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HISTORIA DE LAS PLATAFORMAS PETROLERAS.

El primer pozo de petróleo perforado fuera de la costa


fue Bibiheybat en Bakú, Azerbaiyán, en 1846.
Los primeros pozos de petróleo bajo la superficie que se perforaron en Estados
Unidos se encontraban en el Gran Lago St. Marys (también conocido como el
"depósito del Condado de Mercer") en Ohio. Para tal fin se construyeron
plataformas de madera apoyadas sobre pilotes del mismo material. Cinco años
más tarde la explotación se trasladó a las aguas saladas del campo Summerland,
que se extendía bajo el Canal de Santa Bárbara en California. Estos fueron los
primeros pozos que no estaban en la costa sino que la perforación se realizaba
desde muelles que se extendían desde la costa hacia el interior del canal, como
puede verse en la imagen.

Bibi Heybat, Bakú, Imperio Ruso, 1846

Otras actividades relevantes de perforación sumergida se produjeron entre 1915 y


1916 en Azerbaiyán, realizándose las primeras pruebas para extraer gas natural
de los campos de petróleo de Romani, Absheron. Las bombas se encontraban
sumergidas.
Poco después se perforaron pozos en las zonas de mareas a lo largo de la costa
texana del Golfo de México y Luisiana. El campo petrolero de Goose Creek, cerca
de Baytown, Texas, es un ejemplo de ello. Fue descubierto en 1903 y alcanzó su
máximo de producción en 1918. Además de poseer la primera plataforma
petrolífera fuera de la costa en Texas, representó el segundo grupo de este tipo de
plataformas de Estados Unidos, permaneciendo activo en 2006 y habiendo
producido más de 150 millones de barriles de petróleo en toda su historia.
El 14 de diciembre de 1922 el pozo «Barroso Nº2» que una subsidiaria de la
empresa Shell controlaba en el Estado Zulia(Venezuela), explotó durante la
exploración en el Lago de Maracaibo. Las primeras plataformas en las
profundidades del lago se asentaban sobre pilotes de madera de entre 10 y 20 m
de largo, pero estos eran atacados por moluscos que se alimentan de ella,
debilitándolos.
El fracaso de los distintos tratamientos para curar la madera junto con el alto costo
que implicaba importar los troncos adecuados desde Estados Unidos, llevaron a
que en 1927 por primera vez se comenzara a construir sobre pilotes de concreto.
A medida que se exploraba a mayor profundidad, se diseñaron nuevos pilotes más
resistentes y más largos (unos 80 m), e incluso se llegó a experimentar con la
técnica de caisson o cajones neumáticos, pero debió ser dejada de lado por
inviabilidad económica.
Se considera que las precursoras de las plataformas modernas fueron
las fortalezas marinas Maunsell, unas torres fortificadas de pequeño tamaño que
fueron construidas en los estuarios de los ríos Támesis y Mersey durante
la Segunda Guerra Mundial. Fueron diseñadas por Guy Maunsell y erigidas en
1942 para complementar las defensas del Reino Unido durante la guerra. Eran
construidas en tierra con hormigón y emplazadas en su sitio con la ayuda de
barcazas. Estaban equipadas con cañones antiaéreos Bofors y radares. Un grupo
de torres fue desmantelado en 1959, aunque otros se mantienen en 2011.

Vista de los campos de El mismo sitio, en 2009.


petróleo en Summerland,
antes de 1906.

Las fortalezas marinas Maunsellen 2006.


La historia de estas plataformas está estrechamente vinculada, como es natural, a
la otra historia, relativamente reciente, de la exploración y explotación de los
yacimientos petrolíferos existentes en los fondos marinos.

Los hidrocarburos líquidos (petróleo) y gaseosos (metano) constituyen la principal


fuente de nuestra civilización industrial. Pero las reservas de “oro negro” de los
yacimientos terrestres hasta ahora conocidos se encuentran en vías de rápido
agotamiento.

Y de ello se saca una conclusión a todas luces evidente: si no se encuentran y se


explotan nuevos yacimientos, la colosal maquinaria de la civilización industrial se
quedará sin “carburante” dentro de cuarenta o cincuenta años como máximo. Por
otra parte, de momento no parece muy probable que la nueva fuente de energía,
la nuclear, pueda sustituir totalmente a los hidrocarburos en tan breve espacio de
tiempo; de ahí la necesidad absoluta de intensificar las exploraciones de nuevos
yacimientos.
Y en este aspecto ya no queda otro recurso que efectuarlos en el fondo de los
mares y de los océanos, ya que la superficie terrestre ha sido explorada con tal fin
a todo lo largo y a lo ancho de las zonas accesibles. Así empezó, en la última
posguerra, la era de las exploraciones de hidrocarburos llamadas off-shore,
término inglés, hoy día de uso internacional, que podría traducirse por “costa
afuera”.
Las exploraciones off-shore se realizan en franjas de mar costeras, donde los
fondos son más idóneos para este fin y las comunicaciones con tierra firme más
fáciles.

En la práctica, la técnica actual de las exploraciones off-shore permite la


prospección de casi toda el área de las “plataformas continentales”, entendiendo
con este término el “zócalo”, el ligero declive, en el que una tierra emergida se
hunde gradualmente en el mar. Es una zona muy amplia, calculada en 28 millones
de km2. Sólo una parte de ella (7 millones de km2) ha sido explorada hasta ahora
con tales fines. Sin embargo, ya en 1970, los hidrocarburos extraídos del fondo del
mar constituían el 20 % del total mundial.

La primera plataforma de perforación fue instalada en 1947 en el golfo de México.


Pero el acontecimiento más importante de estos últimos años en Europa, respecto
a la citada exploración de hidrocarburos en los fondos marinos y que ha llamado la
atención de la opinión pública mundial es, sin duda alguna, el realizado en el mar
del Norte.

Tras el “boom” del metano de Groninga, Holanda, los geólogos empezaron a


sospechar que también bajo las tempestuosas aguas del mar del Norte pudieran
ocultarse yacimientos de metano y de petróleo. Y si el depósito de gas
de Groninga estaba considerado como el más importante hasta ahora conocido en
el mundo occidental, la certeza de que pudiera ocurrir otro tanto en el mar del
Norte dependía de los resultados de las exploraciones de los expertos de todo el
mundo que allí se habían reunido.

El mar del Norte cubre casi por entero un banco continental formado por un
espesor considerable de roca sedimentaria, y es precisamente en este tipo de
roca, que a lo largo de los tiempos llenó las cuencas sedimentarias formadas por
depresiones de corteza terrestre de muchos kilómetros de longitud y de
profundidad, donde se encuentran los hidrocarburos líquidos y gaseosos. En
Holanda y en la vecina Alemania se ha hallado no sólo metano, sino también
yacimientos petrolíferos de pequeña y mediana categoría. Por lo tanto, la
posibilidad de que pudieran encontrarse también bajo el mar del Norte constituía
una hipótesis muy bien fundamentada.

La explotación de los eventuales yacimientos del citado mar podría permitir a Gran
Bretaña, entre otras ventajas, y relativamente en breve tiempo, una autonomía
casi total desde el punto de vista de la producción energética. Así, pues, se
realizaron profundos estudios sobre la concreta estructura geológica de esta
cuenca, estudios que permitieron clasificarla como una zona petrolífera en
potencia. Geográficamente, el mar del Norte está dividido en dos zonas:
La parte meridional, más bien estrecha, donde las condiciones del mar son menos
favorables, y la septentrional, más ancha y abierta sobre el Atlántico.
Vista Aérea de una Plataforma Petrolera en México

La variabilidad extrema de las condiciones atmosféricas hace notablemente difícil,


en cualquier parte de dicho mar, establecer las previsiones meteorológicas, a
pesar de que en estos últimos años se hayan conseguido notables progresos en
las previsiones a largo plazo. Añádase a esto que, si el medio marino era poco
conocido, la naturaleza de los fondos marinos lo era aún mucho menos, lo que
forzosamente había de plantear graves problemas a la estabilidad de las
instalaciones y a la colocación de las conducciones.

En consecuencia, las instalaciones debían ser proyectadas de modo que hicieran


frente a este conjunto de condiciones ambientales negativas. El término
“plataforma”, con el cual habitualmente se denominan las susodichas instalaciones
da, sin embargo, una idea falsa de estos colosos marinos que de planos no tienen
nada.

El aspecto imponente de estas obras, y en particular de la Graythorp I de la BP, es


excepcional; la estructura tubular de acero sobre la que se instalan una serie de
equipos de gran complejidad, establece un parentesco, también formal, con la
tradición de la ingeniería ochocentista; pero, por otra parte, la perfección y
novedad técnica de las maquinarias, su diseño y su distribución, que tiene en
cuenta la explotación en mayor escala y más funcional del espacio disponible,
hacen de ellas unas de las más avanzadas realizaciones de la tecnología y la
arquitectura modernas.
Como la perforación de un pozo en el fondo del mar no difiere técnicamente, por lo
menos en la operación de excavación propiamente dicha, de lo que se hace con el
mismo fin en tierra firme, el problema nuevo, hoy por cierto brillantemente resuelto,
consistía en establecer las condiciones técnicas para la perforación partiendo de la
superficie del mar y actuando a través del diagrama de decenas o cientos de
metros de agua. Para esto era preciso crear artificialmente sobre la superficie
marina una zona que pudiera contener todas las máquinas para la perforación,
además del personal empleado en los trabajos.

Se trata, por tanto, de verdaderos pueblos situados en medio del mar. El equipo
completo de estas plataformas comprende: por un lado, perforadoras dirigidas
eléctricamente, bombas tubulares, depósitos para materiales químicos, máquinas
para la producción primaria, que comprenden divisores de gas-petróleo y bombas
de emisión con motor de turbina, instrumentos de refrigeración para la producción
condensada y generadores de energía, con un total de 10 MW; por otro, los
laboratorios, las cocinas, los locales de descanso, la sala cinematográfica y los
depósitos de víveres, piezas todas ellas con aire acondicionado.

También hay una o más estructuras en forma de torre que más tarde serán las
torres de perforación, con mesas giratorias, grandes válvulas, la pila para el limo y,
finalmente, la zona de aterrizaje para los helicópteros. Toda esa formidable
maquinaria se ha estructurado de forma que ocupe el menor espacio posible.
Por otra parte, era evidentemente necesario que las turbinas no descargasen en la
zona de perforación, que la antena de radio estuviera dirigida hacia tierra firme y
que la zona ocupada por los aposentos estuviera situada en el lugar más tranquilo
posible; al mismo tiempo, la situación de cada parte individual debía tener en
cuenta que la distribución de las cargas se realizaría de forma uniforme sobre toda
la estructura de sustentación.

La división Menck de la Koehring Co. construyó, para la Graythorp I, el taladro


más grande del mundo hasta entonces realizado; pesa 255 toneladas, tiene una
potencia de golpe de 87.500 mkg y su golpe máximo es de 1,25 m, con una
capacidad de 35 percusiones por minuto.
Graythorp I
Él proyecto final de toda la plataforma se realizó teniendo en cuenta las
circunstancias ambientales, las cargas y las condiciones del subsuelo bajo la
superficie del mar y además sufrió, respecto al original, muchos cambios; en
efecto, al principio se establecieron 36 pozos y dos taladros, pero consideraciones
sucesivas sobre el abastecimiento y los depósitos hicieron que se descartara esta
primera hipótesis, ya que, por una parte, la limitación de espacio no permitía tener
a bordo suficientes suministros y por otra el mal tiempo en el mar del Norte hacía
imposible el aprovisionamiento de materiales de barrenado.

El actual proyecto es de 27 pozos y un solo taladro, ya que hay un depósito


suficiente para la estiba del crudo extraído en 30 días de perforación.

La eficacia, tanto de ésta como de las demás plataformas, y, por lo tanto, la


posibilidad de desarrollar las funciones esenciales para las cuales han sido
realizadas, se ven amenazadas por un enemigo implacable y multiforme,
representado por la corrosión a la que se ven sometidas las estructuras de acero.

El agua de mar constituye ya en sí un temible enemigo del acero, como de la


mayor parte de los metales, incluso de los más nobles que el hierro; y el hecho de
que además esta agua esté casi totalmente contaminada, en distinta medida, por
productos más o menos nocivos, contribuye a empeorar en gran manera la
situación.

La ejecución de todas las tareas, incluso de las más sencillas, requiere siempre
condiciones meteorológicas favorables.

Las inmersiones, en efecto, se ven obstaculizadas a menudo por el estado de la


superficie del mar y por la turbulencia de las mareas; no es posible sumergirse
cuando la altura de las olas supera los dos metros, y éstas son unas condiciones
precisamente muy habituales en el mar del Norte durante la estación invernal, que
dura unos siete meses.

La visibilidad del fondo, en verano, varía entre 9 y 12 metros si el tiempo es bueno;


en invierno, a causa de la acción de las mareas sobre las arenas y sobre el limo,
esta visibilidad puede reducirse a pocos centímetros, determinando una situación
que hace casi imposible cualquier actividad.

Por ello no son raros los retrasos notables en el cumplimiento de las distintas
tareas y, a menudo, durante el invierno, los hombres rana deben esperar inactivos
durante semanas enteras antes de que una pausa en las tempestades les permita
reanudar sus habituales trabajos.
Las condiciones en que se ven obligados a trabajar estos hombres rana no son
más que un aspecto de la vida que se desarrolla sobre estas plataformas; su
tripulación, por completo masculina, está formada por unas 40 ó 70 personas, y
está obligada a permanecer en la instalación durante un mes aproximadamente.

Esta permanencia suele verse prolongada a menudo, y a veces durante bastantes


días, por las imprevistas condiciones atmosféricas en el mar del Norte, sujetas a
cambios tan repentinos que escapan virtualmente a toda previsión meteorológica,
haciendo imposible, incluso durante largos períodos, los transportes y los
aprovisionamientos regulares. Debido a ello deben utilizarse tipos de buques
especiales, capaces de servir a las plataformas en alta mar y de permitir también
el intercambio del personal de mantenimiento.
Como vemos, la vida de los servidores de esos monumentales “edificios” anclados
en medio del mar es tan admirable como las mismas construcciones.

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