Está en la página 1de 1

¿POR QUÉ ES TAN DIFÍCIL PONER EN PRÁCTICA LO QUE LEEMOS?

X
BUENA VIDA

POR: JUAN PABLO CARRILLO HERNÁNDEZ - 05/21/2018

Muchos de nosotros conocemos esos artículos que nos invitan a adoptar nuevos hábitos de vida y
LO LEEMOS, LAS IDEAS NOS CUADRAN, QUIZÁ DURANTE 2 O 3 DÍAS LAS TENEMOS EN MENTE E que con frecuencia cruzan por nuestra navegación cotidiana en línea.
INCLUSO LLEVAMOS ALGUNAS DE ELLAS A LA PRÁCTICA… PERO EVENTUALMENTE LA INTENCIÓN SE
Formas de alimentación, rutinas de ejercicio, consejos para dejar prácticas nocivas y adquirir otras
DISUELVE
más bien benéficas, e incluso otros más ambiciosos que nos presentan filosofías completas de vida
adaptadas con mayor o menor gracia o precisión a los límites de un artículo en línea. 

Todo lo cual varía, a su vez, cada tanto: hoy se nos ofrece una filosofía de la antigüedad clásica con
enorme valor para las preocupaciones de nuestro tiempo, ayer ese lugar lo ocupaba una doctrina
oriental y mañana quizá leamos que Diógenes tenía razón y es perfectamente recomendable vivir en
la calle con apenas dos o tres pertenencias.

El fenómeno no es nuevo, pero Internet lo ha vuelto más presente y también más vertiginoso (como
todo lo que toca). Hasta hace unas décadas, estos contenidos circulaban más bien en forma de libros
impresos y por lo mismo era un tanto más lento el cambio que ocurría entre una recomendación de
vida y otra. Incluso ciertos textos como los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola o el
Manual de Epícteto, por ejemplo, podrían mirarse desde esta perspectiva: aun en su propia
especificidad religiosa o filosófica, parte de su intención es presentarse como una serie ordenada y
coherente de recomendaciones para “cambiar” la forma de vida tal y como se lleva hasta ahora por
otra que promete ser “mejor”.

Podríamos detenernos por un momento en este enfoque moral o ético y admitir que el ser humano
busca, efectivamente, ser mejor o vivir mejor, y que de esa búsqueda han resultado tanto la
elaboración de todos esos métodos de vida como el deseo de divulgarlos.

Sin embargo, a juzgar por el desarrollo general e histórico de nuestra especie, ese razonamiento
podría ser puesto en duda, cuando no descartado. ¿El ser humano busca ser mejor? 10 mil años de
historia civilizada (aproximadamente) no nos han alcanzado para lograrlo.

Parece más factible o más sencillo pensar que más que ser mejor, el ser humano simplemente
necesita entender qué es la vida y por qué está vivo. En una palabra, busca significado. En la medida
en que el ser humano experimenta la existencia con misterio o confusión, porque no entiende si vivir
tiene un propósito más allá de la vida en sí, esas “sugerencias de vida” a las que hemos aludido,
religiosas o filosóficas, esotéricas o pop, profundas o superficiales, pueden leerse como los
resultados a los que algunos han llegado en su intento de responder a esa pregunta fundamental de
la existencia. 

En su exploración por el sentido de la vida, el ser humano ha elaborado ciertos métodos de “vivir
bien” que en algunos casos, por afortunada casualidad, pueden resultar en ser mejor.

En este sentido, un segundo motivo por el cual continúan surgiendo y consumiéndose dicho tipo de
textos podría ser que en esa misma búsqueda de comprensión sobre el significado de la existencia,
el ser humano opera en dos vías: quienes buscan dar la respuesta a alguien más y quienes buscan
obtener la respuesta de alguien más. Se trata, en cierto modo, de dos momentos de un mismo acto y
por ello puede considerarse la misma motivación. El origen de ésta, por otro lado, es atávico, pues el
acto de enseñanza-aprendizaje es tan antiguo como nuestra especie y se encuentra en la base
misma de nuestra evolución y nuestra supervivencia. El padre o la madre que enseña algo a su hijo
no hacen nada muy distinto a aquello que otros personajes equivalentes hicieron hace cientos, miles
o millones de años.

Y ahí, justamente, es donde se encuentra la respuesta a la pregunta que da título a este artículo.
¿Por qué a veces es tan difícil poner en práctica todo lo que leemos? Y si no todo, al menos sí
aquello que nos convence o simpatiza. Tal o cual método para dejar de fumar, los consejos para
hacer nuestra vida más simple o más ligera, las lecciones de tal gurú para sufrir menos o
entendernos mejor. Lo leemos, las ideas nos cuadran, quizá durante 2 o 3 días las tenemos en
mente e incluso llevamos algunas de ellas a la práctica… pero eventualmente la intención se
disuelve, sin siquiera darnos cuenta.

Un día recordamos de pronto, acaso porque nos encontramos con un artículo que nos parece
conocido, esa temporada en que coqueteamos con la dieta paleovegetariana o que probamos una
nueva rutina de ejercicios que prometió tonificar nuestros músculos, desintoxicar nuestros sistemas,
alinear nuestros chakras y renovar el brillo de nuestra aura. ¿Dónde quedó toda esa voluntad que de
inicio parecía tan firme?

En parte, dicho abandono se debe a que esos métodos que adoptamos arriban a nuestra vida pero
no surgen directamente de ésta. Como si se tratase de una planta, esas ideas llegan, las acogemos,
las cubrimos con un poco de tierra y quizá las cuidamos un poco, pero al final se marchitan. 

Continuando con la metáfora anterior podríamos pensar algo más, un tanto más específico aún: que
la planta muere sobre todo por la maleza del terreno adonde llega, en donde se afanaba por
sobrevivir pero entre la cual terminó ahogada. 

La maleza está ahí, sin embargo. La maleza persiste, pero no las nuevas plantas. ¿Por qué?

En cierto sentido, porque la maleza sí nace de nuestro interior y es de nuestro interior de donde
obtiene la vida. La maleza son esos hábitos que desarrollamos y adoptamos en algún momento de
nuestra existencia, incluso sin darnos cuenta, los cuales seguimos preservando (a veces también sin
darnos cuenta) y que en muchos casos nos impiden realizar cambios que quisiéramos para nosotros
mismos, sin importar si se trata de uno modesto o sencillo u otros que podríamos considerar
radicales. 

A veces estamos tan acostumbrados a ver el terreno de nuestra vida bajo cierto aspecto, que
creemos que la maleza le es propia, porque siempre ha estado ahí y nos ha parecido que siempre ha
formado parte del paisaje. Es más, ni siquiera ha pasado por nuestra cabeza que podría ser posible
vivir sin toda esa maleza a la vista. 

Sin embargo, si queremos sembrar nuevas semillas, es necesario limpiar el terreno, remover la tierra,
airearla y prepararla. Sólo entonces nuevas plantas podrán prosperar, nuevas flores alegrarán la vista
del terreno y eventualmente quizá podamos incluso cosechar ahí nuevos frutos.

Del mismo autor en Pijama Surf: Una vida sin planes ni objetivos: ahí se encuentra el sentido de la
existencia

Twitter del autor: @juanpablocahz

Imagen de portada: Diógenes sentado en su tinaja, Jean-Léon Gérôme (1860)

Altercultura Arte Ciencia Filosofía Medios y Tecnología Magia y Metafísica Política Psiconáutica Sociedad Ecosistemas Salud Lifestyle

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ® 2016 AVISO DE PRIVACIDAD CONTACTO PUBLICIDAD TÉRMINOS Y CONDICIONES parentesis.com harmonia.la contactointeractivo.com

También podría gustarte