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TESTIMONIOS DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL IES MARE NOSTRUM 2018-19

Historia del Mundo Contemporáneo

LA VIDA EN LAS TRINCHERAS


Estrechas líneas excavadas en el terreno, y separadas a veces tan sólo unos pocos
metros de los enemigos, las trincheras albergaban a los combatientes de primera
línea. Sus ocupantes tenían que soportar no sólo las balas y bombas enemigas, sino
además el intenso frío y la humedad que les deparaban el fango y el cielo raso entre
los que se hallaban sepultados. Los únicos refugios de los que disponían eran
cubículos subterráneos semejantes a las galerías de las minas. Una segunda línea de
trincheras albergaba los puestos de mando, de socorro y de radio, y se comunicaba
con la primera línea a través de estrechas galerías transversales, por las que el tráfico
de hombres y municiones era incesante. Ante enemigos tan bien fortificados, tras las
líneas de alambre de espino y sacos de arena que protegían las trincheras, los
ataques eran prácticamente suicidas. Las oleadas de soldados que emergían de
trincheras para intentar la conquista de las enemigas eran sucesivamente barridas por
el fuego contrario.
Mateo Mendez “La Primera Guerra Mundial” Akal.

CARTA DE UN SOLDADO FRANCÉS EN VERDÚM


Esos tres días pasados encogidos en la tierra, sin beber ni comer: los quejidos de los
heridos, luego el ataque entre los boches [alemanes] y nosotros. Después, al fin, paran
las quejas; y los obuses, que nos destrozan los nervios y nos apestan, no nos dan
tregua alguna, y las terribles horas que se pasan con la máscara y las gafas en el
rostro, ¡los ojos lloran y se escupe sangre!, después los oficiales que se van para
siempre; noticias fúnebres que se transmiten de boca en boca en el agujero; y las
órdenes dadas en voz alta a 50 metros de nosotros; todos de pie; luego el trabajo con
el pico bajo las terribles balas y el horrible ta-ta-ta de las ametralladoras.
www.temporamagazine.com

CARTA DE UN SOLDADO BRITÁNICO


Cariño mío, ahora, si no hay problemas, vas a saber todo acerca de lo que ocurre
aquí. Sé que te llevarás una gran sorpresa cuando te llegue esta carta... ¡Si alguna
autoridad la ve! f..] Quizá te guste saber cómo está el ánimo de los hombres aquí. Bien
la verdad es que (y como te dije antes, me fusilarán si alguien de importancia pilla esta
misiva) todo el mundo está totalmente harto y a ninguno le queda nada de lo que se
conoce como patriotismo. A nadie le importa un rábano si Alemania tiene Alsacia,
Bélgica o Francia. Lo único que quiere todo el mundo es acabar con esto de una vez e

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irse a casa. Esta es honestamente la verdad, y cualquiera que haya estado en los
últimos meses te dirá lo mismo.
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EL HORROR DE LA GUERRA
Muchos veteranos de esta guerra han hablado de lo que recuerdan de los heridos.
Pero lo que causó una impresión tan profunda como ésta, fue otro aspecto del
conflicto, menos frecuente: la presencia constante de los muertos. [..] Pero esta guerra
era diferente: los combates duraban meses; el fuego de la artillería descuartizaba a los
hombres en un instante; y la línea del frente apenas se movía. Por lo tanto, en la línea
de trincheras que se extendía desde Suiza hasta el canal de la Mancha estaban
esparcidos los restos de tal vez un millón de hombres. Los soldados comían junto a
ellos, bromeaban a su costa y les despojaban de todo lo que tenían [...] Los soldados
tenían que seguir adelante en presencia de innumerables cadáveres, algunos
conocidos, la mayoría anónimos. Los que eran enterrados a menudo volvían a
aparecer durante los bombardeos y, a veces, se les volvía a sepultar para defender,
literalmente, las trincheras en las que ellos mismos habían combatido.
J.M. Winter La primera Guerra Mudial Aguilar.

LA VIDA EN LAS TRINCHERAS. IMPRESIONES DE UN LUGARTENIENTE


FRANCÉS EN VERDÚN
Llegamos al túnel. ¿Estaremos realmente condenados a vivir aquí? Prefiero la lucha al
aire libre, el abrazo de la muerte en terreno descubierto. Fuera se tiene el riesgo de
una bala, pero aquí el peligro de la locura. Una pila de sacos de tierra se levanta hasta
la bóveda y cierra nuestro refugio. Fuera sigue la tormenta en la noche y el martilleo
continuo de los obuses de todos los calibres. Por encima de nosotros, bajo la bóveda
que retumba, algunas bombillas sucias arrojan una claridad dudosa y enjambres de
moscas danzan a su alrededor en zarabanda. Acuden al asalto de nuestra epidermis
con su zumbido irritante y los manotazos no logran apartarlas. Las caras de todos
están húmedas y el aire es tibio y nauseabundo. Acostados en la arena cenagosa,
sobre el carril, mirando a la bóveda o faz contra tierra, hechos un ovillo, estos hombres
embrutecidos esperan, duermen, roncan, sueñan y ni siquiera se mueven cuando un
camarada les aplasta un pie. [...] Se nos agarra a la garganta y nos revuelve el
estómago un olor fuerte, [...] animal, en el que surgen relentes de pólvora, de éter, de
azufre y de cloro, [...] un olor de deyecciones y de cadáveres, de sudor y de suciedad

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humana. Es imposible tomar alimento. Solamente el agua de café de la cantimplora


tibia y espumosa calma un poco la fiebre que nos anima. Los demás puestos de
socorro no gozan ni siquiera de unos instantes de seguridad.
En La Gran Guerra (1914-1918), Alianza

JÓVENES RECLUTAS ALEMANES HABLAN SOBRE SU FUTURA VIDA CIVIL


CUANDO LA GUERRA ACABE
Kropp encuentra la expresión de nuestros sentimientos:
—¿Cómo puede uno tomarse en serio todo aquello cuando se ha estado aquí, en el
frente?
—¡Pero bien has de tener una profesión u otra! —objeta Müller como si fuera el propio
Kantorek [el profesor del instituto de todos ellos cuando estudiaban].
[...] ¿Qué pasará si volvemos? —dice Müller, perplejo.
Kropp se encoge de espaldas.
—No lo sé. Primero volvamos. Después, ya veremos.
Realmente, nadie de nosotros sabe cómo responder a la pregunta.
—¿Qué podríamos hacer? —inquiero.
—Nada me atrae— responde Müller, cansado—. Cualquier día revientas y entonces
¿qué? Yo, la verdad, no creo que lo contemos.
—Cuando lo pienso, Albert —digo, después de una pausa, tendiéndome en el suelo—
quisiera que al oír la palabra “paz”, y suponiendo que la paz se firmara realmente,
pudiera hacer algo inimaginable, ya ves si soy ambicioso. Algo, ¿sabes? que fuera la

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digna compensación de haber vivido este zafarrancho. Pero no puedo encontrar nada.
En cuanto a lo que es más posible, estas porquerías del colegio, de los estudios, del
sueldo, etc. No encuentro nada, Albert, no encuentro nada.
De pronto, todo se me aparece oscuro y desesperado.
Kropp también piensa en esto.
—Todos las pasaremos moradas. ¿Y los que se han quedado atrás no se preocupan
de eso? Dos años disparando y echando bombas de mano no podemos sacárnoslos
de encima como quien se cambia los calcetines.
Todos estamos de acuerdo, no será nada fácil; y no solo para nosotros, sino para
todos aquellos que se encuentren en la misma situación, unos más, otros menos. Es el
destino común de nuestra generación.
Albert lo expresa muy bien:
—La guerra nos ha estropeado a todos.
Tiene razón. Ya no somos jóvenes. Ya no queremos conquistar el mundo. Somos
fugitivos. Huimos de nosotros mismos. De nuestra vida. Teníamos dieciocho años y
empezábamos a amar el mundo y la existencia; pero hemos tenido que disparar contra
esto. La explosión de la primera granada nos estropeó el corazón. Estamos al margen
de la actividad, del esfuerzo, del progreso... Ya no creemos en nada; solo en la guerra.
Erich Maria Remarque
Sin novedad en el frente (1929), Bruguera

LAS VIVENCIAS DE UN POILU*


[("barbudo") era el sobrenombre dado a los soldados franceses de la Primera Guerra Mundial. Esta denominación familiar se debía al
aspecto hirsuto de su barba, que no podían afeitar debido a las deficientes condiciones higiénicas que soportaban]

"Esos tres días pasados encogidos en la tierra, sin beber ni comer: los quejidos de los
heridos, luego el ataque entre los boches (alemanes) y nosotros. Después, al fin,
paran las quejas; y los obuses, que nos destrozan los nervios y nos apestan, no nos
dan tregua alguna, y las terribles horas que se pasan con la máscara y las gafas en el
rostro, ¡los ojos lloran y se escupe sangre!, después los oficiales que se van para
siempre; noticias fúnebres que se transmiten de boca en boca en el agujero; y las
órdenes boches dadas en voz alta a 50 metros de nosotros; todos de pie; luego el
trabajo con el pico bajo las terribles balas y el horrible ta-ta-ta de las ametralladoras".
Carta de un soldado. Verdún, marzo de 1916.

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EL DIARIO DE UN SOLDADO
"Viernes, 25 de febrero. El ejército de 250.000 a 300.000 hombres bajo el mando del
comandante Kronprinz se precipita sobre nuestras trincheras que defienden Verdún.
Hasta ahora no aparecemos. Hay que soportar el golpe sin decaer. Nuestras tropas
han cedido terreno bajo la avalancha de hierro de la gran artillería y bajo la
impetuosidad del ataque. Los comunicados de Berlín, muy tranquilos, dicen que las
líneas francesas han sido destruidas sobre un frente de 10 km, sobre una profundidad
de 3 km.
Las pérdidas son inmensas en ambos lados. Nosotros habíamos perdido 3000
prisioneros y una gran cantidad de material. Nuestros comunicados, muy sobrios,
indican que hemos debido ocupar las posiciones de repliegue, pero que nuestro frente
no había sido hundido.
Miércoles, 29 de marzo. La batalla de Verdún, la más larga y la más espantosa de la
historia universal, continúa. Los alemanes, con una tenacidad inaudita, con una
violencia sin igual, atacan nuestras líneas, que machacan y roen (…). Nuestros
heroicos poilus están bien a pesar del diluvio de acero, de líquidos inflamables y de
gases asfixiantes (…)
M. Poisot; Mi diario de guerra, 1914-1918.

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