Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
<
I. ANTECEDENTES
1. Las pretensiones
3. La oposición de la demandada
5. La sentencia recurrida
El Tribunal Administrativo del Quindío negó las pretensiones de la
demanda al razonar que de acuerdo con la jurisprudencia del Consejo de
Estado, al caso concreto es aplicable el régimen de responsabilidad de falla
presunta del servicio, de acuerdo con el cual le corresponde a la entidad y a
los especialistas en medicina, demostrar que ante las circunstancias propias
del caso concreto, actuaron con eficiencia, prudencia e idoneidad
suficientes, como quiera que de esta manera se le brinda al juez una mayor
claridad sobre los procedimientos, técnicas y motivos que llevaron al
profesional de la medicina a adoptar determinado tratamiento. Que de las
pruebas obrantes en el expediente, está probado que la entidad demandada
actuó con la prudencia y diligencia necesarias en el tratamiento de las
secuelas que le dejó en la uretra del demandante, el accidente sufrido por él
la edad de cinco años.
Que con la declaración del médico tratante Doctor Germán Gaviria Rincón,
se encontró acreditado que el funcionamiento sexual del paciente en
realidad estaba deteriorado desde la fecha del accidente que sufrió a la edad
de cinco años; que en ningún momento se garantizó el éxito total de la
operación, procedimiento al cual el paciente se sometió con conocimiento
previo de los riesgos y con aceptación de los mismos; que la intervención
del médico estaba únicamente encaminada a restablecer el funcionamiento
de la uretra del demandante, la cual había permanecido lesionada por más
de treinta años; que nunca se trató de corregir problemas de disfunción
eréctil adquiridos con anterioridad al tratamiento y que las dilataciones
posteriores a la cirugía no pudieron llevarse a cabo, toda vez que el
demandante fue negligente y no permitió que se realizaran dichos
procedimientos, razón por la cual la uretra se cerró de nuevo.
Que el a-quo acogió sin aplicar los principios rectores de la sana crítica, la
afirmación hecha por el mencionado galeno, según la cual el problema de
impotencia del señor Muñoz Ospina fue consecuencia del accidenté que
sufrió a la edad de cinco años, cuando en su historia clínica no figura que
tuviera dicha patología con anterioridad al momento de las intervenciones
quirúrgicas. Que los artículos 34 y 36 de la Ley 23 de 1981, imponen la
obligación al médico tratante de registrar con claridad todos los
antecedentes del paciente en su historia clínica y que nada consta en la
misma, en relación con los efectos de la droga suministrada al paciente,
formulada por lo demás para tratar el problema de su impotencia, lo que es
contradictorio con la afirmación del médico tratante, según la cual el
procedimiento estaba únicamente encaminado a corregir la deficiencia
urinaria del paciente.
(i) Las lesiones en la vida sexual y laboral que sufrió el señor Carlos Alfredo
Ospina Muñoz como consecuencia de una intervención quirúrgica, así se
infiere de algunas afirmaciones de la demanda, tales como: “(...) el galeno (...)
manifestó que intervendría de nuevo para eliminar la callosidad y suprimir un pequeño
hueso que obstaculizaba e impedía que la uretra permaneciera abierta. Hasta ese
momento el genital de mi mandante no había sufrido lesión distinta de las propias de la
intervención. La capacidad erectiva, de eyacular y el tamaño y forma del pene eran
normales”. (fl. 7 c. ppal.).
1.1. El Daño
1 Dicha calificación fue allegada al proceso en respuesta al oficio 585 del 11 de mayo de 1998 remitido por el a-
quo, de conformidad con el auto del siete de mayo de 1998, en el cual se indicó “para establecer la calificación
de la perdida de la capacidad laboral...por secretaría establézcase comunicación con la doctora Luz Mary López
de Orozco, Secretaria de la Junta Seccional de Calificación de Invalidez del departamento del Quindío para que
se sirva coordinar la absolución de la pregunta 4.1.8 (bis) de la demanda” (fl 75 del c.ppl). Dicha pregunta se
refiere a la condiciones de capacidad laboral del señor Muñoz Ospina (fl 14 c.ppl.).
De acuerdo con la jurisprudencia de esta Sala, por regla general las pruebas
del proceso deben ser aportadas al mismo en original o copia auténtica, de
acuerdo con lo establecido por el artículo 254 del C.P.C., aplicable a los
procesos que son de competencia de esta jurisdicción por remisión expresa
del artículo 168 de C.C.A., salvo en los casos en los cuales se verifique que la
parte en quien reposa el documento auténtico actuó con renuencia y
negligencia al aportarlo, cuando fue debidamente solicitado en la demanda o
en su contestación y fue debidamente decretada en el auto que abre a
pruebas el proceso. En efecto de acuerdo con la jurisprudencia, en criterio
que hoy se reitera:
“(...) si bien la parte actora adjuntó en su demanda copias simples del balance
de la sociedad en liquidación con corte a 1989, también pidió oportunamente
al a quo solicitar copias auténticas del mismo a la Superintendencia Financiera
(antes Bancaria), prueba que fue decretada pero que no se obtuvo porque
estas manifestaron no tenerlos en sus archivos, teniendo en verdad el deber
de contar con los mismos, dado que la posesión y guarda de dichos
documentos se encuentra a su cargo, pues el proceso de liquidación fue
adelantado bajo su responsabilidad por los agentes liquidadores que fueron
sus autores.
“Nótese que en este caso en el que se pidió a las entidades públicas
demandadas aportar copias auténticas de los estados financieros de 1989 de la
sociedad intervenida en liquidación y que deben encontrarse en su poder, por
ser ellas quienes los elaboraron, produjeron y expidieron a través de sus
agentes o por habérseles confiado su conservación o archivo, al omitir las
mismas arrimarlas al proceso sin aducir una razón jurídica atendible, tornó no
sólo difícil sino imposible la obtención de la prueba en las condiciones
formales de que trata el artículo 254 del C. de P. Civil, limitando así la
posibilidad de valorarla con el fin de verificar la verdad de los hechos que con
ellas se pretenden demostrar por el grupo demandante y en forma
independiente a que a una vez analizada se estimen como ciertos o no tales
hechos.
“En tal virtud, la Sala considera que cuando una de las partes no cumple con
el deber de aportar la copia auténtica de un documento cuyo original se
encuentra en su poder o legalmente bajo su guarda y archivo, corre con el
riesgo y los efectos que con su conducta omisiva pretendió evitar, que, en el
presente caso, se concreta en tener como susceptible de valoración la copia
remitida por la parte que desplegó todas las gestiones que estuvieron dentro
de su esfera material y jurídica para que la misma fuera remitida al proceso en
las condiciones formales requeridas, y dado que el estudio de la misma
interesa al proceso en su conjunto4”(se subraya).
3 El artículo 68 y 76 señalan que en los aspectos no regulados en la citada ley y, en particular, para la práctica de
pruebas, se aplicarán a las Acciones de Grupo las normas del Código de Procedimiento Civil, en cuanto no
contraríen las normas dispuestas para las mismas.
4 CONSEJO DE ESTADO, SALA DE LO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO, SECCIÓN TERCERA, Sentencia
del 16 de abril de 2007. Exp. AG-25000-23-25-000-2002-00025-02. M.P. Ruth Stella Correa Palacio.
del demandante, i) remitir el resumen o epicrisis mecanográfico de la historia
clínica del señor Muñoz Ospina y ii) al gerente de dicha institución rendir un
informe sobre puntos relacionados con la historia clínica del demandante,
tales como el nombre técnico de las intervenciones quirúrgicas que se le
practicaron y los efectos post-operatorios consignados en la misma. (fl. 12
c.ppal.)
Ahora, con base en la historia clínica se tiene que al actor le practicaron las
siguientes cirugías:
1.2.2 En esa misma fecha se le practicó una uretrotomía interna. (fl. 62 del c.
3 de pruebas).
1.3.1 Por tratarse de la imputación del daño a una falla médica, considera la
Sala procedente realizar una breve exposición de la jurisprudencia actual
sobre el régimen de responsabilidad bajo el cual debe examinarse, en
particular para establecer cuáles eran las cargas probatorias de las partes.
5Sobre este aspecto ver, por ejemplo, LORENZETTI, Ricardo Luis, Responsabilidad Civil de los Médicos,
Buenos Aires, Rubinzal-Culzoni Editores, 1997. Tomo II, pág. 218.
6 MAZAUD Y TUNC, Tratado teórico y práctico de la responsabilidad civil delictual y cuasidelictual, Buenos Aires,
Ediciones Jurídicas Europa-América, 1962. Tomo I, Volumen II, pág. 405.
7 Sentencia del 10 de febrero de 2000, exp: 11.878. En el mismo sentido, sentencia del 8 de febrero de 2001, exp:
12.792.
Sin embargo, se advirtió en la práctica jurisprudencial que la aplicación de
esa regla probatoria traía mayores dificultades de las que podría ayudar a
solucionar, pues la definición de cuál era la parte que estaba en mejores
condiciones de probar determinados hechos relacionados con la actuación
médica, sólo podía definirse en el auto que decretara las pruebas y nunca en
la sentencia. Lo contrario implicaría sorprender a las partes atribuyéndoles
los efectos de las deficiencias probatorias, con fundamento en una regla
diferente a la prevista en el artículo 177 del Código de Procedimiento Civil,
en un momento procesal en el que ya no tenían oportunidad de ejercer su
derecho de defensa aportando nuevas pruebas.
8Lo que la doctrina denomina como óblito quirúgico y que considera que en la generalidad de los casos sólo
puede explicarse por negligencia del médico o su equipo.
10Cfr. DE ANGEL YAGÜEZ, Ricardo, Algunas previsiones sobre el futuro de la responsabilidad civil (con especial
atención a la reparación del daño), Ed. Civitas S.A., Madrid, 1995, p. 42.
11 Ibídem, págs. 77. La Sala acogió este criterio al resolver la demanda formulada contra el Instituto Nacional de
Cancerología con el objeto de obtener la reparación de los perjuicios causados con la práctica de una biopsia. Se
dijo en esa oportunidad que si bien no existía certeza “en el sentido de que la paraplejia sufrida...haya tenido por
causa la práctica de la biopsia”, debía tenerse en cuenta que “aunque la menor presentaba problemas sensitivos en
sus extremidades inferiores antes de ingresar al Instituto de Cancerología, se movilizaba por sí misma y que
después de dicha intervención no volvió a caminar”. Por lo cual existía una alta probabilidad de que la causa de la
invalidez de la menor hubiera sido la falla de la entidad demandada, probabilidad que además fue reconocida por los
médicos que laboraban en la misma. Sentencia del 3 de mayo de 1999, exp: 11.169.
13 En este sentido, ver por ejemplo, el caso referido por Fernando Pantaleón “Responsabilidad Médica y
Responsabilidad de la Administración”. Madrid, Editorial Civitas S.A., 1995, 91 p., quien criticó la sentencia
proferida por el Tribunal Supremo el 14 de junio de 1991, cuyos supuestos de hecho y fundamentos de la
decisión relacionó así: “doña María Teresa F.C. ingresó en una Residencia Sanitaria de la Seguridad Social
presentando aneurismas gigantes en ambas carótidas. El cirujano que la intervino optó por reducir primero el
aneurisma del lado derecho, y al no ser posible obliterar su cuello, con un clip de Hefetz, se decidió por ocluir la
carótida proximal al aneurisma con el mismo clip. Unos días después, la paciente sufrió una hemiparasia
braquiofacial izquierda, que le ha dejado graves secuelas. La falta de riego sanguíneo al cerebro que la produjo –
al no suministrar la otra carótida, contra lo sensatamente previsible, un mayor flujo de sangre- fue precipitada por
una estenosis en la carótida izquierda, probablemente relacionada con una inyección sub-intimal necesaria para
la práctica de las angiografías previas a la intervención; por lo que, aunque la actuación del cirujano fue
irreprochable desde el punto de vista de la lex artis (pues ex ante no había motivo para pensar que los riesgos
para la paciente eran mayores por ocuparse primero del aneurisma del lado derecho), a posteriori podía
afirmarse que hubiera sido mejor opción resolver en primer lugar el aneurisma de la carótida izquierda”. Se
consideró en dicho fallo que si bien el médico responsable no había obrado de manera culpable, su actuación sí
tenía incidencia causal en la producción del daño y que, por lo tanto, se estaba en presencia de un supuesto de
responsabilidad patrimonial de carácter objetivo, por lo que había lugar a concederle una indemnización,
excluyendo de la misma resultados lesivos inherentes a la gravísima situación clínica en la que se encontraba la
paciente al momento de su ingreso y sus complicaciones posteriores. Sentencia que el autor juzgó irrazonable,
en el marco de la responsabilidad que se predica en España, a partir de la verificación de que la víctima sufrió un
daño que no estaba en el deber jurídico de soportar y en el que intervino causalmente la Administración, sin
incurrir en falla alguna del servicio, ni tratarse de “daños cuasiexpropiatorios o de sacrificio”, esto es, los que
aparezcan como consecuencia directa de actuaciones administrativas lícitas. Críticas que bien podrían tener su
aplicación en la responsabilidad patrimonial que establece el artículo 90 de la Constitución y que para algunos
doctrinantes debería ser suficiente para deducir la responsabilidad.
Se trata en este caso de lo que la doctrina ha considerado como la “pérdida
de una oportunidad”, cuya aplicación, a pesar de la simplicidad en su
formulación ofrece grandes dificultades, pues el daño en tales eventos estaría
en los límites entre el daño cierto y el eventual, dado que la oportunidad que
puede tener un enfermo de recuperar su salud es aleatoria, regularmente
difícil de establecer en términos porcentuales.
“i) Los hechos indicadores, o indicantes: son los hechos conocidos, los
rastros o huellas que se dejan al actuar, la motivación previa, etc., son las
partes circunstanciales de un suceso, el cual debe estar debidamente probado
en el proceso;
“iv) El hecho que aparece indicado, esto es, el resultado de esa operación
mental15.
Así las cosas, una vez construida la prueba indiciaria, el juez deberá valorarla
teniendo en cuenta su gravedad, concordancia, convergencia y relación con
14 PARRA QUIJANO, Jairo, Manuel de Derecho Probatorio, Décima Edición, Librería Profesional, Bogotá, p, 495.
15 Al tratar del indicio, el profesor Parra Quijano destaca que esa inferencia mental debe hacerse en relación con
el tema del proceso: “Para que podamos con propiedad hablar de indicio se requiere aprehender el hecho en su
momento dinámico, es decir, cuando se relaciona con la „pequeña historia del proceso‟ y con una regla de la
experiencia”, PARRA QUIJANO, Jairo, Tratado de la prueba judicial. Indicios y presunciones. Tomo IV, Cuarta
edición, Bogotá, Ediciones Librería del Profesional, 2001, pág. 9”.
los demás medios de prueba que obren en el proceso. Para efecto de
establecer su gravedad, la doctrina ha clasificado los indicios en necesarios y
contingentes, entendiendo como necesarios, aquellos que de manera infalible
muestran la existencia o inexistencia de un hecho que se pretende demostrar,
o revelan en forma cierta la existencia de una constante relación de
causalidad entre el hecho que se conoce y aquel que se quiere demostrar y
son, por lo tanto, sólo aquellos que se presentan en relación con ciertas leyes
físicas, y como contingentes, los que revelan de modo más o menos
probable cierta causa o cierto efecto. Estos últimos son clasificados como
graves o leves, lo cual depende de si entre el hecho indicador y el que se
pretende probar existe o no una relación lógica inmediata.”
17 En relación con los riesgos el médico tratante en declaración rendida en este proceso señaló: “riesgo de
sangrado y manipulación de estructuras nerviosas, la función sexual puede verse mucho más comprometida,
debido a la manipulación de estructuras antiguas, cicatrizales y fibrosas. Es por eso, el motivo de que siempre en
todas mis notas nombro todas las complicaciones”
1.4 Corresponde a la Sala verificar si el demandado incurrió en falla del
servicio, en lo que a la práctica de la plastia de uretra se refiere.
18En su declaración la madre del demandante señaló “después de las operaciones prácticamente no puede
hacer nada porque tiene una sonda, imagínese que esa sonda se le infecta, se la tiene que estar cambiando
cada mes y después de que se la cambian, le viene un dolor que tiene que estarse en reposo por hay 2 o 3 días,
entonces una persona así como puede estar trabajando y para mí es una persona incapacitada, inválida y el me
cuenta también porque hay intimidad, confianza conmigo, que el matrimonio también está mal, porque el quedó
mal, me dice que no ha podido tener relaciones con su esposa…” (fl 206 C2 de pruebas) Por su parte el hermano
del demandante indicó: “tengo conocimiento por comentarios muy íntimos del mismo Carlos Alfredo, de que ha
perdido totalmente la vida sexual y parte de su trabajo” (fl 209 del C. 2 de pruebas).
En otros términos, de dichas declaraciones no es posible establecer si en la
mencionada cirugía se incurrió en algún comportamiento negligente o al
menos inadecuado imputable a los agentes médicos del Instituto de Seguro
Social, relacionado con los procedimientos adelantados por el médico
tratante durante dicha intervención, para establecer que como consecuencia
de la irregularidad en la práctica de tales procedimientos, el paciente sufrió
de una disfunción eréctil severa y de una disminución en su capacidad
laboral.
19 En el expediente se encuentran las declaraciones de los Doctores Germán Gaviria Rincón, medico encargado
de practicar el procedimiento quirúrgico al demandante, Rubén Darío Olivares Castro, médico ortopédico y
traumatólogo y Germán Sánchez Jiménez médico anestesiólogo, quienes también participaron en la cirugía las
cuales fueron aportadas al proceso para probar que en la cirugía no se incurrió en ningún tipo de error o
complicación que pudiera generar efectos nocivos en la salud del paciente, salvo aquellos riesgos normales no
imputables por la conducta negligente o indebida del médico tratante durante la cirugía.
2.1. Elementos de la responsabilidad por falta de consentimiento
informado.
Es deber legal de los médicos brindar información a las personas sobre los
procedimientos que juzgan convenientes para el restablecimiento o
mejoramiento de su estado de salud, así como sobre las ventajas y riesgos
que se derivan de los mismos y sobre las alternativas, en caso de existir (Ley
23 de 1985, artículo 15), deber que implica que los profesionales de la
ciencia médica sólo puedan proceder a la realización de dichos
procedimientos en el evento de que los pacientes, o en su defecto sus
representantes, brinden su consentimiento de manera libre, con las
salvedades que más adelante se señalarán. Ese deber de los médicos y su
correlativo derecho para los pacientes tiene fuente constitucional y se
fundamenta, de un lado, en el principio de la buena fe que debe inspirar las
relaciones entre las personas, especialmente, tratándose de una relación
profesional, en la cual una de las partes tiene la ventaja del conocimiento,
frente a la ignorancia del otro, y de otra, en los derechos fundamentales a la
Dignidad Humana (art. 1º), la Autonomía (art. 16)20 y la Libertad (art. 28)21
20 Sobre este tema, la Corte Constitucional ha hecho un amplio desarrollo. Por ejemplo, en sentencia T-850 de
2002 señala: “La autonomía supone el reconocimiento de la dignidad humana por parte del Estado y de la
sociedad, la cual impone tratar al individuo como un sujeto moral, que tiene el derecho de decidir entre diversos
tratamientos médicos cuál le conviene más, sin que ni el Estado, ni de la sociedad, puedan imponerle uno...”. 20
En sentencia T-412 de 2004, la Corte constitucional resumió su posición sobre el tema, así: “En diversos
pronunciamientos la Corte ha hecho ver que el principio de autonomía individual del paciente respecto de su
cuerpo, que se deriva del mandato pro libertate acogido por nuestra Constitución, exige que su consentimiento
sea otorgado para proceder a practicarle cualquier intervención sobre su cuerpo y que sus decisiones en esta
materia sean producto de una suficiente información; en tal virtud, dicho principio de autonomía impone a los
médicos tratantes el suministrarle información comprensible a fin de que pueda decidir libremente que se somete
a los tratamientos o procedimientos prescritos. El que el consentimiento del paciente sea informado supone
entonces que médico debe permitir que el paciente sea consciente de los beneficios, riesgos y demás
implicaciones del procedimiento al que va a ser sometido, así como de las alternativas a dicho tratamiento y sus
de los pacientes que se traduce en el poder de disposición de su cuerpo, en
la elección moral de sus alternativas y modelos de vida22.
respectivas implicaciones (Sentencia C-597 de 2001). Tratándose de menores de edad o de incapaces, como
regla general la Corte ha concluido que los padres y los representantes legales pueden autorizar los
procedimientos o tratamientos médicos que les sean prescritos (Sentencias T-551 de 1999, T-692 de 1999, SU-
337 de 1999 y T-1390 de 2000). No obstante, en algunos casos especiales ha hecho ver que se requiere
autorización judicial para proceder a practicar la intervención”.
21 Sobre este tema, la Corte Constitucional ha hecho un amplio desarrollo. Por ejemplo, en sentencia T-850 de
2002 consideró: “La autonomía supone el reconocimiento de la dignidad humana por parte del Estado y de la
sociedad, la cual impone tratar al individuo como un sujeto moral, que tiene el derecho de decidir entre diversos
tratamientos médicos cuál le conviene más, sin que ni el Estado, ni de la sociedad, puedan imponerle uno...” y En
sentencia T-412 de 2004, la Corte resumió su posición sobre el tema, así: “En diversos pronunciamientos la
Corte ha hecho ver que el principio de autonomía individual del paciente respecto de su cuerpo, que se deriva del
mandato pro libertate acogido por nuestra Constitución, exige que su consentimiento sea otorgado para proceder
a practicarle cualquier intervención sobre su cuerpo y que sus decisiones en esta materia sean producto de una
suficiente información; en tal virtud, dicho principio de autonomía impone a los médicos tratantes el suministrarle
información comprensible a fin de que pueda decidir libremente que se somete a los tratamientos o
procedimientos prescritos. El que el consentimiento del paciente sea informado supone entonces que el médico
debe permitir que el paciente sea consciente de los beneficios, riesgos y demás implicaciones del procedimiento
al que va a ser sometido, así como de las alternativas a dicho tratamiento y sus respectivas implicaciones
(Sentencia C-597 de 2001). Tratándose de menores de edad o de incapaces, como regla general la Corte ha
concluido que los padres y los representantes legales pueden autorizar los procedimientos o tratamientos
médicos que les sean prescritos (Sentencias T-551 de 1999, T-692 de 1999, SU-337 de 1999 y T-1390 de 2000).
No obstante, en algunos casos especiales ha hecho ver que se requiere autorización judicial para proceder a
practicar la intervención”.
22Vale destacar que el deber de brindar al paciente la información necesaria para que éste pueda tomar libre y
conscientemente la decisión sobre el tratamiento o intervención médica, figura provisto legalmente en la Ley 23
de 1981, o “Código de Ética Médica”, que en el art.1º dispone: “La medicina es una profesión que tiene como fin
cuidar de la salud del hombre y propender por la prevención de las enfermedades, el perfeccionamiento de la
especie humana y el mejoramiento de los patrones de vida de la colectividad, sin distingos de nacionalidad, ni de
orden económico-social, racial, político y religioso. El respeto por la vida y los fueros de la persona humana
constituyen su esencia espiritual. Por consiguiente, el ejercicio de la medicina tiene implicaciones humanísticas
que le son inherentes” y en el art. 15 que prevé: “El médico no expondrá a su paciente a riesgos injustificados.
Pedirá su consentimiento para aplicar los tratamientos médicos, y quirúrgicos que considere indispensables y que
puedan afectarlo física o síquicamente, salvo en los casos en que ello no fuere posible, y le explicará al paciente
o a sus responsables de tales consecuencias anticipadamente”. Esa relación médico – paciente prevista en la ley
fue reglamentada en los artículos 2 a 19 del Decreto 3380 de 1981.
numerosas sentencias, de las cuales se destaca lo dicho en la Sentencia C-401
de 1994, en que se consideró:
Ahora bien, para que haya lugar a la responsabilidad patrimonial del Estado
por el daño que supone una intervención médica sin el consentimiento
informado del paciente, se requiere el cumplimiento de los requisitos que
prevé el artículo 90 de la Constitución, esto es: (2.1.1.) que el médico haya
omitido el deber que le impone la ley, bien porque: (i) haya omitido el deber
de informar al paciente sobre los efectos, consecuencias y, en su caso,
alternativas de tratamiento (ii) haya brindado la información de manera
defectuosa; (iii) o habiendo suministrado de manera correcta toda la
información a que haya lugar, no pida el consentimiento al paciente o sus
parientes, salvo los eventos de estado de necesidad; (2.1.2) que se cause un
daño, y (2.1.3) que ese daño sea imputable a la entidad demandada, por
existir nexo causal entre la falta del consentimiento informado y el daño. A
continuación se hará referencia a esos elementos.
24 El paciente y no el médico es quien debe elegir entre las alternativas. Al respecto, JAIRO CÉSAR GALÁN
CORTÉS. Responsabilidad Médica y Consentimiento Informado. Madrid, Ed. Civitas. 2001, pág. 184, expresa: “En
los procesos patológicos existen distintas alternativas terapéuticas, el médico no siempre podrá determinar cuál es
la mejor para un determinado paciente, por cuanto las personas poseen valores y objetivos que no siempre son
coincidentes, en el sentido de que la elección no será, indefectiblemente, aquella que máximice la salud, sino la que
promueva el máximo bienestar, dentro de la escala de valores individual de cada persona, en tal forma que habrá
casos en los que tratamiento y no tratamiento podrán considerarse alternativas aceptables y válidas, en función del
proyecto vital de cada persona”.
25 Sentencia de la Corte Constitucional SU-339 de 1999. En sentencia de la Sala de 3 de mayo de 2007, exp.
16.098, se señalaron algunas variables que debían tenerse en cuenta para determinar el grado de información que
debía suministrarse al paciente: “(a) El carácter más o menos invasivo de tratamiento…(b) el grado de aceptación u
homologación clínica del tratamiento o su carácter experimental…(c) La dificultad en la realización del tratamiento y
las probabilidades de éxito…(d) La urgencia del tratamiento...(e) El grado de afectación de derechos e intereses
personales del sujeto al efectuarse el tratamiento…(f) La afectación de derechos de terceros de no realizarse la
intervención médica…(g) La existencia de otros tratamientos que produzcan resultados iguales o comparables y las
características de éstos…(h) La capacidad de comprensión del sujeto acerca de los efectos directos y colaterales
del tratamiento sobre su persona”. Los criterios que la doctrina ha ensayado también son indeterminados. Así,
CARLOS IGNACIO JARAMILLO. Responsabilidad Civil Médica. La relación médico – paciente: análisis doctrinal y
jurisprudencial. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2002, pág. 236, señala: “…la información debe ser
equilibrada, razonable y suficiente, al mismo tiempo que encaminada a describir el haz de riesgos que, con arreglo a
la experiencia ordinaria y a la estadística científica, suelen materializarse en un plano ontológico, de manera tal que,
en línea de principio, lo que rara o remotamente acaece, está por fuera de ese deber, desde luego, con
excepciones”.
adecuado y suficiente no está sujeta a ningún criterio determinado y
dependerá de las circunstancias de cada caso, que deberán ser valoradas
adecuadamente, sin perder de vista ese derecho del paciente, ni los efectos
adversos de una sobre-información.
26 A este respecto ver, por ejemplo, JAIRO CÉSAR GALÁN CORTÉS. Responsabilidad Médica y Consentimiento
Informado. Madrid, Ed. Civitas. 2001.
La doctrina nacional se inclina por considerar que se debe relevar al médico
del deber de información en aquellos eventos en los cuales “por
circunstancias de carácter psicológico, el conocer los riesgos o las
implicaciones de un tratamiento o de una intervención quirúrgica afectaría
sus posibilidades de éxito y de recuperación (privilegio terapéutico)”; o
cuando el destinatario de la información es otro profesional de la
especialidad respectiva; el paciente ha sido sometido al mismo tratamiento
en repetidas ocasiones, sobre el cual fue informado y dio su consentimiento;
cuando el paciente, por su propia iniciativa, de manera anticipada y reflexiva,
renuncia de manera expresa a su derecho a ser informado, y cuando resulta
inexorable e inaplazable una determinada intervención (urgencia médica) 27.
27FELIPE NAVIA ARROYO. Consentimiento Informado y Responsabilidad Civil Médica. En: Revista de Derecho
Privado No. 11. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006, pags. 157-170. CARLOS IGNACIO
JARAMILLO, ob. Cit,.
29 El artículo 14 de la ley 23 de 1981 establece: “El médico no intervendrá quirúrgicamente a menores de edad, a
personas en estado de inconsciencia o mentalmente incapaces, sin la previa autorización de sus padres, tutores,
allegados, a menos que la urgencia del caso exija una intervención inmediata”.
30 La resolución 8430 de 1993 establece un formato en el cual se debe consignar el consentimiento informado. No
obstante, no es una prueba ad sustancian, tal como lo reconoció la Corte Constitucional, en sentencia SU-337 de
1999. Para algunos autores, lo que debe demostrarse es que el daño sufrido por el paciente proviene de un
riesgo que debió ser avisado, porque de haberlo sido, el paciente no se habría sometido a ese riesgo y, por lo
tanto, no se hubiera producido el daño. Algún sector de esa doctrina, añade que no hay lugar a la indemnización,
aún cuando el riesgo no consentido se hubiera materializado, cuando el daño sea inferior al que hubiera sufrido el
paciente en el evento de haber rehusado el tratamiento30.
documento por excelencia para instrumentalizar el consentimiento es la
historia clínica.
31 La Corte Constitucional, en sentencia T-477 de 1995 afirmó: lo que se había llamado el consentimiento
informado no era otra cosa que “la tensión constante hacia el porvenir, que le permite al hombre escoger entre
diversas opciones; es la existencia como libertad: tomar en sus manos su propio devenir existencial”.
Por lo tanto, habrá lugar a la indemnización del daño moral causado al
paciente cuando se le somete a un tratamiento o intervención médicos que
implican graves riesgos para su vida o su salud y no se cuenta con su
consentimiento, a pesar de que dicho riesgo no se materialice en un
agravamiento de sus condiciones de su salud, porque, se insiste, el daño que
se causa con esa omisión no es el corporal sino el desconocimiento del
derecho que le asiste a toda persona a disponer libremente de su propia vida
y de su integridad física o mental.
32 En este sentido, CARLOS IGNACIO JARAMILLO. Responsabilidad Civil Médica. La relación médico –
paciente: análisis doctrinal y jurisprudencial. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana, 2002, pág. 228, señala:
“Por nuestra parte, nos identificamos con esta tesis, si por ella ha de entenderse que el débito informativo, no
obstante ser un deber secundario –o instrumental- de conducta galénico (no por ello de menor importancia o
jerarquía) y estar relacionado con el deber céntrico, o sea con la asistencia médica, lato sensu, tiene su propia
fundamentación y estructura, lo que permite que, in concreto, pueda ser apreciado en forma individual y, por
ende, separado de los demás deberes: principal y secundarios. De esta manera, conforme se anticipó, en un
evento determinado podría admitirse que se cumplió con el deber informativo a plenitud, pero se incumplió con el
deber céntrico, por pretermisión de la lex artis ad hoc, o viceversa: que se cumplió con el primario, pero se
incumplió el deber de información”.
34Como ejemplo de la existencia de vínculo de causalidad entre la falta de información y el daño, se cita en la
doctrina la falta de información al paciente que se practicó la vasectomía, del riesgo de fecundación en un lapso
posterior a la intervención.
35 En este sentido, JAIRO CÉSAR GALÁN CORTÉS. Responsabilidad Médica y Consentimiento Informado.
Madrid, Ed. Civitas. 2001, pág. 220. El autor se apoya también en el criterio del tratadista ROGER O. DALCQ.
Traité de la responsabilité Civile. Bruselas, Maison Ferdinand Larcier Éditeurs, 1967. Habría que observar a este
criterio que esos riesgos se toman con el único fin de favorecer las condiciones del paciente y no en beneficio del
médico.
los daños corporales derivados de la materialización de los riesgos típicos de
las intervenciones médicas, porque esa omisión privó al paciente de la
posibilidad de rechazar el tratamiento, es decir, lo privó de la oportunidad de
“optar por someterse o rehusar la intervención médica…, de no resultar
afectado por una intervención que podía aceptar o no”36.
37 FELIPE NAVIA ARROYO. Consentimiento Informado y Responsabilidad Civil Médica. En: Revista de Derecho
Privado No. 11. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2006, pags. 157-170, da las siguientes razones
para considerar equivocada esa solución: “…en primer lugar porque, como acertadamente lo señala JEAN
PENNEAU, se trata de resolver un problema de causalidad en términos de perjuicio. Dicho con otras palabras,
cuando el juez no está seguro de si la culpa médica, técnica o por violación de un deber de humanidad, está
conectada con la agravación del estado de salud, la invalidez o la muerte del paciente, que es el perjuicio que
realmente se causa aquí, pero a la vez también es evidente que hubo una culpa y se intuye, se repite: sin estar
seguros de ello, que ésta contribuyó de alguna manera en el resultado final, debe condenarse al médico a pagar
algo, en el fondo a asumir parte del perjuicio sufrido por el paciente. Más como es evidente que ésta hipótesis,
aún con mayor apoyo en la teoría de la equivalencia de las condiciones, dada la duda sobre la existencia del
vínculo de causalidad, no sería justo condenarlo a indemnizar la totalidad del daño final, se crea una categoría de
perjuicio, la de la pérdida de una oportunidad, para condenarlo a pagar solamente una parte del daño
experimentado por el paciente…una segunda razón para criticar esta tendencia jurisprudencial, es crear una
nueva categoría de perjuicio, la de probabilidad de sanar o de sobrevivir, que simplemente no existe. Y no existe
por la muy simple razón de que el proceso se desarrolló hasta el final; la probabilidad o el chance suponen que
un proceso normal se interrumpa, de modo que no puede saberse si el resultado final se habría dado o no…En
cambio en el caso de pérdida de oportunidad de sobrevivir o de curarse, el proceso se desarrollo en su totalidad,
llegó al final, puesto que se produjo la muerte o el estado de salud del paciente no mejoró…En fin, una tercera
razón para no inclinarse por esta posición sería la de decir que, puesto que toda culpa, aún la más mínima, le
Frente a esta última crítica, podría contrargumentarse, como ya se señaló,
que en los eventos de la falta de consentimiento informado, el daño no lo
constituye el agravamiento de las condiciones del paciente como
consecuencia de la materialización de los riesgos no consentidos, sino el
dolor moral causado por el desconocimiento de su derecho a decidir de
manera autónoma lo que considera mejor para su vida. Por lo tanto, es
innegable que en los eventos de falta de consentimiento informado, existe
relación causal entre la intervención y el daño corporal, pero esa relación es
ajena a la que se presenta entre la falta de consentimiento informado del
paciente y su dolor por sufrir un daño, al aplicársele un tratamiento
terapéutico, en el que estuvo sometido a riesgos que él no consintió y que,
finalmente, pudieron o no materializarse.
hace perder al paciente una oportunidad de curarse o de sobrevivir, habría que condenar sistemáticamente a los
médicos, lo cual no sólo revolucionaría el régimen de responsabilidad médica, sino que tendría efectos negativos
en el ejercicio de la profesión. En conclusión, el problema de relación de causalidad por falta de información debe
resolverse con el dilema equivalencia de las condiciones o causalidad adecuada, y no con la intervención de un
perjuicio imaginario denominado probabilidad de sanar”.
Frente a esta última crítica, vale reiterar que lo que se pierde al no pedir el
consentimiento del paciente para exponerlo a los riesgos de una
intervención, no es la oportunidad de recuperar la salud con la aplicación de
un tratamiento, sino la de que sea el paciente quien decida si prefiere que se
busque ese fin con un tratamiento en el cual los resultados pueden llevarlo a
un estado menos favorable que aquel en el que se encuentra, o si prefiere
esperar a que su salud se restablezca sin intervención médica, o que
simplemente la enfermedad o lesión produzcan por sí mismas sus
resultados.
De ahí que para la Sala es claro que en sub lite medió una manifestación
consciente y libre de la decisión volitiva, que aunque no consta por escrito,
ello no obsta para que tenga plena eficacia jurídica cuando ella aparece de
manera tácita, en tanto ella evidencia no sólo el pleno conocimiento de los
eventuales riesgos a los que se sometía, sino que también se trata de una
voluntad libre, como quiera que de acuerdo con las pruebas evaluadas, la
misma no adolece de vicios.
Por manera que quedó establecido que la entidad desde que comenzó el
prolongado tratamiento con una antelación de más de un año brindó
FALLA