Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¿Pero cuándo puede decirse que aparece en forma más nítida la figura del
Fiscal?
Para Maier se debe marcar como antecedente de las fiscalías que aparecie-
ron en la última parte de la Edad Media y se desarrollaron en la moderna, a los
procuratores caesaris y a los avocati fisci romanos, verdaderos funcionarios fis-
cales encargados por el emperador, fundamentalmente de los impuestos y las
gabelas. Menciona finalmente a los procureurs du roi y a los advocats du roi,
instituidos para proteger los intereses del Rey” (Maier, Derecho Procesal Penal,
II, Pte. Gral., p. 296).
En España, al igual que en otros países europeos, la defensa de los intere-
ses de la corona ante los tribunales estuvo encomendada, desde la baja Edad
Media, a los abogados al servicio del Rey, que solían ser llamados los promotores
fiscales de donde procede el adjetivo fiscal, aunque, por supuesto, la versión
moderna nada tiene que ver con aquel antecedente. Para acercarse conceptualmente
a la imagen contemporánea del fiscal es necesario llegar al procedimiento inqui-
sitivo del cual España no fue la excepción. En este sistema no era necesaria la
presencia de un acusador diferenciado del Juez, sin embargo, dado que el proceso
comenzaba tanto de oficio como por denuncia o por querella el promotor fiscal
podía actuar como acusador, siempre que el Rey tuviese interés en la causa (Diez
Picaso, El poder de acusar, Barcelona, 2000, p. 142).
La silueta del fiscal fue cobrando un perfil más nítido con la lenta evolu-
ción histórica de los institutos jurídicos. Si imaginamos un salto en el tiempo que
nos conduzca, desde el procedimiento inquisitivo hasta el Code d’instruction
criminelle de 1808 bajo Napoleón, se nos hace patente esa evolución porque fue
ese cuerpo de leyes uno de los que destacó el monopolio exclusivo de la persecu-
ción penal a cargo del Ministerio Público o en su acepción singular, el fiscal. El
Code d’instruction criminelle, síntesis mixta de los sistemas inquisitivo y acusa-
torio (inquisición suavizada lo llama Maier) tuvo decisiva influencia en todos los
ordenamientos del siglo XIX, incluyendo nuestro Código Jofré y es en estos
donde toma sesgo definitivo la principal función del fiscal como órgano de la
130 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
sea, que desde un punto de vista formal, porque en lo sustancial parte, como
afirma Manzini, es la persona que deduce la cosa en juicio y aquel contra quien se
deduce la cosa en juicio, y la pretensión punitiva que hace valer el Fiscal ante el
Juez no está vinculada a un derecho propio, sino que es un poder-deber de actuar
la ley, de allí que podemos decir que constituye una parte acusadora, necesaria,
de carácter público encargado de pedir la actuación de la pretensión punitiva.
Ahora, si consideramos el proceso en su versión clásica, tendremos que se
integra con un Juez de Instrucción, encargado de investigar los hechos y reunir
las pruebas que los acrediten, así como efectuar la imputación a alguien por un
delito, y las partes opuestas en el contradictorio; el Fiscal y el imputado y su
defensor. Este es el modelo que difundió el Código de Napoleón escindiendo el
proceso en dos fases correspondientes a sendos sistemas jurídicos: el inquisitivo y
el acusatorio. Al primero le correspondía la investigación preliminar, el segundo
se materializaba en el juicio oral y público, aunque debe señalarse que el aspecto
inquisitivo de la primera parte había sido considerablemente morigerado por las
garantías del debido proceso que ya fueron muy significativas en la llamada ley
Constans de 1897, que modificó el Código de Napoleón y que tenía un sesgo
decididamente garantista (véase un resumen de este punto en el comentario del
art. 266). Como quiera que sea el Ministerio Fiscal en ese momento era concebi-
do como el órgano acusador por excelencia, un rol si se quiere secundario dentro
de la totalidad del proceso. Maier señala esta circunstancia de manera concreta:
“aquello que discutimos con un esfuerzo sin-guiar de fundamentación –dice– y
de elementos históricos, no se corresponde con el papel desteñido y, en cierta
manera, minúsculo que nuestro ordenamiento jurídico positivo le reserva al pro-
tagonista principal de este parágrafo: la fiscalía en el procedimiento penal. Nues-
tra tradición hispánica, influida sin duda por la legislación francesa del siglo
XIX, no sitúa al fiscal como protagonista de primer orden del procedimiento
penal... no confía en él, desplazándolo a un papel secundario” (Maier, ob. cit.,
p. 361).
Esta situación ha cambiado radicalmente en la versión de los códigos mo-
dernos, entre los cuales podemos señalar el que estamos comentando, porque en
ellos el Fiscal adquiere un especial protagonismo al punto en que ha desplazado
al Juez de Instrucción que, en estos ordenamientos, pasa a ser el garante de los
principios del debido proceso, le cabe decidir en cuanto a las medidas de coer-
ción sobre el imputado, así como el control de la prueba de cargo en función de
la remisión de la causa a su fase oral, pero ya no instruye.
Esto es así porque en los últimos decenios del siglo pasado se produjo una
reforma procesal global que se concentró particularmente en el tema de la Ins-
trucción, reconduciendo de este modo la sistematización del proceso a un sistema
acusatorio puro en la línea que señalaron la reforma alemana, el Código portu-
gués y en especial el Código italiano sobre el que cabe detenerse porque explica
con claridad las alternativas a las que nos estamos refiriendo.
132 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
entre las partes y es una figura independiente del trámite sumarial que se desarro-
lla entre ellas. Antes bien la intervención directa del Fiscal otorga mayor agilidad
a la instrucción y además cuenta –al menos en nuestra ley– con instrumentos
suficientes como para otorgarle también una mayor eficiencia, teniendo en con-
sideración que puede aplicar criterios de oportunidad en cualquier etapa del pro-
ceso, especialmente en lo que se refiere a la reparación de la víctima o solicitar la
aplicación del juicio abreviado (arts. 56, párr. cuarto) o el archivo (art. 56 bis),
puede actuar directamente en los casos de peligro de demora ordenando las medi-
das que señala el art. 59 en su segundo párrafo y oír a la víctima o al damnificado
(inc. 2º, art. 59) (véase comentario a los respectivos artículos).
El papel unívoco de acusador público que le fuera conferido al Fiscal por
los códigos decimonónicos, a partir de la sanción del código francés de 1808,
dejó paso a una figura con mucho más facultades en el proceso alterando singu-
larmente las normas que lo regularon durante casi un siglo. Nos encontramos hoy
ante una nueva realidad en la concepción del ordenamiento ritual, materializada
especialmente en sede de la investigación preliminar, ahora, si esta tajante modi-
ficación de los “roles” tendrá el resultado que espera la moderna doctrina proce-
sal es cosa que debe esperar a que transcurra el sistema, es decir, el tiempo nece-
sario para probar sus bondades y la eficacia con que se desempeñen sus protago-
nistas, no obstante puede decirse que si el M.P.F. actúa en consonancia con las
reglas que condicionan sus facultades, la supresión del Juez de Instrucción como
investigador (al que se le reprobó por alguna doctrina su similitud con el juez
inquisidor), puede tener consecuencias favorables para el devenir del derecho
procesal. En este sentido caben recordarse las esperanzadas palabras de Gimeno
Sendra: “la experiencia ha demostrado que la instauración del proceso penal
moderno, respetuoso de los derechos humanos, no está reñida con la protección
social y la aplicación del ius punendi del Estado como tampoco ha de estarlo la
promulgación de la anhelada “reforma procesal global”, que ha de otorgar una
mejor protección a la víctima y una mayor rapidez y eficacia a nuestra todavía
excesivamente lenta, ineficaz e incluso deshumanizada justicia penal. Este es
pues el principal resto que, en un futuro inmediato, habrá de afrontar el Poder
Legislativo, aunque sólo sea por la circunstancia de que, como apuntó Franz
Klein “el mejor derecho material de nada sirve si no cuenta para su aplicación
con un buen proceso” (Gimeno Sendra, ob. cit., p. 160).
Art. 58. — (Texto según ley 13.943) [ACTUACIÓN EN JUICIO]. Salvo deci-
sión en contrario del Fiscal General, las Fiscalías de Instrucción tendrán a su
cargo la realización de los juicios respectivos.
De acuerdo a la reforma, el fiscal que ha intervenido en la instrucción hará
lo propio en el debate, salvo decisión en contrario del fiscal general.
En la redacción anterior el fiscal de la Cámara de Garantías podía disponer
esa doble actuación del agente fiscal de modo que sólo se ha invertido en orden
de la decisión del superior. También decía que el Fiscal que ha intervenido en la
Investigación Penal Preparatoria tiene un conocimiento exhaustivo del hecho del
cual se trata, ha trabajado en la obtención del material probatorio y, en definiti-
va, está interiorizado de todos los detalles del trámite de modo que se encuentra
perfectamente habilitado para actuar en el juicio oral cuando es convocado a
hacerlo por el Fiscal de Cámara de Garantías.
JURISPRUDENCIA:
CAPÍTULO II - EL IMPUTADO
Aun hoy existe la tentación de admitirla como motivo bastante para comenzar a
cerrar el caso, a pesar de haberse avanzado tanto en la defensa y el respeto por las
garantías individuales. Decía Aguilera de Paz que la confesión del presunto cul-
pable presentada libre y espontáneamente y revestida de determinadas condicio-
nes que aseguren su sinceridad es, sin duda alguna, uno de los medios más efica-
ces para producir la convicción de conciencia requerida por la ley (Aguilera de
Paz, Comentarios, T. 5, p. 314). El jurista español estaba imbuido de las ideas
preconizadas por el sistema preponderantemente inquisitivo de 1882; se pronun-
cia entonces por conceder a la confesión valor de prueba completa mediando
“determinadas condiciones” lo que lleva a pensar en el régimen de pruebas lega-
les propio de aquél sistema procesal. Y no es de extrañar que los Códigos que
siguen esta orientación dispongan, para que la confesión sea válida, el concurso
de una serie de supuestos cuyo elenco figura en la misma ley tal, por ejemplo, el
art. 238 del anterior C.P.P., que establecía taxativamente los requisitos para que
obrara como plena prueba.
Como quiera que sea, la confesión, incluso para las leyes de textura
inquisitiva no bastaba antes bien, debía revestirse de determinadas garantías como
la prohibición de formular preguntas sugestivas o inducir al prevenido a error o
coaccionarlo para que reconociera el cargo.
Modernamente la prueba confesoria es considerada de una manera mucho
más cauta que antaño, al punto que los códigos contemporáneos no reparan en ella
en forma específica en el capítulo dedicado a la prueba. Sin embargo, es necesario
ocuparse del tema porque, a pesar de que la doctrina actual no sistematiza especial-
mente el instituto, no puede negarse sin contrariar el sentido común, la alta calidad
probatoria que implica una confesión lisa y llana; ¿qué Juez de Instrucción o qué
Fiscal pueden negar que si el imputado reconoce su autoría en el hecho de una
manera verosímil, la mitad de la investigación está hecha? (véase lo que decimos en
el comentario al art. 308 en el título Naturaleza jurídica).
Admitamos, sin embargo, que la confesión no puede ser hoy considerada
como plena prueba, es decir, que no podemos proclamar que sea “la reina de las
pruebas” como en tiempos del proceso inquisitorial; para aceptarla es necesario
conectar la admisión del imputado con el resto del material colectado en autos,
deben existir otras constancias que la apoyen, testimonios, peritajes e incluso
indicios en tanto sean directos, pero aquí surge una cuestión que hace a la fuerza
de convicción del dicho confesorio; ¿cómo se lo debe considerar a los fines de la
afirmación del delito cuando no concurren otras pruebas? Aquí cabe una distin-
ción, según esté o no comprobado el cuerpo del delito; si alguien se confiesa
autor de un homicidio y la investigación procura el cuerpo de la víctima puede
admitirse la verosimilitud del relato auto incriminatorio, de no ser así, lo que se
llama “confesión desnuda” que es la que no tiene confirmación alguna, no alcan-
za para inculpar.
En algunas legislaciones se ha admitido que la confesión, si se cumplen
ciertas reglas, puede ser reconocida como plena prueba, pero en todos los casos
148 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
se exige la existencia del cuerpo del delito como condición esencial para adjudi-
carle ese carácter. Así el art. 238 del Código de Procedimiento de la Provincia
(anterior) y el art. 316 del Código de Procedimiento en materia penal de la
Nación (anterior) idénticos en su elenco de condiciones, para reconocer a la con-
fesión “prueba acabada del delito”. En ambos el inc. 7 expresa: Que el cuerpo del
delito esté legalmente comprobado y la confesión concuerde con sus circunstan-
cias (art. 238), la existencia del delito esté legalmente comprobada (art. 316).
Entre los autores que han tratado con mayor detenimiento el tema pode-
mos citar a Mittermaier, quien expusiera los requisitos que hacen de la confesión
plena prueba y cuyo elenco tiene una notoria similitud con el que expone el art.
238 del Código de Jofré que citábamos más arriba Veamos cuales son:
a) Verosimilitud, es decir, que el hecho esté dentro de la capacidad física
o intelectual del inculpado.
b) Credibilidad, la confesión debe recaer sobre hechos que el inculpado
conozca personalmente.
c) Que el compareciente haya estado en posesión de todas sus facultades al
momento del delito.
d) Que el dicho sea preciso en sus detalles.
e) Que sea persistente, esto implica que tenga el mismo contenido en cada
una de las declaraciones del acusado. Toda variación grave es indicio de false-
dad.
En estas condiciones la confesión adquiere fuerza de plena prueba para el
sistema de las pruebas legales, a su vez, es notorio que no puede ser prueba si no
es precisa, espontánea y circunstanciada, demostrativa de lo que realmente ha
sucedido, una declaración, entonces, que revista tales características otorga un
grado positivo de credibilidad y, obviamente, si se completa con otras pruebas de
cargo, la acusación tendrá una base probatoria prácticamente completa (véase lo
que decimos en el comentario al art. 158).
Muchas veces una confesión surge del interrogatorio del imputado, pero
en ese punto también, como ocurre con el testimonio, el investigador debe proce-
der de una manera altamente profesional. “Interrogar —ha escrito Gorphe— es
un arte que hay que saber manejar a la vez con lealtad y habilidad, inspirando
confianza al inculpado y teniendo en cuenta su carácter tanto personal como
criminal” (La apreciación, p. 232).
La disciplina del interrogatorio es una de las que deben componer el acer-
vo del Fiscal o del operador judicial, porque no se trata simplemente de pregun-
tar, sino cómo preguntar.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 149
Art. 64. — (Texto según ley 13.943) [EXAMEN MENTAL OBLIGATORIO]. A los
efectos de evaluar su capacidad para estar en juicio, el imputado será sometido
a examen mental si fuere sordomudo o mayor de setenta (70) años, o en caso
de que sea probable la aplicación de una medida de seguridad.
JURISPRUDENCIA:
legal, ser asistido por letrado y anticipar gastos para la concurrencia de testigos
citados por él.
De haber sido testigo del hecho tiene obligación de declarar como tal.
Lo que no puede, por la regla de la subsidiariedad de la acción civil, es
pedir pena por el delito cometido. Es decir, le está vedado hacer peticiones que
entren en el campo penal del proceso, como por ejemplo, podría ser la proceden-
cia de un auto de prisión preventiva.
Decía Núñez, a quien seguimos en este punto, que “si bien la parte civil,
puede alegar en el debate la aplicación de una figura determinada, ya no puede,
fundado en la errónea falta de aplicación de esa figura, deducir casación ante la
sentencia consentida por el Ministerio Fiscal en el aspecto penal” (Núñez, La
acción civil, p. 146).
La calificación del hecho, que en sí es una facultad del actor civil en razón
de sus intereses económicos, no puede dar lugar a la casación cuando existe sen-
tencia firme en cuanto al derecho aplicable, puesto que en ello sería introducir
una cuestión puramente penal entre las atribuciones de índole estrictamente
resarcitoria que la ley le reconoce en el proceso.
ciar a su pretensión porque no se trata de un instituto de orden público, sino que por
ser privada permanece dentro de la órbita de los derechos personales de su titular.
El desistimiento es una expresión de voluntad que aparta al actor civil del
proceso con efectos limitados a la esfera del resarcimiento patrimonial, pero
quien desiste es responsable por las costas devengadas durante su actuación; no
obstante su apartamiento del juicio penal, el actor civil puede deducir su preten-
sión en sede civil.
El desistimiento puede ser formal, en cuyo caso debe hacerse por escrito,
o tácito que es el caso en que el actor civil omita realizar ciertos actos procesales
que son los que demostrarían su voluntad de proseguir: ante esas omisiones la ley
supone que existe un abandono de la acción con idéntico alcance que el desisti-
miento expreso. Tales son, la no concreción de la demanda en el momento proce-
sal oportuno, la no comparecencia al debate, o el abandono de la audiencia sin
formular conclusiones.
La acción civil no pierde su eficacia en sede propia de modo que si se
produce el rechazo o la exclusión de ésta en jurisdicción penal, el interesado
puede iniciar demanda ante el fuero civil.
Art. 72. [CITACIÓN]. Las personas que según la ley civil respondan por el
imputado del daño que cause el delito, podrán ser citadas para que intervengan
en el proceso, a solicitud del actor civil, quien en su escrito expresará el nombre
y el domicilio del citado y los motivos en que funda su pedido.
La resolución de la citación, contendrá el nombre y domicilio del
accionante y del citado; la indicación del proceso y el plazo en que deba com-
parecer, el que nunca será menor de cinco (5) días.
La resolución será notificada al imputado.
ción está supeditada a que exista un proceso penal y una acción civil previa, en la
cual el actor le reclame la correspondiente indemnización como responsable del
imputado.
EI campo de aplicación normativo de la responsabilidad indirecta deriva
de los arts. 1113 a 1123 del Código Civil y el título técnico de tal responsabilidad
es la culpa in eligiendo o in vigilando, es decir, la que se refiere a los principales
respecto de los empleados a su servicio, o a los padres, tutores, o curadores y en
general responsables por un menor (véase comentario al art. 12).
La citación debe contener las señas del citado y una breve consideración
de la relación jurídica que lo une con el imputado de la que resulta la fuente de
las obligaciones de aquel.
Si se concede la citación, el órgano interviniente resolverá por auto con
indicación del nombre y domicilio de las partes y el plazo concedido al citado
que nunca será inferior a los cinco días.
Si comparece adquiere la condición de parte, pero si no lo hace puede ser
considerado rebelde y el proceso continuará sin su presencia, dándosele por noti-
ficadas las resoluciones del actuante por nota. Clariá señala que si ignora el do-
micilio del civilmente demandado puede citárselo por edictos y agrega “al decla-
rarse la rebeldía del citado en ese carácter, se le nombrará como representante al
defensor oficial. El rebelde podrá comparecer después, purgando su rebeldía, por
ejemplo, en oportunidad del debate” (Clariá Olmedo, ob. cit., p. 165).
(Véase comentario al artículo 12).
JURISPRUDENCIA:
CAPÍTULO V - EL ASEGURADOR
damnificado porque, a la postre, uno y otro persiguen el mismo fin con medios
prácticamente idénticos. Se dejó entonces subsistente una figura híbrida creada
por necesidades que eran válidas en el Código de 1915, pero que en las actuales
circunstancias con el trasplante de la acción civil a la órbita del proceso penal en
calidad supletoria, carece de utilidad práctica y se muestra como un resabio de la
antigua legislación procesal la cual, en última instancia, contradice principios
elementales de política legislativa.
(Ley 13.572) A los efectos de facilitar la representación y constitución del
particular damnificado, el artículo autoriza que su apoderado actúe mediante
simple carta-poder con la firma autorizada por escribano o por alguna autoridad
judicial, con título de abogado o por el propio secretario del juzgado o su reem-
plazante.
Decíamos en ocasión del comentario del art. 77, que el particular damni-
ficado tiene carácter de parte aunque limitada y contingente, y que el Código le
otorga facultades que lo acercan, dentro del mecanismo del proceso, al actor
civil.
En efecto, en este sentido puede:
1) Solicitar diligencias útiles, es decir, eficaces y conducentes al fin propio
de la investigación que es la comprobación de la existencia del delito, así como
descubrir a los responsables del mismo. Puede de este modo aportar prueba.
Dichas medidas pueden ser rechazadas por el órgano interviniente, pero
como se trata de material de cargo que podría ser decisivo para resolver sobre el
fondo, la negativa exige una fundamentación expresa. Si bien el rechazo es
inimpugnable, el particular damnificado puede reiterar el pedido de diligencias
desestimadas en la oportunidad de la oposición a las conclusiones del requeri-
miento fiscal (art. 336).
2) También puede solicitar medidas cautelares de orden patrimonial por
ejemplo, embargo, pero las mismas deben ser admitidas sólo cuando el estado de
sospecha tiene un alto grado de probabilidad positiva.
El Juez de Garantías es quien determina la cuantía por la cual se establece
la medida cautelar y la contracautela que corresponda depositar al peticionante
para asegurar la seriedad de su petición. La resolución puede ser impugnada por
el particular damnificado o por el imputado en el plazo de cinco días a partir de
la notificación o de la toma de conocimiento del agravio (art. 441).
3) El particular damnificado puede interrogar a los testigos que depongan
en la Instrucción Penal Preparatoria. Es uno de los actos propios del control de la
prueba y la disposición le permite, además, pedir aclaraciones al declarante en
punto a las circunstancias del hecho e incluso, entendemos nosotros, formular
repreguntas con ese mismo propósito.
4) Con la reforma se agregan facultades al particular damnificado que
complementan a los ya expresados en el artículo, así en este inciso se lo autoriza
172 CÓDIGO PROCESAL PENAL DE LA PROVINCIA DE BUENOS AIRES
JURISPRUDENCIA:
del arrepentimiento sincero o fingido del autor, para evitar las consecuencias más
severas de la condena, la pena debe subsistir porque de otro modo los defrauda-
dores más peligrosos que, por lo general, son los que cuentan con más medios
económicos, podrían eludir el castigo pagando la indemnización con lo cual el
derecho penal se transformaría –en este rubro– en pura coacción para el pago de
una deuda.
En los casos de delitos contra el patrimonio de menor cuantía, o de acción
privada e incluso en los culposos, la transacción puede ser factible y positiva,
pero en las hipótesis de defraudaciones de envergadura (vaciamiento de empre-
sas, quiebras fraudulentas, desbaratamiento de derechos que lleven a la pérdida
de depósitos o ahorros bancarios, etc.), los autores no pueden quedar impunes
por el hecho de pagar o devolver, pues ese comercio desvirtúa por completo la
misión del derecho penal represivo. La reparación económica o la “vuelta de las
cosas al estado en que se encontraban” puede tener influencia en la penalidad
(incs. 3º y 4º del art. 86), pero en modo alguno puede obliterarla, permitiendo
que los responsables vuelvan a su anterior estado social como empresarios o
banqueros exitosos, como si nada hubiese ocurrido. Aquí la pena y la inhabilita-
ción se imponen, por el efecto ejemplificador que tiene el castigo aplicado por el
Estado a quienes han cometido delitos graves y causado un daño significativo a la
comunidad.
Comparte, en principio, esta posición Cafferata Nores quien al referirse a
la reparación de la víctima en los delitos más graves, admite que puede significar
un atenuante específico en la individualización de la pena, o valorable para la
concesión de beneficios (v. gr. la ejecución condicional de la pena o el anticipo
de la libertad condicional) (ob. cit., p. 292).
Dos son las problemáticas abordadas por esta inclusión, la protección de
las víctimas de trata de personas y la exclusión hogareña en casos de violencia
vincular. En el primer supuesto se procura brindar debida protección a quienes
padecen el flagelo de los ilícitos de tráfico de personas adaptando la normativa
local a las exigencias de las convenciones internacionales en la materia. En tal
sentido, en el año 2008 se sancionó la Ley 23.364 cuyo objetivo es la prevención
y sanción de la trata de personas y la asistencia a las familias alcanzadas por su
estigma, como es sabido hablamos de una grave violación a los Derechos Huma-
nos que implica el engaño, el reclutamiento, transporte y explotación de perso-
nas con miras sexuales, trabajo forzoso o alguna otra práctica análoga a la
esclavitud o reducción a la servidumbre. Se incardina de este modo la legislación
bonaerense con planes nacionales de protección integral de las víctimas. No es-
capa tampoco el segundo supuesto a la intención de cumplir con las mandas
internacionales. Un claro ejemplo de este tópico se encuentra en las directrices
emanadas de la Convención de Belém Do Pará, receptadas a partir del fallo
Góngora de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que en lo fundamental
centró en el alcance del art. 7 de la Convención invocada, que en su letra afirma
que “Los Estados Partes condenan todas las formas de violencia contra la mujer
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 179
y convienen en adoptar, por todos los medios apropiados y sin dilaciones, políti-
cas, orientadas a prevenir, sancionar y erradicar dicha violencia y en llevar a
cabo lo siguiente: b) actuar con la debida diligencia para prevenir, investigar y
sancionar la violencia contra la mujer (…) y f) establecer procedimientos legales
justos y eficaces para la mujer que haya sido sometida a violencia, que incluyan,
entre otros, medidas de protección, un juicio oportuno y el acceso efectivo a tales
procedimientos”. Excede a la sensación social la violencia intradoméstica que
exige medidas activas tanto de prevención como de ayuda a sus víctimas. La
norma permite la medida cautelar de las exclusión del hogar, concientiza acerca
de la pertinencia de tal temperamento frente a hechos dolosos tipificados en los
artículos 89 a 91 del Código Penal ante la presunción de su –posible– reitera-
ción. Quien deberá excitar la jurisdicción será en su caso el Agente Fiscal o la
propia víctima, si bien se especifican ciertos aspectos de su alcance, no debemos
olvidar que en todo caso se trata de una medida cautelar dentro de un proceso
penal y que todo evento se encuentra alcanzado por las reglas propias que carac-
terizan a las medidas de precaución. (proporcionalidad, fumus de bonus iuris,
peculum in mora, mutabilidad etc.)
Es posible que entre el autor del delito y la víctima del mismo, se produz-
ca un acercamiento de intereses patrimoniales que tenga por finalidad la repara-
ción voluntaria del daño, o el arrepentimiento activo de aquel que implique una
satisfacción moral del lesionado, o bien cualquier clase de solución del conflicto
que separa a ambas partes, o la conciliación en base a determinada forma de
indemnización.
Tal cosa deberá ser tenida en cuenta por el órgano interviniente, de acuer-
do a la fase procesal en que tales circunstancias se produzcan para merituarlas a la
hora de resolver.
LIBRO I - DISPOSICIONES GENERALES 181
Los acuerdos económicos a que lleguen las partes, deben adquirir carácter
judicial y por ello han de ser puestos en conocimiento del órgano interviniente
para que disponga de acuerdo al artículo anterior. Ello implica que la autoridad
jurisdiccional debe estar al tanto de los convenios habidos entre las partes para
proceder a dictaminar de acuerdo a su alcance.
Tanto este precepto como el anterior, implican que tales arreglos son acep-
tados por la ley como una forma de agilizar y hacer efectivo el resarcimiento
debido a la víctima de un delito.
(El acuerdo económico a que llega el autor con la víctima, implica el
reconocimiento de haber cometido el hecho y una forma de confesión que tiene
como objeto lograr la disminución de la pena o un tratamiento más favorable en
su ejecución. En este sentido la intervención de la jurisdicción le otorga, por un
lado, las características de la guillty plea y por el otro el de la transacción o plea
bargaining de la legislación anglosajona. Ambos institutos tienen como finalidad
acelerar el proceso y posibilitar el menor dispendio jurisdiccional posible en los
casos de acuerdo entre la acusación y la defensa.)