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Van Dulmen.

Los inicios de la Europa moderna (1550-1648) Capitulo 4, el primitivo estado


moderno y la crisis del siglo xvii

B. Las revueltas de comienzos de la edad moderna y la crisis del siglo XVII.

La amenaza a la seguridad de la vida material que suponían las cargas tributarias, la abolición
de la caridad, etc., así como la amenaza a la autonomía política que suponía la supresión de
derechos y libertades políticos y sociales de los estamentos y súbditos no fueron aceptados
fácilmente, sobre todo teniendo en cuenta que desde finales del siglo XVI la nobleza, la
burguesía y el campesinado, de diferente forma, pero constantemente, habían aumentado su
nivel de bienestar y libertad.

Los motivos y orígenes de las rebeliones fueron muy diversos y persiguieron diferentes
objetivos políticos e intereses sociales – fueron desde la reducción de impuestos hasta la
instauración de repúblicas independientes- y alcanzaron una intensidad, una calidad y un peso
político muy diferentes, pero todas estuvieron relacionadas con la defensa de los antiguos, o
recién conseguidos, derechos y privilegios, las formas de vida tradicionales, la independencia
política y la cultura estamental, amenazados por la represión del sistema absolutista.

Los movimientos de oposición estamental (de la nobleza) coincidieron no pocas veces, como
en Francia, Alemania, los países bajos e Inglaterra, con movimientos reformadores religiosos y
al contrario, también de movimientos eclesiásticos-religiosos, precisamente por la
interpretación política de las libertades religiosas, alcanzaron relevancia desde el punto de
vista político absolutista.

El impulso vino mucho más, en todas partes, de una voluntad de independencia estamental
anti absolutista, sin duda marcada y deformada por intereses de clase, de una voluntad de
autonomía y libertad estamental y en parte burguesa radicalizada bajo la presión de la
centralización del poder real, pero apenas relacionada con los intereses de la economía de
mercado. La voluntad de autonomía anti absolutista podía tomar diversas formas políticas y
como regionalismo de comienzos de la edad moderna representa un fenómeno de nuevo tipo.

Clasificar los levantamientos populares como movimientos anti modernos es tan injusto con
los intereses de los rebeldes como juzgar la calidad de un programa político por el éxito o
fracaso de dicho programa. La vía absolutista era vista como la única y verdadera vía para la
transformación del poderío feudal.

VI. La guerra de liberación de los países bajos.

Describir de forma unificada la guerra de liberación de los países bajos contra la dominación
española es especialmente difícil, porque ni se trató de un levantamiento único, sino de una
serie de revueltas diferentes, ni hubo un representante único de la resistencia, ya que tanto la
nobleza como la burguesía participaron por igual.

La definición del levantamiento como un levantamiento popular, como una guerra de rebelión
o como una revolución burguesa, en el sentido de una lucha del pueblo por su libertad política,
como una victoria de la reforma calvinista sobre el catolicismo español o como una superación
del poderío feudal por una incipiente burguesía, no capta la intención ni el resultado del
levantamiento. Fue esencialmente el levantamiento de un sector dirigente, compuesto por los
nobles y burgueses de la región y apoyado por el pueblo y los calvinistas, contra el
sometimiento al absolutismo español, en el que influyeron tanto las crisis sociales como
económicas, del mismo modo que las implicaciones internaciones determinaron en gran
medida tanto la marcha como el éxito del conflicto.

Los países bajos eran una de las zonas más pobladas de Europa con una floreciente industria
textil, una productiva red comercial internacional y prosperas ciudades. Pero la mayoría de la
población era pobre; la riqueza se acumulaba sobre todo en un sector relativamente pequeño
de patricios, comerciantes, nobles y grandes campesinos que también tenían en sus manos
todo el poder político de sus respectivas regiones. Las transformaciones económicas tanto en
la agricultura como en la industria, la insatisfacción social en las capas inferiores y en la baja
nobleza, que padecían las consecuencias de la elevada inflación, así como la implantación de la
Reforma, que se había extendido por el norte y el sur, había producido conflictos ya antes del
levantamiento.

Cuando Felipe II, como sucesor de Carlos V en 1555, intento establecer un régimen más
riguroso, estaciono soldados españoles y como continuación de la lucha contra la Reforma,
emprendió una reorganización de la Iglesia, reforzó el control e intensifico la persecución de
herejes por medio de la inquisición, por una parte, para someter la iglesia al Estado y por otra
para eliminar junto con el movimiento protestante también el humanismo de los países bajos.

El levantamiento comenzaría con una protesta de los estamentos dirigidos por la nobleza en
1564, El rey se vio obligado a retirar sus tropas y a ordenar el regreso de su representante, el
cardenal Granvella. La dirección de esta primera resistencia contra la centralización por parte
de la administración española fue llevada a cabo por la alta nobleza. Fue una oposición
estamental típica, con una débil cohesión, contra la política absolutista de un soberano
extranjero que en última instancia todavía podía contar con la lealtad de la nobleza de los
países bajos.

La nobleza creía haber restablecido con su protesta la situación anterior, pero entonces,
independientemente de ella, los predicadores calvinistas y los miembros de la baja nobleza
comenzaron a protestar contra la inquisición, los edictos religiosos y a abogar por la
convocatoria de los estados generales, sobre todo en Flandes y Brabante. Los resultados
fueron, en 1566, destrozos de las imágenes y saqueos de iglesias católicas con el
consentimiento de las autoridades locales. La oposición de la nobleza moderada, afectada por
estos sucesos, se derrumbó y la nobleza amante del orden cerro nuevamente filas alrededor
de la regente.

La introducción de un nuevo impuesto (la alcabala) fue considerada por los habitantes de los
países bajos como la intervención más irritante, ya que fue acordada sin su consentimiento, y
su recaudación seria destinada al mantenimiento de las tropas. A pesar del régimen de terror
que se implanto, la oposición no se derrumbó, sino todo lo contrario, ya que, por encima de
todas las contradicciones, la nobleza feudal, los patricios y los calvinistas opondrían por
primera (…) una resistencia común, aunque con diferentes objetivos.

Para el posterior desarrollo de la segunda fase de la rebelión, fue decisiva la ocupación de


puertos. (…) Desde las zonas poco accesibles de la costa holandesa se podía instigar, con el
apoyo de la población de las ciudades, un levantamiento en todas las provincias.

Con la concentración de la resistencia en las provincias del norte se produjo, junto al


reforzamiento de las fuerzas calvinistas, un cambio significativo: de acuerdo con la estructura
social de esas provincias, la clase dominante ya no sería la alta nobleza, que además había sido
diezmada por las tropas del duque de Alba, sino la burguesía urbana.
El levantamiento de los países bajos englobo un gran número de protestas y acciones de
resistencia, recubiertas por un movimiento de renovación religiosa y una guerra de liberación
nacional, lo que les proporcionaba un sentido de actuación unificado. A pesar de que el
calvinismo tuvo una importancia decisiva desde la primera iconolatría, pasando por su
organización presbiteriana que proporciono a la resistencia un respaldo institucional, hasta su
agitación antiespañola, iniciada en el sur y desarrollada más tarde en el norte (…), finalmente
los calvinistas en la etapa decisiva de lucha, se quedaron en una minoría religiosa. Sus
propuestas políticas no fueron aceptadas por la baja nobleza ni por los magistrados
municipales, para lo que no se trató jamás de la instauración de un sistema calvinista de poder.

VII. Levantamientos populares y revoluciones del siglo XVII.

El tiempo transcurrido entre 1550 y 1660 fue la edad de oro para las acciones de resistencia y
protesta, sobre todo campesinas, pero también burguesas y aristocráticas, que en no pocos
casos se transformaron en revueltas y levantamientos regionales o locales. Aun cuando en la
mayoría de los casos solo se puedan explicar a partir de las condiciones y las coyunturas
locales las rebeliones siguen de forma dominante el “modelo de una conciencia autónoma”
sublevada contra la presión del Estado. Esta presión cada vez mayor, unida a la amenaza y la
supresión de viejos derechos y privilegios impulso a ciertos sectores de la población a
emprender acciones que no había sido ni serian conocidas después en esta forma y con esta
frecuencia.

En estas revueltas no solo apareció un nuevo modelo de movimiento subversivo, sino también
nuevas formas de desarrollo de los conflictos, que respondían a la nueva situación social
existente desde principios del siglo XVI. En lugar de objetivos “utópicos” se impusieron
exigencias pragmáticas que apenas afectaban al fundamento de la sociedad.

Levantamientos populares.

Los mejores analizados hasta ahora son los franceses, que representan la otra cara de la
moneda del “brillante” ascenso del absolutismo. El primer gran levantamiento campesino de
Pitaut en 1568 en Guyena está considerado como el prototipo de las posteriores agitaciones.
Se extendió de forma rápida y espontánea, llegando incluso a Burdeos. A pesar de estar
sustentado predominantemente por campesinos (…) reunió a todos los descontentos sin
diferencias de procedencia, sobre todo clérigos, aunque también hubo nobles que por lo
menos aprobaron el levantamiento.

La protesta era en favor de la supresión de los privilegios locales, en relación con el impuesto
sobre la sal. Se dirigía menos contra el rey como tal, del que por el contrario se esperaba
siempre justicia, que, contra el cada vez más fuerte aparato del Estado, personificado en los
recaudadores de impuestos nobles y burgueses.

Una nueva resistencia la formarían los croquants en 1593 – 95 en el Perigord y el Lemosín. Los
campesinos de estas zonas acostumbraban desde hacía tiempo a reunirse por parroquias y así
defenderse de ladrones y soldados. Tampoco ellos eran contrarios al rey, sino que se oponían
sobre todo a la explotación por parte del Estado o sea los impuestos.

La protesta se dirigía contra los recaudadores regionales y sobre todo contra su rudo
comportamiento con la población campesina, así como contra sus adquisiciones de terrenos y
maniobras especulativas que llevarían a la ruina a muchas familias.
No solo campesinos sino gente de las capas más bajas de los tres estamentos formaron una
“contra sociedad” que luchaba por la justicia y la libertad. En primer lugar, apuntaba contra los
impuestos, pero su protesta llevaba implícita la condena de la burocracia. Lo que se pretendía
en ultimo termino era la reinstauración de la autonomía local y regional, o sea la
independencia de Perigord.

El pueblo quería conservar los viejos derechos y la solidaridad de las parroquias, porque estas
le garantizaban la seguridad y el sustento. No se reivindicaban metas “progresistas”; por otra
parte, apenas existía la posibilidad de frenar el desarrollo del aparato administrativo del
Estado. Decir por ello que el movimiento popular era anti moderno y no respondía a las
necesidades de su tiempo es no reconocer la justicia de las reivindicaciones campesinas de
libertad.

Revueltas y revoluciones de mediados del siglo XVII.

La mayor ola de levantamientos a la vez que la extensa y efectiva hasta el final del antiguo
régimen, fue la que vivió Europa a mediados del siglo XVII. Ya no se trataba de levantamientos
populares locales o regionales contra la política fiscal del Estado, en los que ciertamente
desempeñaba un papel el sueño de una autonomía campesina, pero en los que no se
elaboraban programas políticos alternativas, sino de revueltas y revoluciones de toda una zona
o un país contra un poder extranjero o contra un poder nacional que intentaba erigirse en
gobierno absolutista.

Cierto que se siguieron movilizando también fuerzas campesinas y ciudadanas, pero ahora
serían los estamentos los que llevaran la iniciativa, sobre todo la nobleza, que o bien pretendía
ser políticamente independiente, como el caso de la monarquía española, o trataba de
transformar el sistema establecido en una república estamental. En parte fueron
levantamientos regionales. Las causas y los orígenes fueron diferentes en todas partes.

Desde principios del siglo XVII el poder de la monarquía española había disminuido. La pérdida
de los envíos de plata de ultramar y la intervención en la guerra de los treinta años exigían un
esfuerzo demasiado grande para Castilla, y los Estados ibéricos que habían soportado durante
mucho tiempo las violaciones permanentes de sus autonomías regionales, se tomaron la
venganza. Las relaciones entre Cataluña y España eran tensas ya desde hacía tiempo y cuando
España solicito ayuda militar para su guerra con Francia en 1635, las cortes catalanas se la
negaron.

Después de duros enfrentamientos entre los soldados y la población, así como la detención de
un representante regional, estallo un levantamiento en mayo de 1640 que rápidamente se
extendió por toda Cataluña, en el que tomaron parte fuerzas del campo y de la ciudad, así
como de las cortes.

Un tercer foco de resistencia fue el reino de Nápoles, y Sicilia, que desde finales del siglo XVI
conoció fuertes rebeliones campesinas relacionadas con la durísima crisis agraria. (…) en
Nápoles se produjeron acontecimientos espectaculares. Las fuertes cargar tributarias de las
clases inferiores y las diferencias entre la nobleza y el pueblo condujeron, en años de fuerte
crisis y hambre.

El mayor reto del continente fue el vivido por el gobierno francés. La guerra de los treinta años
con sus cargas financieras, las frías relaciones de Mazarino con los nobles y los estamentos y la
dura represión popular habían suscitado una insatisfacción social en todo el país, desde los
nobles hasta el pueblo, que en 1648 -49 se transformaría en una amenaza para la unidad del
país como no se conocía desde las guerras religiosas del siglo XVI. Estuvo a punto de conducir,
como en Inglaterra, al derrocamiento de la monarquía.

En todas las rebeliones, los grupos tradicionales, los campesinos, los burgueses y los nobles se
opusieron a la represión de su autonomía. El hecho de que esos grupos no llegara a un
programa unificado o a una acción conjunta se debió por un lado a los intereses particulares de
los nobles, a los que no interesaba el destino de los campesinos o los ciudadanos y de ningún
modo querían que su situación cambiase, y por otro a la burguesía que se había enriquecido
con el desarrollo de la economía de mercado y en la que solo había una pequeña tendencia en
favor de la monarquía “constitucional” pero que finalmente, para el reforzamiento de su
posición entre el pueblo y la nobleza, vio con buenos ojos la aparición de un reino fuerte. La
burguesía y la nobleza no tenían intereses políticos comunes en Francia, al contrario que en
Inglaterra.

Las revueltas y revoluciones de mediados del siglo XVII, en las que el número creciente de
levantamientos populares, tumultos urbanos y frondas de la nobleza alcanzo un punto
culminante, no solo se explican por la estructura económica y política de los países afectados.

En primero lugar, hay que subrayar la presión fiscal cada vez mayor del primitivo Estado
moderno, ocasionada tanto por los enormes gastos del mantenimiento de la corte como por la
intervención en la guerra de los treinta años, que alcanzo tales proporciones que los
campesinos, los burgueses y la nobleza, a pesar de estar agravados de forma diferente, ya no
pudieron soportarlos.

Más decisiva que la presión fiscal (…) fue la amenaza o supresión de la autonomía regional por
parte del Estado burocrático centralizado, no pocas veces unida a aquella. Lucharon regiones
enteras a las que se pretendía suprimir su administración y su justicia, así como comunidades
campesinas o urbanas.

XVIII. La revolución inglesa: crisis de Estado o Revolución burguesa.

Las revoluciones de 1648 y 1789 no fueron revoluciones inglesas y francesas; fueron


revoluciones de tipo europeo. No representaban el triunfo de una determinada clase de la
sociedad sobre el viejo orden político; eran la proclamación de un régimen político para la
nueva sociedad europea. La revolución inglesa perteneció de hecho a las grandes revoluciones
que contribuyeron a la aparición del mundo moderno. Su valoración, a pesar de las intensas
investigaciones realizadas, sigue siendo controvertida. Por grande que sea la importancia de
los hechos socioeconómicos, así como de los enfrentamientos religiosos que tuvieron lugar en
la revolución, su definición como puritana o burguesa resulta poco útil para distinguirla de
otros movimientos revolucionarios.

Al principio se trató de un conflicto más bien estamental, pero con el estallido de 1640 la
revolución adquirió una dinámica propia que no se puede explicar por sus comienzos o, lo que
es lo mismo, por los antecedentes. Tuvo sin duda algunos puntos en común con los
enfrentamientos que se estaban produciendo en el continente y que habían surgido también
por la represión de la autonomía estamental o regional, pero solamente la revolución inglesa
consiguió derrocar a la monarquía, proclamar una república sobre la base de la soberanía del
parlamento.
La singularidad de la revolución inglesa solamente se puede comprender en el contexto de una
compleja situación sociopolítica que se remonta al siglo XVI y se diferencia inequívocamente
de los países continentales.

Inglaterra poseía una nobleza privilegiada que, al igual que la continental, poseía extensos
derechos políticos, sobre todo en el campo. Esta nobleza no se retiró a la vida feudal, sino que,
por el contrario, se abrió a las diversas actividades “burguesas” incluyendo la educación, ni se
aisló de la burguesía londinense. La fuerza de la nobleza inglesa era su relativa independencia
del rey y su parcial comunidad de intereses con la burguesía. Las nuevas relaciones de
propiedad y la necesidad de dinero había ya “nivelado” fuertemente a la sociedad inglesa.

En contrario que en el continente, en Inglaterra se había impuesto finalmente un sistema


religioso o eclesiástico que debido a sus contradicciones se transformaría en una fuerza
dinámica de la revolución. La reforma trajo consigo, por un lado, con el anglicanismo, una
nueva iglesia jerárquica exclusivamente sometida a la corona, y por otro, un movimiento
puritano de protesta y reforma que intervino intensamente en la vida práctica, insistiendo en
la conciencia de los individuos y favoreciendo con ello un pluralismo de creencias religiosas
que no permitió la separación de política y religión.

La revolución inglesa fue el producto de un complejo desarrollo en el cual confluyeron el


cambio social, la radicalización religiosa y una crisis del Estado. Inglaterra estaba sometida,
como hemos dicho, a un importante cambio social que afectaba del mismo modo al campo y a
la ciudad. La expansión económica del siglo XVI y la consiguiente crisis del siglo XVII habían
agudizado las contradicciones entre pobres y ricos y minado el orden feudal.

En la revolución se jugó más que la solución de unos problemas constitucionales: al principio


fue la autonomía política de los estamentos y más tarde la emancipación del “pueblo”.
Mientras la monarquía respeto los derechos y privilegios de las clases dirigentes del país,
unidas en el parlamento, la fuerte posición del rey ingles fue inatacable.

IX. La guerra de los treinta años y la crisis del siglo XVII.

La guerra de los treinta años no representa ciertamente un momento decisivo en la historia


alemana, pero si un periodo significativo de esta, y por encima de ello, en el desarrollo político
y socio-económico de Europa. Mientras que la revolución inglesa trajo consigo la
transformación del reino en una república y en Francia la victoria sobre la Fronda reforzó la
monarquía absolutista, la guerra de los treinta años acelero y marco la transformación de los
estados imperiales en Estados independientes y con ello sentó las bases de un nuevo sistema
de Estados en Europa.

La guerra de los treinta años, no se quedó en una cuestión interna alemana entre el
emperador y los Estados imperiales, en la que se vieron necesariamente involucradas otras
potencias, sino que desde su comienzo fue un conflicto de dimensiones europeas. Todos los
Estados intervinieron de forma directa o indirecta, no solo para aprovecharse de la
confrontación “alemana” sino debido a que en la guerra de los treinta años culminaron varios
conflictos internacionales.

Lo que dio a la guerra su dureza, su duración y sus consecuencias sociales fue el potencial
conflicto sociopolítico que se deducía de la confrontación de dos “concepciones sociales”
diferentes. Se trataba de la reafirmación de las libertades estamentales frente a las
aspiraciones absolutistas, pero también se trataba de la relación entre el emperador y los
Estados Imperiales. En ese sentido la guerra de los treinta años culmino, del mismo modo que
la revolución inglesa, en un conflicto entre la sociedad estamental y la monarquía absoluta.

Por otro lado, se trataba también de la expansión de la base económica de los primitivos
Estados modernos en un momento en que la crisis del siglo XVII provocaba un endurecimiento
del conflicto tanto entre el pueblo y la nobleza como, sobre todo, en el seno de las mismas
clases dirigentes, motivado por el reparto de unos recursos cada vez más mermados.

La guerra de los treinta años fue pues un conflicto político que surgió de las contradicciones de
la complicada situación socioeconómica.

Las consecuencias económicas, sociales y culturales de la guerra de los treinta años fueron
desoladores para Alemania. Zonas enteras quedaron destruidas y el retroceso demográfico no
sería recuperado hasta el siglo XVIII. Sobre todo, sufrieron los campesinos, pero también los
habitantes de las ciudades, a pesar de que los escenarios de la guerra cambiaron con muchas
veces.

Pero la miseria no estuvo motivada solamente por las consecuencias inmediatas de la guerra,
sino también por las contribuciones arrancadas por medio de la violencia, los saqueos llevados
a cabo por los soldados que no habían cobrado sus pagas y la explotación fiscal por parte de
los Estados participantes en la contienda.

La guerra de los treinta años impidió el desarrollo de muchos movimientos culturales, pero la
llamada pobreza espiritual de Alemania en el siglo XVII no fue tampoco una consecuencia
inmediata de la guerra. Al contrario, mientras que precisamente en la segunda mitad del siglo
XVI la vida intelectual parecía paralizarse bajo la presión de los enfrentamientos entre la
reforma y la contrarreforma, durante la guerra el arte, la literatura y las ciencias alemanas
conocieron un periodo de considerable florecimiento.

Así pues, la guerra de los treinta años no representa una ruptura ni en el desarrollo cultural y
económico, ni en el estatal y político. Procesos cuyos comienzos se remontan al siglo XVI
conocieron como máximo un endurecimiento, por ejemplo, la secularización de la política y el
Estado, los esfuerzos de los territorios alemanes por independizarse de la supremacía del
emperador y la hegemonía francesa a costa de España.

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