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Montevideo - Uruguay
ENSAYOS
De mar a mar. Morir escribiendo
por Edmundo Gómez Mango ........................................................... 137
© Rosa Fornas
Gabriela Marrón
CONICET – Universidad Nacional del Sur, Argentina
las teorías sobre la poesía, [y] un guiño a los libros que se llaman
Lingüística general» (Peri Rossi, 2007, p. 28).3
La primera aproximación formal a la lectura del poemario surge
apenas ocho meses después de su edición, en la reseña titulada «Las
investigaciones paralelas», que Rosa María Pereda (1979) publica en
el semanario Triunfo; la segunda, bajo el título «De la pasión al co-
nocimiento» y la firma de Enrique Molina Campos (1980), aparece
en el mes de febrero, en la sección de críticas y notas bibliográficas
de la revista Nueva Estafeta. A su vez, durante el breve período que
media entre ambos acercamientos liminares al texto, Joaquín Marco
—responsable del apartado «Poesía» en El año literario español de
1979— plantea la siguiente pregunta: «¿Deberemos incluir también
aquí Lingüística general, de Cristina Peri Rossi, la poeta uruguaya,
nacionalizada española y barcelonesa de adopción?» (p. 64), la res-
puesta es afirmativa: «El libro no desentona del momento hispáni-
co. Intelectualizado, parco en imágenes, efectivo en el lenguaje; sus
versos caen en ciertos prosaísmos debidos, tal vez, a una exagerada
contención» (p. 64).
Para comprender mejor los rasgos del horizonte de expectati-
vas correspondiente a la publicación de Lingüística general, resulta
útil la siguiente síntesis de las reseñas de Pereda y Molina Campos:
«coinciden al considerar esta obra como una de sus mayores mues-
tras poéticas, situada entre el apasionamiento y la reflexión, y en la
cual las supuestas “faltas” anteriores (acumulaciones de adjetivos,
enumeración caótica) están atemperadas» (Martín Francisco, 2016,
p. 227).4 En efecto, si bien Molina Campos (1980, p. 90) sostiene
que Lingüística general comparte con Diáspora (1976) y Descripción
de un naufragio (1975) la exploración temática del erotismo, la in-
dagación estética y el testimonio revolucionario, también valora po-
sitivamente que se haya distanciado de las «acumulaciones» y «cho-
3 Respecto a la interpretación del título, María del Cristo Martín sostiene: «Para
explicar cómo y por qué Peri Rossi realiza este guiño –que podríamos entender
en un sentido paródico– debemos dirigirnos hacia ese contexto sociocultural que
lo envuelve y lo hace posible. [...] No hay que olvidar [...] el estrecho vínculo que
unía al estructuralismo con la izquierda [...] era imposible ser progresista o ser
moderno y no ser estructuralista» (2016, pp. 231-232).
4 En uno de los mejores ensayos iniciales sobre la obra poética de Peri Rossi, el
crítico uruguayo Hugo Verani también se refiere al poemario, en términos simi-
lares: «En Lingüística general la experiencia del amor anticonvencional asume una
formulación más honda y reflexiva» (1982, p. 21).
I.
Si bien esta propuesta de lectura transitará solo uno de los múltiples
trayectos que ofrecen las páginas de Lingüística general, se centrará
particularmente en el análisis de la poética enunciada en los nueve
7 Véase este testimonio de Peri Rossi: «Cuando yo llegué aquí, tenía 29 años, y
España me pareció horriblemente atrasada con relación a de donde veníamos
nosotros. Aquí no habían leído a Virginia Woolf, no sabían quién era Salinger, no
habían leído a Dylan Thomas. Es decir, el mundo referencial de uno no estaba:
no habían leído a los existencialistas, no habían visto las películas que nosotros
habíamos visto. Yo sentí que había viajado en el espacio y que viajando en el espa-
cio había viajado en el tiempo. [...] Ahora yo me doy cuenta de que solamente la
locura me hizo publicar determinadas cosas aquí que no podían ser entendidas.
La literatura seguía siendo decimonónica aquí en España» (San Román, 1992,
p. 1042 [entrevista de 1986]).
Peri Rossi (2007, pp. 28-29) ha señalado que este primer poema
es «programático», se complementa con el 5, y enuncia una «poé-
tica»:
Mallarmé escribe: «Digo ¡flor!, y del olvido hacia el que mi voz arroja
toda figura, surge musicalmente ella, ella que es algo muy diferente
de todos los cálices conocidos, ella, la linda idea misma, ella la que
está ausente de todos los ramos de flores».10 […] Esa flor es la flor
como palabra, como forma musical e idea, […] como metafenóme-
no. Mas para captar la plenitud de la palabra flor, es necesario una
condición: la palabra debe ser aislada, o por lo menos no debe apa-
recer en estrecha unidad con una frase, porque la fuerza semántica
que tiene la palabra como tal sería reducida por la determinación
limitante del contexto. Esa fuerza semántica que puede desplegar la
palabra, cuando ha cumplido la condición anterior, es llamada por
Mallarmé y sus seguidores: evocación. (Weinrich, 1968, pp. 641-
642)
10 Cf., a su vez, el poema 28 de LG: «Ella es ella más todas las veces que leí / la
palabra ella escrita en cualquier texto / más las veces que soñé ella / más sus evoca-
ciones, / diferentes a las mías»; agazapadas, tras el comienzo del poema, aguardan
las primeras palabras del Carmen 58 de Catulo: «Caeli, Lesbia nostra, Lesbia illa,
/ illa Lesbia quam Catullus unam».
11 En Poesía reunida, entre los versos 18 y 19 se agrega otro, que incorpora el voca-
tivo «lectora».
12 Cf. Weinrich (1968, p. 644): «Baudelaire escribe: “La gramática, aun la árida
gramática se convierte en algo así como magia de la evocación, y las palabras
resucitan materialmente en carne y hueso...”. También Novalis había hablado ya
de conjuro en un contexto similar, y había llamado mago al poeta».
13 Cf. Verg. Aen. 4.68-69: «uritur infelix Dido totaque vagatur / urbe furens, qualis
coniecta cerva sagitta». La evocación etimológica de Dido –que remite al pasaje de
la Eneida donde Virgilio recupera el símil de la cierva herida, usado también por
Lucrecio en Sobre la naturaleza de las cosas– se enlaza con la triangulación «deseo /
creación poética / bisonte que huye», recurrente en esta y otras obras de la autora.
Aster
La primera palabra de cualquier poema
es la inconsciente portadora
de fábulas anteriores y olvidadas
y traslada hacia el futuro
una pequeña constelación de animales familiares
y fraternos.
(LG, poema 4)
Poesía concreta, así pues, no quiere decir otra cosa que poesía lingüís-
tica. Por lo tanto, es consecuente que Gomringer en sus observaciones
teóricas se refiera a la tradición de la reflexión lingüística en la lírica
moderna esbozada en este ensayo, y que cite en relación con esto un
par de versos de Mallarmé, de «Un coup de dés» [...]: Rien n’aura lieu /
excepté peut-être / une constellation. (Weinrich, 1968, p. 657)
16 El «aster» de Lingüística general se relaciona también con la «flor de lis» del poema
de Rimbaud, «Lo que se dice al poeta a propósito de las flores», mencionado a su
vez en el texto de Weinrich (1968, p. 641).
17 Véase este testimonio de Peri Rossi: «Yo te diría que la función fundamental es
la provocación [...] en el sentido de despertar todas aquellas cosas que están en
el subconsciente del lector y que forman parte de su tradición cultural [...]. A mí
me interesa que la afluencia le sugestione. Esto está en el acervo: es lo dormido,
lo latente, que, de repente, se despertará como un fuego de bengala. El poeta
(que escribe para el mejor lector) coloca la palabra en una caja de resonancias»
(Golano, 1982, p. 49).
18 Cf. el poema de LG titulado «Poética», donde se retoma la idea del poema
3: «(escribo hacia el pasado): / el que inventa / solo descubre una tradición»
(vv. 6-8); pero se rectifica el hipotexto, que ya no es lingüístico, sino literario, a tra-
vés de Octavio Paz (1974, p. 70): «Cada poeta inventa su propia mitología y cada
una de esas mitologías es una mezcla de creencias dispares, mitos desenterrados
y obsesiones personales». La etimología de inventar es encontrar (de in-venio, ‘ir
hacia’, ‘hallar’).
19 Cf. Rodríguez Sánchez (1973, p. 19): «Altazor, el ave de las alturas, la que puede
elevarse más que ninguna otra, y que anida en las cimas, en las cumbres nevadas
de los más altos picos. El ave que divisa y otea más universo que las demás pero
que también es ladrón de presa alta, que amedrenta, que azora a las otras».
20 La cita de Coseriu pertenece a un libro publicado en 1951, en edición
mimeográfica muy limitada, como parte de un manual para los estudiantes de
lingüística del Instituto de Profesores Artigas, cf. Coseriu (1986, p. 7). Sobre el
tema, cf. Dejbord (1998, pp. 218-219); y Peri Rossi (2017, p. 32): «Yo era un
bicho raro, la alumna preferida del lingüista Coseriu, pero como él decía, por
tener intuiciones de escritora, no por seguir el curso silenciosamente (no dejaba
hablar a nadie, salvo a mí)».
II.
La principal polémica que Lingüística general entabla con el artículo ana-
lizado gira en torno a la figura del poeta lírico moderno, que para Wein-
rich (1968, p. 648) es prácticamente un lingüista y, según Peri Rossi, se
parece al profeta y «aspira a salvarse de la muerte / a través del verbo» (LG,
poema 8, vv. 6-7). La misma idea atraviesa los versos finales del siguiente
texto, que se titula «Navegación» y constituye una respuesta a las dudas
de Weinrich respecto al rumbo de la lírica moderna, cuando pierde la fe
en el poder de las palabras y se inclina a un mutismo cercano al límite de
su propia existencia: «Uno se pregunta, ante cada nuevo volumen de poe-
sía que aparece, si puede continuar todavía. Pero también se puede con
Adorno hacer la contrapregunta: ¿Es necesario continuar?» (Weinrich,
1968, p. 654). Once años después, Lingüística general se presenta no solo
como afirmación de esa necesidad: hay que seguir escribiendo, desde el
exilio y después de Auschwitz; sino también como un particular progra-
ma poético: «Navegar es necesario, / vivir no».22
Weinrich, que vislumbraba como horizonte posible el camino
emprendido por la poesía concreta, finalizaba su artículo plantean-
do, precisamente, la necesidad de revisar los preconceptos moder-
nos que liberaban a la lírica de todo compromiso social. El primero
en seguir la propuesta parece haber sido el escritor español Felipe
Boso, con el poema «imber o materia de septiembre», publicado en
el n.º 256 de la revista Papeles de Son Armadans, en julio de 1977.
Del mismo modo que Peri Rossi, Boso también parte de un texto de
Gottfried Benn citado por Weinrich (1968, p. 639):
«La gente piensa a menudo que las cosas suceden así: un joven o una
muchacha está frente a una puesta de sol o ante un brezal, el paisaje
le produce una sensación melancólica y entonces nace el poema. No,
un poema no nace así. En general muy raras veces nace un poema,
un poema se hace». Desde que Baudelaire introdujo en Europa la
poesía de Edgar Allan Poe, y él mismo adhirió a la norma de que
un poema se debe construir como una proposición matemática, la
atención de los poetas se concentra sobre la hechura.
23 Cf., por ejemplo, los siguientes versos: «Pero sé, en cambio, / estoy completa-
mente segura / de que había un arce azul / el día que te conocí» (LG, poema 9); y
«Del cual se deprendía / una resina / destilada / lentamente / con un sentimiento
no comunicado / como un pensamiento / solo» (LG, poema 11).
24 La «materia» de «septiembre» es una sílaba, y «brezo» solamente una palabra; no
obstante, a partir de las definiciones, de la diagramación del espacio, del orden
propuesto y de los catorce versos mencionados, Boso también construye una
compleja constelación semántica.
III.
El décimo lugar del libro lo ocupa el poema 925 que, junto a «Pri-
mera noción de Europa», «Dios o cualquier otro poeta» y el poe-
ma 25, resulta clave para establecer ciertas líneas de lectura en
torno a Lingüística general. Sus primeros dos versos dicen: «Te
conocí en septiembre / o quizás en algún otro mes de año cual-
quiera». La palabra septiembre establece una conexión con la
«materia de septiembre» del texto de Boso y, a su vez, con la fe-
cha en que fuera publicado (julio de 1977).26 El único poema de
Lingüística general que incluye la palabra septiembre es el décimo
(como octubre en el calendario), pero su título dice 9 (que co-
rresponde a septiembre en el almanaque). ¿Podría tratarse de una
alusión al séptimo mes del año? ¿Debemos ver duplicado el 9 del
título a causa de la repetición de la palabra septiembre (99).Todo
elemento aislado y sujeto a algún tipo de escrutinio —llámese
exégesis crítica, o imaginación— deviene elemento pasible de
una combinatoria. Por lo tanto, si no somos capaces de desentra-
ñar la estructura que justifica la existencia de la unidad observada
—siempre componente o hilo de una trama mayor— la ambigüe-
dad se cierne, como una pátina de gas, cubriendo tanto las cosas,
como los nombres. Solemos perder de vista que, para desenredar
la galleta —o la madeja—, tirar del extremo de una de las hebras
suele ser menos efectivo que detenernos a observar la filigrana a
trasluz. «Soy ambigua —dice la poesía— / como toda revelación»
(LG, poema 24). Si algo es ambiguo, en sentido pleno, es porque
está en discusión (del latín ambigere), pero no toda revelación
27 Por otra parte, cf. Yutang (1943, p. 148): «El juego más sencillo es shehfu, en que
una sílaba que forma el comienzo de una palabra y el fin de otra queda oculta
uniendo las otras sílabas en una palabra, y el jugador tiene que adivinar cuál es la
sílaba que falta. Así, bro es la sílaba común a libro y brocal. […] Si se juega debida-
mente, la persona que ha adivinado la sílaba central no debe declararla, sino formar
una contra-adivinanza con la sílaba bro, en este caso, y anunciar sencillamente, por
ejemplo, eneche (enebro-broche), con lo cual quien hizo la adivinanza puede saber
si tiene la respuesta exacta, mientras sigue siendo un misterio para los demás. A
veces hay que aceptar una respuesta que no es originalmente correcta pero resulta
mejor que la ideada por el iniciador del juego. […] Algunas son sencillas y otras
se ocultan cuidadosamente, como sería, por ejemplo, a-mar, por la sílaba ere, de
acre y cremar, en tanto que otras pueden ser fácilmente halladas, como por ejemplo
gemilor, por gemido y dolor. […] Cuando los estudiosos practican este juego suelen
usar raros nombres históricos, que ponen a prueba los estudios del rival: nombres
de una de las piezas de Shakespeare, o de las novelas de Balzac». Ante el panorama
descripto, debo expresar mi sincero agradecimiento a Occidente, a Felipe Boso, y
al oportunísimo índice que la revista de Camilo José Cela tuvo el buen tino de
publicar.
pero estaríamos infinitamente más solos, sus descendientes, sin ese reflejo del
bisonte en la piedra dura de una caverna. La poesía es espejo. [«Socorro», El
Mundo, Madrid, 24/10/1998]».
30 Cf. Peri Rossi (2005, p. 28): «El deseo no se puede nombrar (Lacan) y las palabras
persiguen al deseo, como el cazador al bisonte que huye (metáfora que usaría luego
en Lingüística general). Por eso, el arte es superior a la teoría, y la poesía, superior a
la filosofía y al psicoanálisis».
31 El logo de la marca Bisonte era una reproducción del bisonte de Altamira.
Cigarrillos Vencedor hubo tanto en Canarias (Fedora), como en Paraguay (Ta-
bacos Lambaré). Los Celtas, cortos y sin filtro, eran los cigarrillos más econó-
micos en España.
32 Cf. la análoga reflexión de Pérez-Sánchez (2007, p. 142) respecto al uso de la
figura de Vercingétorix en La nave de los locos: «[Peri Rossi] condenses the layers of
cultural quotation in a manner that simultaneously celebrates and demeans high
culture».
IV.
En el apartado inicial, planteamos la necesidad de indagar hacia
qué horizonte cultural de referencia había orientado Peri Rossi la
construcción de la voz que vertebra este poemario; una obra que,
como hemos podido apreciar, no solo desnuda la ambigüedad in-
herente a su naturaleza, sino que además explora —como si de un
juego se tratara— el potencial político de esa aparente limitación;
transformándolo, así, en un recurso expresivo, que no solo le per-
mite observar, sino también intervenir en la realidad, involucrarse, e
incluso contribuir a cuestionar y reconfigurar profundas estructuras
de orden simbólico.
Termina diciembre de 1968. Faltan diez años para que una edi-
torial de Valencia publique Lingüística general. En Montevideo, al-
guien acaba de abrir el último ejemplar del semanario Marcha y en
una entrevista lee:
33 Cf. Zhen Zhen, 2012. Agradezco la valiosa colaboración de la Lic. Karen Ga-
rrote, docente de Filosofía Oriental en la Universidad Nacional del Sur, que se
tomó el trabajo de buscar las tres opciones para cada hanzi, según las posibles
articulaciones fonéticas de Huang-Chi-Ho. Al respecto, me limitaré a citar sus
propias palabras: «Huang es un apellido muy común, y la primera traducción
es “amarillo”, como el “Emperador Amarillo”, Huang ti. Pero como verás, tam-
bién puede ser “pornografía”; y eso con una acentuación, con las otras dos, las
opciones cambian».
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2 Cita recogida por Sonia Mattalía en «La piedra en el charco (Artículos pe-
riodísticos de Juan Carlos Onetti en Marcha y Acción)», Anales de Literatura
Hispanoamericana, n.º 18, 1989, p.163.
«Yo soy esa muchacha que llora sin parar, en el fondo de un cuarto
oscuro»: una novela de ritmo vertiginoso, donde los recuerdos se
entrelazan en el análisis interior, retrospectivo, y la muchacha crece,
sigue llorando, crece, ahora llora menos, no; distinto; no; «París es
una fiesta», «Sí, es una novela autobiográfica», después llegaron «Los
laberintos insolados», «No estoy para dictar clase sino para conver-
sar con ustedes», «Este es otro Uruguay un Uruguay nuevo, oye,
yo no me imagino que fuera esto»: Montevideo, Uruguay, 10 de
agosto de 1968. Crisis económica, política y social, «medidas de se-
guridad», incidentes en las calles, lucha entre policía y estudiantes, la
Universidad invadida en la madrugada por los «agentes del orden»:
Montevideo, Uruguay, conferencia de prensa, polémicas, discusio-
nes, preguntas, definiciones (—¿Cabrera Infante? — M.T.: «No hay
nada peor que los conversos»: —¿Paradiso?— M.T.: «No pude pasar
de la página 29, no hay caso, qué denso eeess»).7
en las cuales se analizan tanto los rasgos formales como los de conte-
nido. En esta línea, muchas de sus críticas relacionan la renovación
de las formas literarias con una imprescindible modernización de
los contenidos, que necesariamente conllevan la exposición de la lu-
cha de clases o al menos la diversificación de la mirada. Entendidas
en su contexto histórico y político, estas reseñas no dejan de ser una
muestra, también, de las corrientes teóricas que dominaban buena
parte del debate académico y que postulaban, como Foucault, una
desarticulación de los grandes relatos que conforman las bases del
pensamiento y de la cultura. Desde una perspectiva similar, se tra-
taba de desvincular la literatura de una mirada predominantemente
burguesa y acomodada, seguidora de las líneas más tradicionales y
oficialistas. Así lo exponía la autora en su primera publicación en
Marcha:
En todo este planteo, hay una ingenuidad básica, que, por suerte,
no afecta a las novelas mismas del autor, a la calidad del material
literario. Esa ingenuidad consiste en creer que se puede hacer de la
literatura algo popular sin modificar las estructuras, recorriendo las
vías de la propaganda o de la atracción y no el camino radical de
las transformaciones profundas de la sociedad. Significa ignorar las
causa verdaderas que hacen del objeto artístico un producto para
consumo de pocos, y por otro lado, significa ignorar las relaciones
estrechísimas entre la cultura y la sociedad, entre la lucha de clases
y el arte.12
cer en el Uruguay, acá, ahora. Puede ser que le interese, porque por
ejemplo no tiene asegurado todavía el comer y el beber, la educación
de los hijos o el trabajo del próximo mes, o si, entre empleo y em-
pleo, ómnibus que no pasa, militancia, cuentas y sueño, le queda un
poco de ocio […]15
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—— «Marta Traba: o la conciencia del intelectual en América», sección
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16/08/1968, p. 6.
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(primera nota)», sección «Hoy». Revista de los Viernes, suplemento de
El Popular, Montevideo, 13/09/1968, pp. 6-7.
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—— «Apoteosis de lo cursi» [crítica sobre Boquitas pintadas, de Manuel Puig.
Buenos Aires: Sudamericana, 1969], Marcha, Montevideo, 7/11/1969,
p. 29.
—— «Artesanía antigua» [crítica sobre Elogio de la sombra, de Jorge Luis Bor-
ges. Buenos Aires: Emecé, 1969], Marcha, Montevideo, 30/04/1970,
p. 29.
—— «Violencia poca y ajena» [reseña de Carta abierta a Buenos Aires violen-
to, de Eduardo Gudiño Kieffer. Buenos Aires: Emecé, 1970], Marcha,
Montevideo, 29/01/1971, p. 29.
—— «Hinostroza: la fe en la palabra», Marcha, Montevideo, 18/08/1972,
p. 31.
Fernando Valls
Universidad Autónoma de Barcelona
pánicos), Egon Schiele, Hopper (Cuarto de hotel; con ese mismo tí-
tulo ha compuesto un poema recogido en Las musas inquietantes),
Francis Bacon, los españoles Antonio López y Eduardo Sanz2 —con
quien la autora comparte su fascinación por los faros— y, en gene-
ral, los hiperrealistas, como Richard Estes, de quien ha analizado
con detenimiento su obra Cabinas telefónicas (1967).
Peri Rossi reside en Barcelona, ciudad que forma parte de la pe-
riferia española más pudiente, capital de una comunidad autónoma
donde se habla castellano y catalán, gobernada por un nacionalismo
conservador tan egoísta e insolidario como el español, que coquetea
con movimientos separatistas, de tintes en ocasiones violentos y ra-
cistas, con los que ella no ha comulgado nunca, en absoluto. Otras
peculiaridades suyas que pueden ayudarnos a comprender mejor su
obra es que progresivamente se ha ido distanciando del surrealismo;
ha recogido un mismo texto en varios libros; y su presencia activa
en la vida literaria ha ido decayendo progresivamente con el paso
del tiempo. Desde 1972 ha vivido fuera de su país, en Barcelona,
durante muchos años como exiliada política; en 1975 obtuvo la
nacionalidad española, y se ha mantenido al margen del sistema
literario, sea el uruguayo, el rioplatense —a la manera en que lo
formuló Ricardo Piglia— o el latinoamericano, por no hablar del
español, tan cicatero a este respecto. Muchos de sus últimos libros
han aparecido en dos sellos de la misma editorial española de Palen-
cia: Menoscuarto y Cálamo. Y si nos centramos solo en la narrativa
breve, dichos volúmenes forman parte de la colección «Reloj de are-
na», que dirijo en la primera de las editoriales citadas: Habitaciones
privadas (2012) y Los amores equivocados (2015).
De las veintiséis narraciones brevísimas que aparecen en sus
Cuentos reunidos (2007) creo que solo nueve pueden considerarse
en sentido estricto microrrelatos; a ellas hay que añadir tres más que
recoge Lagmanovich en su citada antología y otras cuatro proce-
dentes de su libro Por fin solos, que no aparecen en su recopilación
más completa. En sus libros posteriores a 2007 no he encontrado
3 Sobre la distinción entre cuento y microrrelato, y sobre las razones por las
cuales me parece este último un género independiente, puede verse el trabajo
«El microrrelato como género literario» (Valls, 2015, p. 21-49).
felicidad a la que resulta difícil de acceder, son los temas de estos tres
excelentes microrrelatos.
«Simulacro II» forma parte de La tarde del dinosaurio (1976). De
tener que clasificarlo, diríamos que es un relato de ciencia ficción,
en el cual la acción transcurre en una nave espacial que orbita alre-
dedor de la luna; aparece sustentado en la reiteración de la negación
no, pues en la página que ocupa el texto se repite nada menos que
en quince ocasiones. En medio de esta situación, dos personajes, el
narrador y Silvio, su interlocutor, aparecen completamente deshu-
manizados, ya que apenas ni sienten ni padecen, no experimentan
frío, ni calor, ni tienen hambre o sed, y tampoco pueden servirse
de objetos de los que hemos disfrutado (el reloj, la fotografía…),
haciéndonos la vida más grata. Han perdido, además, la memoria,
la capacidad de inventar historias, de contar, siquiera de hablar; y
en la nave no existen las palabras... Solo con un gran esfuerzo, el
narrador, en el desenlace, pide piedad, pues su situación en el espa-
cio no es más que otra forma de tortura, metafísica, simbólica, tal
vez la más terrorífica de todas, aquella que emula la propia muerte.
Quizás haya también en este relato una cierta nostalgia por aque-
llo que hemos perdido y que humanizaba la existencia, haciéndola
más grata, cuyo valor no supimos apreciar hasta que empezamos a
echarlo de menos.
En El museo de los esfuerzos inútiles (1983) aparece «Entre la es-
pada y la pared», «Las estatuas o la condición del extranjero» y «La
peluquería». En el primero se vale de un mecanismo habitual en el
género —aunque no sea exclusivo de él, ni mucho menos— que
consiste en jugar con las palabras, en sacarle punta a una frase he-
cha, utilizándola desde un punto de vista insólito, como ocurre en
esta ocasión. Así, cuando a uno lo ponen entre la espada y la pared,
un muro de hielo, nos dice el narrador, no cuenta con alternativas
posibles para librarse de esa encrucijada, explicándonos con cierto
detalle el motivo. Por tanto, más que instrucciones para superar esa
tesitura, a la manera cortazariana, podríamos decir que se trata de
unas breves reflexiones sobre cómo no podemos librarnos de esa
incómoda situación. En el insólito desenlace, el narrador confiesa
que le resulta indiferente su destino, una situación en la que lleva
meses, si bien denuncia «que entre la espada y la pared no existe
lugar donde vivir». Por lo demás, este microrrelato es un caso claro
9 En una de las cubiertas de Las musas inquietantes (1999) aparecen los habi-
tuales maniquíes del pintor italiano. Esa obra está compuesta por cincuenta
poemas sobre otros tantos cuadros de pintores, entre los que se encuentran
Canaletto, Guardi, Magritte, Hopper o Bacon. La autora ha confesado que
casi siempre ha podido elegir el motivo pictórico que aparece en la tapa de sus
libros.
del don de enjuiciar y decidir, de la capacidad para actuar por sus propios me-
dios, puede llegar a constituirse, en una sociedad maltrecha como la nuestra, en
el único dispensador de placer sin conflictos». Recuérdese, además, que Tama-
ño natural (1973), película de Luis García Berlanga, interpretada por Michel
Piccoli, popularizó las muñecas inflables como objeto de deseo. Cf. Mérida
Jiménez, 2015, pp. 134 y 136. «La naturaleza del amor» se publicó por primera
vez en Una pasión prohibida (1986) y luego ha sido recogido en Por fin solos
(2004). Lagmanovich lo incluyó en su antología del microrrelato hispánico.
11 Sobre el tratamiento del exilio en sus textos véase Dejbord (1998) y Calafell
Sala (2009).
12 La autora vivió en Berlín entre 1980 y 1981 con una beca del daad, dedicán-
dole un libro a la ciudad: Europa después de la lluvia (1986), título que procede
de un cuadro de Max Ernst. Explica el título del cuadro en su artículo «La
inseguridad europea» (Peri Rossi, 2003a, pp. 193-195).
como una pieza teatral en tres actos, que corresponden a las tres
etapas de las relaciones amorosas. En el primero y en el tercero apa-
rece un único microrrelato, mientras que en el segundo se recogen
tres. Se trata de «La naturaleza del amor», del que ya me he ocupado
aquí, «La posesión», «Lavorare stanca», «Nunca» y «Vida cotidiana».
El tema de todos ellos, como en el resto de las narraciones que com-
ponen el libro, son las distintas etapas y avatares de las relaciones
amorosas. Así, en «La posesión» se mezcla realidad y anhelo, certeza
y ambigüedad, al contar la historia de una relación erótica que con
el paso del tiempo sigue teniendo como referencia fundamental el
recuerdo de una supuesta posesión erótica que ocurrió cuando ella
solo contaba ocho años, a la que se refiere el relato hasta en seis oca-
siones con detalles explícitos. Si la poseída es una mujer, el narrador,
en cambio, no sabemos si es hombre o mujer. Pero lo que constata-
mos cuando se acerca el desenlace es que aquella infantil posesión
no sucedió, que se trata de sueños que el narrador ha alimentado,
pues cuando ha pasado el tiempo y han llegado a la madurez, ella
le confiesa que le hubiera gustado ser poseída cuando jugaban de
niños. Y ese deseo inicial, entre ingenuo y espontáneo, como si se
tratara de un juego infantil, es lo que presidirá sus relaciones eróticas
posteriores.
El título de «Lavorare stanca» remite obviamente al clásico libro
de versos de Pavese. En este microrrelato brevísimo, el cansancio del
hombre que genera el trabajo de arar la tierra, anticipado en el títu-
lo, ahora irónico, impide la relación amorosa con la linda muchacha
que se había desnudado para él. En «Nunca» se plantea el problema
del conocimiento y del espacio compartido, «el abismo infinito del
espacio», en una dimensión tan reducida como la de una pieza, o
piso, pues su existencia parece desarrollarse casi únicamente en tor-
no a esos pocos metros. Por último, en «Vida cotidiana» el narrador
juega con actitudes, la sonrisa, y ciertas esperanzas, pero se centra en
un par de objetos, una bufanda y una aguja, con las que su mudo in-
terlocutor espera que se ahorque o decida suicidarse. Al igual, opta
por la bufanda que lo librará del frío y prescinde de la falsa sonrisa.
En todas estas narraciones, con la elipsis trabajando a su máxima
intensidad, se esconde más que se muestra, siendo imprescindible la
colaboración de un lector activo.
Como ya hemos visto, la narrativa más breve de Cristina Peri
Rossi se vale de lo alegórico y lo simbólico, de los mitos moderniza-
Bibliografía
Obras de Cristina Peri Rossi
Indicios pánicos. Montevideo: Nuestra América, 1970; Barcelona: Bruguera,
1981.
La tarde del dinosaurio [prólogo de Julio Cortázar]. Barcelona: Planeta, 1976;
Barcelona: Plaza & Janés «Biblioteca Letras del exilio», 1985; Zarago-
za: Tropo, 2008.
El museo de los esfuerzos inútiles. Barcelona: Seix Barral, 1983.
«La metamorfosis del cuento como parábola cerrada», El País, Madrid,
12/08/1984.
Una pasión prohibida. Barcelona: Seix Barral, 1986.
Europa después de la lluvia. Madrid: Fundación Banco Exterior, 1986.
Cosmoagonías. Barcelona: Laia, 1988; Barcelona: Juventud, 1994.
«Génesis de un cuento (1)» [sobre «Un asunto de secreciones»], en Eva Val-
cárcel (ed.). El cuento hispanoamericano del siglo XX: teoría y práctica. La
Coruña: Universidad de La Coruña, 1997, pp. 283-291.
Las musas inquietantes [prólogo de Pere Gimferrer]. Barcelona: Lumen, 1999.
Julio Cortázar. Barcelona: Omega, 2000.
Julio Cortázar y Cris. Palencia: Cálamo, 2014.
«Clarice Lispector o la introspección», Turia, n.° 58, Teruel, 2001, pp. 170-174.
El pulso del mundo. Artículos periodísticos: 1978-2002 [ed. de Mercedes Row-
insky]. Montevideo: Trilce, 2003a; México: unam, 2005.
«Richard Estes o el paisaje urbano», en El cuadro del mes. Madrid: Museo Thys-
sen-Bornemisza, 2003b, pp. 35-53.
Por fin solos. Una historia de amor en quince episodios. Barcelona: Lumen, 2004.
Cuentos reunidos [prólogo de la autora]. Barcelona: Lumen, 2007.
Playstation. Barcelona: Visor, 2009.
Habitaciones privadas. Palencia: Menoscuarto, 2012.
Los amores equivocados. Palencia: Menoscuarto, 2015.
Seoane, Andrés. «Cristina Peri Rossi: “saber es una pulsión innata que solo ter-
mina con la muerte”» [entrevista], El Cultural, Madrid, 29/09/2017.
Valls, Fernando. «El microrrelato como género literario», en Otmar Ette,
Dieter Ingenschay, Friedhelm Smith-Welle y Fernando Valls (eds.).
MicroBerlín. De minificciones y microrrelatos. Madrid: Iberoamericana/
Vervuert, 2015, pp. 21-49.
1 De «Otros cinco poemas para Cris», en Julio Cortázar (2000, p. 90) de Cristina
Peri Rossi.
2 Peri Rossi escribió sobre su relación con Cortázar en Julio Cortázar (2000);
en 2014 publicó Julio Cortázar y Cris (Ediciones Cálamo, en España; Hum,
en Uruguay), donde transcribe fragmentos de cartas que le envió a su amigo
argentino.
La biblioteca Hesburgh
Esta biblioteca lleva el nombre del más distinguido de los presiden-
tes de la Universidad de Notre Dame, el padre Theodore Hesburgh
(1917-2015), quien lideró la universidad entre 1952 y 1987. Su
inauguración —el 18 de setiembre de 1963— exteriorizaba, ya en
la década del sesenta, el proyecto de Hesburgh de hacer una univer-
sidad dedicada a la investigación y que compitiera con las mejores
universidades del país —las llamadas Ivy League Universities—, sin
perder su carácter católico. Según Margaret Grubiak, la bibliote-
ca principal de la universidad era, como construcción moderna, el
ícono del proyecto de Hesburgh de convertir a Notre Dame en una
«Princeton católica».3
Cartas a su madre
El epistolario entre la hija y la madre, entre Cristina y Julieta, es
el único que presenta cartas de ambas mujeres. Lamentablemente,
no existen cartas del primer período del exilio de Peri Rossi, entre
1972 y 1979, los años de la gestación de su gran novela La nave de
los locos (1984). En los primeros años de exilio, Peri Rossi publicó
4 Si bien este término se usa más para el caso argentino, también es utilizado
para referirse a los grupos de seguridad que allanaban casas, secuestraban per-
sonas, etc., dentro del marco del terrorismo de Estado en Uruguay.
Bibliografía
Benjamin, Walter. «Excavation and Memory», en Selected Writings, vol. 2.
Cambridge: Harvard UP, 2005.
Butler, Judith. «Your Behavior Creates Your Gender» [entrevista de Max Mi-
ller], Big Think, 13 de enero de 2011. Disponible en: <http://bigthink.
com/videos/your-behavior-creates-your-gender>.
Donoso, José. Historia personal del «boom». Barcelona: Alfaguara, 1998.
Grubiak, Margaret M. «Visualizing the Modern Catholic University: The
Original Intention of “Touch Down Jesus” at the University of Notre
Dame» en Material Religion, vol. 6, n.° 3, 2010, pp. 336-368.
Hesburgh, Theodore M. «Looking Back at Newman» en America: The Jesuit
Review, marzo 1962.
Nicholson, Brantley y Sophia McClennen (eds.). The Generation of ’72:
Latin America’s Forced Global Citizens. Raleigh: A contracorriente,
2013, pp. 11-27.
Eros y violencia
Es el deseo quien no osa decir su nombre, no el amor.
Cristina Peri Rossi
No sabe que cuando se llega al paraíso hay que evitar todas las preguntas.
Cristina Peri Rossi
La carne es, como anuncia la cita de Gamoneda que abre este tra-
bajo, paraíso e infierno, compañía y soledad; lo monstruoso y lo
fecundo se dan la mano; la piedad y el miedo, la violencia y la ter-
nura, eros y tánatos, claro. La literatura alberga todas las formas de
lo real, también la violencia, también el dolor: «La literatura no está
para hablar de la ortodoxia, no está para hablar de lo “normal”»,
afirma Peri Rossi en la entrevista anteriormente citada. Y hablar de
violencia y trauma, como nos recuerda Arendt, es hablar de poder
y de víctimas (Ricoeur, 2003), pero también de deseo —como de-
clara Benjamin en Para la crítica de la violencia—. La violencia pue-
de estar burocratizada, banalizada y normalizada (violencia de los
poderes dominantes que se presentan con apariencia no violenta),
Arendt dixit, pero también puede ser anárquica, excesiva, carnava-
lesca, sorpresiva. Puede ser un vendaval que disuelve los cuerpos y
los límites, como ocurre también en el caso de esta novela —ambos
tipos están representados en las tramas principales—, cuando esa
2 «Tratamos mal a los animales, eso debe cambiar», Magazine digital, 30/09/2018.
Disponible en: <http://www.magazinedigital.com/historias/entrevistas/frans-
waal-tratamos-mal-los-animales-eso-debe-cambiar>.
limpieza o de salud, sino que es, más bien, todo aquello que per-
turba una identidad, un sistema, un orden, lo que no respeta lími-
tes, reglas, jerarquías, lugares —perspectiva que comparte Georges
Bataille en sus ensayos—. Según esto, la abyección no sería sino el
reconocimiento o afirmación de la pérdida esencial o el desmarcar-
se conscientemente de las convenciones acerca del ser, el sentido,
el lenguaje, el deseo, la moral. Esta combinación de lo abyecto y
lo sublime vuelve a estar presente en las historias de Todo lo que
no te pude decir. Lo ilegible, lo secreto por irracional, por inasible
constituye un núcleo central en todas las historias: el Fonseca o la
Claudia que no comprenden la relación de Lucila y Suárez, la Laura
que quiere saber, conocer el secreto de Silvia para tratar de entender,
la sociedad completa que asiste al insólito grito desgarrador de una
chimpancé ante la muerte de su amor:
Bibliografía
Agamben, Giorgio. Homo sacer I. El poder soberano y la nuda vida. Valencia:
Pre-Textos, 1998.
Bajtín, Mijaíl. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El
contexto de François Rabelais. Madrid: Alianza, 1999.
Bataille, Georges. El erotismo. Barcelona: Tusquets, 1997.
Benjamin, Walter. Para una crítica de la violencia. México: Premià, 1977.
Berardi, Franco. Fenomenología del fin. Mutación y sensibilidad conectiva. Bue-
nos Aires: Caja Negra, 2017.
De waal, Frans. «Tratamos mal a los animales. Eso debe cambiar», Magazi-
ne digital, 30/09/2018. Disponible en: <http://www.magazinedigital.
com/historias/entrevistas/frans-waal-tratamos-mal-los-animales-eso-
debe-cambiar>.
Gamoneda, Amelia. Marguerite Duras. La textura del deseo. Salamanca: Edi-
ciones Universidad de Salamanca, 1995.
Gómez-de-Tejada, Jesús (coord.). Erotismo, transgresión y exilio: Las voces de
Cristina Peri Rossi. Sevilla: Editorial Universidad de Sevilla, 2017.
Gómez Toré, José Luis. Extramuros. Escritos sobre poesía. Madrid: Libros de la
Resistencia, 2018.
Heker, Liliana. El fin de la historia. Buenos Aires: Suma de Letras Argentina,
2004.
Kristeva, Julia. Pouvoirs de l’horreur. Essai sur l’abjection. París: Éditions du
Seuil, 1980.
Mattalía, Sonia. Máscaras suele vestir. Pasión y revuelta: escrituras de mujeres en
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Pérez, Claudia. «Allá, en Barcelona. Entrevista a Cristina Peri Rossi», Sic,
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n.° 8, abril de 2014, pp. 13-20. Disponible en: <http://www.aplu.org.
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Ricoeur, Paul. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta, 2003.
Sanguinetti, Néstor. «Las asimetrías del amor. Entrevista a Cristina Peri
Rossi», La Diaria, Montevideo, 10/10/2018, pp. 18-19. Disponible
en: <https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/10/las-asimetrias-del-
amor-entrevista-a-cristina-peri-rossi>.
Vance, Carole S. (comp.). Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina.
Madrid: Talasa, 1989.
Género
Hay días en que me despierto muy hombre
y te miro dormir con deseos de posesión
y no me importa si te resistes
me excita mucho más
y te haría un hijo
como Cumbres borrascosas
y después te abandonaría ufano
silbando fuerte
y mi ego se hincharía
como el pecho de un urogallo macho
presumiendo de mi fuerza y de mi poder
y no escucharía tus quejas ni demandas
soberbio, ebrio de mí mismo
como Narciso mirándose en el espejo.
Tristán e Isolda
Me pasé la adolescencia, desde los doce a los diecisiete años, escu-
chando todas las tardes el aria de amor, de locura y de muerte de
Tristán e Isolda, cantada por Kirsten Flagstad. Los agudos subían,
en círculos concéntricos, como las olas, como las obsesiones, como
—suponía— los besos, las caricias que seguían un ritmo creciente,
y de pronto, retrocedían, como retroceden las olas, para volver a for-
marse y llegar a la costa. Hasta la apoteosis, el gran estallido final del
orgasmo. No conocía la palabra, y era hipersensible con el lenguaje.
La expresión hacer el amor me parecía poco adecuada: el amor no
se hacía (imaginaba) sino que se sentía. Prefería un solo verbo, pero
los que conocía eran muy vulgares, groseros, para algo que yo ima-
ginaba apasionado, lírico, hermoso. Fornicar era brutal; fornicaban
los animales y el amor era poesía, exaltación, ternura, complicidad.
Joder era todavía más brutal, y coger, prostibulario.
Tristán e Isolda cantaban al unísono: «Ist es kein Traum? O Wonne
der Seele, o süsse, hehrste, kühnste, schönste, seligste Lust!» (¿No es un
sueño? ¡Oh delicias del alma, oh placer dulce, nobilísimo, osadísi-
mo, bellísimo, el más bienaventurado de todos!), y mi perro Jack
aullaba, enloquecido de dolor: sus tímpanos eran demasiado sensi-
bles para los agudos de la Flagstad, los cristales vibraban y yo pasaba
de la exaltación paradisíaca a la melancolía profunda, convencida de
que el amor era eso: un sueño, una delicia del alma, un placer no-
bilísimo, osadísimo, bellísimo. No sabía alemán, pero había conse-
guido la traducción de esa aria gracias a Albert, brillante estudiante
de matemáticas, guapo y culto, de familia europea que viajaba todos
los años al festival operístico de Bayreuth y al que yo, daba calabazas
de manera implacable.
Las palabras de ambos amantes me parecían la mejor definición
del amor: un sueño, una delicia del alma, un placer nobilísimo,
osadísimo, bellísimo. Un sueño: nada que no sea un sueño realizado
podía provocar auténtica felicidad (no sabía, todavía, que eso ya
lo había escrito un genio, Sigmund Freud), una delicia del alma
(al alma se llegaba a través de los sentidos, un saber tántrico in-
tuitivo con el que nací), un placer dulce (la delicuescencia de las
emociones), nobilísimo (el amor no estaba al alcance de todos, sino
de los espíritus nobles), osadísimo (¿había algo más expuesto, más
vulnerable que amar? Para amar era necesario ser muy valiente, muy
Traducir, amar
La relación entre un escritor o escritora y el lector o lectora es una
relación de seducción. El intermediario de esa seducción es el texto.
Yo, como escritora, sé que para atrapar al lector, para invitarlo a em-
pezar o a seguir leyéndome, tengo que seducirlo de alguna manera,
de lo contrario, ejercerá una autoridad enorme sobre mí: cerrará el
libro, no volverá a abrirlo. Un libro no leído no existe, es como si
no hubiera sido escrito nunca. ¿Cómo seducir entonces a ese lector
abstracto, cuyo rostro no conozco, cuyos gustos ignoro, del cual no
sé ni su profesión, ni su estado civil, ni siquiera su edad o su opción
sexual? Primero, debo imaginarlo. Yo imagino lectores inteligentes,
cultos, curiosos, con un gran afán de conocimiento, que leen no
para entretenerse sino para intentar comprender un poco más; lec-
tores valientes, capaces de aceptar las contradicciones, los ángulos
oscuros, y siempre, siempre, sensibles a la lengua en la que escribo,
dispuestos a disfrutar con la manera de decir las cosas tanto o más
que con las cosas que digo. Les aseguro, de entrada, un placer: el
placer de la lengua. El otro placer que supongo les puedo dar es el de
descubrir o redescubrir algún aspecto de la condición humana cuyo
conocimiento —aunque doloroso— le proporcionará el goce de sa-
ber. «¡Qué lindo, duele!», exclamó una niñita de tres años la primera
vez que se quemó la yema de un dedo con el fuego. En esa frase está
toda la ambigüedad del conocimiento: aunque el saber sea doloroso,
puede proporcionar un poco de placer. La primera exclamación de
la niña es la expresión de su placer; la segunda, la comprobación de
un dolor. Ambas cosas pueden mezclarse y en efecto se combinan
no solo en el sadomasoquismo inherente a la condición humana,
sino en muchas actividades.
Yo intento seducir a ese lector imaginario desde el título del li-
bro. Soy muy cuidadosa con los títulos, procuro que siempre sean
sugestivos. Quizás porque recuerdo que cuando era una adolescen-
te (por tanto, una ignorante) me adentraba en el vasto mundo de
las bibliotecas públicas con el único instrumento de los títulos de
los libros. Desconocía a la mayoría de los autores que habían escri-
to millones de libros desde el comienzo de la historia, y como no
existía internet, tenía que guiarme por los títulos. No sabía quién
era Carson McCullers, por ejemplo, pero cuando descubrí en un
catálogo que había escrito una novela que se llamaba La balada del
café triste, la compré enseguida. Un libro con ese título tan sugestivo
tenía que fascinar a una lectora romántica como yo. El título estaba
compuesto por palabras llenas de poesía para mí. Balada es una be-
lla palabra, llena de música y asociada al amor, al canto. En cuanto
a las cafeterías eran, y siguen siendo para mí, santuarios del deseo y
de la seducción. Y las cafeterías tristes son un símbolo romántico:
lugares de encuentros y desencuentros, de soledades, música y pa-
siones ocultas.
Por eso, cuando bautizo a uno de mis libros intento que pueda
sugerir, más que decir. El museo de los esfuerzos inútiles titulé a una de
mis colecciones de relatos. Me imaginé que el libro podía ser leído
por gente con imaginación, con fantasía, dispuestos a saltarse los
límites de la realidad. Así fue.
Si bien es cierto que cuando el escritor publica un libro, desde
ese momento el libro deja de pertenecerle y cada lector leerá su li-
bro, no el que escribió el autor; también es cierto que los escritores
soñamos con el lector que lea el que realmente escribimos. Y ese
lector suele ser el traductor o la traductora.
Los traductores vocacionales, los que traducen por amor al libro
y no por dinero, son verdaderos enamorados. El amor no es ciego
(afirmación que hizo Sócrates de manera radical: el enamorado es
quien conoce mejor el objeto de su amor porque le presta una aten-
ción tan exclusiva, tan delicada que llega a conocerlo mejor de lo
que se conoce a sí mismo) y el traductor penetra (soy consciente
de la acepción sexual del término) el texto como quien conquista
un territorio, lo exprime, lo explota, lo desmenuza para poseerlo.
También es verdad que se enfrentará a un escollo inevitable: aunque
haya leído el libro que el autor escribió, se enfrentará a una frus-
tración: no hay traducción, solo hay versión. Una palabra en una
lengua nunca sonará igual en otra, con lo cual se pierde una parte
invalorable del texto, que es su sonoridad. Una lengua es música.
Y las lenguas tienen diferentes musicalidades. Entre lenguas ve-
cinas, del mismo tronco, como las latinas, es posible perder menos
en la traducción, aunque siempre el traductor lamentará no haber
podido salvar la musicalidad completa. Es verdad que decir amor
es muy parecido a decir amour, pero la sonoridad es diferente, más
clara en castellano, más oscura en francés. Aun así, reconociendo
ese escollo insalvable, esa frustración, reconozco que como no sé
griego antiguo, me felicito de que exista una buena traducción de la
Cuentos
Viviendo. Montevideo: Alfa, 1963.
Los museos abandonados. Montevideo: Arca, 1968.
Indicios pánicos. Montevideo: Nuestra América, 1970.
La tarde del dinosaurio. Barcelona: Planeta, 1976.
La rebelión de los niños. Caracas: Monte Ávila, 1980.
El museo de los esfuerzos inútiles. Barcelona: Seix Barral, 1983.
Una pasión prohibida. Barcelona: Seix Barral, 1986.
Cosmoagonías. Barcelona: Laia, 1988.
La ciudad de Luzbel y otros relatos. Madrid: Compañía Europea de
Comunicaciones e Informaciones, 1992; Montevideo: Tril-
ce, 1993.
Desastres íntimos. Barcelona: Lumen, 1997.
Te adoro y otros relatos. Barcelona: Plaza & Janés, 2000.
Por fin solos. Barcelona: Lumen, 2004.
Cuentos reunidos. Barcelona: Lumen, 2007.
Habitaciones privadas. Palencia: Menoscuarto, 2012; Montevideo:
Hum, 2014.
Los amores equivocados. Palencia: Menoscuarto, 2015; Montevideo:
Hum, 2016.
Novela
El libro de mis primos. Montevideo: Biblioteca de Marcha, 1969.
La nave de los locos. Barcelona: Seix Barral, 1984.
Poesía
Evohé. Montevideo: Girón, 1971.
Descripción de un naufragio. Barcelona: Lumen, 1975.
Diáspora. Barcelona: Lumen, 1976.
Lingüística general. Valencia: Prometeo, 1979.
Europa después de la lluvia. Madrid: Fundación Banco Exterior, 1986.
Babel bárbara. Barcelona: Lumen, 1990.
Otra vez Eros. Barcelona: Lumen, 1994.
Aquella noche. Barcelona: Lumen, 1996.
Inmovilidad de los barcos. Vitoria-Gasteiz: Bassarai, 1997.
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Periodismo2
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2 La extensa producción periodística de Peri Rossi excede los límites de este apar-
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Portugués
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Italiano
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La fanfarlo, de Charles Baudelaire. Barcelona: Montesinos, 1989.
El traidor, de André Gorz. Barcelona: Montesinos, 1989.
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Neerlandés
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Polaco
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Am Oved Publishers, 1992.
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Premio de Poesía de El Popular por «Ellos, los biennacidos», 1968.
Premio Novela Biblioteca de Marcha por El Libro de mis primos, 1969.
Premio Inventarios Provisionales de Poesía por Exactamente como los
argelinos en París, 1973.
Premio de Ciudad de Palma por Diáspora, 1975.
Premio Pérez Galdós de Narrativa por La rebelión de los niños, 1977.
Beca daad (Deutscher Akademischer Austauschdienst), Berlín, 1981.
Premio de Relatos Puerta de Oro por «El ángel caído», 1983.
Finalista del Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana de la
Fundación Banco de España por Europa después de la lluvia,
1987.
Premio Ciudad de Barcelona por Babel bárbara, 1990.
Premio Award Book of Poetry por la traducción al inglés de Babel
bárbara (1992), realizada por Diana Decker.
Beca Guggenheim, 1994.
Premio Internacional de Poesía Rafael Alberti por Estado de exilio,
2002.
Premio Don Quijote de Poesía por Estrategias del deseo, entregado por
la ace (Asociación de críticos y escritores de España), 2005.
Premio Internacional de Poesía Ciudad de Torrevieja por Habita-
ción de hotel, 2007.
Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe por Playsta-
tion, 2008.
Premio Internacional de Relatos Mario Vargas Llosa por Habitacio-
nes privadas, 2010.
Finalista del III Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero por Los
amores equivocados, 2013.
Premio Medalla Delmira Agustini, en reconocimiento a la contribu-
ción a la cultura y las artes, entregado por el Ministerio de Edu-
cación y Cultura de la República Oriental del Uruguay, 2013.
Barcelona, 1975.
Sevilla, 1997.
© Uxió Da Vila
Recibiendo el Premio Loewe de Poesía por Playstation. Madrid, 2008.
© Lil Castagnet
© Lil Castagnet
4 Utilizo entre medio o entre dos espacios como nociones forjadas por las teorías
poscoloniales, en particular, por Edward Said y Homi Bhabha.
Todos los recursos del disimulo son necesarios para ocultar las taras
del exilio. Pero la clave de la eficacia en esta existencia seudónima es
no mantener ningún contacto con los exiliados del mismo origen.
He logrado evitar por completo las relaciones con mis connaciona-
les, cortar todo vínculo con el país que tuvo la desdicha de ser el
lugar de mi nacimiento. Pero el exilio dejó de ser desde hace tiempo
11 Cassin, Barbara. La nostalgie. Quand donc est-on chez soi? París: Autrement,
2013.
Después de algunos meses, como no tenía otra cosa que hacer, em-
pecé a escribir esta especie de diario íntimo al que le pondré un tí-
tulo cualquiera; acaso el título de uno de los libros del danés de
Temor y temblor. Papeles póstumos de alguien que todavía vive. Es
exactamente el que le conviene. Registran impresiones y sucesos del
momento que pasa (eso que podría llamarse la engañosa memoria
del presente), algunos recuerdos y presentimientos no del todo ní-
tidos: el desvaído olor de la memoria. No son en absoluto un texto
literario; la literatura que pretende ser más honesta e imaginativa que
la vida me parece abominable. Estos papeles póstumos no son sino
sirve no solo para fijar la magnitud del poder sino también para
desbaratarlo, con el pasaje de lo dictado a lo escrito, desplazamiento
que consigna y delimita la figura misma de ese poder. Si la fuerza
de la palabra escrita constituye un no lugar por excelencia, refugio
de todas las literaturas, las menciones a los cuerpos mutilados de los
perseguidos por el régimen tienen la misma consistencia, la de un
cuerpo sufriente que, como el Cristo tallado en madera por Gaspar
Mora en Hijo de hombre, terminarán por imponerse.
Las cuestiones que expone con violencia verbal la narrativa de
Roa Bastos implican pensar en el cuerpo del exiliado, tanto del des-
terrado como del aprisionado en su propio país. Sujeto para siempre
herido, fracturado, enredado en «la trama del destierro» (palabras de
Ricardo Piglia que cita Roa Bastos en El fiscal), no tiene cómo ac-
tuar libremente. Incluso en el caso de la figura que se le opone de la
manera más acérrima, la del dictador encerrado, paradójicamente,
en un interior exílico, dentro de la casa presidencial y cuyos restos,
carcomidos por gusanos y otros tipos de huéspedes «migrantes» re-
sultarán casi indescifrable polvo pero no enamorado (con sentido
contrario al que le da el soneto de Quevedo), sino vestigios de una
historia cruel. Este resto es el objeto o materia que se vuelve acción
en la narración para ejercer con intensidad de sentidos y valores,
desde el texto, que los salva fijándolos, haciendo un arrêt sur image
en esa herida política inalterable. Esta da lugar a un espacio de ex-
cepción, otro no lugar sin tiempo ni formas, la imagen novelada por
Roa Bastos del Paraguay moderno que se perpetúa hasta los años
de Stroessner, haciendo de su país un «espacio de excepción», un
no lugar de deshumanización, de cierre de fronteras y expulsión de
todo aquel que se interpone al orden establecido. Espacios como
este siguen caracterizando a muchos otros territorios en el mundo,
mientras que las personas que buscan refugio retrazan con su mo-
vimiento perpetuo el deseo de que se conciba otra idea de nación.
* * *
Jean Andreu12
Carla Fernandes14
[…] es la primera vez que alguien sitúa con precisión de exacto saber
y profunda sensibilidad una aporía, según bien la denomina, como
la del texto ausente, y la oposición tal vez falsa, en todo caso no dia-
léctica, entre escritura y oralidad, fuera del contexto de una cultura
multiétnica y plurilingüe, deformada por el fenómeno de la diglosia,
que usted analizó con acertado criterio lingüístico, antropológico y
psicosocial.
Su intervención y ahora la relectura de su ponencia —oyendo como
aquella tarde la voz de su exposición, completamente identificada
con ella— me han clarificado las preocupaciones relativas al «texto
ausente» en mi oficio de escritor de ficciones que continúa traba-
jando en el espacio mítico y lingüístico de su tierra natal a pesar del
prolongado exilio y a pesar, sobre todo, del permanente intento de
proyectar las esencias locales a su dimensión universal. La aporía se
desvanece efectivamente cuando usted la pone de pie en el contexto
de una estructura oral y en la significación más pragmática de una
poética de las repeticiones cambiando con un leve toque el sentido
de lo que yo llamo una «poética de las variaciones». Repetición o
variación, ambas tienden a la movilidad de las estructuras internas
de la expresión como acontece en el lenguaje oral. Tiene usted razón.
Le agradezco este oportuno giro copernicano con el que ha pues-
to las cosas en su lugar. Solo tal vez querría explicarle lo que desde
un comienzo de mi obra se me impuso, acaso inconscientemente
o instintivamente, como una modalidad de mi producción textual:
variar o repetir lo ya dicho, escrito, leído, olvidado. Usted ha notado
esto con mucha perspicacia. Sobre todo a partir de Yo el Supremo en
una curva que culmina en Contravida y se acentúa en Madama Sui,
dos obras, dos historias de vida, autónomas y diferentes, pero que
entroncan en sus protagonistas, y que tal vez por ello me dan ahora
—después de escritas— la sensación de una sola novela bifronte. Y
estamos de nuevo en el mito del pytayovai, o mejor dicho del autor
pytayovai, que usted caracterizó acertadamente como formando par-
te de la escritura del «doble».
El principio simple que me indujo a esta actitud reductiva o de-
constructiva radicó en la creencia de que las variaciones o repeti-
ellas, con sus ojos, desde sus sitios, en las costas o en las laderas, des-
de sus puentes, sus perspectivas, sus avenidas, sus barrios. La ciudad
es humana: está construida y habitada por hombres y mujeres, por
lo humano. El alma, la consciencia y la belleza de la ciudad son crea-
ciones de los hombres. En ellas «las piedras hablan», saxa loquuntur,
exclamaba Freud, cuando comparaba el trabajo del psicoanalista
con el del arqueólogo que de pronto descubre inscripciones, a veces
afortunadamente bilingües, en los restos del recinto de un palacio
o de sus columnas, que permiten adivinar los sucesos del pasado en
conmemoración de los cuales se erigían los monumentos hoy en
ruinas.3 La escritura de Rodó hace hablar a las ruinas, los templos,
los paisajes, las ciudades.
Las ciudades, los pueblos viven por la actividad humana que los
mantienen despiertos, por la inteligencia colectiva, infinita, ince-
sante, de los artesanos, los arquitectos, los artífices, los jardineros,
los pintores que se ocupan de ellos. También lo hacen los escritores,
los poetas que cuentan sus orígenes, los inventan o los sueñan.
El viajero llega a Anacapri, encuentra anacaprenses que han esta-
do en Montevideo o en Buenos Aires. Con ellos aprende que, según
la leyenda, es el propio Eros, el dios del amor, que fundó la graciosa
ciudad. Está casi en el final de su viaje, que lo debía llevar origina-
riamente, imaginariamente, a Paros, a pesar de no ser él quien eligió
el bello título del libro, en el seno de la cultura griega.4
Está entonces dispuesto a visitar la célebre Gruta Azul, donde
anticipa, pone en escena, su propia muerte. Una barca de cuatro
remos lo conduce a ella. Piensa contar con «clara luz y mar sereno».
Las circunstancias climáticas no le son del todo favorables. El sol se
vela:
[…] gran parte de su fantástica belleza, que nace del reflejo de la luz
del día, cuando, filtrándose al través del espesor azul de las aguas e
impregnándose de su color, lo difunde como un claro de luna, en la
penumbra de aquella fresca bóveda celeste.
5 Rodó, José Enrique. Ariel, en Obras completas. Madrid: Aguilar, 1967, p. 218.
6 Idem, p. 187.
Proteo – mar
Carlos Real de Azúa en su prólogo a Motivos de Proteo, uno de los
comentarios más enriquecedores de esa obra, abre una gran ventana
al pensamiento de Freud, como perspectiva crítica sobre Rodó:
8 Freud, Sigmund. Malaise dans la civilisation, [1929]. París: puf, 1971. Mi tra-
ducción del francés.
que oye ecos de su propia infancia, poseída ella también por el de-
monio, o el daimón, de las letras y de la escritura; había algo en el
niño José Enrique que lo aproximaba imaginariamente a Jesús entre
los doctores.
Exalta en Leopardi los mismos valores en los que él creyó, por
los que luchó: la revelación de la belleza de la poesía, la energía del
«sublime amor». Admira en él al que peleó contra la enfermedad,
su «carne herida», su cuerpo deforme. No retrocede Rodó ante su
desgracia: «Fue un inútil, un torturado, casi un monstruo». Pero
también en su pecho adolescente, como en el suyo, ardía «el anhelo
del amor real y viviente». Sus «versos portentosos» cantaron el dolor;
no son solo, anota, «emoción poética», sino también «pensamien-
to». Celebra una vez más este principio estético al que trató de ser
fiel: la poesía encuentra el pensamiento. Su canto al dolor le ayudó,
como a todos los que conocen la desdicha: «porque esta poesía nos
da la intuición de lo que hay de eterno en el dolor y descubre a cada
cual la más escondida raíz de su infortunio».
Se está yendo Rodó hacia la muerte, acepta el infortunio que co-
noció su alma, no sabemos bien cuál, lo llamamos «angustia». Sigue
sabiendo de sentimiento y poesía, celebra la «radiante luz del cielo»,
«el pagano júbilo de esta naturaleza», y se apresta a entrar en el altar
de la muerte, la tumba de Leopardi, también la suya.
El niño prodigioso se ha transformado casi en anciano precoz.
Algunos que lo conocían y que lo encontraron ya cerca del final, lo
veían muy envejecido y delgado. Pero el niño periodista sigue vivo
en él. Sería muy largo solo enumerar la cantidad de tópicos políti-
cos y sociales que recorrió en sus crónicas. Los lectores de Caras y
Caretas deben haberlas disfrutado. El periodista curioso, atento a su
entorno, estaba siempre vivo en él. Percibió la guerra desde lejos,
comentó su horror. La escritura de la crónica también es fugitiva,
como el tiempo que pasa, como la desaparición progresiva e inexo-
rable de lo antiguo.
La lectura de las crónicas debe completarse con la serie de cua-
dernillos que escribió paralelamente: Diario de salud, Diario de viaje
(remito a las lecturas sucesivas de Roberto Ibáñez, Emir Rodríguez
Monegal, y más recientemente, de Hugo Achugar y Gustavo San
11 Achugar, Hugo. «La muerte de Rodó», en revista Themata, 03/05/17; San Ro-
mán, Gustavo. «Prólogo» en José Enrique Rodó. Escritos europeos. Montevideo:
Biblioteca «Artigas», 2017.
Sylvia Costa
Victoria Furtado
Universidad de la República
I. Introducción
Nos proponemos presentar algunos resultados del Proyecto de Re-
des Temporales (prt).2 El objetivo de esta investigación es el conoci-
miento de la codificación de la información temporal contenida en
el léxico del español. Pretendemos alcanzar una descripción de este
conocimiento a través de la consecución de los siguientes pasos: 1)
la elaboración de un diccionario de expresiones temporales del espa-
ñol, confeccionado de acuerdo con el concepto de expresión temporal
propuesto por el equipo de investigación; 2) la formulación de una
tipología de expresiones temporales; 3) el trazado de redes concep-
tuales entre piezas léxicas con rasgos de temporalidad. El prt busca
ofrecer una representación, mediante el trazado de grafos en soporte
informático, de la competencia léxica de un hablante del español en
el dominio de la temporalidad. Los grafos representarán redes se-
mánticas. Sus nodos serán unidades en cuyo significado se aloja uno
o más rasgos temporales. Las aristas se tenderán en función de los
rasgos compartidos por las unidades, estableciendo, de este modo,
redes semánticas.
Antes de tratar el tema específico de este trabajo, a saber, el lé-
xico del tiempo y del espacio, querríamos recordar que en español,
así como en muchas lenguas, la temporalidad está gramaticalizada,
por un lado, en la morfosintaxis del verbo (los tiempos verbales, las
perífrasis temporales) y los complementos adverbiales temporales.
Por otro lado, está codificada en el significado de numerosas piezas
5. Observaciones finales
En este trabajo presentamos tres grupos de expresiones: unida-
des susceptibles de parametrizarse en tiempo o espacio, piezas que
designan relaciones espacio-temporales y, finalmente, expresiones
exclusivamente temporales. Para los dos primeros es relevante tan-
to el tiempo como el espacio, aunque solo en el primero cabría
aceptar una justificación localista. El tercer grupo, en cambio,
Bibliografía
Boroditsky, L. «Metaphoric structuring: understanding time through spatial
metaphors», Cognition 75, 2000, pp. 1-28.
Costa, S., C. Bértola, H. Correa, V. Furtado, M. González, C. Oggiani
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Alcalá, 2017, pp. 37-50.
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Ruiz Surget, A. «La conceptualización del tiempo a través de la metáfora
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I. En la Modernidad
Un gran número de diccionarios recoge la expresión vender humo.
En 1820 el Dictionnaire Espagnol-Français et Français-Espagnol de
Núñez de Taboada —se lee debajo del título «Plus complet et plus
correct que tous ceux qui ont été publiés jusqu’à ce jour, y compris
celui de Campany»—, en su segunda edición, observa vendre de la
fumée s.v. fumée, con el sentido general. En 1803 el Dictionnaire
François-Espagnol et Espagnol-François de Gattel refiere vendeur de
5 Por ejemplo Pascal, en los cuadernos de sus Pensées, aparecidos en 1669 y es-
critos antes de 1662, tacha con una única línea vertical estas frases sobre la
imaginación (Vanité 31-38, Recueil des originaux, p. 362): «Qui voudrait ne
suivre que la raison serait fou prouvé. Il faut, puisqu’il y a plu, travailler tout le
jour pour des biens reconnus imaginaires et quand le sommeil nous a délassés
des fatigues de notre raison il faut incontinent se lever en sursaut pour aller
courir après les fumées et essuyer les impressions de cette maîtresse du monde
[l’imagination]». La primera redacción decía suive les impressions en lugar de
essuyer… Los objetos que perseguimos despiertos, «bienes reconocidos como
imaginarios», son llamados humos, y surgen de la imaginación, por oposición a
la razón. El objeto de nuestros deseos cotidianos carece de sustancia y aun así lo
Hoy —dice— no se halla pena cierta determinada por ley, que trate
a los fumivenditores, nombrado este delito. Por una ley está prohi-
bido que ninguno asegure a otro saldrá bien del pleito que trata, ni
prometa buen suceso, recibiendo dineros por ello, ni otra cosa, pues
no deja de ser semejante al juez que se deja sobornar, y a los que
venden humo.
6 Jacobson, W. (ed.). The works of Robert Sanderson in six volumes. Oxford Uni-
versity Press, 1854, I, p. 183.
En la explicación se lee:
8 dle, s.v., 3: «Hierro acerado del que saltan chispas al chocar con un pedernal».
9 Hernández Miñano (2015) remite el grabado a los Salmos 147.5: «Señor, in-
clina ya tus cielos y desciende, toca los montes, que su cima humee», y 104.32:
«[Yavé] Mira la tierra, y tiembla; / toca a los montes, y humean». Traducción
de E. Nácar Fuster y A. Colunga.
14 Jacob, P. L. Les deux fous. Histoire du temps de François Ier 1524, précédée d’un
essai historique su les fous des rois de France. París, 1845.
15 Por un sentido metafórico del humo con alguna semejanza al nuestro, pero
un origen diferente, véase Cicerón In Pisonem I; Séneca Ad Lucilium 44, 5:
retratos o bustos «ahumados»; Juvenal, Sátira VIII, 8.
Erasmo recoge los vv. 7-8 en sus Adagios (1536: I, III, 41, fumos
vendere), en que explica:
…to sell the favour of the great, pretending that one can do a man
the service of recommending him because one has a certain proxi-
mity to them. Smoke, in fact, begins by seeming something sizea-
ble, but vanishes in no time. […] So it comes about that we talk of
«smoke and clouds» when we mean a display which is all deceit, and
the vain hope of great things.17
por tres mil sestercios; que la venta se negoció dos días antes del
juicio, en casa de un tal Rufino.
fácilmente los efluvios del vino que el olor del humo». Traducción de S. Segura
Munguía (Gredos, 1980); idem el pasaje que sigue.
19 Sobre fumum vendere en Historia Augusta véase Baldwin (1985).
20 Vespa. «Le Iudicum coci et pistoris iudice Vulcano», Anthologie Latine, 199,
introduction, texte latin, traduction et notes par J.-F. Lespect. Folia Electronica
Classica 9 (2005).
Por eso, tras oír su voz [la de las nubes], mi alma revolotea
y ya ansía discutir sutilezas y hablar naderías acerca del humo,
y, luego de golpear sentencias con sentencitas, oponer un argumento
[a otro.
οὐ τὴν μὲν ἀπὸ τῶν χρημάτων ἡδονὴν φορτικήν τινα ἡγεῖται, καὶ
αὖ τὴν ἀπὸ τοῦ μανθάνειν, ὅτι μὴ μάθημα τιμὴν φέρει, καπνὸν
καὶ φλυαρίαν;
29 S.v. καπνίας Bailly anota que ese era un epíteto del poeta Ekphantis, por causa
de la oscuridad de sus versos.
30 Para la interpretación de estos versos y del uso del verbo πρίαμαι ‘comprar’ me
baso en el v. 477 de Áyax del mismo autor.
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Tosi, R. Dictionnaire des sentences latines et grecques. Grenoble: Jérôme Millon,
2010.
El descubrimiento de América
según Felipe González
Así, sin mucho preparo
ni templar el istrumento,
confiando en el sentimiento
mucho más que en la baquía
pa’ hilvanar una poesía,
vi’a cantar un argumento
Y se firmó la contrata,
pa’ hacer bien todo legal,
él ponía la mano de obra
y ella ponía el capital.
Y de mañana temprano
pa’ los vapores salieron
Colón tranquiando ligero
con el hijito’e la mano.
Empezaron a trepar
cada uno en su vapor
y un griterío de mi flor
que hasta el suelo hacía temblar.
En imponente postura
en la punta del puntero,
iba Colón, seco y fiero,
con la carretilla dura.
Y resultó baquianazo
por mal disgracia aquel flaire
repente se cortó el aire
y vino como un mormazo.
Cristóbal se refregaba
los ojos sin poder crer,
pero él la podía ver
l’América allí estaba.
Empezaron a bajar
sin crer lo qu’estaban viendo,
aquella indiada luciendo
plata y oro hasta pa’ dar.
Al ratito de bajarse,
una cruz alta clavó
el cura y ya l’enseñó
a la indiada a persinarse.
yo no quisiera quedar
como un cualquier lengua suelta
pero, pa’ mí, que una güelta
por allá v’haber que dar».
Pero yo lo vi’arreglar
y pa’ mientras que faltemos,
vamos a ver si ponemos
responsables pa’ cuidar.
Y de entrada no le erró.
Hubo festejo a rolete
homenajes y banquetes
y en uno, pa’ rematar
la reina lo v’abrazar
y hacerlo marqués promete.
La estatua no le gustó:
un muñeco petisón,
con la bata hasta el talón,
ya de reojo lo miró.
Abajo un cuadrito vio
donde había una iscrición
que leyó con afición
y en letra chica decía
que América agradecía
al gran Cristóbal Colón.
Un individuo pasó
y al saludarlo Colón
lo miró de refilón
pero no le contestó
fue entonces cuando él pensó:
«Lo que va de ayer a hoy
resulta que yo me voy
y en pocos años pasaus
encuentro todo cambiau
y nadie sabe quién soy».
Glosario
Abanar. Abanicar, hacer aire con un abanico o algo que lo suplante, que
pueden ser las manos, agitadas junto al rostro. De esto ha derivado
que el saludo a distancia agitando las manos, sea también abanar. Por
extensión se aplica a tener las manos vacías, hablándose de «andar con
las manos abanando» cuando alguien está sin trabajo o anda rehuyendo
de él. También cuando se llega a una fiesta, cumpleaños o boda, sin el
regalo que se acostumbra.
Acurujau. Se dice de quien se muestra como acobardado, disminuido,
incapacitado de afrontar lo que las circunstancias le reclaman. Proviene
del aspecto propio de las lechuzas o lechuzones (corujas) que, bajando
su cabeza aparecen encorvados, en la actitud del que se encoge ante la
amenaza de una agresión o castigo.
Afanarse. Poner gran esfuerzo en la realización de algo.
Agachada. Actitud o razonamiento astuto, gracioso o inesperado, que
siempre resulta sorprendente. A veces se aplica una respuesta o réplica
aguda, insólita que sorprende o disimula un propósito. «¡Qué lo pa-
rió, pero usté tiene cada agachada que uno no sabe si largarle la risa
o mandarlo a la mierda!» (Julio C. Da Rosa, Novelas cortas). «Pescado
con semejantes alas, Clodomiro!… Pero dejate de embromar, vos tenés
más agachadas que un cursiento!…» (Julio C. Da Rosa, Mundo chico).
viaraza, le tiró con el freno por las costillas...» (Omar Moreira, Rosendo
y sus manos).
Volar la bata. Molestarse hasta el enojo con facilidad. Enfurecerse.