Está en la página 1de 11

INTERSUBJETIVO

ROBERTO LUIS ARENDAR


- JUNIO 2004 - Nº 1, Vo. 6, Pags. 176-186 c Quipú - ISSN 1575-6483
Pag. 176

El afecto de vergüenza-humillación: Origen


intersubjetivo, mecanismos de defensa y
tratamiento.
Roberto Luis Arendar1

En trabajos anteriores he enfatizado la utilidad clínica y teórica de la com-


prensión intersubjetiva de la dinámica del afecto de vergüenza patológi-
ca, crónica. A diferencia de la vergüenza normal, la vergüenza patológica
produce un sentimiento irracional de «defectuosidad», de haber nacido
en el lado equivocado. En el presente artículo se desarrolla el origen
intersubjetivo del afecto de vergüenza a partir del surgimiento de la con-
ciencia de uno mismo como objeto de la mirada de los otros. La vergüen-
za temprana aparece como reacción a la incapacidad de los cuidadores
de reflejar la experiencia de autoeficacia del niño. Para evitar este afecto
doloroso se describen diferentes estilos defensivos: el tipo «egocéntrico»,
que tapona su vergüenza proyectándola en el otro, atacándole, y median-
te el autoengrandecimiento; el tipo «disociativo», se defiende mediante el
autoataque y la evitación, y proyecta su self idealizado en algún otro; y un
tercer tipo oscila entre estos dos patrones anteriores. Por último, expongo
un tratamiento de un caso de vergüenza patológica, donde muestro el uso
de los cuentos infantiles y de personajes universales de la literatura y el
cine que permiten un buen juego de elaboración del afecto de vergüenza
y de los diferentes estilos defensivos, al tiempo que mejoran la comunica-
ción con el paciente.
Palabras clave: Vergüenza patológica, conciencia del self como objeto,
evitación, autoataque, ataque al otro, self devaluado, self idealizado, cuen-
tos infantiles.

In previous articles I emphasized on the clinical use and theory of the


intersubjetive comprehension of dynamics of affect of chronic, pathologic
shame. As opposed to normal shame, pathologic shame produces an
irrational feeling of being «defective» of having been born on the wrong
side. The present article develops the intersubjective origin of the affect of
shame that arises from the conscience of the self-as-object seen by others.
Early shame appears as a reaction to the incapacity of the care-givers to
reflect the experience of self-sufficiency in the infant. Various defence styles
are described to avoid this painful affect: the «egocentric» type, that covers
shame projecting it on the others, attacking and through self-grandiosity;
the dissociative type, defends him/herself through self-attack and avoidance,
projecting the idealized self on the other; and the third type oscillating
between the two previous patterns. Finally I describe the treatment in a
case of pathologic shame, with the use of children’s storybooks and
characters of universal literature and cinema, which permit the playing out
and elaboration of the affect of shame and the different defensive styles,
also improving communication with the patient.
Key words: pathologic shame, conscience of the self-as-object, avoidance,
self-attack, attack the other, self devaluation, idealized self, storybooks
Pag. 177 EL AFECTO DE VERGÜENZA-HUMILLACIÓN: ORIGEN INTERSUBJETIVO...

A. INTRODUCCIÓN

Cada vez estoy más agradecido por haber incluido en mi aproximación com-
prensiva a mis pacientes el peso que tiene en sus padecimientos la vergüenza crónica
no reconocida y por tanto tóxica e invalidante. Pasaron ya seis años desde nuestro
primer trabajo sobre el tema de la vergüenza ( Arendar y col. 1998) y durante ese lapso
se han ido acumulando nuevas lecturas y nuevas experiencias clínicas con mis pa-
cientes. El encarar este trabajo con el propósito de trasmitir lo antedicho es algo que
me llena de entusiasmo y alegría. Y es así porqué, como decía al principio, tener en
mis alforjas terapéuticas la comprensión de la dinámica de la vergüenza y de las
cosas que hacemos para defendernos de ella, han beneficiado a muchos de mis
pacientes, con los cuales pudimos obtener resultados positivos francamente halagüe-
ños. Por lo tanto esta presentación la voy a organizar de la siguiente manera: 1) en el
origen intersubjetivo de la vergüenza, me referiré a una cuestión importante que no fue
incluida en nuestros primeros trabajos, a saber, la importancia decisiva que adquiere
en el desarrollo aquel momento en nuestra evolución psicológica en la que tomamos
conciencia de nosotros mismos como objeto y las distintas vicisitudes que pueden
derivar de este trascendente suceso. Recordemos sucintamente que es lo que plan-
teábamos hace ya seis años en nuestro trabajo «Las cosas que le dan (o le daban)
vergüenza a los psicoanalistas». Allí señalábamos el lugar postergado y descuidado
que hasta no hacía mucho se le había otorgado al potencial patogénico de la vergüen-
za en la literatura psicoanalítica. Introducíamos la teoría de los afectos del psicólogo
contemporáneo Silvan S. Tomkins, quien usa el término afecto para un grupo de nueve
mecanismos innatos. Un afecto innato en dicha teoría, es considerado un amplificador
analógico de las condiciones de los estímulos. Según esta teoría el sistema afectivo
convierte información cuantitativa en un conjunto de experiencias cualitativas. Hemos
evolucionado para ser un organismo que está programado para dos afectos positivos
(interés, alegría), un tercero tan breve que es neutral (sorpresa), y seis que son decisi-
vamente negativos (enojo-rabia, miedo-terror, etc.). El afecto vergüenza-humillación ha
evolucionado como un auxiliar del sistema afectivo. El afecto vergüenza aparece cuan-
do se interrumpe el interés o el deleite, produciendo pérdida del tono muscular en el
cuello, mirada evitativa y hacia abajo y enrojecimiento facial. También rescatábamos
como, debido al hecho que cada programa afectivo se despliega en el rostro antes que
sea procesado por el organismo, adquiere una importancia nuclear en la interacción
social. Al introducirnos en la clínica hacíamos una diferenciación importante entre la
vergüenza normal, situacional y la vergüenza patológica. La vergüenza patológica la
definíamos como un sentimiento irracional de defecto, un sentimiento no sólo de haber
transgredido algún límite, sino de haber nacido en el lado equivocado. También decía-
mos que mucha de la vergüenza que tratan los terapeutas está reprimida, defendida,
no sentida y cómo la necesidad de mantenerla reprimida, frecuentemente lleva las
personas hacia el perfeccionismo, el retraimiento, la timidez, etc. Exploramos como
juega la dinámica de la vergüenza en nuestro trabajo clínico cotidiano como psicoana-
listas, donde intentamos mostrar como la adherencia a supuestos técnicos y teóricos
anacrónicos e irracionales, pueden llevarnos a nosotros y a nuestros pacientes a
experimentar niveles tóxicos de vergüenza. Decíamos también, y esto nos conecta
con el siguiente ítem, que la vergüenza adquiere una importancia tremenda para nues-
ROBERTO LUIS ARENDAR Pag. 178

tro concepto de self-ya sea que aceptemos lo que la vergüenza nos haya mostrado de
nosotros y corrijamos nuestra autoimagen, o nos veamos forzados a defendernos de
esta experiencia mediante alguno de los cuatro métodos de comportamiento fuerte-
mente predeterminados conocidos como el abanico defensivo de la vergüenza, 2)
retomando el tema de las estrategias psicológicas a las que apelamos para tratar de
sobrevivir a los estragos de padecer una vergüenza patológica, los ilustraré esta vez
usando ejemplos extraídos de la literatura y de los cuentos infantiles tradicionales.
Dichos ejemplos además de elocuentes, y quizá precisamente por ello, han probado
en mi experiencia ser poderosas herramientas terapéuticas, debido a que facilitan
enormemente la comunicación de nuestras comprensiones, 3) haré finalmente un
relato pormenorizado de un caso clínico para mostrar lo mejor posible como todo esto
se trasunta en nuestra práctica clínica cotidiana, 4) como colofón cerraré esta exposi-
ción con un resumen y algunas conclusiones.

1. EL ORIGEN INTERSUBJETIVO DE LA VERGÜENZA

En uno de nuestros trabajos anteriores (el ya citado «Las cosas…) nos refería-
mos al afecto de vergüenza enmarcándolo dentro de la teoría de los afectos del
psicólogo Silvan S. Tomkins. De acuerdo a Tomkins (1963, 1987), el activador innato
de la vergüenza es una reducción incompleta de interés-excitación o de alegría júbilo.
A partir del hecho que para Tomkins la vergüenza es un afecto auxiliar (es decir que
no es un afecto básico per se sino que es un afecto auxiliar de los afectos interés-
excitación o de alegría-júbilo), cualquier obstáculo a dichas experiencias de interés-
excitación o de alegría-júbilo que tienden a aplacar pero no a destruir tal interés o
alegría pueden activar vergüenza. Esta afirmación ha sido elocuentemente criticada
por Broucek que señala que si bien esta fórmula puede dar cuenta de muchas expe-
riencias de vergüenza, hay muchas otras situaciones que uno puede evocar en dónde
esta fórmula no funciona. Por ejemplo, uno puede estar mirando, con gran interés y
apasionamiento, un partido de fútbol por televisión y ocurrir un problema técnico inte-
rrumpe la transmisión del evento. Dice Broucek que uno, en una circunstancia así,
puede llegar a sentirse disgustado o enojado, pero no avergonzado. A renglón seguido
nos señala, criticando esta visión monista, que parece fuera de toda discusión que la
vergüenza es algo acerca del self y su contexto social y que refleja una perturbación
tanto en la vivencia de uno mismo (sentimiento de sí) como una perturbación en la
naturaleza de la relación con el otro. Broucek entonces, a diferencia de Tomkins,
enfatiza el fracaso del cuidador en responder de forma sustentadora a las vivencias de
eficacia o intencionalidad del niño. Efectivamente, desde que nacemos hasta que
morimos necesitamos ser valorados, alentados, aceptados. Al principio el rostro go-
zoso de nuestra madre o padre que celebra con orgullo que nos largamos a caminar
o que andamos en bicicleta ¡sin rueditas! Más tarde serán otras iniciativas las que
entran a escena. Recuerdo a un paciente que evocaba con mucho dolor cuando,
siendo un niño le hablaba al padre de sus deseos de concurrir a un taller de pintura y
el padre le contestaba ¿qué taller, el taller mecánico?

Stolorow, por otro lado, discrepa en parte con Broucek, y sostiene que la
vergüenza puede surgir de la mala sintonía con cualquier estado afectivo significati-
Pag. 179 EL AFECTO DE VERGÜENZA-HUMILLACIÓN: ORIGEN INTERSUBJETIVO...

vo del niño, que incluye tanto la alegre experiencia que acompaña al progreso evo-
lutivo como los dolorosos estados afectivos reactivos generados por las injurias y
rupturas (ansiedad, tristeza, añoranza y desesperación, rabia).

Las experiencias de vergüenza en la infancia son estados afectivos más o


menos puros sin que esté presente alguna cognición sobre el self, algo caracterís-
tico en la vergüenza, que aparece algo más tarde en el desarrollo. La posibilidad
que el afecto innato de vergüenza pudiese aparecer en el primer año de vida era algo
que no era considerado en la literatura previa sobre la vergüenza. Tomkins (1963)
fue el primero en sugerir que la vergüenza-timidez puede aparecer cuando el infante
puede distinguir la cara de la madre de la de un extraño (alrededor del cuarto mes
de vida). También respaldan esta aseveración en cuanto a una aparición temprana
de precursores de la vergüenza, los experimentos de contingencialidad de Papousek
y Papousek (1975) y los experimentos de la «cara inexpresiva» de Tronick, Brazelton
y otros (1978). Son estados afectivos más o menos puros porque la conciencia de
uno mismo como objeto es algo que todavía no se ha adquirido y por lo tanto
tampoco se ha formado un concepto del self. ¿Cómo podemos definir «la concien-
cia de uno mismo como objeto»?, un suceso que como adelantábamos en la intro-
ducción es tan trascendente en nuestro desarrollo psicológico. La conciencia de
uno mismo como objeto significa el tomar conciencia de que uno es un objeto para
los otros y que, mediante el espejamiento de los otros que me observan me puedo
tomar a mí mismo como un objeto y reflexionar sobre eso. Ser percibido por otro y
percibir que uno es percibido por el otro (lo que es confirmado por la respuesta del
otro a los propios gestos e iniciativas) sustenta la intencionalidad, establece un
sentido de eficacia, y despierta a la existencia el sentimiento de sí.

Si la vergüenza temprana refleja una intencionalidad y una experiencia de


eficacia fallida en un contexto humano con la concomitante disrupción de los afec-
tos positivos de interés-excitación o alegría-júbilo, la mirada de otro se convierte en
el medio apto mediante el cual uno capta ese fracaso. Esta es la explicación que
nos permite dar cuenta de la duradera asociación entre la vergüenza y el deseo de
esconderse o de evitar la mirada del otro. Una observación personal reciente. Hace
poco sucedió que yo apareciese en un programa de televisión de preguntas y res-
puestas. En una visita que le hice a mi hermano pusimos para ver el tape de ese
programa, ya que él no lo había visto y quería hacerlo. Ni bien yo aparecí en la
pantalla, casi automáticamente me escondí detrás de la cama (lo estábamos ob-
servando en el aparato del dormitorio) y me tapé el rostro con la mano. ¡Me dio
mucha vergüenza!

La mediación del otro es esencial para dar lugar a la conciencia de uno


mismo como objeto. Requiere que el niño capte que él es visible para otros del
mismo modo que los otros son visibles para él, o sea, que él tiene un exterior del
cual los demás pueden tener una perspectiva que él no va a poder compartir nunca,
y si lo hace, va a ser de un modo muy limitado. La aparición de la capacidad de
tomar conciencia de uno mismo como objeto se evidencia por el reconocimiento,
por parte del niño, de su imagen en el espejo, imagen que reconoce como propia y
ROBERTO LUIS ARENDAR Pag. 180

la consolidación de dicha capacidad queda denotada por el uso consistente de los


pronombres personales.

Merleau-Ponty (1964), citado por Broucek, dice que en el niño en este esta-
dio aprende a percatarse que «él no es sólo lo que él creía que era a partir de su
experiencia interna, sino que además es esa figura que ve en el espejo». El comien-
zo, posibilitado por esto último, de una relación con uno mismo es también el
comienzo de algún tipo de alienación de uno mismo.

La vergüenza muchas veces tiene que ver con experimentarse a uno mismo sien-
do tratado como un objeto o cosa cuando uno está intentando relacionarse con el otro de
un modo intersubjetivo. Schneider señala (1977): «experimentamos vergüenza cuando
sentimos que nos colocan fuera del contexto en el que deseamos ser interpretados».
Recordemos ciertas interpretaciones «cliché» del psicoanálisis clásico y vamos a tener
ejemplos a raudales. ¿Quién no se sintió avergonzado por llevarle un regalo a su analista,
cariñosamente comprado en un viaje, y recibir una interpretación en lugar de un agrade-
cimiento por nuestro amor? ¿Quién no se sintió un tonto por solicitar ir al baño y no tener
respuesta? ¿Quién , en fin, no se sintió avergonzado y rabioso, porque algo que sentía-
mos hacia nuestro terapeuta, era sistemáticamente considerado un eco del pasado?

Después de la adquisición de la conciencia de uno mismo como objeto el niño


puede experimentarse siendo visto de dos maneras por el otro. En una siente que el
otro respalda y sustenta su intencionalidad, su interés (el espejamiento de Kohut).
En la otra, puede experimentar ser visto como una cosa y entonces sentir vergüenza.
Ser visto como una cosa es como ser mirado por una cámara, es ser mirado sin ser
visto. Junto con esta adquisición el niño adquiere simultáneamente la habilidad para
compararse con otros y por lo tanto se vuelve sensible a su relativa pequeñez, a su
debilidad y a su falta de competencia si se compara con sus padres, hermanos
mayores o con la mayoría de la gente. Así que, además de la vergüenza de ser
forzado a verse como algo definido y delimitado, se le suma la vergüenza de ser
inferior. Aquí por lo tanto queda inaugurado el escenario en el que va a transcurrir la
relación entre nosotros y nuestras limitaciones, entre nosotros y nuestra falibilidad.
Cuanto más seguros nos sintamos o nos hayan ayudado a sentirnos menos propen-
sión vamos a tener al perfeccionismo y más tolerantes seremos de nuestras fallas y
errores y de los ajenos. Si uno debe verse y ser visto por otros como un objeto, le
sigue que dilucidar que clase de objeto uno es adquiere suma importancia. Desde el
momento que es muy difícil (casi imposible) evaluarse uno mismo como objeto, uno
trata de verse mediante la mirada especular de los otros significativos de nuestro
entorno. Ser visto y el hecho de saber bajo que luz somos vistos adquiere por lo tanto
una importancia enorme. Debido a esto es que quedan creadas las condiciones psi-
cológicas para que quedemos estigmatizados por convicciones emocionalmente
vergonzantes acerca de nosotros mismos que se derivan de nuestras experiencias
intersubjetivas. Por ejemplo, ciertos atributos o motes que nos adjudicaron nuestros
padres o cuidadores («la feíta», «el bueno para nada», «catrasca», «el que siem-
pre…» o «el que nunca…») pueden contribuir decisivamente a configurar estas creen-
cias patogénicas e invalidantes. Recordemos lo que decíamos en el otro trabajo y
Pag. 181 EL AFECTO DE VERGÜENZA-HUMILLACIÓN: ORIGEN INTERSUBJETIVO...

que citábamos en la introducción. La vergüenza patológica es un sentimiento irracio-


nal de defecto, un sentimiento no sólo de haber transgredido algún límite, sino de
haber nacido en el lado equivocado. Estas personas se sienten estigmatizadas,
condenadas a vivir eternamente en el lado oscuro de la luna. Ese mundo en dónde
viven es un mundo del cual desconfían. Es un mundo sin proyectos, sin ilusión, sin
expectativas de ser amados o apreciados. Un mundo en dónde el rechazo, la burla y
el desprecio están a la vuelta de la esquina. La depresión, el estado de alerta perma-
nente, la ansiedad, son sus infaltables compañeros.

El padre especular tiene que reflejar al niño tanto como sujeto que como
objeto, de manera que el niño pueda aceptar la doble naturaleza de su ser para el
otro, pero el énfasis debe ser puesto en el niño como sujeto. Ser continuamente
cosificado por otro significativo es tener la propia mismidad negada o expropiada.

Resumiendo, la adquisición de la conciencia de uno mismo como objeto es


la condición para la emergencia de desarrollos íntimamente entrelazados: 1) una
vulnerabilidad exacerbada a sentir vergüenza; 2) la división del self en un Yo inme-
diato y un Yo mediado por el otro; 3) el comienzo de las relaciones de objeto (desde
el momento en que uno se convierte en un objeto para uno mismo, el otro también
se convierten objeto. Antes de este momento hay relaciones pero no relaciones
objetales. Esto no significa que experiencialmente haya una falta de diferenciación
self-otro, sino que no existe conceptualmente); 4) el nacimiento del narcisismo.

2. MECANISMOS DE DEFENSA.

Vamos a recapitular brevemente lo que en nuestro anterior trabajo describía-


mos, siguiendo a Nathanson, como el abanico defensivo de la vergüenza. Dichos
cuatro métodos fuertemente predeterminados, eran el apartarse o retraerse; el polo
del auto ataque, que supone la denigración intencional del self para conservar el
vínculo con los demás; el recurrir a sustancias adictivas y finalmente el así llamado
libreto del ataque al otro, que se da cuando algunos sienten que sólo pueden miti-
gar sus sentimientos acuciantes de inferioridad y vergüenza reduciendo la autoestima
de los demás. Este esquema me resulta y me ha resultado de una enorme utilidad
para orientarme en la clínica con los pacientes. ¿Cómo conciliar esto con los desa-
rrollos de Broucek? Veremos que es algo, no sólo posible, sino que enriquece
nuestra comprensión de los mismos de un modo sustantivo.

Según Broucek, con el advenimiento de la conciencia de uno mismo como


objeto, el niño se vuelve agudamente consciente de su comparativa pequeñez, debi-
lidad e incompetencia en relación con los demás. Para el niño que alcanza este
momento con un sentimiento de sí debilitado y con considerables experiencias de
vergüenza, estos descubrimientos de sus deficiencias relativas tendrá mucha más
probabilidad de sobrecargar la tolerancia a la vergüenza del niño, y por tanto va a
necesitar llevar a cabo varias maniobras defensivas y compensatorias. No es necesa-
rio aclarar, que si el niño es activamente avergonzado o humillado por sus padres,
hermanos u otros personajes, esto hace que la vergüenza alcance niveles tóxicos.
ROBERTO LUIS ARENDAR Pag. 182

Es aquí dónde surgen los conceptos de self ideal y self idealizado, concep-
tos que espero demostrar también tienen una gran eficacia explicativa. Joffe y Sandler
(1967) sugieren que el término self ideal sea usado para denotar la forma particular
de la representación del self que, en cualquier momento de la vida, se cree, cons-
ciente o inconscientemente, encarna el estado ideal. La forma especial de ideal
que resulta cuando el niño, con propósitos defensivos, necesita agrandarse, se la
refiere como «self idealizado».

El niño que alcanza la conciencia de sí mismo como objeto con un senti-


miento de sí debilitado y con una experiencia de vergüenza importante va a tener
una necesidad exacerbada de agrandarse a sí mismo. Según Kohut a este «self
idealizado» lo llama «self grandioso» pero, y esto es muy importante, desconoce
sus funciones defensivas. En este punto coinciden ampliamente Broucek, Stolorow
y mi experiencia clínica. El desarrollo de un self idealizado refleja que el niño que
crece padece de más dolor mental (vergüenza) que lo normal.

La vergüenza es la fuerza instigadora en la creación del self idealizado, y la


construcción del self idealizado siempre implica la coexistencia de un self devalua-
do, lleno de vergüenza, que está en interacción dinámica con el self idealizado.

Para entender los trastornos narcisistas y clasificarlos, Broucek propone


que cuando se toma conciencia de uno mismo como objeto, esto lleva a que se
formen tres conjuntos de imágenes del self, que llama el self idealizado, el self
realista y el self devaluado.

De acuerdo a que imagen del self sea la que conductualmente predomine en


el funcionamiento de la personalidad del individuo, tendremos el tipo egocéntrico, el
tipo disociativo y un tercer tipo en dónde esta predominancia es oscilante. Descri-
biré para mis propósitos los dos primeros.

1.- Cuando el self idealizado es el dominante, vemos a alguien que es desca-


radamente agrandado y que aparentemente no tiene vergüenza…Estos individuos
carecen de una representación realística bien formada de ellos mismos. Le prestan
una atención nula a las críticas de los demás; los aspectos desconocidos como
propios de su self devaluado son consistentemente atribuidos a otros. (Acá encon-
tramos una confluencia con lo que señalábamos en la terminología previa como «el
polo del ataque al otro» con la ventaja a mi entender, que ubica esta actitud defen-
siva en un contexto evolutivo.)

Este tipo de narcisista ha obtenido una aparente victoria sobre la vergüenza


pero al precio de una sensibilidad interpersonal y una capacidad autoevaluativa
dañada. Encuentro en esta descripción algo que me permite establecer un puente
con consideraciones devenidas de la teoría del apego. Esta descripción encaja con
aquellas personas clasificadas como poseyendo un tipo de apego inseguro/evitativo.
En estudios longitudinales se ha comprobado que los infantes caracterizados como
inseguros/evitativos, de niños son descritos como socialmente incompetentes, agre-
Pag. 183 EL AFECTO DE VERGÜENZA-HUMILLACIÓN: ORIGEN INTERSUBJETIVO...

sivos, retraídos y desobedientes y que además tienden a victimizar a otros niños


(Erickson, Sroufe, and Egeland, 1985; Troy and Sroufe, 1987). De adultos es proba-
ble que adopten conductas similares. 2.- Cuando el self devaluado es el dominante
en el funcionamiento de la personalidad, tenemos el tipo disociativo. Este tipo está
caracterizado por baja autoestima, extrema vulnerabilidad a experiencias de ver-
güenza, sensibilidad al rechazo y energía y vitalidad disminuida. El self idealizado
existe en una forma disociada y es frecuentemente detectable mediante un sutil
aire de superioridad y de sentirse con derechos que se encuentra al lado de una
devaluación del self expresada de un modo más consciente. (Esta descripción se
sobreimprime con lo que denominamos «el polo del autoataque». Este tipo va acom-
pañado con ciertas manifestaciones experienciales que quisiera subrayar: son per-
sonas tímidas, perfeccionistas, con marcada sensibilidad frente a sus fallas o fra-
casos y con una fuerte tendencia a hacer apreciaciones extremas y absolutas.
Muchas veces a todo esto se le agrega una fuerte necesidad de tener todo bajo
control). En ambos tipos y con distintos matices también encontramos una necesi-
dad exacerbada de reaseguramientos narcisistas (elogios, halagos, «pruebas de
amor», etc.), ocasionalmente formulados de un modo coercitivo y perentorio.

El self idealizado, disociado, frecuentemente se lo busca y se lo encuentra


mediante la proyección en ciertos otros, lo que conduce, por supuesto, a la propen-
sión a idealizarlos.

Con este panorama explicativo in mente, me resulta más fácil introducir las
metáforas a las que acudo para graficarle estos hechos psicológicos al paciente y
que deseo compartir con todos ustedes.

Primero consideremos el cuento de Blancanieves y su madrastra. Esta seño-


ra, aparentemente lo tiene todo. Es la esposa de un rey apuesto y rico, aparece en el
cuento dotada de una buena figura y vive confortablemente. Sin embargo necesita de
un espejo mágico que la reasegure permanentemente, una y otra vez, y a pesar de
que el espejo así lo hace diariamente diciéndole que es la más linda, eso nunca le
alcanza ni le aporta tranquilidad emocional. Uno aquí evoca lo que decía Kohut de
estas personas «hambrientas de espejo», cuando señalaba que son personas que
tienen el equivalente de una fístula gástrica y por lo tanto por más que comen no
pueden saciar su hambre. En un lenguaje psicológico, son personas que están domi-
nadas internamente por convicciones devaluadas de sí mismas y que consecuente-
mente son inmunes a los elogios y reconocimientos. Pero sigamos con el cuento.
Cuando la madrastra, que pertenecería al grupo egocéntrico de nuestra clasificación,
se entera por el espejo que Blancanieves la supera en belleza, se enfurece y se
apodera de ella un odio asesino y envidioso. Entonces la manda matar. Esto a mi
entender ilustra muy bien la relación entre vergüenza, sentimientos de inferioridad y
ultraje por un lado y rabia y envidia por el otro. El elemento coercitivo que señalaba, a
veces adquieren estos reclamos de reaseguramiento, lo encontré graciosamente
expresado en el film Schrek , cuando el rey Farquad (un tipo 1 típico) lo conmina al
espejo mágico a cumplir adecuadamente su función haciéndole romper de modo
intimidatorio un espejo más pequeño a uno de sus lacayos.
ROBERTO LUIS ARENDAR Pag. 184

Cenicienta es alguien que se presta muy bien para ilustrar el tipo 2, el tipo
disociativo. Pero yo sobretodo uso este relato para ejemplificar el sentimiento
persecutorio de ser visto y de que esa mirada nos exponga a que quede revelada
nuestra defectuosidad y a pasar mucha vergüenza. Si Cenicienta hubiese estado
mejor de su autoestima, ¿por qué salir huyendo antes de las doce? ¿A que le tenía
miedo? Uno piensa que si logró seducir al príncipe es por algo más que por sus
vestiduras. Este conjunto de acontecimientos, bautizado por mí, «Síndrome del
baile de Cenicienta», es algo que encontramos en ese grupo de personas, ganadas
por fuertes convicciones de fealdad y defecto, para las cuales la mirada ajena repre-
senta una tortura, un constante temor a que los demás se percaten de lo que
esconden o se empeñan en disimular. Viven ansiosas, perseguidas e intentan man-
tener a raya estas vivencias tan penosas, recluyéndose, ocultándose.

El personaje de Gregor Samsa de «La metamorfosis» de Franz Kafka, con


esa vivencia tan terrible de sentir que se está convirtiendo en una cucaracha, mues-
tra los extremos a dónde se puede llegar, hasta dónde puede crecer dentro de
nosotros la idea de que somos algo despreciable, inmundo, digno de ser aniquilado
y que no nos queda otra que recluirnos del contacto con el mundo.

El cuento «El patito feo», que no era un patito sino un cisne, es muy elo-
cuente en poner de relieve ante nuestros ojos la importancia del contexto en la
experiencia de vergüenza. Leer este trabajo en una asociación psicoanalítica puede
ser una experiencia traumática, espero que acá sea divertida.

3. TRATAMIENTO

María Laura, una joven de 26 años, de modales suaves y algo gordita, me


consulta en el mes de diciembre pasado. Al momento de escribir este relato lleva-
mos aproximadamente dos meses trabajando juntos en una psicoterapia de dos
veces por semana. Me fue derivada por un médico clínico de mi conocimiento.
Padecía de dolores fuertes de cabeza, ansiedad severa, insomnio y vivencias de-
presivas. María Laura está cursando el último año de la carrera de abogacía y para
ella el tema del estudio y los exámenes es un tema de vida o muerte. La proximidad
de uno (al empezar a vernos le faltaban alrededor de 10 días para rendirlo) se había
convertido ante su sentir en un hecho que la atormentaba. Temía no aprobarlo y
esto era vivido como una catástrofe. Decía que, a pesar de ser una buena estudian-
te, el sentarse enfrente del examinador, era algo que le producía pánico. Temía que
todo este nerviosismo le jugara en contra, le pusiera la mente en blanco y esto
derivara en un aplazo. Era llamativo, que, a pesar que no había un historial de
reprobaciones en su record académico, esta posibilidad le produjera tanto terror.

María Laura vivía con su padre y una hermana cuatro años menor que ella. Al
poco tiempo la hermana menor se muda a vivir con su novio. Paulatinamente la
paciente empezó a desplegar su drama personal y familiar. Los padres se habían
separado de forma traumática hace ocho años. Al principio las dos hermanas per-
manecieron con su madre hasta que, según me cuenta María Laura, la madre las
Pag. 185 EL AFECTO DE VERGÜENZA-HUMILLACIÓN: ORIGEN INTERSUBJETIVO...

echó a las dos a la calle, violentamente. Describe a su madre como una mujer muy
perturbada, impredetible, con estados de ánimo muy cambiantes. Cuenta como
una constante histórica la propensión de esta mujer a ejercer violencia sobre toda la
familia, ya sea con golpes, empujones, actos impulsivos, amenazas, gastos exor-
bitantes y descalificaciones verbales muy crueles y sádicas.

María Laura, como era de esperar tenía la autoestima pulverizada. La imagen


de sí misma estaba completamente devaluada y sus relaciones, especialmente
con su padre y su hermana estaban signadas por el maltrato. En palabras de la
paciente. «Siempre pienso que nunca nadie se va a enamorar de mí, porqué no
tengo nada bueno para ofrecerle a los demás. Si alguien me habla o se acerca a mí
pienso que rápidamente se va a alejar porqué no puede encontrar ningún atractivo
en mi cuerpo, sólo defectos.»(Esto es lo que yo he bautizado «Síndrome de Groucho
Marx», porqué a semejanza de este famoso comediante norteamericano que decía
que él no sería socio de un club que lo aceptara a él como socio, estas personas
que dudan profundamente de su queribilidad, del valor afectivo que pueden llegar a
tener para los demás, tienen serias dificultades para dar crédito a algún elogio,
interés o reconocimiento ajeno. Automáticamente tienden a suponer que el otro
tiene una falla, no ve bien o está loco.) «Cuando tengo que sentarme en los bancos
de la facultad hago en esfuerzo tremendo para tratar de estar bien derecha, porqué
siento que todo el mundo está mirando los defectos de mi cuerpo.» «Al lado de mis
amigos cuando salimos a pasear o también dentro de la facultad, me siento mal.
Me veo muy inferior a ellos, ya sea tanto física como intelectualmente.» «No me
gusta participar mucho de las conversaciones por miedo a decir algo tonto o caer
en el ridículo y que todos noten que no soy inteligente.» «Cuando hay una reunión
de chicos y hay alguien que me interesa, me empiezo a sentir mal anímicamente
porque no creo poder llamar la atención como para gustarles o que se interesen en
mí.» «Mi gran miedo es a quedarme sola.»

María Laura, como lo muestran estas declaraciones, padecía de niveles tóxi-


cos de vergüenza que emanaban de fuertes convicciones personales de
defectuosidad. Toda esta gama de controles que necesitaba llevar a cabo le produ-
cían una situación de tensión y alerta constantes. Era algo agotador a lo que sentía
esclavizada. Como si todo esto no fuera suficiente para alimentar su desdicha,
también padecía vergüenza secundaria, es decir vergüenza de sentir vergüenza.

Lo que ayudó enormemente a relajarla y generar entre nosotros un vínculo de


comodidad y de confianza, fue el hecho de que la paciente se sintiese comprendida
y lo que resultó decisivo al respecto, fue precisamente que dicha comprensión
fuese vehiculizada a través de los ejemplos de los cuentos que mencioné más
arriba. Dichos cuentos parece que funcionaron adecuadamente como escenarios
metafóricos aptos para graficar ostensiblemente sus dramas personales y además,
hacerlos creíbles y universales. Recordemos que las personas que padecen de
estos niveles de vergüenza, se experimentan como seres radicalmente distintos a
los demás, como habiendo nacido en el lado equivocado, en el lado de los defectuo-
sos. También, en este caso, María Laura había tenido hace algunos años una entre-
ROBERTO LUIS ARENDAR Pag. 186

vista psicológica en dónde la «terapeuta», cuando le relató sus desdichas pensó


(cosa muy común) que estaba inventando o exagerando.

Blancanieves le sirvió sobremanera para expresar el drama de la relación con


su perturbada madre. Cenicienta, le sirvió para ilustrar no sólo el maltrato recibido
por parte de los demás (especialmente de sus familiares cercanos) sino también le
permitió ver, como ella al convalidar ciertas atribuciones desdeñosas, colaboraba
activamente en recrear esos escenarios insatisfactorios. «El patito feo» y Kafka
también vinieron en nuestra ayuda.

Paulatinamente y al unísono con estas comprensiones, María Laura fue cam-


biando. Dónde antes había predominado una imagen de ella misma como la de una
«gorda deforme» empezó a parecer una mujer que se comenzó a ver un poco dife-
rente. Se empezó a vestir mejor y a lucir más atractiva. Empezó a poder enojarse y
a oponerse a ser tratada como una sirvienta sin valor por parte de su padre y de su
hermana. Empezó a tener ganas de despertarse por las mañanas y a hacer proyec-
tos. Empezó a mirar con ojos más considerados a su cuerpo y sus dolencias, así
como a sus estados subjetivos. Empezó a tener iniciativas creativas y a recuperar
su derecho a elegir. Y por sobre todo, empezó a cuestionarse la convicción que su
vida estaba capturada por un destino de desdicha y sufrimiento.

En la relación conmigo, este sentirse progresivamente cada vez más aplomada


y segura, nos permitió asimismo explorar sus desconfianzas con respecto a mí: el
temor a que me canse de ella, que la quisiera echar, que pusiese en duda la verosi-
militud de sus relatos.

El tratamiento prosigue a buen ritmo, impregnado de esperanza y de vida.

4. CONCLUSIONES

Sumándome a Donna Orange yo pienso que efectivamente, una teoría sufi-


cientemente buena hace una diferencia práctica. Es aquella que nos permite orien-
tarnos mejor y obtener mejores resultados. Ojalá esta reseña colabore en ese sen-
tido. He tratado de materializar este propósito dando primero un panorama actuali-
zado de las comprensiones que se han ido adquiriendo sobre este afecto y sus
implicancias relacionales, para finalmente ilustrarlo con un ejemplo clínico de mi
cosecha, en dónde comento algunos recursos idiosincrásicos, y a juicio mío alta-
mente eficaces, a los que apelo para comunicar dichas comprensiones. Si es así,
si he logrado este objetivo, nuestra autoestima derivada de nuestra experiencia de
ser eficaces se incrementará y nuestros pacientes nos lo agradecerán.

Notas
1
Roberto L. Arendar es psicoanalista en Buenos Aires, coautor del libro El self en la teoría y en la
práctica (Buenos Aires: Paidós), docente en la Universidad del Salvador (Cátedra de Psicología
Clínica) y en el Departamento de Salud Mental (Hospital José de San Martín) Universidad Nacional de
Buenos Aires.

También podría gustarte