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Guy Bechtel - La Carne, El Diablo y El Confesionario
Guy Bechtel - La Carne, El Diablo y El Confesionario
La carne, el diablo
y el confesionario
Anaya Mario Muchnik
Diseño de cubierta: Mario Muchnik
Foto de contracubierta:
© Louis Monier
Esta edición de
La carne, el diablo y el confesionario
al cuidado de Elsa Ocero
con la colaboración de José Luis Casares, Margarida Fortuny,
José Luis de Hijes y Jaime Roberto Vergara
compuesta en tipos Garamond de 12 puntos en el ordenador de la editorial
se terminó de imprimir y encuadernar en los talleres de
Romanyá/Valls, S. A., Verdaguer, 1, 08786 Capellades (Barcelona)
el 17 de abril de 1 9 9 7
Impreso en España — Printed in Spain
Guy Bechtel
La carne, el diablo
y el confesionario
El Kama Sufra de la Iglesia
sia católica, aprobado por el Papa en junio del año anterior y promulga-
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do oficialmente en R o m a el 8 de d i c i e m b r e . Lo había elaborado un co-
mité de redacción presidido por el cardenal Ratzinger, prefecto de la
Congregación para la doctrina de la fe. Era un grueso v o l u m e n cargado
de arduas referencias a los padres de la Iglesia y los concilios; tenía 5 7 5
páginas y costaba 139 francos (unas 3.000 pesetas). En seis semanas se
vendieron no menos de 4 0 0 . 0 0 0 ejemplares.
¿ C ó m o explicar la contradicción de los cristianos, q u e no van a la
Iglesia pero no dejan de interesarse por su teología? Ya hemos adelan-
tado nuestra tesis. Se inspira en el más grande especialista francés en
cuestiones religiosas: Jean D e l u m e a u , profesor del C o l e g i o de Francia,
q u i e n , justamente a raíz de la publicación del catecismo, se expresó de
este modo:
Dificultades de la investigación
El pecado original
(Si non baptisatus es, ego te baptizo). Así, dotado de un viático, el niño
podía ser enterrado en tierra santa, es decir el cementerio de los buenos
cristianos.
El asunto se complicaba c u a n d o el feto, ya por malformación, ya
por las manipulaciones destinadas a facilitar la expulsión, tenía a duras
penas forma h u m a n a y viviente. A q u í también servía el método condi-
cional. En caso de d u d a se podía decir: "Si estás vivo, yo te bautizo"
(Si vivís, ego te baptizo). M o n s e ñ o r Gousset precisa: "En cuanto a las
producciones irregulares, pensamos que se debe bautizar a todo m o n s -
truo q u e salga de mujer, por deforme que sea, por m u c h o q u e parezca
u n a bestia. Pero entonces se bautizará con la condición siguiente: Si tu
es capax o si tu es homo, ego te baptizo, o sea: «Si eres capaz o eres h o m -
bre, yo te bautizo». Pero si el feto muere sin que se le h a y a podido bau-
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tizar, de n i n g u n a m a n e r a se lo i n h u m a r á en tierra s a n t a " .
Ya se ve hasta d ó n d e llegaba la maldición del pecado original. No
sólo prometía al feto - a l bebé no b a u t i z a d o - el infierno: i m p e d í a q u e
se enterraran d i g n a m e n t e los restos. El influjo de la falta de A d á n llega-
ba hasta el a l u m b r a m i e n t o y decidía la sepultura en tierra cristiana. Se
c o m p r e n d e bien la prisa de los padres.
De m o m e n t o el pecado original aparece sin modificaciones en el
Catecismo de la Iglesia católica ( 1 9 9 2 ) , que lo describe como u n a suerte
de debilidad congénita. " M a r c a d o en su naturaleza por el pecado origi-
nal, el hombre, en el ejercicio de su libertad, es sujeto de error e inclina-
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ción al m a l . " De este m o d o se confirma a los fieles que la Iglesia ro-
m a n a no ha acogido en el menor grado el h u m a n i s m o y su creencia (¿o
su i n g e n u a fe?) en la bondad original del hombre. El texto oficial no
dice que en ocasiones los hombres son malos —lo cual se justificaría a m -
p l i a m e n t e - ; afirma que no hay n i n g ú n hombre bueno. Todos llevan la
carga fatal de la debilidad y el pecado.
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desarrollada y harto a p r e m i a n t e . Moisés por su parte los comenta de
este modo: "No temáis, pues Dios ha venido para poneros a prueba, para
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que su temor esté ante vuestros ojos y no p e q u é i s " . El lugar, el clima, el
tono, todo contribuye a privar a los mandamientos de cualquier aire de
consejo amistoso; antes bien, tienen el espíritu de una ley de hierro.
¿Es menester recordarlos? Sí, porque como reconoce el nuevo cate-
cismo, tanto la división como la n u m e r a c i ó n han variado a lo largo de
la historia. El Padre Eterno n u n c a precisó que fueran exactamente diez
y, según cómo se cuente, p u e d e n resultar más o menos. Jesús siempre
los citó en forma abreviada, limitándolos a cinco o seis. En la cristian-
dad, las más populares han sido por m u c h o tiempo las formas versifi-
cadas ("A un solo Dios has de adorar / y perfectamente has de amar",
etcétera), que surgieron en 1 4 9 1 en francés y, por lo demás, no son de-
masiado fieles a los textos bíblicos.
Ateniéndonos al sentido parecería que en su origen, y m u y simplifi-
o o
cados, los m a n d a m i e n t o s fueron éstos: I Tu Dios soy yo; I I No harás
o o
un Dios a tu i m a g e n ; III No abusarás de su nombre; I V Santificarás el
o o
D í a del Señor; V Honrarás a tu padre y a tu madre; V I No matarás;
o o o
V I I No cometerás adulterio; VIII No robarás; I X No darás falso testi-
o
m o n i o ; X No codiciarás (comprendida la mujer de tu p r ó j i m o ) . Estas
leyes, esenciales en la Iglesia cristiana, desempeñarían cierto papel en la
confesión. Llegado el m o m e n t o los teólogos sugerirían q u e la a d m i -
sión de faltas se hiciera en el m i s m o orden, lo que daría a ciertas listas
de pecados u n a forma m u y particular.
Los siete pecados capitales h a n c u m p l i d o en el confesionario u n a
función m u y semejante y su historia es i g u a l m e n t e confusa. En oca-
siones los confesores aconsejan seguirlos uno por uno: orgullo, avari-
cia, g u l a , envidia, lujuria, cólera, pereza. Pero en principio, diversos
ejemplos teológicos d a n prueba de que se p u e d e n e n u m e r a r práctica-
mente en cualquier orden. En realidad durante mucho tiempo no
h u b o seguridad de que fueran siete. Pasaremos de largo la cuestión de
estos pecados, m u y alejada de nuestro tema, diciendo q u e san Pablo
no aclara su n ú m e r o , q u e Evagro el Póntico (siglo i v ) y Cassiano (si-
glo v) cuentan ocho y que san J u a n C l i m a c o (siglo V i l ) los reduce a
siete. C o n f i r m a d a en el siglo XIII por santo Tomás, esta cifra ya no
cambiará, pero en c a m b i o nabrá variaciones de d e n o m i n a c i ó n . A ve-
ces avaricia será reemplazada por usura, lujuria por impureza, pereza
por "acedía" (término éste oscuro q u e más parece designar descuido o
indiferencia).
La tradición catequética enseña q u e j u n t o a los pecados capitales
h a y otros "que c l a m a n al cielo". S e g ú n el nuevo catecismo, que mezcla
un tanto e x t r a ñ a m e n t e pecados históricos y deseo de m o d e r n i d a d ,
"claman al cielo la sangre de Abel; el pecado de los sodomitas; el llanto
26 La carne, el diablo y el confesionario
rio de los Inocentes de París, donde por lo demás el hedor era infecto,
"desde lo alto de un estrado de a p r o x i m a d a m e n t e u n a toesa y m e d i a de
alto, la espalda vuelta al osario, la cara frente a la Danza Macabra".
Esta famosa danza, al comienzo pintura, pronto se convirtió en l i -
bro. Hasta el siglo XVIII h u b o innumerables ediciones (la más bella con
ilustraciones de H a n s H o l b e i n ) , agentes eficacísimos de la divulgación
de imágenes del infierno, el pecado y los sufrimientos de los condena-
dos. Para el pueblo, para quienes no abordaban la m u e r t e a través de
M o n t a i g n e , el infierno a través de Dante o los pecados capitales por las
encendidas imágenes de El Bosco y de Brueghel, se puso a p u n t o toda
u n a serie de libritos ilustrados que describían y representaban las an-
gustias del tránsito, la ú l t i m a ocasión de arrepentimiento y la tortura
infernal de los condenados. Entre los más notables citaremos La danza
macabra de las mujeres, La discusión de un cuerpo con su alma, La queja
del alma condenada, etc.
¿De dónde venían estas imágenes que se divulgaron sobre todo en
torno al Renacimiento? Tal vez menos del cristianismo que de la A n t i -
g ü e d a d , durante la cual las referencias al infierno habían sido frecuen-
tes y c u y a asidua evocación de la m o r a d a de los muertos —húmeda, fría
y siniestra— revivieron los primeros humanistas. Pero la Iglesia añadió
su marca. En el infierno de la Divina Comedia, por ejemplo, no h a y
llamas; las almas erran penosamente, pero Satán no las q u e m a . Parece
ser q u e el infierno de los cristianos, con su fuego y sus abominables
diablos, fue descrito por primera vez en el Elucidarium de Honorio, un
monje irlandés que hacia 1 1 5 0 se inspiró en ciertas leyendas de su isla,
en particular la Visión de Tundal.
El hombre, en peligro
El momento de la urgencia
Ritos de purificación
Respecto a los pecadores -y todas las religiones tienen los suyos— sólo
hay tres actitudes posibles: excluirlos, indemnizar por ellos a la divinidad
o perdonarlos. Platón recomendaba expulsarlos de Atenas. Los romanos
privaban "de agua y de fuego" a los grandes culpables —homicidas, por
e j e m p l o - , de m o d o que, haciéndoseles imposible la vida en la ciudad,
tuvieran que exiliarse. También los judíos, en especial los de la exigente
secta de Q u m r a m , apartaban de la c o m u n i d a d a los transgresores por
períodos que iban de diez días a dos años.
En todas las latitudes, en nombre del principio según el cual el cri-
m e n pide venganza y la sangre l l a m a a la sangre, se aplacaba a las divi-
nidades con sacrificios expiatorios. Los babilonios degollaban animales
y los aztecas, a veces, seres h u m a n o s . Entre los primeros judíos, el día
de Yom Kippur el gran rabino inmolaba un toro en el templo de Jeru-
salén.
C o n el t i e m p o se introdujeron p r o c e d i m i e n t o s más suaves, entre
ellos la remisión de las faltas, pero las fechas son inciertas. Numerosas so-
ciedades adoptaron el rito del agua. En Palestina, uno de los primos de
Jesús, J u a n llamado el Bautista, pedía a los fieles que volvieran el corazón
hacia Dios mientras él los sumergía. El agua lavaba los pecados a condi-
ción de que el corazón lamentara las faltas. El propio Jesús se sometió a
este rito que sin duda está en el origen del bautismo cristiano, quizá in-
cluso del segundo y hasta del tercer bautismo que hubo que instaurar
porque los hombres, pronto se hizo evidente, nunca paraban totalmente
de pecar. Así comenzó la historia de la "comunión frecuente".
En su corta vida Jesús perdonó las faltas; al menos dijo a los peca-
dores que les eran perdonadas. De m o m e n t o no entraremos en la polé-
m i c a sobre la interpretación de los evangelios, q u e enfrenta a católicos
y protestantes. No parece q u e Jesús pidiera confesiones particulares,
escuchara a los primeros fieles en audiencia privada o arrastrara por los
Formas de la confesión 47
Los penitenciales
no? ¿Hasta siete veces?" Díjole Jesús: "No te digo hasta siete veces, sino
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hasta setenta veces s i e t e " .
Ahora bien, hacia el siglo VI, primero en Egipto y luego en Irlanda,
se desarrollarán formas de penitencia un poco diferentes, de carácter
privado y menos excepcional. También en estos casos carecemos de da-
tos precisos, pero parece que los monjes de Oriente adoptaron la cos-
tumbre, no para grandes crímenes, sino de forma simple y regular en
la vida corriente, de departir con el superior, confiarle las penas, solici-
tarle consejo y recibir la instrucción de una penitencia que procuraba
considerable alivio. M á s exactamente, la penitencia era meritoria en sí
m i s m a . C o n ello estamos cerca de lo que más tarde la Iglesia llamaría
contrición: un reconocimiento sincero de los pecados, con pesar, do-
lor, sincero a m o r a Dios, que de por sí vale casi el perdón. Entra así en
escena un personaje nuevo: el guía de las almas en pena, el padre espi-
ritual.
Volvemos a encontrarlo en el siglo VII en Irlanda, país de pocos obis-
pos. Puede que la gran penitencia pública, el gran rito de reconciliación
con la Iglesia se verifique paralelamente para los laicos y los grandes cul-
pables: los renegados, los homicidas, los idólatras. Pero al mismo tiempo
se desarrolla la confesión privada, ahora ya con este nombre. Concierne
al conjunto de los pecados, tanto capitales como veniales. Se insiste en el
relato autoinculpatorio, se habla de absolución y ya nunca de reconcilia-
ción. El fiel se confía a un sacerdote cercano y no a un obispo. La medi-
cina es dulce y salvadora. Procura gozo. La práctica pasa de los monaste-
rios al pueblo. De Irlanda al continente. En efecto, en esta época los
irlandeses son los grandes viajeros de la fe. Pensemos en san Colombano,
monje de Benchor, que funda dos abadías en la Galia, predica el evange-
lio en Helvecia y en el año 6 1 5 va a morir en Italia, en el monasterio de
Bobbio, último que ha fundado. En grandes líneas es esta forma de pe-
nitencia secreta y regular la que se perpetúa en la Iglesia hasta el siglo XX
con una triple estructura fundamental: la contrición, la confesión y la sa-
tisfacción. Desde el siglo X, en todo caso, es habitual en toda Europa que
los cristianos, durante la cuaresma, comparezcan para una confesión pri-
vada que los prepare para la comunión pascual.
Al m i s m o tiempo la nueva penitencia —y en esto evolucionará to-
davía m á s - se presenta como respuesta a otra dificultad. En un t i e m -
po en q u e la teología era a ú n una d i s c i p l i n a m u y a p r o x i m a t i v a , en
q u e los pecados estaban mal establecidos y variaban tanto c o m o los
castigos q u e debían merecer, se busca, si no unificar todo el sistema, al
m e n o s fijar haremos locales. Esta forma se designa "penitencia tarifa-
da". Aparece consignada en unas obras llamadas "penitenciales", cuyo
estudio es h o y una fuente de informaciones sobre las costumbres de la
5 1
Edad M e d i a .
50 La carne, el diablo y el confesionario
Existen decenas de penitenciales cada uno de los cuales es, para una
época y una región determinadas, una suerte de código penal que indica
las penas que se han de imponer por cada pecado. La mayoría aparecieron
en las islas británicas, sobre todo al comienzo. Tenemos así los penitencia-
les irlandeses de los siglos V y VI (san Vinnian, san C o l o m b a n o ) , los an-
glosajones de los siglos Vil y VIH (san Beda el Venerable, pseudo Beda, Eg-
b e r t o ) , los francos del siglo IX ( H a l i t g a i r e p s e u d o T e o d o r o , p s e u d o
C u m e a n o ) y por último los germánicos de los siglos X y XI, como Las dis-
ciplinas eclesiásticas de Reginon de Prüm y el Decretum de Burchard, obis-
po de Worms.
Un poco a la m a n e r a de los posteriores d i c c i o n a r i o s de casos de
c o n c i e n c i a - q u e los s u c e d i e r o n e n e l t i e m p o c u m p l i e n d o u n p a p e l
m u y parecido—, los penitenciales trataban de todo tipo de cuestiones
morales y disciplinarias. Eran una especie de prontuario para pastores;
los a y u d a b a n a responder preguntas de lo más diverso y a hacer frente
a todos los penitentes. Está claro su carácter práctico.
En conjunto eran m u y severos y castigaban d u r a m e n t e . C o m o en-
tre un título y otro se advierten diferencias, da la impresión de q u e al
fiel le habría interesado conocerlas para sacar partido. La severidad del
contenido no siempre satisfacía a R o m a , cuya doctrina no era siempre
respetada al pie de la letra. Por lo demás, ¿podía haber u n a sola pena
para cada pecado fueran cuales fuesen las circunstancias? Los peniten-
ciales eran prácticos, sí, pero t a m b i é n un poco rudimentarios.
Daremos algunos ejemplos. El penitencial de san C o l o m b a n o dice:
"Si un letrado comete h o m i c i d i o y m a t a a uno de sus allegados será
castigado con diez años de exilio. Después podrá volver a su patria si
ha c u m p l i d o la p e n i t e n c i a de pan y agua". La p e n a por perjurio era
más o menos la m i s m a q u e por el crimen de sangre: once años de peni-
tencia en el texto del pseudoTeodoro, diez a quince años en la m a y o r í a
de los otros y a y u n o de por vida, con donación de todos los bienes a
los pobres, en el de san C o l o m b a n o .
H a b í a u n a gran preocupación por los niños. El penitencial de Fin-
nian (artículo 4 7 ) perseguía a los padres que por negligencia los h u b i e -
ran dejado morir sin bautismo: "Es un gran crimen, pues se pierde un
alma. Es posible recuperarla por la penitencia: un año de a y u n o a pan
y agua para los padres. Durante este período no d o r m i r á n juntos en el
m i s m o lecho".
El Decretum de Burchard trata la m i s m a cuestión, y se diría q u e es-
tamos ya ante una historia de vampiros: "¿Has hecho como acostum-
bran a hacer las mujeres por instigación del demonio? C u a n d o m u e r e
un niño sin bautizar, t o m a n el pequeño cadáver y lo llevan a un escon-
dite secreto. Lo traspasan con un palo y dicen q u e de no hacerlo el
niño volvería y podría perjudicar gravemente a otro. Si lo has hecho,
Formas de la confesión 51
Peripecias de la confesión
ciertas penas temporales q u e "el fiel bien dispuesto obtiene bajo deter-
m i n a d a s condiciones". En papel de dispensadora de redención, la Igle-
sia "distribuye y aplica por su autoridad el tesoro de las satisfacciones
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de Cristo y los s a n t o s " .
El espíritu de Letrán ha regido i g u a l m e n t e hasta hoy respecto a la
confesión; siguen vigentes las disposiciones del canon XXI. El católico
ha de confesarse una vez al año. La única modificación de importancia
se produjo en el C o n c i l i o de Trento ( 1 5 4 5 - 1 5 6 3 ) , c o n o c i d o c o m o
C o n c i l i o de la Contrarreforma: ya no se exigiría la confesión de todos
los pecados. C o n que expusiera las faltas capitales, el penitente podía
guardar las veniales para sí. C a m b i o de lo más modesto, si se considera
que con m u c h a frecuencia los fieles eran incapaces de establecer la di-
ferencia.
Y además, ¿qué significaba aquello exactamente? ¿Qué era un peca-
do capital y qué un pecado venial? A n t e el ataque protestante el C o n c i -
lio de Trento intentó apretar filas e ideas, buscar definiciones precisas.
Estableció ritos supuestamente inmutables y puso en m a r c h a esfuerzos
por instruir correctamente a la clerecía. Tuvo u n a importancia consi-
derable y causó efectos saludables en m u l t i t u d de esferas. No obstante
la investigación teológica quedó esclerosada por un tiempo y las prácti-
cas se volvieron rígidas.
S i n d u d a por eso n u n c a e v o l u c i o n a r o n los c o n f e s i o n a r i o s , esos
muebles de madera d o n d e tiene lugar la confesión tradicional. El prin-
cipio se debe a un obispo italiano del siglo XVI, l l a m a d o Giberti, q u e
para evitar todo contacto entre el penitente y el cura prescribió expre-
samente el uso de una plancha divisoria con u n a ventanilla enrejada.
La rejilla es el elemento esencial del m u e b l e q u e conocemos, s i m p l e
garita de madera en las parroquias pobres, bombonera rococó o a veces
neogótica en las más ricas. En una exitosa película cómica de C l a u d e
Autant-Lara, L'auberge rouge (El hostal rojo, 1 9 5 1 ) , Fernandel, en el
papel de monje, mostraba hasta qué punto había calado en los fieles la
idea de la separación indispensable. Obligado a recibir a una penitente
en u n a cocina, con sólo una mesa a la cual sentarse, usaba como panta-
lla u n a parrilla. El público, reconociendo la rejilla del confesionario,
aplaudía. La parte había terminado por significar el todo.
Si bien el siglo XVII fue escenario de graves altercados entre partida-
rios de la dureza y defensores de la laxitud en la confesión, no produjo
grandes innovaciones teológicas. En todos los sentidos fue "una peque-
ña era glacial". C o m o los católicos se dedicaban sobre todo a reforzar
la organización sacramental y doctrinaria - p a r a enfrentarse mejor con la
crisis— las prácticas p e r m a n e c i e r o n fijas, en p a r t i c u l a r las formas de
la confesión. Fue, no cabe d u d a , la época en q u e más obsesivamente se
condenó la carne. En todo se quería introducir razón y rigor, no tanto
66 La carne, el diablo y el confesionario
[que no h a y a n i n g ú n peligro de i n c o n t i n e n c i a ] : lo q u e es
harto raro in marito salci [en un m a r i d o lascivo].
La m e c á n i c a de la confesión
El mensaje de Jesús
Q u e el m a r i d o dé a su m u j e r lo q u e debe y la mujer de
igual m o d o a su marido. No dispone la mujer de su cuer-
po, sino el marido. Igualmente el m a r i d o no dispone de su
cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro sino de
m u t u o a c u e r d o , por cierto t i e m p o , para daros a la ora-
ción; luego volved a estar juntos, para que Satanás no os
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tiente por vuestra i n c o n t i n e n c i a .
82 La carne, el diablo y el confesionario
Fuentes d e l a A n t i g ü e d a d
La s e x u a l i d a d en Isidoro
con otros argumentos: sobre todo el reparto de papeles que hizo Dios
entre el h o m b r e y la mujer.
Para acabar con la e t i m o l o g í a de testiculus d i g a m o s q u e t a m b i é n
implicaba que sólo el "hombre completo" (con dos testículos, no con
uno solo) podía ejercer funciones sacerdotales. Ya sabemos c ó m o se ha
burlado la sátira popular de la obligación de curas y papas de tener to-
dos los utensilios de la virilidad (et bene pendentes), cuyo uso por otra
parte les está prohibido. Si no el origen, al menos la confirmación de
esa necesidad se encuentra en Isidoro.
A m e n u d o la ciencia a n t i g u a y m e d i e v a l c o n s i d e r a b a el e s p e r m a
una materia casi divina: éter, pneuma o soplo c u y a pérdida, por peque-
ña q u e fuese, era un grave pecado. Para algunos pensadores antiguos
era verdadero l í q u i d o cerebral (stagon enkephalou). Para Aristóteles pre-
sentaba todas las características de la sangre. Vertirlo, pues, era morir
un poco; perder m u c h o , morir del todo. En elUglo XIII, Alberto M a g -
no contó la m u e r t e de un hombre q u e había copulado sesenta y seis
veces. La autopsia habría mostrado que el infeliz tenía el cerebro m u y
reducido y había perdido parte del sentido de la vista. Es de notar la
relación con los numerosos médicos y confesores de los siglos XVIII y
XIX que, interrogando al niño sobre la masturbación, creían protegerlo
del cretinismo y la ceguera.
Galeno pensaba t a m b i é n q u e el coito podía ser fatal, creencia ésta
que repitieron m u c h o s pensadores árabes. Varias obras tituladas De
coitu, c o m o la de C o n s t a n t i n o el Africano (Ibn Al Yazza) o la de M a i -
m ó n i d e s , insistían en los peligros del acto sexual recordando la pro-
verbial longevidad de los eunucos. El conjunto de estas afirmaciones
vino a confirmar las tesis de la Iglesia a n t i g u a : la superioridad mascu-
lina, el riesgo del a m o r físico y en particular los peligros de la mastur-
bación.
De m o d o parecido la ciencia a y u d ó a construir las obsesiones del
cristiano medieval respecto a la mujer. A partir de Plinio ( 2 3 - 7 9 ) se
tuvo la certeza de que la sangre menstrual era venenosa: i m p e d í a que
g e r m i n a r a n los cereales, m a t a b a las plantas y los árboles, oxidaba el
hierro y volvía a los perros rabiosos. El niño concebido durante las re-
glas —siempre según el pensamiento a n a l ó g i c o - nacía "oxidado" y por
tanto pelirrojo.
Se suponía que la mujer estaba i n m u n i z a d a contra su propio vene-
no. No obstante un ser h u m a n o capaz de producir semejante sustancia
varios días al mes era fundamentalmente m a l o , pernicioso, diabólico, y
toda conjunción carnal con él entrañaba un desafío. Hacer el a m o r era
para el hombre hundirse en el mal. Estas ideas fueron repetidas por los
médicos árabes, cuyas obras a su vez se tradujeron o adaptaron en Eu-
ropa: tal es el caso del Sirr al-asrar, que traducido como Secretum secre-
torum se convirtió en uno de los m a n u a l e s m á s antifemeninos j a m á s
divulgados y marcó profundamente la sensibilidad popular.
De Hipócrates, por último, los teólogos tempranos tomaron la idea
de que el feto no se a n i m a b a i n m e d i a t a m e n t e . El niño cobraba vida y
h u m a n i d a d sólo al cabo de treinta días; la niña al cabo de cuarenta.
Esto permitía, si no autorizar, al menos tolerar los abortos cercanos a la
concepción; es lo que se desprende de algunos penitenciales. Si la idea
se recuperara en la actualidad ayudaría a morigerar la rigidez de la pos-
tura que mantiene la Iglesia al respecto. ¿Es posible esto? Todavía en el
90 La carne, el diablo y el confesionario
El p r o b l e m a d e l e s p e r m a f e m e n i n o
Fijación de la doctrina
L a revolución del p a d r e S á n c h e z
El a m o r en m o m e n t o s y l u g a r e s decorosos
Días prohibidos
A m o r y sangre m e n s t r u a l
U n a cuestión d e p o s t u r a s
L u j u r i a y delectación
Peca m o r t a l m e n t e a q u e l q u e s e c o m p l a c e e n m i r a r sus
propias partes p u d e n d a s , pues es casi imposible que estas
m i r a d a s no h a g a n nacer m o v i m i e n t o s lúbricos. Distinto
sería si las mirase por curiosidad, y sobre todo si hubiera
lugar a presumir que no ha corrido peligro grave. No ha-
bría pecado si, descartado a d e m á s todo peligro de lubrici-
l 4 9
dad, las miradas fueran necesarias o ú t i l e s .
Embellecerse en exceso
A fines del siglo XVII hace furor un libro de Jacques Boileau sobre "el
abuso de las desnudeces de la garganta". Sylvius y Billuart, relevados
más tarde por todos los especialistas del sexto m a n d a m i e n t o —en espe-
cial D e b r e y n e - , atacarán a las mujeres q u e se descubren i n m o d e s t a -
m e n t e el pecho. ¿No es provocadora semejante desnudez?, se pregun-
150
tan. ¿No tiende más a la lujuria que a la b e l l e z a ?
Los autores de las mejores obras hacen del escote un caso de con-
c i e n c i a teológica. U n o de ellos i m a g i n a q u e la bella A g a p i a lleva el
seno a m p l i a m e n t e descubierto con una excusa sólida: es u n a costum-
bre generalizada entre gentes de calidad. ¿Puede hacerlo - s e pregunta
el autor— por complacer a su marido y no diferenciarse de su m u n d o ?
La respuesta cae sin la menor indulgencia: no. Pues "por m u c h o q u e a
veces la costumbre pueda faltar al derecho h u m a n o , n u n c a puede ella
151
faltar al derecho natural y d i v i n o " .
Se condena incluso a las mujeres q u e para evitar la desnudez se cu-
bren el seno con un velo; y la mayor o m e n o r transparencia de éste no
escapa a la discusión. En cuanto al sujetador y el corsé, despiertan cla-
mores de i n d i g n a c i ó n . En vez de reemplazar los senos pequeños, estos
horrores atacan el pudor. Es imperativo abstenerse:
P a l a b r a s y libros
Lugares peligrosos
Los confesores quieren que los fieles les hablen de las personas con que
se encuentran, sobre todo en grupo. Ni reuniones ni fiestas tienen cré-
dito, salvo las de familia o realizadas en la iglesia. Se bebe y hasta se
roza un poco a las mujeres, de las cuales se habla con irreverencia. C o n
la a y u d a del calor comunicativo las palabras suelen volverse peligrosas.
En cuanto a los carnavales —"ese abuso de mascaradas", como decían en
1773 las constituciones sinodales de la diócesis de Annecy, "ese vergon-
zoso residuo del paganismo", "ese desorden ofensivo a Dios que propi-
cia el l i b e r t i n a j e " - , bien se sabe q u e fueron severamente reglamenta-
dos. Por s u p u e s t o q u e los cabarets, obvios lugares de p e r d i c i ó n del
a l m a , h a n estado p r o h i b i d o s p r á c t i c a m e n t e en todas las épocas. En
1 8 7 6 el reverendo padre At pensaba q u e el cabaret resumía "todos los
peligros intelectuales, morales y sociales"; después de haber advertido a
los obreros franceses que no entraran n u n c a y demostrado que era es-
cuela de error, garito donde se ponía en juego la sangre, teatro de versos
162
obscenos y l u p a n a r cenagoso, lo l l a m a b a "vestíbulo del i n f i e r n o " .
Pero lo peor con m u c h o era el baile.
En el siglo XVII Jean-Baptiste Thiers dijo q u e , mientras bailaba o
miraba bailar a otros, el individuo no podía mantenerse puro porque
se veía sometido sin cesar a pensamientos lascivos, miradas impúdicas
163
y posturas i n d e c e n t e s . M o n s e ñ o r Bouvier habló de pecado mortal
basándose en las visibles desnudeces, los movimientos, las palabras y
los gestos. "No pienso —concluye- q u e sea dado absolver, ni siquiera
en Pascua, a quienes se obstinan en frecuentar bailes públicos noche y
1 6 4
día." Para cierto misionero la sala de baile era crasamente un bur-
del, por lo que, en su opinión, lo m i s m o daba que las madres llevaran
165
a sus hijas a lugares de p r o s t i t u c i ó n .
Ignoramos por qué el vals, q u e hoy nos parece una danza harto cas-
ta en comparación con el tango u otras más modernas y promiscuas,
parecía altamente pernicioso en el siglo pasado. La Iglesia le derramó
torrentes de vituperios. Según la edición de 1 8 4 7 del Dictionnaire de
Pontas es "una danza introducida en Francia por el d e m o n i o de la i m -
pureza". H a s t a 1 9 4 5 en m u c h a s regiones de Francia los bailes eran
acontecimientos si no excepcionales, al menos vigilados. Pierre Jakez
Helias cuenta que hacia 1 9 2 0 , en su Bretaña natal, el fiel tenía prohi-
bido asistir so pena de que se le negaran los sacramentos. "Y cuando
166
los curas autorizan ir a uno, no sueltan demasiado la r i e n d a . "
Otro texto que encontramos, también del oeste de Francia pero de
1938, contiene la opinión de un cura local sobre los bailes. El nombre
llega a negar el cementerio a los que acuden a divertirse:
128 La carne, el diablo y el confesionario
Pasaremos aquí por alto interrogatorios más complejos, de los que ha-
blaremos al tratar los pecados contra natura. Savonarola propugnaba
que, respecto a los secretos del delito, la indagación fuese somera: "A
propósito de este pecado debéis preguntar si fue en órgano adecuado o
176
inadecuado, o bien fuera de cualquier ó r g a n o " .
El horror de la fornicación
¿Afectan a los novios los interdictos y penas q u e pesan sobre los forni-
cadores? Se podría aducir que no son "personas libres" como los a m a n -
tes a quienes nada une salvo un encuentro, esas personas m u t u a m e n t e
"pasajeras" que el azar reúne y a quienes de pronto insufla la pasión.
Entre los novios existe un vínculo fuerte y reconocido: aun sin la soli-
dez del m a t r i m o n i o , tiene un valor, es un principio de compromiso y a
veces conlleva u n a promesa, al menos privada. ¿No cabrá pues cierta
tolerancia para con los pecados q u e los novios p u e d a n confesar al cura?
Al contrario: veremos que la Iglesia trata a los "futuros" sin contem-
placiones, sin d u d a p o r q u e los considera m á s expuestos al m a l q u e
otros. Alfonso de Ligorio ( 1 6 9 7 - 1 7 8 7 ) , poco severo en otros casos, quie-
re que "los confesores se guarden bien de permitir a los novios ir a las
casas de las novias, así c o m o a los padres de éstas recibir a los novios,
pues raro es que en tales ocasiones los jóvenes no incurran en palabras
182
o pensamientos d e s v e r g o n z a d o s " .
Billuart no es menos exigente. Por mucho que los novios hayan pro-
metido casarse, de m o m e n t o son personas a las que no debe tolerarse
una intimidad particular. En el Traite des différentes luxures leemos:
136 La carne, el diablo y el confesionario
1 8 5
senta l a v i r g i n i d a d " . C o n m a y o r autoridad monseñor Gousset dice
que la mujer q u e p e r m i t e que la toquen i m p ú d i c a m e n t e comete peca-
1 8 6
do m o r t a l . De m o d o que entre los diferentes autores h a y cierto des-
acuerdo.
A h o r a bien, toda i n c e r t i d u m b r e de la teología m o r a l a u m e n t a el
poder de j u i c i o del confesor, que se ve obligado a interrogar con espe-
cial detalle. La investigación de los periodistas italianos enseña hasta
dónde p u e d e n llegar las preguntas en nuestra época. En la catedral de
C o m o una mujer confiesa q u e el novio la toca. El cura p i d e detalles,
relatos de las escenas; c o m o la penitente ofrece respuestas imprecisas,
la asalta con p r e g u n t a s : "¿Caricias? ¿Sólo las h a c e él? ¿ C o n afecto o
con lascivia? ¿Te toca las partes sensibles? ¿El pecho, el sexo?" Las res-
puestas de la a v e r g o n z a d a m u j e r p e r m i t e n justificar la c o n d e n a . El
cura le explica q u e lo q u e ha hecho no es natural. ¿Por qué? En este
punto el razonamiento es curioso: porque esos preliminares carecen de
sentido, p o r q u e sólo son p e r m i s i b l e s si c o n d u c e n a un "acto sexual
completo", lo q u e no es el caso. A s í pues h a y pecado. En c u a n t o al
acto sexual c o m p l e t o , en las condiciones actuales sería otro pecado:
"No podéis llevar a cabo el acto sexual mientras no os u n a el vínculo
1 8 7
del m a t r i m o n i o " .
Un acto sexual ya "más completo" sería, por ejemplo, la polución
de a dos, es decir la masturbación conjunta; posibilidad q u e los m a -
nuales de confesión no dejan de contemplar. Y tampoco en este caso
h a y salvación para los novios. Para cualquier masturbación, con el fin
de establecer c l a r a m e n t e las c i r c u n s t a n c i a s , se c o m i e n z a por un i n -
terrogatorio riguroso; por ejemplo, el q u e en 1875 propusiera el abate
Lenfant:
cir que la m i t a d de los primeros hijos son programados antes del paso
por el registro civil o el altar. Los "enamorados" o "novios" ya no se
conforman con los besos castos. En todos los países se multiplican los
"compañeros", enmarcados dentro de un tipo de relación que antaño se
llamaba "concubinato" y hoy es "unión libre" o "pareja libre". Nuevo y
difícil problema para los confesores.
Para los novios que m a n t i e n e n relaciones sexuales la condena sigue
siendo casi general, a u n q u e algo inferior al 100 % entre los curas in-
terrogados. En Italia la encuesta de Valentini y Di M e g l i o arroja 104
condenas sobre 1 1 6 confesiones de relación í n t i m a antes del casamien-
to. Cierto que se suele conceder la absolución si el o la culpable pro-
meten interrumpir el hábito sin demora.
Y unos pocos curas toman cierta distancia. Mientras que se compro-
meten enteramente con los novios que aún no han dado el paso y prohi-
ben con firmeza que inicien relaciones, una vez hecho el "mal" se mues-
tran menos combativos.
Sin d u d a estos hombres no representan la t o t a l i d a d de la Iglesia,
)ero al menos se alejan del imperativo en pro de u n a m a y o r benevo-
[ encia. A u n q u e tal vez no se trate de benevolencia sino de la voluntad
de no "desencajar" con los hechos. Desarrollan u n a suerte de "protes-
tantismo": relativizan el problema, aconsejan al penitente que se remi-
ta a su conciencia y, a través de ella, directamente a Dios. Un cura ita-
l i a n o arriesga q u e acaso las leyes de la Iglesia, concebidas para otras
épocas, h a y a n perdido u t i l i d a d y significado. Se afirma siempre d i s -
puesto a combatir el amor por mero placer, pero concede que muchos
vínculos físicos le parecen la coronación de u n a verdadera promesa, de
199
un compromiso s i n c e r o . Otro confesor, a quien una penitente i n -
quiere q u é relación debe mantener con el novio, responde sin la menor
hipocresía: "La q u e te dicte tu conciencia, hija. C o n lo q u e h a y allí
2 0 0
dentro yo no tengo nada q u e v e r " . ¿Abandono o desaliento?
En realidad se impone una distinción: hay novios que delinquen con
discreción y otros que lo hacen con escándalo. El escándalo consiste en
entablar relaciones ilegítimas a la vista y a sabiendas de todos: es la coha-
bitación o concubinato, práctica que la Iglesia ha condenado a lo largo
de toda su historia. Ya en el siglo XVIII Billuart concluía que el concubi-
nato era infinitamente más grave que la fornicación porque añadía "al
pecado la estabilidad y la persistencia"; era imprescindible confesarlo.
Casi en los mismos términos repetirá la condena monseñor Bouvier, en
201
el XIX, insistiendo también en la necesidad de la c o n f e s i ó n .
Al menos hasta 1 9 5 0 la cohabitación merecía las sanciones más gra-
ves. De perseverar en la falta y el escándalo, a los concubinos se les ne-
gaban la absolución y la eucaristía (y "hasta en articulo mortis", dice
202
P o n t a s ) . Esta inflexibilidad venía del C o n c i l i o de Trento, que había
142 La carne, el diablo y el confesionario
El recurso a la p r o s t i t u c i ó n
La masturbación femenina
¿Hacía falta semejante lujo de detalles para confesar a los fieles? Sin
d u d a , ya q u e e n c o n t r a m o s la m i s m a descripción, m á s o m e n o s , en
otro texto de la época. Es de monseñor Antonio M a r í a Claret:
¿Dirá alguien que estamos ante dos curas enfermos, obnubilados por los
problemas sexuales, cuyas obras traducen las incomprensibles pulsiones
de su l i b i d o personal? Un tercer ejemplo —de la m i s m a época, h a c i a
mediados del siglo p a s a d o - nos confirmará que, de hecho, todos los ma-
nuales de confesión contemporáneos exponen meticulosamente las for-
mas de la masturbación femenina. No es casualidad. La malsana insis-
tencia expresa u n a deliberada voluntad no de caracterizar una práctica
en especial sino de describir con sobreabundancia todas sus formas, con
una intención que todavía no podemos precisar. Pasemos de momento a
La confesión del pecado contra natura 151
II
III
IV
1) B e s t i a l i s m o . A p l i c a r la m a t r i z sobre un a n i m a l c u a l -
quiera y frotarse contra él para provocar la polución.
152 La carne, el diablo y el confesionario
La masturbación masculina
H o m o s e x u a l i d a d y confesión
El pecado contra n a t u r a c o m p r e n d e a s i m i s m o c r í m e n e s c o m o el
bestialismo y la necrofilia, q u e h a n sido tanto c o m o los otros objeto
de la solicitud y el atento e x a m e n de los profesores del confesionario.
Pero en vez de dar listas de casos nosotros intentaremos mostrar —una
vez más— c ó m o la teología se internó en c a m i n o s p a r t i c u l a r m e n t e in-
útiles.
El término "bestialismo" (o bestialidad) designa todas las formas de
relación sexual con animales. La Biblia las condena: "No te unirás con
2 3 3
bestia haciéndote i m p u r o por e l l a " , dice. ¿Qué falta h a c í a desarro-
llar una prohibición tan explícita? Sin embargo monseñor Bouvier, si-
g u i e n d o las huellas de san Ligorio, Collet, Billuart y otros, se puso a
describir las diversas posibilidades de la falta: evidentemente la copula-
ción, pero t a m b i é n el hecho de tocar de forma lasciva los genitales de
un animal. "También es pecado mortal manipularlos por curiosidad,
por chanza o ligereza, hasta el derrame de semen, no a causa del des-
perdicio del semen de la bestia sino porque la acción excita fuertemen-
2 3 4
te las pasiones de aquel que se entrega a e l l a . "
Sánchez y Ligorio d a n libre curso a su fiebre de categorización. Es-
t i m a n , por ejemplo, q u e la m a n i p u l a c i ó n de las partes sexuales de u n a
bestia que no llega a provocar emisión de l í q u i d o no es pecado mortal,
sino venial. A m e d i a d o s del siglo XIX, D. R. Louvel cree interesante es-
crutar la falta cometida por "una mujer que se hacía lamer la vulva por
2 3 5
un perro o un g a t o " . La conclusión no tiene n a d a de inesperado.
R e t o m a n d o la línea de Vernier aconseja expresamente a los confesores
interrogar a las mujeres sobre el asunto. "Ocurre con frecuencia que así
se descubren secretos vergonzosos."
En los siglos XVI y XVII, la v e i n t e n a de m a n u a l e s redactados para
confesar a los indios de A m é r i c a (algunos en n á h u a t l ) se detienen espe-
cialmente en los pecados contra natura. Los recién colonizados están
bajo constante sospecha de ebriedad, idolatría, sodomía y bestialismo.
Lo cierto es que los textos plantean innumerables preguntas sobre el
acoplamiento anal o crimen abominable (pecado nefando), como t a m -
bién sobre las relaciones con gallinas, ovejas, burras y llamas. Sin d u d a
existían en estos pueblos tantas perversiones como en todo el m u n d o ,
pero también sospechamos q u e españoles y portugueses interpretaron
mal algunos mitos. Tal vez los interrogatorios traduzcan, sobre todo,
2 3 6
las obsesiones y fantasmas de los conquistadores .
R e n u n c i a m o s a dar ejemplos de casos de conciencia relativos a la
necrofilia, que, por otra parte, las leyes h u m a n a s siempre han remitido
al código penal. Pero querríamos subrayar u n a vez más las característi-
cas del interrogatorio q u e se h a c í a en los confesionarios. C o n el pretex-
to de serenar y a y u d a r al penitente se intentaba escrutar, analizar y di-
vidir la falta en categorías, con profusión de pormenores q u e acaso
160 La carne, el diablo y el confesionario
¿Por qué?
existió e l d i v o r c i o - u n a i n s t i t u c i ó n d i v i n a , e s p e c i a l m e n t e sagrada.
C o m o enseña la demografía histórica, durante mucho tiempo produjo
grandes cantidades de niños: c u m p l i ó celosamente la misión que se le
había confiado. Por esta razón la Iglesia bien habría podido considerar-
lo desde el principio un espacio de libertad donde, salvo escándalo ma-
yor, debía abstenerse de intervenir; actitud ésta que, a su vez, habría
p o d i d o i n c i t a r a fornicadores y lujuriosos a c o m p r o m e t e r s e en un
vínculo que les permitía beneficiarse de ciertas franquicias.
Pero en modo alguno fue así. Al contrario: por largo tiempo, consi-
derando el m a t r i m o n i o un ámbito de perdición, ingentes teólogos lla-
maron a someterlo a estrecha vigilancia. En el siglo XVI san Bernardino
declaró q u e novecientos noventa y nueve de cada m i l m a t r i m o n i o s
pertenecían al diablo; y esto sin tener en cuenta la anticoncepción, tal
vez rara en la época, sino el simple ardor apasionado de los esposos.
Para la tradición estoica y a g u s t i n i a n a el amor n u n c a dejó de ser un
sentimiento sospechoso.
Todavía en el siglo XVIII, el predicador Jacques Bridaine expresaba
la m i s m a desconfianza al e x c l a m a r : "¡No todo está p e r m i t i d o ! ¡No
todo! ¡Recordadlo bien y no lo olvidéis nunca! En el m a t r i m o n i o se co-
2 3 7
meten todos los días muchos pecados detestables" . De m o d o que el
lecho c o n y u g a l debía ser objeto de investigación. ¿Quién podía encar-
garse de la tarea? B r i d a i n e h a c í a un l l a m a m i e n t o a la c o n c i e n c i a de
cada cual, pero enseguida añadía: "Os remito a vuestros confesores".
De la m i s m a manera, en el siglo XIX monseñor Bouvier, director de se-
m i n a r i o antes de ser obispo de M a n s , preveía u n a acción constante del
director de conciencia sobre la pareja. El confesor convocaría a los no-
vios antes de la boda, a u n q u e sin d u d a no obtendría gran provecho: si
hablaba m u c h o los escandalizaría y, por otra parte, los preceptos gene-
rales apenas p o d í a n servir de algo. Por eso Bouvier o r d e n a b a q u e el
confesor renovara la invitación poco después de consumado el matri-
monio:
Sin negar que el acto sexual siempre exige un esfuerzo cardíaco, sin ig-
norar que un encuentro ilícito en un hotel impersonal provoca más ten-
sión q u e el acto amoroso periódico en el domicilio conyugal, y sobre
todo sin entrar en consideraciones médicas cuyo fundamento escapa por
completo al historiador, hemos puesto los ejemplos precedentes para re-
alzar un rasgo permanente de la visión del pecado de la carne que los
confesores n u n c a han dejado de explotar: es peligroso.
En la Edad M e d i a y el R e n a c i m i e n t o se condenaba incluso cierto
m o d o de relación entre esposos: la "impetuosidad", y no otra cosa de-
signaba para la Iglesia la palabra amor. El enamorado estaba por fuerza
enamorado en exceso, insuflado de deseo, algo que la Iglesia nunca j u z -
gó bueno moral ni médicamente. Desde el siglo XII, con Guillermo de
Auxerre, fue norma que los confesores se informaran de si los hombres
"querrían tener comercio con su mujer a u n q u e no fuera su mujer", al
punto de poder acostarse con ella fuera del m a t r i m o n i o . Si alguien con-
testaba q u e sí era porque amaba a su mujer abusivamente, y el cura de-
bía poner coto al desborde afectivo. En sus instrucciones a los confeso-
La confesión de la pareja 167
La obligación de cumplir
Después de esta concesión, que asimila los actos preliminares del coito
final siempre y cuando —remarquémoslo- el coito final se efectúe com-
p l e t a m e n t e y sin a r d i d e s , la fellatio será t á c i t a m e n t e a d m i t i d a en el
c a m p o de lo tolerado. Esto no significa que se h a y a aceptado la polu-
ción en la boca de la pareja. Semejante despilfarro de e s p e r m a sigue
pareciendo a los confesores u n a monstruosidad, y así lo expresa uno en
la iglesia r o m a n a de la Santa C r u z de Jerusalén: "¿Te vierte el esperma
253
en la boca? Es un acto bestial y está p r o h i b i d o " . Otros testimonios,
con todo, muestran u n a evolución de la Iglesia frente al conjunto de
actos preliminares de la cópula.
La encuesta realizada alrededor de 1970 por los periodistas italianos
Valentini y Di M e g l i o recoge noventa y seis entrevistas sobre la cuestión
específica de lo permitido en el matrimonio. La respuesta es u n á n i m e e
inequívoca. C o n exclusión de los actos contra natura —esencialmente el
coito anal, la pérdida de semen, la anticoncepción y el a b o r t o - , entre
esposos está autorizado todo, a condición de que el acto c u l m i n a n t e sea
natural y completo.
Los juegos de amor físico no suscitan prohibiciones si son previos a
un acto propicio a la generación. Todos los curas italianos responden
igual, indicio cierto de q u e la jerarquía ha dado instrucciones. Iglesia
de San Agustín, en M o n t e p u l c i a n o : "En estos aspectos del acto c o n y u -
gal h a y q u e hacer u n a distinción. M i r a , la Iglesia los p e r m i t e sólo den-
tro de la m e t a del acto. Podéis emplear incluso la boca, los ojos y otros
órganos, siempre y c u a n d o el objetivo sea correcto". Iglesia de Todos
La confesión de la pareja 173
Guerra a la anticoncepción
a u n q u e se r e m o n t a r a a O n á n y s e g u r a m e n t e no m u y e x t e n d i d o por
entonces al principio. En el siglo X —mientras a m e n u d o la confesión
sigue siendo p ú b l i c a - , el penitencial de Reginon de P r ü m refiere q u e
todo obispo que pasaba por una población tenía el deber de lanzar una
advertencia a los criminales y las abortadoras. El clérigo i n q u i r í a si en-
tre la asistencia h a b í a personas "que hubieran m a t a d o a un marido o a
c u a l q u i e r otro ( i n c l u i d o s los niños recién n a c i d o s o por n a c e r ) con
255
hierbas ponzoñosas y venenos m o r t a l e s " .
Todos los grandes teólogos de la Edad M e d i a trataron la anticoncep-
ción y el aborto en términos durísimos e insistieron en que se profundi-
zaran los interrogatorios al respecto. Jean Gerson tronaba contra "la ne-
gativa a tener hijos, bien antes de la concepción, desnaturalizando el
m a t r i m o n i o , bien después, provocando el aborto m e d i a n t e vestidos de-
masiado ceñidos, danza, golpes, pociones y otros métodos". Bernardino
de Siena prometía el infierno a los que "se acercaran el uno al otro de
manera que no permita engendrar".
Hasta el siglo X I X , pese a un oscuro texto de Sánchez q u e parece au-
torizar el interruptus en ciertos casos, las cosas no h a b r á n c a m b i a d o
m u c h o , y monseñor Gousset aconsejará: " N i n g u n a razón puede excu-
sar del pecado mortal al m a r i d o q u e se retire more Onan, ne seminet in-
tra vas uxoris (a la m a n e r a de O n á n y no eyacule en el vaso de la espo-
2 5 6
s a ) " . En cuanto a monseñor Claret, sugirió que el hecho de retirarse
en el m o m e n t o del acto primero no era un método seguro para evitar
n i ñ o s y s e g u n d o p o d í a provocar deformaciones y m o n s t r u o s i d a d e s :
"Existe otro peligro, a saber: q u e el niño que introduces en el m u n d o
sea estropeado, deforme o e n c l e n q u e , p o r q u e en el m o m e n t o de la
concepción habrá faltado una parte del semen necesario". Por ú l t i m o
un gran prelado, el cardenal M e r m i l l o d , atribuiría a las prácticas anti-
conceptivas la gran derrota militar francesa de 1870: "Habéis rechazado
a Dios y Dios os ha golpeado. Por un cálculo espantoso habéis cavado
tumbas en vez de llenar cunas y luego os han faltado combatientes", ex-
clamaba en Beauvais el 14 de julio de 1 8 7 2 . Parecía como si el futuro,
la salud y la salvación de Francia dependieran de la blandura o el rigor
de los confesores.
Introduzcamos a q u í unas palabras sobre técnicas de control, para
señalar la aparición del preservativo, objeto más a n t i g u o de lo que sue-
le pensarse. La p r i m e r a alusión data de comienzos del siglo XVIII. En
1 7 1 2 , durante la conferencia de Utrecht, entre la n u t r i d a concurrencia
de diplomáticos y militares se extendió el r u m o r de q u e un hábil arte-
sano de la c i u d a d v e n d í a un p e q u e ñ o artefacto l l a m a d o condom q u e
protegía de la sífilis. Estaba hecho con tripa de vaca o cordero. El in-
vento llegó m u y pronto a París, donde se hizo corriente utilizarlo; con-
feccionado con intestino ciego de cordero, liso y flexible, con forma
La confesión de la pareja 175
El arte de lo esquivo
El m o m e n t o de oír
Primero el cura debía escuchar las palabras del pecador. Sobre todo no
debía ponerles obstáculos. Ser un confidente amistoso y eventualmen-
te el bonachón que no c o m p r e n d í a del todo y en todo caso n u n c a se
asombraba. Gerson, por ejemplo, recomendaba que al principio se le
pusiera al penitente buena cara. H a b í a que recibirlo con simpatía, aco-
gerlo. S i n d u d a Gerson era consciente de la falsedad, porque sugería
m a n t e n e r la actitud "aun si la í n d o l e de los pecados pareciera exigir
dureza". Pero lo indispensable al comienzo, decía, era instaurar u n a
262
confianza r e c í p r o c a .
Para crear ese clima, insisten todos los manuales, el cura no debía
manifestar n i n g ú n sentimiento. " S e comportará apropiadamente —dice
Debreyne—, sin q u e su a p a r i e n c i a exprese e m o c i ó n o a s o m b r o por
2 6 3
nada." Debía incluso dar la impresión de q u e el relato no le intere-
saba, ocultar toda curiosidad y conservarse impasible, como si lo q u e
estaba oyendo no le concerniera.
A fin de no cortar al penitente, lo más sencillo era guardar silencio,
no intervenir ni siquiera si la confesión parecía incompleta. A fines del
siglo XVII la diócesis de A m i e n s instruía específicamente sobre este si-
lencio: "El confesor no debe interrumpir, ni reprender, ni interrogar al
penitente hasta q u e éste h a y a acabado todo lo que se había propuesto
2 6 4
decir" . Dicho e n términos modernos, l a p r i m e r a entrevista n o de-
bía ser "directiva". Las mismas instrucciones —como ya hacia 1 3 6 0 hi-
ciera el Manipulis curatorum de G u y de Montrocher— recomendaban
t a m b i é n no escupir al suelo, sugerencia q u e hoy nos sorprende, pero
que indica que en aquella época se manifestaba fácilmente el desprecio
con este tipo de proyecciones.
Desde luego el cura debía abstenerse de hacer reproches. Alfonso de
Ligorio reprueba que en el confesionario se muestre "el menor disgusto
o conmoción" y exige "abstenerse de cualquier reprimenda"; el peniten-
te podría tomar este tipo de manifestaciones tales por signos hostiles y
deponer su buena voluntad. Podría dejar de hablar. Pero es fundamen-
tal no perder de vista el fin: obtener confesiones lo más completas posi-
bles. Por eso, provisoriamente, se i m p o n e no decir nada, no sobresaltar,
no criticar.
Pero, ¿cómo? En cierto m o m e n t o , por fuerza, el confesado hará u n a
pregunta y esperará una respuesta. Y la pregunta, lejos de ser superflua,
concernirá a su caso, a lo que acaba de contar. S i n d u d a irá al fondo de
las cosas. Probablemente equivaldrá a una frase m u y c o m ú n en las con-
sultas médicas: "¿Es grave, doctor?" Si la confesión - a l menos la parte
espontánea— no hubiera terminado, el confesor deberá mostrarse evasi-
vo. Responderá sesgadamente.
Técnicas de la confesión 179
El a l u m b r a m i e n t o
¿ C ó m o interrogar?
C a d a confesor ha t e n i d o su m é t o d o ; cada m a n u a l , su m o d o de e m -
pleo. Sin embargo nosotros hemos detectado coincidencias que vale la
Técnicas de la confesión 181
¿ C u á n t a s veces?
Para d e s c u b r i r l a m a l a c o s t u m b r e n o h a y q u e m o s t r a r
n u n c a q u e se d u d a . No interroguéis pues sobre el punto
principal o el fondo de la cosa, sino sobre lo accesorio o
sobre a l g u n a de sus circunstancias. En vez de preguntar a
las jóvenes sobre algún pecado que temáis que escondan,
debéis hacerles decir cuántas veces lo han cometido. ¿Vaci-
lan en responder? Entonces les proponéis un n ú m e r o con-
siderable, inverosímil, por e n c i m a de lo verdadero, para
2 7 7
azuzarlas a que confiesen en seguida un n ú m e r o m e n o r .
El entorno del p e c a d o
" ¿ T i e n e s , hija, a l g u n a a m i s t a d . . . d i g a m o s í n t i m a ? ¿ C o n
un h o m b r e ? ¿Eres u n a m u j e r sensual, hija m í a ? ¿Tienes
Técnicas de la confesión 189
U n trabajo sin f i n
los cristianos que lo han precedido el día del caso. En nuestra época, res-
pondiendo a la encuesta sobre la confesión realizada hace unos veinte
años por la revista Témoignage chrétien, un hombre casado e intachable
describe así su ejercicio trivial y reiterado: " M i confesión consiste en de-
cir a toda velocidad las faltas habituales. Un poco de maledicencia, m u -
chos pensamientos en el otro sexo, algunos actos impuros: deseos, pero
2 8 5
solamente deseos" . Nada de veras apasionante para los jueces de almas.
Absteniéndose de acusar ú n i c a m e n t e a la pizca de i m a g i n a c i ó n h u -
m a n a - i n d i s c u t i b l e pero en absoluto causa exclusiva del f e n ó m e n o - ,
uno se pregunta si esa banalidad no se debe a que a m e n u d o la confe-
sión se expresa sin espontaneidad, en un lenguaje convenido y, para
decirlo de una vez, con a b u n d a n c i a de mentiras y omisiones. Si preva-
lece el temor a la pena, si la confesión es apenas un rito formal, mecá-
nico y carente de gran sinceridad, el discurso no puede sino volverse
áspero y desabrido. Es probable que, unificando sin quererlo la mayor
parte de las confesiones, la Iglesia h a y a causado su propia infelicidad.
Un reclamo más de los curas de base: o las declaraciones —siempre
las mismas: deseos, masturbación, celos, pequeñas m e z q u i n d a d e s - son
demasiado ligeras o francamente pesadas para sus hombros. Pues, si no
confesiones verdaderas, en el m u n d o contemporáneo existen verdade-
ros problemas, acaso peores que nunca. ¿Qué decirles al enfermo o al
>arado que no han pecado pero sufren y piden consuelo? ¿Buenas pa-
[abras? ¿Y al ladrón, el drogado, el c r i m i n a l q u e h a n cometido faltas
pero arrastrados por elementos ambientales? Los curas de hoy no están
bien preparados para enfrentarse al aumento de la delincuencia, el terro-
rismo, la toxicomanía, el sida. La misión del confesor en este m u n d o
se ha vuelto demasiado difícil.
H a y una novela del cineasta Jean Renoir —de quien suele olvidarse
ue fue también un escritor n o t a b l e - que basándose en hechos reales
3 el siglo pasado cuenta la historia de un cura a quien las confesiones de
un criminal embarazan en extremo; tanto que termina haciendo lo po-
2 8 6
sible para que el culpable no se confíe a é l . Es u n a novela, cierto,
pero traduce bien el dilema del cura moderno: aburrirse con la confe-
sión trivial u horrorizarse con la auténticamente escabrosa. En n i n g u n o
de los dos casos la misión se le presenta m u y llevadera.
El ataque jansenista
El m i e d o a e n s e ñ a r
Eterno. ¿Y eso de qué servía? Por eso Ligorio daba consignas de con-
tención:
A t e n c i ó n , q u i e n ha e s c u c h a d o no es la m a d e r a , el roble
negro del confesionario, sino un hombre de carne y hueso.
Y ahora ese h o m b r e sabe de esa mujer lo q u e n u n c a ha sa-
bido su m a r i d o . . . Ese hombre sabe y sabrá. Y no temáis
que lo o l v i d e . . . También ella sabe q u e h a y un dueño de su
La resistencia de los fieles 219
La c a r g a de Leo Taxil
Por vulgares q u e sean los cargos de Taxil, y sobre todo la forma en que
los presenta, no podemos dejar de examinar lo q u e plantea: ¿aprove-
chaban los curas la confesión para entablar relaciones con las confesa-
das? Es difícil dar pruebas en cualquier sentido; y, si en toda época se
h a n d e n u n c i a d o ocasionales relaciones sexuales prohibidas entre reli-
giosos y fieles, parece arduo relacionarlas con el uso directo del confe-
sionario. El cura de Uruffe, protagonista de un famoso asunto criminal
a m e d i a d o s de nuestro siglo - e m b a r a z ó a u n a p a r r o q u i a n a antes de
asesinarla-, ¿había emprendido las maniobras de seducción en el edícu-
lo de la penitencia? N u n c a se ha dicho, y cuesta creer q u e lo esencial
p u e d a cumplirse en un lugar tan exiguo. ¿Empezaron las cosas allí, en-
tonces? S i n d u d a el cura p o d í a encontrar a la p a r r o q u i a n a y hacerle
proposiciones en el confesionario, pero también en otros sitios. Nos-
otros hemos señalado m u c h o s excesos de interrogatorio, acaso debidos
—como dice T a x i l - a la "delectación" del confesor. Los registros m a g n e -
tofónicos de la investigación italiana confirman el p u n t o . ¿Pero cabe
concluir q u e el confesor pasaba de la excitación a relaciones reales que
de otro m o d o no se habrían consumado? ¿Era el confesionario un l u -
gar peligroso para quienes entraban por cualquiera de los dos lados?
La resistencia de los fieles 223
La última ofensiva
L a b a t a l l a del o n a n i s m o
N u e v a d o c t r i n a del m a t r i m o n i o
La i n t e r v e n c i ó n de los Estados
Ú l t i m a s incomprensiones
en los recipientes idóneos y con los instrumentos propios (in vasis de-
bitis et cum instrumentis suis). Por lo demás, acaso todo esto carezca de
importancia. En todas partes el Estado toma el relevo de la Iglesia bal-
buciente. C o m o sucedió con la anticoncepción y el aborto, una canti-
dad de leyes —a m e n u d o elaboradas por "comisiones de s a b i o s " - defi-
nen en muchos países qué es legítimo y qué es ilegítimo en el terreno
de la bioética.
En 1 9 6 8 , con la encíclica Humanae vitae, R o m a se había opuesto al
sexo sin bebé; en 1 9 8 7 , con la Instrucción sobre el respeto a la vida hu-
mana naciente prohibió los bebés sin sexo. Y sin embargo —cosa harto
grave para la I g l e s i a - la protesta contra las últimas decisiones, asom-
brosas desde el p u n t o de vista m e r a m e n t e lógico, fue m e n o r q u e en
1 9 6 8 . Parece q u e los fieles van dejando de prestar atención al pensa-
m i e n t o de R o m a . Es lo que señalaba un especialista c u a n d o se dio a
conocer la Instrucción: "No obstante cabe el riesgo de que la ola de in-
d i g n a c i ó n no sea tan grande. Desde hace veinte años todos los sondeos
muestran qué poco erecto práctico —incluso entre los matrimonios cris-
tianos— tiene cualquier palabra jerárquica q u e toque la moral privada
38S
de las personas y las p a r e j a s " .
Desde 1 9 6 8 , cuando la encíclica de Pablo VI desató la gran c o n m o -
ción, las relaciones entre los fieles y la Iglesia han c a m b i a d o m u c h o y
entrado en un período nuevo. La Iglesia habla; los fieles escuchan, qui-
zá, pero ya no responden. Ya casi no acuden a confesarse. ¿ C ó m o se ex-
plicará esto? Sin d u d a exhortaciones como la encíclica Humanae vitae
o la Instrucción h a n parecido en exceso alejadas del evangelio, único
mensaje —simple, claro, i n m e n s o y bueno— que los fieles aún autorizan
a la Iglesia a difundir y que parecen dispuestos a escuchar.
En 1 9 9 3 Eugen Drewermann, un cura rebelde de la Iglesia católica
que con cierta precipitación se ha descrito como "nuevo Lutero", publi-
3 3 9
có un l i b r o - d e s p u é s de otros cuarenta— en el que respondía punto
por punto a la m a y o r í a de los "errores" católicos: el celibato de los cu-
ras, el aparato represivo de la Iglesia, "cuyo fin es obtener la sumisión",
el sistema clerical en general, la opresión de la libido, la denostación de
los divorciados, la virginidad de M a r í a , el d o g m a de la Resurrección y
algunos más. M á s allá de su falta de originalidad en ciertos aspectos y la
facilidad de sus razonamientos en otros, y de la ausencia de cualquier
remedio para la crisis de la fe, el lector no puede dejar de inquietarse
con D r e w e r m a n n al ver el papel de la Iglesia católica - d u r a n t e tantos
siglos c o l u m n a vertebral de Occidente— reducido, en tiempos de in-
mensas transformaciones, a la representación rígida de las verdades de
la fe y de u n a moral autoritaria.
La Iglesia no se ha adaptado. Al menos las tres cuartas partes de los
católicos han vuelto la espalda a sus curas; ya ni siquiera van a misa.
La resistencia de los fieles 245
L l e g a un m o m e n t o en q u e un l e n g u a j e a la vez p u e r i l y a u t o r i t a r i o
pierde p r e d i c a m e n t o . U n a interpretación d e m a s i a d o literal de textos
antiguos deja de tener credibilidad. Parece como si la Iglesia tuviera frío.
¿Podrá todavía reconciliar al h o m b r e moderno con la fe? En u n a con-
ferencia, D r e w e r m a n n ha declarado: "Hace quinientos años la Iglesia
rechazó la Reforma; hace doscientos, la Ilustración; hace cien, las cien-
cias naturales; hace cincuenta, el psicoanálisis. C o n tantas negaciones,
3 4 0
¿cómo se puede vivir en el siglo X X ? "
Este teólogo, alcanzado ahora por los rayos de R o m a (fue suspen-
dido a divinis, es decir que ya no puede administrar los sacramentos),
ha comprendido al menos que la Iglesia ya no podía ocuparse de todo.
La voluntad de universalismo (¿de inoculación misionera y h e g e m o n í a
m o r a l ? ) , tan manifiesta en su historia en general y en la de la confesión
en particular, la ha conducido al desastroso estado en q u e se encuentra:
centenares de m i l l o n e s de cristianos en los cinco continentes y cada
vez menos gente en las iglesias. En la desesperación de D r e w e r m a n n
(¿por q u é no sincera?) nos ha conmovido una frase: "Los mejores teó-
logos son aquellos q u e se sientan en silencio al lado de los que sufren".
Tal era exactamente el papel de los confesores. Sin e m b a r g o , un día,
bajo instrucciones de R o m a , eligieron enseñar más que escuchar. Desde
entonces han hablado m u c h o y oído m u y poco. Por eso ya no quedan
prácticamente confesores ni confesados.
Conclusión
La captura de la energía
angustiante teoría del sexo. Pero nos cuesta entender uno de los medios
principales que utilizó: la confesión; porque, al menos en parte, le rindió
resultados inversos a los que buscaba. En no pocas ocasiones el uso del
confesionario ha provocado una introversión de las conciencias, corrido
el riesgo de enfermarlas de escrúpulos y —creemos haberlo mostrado—, al
propugnar la maternidad denigrando los medios de realizarla, conducido
a unos a la esterilidad y a otros a comportamientos contra natura.
Este conjunto teórico abarca demasiadas contradicciones para que lo
e x p o n g a m o s como si fuese u n a estrategia simple, desarrollada lineal-
mente a lo largo de quince o veinte siglos. Y no es el caso. H u b o avan-
ces, retrocesos y arrepentimientos. Desde la alta Edad M e d i a hasta 1 9 5 0
la Iglesia ha errado mucho, ha vuelto a empezar y ha remodelado más
de una vez su proyecto inicial, y por eso su c a m i n o nos parece en gran
m e d i d a intraducibie o difícil de explicar en términos lógicos. De todos
modos la idea de que la vida nace en la vergüenza ya era un punto de
partida esquizofrénico —sin salida, queremos d e c i r - para una teoría po-
blacionista de la procreación: delata una pizca de locura teológica. Y si
Stalin se detuvo a la puerta de la alcoba la Iglesia quiso deslizarse entre
las sábanas. Esto no sabríamos explicarlo como no sea por el olvido de
ciertos mensajes iniciales, la e n m i e n d a del mensaje de Jesús por sucesi-
vos estratos de teólogos, como en un palimpsesto, y una aceleración
progresiva de la m á q u i n a que terminó por destruirse a sí misma. La ac-
titud de la Iglesia en la confesión siempre ha tenido algo de suicida.
Pero ya que no podemos precisar, dejemos las hipótesis y volvamos
a la realidad. Si el fin realmente perseguido permanece en gran parte
incognoscible, al m e n o s p o d e m o s definir a q u é ha llegado la confe-
sión, q u é bien y qué perjuicio ha causado en el m u n d o cristiano. Pode-
mos hacer el balance de esa fantástica empresa de radioscopia de la l i -
b i d o y e n d o s c o p i a del falo y la v a g i n a q u e n i n g ú n otro s i s t e m a ha
igualado, pues los peores se contentaron con vigilar las ideas, la esfera
cerebral, y obtener la obediencia sin preocuparse por el bajo vientre ni
por las segundas intenciones inconscientes.
A favor o en c o n t r a del a m o r
T a m b i é n se e n t e n d í a de otro m o d o la p a l a b r a puta. D e s i g n a b a a la
mujer lúbrica, la que no podía abstenerse de copular y buscaba ince-
santemente el placer. H o y señala a la q u e ejerce un oficio y, j u s t a m e n -
3 5 1
te, no e x p e r i m e n t a placer a l g u n o . Representaciones del todo dife-
rentes, resonancias mentales opuestas.
U n a a n é c d o t a nos p e r m i t i r á c o m p r e n d e r mejor la i n c i d e n c i a del
tiempo en el lenguaje y en las mentalidades y, esperamos, atenuar la se-
veridad de nuestros juicios sobre la confesión, que se ejerció fundamen-
talmente en un m u n d o donde el pecado, los crímenes, los valores y el
sentido de la vida eran completamente diferentes de los del nuestro.
En el presente trabajo, por ejemplo, buscando las razones de la repe-
tida condena del sexo, más o menos constante en la Iglesia de la Edad
M e d i a , hemos pensado al comienzo q u e acaso R o m a hubiera querido
protejer el linaje, y sobre todo la nobleza de la descendencia feudal. En
un m u n d o donde eran esenciales la sangre, la transmisión del nombre
y la herencia, la Iglesia habría sido hostil a todo cuanto pudiera produ-
cir bastardos, en particular las relaciones extraconyugales. Esta bella hi-
pótesis, q u e se aplica mejor a la burguesía decimonónica que a la época
del a m o r cortés, zozobra cuando uno lee un breve episodio de la vida
352
de Guillermo el Mariscal subrayado por Régine P e r n o u d .
Un día Guillermo, caballero de la corte de los Plantagenét, iba a ca-
ballo por un c a m i n o en compañía de su escudero. Le llamó la atención
u n a pareja de a pie q u e parecía s u m i d a en gran desasosiego. El hombre
era un monje, y acababa de a b a n d o n a r el monasterio para h u i r con
una mujer q u e había raptado. Lejos de despreciarlos, Guillermo los re-
confortó de todo corazón, explayándose con ellos en ese m a l de a m o -
res que propiciaba tantas equivocaciones. Ni una palabra de reproche.
Todo era culpa del diablo, mala suerte. En el m o m e n t o de separarse,
G u i l l e r m o preguntó a los fugitivos si tenían al menos de qué vivir.
- S í - le respondió el ex monje; - t e n g o cuarenta y ocho libras, las
prestaré y cobraré los intereses.
Entonces, el caballero explotó:
—¡Así q u e esperas vivir de la usura! ¡Por el Señor que no lo permiti-
ré! ¡ Q u e no escapen, escudero!
D i c i e n d o lo cual se lanzó sobre la pareja y entre golpes le arrebató
desvergonzadamente el dinero, que esa m i s m a tarde fue a distribuir
entre los pobres.
El episodio debe alertarnos contra cualquier interpretación demasia-
do diacrónica, sólo con los ojos de nuestra época. En los siglos XIV y XV
no todo el m u n d o consideraba al amor maldito; simplemente parecía
u n a locura, un peligro casi diabólico y doloroso. En cambio la Iglesia
enseñaba que la usura era un crimen espantoso. Sería un error, pues,
creer que confesión y castigo se dirigían únicamente a la sexualidad.
262 La carne, el diablo y el confesionario
T a m b i é n se le p u e d e dar por p e n i t e n c i a q u e se d e t e n g a
unos instantes en el pensamiento de la muerte, el infierno
355
y la e t e r n i d a d .
Conclusión 263
O c c i d e n t e , ¿hijo de la confesión?
M á s allá del bien y el mal que ha hecho, ¿qué conclusión sacar de esta
mecánica que la Iglesia católica ha favorecido siempre? Antes que n a d a
h a y que insistir en su especificidad. Todas las religiones tienen una con-
cepción del pecado; algunas tienen incluso ritos de arrepentimiento y
perdón. Pero n i n g u n a ha concedido tanta importancia como el catoli-
cismo a la declaración detallada, regular, completa y siempre reiterada
de todas las faltas, sin hablar de la curiosa insistencia en las faltas de la
carne.
C o n esta actitud la Iglesia desbordó el marco teológico para inter-
venir en todo respecto a la vida corriente de los fieles; paso éste q u e no
dejaría de provocar fricciones. Pues un día muchos se darían cuenta de
que, en el tratamiento de los conflictos interiores, los psicólogos ha-
cían tanto bien como los confesores - s i no más— y no prohibían nada
ni infligían sanciones. Un católico de los años sesenta declaró con fran-
queza: "Si no me confieso más es porque he encontrado personas que
saben guiar el a l m a mejor q u e el c u r a . . . Un psicoanalista elegido por
3 6 1
m í m e aporta m á s " .
No obstante, las considerables dificultades con q u e se encontró la
confesión a lo largo de los siglos -y q u e h o y la vuelven en gran parte
caduca— se deben a otras razones, más relacionadas con el objetivo ofi-
266 La carne, el diablo y el confesionario
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274 La carne, el diablo y el confesionario
9 Introducción
11 U n a cuestión m u y actual
12 Fuerza y debilidad de la Iglesia
15 Dificultades de la investigación
45 Formas de la confesión
46 Ritos de purificación
48 Los penitenciales
52 Pecados raros y pecados corrientes
54 El problema de los pecados reservados
57 Nuevas formas de confesión
61 Las objeciones protestantes
64 Peripecias de la confesión
70 La mecánica de la confesión
77 La condena de la carne
77 Las fuentes del A n t i g u o Testamento
79 El mensaje de Jesús
80 San Pablo y la apología de la continencia
83 Fuentes de la A n t i g ü e d a d
85 La sexualidad en Isidoro
88 Otras fuentes científicas y médicas
298 La carne, el diablo y el confesionario
1 7 7 Técnicas de la confesión
178 El m o m e n t o de oír
índice 299
179 El a l u m b r a m i e n t o
180 ¿ C ó m o interrogar?
183 ¿Cuántas veces?
186 El entorno del pecado
189 Dos clases de confesión
247 Conclusión
248 ¿Se aplicaron las prohibiciones?
250 Los objetivos de la Iglesia
253 La captura de la energía
255 Aspectos positivos de la confesión
258 A favor o en contra del amor
260 El lado negativo de la confesión
263 La declaración de la falta, forma del discurso occidental
265 Occidente, ¿hijo de la confesión?
268 L a ú l t i m a oportunidad
2 7 1 Bibliografía
2 7 7 Notas
2 8 7 í n d i c e onomástico