan sobre el comprador, porque se trata de
un acto que sólo a él interesa y que depende su sola voluntad.
La ley, tomando en cuenta la justicia distribuitiva, si así pudiera decirse,
que hay en la repartición de los gastos que demanda el contrato de venta en
la forma indicada, consagró esa solución al igual que todas las demás legisla-
ciones y dispuso en el artículo 1825: "Al vendedor tocan naturalmente los costos
que se hicieren para poner la cosa a disposición de entregarla, y al comprador los que
se hicieren para transportarla después de entregada". Los artículos 1608 del Códi-
go francés, 1467 del Código italiano, 1465 del Código español y 448 y 449
del Código alemán establecen el mismo principio.
Luego, todos los gastos que demande la entrega de la cosa vendida son
de cargo del vendedor; y todos los que ocasione su transporte después de
entregada son para el comprador. Fundada en esta disposición, la Corte
de Apelaciones de Santiago declaró que sobre el vendedor pesaba el pago
del impuesto o contribución que gravaba una propiedad raíz adeudado a
la época de la venta, porque era un gasto que debía hacerse para poner la
cosa en disposición de ser entregada. 1
Desde que todos los gastos que demande la entrega de la cosa vendida
son de cargo del vendedor, es claro que si el comprador los ha cubierto
tiene derecho para que el vendedor se los reembolse. De acuerdo con este
principio, la Corte de Apelaciones de Talca ha establecido que el vende-
dor está obligado a reembolsar al comprador los gastos que le originó el
juicio que tuvo que iniciar contra un poseedor del predio comprado a fin
de poder entrar en posesión del mismo, ya que sobre aquél pesan los
costos que se hicieren para poner la cosa en disposición de ser entregada. 2
Lo mismo puede decirse respecto de los gastos de transporte que haga el
vendedor. El comprador debe abonárselos.
Es de advertir que la disposición del artículo 1825 del Código Civil sólo es
aplicable a falta de estipulación de las partes sobre el particular, porque ante
todo debe estarse a los que ellas hayan convenido. Esta disposición se aplica
en su silencio, es decir, cuando no hayan estipulado nada sobre la materia.3

1
Sentencia 1.402, pág. 969, Gaceta 1879.
2
Sentencia 598, pág. 515, Gaceta 1899, tomo I.
S
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 983, pág. 860; TROPLONG, I, núm. 290, pág. 378,
AUBRY E T R A U , V , p á g . 6 2 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 4 1 , p á g . 2 6 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m .
301, pág. 304; Rica, 15, núm. 139, pág. 357; MANREZA, X, pág. 127.

720
d e l a s o b l i g a c i o n e s d e l \t e n d e d o r

915. Puede suceder que el vendedor se obligue a entregar la cosa en un


lugar diverso de aquel en que se encuentra y que sea menester hacer algu-
nos gastos con ese objeto, ¿a quién incumben esos gastos? Aunque son
gastos de transporte, desde que se originan por la traslación de la cosa,
son, legalmente hablando, gastos de entrega, pues se requieren para po-
ner la cosa en disposición de entregarla. Por eso creemos que son de car-
go del vendedor. Tres razones nos inducen a pensar así: 1) el vendedor
debe entregar la cosa y cumple esa obligación entregándola en el lugar
convenido; luego, debe cargar con todos los gastos que ocasione el trans-
porte que se haga para realizar la entrega; 2) el vendedor, dice el artícu-
lo 1825, debe soportar todos los gastos que sean necesarios para poner la
cosa vendida en disposición de ser entregada y consistiendo en este caso la
entrega en ponerla a disposición del comprador en el lugar convenido, es
evidente que son de cargo de aquél los gastos que ocasione su transporte
al lugar que debe ser entregada, y 3) el artículo 1825 pone a cargo del
comprador únicamente los gastos de transporte que se hicieren después
de entregada la cosa. En el caso propuesto, el transporte que debe hacerse
no es posterior a la entrega; por el contrario, es necesario para realizarla.
Por lo tanto, el comprador no tiene por qué soportar los gastos del trans-
porte de una cosa que aun no se le ha entregado.
En el ejemplo que ahora estudiamos, los gastos de embalaje, flete, car-
guío, derechos de aduana, etc., originados por el transporte de la cosa
para entregarla en el lugar convenido y que es diverso de aquél en que
existía al tiempo del contrato, son de cargo del vendedor. Baudry-Lacanti-
nerie y Manresa abundan en las mismas ideas y no vacilan en poner a
cargo del vendedor "los gastos de transporte que sean necesarios para lle-
var la cosa al lugar en que debe ser entregada, si no se encuentra en él".1
En resumen, el comprador soporta los gastos de transporte cuando se
causaren para transportar la cosa después de entregada, siendo de cargo del
vendedor los que demandare el transporte que se haga antes de la entrega
con el objeto de conducirla al lugar en que debe entregarse, si éste es
diverso de aquel en que se encontraba al tiempo del contrato.

916. La cuestión de los gastos que causa la ejecución del contrato de ven-
ta puede originar una dificultad cuando la venta recaiga sobre alcoholes o
tabacos fabricados en el país.
Según la ley número 3.087 del 5 de abril de 1916 sobre contribución a
los alcoholes, los fabricantes de alcohol, en general, deben pagar un im-
puesto o contribución sobre su fabricación sin el cual no puede salir de la
fábrica. En virtud del artículo 42 de la misma ley, ninguna empresa de
transportes terrestres o marítimos puede transportar alcohol sin que pre-
viamente haya pagado esa contribución. Supongamos que ésta no hay sido
pagada y que se estipule que el alcohol vendido se entregue en el mismo
local de la fábrica. El comprador, claro está, una vez que lo ha comprado

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 0 0 , p á g . 3 0 3 ; MANRESA, X , p á g . 1 2 7 .

721
de la compraventa y de la promesa de venta

querrá transportarlo a otro lugar; pero se encuentra con que no lo puede


transportar, porque no se ha pagado el impuesto antes mencionado. Aho-
ra bien, ¿sobre quién pesa la obligación de pagarlo, sobre el vendedor o
sobre el comprador? Creemos que sobre el primero, porque, aun cuando
este gasto se requiere para transportar la cosa después de entregada, es
necesario para ponerla en disposición de ser entregada, ya que sin ese
pago no puede salir de la fábrica y el comprador no la puede utilizar. Más
aún, se trata de una contribución que afecta a la fabricación de la cosa, de
una carga que pesa sobre ésta; luego, debe pagarla el vendedor. Por eso, si
el comprador se ve obligado a pagar ese impuesto, podrá repetir por él
contra el vendedor.
Lo dicho se aplica también respecto de la contribución impuesta a la
fabricación del tabaco que tampoco puede ser transportado mientras no
se pague el impuesto respectivo, en virtud de lo dispuesto en el artículo 25
del reglamento de 18 de marzo de 1913 dictado para la aplicación de la
ley de 28 de enero del mismo año sobre contribución al tabaco.
En cuanto al impuesto que debe pagar el alcohol y el tabaco que se
importan al país son gastos de transporte ya que se originan después que
la cosa ha sido entregada al comprador, por cuyo motivo debe cubrirlos
éste, a menos que se estipule que la entrega se hará dentro del país, pues
entonces son gastos de entrega y pesan sobre el vendedor.

917. El Código de Comercio no determina quién debe soportar los gastos


de entrega y de transporte de la cosa vendida, por lo que se aplica en este
punto la disposición del artículo 1825 del Código Civil, a no ser que las
partes hayan convenido otra cosa o que la costumbre del lugar establezca
una regla diversa, de acuerdo con la cual hayan contratado aquellas, por-
que en tal caso los gastos los soportarán en conformidad a esa costumbre.

5® EN QUE ESTADO DEBE ENTREGARSE LA COSA VENDIDA

918. El artículo 1828 del Código Civil dispone que: "El vendedor es obligado a
entregar lo que reza el contrato". Según este artículo el vendedor contrae la obli-
gación de entregar la misma cosa que vendió, con todos sus frutos y acceso-
rios y en el estado en que se encuentra al tiempo del contrato. El no es sino
aplicación de la regla general contenida en el artículo 1546 de que los contra-
tos deben cumplirse de buena fe y obligan no sólo a lo que en ellos se expre-
sa, sino a todas las cosas que emanan precisamente de la naturaleza de la
obligación o que, por la ley o la costumbre, pertenecen a ella. La ley 11 núme-
ro I a del título I del Libro XIX del Digesto establecía una regla análoga.
En cumplimiento del artículo 1828, el vendedor debe entregar la misma
cosa que ha vendido no pudiendo sustituirla por otra, aun cuando fuere de
mayor valor (artículo 1569 del Código Civil).1 ¿Se violaría este artículo si la

1
AUBRY ET RAU, Y, p á g . 6 6 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 311, pág. 313.

722
de las obligaciones del \"endedor

obligación del vendedor fuera satisfecha por otra persona? Creemos que
no, siempre que no se cambie la cosa vendida. Al comprador le es indiferen-
te la persona del vendedor. No ha contratado en atención a ella sino en
atención a la cosa, de modo que si la recibe de cualquiera otra persona, el
vendedor queda descargado de su obligación y el comprador ha obtenido el
cumplimiento del contrato. La entrega de la cosa vendida es el pago de la
obligación del vendedor y aquél, según el artículo 1572 del Código Civil,
puede hacerse por el deudor o por cualquiera otra persona a nombre suyo.

919. La obligación de entregar lo que reza el contrato comprende, como


se ha dicho, la obligación de entregar la cosa tal cual se encuentre el
tiempo de la venta, con todos los frutos que ha producido desde ese mo-
mento y con todos sus accesorios. Este párrafo relativo al estado en que
debe entregarse la cosa vendida tiene, pues, tres aspectos que estudiare-
mos en el orden siguiente: A) La cosa debe entregarse en el estado en que
se halle al tiempo del contrato; B) La cosa debe entregarse con los frutos
que haya producido desde el día del contrato, y C) La cosa debe entregar-
se con todos sus accesorios.

A) LA COSA DEBE ENTREGARSE EN EL ESTADO EN Q U E SE HALLE AL TIEMPO


DEL CONTRATO

920. Nuestro Código Civil, a diferencia del francés, no consigna expresa-


mente la obligación que tiene el vendedor de entregar la cosa en el estado
en que se encuentre al tiempo del contrato, pero ella fluye de varios de
sus artículos.
En primer lugar, el artículo 1828 que obliga al vendedor a entregar lo
que reza el contrato, porque las partes al convenir la venta lo han hecho en
atención al estado en que se encontraba la cosa en ese instante. El compra-
dor ofreció el precio en vista de la cosa que se le mostró y su consentimiento
recayó sobre ella y sobre el estado en que se hallaba. Fue este estado de la
cosa el que los indujo a ligarse por un vínculo jurídico. El vendedor contra-
jo la obligación de entregar esa cosa y no otra y en el estado en que se
encontraba cuando contrataron. Por eso el artículo 1828, al decir que el
vendedor es obligado a entregar lo que reza el contrato, quiere significar
que está obligado a entregar la cosa en el estado en que existía al tiempo de
su celebración. Puede decirse entonces que la cosa que reza el contrato no
es otra que la que existía cuando se celebró la compraventa.
Esta obligación del vendedor se desprende, en segundo lugar, del inci-
so 2 a del artículo 1816 que da al comprador todos los frutos que produzca
la cosa desde el momento de la venta, con lo cual queda establecido que la
cosa debe entregarse con todo lo que tenía al tiempo del contrato, o sea,
en el estado en que entonces se hallaba.
Y, finalmente, de los artículos 1546 y 1548 y 1569 del Código Civil que
nos manifiestan que las obligaciones deben ejecutarse de buena fe que-
dando obligado el vendedor a todo lo que fluye de su naturaleza; que el

723
de la compraventa y de la promesa de venta

deudor debe conservar la cosa hasta su entrega, de donde resulta que la


obligación debe cumplirse entregando la cosa tal cual se hallaba al tiempo
de contraerla, pues, si así no fuera, no habría para qué conservarla; y que
el pago debe hacerse en conformidad a la obligación, esto es, en atención
a su naturaleza y a la de la cosa debida.

921. Cuando se dice que el vendedor debe entregar la cosa en el estado


en que se encontraba al tiempo del contrato pudiera creerse que tiene la
obligación de entregarla, si es un cuerpo cierto, en el mismo estado, preci-
samente en el mismo en que se hallaba cuando las partes contrataron,
siendo responsable de todos los deterioros o pérdidas que posteriormente
le sobrevengan. Pero no es así.
Al decir que el vendedor debe entregar la cosa en el estado en que se
encuentre al tiempo del contrato se quiere decir que el vendedor tratará de
entregarla en ese estado para cuyo objeto la cuidará y conservará con la aten-
ción requerida por la ley. Si emplea ese cuidado y atención en la conservación
de la cosa y ésta, a pesar de todo, perece o se destruye por fuerza mayor o por
caso fortuito, ha cumplido su obligación de conservar y no puede afectarle
ninguna responsabilidad por esos hechos. Así lo disponen los artículos 1820 y
1550 del Código Civil que colocan a cargo del comprador o acreedor los
riesgos de la cosa vendida o adeudada. Del mismo modo, el aumento que
reciba la cosa después del contrato proveniente de causas naturales pertenece
al comprador. Si la obligación que analizamos se entendiera en el sentido de
que el vendedor debe entregar la cosa tal como se hallaba, siendo responsa-
ble de los riesgos fortuitos que le ocurran, el comprador no tendría derecho a
este aumento. En resumen, podemos decir, con Guillouard que "la cosa debe
entregarse en el estado en que se encuentre al tiempo de la entrega, a menos
que haya sido deteriorada en el intervalo de la venta y de la entrega por
hecho o culpa del vendedor o de las personas por quienes debe responder".1
Esta obligación del vendedor consiste, en buenas cuentas, en abstenerse
de cambiar el estado de la cosa en el intervalo que media entre el contrato y
la entrega y de introducir en ella algún cambio que aumente o disminuya su
valor o importancia. 2 Si el aumento o disminución que sobreviene en la cosa
no es imputable al vendedor, éste no tiene derecho a indemnización de
ninguna especie en el primer caso ni le afecta responsabilidad alguna, en el
segundo. Son únicamente los cambios que por hecho o culpa suya se intro-
duzcan en la cosa vendida los que debe abstenerse de efectuar.
Si ese cambio consiste en mejoras realizadas en la cosa, el comprador
tiene derecho para exigir que se le entregue en su primitivo estado. Si esto no
fuera posible puede pedir la resolución del contrato por falta de entrega. 3

1
I, n ú m . 2 2 1 , p á g . 2 5 1 .
2
H U C , X , n ú m . 8 5 , p á g . 1 1 8 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 3 1 1 , p á g . 3 1 2 ; LAU-
RENT. 2 4 , n ú m . 1 8 1 , p á g . 1 7 9 ; MARCADÉ, V I , p á g . 2 3 8 ; R i c a , 1 5 , n ú m . 1 4 1 , p á g . 3 6 0 ; AUBRY
E T RAU, V , p á g . 6 6 ; FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m s . 1 0 2 7 , 1 0 2 8 y 1 0 2 9 , p á g . 8 6 2 .
3
BAUDRY-LACANTINERIE, o b r a c i t a d a , n ú m . 3 1 1 , p á g . 3 1 3 ; MARCADÉ, V I , p á g . 2 3 9 , FUZIER-
HERMAN. t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 3 4 , p á g . 8 6 3 .

724
de las obligaciones del \ tendedor

También puede aceptarla con esas mejoras, pero en tal caso debe reembolsar
al vendedor el valor que haya invertido en ellas. Igualmente, debe restituir al
vendedor los gastos que éste haya hecho para conservar la cosa e impedir la
pérdida o deterioro, de acuerdo con el artículo 2235 del Código Civil, ya que
aquí el vendedor es su depositario.1
Si, por el contrario, el vendedor por hecho o culpa suya ha causado
deterioro en la cosa o la ha hecho disminuir de valor en cualquiera forma,
el comprador tampoco está obligado a aceptarla y puede exigir la resolu-
ción del contrato por falta de entrega, a menos que se allane a recibirla
como se encuentra, con disminución del precio e indemnización de per-
juicios. Así lo ha resuelto la Corte de Casación de Francia. 2 La Corte de
Apelaciones de Santiago ha establecido que el comprador no puede, aun-
que se haya reservado el goce de la cosa por cierto tiempo, cortar los
bosques y los árboles del predio vendido en forma diversa de la que la ley
señala para el propietario fiduciario y para el poseedor de buena fe, o sea,
sin dejar a los árboles los pies necesarios para que puedan retoñar, como
tampoco explotar los montes de los planes en forma que equivalga a su
destrucción, pues todos esos hechos disminuyen el valor de la cosa vendi-
da y no permiten entregarla en el estado en que se encontraba al tiempo
del contrato. Como el comprador no se ciñó a esa reglas, fue obligado a
indemnizar al comprador los peijuicios consiguientes. 3

922. La prueba de que la cosa vendida se encuentra en el estado en que


existía al tiempo del contrato incumbe al vendedor, dado caso que el com-
prador alegue que ha sido deteriorada, a menos que éste sea quien de-
mande la resolución del contrato o los peijuicios por esos deterioros, pues
entonces la prueba de estos hechos corresponde a él. En cuanto a si los
deterioros son o no imputables al vendedor éste deberá probar su irres-
ponsabilidad, ya que la prueba del caso fortuito corresponde al que lo
alega. En el mismo sentido se ha pronunciado la Corte de Casación de
Francia. 4

923. Hasta aquí nos hemos ocupado del estado en que debe entregarse
un cuerpo cierto que, como se ha dicho, no es otro que aquél en que se
hallaba al tiempo del contrato. Ahora hablaremos del estado en que de-
ben entregarse las cosas que se venden determinándolas por su clase o
género. Por regla general, las ventas de estas cosas constituyen actos de
comercio. De ahí que el examen de esta cuestión lo haremos al amparo
del Código de Comercio.
De ordinario las partes señalan la calidad de las mercaderías que se
compran, sea indicándola únicamente, sea remitiendo muestras, en cuyo

1
MARCADÉ, V I , p á g . 2 3 9 .
2
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 2 9 , p á g . 8 6 2 .
3
Sentencia 455, pág. 373, Gaceta 1899, tomo II.
4
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1030, pág. 862.

725
df. l a c o m p r a v e n t a y d e l a p r o m e s a d e v e n t a

caso aquellas deben ser de esa calidad. Pero si nada se dice al respecto, el
vendedor cumplirá su obligación entregándolas sanas y de regular calidad.
Así lo establece el artículo 145 del Código de Comercio que dice: "Si las
mercaderías vendidas no hubieren sido individualizadas, el vendedor cumplirá su
obligación entregándolas sanas y de regular calidad"}
Si las mercaderías no son de la calidad convenida o no son conformes
con la muestra, en el primer caso, o si no son sanas y de regular calidad,
en el segundo, el comprador puede exigir la resolución del contrato con
indemnización de peijuicios, 2 a menos que se allane a recibir las que se le
envían, eso sí que con una disminución proporcional del precio, porque
la facultad de resolver el contrato que, de ordinario, llevan envuelta las
ventas comerciales no excluye la facultad de exigir su cumplimiento, ya
que a este respecto rige siempre la regla del artículo 1489 del Código Civil
que da ambas acciones al comprador.
De acuerdo con estos principios, la Corte de Burdeos ha declarado
que cuando la marca de las mercaderías a que se remiten las partes desig-
na la fábrica o establecimiento en que se fabrican, el vendedor está obliga-
do a entregar mercaderías que realmente provengan de la fábrica que
indica esa marca; en caso contrario, el comprador puede negarse a recibir-
las, aunque valgan lo mismo, porque él tiene derecho a que se le entregue
la cosa que ha comprado y no otra, más aun cuando el lugar en que se
fabricaron fue uno de los motivos que lo indujo a contratar. 3
Como hemos dicho más arriba, en caso de desacuerdo entre las partes
acerca de la calidad de las mercaderías, éstas deben ser reconocidas por
peritos cuyo informe, a virtud de lo dispuesto en el Código de Procedi-
miento Civil, sólo tiene mérito ilustrativo y, por consiguiente, el juez que-
da en absoluta libertad para apreciarlo. Es éste quien determina, en
definitiva, la calidad de las mercaderías vendidas. 4
El comprador que cree que la calidad de las mercaderías no es confor-
me con la indicada en el contrato o con la exigida por la ley, debe recla-
mar de esa disconformidad en los plazos y forma que señalan los artículos
146, 158 y 159 del Código de Comercio. Transcurridos esos plazos o con-
sumidos o enajenadas las mercaderías de modo que su reconocimiento es
imposible, se entiende que el comprador las ha aceptado y pierde el dere-
cho de reclamar por defectos de calidad. 5
Al vendedor corresponde probar que las mercaderías son de la calidad
convenida o que son sanas y de regular calidad, según el caso. El compra-

1
Sentencia 1.105, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I; sentencia 3.112, pág. 469, Gaceta 1889,
tomo II.
- GUILLOUARD, I, n ú m . 2 4 8 , p á g . 2 7 7 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 1 2 I, p á g . 3 1 4 ; s e n -
tencia I 1015, pág. 1154, Gaceta 1903, tomo I.
3
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 1 2 III, p á g . 3 1 5 .
* Véase núm. 685, pág. 536 de esta Memoria.
5
Véase sobre la forma y los plazos en que el comprador debe reclamar por defectos de
calidad, como también la jurisprudencia al respecto, en el número 690, pág. 657 de esta
Memoria.

726
de las obligaciones del \ tendedor

dor debe probar que las mercaderías compradas eran de tal o cual cali-
dad, pues, de otro modo, está obligado a recibir mercaderías sanas y de
regular calidad.
Cuando la venta de cosas in genere es civil y no se ha designado la cali-
dad de la cosa, el vendedor cumplirá su obligación, según el artículo 1509
del Código Civil entregando cualesquiera cosa del género señalado con tal
que sean de una calidad más o menos mediana.
De lo expuesto se desprende que en las ventas de cosas in genere el
estado de la cosa no se aprecia al tiempo del contrato, sino al tiempo de la
entrega, pues entonces es cuando ellas se determinan, ya que antes de la
entrega no se sabe cuáles son las que van a entregarse. 1

B) LA COSA DEBE ENTREGARSE CON LOS FRUTOS QUE HAYA PRODUCIDO


DESDE EL DÍA DEL CONTRATO

924. El inciso 2 2 del artículo 1816 del Código Civil, de acuerdo con los
principios que hemos expuesto al hablar de la teoría de los riesgos,
dispone que los frutos de la cosa vendida pertenecen al comprador
desde el m o m e n t o de la venta. Esta disposición que, en el proyecto del
Código constituía un artículo especial y que tal vez por un error y olvi-
do se consignó como inciso de otro con el que no guarda ninguna
relación, a la letra dice: "Los frutos naturales pendientes al tiempo de la
venta, y todos los frutos tanto naturales como civiles que después produzca la
cosa, pertenecerán al comprador, a menos que se haya estipulado entregar la
cosa al cabo de cierto tiempo o en el evento de cierta condición; pues en estos
casos no pertenecerán los frutos al comprador, sino vencido el plazo, o cumplida
la condición. Todo lo dicho en este artículo puede ser modificado por estipulacio-
nes expresas de los contratantes".
Este artículo no es sino reproducción del artículo 1614 del Código fran-
cés y de los preceptos contenidos en la ley 23, título V de la Partida V y en
algunos pasajes de las Institutos y del Digesto. El hecho de que el compra-
dor tenga derecho a los frutos de la cosa vendida desde el momento del
contrato no es sino la manera que idearon los romanos para compensar la
injusticia que resultaba de poner a su cargo los riesgos de la cosa. El Códi-
go francés reprodujo este principio, pero como en él el comprador es
propietario de la cosa desde el contrato resulta que los frutos le pertene-
cen porque es dueño de la cosa y ésta produce para su propietario. 2 Nues-
tro Código imitó la disposición del Código francés atribuyendo al
comprador los riesgos y los frutos que sufriere y produjere la cosa después
del contrato olvidando que si ese Código consignaba tal disposición no
era en atención a que si ese Código consignaba tal disposición no era en

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 1 2 , p á g . 3 1 3 .
'-' BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 1 3 , p á g . 3 1 6 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 8 2 , p á g . 1 7 9 ; GUIILOUARD,
I, núm. 2 2 2 , pág. 2 5 2 .

727
df. la compraventa y de la promesa de venta

atención a que éste era acreedor sino a que era propietario. Esta cuestión
está íntimamente ligada con la de los riesgos y a ella nos remitimos por lo
que se refiere a su historia y fundamentos.
Volviendo al estudio de la disposición legal transcrita, podemos sentar
como regla general que, una vez celebrado el contrato de venta, aunque la
entrega no se haya realizado, todos los frutos naturales pendientes en ese
momento y todos los frutos naturales y civiles que después produzca la
cosa pertenecen al comprador.
No es la entrega de la cosa la que da al comprador los frutos que ella
produzca, sino el contrato mismo. Según esto, en la venta de un inmueble
para cuya entrega no se ha fijado plazo y que, por lo tanto, debe entregar-
se inmediatamente después del contrato, los frutos pertenecen al compra-
dor desde su celebración y no desde la inscripción en el Registro del
Conservador de Bienes Raíces, porque los frutos no pertenecen a él en su
calidad de dueño, puesto que no lo es, sino como acreedor de un cuerpo
cierto. En este punto se ha modificado la regla de los artículos 646 y 648
del Código Civil que disponen que los frutos naturales y civiles de una
cosa pertenecen a su dueño.
La opinión que venimos sustentando se encuentra sancionada en to-
das sus partes por un fallo de la Corte de Apelaciones de Talca dictado
con ocasión de un embargo que se hizo sobre los frutos de una propiedad
que había sido vendida por la ejecutada. El ejecutante embargó los cáno-
nes de arrendamiento que devengó la propiedad vendida con posteriori-
dad a la venta. La compradora pidió que se alzara el embargo alegando
que los frutos le pertenecían en virtud del artículo 1816 del Código Civil,
sin que para ello fuera menester la inscripción del contrato de venta, des-
de que no se había fijado plazo para la entrega. La Corte mencionada
acogió la oposición de la compradora y alzó el embargo con el mérito de
estos fundamentos:
"Considerando: 2® Que, según lo dispuesto en el artículo 1816 del Código Ci-
vil, los frutos tanto naturales c o m o civiles que produzca la cosa vendida des-
pués de la venta, pertenecen al comprador y, en consecuencia, los cánones de
arrendamiento de las propiedades adjudicadas, que son frutos civiles, pertene-
cen a los rematantes desde la escritura de adjudicación de trece de febrero último; 3®
Q u e , según esto, la retención decretada sobre una parte de los cánones de
arrendamiento de dichos f u n d o s para responder a un crédito que d o n Angel
María Vergara cobra a d o ñ a Lucinda Labra, ha recaído sobre frutos que no
pertenecían a ésta, pues consta de la escritura de fojas ... que los cánones que
se adeudan por el arrendatario d o n Mateo Ramírez son los que se han principia-
do a devengar desde el primero de marzo del presente año, estando pagados los ante-
riores; 4® Q u e no desvirtúa este resultado, la circunstancia de haberse inscrito la
escritura de adjudicación el veintiuno del mismo mes de marzo, por cuanto el artícu-
lo 1816 citado no toma en cuenta la fecha de la inscripción, o sea, la transferencia del
dominio, sino la venta, esto es, cuando se realiza este contrato que, respecto de los bienes
raíces, se perfecciona con el otorgamiento de la escritura pública en que consta el conve-
nio de las partes sobre la cosa y el precio, artículo 1801, y 5® Que tampoco lo desvirtúa
el articulo 648, que dispone que los frutos civiles pertenecen al dueño de la cosa, por
cuanto este artículo consigna una disposición general, que puede sufrir modificaciones

728
de las obligaciones del \"endedor

en casos especiales, como sucede cuando se trata de una venta, respecto de la cual preva-
lece la especial del artículo 1816".'

925. Entremos a determinar cuáles son los frutos que pertenecen al com-
prador. El artículo 1816 contesta este punto diciendo que le pertenecen:
1) los frutos naturales pendientes al tiempo de la venta, y 2) los frutos
naturales y civiles que después de la venta produzca la cosa.
Frutos naturales, dice el artículo 644 del Código Civil, son los que da la
naturaleza ayudada o no de la industria humana. En el primer caso se
llaman naturales propiamente tales y en el segundo industriales. Estos fru-
tos, tanto los que están pendientes al tiempo de la venta como los que se
producen con posterioridad a ella, pertenecen al comprador, sin que esté
obligado a pagar al vendedor los gastos que haya hecho para poner la cosa
en situación de producirlos, pues, como dice Baudry-Lacantinerie, se con-
sidera que el vendedor los ha tomado en cuenta para fijar el precio. 2 Los
frutos están pendientes cuando están adheridos a la cosa que los produce.
Así, por ejemplo, si un campo sembrado de alfalfa, trigo, cebada, etc., al
tiempo del contrato está listo para segarse, esos productos pertenecen al
comprador sin que esté obligado a pagarle al vendedor los gastos que esa
siembre le haya ocasionado. Pero si la cosecha estaba separada del suelo,
aunque no se hubiere recogido del campo, pertenece al vendedor y no al
comprador.
En consecuencia, si los frutos ya están separados, al tiempo de la venta,
pertenecen al vendedor, porque son para el comprador los que se hallan
pendientes en ese momento y los que se produzcan después. Los ya separa-
dos no se encuentran ni en uno ni en otro caso. Así lo ha resuelto también
la Corte de Apelaciones de Talca, cuando dio lugar a una demanda en que
el vendedor exigía que el comprador le restituyera el trigo que ya estaba
cosechado a la fecha de la escritura de venta, aunque no aceptamos la decla-
ración que hace en el sentido de que ese trigo también pertenecía al vende-
dor porque cuando se cosechó no se había hecho la inscripción del contrato.
No la aceptamos porque no es la inscripción la que da los frutos al compra-
dor sino el contrato mismo cuando, como en el caso de autos, no se ha
señalado plazo para la entrega. La única razón aceptable que da ese tribu-
nal para declarar que el trigo debía pertenecer al vendedor es que a la fecha
de la escritura de compra aquél ya estaba separado del suelo. 3

926. Los frutos civiles, dice el artículo 647 del Código Civil, son los pre-
cios, pensiones, cánones de arrendamiento o censo y los intereses de capi-
tales exigibles o impuestos a fondo perdido. Son pendientes mientras se
deben y percibidos desde que se cobran. El artículo 1816 dice que los
frutos civiles que produzca la cosa después de la venta pertenecen al com-

1
Sentencia 1.074, pág. 1105, Gaceta 1902, tomo I.
2
Déla vente, núm. 313, pág. 316.
5
Sentencia 1.748, pág. 896, Gaceta 1890, tomo I (considerando 3 9 ).

729
df. la compraventa y de la promesa de venta

prador de modo que respecto de estos no hay duda ninguna. La Corte de


Apelaciones de Talca ha declarado igualmente que los frutos civiles que
produzca la cosa vendida después de la venta son para el comprador. 1

927. Pero nada dice respecto de los que están pendientes al tiempo del
contrato. Supongamos que la propiedad vendida esté arrendada, que la
renta se pague por semestres vencidos y que se venda durante la mitad del
primer semestre ¿a quién pertenece esa renta pendiente? Dos soluciones
puede tener la cuestión, según sea que se pretenda aplicar el artículo 648
del Código Civil o el artículo 790 del mismo Código.
Los que se fundan en el artículo 790 raciocinan en esta forma. Según este
artículo los frutos civiles se devengan día por día, es decir, se van adeudando a
medida que se presta el servicio por la cosa que los produce, pues son el
resultado de ese servicio. Vendida una cosa, ésta produce frutos civiles para el
vendedor hasta el día de la venta, ya que los frutos civiles que se devenguen
con posterioridad a ese día se entienden producidos después del contrato,
porque, como se ha dicho, en cada día se produce el fruto correspondiente y
según el artículo 1816 del Código Civil los frutos civiles que produce la cosa
después del contrato pertenecen al comprador. Estas razones han sido esta-
blecidas en un fallo dictado por la Corte de Apelaciones de Talca que declaró
que los frutos civiles pendientes al tiempo del contrato pertenecen al vende-
dor hasta ese momento a contar del cual son para el comprador. 2
La otra opinión se basa en el artículo 648 del Código Civil y raciocina
de la manera siguiente. Según este artículo los frutos civiles se hallan en la
misma situación que los frutos naturales y pertenecen al dueño de la cosa
que los produce de igual modo y con la misma limitación que aquellos.
Los frutos civiles se llaman pendientes mientras se deben, o sea, son tales
los que aún no pueden cobrarse por no haber vencido el plazo señalado al
efecto. El artículo citado equipara los frutos civiles a los naturales, por
cuyo motivo pertenecen al dueño de la cosa en los casos y con las limita-
ciones y excepciones establecidas para estos y como según el artículo 1816
del Código Civil los frutos naturales pendientes al tiempo de la venta son
del comprador, es evidente que los civiles pendientes también pertenecen
a éste, es decir, estos frutos le pertenecen no sólo desde que se celebra la
venta sino también los que corresponden al período de tiempo que ha
corrido antes del contrato, pero que vence después de su celebración. En
el ejemplo propuesto esa renta pertenecería íntegramente al comprador y
no en parte a él y en parte al vendedor. 3
Sin duda alguna la opinión más preferible es la primera, pero no acepta-
mos las razones en que se apoya y creemos que si los frutos civiles pendientes

1
Sentencia 1.074, pág. 1105, Gaceta 1902, tomo I.
2
Sentencia 1.608, pág. 1629, Gaceta 1900, tomo I.
5
Esta opinión ha sido sustentada en un voto disidente emitido por el ex Ministro de la
Corte de Apelaciones de Santiago, señor A. Vergara Albano, en la sentencia 1.491, pág. 401,
Gaceta 1899, tomo I.

730
de las obligaciones del \"endedor

al tiempo de la venta pertenecen al comprador desde el día del contrato y al


vendedor hasta ese momento es a virtud de otras consideraciones. Esa opi-
nión parte, a nuestro juicio, de una base errada, cual es aplicar a la compra-
venta una regla que el Código establece únicamente para el usufructo. Este
error proviene de querer aplicar a esta materia la regla del Código francés, en
el cual la disposición del artículo 790 de nuestro Código es general para toda
clase de actos o contratos en que se trate de frutos civiles, siendo que nuestro
legislador limitó su aplicación al usufructo exclusivamente.
El raciocinio de la segunda opinión es también inaceptable en cuanto
pretende dar al comprador la totalidad de los frutos civiles pendientes al
tiempo de la venta, porque esta solución estaría en pugna con lo que dis-
pone el artículo 1816 que sólo da los frutos naturales pendientes, mas no
los civiles, y aun cuando ambas clases de frutos se equiparen ello no puede
tener un alcance absoluto.
He aquí nuestro modo de pensar al respecto. En conformidad al
artículo 1816 pertenecen al comprador los frutos civiles que produzca la
cosa después del contrato, o sea, todos los que se devenguen desde el día
en que se celebró. Estos frutos se van devengando a medida que va corrien-
do el tiempo durante el cual se presta al servicio por la cosa que los produ-
ce y acceden al dueño de esta cosa. Hasta la celebración del contrato estos
frutos se producen para el vendedor que tiene sobre ellos un derecho evi-
dente puesto que era dueño de la cosa al tiempo de producirse y aun cuan-
do el derecho de cobrarlos se produzca después del contrato, el derecho
que tenía a ellos es anterior y ya había sido adquirido por él.
Por otra parte, el precepto del artículo 648 del Código Civil que dispo-
ne que los frutos civiles pertenecen al dueño de la cosa, sin distinguir si
son pendientes o percibidos, no puede modificarse por el artículo 1816
que nada dispone acerca de los frutos civiles pendientes. Pretender lo con-
trario sería darle a la ley un alcance que no tiene y que pugnaría con su
espíritu que manifiesta claramente que los frutos civiles pendientes perte-
necen al comprador desde que se celebre el contrato, ya que desde enton-
ces se producen con posterioridad a la venta.
Ahora bien, el comprador por el hecho del contrato adquiere derecho
a los frutos civiles que produzca la cosa después de la venta. Los frutos
civiles que aún no pueden cobrarse en ese momento se han devengado, a
pesar de eso, antes del contrato; de ahí que según el artículo 648 pertenez-
can al vendedor, pero los que se devengan después deben pertenecer al
comprador porque así lo dice el artículo 1816.
En realidad el artículo 1816 no toma en cuenta la división de los frutos
civiles en pendientes y percibidos, como lo hace con los naturales, porque
tienen una naturaleza diversa. Y esta es la razón por qué los frutos civiles
pendientes, pero devengados antes de la venta, son para el vendedor, ya
que en la parte que van devengados no acceden, como ocurre con los
naturales pendientes a la cosa vendida, sino que constituyen un derecho
separado de la misma que no se transfiere con ella. En cambio los frutos
civiles pendientes que se devenguen con posterioridad al contrato son del
comprador, porque así lo dice el artículo 1816.

731
df. la compraventa y de la promesa de venta

En resumen, los frutos civiles, para los efectos del artículo 1816, se re-
putan producidos día por día, no en virtud del artículo 790 como algunos
pretenden, sino en virtud del mismo artículo 1816 que no toma en cuenta
para nada la calidad de si son o no pendientes en el sentido que les da el
artículo 647 del Código Civil, limitándose a declarar que serán para el
comprador los que produzca la cosa después del contrato.
En el ejemplo propuesto, la mitad de la renta es para el vendedor y la
otra para el comprador, es decir, la renta correspondiente al período de
tiempo anterior al contrato pertenece al vendedor y la correspondiente al
período posterior al mismo pertenece al comprador sea que aquella se
devengue por períodos vencidos o anticipados. Así lo han declarado las
Cortes de Apelaciones en Santiago 1 y de Talca.2

928. En resumen, podemos decir: 1) los frutos naturales o industriales


pendientes al tiempo de la venta pertenecen al comprador; 2) los frutos
naturales o industriales que produzca la cosa después del contrato tam-
bién pertenecen al comprador; 3) los frutos naturales o industriales sepa-
rados antes de la venta son del vendedor; 4) los frutos civiles pendientes al
tiempo del contrato pertenecen al comprador a contar desde la época de
la venta; 5) los frutos civiles que produzca la cosa después de la venta
también son para el comprador; y 6) los frutos civiles producidos antes del
contrato son del vendedor.

929. Pero para que los frutos anteriormente mencionados pertenezcan al


comprador se requiere que no se haya fijado plazo para la entrega o que
no se haya estipulado que esta se haga en el evento de una condición,
porque entonces esas reglas varían según lo establece el artículo 1816 en
su inciso 2S. En consecuencia los frutos naturales, industriales y civiles pen-
dientes al tiempo de la venta y los producidos después de ella son para el
comprador siempre que la cosa se haya vendido sin señalar plazo para la
entrega o sin hacer depender ésta del cumplimiento de una condición.

930. ¿A quién pertenecen los frutos civiles exigibles antes de la venta y


pagados después de su celebración? Habiéndose devengado y producidos
estos frutos antes del contrato de venta, cuando era dueño de la cosa el
vendedor, es indudable que, según los artículos 647, 648 y 1816 del Códi-
go Civil pertenecen a él y nada importa que se paguen después del contra-
to, desde que ya estaban producidos, al tiempo de su celebración y al
comprador sólo pertenecen los que en ese momento se hallan pendientes
y los que se produzcan en lo sucesivo.

931. ¿A quién pertenecen los frutos civiles que corresponden a períodos


de tiempos posteriores al contrato, pero que han sido pagados anticipa-

1
Sentencia 491, pág. 401, Gaceta 1899, tomo II.
2
Sentencia 1.608, pág. 1629, Gaceta 1900, tomo I.

732
de las obligaciones del \"endedor

damente y, por lo tanto, antes de aquel? Supongamos que una propie-


dad que se encuentra arrendada y cuya renta se paga por semestres anti-
cipados se venda en el segundo mes del semestre, ¿a quién pertenece la
renta de los cuatro meses restantes ya pagada al vendedor? Aunque el
fruto civil se ha percibido, no se ha producido, en realidad, puesto que
es consecuencia del uso que se haga de la cosa y que tiene que prestarse
necesariamente so pena de restituirse aquél. Hasta el momento de la
venta ese servicio se ha prestado en parte, de modo que la renta sólo se
debe en parte. El resto de ella se producirá realmente cuando la cosa
esté vendida al comprador y según el artículo 1816 los frutos que pro-
duzca después del contrato son para él. Por estas razones creemos que el
vendedor debe entregar al comprador la parte de la renta ya recibida
que corresponda al tiempo del semestre posterior al contrato, pues a él
no le pertenece sino la correspondiente hasta el día en que éste se cele-
bró. 1 En el mismo sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de
Talca que, a virtud de los fundamentos más abajo transcritos, dispuso
que los frutos civiles percibidos anticipadamente pertenecen al vende-
dor hasta el día del contrato y desde éste al comprador. He aquí los
considerandos pertinentes:
"l 9 Que según el artículo 1816 del Código Civil, los frutos tanto naturales c o m o
civiles que produzca la cosa vendida, después de perfeccionado el contrato, per-
tenecen al comprador; 2 a Que los frutos civiles se entienden producidos día a
día, por cuanto están siempre en relación con el tiempo que dura el servicio
que presta la cosa de que provienen; así dada en arrendamiento una propiedad
o a interés una cantidad de dinero, el canon de aquélla o el interés de ésta se
devengan hasta el día en que se haga la restitución o por otras causas cese el
servicio que prestan; ...5 9 Que por el hecho de pagarse anticipadamente la renta, no la
hace suya el arrendador mientras no transcurra el periodo de tiempo que comprende, pues
ese pago se verifica en la inteligencia que el arrendamiento dure todo el período; ... 7° Que
según las consideraciones precedentes, la demandada, que percibió anticipadamente la
renta del año que principió el 12 de abril de 1899, solo hizo suya la parte devengada
hasta la fecha de la venta de 6 de junio del mismo año, perteneciendo el resto al compra-
dor, como frutos producidos después del contrato"}

932. La regla general del artículo 1816 del Código Civil tiene tres excep-
ciones, a saber: 1) cuando las partes han señalado plazo para la entrega,
en cuyo caso los frutos pertenecen al vendedor hasta el vencimiento del
plazo; 2) cuando las partes han convenido en que la entrega se hará en
el evento de cumplirse cierta condición, en cuyo caso los frutos también
pertenecerán al vendedor hasta el cumplimiento de la condición, y 3)
cuando aquellos han pactado cláusulas especiales sobre el particular, en
cuyo caso los frutos serán para el vendedor o para el comprador, según
sea lo convenido.

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 2 9 , p á g . 2 5 8 .
- Sentencia 1.608, pág. 1629, Gaceta 1900, tomo I.

733
df. la compraventa y de la promesa de venta

933. Cuando se estipula un plazo para la entrega, el vendedor tiene dere-


cho a todos los frutos que produzca la cosa hasta su vencimiento. Sólo a
contar desde esta fecha el comprador tiene derecho a los frutos naturales
y civiles pendientes en ese momento y a todos los naturales y civiles que
después del vencimiento se produzcan, aun cuando el vendedor retenga
la cosa en su poder, porque en este caso no es la entrega la que da al
comprador esos frutos, sino el vencimiento del plazo. La Corte de Apela-
ciones de Santiago ha declarado igualmente que si se ha estipulado plazo
para la entrega de la cosa, los frutos naturales de la cosa no pertenecerán
al comprador sino vencido ese plazo.1
¿A qué frutos naturales tiene derecho el vendedor en el período que
media entre la venta y el vencimiento del plazo señalado para la entrega?
Salvo estipulaciones en contrario, a los frutos de los árboles, a los granos
cosechados, a las yerbas de los campos, a las flores y demás productos que
tengan el carácter de frutos, tales como la leña, etc. Y en cuanto a los
bosques ¿puede cortarlos? La Corte de Apelaciones de Santiago ha decla-
rado, muy acertadamente, que cuando el vendedor ha estipulado plazo
para hacer la entrega de la cosa a fin de gozar de los frutos que produzca,
no puede destruir los bosques, pues esta destrucción no es un fruto de
aquella y porque los bosques deben gozarse conservando su sustancia, de
modo que el vendedor, en esta situación, sólo puede explotarlos en forma
de ir dejando a los árboles los pies necesarios para que puedan retoñar, no
pudiendo contravenir tampoco, las leyes y reglamentos que rigen sobre la
materia. Si se excede de ese límite debe abonar al comprador los peijui-
cios del caso, a menos que éste pida la resolución del contrato con arreglo
a los principios generales. 2

934. Si se estipula que la cosa se entregará en el evento de cumplirse una


condición el comprador tiene el derecho solamente a los frutos naturales y
civiles que se hallaban pendientes al tiempo de cumplirse aquella y a los que
se produzcan después de ese cumplimiento pero no a los que estaban pen-
dientes al tiempo de la venta y a los que se han producido entre ella y el
cumplimiento de la condición, que pertenecen al vendedor. Como en el
caso del señalamiento de un plazo para la entrega, aunque la cosa no se
entregue en el día en que se cumpla la condición, los frutos mencionados
pertenecen al comprador desde este momento, porque no es la entrega,
sino el cumplimiento de la condición, lo que confiere a éste derecho sobre
ellos. El vendedor debe gozar de la cosa durante el tiempo que media entre
el contrato y el cumplimiento de la condición en la forma señalada en el
número anterior, esto es, sin deteriorarla ni hacerla disminuir de valor.
Nuestro Código, en esta materia, es más completo que el Código fran-
cés, pues resolvió en forma que no admite dudas lo relativo a determinar a
quién pertenecen los frutos en las ventas en que la entrega de la cosa

1
Sentencia 455, pág. 373, Gaceta 1899, tomo II.
2
Sentencia 455, pág. 373, Gaceta 1899, tomo II.

734
de las obligaciones del \"endedor

depende del cumplimiento de un plazo o de una condición, lo que no


hizo ese Código, con lo cual ha quedado abierta una discusión sobre el
particular. Conviene tener presente esta observación para no dejarse llevar
por las opiniones de los tratadistas franceses al respecto que entre noso-
tros son del todo inaplicables en presencia del artículo 1816.

935. Por último, las reglas contenidas en el inciso segundo del artículo 1816
pueden ser modificadas por las partes en la forma que mejor les plazca,
como lo establece el inciso final de ese mismo artículo que dice: "Todo lo
dicho en este artículo puede ser modificado por estipulaciones expresas de los contra-
tantes". Pero para que estas reglas se entiendan modificadas por estipula-
ciones de las partes es menester que éstas sean expresas. Una modificación
tácita o presunta inducida de los hechos o circunstancias no es suficiente.
El inciso transcrito habla de estipulaciones expresas lo que excluye las
estipulaciones tácitas, porque si la ley hubiera querido permitir que esas
reglas pudieran modificarse por convenios expresos y tácitos, no se habría
referido a las primeras únicamente sino a ambas. Cuando las partes intro-
ducen estas estipulaciones, los frutos pertenecerán al vendedor o al com-
prador según sea lo convenido.

936. Si de la venta se exceptúa el trigo sembrado con la mano se entiende


que también se exceptúa el que ha brotado de los granos caídos de las
espigas, porque al referirse las partes al trigo sembrado con la mano se han
referido al que proviene del trabajo del hombre. Y como el que ha caído de
las espigas es, hasta cierto punto, producido por aquél, ya que si no se siem-
bra trigo no caen granos de las espigas y no habría habido trigo en la finca,
lo que habría hecho innecesario ese convenio, no cabe duda que, al decirse
que se exceptúa el trigo sembrado con la mano, se entiende también inclui-
do en él el que ha brotado de los granos caídos de las espigas, con mayor
razón todavía cuando la intención de aquellos no ha sido otra que excep-
tuar todo el trigo que está en las espigas sin hacer distinciones. El juriscon-
sulto Paulo solucionaba esta cuestión en igual forma. 1

937. Lo expuesto hasta aquí sobre los frutos en el contrato de venta se apli-
ca únicamente a la venta de un cuerpo cierto, porque si la venta es genérica
la cosa vendida no está determinada, no se sabe qué es lo vendido y no
puede saberse si ha producido frutos. Cuando se haga esa determinación
por la entrega o por otro medio semejante, se conocerá cuál es la cosa que
se vende y sólo entonces tendrá aplicación el artículo 1816, o sea, desde ese
momento pertenecerán los frutos al comprador en la forma allí indicada. Si
se venden dos hectáreas de tierra de un fundo sin precisarlas, dice Baudry-
Lacantinerie, el comprador tiene derecho a los frutos que produzcan desde
el día en que se midan y se individualicen con toda precisión. 2 Por otra

1
Digesto, libro XVIII, título I, ley 40, núm. 3.
2
De la vente, núm. 313, pág. 316.

735
df. la compraventa y de la promesa de venta

parte, aplicando el principio de que los frutos pertenecen al comprador


como compensación de los riesgos que sufre es indudable que si éste no
sufre los riesgos no tiene por qué recibir los frutos y como en las ventas de
género aquellos son para el vendedor hasta que se individualice la cosa,
resulta que los frutos deben también pertenecer a él en tanto no se haga la
determinación de la cosa vendida.

938. Siendo las ventas hechas por la justicia verdaderos contratos de venta
y no habiendo ninguna disposición que modifique al artículo 1816 en lo
relativo a los frutos en las ventas judiciales y no distinguiendo, además, ese
artículo entre la venta forzada y la voluntaria, creemos que se aplica tanto
a una como a otra. En consecuencia, el comprador en una venta hecha
por autoridad de la justicia tiene derecho a los frutos en la forma que
indica ese artículo desde el día de la subasta, ya que según el artículo 516
del Código de Procedimiento Civil, el acta de remate se reputa como escri-
tura pública para los efectos del artículo 1801 del Código Civil.

939. Del mismo modo, no conteniendo el Código de Comercio ningún


precepto sobre los frutos de la cosa vendida y aplicándose el Código Civil
a falta de disposiciones expresas de la ley mercantil, somos de parecer que
en las ventas comerciales la cuestión de los frutos se rige también por el
artículo 1816.

940. Análoga a la disposición del artículo 1816 es la que establece para las
ventas de animales el artículo 1830 del Código Civil que dice: "La venta de
una vaca, yegua u otra hembra comprende naturalmente la del hijo que lleva en el
vientre o que amamante; pero no la del que puede pacer y alimentarse por sí solo".
Este artículo era innecesario, porque siendo el hijo de tales animales un
fruto natural pendiente mientras se halla en el vientre de la madre o mien-
tras ésta lo amamante, es claro que, en virtud del artículo 1816, pertenece-
rá al comprador cuando al tiempo de la venta se encuentre en uno u otro
estado. Pero el legislador temió que la cuestión diera lugar a dudas y para
evitarlas optó por consignar un precepto especial sobre este punto.
Para determinar a quién pertenece el hijo de una yegua, de una vaca o de
cualquiera otra hembra que se vende es menester distinguir: 1) si el hijo al
tiempo del contrato ha nacido o no, y 2) si en ese tiempo el hijo, que ya ha
nacido, es amamantado por la madre o puede pacer y alimentarse por sí solo.
Si el hijo no ha nacido al tiempo del contrato pertenece al comprador.
Si ya había nacido cuando se vendió la madre es preciso averiguar si pue-
de pacer y alimentarse por sí solo o si todavía es amamantado por ella. Si
el hijo, al tiempo de la venta, es amamantado por la madre y no puede
pacer y alimentarse por sí solo pertenece al comprador. Pero si en esa
época puede pacer y alimentarse por sí solo es del vendedor, aun cuando
sea amamantado por la madre, porque desde el instante en que el hijo
pueda pacer y alimentarse por sí solo, sin necesidad de ésta, deja de que-
dar incluido en la venta y el comprador no puede pretender derecho so-
bre él. Determinar si el animal puede pacer y alimentarse por sí solo es

736
de las obligaciones del \ t e n d e d o r

una cuestión de hecho que debe decidir el juez. Eso sí que no debe olvi-
darse que si el animal puede pacer y alimentarse solo, aunque siempre sea
amamantado, como ocurre con algunos animales que continúan maman-
do hasta que se les desteta, no entra en la venta, porque ya no se halla en
la imposibilidad de subsistir por sí solo que es el requisito que la ley exige
para darlo al comprador y si mama es por hábito y no por necesidad.
La disposición del artículo 1829 se refiere únicamente a las hembras
de los animales mamíferos, pues según el sentido natural y obvio de la
palabra "hembra" ésta es el animal que concibe y pare y esos fenómenos
son posibles en los mamíferos únicamente. Contribuye a robustecer esta
opinión el hecho de que el artículo 1829 del Código Civil hable de "hijo
que lleva en el vientre" y de hijo "que amamante", pues lo uno y lo otro no
pueden tener lugar sino en esa especie de animales.
Si la venta de una vaca, yegua u otra hembra semejante se hace seña-
lando plazo para la entrega o haciendo depender ésta del evento de una
condición y el hijo que lleva en el vientre al tiempo del contrato nace
después de su celebración pero antes de vencerse el plazo o de cumplirse
la condición, pertenecerá al vendedor si al tiempo del vencimiento de
aquel o del cumplimiento de ésta puede pacer o alimentarse por sí solo y
al comprador si aún es amamantado por su madre y no puede alimentarse
por sí solo. Es la regla del artículo 1816 que también se aplica en este caso
por ser los hijos de los animales que se venden los frutos de la cosa vendi-
da. Claro está que si el hijo nace después de vencer el plazo o de cumplir-
se la condición pertenece al comprador sin duda alguna.
La regla del artículo 1829 puede ser modificada por las partes en la
forma que mejor les plazca, en cuyo caso el hijo de la hembra vendida será
para el vendedor o para el comprador, según sea lo convenido al respecto.

C) LA COSA VENDIDA DEBE ENTREGARSE CON TODOS SUS ACCESORIOS

941. Aunque nuestro Código no dice expresamente en ninguno de sus


artículos que la cosa vendida debe entregarse con todos sus accesorios,
esta obligación del vendedor fluye del contexto de varias de sus disposicio-
nes, entre otras, de la consignada en el artículo 1546, según la cual los
contratos obligan no sólo a los que en ellos se expresa sino a todas las
cosas que emanan precisamente de la naturaleza de la obligación o que
por la ley o por la costumbre le pertenecen. Según un antiguo aforismo de
Derecho la enajenación de una cosa comprende la de todos sus accesorios
en virtud de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal, de modo que
entregar los accesorios de la cosa que se vende es algo que emana de la
naturaleza misma de la obligación que la venta impone al vendedor. 1

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 2 2 I , p á g . 2 5 2 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 2 3 , p á g . 4 0 5 ; LAURENT, 2 4 ,
núm. 1 8 3 , pág. 1 8 0 ; HUC, X, núm. 8 6 , pág. 1 2 0 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 314,
pág. 3 1 7 ; AUBRY ET RAU, V, pág. 6 7 ; FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núm. 1 0 4 8 , pág. 863;
MARCADÉ, V I . p á g . 2 4 0 ; RK:C:I, 1 5 , n ú m . 1 4 1 , p á g . 3 6 1 .

737
df. la compraventa y de la promesa de venta

Contribuye a reforzar este aserto el artículo 1830 que establece que en


la venta de una finca se comprenden naturalmente todos los accesorios
que, según los artículos 570 y siguientes, se reputan inmuebles, lo que
demuestra cuál es el espíritu del legislador en esta materia.

942. El vendedor debe, pues, entregar la cosa vendida con todos sus acce-
sorios, con todas aquellas cosas que, sin constituir la cosa misma que se
vende, forman parte de ella por cualquier motivo o le prestan alguna utili-
dad. Pero esta obligación se refiere a los accesorios que estén adheridos a
la cosa a que se hallen a su servicio al tiempo del contrato. Los que lo
fueron en otra época pero que ya no lo son en ese momento y los que se
incorporen en ella después de la venta no se comprenden en ésta, pues ni
unos ni otros pertenecían a la cosa al tiempo de su celebración.

943. Este principio general de legislación de que la cosa vendida debe


entregarse con todos sus accesorios está especialmente consagrado para
los inmuebles en el artículo 1830 del Código Civil que dice: "En la venta de
una finca se comprenden naturalmente todos los accesorios, que según los artículos
570 y siguientes, se reputan inmuebles". La obligación que tiene el vendedor
de entregar los accesorios de un inmueble emana tanto de la naturaleza
misma de su obligación como de la disposición legal contenida en ese
artículo.

944. El precepto del artículo 1830 se refiere a todos los bienes inmuebles,
porque según el artículo 568 del Código Civil las expresiones inmuebles,
finca o bien raíz son sinónimas y se refieren tanto al suelo como a los
edificios, a las propiedades salitreras y carboníferas y a las minas. Ese
artículo comprende, entonces, las propiedades raíces propiamente dichas,
los edificios, las minas y las salitreras.

945. Aun cuando el artículo 1830 del Código Civil sólo se refiere a los
bienes inmuebles, no por eso puede decirse que el vendedor no esté obli-
gado a entregar los accesorios de una cosa mueble. Si la ley se refirió
únicamente a aquéllos fue porque son raros los mueble que tengan acce-
sorios y porque en los inmuebles la cuestión podía dar origen a dudas
respecto de ciertos bienes que, aunque accesorios, tienen vida propia y se
transfieren independientemente del inmueble a que acceden. En los mue-
bles la cuestión no era dudosa, puesto que de ordinario sus accesorios
están unidos a él. Por lo demás, la obligación del vendedor de entregar los
accesorios de la cosa vendida no emana, como se ha dicho, del artícu-
lo 1830. Es una regla general de derecho la que impone esa obligación,
regla que se aplica sin limitaciones de ningún género a la venta de bienes
muebles, desde que no hay disposición en contrario. No podría sostenerse
que el artículo 1830 excluya la obligación de entregar los accesorios de la
cosa en la venta de muebles, porque él no se refiere sino a los inmuebles y,
en consecuencia, su silencio debe interpretarse en sentido negativo, por-
que ese artículo no ha creado una regla especial: se ha limitado a reprodu-

738
de las obligaciones del \"endedor

cir un principio general que la ley ya conocía. Por eso emplea la palabra
"naturalmente", con la que quiere decir que es evidente, lógico, indiscuti-
ble, de la naturaleza de la obligación de entregar, que en la venta de una
finca se comprenden sus accesorios. Al emplear la ley esa palabra ha dado
a entender que ese principio ya estaba establecido y que si lo reproduce
ha sido para recordarlo y no para crearlo. Creemos, pues, que al estable-
cer el artículo 1830 esta regla para los inmuebles no ha querido excluir de
ella a los muebles, por cuyo motivo se puede decir que tanto en las ventas
de muebles como en las de inmuebles el vendedor tiene la obligación de
entregar la cosa vendida con todos sus accesorios. Así lo han entendido
nuestros Tribunales, como se verá más adelante.

946. La obligación de entregar los accesorios de la cosa vendida que pesa


sobre el vendedor existe tanto en las ventas voluntarias como en las ventas
forzadas que se realicen por el ministerio de la justicia, porque ésas son
verdaderas ventas sujetas a las reglas establecidas por el Código Civil para
el contrato de compraventa, salvas las excepciones que la misma ley seña-
la; y como no existe ninguna disposición que establezca que la regla del
artículo 1830 del Código Civil es inaplicable en dichas ventas, es obvio
decidir que también recibe aplicación en ellas. De ahí que el vendedor
deba entregar todos los accesorios de la cosa que se venda forzadamente
ante la justicia. La Corte de Apelaciones de Santiago ha resuelto que en la
venta forzada de una finca se comprenden los bienes de que hablan los
artículos 570 y siguientes del Código Civil.1

947. El vendedor está obligado a entregar la cosa vendida con todos sus
accesorios, siempre que las partes no estipulen lo contrario, pues éstas tie-
nen absoluta libertad para ampliar, restringir o modificar esa obligación,
desde que tal estipulación no está prohibida por la ley ni es contraria al
orden público ni a la moral. En tales casos se comprenderán en la venta los
accesorios a que se refieran las partes, o ninguno, si así lo han convenido.

948. La prueba de que la cosa ha sido vendida con sus accesorios corres-
ponde al que la alega. Si el comprador demanda al vendedor para que le
entregue los accesorios de la finca, a lo que éste se resiste, alegando que se
exceptuaron de la venta, o que no son accesorios, al comprador le incum-
be probar que las cosas cuya entrega demanda son accesorios del inmue-
ble, es decir, estaban al tiempo del contrato destinadas al uso y cultivo de
la finca. El vendedor deberá probar la existencia de la cláusula que excep-
tuó esas cosas de la venta, o bien que ellas pertenecen a otra persona y que
si las tenía allí era porque estaban en depósito o porque su dueño se las
tenía dadas en arrendamiento. 2 Si, por el contrario, es el vendedor quien

1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo I, pág. 83.
2
Véase la sentencia 321, pág. 206, Gaceta 1887, en que la prueba se produjo en la for-
ma indicada.

739
df. la compraventa y de la promesa de venta

exige que se le devuelvan esos accesorios alegando que no son tales o que
se exceptuaron de la venta, él debe probar esos hechos. El comprador
probará que son accesorios y que entraron en la venta.

949. La determinación de los accesorios que entran en la venta es, por re-
gla general, una cuestión de hecho, que queda entregada al arbitrio del
juez, quien, para decidir las dudas que suijan al respecto, deberá, ante todo,
examinar la intención de las partes, las circunstancias que rodearon al con-
trato y lo que aquéllas han entendido vender y comprar, respectivamente.
"Solo después del estudio de las cláusulas del contrato, dice Guillouard, y
del examen de las circunstancias en las cuales se realizó, deben recurrir los
tribunales a los principios que hemos examinado sobre el alcance de la
obligación de entregar". 1
Por otra parte, no hay en este punto reglas generales, sino casos con-
cretos, y como dice muy bien Laurent, "los fallos judiciales de nada sirven,
pues no deciden cuestiones de derecho, sólo juzgan sobre hechos, es de-
cir, según la intención de los contratantes". 2 Efectivamente, la jurispruden-
cia conoce del caso concreto y sobre él se pronuncia. De ahí que, salvo
raras excepciones, puedan encontrarse sobre esta materia fallos concor-
dantes o análogos, sin que esa disconformidad de resoluciones pueda lla-
mar la atención y colocar en pugna a los mismos tribunales, desde que
cada una resuelve un caso único.

950. Siendo, pues, imposible formular un principio general sobre esta ma-
teria, trataremos de analizar y estudiar los diversos casos que sobre el parti-
cular se han presentado, tanto en nuestra jurisprudencia como en la francesa,
para ir determinando, de este modo, lo que se ha entendido por accesorios
en cada uno. Para facilitar esta enunciación o enumeración, nos ocupare-
mos primeramente de los inmuebles y en seguida de los muebles.

1® ACCESORIOS EN LAS VENTAS DE INMUEBLES

951. Para determinar cuáles son los accesorios materiales que se com-
prenden en la venta de una finca el artículo 1830 del Código Civil se
remite a los artículos 570 y siguientes del mismo Código. Al proceder así
nuestro legislador siguió la huella trazada por el legislador francés. En
efecto, al discutirse el Código francés en el Consejo de Estado, uno de
sus redactores, Grenier, dijo: "En el primer momento se podrá encontrar
tal vez mucho laconismo en el artículo 34.3 Pero toda explicación habría
sido inútil, porque en el título "De la distinción de los bienes"se verá, en su
verdadero lugar, todo lo que puede constituir los accesorios de un in-

1
I. núm. 239, pág. 268.
2
Tomo 24, núm. 183, pág. 180.
3
Este artículo 34 corresponde al actual artículo 1615 del Código francés.

740
de las obligaciones del \"endedor

mueble y todo lo que debe considerarse como que ha sido destinado a


su uso perpetuo". 1 El ánimo del legislador francés fue remitirse, en esta
materia, a lo que ya disponía el Código sobre lo que son accesorios de
un inmueble.
El señor Bello, a imitación de lo que hacían el Digesto y las Partidas,
hizo en el artículo 2001 del Proyecto del Código Civil una enumeración
sucinta de las cosas que debían ser consideradas como accesorios de una
finca, agrupándolas en dos series: las que estaban adheridas a ella y las que
sin estarlo eran necesarias para su goce o cultivo. Este artículo era una
reproducción de los que señalaban lo que debía entenderse por acceso-
rios de un inmueble. Como esa enumeración podía originar dudas y difi-
cultades, la Comisión Revisora acordó suprimirla y la reemplazó por la cita
de los artículos 570 y siguientes. Desaparecía así toda duda. Las cosas que
eran accesorios de un inmueble cuando éste no era objeto de ningún con-
trato, lo serían también cuando aquél fuera objeto de una venta. De modo
que ahora hay una sola clase de accesorios y son tales los que tienen ese
carácter según aquellos artículos.
Veamos qué dicen los artículos 570 y siguientes.
Según ellos, los accesorios de un inmueble son de dos clases: los bienes
que están destinados permanentemente al uso, cultivo y beneficio de un
inmueble, aunque puedan separarse sin detrimento de éste (artículo 570)
y los que están adheridos al inmueble (artículos 569 y 572). Lo que da a
esos bienes el aspecto de inmuebles para los efectos del artículo 1830 es su
carácter de permanencia. Para que se consideren comprendidos en la ven-
ta es menester que estén destinados o adheridos permanentemente al in-
mueble a que pertenecen y que con ese carácter se hallen en la finca al
tiempo del contrato.
Se hallan en la situación anterior y quedan, por consiguiente, inclui-
dos en la venta de una finca sin necesidad de pacto expreso, todos los
bienes que se enumeran a continuación:
l fi Los árboles y plantas. Las plantas y los árboles, mientras adhieren al
suelo por sus raíces, son inmuebles por adherencia y quedan, por lo tanto,
comprendidos en la venta. Es indispensable que estén incorporados al sue-
lo mismo, porque en caso contrario no entran en ella y el comprador no
tiene derecho a exigir su entrega, a menos que se pacte lo contrario. La
Corte de Apelaciones de Santiago ha establecido:
"Que en la venta de una finca se comprenden, naturalmente, todos los accesorios
que, según los artículos 570 y siguientes del Código Civil, se reputan inmuebles y
que, por tanto, los árboles existentes en ella pasan al dominio del comprador",2
En cuanto a las plantas y árboles que se encuentran en macetas o cajo-
nes que pueden transportarse de un lugar a otro son cosas muebles y no
se incluyen en la venta, porque no son accesorios de inmueble, ya que no
están destinados permanentemente a su uso, cultivo y beneficio, ni están

1
FENET, XIV. p á g . 195.
2
S e n t e n c i a 4 5 5 , p á g . 3 7 3 , G a c e t a 1 8 9 9 , t o m o II.

741
df. la compraventa y de la promesa de venta

tampoco adheridos a él. Sólo quedan comprendidos en aquélla si las par-


tes así lo estipulan expresamente.
2® Las losas de un pavimento. Según el artículo 570 del Código Civil, las
lozas de un pavimento son inmuebles por destinación y salvo estipulación
contraria, entran en la venta del inmueble. Es de advertir que entran en
ésta aunque no hayan sido colocadas por el propietario del inmueble, a
diferencia de lo que ocurre con otros bienes que, como más adelante vere-
mos, para que sean accesorios de un inmueble deben ser colocados en él
por su propietario.
3a Los tubos de las cañerías. En análoga situación se encuentran los tubos
de las cañerías, sean de gas, agua, alcantarillado, etc. La ley 47, título I del
libro XVIII del Digesto y la ley 28, título V de la Partida V contenían igual
disposición. También es aplicable a estos la observación del número anterior.
4a Los utensilios de labranza o minería, y los animales actualmente destinados
a cultivo o beneficio de una finca, con tal que hayan sido puestos en ella por el
dueño de la finca. Según esto, si esos utensilios y animales se colocan en la
finca por un arrendatario, comodatario u otra persona, no se reputan in-
muebles. Si se vende una propiedad arrendada en la que hay varios de
estos enseres colocados por el arrendatario, el comprador no podría exi-
gir su entrega, porque no son accesorios de la cosa vendida.
Los utensilios de labranza o minería y los animales que están destina-
dos al uso, cultivo o beneficio de un inmueble y que han sido colocados
por el dueño de la finca, forman parte de él. De ahí que, salvo pacto en
contrario, se comprendan en la venta. Esto es lo que se conoce vulgarmen-
te con el nombre de enseres y en ellos quedan incluidos las herramientas y
útiles de labranza, las maquinarias para hacer cosechas, los arados, yugos,
carruajes, animales y, en general, todo aquello que sirve para el cultivo,
uso y beneficio del inmueble. 1 La Corte de Apelaciones de Talca, de acuer-
do con estos principios, ha establecido que los carruajes y caballos de una
chacra que se hallan destinados permanentemente a su servicio se reputan
inmuebles por destinación y entran en la venta. 2 La Corte de Apelaciones
de Concepción declaró que los animales y alambiques existentes en el
fundo al tiempo del contrato entran en la venta cuando están destinados a
su explotación. 3 Esta misma Corte estableció que quedan comprendidos
en la venta los carretones, animales, alambiques, etc., que están destinados
permanentemente al uso, cultivo y beneficio del inmueble que se vende. 4
Los animales de que aquí se habla no son otros que los destinados a la
explotación del fundo, tales como los caballos, bueyes, etc. Los animales
que se tienen en él para negocio, como las ovejas, caballos de carrera,
novillos, vacas finas, etc., ¿entran en la venta? Esta es una cuestión de he-

1
TROPLONG, I, núm. 3 2 3 , págs. 4 0 8 , 4 0 9 y 4 1 0 ; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm.
1049, pág. 8 6 3 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 3 1 5 , pág. 3 1 8 .
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IV, sec. 2S, pág. 51.
3
Sentencia 321, pág. 206, Gaceta 1881.
4
Sentencia 590, pág. 946, Gaceta 1906, tomo I.

742
de las obligaciones d e l \ t e n d e d o r

cho, que debe apreciar el juez. La única regla que podríamos dar es que
cuando esos animales los tiene el dueño para lucrar y negociar con ellos y
no para explotar y beneficiar el suelo no entran en la venta, porque no
están destinados al uso y cultivo del inmueble; pero si su venta y crianza
constituyen el objeto mismo de la explotación del fundo a la cual está
destinado por completo, creemos que se comprenden en ella. Natural-
mente, sobre todo esto prevalece la voluntad de las partes, que pueden
pactar lo contrario, o sea, que en el primer caso la venta comprenda esos
animales y que se exceptúen de ella en el segundo.
5a Los cierros, cercas, alambrados, puentes, etc. Aunque el Código no los
mencione se hallan en la misma situación que los útiles de labranza, por-
que están destinados permanentemente a la explotación del fundo y por-
que adhieren a él. En consecuencia, para que entren en la venta deben
haber sido colocados por su dueño y encontrarse en la finca al tiempo del
contrato. Si los ha colocado un arrendatario no entran.
6a Los abonos existentes en la finca y destinados por su dueño a mejorarla. Se
entienden por abonos aquellas sustancias destinadas a fertilizar y robuste-
cer la tierra dejándola más apta para el cultivo. Tales son el salitre, el
guano, la p£ya, etc. Dos condiciones se requieren para que los abonos
entren en la venta de una finca: 1) que al tiempo de la venta estén en la
finca, y 2) que estén destinados por el dueño a mejorarla. Si han sido
comprados por el dueño para mejorar la finca, pero al tiempo del contra-
to no se encuentran en ésta, o si estaban en ella, pero antes del contrato
fueron sacados de la finca, no se comprenden en la venta. Tampoco en-
tran en la venta si se encuentran en la finca para ser llevados a otra y no
con el ánimo de emplearlos en la que se vende. Si se encuentran en el
inmueble pero no se destinan a mejorarlo y, por el contrario, se venden o
se arrojan a la calle tampoco entrarían en la venta. Es pues, necesaria la
existencia copulativa de ambos requisitos para que el comprador pueda
exigir su entrega. El Digesto consignaba análogo principio. 1 Pothier tam-
bién lo reconoce. 2 La doctrina y la jurisprudencia francesa no vacilan en
considerarlos como accesorios del fundo vendido. 3
7a Las prensas, calderas, cubas, alambiques, toneles y máquinas que forman
parte de un establecimiento industrial adherente al suelo, pertenecen al dueño de
éste. Para que estos bienes entren en la venta de una finca se requiere:
1) que efectivamente haya en ella un establecimiento industrial del cual
forman parte, y 2) que tanto el establecimiento como esos bienes perte-
nezcan al dueño del suelo. Si en la finca hay un establecimiento que no
pertenece al propietario de aquella, el comprador no podría exigir esos
bienes, ni aunque el establecimiento existiera al tiempo del contrato. Del
mismo modo, si en el fundo no hay ningún establecimiento industrial esos

1
Digesto, libro XIX, título I, ley 17, núm. 2.
2
Tomo I, núm. 47, pág. 13.
3
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1049, pág. 863; TROPLONG, I, núm. 323, pág. 409;
HUC. X, núm. 88, pág. 122.

743
df. la compraventa y de la promesa de venta

bienes, aunque se encuentren en él, no entran en la venta, a menos que se


estipule lo contrario o que también se vendan todos los útiles y enseres
que tenga el fundo.
Así parece deducirse de algunos fallos judiciales. La Corte de Apelacio-
nes de Santiago ha declarado que en la venta de una finca se consideran
incluidos las cubas, toneles y útiles de vendimia destinados a la explota-
ción de la viña, ya que existiendo ésta, aquellos deben considerarse afectos
al inmueble vendido. 1 En otra ocasión esa misma Corte ha dicho que los
utensilios, vasijas, maquinarias y demás especies que estaban destinadas al
uso permanente del fundo, porque en él había una gran viña, son inmue-
bles por destinación y se comprenden en la venta. 2 Como se ve, esas sen-
tencias nos manifiestan que si en el f u n d o no hay viña, los útiles de
viticultura y de vinicultura que puede haber en él no entran en la venta. Y
esta conclusión se deduce de esos fallos, porque ambos declaran que están
destinados al cultivo y beneficio de la finca porque en ella hay una viña, lo
que importa decir que si no hubiera viña no estarían destinados al cultivo
y beneficio. Es evidente que sólo cuando hay viña los útiles de vendimia y
de viticultura están destinados permanentemente al uso, cultivo y benefi-
cio del fundo. No habiéndola no pueden estarlo, ya que no pueden utili-
zarse en otra cosa y como son inmuebles los que están destinados a ese
objeto, es lógico concluir que esos útiles no lo son cuando no hay viña. En
tal hipótesis, no entrarían en la venta.
Lo mismo podemos decir de los útiles de lechería, quesería, minería,
fabricación de pasto, de adobes, etc., que puedan existir en la propiedad,
a pesar de no haber en ella ningún establecimiento destinado a ese fin, o
mejor dicho, a pesar de no explotarse algunas de esas industrias, en cuyo
caso tampoco entrarían en la venta.
Si las partes incluyen en la venta todos los útiles y enseres de que está
dotado el fundo, es claro que se incluyen en ella; pero si nada se dice al
respecto y se está a lo que dispone la ley, esos útiles no se comprenden en
la venta. También entrarían, y sin necesidad de estipulación, aun cuando
no hubiera un establecimiento del cual formaran parte, si a la época del
contrato están destinados, por cualquier motivo, al cultivo o explotación
del fundo. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Concepción res-
pecto de un alambique que se empleaba, al tiempo del contrato, en la
explotación de una finca en que no había establecimiento de vinería. 3
89 Los animales que se guardan en conejeras, pajareras, estanques, colmenas y
cualesquiera otros vivares con tal que estos adhieran al suelo o sean parte del suelo
mismo o de un edificio. Aunque la ley no lo dice, es indudable que tales
animales deben pertenecer al dueño del inmueble para que entren en la
venta; de otro modo quedan excluidos de ella. Es esencial que el vivar en
que se guarden adhiera al suelo o forme parte de él o de un edificio para

1
Sentencia 2.739, pág. 1540, Gaceta 1882.
s
Revista de Derecho yJurisprudencia, tomo I, pág. 83.
3
Sentencia 321, pág. 206, Gaceta 1881.

744
de las obligaciones del \"endedor

que dichos animales queden comprendidos en la venta. Si el vivar, está


separado del inmueble constituye un bien mueble distinto de éste y por lo
tanto aquellos no entrarían en la venta.
Surge aquí una duda. ¿Entran en la venta las gallinas y demás aves que
el propietario tiene para su uso personal y que se guardan en vivares adhe-
rentes al suelo? Creemos que no, porque el espíritu de la ley ha sido que
entren únicamente los animales que, en cierto modo, forman parte del
cultivo y explotación del fundo; pero no los que el dueño tiene para su
uso personal. Así lo disponía la ley 30, título V de la Partida V que excep-
tuaba de las ventas las gallinas y demás aves y animales que se crían en la
casa para el uso del propietario. Pero si esas aves, gallinas, etc., constituyen
la explotación misma del fundo, entran en la venta, aunque no se guarden
en vivares adheridos al suelo, porque entonces la compra se ha hecho en
atención a esa explotación. Por lo demás, la determinación de estos he-
chos queda al arbitrio del juez, quien decidirá si se comprenden o no en
la venta, tomando en cuenta la intención de las partes, las costumbres del
lugar y la situación en que se hallan esos animales.
En cuanto a los animales de lujo y raros que se guarden en esta clase
de vivares es indudable que no entran en la venta, porque esos animales
no constituyen parte del predio sino que son un objeto de lujo y de afec-
ción personal.
Nuestro Código innovó sobre el Digesto y las Siete Partidas por lo que se
refiere a los peces que se encuentran en estanques adheridos al suelo,
pues mientras aquellos establecían que no entraban en la venta, nuestro
Código dispuso expresamente que quedan incluidos en ella.1
9Q La tierra y la arena. La tierra y la arena que se encuentran en una
finca forman parte de ella y también se comprenden en la venta.
10a Las minas de carbón y demás fósiles. Según el Código de Minería, estas
ceden al dueño del suelo. Pero para que se consideren incluidas en la
venta es menester que al tiempo de su celebración no se haya constituido
propiedad minera sobre ellas, pues en tal caso pertenecerían a su antiguo
dueño y no se incluirían en la venta, desde que las minas una vez constitui-
das legalmente forman una propiedad diversa e independiente del suelo
que se transfiere por medios especiales y que no sigue la suerte del terre-
no en que se hallan. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Concep-
ción que estableció que la venta de una finca comprende la de los mantos
carboníferos que se encuentran bajo él, siempre que con anterioridad no
se hayan constituido derechos mineros sobre ellos.2
Supongamos que el vendedor se reserve el dominio y explotación de
todas las minas de carbón que existen en la propiedad, y que más tarde se
descubra otra, ¿a quién pertenece ésta? Al comprador, porque según el
Código de Minas ella cede exclusivamente al dueño del suelo y porque las
partes se han entendido referir a las minas ya existentes y no a las que se

1
Digesto, libro XIX, título I, leyes 15 y 16; Partida V, título V, ley 30.
2
Sentencia 2.652, pág. 865, Gaceta 1894, tomo II.

745
df. la compraventa y de la promesa de venta

descubran después, ya que éstas aún no existen, por lo que no pueden ser
objeto de una estipulación, a menos que convengan en que todas las mi-
nas de carbón que se descubran en lo sucesivo, pertenezcan al vendedor,
pues entonces hay que respetar su voluntad.
Lo dicho respecto de las minas de carbón es aplicable a las canteras.
En cuanto a las minas metálicas no se incluyen en la venta, porque perte-
necen al que primero las solicite.

952. Todos los bienes mencionados en el número anterior quedan inclui-


dos en la venta y pasan al comprador en la forma y extensión indicadas
respecto de cada uno, sin necesidad de pacto expreso sobre el particular.1
Por eso, para que no se comprendan en la venta es menester estipular
expresamente que no se incluyen en ella. Sólo en este caso, el comprador
no puede exigir la entrega de esos bienes.

953. La enumeración que hacen los artículos 570 y siguientes del Código
Civil de los accesorios de un inmueble no es taxativa sino enunciativa, porque
fuera de los bienes que allí están mencionados hay muchos otros que tienen
ese carácter y que se incluyen en la venta siempre que estén adheridos al
inmueble o que estén destinados permanentemente a su uso, cultivo o benefi-
cio. La redacción de los artículos 570, 572 y 573 que señalan esos bienes por
vía de ejemplo son la mejor prueba de que esa enumeración no es taxativa.

954. El terreno de aluvión que se ha agregado a la finca vendida con


anterioridad a la venta también se incluye en ésta porque pasa a formar
parte de ella y es un accesorio que no puede separársele. Es lógico, enton-
ces, que siga la suerte de lo principal y que, salvo pacto en contrario, se
comprenda en la venta. De acuerdo con estos principios la Corte de Rouen
(Francia) declaró incluida en la venta el terreno que se había agregado
por aluvión a la propiedad vendida con anterioridad al contrato. 2

955. En la venta del suelo se comprenden los edificios, galpones, grane-


ros, bodegas, molinos y hornos construidos en él porque forman parte del
inmueble mismo, según el artículo 568 del Código Civil. Son, en buenas
cuentas, inmuebles por naturaleza ya que si se separan del suelo no pue-
den subsistir en el mismo estado. Para que esos bienes no se incluyan en la
venta es menester exceptuarlos expresamente; de otro modo el compra-
dor tiene perfecto derecho para exigir su entrega, desde que es casi pro-
bable que hayan sido ellos los que lo indujeron a contratar.

956. Según el artículo 587 del Código Civil, en la venta de una finca o
terreno se incluyen también las capillas y cementerios particulares situa-

1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo I, pág. 83.
2
FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1 0 6 0 , p á g . 8 6 4 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente,
n ú m . 3 1 6 , p á g . 3 2 0 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 7 0 , p á g . 2 9 4 .

746
de las obligaciones del \"endedor

dos en ella, como igualmente los ornamentos, vasos y demás objetos perte-
necientes a dichas capillas y cementerios, a menos que se estipule expresa-
mente que ni unos ni otros entran en la venta. Fundada en esta disposición
la Corte de Apelaciones de Santiago declaró que la capilla y los objetos
que se encontraban en ésta pasaron al comprador del predio en que esta-
ba edificada, porque no fueron excluidos expresamente de la venta. 1

957. ¿Quedan incluidos en la venta la leña y el carbón que, al tiempo de


su celebración, se encuentran en la finca vendida? Para resolver este pun-
to debe distinguirse si están o no destinados al cultivo o beneficio del
inmueble. Si lo están, sea que provengan o no del fundo, se incluyen en la
venta a virtud del artículo 570 del Código Civil. Si no están destinados a
ese cultivo o beneficio, sino que se encuentran en el fundo para ser vendi-
dos o para cualquier otro objeto, no entran en la venta ni el comprador
puede exigirlos, aunque la explotación de esa leña o carbón constituya el
objeto mismo del predio, pues una y otro tienen el carácter de frutos de la
cosa vendida que, desde que se separa del inmueble, pasan a ser frutos
percibidos y estos, según el artículo 1816, son para el vendedor, aun cuan-
do se encuentren en la finca al tiempo de la venta.

958. En la venta de una finca no se incluyen los muebles de la casa que


haya en ella, porque en la venta de una finca sólo se comprenden los
accesorios que se reputan inmuebles por el hecho de estar destinados per-
manentemente a su uso, cultivo o beneficio, situación en que no se en-
cuentran aquellos, puesto que no se emplean en la explotación misma del
fundo ni son necesarios para trabajarlo. De ahí que, salvo pacto en contra-
rio, el comprador no puede exigir la entrega del mobiliario que se en-
cuentra en la casa del fundo.

959. La cuestión de saber si el vendedor está o no obligado a entregar los


accesorios de un inmueble cuando éste se vende por lotes o parcelas ha
dado origen a arduas discusiones entre los autores franceses.
Antes de estudiar los diversos casos que pueden presentarse debemos ha-
cer notar que esta cuestión surge respecto de los accesorios que no se encuen-
tran adheridos materialmente al suelo, pues si lo están, es evidente que
cualquiera que sea la forma en que se haga la venta irán comprendidos en
ella. En esta situación se encuentran los edificios, árboles y plantas que adhie-
ren al suelo, los tubos de las cañerías, las lozas de los pavimentos y, en general,
todas aquellas cosas que se hallan unidas al inmueble formando un solo todo
con él. Estas cosas pasan al comprador de la porción o parcela en que se
encuentran. Por lo tanto, el adquirente de una parcela de un predio tiene
derecho a los edificios, árboles, cañerías, acequias, etc., que en ella existan.
La cuestión propuesta ha surgido respecto de los bienes que se repu-
tan muebles por estar destinados al cultivo y beneficio de una finca, es

i Sentencia 2.175, pág. 929, Gaceta 1869.

747
df. la compraventa y de la promesa de venta

decir, respecto de los inmuebles que no se hallan adheridos a ella. Tales


son los animales, los abonos y, en general, los bienes que se dedican a la
explotación del fundo. Y consiste en saber si el propietario que vende su
fundo en parcelas está o no obligado a entregar al comprador los útiles de
labranza, animales, abonos, etc., destinados a su explotación.
Cuatro casos pueden presentarse: 1) se vende todo el fundo en parce-
las o lotes; 2) sólo se vende una parte de él en esa forma, conservando el
resto el vendedor; 3) se vende todo el fundo en esa forma y a causa de la
división de que es objeto, el terreno en que se hallan los edificios de la
finca corresponde a uno de los compradores, como única parcela, o bien
el vendedor se queda con ellos, y 4) se vende la mitad o una parte alícuota
del fundo.

960. Primer caso. Algunos autores, como Guillouard, distinguen a este res-
pecto si la venta se hace estando o no arrendada la finca. 1 Creemos con
Baudry-Lacantinerie que esa distinción es innecesaria y cualquiera que sea
la situación en que se encuentre la finca vendida al tiempo del contrato,
es decir, esté o no arrendada, la solución es siempre la misma, ya que esos
útiles, animales y abonos son siempre sus accesorios.2
Esos bienes, dice este autor, están destinados a la explotación de todo el
fundo al cual sirven y no son accesorios de cada uno de los retazos que lo
componen. Han sido llevados por su dueño para la explotación del fundo o
finca, comprendiéndose por tal todo el terreno que pertenece a aquél den-
tro de una extensión determinada, de modo que no se incluyen en la venta
de un fundo por parcelas. Los artículos 570 y 1830 confirman esta opinión,
pues el primero se refiere a los animales, útiles y abonos destinados "al culti-
vo o beneficio de una finca" y el segundo establece que la venta de "una
finca" comprende la de sus accesorios. Estos artículos parecen excluir el
caso en que se venda una finca por lotes, desde que hablan de "una finca" y
sus diversos lotes no la constituyen por sí mismos, sino que ella resulta de la
reunión de todos esos lotes. Podemos concluir, en consecuencia, que para
los efectos de los accesorios del inmueble vendido, la ley no se ha ocupado
de la venta de una finca por lotes o retazos pequeños y sólo reglamenta la
que se refiere a la totalidad de la finca. De acuerdo con estos artículos, en la
venta de una finca por lotes no se comprenden sus accesorios.
Pero aún hay más. Estando esos accesorios destinados a la explotación
de la totalidad de la finca, que forma un cuerpo de explotación, es claro
que si esa finca desaparece por el hecho de venderse en diversos lotes,
dejan de estar destinados a ese objeto desde que ya no es posible la explo-
tación para que servían. En tal caso, pierden su carácter de accesorios y no
se hallan comprendidos en la venta de cada lote. Recuperan su carácter
de muebles, constituyen una propiedad diversa y, salvo estipulación expre-
sa al respecto, no se consideran comprendidos en esa venta. Además, dice

1
1, núm. 225, pág. 255.
-Déla vente, núm. 315, pág. 319.

748
de las obligaciones del \ tendedor

Baudry-Lacantinerie, cuando se venden parcelas de una finca, el compra-


dor ha entendido comprar esa parcela y no otra cosa y, por su parte, el
vendedor no ha entendido vender sino esa parcela y no sus accesorios.
En resumen, creemos que cuando un propietario vende toda su finca
o fundo en pequeños lotes o parcelas no se comprenden en esas ventas los
bienes que, como los animales, útiles y abonos destinados a su explota-
ción, se reputan sus accesorios, que continúan perteneciendo al vendedor.
961. Segundo caso. Cuando el propietario, en lugar de vender todo el fun-
do en lotes, vende en esta forma una parte de él tampoco se comprenden
en esta venta los accesorios destinados a su explotación. Acerca de este
punto concuerdan todos los autores y así lo ha resuelto la Corte de Caen. 1
Esos accesorios están destinados a la explotación de todo el fundo que,
en este caso, subsiste y continúa siendo explotado por su dueño.

962. Tercer caso. La tercera hipótesis tiene lugar cuando se vende todo el
fundo en lotes y a uno de los compradores le corresponde, como único
terreno, aquel en que están situados los edificios. Ya vimos que en este
caso los compradores no tienen derecho a los accesorios. Pero ¿podría
exigirlos el comprador a quien le correspondieron los edificios? Creemos
que no, aun cuando esos accesorios se encuentren en los edificios, porque
ellos acceden y están destinados a la explotación del fundo y éste no lo
constituyen solamente sus edificios, sino sus campos, praderas, etc., cosas
que no ha adquirido el comprador. 2

963. Cuarto caso. Estando destinados estos accesorios a la explotación de


todo el f u n d o y habiendo colocado la ley en una misma situación el todo y
cada una de sus partes alícuotas, es indudable que en la venta de una de
éstas, como ser de la mitad, de la tercera parte del fundo, se comprenden
los accesorios que le corresponden en proporción a la cuota vendida, es
decir, el comprador tiene derecho a la mitad o a la tercera parte de esos
accesorios, según el caso. "No hay aquí separación de una o varias parce-
las, dice Baudry-Lacantinerie, sino venta de una parte indivisa del conjun-
to, es decir, de lo principal y de sus accesorios. 3

964. Las servidumbres son gravámenes establecidos por la ley en benefi-


cio de los predios, de manera que constituyen, hasta cierto punto, un ac-
cesorio de los mismos. De acuerdo con los principios anteriormente
señalados, también se comprenden en la venta de una finca, sin necesidad
de pacto expreso y, por lo tanto, el comprador tiene derecho para exigir-
las, a menos que se estipule lo contrario. 4 La Corte de Apelaciones de

1
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 1 5 , p á g . 318; GUILLOUARD, I, n ú m . 2 2 6 , p á g . 2 5 7 .
2 GUILLOUARD, I, n ú m . 2 2 7 , p á g . 2 5 7 .
3
De la vente, núm. 315, pág. 319.
4
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 3 1 8 , p á g . 3 2 1 .

749
df. la compraventa y de la promesa de venta

Santiago ha declarado que en la venta de un predio se comprende una


servidumbre de tránsito de que aquel gozaba al tiempo de la venta, por
cuyo motivo el vendedor está obligado a entregarla. 1
Se ha suscitado la cuestión de saber si todas las servidumbres, cualquie-
ra que sea su origen y manera de constituirse, entran en la venta de un
predio. La jurisprudencia francesa ha resuelto que sólo se incluyen en ella
las servidumbres establecidas por la ley o por un título, quedando exclui-
das las que no reposan sobre título alguno. 2 Consecuente con estas ideas
la Corte de Grenoble declaró que el comprador no puede exigir del ven-
dedor la entrega de una servidumbre de tránsito que creía que existía
sobre el fundo vecino, porque no reposaba sobre ningún título. 3 Del mis-
mo modo, la Corte de Casación de Francia resolvió que, no existiendo
servidumbre legal de aguas lluvias, desde que éstas solo pueden caer en el
predio a que pertenecen o sobre la calle o camino público y no sobre el
predio vecino y no habiendo tampoco un título que la estableciera, en la
venta de un terreno no se comprendía la facultad de permitir al compra-
dor que arrojara sus aguas lluvias sobre el terreno adyacente que pertene-
cía al vendedor. 4

965. Si se vende una parte de un predio que viene a quedar separada del
camino, el comprador tiene derecho a que se le conceda una servidumbre
de tránsito, sin indemnización alguna, aunque nada se estipule sobre el
particular en la escritura de venta, porque la disposición del artículo 850
del Código Civil suple el silencio de las partes. Así lo ha establecido la
Corte de Apelaciones de Santiago. 5

966. Excusado creemos manifestar que no se reputan accesorios del predio


vendido los derechos afectos a la persona misma del vendedor o, mejor
dicho, lo que éste pueda ejecutar en los predios vecinos en virtud de actos
de mera tolerancia consentidos por éstos. Así, dice Baudiy-Lacantinerie, la
facultad de cazar sobre una propiedad vecina no es un accesorio del inmue-
ble perteneciente a la persona a quien ella se ha concedido; por eso, si lo
vende, esa facultad no se comprende en la venta.6 Lo mismo podemos decir
del permiso concedido por un vecino al vendedor para que haga pasar sus
ganados por tierras eriales del primero o para que pasten en ellas. Esa facul-
tad conferida a la persona del vendedor no entra en la venta del inmueble.
En el mismo caso se hallan todos los actos de mera facultad o tolerancia de
que habla el artículo 2499 del Código Civil. De acuerdo con esta doctrina, la
Corte de Apelaciones de Concepción ha declarado que en la venta de un

1
Sentencia 1.168, pág. 679, Gaceta 1882.
* FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1063, pág. 864.
3
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1063, pág. 864.
1
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 1064 y 1065, pág. 864.
s
Sentencia 20, pág. 68, Gaceta 1913.
6
De la vente, núm. 318, pág. 321.

750
de las obligaciones del \"endedor

terreno no se incluye el uso que hace el comprador del agua del vendedor
en virtud de una concesión graciosa de éste.1

967. ¿Quedan comprendidas las aguas con que se riega un fundo entre
los accesorios a que se refiere el artículo 1830? Afirmativamente resuelven
la cuestión las Cortes de Apelaciones de Santiago, 2 Talca3 y Concepción 4
que, en varias ocasiones han declarado que las aguas de un predio rústico
que están destinadas permanentemente a su uso, cultivo y beneficio son
inmuebles para los efectos del artículo 1830 y que, por consiguiente, que-
dan comprendidas en la venta del predio que riegan, aunque las partes no
hayan convenido nada al respecto.
Consideramos que estos fallos son perfectamente ajustados a derecho,
porque el agua está destinada permanentemente al riego del fundo, que,
sin ella, no podría prestar la utilidad que el comprador pretende obtener
al adquirirlo. Desde que el agua está destinada de un modo permanente al
riego del fundo pasa a ser un accesorio del mismo que, en virtud de lo
dispuesto en el artículo 1830, queda comprendido en su venta, aunque
nada se estipule sobre el particular. De ahí que el vendedor está obligado
a entregar al comprador el agua con que se riega el fundo, aun cuando
esta obligación no se estipule en el contrato, y como aquélla se transfiere
por la inscripción en el registro respectivo (artículo 5° de la ley de Asocia-
ción de Canalistas), el vendedor cumplirá su obligación haciendo entrega
legal y material de las aguas al comprador. Si aquél no las entrega en la
forma indicada, éste tiene derecho para pedir su entrega o la resolución
del contrato con indemnización de peijuicios. 5
La jurisprudencia francesa ha declarado igualmente que, aunque nada
se diga en el contrato sobre las aguas, deben entregarse al comprador por
ser accesorios del predio vendido. 6

968. La obligación que tiene el vendedor de entregar el agua con que se


riega el fundo puede originar algunas dificultades acerca de la cantidad
que debe entregarse. Para resolverlas hay que atender, ante todo, a lo que
las partes hayan convenido.
Las partes pueden estipular en el contrato que el fundo se venda con
una dotación de agua fija y determinada o que se venda, en general, con
todos los derechos de agua con que se riega o se cultiva, sin precisar la
cantidad.

1
Sentencia, 1.181, pág. 894, Gaceta 1906, tomo II (considerando 9 S ).
- Sentencia 685, pág. 388, Gaceta 1882; sentencia 1.499, pág. 1189, Gaceta 1888, tomo
II; sentencia 5.186, pág. 573, Gaceta 1896, tomo III.
3
Sentencia 2.774, pág. 423, Gaceta 1897, tomo II.
4
Sentencia 317, pág. 247, Gaceta 1896, tomo I.
5
Sentencia 245, pág. 154, Gaceta 1881; sentencia 3.970, pág. 2561, Gaceta 1886; sen-
tencia 1.499, pág. 1189, Gaceta 1888, tomo II.
6
FUZIER-HERMAN. t o m o 36, Vente, n ú m . 1 0 5 8 , p á g . 8 6 4 .

751
df. la compraventa y de la promesa de venta

969. Cuando en el contrato se señala la cantidad exacta de agua con que


se vende el fundo, como si se dice que en la venta se comprenden cuaren-
ta regadores, por ejemplo, el vendedor debe entregar toda esa cantidad. Si
así no lo hace, el comprador puede exigir que se le complete el agua que
falta o que se resuelva el contrato. 1

970. Pero si en el contrato no se señala una cantidad fija y determinada


de agua que debe entregarse y las partes se limitan únicamente a decir
que en la venta se comprenden todos los derechos de agua con que se
riega o se cultiva el fundo, el vendedor no está obligado a entregar un
número determinado de regadores y cumple su obligación poniendo al
comprador en situación de que pueda gozar de las aguas con que aquél se
regaba al tiempo de la venta, cualquiera que éstas sean. Así lo ha resuelto
la Corte de Apelaciones de Talca.2 La Corte de Apelaciones de Santiago ha
declarado también que si no se expresan en el contrato los derechos de
agua con que se vende la finca, limitándose las partes a decir que esos
derechos son los que corresponden al vendedor, éste no tiene otra obliga-
ción que entregar el agua que tenía la finca, al tiempo de la venta, cual-
quiera que sea su cantidad. 3

971. Si en vez de señalar una cantidad fija y determinada de agua o de


referirse a toda el agua con que se riega el fundo, los contratantes estipu-
lan que la venta se hace con "toda el agua de la toma tal o cual", la obliga-
ción del vendedor no es otra que entregar toda el agua de la toma indicada,
pero de ninguna manera entregar toda el agua del estero en donde ella está
ubicada, porque las expresiones toma y estero significan cosas muy diversas.
El comprador no puede pretender la entrega de toda el agua del estero,
ni aun cuando la que corresponda a la toma estipulada no sea abundante
con relación a la capacidad del canal y a la cantidad de terrenos adquiri-
dos, por cuanto las partes, al contratar y convenir en esa toma, han debido
darse cuenta cabal del agua que ésta comprendía. Tal es la doctrina sus-
tentada en un fallo de la Corte de Apelaciones de Santiago que desechó la
demanda del comprador de un f u n d o en que pedía la entrega de toda el
agua de un estero en que estaba situada la toma a que se refería el contra-
to, no obstante que en éste se estipuló que en la venta solo se comprendía
el agua de esa toma sin aludir para nada al estero. 4

972. Pero puede suceder que las partes no hayan dicho nada respecto
de las aguas y que ni siquiera aludan a esta obligación del vendedor lo
que puede dar origen a cuestiones muy difíciles por lo que respecta a la
cantidad de agua que debe entregarse cuando el agua con que se riega

1
Sentencia 3.970, pág. 2561, Gaceta 1886.
2
Sentencia 623, pág. 2003, Gaceta 1913.
3
Sentencia 3.310, pág. 1455, Gaceta 1901, tomo II.
4
Sentencia 245, pág. 154, Gaceta 1881.

752
de las obligaciones del \"endedor

el f u n d o es más que suficiente para su cultivo o cuando es insuficiente


para ese objeto.
Tres situaciones pueden presentarse y son:
I a Si el agua del fundo es excesiva para su riego, pero el vendedor la
tiene destinada íntegramente a su cultivo ¿debe entregarla toda o sólo la
cantidad que sea necesaria para el cultivo?
2 a Si el agua es excesiva, como en el caso anterior, pero la venta se
hace en el estado en que la cosa se encuentra al tiempo del contrato, ¿qué
cantidad de agua debe entregar el vendedor?
3 a Si el agua es insuficiente para el riego, ¿el vendedor debe entregar
únicamente la que tiene el fundo o una cantidad suficiente para su riego?

973. Primer caso. Cuando el agua del fundo que se vende es excesiva para
su cultivo y riego y las partes nada dicen acerca de la cantidad de agua que
debe entregarse, hay que distinguir si toda o una parte de ella solamente
se emplea en su cultivo.
Si el vendedor destina una parte del agua a la explotación del fundo y
el resto la arrienda o la dedica a algún establecimiento industrial, no está
obligado a entregar sino el agua que se emplea en el fundo, pues es la
única que tiene el carácter de accesorio de la finca, desde que el resto no
está destinado permanentemente a su uso, cultivo o beneficio, que es lo
que caracteriza los accesorios.
Si el vendedor la destina en su totalidad al cultivo y riego del fundo,
nos parece fuera de duda que, en el silencio de las partes, su obligación es
entregarla íntegramente al comprador. En efecto, según el artículo 570
del Código Civil, se reputan inmuebles por destinación los muebles que
están destinados de un modo permanente al uso, cultivo o beneficio de un
inmueble. El agua se reputa tal cuando está destinada al cultivo y riego de
una finca. El artículo 1830 incluye en la venta de una finca los accesorios
que, según el artículo 570, se reputan inmuebles. Siendo el agua uno de
esos accesorios, es evidente que se comprende en la venta.
Averigüemos, ahora, hasta qué punto el agua, en el caso propuesto, es
un inmueble por destinación. ¿Lo es solamente en la parte suficiente para
el riego o lo es en su totalidad? Del tenor literal de los artículos transcritos
se desprende que lo es en su totalidad. El agua es inmueble y entra en la
venta mientras está destinada al uso y cultivo de la finca. En el caso en
estudio, la totalidad del agua está destinada a ese uso y cultivo. Luego,
toda ella es inmueble y toda ella debe entregarse al comprador. Dentro
del tenor literal de los artículos citados no puede darse otra solución.
Todavía más. Ni el artículo 570, ni el artículo 1830 señalan como inmue-
bles por destinación los que sean estrictamente necesarios para el cultivo de
la finca. Por el contrario, ambos establecen que son tales los que se destinan
a ese objeto, sin precisar cantidad y sin limitarlos a los indispensables. La ley
no ha entrado a hacer esas averiguaciones. Se ha contentado con darle ese
carácter a todo lo que esté destinado a ese cultivo. Estando toda el agua
destinada al riego de la finca, aunque sea excesiva para ese fin, toda ella es
inmueble por destinación y, en consecuencia, accesorio de la finca. Si la ley

753
df. la compraventa y de la promesa de venta

hubiera querido dar el carácter de inmueble por destinación únicamente a


los bienes que fueren necesarios para su cultivo siempre que estuvieren des-
tinados a él, se comprende, lo habría dicho, ya que nada le habría costado
agregar al artículo 570 una frase que dijera: "pero solo en la cantidad que
fueren necesarios para ese uso, cultivo y beneficio".
El comprador de una finca que tiene una dotación de agua excesiva
para sus necesidades tiene derecho, por lo tanto, para exigir del vendedor
la totalidad de esa agua, siempre que éste la emplee totalmente en su
riego, sin que pueda negarse a ello alegando que sólo una parte del agua
basta para el perfecto y completo riego de la finca que su obligación se
cumple entregando esa cantidad y no el total.

974. Segundo caso. Cuando el agua es excesiva para el cultivo del fundo y éste
se vende en el estado en que se encuentra al tiempo del contrato, el vendedor
cumplirá su obligación entregándolo con todos los accesorios que tenía o de
que se servía en esa época. Si toda el agua se empleaba en el riego de la finca
al tiempo de la venta, toda ella debe entregarse. Si no se empleaba sino una
parte, sólo ésta se entregará, conservando el resto el vendedor.

975. Tercer caso. Si el agua es insuficiente para el riego, háyase o no dicho


que la cosa se vende en el estado en que se encuentra al tiempo del con-
trato, el vendedor no tiene más obligación que entregar el agua de que
dispone la finca, aunque sea insuficiente para el riego, pues en la venta se
comprenden los accesorios que tenía al tiempo del contrato, y no tenien-
do sino esa dotación de agua, solo ésa debe entregarse. El comprador no
podría exigir una mayor cantidad de agua, salvo convención en contrario.

976. La obligación de entregar el agua con que se riega la finca también


puede originar algunas cuestiones cuando aquella se vende por partes o
parcelas. En este caso hay que distinguir si las parcelas en que se divide se
dedicarán al cultivo o a población.
Cuando las parcelas se venden para ser cultivadas, el vendedor debe
entregar al comprador la cantidad de agua que se haya estipulado en el
contrato, en conformidad con lo expuesto en los números 969, 970 y 971.
Si nada se ha dicho sobre el particular, debe entregarle una cantidad de
agua que sea proporcionada a la extensión de la parcela vendida, porque
siendo el agua un accesorio inherente al suelo mismo e indispensable para
su aprovechamiento, sigue a aquel en cualquiera extensión o forma en
que se venda. En el mismo sentido se ha pronunciado la Corte de Apela-
ciones de Santiago que declaró que el vendedor debía entregar al compra-
dor de una parcela o porción del predio el agua necesaria para regar el
terreno vendido, fundada en que éste era de riego desde antes de la venta
y en que el agua es un bien anexo a él.1

1
Sentencia 3.394, pág. 1911, Gaceta 1883; sentencia 2.068, pág. 1370, Gaceta 1889,
tomo I.

754
de las obligaciones del \"endedor

977. Pero la cuestión cambia de aspecto cuando la finca se vende en par-


celas para destinarlas a población, porque entonces el agua no tiene la
importancia del caso anterior y no se la necesita sino para la bebida y para
los menesteres domésticos, pero ni una ni otra son propiedad de los terra-
tenientes que sólo tienen derecho a su uso, mediante el pago de cierta
suma.
Ahora bien, si la finca vendida en parcelas que están destinadas a for-
mar una población tiene agua corriente, que era con la que se regaba la
propiedad, ¿está obligado al vendedor a transferir a los compradores el
agua que correspondía proporcionalmente a esas parcelas? Creemos que
no, porque el agua, en este caso no es accesorio del terreno vendido pues-
to que no se emplea en su cultivo, ya que éste ha terminado por el hecho
de dedicarse a población. El vendedor no tiene aquí más obligación que
proporcionar a los compradores el agua necesaria para la bebida y para
los menesteres domésticos, a menos que los terrenos también se dediquen
al cultivo, en cuyo caso debe darles el agua que éste requiera; y a menos
que se estipule expresamente la obligación del vendedor de transferir cier-
ta cantidad de agua a cada comprador, porque entonces se estará a lo
estipulado. Pero a falta de pacto expreso su obligación es proporcionar el
agua necesaria para la bebida y para los menesteres domésticos. La juris-
prudencia se ha pronunciado en el mismo sentido. La Corte de Apelacio-
nes de Concepción desechó una demanda en que el comprador de un
sitio destinado a población exigía la entrega de una parte del agua con
que se regaba cuando era fundo. 1
Igualmente, la Corte de Apelaciones de Santiago desechó una deman-
da sobre resolución de un contrato de venta relativo a un terreno para
población que se basaba en la falta de agua, fundada en que al estipularse
en la escritura de venta que la propiedad tenía agua corriente que va por
la calle, agua que podía utilizar el comprador, era indudable que el vende-
dor no contrajo la obligación de dar a cada sitio una dotación de agua fija
y determinada, porque en tal caso el agua de regadío no constituye el
objeto principal de la cosa vendida y si pudo ser elemento indispensable
mientras la chacra estuvo destinada a viñedo no sucede lo mismo cuando
ese terreno, dividido en sitios, se destina a población. 2

978. Ese mismo tribunal ha declarado que cuando en el contrato de venta


de una chacra que se destina a población se dice que "tiene agua corriente
que irá por la calle en conformidad a las ordenanzas municipales, pudien-
do regar el comprador cuando lo necesite, de la calle al interior", es evi-
dente que no se ha querido imponer al vendedor la obligación de hacer
entrar el agua de la calle a los sitios, como también que el comprador ha
reconocido su obligación de someterse a las ordenanzas municipales, in-

1
Sentencia 1.181, pág. 894, Gaceta 1906, tomo II.
2
Sentencia de 3 de noviembre de 1916, suscrita por los ministros señoresJ.C. Herrera,
Bezanilla y Risopatrón y publicada en Las UUimas Noticias de ese mes.

755
df. la compraventa y de la promesa de venta

cumbiéndole a él mismo allanar los obstáculos que pudieran impedir la


entrada del agua, y gestionando y ejecutando las obras necesarias para el
aprovechamiento de ésta, siendo, por lo demás, muy natural que, debien-
do correr por las calles recién formadas, el agua sufra alteraciones en su
desnivel respecto de los sitios vendidos. 1

979. Cuando se vende una casa dentro de los límites urbanos de la ciu-
dad, ha dicho la Corte de Apelaciones de Santiago, el vendedor, aunque
nada se estipule al respecto, está obligado a proporcionar al comprador el
agua corriente que tenía al tiempo de la venta, obligación que es mucho
más imperiosa si se atiende a que, en el caso debatido, se trataba de un
local destinado a la habitación de muchos individuos. 2

980. De uso frecuente en todo contrato de venta de un predio es la frase


de que "la cosa se vende con todos sus usos, costumbres y servidumbres".
Esta frase, en realidad, no dice nada. Se refiere solamente a los de-
rechos reales a que tenga derecho la cosa o que la afecten al tiempo
del contrato; pero de ninguna manera a los enseres y demás accesorios
que entran en la venta con o sin esa frase, en virtud del artículo 1830
del Código Civil. La Corte de Apelaciones de Concepción declaró que
esa frase es formularia y que sólo indica que la cosa se vende con los
derechos reales que la afectan al tiempo del contrato. 3 Esa misma Cor-
te dijo, en otra ocasión, que el alcance de esa frase no es otro, dados
sus propios términos y espíritu, que hacer referencia en el contrato,
aunque innecesaria, a las cosas que según la ley se comprenden natu-
ralmente en la venta. 4
Esta frase significa también que en la venta se comprenden, a más
de los derechos reales, los derechos de agua que tenga la propiedad,
pues estos o son derechos reales anexos a ella o son un uso o costum-
bre del predio. La Corte de Apelaciones de Santiago estableció que la
frase "usos, costumbres y servidumbres" que se mencionaba en el con-
trato de venta materia de la litis, comprendía, sin duda alguna, el uso
del agua de que disponía el terreno antes de la venta y que habiéndose
acreditado que aquél se regaba con esa agua, al expresarse en la escri-
tura de venta que la enajenación se hacía con los usos que tenía el
fundo, era evidente que se hacía referencia al uso del agua, uso que,
por lo mismo, debía permitirse al comprador. 5 En esa frase se incluyen,
pues, el agua de que goza la propiedad y los derechos reales afectos a
la misma, aun cuando, en el hecho, nada significa prácticamente, por-
que con o sin ella, siempre deben entregarse unos y otros, en virtud del
artículo 1830 del Código Civil.

1
Sentencia citada en la nota anterior.
2
Sentencia 1.499, pág. 1189, Gaceta 1888, tomo II.
5
Sentencia 1.181, pág. 894, Gaceta 1906, tomo II.
4
Sentencia 2.810, pág. 447, Gaceta 1897, tomo II (considerando 3 S ).
5
Sentencia 3.394, pág. 1911, Gaceta 1883.

756
de las obligaciones d e l \"endedor

981. Cuando en los contratos de venta se dice que "la finca se vende en el
estado en que actualmente se encuentra", se entiende que se vende tal cual se
halla al tiempo del contrato, es decir, en la situación que tenga en ese
instante, con todos los accesorios que entonces le pertenezcan, sean o no
absolutamente necesarios para su cultivo, con el agua que se emplea en su
riego, etc. En una palabra, en el estado de cosas, sin una más y sin una
menos, en que se halla cuando se celebra la venta. Por lo demás, esta frase
también es inútil, porque, como vimos, el vendedor tiene la obligación de
entregar la cosa como se encuentra al tiempo del contrato, aun sin estipu-
lación expresa al respecto.

982. A pesar de que esa frase no tiene ni puede tener otro alcance que
entregar la casa tal como se hallaba al tiempo de la venta, puede dar ori-
gen, por eso mismo, a algunas dudas, a saber:
1 2 Si al tiempo de la venta el predio o finca vendida no tenía agua para
su riego, porque la de que antes disponía había sido enajenada separada-
mente o tenía menos de la necesaria, porque una parte de ella había sido
vendida, ¿el vendedor que vende la cosa en el estado en que se encuentra
debe entregar toda el agua que antes de la venta pertenecía al fundo o
sólo la que tiene al tiempo del contrato?
2Q ¿Modifica esa frase lo dispuesto en el artículo 1830 o es su confirma-
ción?
3 a ¿Si la cosa vendida adeuda contribuciones atrasadas o dividendos
vencidos de deudas que la gravan y el comprador adquiere la cosa en el
estado en que se encuentra, esas contribuciones o dividendos son de su
cuenta o afectan al vendedor?

983. Enunciar las dos primeras cuestiones es resolverlas. En efecto, al esti-


pularse que la cosa se vende en el estado en que se encuentra se entiende
que ese estado no es otro que el que tenía al tiempo del contrato. Luego
debe ser entregada con los accesorios que tuvo en ese momento. Si el
agua perteneció a la finca, pero fue vendida separadamente de ésta con
anterioridad a la venta, dejó de pertenecerle y el comprador no puede
exigir toda el agua que antes tenía. En virtud de esa cláusula el comprador
puede exigir el agua que, al tiempo de la venta, tenga la finca y nada más,
sin peijuicio de la acción redhibitoria que, según los casos, pudiera corres-
ponderle ya que la carencia de agua en una finca es un verdadero vicio
redhibitorio, siempre que reúna los requisitos exigidos por el artículo 1858
del Código Civil.

984. Pero si en la venta se dijere que el vendedor entregará la propiedad


en el mismo estado en que fue entregada al vendedor por la persona de
quien éste la compró, o por el actual comprador, dado caso que la hubiere
adquirido de éste, entonces sí que debe entregar toda el agua que tenía
cuando le fue vendida, pues en tal caso, la cosa se vende con los accesorios
que tuvo en esa época y no con los que tiene ahora. Si ha vendido el agua
deberá recuperarla para entregarla al comprador, a menos que éste prefie-

757
df. la compraventa y de la promesa de venta

ra resolver el contrato. Así, A vende a B una finca que tiene dos regadores
de agua. Después de un tiempo B la revende a A, debiendo entregarla en
el mismo estado y con los mismos derechos de agua que tenía cuando A se
la vendió a B. En el tiempo medio entre la primera y la segunda venta B
vende los regadores de agua a un tercero de modo que, al tiempo de
entregarla a A, la finca carece de ellos. Como la cosa debe entregarse con
los derechos de agua que tenía cuando A la vendió a B, aunque aquél sepa
que B vendió el agua a un tercero, tiene derecho para exigirle la entrega
de los regadores, porque sobre ese conocimiento prevalece la obligación
que el contrato impuso al vendedor de entregar la misma agua con que
recibió el fundo cuando le fue vendido por la persona que ahora se la
compra.

985. La segunda cuestión se resuelve en el sentido que esta frase confirma lo


dispuesto en el artículo 1830. Este establece que la finca se vende con todos
sus accesorios, entendiéndose que lo son los que están destinados a su uso,
cultivo o beneficio al tiempo del contrato de manera que sólo estos se com-
prenden en la venta y si ninguno hay, no se comprende ninguno. La frase "en
el estado en que se encuentra la cosa" quiere decir que el vendedor la entre-
gará tal cual se hallaba al tiempo del contrato, con todos los accesorios que
entonces tenía; y si ninguno tenía, ninguno entra en la venta. Como se ve,
tanto el artículo 1830 como esa frase significan una misma cosa: la obligación
de entregar la cosa como se hallaba al tiempo del contrato y con todos los
accesorios que entonces tenía. De ahí por qué dijimos que era inútil.

986. Cuando la cosa que se vende en el estado en que se encuentra al


tiempo del contrato adeuda a contribuciones atrasadas o dividendos venci-
dos de deudas que la afectan ¿quién debe pagar unas y otros, el vendedor
o el comprador?
No creemos que la frase "en el estado en que la cosa se encuentra"
pueda tener otro alcance que el indicado, o sea, imponer al vendedor la
obligación de entregar la cosa, es decir, el cuerpo material objeto del con-
trato, tal como se hallaba al tiempo de la venta. Esa frase se refiere al
estado físico y material de la cosa y de sus accesorios, que deben entregar-
se sin ser deteriorados o aminorados por el vendedor. Pero de ninguna
manera importa obligar al comprador a responder y pagar todas las deu-
das que graven la propiedad y que debió satisfacer el vendedor, porque
éstas eran suyas y además sobre éste pesa la obligación de sanear al com-
prador de la evicción que sufra. Si esta frase comprendiera la obligación
de pagar las contribuciones o dividendos atrasados, el precio convenido
en el contrato se aumentaría, en muchas ocasiones, a sumas considerables,
lo que no ha sido seguramente el ánimo del comprador. Esas contribucio-
nes y dividendos tampoco forman parte del estado de la cosa. Son gravá-
menes que la afectan, pero no accesorios indispensables para su cultivo
que son los únicos a que esa frase se refiere.
Por estas razones creemos que si el comprador adquiere una propie-
dad que adeuda contribuciones o dividendos vencidos, estos y aquellas son

758
de las obligaciones del \"endedor

de cargo del vendedor, aunque aquél la compra en el estado en que se


hallaba al tiempo del contrato. De ahí que si fuere obligado a pagarlos,
tiene acción para que el vendedor le reembolse la suma pagada. La Corte
de Apelaciones de Santiago ha resuelto la cuestión en el mismo sentido y
obligó al vendedor a reembolsar al comprador las sumas que éste pagó
por contribuciones y deudas que se hallaban vencidas antes de la venta. 1
Sin embargo, esta misma Corte ha declarado que el pago de un divi-
dendo vencido antes de la venta correspondía al comprador, porque se
pagaba por semestres anticipados. 2 Este fallo fue dictado con el voto en
contra del Ministro señor Demetrio Vergara, quien estuvo por confirmar
el fallo de primera instancia y declarar que era de cuenta del vendedor. Se
fundaba en que el dividendo, sea que se pagara o no por semestres antici-
pados, estaba vencido a la época del contrato y, en consecuencia, el Banco
pudo ejecutar al vendedor mas aun cuando en la escritura se dijo que los
abonos y amortizaciones ya devengadas quedarían a beneficio del compra-
dor y como ese semestre estaba vencido debía considerarse entre los que
beneficiaban a éste. En el fallo de primera instancia se tuvo presente para
dar lugar a la demanda y obligar a reembolsar al comprador la suma que
pagó por el dividendo, entre otras consideraciones, que éste venció cuan-
do la propiedad pertenecía al vendedor. Creemos que el juez de primera
instancia y el Ministro disidente están en la razón.

987. ¿Qué se entiende por vender una cosa tal como la gozaba el vende-
dor? Esta frase tiene el mismo alcance de aquella que dice: "la cosa se
vende en el estado en que se encuentra", porque el estado en que se halla
en ese momento es el estado en que la goza el vendedor. Esta frase, por lo
tanto, quiere decir que el vendedor debe entregar la cosa en el estado en
que se encontraba al tiempo de la venta, con todos los accesorios y dere-
chos que entonces tenía. Así lo resolvió la Corte de Apelaciones de Con-
cepción que obligó al vendedor a entregar al comprador ciertos animales
y útiles que, a la época de la venta, se hallaban destinados al cultivo del
fundo vendido. 3

988. En la venta de una casa o de un edificio se comprenden, aunque las


partes nada estipulen al respecto:
I a Todos los bienes que están destinados permanentemente al uso de
la casa o edificio, tales como las puertas, ventanas, decorados, vidrios, cha-
pas, llaves, cerraduras, empapelados de las piezas, los pozos y sus tapas, los
entablados, las tejas, las planchas de zinc de los techos, las alacenas embu-
tidas en las paredes, las cañerías de gas y agua potable, los desagües, las
losas de los pavimentos, etc.

1
Sentencia 685, pág. 388, Gaceta 1882.
2
Sentencia 3.273, pág. 562, Gaceta 1889, tomo II.
5
Sentencia 321, pág. 206, Gaceta 1881.

759
df. la compraventa y de la promesa de venta

2® Los patios, jardines y fuentes que tenga la casa, las construcciones


secundarias cuya entrada esté por la casa que se vende y las murallas me-
dianeras que le pertenezcan. 1
3 9 Las cosas de comodidad u ornato que están embutidas en las pare-
des y que forman un mismo cuerpo con dichas paredes, aun cuando
puedan separarse sin detrimento. Por el solo hecho de estar embutidas
en la pared, aunque puedan separarse sin detrimento, se consideran par-
tes de la casa y, de acuerdo con el artículo 1830 del Código Civil, quedan
incluidas en su venta. Pero si esas cosas no están embutidas en las pare-
des sino únicamente clavadas o fijadas en ellas de modo que pueden
removerse sin detrimento de las mismas paredes, se consideran muebles
y no se incluyen en la venta. Así, por ejemplo, se comprenden en la
venta los cuadros pintados en los muros, las estatuas incrustadas en las
paredes, los cuadros, espejos, chimeneas, tapicerías, etc., embutidas en
ellas; pero si los cuadros, espejos, chimeneas, tapicerías no están embuti-
das sino clavadas o fijadas en las murallas, no se incluyen en la venta. Las
instalaciones de luz eléctrica se incluirán cuando estén embutidas en la
pared; si van por encima de las murallas sin estar incrustadas en ellas, la
venta no las comprende. Como se ve, esta es una cuestión de apreciación
y de prueba que debe resolver el juez.
¿Y las tinas de baño, excusados y lavatorios entran en la venta de un
edificio? Si pueden separarse de éste sin detrimento, como cuando cons-
tituyen un mueble distinto del edificio, es claro que no se comprenden,
a menos que se estipule lo contrario. Pero si forman un solo cuerpo con
la casa, sea porque las tinas están embutidas en el suelo o porque los
excusados y lavatorios están embutidos en las paredes, es claro que que-
dan incluidas. Las lámparas tampoco entran en la venta, pero sí las cañe-
rías de gas.
Consecuentes con las ideas anteriormente expuestas, la Corte de Ape-
laciones de Talca declaró que un mostrador y estantería formaban parte
de la cosa vendida y pertenecían al comprador por estar adheridos al edifi-
cio, por haber sido construidos por su dueño y por haber estado arrenda-
dos desde entonces para tienda juntamente con la pieza en que se hallaban,
todo lo cual estaba demostrando que esos bienes, aunque muebles por su
naturaleza, debían ser reputados inmuebles, porque estaban destinados
permanentemente al uso de un inmueble. 2

989. En la venta de una casa no se comprende el mobiliario con que se la


guarnece, porque éste no constituye, según la ley, un accesorio del edifi-
cio. De ahí que, salvo pacto en contrario, la venta de una casa no encierre
la de los muebles que contiene. Dado caso que también se incluyeran en
la venta con la frase genérica de "los muebles que la guarnecen" el com-

' BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 317, pág. 3 2 0 ; T R O P L O N G , I, n ú m . 3 2 3 ,


pág. 406.
2
Sentencia 225, pág. 370, Gaceta 1906. tomo I.

760
de l a s o b l i g a c i o n e s d e l \t e n d e d o r

prador tampoco tendría derecho al dinero, a los documentos y papeles, a


las colecciones científicas o artísticas, a los libros y sus estantes, a las meda-
llas, a las armas, a los instrumentos de artes y oficios, a las joyas, a la ropa
de vestir y cama, a los carruajes o caballerías y sus arreos, a los granos,
caldos y mercancías, sino únicamente a las cosas que forman el ajuar de la
casa (artículo 574 del Código Civil).1

990. En la venta de una casa o edificio se comprende también el terreno


en que está construido, aunque las partes no lo digan expresamente. Así
lo ha resuelto, con justa razón, la Corte de Apelaciones de Santiago te-
niendo presente:
"2S Que las casas y heredades se llaman predios o fundos, según se expresa en el
inciso segundo del artículo 568 del Código Civil, y por lo tanto, las casas están
comprendidas en los bienes inmuebles de que trata el inciso primero del mismo
artículo; y 3 2 Que en la escritura sobre que se cuestiona no se ha especificado que
el terreno en que se levanta el edificio, quedaba excluido del convenio, ni se ha
determinado tampoco la renta que debía pagarse por el goce de dicho terreno; y
que esta omisión manifiesta claramente que el demandado cedió el edificio y el
terreno en pago del crédito que se le cobraba". 2
Consideramos que esta resolución se ajusta a los verdaderos principios
legales, porque el Código Civil menciona los edificios entre los bienes in-
muebles y no es de creer que cuando se vende un edificio, que forma un
solo todo con el terreno en que está construido, se entiende excluir de la
venta el terreno. Para que así ocurriera sería menester, como lo dice esa
Corte, que se estipulara expresamente que en la venta no se incluye el
suelo o que se fijara una renta por el goce del terreno que manifestara
que su dominio continuaba radicado en el vendedor.

991. En la venta de una fábrica quedan incluidos los canales que sirven
para traer el agua a la fábrica y para sacarla de ella, puesto que, siendo
movida por fuerza motriz, se comprende que sin tales canales no podría
funcionar ni prestar la utilidad en vista de la cual fue adquirida por el
comprador. Así lo han resuelto los tribunales franceses. Pero si el vende-
dor se sirve de esas aguas para explotar otros predios que ha conservado
en su poder, es evidente que al vender la fábrica no ha tenido la intención
de desprenderse del agua. De ahí que esos mismos tribunales han declara-
do que cuando el vendedor de una fábrica conserva en su poder los terre-
nos adyacentes a ella que se riegan con el agua de esos canales, el
comprador no tiene derecho a la propiedad de esas aguas, sino únicamen-
te al uso de la misma en la cantidad necesaria para la explotación de la
fábrica. 3

1
TROPLONG, I , n ú m . 3 2 3 , p á g . 4 0 8 .
2
Sentencia 1.737, pág. 967, Gaceta 1 8 8 2 .
3
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 317, pág. 3 2 0 ; GUILLOUARD, I, núm. 223,
p á g . 2 5 4 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 8 4 , p á g . 1 8 1 .

761
df. la compraventa y de la promesa de venta

992. La venta de un establecimiento termal comprende, según lo ha re-


suelto la Corte de Casación de Francia en el caso siguiente, el derecho de
usar las aguas que lo constituyen. Vendido un establecimiento termal, o
sea, los establecimientos de baños y de habitaciones para los bañistas, pero
conservando el vendedor el dominio de las fuentes de donde nacía al agua
que los proveía, sucedió que aquél cambió el curso de las aguas para lle-
varlas a un nuevo establecimiento creado por él. El comprador demandó
al vendedor, que fue obligado a indemnizar los perjuicios causados al pri-
mero con ese hecho, a no mantener el nuevo establecimiento, ya que eso
le quitaba la clientela al del comprador y a facilitarle el uso de esas aguas,
desde que el objeto principal de la compra no habían sido precisamente
los establecimientos indicados, sino el agua termal, que era la que los cons-
tituía y les daba vida.1

993. Según el artículo 11 del Código de Minas, son accesorios de una mina
las cosas u objetos destinados permanentemente a su explotación por el
dueño, como las construcciones, máquinas, bombas, instrumentos mineros,
utensilios y animales. Como las minas son inmuebles y como las disposicio-
nes del Código Civil se aplican en materia minera en defecto de disposicio-
nes expresas del Código de Minería, es claro que el artículo 1830 les es
aplicable. Por lo tanto, la venta de una mina comprende, sin necesidad de
estipularlo expresamente, todos los bienes que, según el artículo 11 de ese
Código, se reputan accesorios. Si el vendedor fuera el dueño del suelo en
que ella se encuentra, también comprende la de todas las servidumbres y
anexos que señalan los artículos 62, 7 a , 8 a y 9 a del Código de Minas.
Pero no se incluyen en esa venta, salvo pacto en contrario, porque no
son inmuebles, los animales y objetos empleados en el servicio de las per-
sonas o en el transporte o comercio de minerales o de productos y útiles,
ni las provisiones de explotación, ni los otros objetos personales de los
propietarios o explotantes (artículo 11 del Código de Minas).

994. ¿Se comprenden en la venta de un inmueble aquellas cosas que, siendo


accesorios suyos, se encuentran, sin embargo, separadas de él al tiempo
del contrato?
Para contestar esta pregunta debemos contemplar tres situaciones: 1) si
esas cosas estaban unidas al inmueble y han sido separadas de él momen-
táneamente para volverlas a colocar; 2) si han estado adheridas al inmue-
ble y si se han separado para no reponerlas en su lugar, y 3) si no se
encuentran adheridas íil inmueble, pero han sido traídas por su dueño
con el ánimo de colocarlas en él.
En el primer caso, esas cosas son parte del inmueble, ya que si se han
separado es con el ánimo de volverlas a colocar. 2 De ahí que el artículo
573 diga que esas cosas son inmuebles. Por consiguiente, aunque al tiem-

1
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1059, pág. 864.
s
Digesto, libro XIX, título I, ley 17, núms. 10 y 11 y ley 18,

762
de las obligaciones del \"endedor

po de la venta se encuentren separados del inmueble, también se incluyen


en su venta y el comprador puede exigir su entrega. Tales son los bulbos o
cebollas, los árboles, plantas, etc., que se arrancan para volverlas a plantar;
las lozas o piedras que se desencajan de su lugar para hacer una repara-
ción o construcción con el ánimo de reponerlas; los rodrigones que du-
rante el invierno se sacan de la viña para volverlos a colocar en la primavera;1
las tejas que se sacan para colocarlas una vez hecha la reparación. En igual
situación se encuentran las tejas, ladrillos, maderas, etc., que se hayan se-
parado de la casa por algún accidente o por el tiempo. 2
Las cosas que, al tiempo de la venta, han sido separadas del inmueble
para no reponerlas sino para llevarlas o construir otro edificio no entran
en la venta, aunque antes hayan estado adheridas a él, porque entonces
recuperan su calidad de muebles y abandonan la de inmueble, dice el
artículo 573 del Código Civil. Así, por ejemplo, los árboles, la madera y la
arena extraídos del suelo sin ánimo de volverlos a colocar en su lugar no
se incluyen en la venta.
Finalmente, las cosas que a la época de la venta se encontraban en el
edificio o inmueble para ser colocadas en él, aunque todavía no lo habían
sido al tiempo del contrato, no pertenecen al comprador, porque son mue-
bles y no constituyen un accesorio de la cosa vendida. 3 En este caso están
las tejas, ladrillos, rodrigones, etc., que el vendedor haya llevado a su pro-
piedad para colocarlas en ella, pero que aún no lo han sido.

995. Así como la cosa vendida debe entregarse en el estado en que se


hallaba al tiempo del contrato, del mismo modo sus accesorios deben en-
tregarse en el estado en que entonces se encontraban, no siendo responsa-
ble el vendedor de los deterioros que en ellos se produzcan por causas
ajenas a su acción o voluntad. Si después de la venta sobreviene una peste
que mata a todos o parte de los animales del fundo o sobreviene un tem-
blor que destruye las maquinarias, esos deterioros afectan únicamente al
comprador. Igualmente, si después de la venta aumenta el número de ani-
males por su reproducción, ese aumento es para el comprador, sin que el
vendedor tenga derecho a un aumento de precio. Pero si esos deterioros o
mejoras son imputables a hecho o culpa del vendedor, éste debe, en el
primer caso, indemnizar al comprador, y en el segundo tiene derecho para
que se le devuelvan las mejoras o se le pague su valor.
Fundada en estos principios, la Corte de Apelaciones de Santiago de-
claró que el vendedor que se había reservado la entrega de la finca vendi-
da para un plazo determinado no podía gozar de sus accesorios en términos
de destruirlos o en forma diversa de la señalada por la ley, y si así lo hacía
estaba obligado a indemnizar los peijuicios al comprador; de modo que,

' Partida V, título V, ley 31.


2
Partida V, título V, ley 28.
s
Digesto, libro XIX, título I, ley 17, núms. 5, 10 y 11, ley 18, núm. 1; Partida V, título V,
leyes 28 y 31.

763
df. la compraventa y de la promesa de venta

tratándose de un bosque o de árboles, como era el caso fallado, el vende-


dor que se ha reservado la entrega para más tarde, no podía explotarlos
en forma que esa explotación equivaliera a su destrucción y sólo podía
hacerlo de acuerdo con las reglas que el Código Civil señala para los po-
seedores de buena fe y para el propietario fiduciario, esto es, dejándole a
los árboles los pies necesarios para que puedan retoñar. 1

996. ¿Si de la venta de una finca se excluyen ciertas plantaciones queda


excluido también el terreno en que se encuentran? Esta es una cuestión
de hecho que debe resolver el juez, según las circunstancias y según la
naturaleza de las plantaciones, porque hay algunas que sin el terreno no
sirven de nada, como ocurre con las viñas, los árboles frutales, etc., pues
prestan utilidad estando plantadas, en tanto que hay otra, como los bos-
ques, las chacras que prestan su utilidad una vez separadas del suelo. Pero
en la duda creemos que también debe considerarse excluido de la venta el
terreno en que se hallan las plantaciones que se exceptúan, porque según
los artículos 568 y 569 del Código Civil, las plantas y árboles, mientras
adhieren al suelo, son inmuebles, de manera que forman con él un solo
todo, por cuyo motivo el uno comprende a los otros y viceversa. La Corte
de Apelaciones de Santiago, fundada en análogos principios, y atendiendo
muy principalmente a la intención de las partes, declaró que, al excluirse
de la venta de una finca, las viñas que en ella había, se entendió excluir el
terreno en que se encontraban. 2
Igualmente, cuando se venden ciertas plantaciones, creemos que, en la
duda, debe optarse porque también se incluye en la venta el terreno en
que se hallan, sin peijuicio, naturalmente, de atender, ante todo, a la in-
tención de las partes, a la naturaleza de aquéllas y al objeto de la compra.

997. El vendedor de un inmueble no está obligado a entregar al compra-


dor, a menos de estipularse lo contrario, los títulos que acreditan su domi-
nio y el de sus antecesores, por cuanto ellos no figuran entre los accesorios
a que se refiere el artículo 1830 del Código Civil, desde que no están
destinados al uso, cultivo o beneficio del inmueble. Por otra parte, con la
entrega de esos títulos no se transfiere ni la posesión legal ni la posesión
material de la cosa vendida, por lo que el vendedor tampoco podría estar
obligado a hacer esta entrega a fin de dar por cumplida su obligación. La
misma doctrina ha sido sustentada por la Corte de Apelaciones de La Se-
rena que desechó una demanda en que el comprador de una media barra
de una mina pedía que se obligara al vendedor a entregarle el título por el
cual éste la había adquirido, a su vez, considerando que para la validez de
un contrato de venta de minas por escritura pública no se requiere ni se
perfecciona con la entrega del título del vendedor, pues éste sólo tiene
lugar en la transmisión de un crédito personal. 3

1
Sentencia 455, pág. 373, Gaceta 1899, tomo II.
2
Sentencia 2.925, pág. 1753, Gaceta 1885.
s
Sentencia 219, pág. 165, Gaceta 1884.

764
de las obligacion es del vendedor

998. ¿Está obligado el vendedor de una propiedad que se encuentra so-


metida a un litigio con el detentador o supuesto propietario de ella a
conferir poder al comprador para que éste continúe el juicio? La negati-
va ha resuelto, muy acertadamente, la Corte de Apelaciones de Concep-
ción, como puede verse en el fallo que se transcribe y que ahorra todo
comentario al respecto, ya que en él se dan las razones que aconsejan
adoptar esta opinión. He aquí el caso fallado por ese tribunal. La familia
Quital Llanca vendió a Marcos Rebolledo una propiedad sobre la cual
pretendía derechos un señor Ferreira, con quien litigaba aquélla. La venta
se hizo considerando la propiedad como un cuerpo cierto y determina-
do y no como un bien litigioso. El comprador, a causa del litigio, no
pudo inscribir la compra, por cuyo motivo demandó al vendedor a fin de
que le confiriera un poder para litigar en contra de Ferreira a lo que se
opuso el vendedor. La Corte mencionada, confirmando la sentencia de
primera instancia, dijo:
"Considerando: I a Q u e no emana precisamente de la naturaleza del contrato
de compraventa, ni pertenece a él por la ley o la costumbre la obligación que
dice el d e m a n d a n t e tiene el vendedor de otorgar poder al comprador para
litigar por la propiedad o d o m i n i o de la cosa vendida; 2 S Que en el caso que el
v e n d e d o r no haga entrega de la cosa vendida, el comprador puede hacer uso
de las acciones que señala el artículo 1826 del Código Civil, sin que por dispo-
sición alguna le dé d e r e c h o para obligar al vendedor a litigar por la propiedad
o d o m i n i o de la cosa vendida, ni m u c h o m e n o s para obligarle a conferirle
p o d e r c o n este mismo objeto; 3 Q Q u e en el caso presente, estimándose a los
vendedores c o m o verdaderos d u e ñ o s de la cosa vendida y d e b i e n d o reputárse-
les actualmente c o m o tales d u e ñ o s con respecto a d o n Marcos Rebolledo, por
cuanto no está inscrita la escritura de compraventa celebrada entre éste y ellos,
por lo cual a ellos solo les toca decidirse a litigar o no con Ferreira". Y declaró
sin lugar la demanda, sin perjuicio de otras acciones que pudieran correspon-
der al comprador. 1
El vendedor tendría esta obligación solamente si así lo convinieran las
partes; pero en tal caso no emanaría de la ley ni de la naturaleza del con-
trato, sino de su voluntad.

999. Entre los accesorios del inmueble vendido hay algunos que no con-
sisten precisamente en cosas corporales, sino en bienes incorporales. Tales
son los derechos y acciones que por la venta se transfieren al comprador.
Estos derechos pueden ser de dos clases: unos que se transfieren al com-
prador conjuntamente con la cosa vendida, sin necesidad de estipulación
al respecto, y otros que no se entienden transferidos sino mediante un
pacto expreso.

1000. El vendedor está obligado a entregar los primeros, ya que son los
únicos que constituyen accesorios de la cosa vendida en la verdadera acep-

1
Sentencia 1.201, pág. 726, Gaceta 1885.

765
df. la compraventa y de la promesa de venta

ción de esta palabra. Estos derechos se entienden transferidos al compra-


dor sin necesidad de estipulación especial.1 Se transfieren por el solo efec-
to de la venta. Son tales, aparte del dominio y de las servidumbres de que
ya nos ocupamos, todas las acciones y derechos que emanan de la calidad
de propietario o de poseedor de la cosa y que se refieren a ésta, como ser,
las que lo habilitan para demandar la cosa de quienes la detenten, dere-
chos y acciones que se entienden transferidos, ha dicho la Corte Suprema,
aun cuando en el contrato se haya expresado que lo que se vendió fueron
las acciones y derechos que tenía el vendedor sobre la cosa vendida, ya
que sin una limitación expresa consignada en aquél, en esa expresión se
comprenden naturalmente todas las acciones y derechos del vendedor, sin
excepción alguna, y capacitan, por lo tanto, al comprador para ejercitar-
los, a su vez, en toda su extensión y contra toda persona. 2
Entre los derechos que se transfieren al comprador sin necesidad de
pacto expreso figura también la acción que tiene el propietario de un
edificio, en virtud del número 3 a del artículo 2003 del Código Civil, contra
el ingeniero o arquitecto que lo construyó y que dura diez años, porque es
un accesorio de la cosa vendida, puesto que habilita al comprador para
hacerla reparar en los casos en que amenace ruina por causas imputables
al hecho o culpa del constructor. Así lo han resuelto las Cortes de Lyon y
de Rennes. 3 Por consiguiente, si el propietario vende un edificio mientras
esa acción está pendiente, ya que si se ha extinguido no se transfiere por-
que no puede venderse lo que no existe ni existirá, el comprador puede
hacer uso de ella en el tiempo que falte para completar el plazo de diez
años.

1001. Son derechos de la segunda clase, derechos que el comprador no


puede ejercerlos sino en virtud de una cesión especial que debe hacer el
vendedor, quien, por otra parte, tampoco está obligado a cederlos, los
siguientes:
1) El derecho que compete al vendedor para exigir daños y perjuicios
por la corta y sustracción de árboles que, con anterioridad a la venta, haya
ejecutado un tercero en el inmueble vendido. El comprador no puede exi-
gir esa indemnización sino cuando el vendedor le haya cedido formalmente
esa acción. Tal es la doctrina sustentada por la Corte de Burdeos, que acep-
tamos íntegramente, desde que esos perjuicios sólo han dañado al vende-
dor, puesto que se causaron cuando él era el único dueño de la cosa.4
2) El derecho que tiene el vendedor de una finca contra el Fisco, la
Municipalidad o un particular para hacerse pagar la parte de terreno que
haya sido expropiada antes de la venta, por cuyo motivo el comprador no

' FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1069, pág. 864.


1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XIII, sec. I-, pág. 1.
3
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 2 8 , p á g . 2 5 8 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 8 6 , p á g . 1 8 3 ; AUBRY E T RAU,
Y, pág. 68, nota 19, núm. 4S.
4
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 1071 y 1072, pág. 864.

766
de las obligaciones del \"endedor

puede exigir ese valor sino mediante una cesión expresa al respecto. Esta
doctrina ha sido establecida por la Corte de Casación de Francia y se ajus-
ta a los verdaderos principios legales, porque cuando se hizo la expropia-
ción, el dueño era el vendedor y como ese terreno no entró en la venta, el
comprador no ha podido adquirir un derecho relativo a él por el hecho
de habérsele enajenado otra porción del mismo terreno.
3) El derecho que corresponde al vendedor de una finca contra la
persona que, a su vez, se la vendió a él, proveniente de la inejecución de
una cláusula del contrato de venta que no estableció un derecho de servi-
dumbre, sino una obligación de hacer a cargo de aquélla (obligación de
impedir que los adquirentes de la porción de terreno que quedaba en su
poder hicieran construcciones en cierto radio). Desde que aquí se trata de
un derecho personal, como es el que emana de toda obligación de hacer,
es claro que pertenece a aquel en cuyo favor se ha establecido. De ahí que
si el vendedor no lo cede expresamente al comprador, ha dicho la Corte
de Casación mencionada, éste no puede ejercitarlo. 1
4) Las acciones eminentemente personales que competan al vendedor
contra su antecesor o contra un tercero que, por ser establecidos en favor
y beneficio exclusivo de la persona del vendedor, no puede ejercerlas el
comprador sino mediante una cesión expresa hecha por aquél.
5) La acción de nulidad relativa que corresponda al vendedor con arre-
glo a la ley. Esta acción pertenece a la persona en cuyo favor se ha estable-
cido o a sus cesionarios, de manera que para que el comprador pueda
entablarla es menester que el vendedor se la ceda expresamente en el
contrato, sin que esa cesión se pueda entender hecha por la circunstancia
de haberse dicho en la venta que el vendedor faculta al comprador para
que tome posesión de la propiedad con todos sus derechos, usos y servi-
dumbres, tanto porque dicha cesión debe hacerse en forma expresa, como
porque el alcance de esa cláusula no es otro que hacer referencia, aunque
innecesaria, a las cosas que, según la ley, se comprenden naturalmente en
la venta. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Concepción. 2

2a ACCESORIOS EN LAS VENTAS DE MUEBLES

1002. Así como en los inmuebles es fácil determinar cuáles son sus acceso-
rios, desde que hay una regla fija para ello, en los muebles esta determinación
es muy difícil, tanto porque son raros los casos de muebles con accesorios,
como por la dificultad que hay en precisar lo que constituye propiamente el
accesorio. Por regla general, estos forman parte de la cosa misma, de modo
que sin ellos cambia de valor y aun de importancia, pues el accesorio ha sido
uno de los motivos más determinantes del contrato como ocurre con la razón

1
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1070, pág. 864.
2
Sentencia 2.810, pág. 447, Gaceta 1897, tomo II.

767
df. la compraventa y de la promesa de venta

social o con el nombre de un almacén. La determinación de los accesorios de


la cosa vendida en materia de muebles es una cuestión de hecho que resolve-
rá el juez, según la voluntad e intención de las partes, según las circunstancias
y según la prueba rendida. Como ofrece cierto interés en la venta de estableci-
mientos comerciales, le dedicaremos algunos párrafos.

1003. ¿Cuáles son los accesorios que se comprenden en la venta de un


establecimiento comercial? Baudry-Lacantinerie dice que esta venta com-
prende no sólo las mercaderías que existen en el almacén sino todo aque-
llo que puede retener o llamar la clientela, tales como el nombre o rótulo,
la marca, el derecho de servirse del nombre del vendedor llamándose su
sucesor y aun los libros de contabilidad. 1 La jurisprudencia francesa se ha
pronunciado en el mismo sentido y creemos que está en la razón, porque
el comprador al adquirir un almacén lo hace para lucrar y ganar dinero.
Siendo esos accesorios un medio que facilita este objeto, es indudable que
ha tenido la intención de comprarlos y en muchos casos serán ellos quie-
nes lo determinarán a contratar.

1004. El nombre de un almacén o establecimiento de comercio es uno de


sus accesorios esenciales, ya que es lo que sirve para darlo a conocer al públi-
co; de modo que queda incluido en la venta de aquel, aun cuando las partes
no lo estipulen expresamente. Para que no se comprenda en ella es necesa-
rio un pacto expreso que así lo disponga. Estas ideas han sido ampliamente
corroboradas por un fallo de la Corte de Apelaciones de Santiago que decla-
ró, hace años, que en la venta de un establecimiento comercial se compren-
de el nombre por el cual es conocido, en virtud de estas consideraciones:
"l s Que el nombre de un establecimiento comercial y la clientela formada en él
constituye una parte muy considerable de su valor e importancia; 2 Q Que por este
motivo, cuando se transmite por medio de algún contrato oneroso, sin la restric-
ción expresa de no poder continuar usando el mismo nombre, debe entenderse
que entra también en el contrato el derecho de usarlo".2
Las Cortes francesas de París, Caen, Angers y Rennes han establecido
análoga doctrina. 3 Según esto, si el nombre del establecimiento comercial
está registrado en la Sociedad Nacional de Agricultura, el vendedor, aun-
que nada se estipule al respecto, debe transferírselo al comprador en la
forma que ordena la ley respectiva y el comprador tiene acción para exigir
esa entrega, porque siendo un accesorio de la cosa vendida y debiendo
entregarse junto con ella, pesa sobre aquel la obligación de poner al com-
prador en situación de usar ese nombre y de la única manera en que éste
puede usarlo en el caso de hallarse registrado en esa Sociedad es transfi-
riéndoselo con arreglo a dicha ley.

1
De la vente, núm. 320, pág. 321.
2
Sentencia 1 . 2 8 3 , pág. 5 7 5 , Gaceta 1 8 7 5 .
5
AUBRY ET RAU, V, pág. 6 8 , nota 1 9 , núm. 7 9 ; FUZIER-HERMAN, tomo 20, Enseigne, núm.
73, pág. 641; tomo 36, Vente, núm. 1075, pág. 865.

768
de las obligaciones del \ tendedor

Desde que el nombre de un establecimiento comercial es un accesorio


de éste y no del inmueble en que está ubicado, es claro que cuando el
inmueble se vende separadamente del establecimiento ese nombre no se
comprende en la venta y, a la inversa, queda incluido en ella cuando se
vende el establecimiento solo o conjuntamente con el inmueble en que está
situado. Así, si un comerciante que es propietario del inmueble en que se
halla instalado su almacén vende el terreno pero sigue en la misma propie-
dad, como arrendatario, atendiendo ese almacén, continúa siendo dueño
de su nombre, pues no se ha incluido en la venta. El comprador del inmue-
ble no tiene sobre él derecho alguno y el vendedor podrá llevarlo consigo si
cambia la ubicación de su almacén y cederlo a quien adquiera éste.1 Esta
doctrina ha sido establecida por las Cortes de Angers y de Burdeos. 2 La
consideramos muy aceptable, porque al decir que el nombre del almacén se
transfiere conjuntamente con éste, no nos referimos a la tela o plancha en
que está escrito, sino a esa entidad inmaterial que lo da a conocer de una
manera especial y única ante el público y que sirve para distinguirlo de los
demás. Siendo el nombre un accesorio del almacén y no del edificio a que
está adherido es lógico que siga la suerte del primero y no del segundo.
Cedido el nombre del almacén, sea por convención expresa o por no
haberse exceptuado de la venta de aquel, el vendedor no puede poner ese
nombre a otro almacén que establezca si está registrado en la Sociedad
Nacional de Agricultura porque la propiedad del nombre es exclusiva y si
el vendedor lo usare, no obstante haberlo transferido, cometería una de-
fraudación que sería castigada con arreglo a la ley respectiva. Pero si ese
nombre no está registrado en esa Sociedad, el vendedor puede ponerlo a
un nuevo almacén, ya que no hay ninguna disposición que se lo prohiba, a
menos que las partes estipulen lo contrario.

1005. La Corte de Lyon ha declarado que el comprador de un almacén


puede usar el nombre del vendedor, pero que ese uso no puede ir más allá
del tiempo necesario para que el nuevo comerciante se acredite ante el
público y se forme una clientela, pues el nombre de una persona es ina-
lienable y el uso que de él puede hacer otro individuo es anormal y debe
limitarse.3 Aceptamos de lleno esta doctrina, porque el nombre del comer-
ciante vendedor puede ser uno de los móviles que hayan inducido al com-
prador a adquirir el almacén y con el uso de ese nombre aquel no se perjudica
en nada. Por eso rechazamos la opinión de Baudry-Lacantinerie que cree
que el comprador de un almacén sólo puede usar el nombre del comercian-
te vendedor siempre que éste lo autorice expresamente para ello, sin que
pueda reclamar ese uso como un derecho anexo a la cosa que compra. 4
1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 3 2 0 , p á g . 3 2 1 ; GUILLOUARD, I, n ú m . 2 3 1 ,
pág. 260; 90, p á g . 124.
HUC, X, n ú m .
2
pág. 1 6 5 5 ; FUZIER-HERMAN, tomo 20, Enseigne, núms. 7 6 y 77, pág. 6 4 1 .
ROGRON, II,
3
ROGRON, II, pág. 1665; GUILLOUARD, I, núm. 232, pág. 260; FUZIER-HERMAN, tomo 20,
Enseigne, núm. 75, pág. 641; tomo 36, Vente, núms. 1079 y 1080, pág. 865; BÉDARRIDE, núm.
18, pág. 31.
4
De la vente, núm. 320, pág. 322.

769
df. la compraventa y de la promesa de venta

Pasado el tiempo necesario para que el comprador se acredite ante el


público y se forme su clientela, es decir, realizado el objeto para el cual se
cedió el nombre, el vendedor o sus herederos tienen derecho para prohi-
bir al comprador que lo siga usando en lo sucesivo. La apreciación de si el
comprador necesita o no seguir usando el nombre del vendedor queda al
soberano arbitrio del juez, quien procederá, en este caso, en conformidad
a las circunstancias y a la prueba rendida.
La Corte de Apelaciones de Santiago ha sancionado también esta doctri-
na declarando que en la venta de un almacén o establecimiento comercial
se comprende el derecho de usar el nombre del vendedor, pues la sentencia
a que más arriba nos referimos contempla precisamente este caso, ya que el
nombre que era materia de litigio era el propio nombre de aquel.1

1006. Pero si el comprador no puede usar durante un tiempo ilimitado el


nombre del vendedor, puede, sin embargo, hacerse llamar su sucesor por
todo el tiempo que quiera, sin limitación alguna y sin que aquél pueda
impedírselo, sea en el rótulo del almacén, en las circulares, marcas, etc.
Tiene derecho para llamarse sucesor del vendedor, pues su objeto al ad-
quirir el almacén ha sido lucrar con él y no hará nada mejor para conse-
guir este resultado que aprovecharse de la honorabilidad del vendedor.
Esto constituye su mejor rédame. 2 Es muy razonable que el comprador
pueda hacerse llamar sucesor del vendedor sin limitación de tiempo, a la
inversa de lo que ocurre con el nombre, ya que llamarse sucesor no impor-
ta el uso directo del nombre, sino el recuerdo que se hace de un hecho
que no ha dejado de ser exacto, como dice Baudry-Lacantinerie y esto no
lo peijudica en nada. 3 La Corte de Casación de Francia ha ido aún más
lejos en esta materia, pues ha dicho que el comprador puede hacerse lla-
mar el sucesor del vendedor aun cuando éste se reserve uno de los artícu-
los de su comercio para negociar con él.4

1007. Para decidir si en la venta de un establecimiento comercial se com-


prenden las marcas que indican el origen y calidad de las mercaderías que
en él existen o se fabrican, es menester distinguir dos casos, como lo hace
Baudry-Lacantinerie: 1) si la marca es una indicación arbitraria, un nom-
bre de fantasía por el cual un fabricante individualizó sus productos, es un
accesorio del establecimiento y se vende con él; 2) si la marca indica, por
el contrario, el lugar donde se fabrican las mercaderías y atestigua su ori-
gen, no es un accesorio de aquél sino de la fábrica en que se produce y no
se comprende en la venta del establecimiento comercial sino cuando se
vende j u n t o con la fábrica o cuando debe ser explotado en ella.5

1
Sentencia 1.283, pág. 575, Gaceta 1875.
- GUILLOUARD, I , n ú m . 2 3 2 , p á g . 2 6 0 .
5
De la vente, núm. 320, pág. 322.
4
FUZIER-HEFLMAN, tomo 36, Vente, núm. 1077, pág. 865.
5
BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 320, pág. 322.

770
de las obligaciones del \"endedor

En el primer caso la marca individualiza la mercadería en cuanto a la


persona del comerciante que la vende, no en cuanto a su origen y fabrica-
ción. Esa marca es patente de seriedad de su almacén, pertenece a él y se
cede con él. En el segundo caso, la marca no individualiza la mercadería
desde el punto de vista del comerciante sino del que las fabrica y atestigua
su calidad y su origen en atención al fabricante; de modo que pertenece a
éste. Un almacén de paños tiene como marca de fábrica la letra "A" y
como marca del comerciante que los vende, la palabra "Americano". Si se
vende el almacén, en la venta se comprende únicamente esta última mar-
ca, mas no la otra que no es del almacén sino de la fábrica. Ella se transfie-
re con ésta; sólo en caso que el almacén y la fábrica se vendan conjunta-
mente el comprador podría usar la marca "A", no por adquirir el almacén
sino por haber comprado la fábrica de la cual es un accesorio.

1008. Además de los accesorios indicados que se comprenden en la venta


de un establecimiento comercial podemos agregar los libros de contabili-
dad, puesto que si el negocio va a continuar funcionando será menester
conocer su estado antes de la venta, desde que las operaciones practicadas
entonces continuarán en vigor o mejor dicho, se liquidarán después del
contrato. Por lo demás, esos libros indican el estado económico del esta-
blecimiento y sirven para administrarlo, por lo que le pertenecen. Son sus
accesorios inseparables. La Corte de París se ha pronunciado en el mismo
sentido. 1
Huc agrega a los accesorios que se incluyen en la venta de un estableci-
miento de comercio el derecho de aprovecharse de las medallas y otras
distinciones que hayan sido acordadas en las exposiciones en atención a la
casa de comercio. Pero las que tienen un carácter netamente personal no
se comprenden, pues son intransferibles. 2
Si nada se estipula en el contrato sobre la patente industrial o comer-
cial que, según la ley, debe tener todo establecimiento de comercio, cree-
mos que también se comprende en la venta, porque es un accesorio suyo
destinado a su uso y sirve para su explotación. Esto no se refiere a las
patentes alcohólicas que, como dijimos, son intransferibles. Pero si el al-
macén que se vende no tiene patente, porque aún no se ha sacado, el
vendedor no está obligado a darla al comprador, puesto que no es un
accesorio.

1009. ¿En la venta de un establecimiento comercial se comprende su clien-


tela, es decir, por el hecho de esa venta queda incapacitado el vendedor
para instalar o ejercer una industria o comercio análogo al que se dedica
el establecimiento vendido?
Entre las cosas que no se podían vender señalamos la clientela de un
comerciante por ser algo que no le pertenece y que no depende de su

1
AUBRY ET RAU, V, pág. 68, nota 19, núm. 7.
2
HUC, X, núm. 90, pág. 125.

771
df. la compraventa y de la promesa de venta

voluntad disponer de ella. Se agregó que por la venta de la clientela debía


entenderse la prohibición impuesta al vendedor de ejercer una industria o
comercio análogo al que ejerce el establecimiento vendido, puesto que, de
no ser así, podría impedir al comprador tomar la misma clientela de que
gozaba ese establecimiento, desde que el vendedor se la llevaría al que
abriera en razón de ser más conocido que aquél. 1 Por este motivo, la pre-
gunta aquí formulada tiene por objeto saber si en la venta de un estableci-
miento mercantil va incluida esa prohibición para el vendedor.
Ella puede pactarse libremente, pues no tiene nada de ilícito ni de
contrario al orden público. Es claro que si se pacta el vendedor debe abs-
tenerse de ejercer una industria similar, porque todo contrato es una ley
para los contratantes. Si viola esa prohibición el comprador puede pedir la
resolución del contrato con indemnización de peijuicios o el cumplimien-
to de lo estipulado, esto es, la clausura del nuevo almacén y el pago de la
multa convenida. Así lo han declarado la Corte Suprema 2 y las Cortes de
Apelaciones de Iquique 3 y de Valdivia.4 Pero esta prohibición no puede ser
absoluta, no puede referirse a todo lugar y a toda industria. Si así se estipu-
lara sería nula por ir contra lo que establecen la Constitución y las leyes.
Sólo puede limitarse a cierto comercio o industria y a cierto lugar que, de
ordinario, serán el comercio que se ejerce en el almacén vendido y el
lugar en donde éste se encuentre ubicado, desde que su objeto es evitar la
concurrencia que pudiera hacerse al comprador. Por las mismas razones,
cuando la prohibición consiste en evitar que el vendedor ejerza una indus-
tria o comercio análogo al que se hace en el almacén que vendió, no
puede impedírsele que ejerza cualquier otro diferente de aquél. Si el ven-
dedor tenía un hotel y se compromete a no instalar otro hotel, nadie pue-
de impedirle que instale un teatro, un almacén o una tienda. Al hacerlo,
no violaría el contrato, pues la prohibición no se refiere a estos negocios.
Finalmente, como ésta es una excepción o limitación a la libertad de tra-
bajo e industrias, debe entenderse siempre en sentido restrictivo.
Pero la duda se presenta cuando las partes no han estipulado en la
venta la prohibición de que el vendedor ejerza un comercio similar al que
se vende. En tal caso, ¿esa obligación queda tácitamente subentendida en
la venta del establecimiento mercantil? Varias opiniones hay sobre el parti-
cular.5 Nosotros creemos que no se subentiende en la venta de un estable-
cimiento de comercio, porque la libertad de comercio e industria es de

' Véase núm. 196, Ns 12, pág. 171 de esta Memoria.


¡
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IX, sec. I a , pág. 325.
5
Sentencia 766, pág. 13, Gaceta 1911, tomo II.
4
Sentencia 1.100, pág. 640, Gaceta 1911, tomo II.
5
Véase sobre esta materia: BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 363, pág. 368; núm.
3 6 4 , p á g . 3 6 9 ; n ú m . 3 9 5 , p á g . 4 0 2 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 8 5 , p á g . 1 8 2 ; AUBRY E T RAU, V ,
pág. 76; GUILLOUARD, I, núms. 329 a 334, págs. 347 a 353; FUZIER-HERMAN, tomo 22, Fonds
de commerce, núms. 148 a 195, págs. 845 a 848; Huc, X, núms. 112 y 113, págs. 156 a 159;
BÉDARRIDE, n ú m . 1 9 , p á g . 3 2 ; PARDESSUS, I , n ú m . 2 7 1 , p á g . 1 8 6 .

772
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

derecho público y no puede limitarse sino por la ley o por el contrato y


como aquí esa limitación no emana ni de una ni de otro, es indudable que
no queda comprendida por sí sola en la venta. De modo que si en ésta
nada se dice sobre el particular, el vendedor puede instalar un nuevo al-
macén análogo al que vendió, sin que el comprador pueda impedírselo.
Podemos decir, en conclusión, que, salvo pacto expreso sobre el parti-
cular, en la venta de un establecimiento de comercio no queda incluida la
prohibición relativa a que el vendedor ejerza una industria o comercio
similar al que se ejerce en el almacén que vendió.

1010. ¿Tiene derecho el comprador de un edificio que carece de salida


directa a la calle y que va a destinarlo a tienda o almacén para exigir del
vendedor que conserva la parte del edificio que da a la calle, que le permi-
ta colocar el rótulo de su tienda o almacén en la muralla que da a aquélla,
aunque nada se haya estipulado al respecto? El caso se presentó ante la
Corte de Rouen que se pronunció por la afirmativa. Si el propietario ven-
dió su casa para un uso comercial o industrial, dice Guillouard, ha debido
tener presente que al mismo tiempo cedía al comprador el derecho de
hacer conocer su comercio o industria colocando un rótulo en el único
lugar en que pudiera verlo el público y que no era ni podía ser otro que la
pared que da a la calle del inmueble que no se había vendido, ya que la
propiedad que el comprador había adquirido no daba a la calle y sólo se
llegaba a ella pasando por la que conservaba el vendedor. 1 El lugar y las
dimensiones del rótulo se calcularán de manera que no perjudiquen al
vendedor, respetándose la propiedad que éste ha conservado sobre la pro-
piedad que da a la calle, todo lo cual se determinará por los tribunales en
caso de discusión.

1011. La doctrina y la jurisprudencia francesas están contestes en afirmar


que el comprador de mercaderías u objetos que se producen en una fábri-
ca que reviste ordinariamente sus artículos de una marca o sello destinado
a individualizarlos puede rehusar esas mercaderías u objetos si no llevan
dicha marca. 2
"La marca, en este caso, dice Guillouard, es el accesorio necesario de
los objetos vendidos; aumenta el precio, pues indica su calidad a los terce-
ros. No habrá lugar, en consecuencia, a una reducción del precio, sino a la
resolución del contrato, pues la cosa vendida no es la que el comprador
tuvo en vista al contratar." Aceptamos esta doctrina, porque aquí, sobre
todo si las mercaderías se compran para revenderlas, es su calidad y ori-
gen, que se conocen por la marca, los que han determinado al comprador
a adquirirlas. Si carecen del medio que acredita ese origen y calidad, tal
móvil no puede existir. La marca, en tal hipótesis, es algo de la esencia de
la cosa vendida.
1
I, núm. 233, pág. 264.
- GUILLOUARD, I , n ú m . 2 3 4 , p á g . 2 6 2 ; H u c , X , n ú m . 8 6 , p á g . 1 1 9 , BAUDRY-LACANTINE-
RIE, núm. 321, pág. 322.

773
de la compraventa v df. la promesa de venta

1012. La venta de una nave, además del casco y de la quilla, comprende


sus aparejos. Se entienden por aparejos los palos, botes, anclas, cables,
jarcias, velamen, mástiles, vergas y todos los demás objetos fijos o sueltos
que, sin formar parte de la nave, son indispensables para su servicio, ma-
niobra y navegación (artículos 823 y 824 del Código de Comercio). Pero
no entran en esa venta ni el armamento, vituallas, flete devengado y sala-
rios anticipados de la tripulación, porque estos no son aparejos ni tampo-
co accesorios de la nave. Naturalmente si ésta es de guerra, el armamento
es esencial y tiene que comprenderse en la venta.

1013. La Corte de Rouen ha declarado que en la venta de un caballo se


comprende el cordel o lazo necesario para conducirlo y que el vendedor
está obligado a entregarlo; pero no se incluyen en ella ni la silla ni los arne-
ses.1 No vemos, en realidad, los motivos que haya tenido ese tribunal para
distinguir entre unos y otros y menos aún los que lo indujeron a incluir en
la venta ese cordel o lazo. Por nuestra parte, creemos que éste no se com-
prende en esa venta, porque no pertenece al caballo ni es esencial para su
servicio y uso y al comprador incumbe buscar los medios necesarios para
asegurar su conducción y custodia. En lo que estamos de acuerdo con ese
tribunal es en lo relativo al pedigrí que el vendedor está obligado a entregar
al comprador cuando aquél es fino o de sangre, pues el pedigrí es necesario
para conocer la calidad y genealogía del caballo, que es precisamente lo que
le da valor; es, en buenas cuentas, uno de sus accesorios esenciales.2

1014. Según el artículo 1906 del Código Civil, la cesión de un crédito


personal lleva consigo la de todas sus fianzas, privilegios e hipotecas, por-
que son sus accesorios, ya que sirven para garantirlo. Pero no se compren-
den las excepciones personales del cedente.

1015. La venta de acciones de una sociedad anónima lleva consigo la de


los dividendos no acordados y que, en lo sucesivo, se paguen. Así lo ha
resuelto la Corte de Apelaciones de Santiago. 3 Desde que las acciones sir-
ven para obtener un beneficio pecuniario y desde que éste se obtiene con
el pago de los dividendos, es claro que el principal objeto que se persigue
al comprarlas es tener derecho a los dividendos que produzcan. Además
ellos son el producto de las acciones, de modo que pertenecen a su due-
ño. Es lógico, entonces, que el comprador tenga derecho para que se le
paguen en lo sucesivo todos los dividendos que produzcan y que se acuer-
den por la sociedad después de la venta.
Si los dividendos se han acordado o devengado antes de la venta, aun-
que no se hayan percibido, pertenecen, salvo pacto en contrario, al vende-

' FUZIER-HERMAN, tomo 36, núm. 1083, pág. 865; TROPLONG, I, núm. 323, pág. 412.
2
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 324, pág. 325.
3
Sentencia 6.336, pág. 769, Gaceta 1900, tomo II.

774
de las obligaciones del vendedor

dor, en virtud del inciso 2 a del artículo 116 del Código Civil. Así lo ha
declarado también la Corte antes mencionada.

1016. La venta de un cuadro u obra de arte, ¿confiere al comprador el


derecho de reproducirla? He aquí una cuestión muy discutida y que dio
origen a un ruidoso debate en los Tribunales franceses con ocasión de la
venta que el pintor Gros hizo al Senado Conservador, en 1810, del famoso
cuadro La Batailk des Pyramides para ser colocado en la Galería de Versailles.
Tres opiniones se han manifestado sobre el particular. Trataremos de
exponerlas brevemente.
Según unos, y esta es la doctrina de la Corte de Casación de Francia,
la venta de un cuadro o de una obra de arte, sin reserva expresa, trans-
fiere al comprador el derecho exclusivo de reproducirla, pues éste se
considera como un accesorio de ella que sólo puede separársele mediante
una convención formal. 1 Apoyan esta opinión Huc, 2 Baudry-Lacantinerie, 3
Guillouard 4 y Aubry et Rau. 5
Según otros, en toda obra artística hay dos propiedades distintas: una
que comprende la obra misma y otra que comprende el derecho de repro-
ducirla. Cada una es diversa y se transfiere separadamente sin que la ce-
sión de una importe la de la otra, que subsiste siempre en poder del
vendedor.
Entre ambas opiniones extremas se levanta una intermedia formulada
por Rubén de Couder. Según ella la venta de una obra de arte importa
únicamente la de la obra misma y no la del derecho de reproducirla que
pertenece al vendedor o artista; pero el comprador que la ha adquirido
para ser su dueño exclusivo no puede permitir que el artista vendedor la
reproduzca. De ahí que si el comprador no estipula expresamente la ce-
sión del derecho de reproducirla, no lo adquiere; y si el vendedor no se
reserva en forma expresa ese derecho, tampoco puede ejercitarlo, lo que,
en buenas cuentas, significa que la venta de un cuadro u obra de arte trae
como consecuencia la pérdida para ambas partes y, por lo tanto, para todo
el mundo del derecho de reproducirla. La única excepción que su autor
consagra a esa regla es cuando la venta se hace a un industrial que se
dedica a hacer reproducciones, porque entonces es lógico suponer que si
se han vendido la obra es para que sea reproducida.
La primera opinión se basa en que la persona que adquiere un cuadro
o una obra de arte cualquiera quiere ser su único y exclusivo propietario e
impedir que otro pueda tener una análoga, ya que esto la desvalorizaría. Si
el vendedor conservara el derecho de reproducción, aquella disminuiría
de valor, porque el mérito de los cuadros, esculturas y obras de arte en

1
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1082, pág. 865.
2
Tomo X, núm. 91, pág. 125.
3
De la vente, núm. 323, pág. 324.
4
1, núm. 235, pág. 262.
5
V, núm. 8, pág. 68, nota 19.

775
de la compraventa v df. la promesa de venta

general, consiste en su rareza y escasez. Por este motivo, el derecho de


reproducirla es un accesorio suyo. Si el vendedor la enajena, esa enajena-
ción es íntegra y comprende, como dice Baudry-Lacantinerie, todos los
derechos que sobre ella tenía, pues el cuadro u obra de arte ya no le
pertenece. Los fundamentos de esta doctrina que, en nuestro sentir, es la
verdadera, se encuentran consignados en forma admirable en los conside-
randos de la sentencia de la Corte de Casación de Francia pronunciada en
el asunto antes mencionado.
He aquí el caso en que recayó ese fallo. El Senado Conservador de
1810 encargó al Barón de Gros la pintura del famoso cuadro La Batailk des
Pyramides para colocarlo en la Galería de Versailles. Al mismo tiempo que
el Barón Gros vendía su cuadro a esa institución, cedía a Mr. Vallot el
derecho de reproducirlo por medio del grabado. Por su parte, el Estado
había concedido a Mr. Gavard permiso para reproducir por medio de gra-
bados todos los cuadros históricos existentes en las Galerías de Versailles.
De modo que por un lado había una persona facultada por el autor del
cuadro para reproducirlo y, por el otro, una facultada para el mismo obje-
to por su adquirente. Mr. Gavard demandó a Mr. Vallot para que se decla-
rara que sólo él podía reproducir el cuadro, ya que el pintor no podía
conferir facultad para ese fin desde que lo había vendido y con él, el dere-
cho de reproducirlo, derecho que pertenecía únicamente al comprador
del cuadro, que en este caso era el Estado, o sea, la persona que había
autorizado a él para sacar reproducciones.
Después de tramitada la causa con arreglo a la ley, fue llevada en grado
de casación. Este Tribunal acogió la demanda declarando que la venta de
un cuadro o de una obra de arte, salvo reserva expresa hecha en el contra-
to en provecho del artista o de una ley especial que haga tal reserva, com-
prende el derecho de reproducirla, que también se transfiere al comprador.
Las consideraciones en que fundó su opinión, a la letra, dicen: "Consi-
derando: que, en derecho, conforme a las disposiciones del Código Civil,
la venta hecha sin ninguna reserva transfiere al adquirente la plena y abso-
luta propiedad de la cosa vendida, con todos sus accesorios, con todos sus
derechos y ventajas que le pertenecen o de ella dependan; que la venta de
un cuadro y los efectos que está llamada a producir no podrían escapar a
la aplicación de estos principios, a menos que una ley especial y excepcio-
nal hubiera dispuesto expresamente lo contrario, puesto que un cuadro y
las ventajas que pueden relacionarse con su posesión son, por su naturale-
za, susceptibles de la apropiación más completa; y que el derecho de re-
producir el cuadro por el grabado debe ser comprendido entre los derechos
y facultades que transfiere al adquirente una venta hecha sin reservas...". 1
Fuera de estas razones de derecho se dan otras que son de hecho y que
confirman aún más esta doctrina. Se exponen muy-bien en el dictamen
expedido en el juicio antes citado por el Procurador General Mr. Dupin,
que decía que el comprador de la obra de arte ha entendido comprar

1
GuiLLOL ARD, I, n ú m . 2 3 5 , p á g . 2 6 3 .

776
de las obligaciones del vendedor

para él todas las ventajas que esta obra puede procurar. Si es un amateur
no querrá que sea reproducida y publicada, si no es en el momento y en
las condiciones artísticas que le convengan a fin de rodear la obra que ha
adquirido de todo el mérito a que tiene opción; y si es un especulador no
querrá que otro saque provecho de una tela o de una estatua que le perte-
nece con todos los productos que da el derecho de propiedad que, por su
naturaleza, es exclusivo.1
Creemos que esta solución es ajustada a los principios de derecho y es
la única que dentro de nuestra legislación puede tener cabida, desde que
la ley de propiedad literaria artística la consagra en forma expresa.
En efecto, el artículo I a de la ley sobre la materia, de 24 de junio de
1834, a la letra dice: "Los autores de todo género de escritos, o de composiciones de
música, de pintura, dibujos, escultura y en fin aquellos a quienes pertenece la pri-
mera idea de una obra de literatura o de las letras, tendrán el derecho exclusivo,
durante su vida, de vender, hacer vender o distribuir en Chile sus obras por medio
de la imprenta, litografía, molde o cualquier otro medio de reproducir o multiplicar
las copias". Y el artículo 3a agrega: "Los autores y sus herederos pueden transmi-
tir sus derechos a cualquiera persona".
Según esos artículos la propiedad literaria y artística consiste en dos
cosas: I a en la propiedad que el autor tiene sobre la idea de la obra, sobre
la creación artística; y 2 a en el derecho de reproducir, vender y distribuir
su obra por alguno de los medios allí señalados.
En realidad, esta propiedad consiste únicamente en este último dere-
cho, puesto que de nada serviría ser dueño de la idea si no se pudiera
serlo de su publicación o exteriorización. Es este derecho de reproducir,
vender y distribuir la obra artística lo que constituye en el hecho esta pro-
piedad, porque para ser tal necesita el ejercicio de actos materiales que
manifiesten su existencia. De ahí que las dos facultades que comprende la
propiedad literaria y artística sean inseparables y formen un solo todo,
siendo el derecho de reproducir y vender la obra el accesorio o conse-
cuencia forzosa de la propiedad de la idea o inspiración de arte, ya que si
ésta no existe no puede haber propiedad literaria o artística desde que no
habría sobre qué ejercitarla ni podrían usarse tampoco los derechos que
por ella se confieren a los autores.
Ahora bien, el autor o propietario de la obra puede venderla o cederla
a un tercero. Esta cesión puede referirse a la obra misma o a uno de sus
ejemplares. ¿En cuál de estas ventas va incorporado el derecho de repro-
ducirla? La propiedad artística o literaria es la que se ejercita sobre la idea
artística, sobre el pensamiento creador que dio vida material a la idea y la
manera de hacer efectivo ese derecho es facultando a su autor para que
reproduzca, distribuya y venda esa idea. El derecho de reproducirla es un
accesorio de la idea artística y no del ejemplar que se saque de la obra.
Luego, debe ir incorporado en la venta o cesión de la obra y de ninguna
manera en la de un ejemplar.

1
GUILLOUARD, I, n ú m . 2 3 5 , p á g . 2 6 4 .

777
de la compraventa v df. la promesa de venta

Por este motivo, si el autor de un libro que tiene constituida la propie-


dad literaria del mismo con arreglo a la ley, desde que en caso contrario
no se presentaría la dificultad que ahora estudiamos, ya que cualquiera
puede reproducirlo, vende un ejemplar a un tercero, en esa venta no va
incluido el derecho de reproducción, que siempre pertenece a su autor,
del que sólo puede desprenderse cediendo la obra a un tercero, es decir,
traspasándole la propiedad literaria.
Pero si el autor de un libro o de una obra de pintura o escultura vende
la propiedad literaria del primero o la obra misma, sea el manuscrito, el
cuadro o la estatua, en esa venta va incorporado, aunque nada se diga al
respecto, el derecho de reproducirla y de publicarla, por cuanto este dere-
cho es un accesorio de la obra y el medio de hacer efectiva la propiedad
que se ha transferido.
Confirma esta opinión el artículo 3 a de la ley citada que dice que los
autores pueden transferir sus derechos a cualquiera persona. Estos dere-
chos son los que señala el artículo I a o sea, el derecho a la idea misma y el
derecho de reproducirla y distribuirla. Si la ley habla de derechos y estos
son dos, es fuera de toda duda que la transferencia de esta propiedad, sin
limitación expresa sobre el particular, comprende ambos derechos, puesto
que no se distingue entre uno y otro. Y como el derecho de reproducirla
es inherente a la obra misma, es un accesorio suyo, se transfiere conjunta-
mente con ella, va incorporado en su venta y por el hecho de ésta, aunque
nada se diga al respecto, el adquirente del cuadro, escultura o manuscrito
adquiere el derecho de reproducirlo. Claro está que si el autor se ha reser-
vado el derecho de reproducción, no se transfiere con la obra, porque la
voluntad de las partes es soberana.
En conclusión, podemos decir que, dentro de los principios jurídicos
abstractos y dentro de las disposiciones de nuestra ley de propiedad litera-
ria y artística, en la venta de un manuscrito, de un cuadro, de una estatua
y de una obra de arte, en general, va incorporado, sin necesidad de estipu-
lación expresa, el derecho de reproducirla, derecho que adquiere el com-
prador de la obra. Su autor y v e n d e d o r no podrá, en lo sucesivo,
reproducirla ni publicarla, a menos que exceptúe expresamente esta facul-
tad. Lo mismo puede decirse de las planchas fotográficas, películas de
biógrafo, etc. El hecho de venderse la obra transfiere al comprador el
derecho de reproducción, a menos que el vendedor se lo reserve.

6S EFECTOS QUE PRODUCE LA FALTA DE ENTREGA


DE LA COSA VENDIDA

1017. Puede ocurrir que el vendedor no cumpla la obligación que le im-


pone el contrato de venta, es decir, que no entregue oportunamente la
cosa vendida o que la cumpla de un modo imperfecto. Como la venta es
un contrato bilateral que no puede dejarse sin efecto por la sola voluntad
de una de las partes, esa inejecución no acarrea su resolución ipsojure. Por
el contrario, el contrato subsiste, siendo el comprador árbitro para mante-

778
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

nerlo o para ponerle fin. De ahí que los efectos que produce esa inejecu-
ción se reducen a conferir al comprador dos acciones que tienen por obje-
to, una exigir la entrega de la cosa, o sea, el cumplimiento del contrato y
la otra, su resolución. La primera se denomina acción empti o ex empti la
otra acción resolutoria.
Estas acciones están establecidas en el inciso 2° del artículo 1826 del
Código Civil que dice: "Si el vendedor por hecho o culpa suya ha retardado la
entrega, podrá el comprador a su arbitrio perseverar en el contrato o desistir de él, y
en ambos casos con derecho para ser indemnizado de los perjuicios según las reglas
generales".
Este artículo no es sino la reproducción de la regla general que para
todo contrato sinalagmático consigna el artículo 1489 del Código Civil.

1018. ¿Cuándo se entiende que el vendedor no ha cumplido su obliga-


ción de entregar? He aquí una cuestión que presenta ciertas dificultades.
La obligación del vendedor, según se ha dicho, comprende la de entre-
gar la cosa en el lugar y tiempo convenidos, con todos sus frutos y accesorios
y ciñéndose estrictamente a lo pactado. Aparte del hecho mismo de la en-
trega, esa obligación comprende varias otras que, en conjunto, forman la
obligación de entregar. Desde que todas ellas constituyen la obligación de
entregar y desde que el artículo 1826, al conceder esas acciones, no distin-
gue en qué casos proceden, limitándose a decir que si el vendedor retarda
la entrega el comprador podrá ejercitarlas, es obvio decidir que la violación
de cualquiera de ellas lo autoriza para pedir la resolución del contrato o su
cumplimiento con indemnización de peijuicios. Por otra parte, el artículo
1489 del Código Civil dispone que en todo contrato bilateral va subentendi-
da la condición resolutoria de no cumplirse por uno de los contratantes lo
pactado. Como lo pactado puede referirse, y efectivamente se refiere, tanto
al hecho de entregar la cosa vendida, como a la obligación de entregarla en
el lugar y tiempo debidos, de entregar sus frutos y accesorios y de entregarla
en la forma convenida, es claro que la infracción de cualesquiera de estos
convenios coloca al comprador en situación de usar esos derechos.
Si el vendedor no entrega la cosa en el lugar y en la época debidos, si
entrega otra diversa de la que se vendió, si no la entrega en la forma
pactada o si no entrega sus frutos y accesorios, el comprador está en su
perfecto derecho para pedir el cumplimiento exacto del contrato o su
resolución, con indemnización de peijuicios. Así lo entendían también los
jurisconsultos romanos que daban estas acciones al comprador, tanto cuanto
el vendedor dejaba de entregar la cosa misma como cuando dejaba de
entregar sus accesorios o frutos. 1

1019. La falta de entrega de la cosa misma que se vende importa la viola-


ción total del contrato de venta, puesto que no entregándose aquélla no

1
Digesto, l i b r o X I X , t í t u l o I, l e y e s 2 y 6, n ú m . 6; RUBEN DE COUDER, II, p á g . 1 9 7 ; ORTO-
I A N . II. pág. 352.

779
de la compraventa v df. la promesa de venta

hay ni siquiera un cumplimiento imperfecto. Por este motivo, si el vende-


dor no entrega la cosa vendida, el comprador está en su derecho para
pedir la resolución o el cumplimiento del contrato. 1

1020. Si la cosa vendida consiste en un inmueble, el vendedor cumple su


obligación de entregar haciendo entrega legal y material del inmueble al
comprador. La entrega legal se hace por la inscripción y la entrega mate-
rial poniendo al comprador en posesión real y efectiva del inmueble. La
entrega, en esta venta, comprende ambos actos, de modo que se reputa
verificada cuando se verifica la inscripción en el Registro Conservatorio y
cuando el comprador ha entrado en posesión material del bien vendido.
Si falta una, aunque la otra se haya realizado, el comprador tiene derecho
para pedir el cumplimiento o la resolución del contrato con la indemniza-
ción correspondiente. En repetidas ocasiones nuestros tribunales han aco-
gido demandas sobre resolución o cumplimiento de contratos de venta,
fundadas en que, aun cuando la cosa había sido entregada legalmente por
la inscripción, no lo había sido materialmente. 2
Hay también muchas sentencias que han acogido demandas análogas
basadas en que, aunque el comprador ha entrado en posesión material de
la cosa, no se ha efectuado la entrega legal por la inscripción, sea porque
un tercero se opone a ella o porque el vendedor no era dueño del inmue-
ble vendido. 8 Con mayor razón procederán esas acciones cuando el vende-
dor no ha efectuado ni la entrega legal ni la material. 4

1021. Si el vendedor entrega una cosa diversa de la que se vendió, el com-


prador puede pedir la entrega de la que efectivamente compró o la reso-
lución de la venta, pues en tal caso se reputa no haberse efectuado la
entrega, desde que aquél está obligado a entregar lo que reza el contrato.

1022. Si se trata de un conjunto de mercaderías, el vendedor debe entre-


garlas de la calidad y en la cantidad convenidas. Si no entrega la cantidad
que fue objeto del contrato, el comprador puede también hacer uso de las
acciones que señala el artículo 1826. La jurisprudencia es uniforme al res-
pecto. 5 La Corte de Valparaíso ha declarado que el comprador tiene dere-
cho para pedir la resolución del contrato cuando habiéndose vendido cierta
cantidad de mercaderías con la expresión "más o menos", el vendedor
entrega una cantidad tan pequeña que no guarda con la que se señala en

1
Sentencia 1.634, pág. 1015, Gaceta 1884; sentencia 1.036, pág. 542, Gaceta 1912, tomo
II; Revista de Derecho yJurisprudencia, tomo VII, sec. I a , pág. 449, y tomo VIII, sec. I a , pág. 220.
5
Véase la jurisprudencia anotada en el núm. 837, pág. 670 de esta Memoria.
5
Sentencia 1.065, pág. 768, Gaceta 1886; sentencia 2.002, pág. 1302, Gaceta 1904, tomo II.
4
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IV, sec. I a , pág. 24, y tomo VII, sec. I a , pág. 240.
5
Sentencia 1.632, pág. 1209, Gaceta 1895, tomo I; sentencia 1.691, pág. 1218, Gaceta
1898, tomo I; sentencia 148, pág. 119, Gaceta 1899, tomo I; sentencia 81, pág. 234, Gaceta
1913; sentencia 310, pág. 1000, Gaceta 1913; sentencia 393, pág. 1224, Gaceta 1913; senten-
cia 593, pág. 1918, Gaceta 1913.

780
de las obligaciones del vendedor

el contrato ninguna proporción o relación equitativa, como si vendiéndo-


se mil novecientos ochenta tablas, se entregaran treinta y tres, pues la ex-
presión "más o menos" no puede tener el alcance de dar por cumplida la
obligación del vendedor con la entrega de una cantidad tan distante de
aquella a que se refirieron los contratantes. 1

1023. Igualmente, si el vendedor no entrega las mercaderías de la calidad


convenida o si no las entrega sanas y de regular calidad cuando ninguna
se señaló, el comprador puede pedir la entrega de otras que reúnan esas
condiciones o la resolución del contrato, porque la no entrega de merca-
derías de la calidad convenida o de calidad sana y regular importa una
infracción de aquél que en el hecho se traduce por la falta de entrega de
la cosa misma. 2

1024. Si el vendedor no entrega la cosa vendida con todos sus frutos y


accesorios, el comprador tiene derecho asimismo para exigir la entrega de
unos y otros o la resolución del contrato, en ambos casos con indemniza-
ción de peijuicios. Desde que ellos forman parte integrante de la cosa y
figuran entre los bienes que el vendedor tiene obligación de entregar por
la ley o por el contrato, es indudable que su falta de entrega importa la
inejecución de lo pactado. La jurisprudencia se ha pronunciado en el mis-
mo sentido. Así, las Cortes de Apelaciones de Santiago 3 y de Concepción 4
han acogido varias demandas en que se pedía se obligara al vendedor a
entregar toda la dotación de agua con que se vendió el fundo y que aquél
no había entregado. La Corte de Santiago en otra ocasión, dio lugar a una
demanda en que se exigía al vendedor pusiera al comprador en posesión
de una servidumbre de tránsito de que gozaba el predio vendido y a la
que tenía derecho por el contrato. 5 La Corte de Concepción acogió una
demanda en que el comprador pedía la entrega de unos carretones, ani-
males y alambiques que, al tiempo del contrato, estaban destinados a la
explotación del fundo vendido y cuya entrega resistía el vendedor. 6
La Corte de Casación de Francia ha declarado igualmente que la falta
de entrega por el vendedor de cualquiera de los accesorios de la cosa
vendida, cualquiera que sea su importancia, da derecho al comprador para
pedir la resolución de la venta y no únicamente una indemnización pro-
porcional al valor del accesorio que no se entregó. Es de advertir que en el

1
Sentencia 310, pág. 1000, Gaceta 1913.
2
Véase la jurisprudencia anotada en los núms. 682, pág. 535; 683, pág. 536; 701, pág.
547, y 713, pág. 551 de esta Memoria.
3
Sentencia 1.443, pág. 863, Gaceta 1885; sentencia 3.970, pág. 2561, Gaceta 1886; sen-
tencia 1.499, pág. 1189, Gaceta 1888, tomo II.
4
Sentencia 317, pág. 247, Gaceta 1896, tomo I.
5
Sentencia 1.168, pág. 679, Gaceta 1882; véase en el mismo sentido sentencia 20, pág. 68,
Gaceta 1913.
6
Sentencia 321, pág. 206, Gaceta 1881.

781
de la compraventa v df. la promesa de venta

caso fallado se trataba de la venta de una máquina de vapor cuya chime-


nea no había sido entregada. 1

1025. Si el vendedor no entrega la cosa vendida en los términos y forma


estipulados, el comprador también tiene derecho para ejercitar las accio-
nes que señala el artículo 1826 del Código Civil, puesto que todo contrato
es una ley para los contratantes que deben cumplir estrictamente. En vir-
tud de estos principios, la Corte de Apelaciones de Santiago declaró re-
suelto un contrato de venta de una casa que el vendedor se obligó a entregar
completamente terminada, porque llegado el plazo fijado para la entrega,
las paredes, puertas y cielos no estaban pintados, como era lo convenido. 2

1026. Por último la violación de cualquiera otra de las obligaciones que el


contrato de venta imponga al vendedor autoriza al comprador para pedir
la resolución o el cumplimiento del contrato, a virtud de lo dispuesto en
el artículo 1489 del Código Civil. La Corte de Concepción ha establecido
implícitamente esta doctrina al declarar resuelto un contrato de venta por-
que el vendedor, a pesar de haberse obligado a obtener de otras personas
que ratificaran la venta en un plazo determinado, no la obtuvo ni hizo
nada por obtenerla. 3

1027. Pero para que el comprador pueda ejercitar esas acciones en caso
que el vendedor no cumpla su obligación de entregar la cosa vendida o
alguno de sus accesorios, etc., es menester que concurran copulativamente
estos tres requisitos: l 2 que el vendedor esté constituido en mora de entre-
gar; 2 9 que esa mora sea imputable a su hecho o culpa, y 3 9 que el compra-
dor se allane a pagar el precio o se le haya señalado un plazo para hacerlo.

1028. Primer requisito: Que el vendedor esté constituido en mora de entregar. El


inciso 2a del ya citado artículo 1826 dice: "Si el vendedor por hecho o culpa
suya ha retardado la entrega". Según esto, es esencial que el vendedor no
entregue la cosa para que el comprador pueda ejercitar las acciones antes
mencionadas. Sólo entonces hay infracción del contrato, que es la que
constituye el fundamento jurídico de esas acciones.
¿Cuándo se entiende que el vendedor ha retardado la entrega? Para
ello hay que distinguir si se ha fijado o no un plazo para hacerla. Cuando
ninguno se ha señalado, dice el inciso l 2 del artículo 1826, la entrega debe
hacerse inmediatamente después del contrato. Si aplicáramos lo dispuesto
en este artículo sin tomar en cuenta los demás preceptos legales tendría-
mos que aceptar que el solo hecho de que el vendedor no entregue la
cosa inmediatamente después de contrato es suficiente para que el com-
prador pueda ejercitar esas acciones.

1
FUZIER-HERMAN. tomo 36, Vente, núm. 993, pág. 861.
2
Sentencia 1.241, pág. 887, Gaceta 1892, tomo I.
5
Sentencia 1.285, pág. 902, Gaceta 1880.

782
de las obligaciones del vendedor

Pero este artículo debe entenderse en conformidad a las reglas genera-


les que rigen la mora en las obligaciones. La inejecución de una obliga-
ción puede importar un simple retardo o puede constituir mora. Hay
retardo cuando no se ejecuta dentro del plazo señalado por la ley, es decir,
cuando la interpelación la hace la ley. Hay mora cuando la obligación no
se realiza dentro del plazo señalado por el contrato o después de ser re-
querido al efecto, es decir, cuando la interpelación es hecha por el hom-
bre. El retardo no importa mora; en cambio toda mora supone retardo. Si
tomáramos la disposición del inciso 2° del artículo 1826 aisladamente re-
sultaría que el simple retardo del vendedor autorizaría al comprador para
que ejercitara esas acciones. Sin embargo, no es así. Para que procedan ser
requiere que el retardo se convierta en mora, que el vendedor sea interpe-
lado por el comprador para que le entregue la cosa.
Según el número 3 B del artículo 1551 del Código Civil, el deudor está
en mora, cuando no se ha señalado plazo para que cumpla su obligación,
una vez que sea reconvenido judicialmente. De modo que para que el
comprador pueda exigir el cumplimiento o la resolución del contrato por
inejecución de la obligación del vendedor, en los casos en que no se haya
estipulado plazo para hacer la entrega de la cosa, es necesario que el ven-
dedor sea constituido en mora, esto es, que sea reconvenido judicialmen-
te. En caso contrario, el ejercicio de esas acciones es improcedente. Tanto
la doctrina de los autores de Derecho como la jurisprudencia de nuestros
tribunales están de acuerdo en este punto.
En efecto, Guillouard, 1 Baudry-Lacantinerie, 2 Huc, 3 Marcadé, 4 Aubry
et Rau 5 y varios otros autores sostienen que si el comprador quiere ejerci-
tar las acciones que le confiere la ley debe requerir al vendedor para que
cumpla su obligación, debe constituirlo en mora, toda vez que no se haya
fijado plazo para la entrega. Esto es equitativo, dice Guillouard, pues la
mora del vendedor no comienza sino cuando el comprador ha manifesta-
do sus deseos de recibir el objeto que ha comprado. La jurisprudencia
francesa se pronuncia en el mismo sentido. 6 Solamente Laurent cree que
no es necesario que el vendedor sea reconvenido previamente para que el
comprador pueda ejercitar estas acciones. 7 Esta vez sentimos estar en des-
acuerdo con la opinión del distinguido profesor belga.
Como dijimos, la doctrina de nuestros Tribunales es uniforme en esta
materia. Así las Cortes de Apelaciones de Talca,8 de La Serena 9 y de San-

1
1, núm. 243, pág. 272.
2
De la vente, núm. 308, pág. 309.
3
X , núm. 81, pág. 115.
4
VI, pág. 237.
5
V, pág. 64.
6
FUZIER-HERMAN, t o m o 36, Vente, n ú m s . 9 8 7 y 9 8 8 , p á g . 8 6 0 .
7
Tomo 24, núm. 174, pág. 175.
8
Sentencia 598, pág. 515, Gaceta 1899, tomo I; sentencia 592, pág. 996, Gaceta 1907,
tomo I.
9
Sentencia 1.197, pág. 1241, Gaceta 1902, tomo I.

783
de la compraventa v df. la promesa de venta

tiago 1 han declarado que no procede la resolución de un contrato de


venta por falta de entrega de la cosa vendida si, no habiéndose señalado
plazo para hacerla, el vendedor no ha sido requerido judicialmente, des-
de que mientras así no se haga, no está constituido en mora, en virtud
de lo dispuesto en el número 3 9 del artículo 1551 del Código Civil.
En cuanto a la forma como debe ser reconvenido el vendedor para
que quede constituido en mora, la Corte Suprema ha dicho que es sufi-
ciente requerimiento para este efecto la demanda por la cual se pide la
resolución del contrato. 2 La misma doctrina ha establecido la Corte de
Casación de Francia. 3 La Corte de Apelaciones de Santiago ha resuelto
que este requerimiento puede hacerse por medio de un juicio en el cual
se pida no la resolución del contrato sino el señalamiento de un plazo
dentro del cual deba cumplir su obligación el vendedor. 4

Pero ese requerimiento es necesario cuando no se ha señalado plazo


en el contrato para la entrega, porque si alguno se ha estipulado el vende-
dor queda constituido en mora, sin necesidad de requerimiento judicial,
por el solo hecho de su vencimiento sin que la haya realizado. 5
La jurisprudencia también es uniforme a este respecto. La Corte de Apela-
ciones de Valparaíso acogió una demanda sobre resolución de un contrato de
venta por falta de entrega de la cosa vendida, porque el vendedor no la reali-
zó dentro del plazo señalado al efecto, lo que era suficiente para constituirlo
en mora sin necesidad de requerimiento previo.6 Análoga doctrina han esta-
blecido la Corte de Apelaciones de Santiago7 y la Corte Suprema. 8
Tampoco es necesario que el vendedor sea reconvenido aunque no se
haya estipulado plazo para la entrega, cuando la cosa no ha podido ser
entregada sino dentro de cierto espacio de tiempo y el vendedor lo ha deja-
do pasar sin entregarla, a virtud de lo dispuesto en el número 2° del artículo
1551 del Código Civil.9 La Corte Suprema ha establecido que concurriendo
copulativamente esas dos circunstancias, no es necesario que el vendedor
sea requerido judicialmente para que quede constituido en mora.10

1029. Segundo requisito: Que la mora sea imputable a hecho o culpa del vendedor.
Este requisito está establecido en forma expresa por el inciso 2 a del artículo

1
Sentencia 1.715, pág. 1205, Gaceta 1879.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VI, sec. I a , pág. 86.
3
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 991, pág. 860.
4
Sentencia 50, pág. 57, Gaceta 1888, tomo I.
5
GUILLOUARD, tomo I, núm. 2 4 5 , pág. 2 7 4 ; MARCADÉ, V I , pág. 2 3 7 ; TROPLONG, I, núm.
293, pág. 380.
6
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VIII, sec. I a , pág. 220.
7
Sentencia 1.241, pág. 807, Gaceta 1892, tomo I.
8
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. 1-, pág. 104.
9
MARCADÉ, V I , p á g . 2 3 7 .
10
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII, sec. I a , pág. 449 (considerando 2® de la
sentencia de la Corte Suprema).

784
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

1826 que dice: "Si el vendedor por hecho o culpa suya ha retardado la entrega", de
donde se infiere que el único retardo o incumplimiento que autoriza al
comprador el ejercicio de las acciones que ese artículo señala es el que
proviene del hecho o culpa del vendedor. Consecuentes con esta disposi-
ción nuestros Tribunales han declarado en repetidas ocasiones que sola-
mente la falta de entrega imputable a hecho o culpa del vendedor da derecho
al comprador para exigir la entrega de la cosa o la resolución del contrato
con indemnización de peijuicios. 1 Al mismo tiempo, han resuelto que si la
falta de entrega no es imputable a aquel, no procede ni una ni otra acción. 2
De aquí fluyen dos consecuencias muy importantes: a) el comprador
no puede ejercitar esas acciones cuando la falta de entrega proviene de un
caso fortuito o de fuerza mayor, y b) tampoco puede ejercitarlas cuando la
mora en la entrega es imputable a su hecho o culpa.
Desde que el vendedor es responsable solamente de la falta de entrega
imputable a su hecho o culpa, a contrario sensu, se desprende que no es res-
ponsable de la que no proviene de su hecho o culpa. En este caso se encuen-
tra la que emana de un caso fortuito o de fuerza mayor. Si la entrega se hace
imposible por un hecho independiente de la voluntad del vendedor, cesa su
responsabilidad y el comprador no puede pedir la resolución del contrato ni
su cumplimiento; nadie responde del caso fortuito. Los autores están unáni-
memente de acuerdo a este respecto. 3 "Si el vendedor ha sido impedido por
un caso fortuito o de fuerza mayor para efectuar la entrega en el tiempo
convenido, dice Aubry et Rau, ese retardo, en general, no da margen para
pedir la resolución del contrato, ni aun una indemnización de perjuicios."4
En este caso, el cumplimiento del contrato queda retardado hasta que cese
el obstáculo que impide la entrega de la cosa. Tan pronto como éste desapa-
rezca, si ella subsiste aún, el vendedor debe entregarla, porque si es cierto
que el caso fortuito o la fuerza mayor exonera al vendedor de responsabili-
dad por la mora en la entrega, también lo es que no extingue su obligación,
a menos que la cosa perezca. Por eso, si el vendedor no entrega la cosa, una
vez que ha desaparecido el obstáculo que impedía la ejecución de su obliga-
ción, el comprador está en su perfecto derecho para pedir la resolución o el
cumplimiento del contrato, con indemnización de peijuicios. 5

1
Sentencia 1.674, pág. 753, Gaceta 1875; sentencia 1.675, pág. 946, Gaceta 1882; sen-
tencia 1.605, pág. 2.556, Gaceta 1884; sentencia 1.241, pág. 807, Gaceta 1892, tomo I; sen-
tencia 148, pág. 110, Gaceta 1899, tomo I; sentencia 2.002, pág. 1302, Gaceta 1904, tomo I;
sentencia 1.068, pág. 639, Gaceta 1809, tomo II; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VII,
sec. 1*, pág. 449; tomo XI, sec. 2a, pág. 1
2
Sentencia 154, pág. 101, Gaceta 1879; sentencia 3.412, pág. 1926, Gaceta 1883; senten-
cia 1.928, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 592, pág. 996, Gaceta 1907, tomo I; sen-
tencia 1.096, pág. 764, Gaceta 1910, tomo II.
5
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 309, pág. 310; Huc, X , núm. 81, pág. 115; MAR-
CADÉ, VI, p á g . 2 3 7 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 4 6 1 , p á g . 2 7 5 ; TROPLONG, I , n ú m . 2 9 4 , p á g . 3 8 1 ; FUZIER-
HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 999 y 1000, pág. 861; LAURENT, 24, núm. 177, pág. 176.
4
AUBRY ET RAU, V, p á g . 6 5 .
5
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núms. 1003, 1004 y 1005, pág. 861; AUBRY ET RAU, V,
pág. 65, nota 15.

785
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

La determinación de si la mora en entregar proviene de un caso fortui-


to o del hecho o culpa del vendedor es una cuestión de hecho que queda
al arbitrio del juez, correspondiendo probar su existencia al que lo alega
que, de ordinario, será el vendedor. Sin embargo, mucho se ha discutido
acerca de lo que debe entenderse por caso fortuito o por fuerza mayor en
este caso. Baudry-Lacantinerie dice que deben considerarse como tales
aquellos hechos que obstaculicen por completo la entrega, pero no los
que solamente la harían más difícil o costosa.1 Los demás autores son del
mismo parecer. Esto es muy razonable, desde que para que un deudor se
exonere de responsabilidad por la inejecución de su obligación es necesa-
rio que el hecho que la produce sea tal que sea absolutamente imposible
ejecutarla, puesto que todo contrato es una ley para los contratantes que
no puede invalidarse o dejarse sin efecto sino por causas legales. Además,
según nuestro Código, el caso fortuito es el imprevisto a que no se puede
resistir y para que un hecho no se pueda resistir requiere ser de tal natura-
leza que coloque al que lo sufre en condiciones de no poder ejecutar el
acto de que se trata. De ahí que tanto los autores como la jurisprudencia
francesa no acepten como caso fortuito que exonere al vendedor de su
obligación de entregar el alza de las mercaderías vendidas, el aumento de
los impuestos hecho con posterioridad a la venta y que graven las merca-
derías vendidas. En uno y otro caso, el vendedor no podría negarse a cum-
plir su obligación. 2
Según Guillouard la guerra constituye un caso de fuerza mayor si es tal
que interrumpe todas las comunicaciones y no permite al vendedor reali-
zar la entrega. Si la guerra es local y es sólo un incidente sin importancia
en la vida de un pueblo, el vendedor no puede invocarla para justificar la
falta de entrega. 3 La huelga es fuerza mayor para este efecto cuando es
general en todas las fábricas que producen las cosas vendidas; pero si sola-
mente se refiere a algunas, de manera que el vendedor puede procurarse
esas mercaderías en otras fábricas, aunque a mayor precio, no es fuerza
mayor.4 De acuerdo con estas ideas, la Corte de Apelaciones de Concep-
ción declaró que si la mora de la entrega provenía de la huelga total de las
fábricas que producían las mercaderías vendidas, el vendedor no era res-
ponsable de ella, por cuanto se trataba de un caso de fuerza mayor.5 Una
huelga en los ferrocarriles que impida en absoluto el transporte de las
mercaderías creemos que también es fuerza mayor, ya que no funcionan-
do aquéllos, el vendedor no puede hacer la entrega, sin culpa suya. Ese
mismo tribunal ha declarado que si la inscripción de un inmueble no pue-
de hacerse porque un tercero se opone a ello, la falta de entrega no es

1
De la vente, núm. 309, pág. 310; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1016, pág. 862.
2
BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 309, pág. 310; GUILLOUARD, I, núm. 247, pág. 276.
5
I , n ú m . 2 4 6 I I , p á g . 2 7 5 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 7 7 , p á g . 1 7 6 .
4
BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 309, pág. 310; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm.
1017, pág. 862.
5
Sentencia 1.096, pág. 764, Gaceta 1910, tomo II.

786
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

imputable a hecho o culpa del vendedor y no procede la resolución del


contrato fundada en ese hecho. 1
En cambio, la Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado que si
la cosa vendida se encuentra arrendada, y a causa de que el arrendatario
no quiere irse el vendedor se encuentra en la imposibilidad de entregár-
sela al comprador en la oportunidad debida, este hecho no constituye
fuerza mayor que exonere de responsabilidad al vendedor, porque, des-
de que estaba arrendada, pudo prever que ese hecho podía ocurrir, más
aun cuando, al solicitar su entrega después de la venta, el arrendatario se
negó a hacerla. 2 La Corte de Apelaciones de Valparaíso ha resuelto que
si el vendedor no entrega oportunamente las mercaderías vendidas, por-
que no p u d o obtener su transporte a pesar de haberlo solicitado, no
queda exento de responsabilidad por esa mora, porque el hecho de que
los ferrocarriles no las transportaran no constituye una imposibilidad ab-
soluta para entregar que importe fuerza mayor. 3 Actualmente se ha plan-
teado la cuestión de saber si las famosas "listas negras" constituyen o no
un caso de fuerza mayor. Estas listas consisten en la prohibición impues-
ta a los comerciantes de negociar con las personas que en ellas figuren,
bajo amenaza de que si lo hacen, los infractores no podrán transportar
sus mercaderías en buques ingleses ni comerciar con las casas inglesas.
Supongamos que un comerciante venda a otro ciertas mercaderías y que
después de la venta el comprador sea incluido en la lista negra, ¿podría
el vendedor negarse a entregar la mercadería vendida alegando fuerza
mayor? Creemos que no, porque la amenaza que pesa sobre el vendedor
no es un hecho que le impida absolutamente ejecutar su obligación; cuan-
do más importa una amenaza moral, a cuyos efectos puede sustraerse
embarcando sus mercaderías en otros buques y comerciando con otras
casas que no sean inglesas.
El vendedor tampoco es responsable de la falta de entrega de la cosa
vendida cuando proviene del hecho o culpa del comprador. Cuando así
sucede, éste no puede pedir la resolución o el cumplimiento del contrato
con indemnización de peijuicios, desde que el vendedor no tiene por qué
sufrir las consecuencias de un hecho ajeno. De ahí que si el comprador se
niega a recibir la cosa o a pagar el precio que le exige el vendedor para
entregársela, no podría ejercitar aquellas acciones.4 Las Cortes de Apelacio-
nes de Santiago, 5 Talca6 y Concepción 7 han declarado igualmente que cuan-
do la mora del vendedor proviene del hecho o culpa del comprador, éste no
puede pedir la resolución del contrato fundado en la falta de entrega.

1
Sentencia 3.412, pág. 1926, Gaceta 1883.
2
Sentencia 1.674, pág. 753, Gaceta 1875.
3
Sentencia 148, pág. 119, Gaceta 1899, tomo I.
4
GUILLOUARD, I, núm. 2 4 6 I, pág. 2 7 5 ; AUBRY ET R A U , V, pág. 65, nota 15.
5
Sentencia 154, pág. 101, Gaceta 1879.
6
Sentencia 592, pág. 996, Gaceta 1907, tomo I.
7
Sentencia 1.923, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II.

787
de la comprantí nta y de la p r o m e s a de v e n t a

1030. Tercer requisito: Que el comprador se allane a pagar el precio o se le haya


fijado un plazo para hacerlo. El inciso 3a del artículo 1826 establece que el
comprador podrá exigir el cumplimiento o la resolución del contrato si el
vendedor está en mora de entregar, siempre que pague el precio o se
allane a pagarlo, a menos que se le haya fijado un plazo para hacerlo, en
cuyo caso podrá ejercitar esas acciones aun sin ofrecer ese pago, salvo el
caso contemplado en el inciso final de ese mismo artículo. Aquí no hay
sino aplicación de la regla contenida en el artículo 1552 del Código Civil,
según la cual en los contratos bilaterales ninguno de los contratantes está
en mora dejando de cumplir lo pactado si el otro, por su parte, no lo
cumple o no se allana a cumplirlo. Si el comprador no paga el precio o
resiste su pago, a no ser que se haya señalado un plazo con este objeto, no
podrá pedir el cumplimiento o la resolución del contrato en caso que el
vendedor esté en mora de entregar la cosa. Nuestros Tribunales han re-
chazado uniformemente demandas sobre resolución o cumplimiento de
contratos de venta por falta de entrega de la cosa, fundados en que el
comprador no la cumplido su obligación de pagar el precio, lo que lo
imposibilita para ejercitar las acciones que le confiere el artículo 1826 del
Código Civil.1 Del mismo modo, las han acogido cuando, a más de la mora
del vendedor para entregar la cosa, se ha acreditado que el comprador
cumplió sus obligaciones. 2

1031. El ejercicio de las acciones que establece el artículo 1826 correspon-


de única y exclusivamente al comprador, a sus herederos y cesionarios;
pero de ninguna manera al vendedor, pues ese artículo dice en forma
clara y explícita que es el comprador quien podrá ejercitarlas contra el
vendedor. Y es natural que así sea desde que con ellas se trata de sancionar
una falta cometida por el vendedor y que peijudica al comprador. La Cor-
te de Burdeos ha declarado que el vendedor no puede pedir la resolución
de un contrato de venta ofreciendo en lugar de la cosa que no ha entrega-
do el pago de los daños y peijuicios, fundada en que la venta es un contra-
to bilateral que impone obligaciones recíprocas a cada parte y cuya
infracción sólo puede ser sancionada por el ejercicio de las acciones que
competen al contratante que ha cumplido el contrato. 3

1032. Examinemos, ahora, la naturaleza jurídica de estas acciones, comen-


zando por la que tiene por objeto exigir el cumplimiento del contrato, o
sea, la entrega de la cosa.
La venta, según hemos tenido ocasión de decirlo en repetidas ocasio-
nes, es un título que habilita para adquirir el dominio, pero no un modo
de adquirirlo. Mientras no se efectúe la tradición de la cosa, mientras ésta

1
Sentencia 1.928, pág. 117, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 469, pág. 1550, Gaceta 1913.
2
Sentencia 393, pág. 1224, Gaceta 1913; sentencia 81, pág. 235, Gaceta 1913; sentencia
593, pág. 1918, Gaceta 1913.
5
ROGRON, II, p á g . 1 6 5 2 .

788
de las obligaciones del vendedor

no sea entregada al comprador, su dominio permanece radicado en manos


del vendedor. Antes de la entrega el comprador no tiene sobre ella ningún
derecho real. Tiene un derecho ad rem, un derecho a la cosa y no un dere-
cho in rem. Pero como el comprador necesita, en algunos casos, exigir del
vendedor la entrega de la cosa que éste se resiste hacer, la ley ha tenido que
dotarlo de los medios necesarios para ese objeto. Y efectivamente le ha con-
cedido la acción que conviene a ese fin. No siendo ella una acción real,
desde que el comprador no es dueño de la cosa, tiene que ser personal.
Todo contrato crea una obligación y una acción correlativa para exigir su
cumplimiento. Cuál más cuál menos las obligaciones se reducen a ejecutar
un hecho y toda acción que tiene por objeto una obligación de hacer confie-
re acción personal. El comprador dispone, pues, de una acción personal
contra el vendedor para exigir la entrega de la cosa vendida. No se trata aquí
de una acción de dominio o real. Esta acción compete al propietario, carác-
ter que aquel no tiene. Se trata de una acción que tiene por objeto exigir el
cumplimiento de una obligación, cual es la entrega de la cosa. Las acciones
que tienden a este fin, según se ha dicho, son meramente personales. El
comprador a quien no se le haya entregado la cosa no podrá intentar contra
su vendedor la acción reivindicatorío, sino la acción personal de entrega.
La jurisprudencia es unánime en orden a reconocer el carácter perso-
nal de esta acción. La Corte Suprema ha dicho:
"Que los frutos pendientes enajenados sólo pertenecen a tercero desde que se
ha transferido el d o m i n i o de ellos, y este d o m i n i o no se transmite en virtud
del contrato, que sólo da un derecho personal, sino en virtud de la entrega, ú n i c o
acto que constituye el derecho real de propiedad". 1
En otra ocasión, repitiendo esa misma idea, dice:
"Que la venta de bienes raíces otorgada por escritura pública aunque se repu-
ta perfecta ante la ley, no produce por sí sola el efecto de transferir el dominio de la
cosa vendida, pues únicamente da acción para reclamar la entrega o tradición, c o n
arreglo al artículo 1824 del Código Civil . 2
La Corte de Apelaciones de Santiago, conociendo de una demanda rei-
vindicatoría interpuesta por el comprador de un predio a fin de que el
vendedor se lo entregara, acogió dicha demanda con declaración de que la
acción deducida no era reivindicatoría, desde que la cosa aún no había sido
entregada, sino la acción personal que el contrato de venta da al compra-
dor para exigir la entrega. He aquí los considerandos pertinentes:
4 S "Que por dicha demanda se pide al vendedor la entrega de las doce cuadras
que reza la escritura pública, corriente en testimonio a fs. 4, y en subsidio el
precio en que se remataron el año 1852, esto es, se solicita sustancialmente el
cumplimiento de las obligaciones que nacen de la acción denominada ex empto o
la resolución de la venta, sea con sus frutos o intereses según los casos que con-
templan ambas peticiones; 5® Que aun cuando en la demanda se habla de acción
reivindicatoría, tal acción c o m o fundamento de la petición sustancial que se indi-

1
Sentencia 2.608, pág. 1083, Gaceta 1878.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo VIII, sec. l s , pág. 433.

789
de la compraventa v df. la promesa de venta

ca, es improcedente por constar de la prueba rendida al tenor de la defensa que


al subastador jamás se le efectuó la entrega o tradición de las doce cuadras referi-
das; y, por lo tanto, habiendo carecido de un m o d o de adquirir el dominio, se
halla en la imposibilidad de deducir dicha acción real".1
Esa misma Corte dice en otra ocasión:
"1° Que el contrato de venta es un título traslaticio de dominio y no un modo de
adquirir; 2° Que sirviendo para alcanzar el dominio, dicho contrato no puede
constituirlo por sí solo, siendo necesario que vaya acompañado o seguido de la
cosa comprada; 3° Que en el caso especial de este juicio las partes estipularon que
la entrega de la cosa se haría en una forma determinada que no se llevó a efecto; y
4° Que, en consecuencia, no efectuada la entrega, la acción reivindicatoría instaurada es
improcedente, puesto que sólo puede deducirla el que es dueño de una cosa singular. Y, como
se ha visto, el comprador no puede alegar válidamente que el solo contrato de compraventa le
haya hecho adquirir el dominio".2
La Corte de Tacna, por su parte, dice:
"Que en el contrato de compraventa la primera obligación que impone la ley al
vendedor es la de la entrega o tradición de la cosa vendida, la que debe verificar
inmediatamente después del contrato o a la época prefijada en él; 2 S Que mien-
tras no se cumpla con tal obligación no se ha transferido al comprador la cosa
comprada, ni ha adquirido el mismo ningún derecho real sobre ella, teniendo sólo
un derecho personal para pedir el cumplimiento del contrato o su resolución, con arreglo
a los principios generales del derecho". 3
Pero donde estas ideas aparecen consignadas brillantemente es en un
fallo de la Corte de Talca confirmatorio de uno de primera instancia expe-
dido por el juez señor Felipe Urzúa y que hace honor a la firma de este
magistrado. Dicen así los considerandos pertinentes:
"1® Q u e el artículo 1793 del Código Civil, al definir la compraventa, dice que
es un contrato 'en que una de las partes se obliga a dar una cosa, y la otra a
pagarla en dinero'; 2 S Que, por lo tanto, el contrato de compraventa, aun
después de perfecto, no transfiere el dominio de la cosa vendida, sino que
para ese efecto es necesaria la tradición, que es m o d o de adquirir el dominio,
según lo disponen terminantemente los artículos 588, 670 y 680 del Código
Civil; 3° Q u e ese principio inconcuso resulta con más evidencia todavía si se
atiende a que la ley (art. 1817 del Código Civil) c o n t e m p l a el caso de que
alguien venda separadamente una misma cosa a dos personas, lo que sería un
absurdo si por el solo contrato de compraventa el v e n d e d o r se desprendiera
de su d o m i n i o sobre la cosa vendida; y la misma ley entre las obligaciones del
vendedor (art. 1824 del Código Civil) e n u m e r a en primer lugar la de hacer
entrega o tradición de la cosa vendida, lo que sería enteramente superfluo si
el solo contrato de compraventa bastara para transferir el d o m i n i o al compra-
dor; 4® Q u e de lo expuesto se d e d u c e que la compraventa es sólo un título en
virtud del cual el comprador queda habilitado para exigir de su vendedor la

1
Sentencia 368, pág. 199, Gaceta 1883.
2
Sentencia 4.628, pág. 1336, Gaceta 1890, tomo III.
5
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo III, sec. 2S, pág. 105. Véanse en el mismo senti-
do las sentencias que se indican en el núm. 1034, pág. 791 de esta Memoria.

790
de las obligaciones del vendedor

entrega o tradición de la cosa vendida; pero, mientras esa tradición no se efec-


túe, el d o m i n i o no se transfiere al comprador, sino que continúa radicado en
el vendedor; ...7 S Que el contrato de compraventa celebrado entre N.A. y W.G.
constante de la escritura pública acompañada a fs. 27, otorgada el 8 de j u l i o
de 1870, dio acción personal a los contratantes para exigir cada cual el cumplimiento
de las obligaciones contraídas, o sea al vendedor para exigir del comprador el precio, y a
éste para exigir del vendedor la entrega de la cosa vendida; ...11. Que es verdad que la
compraventa da acción real al comprador, pero sólo después de efectuada la entrega de
la cosa vendida, y no antes, como se ha demostrado; y, por lo tanto, el comprador
sólo después que se le transfiera el d o m i n i o de la cosa vendida, adquiere el
d e r e c h o de reclamarla de cualquiera que la posea, y ya sea ha demostrado
también en algunos de los considerandos anteriores que ni el señor G. ni sus
herederos los demandados, adquirieron jamás el d o m i n i o de las aguas a que
se refiere la escritura de 8 de julio de 1870 y carecen, en consecuencia, de la
acción real a que da d e r e c h o el dominio". 1

1033. Del principio anteriormente desarrollado relativo a que la acción


que compete al comprador para exigir la entrega de la cosa vendida es
personal se derivan dos consecuencias muy importantes: 1) esta acción
no puede intentarse contra ninguna otra persona que no sea el vende-
dor o sus representantes, y 2) no puede dirigirse tampoco contra la per-
sona a quien aquel haya enajenado y entregado la cosa vendida con
posterioridad a la venta hecha al primer comprador. Examinemos estas
premisas.

1034. Desde que la acción que compete al comprador para exigir la entre-
ga de la cosa es personal, es claro que sólo puede entablarse contra el
vendedor, que es la persona obligada a cumplir el contrato o contra sus
herederos y cesionarios. De aquí se infiere lógicamente que no podrá in-
tentarse contra ninguna otra persona que no sea aquél. Por lo tanto, no
podrá instaurarse contra el antecesor del vendedor, es decir, contra la per-
sona que, a su vez, vendió la cosa al vendedor, desde que ningún vínculo
jurídico liga a esa persona para con el comprador. De acuerdo con estas
ideas, la Corte de Valdivia desechó una demanda entablada por el com-
prador de un terreno contra el antecesor del vendedor en que se pedía la
entrega de una porción del mismo que, según decía el demandante, no le
había sido entregada. Las consideraciones en que se fundó ese rechazo
son las siguientes:
"1° que la acción que se hace valer en la demanda es la que corresponde al com-
prador para que su vendedor le entregue la cosa vendida; 2 S Que esta acción es
personal y solo cabe ejercitarla en contra del vendedor y no respecto de un tercero, c o m o lo
es don R.C., que nada ha vendido al demandante, sino al vendedor de éste, y 3 Q
Que, en consecuencia, la demanda es improcedente respecto de dicho tercero,
quien no tiene vínculo jurídico con el demandante". 2

1
Sentencia 519, pág. 825, Gaceta 1905, tomo I.
'-' Sentencia 267, pág. 456, Gaceta 1910, tomo I.

791
de la compraventa v df. la promesa de venta

Por las mismas razones, tampoco podrá dirigirla contra el poseedor o


detentador de la cosa vendida. La Corte de Concepción rechazó una de-
manda que el comprador de un terreno que no le había sido entregado
interpuso contra su poseedor exigiéndole la entrega del mismo, a virtud
de estas consideraciones:
"1° Que reclamándose por la demanda la posesión del terreno vendido por C., o
sea la entrega efectiva del terreno vendido, no ha probado el demandante que el
vendedor haya tenido posesión del predio con ánimo de dueño; 2 Q Que confiriendo
acción personal el contrato de compraventa para obligar al vendedor a la entrega de la cosa
vendida, la demanda no ha podido dirigirse contra P., para compelerlo a entregar la cosa
vendida, porque no ha intervenido en el contrato, ni consta que se haya comprometido a
aceptar las obligaciones contraidas por el vendedor"?

1035. La segunda consecuencia anteriormente anotada es tan lógica como


la anterior. Puesto que el comprador no tiene el dominio de la cosa vendi-
da sino una vez que le ha sido entregada, se comprende que si el vende-
dor la enajena a un tercero, antes de entregarla al comprador, éste carece
de derecho para reivindicarla de manos de ese tercero, desde que la ac-
ción reivindicatoría es la que tiene el dueño de una cosa singular de que
no está en posesión para que su poseedor sea condenado a restituírsela y,
como se ha dicho, en este caso el comprador carece del carácter de dueño
de la cosa. Le falta, pues, el requisito esencial que se exige para que pueda
entablar aquella acción. El comprador no tiene aquí más acciones que
contra el vendedor para que le entregue la cosa o para que se resuelva el
contrato; pero de ninguna manera puede ir contra el nuevo comprador.
Así, si A vende a B una cosa y no se la entrega y posteriormente se la vende
a C a quien se la entrega, B no podría dirigirse contra C exigiéndole su
entrega, a menos que C hubiera tomado sobre sí esa obligación, que no es
el caso a que nos referimos.

1036. La acción para exigir la entrega de la cosa vendida es mueble e inmue-


ble según que la cosa sea mueble e inmueble, a virtud de lo dispuesto en el
artículo 580 del Código Civil. Según esto, si la cosa vendida es mueble será
juez competente para conocer de la demanda en que se exija su entrega, en
conformidad al artículo 213 de la Ley Orgánica de Tribunales, el juez del
lugar donde debe cumplirse la obligación, el del lugar donde se contrajo o el
del lugar donde se encuentre la especie reclamada. Si la acción es mueble,
porque tal es la naturaleza de la cosa vendida, será juez competente para
conocer de ella, a virtud de lo dispuesto en el artículo 216 de la misma ley, el
del lugar donde debe cumplirse la obligación, según lo establecido en los
artículos 1587, 1588 y 1589 del Código Civil. Si la venta comprende a la vez
cosas muebles e inmuebles, será juez competente el del lugar en que estuvie-
ren situados los inmuebles (artículo 215 de la Ley Orgánica de Tribunales).

1
Sentencia 238, pág. 122, Gaceta 1883.

792
de las obligaciones del vendedor

1037. El procedimiento que debe seguir el comprador para exigir la en-


trega de la cosa será diverso según sea que el contrato tenga o no mérito
ejecutivo. Si no lo tiene, el comprador deberá exigirla enjuicio ordinario.
Si el contrato consta de un título a que la ley da mérito ejecutivo, como si
es primera copia de escritura pública, la puede exigir por vía ejecutiva.
Dado caso que el vendedor se resista a la entrega, a pesar de todo, podrá
ser compelido a ella por medio de la fuerza pública. 1

1038. El comprador, si lo prefiere, puede optar por la resolución del con-


trato, ya que él es el único árbitro para decidir cuál acción le conviene
ejercitar, desde que el artículo 1826 dice que si el vendedor retarda la
entrega, podrá el comprador, a su arbitrio, pedir la resolución o el cumpli-
miento del contrato. La acción resolutoria es también una acción perso-
nal, puesto que emana de un contrato y no se ejercita sobre una cosa sino
respecto de una persona determinada. Solamente puede intentarse contra
el vendedor, sus herederos o cesionarios.

1039. El comprador puede ejercitar esta acción aun cuando no se haya


estipulado en el contrato ninguna cláusula resolutoria, desde que según
el artículo 1489 del Código Civil en todo contrato bilateral se subentien-
de la condición resolutoria de no cumplirse por uno de los contratantes
lo pactado. La Corte de Casación de Francia ha declarado que para que
el comprador pueda pedir la resolución de un contrato de venta por
falta de entrega no es necesario que se estipule expresamente una cláu-
sula resolutoria, bastando para ese objeto el solo hecho de la mora del
vendedor. 2

1040. La resolución no se opera de pleno derecho, es decir, el contra-


to no queda resuelto ipso fado por la mora del vendedor. Es el j u e z
quien la declara. Por eso el comprador necesita pedirla. Esta conclu-
sión fluye de los términos de los artículos 1489 y 1826 del Código Civil
que dicen que si el vendedor no cumple su obligación, el comprador
tendrá el derecho de pedir la resolución. Si tiene que pedir la resolu-
ción es porque la sola inejecución del contrato no la produce, ya que
se pide lo que no se tiene o lo que debe concederse. Al estudiar la
resolución por falta de pago del precio desarrollaremos latamente estas
ideas y allá nos remitimos.

1041. Desde que el contrato subsiste en tanto no haya sido resuelto por
una sentencia judicial, es claro que mientras no se dicte la sentencia su
ejecución es posible. Por este motivo, el vendedor, a quien se le demanda

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 308, pág. 309; GUILLOUARD, I, núm. 253,
p á g . 2 8 1 ; TROPLONG, I , n ú m . 2 9 3 , p á g . 3 8 0 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 6 6 ; LAURENT, 2 4 , n ú m .
179, pág. 178.
2
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 994, pág. 861.

793
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

por la resolución del contrato, puede enervar la acción resolutoria entre-


gando la cosa en el curso del juicio. 1

1042. La resolución puede declararse por el juez aunque el comprador


no la pida expresamente en su demanda, si en ella se limita a solicitar la
devolución del precio pagado y la indemnización de peijuicios, es decir,
los efectos de la resolución. Así lo ha resuelto la Corte Suprema en el caso
siguiente.
Celebrado un contrato de venta entre dos personas el vendedor no
entregó la cosa vendida en el plazo estipulado. El comprador lo demandó
para que se declarara que debía devolverle el precio recibido y el mayor
valor que la mercadería comprada alcanzó a la fecha en que debió hacerse
la entrega. Como se ve, no se pedía la resolución de la venta sino los
efectos que produce, esto es, la devolución del precio y el pago de los
peijuicios. El juez a quo y la Corte de Apelaciones de Santiago dieron lugar
a la demanda teniendo presente:
"Que la acción que se entabla en la demanda, atendidas las peticiones que en ella
se hacen, importa el ejercicio de la acción resolutoria, por no haber cumplido el
vendedor con lo pactado".
Recurrido ese fallo en grado de casación en el fondo porque ajuicio
del recurrente la Corte había declarado resuelto un contrato, no obstan-
te que las partes no lo habían solicitado, pues el demandante sólo pedía
la restitución de su dinero, mas no la resolución de la venta, fue desecha-
do el recurso a virtud de estos considerandos:
"I a Q u e el recurrente hace consistir la infracción de los artículos 1793, 1545 y
1489 del Código Civil, 167 y 251, números 4 a y 5 a del Código de Procedimien-
to Civil en que la sentencia impugnada declara la resolución del contrato de
venta y dispone la devolución del precio sin que ninguna de las partes haya
solicitado tal resolución, sin que el comprador hubiera antes desistido del con-
trato, ni entablado expresamente la acción resolutoria, y sin que la demanda
contuviera la exposición clara de sus f u n d a m e n t o s y el e n u n c i a d o preciso de
sus peticiones; 2 a Q u e estos defectos, si fueran efectivos, no darían lugar a un
recurso de casación en el f o n d o y se habrían producido, además, en la senten-
cia de primera instancia, contra la cual no se dedujo el correspondiente recur-
so de casación en la forma, limitándose a apelar de sus decisiones de fondo; 3 a
Q u e la infracción del artículo 1826 del Código Civil se refiere por el recurren-
te, al h e c h o de haberse aceptado en la sentencia una petición del demandante
que, c o m o la devolución del precio de venta, no se c o n f o r m a a j u i c i o del mis-
mo recurrente, con lo establecido en dicho precepto legal, que previene que
en caso de retardo de la entrega de la cosa vendida podrá el comprador perse-
verar en el contrato o desistir de su ejecución, en ambos casos con derecho a
ser indemnizado; 4 a Q u e en la sentencia recurrida no se infringe esta disposi-
ción puesto que ella comienza por establecer que, atendidas las peticiones del

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 3 0 8 , pág. 3 0 9 .

794
de las obligaciones del vendedor

demandante, la acción entablada es la resolutoria del contrato y en tal concep-


to da lugar a la demanda". 1
Consideramos acertada esta teoría, porque no creemos que sea esen-
cial para pedir la resolución de un contrato de venta que se diga que es
eso lo que se pide, ya que las acciones se caracterizan por sus efectos y no
por su nombre. En todo caso esa omisión sería, como dice la Corte Supre-
ma, un vicio de forma.

1043. Pedida la resolución por falta de entrega de la cosa vendida, el juez


no puede conceder un plazo al vendedor para que dentro de él satisfaga
su obligación. Según el artículo 1494 del Código Civil el juez puede seña-
lar plazo para el cumplimiento de las obligaciones cuando la ley lo faculte
expresamente. Esto no ocurre en el presente caso; de modo que el juez
ante quien se ha entablado esa acción deberá pronunciarse acogiendo o
desechando la resolución, pero en ningún caso puede señalar un plazo
para hacer la entrega, a menos que en la demanda se pida el señalamiento
de un plazo dentro del cual deba entregarse la cosa en vez de la resolu-
ción del contrato. 2 Conviene tener presente esta observación, porque en
el Código francés el juez puede señalar un plazo al vendedor para que
entregue la cosa. Pero si así sucede se debe a que el artículo 1184 de ese
Código lo faculta expresamente para proceder en esa forma.

1044. ¿Puede pedirse la resolución parcial de un contrato de venta? Si el


contrato es de aquellos que pueden cumplirse por partes, como si se trata
de la venta de un conjunto de mercaderías, es claro que si el comprador
ha aceptado entregas parciales puede pedir la resolución por el resto, ya
que por lo que hace a éste aún no se ha consumado. La jurisprudencia
nos suministra muchos casos de ventas que han sido resueltas por la parte
de mercaderías que aún no habían sido entregadas, dejándolas subsisten-
tes por las que se entregaron. 3
Pero si la venta no admite una ejecución parcial, sino total, no podrá
resolverse por parte, sino en su totalidad, puesto que la cosa objeto de ella
es indivisible y se entrega toda o no se entrega en absoluto.

1045. ¿Puede pactarse expresamente la condición resolutoria en el con-


trato de venta para el caso en que el vendedor no cumpla sus obligacio-
nes? Si así sucede, ¿cuáles son los efectos de tal estipulación? No hay ningún
precepto que prohiba un convenio de esta índole, por cuyo motivo cree-
mos que es perfectamente válido, más aun cuando en semejante estipula-
ción no hay nada que pugne con la naturaleza del contrato de venta desde
que no se trataría sino de expresar una condición que la ley subentiende

1
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. I 1 , pág. 104.
2
Sentencia 50, pág. 57, Gaceta 1888, tomo I.
5
Sentencia 1.994, pág. 1383, Gaceta 1879; sentencia 1.675, pág. 946, Gaceta 1882; sen-
tencia 788, pág. 460, Gaceta 1885.

795
d e l a c o m p r a v e n t a v df. l a p r o m e s a d e v e n t a

en toda venta. En tal caso habría un pacto comisorio cuyos efectos, a falta
de otras disposiciones sobre la materia, quedan sujetos, a mi juicio, a las
reglas señaladas en el párrafo 10 del título XXIII de libro IV del Código
Civil. Esos efectos son diversos según sea que las partes se limiten a estipu-
lar que se resolverá el contrato si el vendedor no entrega la cosa, o que
estipulen que, a falta de entrega, la venta se resolverá ipso fado. En el
primer caso, son análogos a los de la condición resolutoria tácita. En el
segundo, creemos que el vendedor podrá enervar la resolución entregan-
do la cosa dentro de las veinticuatro horas siguientes a la notificación judi-
cial de la demanda. Pero ni en uno ni en otro caso, el contrato se resuelve
por el solo efecto de la mora del vendedor, sino a virtud de la sentencia
judicial que lo declara resuelto. Por lo demás, nos remitimos a lo que se
dice sobre el pacto comisorio en el capítulo en que se estudian las obliga-
ciones del comprador que, como hemos dicho, consideramos aplicable a
este caso.

1046. Las acciones que señala el artículo 1826 del Código Civil son in-
compatibles en el sentido de que no pueden deducirse conjuntamente,
puesto que una excluye a la otra. Es evidente que si una tiende a la
ejecución del contrato y la otra a su resolución, a dejarlo sin efecto, no
pueden deducirse a un mismo tiempo. Tienen naturalezas incompati-
bles. Por este motivo el comprador a quien no se le ha entregado la cosa
no puede pedir, a la vez, el cumplimiento y la resolución del contrato.
Debe optar por una u otra cosa, pero nada se opone a que se deduzcan
una en subsidio de la otra, desde que el artículo 18 del Código de Proce-
dimiento Civil establece que en una misma demanda pueden proponer-
se dos o más acciones incompatibles para que sean resueltas una como
subsidiaria de la otra.

1047. El comprador puede renunciar estas acciones expresa o tácitamen-


te, porque se trata de acciones que miran únicamente su interés individual
y no hay ninguna disposición que le prohiba esa renuncia. Creemos que el
hecho de interponer una de ellas no importa la renuncia de la otra; de
modo que el comprador que ha deducido una puede después abandonar-
la y entablar la otra. Al estudiar la resolución de la venta por falta de pago
del precio explayaremos estas ideas y allá nos remitimos.

1048. La acción que compete al comprador para exigir la entrega de la


cosa no está sujeta, en cuanto a su prescripción, a ninguna disposición
especial, por cuyo motivo prescribe en conformidad a las reglas generales,
o sea, en diez años si es ejecutiva y en veinte si es ordinaria, contados
desde que se hizo exigible la obligación del vendedor. En el mismo senti-
do se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Santiago. 1

1
Sentencia 368, pág. 199, Gaceta 1883.

796
de las obligaciones del vendedor

1049. El vendedor a quien se le exige el cumplimiento de su obligación


de entregar no puede alegar la prescripción adquisitiva del dominio de
la cosa vendida sino únicamente la extintiva de la acción del comprador.
Así lo ha resuelto con justa razón, la Corte de Apelaciones de Santiago a
virtud de los siguientes fundamentos que son el mejor apoyo de esta
doctrina:
"7Q Que si fuera lícito a un vendedor resistir la entrega del objeto vendido alegando
posesión regular a virtud de títulos propios y de sus antecesores, se incurriría en el
absurdo de que ningún comprador podría exigir la tradición o entrega de ese obje-
to toda vez que se enajenase un bien perfectamente saneado por medio de títulos
auténticos de más de diez años de fecha, pues siempre estaría producida la prescrip-
ción ordinaria; y 10. Que la única prescripción que procede contra la demanda de
entrega es la de veinte años extintiva de la acción ordinaria que se deduce en nom-
bre del comprador, a contar desde la fecha en que fueron exigibles las obligaciones
contratadas por medio de la escritura de fs. 4".1

1050. La acción resolutoria prescribe igualmente en veinte años contados


desde que se hizo exigible la obligación del vendedor, por cuanto no hay
ninguna disposición que establezca una prescripción especial a su respec-
to. Esta doctrina está corroborada en todas sus partes por un fallo de la
Corte Suprema. 2 La Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado que la
prescripción de corto tiempo establecida para la acción redhibitoria no
puede alegarse contra la acción resolutoria que prescribe en conformidad
a las reglas generales. 3

1051. Pronunciada la resolución del contrato de venta por falta de entre-


ga de la cosa, tienen lugar las prestaciones mutuas del caso a fin de resta-
blecer las cosas a su estado anterior, debiendo, al mismo tiempo, el vendedor
indemnizar al comprador los peijuicios consiguientes.
El primer efecto que produce la resolución es que el vendedor debe
restituir al comprador el precio o parte del precio que éste haya pagado,
pues la obligación del comprador carece de causa, de modo que si no se
restituyera habría un enriquecimiento sin causa.4 El vendedor debe resti-
tuir el precio con sus intereses legales a contar desde la contestación de la
demanda porque cuando ningún interés se ha estipulado, dice el número
l fi del artículo 1559 del Código Civil, se deben los legales. Así lo han re-

1
Sentencia 368, pág. 199, Gaceta 1883.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. l s , pág. 143.
3
Sentencia de 3 de noviembre de 1916, suscrita por los Ministros señores J.C. Herrera,
Risopatrón y Bezanilla y publicada en las Ultimas Noticias de ese mes.
4
Sentencia 1.069, pág. 730, Gaceta 1880; sentencia 1.285, pág. 902, Gaceta 1880; sen-
tencia 2.556, pág. 1605, Gaceta 1884; sentencia 1.065, pág. 768, Gaceta 1886; sentencia 2.002,
pág. 1302, Gaceta 1904, tomo II; sentencia 595, pág. 937, Gaceta 1905, tomo I; sentencia
1.093, pág. 653, Gaceta 1912, tomo II; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IV, sec. 1®,
pág. 24; tomo X, sec. I, pág. 104.

797
de la c o m p r a n tí nt a y de la promesa de v e n t a

suelto las Cortes de Apelaciones de Santiago, 1 Talca,2 Concepción 3 y Valdi-


via.4 Sin embargo, la Corte de Apelaciones de Tacna ha establecido que se
deben los intereses corrientes que haya podido producir el precio durante
todo el tiempo que estuvo en poder del vendedor, porque no se trata aquí
de la obligación de pagar una suma de dinero sino de la inejecución de
una obligación de hacer. 5

1052. A su vez, el comprador debe restituir la cosa si la ha recibido, lo que


sucederá cuando la resolución se pronuncie por la falta de entrega de los
frutos o accesorios de la misma. Creemos que el comprador no está obliga-
do a restituir los frutos que haya producido mientras estuvo en su poder,
porque según el artículo 1488 del Código Civil, verificada una condición
resolutoria sólo se deben los frutos percibidos en el tiempo intermedio cuan-
do la ley o las partes así lo dispongan. En este caso no hay ninguna disposi-
ción que obligue al comprador a hacer tal restitución, con mayor razón
todavía cuando la resolución del contrato es imputable al propio vendedor
y no al comprador que está de buena fe y que lo ha cumplido fielmente.

1053. El vendedor debe también indemnizar al comprador los perjuicios


que le haya ocasionado con la inejecución del contrato, peijuicios que com-
prenden el lucro cesante y el daño emergente. Tales perjuicios se deben
cuando efectivamente se hayan sufrido y en la extensión del daño causado,
ya que nadie puede enriquecerse a costa ajena, como ocurriría si el vende-
dor tuviera que indemnizar peijuicios que el comprador no ha experimen-
tado. 6 Su prueba incumbe al comprador y si no logra establecerlos, aunque
los haya sufrido y aunque toda resolución los lleve consigo, no tiene dere-
cho a ninguna indemnización, pues no basta sufrir un perjuicio para ser
indemnizado, sino que es menester acreditar su efectividad. En el mismo
sentido se ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Santiago que dice:
"Aunque la no ejecución de un contrato infiere ordinariamente peijuicios, el que
alega haberlos sufrido y demanda el pago de ellos debe especificarlos y compro-
bar a lo menos de una manera general su efectividad, puesto que es deber del
demandante acreditar el hecho en que funda su acción cuando le es contradicho
enjuicio". 7
Acerca del monto y extensión de los peijuicios puede litigarse en el
mismo juicio en que se pide la resolución o en otro diverso, para cuyo
efecto debe hacerse en aquel la reserva de los derechos correspondientes.

1
Sentencia 1.069, pág. 730, Gaceta 1880; sentencia 1.065, pág. 768, Gaceta 1886.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo IV, sec. I 5 , pág. 24.
3
Sentencia 595, pág. 937, Gaceta 1905, tomo I.
4
Sentencia 1.093, pág. 653, Gaceta 1912, tomo II:
5
Sentencia 2.002, pág. 1302, Gaceta 1904, tomo II.
6
GUILLOUARD, I, n ú m . 2 5 0 , p á g . 2 7 9 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 8 0 , p á g . 178; TROPLONG, I,
núm. 297, pág. 385.
7
Sentencia 2.954, pág. 1426, Gaceta 1874.

798
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

En otras ocasiones, su monto se discute en la ejecución de la sentencia


que acoge la resolución.
Veamos, ahora, qué peijuicios son los que se deben. Los peijuicios que
el vendedor puede causar al comprador son de dos clases: los que se pre-
vieron y pudieron preverse al tiempo del contrato y los que son una conse-
cuencia inmediata y directa de su inejecución. El vendedor responde de
los primeros cuando no se le puede imputar dolo en la falta de entrega; si
se le puede imputar dolo es responsable de los segundos. Es la regla del
artículo 1556 del Código Civil. La responsabilidad ordinaria del vendedor
se extiende únicamente a los peijuicios que se previeron o pudieron pre-
verse al tiempo del contrato. Determinar si ha habido o no dolo como
también cuáles son los peijuicios que se previeron o pudieron preverse es
una cuestión de hecho que debe resolver el juez con el mérito de la prue-
ba rendida y demás antecedentes del proceso.
Los autores están unánimemente de acuerdo en este punto. En efecto,
Pothier y Domat enseñan que el vendedor sólo debe los peijuicios que el
comprador ha sufrido con relación a la cosa que se le ha vendido, es decir,
los peijuicios que ordinariamente se prevén y a los cuales ha entendido
someterse el vendedor. 1 Por consiguiente, no está obligado a indemnizar
aquellos peijuicios que son una consecuencia indirecta de la falta de en-
trega y que son, más bien, "un efecto extraordinario de algún aconteci-
miento y de algún hecho que hace nacer la orden divina, como dice Domat,
que del retardo de la entrega". 2 Para poder apreciar mejor esta distinción,
Pothier aduce el ejemplo siguiente. Si el vendedor no entrega la avena
vendida a un agricultor, le debe solamente su valor o el mayor valor que
haya pagado para procurarse otra, pero no está obligado a pagarle el daño
que esa falta de entrega le ha ocasionado en sus caballos que, por falta de
alimento, se han debilitado, ni tampoco el que le ha causado en sus tierras
que no han podido labrarse como era necesario a causa de que los caba-
llos que hacían la labranza estaban mal alimentados. 3 Domat, por su parte,
señala otro ejemplo y dice que el vendedor de una cierta cantidad de trigo
que no la entrega no puede ser obligado a indemnizar al comprador los
daños que le ha originado la paralización de una obra en la que tenía
ocupados sus obreros que, por falta de la entrega del trigo, se vio obligado
a despedir por carecer de alimentos para ellos. Sólo está obligado a pagar-
le el mayor valor del trigo.4 Entre los peijuicios que han podido preverse
al tiempo del contrato pueden señalarse los que indica Pothier en este
ejemplo: si se compra a un fabricante de madera unas vigas o postes para
sujetar una casa que amenaza derrumbarse, advirtiéndole el peligro que
hay y éste no los entrega oportunamente y la casa se derrumba por falta de

1
POTHIER, III, núm. 7 2 , pág. 3 5 ; DOMAT, Lois civiles, tomo I, libro I, Du contrat de vente,
título II, sección II, núm. 18, pág. 161; TROPLONG, I, núm. 298, pág. 385.
2
Locución citada en la nota anterior.
3
Locución citada en la nota 1.
4
Locución citada en la nota 1.

799
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \T.NTA

sostenes, el vendedor debe pagar los peijuicios que sufre el comprador


con el derrumbe de la casa, ya que el vendedor, al vender esas vigas o
postes con conocimiento del objeto a que estaban destinados, se sometió
tácitamente a ellos.1
Establecido el hecho de que el vendedor debe solamente los peijuicios
que se previeren o pudieren preverse al tiempo del contrato, cabe averi-
guar cuáles son ellos y en qué consisten.
En primer lugar, el vendedor debe abonar al comprador el mayor va-
lor que la cosa vendida llegó a tener a la fecha y en el lugar en que debió
hacerse la entrega, es decir, la diferencia de precio entre el señalado en el
contrato y el que tenga la cosa en el día en que debió ser entregada,
porque éste es un valor que el comprador dejó de ganar.2
Si el precio de las mercaderías ha bajado de tal modo que el compra-
dor no realizará una ganancia, el vendedor debe abonarle lo que deje de
ganar. Así, por ejemplo, si compro cien fanegas de trigo a quince pesos
cada una a fin de que se me entreguen el I a de enero y después de esa
fecha cada una vale veinte pesos y tengo ofertas de compra por ese precio,
que no pude aceptar porque el vendedor no me las ha entregado, y entre
tanto baja el precio de cada fanega por lo que ya no puedo obtener esa
ganancia de cinco pesos, es claro que el vendedor debe abonármelo pues-
to que si dejé de obtenerla fue por su culpa. 3
El vendedor debe pagar también el sobreprecio que el comprador se
ve en la necesidad de pagar para adquirir las mercaderías que el vendedor
no le entregó y que aquél tenía vendidas a un tercero o que necesitaba
para su consumo, industria o fábrica y que se ve precisado a comprar a
otra persona a causa de la inejecución del contrato. 4 Le debe igualmente
los peijuicios que el comprador tenga que indemnizar al tercero a quien
le había vendido las mercaderías que compró al vendedor y que no pudo
entregarle por no haber éste cumplido con su obligación.
Finalmente, el vendedor debe reembolsar al comprador los gastos que
le haya originado el contrato, el salario de los empleados que envió a bus-
car las mercaderías y que volvieron sin ellas, los que él mismo haya hecho
con ocasión de la venta, etc.5

1054. El comprador tiene también derecho a que el vendedor le indemni-


ce los peijuicios cuando pide la ejecución del contrato, en cuyo caso aque-
llos se reducen a los que el comprador haya sufrido con la mora del
vendedor.

1
POTHIER, III, n ú m . 7 3 , p á g . 3 5 .
2
Sentencia 1.385, pág. 874, Gaceta 1884; sentencia 2.556, pág. 1605, Gaceta 1884; Re-
visía de Derecho y Jurisprudencia, tomo X, sec. Ia, pág. 104; GUILLOUARD, I, núm. 250, pág. 279;
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1018, pág. 862.
' TROPLONG, I, n ú m . 307, pág. 391.
4
Sentencia 1.557, pág. 1099, Gaceta 1880.
5
Sentencia 3.540, pág. 1944, Gaceta 1882; TROPLONG, I, núm. 308, pág. 391.

800
de las obligaciones del vendedor

Para determinarlos hay que distinguir dos casos: la cosa no se entrega,


porque se ha enajenado, destruido, etc., o la cosa se entrega tardíamente.
En uno y otro caso se deben únicamente los perjuicios que se previeron o
pudieron preverse al tiempo del contrato, a menos que pueda imputarse
dolo al vendedor, porque entonces debe todos los que sean una conse-
cuencia inmediata o directa de la falta de entrega.
Si el vendedor no entrega la cosa, a pesar de serle ordenada judicial-
mente la entrega, su obligación se resuelve en una indemnización de per-
juicios. El vendedor debe restituir el precio que haya recibido pagar el
exceso de precio que tenga la cosa vendida en el tiempo y lugar en que
debió entregarse. Si el comprador no ha pagado el precio, debe entregar-
le el valor íntegro que la cosa tenía en el día y lugar en que debió efectuar-
se la entrega. 1 Por lo demás, se deben todos los perjuicios que hemos
señalado al hablar de la resolución del contrato.
Lo dicho se aplica sea que el vendedor haya enajenado la cosa vendida o
que haya perecido durante su mora, es decir, siempre que se haga imposible
la entrega. Pero si la cosa hubiera perecido igualmente en poder del com-
prador, sólo se deben los peijuicios de la mora. Si la cosa se ha deteriorado
únicamente durante la mora del vendedor, a más de los peijuicios anotados,
debe pagar al comprador la diferencia entre el primitivo valor de la cosa y el
actual, a menos que la cosa hubiera perecido aun estando en poder del
comprador, porque entonces sólo se deben los peijuicios de la mora. Si el
deterioro es muy considerable, el comprador puede negarse a recibir la
cosa y exigir los daños y peijuicios como en el caso de resolución.
Si el vendedor sólo retarda la entrega, debe los peijuicios de la mora,
como son los que ha sufrido el comprador al tener que proporcionarse
otra a mayor precio por no haber recibido la que compró al vendedor o al
tener que indemnizar a su comprador los peijuicios que le causó por no
habérsela entregado a tiempo.
También debe al comprador lo que éste ha dejado de ganar a conse-
cuencia de la mora, si debido a ella no pudo revender la cosa a un precio
superior que el pagado por él.2
Tanto en el caso de mora como en el de falta de entrega, el vendedor
debe entregar al comprador todos los frutos que la cosa ha producido
desde la época en que, según el artículo 1816, le correspondían a éste o,
en subsidio, su valor.
Excusado creemos manifestar que si las partes han estipulado alguna
pena para el caso de no cumplirse o de retardarse la obligación del vende-
dor, siendo legal esa pena, los jueces deben mandarla pagar. 3

1
Sentencia 2.417, pág. 1342, Gaceta 1883.
2
Sentencia 2.198, pág. 1396, Gaceta 1886.
3
Sentencia 3.461, pág. 2173, Gaceta 1886; sentencia de 2 de abril de 1914 de la Corte
de Apelaciones de Santiago suscrita por los Ministros señores Felipe Herrera, Risopatrón y
Cortés y publicada en Las Ultimas Noticias de ese mes; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo
X, sec. 1', pág. 104.

801
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

1055. Un punto que se ha discutido mucho entre los autores es el que se


refiere a saber si el comprador a quien no se han entregado las mercade-
rías vendidas en el plazo estipulado puede adquirir otras y si en caso de
adquirirlas a un precio superior puede exigir del vendedor la diferencia
de los precios como indemnización. Guillouard y Baudry-Lacantinerie
creen, y con razón, que el comprador puede hacerse autorizar por la justi-
cia para comprar otras mercaderías por cuenta del vendedor, debiendo
éste abonarle el mayor precio que por ellas ha debido pagar. Para opinar
en esta forma se fundan en que así como esta solución es posible en las
obligaciones de hacer, puede serla igualmente en todas aquellas otras obli-
gaciones que son susceptibles de ejecutarse por medios materiales. 1 Aun
van más lejos y sostienen que el comprador puede, después de haber pues-
to en mora al vendedor, comprar las mercaderías sin autorización previa y
pedir en seguida la resolución del contrato con daños y peijuicios que
aquí serían el excedente de precio que ha debido pagar para obtener las
mercaderías que necesitaba.
Baudry-Lacantinerie señala esta diferencia entre ambas situaciones:
cuando el comprador adquiere las mercaderías con autorización de la jus-
ticia tiene derecho, como indemnización, a todo el exceso de precio que
por ellas ha pagado; y cuando las adquiere sin esa autorización, el tribunal
puede tomar en cuenta, para fijar el monto de los peijuicios, ese exceso
de precio, pero no está obligado a ordenar que se reembolse íntegramen-
te, quedando, a su arbitrio, la determinación de ese monto. 2

1056. El artículo 156 del Código de Comercio repite innecesariamente la


regla del artículo 1826 del Código Civil y dice: "No entregando el vendedor
dentro del plazo estipulado las mercaderías vendidas, el comprador podrá solicitar el
cumplimiento o la rescisión del contrato, y en uno y otro caso la reparación de los
perjuicios que hubiere sufrido"}
Este artículo habla de rescisión en vez de resolución, no obstante que
ambas expresiones son enteramente diversas. La rescisión tiene lugar cuan-
do el contrato adolece de un vicio que lo anula relativamente, en tanto
que la resolución se verifica cuando un contrato perfecto y válido deja de
cumplirse por una de las partes. En el primer caso, el contrato existe pero
viciado y se trata de anularlo. En el segundo existe, válidamente y sin vicio
alguno y se trata de deshacerlo, para eximirse legalmente de las obligacio-
nes que crea, previas las indemnizaciones que debe pagar el infractor. Por

1
G U I L L O U A R D , I, núm. 250, pág. 2 7 9 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 310,
pág. 311.
2
Déla vente, núm. 310, pág. 312, FUZIER-HERMAN, tomo 26, Vente, núms. 1006, a 1008,
pág. 861.
5
Sentencia 1.339, pág. 592, Gaceta 1873; sentencia 594, pág. 278, Gaceta 1874; senten-
cia 121, pág. 830, Gaceta 1879; sentencia 1.994, pág. 1383, Gaceta 1879; sentencia 2.071,
pág. 1453, Gaceta 1879; sentencia 1.634, pág. 1015, Gaceta 1884; sentencia 1.691, pág. 1218,
Gaceta 1898, tomo I; sentencia 148, pág. 119, Gaceta 1899, tomo I; sentencia 470, pág. 390,
Gaceta 1899, tomo II.

802
de las obligaciones del vendedor

este motivo, ese artículo debiera decir "resolución", ya que es ésta la ac-
ción que competa al comprador cuando el vendedor no le entrega la cosa.
Todo cuanto hemos dicho anteriormente sobre las acciones que tiene
el comprador en caso de falta de entrega de la cosa vendida es aplicable a
las ventas mercantiles y aun cuando el artículo 156 no dice que la mora
del vendedor debe ser culpable para que el comprador pueda ejercitarlas,
creemos que no por eso se ha modificado la regla del Código Civil desde
que es un principio general de derechos que nadie responde del caso
fortuito.

1057. El artículo 152 del Código de Comercio señala las acciones que tie-
ne el comprador cuando el vendedor se ha colocado en la imposibilidad
de entregar la cosa por haberla enajenado, consumido o alterado. Dice
así: "Si después de perfeccionada la venta el comprador consume, altera o enajena y
entrega a otro las mercaderías vendidas, deberá entregar al comprador otras equiva-
lentes en especie, calidad y cantidad o en su defecto abonarle su valor a juicio de
peritos, con indemnización de perjuicios ".
Este artículo también es innecesario, ya que según el artículo 1826 del
Código Civil si el vendedor se coloca por su culpa en la imposibilidad de
entregar, el comprador puede exigirle indistintamente el cumplimiento
del contrato, que se resolvería en una indemnización de peijuicios, o su
resolución.
Lo que dice este precepto es que si el vendedor, después de perfeccio-
nada la venta, altera, consume o enajena y entrega a otro las mercaderías
vendidas, el comprador puede exigir la entrega de otras mercaderías o, en
subsidio, su valor con indemnización de peijuicios. Es menester que la
alteración, destrucción o enajenación de las mercaderías sea posterior a la
celebración de la venta, porque si es anterior, resultaría que la segunda
venta sería de cosa ajena o de cosa inexistente, según el caso, y se regiría
por las reglas dadas para estas especies de venta. Es esencial para la aplica-
ción del artículo 152 que esos hechos sean posteriores a la celebración del
contrato. La Corte de Apelaciones de Santiago desechó una demanda en
que se pedía la aplicación del artículo 152, porque de la prueba rendida
resultó que las mercaderías se habían vendido al demandante con la con-
dición de que no estuvieran vendidas antes a otra persona y efectivamente
lo estaban, de modo que la segunda venta quedó sin efecto. 1 Esa misma
Corte ha declarado en virtud de lo dispuesto en este artículo, que el ven-
dedor que se ha colocado después de la renta en la imposibilidad de en-
tregar la cosa, debe pagar su valor ajusta tasación de peritos. 2

1058. Por lo demás, acerca de los requisitos que se exigen para que el
comprador pueda ejercitar las acciones que señala el artículo 1826 del
Código Civil, de la manera de constituir en mora al vendedor, de la forma

' Sentencia 1.396, pág. 615, Gaceta 1869.


2
Sentencia 1.385, pág. 874, Gaceta 1884.

803
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

como opera la resolución del contrato, del contrato, de sus efectos, del
carácter y duración de las acciones, de su renuncia, de los efectos del pac-
to comisorio, etc., nos remitimos a lo que se dice en el capítulo en que se
estudian los efectos que produce la infracción de la obligación del com-
prador de pagar el precio, por ser ambas una misma cuestión sujeta a las
mismas reglas.

7a REGLAS RELATIVAS A LAS VENTAS DE INMUEBLES HECHAS


CON INDICACION DE LA CABIDA

1059. Hemos dicho anteriormente que el vendedor está obligado a entre-


gar lo que reza el contrato. En virtud de esta obligación debe entregar la
cosa vendida en la cantidad y extensión estipuladas. Esta regla, que es
general en materia de compraventa, también recibe aplicación en la venta
de bienes inmuebles, en las que presenta cierto interés particular a causa
de las dificultades que puede originar y de la importancia de esos bienes.
Por estos motivos, el Código se ha ocupado especialmente en sus artículos
1831 a 1834 inclusive de la forma en que pueden venderse los inmuebles
por lo que a su cabida se refiere, de la extensión que en tales casos tiene la
obligación del vendedor y de las acciones que competen a las partes cuan-
do la infringe.
Por lo demás, nuestro Código, al reglamentar esta materia en especial,
no ha hecho sino seguir el criterio de las demás legislaciones. Los Códigos
francés, italiano y español la reglamentan minuciosamente, como lo vere-
mos más adelante, señalando reglas diversas para cada uno de los casos
que pueden presentarse.

1060. Las reglas que establecen los artículos 1831 y siguientes del Código
Civil, relativas a la forma en que pueden venderse los inmuebles en cuanto
a su cabida, se aplican únicamente a los predios rústicos y no a los urba-
nos. Esta afirmación se basa en los propios términos de la ley y en la histo-
ria fidedigna de su establecimiento.
El artículo 1831 sólo habla de "predio rústico". Esta expresión significa
fundo, finca, en una palabra, toda propiedad destinada al cultivo o al tra-
bajo agrícola o que se beneficia de algún modo. Se contrapone a predio
urbano, que quiere decir todo terreno edificado o la propiedad sobre la
cual se encuentra una casa o edificio. La diferencia entre una y otra clase
de predios es notable. El Código contempla esta distinción en varios de
sus artículos, lo que indica que para él no es lo mismo predio rústico que
predio urbano, de modo que las reglas dadas para u n o no se aplican al
otro, sino cuando la misma ley lo dice, sea expresamente o porque emplea
una expresión que comprende a los dos.
Así, por ejemplo, el Código ha distinguido muy bien entre los predios
rústicos y los urbanos en el arrendamiento. En el párrafo 5 a del título
XXVI del libro IV señala reglas especiales para el arriendo de casas, alma-
cenes u otros edificios y a continuación establece otras para los predios

804
de las obligaciones del vendedor

rústicos. Esto manifiesta que el legislador considera que unos y otros pre-
dios son de diversa índole, por lo que necesitan diversas reglas. Cuando la
ley ha querido que sus disposiciones se apliquen indistintamente a todo
inmueble, sea rústico o urbano, ha empleado las palabras predio, inmue-
ble, finca, heredad, etc., u otras que, según la definición que de ellas da
en el artículo 568, significan todo bien raíz, sea rústico o urbano. Al ha-
blar de la tradición, del usufructo, del fideicomiso y de las servidumbres
emplea esas expresiones sin referirse a predio rústico o urbano, lo que
indica que las reglas allí señaladas se aplican a todo inmueble.
Lo expuesto nos demuestra que la ley distingue los predios urbanos de
los predios rústicos. De ahí que cuando establece reglas especiales para
una de esas categorías no puedan extenderse a la otra, como ocurre en el
caso que estudiamos. El artículo 1831 y los siguientes hablan de "predio
rústico". Si la ley distingue entre este predio y el urbano en varias de sus
disposiciones y si aquí menciona solamente el primero, es lógico concluir
que en este caso se trata de los predios rústicos y no de los urbanos.
La historia fidedigna del establecimiento de la ley corrobora esta opi-
nión. En efecto, el proyecto de Código Civil empleaba en sus artículos
2016 y siguientes la palabra "finca" que, según el artículo 671 del mismo
proyecto, significaba inmueble o bien raíz, fuera éste edificado o no, es
decir, comprendía tanto los edificios como los fundos propiamente tales.
En el Código vigente se sustituyó esa palabra por la expresión "predio
rústico" con lo que se quiso modificar y restringir la aplicación de esas
reglas dejándolas para los predios rústicos únicamente.
La jurisprudencia se ha pronunciado en el mismo sentido. La Corte Su-
prema ha declarado que las disposiciones de los artículos 1831 y siguientes no
se aplican de ninguna manera a los predios urbanos, pues sólo se refieren a
los predios rústicos. Dicen así los considerandos pertinentes:
"4e Que ambos preceptos (arts. 1831 y 1832) se refieren solamente a la venta de
predios rústicos, porque así se deducen del texto del artículo 1831, en que literal-
mente se emplea la frase "predio rústico" con el fin de designar la cosa en cuya
venta puede presentarse el caso de una estipulación relacionada con la cabida mis-
ma, y porque así también se deduce del texto del segundo de los artículos mencio-
nados, en que, para la designación de la cosa materia del contrato de venta, emplea
el legislador el artículo definido "el", significando de esta manera que sus disposi-
ciones comprenden el único predio antes determinado, o sea el "predio rústico"; 5 S
Que corrobora esta interpretación el estudio de los antecedentes que sirvieron para
el establecimiento de los artículos 1831 a 1836, de los que aparece que en los dos
primeros proyectos del Código Civil, se consultaron reglas sobre el particular que
comprendían tanto la venta de predios rústicos como la de urbanos, disposición
que en el definitivo fue modificada sustituyendo la palabra "finca" empleada en los
anteriores, por la frase "predio rústico", con el único propósito posible, dentro del
texto general de ellas, de restringirlas a esta última clase de bienes inmuebles;... 8"
Que, en consecuencia, las reglas relativas a la cabida consignadas en los artículos
1831 y siguientes no son aplicables a la venta de predios urbanos".'

1
Revista (leDerechoyJurisprudencia, tomo XII, sec. I a , pág. 574.

805
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

La Corte de Apelaciones de Concepción dice:


"3" Que el vendedor es obligado a entregar lo que reza el contrato; 4 a Que la
regla anterior está limitada sólo por dos excepciones, que son las contenidas en
el artículo 1832, complementario del 1831, y en el 1835 del mismo Código; 5°
Que el caso de que se trata no está comprendido en la primera excepción, por-
que ella, si bien es relativa a bienes raíces, se aplica únicamente a los predios
rústicos y no a los urbanos, desde que la ley, al establecerla, menciona exclusiva-
mente aquellos, sin hacerla extensiva a éstos; 6 a Que dicha excepción, tal como
está concebida, consulta las diferencias que existen entre los predios rústicos y
los urbanos, provenientes, ya de que la extensión de los segundos es fácil de ser
determinada con precisión, ya de que una menor cabida que la estipulada pue-
de hacerlos inadecuados al objeto a que se les destina, lo que en general no
sucede con los primeros". 1 En el caso fallado por esta Corte se reclamaba de la
cabida de un predio situado en el centro de la ciudad de los Angeles, y como tal,
e m i n e n t e m e n t e urbano.

1061. Los predios urbanos no quedan incluidos en la disposición del artícu-


lo 1835 del Código Civil que habla de "cualquier todo o conjunto de merca-
derías", por lo que tampoco pueden aplicárseles, en virtud de él, las reglas
dadas para los predios rústicos. Así lo ha resuelto la Corte Suprema en la
sentencia antes mencionada, a virtud de estas consideraciones que juzgamos
muy acertadas:
"6a Que no es jurídicamente aceptable la consecuencia que se pretende deducir
del precepto del artículo 1835, del h e c h o de ser aplicables también las reglas de
los artículos 1832 y 1833 a las ventas de 'cualquier todo o conjunto de efectos o
mercaderías', puesto que la palabra 'todo', única que pudiera dar asidero para
aquella consecuencia, ha sido usada por el legislador c o m o sinónima de conjunto,
ya que están unidas por la conjunción disyuntiva 'o' y ambas relacionadas con los
bienes muebles expresados en la denominación de 'efectos o mercaderías'; 7 a
Que es ésta también la interpretación que se deduce de los antecedentes referi-
dos, pues en el segundo de los proyectos de Código se redactó en los mismos
términos el artículo correlativo al 1835, no obstante que ese proyecto, como se ha
expuesto, comprendía dentro de la regla de los artículos precedentes a toda clase
de inmuebles, lo que demuestra que su redactor no dio a la palabra 'todo' otra
acepción que la de 'conjunto de efectos o mercaderías"'. 2
La Corte de Apelaciones de Concepción establece también análoga
doctrina y dice:
"Que tampoco está comprendido el caso de que se ha h e c h o referencia (se trata-
ba de un predio urbano) en la disposición del artículo 1835 del Código Civil,
porque ella, según aparece del tenor literal del artículo 1835 ya citado, que la
establece, abarca sólo bienes muebles, o sea, cualquiera todo o conjunto de efec-
tos o mercaderías, y por consiguiente, no tiene aplicación a bienes raíces como es
el predio enajenado". 3

1
Sentencia 2.152, pág. 110, Gaceta 1893, tomo II.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. I 5 , pág. 574.
3
Sentencia 2.152, pág. 110, Gaceta 1893, tomo II.

806
de las obligaciones del vendedor

1062. Hemos dicho que las reglas de los artículos 1831 y siguientes no se
aplican a los predios urbanos. Por consiguiente, si el predio urbano no
tiene la cabida con la cual se compró, el comprador no puede pedir rebaja
de precio fundado en el artículo 1832 del Código Civil. Puede pedir la
resolución del contrato a virtud de lo dispuesto en el artículo 1489 del
Código Civil, pues en tal caso hay una inejecución de la obligación de
entregar por parte del vendedor que autoriza al comprador para exigir la
entrega de todo el predio o la resolución del contrato y como aquella, por
lo general, no le será posible, no le queda sino pedir la resolución. Así lo
ha declarado la Corte de Apelaciones de Concepción en un juicio en que
se pidió la resolución del contrato de venta de un predio urbano porque
el vendedor no había entregado toda la superficie convenida. El vendedor
se excepcionó diciendo que, como la diferencia era pequeña, sólo proce-
día una rebaja del precio. La Corte aceptó la demanda, pues consideró
que la rebaja del precio por falta de cabida tiene lugar en la venta de un
predio rústico y no en la de un predio urbano. 1 Del mismo modo, si la
cabida real es mayor que la declarada, el comprador no puede ser obliga-
do a pagar un aumento proporcional del precio. Podrá devolver el exceso
de terreno; y si esto no es posible, podrá resolver el contrato por inejecu-
ción de la obligación del vendedor; pero, en ningún caso, se aplicarán las
disposiciones del artículo 1832 del Código Civil.
Las partes pueden aceptar voluntariamente el aumento o disminución
del precio; pero por la vía judicial no pueden impetrar esas acciones sino
únicamente las de cumplimiento o resolución del contrato con indemni-
zación de peijuicios.

1063. Desde que las disposiciones de los artículos 1831 y siguientes se apli-
can a los predios rústicos y no a los urbanos, es de absoluta necesidad
determinar qué se entiende por unos y otros.
Nuestro Código no ha definido lo que son predios rústicos y predios
urbanos, por cuyo motivo para hacer su calificación debemos recurrir al
sentido natural y obvio de esas expresiones y al contexto de las demás
disposiciones legales. De este contexto se infiere que predio rústico es el
destinado al cultivo agrícola, en tanto que los predios urbanos son las ca-
sas y edificios. Esta acepción fluye del examen comparativo de las disposi-
ciones establecidas por el Código al hablar del arrendamiento. En efecto,
en el párrafo 5 e del título XXVI del libro IV señala las reglas a que está
sometido el arrendamiento de casas y otros edificios y en el párrafo 6 9 del
mismo título y libro se ocupa del arrendamiento de los predios rústicos;
de manera que lo contrapuesto a predio rústico son las casas y edificios y
como lo que no es predio rústico debe ser predio urbano resulta que los
predios urbanos son las casas, almacenes y edificios. Al mismo tiempo, de
los artículos incluidos en el párrafo 6° fluye que los predios rústicos son
los destinados al cultivo o aprovechamiento agrícola.

1
Sentencia 2.152, pág. 110, Gaceta 1893, tomo II.

807
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

Del examen de esas disposiciones se deriva que el espíritu del legisla-


dor ha sido denominar predio rústico a las tierras destinadas al cultivo
agrícola y predio urbano a los terrenos edificados.
El sentido natural y obvio de esas expresiones corrobora ampliamente
la opinión que venimos sustentando. Los diccionarios definen el predio
rústico como la parte de tierra vacía que se cultiva o beneficia de algún
modo, como las hazas y heredades en el campo, y los huertos y jardines en
el poblado, y el predio urbano como el sitio en que hay edificio para habi-
tar, sea en el poblado o en el campo.
Para clasificar un predio de urbano o de rústico no se atiende al lugar
en que está ubicado, sino a su calidad y al uso a que se le destina. Lo que
caracteriza el predio urbano es que esté edificado, sin que nada importe el
lugar de su ubicación. Y lo que caracteriza el rústico es el hecho de estar
destinado al cultivo agrícola o, mejor dicho, a la producción de frutos natu-
rales. De ahí que pueda haber un predio rústico en la ciudad y un predio
urbano en el campo. Según esto, un sitio que está cercado de alambre, pero
no edificado, es rústico, aunque esté en la ciudad, puesto que carece de
edificios que es el requisito esencial del predio urbano. Por la misma razón,
un predio destinado al cultivo agrícola, a la producción de frutos naturales,
cualquiera que sea el lugar en que se halle, es rústico, puesto que está dedi-
cado a un uso que es el que caracteriza esencialmente esta clase de predios.
Pero para que un predio tenga una u otra calidad es menester que esté
destinado permanentemente a un uso determinado. No basta un uso acci-
dental. Tampoco pierde su carácter de urbano o de rústico por el hecho de
dejar de servir momentáneamente para el uso a que se le dedica de ordina-
rio. Si un predio pierde por algún accidente el uso a que se le destina, como
si un edificio es destruido por un incendio o una siembra por una inunda-
ción y dejan de servir en calidad de predio urbano en el primer caso y de
predio rústico en el segundo, no por eso cambia su naturaleza y seguirán
siendo urbano el uno y rústico el otro, ya que ambos han estado y están,
puede decirse, entregados a un uso permanente que los caracteriza. Un
fallo de la Corte de Apelaciones de Concepción confirma ampliamente este
aserto. En él se declaró urbano un sitio ubicado en una ciudad, no obstante
carecer de edificios, porque aunque estos no existían al tiempo del contrato
por haberlos destruido un incendio, habían existido antes y el predio no se
había destinado después al cultivo agrícola, de modo que la carencia mo-
mentánea de los edificios no lo hacía perder su calidad de predio urbano.
He aquí el considerando pertinente:
"Que si bien es cierto que al celebrarse aquel contrato el sitio indicado carecía de
edificios por haberlos destruido un incendio, según lo expresa el demandado, tam-
bién lo es que esa circunstancia no basta para hacerle perder la calidad de predio
urbano, que por su destinación le corresponde, y adquirir la de rústico desde que
no se le ha dedicado a cultivo alguno agrícola, o sea, a la producción de frutos
naturales, que es lo que esencialmente caracteriza esta última clase de predios".'

1
Sentencia 2.152, pág. 110, Gaceta 1893, tomo II.

808
de las obligaciones del vendedor

Por lo demás, la calificación de un predio en rústico o urbano es una


cuestión de hecho que queda al arbitrio de los jueces de la causa.

1064. Puede suceder que un predio esté dedicado en parte a edificios y


en parte al cultivo agrícola. Para determinar si es urbano o rústico debe
atenderse a su objeto principal. Si la mayor parte del terreno está dedica-
do a edificios, constituyendo estos su objeto principal, de modo que al
cultivo se dedica una pequeña parte, debe ser considerado como predio
urbano en razón de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal. Si una
casa tiene un huerto en el interior, será un predio urbano y no un predio
rustico, puesto que su objetivo primordial no es el cultivo agrícola sino
servir de habitación. Si, por el contrario, la mayor parte del terreno está
dedicado al cultivo agrícola, cultivo que constituye el objeto principal del
predio, siendo sus edificios un accesorio secundario del mismo, como si
en una chacra o fundo hay una casa de habitación, no vacilamos en atri-
buirle el carácter de predio rústico, pues la casa es un accesorio destinado
a hacer más expedita la explotación del suelo, desde que su objeto es dar
habitación a los que tienen a su cargo esa explotación.

1065. Lo expuesto nos permite precisar el carácter que tienen los sitios
que se venden para población. Creemos que mientras están sin edificar
son predios rústicos, puesto que carecen del edificio, que es lo que carac-
teriza en su esencia el predio urbano. Y serán urbanos una vez que se
construyan en ellos casas y habitaciones, cualquiera que sea el lugar en
que estén situados, ya que éste, según se dijo, no influye absolutamente en
nada en la calificación de un predio. Las reglas indicadas deben entender-
se sin peijuicio de las modificaciones que los hechos y las circunstancias
puedan introducir en cada caso concreto.

1066. "Un predio rústico, dice el inciso Ia del artículo 1831 del Código Civil,
puede venderse con relación a su cabida o como una especie o cuerpo cierto". Esto
significa que la venta de un predio puede hacerse tomando en cuenta su
cabida o desentendiéndose de ella. En el primer caso la venta se hace con
relación a cabida; en el segundo se dice que es de especie o cuerpo cierto.

1067. Determinar cuándo la venta es con relación a cabida y cuándo es de


especie o cuerpo cierto es una cuestión de hecho y de interpretación en
que debe atenderse, ante todo, a la intención y espíritu de los contratan-
tes, por cuyo motivo queda al arbitrio del juez. 1 Debe sí tenerse presente
que en caso de duda acerca de la forma en que se ha vendido el predio, si
no se sabe con toda precisión cómo se ha hecho la venta si con relación a
cabida o como cuerpo cierto, debe considerarse que ha sido celebrada en
esta última forma, porque de los propios términos del artículo 1831 se
desprende que la regla general es que un predio se venda como cuerpo

1
LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 9 6 , p á g . 1 9 5 .

809
de la comi'ravknta y de la promesa de v e n t a

cierto y la excepción es que se venda con relación a cabida. En efecto,


después de enumerar cuándo se vende con relación a cabida, dice que en
todos los demás casos se entenderá venderse el predio como un cuerpo
cierto, de manera que si la venta no se encuentra perfectamente encua-
drada en la enumeración del artículo 1831 hay que recurrir a la aplicación
del inciso final de ese artículo y darle, en virtud de esa regla, el carácter de
venta de especie o cuerpo cierto.
Esto no obsta, sin embargo, para que puedan darse algunas reglas ge-
nerales acerca de cuándo debe entenderse celebrada la venta en una u
otra forma.
El artículo 1831 dice que "Se vende con relación a su cabida, siempre que
ésta se expresa de cualquier modo en el contrato, salvo que las partes declaren que
no entienden hacer diferencia en el precio, aunque la cabida real resulte mayor o
menor que la cabida que reza el contrato". En seguida da algunas reglas acerca
de cómo puede fyarse el precio y la cabida. Y al final agrega: "En todos los
demás casos se entenderá venderse el predio o predios como un cuerpo cierto".
Según esto, se vende con relación a cabida cuando de la intención de
las partes, claramente manifestada en el contrato o deducida de los ante-
cedentes y pruebas acumuladas, se desprende que la idea predominante
ha sido vender con relación a la cabida, es decir, cuando ésta es la que
induce a las partes a contratar.
Nuestro Código dice que se vende con relación a la cabida "siempre que
ésta se exprese de cualquier modo en el contrato". Esta aseveración no es tan
exacta, porque puede ocurrir que las partes señalen la cabida en el contra-
to por vía de ilustración, sin atribuirle importancia, en cuyo caso la venta
sería de cuerpo cierto.
La base para distinguir ambas ventas es ésta: si las partes atribuyen
importancia a la cabida, si el precio del predio se fija en atención a ella y si
se toma en cuenta esa cabida para celebrar el contrato, la venta es con
relación a cabida; pero si las partes aprecian el valor del predio por otras
consideraciones, por su calidad, por su situación, etc., y lo señalan por sus
deslindes o por su nombre, aunque la cabida se exprese, la venta es de
cuerpo cierto, porque no se da como determinante del contrato, sino por
la vía de ejemplo y no influye en el precio que las partes no han señalado
en atención a la cabida sino a otras circunstancias.
Se vende también como cuerpo cierto y no con relación a cabida, dice
el inciso 2 a del artículo 1831, aunque aquella se señale, cuando las partes
declaran que no forman cuestión si la cabida es mayor o menor que la
declarada en el contrato. En tal caso, aunque en el contrato se fija la cabi-
da, las partes renuncian a las acciones que esa venta les confiere y la con-
vierten, por su voluntad, en una venta de cuerpo cierto que se rige por el
artículo 1833.
En consecuencia, siempre que el precio se fije en atención a la cabida
y ésta sea el motivo determinante de la venta y siempre que las partes no
(declaren en el contrato que no forman cuestión por la diferencia entre la
cabida real y la declarada la venta es con relación a cabida. En todos los
demás casos es de cuerpo cierto.

810
de las obligaciones del vendedor

La jurisprudencia se pronuncia en el mismo sentido. La Corte de Talca ha


establecido que un predio debe entenderse vendido con relación a su cabida
cuando ésta se expresa de un modo inequívoco en el contrato, ya sea fijando
un número determinado, ya refiriéndola en la misma forma al precio estipu-
lado o a otra cantidad conocida de las partes, invocándose en todo caso la exten-
sión real del terreno. 1 La Corte de Concepción, por su parte, dice:
"Aunque la ley determina que debe entenderse que se vende un predio con
relación a su cabida, siempre que ésta se exprese de cualquier m o d o en el con-
trato, esta disposición sólo debe referirse al caso en que la extensión de la cabi-
da sea precisa, rigorosa y exacta, de manera que con cualesquiera datos que se
haya insertado en la obligación, pueda deducirse siempre una cabida total de-
terminada, y no al caso, c o m o el presente, en que la cabida es incierta y a lo
sumo aproximada. Confirma esta inteligencia de la ley la facultad que c o n c e d e
la misma, sea al comprador, sea al vendedor, para pedir en estos casos un au-
m e n t o o una disminución proporcional del predio primitivo, y se comprende
fácilmente que siendo la cabida incierta no cabe proporción posible, por falta
de términos seguros para formarla. No pudiendo la ley disponer un absurdo y
d e b i e n d o ser interpretada, con mucha más razón que los contratos, en el senti-
do que pueda producir algún efecto, se deduce de aquí que cuando la cabida de
un predio es incierta, aunque ella se exprese en el contrato, no se vende con
relación a la cabida, sino con relación al otro término de la disyuntiva, esto es,
c o m o una especie o cuerpo cierto". 2

1068. Se vende con relación a cabida, según hemos dicho, cuando las
partes han señalado el precio con relación a ella, cuando ha sido tomada
como una calidad determinante de la cosa que las ha inducido a contratar.
La cabida es la extensión o superficie que tiene el predio que se
vende. El Diccionario de la lengua define la cabida como "el espacio o
capacidad que tiene una cosa para contener otra". Tratándose de un
inmueble se refiere al espacio de tierra o superficie que comprende.
Precisando más aún, puede decirse que es la medida que tiene el predio,
el número de unidades de medida superficial que contiene y que for-
man una superficie determinada. Lo que la ley entiende por cabida es la
extensión, superficie o espacio que tiene el predio; y la venta se hará con
relación a ella cada vez que se la señale como un elemento determinante
del contrato.
Veamos los requisitos que debe llenar el contrato de venta para que se
entienda celebrado con relación a cabida. Estos requisitos son cuatro: 1) que
la venta recaiga sobre un predio que constituya un cuerpo cierto y deter-
minado; 2) que se haga con indicación de la cabida; 3) que el precio se
fije en atención a la cabida del predio, y 4) que las partes no renuncien en
el contrato a las acciones que les puedan corresponder si la cabida real es
diferente de la cabida declarada. 3

' Sentencia 630, pág. 443, Gaceta 1896, tomo I.


2
Sentencia 4.577, pág. 1921, Gaceta 1878.
3
RlCCI, 15, n ú m . 143, p á g . 364; I AlRENT, 24, n ú m . 189, p á g . 1 8 5 .

811
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

1069. De los términos mismos del artículo 1831 se desprende que para
que la venta de un predio rústico se entienda celebrada con relación a su
cabida necesita tener por objeto un predio que constituya un cuerpo cier-
to y determinado, porque habla de un "predio rústico", o sea, de una enti-
dad de tierra que reúna los requisitos exigidos por la ley para constituir un
predio.
El problema relativo a la cabida sólo puede presentarse cuando se ven-
de un cuerpo cierto determinado, pues entonces se suscitará la cuestión
de saber si el predio tiene o no la cabida señalada en el contrato. Si se
venden cien hectáreas de un fundo no surge ninguna duda, porque aquí
la cosa es indeterminada; el precio, aunque conocido, dependerá del nú-
mero de hectáreas que se entreguen, que se determinarán mediante una
medición. Si el vendedor entrega más o menos de las cien hectáreas, el
comprador pagará el precio en proporción a las que se le entreguen, sin
peijuicio de poder resolver el contrato; pero no puede alegar diferencias
en la cabida, ya que la cosa no tiene ninguna y no tendrá sino la que
resulte de la medida. 1 El caso que contempla la ley de venta con relación a
cabida se verifica cuando la cabida no se conoce sino que se presume, y el
precio, aunque se fija con relación a ella, no se paga en atención al núme-
ro de cabidas que tiene el predio realmente, sino al número de cabidas
que se dice tener. Una vez perfeccionada la venta y entregada la cosa al
comprador, podrá éste reclamar por el exceso o por la falta de la cabida.
En el caso antes indicado, la venta se perfecciona en definitiva cuando se
determina la cabida del terreno que debe entregarse. En el caso contem-
plado por la ley, la cosa está determinada de antemano y el contrato se
perfecciona sin necesidad de medir el predio.

1070. El segundo requisito necesario para que la venta se haga con relación
a cabida es que ésta se indique en el contrato en forma tal que aparezca que
las partes han hecho de ella el elemento determinante de aquel. No basta
que se le mencione. Se requiere que esa mención sea indispensable para el
señalamiento del precio, que manifieste que el contrato se celebra en aten-
ción a ese requisito. Si la cabida no se indica o si se indica por vía ilustrativa,
sin darle el carácter de elemento decisivo del contrato, la venta es de cuerpo
cierto, es una venta en bloc que no daría lugar a reclamo, puesto que la
cabida no se ha tomado en cuenta para su celebración.
La cabida puede expresarse en una cifra total o indicando las cabidas
de cada una de las porciones que contenga el predio, con tal que de esos
datos resulte la cabida total. El inciso 4 a del artículo 1831 establece el
medio de señalar la cabida diciendo: "Es asimismo indiferente que se exprese
una cabida total o las cabidas de las varias porciones de diferentes calidades y
precios que contenga el predio, con tal que de estos datos resulte el precio total y la
cabida total". Lo que quiere la ley es que la cabida total, la cabida en aten-
ción a la cual contratan las partes, se indique claramente y de un modo

1
TROPLONG, I, n ú m . 3 2 9 , p á g . 4 2 0 .

812
de las obligaciones del vendedor

preciso en el contrato. De ahí que pueda señalarse en total o expresando


las diversas porciones que forman el predio y que sumándolas todas dan la
cabida total.
Se expresa una cabida total cuando se dice: te vendo mi fundo que
mide cien hectáreas a razón de tanto la hectárea. Se expresan las cabidas
de varias porciones de diferentes calidades y precios que contiene el pre-
dio cuando se dice: te vendo mi fundo que tiene cien hectáreas de viña,
cincuenta de bosque y diez de chacras, a razón de mil pesos la hectárea de
viña, de quinientos pesos la de bosques y de cien pesos la de chacras. Es
innecesario que se fije el precio y la cabida total en el contrato de venta,
puesto que esos datos pueden obtenerse fácilmente. Lo que la ley persigue
es que de esas indicaciones resulte, es decir, que mediante ellas se conozca
el precio y la cabida total de la cosa, pero no exige como requisito para la
venta que se señalen en el contrato.
No pugna con la disposición del inciso 4 a del artículo 1831 que las
diferentes porciones que contiene el predio y que se indican en el contra-
to tengan el mismo precio, porque el hecho de decir ese inciso "las varias
porciones de diferentes precios" no significa que solamente cuando los
precios de las diferentes porciones sean diferentes podrá expresarse la ca-
bida por medio de las porciones parciales. Con ello ha querido significar
que es indiferente que las diversas porciones que forman la cabida total
tengan o no un mismo precio, de donde se desprende que si tienen el
mismo precio, con mayor razón hay venta con relación a cabida. Pueden
indicarse también las diferentes porciones y señalar un precio total para
todas ellas, en cuyo caso se estimaría que las partes han asignado a cada
hectárea o medida el mismo precio.
En resumen, lo que quiere la ley es que las partes indiquen la cabida
total, cualquiera que sea la forma que para ello empleen.
Por aplicación de estos principios la Corte de Apelaciones de Talca ha
resuelto que es venta con relación a cabida la que se hace de un terreno
con señalamiento de deslindes si en el contrato se expresa la cabida exacta
del mismo. 1

1071. Para que la venta se haga con relación a cabida se requiere, en tercer
lugar, que el precio se fije en atención a la cabida del predio. Esto no quiere
decir que el comprador deba pagar el precio a razón de cada unidad de
medida, pues entonces la venta sería sobre medida y ésta no es nunca con
relación a cabida, sino que las partes fijen el precio tomando en cuenta la
cabida que atribuyen al predio, cabida que no conocen positivamente.
Así como no es necesario que se indique la cabida total en el contrato
para que la venta se repute hecha con relación a ella, del mismo modo
tampoco lo es que se señale un precio total. El inciso 3 a del artículo 1831
dice: "Es indiferente que se fije directamente un precio total, o que éste se deduzca de
la cabida o número de medidas que se expresa, y del precio de cada medida ".

1
Sentencia 174, pág. 141, Gaceta 1896, tomo I.

813
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

No es menester, según esto, que se exprese el precio total. Basta que en


el contrato se contengan las indicaciones necesarias para conocerlo. El úni-
co requisito exigido por la ley es que el precio total se conozca exactamente,
sea porque se fija en el contrato o porque se dan los medios para determi-
narlo. De ahí que será venta con relación a cabida tanto cuando se venda un
fundo que mide cien hectáreas en cien mil pesos, como cuando se venda
ese mismo fundo a razón de mil pesos la hectárea o de quinientos pesos las
cincuenta hectáreas de viña y de mil pesos las cincuenta restantes. La Corte
de Apelaciones de Santiago ha declarado que es con relación a cabida la
venta de un predio rústico en que se señala su superficie y cuyo predio se
fija a razón de diez pesos veinte centavos cada hectárea. 1

1072. Por último, para que la venta sea con relación a cabida es necesario
que las partes no renuncien las acciones que puedan corresponderles por
las diferencias que resulten entre la cabida real y la declarada, porque si
expresan en el contrato que no harán diferencia en el precio en caso que la
cabida real resulte mayor o menor que la que reza aquél, la venta, según lo
dice expresamente el inciso 2 2 del artículo 1831, deja de ser con relación a
cabida para convertirse en venta de cuerpo cierto. Tal pacto revela que aun-
que las partes han señalado la cabida, esa indicación no se ha hecho para
determinar el precio sino como un dato ilustrativo, ya que no hacen cues-
tión acerca de su conformidad con lo convenido. En una venta se señaló la
cabida del predio diciendo que medía veinte metros de frente más o menos
por cien de fondo y al mismo tiempo se agregó que el vendedor no respon-
día por reclamos de ningún género, pues la venta se hacía ad-corpus. La
Corte de Apelaciones de Santiago declaró que la venta era de cuerpo cierto
y no con relación a cabida, desde que las partes habían renunciado a los
reclamos que pudiera ocasionar la mayor o menor cabida del predio. 2

1073. Si la cabida no juega en el contrato un rol preponderante, si no


aparece haber sido u n o de los elementos que determinó su celebración,
la venta no se entiende hecha con relación a cabida, sino que es de
cuerpo cierto. Podemos decir, entonces, que un predio se vende como
cuerpo cierto cuando las partes no atribuyen ninguna importancia a la
cabida, sea porque consideran a aquél como un todo comprendido den-
tro de ciertos deslindes o porque, al mencionar la cabida en el contrato,
expresan que su mención tiene un mero valor ilustrativo. La venta de un
predio que se vende como cuerpo cierto puede hacerse con señalamien-
to de deslindes o sin él, dice el artículo 1833 del Código Civil. Los efec-
tos que este señalamiento produce son diversos, según lo veremos más
adelante. Pero tanto en uno como en otro caso, la venta es de cuerpo
cierto, porque esa indicación no influye en la naturaleza jurídica del
contrato sino en otros aspectos.

1
Sentencia 2.065, pág. 257, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 3.845, pág. 822, Gaceta 1890,
tomo II.
2
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sec. I a , pág. 574.

814
de las obligaciones del vendedor

Un predio se vende como cuerpo cierto, sea que se señalen o no sus


deslindes, en los dos casos siguientes: 1) cuando las partes no aluden para
nada a la cabida en el contrato, esto es, cuando consideran el fundo for-
mando un solo todo, que designan por su nombre, por su ubicación o por
sus linderos, y 2) cuando las partes, aunque mencionan la cabida en el con-
trato, manifiestan expresa o tácitamente que esa mención se hace como
dato ilustrativo sin que pueda reclamarse por defectos que se noten en ella.
Las ideas expuestas están ampliamente corroboradas por varios fallos
de nuestros Tribunales.
La Corte de Apelaciones de Santiago ha declarado que un predio se
vende como cuerpo cierto en los casos siguientes: a) cuando en el contra-
to se señalan los deslindes y una cabida aproximada, como si se dice que
el terreno mide veinticinco cuadras más o menos, porque esta frase no
permite determinar la extensión real del predio y manifiesta claramente
que la intención de las partes no fue contratar con relación a cabida fija; 1
b) cuando en el contrato se dice que "la venta se hace ad-corpus, en su
actual estado y sin lugar a reclamo por ninguna causa y motivo" y al mismo
tiempo, se señalan los deslindes, 2 y c) cuando el predio se vende ad-corpus
con señalamiento de linderos. 3
La Corte de Concepción, por su parte, considera que un predio se ven-
de como cuerpo cierto en los casos que se indican a continuación: a) cuan-
do en el contrato se mencionan los deslindes del predio y éste se individualiza
claramente, aunque se señale la cabida aproximada, valiéndose de la expre-
sión "más o menos";4 b) cuando se vende con señalamiento de deslindes y la
extensión que el predio tiene por el frente se menciona sólo por vía ilustra-
tiva; 5 c) cuando el predio se vende ad-corpus bajo los deslindes que se seña-
lan;6 d) cuando se designan los deslindes del predio, aunque se indique la
cabida del mismo, siempre que el precio no se fije en atención a ésta.7
La Corte de La Serena ha establecido que si la venta se hace sobre la
base de la tasación practicada por un perito en que se señalan los límites y
extensión del terreno, es de cuerpo cierto, porque lo vendido es una ex-
tensión de terreno comprendida dentro de los límites determinados. 8
La Corte de Talca dice que cuando se designan los deslindes del pre-
dio y se indica la cabida aproximada, valiéndose de la expresión "más o
menos", la venta es de cuerpo cierto. 9

1
Sentencia 1.002, pág. 683, Gaceta 1880.
2
Sentencia 2.049, pág. 1143, Gaceta 1882.
3
Sentencia 2.544, pág. 1405, Gaceta 1883.
4
Sentencia 4.577, pág. 1921, Gaceta 1878.
5
Sentencia 847, pág. 530, Gaceta 1881.
6
Sentencia 1.481, pág. 873, Gaceta 1881.
7
Sentencia 1.559, pág. 937, Gaceta 1887, tomo I.
* Sentencia 1.883, pág. 1140, Gaceta 1887, tomo II.
9
Sentencia 630, pág. 443, Gaceta 1896, tomo I.

815
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

Finalmente, la Corte de Valparaíso ha resuelto que un predio se vende


como un cuerpo cierto cuando en el contrato se dice que la venta se hace
ad-corpus, aunque se indique la cabida, porque el hecho de emplear esa
expresión importa vender sin consideración a aquella. 1

1074. Cuando en el contrato se dice que el predio se vende ad-corpus


se entiende que la venta es de cuerpo cierto, aunque se exprese la cabida,
pues esa frase quiere decir "como un cuerpo" "como se encuentra", de
modo que su empleo excluye la intención de reclamar por defectos de
cabida. Por eso, siempre que en la venta se diga que el predio se vende ad-
corpus debe entenderse vendido como un cuerpo cierto, a menos que las
partes expresen formalmente que celebran la venta con relación a cabida.
Pero a falta de tal estipulación, el solo empleo de esa frase en el contrato
excluye la idea de venta con relación a cabida. La jurisprudencia es unifor-
me al respecto. 2 En donde está muy bien estudiado el alcance jurídico de
la frase ad-corpus es en una sentencia de la Corte de Apelaciones de Valpa-
raíso dictada en el caso siguiente. Se vendió un fundo con indicación de
su cabida y de sus deslindes, agregándose, al mismo tiempo, que la venta
se hacía ad-corpus. Como el fundo no tenía la cabida declarada en la escri-
tura, el comprador ejercitó las acciones que le confiere el artículo 1832
del Código Civil. La Corte mencionada rechazó la demanda, a virtud de
estas consideraciones:
"1° Q u e en la escritura de compraventa otorgada por doña Matilde Valdivieso de
Meeks, a favor de doña Rosa Lemus de Merino se expresa que la venta del fun-
do Miraflores debe entenderse ad-corpus; 2 Q Que aunque en la misma escritura
se indicó la cabida del fundo, el demandante no tiene derecho para pedir reba-
ja de precio, ya que la venta se ha h e c h o en la calidad indicada; 3 S Que precisa-
mente, el presente caso es el contemplado en el artículo 1833 del Código Civil
al disponer que si el predio se vende c o m o un cuerpo cierto, no habrá derecho
por parte del comprador ni del vendedor para pedir rebaja o aumento del pre-
cio, sea cual fuere la cabida del predio; 4° Que, por consiguiente, en una venta
en calidad de cuerpo cierto puede expresarse la cabida sin que por esto se en-
tienda necesariamente que el comprador ni el vendedor tengan los derechos
que da la ley al que vende con relación a dicha cabida; 5 a Que, por otra parte, al
expresar la cabida de ciento sesenta cuadras, las partes evidentemente no han
tenido otro propósito que referirse a la cabida que daba al f u n d o la carta hijuela
de doña Dolores Dueñas, a que alude la misma escritura, pero en ningún caso
han p o d i d o dar a entender que venden con relación a dicha cabida, por cuanto
ellos mismos han declarado lo contrario en la escritura; 6 9 Q u e dando al contra-
to la interpretación que pretende el demandante, resultaría que la cláusula de
dicho contrato en que se indica que la venta se entiende en calidad de ad-corpus,

1
Sentencia 1.213, pág. 830, Gaceta 1893, tomo I, y sentencia 282, pág. 272, Gaceta 1898,
tomo II.
2
Sentencia 2.049, pág. 1143, Gaceta 1882, sentencia 2.544, pág. 1405, Gaceta 1883, sen-
tencia 1.481, pág. 837, Gaceta 1887, tomo I; sentencia 282, pág. 272, Gaceta 1898, tomo II;
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo XII, sección I, pág. 574.

816
de las obligaciones del vendedor

no produciría efecto alguno; 1" Que la cláusula de la escritura en que se expresa que
la venta a que se refiere es en calidad de ad-corpus, envuelve en su acepción usual y
jurídica, la declaración que exige el artículo 1831 del Código Civil, para que no se entien-
da vendido el predio con relación a la cabida, aun cuando ésta se exprese de cualquier
modo en el contrato

1075. Se ha dicho más arriba que la venta es con relación a cabida siem-
pre que ésta se designe claramente en el contrato y que el precio se fije en
atención a ella. Para que estos objetivos puedan alcanzarse es menester
que la cabida se señale exactamente, con toda precisión y no de un modo
aproximativo, puesto que si así ocurre no se puede saber si la cabida real
es mayor o menor que la declarada, desde que uno de los términos de la
comparación no se conoce con exactitud. De ahí que cuando se quiere
que la venta sea con relación a cabida, ésta debe indicarse exactamente en
el contrato y no de un modo aproximado.
Si en el contrato se señala una cabida aproximada, valiéndose de la
expresión "más o menos", la cabida es incierta, vaga, imprecisa, no se le
conoce con certidumbre, por cuyo motivo no es de creer que las partes
hayan contratado en atención a ella. No siendo la venta con relación a
cabida, tendrá que ser de especie o cuerpo cierto, en virtud de lo dispues-
to en el inciso final del artículo 1831.
La jurisprudencia de nuestros Tribunales ha sido uniforme en decla-
rar que cuando en la venta se expresan los deslindes o la ubicación del
predio y al mismo tiempo se menciona su cabida agregándose a ésta la
frase "más o menos", la venta es de cuerpo cierto y no con relación a
cabida.
La Corte de Apelaciones de Concepción ha dicho:
"Considerando: que en la escritura en copia de fojas 46 vuelta se hace la desig-
nación de la cosa vendida, diciendo que es 'la p e q u e ñ a quinta c o m o de cuatro
y media cuadras de terreno, varas más o menos, a p e q u e ñ a distancia de la aldea
de Villa Alegre, título de Lobo, lugar Arena, Subdelegación Cunaco, del de-
partamento de San Javier, que limita, etc., fijándose enseguida los deslindes de
la propiedad; que según esta designación, aparece que la finca se ha vendido no con
relación a su cabida, sino como una especie o cuerpo cierto. Aunque la ley determina
que debe entenderse que se vende un predio con relación a su cabida, siem-
pre que ésta se exprese de cualquier m o d o en el contrato, esta disposición sólo
debe referirse al caso en que la extensión de la cabida sea precisa, rigurosa y exacta, de
manera que con cualesquiera datos que se haya insertado en la obligación, pueda dedu-
cirse siempre una cabida total y determinada, y no al caso, como el presente, en que la
cabida es incierta y a lo sumo aproximada. Confirma esta inteligencia de la ley la
facultad que c o n c e d e la misma, sea al comprador, sea al vendedor, para pedir
en estos casos un a u m e n t o o disminución proporcional al precio primitivo y se
c o m p r e n d e fácilmente que siendo la cabida incierta no cabe proporción posi-
ble, por falta de términos seguros para formarla. No p u d i e n d o la ley disponer
un absurdo y d e b i e n d o ser interpretada, con m u c h o más razón que los contra-

1
Sentencia 1.213, pág. 830, Gaceta 1893, tomo I.

817
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

tos, en el sentido que pueda producir algún efecto, se deduce de aquí que cuando
la cabida de un predio es incierta, aunque ella se exprese en el contrato, no se vende con
relación a la cabida, sino con relación al otro término de la disyuntiva, esto es, como
una especie o cuerpo cierto"}
Esa misma Corte desechó en otra ocasión una demanda en que el com-
prador pedía una disminución del precio, porque la cabida del terreno
sembrado a que se refería la venta era inferior a la declarada, a virtud de
estas consideraciones: -
"I a Que no se ha establecido en autos, ni aparece del contrato de compraventa
que sirve de base a la demanda, que el precio fijado en él lo fue tomando única-
mente en consideración a la extensión del terreno sembrado, de tal manera que
habría sido otro diverso, si dicha extensión hubiera sido menor que la indicada en
el referido contrato; 2a Que en la escritura de venta no se precisa la extensión del terreno
sembrado, por cuanto al referirse a la partida principal de trigo, se dijo: "ciento ochenta y
cuatro sacos más o menos ".2
Análoga doctrina establece la Corte de Apelaciones de Santiago cuan-
do dice:
"Considerando: I a Que en la escritura del contrato acompañada a fs. 16 vuelta
se expresa que Azocar Bravo da en venta y enajenación perpetua a don Domin-
go Antonio Correa, un retazo de terreno constante c o m o de veinticinco cuadras
más o menos; 2 a Q u e esta última frase, 'como de veinticinco cuadras más o menos',
aceptada por ambos contratantes, no permite determinar la extensión real del predio y
manifiesta claramente que su intención no fue contratar con relación a cabida jija de
veinticinco cuadras"}
La Corte de Apelaciones de Talca se pronuncia en el mismo sentido
como puede verse en el siguiente considerando:
"Que en el presente caso el fundo 'Colton' aparece designado c o m o cuerpo
cierto, bajo su nombre y deslindes fijos, y si bien se indica el número de hectáreas que
bajo los linderos se comprenden, esta indicación adicionada con la expresión 'más o me-
nos ' resulta incierta e indeterminada, pues dicha frase no fija en modo alguno hasta qué
término puede llegar el aumento o disminución, por lo cual no establece la cabida real,
sino que es más bien el concepto de que las partes ignoraban la verdadera extensión y
aludían a ella como mera referencia o circunstancia de detalle en la enunciación del objeto
vendido "}
Esta misma Corte, sin embargo, cuatro años más tarde, revocó una
sentencia de primera instancia que, en un caso análogo al anterior, esta-
blecía esa doctrina y declaró que si en la venta se menciona la cabida a
más de los deslindes, aunque se empleen las expresiones "más o menos",
debe entenderse celebrada con relación a cabida. He aquí los fundamen-
tos de este fallo:

1
Sentencia 4.577, pág. 1921, Gaceta 1878.
2
Sentencia 243, pág. 696, Gaceta 1913.
3
Sentencia 1.002, pág. 683, Gaceta 1880.
4
Sentencia 630, pág. 443, Gaceta 1896, tomo I.

818
de las obligaciones del vendedor

"1® Q u e en la escritura de compraventa compulsada a fs. 1 se dice lo siguiente:


D o n Tiburcio Cancino vende a d o n Ambrosio Fernández un retazo de terreno
con todo lo edificado y plantado y compuesto de veinte cuadras de superficie,
más o menos, etc.; 2 a Que el sentido en que una cláusula puede producir algún
efecto deberá preferirse a aquél en que no sea capaz de producir efecto alguno;
3® Que si los contratantes hubiesen entendido vender y comprar el f u n d o Cerri-
llos de Caivan c o m o cuerpo cierto y sin reláción a una cabida determinada, no
se explicaría para qué señalaron veinte cuadras más o menos, pues habríales
bastado la fijación de sus deslindes; 4® Que esta interpretación se halla de acuer-
do también con el principio general sentado en el artículo 1831 del Código
Civil, respecto a que un predio rústico se vende con relación a su cabida siem-
pre que ésta se exprese de cualquier m o d o en el contrato; 5® Que, de consi-
guiente, la frase 'más o menos' que sólo significa una diferencia pequeña sus-
ceptible de existir entre la cabida señalada y la efectiva, no tiene el alcance de
cambiar el contrato en compraventa de cuerpo cierto sino el natural y obvio de
que se entendieron enajenar veinte cuadras, sin lugar a reclamo por el vende-
dor en caso de haber una pequeña porción de más, ni por el comprador en el
contrario". 1

Esta sentencia contiene, a mi juicio, dos errores. En primer lugar no


es exacto que siempre que se hable de la cabida en el contrato la venta
éste se celebre con relación a ella, como lo afirma ese fallo, pues, según
se dijo, la cabida puede señalarse muchas veces como un dato ilustrativo,
de referencia, sin tener ninguna importancia. Si se aceptara la doctrina
de esa Corte de que siempre que se menciona la cabida la venta es con
relación a ella, resultaría que, para obtener que toda cláusula de un con-
trato produjera algún efecto, nos veríamos obligados a calificar de venta
con relación a cabida todo contrato en que éstas se indicara, de modo
que la venta jamás podría ser de cuerpo cierto cuando se señalare la
cabida. Esto va contra el texto mismo de la ley, pues tanto el inciso 2 a del
artículo 1831 del Código Civil, como el artículo 1833 del mismo Código,
se ocupan del caso en que la venta, no obstante señalarse la cabida, es de
cuerpo cierto a causa de que las partes no han atribuido ninguna impor-
tancia a esa cabida.
El segundo error consiste en afirmar que la expresión "más o menos"
manifiesta únicamente que el vendedor y el comprador no pueden recla-
mar por los pequeños excesos o diferencias que pueda haber en la cabida
real. Interpretar esta cláusula en esta forma es tergiversar la intención de
los contratantes y violar el artículo 1832 que establece que las partes pue-
den reclamar cualquiera que sea el exceso o diferencia sin señalar límites.
Dejar al arbitrio del juez los casos en que las partes puedan reclamar o no,
es una solución arbitraria e ilegal. Además es muy difícil precisar ese lími-
te, desde que no se conoce la cabida exacta y si ésta no se conoce no
puede saberse si la cabida real es mayor o menor que la declarada en el
contrato.

1
Sentencia 6.324, pág. 761, Gaceta 1900, tomo II.

819
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

1076. Los incisos 5® y 69 del Código Civil establecen que pueden ven-
derse varios predios a la vez con relación a cabida o como cuerpos
ciertos.
El inciso 5a de ese artículo dice: "Lo mismo se aplica a la enajenación de
dos o más predios por una sola venta". Y el inciso final agrega: "En todos los
demás casos se entenderá venderse el predio o predios como cuerpo cierto".
Para los efectos de la aplicación de estas reglas es indiferente que los
predios vendidos sean uno o varios. Eso sí que es menester que todos se
vendan por una sola venta y por un mismo precio. En caso contrario ha-
bría tantas ventas como predios se vendieran y cada uno se consideraría
separadamente para los efectos de estos artículos. Si todos se venden por
un solo contrato estas reglas se aplican sobre el conjunto, para lo cual se
consideran como un solo todo y sobre ese conjunto se aprecia la diferen-
cia entre la cabida real y la declarada.
Más adelante analizaremos las diversas cuestiones que pueden presen-
tarse cuando se venden varios predios por una sola venta. Por ahora báste-
nos saber que estas reglas se aplican tanto a la venta que recae sobre un
predio como a la que tiene por objeto dos o más.

1077. Sea que la venta se haga con relación a cabida o como cuerpo cier-
to, el contrato se perfecciona tan pronto como haya acuerdo en la cosa y
en el precio y se llenen las solemnidades legales, porque tanto el precio
como la cosa están determinados y las variaciones que aquél puede sufrir
no le quitan ese carácter. En consecuencia, los riesgos de la cosa vendida
son de cargo del comprador, aun cuando después haya lugar a la disminu-
ción del precio o a la resolución del contrato. 1 Confirma esta opinión el
artículo 1832 del Código Civil que habla de que el comprador podrá desis-
tir del contrato o aceptar un aumento o disminución del precio según el
caso, lo que equivale a dejar sin efecto el contrato o a llevarlo a cabo. Hay
aquí una verdadera acción resolutoria. Y como sabemos sólo se resuelven
los contratos que existen y no los que no existen.

1078. Las disposiciones de los artículos 1831 y siguientes relativos a la


forma en que puede venderse un predio rústico y a las acciones que en
tales casos competen a las partes se aplican indistintamente a las ventas
voluntarias y a las ventas forzadas, sean judiciales o de expropiación por
causa de utilidad pública, desde que la ley no ha hecho ninguna distin-
ción al respecto. Cuando el Código ha querido sustraer las ventas forza-
das de la aplicación de algunas reglas establecidas para el contrato de
compraventa lo ha dicho en forma expresa, como ocurre con las accio-
nes de rescisión por lesión enorme y redhibitoria. Aquí no hay ningún
precepto que establezca que esos artículos no se aplican a las ventas for-

1
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 331, pág. 3 3 1 ; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Ven-
te, n ú m . 1 1 4 3 , p á g . 8 6 8 ; MARCADÉ, V I , p á g s . 2 4 6 y 2 4 7 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 2 9 , p á g s . 4 1 9 y
siguientes.

820
DE LAS OBLIGACIONES DEL \"ENDEDOR

zadas. La doctrina y la jurisprudencia francesas, con excepción de Tro-


plong, se pronuncian en el mismo sentido. 1

1079. Pero en las ventas forzadas o voluntarias que se realizan por el mi-
nisterio de la justicia para determinar si la venta es de cuerpo cierto o con
relación a cabida se atiende a las bases del remate y no a la escritura de
venta. Siendo las bases las cláusulas que ligan a las partes desde que con
relación a ellas han entendido vender y comprar respectivamente y sien-
do, según el artículo 516 del Código de Procedimiento Civil, el acta de
remate la que perfecciona al contrato de venta para los efectos legales,
acta que se extiende en conformidad a esas bases, es evidente que en estas
ventas, para determinar si el predio se ha vendido como cuerpo cierto o
con relación a cabida, debe atenderse al acta de remate, a las bases con
arreglo a las cuales éste se verifica y no a la escritura pública de venta. Las
partes han dado su consentimiento y han entendido contratar en atención
a lo que en ellas se decía y con arreglo a esas bases quedó cerrado el
contrato. De ahí que si ninguna cabida se menciona en las bases, si según
éstas la venta es ad-corpus, aunque en la escritura de remate se señale algu-
na, el comprador no puede reclamar por defectos o excesos de cabida. La
venta no se hizo con relación a cabida sino ad-corpus.
En el mismo sentido ha sido resuelta esta cuestión por la Corte de Ape-
laciones de Concepción en una sentencia cuyos considerandos pertinentes
dicen:
"1® Que según consta de las actas de comparendo compulsadas a fojas 81 vuelta,
los accionistas de la sucesión de don Pedro Juan Ojeda acordaron vender en
pública subasta el f u n d o Changaral perteneciente a dicha sucesión, como cuerpo
cierto y sin determinar de manera alguna su cabida; y fijaron c o m o mínimum para la
licitación el precio alzado de treinta y cinco mil pesos; 2° Que, en cumplimiento
del anterior acuerdo, se sacó a remate dicho predio en las condiciones indica-
das, adjudicándose por el precio mínimum designado a don Miguel Antonio
Castillo, quien en el acto expuso que lo adquiría para la señora María Mercedes
Castillo viuda de M.; 3° Que días después de verificado el remate, el mismo
señor Castillo, según se comprueba en el escrito compulsado a fojas 83 vuelta,
solicitó se redujera a escritura pública el acta respectiva lo que hizo el compro-
misario que entendía en la partición, debidamente autorizado por los accionis-
tas; 4a Que sólo en este último documento se mencionó, por primera vez, la cabida del
fundo, pues el acta de remate no hace referencia a ella; y, por consiguiente, esa circunstan-
cia se tomó únicamente en cuenta después de llevado a efecto el remate, y cuando por lo
tanto los interesados habían convenida ya en la cosa materia del contrato y en el precio; 5°
Que dados estos antecedentes, es evidente que el comprador entendió adquirir el predio
rematado, no con relación a su cabida, sino como especie o cuerpo cierto y que en iguales
condiciones entendieron enajenarlo los vendedores". Por estos motivos, desechó la de-
manda en que el comprador pedía una disminución del precio. 2

1
LAURF.NT, 2 4 ,núms. 1 9 8 , pág. 1 9 7 ; GUILLOUARD, I, núm. 2 7 2 , pág. 2 9 6 ; BAUDRY-LA-
CANTINERIE, De la vente, núm. 3 4 5 , pág. 3 4 5 ; AUBRY ET RAU, V, pág. 7 2 ; FUZIER-HERMAN, tomo
36, Vente, núm. 1 1 5 4 , pág. 8 6 9 ; T R O P L O N G , I, núm. 3 4 5 , nota 1, pág. 4 4 7 .
2
Sentencia 2.362, pág. 567, Gaceta 1892, tomo II.

821
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

1080. El artículo 1978 del Código Civil dispone expresamente que cuan-
do un predio rústico se arrienda con relación a su cabida habrá lugar, si la
cabida real fuere diferente de la declarada, al aumento o disminución del
precio o renta o a la rescisión del contrato en conformidad al título de la
compraventa. De aquí se desprende que todas las reglas que se contienen
en este título acerca de la forma en que pueden venderse los predios rústi-
cos son aplicables al arrendamiento de esos mismos predios sin excepción
alguna, ya que ninguna se consigna en el artículo que hace la referencia.
Por consiguiente, tanto las reglas relativas a la venta de un predio como
cuerpo cierto como a la venta con relación a cabida se aplican al arrenda-
miento de predios rústicos, según sea la forma en que éste se haga. Así lo
ha entendido también la jurisprudencia.
La Corte de Apelaciones de Concepción declaró que, habiéndose cele-
brado al arrendamiento con relación a un cuerpo cierto y no con relación
a cabida y que habiéndose entregado todo el terreno comprendido en los
deslindes mencionados en el contrato, no procedía la demanda en que se
exigía que se completara la cabida o que se disminuyera la renta. 1 El mis-
mo tribunal, aceptando la doctrina antes expuesta, ha resuelto que las
acciones que corresponden al arrendador o arrendatario de un predio
rústico cuando la cabida o la extensión comprendida en los deslindes indi-
cados no está conforme con la cabida o extensión real prescriben en el
tiempo que señala el Código Civil en el título de la compraventa (artículo
1834), pues el arrendamiento de predios rústicos, sea que se haga con
relación a cabida o como cuerpo cierto, se rige, según lo prescrito en el
artículo 1978, por las reglas del título de la compraventa ya citado. 2

1081. Además de los casos que señalan los artículos 1831 y siguientes, un
predio rústico puede venderse en otras formas que no se hallan compren-
didas en esos artículos y que no dan lugar a las acciones de que más ade-
lante hablaremos.
Estas otras forman pueden ser dos: l 9 Venta de un predio rústico de-
terminado sin indicación de cabida, a razón de tanto la unidad de medida
que contenga. Así, por ejemplo, se vende un fundo a razón de cien pesos
la hectárea. Es el caso contemplado en el inciso l 9 del artículo 1821 del
Código Civil, o sea, cuando se vende una cosa de las que suelen venderse a
medida, pero señalada de tal modo que no puede confundirse con otra
porción de la misma cosa y cuyo precio se conocerá mediante la mensura
de la cosa vendida. 3 Aquí la cosa está determinada y, aunque el precio no
se conoce, existen los medios para determinarlo, de manera que también
existe. El contrato está perfecto; sólo falta practicar la medida del fundo
para conocer la suma exacta que el comprador debe pagar. Por esta razón,
los riesgos son para el comprador desde que hay acuerdo en la cosa y en el

1
Sentencia 1.481, pág. 873, Gaceta 1881.
2
Sentencia 2.020, pág. 1052, Gaceta 1890, tomo I.
3
Véase lo dicho en los números 598, 599, 600, 618, 619, 620, 621 y 622, de esta Memo-
ria que también se aplica en este caso.

822
de las obligaciones del vendedor

precio y se ha otorgado la escritura pública, aunque el terreno no haya


sido medido. Esta venta no es con relación a cabida, porque ésta no se ha
mencionado en el contrato. Tampoco es venta de cuerpo cierto en el sen-
tido del artículo 1833, porque el comprador no paga el mismo precio
cualquiera que sea la cabida del inmueble, sino que lo pagará con relación
exacta a ella. Es una venta en bloc o, como la llamaban los romanos, per
aversionem
En esta venta, no puede haber diferencia entre la cabida real y la de-
clarada, desde que ninguna se ha mencionado. Es la medición la que,
indicando la cabida, fijará el precio debido por el comprador, quien no
está obligado a pagar sino el número de unidades que resulta. 2

1082. 2° Venta de un cierto número de medidas que deben tomarse de un


terreno más grande, a razón de tanto la medida o por un precio señalado
en globo, como si se vendieran cien hectáreas de mi fundo que mide dos-
cientas, a razón de cien pesos cada una o en diez mil pesos todas. Es el
caso del inciso 2 a del artículo 1821 del Código Civil, o sea, cuando de las
cosas que suelen venderse por medida, sólo se vende una parte indetermi-
nada. Aunque el precio no se conoce, la cosa es indeterminada, por cuyo
motivo el contrato se perfeccionará en definitiva una vez que se midan las
cien hectáreas, desde cuyo momento correrán los riesgos por cuenta del
comprador. 3 No hay lugar a una diferencia entre la cabida real y la decla-
rada, pues la cabida no se ha señalado y el precio se pagará en atención al
número de unidades de medida que resulten.
En la venta con relación a cabida, el contrato se perfecciona antes de
medirse el predio. La cosa y el precio son determinados y solamente cuan-
do se vea la diferencia entre la cabida real y la declarada procederán las
acciones del artículo 1832. En la venta que ahora estudiamos, la cabida se
conoce exactamente al tiempo del contrato y el comprador paga el precio
con relación precisa a ella sin que después haya lugar al aumento o dismi-
nución de aquél por exceso o diferencia en la cabida, ya que no pueden
existir tales excesos o diferencias. 4

1083. Estudiadas las nociones generales sobre lo que debe entenderse por
venta de un predio con relación a cabida y por venta de un predio como
cuerpo cierto debemos entrar a analizar los efectos legales que producen
esas dos especies de venta, efectos que son diversos según sea la forma en
que se hace. De ahí que este párrafo se subdividirá en los cuatro siguientes:

1
Huc, X, núm. 92, pág. 1 2 6 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 331, pág. 3 3 1 ; GUI-
LLOUARD, I , n ú m . 2 6 1 , p á g . 2 8 7 .
2
pág. 69, nota 22.
AUBRY ET RAU, V,
3
Véase lo dicho en los números 606, 607, 608, 609, 610, 611, 612, 613, 614, 615, 616,
618, 619, 620, 621 y 622 de esta Memoria que también se aplica en este caso.
4
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 6 0 , p á g . 2 8 6 ; H u c , X , n ú m . 9 2 , p á g . 1 2 6 ; LAURENT, 2 4 , n ú m .
189, pág. 185; BAUDRY-LACANTINERIE, núm. 331, pág. 331; AUBRY ET RAU, V, pág. 69, nota 22.

823
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

A) Efectos que produce la venta de un predio rústico que se vende con


relación a su cabida;
B) Efectos que produce la venta de un predio rústico que se vende
como un cuerpo cierto;
C) Prescripción de las acciones que nacen de esas ventas;
D) Legislación extranjera.

A) EFECTOS QUE PRODUCE LA VENTA DE UN PREDIO RÚSTICO QUE SE VENDE


CON RELACIÓN A SU CABIDA

1084. Cuando se vende un predio rústico con relación a su cabida pueden


presentarse dos casos: o el predio tiene la misma cabida que se indicó en
el contrato o el predio tiene un cabida real mayor o menor que la cabida
declarada. En el primer caso el vendedor ha cumplido su obligación fiel-
mente y el comprador no puede ejercitar contra él ninguna acción. En el
segundo no ha entregado la cosa en conformidad a lo convenido, puesto
que entregó más o menos de aquello a que estaba obligado. Cuando así
sucede, tanto el comprador como el vendedor pueden hacer uso de las
acciones que señala el artículo 1832 del Código Civil para obtener el cum-
plimiento exacto del contrato o un aumento o rebaja del precio.
Los efectos que produce la venta hecha con relación a cabida son los
que señala el artículo 1832, que sólo pueden presentarse cuando la cabida
real es mayor o menor que la cabida declarada. Por este motivo estudiare-
mos estas dos situaciones únicamente.

1085. Primera situación: La cabida real es mayor que la declarada. El inciso


primero del artículo 1832 del Código Civil reglamenta minuciosamente
este caso. Dice: "Si se vende el predio con relación a su cabida, y la cabida real
fuere mayor que la cabida declarada, deberá el comprador aumentar proporcional-
mente el precio, salvo que el precio de la cabida que sobre, alcance a más de una
décima parte del precio de la cabida real; pues en este caso podrá el comprador, a su
arbitrio, o aumentar proporcionalmente el precio o desistir del contrato; y si se desis-
te, se le resarcirán los perjuicios según las reglas generales
La cabida real es la que efectivamente tiene el predio, o mejor dicho,
la que se entrega al comprador. La cabida declarada es la que se indica o
señala en el contrato.
Cuando la cabida real es mayor que la declarada pueden presentarse
dos casos diversos.
1) Si el precio de la cabida que sobra no excede de la décima parte del
precio de la cabida real, y
2) Si el precio de la cabida que sobra es mayor que esa décima parte.
Veamos ambos casos en un ejemplo.
Primer caso. Se vende un fundo que tiene cien hectáreas con indicación
de la cabida, a razón de $ 100 la hectárea y sucede que tiene ciento dos
hectáreas. Estas dos hectáreas valen, según eso, $ 200. Para calcular la dé-
cima parte del precio de la cabida real es menester determinar el precio

824
de las obligaciones del vendedor

que, dados los términos del contrato, resulte tener esa cabida, precio que
se obtiene agregando al precio que se ha señalado en el contrato, el pre-
cio de la cabida que sobra. En el ejemplo propuesto, el precio señalado en
el contrato son $ 10.000 y el de la cabida que sobra son $ 200. Luego el
precio de la cabida real son $ 10.200. La décima parte de este precio son
$ 1.020, de modo que el precio de la cabida que sobra ($ 200) no excede
de esa décima parte.
Segundo caso. Supongamos que ese mismo fundo tiene ciento doce hec-
táreas. Las doce hectáreas sobrantes valen $ 1.200. El precio de la cabida
real vale entonces $ 11.200. Su décima parte son $ 1.120. Luego el precio
de las doce hectáreas sobrantes es mayor que la décima parte del precio
de la cabida real.
Debe tenerse presente que cuando el fundo tiene mayor cabida que la
declarada, la comparación del precio de la cabida que sobra no se hace
con el precio que tiene la cabida señalada en el contrato, sino con el que
corresponde a la cabida que se ha entregado al comprador, o sea, con el
valor declarado más el valor de la cabida que sobra y sobre ese total se
calcula la décima parte que sirve de término de comparación.
En el Proyecto de Código la comparación del precio de la cabida que
sobra se hacía con relación al precio de la cabida declarada en el contrato
(artículo 2016). Este sistema, a mi juicio, es más equitativo, porque no es
posible que el valor del exceso de cabida que va a servir para determinar si
el comprador tiene o no derecho para desistirse del contrato se calcule
con relación a una cabida cuyo precio no han fijado las partes y que sólo
se obtiene mediante una operación aritmética. Lo justo es que esa compa-
ración se haga con el valor que el comprador pensaba pagar, es decir, con
el valor de la cabida señalada en el contrato, como ocurre en el caso del
déficit en la cabida. Seguramente ha habido aquí un error de copia de
imprenta, ya que en el Proyecto de Código se consignaba la misma regla
tanto para el caso de exceso como para el caso de déficit en la cabida.
A causa del término de comparación que aquí se ha establecido para
saber si el comprador tiene o no derecho para desistirse el contrato, pue-
de ocurrir que el comprador no tenga derecho para ello, a pesar de que lo
tendría si el valor de la cabida sobrante se comparara con la décima parte
del precio asignado en el contrato a la cabida declarada. Si en el caso
propuesto el f u n d o tuviera once hectáreas de exceso en vez de doce, sien-
do el valor de esas once hectáreas $ 1.100 y $ 1.110 el valor de la décima
parte del precio de la cabida real, ya que el precio de ésta sería la suma de
$ 10.000 más $ 1.100, o sea $ 11.100, tendríamos que el precio de la cabida
que sobra no alcanzaría a más de esa décima parte y el comprador, por lo
tanto, no podría desistirse del contrato. En cambio, si los $ 1.100 que va-
len las once hectáreas de exceso se compararan con la décima parte del
precio de la cabida señalada en el contrato, esto es, con la suma de $ 1.000,
resultaría que el precio de la cabida que sobra sería mayor que esa décima
parte, porque $ 1.100 son más que $ 1.000 y el comprador podría desistir-
se del contrato.

825
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

1086. Si el precio de la cabida que sobra es igual a la décima parte del


precio de la cabida real, la situación de las partes es la que corresponde al
primero de los casos antes mencionados, porque la ley dice claramente
que para que tenga lugar el segundo caso es menester que el precio de la
cabida que sobre "alcance a más de una décima parte", con lo que ha
querido decir que se requiere que el precio de esa cabida sea mayor, que esté
por encima de la décima parte del precio de la cabida real. Si el precio de la
cabida que sobra es igual, si no excede ni es mayor que esa décima parte,
el exceso en la cabida da lugar únicamente a un aumento proporcional
del precio.

1087. Primer caso. El precio de la cabida que sobra no excede de la décima parte del
precio de la cabida real, es decir, hay un exceso de cabida simplemente. Cuando así
ocurre, dice el inciso 1 Q del artículo 1832, el comprador deberá aumentar
proporcionalmente el precio. En el ejemplo propuesto, teniendo el fundo
dos hectáreas de exceso y valiendo cada una cien pesos, el comprador
deberá pagar $ 200 más.
Por aumento proporcional del precio se entiende que el comprador
debe pagar por el excedente de la cabida un precio que guarde relación
matemática con el precio total de la cabida declarada, aumento que se
obtiene multiplicando el valor que se asigna a cada unidad de tierra de
las que se c o m p o n e el predio por el n ú m e r o de unidades de tierra que
contenga la cabida que sobra, siempre que el precio del predio se indi-
que con relación a esa unidad de medida, como en los ejemplos pro-
puestos. Si se cree que el f u n d o tiene cien hectáreas y se vende a razón
de cien pesos cada una y resulta tener ciento dos hectáreas, el aumento
proporcional del predio correspondiente a estas dos hectáreas se obtie-
ne multiplicando cien, que es el valor de cada hectárea, por dos que es
el n ú m e r o de hectáreas que sobran, lo que da un resultado de doscien-
tos pesos, cantidad en que debe aumentarse el precio. Pero si el precio
se indica en total, el aumento se conoce dividiendo el valor de la cabida
declarada en el contrato por el n ú m e r o de unidades que en él se asignan
a dicha cabida y ese cuociente, que es el valor de cada unidad de tierra,
se multiplica por el n ú m e r o de unidades de tierra que comprende la
cabida que sobra. Si en el ejemplo propuesto el precio no se señala a
razón de tanto la hectárea sino que se dice que es la suma de diez mil
pesos, se dividirá este valor por cien hectáreas, que es la cabida declara-
da, de d o n d e resulta que cada hectárea vale cien pesos, valor que multi-
plicado por dos hectáreas da un valor de doscientos pesos, que es la
suma en que debe aumentarse el precio.
Algunos autores han objetado esta solución, p o r q u e dicen que al
c o m p r a d o r p u e d e serle muy difícil p o d e r pagar u n a suma mayor que la
p r o m e t i d a q u e tal vez representa todo su haber. Baudry-Lacantinerie
refuta la objeción diciendo que si el c o m p r a d o r ha adquirido el predio
en atención a su cabida, ha debido prever los p e q u e ñ o s excesos que en
ella pudiera h a b e r y, por consiguiente, el a u m e n t o proporcional del
precio, a u m e n t o que, en todo caso, es p e q u e ñ o , ya q u e si sobrepasa de

826
de las obligaciones del vendedor

la décima parte del precio de la cabida real, el comprador tiene otros


recursos. 1

1088. Cuando la cabida real excede simplemente de la declarada, el com-


prador no puede desistirse del contrato. Para pensar así nos fundamos en
el artículo 1832. Si la ley quisiera que cualquier exceso de cabida hubiera
dado lugar al desistimiento del contrato por parte del comprador, no ha-
bría establecido la distinción que ese artículo consigna en su inciso l 9 . Le
habría bastado decir que cualquier exceso en la cabida facultada al com-
prador para aumentar el precio o para desistirse de la venta. Sin embargo,
distinguió dos casos. En uno le dio la facultad de desistirse del contrato y
en el otro se la negó.
En vano se invocaría la condición resolutoria tácita subentendida en
los contratos bilaterales, porque si bien es cierto que se subentiende siem-
pre, no lo es menos también que no se puede hacer valer cuando la ley ha
modificado sus efectos o cuando la ha sustituido por otros medios, como
en el caso actual, en que la ley ha señalado otro recurso para el caso en
que el vendedor no cumpla exactamente con su obligación.

1089. Segundo caso. El precio de la cabida que sobra es mayor que la décima parte
del precio de la cabida real. En este caso el comprador tiene una alternativa; o
aumenta proporcionalmente el precio, como en el caso anterior, o se de-
siste del contrato, debiendo ser indemnizado de los peijuicios que este
desistimiento le ocasione. Se concede aquí esta alternativa al comprador,
porque si se le obligara a pagar el excedente de la cabida, como éste ya es
muy considerable, se le forzaría a comprar más de lo que ha querido y
posiblemente no tendrá los medios de pagar; en tanto que en el caso ante-
rior el exceso es pequeño y no le será tan difícil pagarlo. En la hipótesis
que ahora se analiza la ejecución del contrato se aparta mucho de lo pac-
tado y si es verdad que la ley quiere mantener los contratos por todos los
medios posibles e impedir su resolución, para cuyo objeto faculta al com-
prador para que aumente proporcionalmente el precio, hay que recono-
cer también que ese propósito del legislador no puede llegar hasta el
extremo de obligar a una persona a que celebre un contrato que puede
perjudicarla o que no puede cumplir.

1090. De los términos claros y terminantes del artículo 1832 se desprende


que el comprador tiene derecho a que se le indemnicen los peijuicios
únicamente cuando se desiste del contrato. Si opta por aumentar propor-
cionalmente el precio, sea que el precio del exceso de cabida exceda o no
de la décima parte del valor de la cabida real, no tiene derecho a ellos.
Los peijuicios que deben indemnizarse al comprador son los mismos que
proceden en caso de resolución por falta de entrega. Para avaluarlos no

1
BAUDRY-LACANTINERIE, D e l a vente, n ú m . 3 2 9 , p á g . 3 3 0 ; H u c , X , n ú m . 9 5 , p á g . 1 2 8 ; TRO-
PLONG, I , n ú m . 3 3 6 , p á g . 4 3 7 .

827
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

debe olvidarse que el comprador tenía la facultad de mantener el contrato


pagando un aumento de precio, de modo que si opta por la resolución del
contrato es muy posible que su resolución no le ocasione ninguno, ya que
podía mantener la venta y sino lo ha hecho será porque no le interesa. 1

1091. La acción que confiere el inciso l 9 del artículo 1832 para exigir que
el comprador pague un aumento de precio cuando el precio de la cabida
que sobra no es mayor que la décima parte del precio de la cabida real
compete exclusivamente al vendedor, porque es él quien tiene interés en
que se le pague ese aumento.
Respecto de las acciones que señala ese mismo inciso para el caso en
que el precio de la cabida que sobra alcance a más de la décima parte del
precio de la cabida real hay que hacer una distinción. La acción para pe-
dir el aumento del precio corresponde, por la razón apuntada, al vende-
dor. Pero la acción de desistimiento del contrato compete exclusivamente
al comprador. Debe sí tenerse presente que éste es árbitro para optar por
una u otra cosa, sin que el vendedor pueda obligarlo a que pague el au-
mento de precio o a que se desista del contrato.

1092. Cuando el comprador en cualquiera de los dos casos anteriormente


indicados paga un aumento de precio ¿debe también los intereses? Nues-
tro Código no contiene, como el francés (artículo 1620), una disposición
al respecto. Creemos que siendo este aumento una parte del precio de
venta debe seguir su suerte. Si se han estipulado intereses para el precio
principal, el comprador también debe pagarlos por el aumento; pero si
aquél no es productivo de intereses el aumento tampoco lo será.2 Si el
aumento produce intereses, éstos se deberán desde el día en que comien-
ce a producirlos el precio mismo. 3 Todo ello se entiende sin peijuicio de
los intereses en que sea condenado el comprador en caso de mora en el
pago del aumento de precio. Aun cuando se paguen intereses por el au-
mento de precio, estos no se deben a título de indemnización de peijui-
cios, ya que el vendedor no ha sufrido ninguno, sino a virtud del convenio
de las partes que hizo al precio productivo de intereses.

1093. Cuando la cabida real excede de la declarada, sea que el precio de


la cabida que sobre alcance o no a más de la décima parte del precio de la
cabida real, el comprador no puede exigir que el vendedor le entregue la
cabida señalada en el contrato y separe del predio el terreno que sobra. El
inciso primero del artículo 1832 señala taxativamente los procedimientos
que debe o puede emplear el comprador cuando la cabida real excede de
la declarada y son: aumentar proporcionalmente el precio, si ese exceso

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 8 0 , p á g . 3 0 3 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 3 7 , p á g . 3 7 ; AUBRY
E T RAU, V , p á g . 7 2 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 9 7 , p á g . 1 9 6 ; H u c , X , n ú m . 9 8 , p á g . 1 3 3 .
2
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 7 8 , p á g . 3 0 2 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 4 6 , p á g . 4 4 8 , AUBRY E T RAU,
V. pág. 71, nota 27.
5
BAL DRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 3 7 , p á g . 3 3 7 ; H U C , X , n ú m . 9 8 , p á g . 1 3 3 .

828
DE I AS OBLIGACIONES DEL \TENDEDOR

no pasa de cierto límite, y aumentar el precio en la misma forma o desistir-


se del contrato, si pasa de ese límite. Pero en ninguna parte se le confiere
la facultad de rechazar el terreno que sobra, por cuya razón el comprador
no puede recurrir a este recurso. Debe lisa y llanamente pagar el aumento
de precio, a menos que consienta en desistirse del contrato, si el precio
del exceso pasa del límite señalado por la ley. En derecho estricto el com-
prador debiera tener ese derecho, pero "la razón de la utilidad, dice Ricci,
se opone en este caso a la aplicación del principio puro de derecho, tanto
porque la desmembración de una pequeña parte de la hacienda pudiera
ser peijudicial para los intereses de la agricultura, como porque la resolu-
ción del contrato, cuando esta desmembración pudiera evitarse, perjudi-
caría los intereses del comercio y sería causa de muchísimos litigios".1 Se
opone además a ese desmembramiento el hecho mismo de que las partes
han entendido que el predio se vendía y se compraba respectivamente en
su conjunto y no fraccionado; de manera que él no ha entrado en el pen-
samiento de las partes cuando contrataron. Y en atención a ese espíritu la
ley no lo autorizó. 2
Por la misma razón el vendedor no podría exigir que se le devolviera
el exceso de terreno y negarse a aceptar el aumento de precio. Lo dicho
se entiende sin peijuicio de que las partes puedan convenirlo así volunta-
riamente.

1094. Segunda situación: La cabida real es menor que la declarada. El inciso 2a


del artículo 1832 del Código Civil, ocupándose de este caso, dice: "Y si la
cabida real es menor que la cabida declarada, deberá el vendedor completarla; y si esto
no le fuere posible, o no se le exigiere, deberá sufrir una disminución proporcional del
precio; pero si el precio de la cabida que falte alcanza a más de una décima parte del
precio de la cabida completa, podrá el comprador, a su arbitrio, o aceptar la disminu-
ción del precio, o desistir del contrato en los términos del precedente inciso".
Este inciso, como el anterior, contempla también dos casos:
1) Si el precio de la cabida que falta no excede de la décima parte del
precio de la cabida completa, es decir, de la cabida declarada en el contra-
to, y
2) Si el precio de la cabida que falta excede de la décima parte del
precio de la cabida completa.
Si el precio de la cabida que falta es igual a la décima parte del precio
de la cabida completa, la hipótesis queda comprendida en el primer caso y
no en el segundo, puesto que para que así sucediera sería menester que el
precio de la cabida que falte sea superior, esté por encima o, mejor dicho,
sobrepase a esa décima parte, lo que no ocurre cuando es igual. Esto se
desprende de la redacción misma del inciso que dice: "si el precio de la
cabida que falte alcanza a más de una 'décima parte'".

1
Tomo 15, núm. 145, pág. 370.
2
BAL'DRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 3 8 , p á g . 3 3 7 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 7 9 , p á g . 3 0 3 ; T R O -
PLONG, I, núm. 336, pág. 4 3 7 ; AUBRY KT R A U , V, pág. 71, nota 2 8 ; LAURENT, 2 4 , núm. 192,
pág. 188.

829
de la comi'ravknta y de la promesa de venta

Veamos un ejemplo de cada caso:


Primer caso. Se vende un fundo que tiene cien hectáreas con relación a
su cabida, a razón de $ 100 cada una y resulta que sólo tiene noventa y
nueve hectáreas. La hectárea que falta vale $ 100. Siendo el precio total de
la cabida completa la suma de $ 10.000, la décima parte de ese precio son
$ 1.000. Luego el valor de la hectárea que falta no excede de la décima
parte del precio de la cabida completa, porque $ 100 son inferior a $ 1.000,
que es la décima parte. Igualmente, si faltan diez hectáreas, siendo su va-
lor $ 1.000 y siendo también la décima parte del precio de la cabida com-
pleta la suma de $ 1.000, el precio de ambos términos es igual, de modo
que el precio de la cabida que falta no alcanza a más de esa décima parte.
Segundo caso. Supongamos que a ese mismo fundo le falten doce hectá-
reas. Estas valen $ 1.200. Como la décima parte del precio de la cabida
completa son $ 1.000, ya que el precio total del fundo son $ 10.000, suce-
de que el precio de la cabida que falta excede de la décima parte del
precio de la cabida completa.
Analicemos los efectos que la menor cabida del predio produce en
ambos casos.

1095. Primer caso. El precio de la cabida que falta no excede de la décima parte del
precio de la cabida completa, es decir, la cabida real es simplemente menor que la
declarada. En este caso el legislador da al comprador dos caminos: a) pue-
de exigir que el vendedor le complete la cabida; b) si esto no es posible, o
no se exigiere, puede pedir una disminución proporcional del precio.
Estas dos acciones corresponden únicamente al comprador, debiendo
allanarse el vendedor a aceptar lo que aquel pida. El vendedor no podría
obligar al comprador a que aceptara una de esas soluciones y no otra.
Por otra parte, ambas acciones son facultativas para el comprador quien
puede optar indistintamente por una u otra, sin que esté obligado a pedir
primero la cabida completa y a falta de ella una disminución del precio.
Esto fluye del propio tenor de la ley que dice: "y si esto no fuere posible, o
no se le exigiere, deberá...", con lo que se manifiesta que el comprador pue-
de pedir o no que se complete la cabida, ya que la misma ley se pone en el
caso de que eso no se le exija. De ahí que si el comprador opta por la
rebaja del precio, el vendedor no podría oponerse a ella alegando que
aquel no le ha exigido previamente que le entregue toda la cabida, a me-
nos que el vendedor no pueda completarla, porque entonces el compra-
dor no puede pedir sino la disminución proporcional del precio.
El ejercicio de una de esas acciones no importa la renuncia de la otra.
Por este motivo, si la acción que se ejercita es desechada, la otra siempre
puede entablarse. Si habiéndose pedido que el vendedor complete la cabi-
da, se declara que no está obligado a ello, porque se halla en la imposibili-
dad de completarla, el comprador puede pedir la rebaja del precio, sin
que sea obstáculo para la nueva demanda la interposición de la primera.
Sólo cuando se haya acogido una de esas acciones, el comprador no podrá
deducir la otra, pues es facultativo para él pedir que se le complete la
cabida o que se le rebaje el precio, es decir, no puede solicitar conjunta-

830
de las obligaciones del vendedor

mente ambas cosas. Pero si el comprador no puede pedir a un mismo


tiempo que se le complete la cabida y que se le rebaje el precio, puede, sin
embargo, pedir lo uno en subsidio de lo otro.
El vendedor debe entregar toda la cabida, cuando se lo exija el compra-
dor, si le es posible. Así lo establece el inciso 2° del artículo 1832 del Código
Civil. No siendo posible, está obligado a aceptar la rebaja del precio.
Por disminución proporcional del precio se entiende que el compra-
dor tiene derecho a que se le rebaje por la cabida que falta un precio que
guarde relación matemática con el precio total de la cabida declarada,
disminución que se obtiene multiplicando el valor que se asigna a cada
unidad de tierra de las que se compone la cabida que falta, siempre que el
precio del predio se indique con relación a esa unidad de medida, como
en los ejemplos propuestos. Si se dice que el predio tiene cien hectáreas y
se vende a razón de cien pesos cada una y resulta tener noventa y ocho
únicamente, el comprador tendrá derecho a que se le disminuya el precio
en $ 200, que es la suma que proviene de multiplicar el número de unida-
des de tierra que comprende la cabida que falta por el precio que, según
los términos del contrato, se ha asignado a cada unidad. Pero si el predio
se indica en total, la disminución se conoce dividiendo el valor de la cabi-
da declarada en el contrato por el número de unidades que contiene y ese
cuociente se multiplica por el número de unidades de tierra que com-
prende la cabida que falta. Si en el ejemplo propuesto, el precio no se
señala a razón de tanto la hectárea sino que se dice que es la suma de diez
mil pesos, habrá que dividir este valor por cien hectáreas, que es la cabida
declarada o completa, de donde resulta que cada hectárea vale cien pesos,
valor que multiplicado por dos hectáreas, da un valor de doscientos pesos,
que es la suma en que debe rebajarse el precio. 1

1096. El fundamento que ha tenido en vista la ley para establecer que el


vendedor debe, ante todo, completar la cabida y que sólo si esto no le es
posible debe aceptar la rebaja del precio no ha sido otro que la intención
de las partes y el alcance de las obligaciones que para ellas crea el contra-
to. Estando el vendedor obligado a entregar toda la cosa vendida, a virtud
de lo preceptuado en el artículo 1828 del Código Civil, debe esforzarse a
toda costa por cumplir esa obligación, entregándola íntegramente. Pero
puede suceder que esto no sea posible. Como nadie está obligado a lo
imposible y como la ley quiere que los contratos se mantengan, lo faculta
para que, en tal caso, no cumpla su obligación, obligándolo sí a que rebaje
proporcionalmente el precio ya que si el comprador tuviera que pagarlo
todo habría para el vendedor un enriquecimiento sin causa, desde que el
precio se ajustó en atención a una cabida de tales dimensiones que ahora
resulta menor.

1
Sentencias que han acogido demandas sobre disminución del precio de venta por dé-
ficit en la cabida; sentencia 2.065, pág. 257, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 6.324, pág. 761,
Gaceta 1900, tomo II.

831
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

El comprador, en cambio, puede optar por una u otra cosa sin estar
obligado a deducir esas acciones en un orden fijo y determinado, porque
es el que tiene más interés en el contrato, puesto que la cosa va a servirle a
él. Sólo él puede apreciar si el predio le conviene o no con menor cabida.
Según sea su conveniencia optará por la entrega de la cabida que falta o
por la rebaja del precio.

1097. Veamos ahora cuándo se entiende que al vendedor le es posible


completar la cabida que falta.
Tratándose en estos casos, dice Ricci, de la venta de un predio determi-
nado e individualizado, de un cuerpo cierto, es claro que si no tiene toda
la cabida que se le atribuyó, no es posible exigirle al vendedor que com-
plete la cabida que falta con terrenos del mismo predio vendido, ya que
todo él fue entregado y no quedó en su poder ninguna parte del mismo,
ya que si así hubiera ocurrido no tendría lugar el caso que ahora se estu-
dia de que el predio vendido no tenga la cabida declarada. De ahí que la
posibilidad a que se refiere la ley no puede referirse a terrenos del mismo
predio que se vende. 1
No pudiendo ser del mismo fundo los terrenos con los cuales debe
completarse la cabida, tienen que ser necesariamente de otro predio del
mismo vendedor, desde que si éste no tiene otro predio está en la imposi-
bilidad de entregar, puesto que los propietarios pueden negarse a vender-
le el que necesita para completar la cabida. De modo que, en primer lugar,
esta obligación es posible siempre que el vendedor tenga otro predio del
cual pueda segregar terrenos para darlos al comprador.
Pero, ¿de qué predios del vendedor pueden segregarse estos terrenos?
¿Pueden tomarse de cualquier predio o sólo del que esté contiguo al ven-
dido? El autor citado contesta, con mucha razón, que siendo lo vendido
una cosa cierta y determinada y no pudiendo el vendedor satisfacer su
obligación por la entrega de una cosa distinta de la que vendió, el predio
del cual debe tomarse la cabida que falta, debe estar contiguo al vendido,
porque, entonces, formando la parte añadida un solo todo con el predio
vendido, la cosa objeto del contrato permanece la misma. En una palabra,
el vendedor se halla en la posibilidad de completar la cabida cuando pue-
de entregar al comprador terrenos limítrofes con el predio vendido. 2
Esta misma doctrina se establece en un fallo de la Corte de Apelacio-
nes de Santiago, que dice:
"4a Q u e en este caso no le es posible al Fisco completar la cabida con terrenos
limítrofes; 5 a Que la obligación del vendedor no puede ir más allá de la entrega
de terrenos limítrofes, pues sería absurdo suponer que un vendedor estuviese siem-
pre obligado a completar la cabida cuando fuera d u e ñ o de otros terrenos que
p u e d e n estar muy distantes y ser muy valiosos, ya que por tal causa la ley da al
comprador el medio de desistirse del contrato con indemnización de peijuicios". 3

1
R i c a , 15, núm. 144, pág. 367.
2
R i c a , 1 5 , núm. 1 4 4 , pág. 3 6 7 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De ¡a vente, núm. 329, pág. 329.
5
Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo I, pág. 172.

832
de las obligaciones del vendedor

Finalmente, para que ai vendedor le sea posible completar la cabida


no basta que tenga otro predio de donde tomar la cabida que falta, ni que
éste sea limítrofe con el vendido. Se requiere además que los terrenos
contiguos que va a dar el vendedor sean de la misma naturaleza, esto es,
que tengan el mismo destino y condiciones del predio vendido. Por esta
razón, dice Ricci, el vendedor no podría completar la cabida de una viña
con terrenos destinados a siembras o con terrenos plantados de bosques y
viceversa. Ambas cosas son diversas y el vendedor no puede entregar una
cosa distinta de la que vendió. 1
Si la porción de terreno que entrega el vendedor para completar la
cabida que falta es de mejor calidad que la vendida, no podría negarse a
entregarla alegando que es de calidad superior, ni tampoco exigir un ma-
yor precio pues él tiene la culpa de haber señalado una cabida que no
correspondía a la real. Y a la inversa, si la porción de terreno que se entre-
ga es de calidad inferior a la del predio vendido, el comprador no puede
exigir una rebaja del precio, puesto que es él quien insiste en obtener ese
aumento, no obstante tener la facultad de no tomarla.
Si no se reúnen los tres requisitos antes enumerados, que los terrenos
que se entregan para completar la cabida no pertenezcan al mismo predio
vendido, sino a otro predio del vendedor, que sean contiguos a aquél y
que tengan el mismo destino, el vendedor se halla en la imposibilidad de
completar la cabida y el comprador sólo puede exigir la rebaja proporcio-
nal del precio calculado en la forma antes expuesta.

1098. Cuando la cabida real es simplemente menor que la declarada, el


comprador no puede pedir la resolución del contrato, sino únicamente
una rebaja del precio o que se le complete la cabida, a virtud de las mis-
mas consideraciones expuestas en el número 1088. El hecho que la ley
haya señalado expresamente las acciones que en este caso competen al
comprador significa que, aparte de ellas, no tiene ninguna otra y como
entre las del artículo 1832 no figura la resolutoria, es obvio decidir que la
ley no ha querido concedérsela al comprador cuando la cabida real es
simplemente menor que la declarada. Este aserto toma mayor fuerza aún
si se atiende a que la disposición del artículo 1489 que concede esta ac-
ción en todo contrato bilateral, sin necesidad de estipulación de las partes,
es de carácter general, por cuyo motivo debe prevalecer el precepto del
artículo 1832 que es de carácter especial. Los autores están unánimemen-
te de acuerdo en el sentido indicado. 2

1099. Hay, sin embargo, un caso en que el comprador podría desistirse de


la venta por déficit de la cabida del predio, aunque el valor de este déficit

1
RICCI, 15, núm. 144, pág. 369.
2
R i c a , 15, núm. 144, pág. 369; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 330, pág. 330;
AUBRY E T RAI!, V , p á g . 7 1 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 9 1 , p á g . 1 8 6 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 7 6 ,
pág. 301; Huc, X, núm. 94, pág. 127.

833
de la compraventa y de la promesa de venta

no excediera de la décima parte del valor de la cabida completa. Es aquel


en que el predio ha sido comprado en vista de un objeto o destino deter-
minado y para el cual lo haría impropia la menor cabida, como si el com-
prador quisiera el terreno para construir una fábrica, galpón, etc., cuyas
dimensiones están calculadas sobre esa cabida.
La acción de desistimiento del contrato no se fundaría en la menor
cabida, o sea, en el artículo 1832, sino en el error en que incurre el com-
prador acerca de la sustancia misma de la cosa, pues para él su calidad
sustancial, dice Guillouard, no es la naturaleza del terreno que ha compra-
do, sino su dimensión o cabida, sin la cual no puede realizar el objeto que
se propuso al adquirirlo. 1 El error no recaería sobre una calidad esencial
de la cosa vendida, sino sobre una calidad accidental, pero que las partes
han convertido en esencial, pues han hecho de ella el motivo principal
para contratar, ya que el comprador sólo se ha decidido a adquirir el pre-
dio en atención a su cabida y a nada más. Este error, según el artículo
1454 del Código Civil, vicia el consentimiento y da acción al comprador
para rescindir la venta, siempre que el vendedor haya conocido ese moti-
vo, es decir, el objeto que tuvo en vista el comprador al contratar.
El comprador podría dejar sin efecto el contrato de venta cuando la
cabida real del predio fuere simplemente menor que la declarada, siem-
pre que esa cabida haya sido el motivo principal que tuvo para contratar y
que ese motivo haya sido conocido del vendedor. No hay resolución, sino
rescisión por error en una de las calidades de la cosa.
El artículo 2016 del Proyecto de Código Civil contemplaba este caso y
decía: "Y, si no completándose la extensión declarada, probare (el compra-
dor) que la finca en sus dimensiones actuales no sirve para el objeto a que
la destinaba, tendrá derecho para desistir del contrato". Este inciso fue su-
primido en el Código. Creemos que esta supresión no se hizo con el propó-
sito de negar la acción de desistimiento del contrato en esa hipótesis, sino
porque se la consideró redundante, desde que siempre era procedente en
virtud de las reglas generales, ya que se trataba del caso contemplado en el
artículo 1454 citado.
Al comprador incumbe probar que la cosa no le sirve para el uso a que
iba a destinarla, que la compró únicamente con ese fin y en atención a su
cabida, como también que ese motivo era conocido del vendedor. Deter-
minar la intención del comprador y la importancia que le atribuyó a la
cabida en la celebración del contrato es cuestión de hecho que debe resol-
ver el juez según las circunstancias y los términos del contrato, ya que esos
hechos pueden aparecer del mismo contrato o de otros antecedentes. Apa-
recerían del mismo contrato si en él se dijera que el comprador compra
tal predio que tiene tal cabida para instalar en él un edificio que se cons-
truirá sobre los planos y dimensiones levantados por tal ingeniero. Apare-

' GUILLOUARD, I, núm. 277, pág. 302: Rica, 15, núm. 144, pág. 370; BAUDRY-LACANTI-
NERIE, n ú m . 3 3 0 , p á g . 3 3 0 ; AUBRY E T R A U , V , p á g . 7 2 ; H u c , X , n ú m . 9 4 , p á g . 1 2 7 ; LAURENT,
n ú m . 1 9 1 , p á g . 1 7 8 ; MARCADÉ, V I , p á g . 2 4 6 .

834
de las obligaciones del \T£ndedor

cerían de otros antecedentes si en las cartas o telegramas que las partes se


cambiaron antes de la venta y mientras ésta se tramitaba, se hiciera ver
que el comprador necesitaba un terreno que tuviera tales dimensiones
exactas, pues los planos del edificio que en él iba a levantar estaban calcu-
lados para esa extensión, de modo que si compraba el terreno era porque
tenía esa cabida como mínimum.

1100. Segundo caso. El precio de la cabida que falta es mayor que la décima parte
del precio de la cabida completa. Como en el caso de exceso de cabida, el
comprador puede, a su arbitrio, aceptar una rebaja proporcional del pre-
cio o desistirse del contrato, en cuyo caso se le indemnizarán los perjuicios
consiguientes.
De acuerdo con el inciso 2 9 del artículo 1832, la Corte Suprema dio
lugar al desistimiento de un contrato de venta, solicitado por el compra-
dor, porque el precio de la cabida que faltaba excedía de la décima parte
del precio total del mismo predio. El caso concreto era éste: se compró un
predio con una cabida de 456 hectáreas, a razón de $ 30,20 cada una, lo
que en total daba $ 13.771,20. Faltaron por entregar cien hectáreas, cuyo
valor ascendía a $ 3.020. La décima parte del precio de la cabida completa
era, según eso, $ 1.377,12 y como el precio de la cabida que faltaba eran
$ 3.020, resultaba que este precio era mayor que el de esa décima parte. 1
Se concede esta alternativa al comprador, porque puede suceder que
no le convenga adquirir un terreno que es mucho menor que el que de-
seaba comprar, por cuyo motivo no sería posible obligarlo a que aceptara
algo que no es de su agrado. Pero como también puede ocurrir que siem-
pre le convenga el negocio, en cuyo caso no habría por qué obligarlo a
que no lo hiciera, la ley lo faculta para que, si lo desea, lo lleve siempre a
cabo, eso sí que lo autoriza para que pida una rebaja del precio, porque si
éste se fijó en atención a un cabida determinada, que resulta menor, es
evidente que el terreno vale menos y si pagara todo el precio sucedería
que lo pagaría sin causa o pagaría la cabida real en una suma mayor que la
convenida.

1101. El inciso 2 B del artículo 1832 se remite al inciso l s , por lo que res-
pecta al desistimiento del contrato. Según esto, el comprador sólo puede
exigir peijuicios cuando se desiste del contrato, pero no cuando acepta
una rebaja del precio. 2 La misma opinión ha sustentado la Corte de Apela-
ciones de Santiago. 3

1102. ¿Podría el comprador, en este caso, exigir que se le complete la cabida


en vez de solicitar la rebaja del precio o de desistirse del contrato? Creemos
que sí, porque lo que a él más le interesa es tener toda la cabida y porque el

1
Sentencia 3.845, pág. 822, Gaceta 1890, tomo II.
'-' Véase núm. 1090, pág. 827 de esta Memoria que también se aplica en este caso.
> Sentencia 2.065, pág. 257, Gaceta 1888, tomo II.

835
DE l . \ COMI'RAVKNTA V DE LA PROMESA DE VENTA

ejercido de las otras acciones no excluye esa petición. Esta acción queda sub-
MMi-nie en cualquier caso, ya que es el primer recurso que la ley da al compra-
dor cuando la cabida real es menor que la declarada. Las otras dos que le
confien- cuando esa c abida es ya mucho menor que la declarada, rio son sino
mayores facilidades concedidas al contratante a quien más le afecta ese défi-
cit. No lia}- duda que el comprador puede exigir que el vendedor le complete
la cabida que falta, aun cuando el valor del déficit alcance a más de la décima
parte del precio de la cabida completa; bien entendido que el vendedor esta-
rá obligado a completarla solamente si esto le fuera posible.

1103. Como en el caso del inciso 1- del artículo 1832 del Código Civil, las
acciones que confiere la ley cuando el precio de la cabida que falta es
mayor que la décima parte del precio de la cabida completa pueden ejer-
citarse únicamente por el comprador y no por el vendedor. Por este moti-
vo se aplica a este respecto todo cuanto hemos dicho en el núm. 1095 a
que nos remitimos.

1104. La rebaja o disminución del precio en los dos casos a que se refiere
el inciso 2° del artículo 1832 del Código Civil puede hacerse de dos mane-
ras, según sea que aquel haya sido o no pagado. Si no se ha pagado, el
comprador debe pedir que se declare que no está obligado a pagarlo todo,
sino la parte correspondiente a la cabida real. Si pagó totalmente el precio
convenido, debe pedir que se le restituya la parte correspondiente a la
cabida que no se le entregó. 1

1105. Se ha dicho que cuando el comprador opta, en cualesquiera de los


dos casos que contempla el inciso 2Q del artículo 1832 del Código Civil, por
la disminución del precio, si éste se ha pagado, el vendedor debe restituir la
parte proporcional que corresponda a la cabida que no se entregó. Esta
parte de precio, ¿debe restituirla con intereses o sin ellos? La negativa ha
resuelto la Corte de Apelaciones de Santiago fundada en que, en este caso,
el vendedor deberá intereses convencionales o legales desde el día que se
constituya en mora de restituir, lo que ocurre una vez que se haya dictado
sentencia que ordene hacer la devolución, ya que antes de esto no se sabe si
el vendedor es o no deudor por esa suma.2 Aceptamos esta doctrina, porque
no hay aquí una suma entregada al vendedor para que la goce y usufructúe
con cargo de devolución sino simplemente la restitución de una cantidad
que el vendedor percibió indebidamente, pero de buena fe y cuya devolu-
ción se hace posible en virtud de Lina sentencia judicial. Sin embargo, la
Corte de Apelaciones de Talca, sin dar ninguna razón al respecto, acogió
una demanda en que el comprador exigía la disminución del precio corres-
pondiente a la cabida que no se le entregó con sus intereses corrientes. 3

1
Sentencia 2.065, pág. 257, Gaceta 1888, tomo II; sentencia 6.324, pág. 761, Gaceta 1900,
tomo II.
J
Sentencia 2.065, pág. 257, Gaceta 1888, tomo II.
3
Sentencia 6.324, pág. 761, Gaceta 1900, tomo II.

836
de las obligaciones del \T£ndedor

1106. ¿Puede el vendedor exigir ejecutivamente el precio de venta de un


predio que se ha vendido con relación a su cabida (a tanto el metro cuadra-
do) y que ya ha entregado al comprador, sin necesidad de probar que entre-
gó toda la cabida declarada? Por la afirmativa se ha pronunciado la Corte de
Apelaciones de Santiago. En la escritura de venta se dijo, al tiempo de fir-
mar, que la venta se hacía a tanto el metro cuadrado. El vendedor entregó la
propiedad y el comprador se recibió de ella sin reclamar por diferencias en
la cabida. Este no pagó oportunamente el saldo de precio adeudado, por
cuya razón el vendedor demandó ese saldo ejecutivamente. El comprador se
opuso a la ejecución fundado en que siendo la venta a tanto el metro cua-
drado el vendedor debía probar que había entregado la cantidad exacta de
metros convenidos y que en tanto eso no se acreditara el título no era ejecu-
tivo. El vendedor contestó diciendo que la propiedad había sido entregada y
que el comprador no había alegado ningún déficit en la cabida y que así
como él había cumplido su obligación aquél debía cumplir la suya. La Corte
mencionada, revocando el fallo de primera instancia, dio lugar a la ejecu-
ción teniendo presente que el vendedor había entregado el predio vendido,
de modo que había cumplido con su obligación y que el desacuerdo que
existía entre las partes se refería a que el comprador sostenía que la cabida
real del predio era menor que la declarada, hecho que, dado caso de ser
cierto, no obstaculizaba ese cobro ejecutivo y solamente daría derecho al
comprador para exigir en el correspondiente juicio ordinario que se le com-
pletara esa cabida o para que se procediera en la forma que detallan el
artículo 1831 y siguientes del Código Civil.1
Creemos que la Corte ha establecido la verdadera doctrina, porque,
aunque la venta se haga con relación a cabida, el vendedor cumple su
obligación de entregar por el hecho de poner el predio a la disposición
del comprador. Desde este momento el comprador debe cumplir la suya
sin que para ello sea necesario conocer la cabida exacta del predio. Si la
cabida real no está conforme con la declarada, el comprador no tiene otro
camino que recurrir a los arbitrios que señala la ley. Si se aceptara que el
vendedor no puede exigir el precio en tanto no se determine cuál es la
cabida del predio, sucedería que sólo después de transcurrido un año des-
de la entrega, tiempo en que prescriben las acciones para reclamar por
defectos de cabida, aquél podría exigir ese pago. De ser así el vendedor
quedaría en una situación desventajosa puesto que no podría exigir al
comprador el cumplimiento del contrato, no obstante haberle cumplido
por su parte. Además, esa situación dejaría sin efecto lo que las partes
estipularen acerca del pago del precio al contado o antes del año a que
nos hemos referido.

1107. Cuando la venta con relación a cabida se verifica en pública subas-


ta, sea forzada o voluntaria, para saber si la cabida real es mayor o menor

1
Sentencia de 7 de marzo de 1916, suscrita por los Ministros señores Vergara Silva, Ma-
nuel Cortés y J. Toribio Marín y publicada en Las Ultimas Noticias de ese mes.

837
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

que la declarada, debe tomarse como término de comparación la cabida


que se señala en las bases de remate consignadas en el expediente y no la
que se indica en los avisos que han servido para anunciar la venta. Así lo
ha resuelto la Corte de París, fundada en que las estipulaciones que ligan
a las partes en estas ventas son aquellas cuya lectura se hace antes de la
subasta, es decir, las que constan de las bases con arreglo a las cuales se
hace ésta; y en que los avisos no son sino medios de publicidad cuya rigu-
rosa exactitud no es uno de los elementos constitutivos de la venta, ya que
su único objeto es anunciar la subasta y no ligar a las partes por las enun-
ciaciones que contienen, de modo que todo lo que concierna a las cláusu-
las obligatorias es necesario ir a buscarlo en las bases señaladas en el
expediente que constituye la ley del que vende y del que compra. 1
Según esto, si en los avisos se dice que el predio mide cien hectáreas y
en las bases de remate se dice que mide noventa y ocho y, en realidad,
tiene noventa y ocho hectáreas, el comprador no puede alegar que la cabi-
da real es inferior en dos hectáreas a la declarada, porque la cabida que se
indica en el expediente, que es la que debe tomarse en cuenta para apre-
ciar si la cabida real se entregó íntegramente, está conforme con ésta.

1108. Si en las bases del remate se señala una cabida y en la escritura


pública de venta se indica otra, para apreciar si la cabida real está o no
conforme con la declarada, debe atenderse a la cabida señalada en las
bases de remate y no a la que se menciona en la escritura de venta, porque
el contrato se celebró sobre la base de aquéllas que son las que constitu-
yen el vínculo jurídico en esta clase de ventas. De ahí que si el predio tiene
una cabida igual a la que se señala en esas bases pero mayor o menor que
la que se expresa en la escritura, el comprador y el vendedor no tienen
ninguna acción por ese exceso o déficit. 2

1109. Cuando se vende con relación a cabida el vendedor, al entregar el


predio, no está obligado a practicar su mensura, a menos que así se estipu-
le expresamente. Tal es la doctrina consignada por la Corte de Apelacio-
nes de Santiago en estos considerandos:
"Que no consta ni se ha rendido prueba alguna para acreditar que el demandado
se haya obligado a hacer practicar la mensura de los fundos vendidos, sea como
diligencia previa para proceder a la entrega, sea c o m o mera obligación estipulada
en el contrato; que aun en el supuesto de que la mensura fuera necesaria para
establecer si la extensión de los terrenos vendidos está o no está conforme con la
extensión convenida en el contrato, esta diligencia no tendría objeto, al menos
por ahora, desde que no hay cuestión entre las partes sobre si la cabida de los
fundos vendidos que se dice estipulada en el contrato es o no igual a la cabida
real de dichos fundos". 3

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 7 3 , p á g . 2 9 8 ; H u c , X , n ú m . 9 7 , p á g . 1 3 0 .
2
Véase lo expuesto en el núm. 1079, pág. 821, de esta Memoria que se aplica en todas
sus partes a este caso.
3
Sentencia 2.071, pág. 1315, Gaceta 1886.

838
de las obligaciones del \T£ndedor

Estamos conformes con esta opinión, pues aun cuando la manera de


comprobar si la cabida real es igual a la declarada es la mensura del pre-
dio, ésta se hará cuando sobrevengan las dificultades entre las partes con
ocasión de la diferencia de cabida, pero el hecho de vender con relación a
cabida no obliga por sí solo al vendedor a medir el predio antes de entre-
garlo, salvo, naturalmente, que así se estipule, ya que ninguna disposición
legal le impone tal obligación. Por el contrario, de la misma ley se des-
prende que el vendedor no tiene esa obligación en las ventas con relación
a cabida, puesto que no otra cosa significa que la acción para reclamar por
diferencias en la cabida prescriba en un año contado desde la entrega.
Esto manifiesta que la ley se coloca en el caso de que ninguna de las partes
conozca a punto fijo la extensión exacta de la cabida y de ahí que el plazo
de esa prescripción corra desde el día de la entrega, o sea, desde el mo-
mento en que el comprador está en aptitud de poder medir y conocer
exactamente la cabida.

1110. Si se estipula que el vendedor debe medir el predio al hacer su


entrega al comprador, los gastos que demande la mensura son de cargo
del primero, de acuerdo con el artículo 1825 del Código Civil, porque son
gastos de entrega. Si la mensura es ordenada durante el juicio promovido
por el comprador a causa de la disconformidad que, según él, existe entre
la cabida real y la declarada, los gastos que ella demande serán de cargo
de una o de ambas partes, en conformidad a lo que sobre el pago de las
costas dispone el Código de Procedimiento Civil.

1111. El objeto de la mensura del predio es conocer su cabida real y ver si


guarda o no conformidad con la declarada en el contrato, de manera que
cualquiera que sea la unidad de medida que se emplee con ese objeto, el
resultado es el mismo, pues si una se indica con arreglo a un sistema y la
otra se mide con arreglo a otro sistema, para hacer la comparación se
reducirán ambas a una misma unidad.
Pero entre nosotros debe emplearse en el contrato de venta y en la
mensura misma, para determinar y señalar la cabida, el sistema de medida
llamado métrico decimal, en virtud de la ley de 29 de enero de 1848,
complementada por varios decretos posteriores.

1112. Veamos ahora lo que debe incluirse en la medida de predio para


saber si la cabida real es mayor o menor que la declarada.
Pothier sentaba como regla general a este respecto, que en la cabida
real debe comprenderse únicamente lo que forma parte de la cosa vendi-
da, o sea, lo que pertenece al vendedor, salvo convención en contrario. 1
Según este principio, no pueden tomarse en cuenta para apreciar la cabi-
da del inmueble, los caminos y ríos públicos que lo atraviesan. La cabida
del predio debe medirse sobre el terreno restante a menos que las partes

1
III, núm. 251, pág. 104.

839
DE LA COMPRAVENTA Y DE I-A PROMESA DE VENTA

convengan que esos caminos también se tomen en consideración para de-


terminarla. Pero los caminos privados que forman parte de él deben to-
marse en cuenta. Si el predio vendido está gravado con una servidumbre
de tránsito en favor de un predio vecino, el terreno gravado con la servi-
dumbre, desde que continúa perteneciendo al predio sirviente, también
debe ser comprendido en la medida. Igualmente, deben comprenderse
en esa medida, salvo pacto en contrario, la mitad de los cercos, murallas o
fosos medianeros, etc., que sirven de deslindes, pues lo que sirve para
cerrar el predio, dice Pothier, forma parte de lo que se vende y debe com-
prenderse en él; y la totalidad de esos cercos, murallas y fosos si pertene-
cen íntegramente al inmueble vendido. Pero no se comprenden los que
pertenecen al vecino. 1

1113. Se discute entre los autores franceses si para determinar la cabida


real del predio debe o no comprenderse el aluvión que se haya formado a
lo largo de aquel.
Distinguen dos casos: a) si el aluvión se forma antes de la venta, y b) si
se forma después de su celebración, entre ésta y la entrega.
Es indiscutible que en el segundo caso el aluvión pertenece al compra-
dor y no se comprende en la medida ya que si se hace dueño de ese
aluvión es porque toda mejora de la cosa sobrevenida después del contra-
to pertenece al comprador. Este aluvión además no puede comprenderse
en esa medida, pues la cosa que se vendió, dice Guillouard, es la que
existe al tiempo del contrato; es esa cosa la que entregó el vendedor y es,
por lo tanto, la cabida que tenía la que debe compararse con la cabida
vendida. Las opiniones son uniformes en ese sentido. 2
De acuerdo con esta doctrina la Corte de Casación de Francia ha de-
clarado que cuando un río es uno de los límites del predio vendido y a la
época de la venta una porción del terreno estaba cubierto por el agua, ese
terreno, cuando las aguas se retiren, pertenece al comprador y no se com-
prende en la medida del predio. 3
Y el aluvión formado antes de la venta, ¿se toma o no en cuenta en la
medida del predio?
Hay varias opiniones al respecto. Creemos que la sustentada por Bau-
dry-Lacantinerie y Guillouard es la más exacta. Según estos autores, el alu-
vión formado antes de la venta debe tomarse en consideración para la
medida del predio, porque es un accesorio suyo y, como sabemos, la cosa
vendida debe entregarse con todos sus accesorios. 4

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 6 9 , p á g . 2 9 4 ; T R O P L O N G , I , n ú m . 3 3 2 , p á g . 4 3 5 ; POTHIER, III,
núm. 252, pág. 1 0 4 ; FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núm. 1 1 2 6 , pág. 8 6 7 ; BAUDRY-LACANTI-
NERIE, De la vente, núm. 3 3 6 , pág. 3 3 6 .
- G U I L L O U A R D , I, núm. 2 7 0 , pág. 2 9 4 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 3 3 6 ,
pág. 336; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1124, pág. 867.
3
FUZIER-HERMAN. tomo 36, Vente, núm. 1125, pág. 867.
4
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 1 6 , p á g . 3 2 0 y n ú m . 3 3 6 , p á g . 3 3 6 ; GUILLOUARD, I , n ú m .
270, pág. 295.

840
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T£NDEDOR

"Pensamos, dice Guillouard, que el aluvión debe medirse j u n t o con el


predio mismo, salvo que las partes estipulen lo contrario, y sobre el con-
j u n t o de ambas cabidas se hará la aplicación de estos artículos. Desde que
el aluvión es una parte del fundo, pars primi fundí, su cabida ha debido ser
tomada en consideración por las partes en la fijación del precio y es justo,
entonces, agregar su medida a la del fundo mismo."1

1114. La diferencia de calidad de alguna parte del predio no autoriza el


ejercicio de las acciones que señala el artículo 1832 del Código Civil, por-
que ese artículo se refiere exclusivamente a la cabida y ésta es cosa muy
diversa de la calidad. De ahí que, ni aun por analogía, puedan aplicarse las
reglas de ese artículo cuando el predio sea de calidad inferior a la conveni-
da. En este caso, el comprador podrá pedir la resolución del contrato por
falta de cumplimiento de la obligación del vendedor o su rescisión en
conformidad a las reglas generales, cuando haya habido error sobre la
calidad del predio.
El artículo 1469 del Código español contiene disposiciones para el caso
que la calidad del predio no sea igual a la expresada en el contrato. Si así
ocurre, el comprador puede pedir la rescisión del contrato, pero siempre
que el menor valor de la cosa vendida exceda de la décima parte del pre-
cio convenido.

1115. Por idénticas razones, creemos que la disposición del artículo 1832
tampoco es aplicable cuando el vendedor no entrega toda el agua o todos
los accesorios a que se obligó por el contrato. Cuando así ocurra, el com-
prador podrá pedir la entrega de los accesorios o del agua que falta o la
resolución de la venta, cualquiera que sea el valor de unos u otra en com-
paración con el precio total de la cosa.

1116. Para saber en qué forma se aplican las reglas del artículo 1832 cuan-
do se venden dos o más predios con relación a cabida debemos distinguir
dos casos: 1) si se venden por contratos diferentes, y 2) si se venden por
un mismo contrato.
En el primer caso hay varias ventas y cada una es un contrato diverso
que tiene por objeto un solo predio, de modo que las reglas sobre la cabi-
da se aplican a cada uno independientemente de los otros. 2
En el segundo caso hay una sola venta con diversos objetos y para que
todos los predios se entiendan vendidos por un mismo contrato se requie-
ren dos condiciones: a) que la venta se haga por una sola escritura, pues
de lo contrario, dice Ricci, desaparece la unidad de la venta y quedan
varias ventas, cada una independiente de las otras, 3 y b) que la venta se
haga por un solo y único precio, pues éste es uno de sus elementos esen-
ciales, de manera que si hay varios precios hay varias ventas.

1
GUILLOUARD, I , n ú m . 2 7 0 , p á g . 2 9 5 .
2
BAUDRY-LACANTINERIE, ibid., núm. 334, pág. 334, nota 1.
3
RICCI, 1 5 , n ú m . 1 4 9 , p á g . 3 8 3 .

841
de l-\ c o m p r a v e n t a y de la promesa de\TInta

Laurent, explicando los requisitos necesarios para que haya unidad de


venta, dice: "Si por un mismo contrato se venden dos fundos por precios
diferentes, habrá dos ventas distintas aunque se hagan al mismo tiempo y
en una sola escritura: la unidad del documento no acarrea la unidad del
contrato, pues sucede a menudo que contratos diferentes se hacen al mis-
mo tiempo y por una sola escritura. Pero si además de la unidad del docu-
mento hay unidad de precio no habrá sino una sola venta".1
Establecido el hecho de que cuando se venden varios fundos por un
mismo precio y en un mismo acto hay una sola venta, tenemos que averi-
guar cómo se aplican en tal caso las reglas del artículo 1832. Para ello hay
que distinguir si todos los fundos tienen o no el mismo valor. Al hablar del
"mismo valor" nos referimos a que la unidad de medida de cada uno de
los fundos tenga el mismo precio y no a que cualquiera que sea la cabida
de los fundos, todos valgan una cantidad igual.

1117. Caso en que la unidad de medida de todos los fundos tiene el mismo valor.
Si todos los fundos tienen el mismo valor, sea que éste se indique en su
totalidad o a razón de tanto la unidad de medida, hay que contemplar, a
su vez, dos situaciones: 1) si se señala la cabida de cada uno, y 2) si la
cabida se indica en conjunto.
1 9 Si se expresa la cabida de cada predio y todos ellos tienen un mismo
valor, como si se venden dos fundos que miden uno cien hectáreas y el
otro doscientos, a razón de quinientos pesos la hectárea o por el precio
total de ciento cincuenta mil pesos, creemos que, formando los predios un
solo todo, para saber si la cabida real de todos ellos es mayor o menor que
la declarada, las reglas del artículo 1832 deben aplicarse con relación a la
cabida total y no con relación a la de cada predio. Para este efecto se
compensará el exceso que pueda haber en la cabida de uno con la dismi-
nución que pueda haber en la cabida del otro y sobre el saldo que de ahí
resulte, dado caso que lo haya, se aplicarán esas reglas. Supongamos que
al predio que tiene cien hectáreas le faltan cuatro y al otro le sobren seis,
o viceversa. Aceptando nuestra opinión se deben compensar ambas canti-
dades y como de un lado sobran seis y del otro faltan cuatro, resulta que
sólo sobran dos hectáreas, con relación a las cuales se aplicarían las reglas
del artículo 1832.
Si se aceptara que cada predio debe considerarse separadamente, ten-
dríamos que las disposiciones del artículo 1832 se aplicarían a un predio
sobre un exceso de seis hectáreas y al otro sobre un déficit de cuatro.
Esta última solución es del todo inaceptable por dos motivos: a) por-
que formando ambos predios un solo todo, ya que se venden por un solo
contrato y por un mismo precio, es indudable que las partes han hecho de
todos ellos uno solo para los efectos de la venta y han entendido contratar
sobre el conjunto y no sobre uno en especial, y b) porque si se considerara
cada predio por separado para los efectos del artículo 1832 podría resultar

1
LAURENT, 2 4 , n ú m . 1 9 5 , p á g . 1 9 4 .

842
d e l a s OBLIGACIONES DEL \ T £ N D E D O R

que, a causa del exceso o déficit de la cabida de uno de ellos, el compra-


dor tuviera derecho para desistirse del contrato por lo que hace a ese
predio, debiendo mantenerlo por lo que hace al otro, lo que destruiría la
nulidad de la venta e iría contra la intención de las partes de considerar
todos los predios como uno único. Estos inconvenientes no se presentan
en la solución que hemos aceptado.
Caso análogo a éste es aquel en que la cabida del predio que se vende
se señala indicando las diversas porciones de que se compone, pero cuyo
precio es igual para todos, como cuando se vende un predio y se dice que
tiene diez cuadras de bosque, veinte de viñas y cinco de pasto, a razón de
cien pesos la cuadra. Supongamos que faltan dos cuadras de viña, una de
bosque y sobren tres de pasto. Como en el caso antes citado, nos parece
que deben compensarse esos déficits y excesos y tomar en cuenta, para la
aplicación del artículo 1832 del Código Civil, el saldo que resulte. No acep-
tamos que se calcule la mayor o menor cabida con relación a cada por-
ción, porque el predio es uno y no puede dividirse ni fraccionarse para la
aplicación de ese artículo, con mayor razón todavía cuando este precepto,
como dijimos, no se aplica sino cuando se vende un cuerpo determinado.
Si en los dos casos citados sólo hay falta exceso en la cabida de un
predio o de una porción del predio, estando completas las cabidas de los
otros predios o porciones, ese déficit o exceso se calcula con relación a
todo el predio o conjunto de predios. Si en el ejemplo propuesto faltan
únicamente dos hectáreas de un predio o de una de las porciones, estan-
do completas las cabidas de los restantes, la importancia de ese déficit no
se calcula con relación al precio de la cabida del fundo o porción a que se
refiere sino con relación al precio de la cabida total. Lo mismo ocurre en
el caso de exceso en la cabida de un predio o porción estando completa la
de los restantes.
2° Si en vez de señalarse la cabida de cada predio se indica una cabida
total y se dicen trescientas hectáreas a razón de quinientos pesos cada una
o en ciento cincuenta mil pesos todas, es evidente que aquí no hay cues-
tión de que el exceso o déficit de cabida se computa con relación al total y
no a cada predio, ya que no se conoce la cabida de cada uno.
Resumiendo lo expuesto tenemos que las reglas que señala el artículo
1832 del Código Civil se aplican sobre el total de la cabida que arrogue el
predio o todos los predios que se venden por un solo contrato y no con
relación a las diversas porciones que el predio contenga o a las diversas
cabidas de cada uno de ellos, siempre que a cada unidad de medida se
asigne un mismo precio:
1) Cuando se vende un predio con indicación de su cabida total;
2) Cuando se vende un predio con indicación de la cabida de las diver-
sas porciones de que se compone;
3) Cuando en un solo contrato se venden varios predios con indica-
ción de la cabida de cada uno, y
4) Cuando en un solo contrato se venden varios predios con indica-
ción de la cabida total de todos ellos.

843
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

1118. Caso en que las unidades de medida de cada fundo tienen diversos valores.
Veamos ahora cómo se aplican esas reglas cuando a todos los fundos que
se venden por una sola venta se les asigna un valor diverso.
Ya que cada uno tiene un valor diferente que depende de su cabida y
de su calidad, es claro que siempre se indicará en el contrato la cabida de
cada predio. Por eso no hay, como en el caso anterior, dos situaciones
diversas, según se mencione la cabida total o las cabidas de cada predio.
Supongamos que por un mismo contrato se vendan el fundo A que
tiene cincuenta hectáreas y el fundo B que tiene cuarenta, a razón de
S 100 cada hectárea del primero y de $ 200 cada hectárea del segundo y
que haya un exceso en el primero y un déficit en el segundo.
Este caso es análogo a aquel en que se vende un predio con relación a
su cabida y se indican las diversas porciones de que se compone y que
tienen un valor diferente, como si se vendiera un predio que tiene noven-
ta hectáreas de las cuales cincuenta son de viña y cuarenta de bosques a
razón de cien pesos cada una de las viñas y de doscientos pesos cada una
de las de bosques. Es el caso contemplado en el inciso 4 S del artículo 1831
del Código Civil, pues de esos datos resulta la cabida total y el precio total
que aquí serían trece mil pesos.
No puede decirse que en el segundo ejemplo propuesto hay varias
ventas, porque la cosa vendida es una y toda ella es el objeto de un solo
contrato. Tampoco puede decirse que hay varias ventas cuando son varios
los fundos vendidos, porque el inciso 5 2 del artículo 1831 establece que lo
dicho respecto de la forma en que pueden indicarse el precio y la cabida
de un predio, se aplica también a la enajenación de varios predios por una
misma venta; de donde resulta que ambos casos, sean uno o varios los
predios vendidos con indicación de diversos valores para cada una de las
diferentes porciones, son idénticos y se rigen por las mismas reglas.
Si la venta de un predio en que la cabida se indica señalando las diver-
sas porciones de que se compone, porciones que tienen un valor distinto,
constituye una sola venta y siendo análogo a este caso aquel en que se
venden varios fundos a cada uno de los cuales se asigna un valor diverso,
es evidente que en este último hay también una sola venta.
Para saber cómo se resuelven en estos casos las disconformidades que
haya entre la cabida real y la declarada, distinguiremos varias hipótesis
sobre la base del ejemplo propuesto:
1) Sobran diez hectáreas del fundo A a razón de $ 100 cada una y
faltan diez del fundo B a razón de $ 200 cada una;
2) Faltan diez hectáreas del fundo A y sobran cinco del f u n d o B;
3) Faltan diez hectáreas del fundo B y sobran cinco del fundo A;
4) Faltan únicamente cinco hectáreas de uno de los fundos estando
completas las del otro;
5) Sobran cinco hectáreas de uno de los fundos, estando conforme la
cabida del otro.
En estos casos la compensación no es posible, porque si se hiciera,
resultaría que se pagaría a mayor valor un terreno que se ha avaluado en
menos o se pagaría en menor valor uno que se ha avaluado en más. Esto

844
d e LAS OBLIGACIONES DEL \T£NDEDOR

sería contrario a la voluntad de las partes que han asignado un valor diver-
so a cada porción. Si han señalado la cabida de cada porción ha sido
porque han querido tener cada porción de esa dimensión y no de otra, de
manera que si se entrega al comprador una cabida menor, aunque la otra
sea mayor, no se le ha entregado lo que compró. No puede buscarse la
compensación entre el exceso y el déficit ni tampoco entre los precios.
Esto sería contrario al artículo 1832 y a la intención de las partes.
Aquí no hay sino que considerar cada cabida separadamente y aplicar
estas reglas con relación a ella y no con relación al conjunto, porque, aun
cuando la venta sea una, las partes tuvieron el cuidado de señalar las por-
ciones de cada terreno que querían comprar y vender como también los
precios que por cada una se pagaría.
Aplicando estos principios a los casos propuestos tendríamos el siguiente
resultado en el primer caso: las diez hectáreas que sobran valen $ 1.000 y
el precio total del fundo son $ 5.000. Luego, el precio de la cabida que
sobra es mayor que la décima parte del precio de la cabida real ($ 600). El
comprador puede desistir del contrato o aceptar una rebaja del precio,
por lo que hace al f u n d o A. Respecto del fundo B tenemos que las diez
hectáreas que faltan valen $ 2.000 y como el precio total del fundo son
$ 8.000, resulta que el precio de la cabida que falta es mayor que la décima
parte del precio de la cabida completa, de modo que el comprador tam-
bién puede desistir del contrato o aceptar una rebaja del precio por lo que
a este fundo se refiere.
Respecto de los casos enumerados en los números 2°, 3-, 4 a y 5 a cada
exceso o déficit se computa con relación a la cabida a que se refiere y
con relación a su precio y no al precio total. Si el exceso o déficit de una
de las cabidas autoriza el desistimiento del contrato, aunque el exceso o
déficit de la otra cabida no dé derecho a ese desistimiento, como el con-
trato no puede resolverse por partes, ya que no es de aquellos que se
puedan cumplir parcialmente por ser una la cosa vendida, podrá resol-
verse por el total. Si sobran cinco hectáreas del fundo B, que valen $ 1.000,
tenemos que la décima parte del precio de la cabida completa son $ 800,
porque, como dijimos, el exceso o déficit se calcula sobre el precio del
f u n d o a que aquél se refiere que es la suma de $ 8.000 y no sobre el
precio total de todos los fundos. Luego, el precio de la cabida que sobra
es mayor que la décima parte y el comprador puede desistirse del contra-
to, aun cuando el f u n d o A tenga su cabida completa, a menos que las
partes convengan otra cosa.

1119. Las partes pueden renunciar o modificar a su arbitrio las reglas que
señala el artículo 1832 del Código Civil, porque han sido establecidas en
su exclusivo beneficio y no hay ninguna disposición que les prohiba esa
renuncia o modificación.
Según esto, pueden convenir que ningún exceso o déficit en la cabida
dé derecho a aumento o rebaja de precio, en cuyo caso la venta sería de
especie o cuerpo cierto, según lo dispuesto en el inciso 2 a del artículo
1831. Esta estipulación puede hacerse explícitamente, como cuando se

845
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

dice que el vendedor no responde por reclamos sobre la cabida, o des-


prenderse de los términos del contrato.
También pueden renunciar a alguna de esas acciones, como si se pac-
tara que sólo habrá derecho a un aumento o rebaja de precio si el precio
de la cabida que sobra o que falta excede de la décima parte del precio de
la cabida declarada, pero no cuando sea inferior a esa cantidad, pues en-
tonces no habrá derecho a nada; o si se pactara que si el precio de la
cabida que sobra o que falta alcanza a más de la décima parte del precio
de la cabida declarada, el comprador sólo podrá pedir aumento o rebaja
del precio, pero no desistirse del contrato o viceversa. Pueden convenir,
igualmente, que cualquiera que sea el valor de la cabida que falte o que
sobre, aunque no exceda de la décima parte del precio de la cabida com-
pleta, el comprador tendrá derecho para desistirse del contrato y no para
aceptar aumento o una rebaja del precio o bien puede convenirse, que en
ese caso el comprador podrá ejercitar ambas acciones, a su arbitrio.
Las reglas del artículo 1832 sólo se aplican a falta de estipulación for-
mal de las partes al respecto, estipulación que puede constar claramente
en el contrato o deducirse de la voluntad de los contratantes. Pero debe
tenerse presente que en la duda, los jueces deben aplicar ese artículo, ya
que constituye la regla general a falta de convenio de las partes. 1
De acuerdo con esta doctrina la Corte de Tréves (Francia) declaró que
cuando en un contrato de venta el vendedor se refiere, para arreglar sus
obligaciones para con el comprador, a lo estipulado en su propio contrato
de adquisición de tal fecha y que esta adquisición ha sido hecha por dos
contratos distintos celebrados el mismo día, en uno de los cuales se declara
que no hay lugar a reclamo por defectos de cabida en tanto que en el otro
se está a lo establecido por el derecho común, el comprador no puede enta-
blar las acciones de aumento o rebaja de precio por exceso o déficit en la
cabida sino con relación a los bienes comprendidos en aquel de los contra-
tos en que se dejaron vigentes las disposiciones legales.2

1120. La cláusula que limita la responsabilidad del vendedor en una venta


con relación a cabida en el sentido de que el comprador sólo tiene dere-
cho a la restitución del precio cuando no pueda entrar en posesión de los
terrenos vendidos por causas ajenas a su voluntad, no modifica las reglas
del artículo 1832 y el comprador puede pedir el desistimiento del contrato
si el precio de la cabida que falta es superior a la décima parte del precio
de la cabida completa. Así lo ha resuelto la Corte Suprema en atención a
que la cláusula que limita la responsabilidad del vendedor en ese caso se

1
Véase sobre las cláusulas derogaüvas de estas reglas en el Derecho francés: BAUDRY-
LVCANTINERLE, núms. 342 a 344, págs. 340 y 341; AUBRY ET RAU, V, pág. "73; GUILLOUARD, I,
núms. 289 a 293, págs. 309 a 312; Huc, X, núm. 99, pág. 133; LAURENT, 24, núms. 199 y
200, págs. 198 a 201; RLCCL, 15, núm. 146, pág. 378; TROPLONG, I, núms. 340 a 342, págs.
443 a 445.
8
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1133, pág. 867.

846
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

refiere únicamente a la hipótesis de que el comprador no pueda entrar en


posesión del terreno comprado y a la privación del goce por resolución
judicial, o sea, a las responsabilidades del vendedor en caso de saneamien-
to por evicción, pero de ninguna manera a aquel en que el comprador no
ha sido privado del goce ni ha tropezado con inconvenientes para entrar
en posesión del terreno, como ocurre cuando la cabida real es menor que
la declarada.'

B) EFECTOS QUE PRODUCE IA VENTA DE UN PREDIO RÚSTICO QUE SE VENDE


COMO ESPECIE O CUERPO CIERTO

1121. Se ha dicho anteriormente que un predio se vende como cuerpo


cierto cuando se vende en bloc, es decir, como un todo o conjunto único y
sin que las partes hayan tomado en cuenta su cabida para la fijación del
precio, aun cuando ésta se mencione en el contrato. Tal indicación no
tiene otro alcance que el de un dato ilustrativo, es una demonstrationis cau-
sa, como dice Ricci, sin influencia alguna en el contrato. El precio no
depende de ella, sino de otras circunstancias. De ahí que una mayor o
menor cabida no influya para nada en la venta ni dé origen a aumento o
rebaja del precio. Hay, sin embargo, un caso en esta clase de ventas en que
una diferencia entre la cabida declarada y la cabida real da origen a una
rebaja del precio y aun al desistimiento del contrato. Es el del inciso 2° del
artículo 1833 del Código Civil.
Esto nos lleva a hacer una distinción acerca de las formas en que pue-
de hacerse la venta de un predio rústico que se vende como cuerpo cierto.
Estas formas pueden ser dos:
1) El predio rústico se vende como un cuerpo cierto, sin señalar los
deslindes. Es el caso del inciso Ia del artículo 1833, y
2) El predio rústico se vende como un cuerpo cierto, pero con señala-
miento de deslindes. Es el caso del inciso 2° del artículo 1833.

1122. Primer caso: El predio rústico se vende como un cuerpo cierto, sin
señalamiento de linderos. "Si el predio se vende como un cuerpo cierto, no habrá
derecho por parte del comprador ni del vendedor para pedir rebaja o aumento del
precio, sea cual fuere la cabida del predio", dice el inciso le del artículo 1833.
SegLin esto, cuando el predio se vende como un cuerpo cierto, sin señala-
miento de linderos, sea que se indique o no la cabida en el contrato,
desde que ésta no tiene otro alcance que el de una simple referencia sin
interés alguno, el aumento o déficit de la cabida real no afecta en nada a
aquel y no da a las partes ninguna acción tendiente a obtener un aumento
o rebaja del precio o el desistimiento del contrato. El comprador debe
aceptar la cabida que tenga el predio, ya que no se le atribuyó ninguna
importancia.

1
Sentencia 3.845, pág. 822. Gaceta 1890, tomo II.

847
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

"Este principio es exacto, dice Guillouard, pues las reglas sobre la en-
trega, y en particular, sobre el déficit o exceso de cabida en la venta de
inmuebles, están fundadas sobre la interpretación de la voluntad de las
partes; y cuando se desprende con toda evidencia del conjunto de las cláu-
sulas del contrato que las partes han entendido comprar y vender el in-
mueble tal cual es, grande o pequeño, o como decimos nosotros, como un
todo, no puede haber lugar a ninguna acción por parte de uno u otro de
los contratantes en razón de la cabida".1
Nuestros Tribunales, aplicando la disposición del inciso 1 Q del artículo
1833, han declarado repetidamente que cuando el predio se vende como
un cuerpo cierto, aunque en el contrato se indique la cabida, el vendedor
no puede pedir un aumento de precio, ni el comprador una rebaja del
mismo o el desistimiento del contrato. 2
En uno de esos fallos se consigna esta doctrina en los términos si-
guientes:
"Que aunque en la misma escritura se indica la cabida del fundo, el demandante no
tiene derecho para pedir rebaja del precio, ya que la venta se ha hecho ad-corpus; que
precisamente el presente caso es el contemplado en el artículo 1833 del Código Civil
al disponer que si el predio se vende como un cuerpo cierto, no habrá derecho por
parte del comprador ni del vendedor para pedir rebaja o aumento del precio sea
cual fuere la cabida del predio; por consiguiente, en una venta en calidad de cuerpo
cierto puede expresarse la cabida sin que por esto se entienda necesariamente que el comprador y
el vendedor tengan los derechos que da la ley al que vende con relación a dicha cabida

Cuando el predio se vende en esta forma, el vendedor cumplirá su


obligación entregando el predio en el estado en que se encontraba al
tiempo del contrato y con la cabida que entonces tenía. De no hacerlo
así, el comprador puede resolver la venta por falta de entrega en la for-
ma convenida.

1123. Segundo caso: El predio rústico se vende como un cuerpo cierto, pero
con señalamiento de linderos. El hecho de señalar los linderos en el con-
trato de venta de un predio que se vende como un cuerpo cierto impone
al vendedor otra obligación: entregar todo lo comprendido en ellos. En
este caso, como en el anterior, la indicación de la cabida no influye en
nada en la venta y una diferencia entre la cabida real y la declarada, siem-
pre que lo entregado sea todo lo comprendido en los deslindes indicados,
no da ninguna acción a las partes. No es la cabida la que influye en esta
venta, sino la conformidad que guarden los deslindes indicados en el con-
trato con los efectivos, puesto que la obligación del vendedor consiste aquí
en entregar todo el terreno comprendido en ellos.
El inciso 2 9 del artículo 1833 contempla los efectos que producen en el
contrato el señalamiento de los deslindes y dice: "Sin embargo, si se vende

1
I, núm. 259, pág. 285.
2
Sentencia 1.481, pág. 873, Gaceta 1881; sentencia 2.362, pág. 567, Gaceta 1892, tomo II.
s
Sentencia 1.213, pág. 830, Gaceta 1893, tomo I.

848
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T£NDEDOR

con señalamiento de linderos, estará obligado el vendedor a entregar todo lo com-


prendido en ellos; y si no pudiera o no se le exigiere, se observará lo prevenido en el
inciso 2° del artículo precedente
El vendedor está obligado a entregar todo el terreno que se compren-
da dentro de los deslindes señalados, aunque su cabida sea superior a la
que se indicó en el contrato por vía ilustrativa, sin que pueda pretender
un aumento de precio por el exceso de cabida.

1124. Dos situaciones pueden presentarse a este respecto. En una de ellas,


el vendedor entrega todo el terreno comprendido dentro de los deslindes
señalados, que será lo más corriente. En tal caso, el comprador no tiene
derecho para exigir ni rebaja de precio ni para desistirse del contrato,
aunque la cabida del predio resulte inferior a la indicada incidentalmente
en el contrato. 2

1125. Pero puede ocurrir también que el vendedor no entregue todo lo


comprendido en los linderos, en cuyo caso el comprador tiene las mismas
acciones que incumben al que compra un predio con relación a cabida y
cuya cabida real resulta menor que la declarada, pues el inciso final del
artículo 1833 dice que si el vendedor no entregare todo lo comprendido
en los deslindes mencionados, porque no puede o no se le exige, "se obser-
vará lo prevenido en el inciso 2- del artículo precedente".
Si el vendedor no entrega todo el terreno comprendido en los linde-
ros señalados en el contrato, el comprador puede exigirle que lo entre-
gue. Si esto no es posible o si el comprador no se lo exige, éste puede
pedir una rebaja proporcional del precio, 3 a menos que el precio de la
porción de terreno que falte alcance a más de una décima parte del pre-
cio de todo el predio, pues, entonces, el comprador puede, a su arbitrio,
aceptar una rebaja del precio o desistirse del contrato, teniendo derecho,
en este último caso, a la indemnización de los peijuicios. Todo lo dicho
respecto del caso en que la cabida real sea menor que la declarada, cuan-
do se vende con relación a cabida, es aplicable al caso en que, vendiéndo-
se un predio como cuerpo cierto con señalamiento de linderos, el vendedor
no entrega todo lo comprendido en ellos, por lo que nos remitimos a lo
expuesto en esa ocasión. 4
Pudiera, tal vez, pensarse que en el caso que ahora estudiamos el com-
prador no puede desistirse de la venta cuando el precio de la porción que

1
Sentencias que han declarado que el vendedor que vende un predio rústico con se-
ñalamiento de linderos debe entregar todo lo comprendido en ellos: sentencia 2.831,
pág. 1573, Gaceta 1881; sentencia 1.559, pág. 937, Gaceta 1887, tomo I; sentencia 2.049,
pág. 1143, Gaceta 1882; sentencia 282, pág. 272, Gaceta 1898, tomo II.
2
Sentencia 4.577, pág. 1921, Gaceta 1878; sentencia 1.002, pág. 683, Gaceta 1880; sen-
tencia 847, pág. 530, Gaceta 1881; sentencia 2.049, pág. 1143, Gaceta 1882; sentencia 1.559,
pág. 937, Gaceta 1887, tomo I; sentencia 282, pág. 272, Gaceta 1898, tomo II.
3
Sentencia 324, pág. 132, Gaceta 1863; sentencia 2.544, pág. 1405, Gaceta 1883.
4
Véanse núms. 1094 a 1105 inclusive de esta Memoria.

849
DE l - \ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

falta por entregar excede de la décima parte del precio de todo el predio,
a causa de que el artículo 1833 del Código Civil estatuye que se observará
lo dispuesto en el inciso 2 Q del artículo 1832 cuando el vendedor no pu-
diere o no se le exigiere entregar lo que falta, en cuyo caso, según este
inciso, procede la rebaja del precio, pero no el desistimiento del contrato.
Esta conclusión, en nuestro sentir, es algo arbitraria, puesto que el ar-
tículo 1833 se refiere a todo el inciso 2a del artículo 1832, sin hacer distin-
ciones y donde la ley no distingue el hombre tampoco puede distinguir.
Hay que tener presente, además, que la acción de desistimiento que la ley
da al comprador no es sino la consecuencia de que el vendedor no le
pueda entregar toda la porción que falta, ya que, según dijimos, el vende-
dor tenía en todo caso la obligación de completar la cabida aun cuando el
precio de la que faltara excediera de la décima parte del precio de la
cabida total. Al conceder la ley al comprador derecho para desistirse del
contrato, en caso de un gran déficit de cabida, no hace sino darle un
recurso más contra la inejecución del contrato por parte de vendedor, que
por ser ya muy notoria puede ocasionarle un daño en sus intereses.
Siendo los dos casos contemplados en el inciso 2 a del artículo 1832 del
Código Civil una misma cosa y el uno continuación del otro, es evidente
que a ambos se refiere el artículo 1833 y, por lo tanto, en el caso a que este
artículo se refiere, el comprador también tiene derecho para desistirse del
contrato en la forma e hipótesis que señala el artículo 1832.
La historia fidedigna del establecimiento del artículo 1833 corrobora,
en todas sus partes, esta opinión.
El proyecto de Código Civil decía expresamente que el comprador te-
nía derecho para desistirse del contrato cuando la extensión del terreno
que faltaba por entregar, en conformidad a los deslindes mencionados,
era tal que excedía de la cantidad señalada por la ley.
En efecto, el artículo 2017 del Proyecto disponía que cuando en la
venta se señalaban las dimensiones de la finca y la extensión real era me-
nor que la declarada, el comprador tenía los derechos que le conferían los
incisos 2 a y 3 2 del artículo anterior (artículo 2016), según los cuales, en ese
exento el comprador podía obligar al vendedor a que le entregara toda la
extensión contratada o a que le rebajara el precio, sin peijuicio de desistir-
se del contrato en los casos que el mismo artículo mencionaba.
El Código sustituyó el inciso 2 a del artículo 2017 del Proyecto por el
actual inciso 2 a del artículo 1833. Es tan efectivo que esta sustitución se
hizo entre estos artículos y no entre otros, que tanto el Proyecto como el
Código sólo dan derecho al comprador para exigir toda la cabida o desis-
tirse del contrato, cuando aquélla es menor que la declarada, negándole a
las partes todo derecho cuando es mayor.
Los incisos 2a y 3a del artículo 2016 del Proyecto se refundieron en el
inciso 2a del artículo 1832 vigente. De modo que la referencia que hacía a
ellos el artículo 2017 del Proyecto ha sido sustituida por la que ahora hace el
inciso 2a del artículo 1833 al inciso 2a del artículo 1832. Si esa referencia
comprendía expresamente la acción de desistimiento y si la actual referencia
es una sustitución de aquella, con cambio de números únicamente, es indu-

850
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

dable que la nueva referencia comprende también esa acción desde que se
encuentra concedida por el precepto a que se remite el artículo 1833.
En vista de lo expuesto consideramos que el argumento antes citado
no es exacto. Por el contrario, nos parece que es más lógico aceptar que al
referirse el artículo 1833 al inciso 2° del artículo 1832 se ha referido a
todo él y no a una parte, por cuyo motivo la acción de desistimiento del
contrato con indemnización de peijuicios también procede cuando, ven-
diéndose un predio como cuerpo cierto con señalamiento de linderos, el
vendedor deja de entregar una porción de terreno cuyo valor exceda de la
décima parte del precio de todo el predio.
La Corte de Apelaciones de Santiago ha establecido la misma doctrina
en el siguiente considerando:
"Que cuando se vende un predio como cuerpo cierto y con señalamiento de lin-
deros, c o m o sucede en el caso actual, si el vendedor no pudiere entregar todo lo
comprendido en ellos, deberá sufrir una disminución proporcional del precio,
salvo que el importe de la cabida que faltare alcance a más de una décima parte del precio de
la cabida completa en cuyo caso podría el comprador desistir del contrato ".1

1126. ¿Qué derechos tienen las partes si, cuando se vende con señala-
miento de linderos, se entrega más de lo comprendido en ellos, como si se
entregaran terrenos adyacentes al predio vendido que no forman parte de
él? El artículo 1833 no se ocupa de este caso, porque será muy raro que el
vendedor entregue mayor cantidad de terreno que el vendido. Pero en la
hipótesis de que esto suceda, ¿qué situación se produce para las partes?
Teniendo el vendedor la obligación de entregar únicamente el terreno
comprendido dentro de los linderos señalados y no los que quedan fuera
de ellos y teniendo, por su parte, el comprador, derecho a aquel terreno y
no al que queda fuera, es claro que éste no puede pretender que esos
terrenos entraron en la venta ni puede tampoco exigir su entrega en vir-
tud de haber comprado el fundo como un cuerpo cierto. El vendedor, a
su vez, no está obligado a entregárselos y tiene derecho para pedir su
restitución si los hubiere entregado.
El caso se presentó en nuestros Tribunales y ha sido resuelto en el senti-
do indicado. En un concurso de acreedores se sacaron a remate dos fundos
del concursado, uno de los cuales no pudo subastarse por existir una prohi-
bición de enajenar a su respecto. Entre los potreros del fundo que no se
remató había uno denominado "La Pelicana". Como el síndico creyó que
pertenecía al fundo que se había vendido, también lo entregó al compra-
dor. Uno de los acreedores se opuso a la entrega de ese potrero, alegando
que no formaba parte del fundo subastado, ya que no se encontraba dentro
de sus deslindes, por lo que no había obligación de entregarlo. El juez y la
Corte de Apelaciones de La Serena dieron lugar a la oposición y declararon
que ese potrero no quedaba incluido en la venta, que el comprador no

1
Sentencia 2.544, pág. 1405, Gaceta 1883.

851
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

podía exigir su entrega y que el vendedor no estaba obligado a entregarlo,


fundados entre otras razones, en que cuando se enajena un cuerpo cierto no se
entienden comprendidos en la venta los otros cuerpos que siguen a continuación del
enajenado, a no ser que sean parte integrante y formen un solo cuerpo con
aquel, cosa que no ocurría en este caso, porque el potrero "La Pelicana"
estaba cerrado con pircas o cercas, lo que quería decir que formaba un todo
independiente y separado de los terrenos adyacentes.1
Puesto que el comprador no tiene derecho a esos terrenos ni compren-
diéndose ellos en la venta no está obligado a aumentar proporcionalmente
el precio ni el vendedor puede exigirle ese aumento. Lo que puede hacer es
pedir que el vendedor separa de la venta esos terrenos y le entregue única-
mente lo vendido. Del mismo modo, el comprador no podría desistirse del
contrato si el valor del terreno entregado en exceso alcanzare a más de la
décima parte del precio estipulado y el vendedor tampoco estaría obligado
a aceptar ese desistimiento, porque como hemos dicho, la entrega de mayor
cantidad de terreno que la comprendida en los deslindes señalados en el
contrato no influye en nada en éste ni da a las partes ninguna de las accio-
nes establecidas para cuando la cabida real resulta mayor que la declarada.
Respecto de esos terrenos no hay venta, ya que no ha habido convenio so-
bre ellos ni pueden incluirse en el predio vendido, pues éste es un cuerpo
cierto que no comprende nada que salga de sus límites.

1127. Conviene determinar el alcance que tiene la obligación del vende-


dor cuando se vende un predio como cuerpo cierto con señalamiento de
linderos a fin de saber si esta obligación se refiere solamente a la entrega
de todo el terreno comprendido en ellos o también a todo cuanto se halle
dentro de esos deslindes, como edificios, galpones, agua, etc.
La redacción del artículo 1833 a este respecto es algo ambigua, por
cuanto dice: "todo lo comprendido en ellos", sin precisar si esa frase se refiere
al terreno comprendido en los deslindes o a todo los edificios, árboles,
aguas, etc., que haya en él. Esa ambigüedad se hace aún mayor con la frase
que el mismo artículo agrega a continuación "y si no pudiere o no se le exigie-
re", sin decir nada más, por lo que esa frase se refiere evidentemente a
"todo lo comprendido en los deslindes", es decir, si el vendedor no puede hacer
o no se le exige la entrega de todo lo comprendido en ellos, se observará
tal y cual cosa.
Dos opiniones pueden sostenerse sobre este punto. Una que cree que
la obligación que, según el inciso 2 B del artículo 1833, tiene el que vende
un predio con señalamiento de deslindes se refiere al terreno y no a las
demás cosas que haya en el predio; y otra que cree que en esa obligación
se comprenden, además del terreno, todos los demás bienes que en él se
encuentren.
La primera se funda en que el artículo 1833, como los anteriores, no
se ocupa sino de las reglas relativas a la forma en que debe entregarse la

1
Sentencia 1.883, pág. 1140, Gaceta 1887, tomo II.

852
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T£NDEDOR

cabida del predio, según sea que éste se venda con relación a ella o no y
dan reglas para el caso en que la cabida real y la declarada no sean iguales,
ya que respecto de la obligación de entregar los frutos y accesorios de la
cosa vendida y todo lo que adhiere o se comprende en ésta, el Código
señala reglas especiales en los artículos 1828 y 1830.
Que el artículo 1833 en su inciso l e se refiere únicamente a la cabida es
algo que no admite discusión, por cuanto el tenor literal de ese inciso dice
que cualquiera que fuere la cabida no habrá lugar a aumento o rebaja del precio. Es
la cabida del predio y no las demás cosas que a él adhieren la que allí se
considera cuando se establece que en la venta de un predio como cuerpo
cierto no habrá lugar a aumento o rebaja en el precio. Ahora bien, el inciso
2° del mismo artículo 1833 no es sino una modificación del inciso I a para el
caso en que se señalen los deslindes. Al ser este inciso una modificación del
anterior, es claro que sólo puede referirse a la cabida y a nada más. Por
consiguiente, cuando dice que debe entregarse todo lo comprendido en los
deslindes, se refiere al terreno. Quiere manifestar que el vendedor debe
entregar todo el terreno y cuando éste no se entregue en su totalidad habrá
lugar a la rebaja del precio, pero no cuando dejen de entregarse las demás
cosas que se comprendan dentro de los linderos. El hecho de que ese inciso
se refiera al artículo 1832, que no se ocupa sino de la cabida, está demos-
trando también que el inciso 2 S del artículo 1833 ha entendido referirse a la
falta de entrega de toda la cabida comprendida en los deslindes señalados y
no a la de las demás cosas que allí pueda haber. Finalmente, en apoyo de
esta opinión puede invocarse el Proyecto de Código que, en su artículo
2017, que es el actual artículo 1833, daba derecho a la rebaja del precio
únicamente por déficit en la cabida y no por falta de entrega de las demás
cosas que pudieran encontrarse dentro de estos deslindes.
La segunda opinión argumenta en esta forma. El artículo 1833 no se
refiere al terreno solamente, porque, al venderse un predio como cuerpo
cierto, se vende formando un todo individualizado con todas sus adheren-
cias y accesorios y por eso el vendedor debe entregarlo completo. De ahí
que el inciso 2° de ese artículo hable de "todo lo comprendido en los deslin-
des", desde que la obligación del vendedor en ese caso se refiere a todo lo
indicado y no sólo al terreno comprendido en ellos. Este aserto se confir-
ma por el hecho de haber empleado ese inciso la frase "todo lo comprendi-
do", puesto que si no hubiera querido referirse sino a la cabida habría
dicho "toda la comprendida", es decir, habría dado a la frase un carácter
femenino y no neutro como se lo dio. Esa frase comprende la obligación
de entregar el terreno y todas las cosas que en él pueda haber, de modo
que tanto la falta de aquél como también la de alguna de éstas da derecho
a la rebaja del precio.
Nosotros creemos, sin embargo, que la primera opinión es más exacta.
Este artículo se refiere a la forma en que el vendedor debe cumplir su
obligación de entregar la cabida del terreno cuando vende el predio como
cuerpo cierto. Esta opinión se refuerza en presencia del artículo 1831 que
señala las formas en que puede venderse un predio rústico, desde el pun-
to de vista de la extensión del terreno, una de las cuales es venderlo como

853
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

cuerpo cierto, por lo que su venta en esta forma tiene influencia única-
mente en la extensión o cabida del terreno y en nada más. Por otra parte,
el artículo 1830 del Código Civil ha reglamentado con toda minuciosidad
la obligación que tiene el vendedor de entregar los accesorios de un in-
mueble y no es de creer que en un mismo párrafo se comprendan dos
disposiciones con un mismo objeto. Por último, la falta de entrega de esos
accesorios da derecho al comprador para pedir el cumplimiento o la reso-
lución del contrato, por lo que tampoco tendría razón de ser el estableci-
miento de una nueva disposición que tal cosa dijera.
Nos parece, en consecuencia, que el inciso 2 2 del artículo 1833, al decir
que el vendedor debe entregar todo lo comprendido en los linderos señala-
dos, se ha referido únicamente a la obligación que tiene de entregar todo el
terreno comprendido en ellos, de modo que sólo la falta de entrega de ese
terreno da lugar a una rebaja de precio o al desistimiento del contrato,
según los casos; pero de ninguna manera se refiere a la obligación de entre-
gar los accesorios y demás cosas que se encuentren dentro de esos deslin-
des, cuya falta de entrega no da derecho a las acciones que señala este artículo
sino a las generales que emanan de todo contrato bilateral.

1128. El vendedor debe entregar todos los terrenos que se comprendan


dentro de los deslindes señalados. Esta obligación tiene dos excepciones.
En primer lugar no entran en la venta los ríos y caminos públicos y en
general los bienes nacionales de uso público, aunque se hallen dentro de
los deslindes señalados, bienes que continúan teniendo ese carácter. Por
consiguiente, el vendedor no está obligado a entregarlos ni el comprador
puede exigir su entrega y dominio.
En segundo lugar se exceptúan los terrenos que las partes hayan ex-
cluido expresamente de la venta. Sin estipulación al respecto, el vendedor
debe entregar todo los terrenos comprendidos en ellos, cualquiera que
sea su origen y la causa de su adquisición. Por este motivo, la Corte de
Apelaciones de Santiago ha declarado que los terrenos que el vendedor
adquirió separadamente del fundo vendido, pero que están comprendi-
dos dentro de los deslindes que se señalan en el contrato, también se
incluyen en la venta, sino se exceptúan de ella, pues a esto no se opone el
hecho de haber sido adquiridos por separado, con mayor razón todavía
cuando no fueron mencionados entre los bienes que se exceptuaron de la
venta y cuando el mismo vendedor confiesa que los adquirió para incorpo-
rarlos a ese fundo a fin de regularizar su superficie. 1
Y los terrenos de terceros que se encuentren comprendidos dentro de
los deslindes señalados ¿se comprenden o no en la venta? Dentro de la
disposición terminante del artículo 1833 que obliga al vendedor a entre-
gar todo el terreno comprendido dentro de los deslindes señalados y que
no distingue si aquél es o no del vendedor y considerando además que,
según el artículo 1815, la venta de cosa ajena vale, es indudable que esos

1
Sentencia 3.118. pág. 1727, Gaceta 1882.

854
DE LAS OBLIGACIONES DEL \ T £ N D E D O R

terrenos también se incluyen en la venta, a menos de pactarse otra cosa. El


vendedor debe entregarlos y el comprador tiene acción para exigir su en-
trega o para pedir una rebaja del precio o el desistimiento del contrato,
según el caso, si ello no fuere posible.
El terreno de aluvión que al tiempo de la celebración del contrato
forma parte del predio, también se comprende en la venta, si se encuentra
dentro de los deslindes señalados. Así, por ejemplo, si uno de estos es un
río o un lago y a causa del descenso de las aguas o por los residuos que se
van acumulando en la orilla se ha aumentado la extensión del predio,
como el deslinde siempre es el mismo, ya que el lago y el río subsisten, el
terreno de aluvión queda comprendido en ellos y entra en la venta.
El aluvión formado con posterioridad a la venta pertenece al compra-
dor en virtud del artículo 1820 del Código Civil.

1129. Cuando se vende un predio como cuerpo cierto, el precio no se fya


en atención a su cabida, que muchas veces ni se menciona en el contrato;
de ahí que no haya relación entre uno y otro elemento. Por esto no existe
en estas ventas la misma facilidad que ofrecen las que se celebran con
relación a cabida para determinar el valor que tiene el terreno que falta
por entregar a fin de saber si solamente procede la rebaja del precio, o
ésta y el desistimiento del contrato.
Para calcular el precio del terreno que no se entrega es menester prac-
ticar la mensura del terreno que se comprende dentro de los deslindes
señalados en el contrato. Enseguida debe calcularse la extensión que abar-
ca la porción de terreno que no se ha entregado, cálculo que puede hacer-
se midiendo el terreno que no se entregó o midiendo el terreno que se ha
entregado y esta extensión se deduce de la que, según el contrato, debe
contener el predio. La diferencia que resulte es la cabida que abarca la
porción no entregada. Hechas estas operaciones, se calcula el valor que
corresponde a cada unidad de tierra que comprende el terreno que encie-
rran los deslindes mencionados en el contrato, para cuyo objeto se divide
el precio estipulado por el número de unidades que encierra la cabida
completa. El valor que así se obtenga se multiplica por el número de uni-
dades de que se compone el retazo que no se entregó y de este modo se
conoce su valor total. Según que éste sea mayor o menor que la décima
parte del precio convenido en el contrato, habrá derecho al desistimiento
del contrato o a la rebaja del precio, o a ésta únicamente.
Supongamos que el predio se vende en $ 10.000 y tiene, según los des-
lindes mencionados en el contrato, 100 cuadras. El vendedor deja de entre-
gar cinco cuadras. El valor de cada cuadra son $ 100, que es la proporción
que existe entre la cabida total y el precio del fundo. Las cinco cuadras
valen, según eso, $ 500. Esta sería la cantidad en que se rebajaría el precio, y
como el precio de la cabida que falta no alcanza a más de la décima parte
del precio total ($ 1.000) no habría lugar al desistimiento del contrato.
Esta mensura, dado caso de haber juicio, se hará por un perito nom-
brado por el juez. Como antes de practicarse, el comprador no podrá co-
nocer exactamente el precio de la cabida que falta, aconsejamos a todo

855
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

comprador que se halle en el caso de entablar una demanda en ejercicio


del artículo 1833, que pida la rebaja del precio y, en subsidio, el desisti-
miento del contrato, o viceversa.

1130. A menos que las partes así lo estipulen, ha dicho la Corte de Apela-
ciones de Santiago, el vendedor no está obligado a hacer por su sola cuen-
ta la fijación de los deslindes convenientes y estables en los terrenos
vendidos con señalamiento de linderos, pues no hay ninguna disposición
legal que le imponga semejante obligación. 1

1131. Como en el caso de la venta con relación a cabida, en la venta de


un predio que se vende como cuerpo cierto en pública subasta, sea volun-
taria o forzada, para determinar qué terrenos debe entregar el vendedor,
se toman en cuenta los deslindes que se señalan en las bases del remate y
no los consignados en los avisos o en la escritura de venta. El vendedor
debe entregar el terreno comprendido en los deslindes que se indican en
las bases de remate; y el comprador puede pedir rebaja de precio o desis-
tirse del contrato cuando aquél no entregue todo el terreno comprendido
dentro de los deslindes señalados en las bases del remate, careciendo de
esas acciones si el vendedor no entrega el terreno que queda comprendi-
do en los deslindes indicados en los avisos o en la escritura de venta, siem-
pre que haya entregado el que se comprenda en los señalados en esas
bases. En cuanto a las razones en que se funda esta solución, nos remiti-
mos a lo dicho sobre este particular a propósito de la venta con relación a
cabida. 2

1132. Pueden venderse uno o varios predios como cuerpo cierto. Cuando
la venta tiene por objeto dos o más pueden suscitarse algunas dificultades
acerca de la manera de calcular el precio del déficit del terreno. Estas
dificultades, sin embargo, surgen únicamente cuando en la venta se seña-
lan los deslindes de cada predio, porque si la venta se hace sin señalamien-
to de deslindes, no hay necesidad de calcular ese valor, desde que no hay
derecho para pedir una rebaja del precio o para desistirse del contrato.
Cuando se venden varios predios con señalamiento de deslindes, hay
que distinguir si a cada predio se le asigna un precio diferente o si todos
ellos se venden en conjunto por un mismo precio.
En el primer caso hay tantas ventas como predios, pues cada uno es un
objeto diverso e independiente que tiene un precio distinto. Por lo tanto,
el valor del déficit de terreno que pueda haber en cada u n o se calcula con
relación a su precio y no con relación al valor total de todos ellos, pudien-
do resolverse la venta por lo que hace a un predio y mantenerse por lo
que hace a los demás, ya que cada uno es objeto de un contrato diverso e
independiente. Supongamos que se venden dos predios, uno que tiene

1
Sentencia 2.071, pág. 1315, Gaceta 1886.
2
Véanse núms. 1107 y 1108, págs. 837 y 838 de esta Memoria.

856
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

cincuenta cuadras en $ 10.000 y otro que tiene ochenta cuadras en $ 30.000.


Al primero le faltan seis cuadras para completar el terreno comprendido
dentro de los deslindes señalados en el contrato. Esas seis cuadras valen
$ 1.200, ya que cada cuadra vale $ 200 que es la relación que hay entre
10.000 y 50. Luego el valor de la cabida que falta excede de la décima
parte del precio convenido, puesto que 1.200 es más que 1.000, por cuyo
motivo el comprador podría desistirse del contrato por lo que se refiere a
ese fundo y mantenerlo por los restantes. El valor de las seis cuadras que
faltan no se calcula sobre el valor ni sobre la cabida de ambos fundos, sino
sobre el valor y la cabida del predio a que el déficit se refiere.
En el segundo caso, habiendo un solo precio y no conociéndose el
valor de cada uno, el precio del terreno que falta se calcula sobre el valor
de todos los fundos y con relación a la cabida total. Si dos fundos se ven-
den en cinco mil pesos y a uno le faltan diez cuadras estando el otro
completo, es necesario calcular cuántas unidades de medida tienen ambos
fundos, que en este caso suponemos sean cien cuadras (uno tiene cuaren-
ta y el otro sesenta). El valor de cada cuadra serían $ 50; luego las diez
cuadras que faltan valen $ 500, que es lo que debe rebajarse del precio.
Para saber si el precio de la cabida que falta excede o no de la décima
parte del precio de toda la cabida, debe tomarse en cuenta el precio total
de los fundos y no el que corresponde al fundo a que se refiere el déficit
de terreno, porque el precio es uno y porque no se sabe si todos ellos
tienen el mismo valor, en proporción al número de unidades de terreno
que contenga, ya que puede ser que uno sea mejor que el otro y valer más.
En el ejemplo propuesto, el precio de la cabida que falta son $ 500 y el
precio de todos los fundos son $ 5.000, de modo que aquél no excede de la
décima parte de éste. Si en cambio esa comparación, se hace con el precio
que corresponde al fundo cuya cabida ha sido entregada con déficit, ten-
dríamos que, en la hipótesis propuesta, el comprador podría desistirse del
contrato si el déficit afectara al fundo que mide sesenta cuadras porque
$ 500 son superiores a $ 300 que es la décima parte del precio que según su
cabida corresponde a ese fundo desde que su precio total serían $ 3.000.

1133. Como en la venta hecha con relación a cabida, las partes pueden
modificar las reglas del artículo 1833, estableciendo que no habrá derecho
a la rebaja del precio o al desistimiento del contrato aunque el vendedor
no entregue todo el terreno comprendido en los deslindes señalados. Pue-
den también establecer que sólo habrá derecho a la rebaja del precio y no
al desistimiento del contrato cuando el precio de la cabida que falte exce-
da de la décima parte del precio total. Como el caso en que se vende con
señalamiento de deslindes es análogo a aquél en que la cabida real resulta
menor que la declarada, debe aplicarse a él todo lo dicho acerca de las
modificaciones que las partes pueden introducir a las reglas establecidas
por el inciso 2 2 del artículo 1832.1

1
Véase núm. 1119, pág. 845 de esta Memoria.

857
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

1134. La Comisión Revisora del Proyecto de Código Civil, temerosa de


que se pudiera creer que porque la ley concedía algunas acciones especia-
les para el caso en que hubiera diferencias entre la cabida real y la declara-
da, se negaba a las partes el derecho de impetrar la acción de lesión enorme
cuando esas diferencias fueran de tal magnitud que constituyeran esa le-
sión, declaró expresamente que tales acciones no importaban privar a las
partes del derecho de pedir la rescisión de la venta por lesión enorme
cuando ésta fuere procedente. De ahí que en el artículo 1836 haya dicho:
"Además de las acciones dadas en dichos artículos (1832 y 1833) compete a los
contratantes la de lesión enorme en su caso ". Y digo que ha debido ser la Comi-
sión Revisora la que colocó ese artículo, porque no figura en el Proyecto
redactado por don Andrés Bello.
Según este artículo, las partes pueden, a su arbitrio, cuando el exceso o el
déficit de la cabida constituya una lesión enorme para alguna de ellas, ejerci-
tar las acciones que les conceden los artículos 1832 y 1833 o la acción de
lesión enorme. Pueden también ejercitarlas subsidiariamente. Pero una vez
acogida una, no pueden entablarse las otras, ya que si se da lugar a la rescisión
de la venta por lesión enorme es porque la existencia del contrato está vicia-
da. No podría ejercitarse después alguna de las acciones de que hablan esos
artículos, desde que suponen la validez y existencia del contrato y viceversa.
Habría lugar a la acción de lesión enorme si se vendiera un predio en
diez mil pesos sobre la base de que tiene cien cuadras y resultara que sólo
tiene cuarenta, porque el justo precio de esas cuarenta cuadras serían cua-
tro mil pesos y no diez mil como ha pagado el comprador y cuatro mil
pesos, o sea el justo precio de la cosa que éste compra, es inferior a la
mitad del precio que paga por ella, ya que la mitad de este precio son
cinco mil pesos. De acuerdo con el artículo 1832, inciso 2°, el comprador
podría pedir, en este caso, o la entrega de las sesenta cuadras que faltan o
una rebaja proporcional del precio que aquí sería de $ 6.000, o podría
desistirse de aquél, ya que el precio de la cabida que falta ($ 6.000) es
mayor que la décima parte del precio de la cabida completa ($ 1.000).
Si el comprador o el vendedor optan por la acción de lesión enorme
no quedan sujetos a las reglas de los artículos 1831 y siguientes, sino a las
que rigen sobre aquella materia y que son las de los artículos 1888 a 1896
inclusive del Código Civil.

1135. Nuestro Código a diferencia del francés, estableció expresamente


en el artículo 1835 que "Las reglas dadas en los dos artículos referidos se aplican
a cualquier todo o conjunto de efectos o mercaderías". Los "dos artículos referi-
dos" son los artículos 1832 y 1833, pues el artículo 1835 alude a la referen-
cia que hace el artículo 1834 que habla de "los dos artículos precedentes"
y estos son los ya mencionados.
Según esto, las cosas muebles y las mercaderías, sean unas o varias,
pueden venderse con relación a cabida o al número de unidades de que
se componen, o como un cuerpo cierto.
Se venden con relación a cabida cuando de la intención de las partes
se desprende que la venta se ha hecho única y exclusivamente en atención

858
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T£NDEDOR

al número de piezas o de unidades de que se compone la cosa, sea que el


precio se fije por el total o a razón de tanto la unidad. Cuando así ocurre,
el comprador tendrá derecho a una rebaja del precio o al desistimiento
del contrato, con arreglo al inciso 2Q del artículo 1832 del Código Civil, si
el vendedor no le entrega todas las unidades que componen la cosa vendi-
da. A su vez, éste tiene derecho para exigir un aumento de precio cuando
se entreguen más unidades que las convenidas, sin perjuicio del derecho
del comprador para desistirse del contrato.
¿Podría pedir en este caso el comprador que el vendedor retirara las
piezas entregadas en exceso y negarse a pagar su valor? Creemos que sí,
porque aquí no se presenta el inconveniente a que da lugar en los inmue-
bles la restitución del terreno entregado en exceso, ya que, tratándose de
muebles independientes unos de otros, pueden separarse sin detrimento y
prestar cada uno utilidad por sí solo. Esta solución iría tal vez contra el
tenor expreso del inciso l 9 del artículo 1832, pero es conforme con los
propósitos del legislador, cuales son impedir el fraccionamiento de los in-
muebles en pequeñas porciones, lo que no sucede con los muebles, por
cuyo motivo no pueden existir a su respecto los mismos propósitos que
inspiraran esa disposición en aquellos. 1
Una cosa mueble se vende como cuerpo cierto cuando se vende en
consideración a su conjunto o totalidad y por un precio alzado sin tomar
en cuenta para nada la cabida o unidades que comprende y que si se
mencionan en el contrato no es para subordinar la venta a ella sino por
vía ilustrativa. En este caso, el vendedor debe entregar la cosa con el nú-
mero de unidades que contiene o de que se comprende, cualquiera que
ellas sean, sin que el comprador pueda pretender una rebaja del precio o
el desistimiento del contrato cuando se le entreguen menos de las señala-
das, desde que la venta se hizo como cuerpo cierto y sin consideración a
esas unidades. El comprador podría ejercitar las acciones a que se refiere
el inciso 2 a del artículo 1833 únicamente si el vendedor entregare menos
unidades de las que tenía la cosa al tiempo de su venta, pues entonces
habría una infracción manifiesta del contrato. 2
Veamos algunos ejemplos. Se vende un todo o conjunto de mercade-
rías con relación a cabida cuando la cosa vendida es un amueblado de
salón que se compone de doce piezas y cuyo precio se fija a razón de
veinte pesos la pieza. El vendedor debe entregar las doce piezas conveni-
das. Si faltan algunas, el comprador podrá, según el caso, pedir que se
entreguen las que faltan, una rebaja del precio o desistirse del contrato.
Lo mismo ocurrirá si se vende todo el ganado vacuno de un f u n d o que se
compone de cien vacas, cincuenta terneros y cinco toros, a razón de tres-
cientos pesos cada cabeza o por un precio total, o si se vende todo el vino
contenido en mi bodega que asciende a mil arrobas por la suma de tanto.
En estos casos la cabida o unidades de que se compone la cosa vendida es
la determinante del contrato.

1
Véase núm. 605, pág. 483 de esta Memoria.
- Véase núm. 605, pág. 483 de esta Memoria.

859
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

En cambio, un todo o conjunto de mercaderías se vende como un cuer-


po cierto si se vende el amueblado de tal salón en dos mil pesos, amueblado
que, según creen las partes, tiene doce piezas, más o menos. Aquí el núme-
ro de unidades de que se compone la cosa vendida tiene un valor ilustrativo;
de ahí que si el vendedor entrega todo el amueblado, aunque tenga menos
de doce piezas, el comprador no puede ejercitar ninguna acción, desde que
no se compró con relación a las unidades que tenía sino en atención al
conjunto total. El comprador podría ejercitar las acciones a que se refiere el
inciso 2a del artículo 1833 si el vendedor no le entregara todas las piezas de
que se compone el amueblado, como si se dejara una o más en su poder,
porque estando obligado a entregarlas todas, viola su obligación al conser-
var algunas para sí. Lo dicho se aplica también cuando se vende todo el
ganado de un fundo por un precio alzado y que tiene aproximadamente
cien cabezas. El comprador no tiene ninguna acción contra el vendedor
cuando, entregando todo el ganado, tuviera menos de cien cabezas. Igual-
mente, si se vende toda la cosecha de vino que hay en una bodega, ascen-
dente a cien arrobas más o menos, la obligación del vendedor no es entregar
cien arrobas sino las que tenga en su bodega, pues la venta no se hizo con
relación a su cabida sino como un cuerpo cierto y si se señaló el número de
arrobas fue como un dato ilustrativo no obligatorio. En el mismo sentido se
ha pronunciado la Corte de Apelaciones de Concepción. 1
Cuando se vende un solo bien mueble con indicación de su medida de
capacidad, etc., como cuando se dice que se vende una cuba que hace
veinte litros, o un saco que hace cien fanegas de trigo y resulta que la cuba
o el saco no contienen esos litros o fanegas, respectivamente, ¿hay lugar a
la aplicación de los artículos 1832 y 1833? Creemos que sí porque el ar-
tículo 1835 se refiere en general a cualquier "todo o conjunto" sin deter-
minar expresamente que esas reglas se aplican cuando se venden varias
cosas muebles y no cuando lo vendido es una únicamente. El ejemplo
propuesto es el que más se asemeja al caso del predio rústico, ya que en él,
como en éste, lo que se vende forma un solo todo inseparable.
Según esto, si la cuba que tiene veinte litros se vende en atención a su
capacidad, habrá lugar a las acciones que señala el artículo 1832 cuando
tenga mayor o menor cantidad de litros que los señalados. Pero si la cuba
se vende en atención a su naturaleza, resistencia, etc., y sin tomar en cuen-
ta su cabida, que se indica por vía ilustrativa, el vendedor cumplirá su
obligación entregándola en las condiciones convenidas y no habrá dere-
cho a aumento o rebaja de precio por su mayor o menor cabida.

C) PRESCRIPCIÓN DE LAS ACCIONES ESTABLECIDAS POR LOS ARTÍCULOS 1 8 3 2 Y 1 8 3 3

1136. El artículo 1834 del Código Civil dice: "Las acciones dadas en los dos
artículos precedentes (artículos 1832 y 1833) expiran al cabo de un año contado
desde la entrega".

1
Sentencia 3.118. pág. 1727, Gaceta 1882.

860
DE LAS OBLIGACIONES DEL \TENDEDOR

Estas acciones son: la del vendedor para exigir un aumento de precio cuando
la cabida real resulta mayor que la declarada;1 y las del comprador para exigir
la rebaja del precio cuando la cabida real resulta menor que la declarada,
para exigir la entrega de la cabida que falta en el mismo caso,3 y para desistirse
del contrato cuando el precio de la cabida que sobra es mayor que la décima
parte del precio de la cabida real4 o cuando el precio de la cabida que falta es
mayor que la décima parte del precio de la cabida completa.

1137. La prescripción establecida para estas acciones es una prescripción


de corto tiempo, por cuyo motivo corre contra toda clase de personas, a
virtud de lo dispuesto en el artículo 2524 del Código Civil, y no se suspen-
de en los casos a que se refiere el artículo 2509 del mismo Código. 5 Pero
se interrumpe civilmente en caso de demanda judicial, salvo los casos enu-
merados en el artículo 2503.

1138. Los fundamentos que han motivado la brevedad de estas acciones


han sido dos. En primer lugar, la incertidumbre y la duda que acarrean
sobre la propiedad, ya que algunas tienen por objeto la resolución del
contrato, lo que puede perjudicar al comercio, a la agricultura y a las in-
dustrias, en general, desde que como el comprador no sabe ciertamente si
se quedará o no con el predio, puede abstenerse de hacer mejoras y plan-
taciones en él.
En segundo lugar, el legislador ha considerado que en el plazo de un
año el comprador puede saber y constatar muy bien si la cabida real es o
no igual a la declarada, puesto que en ese tiempo puede conocer sobrada-
mente la propiedad. 6
Faure, explicando estas razones, dice: "El objeto de esta limitación es
no prolongar demasiado las inquietudes sobre puntos cuya verificación es
tan fácil; su objeto, sobre todo, es no hacer inciertas las propiedades du-
rante mucho tiempo". 7 Y Portalis agrega: "Este tiempo es bastante para
reconocer un error cuya verificación es posible en cada instante. Un plazo
más largo acarrearía mucha incertidumbre en los negocios de la vida".8

1
Sentencia 174, pág. 141, Gaceta 1896, tomo I.
2
Sentencia 324, pág. 132, Gaceta 1863; sentencia 2.020, pág. 1052, Gaceta 1890, tomo
I; sentencia 2.362, pág. 567, Gaceta 1892, tomo II.
3
Sentencia 1.461, pág. 593, Gaceta 1878; Revista de Derecho y Jurisprudencia, tomo I,
pág. 172, y tomo XIII, sec. l s , pág. 176.
4
Sentencia 174, pág. 141, Gaceta 1896, tomo I.
5
LAURENT, 2 4 , n ú m . 2 0 2 , p á g . 2 0 1 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 8 3 , p á g . 3 0 5 ; BAUDRY-LACAN-
TINERIE, n ú m . 3 3 9 , p á g . 3 3 8 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 7 5 ; H u c , X , n ú m . 9 9 , p á g . 1 3 5 ; PLANIOL,
II, n ú m . 1 4 6 0 , p á g . 4 8 7 ; TROPLONG, I , n ú m . 3 4 9 , p á g . 4 5 0 .
6
MARCADÉ, V I , p á g . 2 5 4 ; MANRESA, X , p á g s . 1 5 2 y 1 5 3 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 8 1 ,
p á g . 3 0 3 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 2 0 1 , p á g . 2 0 1 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 3 9 , p á g . 3 3 8 , T R O -
PLONG, I , n ú m . 3 4 8 , p á g . 4 4 9 .
7
FENET, Rapport au Tribunal, XIV, pág. 165.
8
FENET, Exposé des motifs au Corpus Législatif, XIV, págs. 121 y 122.

861
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

1139. El artículo 1834 establece que el plazo de un año señalado para la


prescripción de estas acciones se cuenta desde la entrega, sin precisar si es
la legal o la material. Por este motivo, ha surgido la duda acerca de qué se
entiende por entrega en este caso, si la legal que se hace por medio de la
inscripción en el Conservador de Bienes Raíces o si la material que consis-
te en poner al comprador en posesión real y efectiva del predio.
Tomando en cuenta que esta prescripción se refiere a las acciones ten-
dientes a corregir los errores en la cabida del predio, es decir, los errores
relativos a la materialidad misma de la cosa vendida, es indudable que
debe correr desde el día en que el comprador esté en situación de cono-
cer si esos errores existen o no. La única entrega que habilita al compra-
dor para cerciorarse de la cabida del predio es la material, puesto que sólo
desde entonces dispone de hecho de la cosa. La entrega legal no hace
sino transferir al comprador el dominio que el vendedor tenía sobre ella,
pero sin que importe por sí misma o lleve consigo la entrega material, ya
que puede haberse hecho aquella y, sin embargo, el comprador no puede
tomar posesión efectiva de la cosa porque se lo impide el mismo vendedor
o un tercero.
La obligación primordial del vendedor, como se ha dicho, no es trans-
ferir al comprador el dominio de la cosa, sino poner ésta a su disposición
para que la use y goce. Aquel se transfiere como una consecuencia de esa
obligación, según la cual el vendedor debe traspasar al comprador, para
que pueda gozarla libremente, todos los derechos que tenga sobre ella. De
ahí que cada vez que nuestro Código habla de la entrega que debe hacer
el vendedor se refiere a la entrega material. Si en este caso se limita a
decir simplemente que esta prescripción corre desde la entrega, debe en-
tenderse que se refiere a la material y no a la legal.
Por esto, somos de opinión que esta prescripción corre desde el día en
que se verifica la entrega material del precio, entrega que, según vimos,
puede hacerse de varias maneras, y no desde la inscripción de la venta en
el registro conservatorio respectivo. Esta prescripción, por consiguiente,
comenzará a correr tan luego como se haga la entrega material del pre-
dio, aunque la venta no se haya inscrito y por el contrario no correrá,
aunque se haya realizado la inscripción, si, por cualquier motivo, el com-
prador no ha entrado en posesión material del predio.
Nuestros Tribunales han declarado igualmente en repetidas ocasio-
nes que esta prescripción no debe contarse desde el día en que se hace
la entrega legal sino desde aquel en que se verifica la entrega material
del predio. 1 Así, por ejemplo, la Corte de Apelaciones de Concepción
dice:
"9® Que a mayor abundamiento, en conformidad a lo dispuesto en el artículo
1834 del Código Civil, la acción para pedir rebaja del precio por razón de falta de

1
Sentencia 1.461, pág. 593, Gaceta 1878; sentencia 2.231, pág. 1414, Gaceta 1886; sen-
tencia 2.020, pág. 1052, Gaceta 1890, tomo I; sentencia 1068, pág. 639, Gaceta 1909, tomo
II; Revista de Derecho v Jurisprudencia, tomo I, pág. 172.

862
DE LAS OBLIGACIONES DEL \T£NDEDOR

cabida de un predio prescribe en un año, a contar desde la fecha de la entrega;


10. Que c o m o tal debe entenderse, según los preceptos legales contenidos en los
artículos 1824, 1804 y 1817, no la inscripción del título traslaticio de dominio,
sino la ocupación material del predio mismo, pues esta circunstancia es la que
habilita al comprador para apreciar lo que real y efectivamente se le entrega c o m o
objeto del contrato". 1
La Corte de Apelaciones de Talca, por su parte, dice:
"39 Q u e la acción para pedir aumento proporcional del precio o desistimiento
del contrato está prescrita, c o m o lo sostiene el demandado, porque expira al
cabo de un año contado desde la entrega; 4 S Que esta entrega, o sea, la posesión
material del predio y a que se refiere el artículo 1834 del Código Civil, pues si
hubiera querido entenderse por entrega la inscripción o sea la tradición legal así lo
habría dicho, usando alguna de estas dos voces que tienen un significado técni-
co definido en derecho, se efectuó aun antes del otorgamiento de la escritura
de venta a favor del comprador; 5 S Que es un h e c h o comprobado en autos y no
n e g a d o por el demandante que d o n José Ruperto Rodríguez está en posesión
del predio vendido por don Pablo Manríquez de Lara, desde hace al m e n o s más
de diez y siete años con anterioridad a la demanda, por lo que ha transcurrido
con exceso el lapso de tiempo necesario para que prescriba la acción subsidiaria
que se ejercita (aumento proporcional del precio o desistimiento del contrato);
6 e Que la acción que se concede al vendedor por el artículo 1832 también com-
pete al comprador y este no podría ejercitarla a menos de entrar en posesión
material de lo comprado, o sea, verificándose la entrega, pues sólo de este m o d o
conocería en sus detalles la cosa comprada, c o m o ser su verdadera cabida, sus
deslindes, su producción precisa, etc., detalles o pormenores que no podrían
comprobarse absolutamente con la tradición legal de la cosa, o lo que tanto da,
con la inscripción del predio; 7° Que, si c o m o lo pretende el demandante, el
plazo de un año para el ejercicio de la acción del artículo 1832 y 1833 se contara
desde la fecha de la inscripción, no habría aún llegado para él la época de
ejercitarla, desde que el título de compraventa no ha sido aún inscrito, c o m o
ella misma lo reconoce; 8 Q Que d e p e n d i e n d o de la voluntad del comprador
señor Rodríguez inscribir o no su título, lo que puede no verificar en ningún
tiempo, se encontraría el demandante en la imposibilidad de iniciar la acción
que ahora deduce, circunstancia que demuestra son evidencia que esta acción
expira al cabo de un año contado desde la entrega o posesión material de la cosa y no
desde la inscripción ",2

Aun cuando esta cuestión parece tan clara, ha habido sentencias que
sostienen una doctrina opuesta a la que sustentan los fallos transcritos. Las
Cortes de Apelaciones de Santiago 3 y de Concepción 4 han declarado que
la prescripción de que habla el artículo 1834 comienza a correr desde la
entrega legal del predio, o sea, desde su inscripción en el Conservador de
Bienes Raíces, ya que la tradición de los bienes raíces se hace en esa for-

1
Sentencia 2.362, pág. 567, Gaceta 1892, tomo II.
2
Sentencia 174, pág. 141, Gaceta 1896, tomo I.
3
Sentencia 2.065, pág. 257, Gaceta 1888, tomo II.
4
Sentencia 324, pág. 132, Gaceta 1863.

863
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

ma, según el artículo 1824 del Código Civil, y no desde la entrega mate-
rial. Estos fallos son manifiestamente errados y no consignan, en nuestro
sentir, la verdadera doctrina jurídica al respecto, por las razones que antes
se han expuesto.

1140. Las partes no pueden ampliar el plazo de un año que señala el


artículo 1834 antes de su vencimiento, porque el aumento de ese plazo
importa la renuncia de la prescripción, puesto que en virtud de él esas
acciones podrían intentarse en cualquier tiempo, aun después del año, sin
que las partes pudieran alegar su extinción y el artículo 2494 del Código
Civil prohibe renunciar anticipadamente la prescripción, es decir, antes de
que haya corrido. Una ampliación como la indicada equivaldría a la re-
nuncia anticipada de esa prescripción.
Ese plazo puede ampliarse una vez que la prescripción haya corri-
do, o sea, cuando las partes hayan adquirido el beneficio de la extin-
ción de esas acciones. El artículo 2494 permite esa renuncia, porque en
tal caso la prescripción se ha cumplido, que es cuando puede renun-
ciarse. 1
"Las partes, dice Guillouard, pueden después de la venta renunciar al
derecho de prevalerse de esa prescripción y permitir a una de ellas ejerci-
tar esas acciones una vez expirado el plazo de un año. Esta prescripción
sólo presenta un mero interés pecuniario y es un principio general que
cada uno puede renunciar las ventajas pecuniarias que para él resultan de
la ley o de los contratos. Pero las partes no podrían renunciar de antema-
no y en el contrato de venta el derecho de prevalerse de esa prescripción.
Si se autorizaran tales renuncias, nunca faltarían y no se lograría el objeto
que se han propuesto los autores del Código al establecerla, cual es extin-
guir en un corto plazo las dificultades que puede hacer nacer la cabida de
los inmuebles vendidos". 2
Otros autores, sin embargo, como Zachariae y Baudry-Lacantinerie,
creen que las partes pueden aumentar o disminuir a su arbitrio el plazo de
la prescripción, debiendo respetarse cualquier plazo que señalen con ese
objeto y la acción podrá entablarse dentro del término convenido, "pues si
las partes tienen derecho para evitar todo reclamo por diferencias de la
cabida, con mayor razón podrán fijar el tiempo durante el cual ese recla-
mo puede hacerse". 3

1141. Siendo la prescripción una disposición de orden público, por lo


que las partes no pueden modificar los plazos que para ella señala la ley,
creemos que los contratantes no pueden acortar este plazo. Aun cuando
se dijere en el contrato que las partes sólo podrán entablar estas acciones

1
H t ' C , X , n ú m . 9 9 , p á g . 1 3 3 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 2 0 5 , p á g . 2 0 3 ; AUBRY E T RAU, V , p á g . 7 5 ;
TROPLONG, I , n ú m . 3 5 1 , p á g . 4 5 3 .
2
I, núm. 285, pág. 306.
3
BALDRY-LACANTINERIE, De la vente, n ú m . 340, pág. 339.

864
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

en el término de seis meses siempre podrían hacerlas valer después de ese


tiempo. Tal cláusula se tendría por no escrita, porque contravendría a una
ley de orden público.

1142. Las partes pueden adelantar o diferir la fecha inicial del plazo seña-
lado en el artículo 1834. Con semejante estipulación no se renuncian los
beneficios de la prescripción ni se acorta tampoco su duración. Se señala
únicamente la época desde la cual comenzará a correr. Según esto las par-
tes podrían convenir que esa prescripción no comience a correr desde el
día de la entrega material, sino desde la entrega legal, desde el día en que
se celebró el contrato, desde que se practique la mensura del predio, o
desde cualquiera otra fecha. En cierta ocasión se estipuló que, a fin de
saber si el f u n d o tenía o no la cabida declarada, el comprador quedaba
facultado para nombrar un perito que lo midiera y según lo que éste dije-
ra podría exigir la entrega de la cabida que faltare o su valor si ello no
fuere posible. La Corte de Apelaciones de Santiago declaró que el plazo
para ejercitar esa acción y, en consecuencia, el plazo en el cual prescribía
no comenzaba a correr desde la fecha de la entrega del predio sino desde
el día en que se conociera, por el informe pericial, su verdadera cabida. 1

1143. Así como estas acciones prescriben en un año contado desde la en-
trega material del predio, del mismo modo no pueden ejercitarse sino
desde el día en que esa entrega se verifique, ya que teniendo por objeto el
cumplimiento exacto de la obligación del vendedor, ese objeto no puede
perseguirse sino desde el día en que éste cumpla su obligación, puesto
que entonces se sabrá si la ha cumplido o no exactamente. De ahí que si el
comprador pretendiera una rebaja del precio o el desistimiento del con-
trato antes de serle entregado el predio, el vendedor podría excepcionar-
se alegando que esa acción es improcedente puesto que el comprador no
sabe todavía si tendrá o no derecho a esa rebaja o desistimiento, por cuan-
to ignora la cabida que tiene el predio. Esas acciones, por consiguiente,
pueden ejercitarse desde el día de la entrega material, pero no antes.

1144. Más arriba hemos dicho que las partes pueden modificar las reglas
de los artículos 1832 y 1833 como mejor les plazca. Cuando las partes
modifican alguna de esas reglas, ¿las acciones concedidas en esos artículos
prescriben también en el plazo de un año?
La afirmativa se impone, porque, como dice muy bien Ricci, si la ley,
que ha sabido que esas reglas pueden modificarse y que en los contratos
de venta podían presentarse dos casos a este respecto, uno en que se acep-
taran esas reglas sin modificación y otro en que fueran modificadas, no ha
hecho ninguna distinción para cada uno de ellos, y por el contrario, ha
señalado una sola y única prescripción para esas acciones, es evidente que
ha querido que ambos casos prescriban en el mismo tiempo y donde la ley

1
Sentencia 2.544, pág. 1405, Gaceta 1883.

865
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

no distingue el hombre no puede hacerlo. Debemos, pues, llegar a la con-


clusión que estas acciones prescriben en un año tanto cuando las partes
no las modifican como cuando las modifican. 1
Guillouard y Laurent hacen ver, además, que no hay razón para soste-
ner que si las partes modifican esas reglas la prescripción debe ser diversa,
desde que siempre subsisten los motivos que inspiraron su brevedad ya
que tanto en este caso como en aquel en que esas reglas se aplican sin
modificación existe el temor de que el contrato pueda resolverse o de que
puedan ocasionarse dificultades entre las partes con ocasión de la cabida.2
En el mismo sentido se pronuncia la jurisprudencia francesa. 3

1145. Si las partes convienen que el predio sea mensurado antes de la


entrega real a fin de conocer su cabida, el plazo de un año comienza a
correr desde el día en que esa mensura se efectúe, aunque se realice antes
de la entrega real o después de transcurrido un año desde esa entrega,
porque hasta entonces ninguna de las partes se ha preocupado de la cabi-
da del predio desde que va a ser constada contradictoriamente en una
época ulterior. 4

1146. ¿Cuándo debe efectuarse esa mensura? Si las partes han fyado día,
se observará lo pactado y desde ese día correrá el plazo de la prescripción,
aun cuando la mensura no se haya llevado a cabo por culpa de alguna de
las partes.
Y si no se ha señalado fecha para practicarla y el predio ha sido entre-
gado ¿cuándo debe hacerse esa mensura? La Corte de Apelaciones de Con-
cepción ha declarado que, en tal caso, debe efectuarse dentro del año
siguiente a la entrega, porque este es el plazo señalado por la ley para que
las partes reclamen por las diferencias que haya en la cabida y cómo esas
diferencias se conocerán mediante la mensura, es menester que sean co-
nocidas en el tiempo en que, según la ley, pueden dar derecho a reclamo. 5
No consideramos exacta esta doctrina. El plazo de un año se refiere
únicamente al tiempo en que deben ejercitarse esas acciones y si la ley ha
dispuesto que comience a correr desde el día de la entrega es porque ha
creído que desde entonces el comprador estará en situación de conocer la
cabida exacta. Si el comprador, no obstante haberse recibido del predio,
no ha hecho nada por averiguar su cabida, puesto que va a conocerla
exactamente por medio de la mensura, no es justo privarlo de esas accio-
nes antes de que se cerciore si la cabida es o no exacta.

1
RLCCI, 1 5 , n ú m . 1 4 8 , p á g . 3 8 2 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 3 9 , p á g . 3 3 8 ; TROPLONG,
I , n ú m . 3 5 0 , p á g . 4 5 0 ; H u c , X , n ú m . 9 9 , p á g . 1 3 3 ; AUBRY E T R A U , V , p á g . 7 4 .
2
LAURENT, 2 4 , n ú m . 2 0 4 , p á g . 2 0 2 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 8 4 , p á g . 3 0 6 .
3
R O G R O N , II, a r t í c u l o 1 6 2 2 , p á g . 1 6 6 1 ; FUZIER-HERMAN, t o m o 3 6 , Vente, n ú m . 1178,
pág. 870.
4
HL'C, X , n ú m . 9 9 , p á g . 1 3 4 ; GUILLOUARD, I , n ú m . 2 8 2 , p á g . 3 0 4 ; AUBRY E T R A U , V ,
p á g . 7 4 , n o t a 3 6 ; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 4 0 , p á g . 3 3 9 .
5
Sentencia 2.231, pág. 1414, Gaceta 1886.

866
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR

Creemos, más acertadamente, cuando las partes no han señalado la


fecha en que debe hacerse la mensura del predio, ésta debe hacerse tan
pronto como se celebre el contrato, ya que las obligaciones para cuyo cum-
plimiento no se ha señalado plazo deben cumplirse inmediatamente, sien-
do de advertir que ninguna de las partes está en mora de efectuarla en
tanto no sea reconvenida judicialmente.

1147. Si en el contrato de venta se estipula que a fin de conocer la verda-


dera cabida del predio que en él se señala, el comprador podrá nombrar
un perito para que lo mensure, la acción para pedir al vendedor que con-
curra a ese nombramiento prescribe en conformidad a las reglas genera-
les, esto es, en veinte años si la acción es ordinaria y en diez si es ejecutiva,
contados desde el día del contrato, pues desde entonces es exigible la
obligación. Así lo ha resuelto la Corte de Apelaciones de Santiago, que
acogió una demanda en que se pedía ese nombramiento con posteriori-
dad al año siguiente a la entrega, desechando, al mismo tiempo, la excep-
ción de prescripción alegada por el demandado que sostenía que esta
acción, como la del artículo 1832, prescribía en un año contado desde la
entrega. 1 La Corte se fundó en que esta acción no era la concedida en el
artículo 1832 para obtener la entrega de la cabida completa, sino una
acción nacida de un convenio de las partes no sujeta a prescripción espe-
cial y que, aunque mediante su ejercicio el comprador iba a ejercitar la
acción que menciona ese artículo, no por eso quedaba sometido a la mis-
ma prescripción de ésta.

1148. Cuando en una venta con relación a cabida se pacta expresamente


que el vendedor pagará al comprador el precio de la cabida que falte, a
justa tasación de peritos, la acción para exigir ese pago no prescribe en un
año contado desde la entrega del predio, sino con arreglo a las reglas
generales, o sea en veinte años si es ordinaria y en diez si es ejecutiva,
contados desde que se aprobó la tasación que fijó el valor de la cabida que
faltaba. Así lo ha establecido la Corte de Apelaciones de Concepción en
los siguientes considerandos:
"5g Que cobrándose por la demanda la cantidad de o n c e mil pesos, en que
fueron avaluadas las quinientas cuadras de terreno que faltaban al f u n d o Piñi-
hue, no hay plus-petición, por estar ella arreglada a lo estipulado en el contrato
de compraventa, que fue el de pagar el vendedor, ajusta tasación, el precio de
las cuadras que faltaran de las novecientas cincuenta cuadras que se fijaron a la
cabida;... 10. Q u e fue materia de estipulación expresa en el contrato de venta la
obligación de abonar al comprador el precio del terreno que faltase a la cabida
declarada; y, por lo tanto, la acción del comprador para reclamar, c o m o incor-
porada en el contrato, no estaba limitada al tiempo de un año consignado en el
artículo 1834 del Código Civil; a lo que se agrega que d o n José Ignacio Palma
convino en el nombramiento del perito, con el objeto de la avaluación, con lo

1
Sentencia 4.447, pág. 1862, Gaceta 1878.

867
DE LA COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE VENTA

cual renunció a la prescripción de dicho artículo, en el supuesto de haber podi-


do tener lugar; 11. Que la deuda de los once mil pesos q u e d ó definitivamente
lijada desde que causó ejecutoria el auto de 30 de diciembre de 1857, que dio
por aprobada la tasación; y sólo desde entonces pudo principiar a correr contra
la acción intentada, rei judicae, la prescripción de veinte años establecida en el
artículo 2515 del referido Código". 1
Nos parece que esta doctrina es exacta, porque si bien es cierto que la
deuda que contrae el vendedor emana de la posible diferencia que pueda
haber entre la cabida real y la declarada, no lo es menos también que al
cobrarla el comprador no ejercita las acciones del artículo 1832 sino la
relativa al cobro de una deuda. La prescripción de un año que señala el
artículo 1834 del Código Civil se aplica a las acciones que establecen los
artículos 1832 y 1833, a las que tienen por objeto obtener el cumplimiento
exacto del contrato, su desistimiento o un aumento o rebaja en el precio.
En el caso propuesto no se ejercitan estas acciones, no se entrega la cosa
en la creencia de que la cabida está completa, no se pide que se rectifique
esa cabida. Se ejercita una acción para obtener el cobro de una deuda a
cuyo pago se obligó expresamente el vendedor, deuda que si se quiere es
condicional, puesto que su existencia deriva del hecho de faltar una parte
de la cabida, ya que el valor que pagará el vendedor es el que un perito
asigne a la porción que falta. Hecho el peritaje, establecido que la cabida
no está completa y fijada por aquel su valor, se ha cumplido con la condi-
ción y la deuda es exigible en el acto.
No tratándose aquí del ejercicio de las acciones de que habla el
artículo 1832 sino del cobro de una suma de dinero a cuyo pago se ha
obligado bajo condición el vendedor, es indudable que no pueden pres-
cribir en el mismo tiempo que aquéllas. Para que así fuera sería menes-
ter una ley expresa al respecto. No habiéndola, rige la regla del artículo
2515 del Código Civil, es decir, que prescribe en veinte años si es ordi-
naria y en diez años si es ejecutiva. Este plazo comienza a contarse
desde el día en que la deuda se hizo exigible, lo que ocurre cuando,
establecido el valor de las cuadras que faltaban, ha sido aprobado y
aceptado por las partes.

1149. Se ha dicho anteriormente que el artículo 1835 del Código Civil esta-
blece en forma expresa que las reglas dadas en los artículos 1832 y 1833 se
aplican a las ventas que tienen por objeto cualquier todo o conjunto de
efectos o mercaderías, por cuyo motivo las acciones que señalan también
pueden ejercitarse cuando la venta recae sobre bienes muebles. Si esas ac-
ciones prescriben en un año, según el artículo 1834, es evidente que siem-
pre que se trate de su ejercicio, sea con ocasión de inmuebles o de muebles,
prescribirán en ese tiempo. Son las acciones de que se ocupan los artículos
1832 y 1833 las que prescriben en un año. Si también se aplican, por dispo-
sición expresa de la ley, a la venta de cosas muebles, deben llevar consigo

1
Sentencia 3.118. pág. 1727, Gaceta 1882.

868
DE LAS OBLIGACIONES DEL \ T E N D E D O R

todos sus efectos y quedar sometidas a todas las reglas que las rigen, en
virtud de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal. Hallándose entre
esas reglas la del artículo 1835 es lógico suponer que también es aplicable
cuando se ejercitan con ocasión de la venta de bienes muebles.

1150. Finalmente, conviene enumerar algunas de las acciones a las cuales


no se aplica la prescripción de un año, no obstante ejercitarse en las ven-
tas a que se refieren los artículos 1832 y 1833.
En primer lugar, no prescribe en un año, sino en conformidad a las
reglas generales, la acción que tienen las partes para pedir que se practi-
que la mensura del terreno vendido, cuando lo que se vende es cierta
porción indeterminada de un predio o cuando, siendo lo vendido un pre-
dio determinado, su precio se ha fijado en atención al número de unida-
des de medida que comprenda para cuyo conocimiento se hace necesario
mensurarlo. En una palabra, cuando la venta se hace en conformidad al
artículo 1820 del Código Civil, sea que la mensura del terreno se necesite
para conocer la cosa vendida o su precio exacto, la acción que las partes
tienen para pedir la realización de esa mensura prescribe en conformidad
al artículo 2515 del Código Civil y no en un año, porque estas ventas no
son con relación a cabida y no se trata del ejercicio de las acciones a que
se refieren los artículos 1832 y 1833 del Código Civil sino de una acción
especial creada por el contrato de venta tendiente a hacerlo efectivo. 1 Esta
doctrina ha sido consagrada por la doctrina y por los tribunales franceses. 2

1151. Tampoco prescribe en un año sino en los plazos que señala el artícu-
lo 2515 del Código Civil la acción por la cual el comprador reclama al
vendedor la entrega de una parte del predio vendido que se comprendió
en la venta y que éste no ha entregado, sea porque antes la había vendido
a otro o porque la ha conservado en su poder. Esta acción no tiene por
objeto alguno de los fines que indican los artículos 1832 y 1833, sino que
es lisa y llanamente el ejercicio de la acción que compete al comprador
para exigir la entrega de la cosa vendida, por cuya razón, aun cuando
terminara por una rebaja en el precio, siempre prescribiría con arreglo al
artículo 2515 y no en conformidad al artículo 1834.3 Esta doctrina ha sido
establecida por la Corte de Casación de Francia. 4
Para que se aplique la disposición del artículo 1834 se requiere que el
comprador pida la entrega de toda la cabida convenida o la rebaja del
precio en virtud de habérsele entregado una menor que la declarada, siem-

1
Las formas de venta a que aquí nos referimos son las estudiadas en los núms. 1081 y
1082 de esta Memoria.
2
FUZIER-HERMAN, tomo 3 6 , Vente, núm. 1 1 7 9 , pág. 8 7 0 ; AUBRY ET R A U , V, pág. 7 5 ; Huc,
X , n ú m . 9 9 , p á g . 1 3 4 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 2 0 7 , p á g . 2 0 4 .
3
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 341, pág. 3 3 9 ; G U I L L O U A R D , I, núm. 286,
p á g . 3 0 7 ; LAURENT, 2 4 , n ú m . 2 0 7 , p á g . 2 0 4 , AUBRY E T R A U , V , p á g . 7 5 ; MANRESA, X , p á g . 1 5 3 ;
TROPLONG, I , n ú m . 3 5 3 , p á g . 4 5 4 .
4
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1184, pág. 870.

869
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

pre que lo entregado sea todo el predio vendido y no solamente una parte
de él. Es menester, en una palabra, que el predio vendido y entregado no
tenga la cabida señalada en el contrato. Pero si el vendedor no entrega
todo el predio, porque deja en su poder una porción del mismo, porción
que se ha comprendido en la venta, de tal modo que la diferencia de
cabida no resulta de haberse atribuido al predio una cabida mayor de la
que tenía sino de no haber entregado el vendedor una porción del mis-
mo, la acción que compete al comprador no es la relativa a obtener la
cabida completa que se señaló en el contrato o la rebaja del precio, de
acuerdo con el artículo 1832, sino la de entrega de la cosa vendida a que
se refiere el artículo 1826 del Código Civil.

1152. También prescribe en los plazos que señala el artículo 2515 de ese
Código y no en un año la acción que tiene el vendedor para pedir la
restitución del terreno que no se comprendió en la venta y que fue entre-
gado por equivocación. 1
De aquí que si el vendedor exige después de un año de la entrega del
precio la restitución del terreno que entregó por error o su valor, el com-
prador no podría oponerle la prescripción del artículo 1834, pues no se
ejercita aquí la acción del artículo 1832, sino la reivindicatoría o la de
pago del precio. 2
1153. Por último, prescribe en conformidad a las reglas generales, y no en
un año, según lo ha resuelto la Corte de París, la acción que tiene el
comprador para exigir que se le entregue uno de los predios que ha com-
prado separadamente, pero en una misma escritura, en la que se indicó la
cabida de cada uno, cuyo precio pagó y que el vendedor no le ha entrega-
do, como también la que tiene para exigir la restitución de su valor; desde
que aquí no se ejercita la acción que confiere el artículo 1832 sino la
acción de entrega de la cosa vendida o de pago de lo indebido. 3

D) LEGISLACIÓN EXTRANJERA

1154. En pocas de las materias que debemos estudiar con ocasión del con-
trato de compraventa tiene mayor importancia el estudio de la legislación
extranjera que en ésta, no sólo para conocer lo que en otros países existe
sobre este punto sino principalmente para evitar los errores en que pudie-
ra incurrirse si se quisieran aplicar a esta cuestión los comentarios que los
autores extranjeros hacen de las legislaciones de sus respectivos países,
porque a este respectivo existe entre nuestro Código y los demás, una gran
diversidad de criterio.

1
AFBRY ET R A U , V, pág. 7 5 ; LXURENT, 24, núm. 207, pág. 204; FUZIER-HERMAN, tomo
36, Vente, núm. 1185, pág. 870.
2
Esta doctrina ha sido establecida por la Corte de Casación de Francia, como puede
verse en FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1183, pág. 870.
3
FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1187, pág. 870.

870
DE LAS OBLIGACIONES DEL \TENDEDOR

De ahí que, en el curso de esta parte de nuestro trabajo, sólo hayamos


invocado las opiniones de los autores extranjeros en los puntos en que
nuestra legislación concuerda con la que ellos estudian.
Las mayores diferencias que se notan entre nuestro Código y los de-
más estriban en el criterio que cada legislación tiene para apreciar cuando
hay venta con relación a cabida, en el señalamiento de los casos en que un
inmueble se vende en esa forma, en las situaciones que contemplan al
respecto y, finalmente, en las reglas que se dan para determinar cuándo
hay derecho para exigir un aumento o disminución del precio o el desisti-
miento del contrato.
Nosotros concretaremos esta reseña a los Códigos francés, italiano, es-
pañol y alemán, por ser los más importantes.

1155. El Código francés se ocupa de esta materia en los artículos 1617 al 1623
inclusive y contempla dos casos en que la diferencia de la cabida puede dar
lugar a modificaciones en las obligaciones que nacen de la venta.1
Estos casos son: 1) venta de un inmueble determinado hecha con indi-
cación de la cabida y a razón de tanto la medida, y 2) venta de un inmue-
ble o de un cuerpo de bienes con indicación de la cabida, pero por un
precio fijo y no a razón de tanto la medida.
Primer caso. En el primer caso, puede ocurrir que la cabida real sea ma-
yor o menor que la declarada. Si es menor, dice el artículo 1617, el compra-
dor tiene derecho para exigir que se la complete y si ello no es posible, para
que se le rebaje proporcionalmente el precio, siendo de advertir que esa
rebaja es exigible aun cuando el déficit sea muy insignificante. 2
El déficit en la cabida no da derecho a la resolución del contrato. El
comprador no puede, cualquiera que sea la magnitud de ese déficit, desis-
tir de la venta. Sólo tiene derecho a una rebaja proporcional en el precio. 3
Si la cabida real es mayor que la declarada, el comprador debe pagar un
aumento proporcional del precio, a menos que el exceso de cabida sea ma-
yor que una vigésima parte de la cabida declarada, pues entonces puede, a
su arbitrio, o aumentar el precio o desistirse del contrato (artículo 1618).
Esta solución que se da para el caso en que la cabida sea mayor que la
declarada no aparece con toda claridad en el texto del artículo 1618, pero
los tratadistas llegan a ella mediante un estudio crítico y comparativo de
estas disposiciones con las demás. 4

1
Véase sobre esta materia: AUBRY ET RAU, V, págs. 6 9 a 7 6 ; BAUDRY-LACANTINERIE, De la
vente, núms. 326 a 346, págs. 327 a 347; FUZIER-HERMAN, tomo 36, Vente, núm. 1112 a 1202,
págs. 866 a 871; GUILLOUARD, I, núms. 254 a 292, págs. 282 a 312; Huc, X, núms. 92 a 100,
págs. 126 a 136, LAURENT, 24, núms. 187 a 207, págs. 184 a 204, MARCADÉ, VI, págs. 241 a
259; TROPLONG, I, núms. 325 a 356, págs. 416 a 459.
2
BAUDRY-LACANTINERIE, De la vente, núm. 3 2 7 , pág. 3 2 8 ; LAURENT, 2 4 , núm. 1 9 0 , pág. 1 8 6 .
3
H u c , X, n ú m . 9 4 , p á g . 127; LAURENT, 24, n ú m . 191, págs. 1 8 6 y 187; BAUDRY-LACAN-
TINERIE, n ú m . 3 3 0 , p á g . 3 3 0 .
4
BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 3 2 9 , p á g . 3 2 9 ; H u c , X , n ú m . 9 5 , p á g . 1 2 8 ; GUILLOUARD,
I, núm. 263, pág. 2 8 7 ; LAURENT, 2 4 , núm. 192, pág. 1 8 8 ; AUBRY ET R A U , V, pág. 69, nota 23.'

871
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

Segundo caso. En el segundo caso, cuando la cabida real es menor que


la declarada, el comprador tiene derecho a una rebaja del precio, sólo
cuando el valor de la cabida que falta sea mayor que la vigésima parte del
precio total de la venta. Si la cabida real es mayor, el comprador debe, a su
arbitrio pagar un aumento de precio y tiene derecho para desistirse del
contrato sólo cuando el valor de la cabida que sobra excede de la vigésima
parte del precio total de la venta (artículos 1619 y 1620).'
El artículo 1623 establece que cuando se venden dos fundos por un
mismo contrato y por un solo precio con indicación de la cabida de cada
uno y resulta que uno tiene mayor cabida y el otro menor cabida que las
declaradas, se compensan el exceso y el déficit y sobre el saldo se aplican
las reglas sobre aumento o rebaja en el precio.
El artículo 1621 dispone que siempre que el comprador tiene el dere-
cho para desistirse del contrato, el vendedor debe restituirle, además del
precio, si lo ha recibido, los gastos del contrato.
El artículo 1622 dice que esas acciones prescriben en un año contado
desde el día del contrato.

1156. Como se ve, entre el Código francés y el nuestro hay grandes dife-
rencias:
1) Los dos casos de venta con relación a cabida que señala ese Código
en sus artículos 1617, 1618, 1619 y 1620 y para los cuales da reglas diferen-
tes son, entre nosotros, uno mismo ya que según el artículo 1831 de nues-
tro Código, en las ventas con relación a cabida el precio puede fijarse en
total o a razón de tanto la medida (inciso 2 a del artículo 1831).
2) El Código francés, a diferencia del nuestro, no se ocupa de la venta
de un predio como especie o cuerpo cierto;
3) El Código francés, tratándose del primer caso que hemos citado, no
autoriza el desistimiento del contrato cuando la cabida que falta es muy
excesiva y sólo da derecho a la rebaja del precio, en tanto que, entre noso-
tros, ese desistimiento puede tener lugar por déficit en la cabida;
4) El Código francés, en ese mismo caso, cuando la cabida real es ma-
yor que la declarada, da al comprador la facultad de pagar el aumento, tal
como el nuestro; y lo autoriza para que se desista del contrato y pague ese
aumento cuando la cabida que sobra exceda de una vigésima parte de la
cabida declarada; entre nosotros procede el desistimiento cuando el valor
del exceso es mayor que la décima parte del precio de la cabida real;
5) En el Código francés, cuando la venta con relación a cabida se hace
por un precio fijado en globo, las reglas anteriores, se aplican cuando el
valor de la cabida que falta o que sobra es mayor que la vigésima parte del
precio total de la venta; en el nuestro, en este caso, se aplican las mismas
reglas que cuando el precio se fija a tanto la medida, ya que ambos casos
son uno mismo;

' HUC, X. n ú m . 9 6 , pág. 129; BAUDRY-LACANTINERIE, n ú m . 332, págs. 3 3 2 y 333; LAU-


RENT. 24. n ú m s . 1 9 3 y 194, págs. 189 a 193; AUBRY ET RAU, V, pág. 70.

872
DE LAS OBLIGACIONES DEL \TENDEDOR

6) La prescripción de un año en el Código francés corre desde el día


del contrato; entre nosotros, desde la entrega material de la cosa;
7) Nuestro Código aplica las reglas de la cabida a los muebles; el Códi-
go francés las aplica únicamente a los inmuebles;
8) En nuestro Código, esas reglas se refieren a los predios rústicos y no
a los urbanos; en el Código francés se aplican a todo inmueble, sea rústico
o urbano;

1157. El Código italiano reproduce, casi literalmente, en sus artículos 1473


a 1479 inclusive, todas las reglas que al respecto establece el Código fran-
cés, por cuya razón omitimos transcribir sus disposiciones. 1

1158. Los artículos 1469 y 1472 inclusive del Código español reglan esta
cuestión y su preceptos son un término medio entre el francés y el nuestro. 2
Contempla dos casos:
1) El inmueble se vende con relación a su cabida, a razón de tanto la
unidad de medida, y
2) El inmueble se vende por un precio alzado y no a razón de tanto la
unidad de medida.
Primer caso. Si la cabida real es menor que la declarada, el comprador
puede exigir la entrega de toda ella y si esto no es posible, puede pedir
una rebaja proporcional del precio; a menos que la cabida que falta sea
igual o mayor que la décima parte de la cabida declarada, pues entonces
puede optar por una rebaja del precio o por el desistimiento del contrato
(artículo 1469).
Si la cabida real es mayor que la declarada, el comprador debe pagar
el aumento proporcional del precio; a menos que la cabida que sobra
exceda de la vigésima parte de la cabida señalada en el contrato, pues
entonces puede optar entre aumentar el precio o el desistimiento del con-
trato (artículo 1470).
Segundo caso. En este caso no hay derecho a aumento o rebaja del
precio, cualquiera que sea la cabida del inmueble, a no ser que se venda
con indicación de linderos. De ser así el vendedor estará obligado a en-
tregar todo lo comprendido en ellos, aunque la cabida que así resulte
sea menor o mayor que la expresada en el contrato. Si no pudiere o no
se le exigiere esa entrega, habrá lugar a una rebaja proporcional del
precio o al desistimiento del contrato, según el caso, de acuerdo con lo
establecido para la venta en que el precio se fija a razón de tanto la
unidad de medida (artículo 1471).
El artículo 1472 preceptúa que esas acciones prescriben en seis meses
contados desde la entrega.
Este Código es muy semejante al nuestro y contempla como él, los dos
mismos casos: la venta con relación a cabida y la venta como cuerpo cier-

1
Véase RlCCI, 15, núms. 143 a 149 bis, págs. 364 a 385.
2
Véase MANRESA, X, págs. 137 a 153.

873
DE l-\ COMPRAVENTA Y DE LA PROMESA DE \ TIN TA

to. El aumento o rebaja del precio y el desistimiento del contrato se rigen


por reglas análogas, salvo cuando el desistimiento tiene lugar porque la
cabida real es mayor que la declarada, porque, en este caso, en el Código
español procede ese desistimiento cuando la cabida que sobra exceda de
la vigésima parte de la cabida declarada, en tanto que entre nosotros se
requiere un exceso superior a la décima parte de la cabida declarada.
Las otras diferencias que hay entre ambos Códigos, a más de la indica,
son que en el nuestro la prescripción de estas acciones dura un año, mien-
tras que en el Código español dura seis meses; que estas reglas, en ese
Código, se aplican solamente a los inmuebles y no a los muebles; y que se
refieren a todo inmueble, sea rústico o urbano.

1159. El Código alemán optó por no establecer ninguna regla sobre esta
materia y en su artículo 468 se concretó a decir que si el vendedor de un
fundo garantiza al comprador una cabida determinada, ésta se considera
como una calidad prometida y aquél queda afecto a la misma responsabili-
dad que tiene cuando la cosa que entrega no tiene la calidad convenida.
Esta responsabilidad consiste, según el artículo 463, en que el comprador
puede pedir una rebaja del precio, la resolución del contrato o la indem-
nización de peijuicios causados por la inejecución. Pero tratándose de la
cabida, el comprador no podrá resolver el contrato por déficit en ella sino
cuando el déficit sea de tal importancia que la ejecución del contrato ya
no le interese.
Según esto, cuando la cabida real es menor que la declarada, el com-
prador puede pedir una rebaja del precio o indemnización de peijuicios
por el incumplimiento del contrato. La resolución del contrato no puede
pedirla sino cuando el déficit de la cabida sea de tal magnitud que ya la
ejecución del contrato no tiene interés para él.
Esas tres acciones prescriben, según el artículo 477, en un año a contar
de la entrega, pudiendo ampliarse por el contrato.
Este Código no entra, pues, en la serie de distingos que hacen los otros
y resuelve la cuestión en una forma más práctica y menos difícil, puesto
que no hay que averiguar la relación que existe entre el déficit y la cabida
declarada. Para saber si el contrato se resuelve o no se atiende únicamente
a la utilidad que, como consecuencia de ese déficit, pueda prestar la cosa
vendida al comprador.

874
INDICE DE MATERIAS

TOMO I-Volumen 1
Capítulo Primero

DE LA NATURALEZA DEL CONTRATO DE COMPRAVENTA

1. Definición de este contrato 7


2. La venta es un contrato bilateral 7
3. La venta es un contrato conmutativo, pero también puede ser aleatorio . . . 8
4. La venta es un contrato consensual, salvo las excepciones legales 10
5. Los requisitos esenciales del contrato de venta son el consentimiento, la
cosa y el precio y la escritura pública cuando es un contrato solemne 12
6. Sistemas vigentes acerca del carácter traslaticio de dominio que puede asu-
mir la compraventa 13
7. La venta en Derecho Romano era únicamente productiva de obligaciones . 14
8. Doctrinas de Pothier, Bouijon y Argou sobre esta materia 17
9. El Código francés hizo de la venta un contrato traslaticio de dominio 18
10. La compraventa en nuestro Código no transfiere el dominio; sólo habilita
al comprador para adquirirlo. Consecuencias que derivan de este principio 18
11. La venta en el Código Civil alemán no es traslaticia de dominio sino genera-
dora de obligaciones 22
12. La venta en el Código francés es traslaticia de dominio. Consecuencias que
fluyen de este principio 23
13. El carácter traslaticio de dominio que puede asumir el contrato de venta no
es un requisito de su esencia 26
14. Diferencias que existen entre el sistema francés y el nuestro 29
15. Razones que hacen preferible el sistema francés 30

Capítulo Segundo

FORMA Y REQUISITOS EXTERNOS DEL CONTRATO DE VENTA

16. La venta, ordinariamente, es un contrato consensual 31


17. Sólo por excepción es un contrato solemne 32
18. Las solemnidades del contrato de venta pueden ser legales o voluntarias . . 32

875
INDICE DE MATERIAS

Io SOLEMNIDADES LEGALES

19. Las solemnidades legales pueden ser ordinarias o especiales; en qué consis-
ten unas y otras 32

a) SOLEMNIDADES LEGALES ORDINARIAS

20. Estas solemnidades consisten en el otorgamiento de escritura pública; efec-


tos que produce su omisión 33
21. La nulidad de la escritura pública por incompetencia del funcionario o por
un vicio de forma acarrea la inexistencia del contrato de venta solemne . . . 35
22. La venta que debe otorgarse por escritura pública es nula cuando se otorga
por escritura privada o verbalmente, aunque las partes prometan reducirla
a escritura pública 36
23. La venta de tninas otorgada por escritura privada vale como promesa de
celebrarla 37
24. Si se vende por escritura pública un bien raíz y los contratantes por acto
posterior otorgado en escritura privada declaran que la compra debe repu-
tarse hecha a favor de un tercero que la acepta, esta segunda venta es nula y
no afecta a ese tercero 37
25. Si el contrato de venta solemne se celebra por intermedio de un mandata-
rio, el mandato debe constar por escritura pública 37
26. En qué casos se exige escritura pública para la validez del contrato de venta 38
27. Io La venta de bienes raíces debe otorgarse por escritura pública 38
28. Esta venta requiere escritura pública, sea que se haga privadamente o en
pública subasta 41
29. La venta de los derechos o cuotas sobre bienes raíces indivisos también
requiere escritura pública 41
30. Las ventas de terrenos baldíos realizadas por el Estado a favor de los colonos,
con arreglo a las leyes de 18 de noviembre de 1845 y de 9 de enero de 1851,
deben otorgarse por escritura pública; el acta otorgada en los libros de la
respectiva colonia carece de todo valor legal para servir de título traslaticio
de dominio 41
31. 2o La venta de servidumbres y censos debe otorgarse por escritura pública . 41
32. 3o La venta de una sucesión hereditaria también la requiere 42
33. 4o La venta de un derecho de usufructo, uso o habitación constituido sobre
inmuebles debe otorgarse por escritura pública 43
34. 5° La venta de naves debe celebrarse por escritura pública 43
35. Debe otorgarse por escritura pública únicamente la venta de naves que ex-
cedan de diez toneladas 45
36. La venta de los aparejos de una nave no requiere escritura pública 46
37. 6 o La venta de minas debe otorgarse por escritura pública 47
38. La venta de barras de minas también debe otorgarse por escritura pública . 47
39. 7° La venta de los regadores de agua requiere escritura pública 48
40. La adjudicación de los bienes raíces que se hace a favor de uno de los
comuneros, aunque no es venta, debe otorgarse por escritura pública 48
41. La expropiación de bienes raíces por causa de utilidad pública no requiere
escritura pública para su validez 49
42. La inscripción en el Conservador de Bienes Raíces no es una solemnidad
del contrato de venta, sino la manera de efectuar la tradición de ciertos
bienes 50

876
INDICE DE MATERIAS

43. La venta de los productos de los inmuebles no requiere para su validez el


otorgamiento de escritura pública 51
44. La venta de un edificio construido en terreno ajeno no requiere escritura
pública 52
45. Los bienes destinados permanentemente al uso, cultivo o beneficio de un
inmueble no requieren escritura pública cuando se venden separadamente
del inmueble a que acceden 52
46. Legislación comparada sobre esta materia 53
a) Legislación francesa 53
b) Legislación italiana 55
c) Legislación española 55
d) Legislación alemana 56

b) SOLEMNIDADES LEGALES ESPECIALES

47. Estas solemnidades son de dos clases: únicas o especialísimas y accesorias;


en qué consisten y cuáles son unas y otras 58
48. Estas solemnidades no son, por regla general, un requisito de la esencia del
contrato de venta 58

1 er Grupo. Solemnidades especiales únicas o especialísimas

49. Cuáles son estas solemnidades en la expropiación por causa de utilidad pú-
blica 60
50. La expropiación se perfecciona cuando se dicta la ley que declara de utili-
dad pública la cosa que se expropia y se paga precio al propietario, sin que
sea necesario el otorgamiento de escritura pública 61

2° Grupo. Solemnidades especiales accesorias

51. Estas solemnidades se exigen para proteger a ciertas y determinadas perso-


nas 63
52. a) Cuáles son las ventas forzadas realizadas por la justicia que requieren
estas solemnidades 64
53. 1° En qué consisten estas solemnidades en los juicios ejecutivos por obliga-
ciones de dar 64
54. 2 o En qué consisten en los juicios ejecutivos de menor cuantía 65
55. 3 o En qué consisten en los juicios de concurso 65
56. 4 o En qué consisten en los juicios de quiebra 65
57. La omisión de alguna de las formalidades señaladas para esas ventas no
vicia de nulidad absoluta el acto y sólo puede reclamarse de ella dentro del
mismo juicio por los recursos legales establecidos al efecto 65
58. Valor que tiene el acta de remate en las ventas forzadas 66
59. Mientras el rematante no firma el acta de remate, puede desistirse del con-
trato sin estar obligado a indemnizar peijuicios 67
60. Una vez suscrita el acta de remate el subastador puede ser obligado a firmar
la escritura de venta por la vía ejecutiva 68
61. 5° En qué consisten las solemnidades especiales accesorias en los juicios
ejecutivos sobre naves 68

877 Oc0RTT^>
JSUPÍ.EIVIAÍ

/ Ü M - l O r E C Á )
INDICE DE MATERIAS

62. 6 o En qué consisten esas solemnidades en la venta de una nave por encon-
trarse en estado de innavegabilidad 69
63. La omisión de las formalidades exigidas en las ventas de naves a que se
refieren los números precedentes acarrea la nulidad absoluta del acto . . . . 69
64. 7° En qué consisten estas solemnidades en la venta de una mina por falta de
pago de la patente 69
65. La omisión de las solemnidades a que se refiere el número anterior vicia la
venta de nulidad absoluta 70
66. 8 o En qué consisten estas solemnidades en la venta de los minerales existen-
tes extraídos de una mina realizada a consecuencia de un juicio ejecutivo . 70
67. b) Cuáles son estás solemnidades en las ventas de bienes comunes o heredi-
tarios 70
68. La omisión de las solemnidades exigidas en la venta de bienes comunes o
hereditarios no acarrea la nulidad absoluta del contrato de venta y sólo
puede reclamarse de ella dentro del mismo juicio, interponiendo los recur-
sos legales correspondientes 71
69. c) Cuáles son las solemnidades que deben llenarse en las ventas de los bie-
nes de las personas relativamente incapaces, en la de los bienes pertene-
cientes al desaparecido, a la herencia yacente, a una sucesión cuando se
venden por el albacea y en las de las cosas al parecer perdidas 71
70. Efecto que produce la omisión de esas solemnidades 73
71. Las personas que no están obligadas a vender sus bienes cumpliendo con
esas solemnidades, pueden, sin embargo, observarlas; pero su omisión no
anula el contrato 74
72. d) Qué solemnidades deben observarse en la venta de los bienes dados en
prenda o hipoteca 74
73. Estas solemnidades no pueden renunciarse y su omisión en la venta de los
bienes empeñados o hipotecados vicia el acto de nulidad absoluta 75
74. e) Solemnidades que deben llenarse en las ventas de terrenos de indígenas
situados en territorio indígena 77
75. Su omisión produce la nulidad absoluta de la venta 78

2 o SOLEMNIDADES VOLUNTARIAS

76. Carácter y alcance jurídico de estas solemnidades; en qué consisten 78


77. Estas solemnidades pueden agregarse al contrato de venta como un requisi-
to esencial del mismo o como un medio probatorio de su celebración . . . . 79
78. Cuando se agregan como un requisito esencial del contrato, éste no se per-
fecciona sino cuando se otorguen las solemnidades, pudiendo las partes,
entre tanto, retractarse de la venta, a menos que se allanen voluntariamente
a celebrarla sin cumplir con ellas 79
79. La solemnidad que las partes agregan con el carácter de requisito esencial
no es una condición de cuyo cumplimiento depende la existencia del con-
trato; es un requisito generador de la venta 80
80. Cuando las partes agregan la escritura como un medio probatorio del con-
trato de venta, éste existe desde que hay concurso de voluntades, aunque
aquella no se haya otorgado, sin peijuicio del derecho de cada parte para
exigir su otorgamiento en caso de negativa de la otra 83
81. Diferencias que existen entre la escritura agregada como requisito del con-
trato y de la escritura agregada como medio de prueba 84
82. Diferencias entre las solemnidades legales y las voluntarias 85

878
INDICE DE MATERIAS

3° SOLEMNIDADES EN LAS VENTAS DE COSAS INCORPORALES

83. La venta de cosas incorporales constituye un contrato diverso del de com-


praventa que está sujeto a una reglamentación especial en nuestro Código . 85
84. Las solemnidades de la cesión de derechos pueden ser comunes o especiales . 86
85. Cuáles son las solemnidades comunes de la cesión de derechos 86
86. En qué consisten las solemnidades especiales 87
87. Legislación comparada sobre esta materia 87

4o DE LAS ARRAS

88. Definición de las arras; pueden darse en la venta solemne como en la venta
consensual y en la promesa de venta 87
89. Las arras en Derecho Romano eran un medio probatorio de la celebración
del contrato 88
90. Justiniano hizo de ellas un medio de retractarse del contrato 88
91. La legislación española reprodujo el doble objeto que el Derecho Romano
atribuyó a las arras 89
92. Las arras en nuestro Código sirven como un medio de retractación y como
un medio de prueba de la celebración del contrato 89
93. La regla general en el Código Civil es que las arras dan a las partes el dere-
cho de retractarse; por excepción sirven como un medio probatorio de la
celebración del contrato 90
94. Las disposiciones sobre las arras sólo se aplican a las ya entregadas 90

a) LAS ARRAS COMO SEÑAL

95. La simple dación de arras, sin agregar nada más, da a las partes el derecho
de retractarse del contrato 91
96. El artículo 1803 contiene dos defectos de redacción 91
97. Según el artículo 1803 las arras pueden darse por el vendedor y por el com-
prador 91
98. En el caso de este artículo, el contrato se halla subordinado a una condi-
ción suspensiva negativa; rechazo de la opinión que cree que la dación de
arras da a la venta el carácter de un contrato bajo condición resolutoria . . 92
99. La suerte que corren las arras es diversa si el contrato se realiza o si las
partes se retractan 93
100. Si las partes no se retractan, las arras deben restituirse; el que las dio tiene
acción para exigir su devolución 93
101. Si las partes se retractan, el que dio las arras las pierde y el que las recibió
debe restituirlas dobladas 93
102. El contratante que se retracta, salvo estipulación en contrario, no sufre
otra pena que la pérdida de las arras y no está obligado a indemnizar
peijuicios 94
103. Si una de las partes se retracta del contrato, la otra no puede exigir su
cumplimiento 94
104. Si el contrato no llega a celebrarse por una causa ajena a la retractación
de una de las partes, no tiene aplicación la sanción que señala el artículo
1803 94

879
INDICE DE MATERIAS

105. Las partes pueden retractarse en el plazo estipulado y, en defecto de esti-


pulación, dentro de los dos meses subsiguientes a la convención 95
106. El término legal puede ser de más corta duración en los casos que señala
el artículo 1804 del Código Civil 95
107. Las partes pueden conservar la facultad de retractarse hasta el otorgamiento
de la escritura o hasta la entrega, aunque una y otra se verifiquen después
de esos dos meses, si así lo estipulan 95
108. El otorgamiento de la escritura o la entrega a que se refiere el artículo
1804 ponen fin a la facultad de retractarse, siempre que se realicen antes
del vencimiento de los dos meses que ese mismo artículo señala, pues esos
hechos pueden acortar el plazo legal, más no alargarlo 96
109. La facultad de retractarse dura más de dos meses, aunque así no se estipu-
le, en la compraventa solemne 96
110. Las arras en los contratos solemnes no confieren ningún derecho a las
partes; sólo limitan el que ya tienen para retractarse del contrato, impo-
niéndoles una pena 97
111. La parte que no se retractó del contrato en el caso del número anterior
tiene acción para exigir a la que se retracta la entrega de las arras 98
112. La disposición del artículo 1804 en cuanto establece que el plazo legal
puede acortarse se refiere a las ventas consensúales 98

b) LAS ARRAS COMO PARTE DE PRECIO

113. Requisitos exigidos por el artículo 1805 del Código Civil para que las arras
tengan el carácter de un medio probatorio de la celebración del contrato 98
114. El requisito relativo a que la intención de los contratantes conste por escri-
to se entiende llenado por el hecho de otorgarse cualquier documento en
que esa intención se manifieste 99
115. Concurriendo los requisitos señalados por el artículo 1805 las arras prue-
ban que el contrato está perfecto, de manera que ninguna de las partes
puede retractarse ni aun ofreciendo perderlas 99
116. Cuando las arras se dan en un contrato solemne no sirven como medio de
prueba de la celebración del contrato, ni aunque reúnan esos requisitos . 99
117. La omisión de algunos de los requisitos que establece el artículo 1805 hace
presumir de derecho que las arras se han dado como un medio de retrac-
tarse del contrato 100
118. En tal caso, el derecho de retractarse se entiende con arreglo a los artícu-
los 1803 y 1804 100
119. Cuando las arras se dan como un medio probatorio del contrato no son
ellas las que perfeccionan la venta; sólo acreditan que ésta se celebró con
anterioridad a su entrega 100
120. Las arras que se dan como un medio de prueba de la celebración del
contrato o como parte de precio se imputan al precio o se devuelven una
vez cumplido aquél 101
121. La parte que dio esta especie de arras no la pierde ni aun cuando deje de
cumplir el contrato 101
122. El dinero que se da como "pie de compra "equivale a las arras de que trata el
artículo 1805 del Código Civil, a menos que no reúnan los requisitos
legales 101
123. El Código de Comercio modificó sustancialmente el carácter de las arras
en las ventas mercantiles, estableciéndolas, por regla general, como un

880
INDICE DE MATERIAS

medio de prueba de la celebración del contrato, y sólo por excepción,


cuando así lo estipularan las partes, como un medio de retractarse del
mismo
124. Las arras no deben confundirse con las sumas de dinero que se pagan
anticipadamente para que pueda ejecutarse el contrato que se celebra . .. 103
125. Diferencias entre las arras y la escritura pública 103
126. Legislación comparada sobre las arras 104

5o GASTOS DEL CONTRATO DE VENTA

127. Los gastos del contrato de venta son de cargo del vendedor, a menos que
se estipule lo contrario 105
128. El artículo 1806 del Código Civil se refiere a los impuestos que se deben
pagar por el otorgamiento del contrato. Qué impuesto debe pagarse en la
venta de bienes raíces y cuáles son los derechos del notario por el otorga-
miento de la escritura respectiva 106
129. La venta de bienes muebles no está sujeta a ninguna contribución de es-
tampillas, a no ser que se haga por intermedio de un corredor 106
130. Los gastos que se hagan con posterioridad a la venta, tales como la inscrip-
ción en el Conservador de Bienes Raíces, son siempre de cargo del com-
prador 107
131. El notario sólo puede exigir el pago de sus derechos a aquel de los contra-
tantes que requirió sus servicios 107
132. Legislación comparada sobre este punto 107

Capítulo Tercero

DEL CONSENTIMIENTO

133. Importancia jurídica del consentimiento en el contrato de venta 109


134. La falta del consentimiento de una de las partes produce la inexistencia
del contrato de compraventa 109
135. Si una persona que compra una cosa declara posteriormente que esa com-
pra debe entenderse hecha en medias con un tercero que no concurrió a
aceptar esa declaración, no hay venta entre éste y el vendedor por falta del
consentimiento de ese tercero 110
136. Las ventas solemnes no se perfeccionan en tanto el consentimiento no se
otorgue por escritura pública 110
137. El consentimiento puede estar subordinado a algunas modalidades especiales 111
138. Las ventas judiciales forzadas importan un verdadero contrato de compra-
venta y en ellas también hay consentimiento 111
139. También lo hay, en cierto modo, en la expropiación por causa de utilidad
pública 114
140. El consentimiento debe existir sobre la cosa, sobre el precio y sobre la
venta misma 115
141. El consentimiento debe existir, ante todo, sobre la cosa que es objeto del
contrato; el error acerca de la identidad específica de la cosa que se vende
o sobre la materia que constituye su esencia o sustancia importa la ausen-
cia del consentimiento 116

881
INDICE DE MATERIAS

142. El consentimiento debe recaer, en segundo lugar, sobre el precio de venta 117
143. El consentimiento debe recaer, finalmente, sobre la venta misma, esto es,
sobre la especie del contrato que se celebra. Las ventas simuladas, o sea
aquellas que se hacen sin intención real y verdadera de celebrar una com-
praventa, o para disfrazar un contrato prohibido por la ley no son contra-
tos de venta 118
144. Determinar si las partes han tenido la intención de celebrar una venta u
otro contrato es una cuestión de hecho que deben resolver los jueces de la
causa 120
145. Efectos que produce en la celebración del contrato de venta el consenti-
miento de las partes cuando recae sobre los requisitos esenciales, de la
naturaleza o accidentales del contrato 121
146. Si en el remate de una propiedad no se leen todas sino algunas de las
condiciones establecidas para él, sólo afectan al subastador las que se le
dieron a conocer 123
147. Si en los avisos y carteles por los que se anuncia el remate se señalan unas
bases y al tiempo de la subasta se leen otras, éstas y no aquéllas obligan al
subastador 124
148. La formación del consentimiento en el contrato de venta se rige por las
reglas del título I del libro II del Código de Comercio 124
149. El consentimiento se forma de una oferta seguida de una aceptación pura
y simple 125
150. Para que la aceptación cree el contrato, es menester que la oferta haya
persistido hasta el momento en que aquella se dé 126
151. La oferta puede ser retractada en tanto no se produzca la aceptación . . . . 126
152. En el Código alemán la oferta liga a su autor, a menos que se reserve el
derecho de retractarse 126
153. La oferta y la aceptación pueden ser expresa o tácita 126
154. No debe confundirse la aceptación tácita con la aceptación presunta . . . . 127
155. La venta puede celebrarse entre ausentes, entre presentes y respecto de
personas indeterminadas 128
156. Qué se entiende por contrato entre presentes; cuándo se perfecciona este
contrato 128
157. En los contratos entre presentes la aceptación debe darse en el acto de ser
conocida la oferta por la persona a quien se dirige; si así no se hace cadu-
ca la oferta 129
158. Cuándo se perfecciona la venta celebrada por intermedio de un mandata-
rio o de un corredor 129
159. Qué se entiende por contratos entre ausentes 130
160. En qué tiempo debe darse la aceptación en estos contratos 130
161. En caso de aceptación extemporánea, el proponente debe dar pronto avi-
so de su retractación al aceptante; si así no lo hace, debe indemnizar los
peijuicios que haya causado a éste 130
162. La retractación o caducidad de la oferta en el tiempo que media entre su
envío y la aceptación impiden la formación del contrato 132
163. Si la retractación se produce antes de darse la aceptación, no hay contrato
de venta, aunque aquella llegue a conocimiento del aceptante después de
producida la aceptación 132
164. En tal caso, el proponente queda obligado a indemnizar los peijuicios que
el aceptante haya sufrido con esa retractación. Controversia de los autores
acerca del valor y fundamento de esta obligación del proponente 133

882
INDICE DE MATERIAS

165. Si el proponente muere o se incapacita antes de darse la aceptación, el


contrato no se forma y ni aquél ni sus herederos están obligados a indem-
nizar peijuicios, aun cuando la aceptación se haya producido 135
166. La oferta que se hace señalando un plazo dentro del cual deba darse la
aceptación, caduca por el solo hecho de su vencimiento. La aceptación
producida fuera de él no produce efecto alguno ni obliga al proponente a
indemnizar peijuicios, aunque no haya dado aviso al aceptante de la cadu-
cidad de la oferta 136
167. El proponente que señala un plazo dentro del cual debe ser aceptada la
oferta no puede retractarse antes de su vencimiento 136
168. Si el proponente que ha señalado un plazo se retracta antes de su venci-
miento, hay siempre contrato si la aceptación se produce dentro de aquél 137
169. Si el proponente que ha señalado un plazo muere o se incapacita antes de
su vencimiento y antes de producirse la aceptación, no hay contrato ni
aquél debe peijuicios, aunque ésta se dé oportunamente 139
170. Diversas teorías acerca del momento en que se perfecciona el contrato
entre ausentes; importancia de la cuestión 140
171. Nuestro Código de Comercio adopta la teoría de la aceptación o de la
declaración, es decir, la venta entre ausentes se perfecciona cuando el
aceptante acepta la oferta, aunque el proponente no tenga conocimiento
de la aceptación 148
172. Si el aceptante envía su aceptación oportunamente, pero por culpa de los
empleados del correo o del telégrafo el proponente no la recibe o la reci-
be con atraso, hay siempre contrato y el aceptante puede exigir su cumpli-
miento 151
173. La venta solemne no se perfecciona por la sola reunión de la oferta y la
aceptación 152
174. En las ventas condicionales la oferta y la aceptación crean el contrato una
vez que se cumpla la condición 153
175. Si se cruzan dos cartas llevando una la proposición de vender y la otra la
proposición de comprar, concebidas ambas en términos idénticos, el con-
trato se perfecciona en el momento en que ambas se encuentren escritas . . 153
176. Los contratos celebrados por teléfono participan de las características de
los contratos entre presentes y de los contratos entre ausentes 154
177. La oferta puede ser indeterminada; es tal cuando se hace por avisos, pros-
pectos, circulares, etc., y en general por los diversos medios de rédame . . 156
178. Nuestro Código de Comercio distingue entre las ofertas hechas por me-
dios de rédame que se dirigen a personas determinadas y las que se diri-
gen al público en general 156
179. Diferencias entre la oferta dirigida a una persona en especial y la que se
hace a personas indeterminadas 156
180. Cuándo se forma el contrato celebrado por medios de rédame 156
181. En qué casos la oferta realizada por medios de rédame no obliga al pro-
ponente, aunque sea aceptada 157
182. Las ofertas hechas por medios de rédame, aunque se dirijan a personas
determinadas, no imponen ninguna obligación al proponente, pues se en-
tienden hechas bajo condición de que las cosas, al tiempo de ser exigidas,
no hayan aumentado de precio, no hayan sido enajenadas o de que exis-
tan en el domicilio del proponente 157
183. El proponente que ofrece por medios de rédame mercaderías que no
tiene en su domicilio, no tiene responsabilidad alguna respecto de las per-
sonas que se las exijan 158

883
INDICE DE MATERIAS

184. Si el proponente se retracta de su oferta, muere o se incapacita, no está


obligado a indemnizar peijuicios al que haya aceptado la oferta y el con-
trato no puede formarse 158

Capítulo Cuarto
DE LA COSA VENDIDA
I o GENERALIDADES

185. En qué consiste la cosa vendida 159


186. Pueden venderse todas las cosas cuya enajenación no esté prohibida por la
ley 160
187. Las cosas incorporales también pueden ser objeto del contrato de venta . 160
188. La venta de la propiedad literaria y artística tiene características especiales
que la convierten en un contrato de edición 161
189. Requisitos que debe reunir la cosa vendida 162
190. Efectos que produce en el contrato de venta la omisión de alguno de esos
requisitos 163

2o PRIMER REQUISITO: LA COSA VENDIDA DEBE SER COMERCIABLE

191. Son cosas comerciables las que pueden constituir un objeto lícito al enaje-
narse 164
192. Diferencia que sobre esta materia existe entre nuestro Código y el Código
francés 165
193. El carácter de incomerciable de una cosa emana de la disposición legal
que prohibe su enajenación 166
194. La venta de una cosa incomerciable es nula absolutamente 167
195. La incomerciabilidad puede ser absoluta o relativa 167
196. Enumeración de las cosas incomerciables 168
I o Las cosas que no existen 168
2o Las cosas comunes a todos los hombres 168
3° Las cosas sagradas 168
4 o Los bienes nacionales de uso público 168
5° La sucesión de una persona viva 169
6 o Todos los bienes presentes y futuros de una persona, sea el total,
sea una cuota de los mismos 169
7 o El derecho que nace del pacto de retroventa 169
8o Los derechos y privilegios que no pueden transferirse a otra persona . 169
a) Los derechos de uso y habitación 169
b) El usufructo legal del padre o del marido sobre los bienes del hijo y de
la mujer respectivamente 169
c) El derecho de alimentos 169
d) Los derechos de padre, hijo, marido, curador, etc 170
e) La facultad de testar 170
f) El privilegio de pobreza 170
9 o Los libros, láminas, pinturas y estatuas obscenas cuya circulación esté
prohibida por la autoridad competente y los impresos condenados como
abusivos de la libertad de imprenta 170

884
INDICE DE MATERIAS

10.Las cosas cuyo monopolio se reserva el Estado 171


11.La clientela de un abogado, médico o ingeniero, etc 171
12.La clientela de un comerciante 171
13.Los bonos, cupones, billetes de bancos, acciones, sellos, papel sellado,
punzones, etc., y otros documentos falsificados 171
14. Las armas cuyo uso está prohibido por la ley o por los reglamentos
generales 171
15. Los boletos de loterías cuya venta no haya sido autorizada por una ley . . 171
16. Las sustancias o productos nocivos a la salud cuya venta esté prohibida . 171
17. Los productos de la caza y pesca fuera de las épocas señaladas para
una y otra 171
18. Las carnes que no hayan sido beneficiadas en los mataderos 172
19. Los alcoholes o vinos que no cumplan con los requisitos que señala la
ley número 3.087 de 5 de abril de 1916 172
20. Las patentes de bebidas alcohólicas 172
21. Los cigarros sueltos sin la faja de impuesto correspondiente adherida a
ellos 172
22. Los cigarrillos sueltos o a granel 172
23. Los terrenos de indígenas situados en territorio indígena mientras el
enajenante no tenga título inscrito y competentemente registrado . . . 172
24. Las empresas municipales de agua potable y las de desagües 173
25. Las gratificaciones o pensiones que, por cualquier título, reciban los
militares o sus familias 173
26. Las pensiones concedidas a los inválidos y a las familias de los falleci-
dos en la campaña contra el Perú y Bolivia 173
27. Los montepíos militares 173
28. Los montepíos concedidos a las familias de los empleados policiales .. 173
29. Las pensiones que se conceden a los obreros o a sus familias en virtud
de la ley de accidentes del trabajo 173
30. En general, todas las gratificaciones, sueldos y pensiones de gracia, reti-
ro y montepío que paguen el Estado y las Municipalidades 173
31. Las funciones y empleos públicos 173
32. Las distinciones honoríficas, como medallas, condecoraciones, grados,
etc 175
33. El nombre de una persona 175
34. La facultad que tienen algunas personas para enviar sus cartas por el
correo sin ponerles estampillas 175
35. Los pases libres de los ferrocarriles de que gozan ciertas personas . . . . 176
36. Las especies embargadas por decreto judicial, a menos que el juez lo au-
torice y el acreedor consienta en ello; y las especies cuya propiedad se
litiga sin permiso del juez que conoce en el litigio 176
197. Para que las cosas embargadas por decreto judicial no puedan venderse, si
son inmuebles, es menester que el embargo se inscriba en el Registro Con-
servatorio respectivo 176
198. En la denominación de bienes embargados se comprenden los bienes de-
tenidos, retenidos, impedidos y prohibidos de enajenar en virtud de man-
damiento expedido por juez competente 177
199. La sola declaratoria de concurso o quiebra no da a los bienes del concur-
sado o fallido el carácter de inalienables; para que revistan ese carácter
debe decretarse prohibición a su respecto e inscribirse en el registro res-
pectivo, si se trata de inmuebles 177

885
INDICE DE MATERIAS

200. Para que los bienes embargados puedan enajenarse es menester que su
enajenación sea autorizada por el mismo juez que decretó la prohibición
o embargo 178
201. Hay objeto ilícito en la venta que hace un juez de una propiedad que
estaba embargada en un juicio de que él conocía, si al tiempo de la subas-
ta existía sobre la misma propiedad otro embargo o prohibición decreta-
da por otro juez 178
202. En la venta de las cosas embargadas hay objeto ilícito sea que se vendan en
venta privada o en venta forzada hecha ante la justicia 178
203. Si la cosa embargada se remata dentro del mismo juicio en que se decretó el
embargo a petición del acreedor y por orden del juez que lo decretó, no
hay objeto ilícito en la venta, aunque aquél no se haya cancelado previa-
mente 178
204. Si el acreedor ejecutante cede su crédito a un tercero que subasta la pro-
piedad embargada, no obstante estar pendiente el embargo, no hay objeto
ilícito en la venta, siempre que el juez la haya autorizado 178
205. Si se enajenan los derechos que corresponden al ejecutado sobre un de-
terminado bien raíz, no obstante existir una prohibición sobre ellos, la
venta es nula si el juez no la ha autorizado ni el acreedor la ha consentido 179
206. No obsta a la validez de una adjudicación entre comuneros, el hecho de
hallarse embargada la cosa que se adjudica 179
207. No hay objeto ilícito en la adjudicación de un inmueble realizada a favor
del comprador de la cuota de un comunero, aun cuando estén embarga-
dos o sujetos a prohibición de enajenar las acciones y derechos que a otro
de los comuneros pudieran corresponder sobre el inmueble 179
208. Para que haya objeto ilícito en la venta de los bienes cuya propiedad se
litiga es menester que el juez decrete prohibición sobre ellos y que ésta,
tratándose de inmuebles, se inscriba en el registro respectivo 179
209. Para que haya objeto ilícito en la enajenación de los bienes a que se refie-
ren los números 3 o y 4 o del artículo 1464 del Código Civil se requiere que
la prohibición exista al tiempo de la venta 180
210. Diferencias que hay entre la venta de una cosa cuya propiedad se litiga y la
cesión de derechos litigiosos 180
211. El heredero puede vender válidamente los bienes que forman parte de
una herencia aun antes de haber obtenido e inscrito la posesión efectiva
de la misma 180
212. Para determinar si se puede ceder la prohibición que se impone el vende-
dor de ejercer el mismo negocio que ha vendido al comprador debe aten-
derse a la intención de las partes 181
213. La calidad de beneficiario de un seguro de vida puede cederse 181
214. Efectos que produce la venta cuando tiene por objeto a la vez cosas comer-
ciables y cosas incomerciables 182
Primer caso. Las cosas incomerciables figuran como accesorias 182
Segundo caso. Las cosas incomerciables figuran como el principal objeto
de la venta 183

3o SEGUNDO REQUISITO: LA COSA VENDIDA DEBE SER


DETERMINADA Y SINGULAR

215. En qué consiste la determinación de la cosa vendida 183


216. Fundamento de este requisito 183

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INDICE DE MATERIAS

217. La determinación puede hacerse en cuanto al género y en cuanto a la


especie 184
218. La cosa vendida puede ser determinable 184
219. La determinación de la cosa debe hacerse en forma que no dé lugar a
dudas acerca de qué es lo que se vende 185
220. Si la cosa vendida es indeterminada la venta es nula absolutamente 185
221. La cosa vendida debe ser singular 185
222. No debe confundirse la determinación de la cosa con su singularidad . . . 186
223. Es nula la venta de todos los bienes presentes y futuros, sea que se venda
el total o una cuota de ellos 187
224. En qué forma debe hacerse esta venta para que sea válida 187
225. La ausencia de cualquiera de los requisitos exigidos por la ley para la vali-
dez de la venta de todos los bienes presentes o futuros de una persona
produce su nulidad 188
226. Los bienes no comprendidos en la enumeración que debe hacerse en el
contrato no se incluyen en la venta ni aun cuando se estipule que ésta se
refiere a todos los demás bienes del vendedor 188
227. La venta de todos los bienes de una persona es nula, aunque se haga por
escritura pública, si los bienes que se venden no se enumeran en ella sino
en un inventario privado a que se alude en dicha escritura 189
228. La nulidad de la cláusula por la cual se extiende la venta a los demás
bienes del vendedor que no se designan en el contrato no acarrea la de
toda la venta 189
229. La expresión "bienes muebles y semovientes" sin otra explicación es abso-
lutamente indeterminada y los bienes a que se refiere deben reputarse no
incluidos en la venta 190
230. La venta de los muebles de una casa, sin agregar nada más, es válida,
aunque no se haga con arreglo al artículo 1811 del Código Civil 190
231. La venta de un almacén con todas las mercaderías que contenga también
es válida, aunque éstas no se enumeren ni se haga en la forma que indica
el artículo 1811 del Código Civil 190
232. La venta de los minerales que puedan extraerse de una mina es válida,
aunque no se llenen los requisitos del artículo 1811 del Código Civil . . . . 190
233. La venta de los derechos cuotativos que un comunero tiene sobre un in-
mueble determinado que se precisa en el contrato no es cesión de bienes
hereditarios sino venta de derechos en un inmueble 191

4o TERCER REQUISITO: LA COSA VENDIDA DEBE SER DE AQUELLAS


QUE EXISTEN O SE ESPERA QUE EXISTAN

234. Para que la venta sea válida debe recaer sobre una cosa que exista al tiem-
po del contrato o que se espera que exista, situaciones que pueden pre-
sentarse al respecto 191
235. Pueden venderse tanto las cosas que existen como las que se espera que
existan; efectos que produce la venta de unas y otras 191

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INDICE DE MATERIAS

a) COSA QUE DEJÓ DE EXISTIR TOTAL o PARCIALMENTE AL TIEMPO


DE LA CELEBRACIÓN DEL CONTRATO

236. La pérdida de la cosa vendida puede ser total o parcial 192


237. Para que la pérdida total o parcial influya en la validez del contrato debe
acaecer antes de su celebración 192
238. La venta de una cosa que, al tiempo de perfeccionarse el contrato, se
supone existente y no existe, no produce efecto alguno 192
239. Efectos que produce la buena o mala fe de los contratantes en la venta de
una cosa inexistente 194
Primer caso. El vendedor sabe que la cosa ha perecido, pero el comprador
lo ignora 195
Segundo caso. El vendedor y el comprador saben que la cosa no existe . . . . 195
Tercer caso. El comprador sabe que la cosa no existe pero el vendedor lo
ignora 196
Cuarto caso. El comprador y el vendedor ignoran que la cosa haya perecido 196
240. La compra mercantil de una cosa que no existe y se supone existente es
válida siempre que se haga tomando en cuenta los riesgos que corre el
objeto vendido y que el vendedor, al tiempo del contrato, haya ignorado
su pérdida 197
241. En el caso del número anterior la venta es válida, aun cuando ambas par-
tes hayan tenido conocimiento del riesgo que ha corrido la cosa, con tal
que no sepan exactamente si pereció o no 198
242. La venta a que se refiere el número 240 puede pactarse en materia civil .. 199
243. La pérdida parcial de la cosa acaecida antes del contrato da al comprador
el derecho de desistirse de la venta o de dejarla subsistente, abonando el
precio ajusta tasación 199
244. La facultad de desistirse del contrato o de dejarlo subsistente se concede
únicamente al comprador 200
245. Efectos que produce el desistimiento del contrato por parte del comprador 201
246. Si el comprador opta por dejar subsistente el contrato, debe pagar el pre-
cio ajusta tasación 201
247. El comprador puede renunciar expresa o tácitamente la facultad de desis-
tirse del contrato 202
248. Para que el comprador pueda optar por el desistimiento del contrato o
por la disminución del precio es menester que la pérdida de la cosa sea
considerable; al juez corresponde determinar cuándo la pérdida es consi-
derable 203
249. Efectos que produce en el contrato la buena o mala fe de las partes acerca
de la pérdida parcial de la cosa 205
Primer caso. El vendedor sabe que la cosa está deteriorada, pero el compra-
dor lo ignora 205
Segundo caso. El comprador sabe que la cosa está deteriorada, pero el ven-
dedor lo ignora 205
Tercer caso. El vendedor y el comprador saben que la cosa está deteriorada 206
Cuarto caso. El vendedor y el comprador ignoran que la cosa está deterio-
rada 207
250. Efectos que produce la pérdida total o parcial cuando se venden varias
cosas 207
Primer caso. Las cosas se venden por un precio único 207
Segundo caso. Las cosas se venden por precios distintos 208

888
INDICE DE MATERIAS

b) COSA FUTURA, O SEA, COSA QUE SE ESPERA QUE EXISTA

251. La venta de una cosa que no existe, pero que se espera que exista, puede
hacerse en dos formas diversas, según sea que se venda la cosa misma que
no existe y que va a existir, o que se venda la suerte 209
252. La determinación de si la venta es de cosa futura o de la suerte es una
cuestión de hecho que debe decidir el juez atendiendo, ante todo, a la
intención de las partes 210
253. La venta de cosa futura y la venta de la suerte son contratos aleatorios . . . 211
254. La venta de una cosa futura se entiende hecha bajo la condición de que
exista; efectos que produce esta venta 211
255. La venta de cosa futura se entiende realizada a un plazo tácitamente seña-
lado 212
256. La venta del abono a los espectáculos teatrales no es venta de cosa futura
sino cesión de derechos 213
257. La sucesión de una persona viva, aunque de cosa futura, es nula 213
258. La venta de la suerte o esperanza es pura y simple; efectos que produce .. 215
259. La venta de un invento es de la suerte o esperanza 216
260. Es venta de la suerte y no cosa futura aquella por la cual se ceden las
acciones o derechos que tiene el vendedor en una sociedad eminente-
mente aleatoria 217
261. La venta de acciones de sociedades anónimas puede ser de la suerte o de
cosa futura según sea la forma en que se haga 218
262. La venta de una cosecha puede ser de la suerte o de cosa futura según sea
la forma en que se celebre 219
263. Aspecto jurídico de las ventas de derechos litigiosos y de minas 219

5o CUARTO REQUISITO: LA COSA DEBE PERTENECER AL VENDEDOR O A OTRA


PERSONA; PERO NO AL COMPRADOR

264. La compra de cosa propia no vale 220


265. Fundamento de esta ineficacia 221
266. Efecto que produce en esa venta la buena o mala fe de las partes 221
267. Excepciones al principio de que la compra de cosa propia no vale 222
268. Compra de cosa propia bajo la condición de que deje de pertenecer al
comprador 222
269. La venta de una cosa que pertenece en común a dos o más personas y que
una de ellas compra íntegramente a la otra sólo vale por la parte que no
pertenece al comprador 223
270. La compra de una cosa sobre la cual el comprador tiene un dominio im-
perfecto es válida siempre que se refiera a la parte de dominio que no
posee 223
271. Cuándo hay venta de cosa ajena 224
272. La venta de cosa ajena es válida 225
273. El vendedor de cosa ajena no transfiere al comprador el dominio de la
cosa sino únicamente los derechos transmisibles que tenga sobre la misma . 226
274. La buena o mala fe de las partes no influye en la validez de la venta de
cosa ajena, sino en los efectos que produce cuando el vendedor no
puede entregarla o cuando el comprador es despojado de ella por su pro-
pietario 227

889
INDICE DE MATERIAS

275. La mala fe de ambas partes o, al menos, la del comprador acarrea la nuli-


dad de la venta de cosa ajena cuando ésta es el producto del hurto o robo 228
276. Acciones que tiene el comprador de una cosa ajena contra su vendedor
cuando la cosa no ha sido entregada y cuando, después de entregada, es
evicto de ella por su propietario 229
277. La venta de cosa ajena no afecta a su propietario; acciones que le compe-
ten contra el comprador 229
278. Casos en los cuales el comprador de cosa ajena adquiere el dominio de la
cosa vendida por la tradición de la misma 231
279. La venta de cosa ajena ratificada después por el dueño, confiere al com-
prador los derechos de tal desde la fecha de la venta 231
280. La ratificación de la venta debe hacerse por escritura pública cuando re-
cae sobre bienes cuya venta requiere esa solemnidad 233
281. El comprador de cosa ajena será reputado dueño de la cosa desde la tradi-
ción, si después de ésta el vendedor adquiere su dominio 233
282. Venta de una cosa que el vendedor posee en común. Es de cosa ajena
cuando la vende en su totalidad sin el consentimiento de los demás comu-
neros 234
283. Acciones que tienen los demás comuneros contra el comprador de la cosa
común que ha sido vendida íntegramente por uno de ellos 236
284. La venta o cesión que hace un socio de la acción o cuota que tiene en la
sociedad no es de cosa ajena 236
285. Es venta de cosa ajena la que hace un socio o administrador de los bienes
sociales cuando no está facultado para ello 236
286. Hay venta de cosa ajena cuando el socio administrador de una sociedad
colectiva vende un bien social sin el consentimiento de los demás socios . 237
287. Es venta de cosa ajena la que hace un mandatario de los bienes de su
mandante cuando obra fuera de los límites de su mandato y la que hace
un gerente de una sociedad anónima de los bienes de la sociedad cuando
no está facultado para ello 237
288. Es venta de cosa ajena la que hacen dos de los miembros de una familia
de colonos de los derechos que personalmente les corresponden en las
hectáreas concedidas al jefe de la familia en conformidad a las leyes de
colonización de 18 de noviembre de 1866 y de 4 de agosto de 1874 237
289. No es venta de cosa ajena la que hace un curador o un padre de familia de
los bienes de su pupilo o hijo y la que hacen los administradores, manda-
tarios, gerentes y representantes legales de los bienes de sus representa-
dos, cuando obran dentro de sus facultades 238
290. Es venta de cosa ajena la que hace el heredero putativo de los bienes
hereditarios 238
291. Es venta de cosa ajena la que hace el marido de los bienes propios de la
mujer sin el consentimiento de ésta 238
292. La venta de cosa ajena tiene cabida en las ventas forzadas realizadas por el
ministerio de la justicia cuando se vende una cosa que no pertenece al
deudor 239
293. La venta de cosa ajena en los Códigos alemán y español 241
294. La venta de cosa ajena en el Código francés 241
295. Diferencias entre la venta de cosa ajena en nuestro Código y la venta de
cosa ajena en el Código francés 244

890
INDICE DE MATERIAS

Capítulo Quinto
DEL PRECIO

296. En qué consiste el precio en la compraventa; su entrega no es esencial


para la perfección del contrato 245
297. La falta de precio vicia el contrato de nulidad absoluta 246
298. La venta mercantil es válida, aunque no se señale precio, si el vendedor
entrega voluntariamente la cosa al comprador, en cuyo caso se tiene por
tal el que la cosa tenga en el día y lugar en que se celebró el contrato . . . . 246
299. Si las partes no han estipulado precio, el comprador no puede exigir la
entrega de la cosa vendida, ni aunque la venta sea mercantil 247
300. El contrato de venta solemne es nulo si en la escritura pública no se men-
ciona el precio, aunque en la misma escritura el vendedor confiese haber-
lo recibido 248
301. El precio debe reunir tres cualidades 249
302. Primera cualidad: El precio debe consistir en dinero 250
303. Cuándo hay venta y cuándo permuta 252
304. El precio pactado en dinero puede pagarse en otra cosa, sin que por ello
la venta pierda el carácter de tal 253
305. En el contrato de venta puede concederse al comprador la facultad de
pagar el precio en otra cosa que no sea dinero 254
306. Si en la venta se establece la obligación alternativa de pagar el precio en
dinero o en otra cosa, hay venta o permuta según sea que se pague en
dinero o en la otra cosa 254
307. El precio puede consistir en una renta vitalicia 254
308. Si el precio consiste en la obligación de alimentar y vestir al vendedor, no
hay venta sino un contrato innominado 255
309. Si el precio se fija en acciones hay permuta; y hay venta cuando, fijado en
dinero, se estipula pagarlo en acciones 256
310. El precio puede consistir en bonos, letras de cambio o en la cesión de un
crédito a favor del vendedor 256
311. Segunda cualidad: El precio debe ser real o serio 257
312. No es precio real el precio simulado o ficticio 257
313. No es precio real el precio irrisorio 258
314. El precio puede ser vil o no justo; en qué consiste este precio 259
315. Diferencias que existen entre el precio vil y el precio no serio 259
316. Para que haya venta no es necesario que el precio sea justo; efectos que
produce la vileza del precio 260
317. La venta hecha por un precio no serio puede valer como donación disfra-
zada entre las personas capaces de celebrar este contrato siempre que
reúna los requisitos exigidos para la donación 261
318. Caso en que el vendedor ha querido beneficiar al comprador, para lo cual
ha pactado un precio muy inferior al valor de la cosa 262
319. Tercera cualidad: El precio debe ser determinado o determinable 262
320. En lo relativo a la determinación del precio deben tenerse presentes tres
reglas 263
321. Los contratantes pueden fijar el precio por sí mismos o señalar los medios
para determinarlo 263
322. El precio es determinado cuando las partes se remiten al que tenga la cosa
en tal día y en tal lugar 264

891
INDICE DE MATERIAS

323. Si ese día la cosa tiene diversos precios, se toma el término medio; excep-
ciones a esta regla 265
324. Cuando se vende al corriente de plaza se entiende que la venta se hace
por el precio que tenga la cosa el día de la entrega, a menos de pactarse
otra cosa; cuestiones a que da origen esta manera de determinar el precio 265
325. La venta tiene precio determinado cuando se hace por cierto precio más
la mitad o el total del exceso en que la venda el comprador o cuando se
hace por cierto precio menos la mitad o el total del exceso en que la
venda el comprador 268
326. No hay venta si las partes estipulan que el precio se fijará por ellas mismas
en una época posterior; excepción 268
327. El precio puede ser fijado por un tercero en quien convengan los contra-
tantes 270
328. La designación del tercero debe hacerse en el mismo contrato de venta. Si
esa designación se deja para más tarde, la venta es nula y ninguna de las
partes puede obligar a la otra a que proceda a nombrarlo 271
329. Cuando las partes designan en el mismo contrato la persona que debe
fijar el precio, la venta se reputa hecha bajo condición suspensiva 272
330. Cuando el tercero designado en el contrato muere o no puede o no quie-
re fijar el precio, habrá venta siempre que las partes convengan en otra
persona que lo señale; cuestiones a que da origen el artículo 1809 del
Código Civil 274
331. Cuando en la venta comercial el tercero designado no hace la determina-
ción del precio y la cosa vendida fuere entregada, aquella se reputa cele-
brada por el que tuviere la cosa el día de su celebración 276
332. El precio cuya determinación se ha dejado al arbitrio de un tercero no
puede exigirse sino después que éste lo determine 276
333. El tercero que se nombra para determinar el precio no es ni árbitro ni
perito 276
334. El tercero es un mandatario de las partes; consecuencias que de ello se
derivan 277
335. Si el tercero no determina el precio dentro del plazo señalado al efecto no
hay venta, a no ser que las partes no hayan señalado ese plazo con el
carácter de fatal 279
336. Caso en que se nombren varios terceros y ocurran entre ellos divergencias
o algunos se mueran, no puedan o no quieran determinar el precio 280
337. En qué casos las partes pueden impugnar la determinación del precio
fijado por el tercero 282
338. Las partes pueden conferir al juez la facultad de determinar el precio . . . 284
339. Las partes pueden encargar al juez o a otra persona que designe el tercero
que debe determinar el precio 286
340. Momento en que deben colocarse los terceros para determinar el precio . 288
341. Es precio determinado el que señalan los contratantes aumentado o dis-
minuido con arreglo a la determinación que haga un tercero 289
342. No hay venta si las partes dejan la determinación del precio al arbitrio de
un tercero cuyo nombre no señalan en el contrato; excepción 290
343. Si no se ha determinado el precio ni la manera de determinarlo, no hay
venta y ninguna de las partes puede pedir al juez que lo determine 290
344. Si las panes no han señalado el precio ni la manera de determinarlo, nin-
guna puede solicitar del juez que nombre un tercero con ese objeto 291
345. Si las partes han convenido en determinar el precio en una época poste-
rior y llegada ésta no se ponen de acuerdo al respecto, no hay venta y el
juez tampoco puede hacer esa determinación 291

892
INDICE DE MATERIAS

346. El juez no podría, en este caso, hacer esa determinación ni aun cuando la
costumbre del lugar fuera que, a falta de acuerdo sobre el precio, ella
correspondiera al juez 292
347. La venta es nula cuando se hace par lo que vale la cosa 292
348. No hay venta cuando la cosa se vende por el precio que se ofrezca al
vendedor; valor que puede tener esta estipulación 293
349. Efectos que produce en las ventas mercantiles el pacto de venderse la cosa
por el precio que otro ofrezca al vendedor 294
350. El precio no puede dejarse al arbitrio de uno de los contratantes 295

Capítulo Sexto

DE LA CAPACIDAD PARA CELEBRAR EL C O N T R A T O DE V E N T A

351. La capacidad de los contratantes no es un requisito de la esencia de este


contrato 297
352. La capacidad es la regla general y la incapacidad la excepción; consecuen-
cias que fluyen de este principio 298
353. La incapacidad para celebrar el contrato de venta puede ser común o
general y particular o especial, según sea que la persona a quien afecte sea
incapaz para celebrar todo contrato o el de venta únicamente 299
354. Diferencias que hay entre ambas especies de incapacidades 300
355. Incapacidades comunes o generales para celebrar el contrato de venta.
Forma en que pueden vender y comprar los menores, los disipadores, las
mujeres casadas, los religiosos y las personas jurídicas 301
356. Las incapacidades especiales para celebrar el contrato de venta son dobles
y simples, según sea que los incapaces no puedan comprar y vender o que
únicamente no puedan vender o comprar 305

A) INCAPACIDAD PARA V E N D E R Y C O M P R A R

1) VENTA ENTRE CÓNYUGES

357. Origen y fundamento de esta prohibición 307


358. La venta entre cónyuges no divorciados, aunque separados de bienes, es
nula 309
359. La venta entre cónyuges divorciados temporalmente es nula 310
360. La venta entre futuros esposos es válida a menos que importe una modifi-
cación a las capitulaciones matrimoniales 311
361. La venta entre cónyuges es nula sea que recaiga sobre sus propios bienes o
sobre los de la sociedad conyugal 312
362. La venta entre los cónyuges es nula aunque recaiga sobre los bienes que,
según el artículo 1736 del Código Civil, no entran en la sociedad conyugal . 312
363. La venta entre cónyuges es nula aunque se haga en pública subasta 312
364. La venta entre cónyuges es nula aun cuando los bienes de uno de ellos se
vendan forzadamente por la justicia 312
365. La disposición del número 6 o del artículo 1725 del Código Civil no consti-
tuye una excepción a la incapacidad establecida por el artículo 1796, por-
que sólo se aplica a los bienes que se aportan al matrimonio 313

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INDICE DE MATERIAS

366. La venta entre cónyuges no divorciados perpetuamente es nula absoluta-


mente 315
367. La venta entre cónyuges no vale ni como donación disfrazada 317
368. La venta entre cónyuges no puede celebrarse por interpósita persona; quié-
nes son tales 318
369. Por regla general, la ley no prohibe la celebración de contratos a título
oneroso entre los cónyuges; en qué casos se prohiben 319
370. Legislación comparada sobre la prohibición impuesta a los cónyuges de
celebrar entre sí el contrato de venta 324

2) VENTA ENTRE EL PADRE Y EL HIJO DE LA FAMILIA

371. Fundamento de la prohibición 326


372. Esta prohibición sólo existe entre el padre y el hijo de familia; qué se
entiende por tal. No rige para el hijo que contrata con su peculio profesio-
nal o industrial 327
373. La venta entre el padre y el hijo de familia es nula, aunque se haga en
pública subasta 328
374. La venta entre el padre y el hijo de familia es nula aunque se haga forzada-
mente ante la justicia 329
375. El padre no puede comprar los bienes del hijo de familia que forman sus
peculios adventicios ordinario y extraordinario 329
376. El contrato de venta puede celebrarse entre el nieto y el abuelo 329
377. El contrato de venta puede celebrarse entre la madre y el hijo de familia;
excepciones 330
378. La venta entre el padre y el hijo de familia es nula absolutamente 333
379. La venta entre el padre y el hijo de familia es nula aunque se celebre por
interpósita persona 333
380. La venta entre el padre y el hijo de familia no vale ni como donación
disfrazada 334

B) INCAPACIDAD PARA V E N D E R

381. Los administradores de establecimientos públicos no pueden vender parte


alguna de los bienes que administran 334
382. La venta efectuada en contravención a esa prohibición es nula absoluta-
mente; responsabilidad que por ella afecta al empleado infractor 335
383. La violación de esta prohibición importa una extralimitación de faculta-
des 336
384. En qué casos los administradores de establecimientos públicos pueden ven-
der válidamente los bienes que administran 337
385. Qué se entiende por autoridad competente para los efectos del artículo
1797 del Código Civil 337
386. Esta prohibición no se refiere a los administradores de las sociedades civi-
les o comerciales 338
387. Esta prohibición se aplica a los administradores de las corporaciones o
fundaciones de derecho público, pero no a los de las corporaciones o
fundaciones de derecho privado 338
388. En qué forma pueden enajenarse los bienes fiscales, municipales, los bie-
nes de la Iglesia, de la Beneficencia y de los Ferrocarriles 338

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INDICE DE MATERIAS

389. El concursado o fallido no puede vender sus bienes después de haber sido
declarado en concurso o quiebra 340
390. La venta efectuada en contravención a esta prohibición es nula relativa-
mente 341
391. La prohibición impuesta al concursado o fallido de vender sus bienes se
refiere únicamente a los que forman parte del concurso o quiebra 341
392. El concursado o fallido puede comprar bienes durante el estado de con-
curso o quiebra, sin peijuicio del derecho de los acreedores para someter-
los a intervención 341
393. El ejecutado no puede vender los bienes que le hayan sido embargados en
la ejecución seguida en su contra 342
394. El mandatario para comprar no puede vender de lo suyo al mandante lo
que éste le haya ordenado comprar 343

C) INCAPACIDAD PARA COMPRAR

1) PROHIBICIÓN IMPUESTA AL EMPLEADO PÚBLICO

395. Requisitos para que se aplique esta prohibición 343


396. Fundamento de esta prohibición 344
397. La prohibición se refiere a los bienes que el empleado público venda en
venta privada y en pública subasta 345
398. Qué se entiende por empleado público para los efectos de esta prohibi-
ción 346
399. El Código Civil no prohibe a los administradores de bienes públicos com-
prar los que administran; excepciones establecidas por las leyes de Munici-
palidades, de Beneficencia y de Ferrocarriles 346
400. El notario no puede adquirir los bienes que se vendan por su ministerio . 347
401. El notario puede comprar los bienes que se vendan entre otras personas
por escritura otorgada ante él 349
402. Los martilieros nombrados por el Presidente de la República no pueden
comprar los bienes que vendan en razón de su oficio 349
403. Los martilieros privados tampoco pueden comprar los bienes que se ven-
dan en razón de su oficio, porque son mandatarios para vender 349
404. Los corredores titulados no pueden comprar los bienes que vendan por su
intermedio; tampoco pueden hacerlo los que no son titulados, porque son
mandatarios para vender 350
405. Los intendentes y gobernadores pueden adquirir los bienes fiscales situa-
dos de la provincia o departamento que administran 350
406. El Presidente de la República y el Ministro respectivo no pueden adquirir
los bienes fiscales que se venden en virtud de una autorización legislativa . 351
407. Prohibición impuesta por el Código de Minas a los intendentes, goberna-
dores, notarios y a sus oficiales de adquirir minas dentro del territorio en
que ejercen sus cargos 352
408. Diferencias que existen entre la prohibición impuesta por el Código Civil
y la establecida por el Código de Minas 353
409. El empleado público no puede comprar ni aun por interpósita persona
los bienes que venda por su ministerio ni las minas que estén situadas en
el territorio en que ejerce sus funciones 354

895
INDICE DE MATERIAS

410. Estas prohibiciones no se aplican a los parientes del empleado; excepcio-


nes establecidas por las leyes de Municipalidades y de Beneficencia y por
el Código de Minas 355
411. El empleado público no puede comprar para su mujer, hijo de familia,
pupilo o sociedad que representa o que administra los bienes que vende
por su ministerio 356
412. El empleado público puede adquirir como mandatario de un tercero los
bienes que venda por su ministerio y las minas que estén situadas dentro
del territorio en que ejerce sus funciones 357
413. La compra que el empleado público hace de los bienes que vende por su
ministerio es nula absolutamente 357
414. El empleado que compra los bienes que vende por su ministerio incurre
en las penas que señala el artículo 240 del Código Penal 358
415. El martiliero oficial que compra lo que vende en razón de su oficio queda
incurso en las penas que señalan los artículos 88 del Código de Comercio
y 240 del Código Penal 358
416. Las minas adquiridas en contravención a la prohibición establecida por el
artículo 23 del Código de Minas pasan a la Municipalidad de la comuna
en que estuvieren ubicadas sin peijuicio de la nulidad absoluta del acto . . 359
417. Legislación comparada sobre esta prohibición 360

2) PROHIBICIÓN IMPUESTA A LOS JUECES Y DEMÁS FUNCIONARIOS DEL ORDEN JUDICIAL

418. Importancia de esta materia 361


419. Fundamento de esta prohibición 361
420. En qué consiste esta prohibición 362
421. Cuáles son los actos que se prohiben a estos funcionarios 363
422. Requisitos para que se aplique esta prohibición 365
423. A quiénes se aplica esta prohibición 365
424. Cuáles son las cosas que se prohibe adquirir a estos funcionarios 366
425. La prohibición se aplica tanto a los bienes que son objeto de un litigio
como a los que son materia de un acto de jurisdicción voluntaria 369
426. La prohibición establecida por la Ley Orgánica de Tribunales rige para los
jueces desde que comienzan a intervenir en el juicio o negocio a que se
refieren los bienes 371
427. Esta prohibición rige para los demás funcionarios judiciales desde que
intervienen en el proceso en su carácter de tal 371
428. Los jueces, secretarios de juzgado, relatores, receptores, oficiales del mi-
nisterio público y defensores de menores y de ausentes pueden adquirir
los bienes y derechos que se litiguen en un juicio en que no intervienen,
aunque sea de su competencia 371
429. Los miembros de una Corte de Apelaciones pueden adquirir los derechos
o bienes que se litiguen ante un juzgado sujeto a su jurisdicción mientras
no tomen parte en el juicio 372
430. Los receptores, secretarios, relatores, oficiales del ministerio público y de-
fensores de menores y de ausentes pueden adquirir los bienes que se liti-
guen en un juicio que se tramita ante el tribunal cerca del cual están
llamados a prestar sus funciones en tanto no intervengan en él 372
431. La prohibición establecida por el artículo 1798 del Código Civil tiene lu-
gar cuando el juez, abogado, escribano o procurador compra los bienes
que se venden a consecuencia del litigio en que interviene en su calidad
de tal 372

896
INDICE DE MATERIAS

432. Esa prohibición se aplica también a los relatores, receptores oficiales del
ministerio público y defensores de menores y ausentes que intervengan
como tales en el juicio 373
433. Los funcionarios anteriormente indicados pueden adquirir los bienes que
se vendan a consecuencia de un litigio en el cual no han intervenido . . . . 373
434. Los jueces no pueden adquirir los bienes que se vendan a consecuencia
de un litigio en que no intervienen, siempre que esos mismos bienes sean
objeto de un litigio en que están conociendo 373
435. Los secretarios, relatores, receptores, oficiales del ministerio público y de-
fensores de menores y ausentes no pueden adquirir los bienes que se ven-
dan a consecuencia de un litigio en que no intervienen si esos mismos
bienes son materia de otro juicio en que han intervenido 373
436. Los abogados y procuradores pueden adquirir los bienes que se venden a
consecuencia de un litigio en que no intervienen aunque esos mismos
bienes sean objeto de otro juicio en que están interviniendo 374
437. La prohibición impuesta a los funcionarios judiciales rige tanto cuando la
venta se hace privadamente como cuando se hace en pública subasta . . . . 374
438. Los bienes y derechos se reputan litigiosos para los efectos de esta prohibi-
ción desde que los funcionarios judiciales intervienen en el litigio a que se
refieren 374
439. Para que se prohiba a los funcionarios judiciales adquirir los bienes y de-
rechos litigiosos es menester que sean el objeto de un litigio anterior a la
cesión y en el cual hayan intervenido, no basta que sean de naturaleza a
dar origen a un juicio 375
440. Basta que el juez, secretario, relator, receptor, oficial del ministerio públi-
co y defensor de menores intervenga una sola vez en el juicio para que no
pueda adquirir los bienes y derechos a que aquel se refiere 375
441. Los jueces, abogados, secretarios y procuradores no pueden adquirir los
bienes que se vendan a consecuencia del litigio en que han intervenido
aunque al tiempo de la venta no estén interviniendo 376
442. Los relatores, receptores, oficiales del ministerio público y defensores de
menores no pueden adquirir los bienes que se vendan a consecuencia del
litigio en que han intervenido ni aun cuando al tiempo de la venta no
estén interviniendo 377
443. Basta que un funcionario judicial intervenga en el juicio, aunque al tiem-
po de la compra no sea tal, para que no pueda adquirir los bienes y dere-
chos a que se refiere el juicio en que intervino 377
444. Los funcionarios judiciales a quienes se aplica esta prohibición no pueden
adquirir los bienes y derechos a que se refiere el juicio en que han interve-
nido ni aun por interpósita persona 377
445. Quiénes son personas interpuestas 377
446. Los funcionarios judiciales incapacitados pueden adquirir como mandata-
rios de un tercero no incapacitado los bienes y derechos a que se refiere el
juicio en que intervienen 378
447. La prohibición se aplica a la esposa e hijos de los jueces, secretarios, rela-
tores, receptores, oficiales del ministerio público y defensores de menores
que han intervenido en el juicio 378
448. La prohibición rige para la mujer divorciada como para la no divorciada y
para los hijos que estén y para los que no estén bajo patria potestad de los
funcionarios incapacitados 379

897
INDICE DE MATERIAS

449. Los funcionarios mencionados en el número 447 no pueden adquirir los


bienes y derechos en cuyo litigio intervienen para sus pupilos ni para las
sociedades que administren 380
450. La prohibición establecida por el artículo 154 de la Ley Orgánica de Tri-
bunales se extiende a las cosas y derechos que han dejado de ser litigiosos
mientras no transcurran cinco años desde que dejaron de serlo 381
451. Cuándo se entiende que las cosas y derechos dejan de ser litigiosos para
este efecto 381
452. El plazo de cinco años corre durante los días feriados 382
453. La prohibición subsiste durante los cinco años mencionados aun cuando
el juez, secretario, relator, receptor, oficial del ministerio público y defen-
sor de menores que intervino en el juicio adquiera las cosas o derechos
litigiosos de manos de un tercero que, a su vez, los adquirió en el juicio o
de alguno de los litigantes 382
454. El abogado o procurador que ha intervenido en un juicio puede adquirir
los bienes que se vendan a consecuencia de él, aunque no hayan transcu-
rrido cinco años desde su terminación; también pueden adquirirlos de
manos del tercero que los compró cuando se vendieron a consecuencia
del juicio, aunque éste se halle pendiente al tiempo de la compra 383
455. Si el abogado interviene como juez en el litigio no puede adquirir los
bienes que se vendan a consecuencia de él mientras no transcurran cinco
años desde que dejaron de ser litigiosos 383
456. En qué casos los jueces, secretarios, relatores, receptores, oficiales del mi-
nisterio público y defensores de menores pueden adquirir los bienes y
derechos que se litiguen en los juicios en que intervienen o han interveni-
do 384
457. La excepción indicada en el número anterior se aplica también a la esposa
e hijos de esos funcionarios 388
458. En el caso de excepción mencionado, los funcionarios incapacitados pue-
den adquirir todos o una parte de los bienes o derechos litigiosos en cuyo
litigio han intervenido o intervienen 388
459. El juez compromisario que es heredero abintestato o testamentario o lega-
tario de la persona cuya herencia liquida puede adquirir bienes de esa
herencia 389
460. El pacto de quola litis es válido entre nosotros; en qué consiste este pacto . 390
461. Las prohibiciones mencionadas se aplican a todo juez 392
462. Las prohibiciones mencionadas se aplican también a los funcionarios judi-
ciales suplentes, interinos y ad-hoc 393
463. La prohibición del artículo 154 de la Ley Orgánica de Tribunales se aplica
a los receptores de menor cuantía 393
464. Las prohibiciones de los artículos 1798 del Código Civil y 154 de la ley
citada se aplican a los notarios cuando intervienen en el juicio como se-
cretarios o actuarios 394
465. Los abogados y procuradores pueden adquirir los bienes y derechos liti-
giosos en cuyo litigio intervienen con tal que no se vendan a consecuencia
del litigio 394
466. Los abogados y procuradores pueden adquirir los bienes y derechos liti-
giosos en cuyo litigio intervienen, a título de sucesión por causa de muer-
te, aunque se vendan a consecuencia del litigio 394
467. Fundamento de la prohibición impuesta al abogado 396
468. Qué se entiende por abogado para los efectos de esta prohibición 396

898
INDICE DE MATERIAS

469. Los abogados y procuradores pueden adquirir para la parte que represen-
tan los bienes que se vendan a consecuencia del litigio en que intervienen 397
470. La prohibición del artículo 1798 del Código Civil se aplica a todo manda-
tario o procurador judicial 397
471. El tesorero fiscal, el Director del Tesoro y de Ferrocarriles que interviene
en un juicio como representante del Fisco no puede adquirir los bienes
que se vendan a consecuencia de aquél 397
472. Los presidentes y administradores de las sociedades civiles y comerciales
no pueden adquirir los bienes que se vendan a consecuencia del litigio en
que intervienen en su calidad de tales 398
473. Un abogado o procurador no puede adquirir los bienes de su mandante,
ni aun con su autorización, cuando se vendan a consecuencia de un juicio
en que el abogado o procurador ha intervenido en su carácter de tal . . . . 398
474. Para que los abogados y procuradores no puedan adquirir los bienes que
se venden a consecuencia del litigio en que intervienen no es menester
que sean de su cliente 399
475. Las partes litigantes pueden adquirir los bienes que se vendan a conse-
cuencia del litigio y los bienes y derechos que en él se litiguen 400
476. Los notarios, los conservadores de bienes raíces, comercio y minas y los
archiveros pueden adquirir los bienes que se vendan a consecuencia de un
juicio y los bienes y derechos que en él se litiguen, aunque hayan interve-
nido en el juicio como tales funcionarios 400
477. Los peritos o tasadores no pueden adquirir los bienes que tasen y que se
vendan en un juicio 401
478. Las prohibiciones antedichas se aplican a los árbitros y a los liquidadores . 402
479. Los depositarios y secuestres pueden adquirir los bienes que tienen en su
poder 403
480. Los interventores judiciales pueden comprar los bienes que tienen bajo
intervención 403
481. Las prohibiciones mencionadas no se aplican a los oficiales primeros de
secretaría 403
482. Prohibición impuesta por el Código de Minas a los jueces, a los secretarios
de juzgados y a sus oficiales 404
483. La infracción de los artículos 1798 del Código Civil y 154 de la Ley Orgá-
nica de Tribunales vicia el acto de nulidad absoluta 406
484. Sanción penal en que incurren los jueces, secretarios, relatores, recepto-
res, oficiales del ministerio público, defensores de menores y procurado-
res del número que contravienen esas prohibiciones 407
485. Legislación comparada sobre esta materia 408

3) PROHIBICIÓN IMPUESTA A LOS TUTORES Y CURADORES

486. Fundamento de esta prohibición 410


487. Origen y desarrollo histórico de esta prohibición 410
488. En qué consiste esta prohibición 411
489. El tutor o curador puede comprar los bienes muebles del pupilo siempre
que la compra sea autorizada por los demás tutores o curadores generales
no implicados de la misma manera o por el juez en subsidio 412
490. Para la validez de esa venta basta la autorización de los demás tutores o
curadores, o la del juez, sin que sea necesario solicitar ambas a la vez . . . . 413

899
INDICE DE MATERIAS

491. Esas dos autorizaciones no son facultativas y deben emplearse en el orden


señalado por el artículo 412 del Código Civil 413
492. Cuando hay un solo tutor o curador debe nombrarse al pupilo un curador
especial para que, en su representación, celebre el contrato de venta con
el tutor o curador 413
493. El tutor o curador puede adquirir los bienes muebles del pupilo cum-
pliendo con las exigencias legales, sea que la venta se haga privadamente,
en pública subasta o ante la justicia 414
494. El tutor o curador puede comprar los bienes muebles del pupilo como
mandatario de un tercero, sin necesidad de solicitar la autorización de los
demás tutores o curadores generales o del juez en subsidio 414
495. El tutor o curador no puede comprar, en ningún caso, los bienes raíces
del pupilo 414
496. El tutor o curador no puede comprar los bienes raíces del pupilo sea que
se vendan privadamente o en pública subasta 414
497. Tampoco puede comprarlos cuando se venden forzadamente por la justi-
cia 415
498. El tutor o curador puede adquirir como mandatario de un tercero los
bienes raíces del pupilo 415
499. Las prohibiciones impuestas al tutor o curador rigen para sus parientes. A
cuáles de estos se aplican y a qué bienes se refieren 415
500. Cuando se venden los bienes raíces o muebles del pupilo que tiene un
solo tutor o curador, a consecuencia de un juicio ejecutivo, no es menes-
ter una nueva autorización del juez para que un hermano legítimo o natu-
ral o un consanguíneo o afín legítimo hasta el cuarto grado del tutor o
curador pueda adquirirlos 416
501. Los socios de comercio del tutor o curador pueden adquirir los bienes
raíces y muebles del pupilo cumpliendo con las formalidades que señala
el inciso primero del artículo 412 del Código Civil 417
502. El arü'culo 412 se refiere también al socio de sociedad civil 418
503. El artículo 412 no comprende al socio de sociedad anónima 418
504. La sociedad o corporación de que es socio o administrador el tutor o
curador puede adquirir los muebles del pupilo con arreglo al artículo 412 418
505. La sociedad o corporación de que es socio o administrador el tutor o
curador no puede adquirir los bienes raíces del pupilo 419
506. El tutor o curador puede adquirir un crédito contra su pupilo con la auto-
rización de los demás tutores o curadores generales o del juez en subsidio 419
507. El tutor o curador y sus parientes pueden vender sus propios bienes al
pupilo con sujeción al inciso 1° del arü'culo 412 del Código Civil 421
508. El tutor o curador y demás personas que señala el artículo 412 no pueden
adquirir los bienes muebles raíces del pupilo, en contravención a ese artícu-
lo ni aun por interpósita persona 421
509. Un tutor o curador que ha dejado de desempeñar su cargo no puede
comprar por interpuesta persona los bienes raíces del pupilo cuya compra
se realizó por aquella cuando el tutor o curador lo estaba desempeñando 421
510. La disposición del artículo 412 se aplica a los tutores y curadores que ad-
ministran bienes del pupilo 422
511. A qué tutores y curadores y respecto de qué bienes del pupilo es aplicable
la disposición del artículo 412 del Código Civil 422
512. Cuando hay varios tutores o curadores generales, sea que administren se-
parada o conjuntamente, ninguno de ellos puede comprar los bienes del
pupilo que administran los demás sino con arreglo al artículo 412 424

900
INDICE DE MATERIAS

513. El artículo 412 también se aplica al que ejerce el cargo de tutor o curador
sin serlo verdaderamente, pero que cree que lo es 424
514. El tutor o curador puede comprar válidamente de un tercero los bienes
raíces y muebles que el pupilo vendió a éste sin necesidad de sujetarse al
artículo 412 424
515. La disposición del artículo 412 se aplica al tutor o curador mientras desem-
peñe el cargo de tal 425
516. El tutor o curador que ha cesado en el desempeño de su cargo puede
adquirir los bienes muebles y raíces del pupilo sin sujeción al artículo 412,
aunque su cuenta administratoria no haya sido aprobada 426
517. Si el tutor o curador compra los bienes raíces del pupilo, o sus bienes
muebles sin sujetarse a las formalidades del artículo 412 el acto es nulo
absolutamente 426
518. A quién compete la acción de nulidad; en qué tiempo se sanea ésta 428
519. Efectos que produce la compra de los bienes del pupilo por alguno de los
parientes del tutor o curador ejecutada en contravención al artículo 412 . 428
520. El tutor o curador que contraviene al artículo 412 incurre en las penas
que señala el artículo 240 del Código Penal 429
521. Diferencias que existen entre el Código Civil y el Código Penal en cuanto
a la enumeración de las personas a quienes se aplica la prohibición 430
522. Resumen de las personas a quienes se aplica la prohibición; extensión en
que se les aplica y efectos de la misma 430
523. En qué sentido convendría uniformar ambas legislaciones 431

4) PROHIBICIÓN IMPUESTA A LOS MANDATARIOS, SÍNDICOS Y ALBACEAS

524. Fundamento de esta prohibición 432


525. En qué consiste la incapacidad impuesta a estas personas 432
526. Requisitos para que exista la prohibición respecto del mandatario 433
527. La prohibición se refiere a los bienes del mandante de cuya venta está
encargado el mandatario; pero no a aquellos que no se le ha encargado
vender ni a los que vende el mismo mandante o un tercero por encargo
de éste, aunque sean los que se le encargó vender. Tampoco se aplica al
mandatario que no es para vender 433
528. El mandatario para vender que delega su mandato estando autorizado
para delegarlo no puede adquirir del delegado los bienes cuya venta se le
encomendó 434
529. Para saber a qué mandatarios se aplica esta prohibición cuando hay varios
es menester distinguir si están facultados para obrar de consuno o
por separado 435
530. El mandatario para vender no puede adquirir los bienes de cuya venta
está encargado ni aunque se vendan en pública subasta 435
531. El mandatario puede comprar los bienes que vende cuando el mandante
lo faculte expresamente para ello 435
532. Al mandatario incumbe probar que el mandante lo autorizó para comprar
esos bienes 435
533. Las partes pueden derogar la disposición del artículo 2144 del Código
Civil 436
534. Esta prohibición cesa cuando el mandatario realiza el encargo que se le dio . 437

901
INDICE DE MATERIAS

535. El mandatario puede adquirir del tercero a quien le vendió los bienes que
tenía encargo de vender, con tal que ese tercero no sea interpósita perso-
na 437
536. El mandatario puede comprar los bienes cuya venta se le encomendó una
vez que termina el mandato 437
537. El mandatario puede comprar los bienes de cuya venta está encomendado
cuando se venden forzadamente por la justicia 438
538. El mandatario para vender puede adquirir por sucesión por causa de muer-
te los bienes de cuya venta está encargado 439
539. En qué casos el delegado del mandatario para vender puede adquirir los
bienes a que se refiere la delegación y en qué casos no puede adquirirlos . 439
540. El delegado para vender puede adquirir válidamente los bienes a que se
refiere la delegación que le vende un tercero que los adquirió del manda-
tario 440
541. La prohibición impuesta al mandatario se aplica a toda clase de mandata-
rio, sea legal, judicial o convencional 440
542. Los gerentes de las sociedades civiles o comerciales y los presidentes de las
fundaciones o corporaciones no pueden adquirir los bienes de la sociedad
o corporación que se vendan por su intermedio 441
543. Los comisionistas para vender no pueden comprar los bienes cuya venta
se les haya encargado 441
544. Los dependientes de comercio o mancebos no pueden comprar los bienes
de su mandante que vendan en calidad de tales 441
545. El agente oficioso no puede comprar los bienes de la persona cuyos nego-
cios administra 442
546. Un mandatario para vender no puede comprar para un tercero, de quien
también es mandatario, los bienes que vende por encargo de otra persona . 442
547. El gerente de una sociedad a quien se le ha encomendado la venta de
ciertas mercaderías no puede adquirirlas para la sociedad que administra;
tampoco puede vender a su mandante que le encargó comprar algunas
mercaderías de las que produzca la sociedad que administra 443
548. El mandatario no puede vender a su propia mujer los bienes de cuya ven-
ta está encargado; excepciones 443
549. La mujer mandataria no puede vender a su marido los bienes que un
tercero le ha encargado vender; excepciones 445
550. Los parientes del mandatario, a excepción de los indicados, pueden ad-
quirir los bienes de cuya venta aquél está encargado 445
551. El mandatario no puede comprar ni aun por interpuesta persona los bie-
nes del mandante de cuya venta está encargado 445
552. La compra hecha por el mandatario de los bienes de cuya venta está en-
cargado es nula relativamente 446
553. Crítica de una sentencia en que se estudian los efectos que produce la
compra que hace un mandatario de los bienes que su mandante le ha
encargado vender 448
554. El mandatario para comprar no puede vender de lo suyo al mandante lo
que éste le ha ordenado comprar 452
555. En qué consiste la prohibición impuesta al albacea 453
556. La prohibición se aplica al albacea, sea éste con o sin tenencia de bienes . 454
557. Se aplica al albacea lo expuesto para los tutores o curadores en los núme-
ros que se indican 455
558. Cuando hay varios albaceas, la prohibición se aplica a todos ellos aunque
administren separadamente 455

902
INDICE DE MATERIAS

559. La incapacidad del albacea cesa cuando termina en el desempeño de su


cargo 456
560. Para que cese la incapacidad no es menester que su cuenta administrato-
ria haya sido presentada y aprobada 456
561. El albacea puede comprar un bien hereditario, sea que haya o no cesado
en sus funciones, siempre que lo adquiera de una tercera persona que, no
siendo interpuesta, lo adquirió a su vez de la sucesión o de otra que lo
compró a ésta 457
562. Los herederos del testador no pueden exonerar de esta incapacidad al
albacea 457
563. La prohibición impuesta al albacea se refiere tanto a la compra privada
c o m o a la efectuada en pública subasta 457
564. El albacea no puede adquirir en contravención al artículo 412 del Código
Civil los bienes de la sucesión que se vendan forzadamente por lajusticia . 458
565. El albacea puede adquirir por cesión los derechos hereditarios de alguno
de los herederos relativos a la sucesión en que ejerce sus funciones 459
566. El albacea puede adquirir los bienes hereditarios por sucesión por causa
de muerte 459
567. El albacea puede vender, con arreglo al artículo 412, sus propios bienes a
la sucesión en que ejerce sus funciones 460
568. Los mandatarios del albacea no están sujetos a las prohibiciones que rigen
para éste 460
569. El albacea puede adquirir los bienes de la sucesión como mandatario de
un tercero 460
570. La prohibición impuesta al albacea se aplica a sus parientes 461
571. El albacea con tenencia de bienes que adquiere los bienes hereditarios en
contravención al artículo 412 incurre en las penas que señala el artículo
240 del Código Penal 461
572. Efectos que produce la compra de los bienes hereditarios realizada por el
albacea y sus parientes en contravención al artículo 412 del Código Civil . 461
573. Prohibición impuesta a los síndicos; en qué consiste 462
574. La incapacidad del síndico dura mientras ejerce su cargo y se refiere a los
bienes que el concurso vende directamente 462
575. El síndico puede comprar los bienes del concurso o quiebra cuando ha
cesado en sus funciones, aunque su cuenta administratoria no haya sido
aprobada 463
576. La incapacidad establecida para el síndico no se aplica a sus mandatarios
o apoderados 463
577. Los síndicos generales, sea que administren separada o conjuntamente,
no pueden adquirir los bienes que entren al concurso o quiebra 463
578. Los síndicos generales pueden adquirir los bienes del concurso especial y
los síndicos del concurso particular pueden adquirir los del concurso ge-
neral 463
579. El síndico no puede adquirir los bienes del concurso o quiebra ni aunque
se vendan en pública subasta 464
580. El síndico puede adquirir como mandatario de un tercero los bienes del
concurso o quiebra 464
581. La incapacidad establecida para el síndico no se aplica a sus parientes;
excepciones 464
582. El síndico no puede comprar los bienes del concurso o quiebra ni aun por
interpósita persona 464
SCORTE 7

*:»ówiorECA)

v r H 11 F J
INDICE DE MATERIAS

583. El síndico puede comprar los bienes del concurso o quiebra si todos los
acreedores lo autorizan para ello 464
584. La compra de los bienes del concurso o quiebra por el síndico, mientras
está incapacitado para adquirirlos, es nula relativamente 465
585. A los síndicos se les aplica, en cuanto no pugne con su carácter jurídico,
todo lo expuesto para los mandatarios 465

TOMO I-Volumen 2

Capítulo Séptimo

DE LAS MODALIDADES DEL CONTRATO DE VENTA

I o GENERALIDADES

586. La venta es susceptible de todas las modalidades o pactos que pueden


afectar a los demás contratos 467
587. Las modalidades que pueden afectar al contrato de venta son modalida-
des propiamente tales o pactos; en qué consisten unas y otros 467
588. División de este capítulo 468
589. Efectos de la venta bajo condición suspensiva 468
590. Efectos de la venta bajo condición resolutoria 469
591. Efectos de la venta celebrada con sujeción a modo 469
592. Efectos de la venta a plazo 470
593. Ventas de dos o más cosas alternativamente 470
594. Ventas de dos o más cosas facultativamente 471
595. La venta ai referendum es una promesa de venta unilateral 471

2° VENTA EN BLOC Y VENTA AL PESO, CUENTA O MEDIDA

596. Las cosas que se aprecian por su cantidad pueden venderse en bloc o al
peso, cuenta o medida 471
597. Cuándo se entiende que la venta se hace en bloc y cuándo se entiende
que se hace al peso, cuenta o medida. Diversas teorías que existen sobre
esta materia 471
598. La venta es en bloc cuando se vende un conjunto de unidades determina-
das cuyo precio se fija en atención al conjunto o por unidad de peso,
cuenta o medida. Efectos que, en estas ventas, produce el peso, cuenta o
medida de lo que se vende 476
599. La venta en bloc se perfecciona desde que hay acuerdo en la cosa y en el
precio, aunque la cosa no se haya pesado, contado ni medido 480
600. Los riesgos de la cosa en esta venta son para el comprador desde que se ha
perfeccionado el contrato, aunque la cosa no haya sido pesada, contada ni
medida 481

904
INDICE DE MATERIAS

601. El mismo principio establece el artículo 143, núm. 3 o , del Código de Co-
mercio para las ventas en bloc mercantiles 481
602. Las partes pueden estipular que en esta venta los riesgos no sean para el
comprador sino una vez pesada, contada, o medida la cosa que se vende . 481
603. Otros casos en que la venta se reputa hecha en bloc 482
604. Es venta en bloc la que recae sobre una parte alícuota de una cosa deter-
minada, sea que el precio se fije en globo o a razón de cada unidad de
peso, cuenta o medida 482
605. La venta también es en bloc cuando se vende un conjunto por un precio
alzado, aunque se mencionen las unidades que comprende 483
606. La venta es al peso, cuenta o medida cuando la determinación de la cosa
que se vende depende de esa operación, sea que el precio se fije en globo
o a razón de cada unidad de peso, cuenta o medida 483
607. La venta al peso, cuenta o medida se reputa hecha bajo condición suspen-
siva que consiste en pesar, contar o medir lo que se vende 484
608. Para determinar a quién pertenecen los riesgos en esta venta es menester
distinguir si la pérdida o deterioro acaece antes o después que el compra-
dor se haya constituido en mora de comparecer el día señalado para reali-
zar esa operación 485
609. Para saber quién soporta la pérdida acaecida antes de que el comprador
esté constituido en mora de comparecer en el día estipulado para pesar,
contar o medir lo que se vende, es necesario distinguir si las cosas de
donde van a tomarse las que se venden perecen totalmente o en parte . .. 486
610. La pérdida parcial acaecida antes de pesarse, contarse o medirse la cosa y
antes de la mora del comprador, afecta al vendedor 486
611. La pérdida total acaecida antes de pesarse, contarse o medirse la cosa y
antes de la mora del comprador, también afecta al vendedor. Diversas opi-
niones al respecto 486
612. Si las cosas perecen antes de pesarse, contarse o medirse, pero después del
día señalado para realizar esta operación, la pérdida afecta al vendedor,
siempre que el comprador no tenga culpa en el hecho que produjo la no
realización de esa operación 489
613. Si las cosas perecen antes de pesarse, contarse o medirse, pero después del
día señalado para realizar esa operación, que no se efectuó por culpa del
comprador, la pérdida pesa sobre éste que debe indemnizar al vendedor
los peijuicios consiguientes 489
614. Si la cosa perece antes del peso, cuenta o medida, pero después del día
señalado para realizar esa operación, que no se efectuó por culpa del ven-
dedor, la pérdida afecta a éste 490
615. La pérdida parcial de la cosa vendida, antes de pesarse, contarse o medir-
se y que afecta a tan gran parte de ella que el vendedor no puede entre-
garla completa, también afecta al vendedor 490
616. La pérdida acaecida después del peso, cuenta o medida pertenece al com-
prador 490
617. Reglas para determinar cuándo la venta es en bloc y cuándo es al peso,
cuenta o medida 490
618. Acciones que competen a las partes en las ventas en bloc y en las ventas al
peso, cuenta o medida antes de realizarse el peso, la cuenta o la medida . 492
619. Las partes pueden ejercitar esas acciones aunque no se haya señalado día
para el peso, cuenta o medida 494
620. Lugar y época en que debe hacerse el peso, la cuenta o la medida 495

905
INDICE DE MATERIAS

621. La operación del peso, cuenta o medida debe hacerse contradictoriamen-


te; excepciones 495
622. El comprador puede exigir la entrega de la cosa vendida, aunque antes de
pesarse, contarse o medirse hayan sido embargadas por los acreedores del
vendedor 496
623. Lo dicho en los párrafos precedentes se aplica a las ventas civiles y comer-
ciales que se hagan en esas formas 496
624. Diferencias que existen entre la venta en bloc y la venta al peso, cuenta o
medida 496

3o VENTA AL GUSTO O A PRUEBA

625. Naturaleza especial de esta venta 497


626. Esta venta no se perfecciona sino cuando el comprador declara que le
agrada la cosa; no es una venta condicional 498
627. Esta venta no es condicional ni aunque recaiga sobre un cuerpo individua-
lizado 499
628. Efectos que produce esta venta antes que el comprador declare que le
agrada la cosa vendida 500
629. Para que esta venta se perfeccione, una vez que el comprador declara que
la cosa le agrada, no es menester que el vendedor tenga conocimiento de
esa declaración 502
630. Consecuencias que se derivan de la naturaleza especial de este contrato .. 503
631. El comprador es árbitro para decidir si la cosa le agrada o no; el vendedor
no puede compelerlo a que celebre este contrato o exigirle indemniza-
ción de peijuicios dado caso que aquella no le guste 503
632. El comprador aprecia la cosa según su gusto personal y no según el gusto
general; si la rehúsa, el vendedor no puede hacerla examinar por peritos y
obligar al comprador a que la acepte en el supuesto de que la encuentren
buena 504
633. Sin necesidad de estipulación expresa, se entiende hacerse a prueba la
venta de todas las cosas que se acostumbra vender de ese modo 504
634. También se entienden vendidas a prueba las cosas que, sin ser de aquellas
que es costumbre vender en esta forma, las partes convienen vender al
gusto o a prueba 505
635. Las partes pueden convenir en que no se vendan al gusto o prueba cosas
que es costumbre vender en esa forma 506
636. El comprador puede renunciar expresa o tácitamente la facultad de gustar
las cosas 506
637. Hay renuncia expresa cuando se conviene comprar en atención a la cali-
dad misma de la cosa y no al gusto personal del comprador 507
638. También la hay cuando el comprador conviene que la cosa sea apreciada
por peritos 507
639. La renuncia es tácita cuando se induce de las circunstancias, de la natura-
leza misma del contrato o de la cosa vendida 508
640. Hay renuncia tácita cuando de los términos del contrato o de las circuns-
tancias en que se ha celebrado aparece que el comprador ha querido com-
prar cosas de buena calidad únicamente 508
641. También hay renuncia tácita cuando la cosa se compra al menudeo o en
pequeñas partidas en un lugar en que no es costumbre probarla antes de
la compra 508

906
INDICE DE MATERIAS

642. Hay renuncia tácita cuando se compra una cosa de tipo fijo y conocido . . 509
643. El comprador que rehusa las mercaderías que le presenta el vendedor no
puede exigir otras, a menos que haya renunciado la facultad de gustarlas o
probarlas 509
644. Lugar y época en que debe hacerse la prueba de la cosa vendida 510
645. Si el comprador no gusta o prueba la cosa dentro del plazo señalado, cadu-
ca el contrato y el vendedor no puede obligarlo a que la guste o pruebe . . 510
646. Si el comprador no realiza la prueba en la oportunidad debida, el vende-
dor no puede pedir la resolución de la venta ni indemnización de peijui-
cios 511
647. Para que la venta al gusto se perfeccione, no se requiere una nueva prueba
de la cosa al tiempo de su entrega si antes fue probada y declarada de su
agrado por el comprador 512
648. Los riesgos en la venta al gusto o a prueba son para el comprador desde
que declara que la cosa le agrada 512
649. La venta mercantil al gusto es condicional de condición suspensiva 513
650. La venta mercantil al gusto se entiende hecha según el gusto personal del
comprador cuando la cosa se vende al gusto en virtud de un convenio de
las partes, y se reputa hecha al gusto general cuando se refiere a cosas que
se venden al gusto porque es costumbre venderlas en esa forma 514
651. Se presume vender al gusto en el comercio todas aquellas cosas que es
costumbre vender en esta forma 515
652. Pueden venderse al gusto en el comercio las cosas que no es costumbre
vender en esta forma, siempre que así lo estipulen las partes 515
653. Epoca y lugar en que debe hacerse la prueba en la venta mercantil al gusto 516
654. Los riesgos de la cosa vendida al gusto o a prueba, cuando la venta es
comercial, pertenecen al comprador desde que declara que la cosa le agrada
y las mejoras desde que hay acuerdo en la cosa y en el precio, aunque el
comprador no haya declarado que le gusta 516
655. A las ventas mercantiles al gusto se aplica lo dicho para las ventas civiles al
gusto, en cuanto no pugne con las modificaciones introducidas por el Có-
digo de Comercio 517
656. Las disposiciones establecidas para las ventas al gusto se aplican tanto a las
cosas que se gustan con el paladar como a las que se ensayan o prueban
examinándolas, haciéndolas funcionar o usándolas 517
657. La confección de una obra material en que el artífice suministra los mate-
riales es una venta a prueba con ciertas modificaciones peculiares a su
naturaleza jurídica especial 518
658. Cuándo hay venta a prueba y cuándo hay confección de obra material . . . 521

4o VENTA AL ENSAYO

659. Esta venta puede pactarse a pesar de que el Código no la ha reglamentado 521
660. La venta al ensayo se reputa hecha bajo condición suspensiva a menos que
las partes entiendan celebrarla bajo condición resolutoria 522
661. Diferencias entre la venta al gusto y la venta al ensayo 523
662. Quién soporta los riesgos de esta venta 526
663. Efectos que produce el ensayo de la cosa vendida, sea cuando el compra-
dor la acepta, sea cuando la rechaza 527
664. Dónde y cuándo debe hacerse el ensayo 527

907
INDICE DE MATERIAS

66"). Si el comprador no hace el ensayo, el vendedor puede exigirle que lo haga


o pedir la resolución del contrato 527
666. Quién debe hacer el ensayo y cómo debe hacerse 528
667. El derecho y la obligación de hacer el ensayo pasan a los herederos del
comprador 528

5o VENTA POR ORDEN

668. Qué se entiende por venta por orden 528


669. La orden sólo puede emanar del comprador 529
670. Requisitos para que la venta se repute por orden 530
671. El primer requisito consiste en que la venta por orden debe hacerse a
virtud de una orden expedida por el comprador 530
672. El segundo requisito consiste en que las partes, al tiempo del contrato, no
tengan la cosa a su vista 530
673. La venta por orden puede hacerse entre personas presentes o ausentes;
no es esencial para la existencia de esta venta que las partes se encuentren
ausentes en el momento de contratar 531
674. El tercer requisito para que tenga lugar esta venta consiste en que la cosa
sea enviada de un lugar a otro 533
675. El cuarto requisito consiste en que el comprador examine y reconozca la
cosa con posterioridad a ese envío 533
676. La omisión de uno de esos requisitos la hace degenerar en otra especie de
venta 534
677. Momento en que se perfecciona la venta por orden 534
678. La venta por orden se entiende celebrada bajo una condición resolutoria 534
679. A quién pertenecen los riesgos de la cosa vendida por orden 534
680. El vendedor no puede exigir peijuicios al comprador que resuelve la ven-
ta por orden por no estar conformes las mercaderías con la orden 535
681. Diferencias que existen entre la venta al gusto y la venta por orden 535
682. Efectos que produce la venta por orden cuando se hace señalando la espe-
cie de la cosa 535
683. Efectos que produce la venta por orden cuando se hace indicando la espe-
cie y calidad de la cosa 536
684. Si no llega a comprobarse la calidad de las mercaderías que pidió el com-
prador, se presume que sólo ha indicado su especie 536
685. Habiendo desacuerdo entre las partes sobre si las cosas están o no confor-
mes con la orden, se nombrarán peritos para que las reconozcan 536
686. Si los peritos no pueden examinar las mercaderías, porque se han destrui-
do o porque el comprador las ha enajenado a un tercero, se reputa que
eran conformes con la orden 537
687. Practicado el peritaje, el comprador debe aceptar la cosa si fuere conforme
con la orden; en caso contrario, podrá resolver el contrato con indemniza-
ción de perjuicios 537
6SS. El comprador puede pedir una rebaja del precio si la cosa no fuere con-
forme con la orden 538
689. Si las mercaderías no son conformes con la orden, el comprador puede
exigir el envío de otras que lo sean 538
690. Epoca en que el comprador debe reclamar de la disconformidad de las
mercaderías, según los artículos 146, 158 y 159 del Código de Comercio,

908
INDICE DE MATERIAS

para que pueda resolver el contrato si las mercaderías no fueren confor-


mes con la orden 538
691. Esos artículos no se aplican a la cesión de créditos mercantiles 543
692. Sólo pueden venderse por orden las cosas muebles 543
693. Efectos que produce la venta por orden celebrada bajo la condición de
entregar la cosa en un lugar determinado 543
694. La cosa es "de recibo" cuando es sana y de regular calidad 544

6o VENTA SOBRE MUESTRAS

695. En qué consiste la venta sobre muestras 545


696. La venta sobre muestras se entiende celebrada bajo condición resolutoria 545
697. Diferencias que existen entre esta venta y la venta por orden 545
698. Diferencias que hay entre esta venta y la venta al gusto o a prueba 546
699. Cuándo se perfecciona la venta sobre muestras 546
700. A quién pertenecen los riesgos de la cosa vendida sobre muestras 546
701. Derechos que competen al comprador si la cosa no es conforme con la
muestra 547
702. El comprador no puede resolver el contrato sino cuando la cosa no es
conforme con la muestra 547
703. El comprador puede pedir una rebaja de precio cuando la cosa entregada
no es conforme con la muestra 547
704. En caso de desacuerdo entre las partes acerca de si la cosa es o no confor-
me con la muestra, aquella será reconocida por peritos 547
705. Si la cosa o la muestra perecen, de modo que no es posible comprobar la
conformidad de aquélla con ésta, se presume que era conforme 548
706. La venta sobre muestras puede hacerse sobre muestras propiamente tales,
sobre tipos o sobre catálogos, modelos o figurines 548
707. La venta es sobre muestras aunque, a más de éstas, el comprador señale la
calidad de la cosa 549
708. La venta sobre muestras civil no se rige por el artículo 135 del Código de
Comercio sino por las reglas generales de los contratos condicionales .. . 550

7o VENTA A LA VISTA

709. En qué consiste la venta a la vista 550


710. La venta a la vista puede celebrarse designando la cosa por su especie o
por su especie y calidad 550
711. Cuando se celebra designando la cosa por su especie, la venta es pura y
simple 551
712. En qué caso se presume la reserva de la prueba en la venta a la vista de
una cosa que se designa por su especie 551
713. Cuando la venta se hace señalando la cosa por su especie y calidad, se
reputa celebrada bajo condición suspensiva 551
714. En caso de desacuerdo de las partes acerca de la especie y calidad de la
cosa, se nombrarán peritos para que la reconozcan 551
715. A la venta a la vista se aplica lo dicho sobre la venta por orden en los
números 680, 686 a 690 inclusive y 692 552

909
INDICE DE MATERIAS

8o OTROS PACTOS O MODALIDADES QUE PUEDEN AFECTAR


AL CONTRATO DE VENTA

716. La venta es susceptible de todo pacto lícito 552


717. El pacto de retracto o de addictio in diem está reglamentado por el artícu-
lo 1887 del Código Civil 552
718. En qué consiste este pacto 552
719. Inconvenientes que presenta este pacto 553
720. Requisitos necesarios para su existencia 553
721. El primer requisito consiste en que el nuevo comprador que se presenta
sea real o verdadero y no ficticio o simulado 553
722. El segundo requisito consiste en que el nuevo comprador que se presenta
ofrezca condiciones más ventajosas que las ofrecidas por el primero; cuán-
do se entiende que esas condiciones son más ventajosas 554
723. El tercer requisito consiste en que el vendedor acepte esas condiciones .. 556
724. El cuarto requisito consiste en poner esas condiciones en conocimiento
del primer comprador 556
725. El quinto requisito consiste en que el primer comprador no se allane a
mejorar la compra en la forma que ofrece el nuevo comprador 556
726. El sexto y último requisito consiste en que el nuevo comprador se presente
ofreciendo mejores condiciones dentro del plazo estipulado, que no pue-
de exceder de un año 557
727. Casos en que varios vendedores venden separada o conjuntamente y con
pacto de addictio in diem una cosa que poseen en común 557
728. Efectos que produce este pacto entre las partes y respecto de terceros una
vez que se cumple 558
729. Efectos que produce este pacto cuando no se cumple, sea porque no se
presenta ningún tercero mejorando la compra o porque, presentándose
otro, el primero se allana a mejorar la compra 559
730. El tercero a quien el comprador ha enajenado la cosa comprada con pac-
to de retracto puede allanarse a mejorar la compra 559
731. El vendedor de una cosa con pacto de retracto puede ceder a un tercero y
trasmitir a sus herederos el derecho que nace de este pacto 559
732. Una misma cosa puede venderse bajo pacto de retracto a varias personas
separadamente 560
733. En qué consiste y cuáles son los efectos del pactum displicentiae 560
734. En qué consiste y cuáles son los efectos del pacto de preferencia 560
735. En qué consiste la venta hecha con reserva de designar posteriormente el
nombre de la persona para quien se compra (vente avec faculté d 'élire com-
mand) 563
736. Diferencias que existen entre esta venta y la reventa 563
737. Forma y época en que puede hacerse por el comprador la reserva del
nombre de la persona para quien compra 564
738. Requisitos que debe reunir la declaración que hace el comprador del nom-
bre de la persona para quien compra 565
739. Esta declaración debe hacerse dentro de cierto plazo; cuánto tiempo dura
éste en las ventas judiciales 565
740. La declaración debe ser pura y simple 566
741. La declaración debe ser aceptada por la persona a quien se refiere 566
742. Efectos que produce la aceptación de esa declaración 567
743. El vendedor puede estipular con el comprador que caucione el cumpli-
miento de las obligaciones del nuevo adquirente; hasta qué momento sub-

910
INDICE DE MATERIAS

siste la garantía del subastador en las ventas judiciales en que éste se reser-
va el nombre de la persona para quien compra 567
744. El presunto comprador, una vez que el verdadero acepta la venta, no pue-
de enajenar ni gravar la cosa a que se ha referido el contrato 567
745. En qué consiste y cuáles son los efectos de la venta de una cosa que, al
tiempo del contrato, va en viaje 567
746. Efectos de la venta celebrada bajo la condición del feliz arribo de la nave . 568
747. En qué consiste la venta para entregar (vente á livrer) 569
748. Cuándo se dice que la venta es a crédito 569
749. En qué consiste la venta en disponible 569
750. Cuándo se reputa que la venta es mercantil 569
751. Qué se entiende por venta al menudeo 571

Capítulo Octavo
DE LAS OBLIGACIONES DEL VENDEDOR
752. Cuáles son las obligaciones que el contrato de venta impone al vendedor . 573
753. El contrato de venta debe interpretarse en conformidad a las reglas gene-
rales de interpretación señaladas para todo contrato 574
754. Disposición del Código francés acerca de la forma como deben interpre-
tarse las cláusulas ambiguas del contrato de venta 574
755. Cómo se interpretan entre nosotros las cláusulas ambiguas del contrato de
venta 575
756. División de este capítulo 576

Primera Parte

OBLIGACION DE ENTREGAR LA COSA VENDIDA


757. Nociones generales sobre esta obligación 577
758. Esta obligación comprende la de conservar la cosa y la de entregarla . . . . 577

SECCION PRIMERA

Obligación de conservar la cosa hasta la entrega

Io RESPONSABILIDAD DEL VENDEDOR EN LA CONSERVACION DE LA COSA

759. En qué consiste la obligación de conservar la cosa; esta obligación sólo


tiene cabida en la venta de un cuerpo cierto 577
760. Teoría de la culpa en Derecho Romano 573
761. Doctrina de Pothier sobre la culpa 5gl
762. Doctrina del Código francés sobre la culpa; innovaciones introducidas por
este Código 5gj
763. La teoría de la culpa en el Código Civil alemán 582

911
INDICE DE MATERIAS

764. Disposiciones de nuestro Código Civil sobre la culpa 583


765. El vendedor es responsable de la culpa leve en la conservación de la cosa . 583
766. En las ventas comerciales el vendedor es responsable de la culpa lata en la
conservación de la cosa 583
767. El vendedor no responde del caso fortuito acaecido mientras conserva la
cosa; en qué casos es responsable del caso fortuito 584
768. El vendedor responde de los hechos de terceros cuando se trata de perso-
nas que se hallan bajo su cuidado o dependencia 585
769. Las partes pueden modificar la responsabilidad que afecta al vendedor en
la conservación de la cosa 585
770. Si la cosa perece en poder del vendedor, se presume que ha perecido por
su culpa 586
771. Efectos que produce la pérdida o deterioro de la cosa mientras pende la
obligación de conservarla 586
772. La acción para exigir indemnización de peijuicios del tercero que, por su
hecho o culpa, destruyó o deterioró la cosa vendida antes de ser entrega-
da al comprador, corresponde a éste y no al vendedor 586
773. Cuándo cesa la obligación de conservar que incumbe al vendedor 587
774. Efectos que produce la mora del vendedor o del comprador por lo que
respecta a las pérdidas o deterioros que sobrevengan en la cosa durante
ella 588

2o DE LOS RIESGOS DE LA COSA VENDIDA

775. Importancia que tiene esta materia 589


776. Qué se entiende por riesgos en los contratos 589
777. Requisitos necesarios para que se suscite la cuestión de los riesgos en un
contrato bilateral 590
778. Teorías formuladas acerca de quién debe sufrir los riesgos en un contrato
bilateral 592
779. Los riesgos de la cosa vendida en el Derecho Romano eran para el com-
prador aunque la cosa no se hubiera entregado 593
780. Rechazo de la opinión que sostiene que en Roma los riesgos de la cosa
vendida eran para el comprador desde la entrega de la cosa 593
781. Doctrinas que se han formulado para explicar el origen y fundamento de
la teoría de los riesgos en la compraventa romana 595
782. Doctrina de Windscheid 596
783. Teoría de Mommsen 597
784. Teoría de Ihering 598
785. Opinión sustentada por Rambaud 603
786. Doctrina de Pothier y Ortolan sobre el fundamento de los riesgos en el
Derecho Romano 604
787. Conclusiones que sugiere el estudio de esas diversas teorías acerca de los
riesgos en la compraventa romana 605
788. La teoría de los riesgos en el derecho bárbaro 606
789. Doctrina del derecho natural sobre los riesgos en los contratos 607
790. Doctrina de Pothier acerca de la teoría de los riesgos en el contrato de
venta 610
791. Innovaciones introducidas por el Código francés en este punto 612
792. Diversas opiniones acerca del alcance de la disposición del artículo 1138
del Código francés 612

912
INDICE DE MATERIAS

793. Según Baudry-Lacantinerie, Larombiére y Planiol, los riesgos en la venta


son para el comprador, porque es propietario de la cosa y no por ser acree-
dor de cuerpo cierto 613
794. Según Laurent, Marcadé, Aubry et Rau, Colmet de Santerre, y otros, el com-
prador soporta los riesgos no por ser propietario sino porque es acreedor
de cuerpo cierto 615
795. Razones que hacen preferible la opinión de Baudry-Lacantinerie; utilidad
de esta cuestión 618
796. Disposición del Código italiano sobre los riesgos en el contrato de venta . 619
797. Según el Código holandés, el comprador sufre los riesgos de la cosa vendida
desde que se celebra el contrato, aunque la cosa no haya sido entregada . 619
798. El mismo principio consagra el Código español 619
799. Disposiciones del Código Civil alemán acerca de los riesgos en los contra-
tos bilaterales; innovaciones introducidas por este Código 620
800. Disposiciones de la legislación inglesa y del Código austríaco sobre los
riesgos en la compraventa 624
801. Precepto del Código argentino sobre esta materia 625
802. Disposiciones del Código federal de las obligaciones de Suiza sobre los
riesgos en la compraventa 625
803. En qué consiste la teoría de que los riesgos en los contratos bilaterales son
para el acreedor, o sea, la que se resume en la máxima res perit creditori . . . 625
804. Fundamentos de la teoría res perit creditori 626
805. Crítica de esta teoría 630
806. En qué consiste la teoría res perit domino, o sea, la que sostiene que las cosas
deben perecer para su dueño, aunque sean objeto de un contrato bilateral 635
807. Fundamentos de esta teoría 635
808. Críticas que se le hacen 636
809. Error en que incurrió nuestro Código al adoptar el principio del Código
francés sobre los riesgos de un cuerpo cierto cuya entrega se debe 638
810. La regla general en nuestro Código es que las cosas perecen para su due-
ño y la excepción es que los riesgos del cuerpo cierto cuya entrega se debe
sean de cargo del acreedor; fundamentos de esta aseveración 640
811. Los riesgos de la cosa vendida son para el comprador desde que se perfec-
ciona el contrato, aunque la cosa no haya sido entregada 643
812. En qué casos los riesgos de la cosa vendida acaecidos antes de la entrega
son para el vendedor 644
813. A quién pertenecen los riesgos en la venta celebrada bajo condición sus-
pensiva 645
814. A quién pertenecen los riesgos en la venta celebrada bajo condición reso-
lutoria 649
815. Los riesgos en las ventas a plazo 652
816. Los riesgos en las ventas alternativas 653
817. A quién pertenecen los riesgos de la cosa en las ventas de género 653
818. Los riesgos en las ventas al gusto 654

913
INDICE DE MATERIAS

SECCION SEGUNDA

Obligación de entregar propiamente dicha


Io ALCANCE DE ESTA OBLIGACION

819. Diversos aspectos desde los cuales puede ser considerada esta obligación . 654
820. En el Derecho Romano el vendedor no estaba obligado a dar al compra-
dor el dominio de la cosa vendida sino su posesión tranquila y pacífica . . . 654
821. Modificaciones introducidas al Derecho Romano por el derecho interme-
dio 656
822. Según el Código francés, el contrato de venta impone al vendedor la obli-
gación de transferir el dominio de la cosa, dominio que se transfiere por
el solo efecto del contrato sin necesidad de tradición 656
823. En el Código alemán el contrato de venta impone al vendedor la obliga-
ción de transferir la propiedad de la cosa vendida 659
824. Según nuestro Código, el vendedor está obligado a dar al comprador la
posesión tranquila y pacífica de la cosa vendida, tanto legal como mate-
rial, pero no a transferir el dominio; éste se transfiere como consecuencia
de verificar la entrega por la tradición. Fundamentos de esta opinión . . . . 659
825. El vendedor debe transferir al comprador todos los derechos que tenga
sobre la cosa, de modo que si es su propietario debe cederle su derecho
de dominio 662
826. La obligación de entregar no puede cumplirse por partes, salvo pacto en
contrario 663
827. En las ventas mercantiles el comprador tampoco está obligado a recibir la
cosa por partes, a menos que acepte las entregas parciales que le haga el
vendedor; efectos que produce la aceptación de estas entregas 663
828. La obligación de entregar debe cumplirse en los términos estipulados . . . 665

2S FORMA EN QUE DEBE HACERSE LA ENTREGA

829. La entrega de la cosa vendida se hace por la tradición 665

A) TRADICIÓN DE LOS INMUEBLES

830. La tradición de los bienes raíces, de las minas, de los regadores de agua y
de las naves se hace por la inscripción en el registro conservatorio respec-
tivo 665
831. Requisitos que deben concurrir para que se repute verificada la entrega
del inmueble vendido 667
832. El vendedor debe hacer al comprador entrega material del inmueble ven-
dido 668
833. La entrega material puede hacerse por cualquier medio que ponga al com-
prador en situación de gozar de la cosa 668
834. La entrega material del inmueble vendido se entiende verificada si antes
de recibirse de él el comprador lo da en arrendamiento a la misma perso-
na en cuyo poder se encontraba al tiempo en que esa entrega debía efec-
tuarse 669

914
INDICE DE MATERIAS

835. El hecho de conferir un poder al comprador de un terreno que no se


compra en calidad de litigioso para que obtenga que sus poseedores le
entreguen su posesión material, sea judicial o extrajudicialmente, no im-
porta entrega material del terreno 669
836. La entrega de los títulos de la propiedad que se vende no importa tampo-
co su entrega material 669
837. La falta de entrega material del inmueble vendido da derecho al compra-
dor para exigir esa entrega o la resolución del contrato 670
838. La cláusula "queda facultado el portador de una copia autorizada de la
escritura de venta para requerir las inscripciones del caso" no importa la
tradición del inmueble. No es sino un mandato conferido a ese portador
para que recabe la inscripción y una manifestación del consentimiento de
las partes necesario para realizar la tradición 675
839. Importancia que tiene la determinación del alcance y valor jurídico de esa
cláusula en las ventas de bienes de menores en que la inscripción se
hace cuando el vendedor ha llegado a la mayor edad 676
840. Naturaleza de los obstáculos que puede encontrar en el desempeño de su
cometido el comprador que ha sido autorizado en la escritura de venta
para requerir las inscripciones del caso 678
841. Cuando los obstáculos que encuentra el comprador no son imputables al
vendedor ni impiden tampoco en absoluto la realización de la inscripción,
el vendedor no tiene ninguna responsabilidad y a aquél incumbe subsa-
nar dichos obstáculos 678
842. Cuando los obstáculos que encuentra el comprador no puede subsanarlos
por sí solo y provienen de un hecho imputable al vendedor, éste queda
obligado a obviarlos 679
843. Si el comprador, que no encuentra ningún obstáculo para practicar la
inscripción, no la realiza por negligencia u otro motivo cualquiera imputa-
ble a su sola voluntad, no tiene ninguna acción contra el vendedor 681
844. Si en el intervalo que media entre la venta y la inscripción el inmueble es
embargado por un acreedor del vendedor, el comprador que ha sido fa-
cultado para requerir la inscripción tiene acción para impedir el cumpli-
miento o la resolución del contrato, aunque haya habido retardo por su
parte para practicarla 682
845. Las partes pueden firmar la inscripción, aunque hayan conferido poder a
otra persona con dicho objeto 682
846. Si la parte facultada para suscribir la inscripción muere antes de que se
verifique, deben suscribirla los herederos del contratante difunto y el con-
tratante que ha quedado vivo 682
847. Cuando el tercero facultado para suscribir la inscripción fallece antes de
realizarla, debe hacerse por las mismas partes o por la persona a quien
faculten con ese objeto 684
848. Si en el contrato de venta se faculta al portador de una copia autorizada
de la escritura para que firme la inscripción, ese portador no podrá reali-
zarla si alguna de las partes muere antes de que se efectúe 684
849. Si en el tiempo que media entre la venta y la inscripción el inmueble
vendido es embargado por los acreedores del vendedor, el comprador no
puede interponer tercería de dominio 684
850. Efectuada la inscripción del inmueble, el comprador adquiere sobre él los
mismos derechos y acciones que tenía el vendedor, pudiendo demandar-
lo, en consecuencia, de quienes lo detenten 685

915
INDICE DE MATERIAS

851. Caso en que un mismo inmueble se venda separadamente a varias perso-


nas 685
852. Cuando el inmueble vendido por contratos distintos a dos o más personas
no se ha entregado a ninguna de ellas, será preferido el comprador que
tenga el título más antiguo 686
853. Si el inmueble vendido separadamente a varias personas ha sido entrega-
do a una de ellas, ésta será preferida 686
854. Si el inmueble vendido separadamente a dos o más personas ha sido en-
tregado materialmente a uno de los compradores y a otro de ellos se le ha
hecho, con posterioridad, la tradición legal del mismo, este último será
preferido 687
855. Si a ninguno de los compradores se le ha hecho la entrega legal del in-
mueble, aun cuando a uno de ellos se le haya dado su posesión material,
será preferido el que tenga el título más antiguo 687
856. Si el inmueble vendido por separado a varias personas ha sido entregado a
todas ellas, será preferido el comprador a quien se le entregó primera-
mente 688
857. La tradición de los inmuebles por destinación se hace conjuntamente con
la del inmueble a que acceden 688

B) TRADICIÓN DE LOS BIENES MUEBLES

858. Requisitos para la tradición de los bienes muebles 688


859. En qué consiste la tradición real 689
860. Cuándo se entiende que la tradición es ficta o simbólica 689
861. En qué consiste la tradición a título de precario 690
862. Medios de realizar la entrega en las ventas mercantiles 690
863. El envío de las mercaderías vendidas al domicilio del comprador o a otro
lugar convenido importa, en materia comercial, su tradición efectiva . . . . 690
864. La trasferencia o entrega del conocimiento, carta de porte o factura im-
porta, en materia comercial, la entrega de la cosa vendida, siempre que la
venta se refiera a mercaderías que vienen en tránsito por mar o por tierra 691
865. Se reputa hecha la entrega de la cosa vendida, en materia comercial, por
el hecho de que el comprador ponga su marca, con el consentimiento del
vendedor, en las mercaderías compradas 691
866. La entrega de la cosa vendida en materia mercantil se entiende verificada
por cualquier otro medio, autorizado por el uso constante del comercio . 692
867. Los medios de hacer la entrega en las ventas mercantiles no se aplican a
las ventas civiles 692
868. El peso, la cuenta o la medida de las mercaderías vendidas en esta forma
no importa su entrega 692
869. La prueba o ensayo de la cosa vendida en las ventas realizadas a prueba o
ensayo no importa la entrega de la cosa 693
870. La entrega de la cosa vendida se reputa verificada, aunque las cosas que-
den en poder del vendedor, cuando en la escritura de venta el comprador
declara que se da por recibido de la cosa 694
871. Si en el caso del número anterior el vendedor se niega a entregar la cosa
al comprador, éste no puede pedir su entrega o la resolución del contrato,
sino entablar las acciones que competan a su calidad de dueño 695
872. La tradición de los frutos de los árboles, de las yerbas de un campo y de
los demás bienes que adhieren o son producidos por un inmueble se

9 1 6
INDICE DE MATERIAS

reputa hecha, cuando se venden separadamente del inmueble que adhie-


ren, en el momento en que son separados de ese inmueble 695
873. La tradición de los bienes a que se refiere el número anterior no puede
hacerse por ningún otro medio que no sea por su separación del predio a
que adhieren 696
874. Cuando la venta recae sobre la clase de bienes a que se refiere el número
872, el vendedor tiene la obligación de dar al comprador todas las facilida-
des que sean necesarias para que pueda separarlos del predio a que acce-
den y de abstenerse de todos los actos que puedan molestarlo 696
875. El comprador de un bosque no está obligado, salvo pacto en contrario, a
extraer los árboles de raíz 696
876. Mientras no se ha efectuado la tradición de los inmuebles vendidos, los
acreedores del vendedor pueden embargarlos y el comprador no puede
interponer tercería de dominio 697
877. Efectuada la entrega de la cosa, el comprador adquiere sobre ella los mis-
mos derechos que tenía el vendedor 697
878. El comprador puede interponer tercería de dominio, aun cuando la cosa
se encuentre en poder del vendedor, si en el contrato de venta se dio por
recibido de ella 697
879. Efectos que produce la quiebra del vendedor en lo que se refiere a la
entrega de las mercaderías vendidas 697
880. Caso de una cosa mueble vendida separadamente a varias personas 698

C) TRADICIÓN DE LAS COSAS INCORPORALES

881. Cosas que son objeto de esta tradición 699


882. Los derechos reales de usufructo, habitación, censo e hipoteca se transfie-
ren por la inscripción en el registro conservatorio respectivo 699
883. La tradición de un derecho o cuota indivisa sobre un bien raíz determina-
do se hace por la inscripción en el Registro Conservatorio respectivo . . . . 700
884. Cómo se hace la tradición del derecho de herencia 700
885. Cómo se hace la tradición del derecho de servidumbre 701
886. La tradición de los derechos personales se hace por la entrega del título
hecho por el cedente al cesionario 701
887. Si el crédito que se cede es hipotecario, la cesión debe inscribirse en el
registro conservatorio respectivo 702
888. La tradición de los documentos al portador, sean civiles o comerciales, se
hace por su entrega manual 703
889. La tradición de los documentos a la orden, sean civiles o comerciales, se
hace por el endoso 703
890. Las acciones nominativas de las sociedades anónimas se transfieren por la
inscripción que de ellas debe hacerse en los registros de la respectiva so-
ciedad 704
891. Cómo se transfieren las pólizas de seguro 704
892. Cómo se transfieren las marcas de fábrica o de comercio 704
893. Cómo se transfieren los privilegios exclusivos 704
894. Cómo se transfiere la propiedad literaria y artística 705

917
INDICE DE MATERIAS

3o LUGAR Y EPOCA EN QUE DEBE HACERSE LA ENTREGA

895. Lugar en que debe hacerse la entrega de la cosa vendida 705


896. Lugar en que debe hacerse la entrega en la venta mercantil 706
897. Epoca en que debe hacerse la entrega de la cosa vendida 706
898. El vendedor no está obligado a entregar la cosa vendida inmediatamente
después del contrato, aunque no se haya señalado época para la entrega,
cuando de la naturaleza de la cosa o de las circunstancias de la venta se
desprende que la intención de las partes no ha sido imponer al vendedor
la obligación de entregar la cosa tan luego como ella se pacte 707
899. Epoca en que debe hacerse la entrega en las ventas mercantiles 707
900. En qué consiste el derecho de retención del vendedor; requisitos para que
pueda ejercitarlo 708
901. El derecho de retención del vendedor se extingue cuando el comprador
paga o se allana a pagar el precio íntegro 709
902. Para que el vendedor pueda retener la cosa vendida se requiere que no se
haya fijado plazo para el pago del precio 710
903. El vendedor puede negarse a entregar la cosa, aunque se haya fijado plazo
para el pago del precio, cuando la fortuna del comprador hubiere men-
guado considerablemente después del contrato, de modo que el vendedor
se halle en peligro inminente de perder el precio 711
904. Para que el vendedor pueda retener la cosa en el caso contemplado en el
número anterior, se requiere que la fortuna del comprador disminuya con-
siderablemente de modo que el vendedor esté en peligro inminente de
perder el precio 712
905. Para que el vendedor pueda retener la cosa en el caso a que se refiere el
número 903, no es necesario que el comprador sea declarado en quiebra,
concurso o insolvencia 712
906. Es menester que la disminución de la fortuna del comprador sea efectiva 713
907. El vendedor puede retener la cosa en el caso a que se refiere el número
903 cuando las cauciones ofrecidas por el comprador han disminuido con-
siderablemente o se han extinguido por hecho o culpa suya, o cuando no
ha constituido las ofrecidas 714
908. Para que el vendedor recobre su derecho de retención, aun cuando se
haya estipulado un plazo para el pago del precio, se requiere también que
la disminución de la fortuna del comprador sea posterior a la venta 715
909. El comprador puede exigir la entrega de la cosa en el caso del número
903, siempre que pague el precio o asegure el pago 717
910. El vendedor, en materia mercantil, no está obligado a entregar la cosa
vendida, aunque haya dado plazo para el pago del precio, si en el tiempo
medio entre la fecha del contrato y la entrega hubieren decaído las facul-
tades del comprador, a menos que se rinda fianza que dé una seguridad
satisfactoria 717

4o DE LOS GASTOS QUE ORIGINA LA ENTREGA

911. Los gastos que demanda la ejecución de la obligación del vendedor son
de entrega y de transporte 718
912. Qué son gastos de entrega 718

918
INDICE DE MATERIAS

913. Qué son gastos de transporte


914. El vendedor soporta los gastos de entrega y el comprador los gastos de
transporte 719
915. Si el vendedor se obliga a entregar la cosa en un lugar diverso de aquel en
que se encuentra, los gastos que origine la traslación de la cosa son de su
cuenta 721
916. Sobre el vendedor pesan las contribuciones que gravan la fabricación del
alcohol y del tabaco aun cuando la entrega se haga en el mismo recinto de
la fábrica 721
917. Quién soporta los gastos en las ventas mercantiles 722

5° EN QUE ESTADO DEBE ENTREGARSE LA COSA VENDIDA

918. El vendedor es obligado a entregar lo que reza el contrato 722


919. Qué comprende la obligación de entregar lo que reza el contrato 723

A) LA COSA DEBE ENTREGARSE EN EL ESTADO EN QUE SE HALLE AL TIEMPO DEL CONTRATO

920. De dónde fluye esta obligación 723


921. Qué se entiende por entregar la cosa en el estado en que se encuentre al
tiempo del contrato 724
922. A quién incumbe probar que la cosa vendida se encuentra en el estado
que existía al tiempo del contrato 725
923. En qué estado deben entregarse las cosas que se venden determinándolas
por su clase o género 725

B) LA COSA DEBE ENTREGARSE CON LOS FRUTOS QUE HAYA PRODUCIDO


DESDE EL DLA DEL CONTRATO

924. En qué consiste esta obligación 727


925. Al comprador pertenecen los frutos naturales pendientes al tiempo de la
venta y los que en lo sucesivo produzca la cosa 729
926. Los frutos civiles que la cosa produzca después del contrato pertenecen al
comprador 729
927. Los frutos civiles pendientes al tiempo de la venta pertenecen al vendedor
hasta el día del contrato y desde este momento son para el comprador . . . 730
928. Resumen de los párrafos anteriores 732
929. Para que los frutos antes mencionados pertenezcan al comprador se re-
quiere que no se haya fijado plazo para su entrega o que no se haya estipu-
lado que ésta se haga en el evento de una condición 732
930. Los frutos civiles exigibles antes de la venta y pagados después de su cele-
bración pertenecen al vendedor 732
931. Los frutos civiles correspondientes a períodos de tiempo posteriores al
contrato pertenecen al comprador, aunque hayan sido pagados anticipa-
damente, es decir, antes de la venta 732
932. Excepciones a la regla general que rige los frutos en el contrato de venta . 733
933. Cuando se estípula un plazo para la entrega, los frutos que produzca la
cosa entre la venta y el vencimiento de aquél son para el vendedor 734

919
INDICE DE MATERIAS

934. Si se estipula que la entrega se hará en el evento de una condición, los


frutos que produzca la cosa en el tiempo que media entre la venta y el
cumplimiento de aquella también son para el vendedor 734
935. Las partes pueden modificar las reglas relativas a los frutos 735
936. Si de la venta se exceptúa el trigo sembrado con la mano, se entiende que
también se exceptúa el que ha brotado de los granos caídos de las espigas 735
937. Los frutos en las ventas genéricas son para el vendedor hasta el momento
en que la cosa se individualice 735
938. Las reglas establecidas para los frutos por el artículo 1816 del Código Civil
se aplican a las ventas hechas por lajusticia 736
939. También se aplican a las ventas mercantiles 736
940. La venta de una vaca, yegua u otra hembra comprende la del hijo que
lleva en el vientre o que amamanta; pero no la del que puede pacer y
alimentarse por sí solo 736

C) LA COSA VENDIDA DEBE ENTREGARSE CON TODOS SUS ACCESORIOS

941. De dónde emana esta obligación 737


942. El vendedor debe entregar la cosa con los accesorios que la cosa tenga al
tiempo del contrato 738
943. En la venta de una finca se comprenden todos los accesorios que, según la
ley, se reputan inmuebles 738
944. La regla indicada en el número anterior se aplica a las propiedades raíces
propiamente dichas, a los edificios, a las minas y a las salitreras 738
945. El vendedor está obligado a entregar los accesorios de la cosa vendida aun
cuando la venta recaiga sobre cosas muebles 738
946. La obligación de entregar los accesorios de la cosa vendida también la
tiene el vendedor en las ventas judiciales forzadas 739
947. Las partes pueden modificar esta obligación 739
948. A quién incumbe la prueba de que la cosa vendida lo ha sido con sus
accesorios 739
949. La determinación de los accesorios que entran en la venta es una cuestión
de hecho 740
950. Método que se observará en el estudio de los accesorios que se incluyen
en la venta 740

Ia Accesorios en las ventas de inmuebles

951. Cuáles son los accesorios materiales que se comprenden en la venta de un


inmueble 740
l 9 Los árboles y plantas 741
2 9 Las losas de un pavimento 742
3 9 Los tubos de las cañerías 742
4 9 Los utensilios de labranza o minería, y los animales actualmente desti-
nados al cultivo o beneficio de una finca, con tal que hayan sido pues-
tos en ella por el dueño de la finca 742
5 9 Los cierros, cercas, alambrados, puentes, etc 743
6 9 Los abonos existentes en la finca y destinados por su dueño a mejorar-
la 743

920
INDICE DE MATERIAS

7S Las prensas, calderas, cubas, alambiques, toneles y máquinas que for-


man parte de un establecimiento industrial adherente al suelo, perte-
necen al dueño de éste 743
8g Los animales que se guarden en conejeras, pajareras, estanques, col-
menas y cualesquiera otros vivares con tal que estos adhieran al suelo o
sean parte del suelo mismo o de un edificio 744
9a La tierra y la arena 745
109 Las minas de carbón y demás fósiles 745
952. Los bienes indicados en el número precedente quedan incluidos en la
venta sin necesidad de pacto expreso sobre el particular 746
953. La enumeración que hacen los artículos 570 y siguientes del Código Civil
no es taxativa 746
954. El terreno de aluvión agregado a la finca antes de la venta también se
incluye en ésta 746
955. En la venta del suelo se comprenden los edificios, galpones, graneros, bo-
degas, molinos y hornos construidos en él, a menos que se exceptúen
expresamente 746
956. En la venta de una finca se comprenden las capillas y cementerios particu-
lares situados en ella como también los ornamentos, vasos y demás objetos
pertenecientes a dichas capillas y cementerios 746
957. La leña y el carbón existentes en la finca vendida se incluyen en su venta
cuando están destinados al uso o cultivo de la finca; en caso contrario,
aunque sean producidos por ella, no se comprenden en la venta 747
958. En la venta de una finca no se incluyen los muebles de la casa que haya en
ella 747
959. Casos que pueden presentarse acerca de la obligación del vendedor de
entregar los accesorios de la finca cuando ésta se vende en lotes o parcelas . 747
960. Primer caso. Cuando todo el fundo se vende en lotes o parcelas no se com-
prenden en estas ventas los accesorios empleados en su explotación 748
961. Segundo caso. Cuando se vende una parte del fundo en lotes o parcelas,
tampoco se comprenden en la venta los accesorios destinados a su explo-
tación 749
962. Tercer caso. Cuando todo el fundo se vende en lotes, el comprador a quien
le ha correspondido la parte de terreno en que están situados los edificios
del fundo, tampoco tiene derecho a los enseres del mismo ni aunque se
encuentren en dichos edificios 749
963. Cuarto caso. Cuando se vende la mitad o una parte alícuota del fundo, en
la venta se incluye la parte de accesorios que corresponde a la porción
vendida 749
964. En la venta de una finca se comprenden las servidumbres establecidas en
su beneficio 749
965. Si se vende una parte de un predio que viene a quedar separada del cami-
no, el comprador tiene derecho a que se le conceda una servidumbre de
tránsito, sin indemnización alguna, aunque nada se estipule sobre el parti-
cular en la escritura de venta 750
966. En la venta de una finca no se incluyen los derechos afectos a la persona
misma del vendedor 750
967. En la venta de una finca se comprende el agua con que se la riega, aunque
nada se estipule al respecto 751
968. Las partes pueden vender el predio con una dotación de agua fija y determi-
nada o con los derechos de agua con que se riega o cultiva, sin precisarlos 751

921
INDICE DE MATERIAS

969. Cuando en el contrato se señala una dotación exacta de agua, el vendedor


debe entregar toda esa dotación 752
970. Si en el contrato no se señala una cantidad fija y determinada de agua,
limitándose las partes a decir que el fundo se vende con los derechos de
agua con que se riega o cultiva, el vendedor no tiene más obligación que
entregar el agua con que se regaba al tiempo de la venta, cualquiera que
ella sea 752
971. Cuando la venta se hace con "toda el agua de la toma tal o cual", el vende-
dor no está obligado a entregar toda el agua del estero en donde esa toma
está ubicada, sino únicamente la que corresponde a la "toma" indicada . . 752
972. Dificultades que puede originar la obligación de entregar el agua de la
finca vendida cuando la cantidad con que se riega, al tiempo de la venta,
es más que suficiente o es insuficiente para el cultivo y las partes nada han
estipulado sobre el particular 752
973. Primer caso. Si el agua del fundo es excesiva para su riego, el vendedor
debe entregarla en su totalidad, si toda ella estaba empleada en su cultivo
al tiempo del contrato 753
974. Segundo caso. Cuando el agua es excesiva para el cultivo del fundo y éste se
vende en el estado en que se encuentra al tiempo del contrato, el vende-
dor debe entregar toda la dotación de agua que entonces tenía 754
975. Tercer caso. Si el agua es insuficiente para el riego, háyase o no vendido la
cosa en el estado en que se encuentra al tiempo del contrato, el vendedor
no tiene más obligación que entregar el agua de que dispone la finca . . . . 754
976. Cuando la finca se vende en lotes o parcelas para ser cultivadas, el vende-
dor debe entregar a cada comprador la dotación de agua que proporcio-
nalmente corresponda a cada lote 754
977. Cuando la finca se vende en lotes o parcelas para población, el vendedor
sólo está obligado a proporcionar el agua necesaria para la bebida y para
los menesteres domésticos; excepciones 755
978. Cuando en la venta de una chacra para población se dice que tiene agua
corriente que irá por la calle en conformidad a las ordenanzas municipa-
les, pudiendo regar el comprador cuando lo necesite, de la calle al inte-
rior, el vendedor no está obligado a hacer entrar el agua de la calle a los
sitios vendidos 755
979. Cuando se vende una casa dentro de los límites urbanos de la ciudad, el
vendedor, aunque nada se estipule al respecto, debe proporcionar al com-
prador el agua corriente que tenía al tiempo del contrato 756
980. Alcance jurídico de la frase "el fundo se vende con todos sus usos, cos-
tumbres y servidumbres" 756
981. Alcance jurídico de la frase "la finca se vende en el estado en que actual-
mente se encuentra 757
982. Cuestiones a que puede dar origen esta frase 757
983. Si al tiempo de la venta la finca vendida no tenía agua para su riego o
tenía menos de la necesaria, el vendedor, que la ha enajenado en el estado
en que se encuentra al tiempo del contrato, no tiene más obligación que
entregar el agua que entonces tenía 757
984. Si en la venta se dice que el vendedor entregará la propiedad en el mismo
estado en que fue entregada cuando él la adquirió, debe entregar toda el
agua que en esa fecha tenía y no únicamente la que tenga al tiempo de la
nueva venta 757
985. La frase indicada en el número 981 confirma lo dispuesto por el artículo
1830 del Código Civil 758

922
INDICE DE MATERIAS

986. Si la cosa vendida adeuda contribuciones vencidas o dividendos devenga-


dos, unas y otros son de cargo del vendedor, aunque se venda en el estado
en que se encuentre al tiempo del contrato 758
987. Qué se entiende por vender una cosa tal como la gozaba el vendedor .. . 759
988. Accesorios que se comprenden en la venta de una casa o edificio 759
989. En la venta de una casa no se comprende el mobiliario con que se la
guarnece 760
990. En las ventas de una casa o edificio se comprende, salvo pacto en contra-
rio, el suelo en que está edificado 761
991. En la venta de una fábrica quedan incluidos los canales que sirven para
traer el agua a la fábrica y para sacarla de ella, a menos que el vendedor
conserve en su poder los terrenos adyacentes a dicha fábrica y que se rie-
gan con las aguas de esos canales 761
992. La venta de un establecimiento termal comprende el derecho de aprove-
char las aguas que lo constituyen 762
993. Cuáles son los accesorios de una mina 762
994. En qué casos se incluyen en la venta de un inmueble las cosas que, siendo
sus accesorios, se encuentran separadas de él al tiempo del contrato 762
995. Los accesorios de la cosa vendida deben entregarse en el estado en que se
encontraban al tiempo del contrato 763
996. Si de la venta de una finca se excluyen ciertas plantaciones, también que-
da excluido el terreno en que se encuentran, a menos que de la intención
expresa o tácita de las partes resulte lo contrario 764
997. El vendedor de un inmueble no está obligado a entregar al comprador,
salvo pacto en contrario, los títulos que acreditan su dominio y el de sus
antecesores 764
998. El vendedor de una propiedad que está sometida a litigio con su detenta-
dor o supuesto propietario no está obligado a conferir poder al compra-
dor para que éste continúe el juicio, a no ser que se pacte lo contrario .. 765
999. Los accesorios de un inmueble también pueden consistir en bienes incor-
porales 765
1000. El vendedor está obligado a entregar todos aquellos derechos que ema-
nan de la calidad de propietario o poseedor de la cosa y que se refieren a
ésta, aunque nada se estipule al respecto, derechos que se transfieren sin
necesidad de pacto especial 765
1001. Derechos que no se transfieren al comprador sino en virtud de un pacto
expreso y respecto de los cuales el vendedor no tiene obligación de entre-
garlos 766

2° Accesorios en las ventas de muebles

1002. Dificultad que presenta la determinación de estos accesorios 767


1003. Accesorios que se comprenden en la venta de un establecimiento comer-
cial 768
1004. En la venta de un almacén o establecimiento de comercio se comprende
el nombre por el cual es conocido 768
1005. En la venta de un establecimiento de comercio se comprende la facultad
de usar el nombre del vendedor durante el tiempo que sea necesario
para que el comprador se acredite ante el público 769
1006. La venta de un establecimiento mercantil da derecho al comprador para
hacerse llamar sucesor del vendedor por un tiempo ilimitado 770

923
INDICE DE MATERIAS

1007. En qué caso la venta de un establecimiento comercial comprende las marcas


que indican el origen y calidad de las mercaderías que en él existen . . . . 770
1008. Otros accesorios que se incluyen en la venta de un establecimiento mer-
cantil 771
1009. La venta de un establecimiento mercantil no incapacita al vendedor, a
menos que se estipule lo contrario, para abrir un nuevo almacén o esta-
blecimiento análogo al que se vendió; efectos que produce la estipulación
por la cual se impone esa prohibición al vendedor 771
1010. El comprador de un edificio que carece de salida a la calle y que va a
destinarlo a tienda o almacén tiene derecho para exigir del vendedor,
que conserva la parte del edificio que da a la calle, que le permita colocar
el rótulo de su tienda o almacén en la muralla que da a aquella,
aunque nada se haya estipulado al respecto 773
1011. El comprador de mercaderías u objetos que se producen en una fábrica
que reviste ordinariamente sus artículos de una marca o sello destinado a
individualizarlos tiene derecho para exigir que las mercaderías que
compra lleven dicha marca o sello 773
1012. Accesorios que se comprenden en la venta de una nave 774
1013. Accesorios que se comprenden en la venta de un caballo 774
1014. Accesorios que se incluyen en la cesión de un crédito personal 774
1015. La venta de acciones de una sociedad anónima lleva consigo la de los
dividendos no acordados y que en lo sucesivo se paguen 774
1016. La venta de un cuadro u obra de arte confiere al comprador el derecho
de reproducirla, aunque nada se estipule al respecto 775

69 EFECTOS QUE PRODUCE LA FALTA DE ENTREGA


DE LA COSA VENDIDA

1017. Acciones que competen al comprador cuando el vendedor no cumple


su obligación de entregar 778
1018. Cuándo se entiende que el vendedor no cumple su obligación de entre-
gar 779
1019. La falta de entrega de la cosa misma autoriza al comprador para ejerci-
tar las acciones que establece el artículo 1826 del Código Civil 779
1020. La falta de entrega legal o material del inmueble vendido autoriza al
comprador para ejercitar esas acciones 780
1021. La entrega de una cosa diversa de la vendida también lo autoriza para
ejercitarlas 780
1022. Si se vende un conjunto de mercaderías y el vendedor no las entrega en
la cantidad estipulada, el comprador puede exigir su entrega com-
pleta o la resolución del contrato 780
1023. Si el vendedor no entrega las mercaderías de la calidad convenida o si no
entrega mercaderías sanas y de regular calidad, cuando ninguna se
ha señalado, el comprador puede igualmente ejercitar esas acciones . . . . 781
1024. La falta de entrega de los frutos o accesorios de la cosa vendida autoriza
al comprador para exigir su entrega o la resolución del contrato 781
1025. Si el vendedor no entrega la cosa en los términos y forma estipulados,
el comprador puede hacer uso de esas acciones 782
1026. La violación de cualquiera otra de las obligaciones que el contrato im-
p o n g a al vendedor habilita al comprador para ejercitar esas acciones ... 782

924
INDICE DE MATERIAS

1027. Requisitos para que el comprador pueda ejercitar esas acciones 782
1028. Primer requisito. Que el vendedor esté constituido en mora de entre-
gar. Cuándo se entiende que lo está 782
1029. Segundo requisito. Que la mora sea imputable a hecho o culpa del vende-
dor. Qué se entiende por caso fortuito para estos efectos; hechos
que constituyen caso fortuito y hechos que no lo constituyen 784
1030. Tercer requisito. Que el comprador se allane a pagar el precio o se le
haya fijado un plazo para hacerlo 788
1031. El ejercicio de las acciones que señala el artículo 1826 del Código Civil
corresponde al comprador, a sus herederos y cesionarios, pero en nin-
gún caso al vendedor 788
1032. La acción que compete al comprador para exigir la entrega de la cosa
vendida es una acción meramente personal y no real 788
1033. Consecuencias que fluyen del principio formulado en el número prece-
dente 791
1034. Esta acción no puede intentarse contra ninguna persona que no sea el
vendedor o sus representantes 791
1035. Esta acción tampoco puede dirigirse contra la persona a quien el vende-
dor haya enajenado y entregado la cosa vendida con posterioridad a la
venta hecha al primer comprador a quien no se le entregó 792
1036. Esta acción es mueble o inmueble según sea la naturaleza de la cosa
vendida; juez competente para conocer de ella 792
1037. El comprador puede exigir la entrega de la cosa vendida por la vía
ordinaria o por la vía ejecutiva, según sea la naturaleza del título 793
1038. La acción resolutoria es personal 793
1039. El comprador puede ejercitar la acción resolutoria aunque en el contra-
to no se haya estipulado ninguna cláusula resolutoria 793
1040. La resolución no se opera de pleno derecho sino en virtud de la senten-
cia judicial que declara resuelto el contrato 793
1041. El vendedor puede enervar la acción resolutoria entregando la cosa
antes de dictarse la sentencia judicial 793
1042. La resolución puede declararse por el juez, aunque el comprador no la
pida expresamente en su demanda, si en ella se limita a solicitar la devo-
lución del precio y la indemnización de perjuicios, es decir, los
efectos de la resolución 794
1043. El juez no puede conceder un plazo al vendedor a quien se demanda por
la resolución del contrato para que dentro de él cumpla su obliga-
ción 795
1044. En qué caso puede pedirse la resolución parcial de un contrato de ven-
ta por falta de entrega de la cosa vendida 795
1045. Las partes pueden estipular un pacto comisorio para el caso en que el
vendedor no cumpla su obligación; efectos que produce dicho pacto en
el contrato de venta 795
1046. Las acciones que señala el artículo 1826 del Código Civil no pueden de-
ducirse conjuntamente, a menos que se entablen una como subsidia-
ria de la otra 796
1047. El comprador puede renunciar esas acciones; la interposición de una
no importa renuncia de la otra 796
1048. La acción de entrega prescribe en conformidad a las reglas generales . . . 796
1049. El vendedor a quien se le exige la entrega de la cosa vendida no puede
alegar la prescripción adquisitiva del dominio de dicha cosa sino la extin-
tiva de la acción del comprador 797

925
INDICE DE MATERIAS

1050. La acción resolutoria prescribe en conformidad a las reglas generales . . . 797


1051. Pronunciada la resolución, el vendedor debe restituir al comprador el
precio o parte de precio que éste haya pagado con sus intereses legales
a contar desde la contestación de la demanda 797
1052. El comprador, a su vez, debe restituir la cosa si la hubiere recibido sin
los frutos que haya producido mientras estuvo en su poder 798
1053. Peijuicios que debe indemnizar el vendedor una vez que se pronuncia
la resolución del contrato 798
1054. Peijuicio que debe indemnizar el vendedor cuando el comprador exige
la entrega de la cosa vendida 800
1055. El comprador a quien no se han entregado las mercaderías vendidas en
el plazo estipulado puede adquirir otras a costa del vendedor 802
1056. Acciones que competen al comprador en las ventas mercantiles cuando
el vendedor retarda la entrega de la cosa vendida 803
1057. Acciones que competen al comprador en las ventas mercantiles cuando,
después de perfeccionada la venta, el vendedor consume, altera o
enajena y entrega a otro las mercaderías vendidas 803
1058. Referencia al capítulo de las obligaciones del comprador por lo que
hace a las materias tratadas en este párrafo 803

7a REGLAS RELATIVAS A IAS VENTAS DE INMUEBLES HECHAS


CON INDICACION DE LA CABIDA

1059. Importancia de esta materia 804


1060. Las reglas que establecen los artículos 1831 y siguientes del Código Civil
se aplican únicamente a los predios rústicos y no a los urbanos 804
1061. Los predios urbanos tampoco quedan incluidos en la disposición del
artículo 1835 del Código Civil 806
1062. Si el predio urbano que se vende no tiene la cabida estipulada en el con-
trato, el comprador no puede hacer uso de las acciones que señala el
artículo 1832 del Código Civil sino únicamente de las que establece el
artículo 1826 del mismo Código 807
1063. Qué se entiende por predios rústicos y por predios urbanos para los
efectos de los artículos 1831 y siguientes 807
1064. Naturaleza de los predios que están dedicados parte al cultivo y parte a
habitación 809
1065. Naturaleza de los sitios que se venden para población 809
1066. Un predio rústico puede venderse con relación a su cabida o como una
especie o cuerpo cierto 809
1067. Cuándo se entiende que la venta se hace con relación a cabida y cuán-
do como cuerpo cierto 809
1068. Requisitos que debe llenar la venta de un predio rústico para que se
entienda celebrada con relación a cabida 811
1069. El primer requisito consiste en que la venta recaiga sobre un predio que
constituya un cuerpo cierto y determinado 812
1070. El segundo requisito consiste en que la venta se haga con indicación de
la cabida; formas en que ésta puede mencionarse en el contrato . . . . 812
1071. El tercer requisito consiste en que el precio se fije en atención a la
cabida del predio. No es necesario que el precio se fije en total 813

926
INDICE DE MATERIAS

1072. El cuarto requisito consiste en que las partes no renuncien en el contrato


las acciones que Ies puedan corresponder si la cabida real es diferen-
te de la cabida declarada 814
1073. Cuándo se entiende que un predio rústico se vende como cuerpo cierto . 814
1074. Cuando en el contrato se dice que el predio se vende ad-corpus la venta
es de cuerpo cierto 816
1075. Si en el contrato se señala una cabida aproximada, valiéndose de la ex-
presión "más o menos" la venta no se entiende hecha con relación a
cabida sino que es de cuerpo cierto 817
1076. Pueden venderse varios predios a la vez con relación a cabida o como
cuerpos ciertos 820
1077. Tanto la venta con relación a cabida como la de cuerpo cierto se perfec-
cionan cuando hay acuerdo en la cosa y en el precio y se llenan las
solemnidades legales 820
1078. Las disposiciones de los artículos 1831 y siguientes se aplican a las ventas
forzadas, sean judiciales o de expropiación por causa de utilidad
pública 820
1079. En las ventas forzadas o voluntarias que se realizan por el ministerio de la
justicia, para determinar si la venta es de cuerpo cierto o con relación
a cabida, se atiende a las bases del remate y no a la escritura de venta . . . 821
1080. Las disposiciones de los artículos 1831 y siguientes se aplican al arren-
damiento de predios rústicos 822
1081. Caso en que se vende un predio rústico determinado sin indicación de
cabida a razón de tanto la unidad de medida 822
1082. Caso en que se vende cierto número de medidas que deben tomarse de
un terreno más grande, a razón de tanto la medida o por un precio
global 823
1083. División del capítulo 823

A) EFECTOS QUE PRODUCE LA VENTA DE UN PREDIO RÚSTICO QUE SE VENDE


CON RELACIÓN A SU CABIDA

1084. Situaciones que pueden presentarse cuando el predio rústico se vende


con relación a su cabida 824
1085. Primera situación. La cabida real es mayor que la declarada 824
1086. Caso en que el precio de la cabida que sobra es igual a la décima parte
del precio de la cabida real 826
1087. Primer caso. El precio de la cabida que sobra no excede de la décima parte
del precio de la cabida real, es decir, hay un exceso de cabida simplemen-
te. Cuando así ocurre, el comprador debe aumentar proporcional-
mente el precio 826
1088. Cuando la cabida real excede simplemente de la declarada, el compra-
dor no puede desistirse del contrato 827
1089. Segundo caso. El precio de la cabida que sobra es mayor que la décima
parte del precio de la cabida real. Acciones que en este caso competen
al comprador 827
1090. El comprador tiene derecho a los peijuicios cuando se desiste del con-
trato únicamente 827
1091. A quién competen las acciones que establece el inciso 1Q del artículo 1832 . . 828
1092. En qué caso el comprador que opta por el aumento del precio debe
pagar los intereses correspondientes a ese aumento 828

927
INDICE DE MATERIAS

1093. Cuando la cabida real excede de la declarada, sea que el precio de la


cabida que sobre alcance o no a más de la décima parte del precio de la
cabida real, el comprador no puede exigir que el vendedor le entregue la
cabida señalada en el contrato y separe del predio el terreno que
sobra 828
1094. Segunda situación. La cabida real es menor que la declarada 829
1095. Primer caso. El precio de la cabida que falta no excede de la décima parte
del precio de la cabida completa, es decir, la cabida real es simplemente
m e n o r que la declarada. Acciones que c o m p e t e n al comprador
en este caso 830
1096. Fundamento de la disposición del inciso segundo del artículo 1832 831
1097. Cuándo se entiende que al vendedor le es posible completar la cabida
que falta 832
1098. Cuando la cabida real es simplemente menor que la declarada, el com-
prador no puede pedir la resolución del contrato 833
1099. En qué caso el comprador puede desistirse del contrato a pesar de que
la cabida real es simplemente menor que la declarada 833
1100. Segundo caso. El precio de la cabida que falta es mayor que la décima parte
del precio de la cabida completa. Acciones que en este caso co-
rresponden al comprador 835
1101. El comprador sólo puede exigir peijuicios cuando se desiste del contrato . 835
1102. El comprador puede pedir que se le complete la cabida cuando el precio
de la cabida que falta es mayor que la décima parte del precio de la
cabida declarada 835
1103. A quién competen las acciones que establece la ley para el caso en que el
precio de la cabida que falta sea mayor que la décima parte del
precio de la cabida completa 836
1104. Formas en que puede hacerse la rebaja de precio en los dos casos que
contempla el inciso 2 9 del artículo 1832 836
1105. Cuando el comprador opta por la rebaja del precio en cualesquiera de
los dos casos que contempla el inciso 2 S del artículo 1832, el vendedor
que lo ha recibido no está obligado a restituir con intereses la parte que
corresponda a esa rebaja 836
1106. El vendedor puede exigir ejecutivamente el precio de venta de un predio
que se ha vendido con relación a su cabida y que entregó al com-
prador, sin necesidad de probar que entregó toda la cabida declarada . . . 837
1107. Cuando la venta con relación a cabida se verifica en pública subasta, sea
forzada o voluntaria, para saber si la cabida real es mayor o menor que la
declarada, debe tomarse como término de comparación la cabida que se
señala en las bases de remate consignadas en el expediente y no
la que se indica en los avisos que han servido para anunciar la subasta . . . 837
1108. Si en las bases de remate se señala una cabida y en la escritura pública de
venta se indica otra, para apreciar si la cabida real está o no conforme
con la declarada, debe atenderse a la cabida señalada en las bases
de remate 838
1109. Cuando el predio se vende con relación a cabida, el vendedor, al entre-
garlo, no está obligado a practicar su mensura, salvo pacto en contrario . 838
1110. Si se estipula que el vendedor debe medir el predio, al hacer su entrega
al comprador, los gastos que demande esa mensura son de cargo del
vendedor 839
1111. La cabida y mensura del predio deben indicarse y practicarse respecti-
vamente en conformidad al sistema métrico decimal 839

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INDICE DE MATERIAS

1112. Qué debe incluirse en la medida del predio para saber si la cabida real es
mayor o menor que la declarada 839
1113. En esa medida debe incluirse el aluvión formado antes de la venta; pero
no el que se forma después de su celebración 840
1114. La diferencia de calidad de alguna parte del predio no autoriza el ejerci-
cio de las acciones que señala el artículo 1832 del Código Civil 841
1115. Las acciones que establece ese mismo artículo tampoco pueden deducir-
se cuando el vendedor no entrega toda el agua o todos los accesorios a
que se obligó por el contrato 841
1116. Cómo se aplican las reglas del artículo 1832 cuando se venden dos o más
predios con relación a cabida 841
1117. Caso en que la unidad de medida de todos los fundos tiene el mismo
valor. Hay que distinguir si se expresa la cabida de cada predio o si se
expresa una cabida total 842
1118. Caso en que las unidades de medida de cada fundo tienen diversos valores 844
1119. Las partes pueden renunciar o modificar las reglas que señala el artículo
1832 del Código Civil 845
1120. La cláusula que limita la responsabilidad del vendedor en una venta con
relación a cabida en el sentido de que el comprador sólo tiene derecho a
la restitución del precio cuando no pueda entrar en posesión de los terre-
nos vendidos por causas ajenas a su voluntad, no modifica las reglas del
artículo 1832, pues se refiere a la responsabilidad del vendedor en caso
de saneamiento por evicción 846

B) EFECTOS QUE PRODUCE LA VENTA DE UN PREDIO RÚSTICO QUE SE


VENDE COMO ESPECIE O CUERPO CIERTO

1121. Formas en que puede hacerse la venta de un predio rústico que se vende
como cuerpo cierto 847
1122. Primer caso. El predio rústico se vende como un cuerpo cierto, sin señala-
miento de linderos. Efectos que produce la venta en este caso 847
1123. Segundo caso. El predio rústico se vende como un cuerpo cierto, pero con
señalamiento de linderos. Obligación que tiene el vendedor en este
caso 848
1124. Cuando el vendedor entrega todo el terreno comprendido dentro de los
deslindes señalados, el comprador no tiene ninguna acción contra aquél,
aunque la cabida del precio resulte inferior a la indicada incidentalmente
en el contrato 849
1125. Acciones que competen al comprador cuando el vendedor no entrega
todo el terreno comprendido dentro de los deslindes señalados 849
1126. Derechos que corresponden a las partes cuando, vendiéndose con señala-
miento de linderos, el vendedor entrega más terrenos de los comprendi-
dos en ellos, como si se entregaran terrenos adyacentes al predio vendido
que no forman parte de él 851
1127. Cuando se vende un predio con señalamiento de linderos, la obligación
del vendedor de entregar lo comprendido en ellos se refiere únicamente
al terreno y no a las demás cosas que se hallen dentro de los deslindes,
como casas, galpones, agua, etc 852
1128. Cuando se vende con señalamiento de linderos, el vendedor está obliga-
do a entregar todos los terrenos comprendidos en ellos, sean de terceros

929
INDICE DE MATERIAS

o propios y cualquiera que sea la causa de su adquisición. Qué terrenos,


sin embargo, no está obligado a entregar el vendedor aunque se com-
prendan dentro de los deslindes señalados en el contrato 854
1129. En qué forma se calcula el precio del terreno que no se ha entregado
para los efectos de determinar las acciones que competen al comprador
cuando se vende un predio como cuerpo cierto con señalamiento de lin-
deros 855
1130. Cuando se vende un predio con señalamiento de linderos, el vendedor
no está obligado a hacer por su sola cuenta la fijación de los deslindes
convenientes y estables en los terrenos vendidos, a menos que así se esti-
pule 856
1131. Para determinar qué terrenos debe entregar el vendedor cuando la venta
de un predio como cuerpo cierto se hace en pública subasta, sea volunta-
ria o forzada, se atiende a los deslindes que se señalan en las bases del
remate y no a los consignados en los avisos o en la escritura de venta . . . . 856
1132. Caso en que se venden varios predios como cuerpos ciertos 856
1133. I.as partes pueden modificar las reglas del artículo 1833 857
1134. Además de las acciones que señalan los artículos 1832 y 1833 las partes
pueden ejercitar la de lesión enorme en su caso 858
1135. Las reglas dadas en los artículos 1832 y 1833 se aplican a cualquier todo o
conjunto de mercaderías. Efectos que produce la venta de cosas muebles
celebrada con relación a cabida o como especie o cuerpo cierto 858

C) PRESCRIPCIÓN DE LAS ACCIONES ESTABLECIDAS POR LOS ARTÍCULOS 1 8 3 2 Y 1 8 3 3

1136. Las acciones establecidas por los artículos 1832 y 1833 expiran al cabo de
un año contado desde la entrega 860
1137. Esta prescripción corre contra toda clase de personas 861
1138. Fundamentos de esta prescripción 861
1139. Esta prescripción comienza a correr desde la entrega material del predio
y no desde su entrega legal 862
1140. Las partes no pueden ampliar el plazo de esta prescripción antes de su
vencimiento, sino una vez que haya corrido íntegramente 864
1141. Los contratantes no pueden acortar el plazo de esta prescripción 864
1142. Las partes pueden adelantar o diferir la fecha inicial del plazo de esta
prescripción 865
1143. Las acciones que establecen los artículos 1832 y 1833 no pueden ejercitar-
se sino desde el día en que se haga la entrega material del predio 865
1144. Esas acciones prescriben en un año aunque las partes las hayan modificado . 865
1145. Cuando las partes convienen que el predio sea mensurado antes de la
entrega real, el plazo de un año comienza a correr desde el día en que
esa mensura se efectúe 866
1146. Epoca en que debe hacerse esta mensura 866
1147. Si en el contrato de venta se estipula que, a fin de conocer la verdadera
cabida del predio que en él se señala, el comprador podrá nombrar un
perito para que lo mensure, la acción para pedir al vendedor que concu-
rra a ese nombramiento prescribe en conformidad a las reglas generales 867
1148. Cuando en una venta con relación a cabida se pacta expresamente que el
vendedor pagará al comprador el precio de la cabida que falte, a justa
tasación de peritos, la acción para exigir ese pago prescribe en conformi-
dad a las reglas generales 867

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INDICE DE MATERIAS

1149. Las acciones que establecen los artículos 1832 y 1833 prescriben en un
año aunque se ejerciten con ocasión de ventas de bienes muebles 868
1150. Prescriben en conformidad a las reglas generales las acciones que tienen
las partes para pedir que se practique la mensura del terreno vendido
cuando lo que se vende es cierta porción indeterminada de un predio o
cuando, siendo lo vendido un predio determinado, su precio se ha fijado
en atención al número de unidades de medida que comprenda 869
1151. Prescribe en conformidad a las reglas generales la acción por la cual el
comprador reclama al vendedor la entrega de una parte del predio vendi-
do que se comprendió en la venta y que éste no ha entregado 869
1152. También prescribe en conformidad a esas reglas la acción que tiene el
vendedor para pedir la restitución del terreno que no se comprendió en
la venta y que fue entregado por equivocación 870
1153. Prescribe igualmente en conformidad a esas reglas la acción que tiene el
comprador para exigir que se le entregue uno de los predios que ha com-
prado separadamente, pero en una misma escritura, en la que se indicó
la cabida de cada uno, cuyo precio pagó y que el vendedor no le ha
entregado 870

D) LEGISLACIÓN EXTRANJERA

1154. Importancia del estudio de la legislación extranjera sobre este punto . . . 870
1155. Disposiciones del Código francés al respecto 871
1156. Diferencias que existen entre nuestro Código y el Código francés 872
1157. Disposiciones del Código italiano sobre el particular 873
1158. Disposiciones del Código español sobre esta materia 873
1159. Disposición del Código alemán sobre esta materia 874

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