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EL LENGUAJE DE LA HOMILÍA

La homilía no sólo supone un proceso vertical: Dios que nos habla, y el sacerdote
que procura ser fiel a esa Palabra y la transmite a la comunidad. Supone también
un proceso horizontal de comunicación, de pedagogía, de relación interpersonal
del predicador con los oyentes.

No basta con saber "qué" quiero transmitir -el contenido de la Palabra— y "a
quién" —la comunidad destinataria del mensaje—, sino también tiene importancia
el "cómo" transmitirlo.

En este caso, el "qué" está asegurado, porque nos lo da la Palabra de Dios, y es


consistente por demás. Pero depende mucho del "cómo" se presenta el que llegue
o no a los ánimos de los fieles.

Las leyes de la comunicación

En la comunicación humana entran en juego tres factores decisivos: el emisor, el


destinatario y el mensaje.

A veces falla la comunicación por culpa del emisor; por ejemplo si su mentalidad
es demasiado teológica y elevada, o se muestra incapaz de hacerse entender, o
no tiene sensibilidad para llegar al sentimiento de los oyentes, o no conoce su vida
y situación actual.

En la homilía tiene gran importancia la persona del emisor: es el momento de la


celebración en que él pone más de su propia persona para la transmisión de la
Palabra.

Otras veces, la culpa de que la comunicación sea deficiente es del destinatario, si


desconoce las claves del lenguaje que se habla, en este caso, el lenguaje bíblico.
También puede ser que los fieles estén indiferentes o faltos de motivación en
cuanto a los que se les predica. O que se hallen ya predispuestos en contraer
como consecuencia de la relación personal que tienen con el predicador fuera de
la celebración.

Finalmente, también puede fallar la comunicación por el mensaje mismo que se


trata de transmitir, que, a veces, aparece demasiado extraño, por su entorno
bíblico, y otras, demasiado exigente, porque se presenta con paradojas que no
acabamos de captar.

El predicador Pero interiormente el predicador debería saber "dialogar" con sus


oyentes aunque no intervengan en la homilía. Debería saber interpretar el silencio
con el que se le escucha, que no siempre significa asentimiento a lo que está
exponiendo.

Debería ser capaz de sentir "empatía", ponerse en el lugar del oyente y "colocarse
en los bancos de los fieles", o sea, escucharse a sí mismo desde la actitud
anímica de los fieles. Y, si es el caso, y logra interpretar los signos del "feed-back",
saber cambiar sobre la marcha.

Importancia del lenguaje

Actualmente, en nuestra celebración litúrgica, se ha dado un paso evidente con el


cambio de la lengua. Del latín universal, que ciertamente tenía y sigue teniendo
valores muy estimables, se ha pasado en la Iglesia a unas cuatrocientas lenguas
oficiales, en un proceso que se ha realizado de un modo satisfactorio en general.

No podemos descuidar el lenguaje. No nos tendríamos que fiar de que se vaya a


repetir cada vez el milagro del día de Pentecostés, en que cada uno de los
presentes entendía lo que predicaba Pedro como si estuviera hablando en su
propia lengua.

Respetar las leyes del buen decir

Ante todo, el homileta debe respetar las leyes del buen decir: debe cuidar la "ars
dicendi". Una de las definiciones clásicas del buen predicador fue la de 'tvir
bonus dicendi peritus": un hombre bueno, experto en el arte del decir.

La homilía, aunque sea un ministerio sagrado, es una "pieza oratoria" y, por tanto,
debe seguir las reglas elementales del bien decir. Debe ser lenguaje digno, no
sólo teológicamente, sino también literariamente.

El homileta debe conocer bien su lengua y respetar su gramática, su sintaxis, su


pronunciación. La belleza de la dicción forma parte también del ministerio de la
comunicación religiosa.

El predicador cristiano, como todo orador en su ámbito, debe cuidar el arte de


construir su homilía, de exponerla bien, de hacer agradable el contenido de la
Palabra, y de intentar persuadir a que los oyentes, empezando por él mismo, la
lleven a la práctica en su vida. Todo ello, naturalmente, sin perder la sencillez y el
carácter fraterno de esa "plática" que es la homilía.

San Agustín, que había estudiado bien las reglas de la retórica romana y se
consideraba seguidor del gran orador clásico Cicerón, supo aplicar después
magistralmente a la predicación cristiana estas normas del buen decir. Él fue quien
dijo que la doctrina cristiana debía tener estas tres cualidades: "ut veritas pateat
(claridad), ut veritas placeat (agradable), ut veritas moveat" (estimulante). Para
que pueda resultar eficaz en su exhortación, antes ser agradable y literariamente
conveniente.

Lenguaje sencillo, accesible a la comunidad

El lenguaje de la homilía debe ser sencillo, fácil de comprender, sin palabras


griegas o hebreas de pr medio, sin citas eruditas. Y eso, no sólo en cuanto a la
terminología, sino también en la construcción de las frases y en su sintaxis,
evitando oraciones subordinadas complicadas o frases enrevesadas. Es un
lenguaje que estar al servicio de la Palabra, sin empobrecerla ni rebajarla. Tal vez
no sabrán "hablar teológicamente", pero sí son capaces muchas de "escuchar
teológicamente" el mensaje de Dios. Pero, a la vez, debe ser asequible a todos y
unívoco, o sea, que no admita duplicidad de sentidos y equívocos.

La homilía debe ser también clara en su estructura. Debe tener orden en las ideas,
sin idas y vueltas ni repeticiones innecesarias. Debe tener claridad en el esquema
que se sigue, de modo que los oyentes puedan captar la lógica de un
razonamiento o de una enumeración. Si demasiados temas, sino centrada en uno
o en dos, con sus oportunas antítesis y comparación.

Es importante lo que dijo San Agustín sobre la sencillez del lenguaje. El predicador
debe despojarse de la erudición y del lenguaje “docto” para que los oyentes le
entienda

La instrucción eucharisticum mysterium (1967)

“Los sacerdotes no solo han de tener la homilía cuando se prescribe o conviene,


sino que han de procurar también que todo aquello que dicen ellos o los ministros,
según su función, lo pronuncien o canten de tal modo que los fieles lo perciban
claramente y entiendan su sentido … sean preparados para esto los ministros con
adecuados ejercicios, especialmente en el seminario y en las casa religiosas”
(n.20).

Otras instrucción, de 1973, eucharistiae participationem, recuerda que

En cuanto al lenguaje de la homilía, este ha de ser inteligible, sencillo, vivo y


concreto, que se aleje por igual de los tecnicismos y de las palabras rebuscadas
como de la trivialidad y de la anécdota. La homilía requiere, además, un tono
directo, familiar, persuasivo y ágil que mantenga el interés de los oyentes, no tanto
por los recursos oratorios del que habla, cuanto por la convicción y autenticidad
que consigue comunicar" (PPP 29).
Lenguaje concreto

Además de sencillo, el lenguaje de una predicación litúrgica debe ser concreto, o


sea, con ideas plásticas, imágenes y comparaciones tomadas de la vida misma.

La Biblia se puede considerar como pauta de los contenidos de la predicación,


pero también como modelo pedagógico de comunicación. Son magistrales
muchas de las imágenes y comparaciones de los profetas, de Pablo o de Cristo.
Vale la pena leer, entre otros muchos que todos recordamos, por ejemplo, la
página que el profeta Isaías dedica a desautorizar y hasta ridiculizar el culto a los
ídolos (Is 44, 9-28).

Fue lenguaje concreto el de Cristo, que predicaba a partir de los hechos que todos
conocían, con comparaciones tomadas de la vida, un lenguaje salpicado de
imágenes muy expresivas. Jesús usó las categorías de su pueblo, sin empobrecer
por ello lo más mínimo la riqueza y la fuerza del Reino de Dios que proclamaba.

una terminología más accesible

En el aspecto del lenguaje que usamos en nuestra predicación tienen particular


influencia los términos que empleamos.

Hay conceptos que no necesitan explicación, porque son fácilmente captados por
todos: caridad, solidaridad, paz, justicia, humildad, universalidad, servicialidad,
ansia de vivir, derechos humanos, el Dios cercano y personal, libertad, perdón de
los pecados...

Pero hay otros conceptos y expresiones, bíblicas o litúrgicas, que necesitan


"traducción" o explicación: redención, salvación, expiación, cordero pascual,
éxodo, testamento, unión hipostática, anamnesis, epiclesis, exegesis, teofanía,
hermenéutica, escatología, parusía, la comunión de los santos, Jesús como Hijo
del hombre o como Pantocrator y Kyrios, "los Santos Padres", "ex opere operato",
la lucha contra los príncipes de este mundo, que los salvados lavaron sus túnicas
en la sangre del Cordero, que Jesús subió a los cielos...

Un lenguaje vivo

El gran dramaturgo B. Brecht utilizó para el teatro un método que se ha llamado


"Verfremdung" = extrañamiento, alejamiento, contraste.
Con lenguaje provocativo y eficaces industrias escénicas, logra él que los
espectadores no se identifiquen sin más con lo tradicional o con las actitudes
convencionales (por ejemplo, que siempre tiene que "ganar el bueno"). Más bien,
de entrada, desconcierta a los espectadores, los deja insatisfechos o indignados,
para que así conserven su sentido crítico y su capacidad de reaccionar.

Una predicación demasiado "pacífica" busca confirmar lo que ya se sabe, evita


preguntas, más bien da ya las respuestas, presenta la verdad como algo fijo y ya
adquirido, intenta proteger y conservar la fe.

Una predicación más "viva" replantea lo que ya se sabe, provoca preguntas y


ayuda a buscar respuestas, suscita extrañezas, exhorta a la acción y a las
opciones, hace reflexionar para ir descubriendo la verdad.

Tampoco se trata de que la homilía tenga que ser siempre provocativa y


escandalosa, e ir alabando a las prostitutas o a los administradores que llevan
doble contabilidad. Pero tampoco es bueno que sea demasiado fría y tranquila,
con fórmulas hechas y resabidas que no transmiten nada,

Es bueno recordar el método que seguía santo Tomás en su gran tratado


teológico. Ante la "tesis" propuesta, iniciaba su reflexión con una clara "antítesis":
"videtur quod non", "parece que no". Ante una determinada argumentación oponía
una dificultad que él intuía en sus interlcxutorrs posibles: "sed contra " "pero, por el
contrario

a) Es bueno para la vivacidad del lenguaje y para mantener la atención de los


oyentes mezclar sabiamente, como se hace tantas veces en la misma Biblia,
afirmaciones y antítesis, parábolas y comparaciones, preguntas y dudas, dialéctica
y relatos pacíficos, diálogos ficticios que personalizan y dramatizan el mensaje que
se quiere transmitir.

Un predicador atento a su comunidad sabe qué aspectos de la vida quedan


interpelados por las lecturas de hoy, intuye los Interrogantes que en este momento
se les están ocurriendo a sus oyentes al escuchar el mensaje de las lecturas y
sabe situarlos en su homilía

b) Lo más clásico de una homilía es partir de la Palabra, para descender luego


a la vida. Pero otras veces puede ser más pedagógico, para algunos temas, partir
de los hechos de vida, de los interrogantes de hoy, y remontarse a la respuesta
que nos da la Palabra de Dios. Es bueno mesclar el método "deductivo" (de la
"tesis" bajar a sus aplicaciones) con el "inductivo" (de la experiencia humana subir
a la Palabra).

c) El predicador debe cuidar la voz, el tono con que propone su homilía- Con
expresividad, con la oportuna modulación, con pausas que marquen un ritmo
comprensible.

d) Debe tener en cuenta los valores humanos de este mundo, de esta


generación, de estos jóvenes, tratándolos con simpatía y con gozo.

e) El predicador debe tener un cierto sentido de humor. Sin querer hacerse el


gracioso, sin necesidad de contar chistes, debe saber aprovechar oportunamente
los toques amables de visión positiva que se presentan a lo largo de su ministerio.

f) El micrófono, que en algunas iglesias es de uso obligatorio, debe instalarse


en las condiciones de acuerdo con las condiciones acústicas de cada iglesia

El micrófono permite que todos oigan lo se dice, pero también puede disminuir la
expresividad, la de la voz, el calor de palabra que se transmitida directamente.

El lenguaje no verbal también cuenta

Además de la palabra, principal medio que tenemos para comunicar nuestro


pensamiento, tiene también importancia el lenguaje no verbal, que influye más de
lo que a veces pensamos.

La postura durante la homilía: normalmente, sentados en la sede,

los gestos: nuestras manos no tendrían que hacer aspavientos, pero tampoco
mantenerse rígidamente quietas,

— la cara: serena, en ocasiones gozosa y entusiasta, otras, más seria, según el


mensaje de las lecturas,

— la mirada: no dominadora, sino afable y fraterna; pero a ser posible directa; si


un sacerdote saluda a los fieles mirando a sus papeles o al misal, no crea
comunicación; y lo mismo si durante la homilía no les mira;
El tono de la voz: sereno, no demasiado tímido, pero tampoco dominador y
doctoral, ni "histriónico" o teatral, pero tampoco demasiado académico o insensible
ante los sentimientos que provoca la Palabra,

los breves espacios de silencio: un momento de silencio, en que la palabra queda


como suspendida, puede despertar la atención de los oyentes y subrayar la
importancia de lo que se ha dicho o de lo que se va a decir,

la inmediatez visual entre el predicador y los fieles: no son dc desear los muebles
que se interponen entre el predicador y los oyentes, por ejemplo, los atriles
adicionales que pueden perjudicar psicológicamente a la comunicación visual y
anímica entre el predicador y los fieles.

Este lenguaje no verbal tiene mucha influencia en la comunicación, también dentro


de la celebración litúrgica. Los fieles oyen nuestras palabras, pero también nos
ven a nosotros y se dan cuenta de nuestra actitud de cercanía o lejanía, de
humildad o de presunción, si nos tenemos a nosotros mismos como superiores a
la Palabra o somos oyentes y pregoneros de lo que Dios dice, si nuestro tono es
de ironía o de agresividad, de pesimismo o de serena esperanza, si estamos
convencidos de lo que decimos o lo decimos por obligación.

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