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La educación pública como espacio común 1

Pablo Pineau

Yo mando a mis hijos a la escuela pública por un motivo principal: es uno de


los pocos lugares «públicos» que quedan. Ya las plazas se privatizaron en
peloteros -¿Se acuerdan de que Mafalda, una nena de 8 años, iba sola a la
plaza, y ahí se le aparecía "el mundo?-, y los transportes públicos en remises
y autos particulares -cuando fui al Tigre en el verano, para dos amigos de mi
hijo de once años, esa fue la primera vez que estos niños, viajaban en tren.

Lo «público» tiene que ver, para mí, con que conozcan e interactúen con
gente distinta de su ámbito familiar y cercano. Los estudios marcan que los
chicos han cerrado mucho el rango de sus experiencias, pero en la escuela
pública eso se amplía. Allí, mis hijos van a tener la oportunidad de conocer
gente que piensa totalmente distinto que yo, que hace cosas que yo no haría,
y que quizás no comparte las cosas que yo hago.

No lo digo en tono romántico, es bastante posible que mis hijos sean


parecidos a mí, y que no necesariamente comprendan totalmente a esos
otros niños, pero al menos las conocieron; los otros no fueron sólo imágenes
de los medios o tema de estudio de una investigación sociológica.

Son sujetos y no objetos con los que pueden crear un «espacio común» - idea
un tanto olvidada en los últimos tiempos, y absolutamente necesaria para
construir sociedades justas-, pueden darse cuenta que, más allá de las
diferencias, comparten con ellos la condición humana, y entienden que
tienen sus destinos unidos por más garitas de seguridad que pongan en las
puertas de los edificios.

Todo el arte del siglo XX recrea esa potencia que lleva implícito lo público.
Encontrarse con los distintos: el paseo "al centro" los fines de semana, los
amores entre ricos y pobres, entre cultos e incultos, entre urbanos y

1
Pineau, P. (2017). La educación pública como espacio común. Texto Inédito.
Dr. En Educación (UBA), Master en Ciencias Sociales con Mención en Educación (FLACSO), Licenciado en
Ciencias de la Educación (UBA) y Profesor de Enseñanza Primaria.
campesinos, iniciados en tranvías, paradas de colectivos y calles peatonales,
las amistades forjadas en la escuela, en la militancia o incluso en el ya
justamente acabado, servicio militar nos hablan de esa necesidad humana de
encontrarnos, experiencias que nos han acompañando el resto de nuestras
vidas. En fin, el derecho -hoy muy cercenado, pregúntenle si no su posición a
los desesperados por la «inseguridad»- a compartir espacios comunes con
los otros en igualdad de condiciones.

Como les digo a mis alumnos, futuros docentes: uno puede ir a un lugar a
escuchar lo que ya sabe, y se va más convencido, o ir a un lugar a escuchar
algo nuevo e irse más rico. Para mí, eso es la escuela pública, y por eso se me
piantó un lagrimón -que no escondí- cuando lo vi a mi hijo menor en
guardapolvo blanco entrando a primer grado, igualado con algunos
compañeros que tienen padres con lo que, si la escuela no hubiese logrado
que nos juntemos, quizás en ningún otro espacio hubiésemos hablado treinta
segundos y que gracias al encuentro cotidiano en las aulas pueden
mostrarme mundos que ni siquiera sospecho que existen.

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