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ECONOMÍA POLÍTICA

FACULTAD DE ECONOMÍA

TEMA:
LA GRAN TRANSFORMACIÓN DE KARL POLANYI (Critica del liberalismo económico) -CAPÍTULOS
I. La paz de los cien años
II. Años veinte conservadores, años treinta revolucionarios

CATEDRATICO:
DR. LÓPEZ BALBIN, YOFRE

ESTUDIANTE:
BALDEON NUÑEZ ,ALASIA

SEMESTRE:
IV A
GRUPO:
8.1
P R I M E R A PA RT E - E L S I S T E M A I N T E R N A C I O N A L

LA PAZ DE LOS CIEN AÑOS


Este libro trata de los orígenes políticos y económicos de este suceso así como de la gran transformación que ha provocado.
La civilización del siglo XIX se asentaba sobre cuatro instituciones.
La primera era el sistema de equilibrio entre las grandes potencias.
La tercera el mercado autorregulador.
La segunda fue el patrón-oro internacional.
La cuarta, fue el Estado liberal.
Podemos agrupar estas instituciones señalando que dos de ellas eran económicas y dos políticas. Si adoptamos otro criterio de
clasificación nos encontramos con que dos eran nacionales y dos internacionales.
Empezaremos por tratar el derrumbamiento del sistema internacional. Intentaremos mostrar que el sistema de equilibrio entre
potencias no podía asegurar la paz una vez desestabilizada la economía mundial sobre la que este sistema se asentaba. Esto
explica el carácter brusco de la ruptura y la inconcebible rapidez de la descomposición.
No emprende un trabajo histórico. Lo que investigama no es una secuencia convincente de sucesos relevantes, sino una
explicación de su tendencia en función de las instituciones humanas.
Es justamente su nacimiento lo que hizo posible la formación de una civilización particular. El patrón-oro fue pura y
simplemente una tentativa para extender al ámbito internacional el sistema del mercado interior
MODERNIZACION Y MERCADOS DE TRABAJO

El patrón-oro fue pura y simplemente una tentativa para extender al ámbito internacional el sistema del mercado
interior; el sistema de equilibrio entre las potencias fue a su vez una superestructura edificada sobre el patrón-oro
que funcionaba, en parte, gracias a él; y el Estado liberal fue, por su parte, una creación del mercado
autorregulador.
La tesis defendida aquí es que la idea de un mercado que se regula a sí mismo era una idea puramente utópica.
Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de
la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto. Inevitablemente la sociedad
adoptó medidas para protegerse, pero todas ellas comprometían la autorregulación del mercado, desorganizaban
la vida industrial y exponían así a la sociedad a otros peligros. Justamente este dilema obligó al sistema de
mercado a seguir en su desarrollo un determinado rumbo y acabó por romper la organización social que estaba
basada en él.
Las civilizaciones, como la vida misma, nacen de la interacción de un gran número de factores independientes
que, por regla general, no pueden reducirse a instituciones claramente definidas.Lo que investigamos no es una
secuencia convincente de sucesos relevantes, sino una explicación de su tendencia en función de las instituciones
humanas.
EQUILIBRIO ENTRE LAS GRANDES POTENCIAS
Este equilibrio normalmente obtiene un resultado completamente diferente, es decir, la supervivencia de cada
una de las potencias implicadas. De hecho este juego de fuerzas se asienta en el postulado según el cual tres
unidades o más, capaces de ejercer poder, se comportarán siempre de modo que se combine el poder de las
unidades más débiles contra el crecimiento de poder de la unidad más fuerte. En el territorio de la historia
universal el equilibrio entre potencias afectaba a los Estados, en la medida en que contribuía a mantener su
independencia. Este fin no se conseguía, sin embargo, más que a través de una guerra continua entre
asociados cambiantes.Los intereses, sin embargo, al igual que las intenciones, se quedan en un plano
necesariamente platónico si ciertos resortes sociales no los retraducen al ámbito político.Si exceptuamos la
guerra de Crimea acontecimiento más o menos colonial Inglaterra, Francia, Prusia, Austria, Italia y Rusia no
entraron en guerra entre ellas más que dieciocho meses en total. Si consideramos los dos siglos precedentes
se obtiene para cada país una media de sesenta o setenta años de guerras importantes. Pero incluso la más
feroz de las conflagraciones del siglo XIX, la guerra entre Francia y Prusia, de 1870-71, finalizó en menos de
un año cuando la nación vencida entregó una suma insólita a título de indemnización, y ello sin que las
monedas afectadas sufriesen ningún cambio.Este triunfo del pacifismo no excluye sin duda la existencia de
graves motivos de conflicto. Esta gran parada pacífica ha estado acompañada de cambios casi continuos en la
situación interior y exterior de las naciones poderosas y de los grandes imperios.
En el siglo XIX, el mismo mecanismo condujo más bien a la paz que a la guerra, lo que plantea un problema
que supone un desafío para el historiador.
Adelantemos que el factor que supuso una innovación radical fue la aparición de un partido de la paz muy
activo. Tradicionalmente un grupo de este tipo era considerado algo extraño al sistema estatal. La paz, con sus
consecuencias para las artes y los oficios, era valorada habitualmente como algo equivalente a los simples
ornamentos de la vida. La Iglesia podía rezar por la paz del mismo modo que lo hacía por una abundante
cosecha, pero en lo que se refiere a la acción del Estado, éste no dejaba de sostener la intervención armada.
Los gobiernos subordinaban la paz a la seguridad y a la soberanía.
Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII Juan Jacobo Rousseau arremetía contra los negociantes por su falta
de patriotismo, ya que los consideraba sospechosos de preferir la paz a la libertad.
Después de 1815 el cambio fue rápido y completo. Los alborotos de la Revolución francesa reforzaron la marea
ascendente de la Revolución industrial para hacer del comercio pacífico un objetivo de interés universal. 
La Iglesia y el trono emprenden la desnacionalización de Europa.  Durante casi un tercio de siglo la Santa
Alianza proporcionó así la fuerza coercitiva y la impulsión ideológica necesaria para una política de paz activa.
Sus ejércitos recorrían Europa reprimiendo a las minorías y yugulando a las mayorías.
Los intereses, sin embargo, al igual que las intenciones, se quedan en un plano necesariamente platónico
si ciertos resortes sociales no los retraducen al ámbito político. Aparentemente faltaba este instrumento de
transformación.
La Santa Alianza y el Concierto europeo no eran, en última instancia, más que simples asociaciones de
Estados soberanos independientes; dependían pues del equilibrio entre las potencias y de sus mecanismos
de guerra.
¿Cómo preservar entonces la paz? Parece claro que todo sistema de equilibrio entre las potencias implica
una tendencia a impedir aquellas guerras que nacen de la incapacidad de una determinada nación para
prever el realineamiento entre las potencias que se produciría como consecuencia de su tentativa para
modificar el statu quo.
También aconteció que cuando el futuro de pequeñas potencias estaba en juego se evitaron guerras
suprimiendo deliberadamente las causas.
Las pequeñas naciones eran mantenidas a raya con mano férrea y se les impedía alterar el statu quo
cuando esto podía precipitar la guerra.
Pero, a pesar de los ajustes oportunos de las relaciones de fuerza, y a pesar de la aceptación impuesta a
los pequeños Estados de la maciza paz de los Cien Años, se estaba lejos de la prevención puntual de
las guerras. El desequilibrio internacional podía presentarse por innumerables causas desde un
conflicto de amor dinástico hasta la canalización de un río, desde una controversia teológica hasta una
invención técnica. El simple incremento de la riqueza y de la población o, llegado el caso, su simple
disminución, podía desestabilizar a las fuerzas políticas y el equilibrio exterior reflejaba
invariablemente el equilibrio interior. 
 Es un hecho generalmente admitido que, para asegurar la paz hay que eliminar las causas de la guerra,
pero con frecuencia se olvida que para conseguir esto es preciso disponer del flujo de la vida en su
origen mismo.
La Santa Alianza encontró el medio de lograrlo con la ayuda de instrumentos propios. Las jerarquías
de la sangre y de la gracia se unieron convirtiéndose en un instrumento de gobierno local eficaz que
únicamente precisaba del apoyo de la fuerza para garantizar la paz continental. Hasta el presente no se
ha realizado una investigación global sobre la naturaleza de la banca internacional en el siglo XIX, por
lo que apenas esta misteriosa institución surge del claroscuro de la mitología político económica.
El equilibrio de potencias como sistema había desaparecido a partir de ese momento; su
mecanismo había cesado de funcionar, pues solamente se mantenían con fuerza dos grupos de
potencias: ya no existía un tercer grupo para unirse con uno de los otros dos con el fin de frenar a
aquél que, cualquiera que fuese, pretendiese incrementar su poder.
Por la misma época los síntomas de la disolución de las formas existentes de la economía mundial
la rivalidad colonial y la competencia por los mercados exóticos adquirieron una forma aguda. Las
altas finanzas perdían rápidamente su capacidad de evitar que las guerras se extendiesen.
La paz se mantuvo a duras penas todavía durante siete años, pero el fin de la paz de los Cien Años,
provocado por la desintegración de la organización económica del siglo XIX, ya no fue más que
una cuestión de tiempo.
Si aceptamos los hechos, tal y como han sido descritos hasta aquí, la verdadera naturaleza de la
organización económica extraordinariamente artificial, sobre la que reposaba la paz, se convierte
entonces en algo de la máxima importancia para el historiador.
CAPÍTULO II
A Ñ O S V E I N T E C O N S E RVA D O R E S , A Ñ O S T R E I N TA R E V O L U C I O N A R I O S

El derrumbamiento del patrón-oro internacional constituyó el lazo invisible de unión entre la desintegración de
la economía mundial a comienzos del siglo XX y la transformación radical de una civilización que se operó a
lo largo de los años treinta. Si no se tiene conciencia de la importancia vital de este factor, resulta imposible
tener una visión adecuada del mecanismo que condujo a Europa directamente a su ruina y de las condiciones
que explican por qué cosa verdaderamente pasmosa las formas y el contenido de una civilización tenían que
basarse en unos pilares tan frágiles. Incluso cuando la catástrofe les había ya alcanzado, los dirigentes
únicamente vieron, tras el derrumbamiento del sistema internacional, una larga evolución que, en el seno de los
países más avanzados, había vuelto a un sistema anacrónico. En otros términos, eran incapaces de entender
entonces el fracaso de la economía de mercado. La disolución del sistema económico mundial, que había
comenzado hacia 1900, era la causa de la tensión política que desembocó en la explosión de 1914. La salida de
la guerra y los Tratados, al eliminar la concurrencia alemana, atenuaron superficialmente esta tensión, al mismo
tiempo que agravaron las causas y, en consecuencia, acrecentaron inmensamente las dificultades políticas y
económicas para mantener la paz. La única solución viable al problema candente de la paz la restauración del
sistema de equilibrio entre las potencias estaba por tanto al margen de las soluciones posibles; tanto era así que
el público no comprendía cuál era el verdadero objetivo de los hombres de Estado más constructivos de los
años veinte, ni tampoco que se continuase viviendo en un estado de confusión casi indescriptible. 
Nuestra tesis es que la causa fundamental de la crisis fue la amenaza del derrumbamiento del sistema económico
internacional. Este, desde principios de siglo, había funcionado esporádicamente ya que la Gran Guerra y los Tratados
habían contribuido a consumar su ruina.
Ha sido preciso que se produjese el fracaso del sistema internacional bajo el que vivimos para que pudiésemos captar
su verdadera naturaleza.
Casi nadie comprendía la función política del sistema monetario internacional, y su terrorífica transformación
repentina cogió a todo el mundo por sorpresa. Esto explica que los países democráticos hayan sido los últimos en darse
cuenta de la verdadera naturaleza de la catástrofe y los más lentos a la hora de combatir sus efectos. Incluso cuando la
catástrofe les había ya alcanzado, los dirigentes únicamente vieron, tras el derrumbamiento del sistema internacional,
una larga evolución que, en el seno de los países más avanzados, había vuelto a un sistema anacrónico. Los Tratados
mostraban, desde el punto de vista político, una contradicción fatal.
Mediante el desarme unilateral de las naciones vencidas hacían inviable toda posible reconstrucción del sistema de
equilibrio entre las potencias, ya que el poder es una condición indispensable para un sistema de este tipo.
Todo lo dicho nos conduce a formular la tesis que trataremos de probar: los orígenes del cataclismo,
que conoció su cénit en la Segunda Guerra mundial, residen en el proyecto utópico del liberalismo
económico consistente en crear un sistema de mercado autorregulador. Esta tesis permite, a mi juicio,
delimitar y comprender ese sistema de poderes casi míticos que supone, ni más ni menos, el equilibrio
entre las potencias, el patrón-oro y el Estado Liberal; en suma, esos pilares fundamentales de la
civilización del siglo XIX, se erigían todos sobre el mismo basamento, adoptaban, en definitiva, la
forma que les proporcionaba una única matriz común: el mercado autorregulador.
El sistema de mercado autorregulador deriva exclusivamente de este principio.
El siglo XIX, y nunca se insistirá demasiado en ello, fue el siglo de Inglaterra. La Revolución
industrial fue un suceso inglés. La economía de mercado, el librecambio y el patrón-oro fueron
invenciones inglesas. En los años veinte estas instituciones se vinieron abajo en todas partes en
Alemania, en Italia o en Austria las cosas fueron simplemente más políticas y más dramáticas. Pero
cualesquiera que hayan sido el decorado y el grado de temperatura de los episodios finales, es en
Inglaterra, el país natal de la Revolución industrial, en donde hay que estudiar los factores de larga
duración que han causado el derrumbe de esta civilización.
 
BIBLIOGRAFÍA

TITULO: LA GRAN TRANSFORMACIÓN Critica del liberalismo económico


AUTOR: KARL POLANYI
AÑO DE PUBLICACION:1947
VOLUMEN DE EDICIÓN: 1era edición
EDITORIAL: Quipu Editorial
Título original: THE GREAT TRANSFORMATION

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