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¿POR QUÉ A ALGUNAS PERSONAS LES GUSTA

LEER Y A OTRAS NO?


ALEJANDRO GAMERO

https://lapiedradesisifo.com/2019/10/16/por-que-a-algunas-personas-les-gusta-leer-y-a-
otras-no/

Se les puede reconocer por sus bolsas de tela de alguna librería, por algunos
complementos que los delatan como tazas o chapas, o simplemente porque van con un
libro ‒o varios‒ a todas partes. Se les conoce como lectores. Convertirse en uno no parece
demasiado complicado. Basta con leer un libro, y después otro, y otro más, y así sin
cansarse nunca. Sin embargo, aunque para un lector parezca algo sencillo, además de
satisfactorio, no es igual para todo el mundo. Hay también personas a las que leer se les
hace bastante cuesta arriba. ¿Por qué algunos encuentran tanto placer en la lectura y otros
no? La respuesta, por supuesto, no es única, pero de forma general hay una serie de
factores que se deben tener en cuenta.

«Todas las sociedades tienen grupos de personas, más o menos grandes, que leen
mucho en su tiempo libre», dice Wendy Griswold, socióloga de la Universidad Northwestern
y estudiosa de los hábitos de lectura. Griswold se refiere a estos grupos con el nombre
de «categoría de lectores». Este grupo experimentó un crecimiento entre mediados del siglo
XIX y mediados del XX, gracias a que la lectura se convirtió en un hábito más accesible por
los avances en la tecnología de impresión, pero a partir de mediados del siglo XX
experimenta un retroceso, debido a la expansión de una forma de ocio que fue un duro
competidor para los libros, la televisión.

Algunas personas son mucho más propensas que otras a convertirse en parte de la
«categoría de lectores». «Los patrones son muy predecibles», según Griswold. En primer
lugar, cuanto más educación tenga alguien, más probabilidades tendrá de ser un lector. Se
pueden añadir algunas pautas generales más: la gente que vive en zonas urbanas tiende
a leer más que los que viven en zonas rurales, existe una correlación entre la cantidad de
ingresos y el hábito lector o hay una tendencia a que las niñas comiencen a leer antes que
los niños y continúen leyendo en la edad adulta.

Por supuesto, poseer cualquiera de estas características no garantiza que alguien se


convierta en lector. La personalidad también parece jugar un papel importante. Para Daniel
Willingham, profesor de psicología en la Universidad de Virginia, «los introvertidos parecen
ser un poco más propensos a leer mucho en el tiempo libre». Otro factor sobre el que incide
Willingham es el número de libros que hay en la casa de un individuo durante su infancia.
Existen estudios que corroboran que los niños que crecen rodeados de libros tienden a
alcanzar niveles más altos de educación y a ser mejores lectores que aquellos que no lo
hicieron. Sin embargo, la mera presencia de libros en el hogar tampoco es la varita que
transforma mágicamente a cualquier persona en lector. Willingham propone la siguiente
situación: imaginemos que cogemos a un niño que no vaya muy bien en los estudios y le
ponemos cientos de libros en su casa. ¿Pasa algo? Casi con toda probabilidad no. Lo
importante no parece ser que se tengan muchos o pocos libros sino el valor que se le dé,
la actitud, el comportamiento y las prioridades con respecto a ellos que existan en el núcleo
familiar.

Lo que parece evidente es que muchos de esos factores se aglutinan en la infancia. Para
un lector, que quiere compartir su pasión con sus hijos, es desalentador saber que nada de
lo que haga garantizará que ellos se conviertan en lectores. Ahora bien, en su libro Raising
Kids Who Read Willingham desarrolla tres variables que tienen una enorme importancia
sobre el hecho de que alguien se convierta o no en lector.

En primer lugar, un niño necesita desarrollar una capacidad fluida para decodificar
textos, es decir, para pasar de las palabras impresas en una página al significado que tienen
en la mente. Esto es algo se enseña en la escuela, pero los padres pueden aportar su
granito de arena leyendo a sus hijos y con ellos. En segundo lugar, y relacionado con la
anterior, para que un texto se pueda decodificar de forma adecuada es necesario que el
niño tenga unos conocimientos mínimos sobre el tema del que trata. Por tanto, los padres
deberían intentar facilitar esos conocimientos para armar a sus hijos con las herramientas
que hagan que estén familiarizados con lo que leen y que les permitan interpretar con éxito
las palabras impresas. Por último, una vez que ya se han logrado los dos elementos
anteriores, quedaría el ingrediente principal: la motivación.

Este tercer componente lo analizan Pamela Paul y Maria Russo en su libro Cómo criar
a un lector. Sucede que muchos padres están obsesionados con hacer de sus hijos ávidos
lectores, precisamente porque piensan que cuanto más lectores sean mayor será su éxito
académico, su conocimiento del mundo o su bienestar emocional. La mentalidad de hacer
de sus hijos lectores a toda costa puede llegar a convertir la lectura en una obligación, algo
que los niños perciben de inmediato. Pamela Paul pone un ejemplo con la comida: la
motivación se consigue cuando se presenta la lectura no como espinacas sino como tarta
de chocolate. Esto se hace cuando en una familia la lectura se convierte en un hábito regular
y placentero. Los padres envían constantemente mensajes subliminales a sus hijos sobre
cómo pasar el tiempo libre. Si un padre está leyendo un libro en lugar de ver la televisión o
de pasar el tiempo con el móvil o con el ordenador estará transmitiendo una idea a sus
hijos. Si los libros se convierten en un tema de conversación importante, también. Si son
regalos habituales en cumpleaños o celebraciones o si se visitan de forma regular
bibliotecas y librerías y se pasa tiempo en ellas, lo mismo. Otra forma de hacer accesible la
lectura es situar los libros en zonas comunes de la casa en lugar de guardarlos en un área
concreta, y más si esta no es fácilmente accesible a los más pequeños.

Los lectores que intentan transmitir su pasión saben que es un hábito que tiene una
infinidad de beneficios a largo plazo, en momentos posteriores de la vida, pero la clave está
en mostrar a los niños el valor intrínseco de la lectura en el momento. Y que los beneficios
vengan cuando tengan que venir. Por eso es importante que ellos elijan sus propias lecturas
y que no sean los adultos los que decidan lo que deben leer. Por supuesto que nada de
esto garantizará que una persona sea o no lectora. Existen innumerables factores
particulares imposibles de analizar como las experiencias personales de cada individuo y
los vínculos, de afecto o desafecto, que estas crean con la lectura. No es posible aplicar
una receta mágica que haga que cualquier niño se convierta en lector, pero por suerte, de
la misma forma, también puede ocurrir lo contrario: que en edad adulta alguien que había
renegado de la lectura decida abrazarla para siempre.

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