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La ETNB también puede formarse cuando existen inmunocomplejos circulantes y/o estados
de hipercoagulabilidad, con coagulopatía intravascular diseminada (CID) o sin ella, como
ocurre en pacientes con determinadas neoplasias, enfermedades crónicas caquectizantes o
del tejido conjuntivo (lupus eritematoso sistémico [LES]). En estos casos la ETNB recibe el
nombre de endocarditis marasmática. Las vegetaciones son estériles y no producen
destrucción valvular, pero pueden alcanzar un gran tamaño y, al desprenderse o
fragmentarse, originar embolias sistémicas, que constituyen la principal manifestación clínica
de esta entidad.
Para que los gérmenes colonicen el trombo fibrinoplaquetario y se desarrolle una vegetación
séptica es preciso que, en primer lugar, invadan el torrente circulatorio y, en segundo lugar,
sean capaces de adherirse a él. La puerta de entrada de la bacteriemia suele ser un foco
séptico (p. ej., infección urinaria) o una maniobra cruenta que traumatice la piel y/o las
mucosas, ya que permite el paso a la sangre de los microorganismos que los colonizan,
aunque en ocasiones la colonización es espontánea. La mucosa oral y de la orofaringe es la
puerta de entrada de estreptococos del grupo viridans, el aparato genitourinario y el tracto
digestivo del enterococo, y los bacilos gramnegativos y la piel de los estafilococos. El origen
de la bacteriemia en los ADVP se especifica en el capítulo correspondiente; la piel de los
drogadictos es el origen de las infecciones estafilocócicas, y la droga, el material de
inyección o los disolventes contaminados que utilizan son el origen de las infecciones por
enterococos, bacilos gramnegativos y hongos.
No todos los microorganismos producen endocarditis. Para ello es necesario que posean
capacidad de adherirse a los receptores del trombo fibrinoplaquetario. Cuanto mayor es el
grado de adherencia, menor es el inóculo bacteriano que se necesita para producir una
endocarditis. Los estreptococos y S. aureus son los microorganismos que se adhieren con
mayor facilidad a la superficie del trombo fibrinoplaquetario
La infección de una válvula protésica durante los 12 meses que siguen a su implantación
(endocarditis protésica precoz) se produce generalmente por colonización de la prótesis
valvular durante la intervención quirúrgica o en el postoperatorio inmediato. Durante la
intervención quirúrgica los gérmenes proceden de la piel del paciente o del personal médico
o de la contaminación de la bomba de circulación extracorpórea (Staphylococcus
epidermidis, difteromorfos) y con menor frecuencia del aire ambiental (Aspergillus spp). En el
postoperatorio, los microorganismos alcanzan la prótesis en el curso de una bacteriemia
cuya puerta de entrada puede ser la infección de un catéter, de la herida quirúrgica, del
pulmón o de la vía urinaria. A partir de los 12 meses, la patogenia de la endocarditis
protésica tardía y los microorganismos responsables son parecidos a los descritos en la
infección de la válvula nativa; es decir, en estos casos la prótesis se contamina a partir de
bacteriemias con puerta de entrada orofaríngea, genitourinaria o digestiva en la mayoría de
los casos. La infección de la prótesis por S. epidermidis sólo se puede erradicar con la
exéresis de la prótesis ya que este microorganismo produce un biofilm que lo adhiere a la
prótesis y lo protege de la acción de los antibióticos o de los polimorfonucleares.
Existe una clara diferencia entre los gérmenes aislados en la endocarditis precoz (menos de
12 meses) y en la tardía (más de 12 meses). En la endocarditis precoz predominan los ECN
y, prácticamente de forma exclusiva por S. epidermidis, que en más del 60-70% de los casos
es resistente a la meticilina. En menor medida puede estar causada por S. aureus,
Corynebacterium spp (difteromorfos), bacilos gramnegativos (incluyendo Legionella
pneumophila) y hongos (Aspergillus spp y Candida albicans). En la endocarditis tardía la
distribución de microorganismos es similar a la observada sobre válvula nativa.
La endocarditis infecciosa puede tener un curso agudo o subagudo y manifestarse por una
amplia gama de síntomas y signos referidos a cualquier aparato o sistema del organismo. La
expresividad clínica de la enfermedad depende básicamente de la bacteriemia persistente,
del tipo de microorganismo responsable, de las complicaciones intracardíacas secundarias a
la presencia de vegetaciones, de las embolias y de la presencia de inmunocomplejos
circulantes. Aproximadamente en el 30% de los casos existen antecedentes de la puerta de
entrada de la infección. Aunque el período de incubación entre la bacteriemia y la aparición
de síntomas es corto, en las formas más habituales el diagnóstico suele demorarse hasta
una media de 4-5 semanas tras el inicio de la sintomatología, probablemente porque los
síntomas iniciales son inespecíficos.
Determinados signos cutáneos, como las petequias y las hemorragias subungueales, están
presentes en el 20% de los casos y, aunque inespecíficos, son orientativos de la
enfermedad. El panadizo de Osler es una manifestación clásica de la endocarditis que se
observa en las formas de curso subagudo o lento. Consiste en un nódulo eritematoso y
doloroso de aparición súbita en el pulpejo de un dedo. Las manchas de Janeway son
maculopápulas eritematosas que aparecen en las palmas de las manos y las plantas de los
pies y suelen verse en las endocarditis por S. aureus. En el 5% de los casos se observan en
el fondo de ojo las manchas de Roth, lesiones con un núcleo ovalado pálido rodeadas de un
halo eritematoso. La esplenomegalia era, en la época preantibiótica, un elemento básico del
diagnóstico. En la actualidad se observa con menor frecuencia y en casos de presentación
lenta.
Las embolias sistémicas son la complicación más común de la enfermedad y ocurren en el
20-30% de los casos, de manera que cualquier accidente clínico en el curso de la
endocarditis obliga a descartarlas. Las embolias pueden ocurrir en cualquier momento del
curso evolutivo de la enfermedad, aunque son particularmente frecuentes antes o al poco
tiempo de iniciar el tratamiento antibiótico. Las embolias más habituales son las cerebrales,
seguidas de las esplénicas, las renales y de extremidades inferiores. En ocasiones estas
embolias sépticas pueden ser origen de abscesos viscerales que perpetúen el cuadro febril y
tóxico de la enfermedad.
Al igual que ocurre con el ECG, la presencia o la ausencia de cardiopatía de base definirá el
tipo de silueta cardíaca. Durante la enfermedad debe vigilarse periódicamente la aparición de
signos de insuficiencia cardíaca. En las endocarditis derechas en drogadictos o portadores
de marcapasos o desfibriladores son frecuentes los infiltrados pulmonares bilaterales.
El diagnóstico definitivo de la endocarditis sólo puede establecerse con absoluta certeza por
medio del examen histológico y microbiológico de las vegetaciones obtenidas en el acto
quirúrgico o en la necropsia. Desde el punto de vista clínico, sin embargo, puede aceptarse
como seguro el diagnóstico en presencia de un cuadro clínico sugestivo (síndrome febril,
fenómenos vasculares o inmunológicos, especialmente en pacientes con cardiopatía
predisponente), hemocultivos positivos e imágenes claras de vegetaciones en el
ecocardiograma. Recientemente se han descrito unos nuevos criterios diagnósticos que
incluyen los hallazgos del ecocardiograma y que han sido ampliamente validados y
reconocidos (v. tablas 74.2 y 74.3 ).