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LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 123

TÍTULO IV - PARTES Y DEMÁS INTERVINIENTES

CAPÍTULO I - EL MINISTERIO PÚBLICO FISCAL

Art. 56. — (Texto según ley 13.943) [FUNCIONES, FACULTADES Y PODERES].


El Ministerio Público Fiscal promoverá y ejercerá la acción penal de carácter
público, en la forma establecida por la ley, dirigirá a la policía en función
judicial y practicará la investigación penal preparatoria.
En el ejercicio de su función tendrá las facultades generales que le otor-
gue la ley de organización respectiva y, adecuará sus actos a un criterio objeti-
vo debiendo formular los requerimientos e instancias conforme a este criterio,
aun a favor del imputado.
Formulará motivadamente sus requerimientos y conclusiones, de mane-
ra que se basten a sí mismos. Procederá oralmente en los debates y en los casos
en que la ley lo permita.
Procurará racionalizar y otorgar eficacia a sus intervenciones pudiendo
aplicar criterio de oportunidad en cualquier etapa del proceso, especialmente a
través de aquellos institutos que propiciaren la reparación a la víctima; sin
perjuicio de propender a la economía procesal mediante el juicio abreviado u
otro mecanismo dispuesto a tal fin.
En la Investigación Penal Preparatoria, tendrá libertad de criterio para
realizarla; sin perjuicio de las facultades acordadas por la ley, al Procurador
General de la Suprema Corte de Justicia y a los respectivos Fiscales Generales
departamentales.
En el ejercicio de sus funciones, dispondrá de los poderes acordados a
los órganos judiciales por el artículo 103.

El Ministerio Público Fiscal es uno de los sujetos del proceso. Su origen


moderno remonta al Código francés de 1808 (Code d’instruction criminelle) que
lo instituye como el órgano de la acusación en las sucesivas leyes europeas y,
posteriormente, en los ordenamientos americanos.
El M.P.F. recaba el monopolio de la persecución penal regulando la for-
ma en que se ejercita la acción penal. De esta manera la tarea de aplicar la ley
penal se diferencia de la de actuar la ley penal, la primera es función jurisdiccio-
nal, la segunda queda en manos del órgano de la acusación (ne procedat iudex ex
officio). Podemos decir que, de acuerdo al sistema de las leyes procesales clási-
cas, surgido del modelo francés, el M.P.F. es una parte acusadora necesaria de
carácter público, encargada por el Estado de la pretensión punitoria en el proceso
penal.
“El hacer valer la pretensión punitiva es el interés principal por el que
actúa en el proceso penal el Ministerio Público; y es a este interés al que hay que
referirse cuando se trata de juzgar de la extensión y de los límites de las potesta-
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des dispositivas del Ministerio Público en orden al contenido de dicho proceso”


(Manzini, ob. cit., p. 319).
En nuestra ley el M.P.F. tiene la facultad de llevar a cabo la investigación
penal preparatoria, que ofrece las características propias de la instrucción en el
sistema procesal mixto. Se trata de una novedad de técnica procedimental que se
adscribe a la tendencia contemporánea de otorgar al Ministerio Público un papel
mucho más activo en la estructura del juicio penal. Al respecto vale la pena
transcribir la opinión del profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, González
Cuellar Serrano, refiriéndose a la potenciación del rol del Fiscal en la ley proce-
sal española: “Como gran parte de la doctrina ha señalado, la primera ventaja de
la atribución de la investigación al Ministerio Fiscal consiste en el logro de un
adecuado ‘reparto de papeles’ en el proceso penal. Al juez le corresponde el
ejercicio de la potestad jurisdiccional, esto es, juzgar y hacer ejecutar lo juzgado
y, en el desempeño de tal trascendental función, ha de mantener la más estricta
imparcialidad, susceptible de ser empañada si participa en la instrucción.
”La existencia del Fiscal director de la investigación asegura la imparcia-
lidad que a mi juicio debe también ostentarse para la adopción de decisiones de
esta naturaleza. Por el contrario, si aquellas medidas limitativas de derechos fue-
ran solicitadas por el Fiscal, el Juez desprovisto de funciones investigadoras y,
por ello, de ánimo persecutorio, alcanzará la objetividad exigible para decidir sin
prejuicios en una resolución que puede ser dictada tras la celebración de audien-
cia” (“Ventajas del Fiscal directas de la investigación”, en La prueba en el proce-
so penal, Centro de Estudios Judiciales, Madrid, 1993).
Esta ampliación del rol clásicamente atribuido al M.P.F. se complementa
con la dirección de la policía cuando ésta actúa en los prolegómenos de la inves-
tigación (art. 268, párrafos 2° y 3°).
“Toda vez que la acción penal deriva de un hecho que constituye delito, es
natural que el Ministerio Público, antes de promover esa misma acción, o sea,
antes de hacerse acusador, realice las investigaciones preliminares y preparato-
rias acerca de los elementos objetivos y subjetivos del hecho, que vea que son
necesarias y suficientes para reconocer lo fundado de la acusación” (Manzini, ob.
cit., p. 321).
Es importante en este orden de cosas la creación de la Policía judicial con
atribuciones diferentes de la Policía de Seguridad. Esta última previene las posi-
bles violaciones de la ley, aquella actúa respecto de violaciones ya ocurridas y su
finalidad específica es descubrir a sus autores y asegurarlos para que la justicia
proceda a juzgarlos.
El supuesto básico de la intervención del M.P.F. en el proceso es el “crite-
rio objetivo” conque debe actuar y pronunciarse. En realidad el Fiscal no es un
acusador ciego y parcial, sino que debe procurar obtener, a través de los elemen-
tos de prueba recogidos, la verdad objetiva y circunstanciada del hecho investi-
gado. Precisamente es el representante de la sociedad quien debe constituirse en
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la primera valla frente a la imputación caprichosa o mal intencionada que, tanto


vulnera el interés público, cuanto las garantías individuales que protegen a los
ciudadanos de la calumnia o la falsa denuncia.
En su actividad externa –decía Muerza Esparza– el Ministerio Fiscal está
informado por los principios de legalidad e imparcialidad. Por el principio de
legalidad el Ministerio Fiscal actuará con sujeción a la Constitución, a las leyes y
demás normas que integran el ordenamiento jurídico vigente. Por el principio de
imparcialidad el Ministerio Fiscal actuará con plena objetividad e independencia
en defensa de los intereses que le están encomendados. De ambos principios se
concluye que el Ministerio Fiscal, a pesar de estar incluido dentro de las llamadas
partes acusadoras, no en todos los procesos está obligado a presentar una acusa-
ción contra una determinada persona sino que, cuando proceda, pedirá su absolu-
ción (Muerza Esparza, Derecho Procesal Penal, Madrid, 1993, p. 129).
El M.P.F. a falta de prueba evidente y cierta puede impetrar el sobresei-
miento (por ej. art. 323, inc. 4°), es decir, pronunciarse en forma favorable al
imputado. El principio recibe consagración específica en el art. 422, párr. 2,
véase también art. 161.
Sea en la propuesta acusatoria como en el pedido desincriminatorio, el
M.P.F. tiene obligación legal de motivar sus presentaciones (orales o escritas).
Motivar es considerar lógicamente los hechos bajo el imperio de la prueba que
acredite su realidad, agregando el juicio de las leyes de la experiencia y del recto
criterio jurídico que permitan adecuar ese hecho a la norma aplicable (adecua-
ción).
Los requerimientos que formule el M.P.F. deben bastarse a sí mismos, es
decir, no pueden consistir en una mera referencia a determinadas fojas de la
causa o a las resoluciones de otro órgano, sino que deben sostenerse a través de la
propia argumentación y de la razón suficiente de sus premisas.
En el ejercicio de su ministerio podrá requerir la intervención de la fuerza
pública, para asegurar el cumplimiento de los actos que ordenara en el curso de la
Investigación Penal Preparatoria.
La reforma a este artículo sólo agrega al tercer párrafo la frase: “y en los
casos que la ley lo permita”. Dicho agregado es superfluo, pues ya existe oralidad
en los casos del artículo 168 bis, en los de flagrancia (ley 13.811) y en el último
párrafo del artículo 105.

Ampliación del tema

La ley 12.061 modificada por ley 12.097 estatuye la organización y atribu-


ciones del Ministerio Público; su art. 1º determina su conformación: “El Ministe-
rio Público es el cuerpo de Fiscales, Defensores Oficiales y Asesores de Incapa-
ces que, encabezados por el Procurador General, actúa con legitimación plena en
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defensa de los intereses de la sociedad y en resguardo de la vigencia equilibrada


de los valores jurídicos consagrados en las disposiciones constitucionales y lega-
les”.
El art. 2° da cuenta de una importante modificación al régimen del M.P.
pues declara que es parte integrante del Poder Judicial y goza de la autonomía e
independencia que le otorga la Constitución, para el debido desempeño de su
función requirente. Los miembros del M.P. tienen los mismos derechos e inmu-
nidades que los jueces (véase art. 176 de la Const. provincial). Para ser removi-
dos deberá estarse a los procedimientos del juicio político o enjuiciamiento pre-
vistos en los arts. 73, inc. 2° y 82 de la Const. provincial (art. 4°).
Una mención especial merecen las atribuciones concedidas al M.P., respecto
a la colaboración que pueden requerir sus integrantes de los poderes públicos de la
provincia y las personas de existencia ideal o física para el cumplimiento de sus
funciones. En caso de demora pueden requerir al juez o al Tribunal la aplicación de
astreintes u otras medidas de coerción que las normas prevean (art. 5°).
En lo que hace a la labor de control y vigilancia confiada al M.P. se desta-
ca por su importancia, en cuanto al tratamiento de detenidos, las visitas que sus
miembros deben efectuar a establecimientos carcelarios, lugares de internación y
comisarías –siempre que se sospechare alguna irregularidad– para observar y
controlar las condiciones de la privación de la libertad a que fueran sometidos los
imputados en consonancia con el principio general contenido en el art. 30 de la
Const. provincial (art. 65).
La doctrina moderna del derecho procesal ha potenciado, de una manera
significativa, el rol del Fiscal dentro de la estructura del proceso, poniendo en sus
manos la dirección prácticamente exclusiva de la investigación. “La reforma prin-
cipal –afirma Maier– se ubica en el período preliminar del proceso penal, en la
llamada instrucción preparatoria. Hoy la responsabilidad por la investigación del
hecho punible y la tarea de preparación de la acusación o, inversamente, del
requerimiento que clausura la persecución penal, corresponde a la fiscalía. Se ha
dicho por ello que el Ministerio Fiscal (la Fiscalía) es el amo o el señor de la
investigación o del procedimiento preliminar y que su tarea en el procedimiento
reconoce allí su centro de gravedad” (Maier, Derecho Procesal Penal, II, p.
381).
El M.P.F. se encuentra, sin duda, sometido a una profunda modifica-ción
respecto a su antiguo rol de simple acusador, en referencia al Juez de Instrucción
que investigaba, y tal cosa lo convierte en un órgano colabo-rador de la jurisdic-
ción y promotor de la pesquisa de los delitos de acción pública, así como defen-
sor de la legalidad del proceso y, en el ejercicio de su misión, goza de autonomía,
lo cual implica el deber de actuar con imparcialidad, defendiendo, incluso, la
inocencia del imputado, como lo expresa Cuellar Serrano: “El Ministerio Fiscal
no ejercita derecho subjetivo propio alguno, sino que está sometido al principio
de legalidad, lo que le obliga a estar tan interesado en la condena del culpable
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como en la absolución del inocente” (Cuellar Serrano, “Investigación del Minis-


terio Fiscal y limitación de derechos fundamentales” en Centros de Estudios Ju-
diciales, vol. 12, Madrid, 1993).
La atribución de la investigación al Fiscal permite un adecuado “reparto
de papeles” en el proceso penal, en tanto el Juez de Garantías mantiene una
absoluta imparcialidad en relación a las partes. De este modo el Fiscal, como
director de la pesquisa, asegura el efectivo despliegue de la instructoría, mientras
las medidas limitativas de los derechos fundamentales deben ser solicitadas de
dicho Juez. En este sentido, dice Maier: “...siempre los tribunales penales operan
como autoridades de control del acusador, en tanto sus decisiones admiten o
rechazan las peticiones del acusador...” (Maier, ob. cit., p. 337).
En cuanto a la motivación de los requerimientos y conclusiones que dispo-
ne el artículo, responden a consideraciones que hacen a la garantía de los
justiciables, dentro del proceso, con ello se facilita su control, por parte de los
órganos superiores en cuanto a la corrección de las consideraciones fácticas que
abonan la causa y las conclusiones jurídicas que emanan de ellas; la motivación
no es sólo respecto de las partes y de los propios órganos jurisdiccionales, sino
que vale para convencer a la sociedad que la resolución no es arbitraria y, antes
bien, obedece a la consideración fundada del caso y la aplicación de las normas
jurídicas de rigor para el mismo, por otro lado permite advertir cual es el pensa-
miento jurídico del funcionario que motiva y contribuye a la perfección técnica
de las resoluciones al obligar al Fiscal a detallar cuidadosamente las operaciones
mentales que lo han llevado a determinada conclusión y lo que es de señalada
importancia es que permite el mejor ejercicio del derecho de defensa; si no se
conocen los fundamentos de una resolución, por ejemplo, la elevación a juicio,
mal puede el imputado ejercer su derecho de impugnarla. Tales son los puntos
que deben de tenerse en cuenta para sostener como un logro para ponderar los
derechos y garantías debidas al justiciable, el deber del Fiscal de motivar sus
piezas jurídicas, obligación que, por otra parte, se extiende a los órganos juris-
diccionales de decisión (ver el desarrollo del tema en nuestro comentario al art.
448, sobre la motivación).
Una de las aserciones del derecho penal de la reparación, es la considera-
ción de los derechos de la víctima que pueden hacerse valer dentro del proceso
penal, “la reparación –afirma Roxin– puede aportar mucho para el cumplimiento
de los fines de la pena y con ello también adquiere importancia política criminal”
(Roxin, Política criminal..., p. 31). Que la reparación puede sustituir la pena
privativa de la libertad en los delitos de menor entidad o medianos ha sido tam-
bién destacado por Cafferata Nores: “Consecuentemente nuestra propuesta acepta
a la víctima como vía sustitutiva de la pena en el ámbito de delitos de contenido
patrimonial, cometidos sin violencia significativa en las personas, o sea delitos
leves o de mediana gravedad...” (Cafferata Nores, Cuestiones actuales sobre el
proceso penal, p. 282).
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El Fiscal puede propiciar la reparación de la víctima mediante institutos


que resultan aptos para dicho fin como la composición o el advenimiento, sin
dejar de lado cuando ello corresponda, dichas formas dentro del proceso como
dispone el párrafo 5 del art. 56 bis. Sobre el juicio abreviado, véase art. 284
quinquies.

Ubicación del Fiscal en el proceso

Las antiguas instituciones penales tenían un carácter marcadamente priva-


do, lo cual se manifestaba en instituciones como la venganza privada o familiar,
el combate entre los adversarios o el derecho del ofendido incluso a cobrarse la
vida del ofensor. Observa Tissot que las primeras formas en que el derecho cri-
minal concebía la relación entre los delitos y las penas fueron: el reino exclusivo
de la venganza en sus comienzos, luego un período marcado por una justicia
ciega y severa: el talión, y en lo que podría denominarse una tercera etapa, tal
postura de un rigor extremo fue morigerada por el interés de la composición
entre las partes, es decir, el arreglo de un pago en relación con el mal producido
por el crimen (Tissot, Le Droit Penal, París, 1860, p. 206).

Es evidente que en aquellos tiempos no existía un sistema judicial


autónomo tal como lo conocemos ahora, pero es notable observar
como hoy –en los tiempos de las Constituciones y las garantías proce-
sales– la idea de la venganza o el talión subsisten ocultas en lo más
íntimo del inconsciente colectivo, en el que no es raro rastrear el pen-
samiento –bien que larvado– del castigo ejemplar al delincuente o,
inclusive, la misma pena de muerte para los casos de crímenes
aberrantes, o la castración como han llegado a solicitar en Europa
políticos de fuste para violadores y pedófilos. ¿Y qué es esto sino el
talión y la venganza pública?

Una muy lenta evolución histórica sustituyó de a poco la venganza y la


composición por la facultad del Estado de Derecho de subrogarse a los privados
en la aplicación del castigo, por medio de un órgano especialmente diseñado para
la persecución penal.
“La evolución histórica –afirma Vélez Mariconde– de la actividad acusatoria
nos muestra un laborioso tránsito de lo individual a lo social, de lo privado a lo
público, determinado por la moderna concepción del derecho penal sustantivo y
procesal. Se trata de historiar una lucha ideológica entre el interés individual y el
colectivo, que con una reivindicación casi total, lo que primitivamente fue un
derecho del ofendido, hoy constituye, salvo raras excepciones, una función pú-
blica que el Estado confiere a un órgano específico: el Ministerio Público” (Vélez
Mariconde, Derecho Procesal Penal, T. 1, p. 270).
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¿Pero cuándo puede decirse que aparece en forma más nítida la figura del
Fiscal?
Para Maier se debe marcar como antecedente de las fiscalías que aparecie-
ron en la última parte de la Edad Media y se desarrollaron en la moderna, a los
procuratores caesaris y a los avocati fisci romanos, verdaderos funcionarios fis-
cales encargados por el emperador, fundamentalmente de los impuestos y las
gabelas. Menciona finalmente a los procureurs du roi y a los advocats du roi,
instituidos para proteger los intereses del Rey” (Maier, Derecho Procesal Penal,
II, Pte. Gral., p. 296).
En España, al igual que en otros países europeos, la defensa de los intere-
ses de la corona ante los tribunales estuvo encomendada, desde la baja Edad
Media, a los abogados al servicio del Rey, que solían ser llamados los promotores
fiscales de donde procede el adjetivo fiscal, aunque, por supuesto, la versión
moderna nada tiene que ver con aquel antecedente. Para acercarse conceptualmente
a la imagen contemporánea del fiscal es necesario llegar al procedimiento inqui-
sitivo del cual España no fue la excepción. En este sistema no era necesaria la
presencia de un acusador diferenciado del Juez, sin embargo, dado que el proceso
comenzaba tanto de oficio como por denuncia o por querella el promotor fiscal
podía actuar como acusador, siempre que el Rey tuviese interés en la causa (Diez
Picaso, El poder de acusar, Barcelona, 2000, p. 142).

La Inquisición nace en España bajo el reinado de los Reyes Católi-


cos (1469). Ante un pedido de éstos, el Papa Sixto IV creó un tribunal
eclesiástico para resolver los casos de herejía y apostasía, aunque
también, y con el tiempo, cumplió con objetivos que trascendían las
cuestiones de fe para transformarse en un aliado del poder real y,
desde esa perspectiva, fue el instrumento más calificado para estable-
cer un control efectivo sobre toda la población a la que dominaba no
sólo bajo el aspecto religioso, sino bajo el político y social debido a la
superstición propia de la época (de allí la caza de brujas), la ignoran-
cia en la que era mantenido el pueblo y el terror que inspiraba el solo
nombre de la Inquisición o del Santo Oficio.

La silueta del fiscal fue cobrando un perfil más nítido con la lenta evolu-
ción histórica de los institutos jurídicos. Si imaginamos un salto en el tiempo que
nos conduzca, desde el procedimiento inquisitivo hasta el Code d’instruction
criminelle de 1808 bajo Napoleón, se nos hace patente esa evolución porque fue
ese cuerpo de leyes uno de los que destacó el monopolio exclusivo de la persecu-
ción penal a cargo del Ministerio Público o en su acepción singular, el fiscal. El
Code d’instruction criminelle, síntesis mixta de los sistemas inquisitivo y acusa-
torio (inquisición suavizada lo llama Maier) tuvo decisiva influencia en todos los
ordenamientos del siglo XIX, incluyendo nuestro Código Jofré y es en estos
donde toma sesgo definitivo la principal función del fiscal como órgano de la
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acusación. Decía Manzini que: “En el sistema de nuestro derecho el acusador es


un órgano público: el Ministerio Público que tiene por así decirlo el monopolio
de la acción penal. Cumple en idéntica forma su función, ya respecto a los delitos
perseguibles de oficio, ya en orden a los punibles a querella del ofendido, toda
vez que el derecho de querella no es ya un derecho de acusación o de acción, sino
solo una condición de punibilidad” (Tratado, T. 2, p. 312).
En estas breves notas sobre la evolución política y jurídica del Ministerio
Público, y su rol específico dentro del proceso como acusador público (ejercicio
de la acción pública), resulta ilustrativo consignar un dato referente a la apari-
ción del instituto en el derecho español en tiempos muy posteriores al Código de
1808 al que hicimos referencia. Digamos que ninguno de los textos constitucio-
nales españoles anteriores a 1931 hace referencia al M.P. con excepción a la
Constitución de Bayona (de impronta francesa) que disponía en su artículo 105
que: “Habrá en el Consejo Real un procurador general o fiscal y un número de
sustitutos necesarios para la expedición de los negocios” y recién con la instaura-
ción del régimen constitucional aparece la moderna institución del Ministerio
Fiscal. El acta de nacimiento del instituto así conocido se define en el Reglamen-
to Provisorio para la Administración de Justicia de 1835, que expresa, refirién-
dose a éste: “Si bien les toca promover la persecución y castigo de los delitos,
tienen igual obligación de defender y prestar su apoyo a la inocencia, de respetar
y procurar que se respeten los legítimos derechos de las personas particulares
procesados, demandados o de cualquier otro modo interesados y no tratar nunca
a estos sino como sea conforme a la verdad y justicia”.
Este es el principio que nace de las ideas liberales del derecho y que tam-
bién expresa vivamente y con innegable entusiasmo, un comentarista del Código
italiano de 1907, Riva, a quien cita Manzini: “Piénsese que quiere la ley que de
sus conclusiones dependan igualmente la condena y la absolución del ciudadano
llevado ante los Tribunales; que la paz y la tranquilidad de los ciudadanos se
fundan, como la seguridad pública, sobre su valor y su lealtad, que con la misma
mano con que persigue la culpa deba socorrer al infortunio, que pesa y valora con
la más inviolable imparcialidad las pruebas del acusado, al igual que las del
acusador y no se podrá menos que quedar sorprendido del grado de perfección a
que se le ve hoy elevada esta institución” (Manzini, Tratado, T. 2, p. 314 en
nota).
Las políticas liberales del siglo XIX, influyeron singularmente en la re-
dacción de las leyes penales y en la caracterización de los sujetos que intervienen
en la relación procesal; el Ministerio Fiscal adquiere entonces una situación de
equilibrio entre su deber de promover y proseguir la acción penal frente al Juez
de Instrucción y, por otra parte, el esclarecimiento de la verdad lo cual, incluso,
puede llevarlo a peticionar a favor del imputado como ocurre con nuestro artícu-
lo 422.
Pero aún cabe agregar en este punto alguna precisión: de acuerdo a su
posición en el proceso cabe considerar al Fiscal como parte aún, cuando más no
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sea, que desde un punto de vista formal, porque en lo sustancial parte, como
afirma Manzini, es la persona que deduce la cosa en juicio y aquel contra quien se
deduce la cosa en juicio, y la pretensión punitiva que hace valer el Fiscal ante el
Juez no está vinculada a un derecho propio, sino que es un poder-deber de actuar
la ley, de allí que podemos decir que constituye una parte acusadora, necesaria,
de carácter público encargado de pedir la actuación de la pretensión punitiva.
Ahora, si consideramos el proceso en su versión clásica, tendremos que se
integra con un Juez de Instrucción, encargado de investigar los hechos y reunir
las pruebas que los acrediten, así como efectuar la imputación a alguien por un
delito, y las partes opuestas en el contradictorio; el Fiscal y el imputado y su
defensor. Este es el modelo que difundió el Código de Napoleón escindiendo el
proceso en dos fases correspondientes a sendos sistemas jurídicos: el inquisitivo y
el acusatorio. Al primero le correspondía la investigación preliminar, el segundo
se materializaba en el juicio oral y público, aunque debe señalarse que el aspecto
inquisitivo de la primera parte había sido considerablemente morigerado por las
garantías del debido proceso que ya fueron muy significativas en la llamada ley
Constans de 1897, que modificó el Código de Napoleón y que tenía un sesgo
decididamente garantista (véase un resumen de este punto en el comentario del
art. 266). Como quiera que sea el Ministerio Fiscal en ese momento era concebi-
do como el órgano acusador por excelencia, un rol si se quiere secundario dentro
de la totalidad del proceso. Maier señala esta circunstancia de manera concreta:
“aquello que discutimos con un esfuerzo sin-guiar de fundamentación –dice– y
de elementos históricos, no se corresponde con el papel desteñido y, en cierta
manera, minúsculo que nuestro ordenamiento jurídico positivo le reserva al pro-
tagonista principal de este parágrafo: la fiscalía en el procedimiento penal. Nues-
tra tradición hispánica, influida sin duda por la legislación francesa del siglo
XIX, no sitúa al fiscal como protagonista de primer orden del procedimiento
penal... no confía en él, desplazándolo a un papel secundario” (Maier, ob. cit.,
p. 361).
Esta situación ha cambiado radicalmente en la versión de los códigos mo-
dernos, entre los cuales podemos señalar el que estamos comentando, porque en
ellos el Fiscal adquiere un especial protagonismo al punto en que ha desplazado
al Juez de Instrucción que, en estos ordenamientos, pasa a ser el garante de los
principios del debido proceso, le cabe decidir en cuanto a las medidas de coer-
ción sobre el imputado, así como el control de la prueba de cargo en función de
la remisión de la causa a su fase oral, pero ya no instruye.
Esto es así porque en los últimos decenios del siglo pasado se produjo una
reforma procesal global que se concentró particularmente en el tema de la Ins-
trucción, reconduciendo de este modo la sistematización del proceso a un sistema
acusatorio puro en la línea que señalaron la reforma alemana, el Código portu-
gués y en especial el Código italiano sobre el que cabe detenerse porque explica
con claridad las alternativas a las que nos estamos refiriendo.
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El ordenamiento que sustituyó al Código de 1930, introduce un procedi-


miento absolutamente acusatorio inspirado en el modelo anglosajón, rompe con
el texto napoleónico, abandona el sumario y al Juez de Instrucción lo cual afecta
básicamente la posición del Ministerio Público al que le corresponde además de
la acusación, también la investigación y la búsqueda de la prueba para lo cual
cuenta con la dirección de la polícia judicial. En esta fase, el M.P. está sometido
sólo al “juez para las investigaciones preliminares” que ejerce el control de lega-
lidad y debe autorizar todo aquello que implique límites a los derechos (escuchas
telefónicas, registros domiciliarios, etc.), resolver sobre las medidas cautelares y
examinar la solidez de la prueba de cargo, decidiendo en consecuencia sobre la
remisión a juicio (ordinario o abreviado) y, en su caso, sobre la negociación de la
pena. El Fiscal en esta ley ha sido colocado en la posición que antes ocupaba el
Juez de Instrucción (judicialización del M.P.) (Diez Picaso, El poder de acusar,
Madrid, 2000, p. 30).
Esta tendencia, que también es propiciada por algunos países europeos, de
conceder al Fiscal un rol preponderante en la investigación de los delitos, al
punto de subrogar al Juez de Instrucción del protagonismo exclusivo en la etapa
del sumario, no deja de presentar algunos problemas particularmente desde el
punto de vista constitucional. Se dice, por ejemplo, que el Fiscal a cargo de la
pesquisa ofrece menos garantías que un órgano jurisdiccional, puesto que la di-
rección de sus esfuerzos apunta a cumplir con su clásico papel de acusador públi-
co, lo cual dificulta a la defensa el acceso y el control del sumario y, en una
palabra, según esta tesis, el Fiscal simpre va a actuar contra el imputado y en
detrimento de los esfuerzos de la defensa. Sin embargo, no debe olvidarse que en
este tipo de ordenamientos de neto corte acusatorio, subsiste la figura de un Juez
que es garante de que el trámite discurra por los carriles del debido proceso. En
este mismo sentido y en función del principio de proporcionalidad, el Fiscal está
obligado a mantener la más estricta objetividad en el desempeño de su misión
como, por otra parte, lo consagra expresamente nuestra ley en el párrafo segundo
del art. 56: “adecuará sus actos a un criterio objetivo debiendo formular los
requerimientos e instancias conforme a este criterio, aun a favor del imputado”.
En otro orden de cosas también en nuestro ordenamiento el Juez de Garantías
tiene amplias facultades de control; lo importante es que ellas sean ejercitadas
con puntillosa eficacia y rigurosidad, lo que hace que la investigación no se
aparte de los cánones que dispone la Constitución y que la defensa pueda acudir
a dicha instancia jurisdiccional con la facilidad necesaria para cumplir cabalmen-
te su cometido recurriendo incluso al remedio de la nulidad, cuando una medida
emanada de la investigación vulnere alguno de los principios básicos alineados en
los arts. 1° y 3° de nuestro Código.
La concepción de un Fiscal encargado de la investigación penal con los
condicionamientos legales que propone el sistema, no vulnera las garantías debi-
das al imputado porque, aquello que hace a las medidas cautelares que puedan
afectar la libertad individual, deben ser requeridas al Juez que actúa como árbitro
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entre las partes y es una figura independiente del trámite sumarial que se desarro-
lla entre ellas. Antes bien la intervención directa del Fiscal otorga mayor agilidad
a la instrucción y además cuenta –al menos en nuestra ley– con instrumentos
suficientes como para otorgarle también una mayor eficiencia, teniendo en con-
sideración que puede aplicar criterios de oportunidad en cualquier etapa del pro-
ceso, especialmente en lo que se refiere a la reparación de la víctima o solicitar la
aplicación del juicio abreviado (arts. 56, párr. cuarto) o el archivo (art. 56 bis),
puede actuar directamente en los casos de peligro de demora ordenando las medi-
das que señala el art. 59 en su segundo párrafo y oír a la víctima o al damnificado
(inc. 2º, art. 59) (véase comentario a los respectivos artículos).
El papel unívoco de acusador público que le fuera conferido al Fiscal por
los códigos decimonónicos, a partir de la sanción del código francés de 1808,
dejó paso a una figura con mucho más facultades en el proceso alterando singu-
larmente las normas que lo regularon durante casi un siglo. Nos encontramos hoy
ante una nueva realidad en la concepción del ordenamiento ritual, materializada
especialmente en sede de la investigación preliminar, ahora, si esta tajante modi-
ficación de los “roles” tendrá el resultado que espera la moderna doctrina proce-
sal es cosa que debe esperar a que transcurra el sistema, es decir, el tiempo nece-
sario para probar sus bondades y la eficacia con que se desempeñen sus protago-
nistas, no obstante puede decirse que si el M.P.F. actúa en consonancia con las
reglas que condicionan sus facultades, la supresión del Juez de Instrucción como
investigador (al que se le reprobó por alguna doctrina su similitud con el juez
inquisidor), puede tener consecuencias favorables para el devenir del derecho
procesal. En este sentido caben recordarse las esperanzadas palabras de Gimeno
Sendra: “la experiencia ha demostrado que la instauración del proceso penal
moderno, respetuoso de los derechos humanos, no está reñida con la protección
social y la aplicación del ius punendi del Estado como tampoco ha de estarlo la
promulgación de la anhelada “reforma procesal global”, que ha de otorgar una
mejor protección a la víctima y una mayor rapidez y eficacia a nuestra todavía
excesivamente lenta, ineficaz e incluso deshumanizada justicia penal. Este es
pues el principal resto que, en un futuro inmediato, habrá de afrontar el Poder
Legislativo, aunque sólo sea por la circunstancia de que, como apuntó Franz
Klein “el mejor derecho material de nada sirve si no cuenta para su aplicación
con un buen proceso” (Gimeno Sendra, ob. cit., p. 160).

Art. 56 bis. — (Texto según ley 13.943) [CRITERIOS ESPECIALES DE ARCHI-


VO ].El Ministerio Público Fiscal podrá archivar las actuaciones respecto de
uno o varios de los hechos imputados, o de uno o más de los partícipes, en los
siguientes supuestos:
1) Cuando la afectación del bien jurídico o el aporte del imputado en el
hecho fuera insignificante y siempre que la pena máxima del delito imputado
no supere los (6) seis años de prisión;
134 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

2) Cuando, el daño sufrido por el imputado a consecuencia del hecho


torne desproporcionada, superflua o inapropiada la aplicación de una pena,
excepto que mediaren razones de seguridad o interés público;
3) Cuando la pena en expectativa carezca de relevancia en considera-
ción a las de los otros delitos imputados.
Para aplicar estos criterios a un imputado, se considerará especialmente
la composición con la víctima. El imputado deberá acreditar haber reparado el
daño ocasionado o expresar la posibilidad de hacerlo. A tales fines, se convoca-
rá a una audiencia en la que aquél deberá ser asistido por su Defensor.
El archivo deberá ser motivado y podrá estar sujeto a condiciones. Se
notificará, bajo sanción de nulidad, al particular damnificado, la víctima y al
Fiscal General. Los dos primeros podrán instar su revisión por ante el Fiscal
General en los términos del artículo 83 inciso 8º, quien además, estará facultado
a revisar su razonabilidad de oficio.
Luego de la requisitoria de citación a juicio, el archivo procederá cuan-
do concurran los siguientes requisitos:
a) Existiesen hechos o pruebas nuevas que hagan subsumible el caso en
algunos de los supuestos de los incisos 1 a 3 del presente artículo;
b) Exista anuencia previa y expresa del Fiscal General;
c) Exista un intervalo de al menos (30) treinta días con el de la fecha
fijada para el inicio del debate.
En este supuesto, si existiese particular damnificado, se le correrá vista
por el plazo de quince (15) días para que manifieste si continúa o no con el
ejercicio de la acción penal a su costa.

El Ministerio Público Fiscal tiene atribuciones para archivar las actuacio-


nes en casos puntuales, que son los que generalmente se denominan delitos de
bagatela. Se trata de mínimas agresiones a un bien jurídico que no son pasibles,
por su propia levedad, de un castigo penal efectivo. Puede decirse que los delitos
de bagatela surgen del principio denominado de proporcionalidad (véase p. 266,
donde citamos el extenso trabajo de González Cuellar, Proporcionalidad y dere-
chos fundamentales en el proceso penal, del cual tomamos las principales direc-
tivas).
Si el significado represivo de la norma penal tiene sentido, ello obedece a
que la lesión de un determinado bien jurídico es relevante tanto para el damnifi-
cado como para la comunidad, de allí las escalas penales que castigan los ilícitos
según su gravedad, ahora, utilizando el mismo argumento, puede decirse que
cuando no hay lesión o esa lesión es insignificante una respuesta penal además de
injusta, sería contraria a elementales principios de economía procesal, porque
significaría una dispensa de jurisdicción con muy pocas probabilidades de culmi-
nar en sentencia. Es posible –señala Zaffaroni– concebir actos que sean insignifi-
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 135

cantes y ejemplifica con arrancar un cabello como delito de lesión; apoderarse de


una cerilla ajena para encender un cigarrillo como hurto; llevar a un pasajero
hasta la parada siguiente a cien metros como privación de libertad; los presentes
de uso a funcionarios como una dádiva, etc. (Zaffaroni, Derecho Penal. Parte
general, p. 495), son supuestos exagerados de propósito, pero los delitos de baga-
tela tienen por lo general características parecidas, representan un daño mínimo y
resultaría hasta ridículo castigarlos como infracciones penales (conf. Maier, ob.
cit., p. 587).
El artículo se refiere a hechos insignificantes siempre que la pena máxima
no supere los seis años, en tanto el bien jurídico afectado por los mismos también
lo sea (inc. 1°).
El precepto se refiere asimismo al caso de un delincuente que ha sido
gravemente lesionado (en un tiroteo, por ejemplo) y de esas lesiones resulte una
disminución de sus facultades físicas, lo cual haría desproporcionado, superflua
o inapropiada la imposición de una pena por el hecho, salvo que mediaren razo-
nes de seguridad o interés público como puede ser la peligrosidad del agente (inc.
2°).
El último inciso expone el caso que el autor cometa delitos que conllevan
penas de prisión y entre ellos figure uno de los denominados de bagatela, de
modo que su castigo en nada añada a la pena que podría serle impuesta (inc. 3°).
La composición con la víctima resulta indispensable en cuanto a la aplica-
ción del criterio de archivo. Opinamos que en esta suerte de delitos, por su propia
índole, dicha instancia es poco oportuna, porque se trata, precisamente, de he-
chos que no causan un daño notorio, por lo cual lo mejor hubiera sido dejar la
composición al criterio del Fiscal que la aplicará cuando resulte útil a los efectos
de una posible reparación a la víctima, y no obligar al imputado a demostrar
haber reparado el daño o expresar la posibilidad de hacerlo, porque la afectación
al bien jurídico, como lo expresa el mismo artículo, es insignificante y la repara-
ción tendrá entonces las mismas características, lo cual le quita toda relevancia.
La motivación deberá ser muy escueta, porque la propia característica de
la infracción habla por sí sola, representa una capacidad de daño prácticamente
nula y su apreciación surge a simple vista de modo que ésta debe consistir en una
apretada referencia al caso, la descripción del hecho y su consideración a los
efectos del archivo.
La impugnación del particular damnificado o la víctima lo es en virtud de
lo dispuesto en el art. 83, inc. 8°, ante el Fiscal de Cámara Departamental y está
autorizado en referencia al archivo de las actuaciones, pero a su vez, el último
párrafo dispone que el Fiscal General podrá revisar la razonabilidad y la legali-
dad del archivo, en tanto su resolución debe serle comunicada en forma impera-
tiva, lo que, en cierto modo, yuxtapone ambas instancias porque si nadie apela
¿cuál es el interés procesal del Fiscal General de revisar la medida adoptada por
el Fiscal? Si el interés de la reforma ha sido, entre otras cosas, simplificar el
136 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

trámite y acelerar los procesos (Proyectos, p. 5), este tipo de duplicación de


trámites conspira directamente contra esa importante finalidad. Habría estado
más de acuerdo con aquellos principios, admitir que, si no se producía la impug-
nación del art. 83, inc. 8°, las actuaciones se archivarán directamente por falta de
interés procesal en su revisión.
La reforma modificó el párrafo dedicado a las notificaciones, que bajo
sanción de nulidad deben hacerse al particular damnificado, la víctima y al fiscal
general. Los dos primeros podrán instar su revisión por ante el fiscal general en
los términos del art. 83, inc. 8°, quien, además, estará facultado a revisar su
razonabilidad de oficio.
Lo más significativo figura en la última parte del precepto, la cual dispone
que los criterios especiales de archivo pueden ser aplicados luego de la requisito-
ria de citación a juicio (art. 334).
Los supuestos para archivar las actuaciones son la aparición de nuevos
elementos de prueba que acrediten las causales determinantes del archivo; que el
fiscal general se pronuncie a favor de dicha resolución y con ello cese la inter-
vención del fiscal y que este cese lo sea, al menos, treinta días antes de la fecha
del debate.
El particular damnificado luego de ser notificado dispone de quince días
para manifestar si continúa o no con el ejercicio de la acción penal a su costa.

Art. 57. — [FISCAL DE TRIBUNAL DE CASACIÓN Y FISCAL DE CÁMARA DE


GARANTÍAS]. El Fiscal de Tribunal de Casación y el Fiscal de Cámara de Ga-
rantías ejercerán las funciones generales que les acuerdan las leyes, por ante
los respectivos órganos judiciales a que hacen referencia sus denominaciones.

Véase la competencia de los respectivos tribunales, arts. 20 y 21.


Ver arts. 15 y 16 de la ley 12.061.

El Fiscal del Tribunal de Casación representa al M.P. ante dicha instancia


en el trámite de los recursos que establece la ley y puede interponer los que
correspondan inclusive ante Tribunales superiores (art. 15, inc. 1", ley 12.061).
Dicta instrucciones generales sobre su cometido y en lo que hace a la dependencia
a su cargo (inc. 2°). Controla el cumplimiento de los plazos judiciales en las
causas de su intervención, pudiendo requerir pronto despacho y articular recurso
de queja por retardo de justicia (inc. 3°). Ejerce potestad disciplinaria correctiva
interna, según la reglamentación que dicte el Procurador General.
El Fiscal de Cámaras tiene funciones de superintendencia, administrati-
vos, organizativos y disciplinarios (art. 16, incs. 1°; 2°; 3°; 8º; 10; 11; 12). Entre
sus tareas más significativas figuran continuar en las respectivas Cámaras los
recursos articulados por las partes (inc. 6°), coordinar lo atinente a la asistencia a
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 137

la víctima (art. 7°), controlar el cumplimiento de los plazos para la conclusión de


las causas judiciales y efectuar los pedidos de pronto despacho y recurrir en queja
por retardo de justicia ante los jueces o Tribunales de cualquier fuero siempre
que sean de igual grado o inferior, por sí o por intermedio de los demás miem-
bros del M.P. En esta instancia de control tiene facultades para reemplazar, por
pedido del Juez de Garantías, al Agente Fiscal que se hubiera excedido en la
etapa penal preparatoria.
Una de sus funciones más significativas es la de designar a uno o más
integrantes del M.P. para que colaboren con el Fiscal en aquellos casos importan-
tes, trascendentes o complejos. De esta manera se acelera la investigación me-
diante la labor mancomunada de varios funcionarios en trámites de alta comple-
jidad, que requieren de sumarios muy voluminosos en los cuales un solo Fiscal
difícilmente pueda actuar con la eficacia necesaria para culminar la pesquisa
dentro de los plazos que la ley determina.

Art. 58. — (Texto según ley 13.943) [ACTUACIÓN EN JUICIO]. Salvo deci-
sión en contrario del Fiscal General, las Fiscalías de Instrucción tendrán a su
cargo la realización de los juicios respectivos.
De acuerdo a la reforma, el fiscal que ha intervenido en la instrucción hará
lo propio en el debate, salvo decisión en contrario del fiscal general.
En la redacción anterior el fiscal de la Cámara de Garantías podía disponer
esa doble actuación del agente fiscal de modo que sólo se ha invertido en orden
de la decisión del superior. También decía que el Fiscal que ha intervenido en la
Investigación Penal Preparatoria tiene un conocimiento exhaustivo del hecho del
cual se trata, ha trabajado en la obtención del material probatorio y, en definiti-
va, está interiorizado de todos los detalles del trámite de modo que se encuentra
perfectamente habilitado para actuar en el juicio oral cuando es convocado a
hacerlo por el Fiscal de Cámara de Garantías.

Art. 59. — (Según leyes 13.078 y 14.128) [AGENTE FISCAL]. El Agente


Fiscal tendrá las siguientes facultades:
1. Dirigirá, practicará y hará practicar la investigación penal preparato-
ria actuando con la colaboración de la Policía en función judicial, solicitando
las medidas que considere necesarias, ante los Jueces o ante cualquier otra
autoridad.
Actuará con conocimiento, control y convalidación del Juez de Garan-
tías únicamente en los actos que lo requieran según las disposiciones estableci-
das en este Código. Dentro de los límites y con el alcance de cada medida,
cuando concurran fundados motivos que le permitan creer que existe peligro
en la demora, el Agente Fiscal podrá, con aviso previo al Juez de Garantías,
138 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

ordenar directamente el registro de lugares de los artículos 219, 220 y 221, la


requisa personal del artículo 225, la orden de secuestro del artículo 226, la
orden de presentación del artículo 227 y la interceptación de correspondencia
del artículo 228.
En los casos de los artículos 219, 220 y 221, el Agente Fiscal solicitará
también de inmediato al Juez de Garantías, la convalidación de las medidas. Si
el Juez no se pronunciare en contrario dentro de las cuarenta y ocho (48) horas
de recibida la solicitud, la medida se tendrá por convalidada.
2. Oirá a quien afirmara su condición de víctima o de damnificada por
el hecho, así como a todas las personas que pudieran aportar elementos para el
eficiente ejercicio de la acción penal. Las actuaciones tendrán carácter reser-
vado y quien se presente, en las condiciones consignadas en este inciso, podrá
requerir al funcionario interviniente la estricta reserva de su identidad, cuando
motivos fundados así lo justifiquen.
3. Actuará en el juicio oral ante el órgano respectivo cuando le fuere
requerido. [Art. 50, L. 12.061.]
4. Vigilará la estricta observancia del orden legal en materia de compe-
tencia, en el cumplimiento de las reglas de procedimiento, en la ejecución de
sentencias penales y en materia de leyes que regulan la restricción de la liber-
tad personal.
5. Contestará las vistas o traslados que se le corrieren segiín las disposi-
ciones legales.
6. Requerirá de los Jueces el activo despacho de los procedimientos pe-
nales en los que intervinieren deduciendo los reclamos pertinentes.
7. Requerirá la observancia y controlará el estricto cumplimiento por el
Juez o Tribunal interviniente de la obligación de cursar al Registro Nacional
de Reincidencia las comunicaciones a que refiere el artículo 2° de la Ley Na-
cional 22.117 y sus modificatorias y al Registro Único de Antecedentes Penales
de la Provincia de Buenos Aires. El incumplimiento por parte del Juez o Tribu-
nal así como la ausencia de requerimiento o control del Fiscal se reputarán
falta grave. [Inciso incorporado por ley 14.128, B.O., 17-05-2010]

El Agente Fiscal tiene facultades y obligaciones que amplían su ámbito de


actuación respecto a los que en él eran reconocidos en el anterior ordenamiento
(véase comentario al art. 56). De entre ellas debe destacarse, en primer lugar, la
dirección de la Investigación Penal Preparatoria en la cual actúa a la manera de
un juez de instrucción aun cuando para ciertos actos dependa del Juez de Garan-
tías, particularmente respecto a las diligencias irreproductibles y definitivas,
medidas de coerción o en la declaración indagatoria cuando el imputado solicite
prestarla en presencia de dicho Juez.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 139

Puede requerir el auxilio de la policía en cuanto a los actos que dispongan


en orden a la investigación, pero lo deseable es delegar lo menos posible su labor
para evitar la excesiva dependencia de la colecta de pruebas en la autoridad de
prevención, particularmente en momentos en que aun no ha sido creada e
implementada la Policía Judicial.
El Agente Fiscal debe oír a la víctima o damnificado o a quienes tengan
conocimientos del hecho. Estos pueden aportar con su testimonio informaciones
útiles para el esclarecimiento del caso. Los declarantes pueden pedir reserva de
identidad. En este sentido tales testimonios, más que pruebas públicas, son infor-
maciones confidenciales que pueden ser muy útiles para llegar a la verdad y por
ello representar alguna forma de peligro para quienes deponen. Esta modalidad
amplía las posibilidades de la pesquisa, porque anima a presentarse a aquellos
que podrían temer represalias a manos de quienes resultaran comprometidos o
incriminados por sus dichos.
El Agente Fiscal debe vigilar la estricta observancia de las reglas de la
competencia, porque se trata de cuestiones de orden público que le están reserva-
das por su condición regulatoria en el proceso en tanto representante de los inte-
reses del Estado. En cuanto a la ejecución de las sentencias penales entendemos
que debe estarse a lo dispuesto por el art. 497. Como órgano encargado del
cumplimiento estricto de la ley, debe intervenir en la aplicación de las normas
referidas a la restricción de la libertad personal, incluso en favor el inculpado
cuando así corresponda.
También le está encomendado vigilar los tiempos del proceso, procurando
que éste se desarrolle con la mayor celeridad posible para lo cual debe solicitar
pronto despacho en los casos de morosidad, particularmente cuando la ley fija un
término de realización del acto respectivo.
En cuanto a su actuación en el juicio oral, véase lo dicho en el art. 58.
(Comentario al agregado por ley 13.078). El artículo contempla la ampliación
de las facultades otorgadas al Agente Fiscal. De acuerdo a ello podrá actuar con
mayores márgenes de libertad procesal durante la investigación, particularmente
en la colecta de pruebas atingentes al hecho que pesquisa.
Es notorio que en la actualidad debido al aumento de la criminalidad en el
territorio de la Provincia y el agravamiento de la violencia con que se cometen
los delitos (no es extraño que el robo de automotores culmine con el homicidio
de quien conduce el rodado), en el caso de secuestros extorsivos, en el asalto y
robo de viviendas o en los delitos sexuales que también muchas veces producen
resultados de lesiones o muerte de las víctimas, es necesario contar con una legis-
lación más severa para combatir esta proliferación de hechos criminales que po-
nen en serio riesgo la tranquilidad y la paz social, en el caso de la atribución de
facilidades al Ministerio Público para perseguir el delito, se marcha en esa direc-
ción y es loable que así sea.
140 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

De acuerdo a ello: si bien el Fiscal permanece bajo el control del Juez de


Garantías en los casos en que así lo dispone el Código, en el caso de concurrir
fundados motivos para creer que existe peligro de demora podrá ordenar medidas
de prueba, así: el registro (art. 219); el allanamiento de morada (art. 220) y el
allanamiento de otros locales (art. 221); la requisa de personas (art. 225); la
orden de secuestro (art. 226); la orden de presentación (art. 227) y la interven-
ción de correspondencia (art. 228).
Son diligencias mediante las cuales se buscan evidencias del presunto de-
lito bajo investigación, detener sospechosos, secuestrar elementos aptos para la
comisión como pueden ser armas o estupefacientes y, en particular, indicios di-
rectos que confirmen las primeras inferencias (hallazgo de objetos robados, ropas
manchadas de sangre, o el arma homicida).
El aviso previo al juez de Garantías es una formalidad que no interfiere
con la necesaria celeridad con que debe llevarse a cabo la diligencia, ni desvirtúa
las facultades otorgadas al Fiscal toda vez que la norma dispone que éste “podrá
ordenar directamente” lo cual implica la posibilidad de actuar sin demoras en
pasos decisivos de la investigación. La necesidad que el juez de Garantías convalide
lo actuado por el fiscal en las hipótesis de los arts. 219, 220 y 221, responde al
principio de legalidad procesal.
Si el magistrado entendiera que las medidas ordenadas han sido erróneas o
fueron producidas con abuso de funciones en detrimento de personas ajenas a los
hechos, podrá anularlas como elementos de prueba. De no ser así en el término de
48 horas luego de recibida la solicitud, la medida objeto del pedido de convalida-
ción quedará firme.
El artículo 1° de la ley 22.117 dispone: “El Registro Nacional de Reinci-
dencia creado por ley 11.752 funcionará bajo la dependencia del Ministerio de
Justicia de la Nación y centralizará la información referida a los procesos penales
sustanciados en cualquier jurisdicción, conforme al régimen que regula esta ley”.
Los jueces y tribunales que intervengan tienen la obligación de comu-
nicar al Registro Nacional y al Registro Unico de Antecedentes Penales de la
provincia de Buenos Aires, los actos procesales que señala el artículo 2° de la ley,
lo cual debe ser requerido y controlado por el fiscal, bajo pena de incurrir en
falta grave en caso de incumplimiento de los primeros o ausencia de los referidos
controles de este último.

JURISPRUDENCIA:

Las medidas de prueba en el curso de una investigación penal preparato-


ria, deben ser requeridas por parte del Fiscal interviniente, por lo cual las men-
cionadas por el Defensor (y otras que queden pendientes en el curso de la inves-
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 141

tigación), serán materia de producción por parte de dicho funcionario (CApGar.,


SM.II, c. 1.693, Balmaceda, S. 07/03/00, B.I. 2000).
1) La existencia procesal de los testimonios con reserva de identidad es
una realidad legalmente admitida a partir de lo normado en los arts. 59, inc. 2°,
CPP, y 40 de la ley 12.061.
Así la Fiscalía puede, cuando existan motivos que lo justifiquen, arbitrar
los medios para proteger a quienes colaboren con la justicia, procediendo a la
reserva de identificación, lo que puede obtenerse con la supresión de los datos
personales del declarante (consignados por separado en actuaciones reservadas)
como también con el desglose de las actas correspondientes, ello cuando de su
contenido puedan extraerse datos que comprometan la seguridad física del decla-
rante.
2) Las actas reservadas o desglosadas no pueden dejar de ser exhibidas a la
defensa, de considerar ésta necesaria su compulsa para atender a la debida asis-
tencia de su cliente (CapGar., S.M., II, 29/7/2004, J.P.B.A., T. 129, p. 139, f.
341).
1) La posibilidad que otorga al Fiscal el art. 59, CPP, debe ser interpreta-
da restrictivamente, más aún teniendo en cuenta que la misma limita las garantías
reconocidas a los particulares frente al poder del Estado.
2) Si bien es el juez de Garantías el encargado de determinar la urgencia
que autoriza el procedimiento del art. 59, CPP, su errónea apreciación puede
provocar la nulidad del acto, que siendo absoluta, justifica la intervención de la
Alzada aun cuando no fuera motivo de agravio.
3) Se ajusta a derecho el auto que nulificó una orden de allanamiento y
todo lo obrado en consecuencia si la Cámara de Apelación ha fundado correcta-
mente los motivos por los que entendió que el requisito del art. 59, CPP (que
permite hacer recepción al art. 219, CPP) no se dio en el caso bajo análisis más
allá de que habría motivos para presumir que en el domicilio allanado existían
cosas relacionadas con un delito (T. Cas. Bs. As., 11, 22/5/ 2007, J.P.B.A., T.
136, p. 141, f. 268).

CAPÍTULO II - EL IMPUTADO

Art. 60. — (Texto según ley 13.943) [CALIDAD. INSTANCIAS]. Se considera-


rá imputado a toda persona que en cualquier acto o procedimiento se lo indi-
que o detenga como autor o partícipe de la comisión de un delito. Los derechos
que este Código acuerda al imputado podrá hacerlos valer cualquier persona
que sea detenida o indicada de cualquier forma como partícipe de un hecho
delictuoso desde el primer momento de la persecución penal dirigida en su
contra.
142 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

Cuando estuviere detenido, el imputado podrá formular sus instancias


ante el funcionario encargado de la custodia, quien las comunicará inmedia-
tamente al órgano interviniente. Desde el mismo momento de la detención o,
no siendo detenible el delito desde la primera diligencia practicada con el im-
putado, éste deberá ser anoticiado por la autoridad que intervenga que goza de
las siguientes garantías mínimas:
1. Ser informado sin demora, en un idioma que comprenda y en forma
detallada, de la naturaleza y causas de los cargos que se le imputan.
2. A comunicarse libremente con un letrado de su elección, y que le
asiste el derecho de ser asistido y comunicado con el Defensor Oficial. Si fuere
nacional extranjero el derecho que le asiste de comunicarse con el cónsul de su
país.
3. Que no está obligado a declarar contra sí mismo ni a confesarse cul-
pable.
4. Los derechos que le asisten con relación al responsable civil del hecho
por el que se lo imputa –si lo hubiere– y también respecto del asegurador, en
caso de existir contrato, como asimismo los derechos que le asisten respecto de
requerir al asegurador que asuma su defensa penal.

El imputado es el principal protagonista del proceso penal y, como tal,


ocupa el centro de la escena judicial durante todo el trámite que tiene como
finalidad llegar a una resolución judicial a su respecto.
De la figura del imputado ha dicho Leone: “Es aquel frente al cual se
promueve la acción penal, que, como hemos visto, en relación a él se presenta
como un derecho potestativo, del cual nace no ya una obligación o una determi-
nada prestación, sino un estado de sujeción a los efectos producidos por el ejerci-
cio de la acción penal” (Leone, Tratado..., T. 1, p. 443).
El problema referido a cuando una persona debe considerarse imputada es
de subida importancia en el proceso, porque es a partir de esa situación que
comienzan a jugar las consecuencias legales que le son propias, tanto en materia
de obligaciones procesales, cuanto de derechos que la ley le reconoce, en particu-
lar el derecho de defensa sin el cual no puede configurarse válidamente la noción
del debido proceso.
Digamos que imputado es aquella persona contra quien se hayan endereza-
do actos concretos de persecución. No es necesario que se inicien actuaciones
judiciales propiamente dichas, basta un acto de la autoridad en el sentido indica-
do como puede ser la citación policial a comparecer ante el juzgado. Es lo que
expresa Fenech cuando dice que hay que considerar imputado a una persona que
aun cuando sin llegar a ser detenido, se le manda comparecer ante el magistrado
o se realice cualquier otro acto procesal que implique que se le considera sospe-
chosa de haber cometido un delito (Fenech, El proceso penal, p. 60).
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 143

De la Rúa se expresa en parecidos términos cuando en un trabajo especia-


lizado define al imputado como “la persona señalada en las actuaciones cumpli-
das ante o por los órganos predispuestos como sospechosa de ser autora de un
hipotético delito contra la cual, y por ese motivo, se dirija un acto de procedi-
miento o de investigación penal” (Enciclopedia Jurídica Omeba, T. XV, voz:
Imputado). Con idéntica amplitud señala Manzini que imputado “es aquel a quien
en un acto cualquiera del procedimiento, es atribuido el delito” (Manzini, Trata-
do, T. 2, p. 382).
No se trata de estar sometido plenamente a proceso, sino ser tenido como
posible autor a través de un acto procedimental concreto, allí es donde nace el
derecho de defensa y juegan las garantías debidas a todo justiciable.
Nuestra ley es explícita en el aspecto que estamos particularizando cuando
dispone que se considerará imputado a toda persona “que en cualquier acto de
procedimiento se lo indique o detenga como autor o partícipe en la comisión de
un delito”.
Los derechos que goza deben serle comunicados desde el momento de la
detención o desde la primera diligencia. Tales derechos los considera el artículo
como un grupo de “garantías mínimas” que comprenden:
a) La información pormenorizada de los cargos formulados. Esto implica
que el imputado debe quedar anoticiado del delito que es objeto de investigación
y de las causas por las cuales la autoridad interviniente ha llegado a la conclusión
imputativa, lo cual comprende la prueba que exise en su contra.
b)La posibilidad de comunicarse con su defensor o con el Defensor Ofi-
cial según quien sea el que deba asistirlo.
c) Como garantía específica de rango constitucional el prevenido no puede
ser obligado a declarar contra sí mismo, esto es, no es dable –como en el antiguo
sistema inquisitorial– procurar que confiese. La confesión ha sido en el proceso
clásico la reina de las pruebas y tenía razón Mittermaier , cuando con agudeza
señalaba: “Nunca se muestra el pueblo más convencido de la culpabilidad del
acusado que cuando emana de él una confesión completa” (Tratado de las prue-
bas, p. 215). Sin embargo esta prueba ya no acreditada por sí sola en el proceso
y para que el juez la tenga en cuenta, debe estar corroborada por las demás
constancias de la causa. En el derecho moderno podemos decir que existe una
actitud desvalorizadora de la confesión como prueba absoluta, y es en virtud de
esta concepción del instituto, que el indagado no puede ser sometido a coacción o
amenazas en busca de su reconocimiento de los hechos de los que se le acusa, es
más, si realmente confiesa –y no pueda descartarse que en ciertos casos la confe-
sión se produce y es espontánea– el órgano interviniente debe considerarla en
conexión con los demás elementos de cargo y comprobar que coincida con las
circunstancias de tiempo, modo y lugar del delito.
d) Los derechos que le asisten en órbita de la acción civil frente al respon-
sable civil y al asegurador (ver arts. 72 y 76).
144 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

En la moderna concepción del derecho procesal el imputado no es un


objeto del proceso, como lo fue durante el largo reinado del sistema inquisitivo,
sino un sujeto dentro del proceso a quien se le permite conocer el alcance de la
imputación que se hace en su contra, y ejercer todos aquellos actos que hagan a su
interés en la causa, para contradecir los términos de la acusación. Esta calidad
proviene del reconocimiento del principio de inocencia, según el cual ninguna
persona puede ser responsabilizada como culpable de un hecho delictuoso hasta
que una sentencia definitiva así lo declare. De allí que hasta esa instancia el
encartado pueda contar con todas las garantías que la Constitución provee a cual-
quier individuo sometido a proceso. Con razón señalaba Leone: “Durante el pro-
ceso no existe culpable, sino solamente un imputado; la condición jurídica de
‘culpable’ o ‘condenado’ deja tras de sí el proceso; la condición jurídica de im-
putado se vincula al proceso en curso; la primera nace cuando muere la segunda”
(Leone, Tratado..., T. 1, p. 465).
No se puede menos que estar de acuerdo con las garantías debidas al
justiciable que son el resultado de una larga evolución doctrinal y legislativa, sin
embargo cabe formular objeciones a los excesos que puedan manifestarse en la
materia porque cuando se pasa de un sistema a su opuesto, suele ocurrir que con
la intención de eliminar las arbitrariedades del primero se caiga en el extremo
contrario en el segundo. Es decir que las garantías de las que goza el imputado en
la versión contemporánea del derecho procesal, no pueden ser tales que su vigen-
cia obstaculice la lucha contra el delito porque entonces los problemas se repro-
ducen, pero en sentido inverso y será la sociedad la que sufra sus consecuencias.
Esto es lo que ocurre en la economía de nuestro Código, particularmente
en órbita de las medidas de coerción la primera de cuyas reglas es su carácter de
excepcionales, en efecto, de acuerdo a la primera parte del art. 144 el imputado
permanecerá en libertad durante la sustanciación del proceso. La libertad pues, y
los demás derechos y garantías constitucionales sólo podrán ser restringidos cuando
fuera absolutamente necesario para asegurar la averiguación de la verdad, el de-
sarrollo del procedimiento y la aplicación de la ley (art. 144, segunda parte).
En cuanto a la prisión preventiva, su dictado depende en mucho de que
exista peligro de fuga o entorpecimiento de la investigación y en caso que ello no
sea así, cabe la aplicación de alguna medida alternativa (art. 159) o incluso, la
libertad del prevenido (art. 160) o la atenuación de la coerción (art. 163).
Por otra parte, el imputado puede acogerse a los beneficios del juicio
abreviado (art. 395) o de la suspensión del proceso a prueba (art. 404), sin contar
con la amplitud de la regulación excarcelatoria (art. 169). Estos son algunos de
los beneficios procesales que goza el prevenido en el marco de nuestra ley de
forma, creemos que en una época en que el aumento de los niveles de la crimina-
lidad se ha convertido en un problema de subida gravedad social e institucional,
esta suerte de liberalismo procesal a ultranza puede derivar en un serio obstáculo
para ejercer con eficacia la acción represiva contra el delito, permitiendo que
delincuentes peligrosos conserven su libertad durante el proceso o que sean rápi-
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 145

damente excarcelados y que finalmente las leyes penales pierdan su eficacia


disuasoria o represiva.
Es necesario pensar en estos problemas con un criterio práctico y no sola-
mente defensista, porque también la sociedad debe ser protegida en la vida y bienes
de sus integrantes: en este sentido existe una reacción en círculos legislativos que
podría traducirse en una modificación de la ley de excarcelación para hacerla más
acorde con los tiempos y en particular con la necesidad de combatir las nuevas
formas del crimen organizado (ver lo que decimos en el comentario del art. 209).
No se trata de eliminar las garantías del debido proceso, sino de captar
nuevas exigencias de política criminal que obligan a replantearse su enlace desde
el ángulo de la seguridad social, permitiendo una acción penal eficaz en cuanto a
delincuentes habituales, reincidentes y peligrosos.
Los derechos acordados al imputado, representan la concreción legislativa
de un largo proceso doctrinario que lo libró de su condición de simple objeto del
proceso, tal como se lo concebía desde los albores del sistema inquisitivo. En éste
el acusado –para utilizar la denominación propia de la época– no tenía derecho a
defensa alguna y por el contrario, el juez inquisidor procuraba que se incriminara
utilizando toda suerte de expedientes, incluyendo la tortura. Por otra parte, la
investigación era secreta, escrita y sin debate. Lo recordaba Schmidt en forma
harto ilustrativa: “Se debe leer la patética descripción de H. A. Zacharias para
juzgar acerca de lo que ha importado que el proceso inquisitivo del derecho
común entregara al acusado como objeto de la investigación al ‘poder casi sin
límites del Instructor’, que lo expusiera a sus más sospechosas tretas para obtener
la confesión que lo colocara en la tan humillante situación de un reo” (Schmidt,
Fundamentos, p. 66).
Este tipo de tratamiento subsistió hasta la Revolución Francesa, que marca
un punto de inflexión a partir del cual el prevenido se convierte –aunque muy
lentamente– en sujeto del proceso y paralelamente nace el sistema mixto. Se
reconoce entonces el principio de inocencia, siendo el acusador quien debe acre-
ditar la culpabilidad del imputado; surge la regla de la duda (in dubio pro reo) y
le es dado a éste probar a su favor, intervenir en el trámite de la causa y lo que
resulta más significativo en orden a las garantías legales, ser defendido por un
abogado de su elección (particularmente importante como culminación de la his-
toria legislativa de las garantías, es la ley Constans de 1897).
Los derechos a los que nos estamos refiriendo tienen raigambre constitu-
cional. Vélez Mariconde señala especialmente: La condición jurídica de imputa-
do no es obra de las leyes procesales, sino de la propia Const. Nac. (art. 18)
porque ésta contiene una serie de previsiones que el legislador debe limitarse a
regular: “Nadie puede ser penado sin juicio previo ni considerado culpable sin
una sentencia firme no lo declara tal, ni juzgado por otros jueces que los natura-
les, ni obligado a declarar contra sí mismo (lo que proscribe toda violencia física
o moral y exige que la indagatoria sea un medio de defensa y no de prueba), así
146 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

como la defensa en juicio es un derecho esencial” (Vélez Mariconde, Derecho


Procesal Penal, T. 2, p. 339).
El derecho del imputado a ser oído por un juez o tribunal en un plazo
prudencial está prescripto dentro de las garantías a que hace referencia el Pacto
de San José de Costa Rica: “Toda persona tiene derecho a ser oída con las debidas
garantías y dentro de un plazo razonable por un juez o tribunal competente,
independiente e imparcial, establecido con anterioridad por la ley en la sustan-
ciación de cualquier acusación penal formulada contra ella, o para la determina-
ción de sus derechos y obligaciones de orden civil, laboral, fiscal o de cualquier
otro carácter” (art. 8º, inc. 1°).
El imputado tiene en el curso del proceso, facultades explícitas que puedo
ejercer por sí mismo o por medio de su representante técnico: puede ser asesora-
do por éste en la diligencia de indagatoria (art. 308, 3er párr.), solicitar motivada-
mente declarar ante el juez de Garantías (art. 308, 2º párr.), abstenerse de hacerlo
(art. 310), hacerlo cuantas veces lo considere conveniente siempre en relación al
hecho (art. 317), por sí mismo o por intermedio de su letrado, impetrar el
sobreseimiento (art. 321), plantear excepciones (art. 328), decir de nulidad cuan-
do no haya contribuido a causarla (art. 205), proponer diligencias (art. 273),
asistir a los actos definitivos e irreproducibles (art. 276), declarar en el debate,
comunicarse con su defensor (art. 358) y tomar la palabra en último término, en
la discusión final (art. 368).
También en caso de simple sospecha, quien pudiera ser imputado como
autor de un delito, puede presentarse ante la autoridad o el Ministerio Público
Fiscal para declarar o dejar constancia de su intención de estar a derecho (art.
162).
Los derechos y garantías que hemos venido exponiendo, no son otra cosa
que la reglamentación que hace el Código Procesal Penal de aquellos consagra-
dos en la Constitución de la Provincia, cuyo art. 15 establece el irrestricto dere-
cho a la defensa letrada gratuita a quienes carezcan de recursos suficientes, la
inviolabilidad de la defensa de la persona y los derechos en todo procedimiento
administrativo o judicial, y el deber de los jueces y tribunales de que las causas se
decidan en tiempo razonable, siendo falta grave el retardo de justicia o las dila-
ciones indebidas cuando sean reiteradas.
La reforma agrega en el inciso 2° referido a la comunicación que puede
efectuar el imputado con su letrado o con el defensor oficial, el caso de un dete-
nido extranjero que puede hacer lo propio con el cónsul de su país.

Ampliación del tema

Antiguamente la confesión del acusado constituía prueba perfecta y las


leyes canónicas, por ejemplo, autorizaban recurrir al tormento para obtenerla.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 147

Aun hoy existe la tentación de admitirla como motivo bastante para comenzar a
cerrar el caso, a pesar de haberse avanzado tanto en la defensa y el respeto por las
garantías individuales. Decía Aguilera de Paz que la confesión del presunto cul-
pable presentada libre y espontáneamente y revestida de determinadas condicio-
nes que aseguren su sinceridad es, sin duda alguna, uno de los medios más efica-
ces para producir la convicción de conciencia requerida por la ley (Aguilera de
Paz, Comentarios, T. 5, p. 314). El jurista español estaba imbuido de las ideas
preconizadas por el sistema preponderantemente inquisitivo de 1882; se pronun-
cia entonces por conceder a la confesión valor de prueba completa mediando
“determinadas condiciones” lo que lleva a pensar en el régimen de pruebas lega-
les propio de aquél sistema procesal. Y no es de extrañar que los Códigos que
siguen esta orientación dispongan, para que la confesión sea válida, el concurso
de una serie de supuestos cuyo elenco figura en la misma ley tal, por ejemplo, el
art. 238 del anterior C.P.P., que establecía taxativamente los requisitos para que
obrara como plena prueba.
Como quiera que sea, la confesión, incluso para las leyes de textura
inquisitiva no bastaba antes bien, debía revestirse de determinadas garantías como
la prohibición de formular preguntas sugestivas o inducir al prevenido a error o
coaccionarlo para que reconociera el cargo.
Modernamente la prueba confesoria es considerada de una manera mucho
más cauta que antaño, al punto que los códigos contemporáneos no reparan en ella
en forma específica en el capítulo dedicado a la prueba. Sin embargo, es necesario
ocuparse del tema porque, a pesar de que la doctrina actual no sistematiza especial-
mente el instituto, no puede negarse sin contrariar el sentido común, la alta calidad
probatoria que implica una confesión lisa y llana; ¿qué Juez de Instrucción o qué
Fiscal pueden negar que si el imputado reconoce su autoría en el hecho de una
manera verosímil, la mitad de la investigación está hecha? (véase lo que decimos en
el comentario al art. 308 en el título Naturaleza jurídica).
Admitamos, sin embargo, que la confesión no puede ser hoy considerada
como plena prueba, es decir, que no podemos proclamar que sea “la reina de las
pruebas” como en tiempos del proceso inquisitorial; para aceptarla es necesario
conectar la admisión del imputado con el resto del material colectado en autos,
deben existir otras constancias que la apoyen, testimonios, peritajes e incluso
indicios en tanto sean directos, pero aquí surge una cuestión que hace a la fuerza
de convicción del dicho confesorio; ¿cómo se lo debe considerar a los fines de la
afirmación del delito cuando no concurren otras pruebas? Aquí cabe una distin-
ción, según esté o no comprobado el cuerpo del delito; si alguien se confiesa
autor de un homicidio y la investigación procura el cuerpo de la víctima puede
admitirse la verosimilitud del relato auto incriminatorio, de no ser así, lo que se
llama “confesión desnuda” que es la que no tiene confirmación alguna, no alcan-
za para inculpar.
En algunas legislaciones se ha admitido que la confesión, si se cumplen
ciertas reglas, puede ser reconocida como plena prueba, pero en todos los casos
148 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

se exige la existencia del cuerpo del delito como condición esencial para adjudi-
carle ese carácter. Así el art. 238 del Código de Procedimiento de la Provincia
(anterior) y el art. 316 del Código de Procedimiento en materia penal de la
Nación (anterior) idénticos en su elenco de condiciones, para reconocer a la con-
fesión “prueba acabada del delito”. En ambos el inc. 7 expresa: Que el cuerpo del
delito esté legalmente comprobado y la confesión concuerde con sus circunstan-
cias (art. 238), la existencia del delito esté legalmente comprobada (art. 316).
Entre los autores que han tratado con mayor detenimiento el tema pode-
mos citar a Mittermaier, quien expusiera los requisitos que hacen de la confesión
plena prueba y cuyo elenco tiene una notoria similitud con el que expone el art.
238 del Código de Jofré que citábamos más arriba Veamos cuales son:
a) Verosimilitud, es decir, que el hecho esté dentro de la capacidad física
o intelectual del inculpado.
b) Credibilidad, la confesión debe recaer sobre hechos que el inculpado
conozca personalmente.
c) Que el compareciente haya estado en posesión de todas sus facultades al
momento del delito.
d) Que el dicho sea preciso en sus detalles.
e) Que sea persistente, esto implica que tenga el mismo contenido en cada
una de las declaraciones del acusado. Toda variación grave es indicio de false-
dad.
En estas condiciones la confesión adquiere fuerza de plena prueba para el
sistema de las pruebas legales, a su vez, es notorio que no puede ser prueba si no
es precisa, espontánea y circunstanciada, demostrativa de lo que realmente ha
sucedido, una declaración, entonces, que revista tales características otorga un
grado positivo de credibilidad y, obviamente, si se completa con otras pruebas de
cargo, la acusación tendrá una base probatoria prácticamente completa (véase lo
que decimos en el comentario al art. 158).

Técnica del interrogatorio

Muchas veces una confesión surge del interrogatorio del imputado, pero
en ese punto también, como ocurre con el testimonio, el investigador debe proce-
der de una manera altamente profesional. “Interrogar —ha escrito Gorphe— es
un arte que hay que saber manejar a la vez con lealtad y habilidad, inspirando
confianza al inculpado y teniendo en cuenta su carácter tanto personal como
criminal” (La apreciación, p. 232).
La disciplina del interrogatorio es una de las que deben componer el acer-
vo del Fiscal o del operador judicial, porque no se trata simplemente de pregun-
tar, sino cómo preguntar.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 149

Si el interrogado se presta a la diligencia, el operador no tendrá inconve-


nientes en obtener una declaración confiable, pero en la mayoría de los casos se
mostrará reacio a responder o lo hará con deliberada falsedad tratando en caso de
ser culpable, de encubrirse o justificarse. En tales casos se hace necesario acudir
a un interrogatorio pormenorizado que desvirtúe posibles engaños, haciendo que
el declarante responda así no sea más que parcialmente sobre la verdad de los
hechos. Una declaración insuficiente –decía Döhring– puede vigorizar decisiva-
mente la prueba de la culpabilidad, cuando el imputado, de ser inocente, tendría
que estar en condiciones de dar explicaciones palmarias” (La prueba, su práctica
y apreciación, p. 175).
Por otra parte, de detalles que puede señalar el declarante o de personas
cuyo nombre ha citado es posible lograr pistas más firmes para ir completando la
primera fase del caso.
El investigador debe adoptar frente al interrogado una actitud neutra, es
decir, producir la impresión que no hay nada de personal ni de subjetivo en la
tarea que está llevando a cabo. No debe dejar traslucir, por ejemplo, el rechazo o
la indignación que le ha producido el hecho, porque tal cosa redundaría en el
ánimo del deponente hasta confundirlo o amedrentarlo.
Puede actuarse con severidad, pero no como si se tomara partido contra el
inculpado. No hay que olvidar que el operador tiene una inconsciente superiori-
dad respecto al interrogado, que se hace valer por sí sola la necesidad de manifes-
tarla. Si el imputado tiene una personalidad medrosa o se encuentra asustado por
la situación en que se halla, el operador puede cambiar el tono y pasar a una
actitud paciente y hasta comprensiva, para no aumentar su temor. Si, en cambio,
se trata de un delincuente avezado o tiene un temperamento fuerte, lo cual lo
hace afrontar el interrogatorio con tranquilidad frente a las preguntas, el tono
aplomado de su interlocutor es útil para que la pesquisa se desarrolle en forma
eficaz en el sentido de obtener algunos datos aprovechables en la investigación,
pero no se debe tratar de que el interrogado admita su responsabilidad utilizando
alguna forma de compulsión. En estos casos la repetición de la diligencia, cuan-
tas veces sea necesario, terminan por desarticular la “coraza” defensiva del re-
nuente y, a partir de ese punto, se puede obtener un resultado positivo, al menos
para llegar a los prolegómenos de la verdad.
El investigador no debe estar influenciado exclusivamente por la idea de
la culpabilidad del indagado, aunque en principio la diligencia se produce cuando
hay indicios notorios de su responsabilidad, antes bien, estará atento a todo aquel
elemento que abone a su inocencia. En ocasiones habrá que dirigir la indagación
en dirección a tales elementos para hacerse de la verdad, que bien puede ser que
desvirtúen la culpabilidad del acusado.
Los descargos siempre tienen un significado especial, incluso cuando no
son un reflejo exacto de la verdad, porque pueden llevar a que el investigador
adquiera otro panorama del hecho, más favorable o no al imputado, pero en todo
caso capaz de reubicarlo frente al delito que investiga.
150 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

El interrogador debe prestar constante atención al interrogado, no permi-


tiendo que éste crea que lo está escuchando distraídamente. Es una forma de dar
importancia a la declaración y a la persona que la emite. No debe permitirse
interrupciones para atender otro asunto, hablar con un colega o tomar una comu-
nicación telefónica, porque de este modo se rompe la corriente psíquica que une
a las partes que es la que permite, en un punto de la relación, cierta fluidez en las
respuestas en la medida que el deponente se “deja llevar” por la actitud atenta y
en ocasiones comprensiva de su interlocutor.
No es necesario insistir en los excelentes resultados que puede obtener un
operador avezado y competente de la declaración del imputado, aun cuando no
confiese plenamente el delito o que admitiéndolo se coloque en una posición
favorable argumentando temor o legítima defensa. A menudo, aun cuando las
aserciones no sean un fiel reflejo de la verdad, llevan al acusado a admitir el
núcleo del hecho que se le imputa, de modo que si se toma la declaración en su
conjunto pueden obtenerse inferencias útiles para llegar, al compararlas con los
testimonios, a un panorama más próximo a la realidad de lo ocurrido.
Es asimismo necesario que se cuide de las presunciones surgidas de la
defensa insuficiente, si el imputado aboga en su provecho diciendo que estuvo en
un lugar lejano al hecho, pero no tiene cómo acreditarlo, tal cosa no es de por sí
prueba de culpabilidad. Es de insistir que el Fiscal encargado de la investigación
debe encarar el interrogatorio de modo objetivo, sin buscar como única meta
obtener una prueba de cargo por suposiciones nacidas de la endeblez de las expli-
caciones del indagado, lo más adecuado en estos casos es dejar este punto de lado
para volver a considerarlo al hacer el análisis de toda la declaración y continuar
con el resto de la prueba para ver de confirmar o rechazar las exculpas produci-
das en la indagatoria.
A veces es más fácil acreditar un punto que apoye la acusación que poner
el acento en las defensas que esgrime el indagado y, sin embargo, ambas merecen
igual atención y, si se quiere, estas últimas deben considerarse con el mayor
cuidado porque, es de recordar que el Fiscal no tiene como único objeto formular
acusación, sino que su deber primordial es llegar a la verdad del hecho así sea que
ello dé lugar al sobreseimiento del imputado de modo que, cuando aparezca una
posibilidad real de hacer valer en su dictamen un argumento favorable a la ino-
cencia, debe producirlo así sin cuidarse de la posición acusatoria del Ministerio
Fiscal en el sistema del proceso.
Al igual que en el interrogatorio de los testigos, pero en atención al dife-
rente papel que cumple el imputado en el proceso, el investigador debe trazarse
un plan de trabajo, no es necesario que sea un verdadero catálogo de preguntas,
basta con un ayuda memoria que apunte a la explicación del hecho, primero en
general, sin pretender obtener una admisión de responsabilidad por parte del
indagado y luego, si éste ha reconocido su intervención en el mismo, se podrá
descender a los detalles.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 151

Por lo común, el declarante tratará de colocarse en una posición justifican-


te, quizá sin negar el delito, pero alegando razones a su favor, en este caso, sin
dejar de tenerlas en cuenta, puede ampliarse el cuestionario en busca de detalles
más precisos, por ejemplo, porque entendió que la víctima había dado muestras
de querer agredirlo o cómo habían sido las cias anteriores y concomitantes al
suceso. Es útil también referirse a la prueba de autos manifestando al indagado lo
que han declarado los testigos o las conclusiones de la pericia, tales constancias
pueden llevarlo a reconsiderar sus propios dichos en un sentido más acorde con la
verdad.
El interrogatorio es un arte psicológico y científico (Mezger) y es necesa-
rio dominar sus reglas en la medida de lo posible. Gorphe, refiriéndose a la
posibilidad de que el operador detecte falsedades en el relato del imputado o, en
cambio, advierta que se ha producido verazmente, señalaba “La mentira se reco-
noce con relativa facilitad cuando se trata de concretar la exposición y aclarar las
oscuridades o contradicciones: origina respuestas embarazosas y confusas; comporta
evasivas o afirmaciones contradictorias. La certeza de las declaraciones puede
probarse exigiendo detalles cada vez más precisos; repitiendo los interrogatorios
se ve si los síntomas se reproducen y discutiendo hechos indiferentes se ve si ellos
nublan. Finalmente, careando al inculpado con los testigos de cargo o los
coinculpados, se puede poner a prueba la resistencia de los síntomas de veraci-
dad” (Gorphe, ob. cit., p. 236).
También Döhring se ha pronunciado respecto de la veracidad de la confe-
sión, afirma al respecto: “Si el imputado sabe indicar correctamente lo circuns-
tancias hasta ese momento desconocidas, que se relacionan con el hecho y que
sólo puede saber una persona que tuvo en él participación directa, aun cuando
dichos detalles no tengan interés jurídico, esto puede reforzar decisivamente la
veracidad de la confesión” (ob. cit., p. 237).
Sin embargo, incluso cuando exista una confesión directa, no puede ha-
cerse depender de ella la solución íntegra del caso, antes bien, debe relacionársela
con los elementos corroborantes que existan en autos: si el acusado relaciona con
su persona los rastros o vestigios hallados en el lugar del hecho, y los testigos
confirman su declaración, aun cuando sea en partes de manera indirecta, puede
afirmarse que la confesión ha sido sincera.
Decía Mittermaier que la confesión tiene apariencias sólidas de credibili-
dad cuando está de acuerdo más o menos perfectamente con las demás pruebas y
también la circunstancia de que sólo el culpable haya podido conocer los hechos;
la concordancia entre la confesión y los principales hechos demostrados por otros
medios, tiene por resultado garantir la certeza que aquél ha asistido a todos los
pormenores del crimen; y la fuerza de las cosas nos impone esta convicción,
cuando la confesión determina exactamente, por ejemplo, el número de las heri-
das, cuando precisa su dirección y cuando la inspección del cuerpo confirma su
contenido sobre este punto (Mittermaier, ob. cit., p. 229).
152 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

En una palabra, la labor del Fiscal es la de confirmar, esa es la parte más


relevante del paciente trabajo que insume la pesquisa, confrontar las pruebas,
adecuar los indicios y si el imputado admite su responsabilidad, seguir confir-
mando. La conexión de las pruebas con la confesión es de donde surgirá la solu-
ción más confiable del trámite instructorio.

Art. 61. — [IDENTIFICACIÓN E INDIVIDUALIZACIÓN]. La identificación se prac-


ticará por las generales del imputado, sus impresiones digitales y señas particu-
lares, por medio de la oficina técnica respectiva.
Cuando no sea posible porque se niegue a dar sus generales o las dé
falsamente, se procederá a su identificación por testigos, en la forma prescrita
para los reconocimientos por los artículos 257 y siguientes o por otros medios
que se consideren adecuados.
Cuando sea cierta la identidad física de la persona imputada, las dudas
sobre los datos suministrados u obtenidos no alterarán el trámite de la causa,
sin perjuicio de que se rectifiquen en cualquier estado de ella o durante la
etapa de ejecución.

El imputado debe ser una persona física individualizada en el proceso,


para lo cual es necesario que exista seguridad sobre su identidad en el sentido que
éste sea, efectivamente, la misma persona que aquella contra la cual se han inicia-
do las actuaciones. Dicha identidad se obtiene en primer término del nombre,
impresiones dactilares y señas particulares. Sobre el interés de conocer la identi-
dad del imputado, decía Manzini que: “Presupone en todo caso que la acción
penal se dirija contra una determinada persona, identificada o no nominalmente.
La existencia concreta de este presupuesto a los fines del proceso debe reconocer-
se cuando el individuo contra quien se procede es realmente aquel que, según los
elementos de la acusación, está indicado como autor (o copartícipe) de un deli-
to”, y agregaba: “El conocimiento del verdadero estado civil (nombre y apellido
y demás circunstancias generales) del imputado no es necesario cuando el indivi-
duo, no identificado nominalmente, es realmente aquel contra quien se entiende
proceder” (ob. cit., p. 386).
En el Código, además de las formas comunes de identificación se dispone
el reconocimiento por parte de testigos. Las dudas sobre los datos suministrados
u obtenidos dejan incólumes los trámites producidos en la causa; un posible error
sobre el nombre no resulta esencial para llevar adelante las actuaciones: “Es evi-
dente –señalaba Manzini– que la mencionada imposibilidad de identificación
nominal no retarda ni suspende la instrucción, el juicio y la ejecución, cuando es
cierta la identidad física de la persona” (obra y lugar citados). (En el sentido
indicado también se pronuncia de la Rúa en el trabajo a que hacíamos mención).
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 153

Art. 62. [INCAPACIDAD]. Si se presumiere que el imputado, en el momen-


to del hecho, padecía de alguna enfermedad mental que lo hiciera imputable,
podrá disponerse provisionalmente su internación en un establecimiento espe-
cial, si su estado lo tornare peligroso para sí o para terceros.
En tal caso, sus derechos y facultades serán ejercidos por el Curador o si
no lo hubiere, por el Defensor Oficial, sin perjuicio de la intervención corres-
pondiente a los defensores ya nombrados.

Para ser imputado se requiere capacidad procesal de modo que, si al mo-


mento del hecho éste padecía una enfermedad mental susceptible de determinar
la aplicación del inciso 1º del artículo 34 del Código Penal, corresponde disponer
provisionalmente su internación en un establecimiento especial. Tal como está
redactado el artículo basta que el juez compruebe síntomas de locura para que la
internación sea procedente. Dicha presunción puede surgir de las características
del acto y del comportamiento visible del encausado ante el tribunal, aunque es
necesario agregar que la presunción debe reforzarse con un elemento potencial
que también figura en el artículo: “...si su estado lo tornare peligroso para sí o
para terceros”. Esta circunstancia de peligrosidad, debe ser evaluada en cada caso
siendo preferible contar con un expreso dictamen pericial psiquiátrico que deter-
mine dicho estado peligroso.
“Los individuos afectos de enfermedad mental que les quite la capacidad de
entender o de querer en el momento en que cometieron el hecho previsto por la ley
como delito, son absolutamente no imputables, esto es, incapaces para el derecho
penal material, pero su condición subjetiva exige una comprobación judicial. Es
siempre necesario que el Juez se convenza de la enfermedad mental del indicado
como autor de un hecho previsto en la ley como delito, tanto más cuanto podría
tratarse de un vicio parcial de la mente, que no excluye la capacidad de derecho
penal y menos aún la del derecho procesal” (Manzini, ob. cit., p. 410).
Los derechos del internado serán ejercidos por su curador o el Defensor
Oficial, sin perjuicio que los defensores continúen interviniendo en el caso.
La representación de los menores de dieciocho años puede ser ejercida por
sus padres o tutor.
Como se trata de un derecho no de una disposición obligatoria, la falta de
intervención de los padres o del tutor no implica una nulidad. El resguardo pro-
cesal de los menores reside en la observancia de las normas que regulan el proce-
so de menores (Núñez, Código Procesal Penal anotado, p. 79).

Art. 63. — [INCAPACIDAD SOBREVINIENTE]. Si durante el proceso sobreviniere


la incapacidad mental del imputado, se suspenderá la tramitación de la causa
y, si su estado lo tornare peligroso para sí o para terceros, se ordenará su inter-
154 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

nación en un establecimiento adecuado, cuyo director informará trimestral-


mente sobre su situación al órgano interviniente.
La suspensión del trámite del proceso impedirá la declaración del impu-
tado o el juicio, según el momento que se produzca, sin perjuicio que se averi-
güe el hecho o se prosiga aquél contra los demás imputados.
Si el imputado recobrase la capacidad mental, proseguirá la causa a su
respecto.

El artículo es complemento del anterior, se refiere a la incapacidad sobrevi-


niente, es decir, aquella que se manifiesta durante el proceso en cuyo caso el
trámite debe suspenderse. En esta hipótesis no puede tomarse indagatoria al pre-
venido, sin perjuicio de que prosigan las pesquisas en cuanto al hecho o se conti-
núen las actuaciones contra los demás coimputados.
El internado continúa bajo el control del tribunal porque el director del
establecimiento donde se encuentra debe elevar informes trimestrales en relación a
su estado. En todos los casos el incapaz es el sujeto de la imputación, pero carece de
las condiciones para intervenir en el proceso. “Esto –manifiesta Clariá Olmedo–
conduce a sostener la regla de la no realización de acto procesal alguno que tras-
cienda de la simple averiguación del hecho, salvo que redunden en beneficio del
imputado; orientación desincriminadora” (Clariá Olmedo, ob. cit., T. 2).
Esto último significa que podría dictarse el sobreseimiento si se comprobare
alguna de las causales previstas por la ley.

Art. 64. — (Texto según ley 13.943) [EXAMEN MENTAL OBLIGATORIO]. A los
efectos de evaluar su capacidad para estar en juicio, el imputado será sometido
a examen mental si fuere sordomudo o mayor de setenta (70) años, o en caso
de que sea probable la aplicación de una medida de seguridad.

El precepto dispone la realización de un examen médico en caso de delitos


graves o cuando se trata de individuos de quienes se sospecha que pueden haber
actuado bajo los efectos de su propia situación como los sordomudos, los meno-
res de dieciocho años o los mayores de setenta e incluso en los casos en que fuera
aplicable el art. 52 del Código Penal.
Se trata de una medida de carácter preventivo que tiende a desenmascarar
posibles síntomas concretos de anormalidad, cubriendo así los casos de incapaci-
dad antes del proceso y brindar al órgano interviniente un panorama siempre más
completo de la personalidad y las características psíquicas del autor.
En este sentido resulta de la mayor utilidad que el juez y en general el
especialista en derecho criminal, se asome con interés a las disciplinas que estu-
dian la conducta del hombre; psicología, psiquiatría, antropología y en particular
la criminología que las comprende en su generalidad. Con harta razón escribía
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 155

Weigandt: “Interesa en primer lugar al jurista familiarizarse con estas cuestiones


por ser generalmente de su iniciativa el reconocimiento y dictamen pericial. En
ciertos delitos en que ya se advierte la existencia de una motivación no habitual,
debe considerar el juez de instrucción por lo menos la posibilidad de que influya
en aquella alguna perturbación psíquica; esto es aplicable sobre todo a un tipo
extraordinario de delitos, como el crimen sádico, delitos contra la honestidad
cometidos en menores por personas de edad elevada, etc.” (Weigandt, Psiquia-
tría Forense, p. 19).
La reforma consistió en suprimir la frase que decía: “siempre que el delito
que se le atribuye tenga prevista pena privativa de libertad no menor de diez
años” y agregar que el examen mental será obligatorio para evaluar la capacidad
de estar en juicio de sordomudos, los mayores de setenta años ni los casos en que
sea probable una medida de seguridad.
Se trata de una reforma mínima que apenas alteró el texto original y sin
provecho significativo en cuanto a la finalidad del precepto.

JURISPRUDENCIA:

No cuadra decretar la nulidad del requerimiento de elevación a juicio por


la comisión de la realización de un test psicoanalítico al imputado. En el examen
mental obligatorio previsto por el art. 64 del rito, la norma no especifica cuándo
debe realizarse el mismo ni tampoco contiene sanción de nulidad. La propia
redacción de la ley, cuando exige que dicho examen al imputado sea realizado
“... siempre que el delito que se le atribuya tenga prevista pena privativa de
libertad no menor de diez años...” parece indicar que es una diligencia que puede
realizarse como “instrucción suplementaria” una vez concretada la imputación
por vía del cumplimiento de lo establecido en el art. 335 (CApGar., SM.II,
c.2.140, Herrera }. 13/06/00, B.I. 2000).

CAPÍTULO III - EL ACTOR CIVIL

Art. 65. — [CONSTITUCIÓN]. Para ejercer en el proceso penal la acción


civil emergente del delito, su titular deberá constituirse en actor civil.
Las personas incapaces no podrán actuar si no son representadas, auto-
rizadas o asistidas en las formas prescriptas para el ejercicio de las acciones
civiles.
La constitución del actor civil procederá aun cuando no estuviere
individualizado el imputado. Si en el proceso hubiere varios imputados y civil-
mente demandados, la acción podrá ser dirigida contra uno o más de ellos.
Pero si lo fuera contra los segundos, deberá obligatoriamente ser dirigida, ade-
más, contra los primeros.
156 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

Cuando el actor no mencionare a ningún imputado, se entenderá que se


dirige contra todos.

El actor civil, es el damnificado por el delito que interviene en el proceso


penal, por sí o por medio de un representante, para reclamar por el daño causado
en su persona o en su patrimonio. Dicha reclamación está dirigida a la restitución
del objeto material del hecho (art. 1083 C.C.) o a la indemnización por el daño
material y moral (arts. 1068 y 1078 C.C.).
La acción civil tiene en el Código un carácter secundario y accesorio res-
pecto a la acción penal, pero su ejercicio es pleno en cuanto a las reclamaciones
estrictamente resarcitorias; por ello el actor civil puede peticionar en la causa
respecto a todo lo atinente a la fase estrictamente civil no pudiendo, en cambio,
intervenir en la cuestión penal, aspecto este último que constituye la razón de su
diferencia con el querellante cuya actividad procesal tiene como finalidad acredi-
tar la responsabilidad penal del imputado.
Para ejercer la acción civil es necesario que su titular se constituya en actor
civil. Ello implica en primer término su presentación en la causa (art. 66) y la
notificación al imputado y al civilmente demandado (art. 68), salvo que el impu-
tado no hubiese sido individualizado en cuyo caso la notificación se produce
cuando éste es habido. Por otra parte, para legitimar la constitución de parte
civil, es indispensable que se tenga derecho a la misma acción que sería razona-
blemente proponible ante el juez civil (conf. Manzini, ob. cit., p. 435).
“La capacidad procesal (legitimatio ad processum) se regula por las mis-
mas normas que rigen el proceso civil. Por consiguiente, las personas que no
tienen el libre ejercicio de su derecho, no pueden constituirse si no son represen-
tadas, autorizadas, o asistidas en las formas prescriptas para el ejercicio de las
acciones civiles” (Leone, Tratado, T. 1, p. 487).
El actor civil puede dirigir su acción contra uno o más imputados, y civil-
mente demandados, pero si demanda a estos últimos deberá hacer lo propio con
los imputados. Esto debido a la subsidiariedad de la acción dirigida contra los
civilmente demandados.
La falta de mención del imputado contra quien se dirige la acción civil
hace presumir que se incluye a todos. “Los imputados ya individualizados o a
individualizar en el curso de la instrucción o de la información sumaria, quedan
comprendidos en la constitución contra los partícipes del delito” (Núñez, ob. cit.,
art. 83).
La incapacidad para estar en juicio es una incapacidad de hecho que se
traduce en la falta de aptitud para actuar en un proceso, así los menores impúberes
(art. 127 C.C.), que deben ser representados por sus padres o tutores, los demen-
tes (art. 141 C.C.), que deben serlo por sus curadores, los sordomudos que no
saben darse a entender por escrito (art. 153 C.C.), que también deben ser repre-
sentados por sus curadores (además de los representantes necesarios los incapaces
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 157

deben, bajo sanción de nulidad, ser promiscuamente representados a los efectos


de la acción civil, por el Ministerio de Menores (art. 59 C.C.) y los condenados
a reclusión o prisión por más de tres años en tanto dure su privación de libertad a
los que representan sus curadores (art. 12 C.P.).
Las personas jurídicas deben ser representadas por aquellos designados
por los estatutos (arts. 33, 34 y 35 C.C.).
La constitución de parte civil debe hacerse por sí o por representante a los
efectos de legitimar su actividad en la causa. No se trata de la demanda (art. 69,
sino de una instancia de promoción de la acción civil que, de esta manera queda
planteada en sede penal como accesoria de la pretensión penal, toda vez que no
puede sostenerse en ausencia de esta última de modo que, si la acción penal no es
susceptible de promoción o continuación, tampoco la civil puede ser articulada o
proseguida dentro del ámbito penal. Por otra parte es de advertir que la introduc-
ción de la acción civil en el proceso es apta para interrumpir la prescripción.

Art. 66. — [FORMA Y OPORTUNIDAD DEL ACTO]. La constitución de actor


civil podrá hacerse personalmente o por mandatario, mediante escrito que con-
tenga, bajo sanción de inadmisibilidad, las condiciones personales y el domici-
lio procesal del accionante, a que proceso se refiere y en qué se funda la ac-
ción, indicando el daño que se reclama y a qué titulo, y la petición de ser
tenido por parte.
La constitución de actor civil podrá tener lugar en cualquier estado del
proceso hasta antes de la oportunidad prevista en el art. 334.
Pasada dicha oportunidad, el pedido de constitución será rechazado sin
más trámite, sin perjuicio de poder accionarse en sede civil.

La constitución del actor civil es un acto formal que requiere un mínimo


de elementos para alcanzar validez legal. No se trata de la demanda propiamente
dicha que debe articularse en una oportunidad posterioi (art. 69), sino de una
instancia que implica la voluntad de accionar por el resarcimiento que correspon-
da, es decir, la manifestación de que el peticionante piensa actuar civilmente, por
esa razón debe ser notificada a la contraparte (art. 68) y su importancia se des-
prende del hecho que sólo producirá efectos a partir de la última notificación.
El acto puede realizarse personalmente o por medio de mandatario; en este
último caso el representante debe estar debidamente autorizado mediante poder
especial.
Los requisitos exigidos son: nombre y domicilio legal del accionante, la
indicación del proceso al que se refiere la presentación para lo cual basta con
consignar la carátula del expediente que individualiza la causa y, finalmente, la
fundamentación de la acción.
158 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

En lo que se refiere a la causa petendi o sea el título para pedir la indem-


nización, se integra mediante:
a) El hecho histórico que otorga al actor civil la posibilidad de ser resarci-
do (elemento fáctico).
b) Las normas de derecho que brindan a los hechos el sustento jurídico que
invoca el actor. Tales preceptos son de índole civil tal como hemos señalado al
ocuparnos de la acción civil (art. 12).
La inclusión de los datos que propone el artículo constituyen la sustancia
fáctica de la presentación de modo que la ausencia de alguno de ellos determina
la inadmisibilidad de la instancia.
Respecto de los efectos de la constitución, debe recordarse que ésta tiende
a mantener su eficacia durante todo el desarrollo del proceso, y que no es necesa-
rio ningún acto subsiguiente para que la instancia original valga en todo grado y
desarrollo del juicio (ver en este punto Leone, ob. cit., p. 494).
La constitución de actor civil puede hacerse hasta la requisitoria de cita-
ción a juicio (art. 334). La fijación del plazo de caducidad se funda en la mejor
organización del proceso y en la garantía de defensa del perseguido civilmente
(Clariá Olmedo, ob. cit., p. 148).
De no instarse la constitución en el momento indicado, debe rechazarse de
oficio el petitorio quedando al actor civil la vía civil para ejercer su derecho al
resarcimiento.

Art. 67. — [FACULTADES Y DEBERES]. El actor civil podrá actuar en el


proceso para acreditar el hecho delictuoso, la existencia y extensión del daño y
la responsabilidad civil del demandado.
La constitución de una persona como actor civil no la exime del decla-
rar como testigo en el proceso.

El actor civil es parte en el proceso, (ver art. 48) y en ese carácter le es


dado actuar en orden a su interés patrimonial con las facultades propias de tal
condición, puede entonces: acreditar el hecho, las consecuencias que el mismo le
ha acarreado en concepto de daño y la responsabilidad el imputado, puede probar
por los medios previstos por la ley los extremos que invoca en su pretensión,
intervenir en los actos que hagan a su interés y ser notificado de los mismos;
dentro de los límites que le señala la ley puede ejercer el derecho de recusación a
jueces y fiscales, examinar el sumario cuando no está bajo secreto, controlar la
investigación, deducir nulidades e interponer recursos en cuanto al interés civil,
intervenir en la instrucción suplementaria, actuar en el debate y alegar.
A su vez caben las obligaciones de parte: observar la legalidad y el orden
del trámite, limitar su actividad al aspecto puramente civil, constituir domicilio
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 159

legal, ser asistido por letrado y anticipar gastos para la concurrencia de testigos
citados por él.
De haber sido testigo del hecho tiene obligación de declarar como tal.
Lo que no puede, por la regla de la subsidiariedad de la acción civil, es
pedir pena por el delito cometido. Es decir, le está vedado hacer peticiones que
entren en el campo penal del proceso, como por ejemplo, podría ser la proceden-
cia de un auto de prisión preventiva.
Decía Núñez, a quien seguimos en este punto, que “si bien la parte civil,
puede alegar en el debate la aplicación de una figura determinada, ya no puede,
fundado en la errónea falta de aplicación de esa figura, deducir casación ante la
sentencia consentida por el Ministerio Fiscal en el aspecto penal” (Núñez, La
acción civil, p. 146).
La calificación del hecho, que en sí es una facultad del actor civil en razón
de sus intereses económicos, no puede dar lugar a la casación cuando existe sen-
tencia firme en cuanto al derecho aplicable, puesto que en ello sería introducir
una cuestión puramente penal entre las atribuciones de índole estrictamente
resarcitoria que la ley le reconoce en el proceso.

Enumeración de las facultades del actor civil

El actor civil durante la instrucción tiene facultades para instar dentro de


los límites de su pretensión resarcitoria, en esta inteligencia puede proponer me-
didas de prueba tendientes a acreditar el hecho que denuncia y los daños y perjui-
cios causados por el mismo, pedir embargos, recusar jueces, articular cuestiones
de competencia, asistir a los actos definitivos e irreproducibles (art. 276), propo-
ner peritos (art. 247), deducir nulidades (art. 204), excepciones (art. 328) y, ya
en período de juicio, comparecer al debate por sí o por mandatario, teniendo
facultades para interrogar testigos, al imputado o a los peritos y posteriormente
hacer uso de la palabra en primer término, en la discusión final (art. 368). Puede
recurrir en casación (art. 455).
El actor civil y el particular damnificado podrán pedir la ampliación del
embargo dispuesto de oficio, prestando la caución que se determine (arts. 197 y
198).

Art. 68. — [NOTIFICACIÓN]. La constitución del actor civil deberá sn no-


tificada al imputado y al civilmente demandado y producirá efectos a partir de
la última notificación.
En el caso del art. 65, tercer párrafo, primera parte, la notificación se
hará cuando se individualice al imputado.
160 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

La notificación de la constitución de actor civil, es una carga procesal que


tiende a que el imputado tome conocimiento de la acción instaurada contra él. Si
existe civilmente demandado ha de ser notificado en forma expresa porque no se
trata de un litisconsorcio pasivo, sino de dos situaciones y dos sujetos diferentes,
pese a la unidad del hecho causante de la pretensión que los involucra.
“La omisión o la irregularidad de las notificaciones no invalida la constitu-
ción de parte civil, pero hace ineficaces los actos cumplidos antes del debate por esa
parte misma, hasta que se cumplan las notificaciones. Para que tales actos produz-
can efectos, es necesario que se hayan hecho todas las notificaciones prescriptas
toda vez que la constitución y las instancias antes indicadas producen efecto desde
que fue practicada la última notificación” (Manzini, ob. cit., p. 468).
En caso de no haberse individualizado al imputado, la notificación debe
hacerse cuando haya sido habido.

Art. 69. — [DEMANDA Y ACTUACIÓN DE LAS PARTES CIVILES]. El actor civil


deberá formular su demanda dentro de cinco (5) días de requerida la elevación
a juicio según lo prescripto en el art. 334.
En todo lo referente a la actuación del actor civil, del civilmente deman-
dado y del asegurador citado en garantía que no fuere expresamente regulado
en este Código, regirán supletoriamente las normas del Código Procesal Civil y
Comercial de la Provincia, adecuadas a los trámites del procedimiento penal.

La demanda, es la petición por medio de la cual el actor formula su preten-


sión solicitando al juez que provea a su derecho. La instancia de demanda es la base
fáctica de la acción instaurada o, mejor dicho aun, el de la relación procesal que
tiene como ápice un reclamo de carácter patrimonial. Enseñaba Guasp al respecto:
“La idea fundamental puede resumirse así: concedido por el Estado el poder de
acudir a los Tribunales de Justicia para formular pretensiones (derecho de acción),
el particular puede reclamar cualquier bien de vida frente a otro sujeto distinto, de
un órgano estatal (pretensión procesal) iniciando para ello el correspondiente pro-
ceso (demanda), ya sea al mismo tiempo, ya sea después de esta iniciación. La
demanda, sea este u otro el nombre que debe dársele, asume lógicamente el carácter
de mero acto de iniciación procesal; la pretensión procesal, fundida o no en cuanto
al trámite con la demanda, es la única que constituye el auténtico objeto del proce-
so, el verdadero punto de imputación de las consecuencias procesales antes aludi-
das” (Guasp, La pretención procesal, Madrid 1985, p. 57).
Si bien no existen fórmulas sacramentales para la demanda, ésta se com-
pone en general de los siguientes requisitos, según lo prescribe la ley.
a) El nombre y domicilio del demandante. Tal cosa permite establecer
quien es la persona que asume el papel de actor. Si actúa un representante deberá
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 161

acompañar el respectivo poder. El domicilio es el real debiendo constituirse en el


mismo escrito el domicilio legal.
b) La designación de la persona del demandado, en este caso el imputado
y la descripción de la causa a la que la demanda se refiere, bastando señalar los
autos y el número del expediente.
c) La exposición clara y sucinta de los hechos en los que se basa la preten-
sión.
d) El monto de lo demandado y en calidad de qué se demanda: el resarci-
miento (art. 1083, C.C.) con la amplitud del art. 1078 C.C., la reposición de las
cosas a su estado anterior o la indemnización del daño material (lucro cesante y
daño emergente) y reparación del posible daño moral. (véase también el art. 29
del C.P.).
En lo que hace al daño, escribe Clariá que: “Con respecto al daño, el actor
civil podrá acreditar su existencia y su extensión, para apoyar en ellas la preten-
sión reintegradora total. También con respecto a ese daño tiene atribución para
probar y alegar la responsabilidad civil del imputado en cuanto autor del hecho,
y en su caso del tercero demandado en cuanto vinculado a aquél por la ley como
tercero civilmente responsable. Debe acreditar los hechos de los cuales surja esa
responsabilidad indirecta” (Clariá Olmedo, ob. cit., p. 157).
Siendo la acción civil dependiente de la acción penal, el actor civil debe,
como ya lo señalamos, restringir su pretensión al aspecto puramente civil, en este
sentido no puede pedir una pena o la aplicación de una medida de seguridad, pero
podría denunciar una circunstancia agravante o pedir la aplicación de una concre-
ta figura penal en cuanto ésta pudiera tener influencia en el monto de la respon-
sabilidad civil (ver comentario al art. 65).
La demanda debe presentarse dentro de los cinco días del momento en que
el Fiscal formula su requisitoria de citación a juicio (art. 335).

Art. 70. — [DESISTIMIENTO]. El actor civil podrá desistir del ejercicio de la


acción civil en cualquier estado del proceso, quedando obligada por las costas
que su intervención hubiere causado. El desistimiento del ejercicio en sede
penal no obstará su deducción en sede civil.
Se lo tendrá por desistido cuando no demande en la oportunidad fijada
en el artículo anterior o no comparezca al debate o abandone la audiencia sin
formular conclusiones. La resolución que rechace o excluya al actor civil no
impedirá el ejercicio ulterior de la acción ante la jurisdicción respectiva.

El artículo dispone en forma expresa que el actor civil tiene la disposición de


la acción. A diferencia de la acción penal, que una vez articulado no puede ser
desistida ni suspendida por voluntad de parte, en aquella el peticionante puede renun-
162 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

ciar a su pretensión porque no se trata de un instituto de orden público, sino que por
ser privada permanece dentro de la órbita de los derechos personales de su titular.
El desistimiento es una expresión de voluntad que aparta al actor civil del
proceso con efectos limitados a la esfera del resarcimiento patrimonial, pero
quien desiste es responsable por las costas devengadas durante su actuación; no
obstante su apartamiento del juicio penal, el actor civil puede deducir su preten-
sión en sede civil.
El desistimiento puede ser formal, en cuyo caso debe hacerse por escrito,
o tácito que es el caso en que el actor civil omita realizar ciertos actos procesales
que son los que demostrarían su voluntad de proseguir: ante esas omisiones la ley
supone que existe un abandono de la acción con idéntico alcance que el desisti-
miento expreso. Tales son, la no concreción de la demanda en el momento proce-
sal oportuno, la no comparecencia al debate, o el abandono de la audiencia sin
formular conclusiones.
La acción civil no pierde su eficacia en sede propia de modo que si se
produce el rechazo o la exclusión de ésta en jurisdicción penal, el interesado
puede iniciar demanda ante el fuero civil.

Art. 71. — [IMPUGNACIONES]. El actor civil sólo podrá recurrir cuando en


este Código se lo autoriza. Rige el art. 425.

Ver comentario al art. 425.

CAPÍTULO IV - EL CIVILMENTE DEMANDADO

Art. 72. [CITACIÓN]. Las personas que según la ley civil respondan por el
imputado del daño que cause el delito, podrán ser citadas para que intervengan
en el proceso, a solicitud del actor civil, quien en su escrito expresará el nombre
y el domicilio del citado y los motivos en que funda su pedido.
La resolución de la citación, contendrá el nombre y domicilio del
accionante y del citado; la indicación del proceso y el plazo en que deba com-
parecer, el que nunca será menor de cinco (5) días.
La resolución será notificada al imputado.

El tercero civilmente demandado es aquel sujeto del proceso que es con-


vocado a juicio en razón que la ley civil lo hace responsable patrimonial del
delito por la relación de dependencia que con él guarda el imputado.
Dicha convocatoria deriva de expresas disposiciones del Código Civil, que
le obligan al resarcimiento por los hechos cometidos por aquellos que la ley pone
bajo su guarda o responsabilidad. Se trata de un sujeto secundario y su interven-
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 163

ción está supeditada a que exista un proceso penal y una acción civil previa, en la
cual el actor le reclame la correspondiente indemnización como responsable del
imputado.
EI campo de aplicación normativo de la responsabilidad indirecta deriva
de los arts. 1113 a 1123 del Código Civil y el título técnico de tal responsabilidad
es la culpa in eligiendo o in vigilando, es decir, la que se refiere a los principales
respecto de los empleados a su servicio, o a los padres, tutores, o curadores y en
general responsables por un menor (véase comentario al art. 12).
La citación debe contener las señas del citado y una breve consideración
de la relación jurídica que lo une con el imputado de la que resulta la fuente de
las obligaciones de aquel.
Si se concede la citación, el órgano interviniente resolverá por auto con
indicación del nombre y domicilio de las partes y el plazo concedido al citado
que nunca será inferior a los cinco días.
Si comparece adquiere la condición de parte, pero si no lo hace puede ser
considerado rebelde y el proceso continuará sin su presencia, dándosele por noti-
ficadas las resoluciones del actuante por nota. Clariá señala que si ignora el do-
micilio del civilmente demandado puede citárselo por edictos y agrega “al decla-
rarse la rebeldía del citado en ese carácter, se le nombrará como representante al
defensor oficial. El rebelde podrá comparecer después, purgando su rebeldía, por
ejemplo, en oportunidad del debate” (Clariá Olmedo, ob. cit., p. 165).
(Véase comentario al artículo 12).

Ampliación del tema

La responsabilidad por el hecho de otro, es una excepción creada por la


ley al principio, según el cual nadie debe hacerse cargo de los resultados de la
conducta de un tercero, puesto que sólo el autor está en la obligación de reparar
el daño que haya causado. Pero en el caso se responde por otro tipo de culpa: la
que surge por la falta de cuidado y vigilancia del comportamiento de quienes
están bajo la responsabilidad del agente. Al respecto señala Abalos: “En el dere-
cho penal quien comete un delito responde directamente por el daño producido,
pues rige el principio de responsabilidad personal; en cambio en el derecho civil
existe una responsabilidad sin culpa que se denomina responsabilidad indirecta y
que surge de la ley. En estos casos estos responsables son quienes deben respon-
der por los daños causados por la acción delictiva del imputado, luego de conde-
nado, y en virtud de un vínculo que los une con este último” (Abalos, Derecho
Procesal Penal, T. 2, pp. 270/271).
Para que se produzca la culpa indirecta es necesario:
a) La existencia de una relación de dependencia, o sea, una vinculación del
principal (padre o empleador) con el sujeto que cometió el hecho.
164 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

b) Que el acto que genera la responsabilidad en caso de los dependientes,


haya sido en ocasión del desempeño de sus servicios para con el principal (pro-
pietario, patrón o empresa).
c) Que exista causalidad entre el ilícito y la labor específica del empleado.
En lo que respecta al asegurador la doctrina ha sido contradictoria debido
al carácter contractual del instituto. D’Albora lo admite expresa-mente: “Enten-
demos que la legitimación del asegurador no puede ser excluida pues así resulta
de los arts. 46, párrafo cuarto, 117 y 118, párrafos segundo y cuarto de la ley
17.418. En este caso la Ley de Seguros –ley sustancial y de mayor jerarquía
normativa que las procesales– (art. 31 C.N.) prevalece sobre cualquier disposi-
ción en contrario que contengan los códigos procesales (CS Fallos: 295:606). Así
lo establecen, entre otros, los códigos de Córdoba y Tucumán (arts. 115 a 117
id.) (D’Albora, Comentario, p. 151).
Entendemos que la inclusión del asegurador junto a las otras partes civiles
complica el trámite, dificulta la labor del tribunal que debe juzgar un hecho
eminentemente penal y, como lo expresa Clariá Olmedo “desnaturaliza el objeto
del proceso” (véase el comentario al art. 76).

JURISPRUDENCIA:

Si bien el principio general es que nadie puede ser responsabilizado sino


por el hecho propio, existe una normativa que fija dos excepciones, cual es el art.
1113 del C.C. que comprende dos situaciones: la responsabilidad indirecta o
refleja del principal por los hechos dañosos causados por personas que están bajo
su dependencia, y la derivada por la cual una persona se sirve de una cosa, siendo
necesarios para la aplicación de ese principio genérico, ciertos requisitos: 1) rela-
ción de dependencia entre el autor del hecho y el tercero; 2) antijuridicidad del
hecho del dependiente; 3) factor de atribución con relación al dependiente con
base en la culpa in vigilando por parte del principal; 4) daños a un tercero; 5)
nexo entre las funciones del dependiente y el hecho dañoso las cuales acreditadas
ponen en cabeza del principal la responsabilidad civil (C.N. Crim., sala 5, 31/10/
95, J.P.B.A., T. 97, p. 81, f 226).

Art. 73. — [NULIDAD Y CADUCIDAD]. Será nula la citación cuando adolez-


ca de omisiones o errores esenciales que perjudiquen la defensa del civilmente
demandado, restringiéndole la audiencia o la prueba.
La nulidad no influirá en el trámite del proceso ni impedirá el ejercicio
ulterior de la acción civil ante la jurisdicción respectiva.
El desistimiento del actor civil hará caducar la intervención del civil-
mente demandado.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 165

La citación o intervención necesaria implica el primer paso del ejercicio


efectivo del derecho de defensa. El civilmente demandado tiene que ser notifica-
do de la acción articulada en su contra, a los efectos de actuar en consecuencia y
tanta trascendencia le otorga la ley al acto en cuestión, que dispone que la cita-
ción será nula si adolece de omisiones esenciales susceptibles de frustrar su inter-
vención en la causa.
Respecto a esta categoría de nulidad, puntualizaba Leone que: “A tenor
del art. 111 del Código Procesal italiano hay nulidad siempre que por omisión o
indicación errónea de un elemento esencial el responsable civil no se encuentre
en condiciones de poder ejercitar sus derechos en el procedimiento: lo cual acae-
ce si, por ejemplo, el responsable civil no ha podido presentar listas testificales,
documentos importantes, examinar las cosas secuestradas, tomar conocimientos
o copia de los actos o documentos en secretaría, etcétera.
Reaparece en el proceso penal un caso de nulidad general en el sentido
civilístico, es decir, de nulidad referida genéricamente a la ausencia de elementos
que constituyen la esencia del acto (substantialia processus): y esta es una prueba
más del vínculo que se ha querido conservar entre la acción civil propuesta en sede
penal y los principios que regulan el proceso civil” (Leone, Tratado, T. 1, p. 521).
La citación del civilmente demandado es el inicio de la litis contestatio y
por ello debe contener la indicación de la causa petendi, esto es, una somera
indicación de los hechos que justifiquen dicha citación y la posterior demanda.
En lo que hace a los derechos que puede ejercer el civilmente demandado
en el proceso, es oportuno recordar que, siempre en relación a su específico
interés patrimonial, puede discutir la responsabilidad penal del imputado acredi-
tando: la inexistencia del hecho, que aquél no lo cometió o que no constituye
delito o que se ha extinguido la acción penal o que ésta no pudo iniciarse o
proseguirse (art. 430).
La nulidad se circunscribe a la cuestión civil y no influye en el trámite del
proceso que prosigue su desarrollo; el actor civil puede ejercitar su demanda de
resarcimiento en sede civil.
Si el actor civil desiste de su pretensión contra el imputado, lógicamente
decae su derecho de proseguirla contra el civilmente demandado ya que este
último sigue la suerte procesal de aquél.

Art. 74. — [CONTESTACIÓN DE LA DEMANDA. EXCEPCIONES]. El civilmente


demandado deberá contestar la demanda dentro de los seis (6) días de notifica-
do de la misma. En el mismo plazo podrá oponer las excepciones y las defensas
civiles que estime pertinentes.
La forma del acto y el trámite de las excepciones se regirán por las
respectivas disposiciones del Código Procesal en lo Civil y Comercial de la
Provincia.
166 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

Los plazos serán en todos los casos de tres (3) días.


La resolución de las excepciones podrá ser diferida para la sentencia,
mediante auto fundado.

El civilmente demandado, puede defender su interés patrimonial en el


juicio resistiendo el progreso de la acción civil. Puede, en esta inteligencia, con-
testar la demanda considerando la culpabilidad y la responsabilidad del imputa-
do. Cabe a su vez, que haga extensiva su defensa al monto del daño causado por
el hecho y a la vinculación que existe entre ambos extremos, intentando también
disminuir su propia responsabilidad civil indirecta o que ésta sea desestimada.
No puede en cambio referirse a los puntos exclusivamente penales del proceso (al
igual que el actor civil), pero –como lo señala Clariá– podría alegar probar cir-
cunstancias penalmente privilegiantes o de atenuación cuando influyan para mo-
derar la responsabilidad civil, como también las que las excluyan como serían las
causas de justificación (ob. cit., p. 169).
La forma del acto es la que prescribe el CPC y C. Pcia. Los plazos para
oponer excepciones y defensas civiles es el de tres días, pero la resolución de
aquellas puede ser diferida para la sentencia por auto fundado.

Art. 75. — [PRUEBA]. Aun cuando estuviesen pendientes de resolución


las excepciones y defensas, las partes civiles deberán ofrecer su prueba, bajo
sanción de caducidad, en el período establecido en el art. 336.

El art. 336 dispone que el requerimiento fiscal será notificado al defensor


del imputado quien, entre las otras defensas, puede interponer excepciones en el
término de quince días, que es el plazo dentro del cual las partes civiles deben
ofrecer sus respectivas pruebas, aun cuando no hayan sido resueltas las excepcio-
nes y las defensas opuestas.

CAPÍTULO V - EL ASEGURADOR

Art. 76. — [CITACIÓN EN GARANTÍA]. El actor civil, el imputado y el de-


mandado civil podrán pedir la citación en garantía del asegurador.
La intervención del asegurador se regirá por las normas que regulan la
del demandado civil en cuanto sean aplicables y podrá oponer todas las defen-
sas que le acuerda la ley.
La citación se hará en la oportunidad prevista en el art. 66.
La acción civil en el proceso penal se dirige contra la persona directamen-
te responsable del delito.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 167

La aplicación de esta regla –dice Clariá Olmedo– está morigerada por la


norma determinante del sujeto al cual debe referirse: son quienes conforme a las
leyes civiles responden por el imputado del daño causado por el delito (Tratado,
T. II, p. 500).
En realidad la finalidad del artículo es comprender en el círculo de la
responsabilidad indirecta a quienes resultan aseguradores del imputado o del ci-
vilmente demandado. Esto ocurre generalmente en los delitos por culpa o impru-
dencia como son los accidentes de tránsito o en situaciones análogas.
Se introduce así en la economía del Código una figura que ha sido muy
discutida en la doctrina porque, también según Clariá Olmedo, “desnaturaliza el
objeto del proceso” (obra y lugar citados).
Para Núñez, tanto el damnificado por el hecho como el asegurado contra
el daño causado por éste, pueden citar en garantía al asegurador por la responsa-
bilidad por los daños causados por el imputado o por los que éste debe responder
civilmente a un tercero. La regla tiene su fuente en el art. 118 segunda y cuarta
parte de la ley de seguros 17.418. Esta disposición de carácter procesal es aplica-
ble en orden a la acción resarcitoria ejercida en el proceso penal, porque consti-
tuye un resguardo razonable de la incolumidad del derecho de fondo materia de
la ley nacional.
El asegurador no es parte demandada en el proceso penal en el cual se
ejerce la acción civil, sino que es citado para que, de acuerdo al contrato de segu-
ro que lo liga al damnificado por el delito o cuasi-delito, o al civilmente respon-
sable, se constituya en garante de la suma a resarcir hasta el monto del contrato
cubierto por el seguro. De allí que no pueda ser considerado como civilmente
demandado y la sentencia dictada en el proceso penal vale en su contra solo en su
condición de garante por el monto del contrato.
De acuerdo a esta relación contractual, que en principio podría obligarlo
económicamente, tiene derecho a intervenir en el juicio en relación a la proce-
dencia de la obligación resarcitoria principal e incluso podría discutir su calidad
de asegurador respecto del que hubiese solicitado su citación (Núñez, La acción
civil, p. 69).

CAPÍTULO VI - EL PARTICULAR DAMNIFICADO

Art. 77. — (Según ley 13.572) [C ONSTITUCIÓN ]. Toda persona


particu-larmente ofendida por un delito de los que dan lugar a la acción públi-
ca tendrá derecho a constituirse en calidad de particular damnificado.
Su pretensión deberá ser formulada por escrito, personalmente con pa-
trocinio letrado o mediante apoderado con mandato especial o mediante simple
carta-poder autenticada la firma por escribano, funcionario judicial letrado
habilitado o secretario o su reemplazante de la Fiscalía o Juzgado de Garantías
168 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

intervinientes, debiéndose constituir domicilio procesal. El pedido será resuelto


por auto fundado y en caso de ser rechazado el pedido de constitución, será
impugnable por recurso de apelación ante la Cámara de Garantías.
Si el particular damnificado pretendiera a la vez intervenir como actor
civil, podrá hacerlo en un único acto, observando los requisitos exigidos para
adquirir ambas calidades.

Pese a que el Código no lo dice, el particular damnificado es parte limita-


da y contingente en el proceso. Esto no había sido considerado así por Jofré
quien en su comentario al art. 80 del Código anterior escribía: “Se dice en el
artículo que el damnificado intervendrá en el juicio penal, pero sólo con las
facultades que el Código establece, para significar que no puede nunca salvar el
límite de los actos expresamente enunciados. Por el interés personal o pecuniario
que se le atribuye al damnificado en el resultado del juicio criminal, la disposi-
ción lo autoriza a cooperar en cierta medida al éxito de las averiguaciones y aun
a la ilustración del proceso; pero no le permite asumir el rol de verdadera parte
litigante” (Jofré, Código de Procedimiento Penal, comentado, art. 80).
Sin embargo, de acuerdo a las facultades que le confiere el art. 79, no
puede dejar de reconocerse que ejerce derechos que son propios de la calidad de
parte. Con razón expresaba Solari Brumana: “El particular damnificado al in ius
iure solicitando la protección de una pretensión jurídica al órgano jurisdiccional
conforme a la facultad que le acuerda la ley de forma y en restricta coparticipa-
ción con el funcionario oficial en cuyas manos se ha depositado el ius accusandi,
asume la categoría de parte formal en el proceso, ya que el Estado” delega “en él
parte del ejercicio de su potestad represiva al dejarle cooperar en su acción, claro
está que en forma limitada” (Solari Brumana, El particular damnificado, p. 45).
Y ello es así porque parte en el proceso penal es el que dispone de su
contenido material y basta la lectura del art. 79 para advertir que el particular
damnificado cuenta con facultades suficientes como para admitir la disposición
que tiene sobre la materia propia del proceso (solicitar prueba, medidas cautelares,
recusar, recurrir, etc.), de allí que no pueda negársele la condición de parte,
aunque limitada y contingente tal como lo acota Solari Brumana.
La calidad de particular damnificado se adquiere por el hecho de haber
sido ofendido por el delito, en tanto acredite que, en efecto, ha sufrido un perjui-
cio cierto por causa de éste. Dicho perjuicio ha de ser objetivo y concreto y no un
abstracto deseo de que se haga justicia, debe existir además la finalidad de obte-
ner una reparación de carácter material del daño o pérdida que el ilícito ha causa-
do en la persona o el patrimonio del presentante (ver art. 1079, Código Civil).
La presentación tiene carácter formal, debe hacerse por escrito con patro-
cinio letrado o mediante apoderado con poder especial para el proceso del cual se
trate. El escrito debe contener todos aquellos datos concernientes al hecho y al
perjuicio que el mismo haya provocado, es decir, la relación causal existente
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 169

entre el delito y el daño. La constitución de domicilio legal resulta otro de los


requisitos de la presentación toda vez que es allí donde deben hacerse llegar las
resoluciones que hacen al interés procesal del damnificado.
El órgano interviniente debe tener al particular damnificado por tal por
auto fundado. En caso de denegatoria cabe recurso por ante la Cámara de Garan-
tías.
Si el particular damnificado pretende ejercer la acción penal con las facul-
tades que otorga el art. 67 puede constituirse en carácter de actor civil.
La conversión señalada contribuye a borrar las diferencias entre ambos
institutos; en realidad en la ley la figura del particular damnificado constituye un
complemento de la del actor civil, dado que las facultades concedidas a ambos
sujetos del proceso son prácticamente las mismas.
La importancia del particular damnificado en el Código de Jofré se justi-
ficaba porque la acción civil debía ejercitarse en sede propia (no existía la acción
civil dentro del proceso penal), de modo que la víctima o el tercero damnificado
nada tenían que hacer en órbita penal en cuanto al resarcimiento. Las fatigosas
discusiones de la antigua doctrina, especialmente en punto a los delitos culposos,
han sido expuestas con particular detenimiento en los Comentarios que hemos
citado (ver art. 80); en ellas se polemizaba especialmente sobre el valor del pro-
nunciamiento penal sobre la responsabilidad civil y en razón de las vacilaciones
doctrinarias respecto de ese tema es que fue elaborada en el antiguo Código una
suerte de figura intermedia a caballo entre ambas acciones como es la del particu-
lar damnificado, precisamente para permitir que las víctimas del delito pudieran
introducir Instancias en el proceso penal destinadas a salvaguardar sus derechos
reivindicatorios futuros. Lo decía el propio Jofré en el párrafo que transcribíamos
al principio de este comentario, y aun agregaba: “Luego entonces al damnificado
que ha de ejercitar acciones civiles, debe permitírsele intervenir en el proceso
penal para asegurarse sus derechos futuros” (obra y lugar citados).
Ésta era la razón de la introducción del particular damnificado en el Códi-
go de 1915, coadyuvar en el curso del proceso a obtener una sentencia condena-
toria en sede penal para, munido de ese antecedente jurisdiccional, persiguiera
con mejores probabilidades de éxito el resarcimiento pecuniario en el juicio civil,
pero esto no es del caso en la economía del Código actual que contempla la
existencia de un actor civil y una acción civil en esa misma órbita para hacer
valer sus derechos exclusivamente patrimoniales (en lo que hace a la diferencia
entre la acción penal y la civil en cuanto a su titular, véase Núñez: La acción civil
para la reparación de los perjuicios en el proceso penal, pp. 20 y 21).
Estas consideraciones llevan a concluir que, en nuestra ley, ambas figuras
se superponen con escaso provecho para una interpretación clara en cuanto a su
delimitación y a los espacios de actuación procesal que ambas reclaman.
Para asegurar los derechos resarcitorios bastaba con la inclusión del actor
civil y lo que se debió hacer en consecuencia era eliminar la figura del particular
170 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

damnificado porque, a la postre, uno y otro persiguen el mismo fin con medios
prácticamente idénticos. Se dejó entonces subsistente una figura híbrida creada
por necesidades que eran válidas en el Código de 1915, pero que en las actuales
circunstancias con el trasplante de la acción civil a la órbita del proceso penal en
calidad supletoria, carece de utilidad práctica y se muestra como un resabio de la
antigua legislación procesal la cual, en última instancia, contradice principios
elementales de política legislativa.
(Ley 13.572) A los efectos de facilitar la representación y constitución del
particular damnificado, el artículo autoriza que su apoderado actúe mediante
simple carta-poder con la firma autorizada por escribano o por alguna autoridad
judicial, con título de abogado o por el propio secretario del juzgado o su reem-
plazante.

Art. 78. — [OPORTUNIDAD]. Para constituirse como particular damnifi-


cado bastará su presentación espontánea, sin que con ella pueda retrogradarse
la tramitación de la causa.
La constitución en calidad de particular damnificado sólo podrá tener
lugar hasta la oportunidad prevista en el art. 336. Pasada ésta, la solicitud será
rechazada sin más trámite y no será impugnable.

La presentación puede hacerse directamente ante el órgano interviniente.


Es importante la constitución de domicilio legal atento a las notificaciones que se
le deben hacer llegar (art. 82). Por lo demás la constitución como damnificado
puede tomar la forma de la denuncia.
La constitución es válida hasta la notificación del requerimiento fiscal
(art. 330). Pasada dicha oportunidad, la solicitud será rechazada; la resolución es
inimpugnable.

Art. 79. — (Texto según ley 13.943) [DERECHOS Y FACULTADES]. Quien


haya sido admitido en calidad de particular damnificado, durante el transcur-
so del proceso sólo tendrá los siguientes derechos y facultades:
1. Solicitar las diligencias útiles para comprobar el delito y descubrir a
los culpables, siendo de aplicación lo previsto en los artículos 273 y 334 segun-
do párrafo. Sin perjuicio de ello, podrá reiterar su solicitud en la oportunidad
determinada en el artículo 338.
2. Pedir medidas cautelares para asegurar el pago de la indemnización
civil y las costas. Dichas medidas serán procedentes cuando se reúnan los re-
quisitos del artículo 146 incisos 1°, 2° y 3°. El Juez de Garantías determinará
la naturaleza y cuantía de la medida y fijará la adecuada contracautela. La
resolución deberá ser fundada y será impugnable por recurso de apelación a
pedido del particular damnificado o el imputado ante la Cámara de Apelación
y Garantías en el plazo establecido en el artículo 441.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 171

3. Asistir a las declaraciones de los testigos durante la investiga-ción


penal preparatoria, con facultad para formular preguntas y pedir aclaraciones.
4. Formular requerimiento de elevación a juicio con los alcances del
artículo 334 bis e intervenir en la etapa de juicio.
5. Recusar en los casos permitidos al imputado.
6. Activar el procedimiento y pedir pronto despacho de la causa.
7. Recurrir en los casos, por los medios y en la forma prevista para los
representantes del Ministerio Público Fiscal, aún cuando dicho representante
no recurra.

Decíamos en ocasión del comentario del art. 77, que el particular damni-
ficado tiene carácter de parte aunque limitada y contingente, y que el Código le
otorga facultades que lo acercan, dentro del mecanismo del proceso, al actor
civil.
En efecto, en este sentido puede:
1) Solicitar diligencias útiles, es decir, eficaces y conducentes al fin propio
de la investigación que es la comprobación de la existencia del delito, así como
descubrir a los responsables del mismo. Puede de este modo aportar prueba.
Dichas medidas pueden ser rechazadas por el órgano interviniente, pero
como se trata de material de cargo que podría ser decisivo para resolver sobre el
fondo, la negativa exige una fundamentación expresa. Si bien el rechazo es
inimpugnable, el particular damnificado puede reiterar el pedido de diligencias
desestimadas en la oportunidad de la oposición a las conclusiones del requeri-
miento fiscal (art. 336).
2) También puede solicitar medidas cautelares de orden patrimonial por
ejemplo, embargo, pero las mismas deben ser admitidas sólo cuando el estado de
sospecha tiene un alto grado de probabilidad positiva.
El Juez de Garantías es quien determina la cuantía por la cual se establece
la medida cautelar y la contracautela que corresponda depositar al peticionante
para asegurar la seriedad de su petición. La resolución puede ser impugnada por
el particular damnificado o por el imputado en el plazo de cinco días a partir de
la notificación o de la toma de conocimiento del agravio (art. 441).
3) El particular damnificado puede interrogar a los testigos que depongan
en la Instrucción Penal Preparatoria. Es uno de los actos propios del control de la
prueba y la disposición le permite, además, pedir aclaraciones al declarante en
punto a las circunstancias del hecho e incluso, entendemos nosotros, formular
repreguntas con ese mismo propósito.
4) Con la reforma se agregan facultades al particular damnificado que
complementan a los ya expresados en el artículo, así en este inciso se lo autoriza
172 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

a formular requerimiento de elevación a juicio (art. 34 bis) e inter-venir en el


debate. Véase lo dispuesto en los artículos 354, 356, 358, 360, 363 y 368.
Por otra parte, puede ejercitar su derecho a recurrir en los casos en que
pueda hacerlo el M.P.F., admitiendo asimismo la reforma que pueda realizarlo
aun cuando este último no recurra.
5), 6) y 7) Tiene facultades para recusar en los casos en que pueda hacerlo
el imputado, activar el procedimiento con pedidos de pronto despacho y recurrir
en igualdad con el Ministerio Público Fiscal.
El particular damnificado, con las modificaciones introducidas en el art. 79,
puede proponer diligencias para esclarecer el hecho y descubrir a los culpables,
pero en este caso con las limitaciones del art. 273, es decir, que el Fiscal puede
considerarlas y practicarlas si las considera pertinentes y útiles, mediando resolu-
ción fundada que será inapelable y art. 334, segundo párrafo, que faculta a las
partes para recurrir a la denegatoria ante el Fiscal General en un plazo de cinco
días. En caso de discrepancia, este funcionario dispondrá, en el plazo de cuarenta
y ocho horas, la producción total o parcial de las diligencias propuestas. Sin
perjuicio de ello, dichas pruebas podrán reiterarse en la oportunidad del art. 336.
Esto último debe suponerse para el caso en que el Fiscal General haya estado de
acuerdo con la negativa del Fiscal.
También es posible al particular damnificado solicitar medidas cautelares
de acuerdo al punto 2 del artículo, al que se le ha agregado que dichas medidas
serán procedentes cuando se reúnan los requisitos del artículo 146, incisos 1°, 2°
y 3°, es decir, que exista apariencia de responsabilidad del titular del derecho a
efectuar; verificación de peligro cierto de frustración de los fines del proceso si
no se adopta la medida; exigencia de contracautela.
En el inc. 7° se suprimió la frase “salvo el caso de sentencia condenato-
ria”.

Art. 80. — [DEBER DE DECLARAR]. La constitución de una persona como


particular damnificado no la exime del deber de declarar como testigo en el
proceso.

El particular damnificado tiene la obligación de concurrir a declarar como


testigo. Si bien puede sentir animadversión por el imputado a raíz de haber sido
ofendido por el delito, ello no obsta al valioso aporte testifical y por ende probato-
rio, que puede hacer en la Investigación Penal Preparatoria o en el debate como
conocedor del hecho del que, inclusive, puede haber sido uno de sus protagonistas.
En cuanto a la posible parcialidad de su relato, el órgano interviniente
debe valorar cada testimonio (art. 233), de acuerdo a las reglas de la sana crítica,
por lo que está en condiciones de separar del relato aquello que implique una
actitud puramente subjetiva de quien depone, para ponderar tan solo lo relaciona-
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 173

do con el hecho en su materialidad, es decir, lo que realmente acredite en la


causa.
Es de buena política instructoria aprovechar al máximo todos aquellos hilos
conductores de la prueba, por más débiles que parezcan, para ir conformando el
cuadro de lo que “realmente ocurrió”, el cómo y el por qué del delito y compaginar
lo más claramente posible la silueta del posible autor. En este sentido el testimonio
del ofendido es válido, con las prevenciones necesarias que deben tomarse en cuan-
to al dicho de cualquier interesado. Con razón señalaba Manzini que: “Su testimo-
nio vale como cualquier otro, y por tanto puede ser la única fuente de la convicción
del juez. Pero él hará bien en tener presente que el ofendido por el delito no es por
lo común ni objetivo ni desapasionado, de manera que habrá de hacer la valoración
de la veracidad de su deposición con una crítica particularmente rigurosa” y agre-
gaba citando jurisprudencia de la Casación: “Las declaraciones del ofendido por el
delito, pueden aun por sí solas constituir legítima fuente de convicción del juez”
(Manzini, Tratado, T. 3, p. 270).

JURISPRUDENCIA:

No corresponde desestimar la declaración de la víctima de un delito por


haber sido tachada de “parcialidad” ya que ello tornaría ineficaces los dichos de
las personas perjudicadas por cualquiera de los delitos contemplados por la ley
sustantiva, pues es lógico que se pronuncien con la afectación que ello implica,
sin que tal circunstancia disminuya su valor convictorio e impidan que sean to-
mados como indicios para apoyar las restantes probanzas (C.N.Crim. sala VII,
28/12/93, J.P.B.A., T. 89, p. 110).

Art. 81. — [ETAPA DE EJECUCIÓN]. El particular damnificado no podrá


intervenir en la etapa de ejecución prevista en el Libro V de este Código.

La etapa de ejecución es ajena a los intereses del particular damnificado,


toda vez que éste persiga el resarcimiento de carácter pecuniario que en nada es
afectado por el cómputo de la pena su vencimiento o monto o por las excepciones
que corresponda aplicar (véanse arts. 500 y 502).

Art. 82. — [NOTIFICACIONES]. Al particular damnificado se le deberán


notificar únicamente las resoluciones que pueda impugnar.
Sin perjuicio de ellos, será facultad del órgano interviniente notificarle
otras o conferirles motivadamente vistas o traslados, cuando la situación del
proceso así lo aconseje. Si el órgano no hiciere uso de esta facultad, el particu-
lar damnificado no podrá invocar agravio alguno.
174 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

El órgano interviniente puede notificarle resoluciones o conferirle visitas


o traslados, de acuerdo a su propia valoración en el proceso, pero tratándose de
una facultad de ejercicio discrecional el no uso de la misma no causa agravio al
particular damnificado.

CAPÍTULO VII - LA VÍCTIMA

Art. 83 — [DERECHOS Y FACULTADES]. Se garantizará a quienes aparezcan


como víctimas los siguientes derechos y facultades:
1. A recibir un trato digno y respetuoso.
2. A la documentación clara, precisa y exhaustiva de las lesiones o da-
ños que se afirman sufridos por causa del hecho de la investigación.
3. A obtener información sobre la marcha del procedimiento y el resultado
de la investigación, debiendo anoticiársele la fecha, hora y lugar del juicio, así
como la sentencia final cuando no concurriera a la audiencia de debate.
4. A que se hagan mínimas las molestias que deban irrogársele con
motivo del procedimiento.
5. A la salvaguarda de su intimidad en la medida compatible con el
procedimiento regulado por este Código.
6. A la protección de su seguridad, la de sus familiares y la de los testigos
que depongan en su interés, preservándolos de intimidaciones o represalias,
sobre todo si se trata de una investigación referida a actos de delincuencia
organizada.
7. A requerir el inmediato reintegro de los efectos sustraídos y el cese del
estado antijurídico producido por el hecho investigado en las cosas o efectos de
su pertenencia, cuando ello corresponda según las disposiciones de este Código.
8. A procurar la revisión ante el Fiscal de Cámara Departamental, de la
desestimación de la denuncia o el archivo.
9. A reclamar por demora o ineficiencia en la investigación ante el supe-
rior inmediato del Agente Fiscal interviniente.
10. (Inciso Incorporado por Ley 14.453) En los procesos por delitos de
trata de personas, a los fines de la aplicación de los programas de asistencia a
las víctimas, se entenderá como tales a todas las personas que hayan sufrido
lesión, sin distingos, basados en la prestación o no de consentimiento.
En los procesos por lesiones dolosas, cuando la convivencia entre vícti-
ma y victimario haga presumir la reiteración de hechos del mismo carácter; el
Juez de Garantías podrá disponer como medida cautelar, la exclusión o la
prohibición del ingreso al hogar. Una vez cesadas las razones que motivaran
fundadamente la adopción de la medida, se podrá requerir su inmediato levan-
tamiento.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 175

La ley ha querido proteger a la víctima del delito otorgándole un estatuto


jurídico especial dentro del proceso, lo cual implica otros tantos derechos y fa-
cultades enderezados a tutelar sus intereses personales y materiales. Estos con-
templan su seguridad física y moral particularmente en peligro cuando se trata de
delitos cometidos por organizaciones criminales (terrorismo, narcotráfico, etc.)
incluyéndose en los alcances de dicha protección a los familiares directos del
protegido.
El trato correcto en las dependencias policiales como en el tribunal, es una
de las normas generales que hacen al respeto con que se debe atender a aquellos
que van a expresar un problema a una dependencia oficial. De esa atención debi-
da a las víctimas de hechos delictivos, surge la obligación de entregarle la docu-
mentación, “clara”, “precisa” y “exhaustiva” que acredite el daño sufrido por
causa del delito y en esto debemos comprender las pericias médicas, por ejemplo,
para que puedan utilizarse como medio de prueba de lo que se afirma.
A ello debe sumarse el derecho que tiene el damnificado de estar al tanto
del trámite de la causa para interiorizarse de la marcha de la investigación y su
resultado en cuanto al esclarecimiento del hecho, y los alcances de la responsabi-
lidad del autor y en particular la fecha, hora y lugar del juicio oral, para permitir
su concurrencia al debate y la sentencia recaída en la causa cuando no haya pre-
senciado la audiencia. Así mismo se debe procurar que las molestias impuestas
por el trámite (presentaciones, revisaciones, careos, testimonio, etc.) sean las
mínimas posibles.
Uno de los puntos de indudable importancia en orden a los derechos de la
víctima, es el de la preservación de su intimidad, particularmente en los delitos
de carácter sexual en los cuales está en juego el pudor de los damnificados. En
estos casos debe tratarse en lo posible de evitar el strepitu fori porque vulnera el
recato con que deben tratarse y tramitarse tales delitos y por tal cosa ha de enten-
derse la publicidad en los medios de comunicación, las declaraciones de los fun-
cionarios o intervinientes en el proceso como puede ser el caso de los testigos, en
periódicos o emisiones televisadas y, en fin, todo aquello que trascienda con
escándalo el ámbito austero de los tribunales de justicia.
A este punto está unida la protección a la seguridad de la víctima, familia-
res y testigos propios. Esto último se vincula con una forma muy actual de
intimidaciones a las que se ven sometidos quienes denuncian o pueden probar un
delito o reconocer a autores y cómplices. Esta forma de delincuencia indirecta ha
aumentado en los últimos años de manera alarmante; las amenazas y aun los
atentados contra aquellos que puedan poner en peligro la seguridad y la impuni-
dad de los delincuentes, se han hecho moneda corriente al lado de los procesos
penales, particularmente también aquí en los casos de la delincuencia organizada.
Otro de los problemas que procura solucionar la norma, es el que afecta a
los damnificados en especial en delitos contra la propiedad, en lo que se refiere al
término, que suele transcurrir entre el secuestro del bien desapoderado y el rein-
176 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

tegro a su legítimo dueño. El inciso provee al inmediato reintegro de los efectos


sustraídos, esto es, que el órgano interviniente debe poner a disposición del titu-
lar el objeto o bien del cual se trate sin necesidad de tramitar por incidente la
devolución y obviando los largos términos que son comunes en esta clase de
diligencia (véase art. 523).
En lo que atañe al proceso propiamente dicho, la víctima está facultada
para procurar la revisión de los pronunciamientos sobre desestimación o archivo
de la denuncia con lo cual se le otorga obviamente recurso ante la Cámara de
Garantías (art. 2, inc. 3). También puede instar el procedimiento reclamando por
demoras o ineficiencia de la investigación. Esto último requiere un análisis más
detenido pues la “ineficacia” de una investigación no puede ser valorada impar-
cialmente por el interesado; se supone que toda pesquisa del Ministerio Público
Fiscal es cuanto menos “eficaz” y de suyo eficiente o técnicamente adecuada, de
modo que para que el reproche sea ponderable para el superior, las omisiones o la
inactividad de la pesquisa que hace al Fiscal, deben ser lo suficientemente graves
como para frustrar una denuncia verosímil y apoyada en pruebas fehacientes, de
otro modo se concede a la víctima un poder decisorio inadmisible en la investiga-
ción que complica sin provecho las decisiones del órgano interviniente y redobla
improductivamente la actividad jurisdiccional.
De acuerdo al párrafo final del artículo, el Juez de Garantías puede decre-
tar la expulsión del hogar del cónyuge autor de lesiones dolosas. Es una medida
cautelar cuyo requisito es el peligro de reiteración de los malos tratos, la cual
implica la orden de abandono del ámbito de convivencia o la prohibición del
ingreso al hogar del imputado.
Este puede solicitar el levantamiento de la medida en caso que demuestre
que han cesado las razones para su concreción.
A través de nuestra experiencia profesional, sabemos que rara vez cesa el
peligro de los malos tratos de modo que siempre será preferible que la sanción
permanezca vigente hasta la sentencia de divorcio y la definitiva separación de
los cónyuges.

Ampliación del tema

Cafferata Nores ha planteado los problemas de la victimología en una obra


dedicada a las cuestiones más significativas del actual proceso penal, proponien-
do un mayor protagonismo de la víctima en la solución del caso que le atañe. Las
formas básicas en que puede sistematizarse la protección de sus derechos las
discrimina de la siguiente manera.
a) La víctima debe recibir atención, información y respuesta adecuada a su
situación para atenuar las secuelas del delito en su persona y en su grupo familiar.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 177

b) Debe poder compartir la acción penal con el Ministerio Público y sus-


tituirle en caso en que éste no lo haga.
c) En caso de reparación aceptada del daño causado en delitos de índole
patrimonial o de naturaleza culposa se extinga la acción penal y lo mismo en caso
de retractación en los casos de delitos de instancia privada. También se autoriza
la conversión de la acción pública en acción privada en aquellos casos y bajo
ciertas condiciones.
El autor prioriza el concepto del consenso entre las partes y los órganos
públicos para evitar la iniciación del proceso penal, lograr su acortamiento y
convenir la imposición y la extensión de la pena o procurar soluciones diversas a
la aplicación de la sanción como modo de resolver el proceso y agrega: “Esta
noción se proyecta en el área específica de la víctima, en una concepción que ve
en el delito más un conflicto que una infracción (o mejor, que prioriza la solu-
ción del conflicto entre las partes sobre el castigo a la infracción a la ley para
ciertos delitos), y por ello prefiere la reparación del daño causado por determina-
dos delitos, a su represión...”.
En resumen “aparece así la idea de la reparación de la víctima como una
alternativa a la imposición de la pena, como tercera vía del derecho penal”
(Cafferata Nores, La víctima del delito [Fundamento del Proyecto de Ley 5728-
D-96, presentado ante la HCDN] en Cuestiones actuales sobre el proceso penal,
pp. 287 y ss.).
La posición de Cafferata Nores se aproxima, en sus grandes líneas, a la
propuesta de Roxin (ver comentario art. 86); en el fondo se trata de reconocer
que la víctima –particularmente en los delitos contra su patrimonio– prefiere el
resarcimiento que saber que el autor va a ir a la cárcel.
Los arts. 83, 85, 86 y 88 del Código, dan razón a estas premisas planteadas
en el importante trabajo de Cafferata Nores y aplican de manera general las ideas
sustentadas por el profesor de Córdoba.
Debe, no obstante, hacerse una salvedad sobre la excesiva generalización
de la tesis; el mismo autor que comentamos lo puntualiza: “Consecuentemente
nuestra propuesta acepta la reparación a la víctima como vía sustitutiva de la
pena en el ámbito de los delitos de contenido patrimonial cometidos sin violencia
significativa en las personas, o sea, delitos leves o de mediana gravedad...” (ob.
cit., p. 292).
Entendemos nosotros que, si bien se debe reconocer a la víctima su dere-
cho resarcitorio en el proceso (cosa que, por otra parte, el Código admite en los
institutos del actor civil, art. 72 y particular damnificado, art. 77) tal facultad
aun aceptada y cumplimentada por el autor del delito, no puede sustituir la potes-
tad del Estado de reprimir los ilícitos. Bien que se acepte que la reparación y el
arrepentimiento activo tengan alguna incidencia sobre la pena o la coerción per-
sonal tal como lo dispone el art. 86, pero tal cosa no puede implicar la conversión
de los delitos de acción pública en delitos de acción privada, antes bien, a pesar
178 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

del arrepentimiento sincero o fingido del autor, para evitar las consecuencias más
severas de la condena, la pena debe subsistir porque de otro modo los defrauda-
dores más peligrosos que, por lo general, son los que cuentan con más medios
económicos, podrían eludir el castigo pagando la indemnización con lo cual el
derecho penal se transformaría –en este rubro– en pura coacción para el pago de
una deuda.
En los casos de delitos contra el patrimonio de menor cuantía, o de acción
privada e incluso en los culposos, la transacción puede ser factible y positiva,
pero en las hipótesis de defraudaciones de envergadura (vaciamiento de empre-
sas, quiebras fraudulentas, desbaratamiento de derechos que lleven a la pérdida
de depósitos o ahorros bancarios, etc.), los autores no pueden quedar impunes
por el hecho de pagar o devolver, pues ese comercio desvirtúa por completo la
misión del derecho penal represivo. La reparación económica o la “vuelta de las
cosas al estado en que se encontraban” puede tener influencia en la penalidad
(incs. 3º y 4º del art. 86), pero en modo alguno puede obliterarla, permitiendo
que los responsables vuelvan a su anterior estado social como empresarios o
banqueros exitosos, como si nada hubiese ocurrido. Aquí la pena y la inhabilita-
ción se imponen, por el efecto ejemplificador que tiene el castigo aplicado por el
Estado a quienes han cometido delitos graves y causado un daño significativo a la
comunidad.
Comparte, en principio, esta posición Cafferata Nores quien al referirse a
la reparación de la víctima en los delitos más graves, admite que puede significar
un atenuante específico en la individualización de la pena, o valorable para la
concesión de beneficios (v. gr. la ejecución condicional de la pena o el anticipo
de la libertad condicional) (ob. cit., p. 292).
Dos son las problemáticas abordadas por esta inclusión, la protección de
las víctimas de trata de personas y la exclusión hogareña en casos de violencia
vincular. En el primer supuesto se procura brindar debida protección a quienes
padecen el flagelo de los ilícitos de tráfico de personas adaptando la normativa
local a las exigencias de las convenciones internacionales en la materia. En tal
sentido, en el año 2008 se sancionó la Ley 23.364 cuyo objetivo es la prevención
y sanción de la trata de personas y la asistencia a las familias alcanzadas por su
estigma, como es sabido hablamos de una grave violación a los Derechos Huma-
nos que implica el engaño, el reclutamiento, transporte y explotación de perso-
nas con miras sexuales, trabajo forzoso o alguna otra práctica análoga a la
esclavitud o reducción a la servidumbre. Se incardina de este modo la legislación
bonaerense con planes nacionales de protección integral de las víctimas. No es-
capa tampoco el segundo supuesto a la intención de cumplir con las mandas
internacionales. Un claro ejemplo de este tópico se encuentra en las directrices
emanadas de la Convención de Belém Do Pará, receptadas a partir del fallo
Góngora de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que en lo fundamental
centró en el alcance del art. 7 de la Convención invocada, que en su letra afirma
que “Los Estados Partes condenan todas las formas de violencia contra la mujer
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 179

y convienen en adoptar, por todos los medios apropiados y sin dilaciones, políti-
cas, orientadas a prevenir, sancionar y erradicar dicha violencia y en llevar a
cabo lo siguiente: b) actuar con la debida diligencia para prevenir, investigar y
sancionar la violencia contra la mujer (…) y f) establecer procedimientos legales
justos y eficaces para la mujer que haya sido sometida a violencia, que incluyan,
entre otros, medidas de protección, un juicio oportuno y el acceso efectivo a tales
procedimientos”. Excede a la sensación social la violencia intradoméstica que
exige medidas activas tanto de prevención como de ayuda a sus víctimas. La
norma permite la medida cautelar de las exclusión del hogar, concientiza acerca
de la pertinencia de tal temperamento frente a hechos dolosos tipificados en los
artículos 89 a 91 del Código Penal ante la presunción de su –posible– reitera-
ción. Quien deberá excitar la jurisdicción será en su caso el Agente Fiscal o la
propia víctima, si bien se especifican ciertos aspectos de su alcance, no debemos
olvidar que en todo caso se trata de una medida cautelar dentro de un proceso
penal y que todo evento se encuentra alcanzado por las reglas propias que carac-
terizan a las medidas de precaución. (proporcionalidad, fumus de bonus iuris,
peculum in mora, mutabilidad etc.)

Art. 84. — [VÍCTIMA COLECTIVA O DIFUSA]. Cuando la investigación se


refiera a delitos que afectasen intereses colectivos o difusos, las personas jurí-
dicas cuyo objeto sea la protección del bien tutelado en la figura penal, o en su
defecto, cualquier ciudadano tendrán la legitimación a la que se hace referen-
cia en el presente capítulo.

Cuando el delito afecte intereses colectivos o difusos, es decir, cuando el


bien jurídico tutelado represente un interés general como puede ser un lugar o
una instalación pública, sus representantes o cualquier ciudadano pueden presen-
tarse a derecho en calidad de víctimas con la legitimación que le otorga la ley.
Debemos admitir que el artículo requiere de mayor precisión porque así
como está redactado, las figuras penales a las que hace mención no están clara-
mente especificadas, nos parece que, al menos, se debió hacer una referencia al
Título del Código Penal que cubre las infracciones esbozadas en la norma, por
ejemplo, el Título VII de dicho ordenamiento legal.

Art. 85. — [ASISTENCIA GENÉRICA Y TÉCNICA]. Desde los primeros momen-


tos de su intervención, la Policía y el Ministerio Público Fiscal, suministrarán
a quien alegue verosímilmente su calidad de víctima, la información que posi-
bilite su derecho a ser asistida como tal por el Centro de Asistencia a la Vícti-
ma, aun sin asumir el carácter de particular damnificado o actor civil.
Para el ejercicio de los derechos que se le acuerdan a quien alega su
condición de víctima, no será obligatorio el patrocinio letrado.
180 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

Si no contara con medios suficientes para contratar un abogado a fin de


constituirse en particular damnificado, el Centro de Asistencia a la Víctima se
lo proveerá gratuitamente, a fin de que acceda legítimamente al procedimiento
judicial.

Se trata de una norma genérica, supeditada a la creación del centro de


Asistencia a la Víctima, al que puede acudir el damnificado por el delito, para su
protección.
A los efectos de recabar dicha asistencia, no es necesario presentarse a
título de particular damnificado o actor civil, ni requerir patrocinio letrado.
Sin embargo si la víctima quisiera actuar en calidad de particular damnifi-
cado, y no contara con los medios para hacerse patrocinar por un abogado, dicho
Centro se hará cargo de proveerselo gratuitamente.
Es una disposición de carácter asistencial que permite a la víctima acceder
a los autos en calidad de tal. Para valorar su eficacia será necesario que se esta-
blezca el organismo respectivo, pero debe cuidarse que tal intervención asistida,
por decirlo así, no resulte en detrimento de la celeridad y la eficacia de la trami-
tación de la causa.

Art. 86. — [SITUACIÓN DE LA VÍCTIMA]. Lo atinente a la situación de la


víctima, y en especial la reparación voluntaria del daño, el arrepentimiento
activo de quien aparezca como autor, la solución o morigeración del conflicto
originario o la conciliación entre sus protagonistas, será tenido en cuenta en
oportunidad de:
1. Ser ejercida la acción penal.
2. Seleccionar la coerción personal.
3. Individualizar la pena en la sentencia.
4. Modificar, en su medida o en su forma de cumplimiento, la pena en
la etapa de ejecución.

Es posible que entre el autor del delito y la víctima del mismo, se produz-
ca un acercamiento de intereses patrimoniales que tenga por finalidad la repara-
ción voluntaria del daño, o el arrepentimiento activo de aquel que implique una
satisfacción moral del lesionado, o bien cualquier clase de solución del conflicto
que separa a ambas partes, o la conciliación en base a determinada forma de
indemnización.
Tal cosa deberá ser tenida en cuenta por el órgano interviniente, de acuer-
do a la fase procesal en que tales circunstancias se produzcan para merituarlas a la
hora de resolver.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 181

Puede decirse que el artículo establece una suerte de disposición de la


víctima sobre las consecuencias de la acción penal, ya que los extremos de la
composición o arreglo entre las partes influyen sobre las medidas de coerción
imponibles al imputado e, incluso, en cuanto a la pena propiamente dicha que
podría ser disminuida o morigerada en mérito a la composición a que han llegado
los interesados.
La consideración del rol que juega la víctima en el proceso y su derecho a
ser indemnizada, ha preocupado también al legislador extranjero. Señalaba Gimeno
Sendra refiriéndose a la reforma del procedimiento penal en su país que: “Junto
al intento del legislador de procurar una mayor rapidez de la justicia penal, tam-
bién se ha observado en esta última década otra política legislativa complementa-
ria, tendiente a estimular la pronta reparación de la víctima, por parte del autor
del delito y, en su caso, a través de indemnizaciones con cargo de los presupues-
tos del Estado.
Como es sabido en nuestro país dicha protección se ha efectuado, desde
siempre, por la vía de conferir legitimación originaria al perjudicado para acce-
der al proceso penal y acumular en él la acción civil derivada del delito. Si no
hiciera uso de su derecho de acción, el Ministerio Fiscal está obligado, en calidad
de sustituto procesal, a ejercitar la acción civil en su nombre. Asimismo el Minis-
terio Fiscal ha de procurar la pronta reparación de la víctima como presupuesto
ineludible para que el acusado pueda beneficiarse de una sentencia de plena confor-
midad (Gimeno Sendra, La reforma del proceso penal en el actual sistema demo-
crático español, p. 155).
Respecto a la reparación señalaba Roxin: “La víctima de un delito en mu-
chos hechos no demasiado grave está menos interesada en el castigo estatal del
autor que en una reparación. Cuando, por ejemplo, el hurtado o estafado recibe
compensación y el autor en lo posible, además, se disculpa ante él, en muchos casos
se da por satisfecho y no tiene necesidad de castigo posterior, también la indigna-
ción de la generalidad sobre el hecho producido se suaviza ampliamente a través de
tales prestaciones compensatorias, lo han señalado claramente investigaciones em-
píricas en Alemania y en muchos otros países. A raíz de este conocimiento
respecto de autores dispuestos a confesar y a reparar, hemos deducido la exigencia
de un procedimiento de restitución” que intenta una compensación víctima-autor,
bajo la dirección del juez, se interpone antes de la audiencia y llegado el caso la
hace superflua (Roxin, C., Política criminal y estructura del delito, p. 29).

Art. 87. — [ACUERDOS PATRIMONIALES]. Todos los acuerdos dirigidos al


más rápido resarcimiento del perjuicio invocado por la víctima o damnificado,
deberán ser puestos en conocimiento de los órganos intervinientes a los fines
que corresponda.
182 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES

Los acuerdos económicos a que lleguen las partes, deben adquirir carácter
judicial y por ello han de ser puestos en conocimiento del órgano interviniente
para que disponga de acuerdo al artículo anterior. Ello implica que la autoridad
jurisdiccional debe estar al tanto de los convenios habidos entre las partes para
proceder a dictaminar de acuerdo a su alcance.
Tanto este precepto como el anterior, implican que tales arreglos son acep-
tados por la ley como una forma de agilizar y hacer efectivo el resarcimiento
debido a la víctima de un delito.
(El acuerdo económico a que llega el autor con la víctima, implica el
reconocimiento de haber cometido el hecho y una forma de confesión que tiene
como objeto lograr la disminución de la pena o un tratamiento más favorable en
su ejecución. En este sentido la intervención de la jurisdicción le otorga, por un
lado, las características de la guillty plea y por el otro el de la transacción o plea
bargaining de la legislación anglosajona. Ambos institutos tienen como finalidad
acelerar el proceso y posibilitar el menor dispendio jurisdiccional posible en los
casos de acuerdo entre la acusación y la defensa.)

Art. 88. — [COMUNICACIÓN]. Todos los derechos y facultades reconocidos


en este capítulo, serán comunicados por el órgano interviniente a la víctima,
desde el momento mismo del inicio de la investigación y en la primera diligen-
cia procesal que con ella se efectúe.
En tal oportunidad se le hará entrega de una copia de los arts. 83 a 88 de
este Código.
Asimismo se le comunicarán las facultades y derechos que puede ejercer
contra los responsables civiles del hecho, contra el asegurador del imputado si
lo hubiere y la facultad que tiene de constituirse en actor civil o particular
damnificado.

El Código confiere a la víctima los derechos y facultades que señala el


capítulo, y para que ellos puedan ser efectivamente ejercidos, dispone que tengan
la oportunidad de conocerlos desde el primer momento de la investigación. Se
determina, en esta inteligencia, que el órgano interviniente comunique al intere-
sado, desde el inicio de las actuaciones, los derechos que le asisten según lo
prescriben los distintos artículos del mismo. Dicha comunicación tiene carácter
oficial y se materializa en la entrega a la víctima de una copia de los artículos que
anteceden.
A ello debe agregarse la comunicación que la autoridad jurisdiccional debe
hacer en cuanto a la posible condición de parte que la víctima puede adquirir por
ley, para hacer efectivo su derecho a la reparación civil contra los responsables o,
en su caso, contra el asegurador del imputado, sea como actor civil o particular
damnificado.

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