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A. INTRODUCCIÓN
Cada vez estoy más agradecido por haber incluido en mi aproximación com-
prensiva a mis pacientes el peso que tiene en sus padecimientos la vergüenza crónica
no reconocida y por tanto tóxica e invalidante. Pasaron ya seis años desde nuestro
primer trabajo sobre el tema de la vergüenza ( Arendar y col. 1998) y durante ese lapso
se han ido acumulando nuevas lecturas y nuevas experiencias clínicas con mis pa-
cientes. El encarar este trabajo con el propósito de trasmitir lo antedicho es algo que
me llena de entusiasmo y alegría. Y es así porqué, como decía al principio, tener en
mis alforjas terapéuticas la comprensión de la dinámica de la vergüenza y de las
cosas que hacemos para defendernos de ella, han beneficiado a muchos de mis
pacientes, con los cuales pudimos obtener resultados positivos francamente halagüe-
ños. Por lo tanto esta presentación la voy a organizar de la siguiente manera: 1) en el
origen intersubjetivo de la vergüenza, me referiré a una cuestión importante que no fue
incluida en nuestros primeros trabajos, a saber, la importancia decisiva que adquiere
en el desarrollo aquel momento en nuestra evolución psicológica en la que tomamos
conciencia de nosotros mismos como objeto y las distintas vicisitudes que pueden
derivar de este trascendente suceso. Recordemos sucintamente que es lo que plan-
teábamos hace ya seis años en nuestro trabajo «Las cosas que le dan (o le daban)
vergüenza a los psicoanalistas». Allí señalábamos el lugar postergado y descuidado
que hasta no hacía mucho se le había otorgado al potencial patogénico de la vergüen-
za en la literatura psicoanalítica. Introducíamos la teoría de los afectos del psicólogo
contemporáneo Silvan S. Tomkins, quien usa el término afecto para un grupo de nueve
mecanismos innatos. Un afecto innato en dicha teoría, es considerado un amplificador
analógico de las condiciones de los estímulos. Según esta teoría el sistema afectivo
convierte información cuantitativa en un conjunto de experiencias cualitativas. Hemos
evolucionado para ser un organismo que está programado para dos afectos positivos
(interés, alegría), un tercero tan breve que es neutral (sorpresa), y seis que son decisi-
vamente negativos (enojo-rabia, miedo-terror, etc.). El afecto vergüenza-humillación ha
evolucionado como un auxiliar del sistema afectivo. El afecto vergüenza aparece cuan-
do se interrumpe el interés o el deleite, produciendo pérdida del tono muscular en el
cuello, mirada evitativa y hacia abajo y enrojecimiento facial. También rescatábamos
como, debido al hecho que cada programa afectivo se despliega en el rostro antes que
sea procesado por el organismo, adquiere una importancia nuclear en la interacción
social. Al introducirnos en la clínica hacíamos una diferenciación importante entre la
vergüenza normal, situacional y la vergüenza patológica. La vergüenza patológica la
definíamos como un sentimiento irracional de defecto, un sentimiento no sólo de haber
transgredido algún límite, sino de haber nacido en el lado equivocado. También decía-
mos que mucha de la vergüenza que tratan los terapeutas está reprimida, defendida,
no sentida y cómo la necesidad de mantenerla reprimida, frecuentemente lleva las
personas hacia el perfeccionismo, el retraimiento, la timidez, etc. Exploramos como
juega la dinámica de la vergüenza en nuestro trabajo clínico cotidiano como psicoana-
listas, donde intentamos mostrar como la adherencia a supuestos técnicos y teóricos
anacrónicos e irracionales, pueden llevarnos a nosotros y a nuestros pacientes a
experimentar niveles tóxicos de vergüenza. Decíamos también, y esto nos conecta
con el siguiente ítem, que la vergüenza adquiere una importancia tremenda para nues-
ROBERTO LUIS ARENDAR Pag. 178
tro concepto de self-ya sea que aceptemos lo que la vergüenza nos haya mostrado de
nosotros y corrijamos nuestra autoimagen, o nos veamos forzados a defendernos de
esta experiencia mediante alguno de los cuatro métodos de comportamiento fuerte-
mente predeterminados conocidos como el abanico defensivo de la vergüenza, 2)
retomando el tema de las estrategias psicológicas a las que apelamos para tratar de
sobrevivir a los estragos de padecer una vergüenza patológica, los ilustraré esta vez
usando ejemplos extraídos de la literatura y de los cuentos infantiles tradicionales.
Dichos ejemplos además de elocuentes, y quizá precisamente por ello, han probado
en mi experiencia ser poderosas herramientas terapéuticas, debido a que facilitan
enormemente la comunicación de nuestras comprensiones, 3) haré finalmente un
relato pormenorizado de un caso clínico para mostrar lo mejor posible como todo esto
se trasunta en nuestra práctica clínica cotidiana, 4) como colofón cerraré esta exposi-
ción con un resumen y algunas conclusiones.
En uno de nuestros trabajos anteriores (el ya citado «Las cosas…) nos refería-
mos al afecto de vergüenza enmarcándolo dentro de la teoría de los afectos del
psicólogo Silvan S. Tomkins. De acuerdo a Tomkins (1963, 1987), el activador innato
de la vergüenza es una reducción incompleta de interés-excitación o de alegría júbilo.
A partir del hecho que para Tomkins la vergüenza es un afecto auxiliar (es decir que
no es un afecto básico per se sino que es un afecto auxiliar de los afectos interés-
excitación o de alegría-júbilo), cualquier obstáculo a dichas experiencias de interés-
excitación o de alegría-júbilo que tienden a aplacar pero no a destruir tal interés o
alegría pueden activar vergüenza. Esta afirmación ha sido elocuentemente criticada
por Broucek que señala que si bien esta fórmula puede dar cuenta de muchas expe-
riencias de vergüenza, hay muchas otras situaciones que uno puede evocar en dónde
esta fórmula no funciona. Por ejemplo, uno puede estar mirando, con gran interés y
apasionamiento, un partido de fútbol por televisión y ocurrir un problema técnico inte-
rrumpe la transmisión del evento. Dice Broucek que uno, en una circunstancia así,
puede llegar a sentirse disgustado o enojado, pero no avergonzado. A renglón seguido
nos señala, criticando esta visión monista, que parece fuera de toda discusión que la
vergüenza es algo acerca del self y su contexto social y que refleja una perturbación
tanto en la vivencia de uno mismo (sentimiento de sí) como una perturbación en la
naturaleza de la relación con el otro. Broucek entonces, a diferencia de Tomkins,
enfatiza el fracaso del cuidador en responder de forma sustentadora a las vivencias de
eficacia o intencionalidad del niño. Efectivamente, desde que nacemos hasta que
morimos necesitamos ser valorados, alentados, aceptados. Al principio el rostro go-
zoso de nuestra madre o padre que celebra con orgullo que nos largamos a caminar
o que andamos en bicicleta ¡sin rueditas! Más tarde serán otras iniciativas las que
entran a escena. Recuerdo a un paciente que evocaba con mucho dolor cuando,
siendo un niño le hablaba al padre de sus deseos de concurrir a un taller de pintura y
el padre le contestaba ¿qué taller, el taller mecánico?
Stolorow, por otro lado, discrepa en parte con Broucek, y sostiene que la
vergüenza puede surgir de la mala sintonía con cualquier estado afectivo significati-
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vo del niño, que incluye tanto la alegre experiencia que acompaña al progreso evo-
lutivo como los dolorosos estados afectivos reactivos generados por las injurias y
rupturas (ansiedad, tristeza, añoranza y desesperación, rabia).
Merleau-Ponty (1964), citado por Broucek, dice que en el niño en este esta-
dio aprende a percatarse que «él no es sólo lo que él creía que era a partir de su
experiencia interna, sino que además es esa figura que ve en el espejo». El comien-
zo, posibilitado por esto último, de una relación con uno mismo es también el
comienzo de algún tipo de alienación de uno mismo.
La vergüenza muchas veces tiene que ver con experimentarse a uno mismo sien-
do tratado como un objeto o cosa cuando uno está intentando relacionarse con el otro de
un modo intersubjetivo. Schneider señala (1977): «experimentamos vergüenza cuando
sentimos que nos colocan fuera del contexto en el que deseamos ser interpretados».
Recordemos ciertas interpretaciones «cliché» del psicoanálisis clásico y vamos a tener
ejemplos a raudales. ¿Quién no se sintió avergonzado por llevarle un regalo a su analista,
cariñosamente comprado en un viaje, y recibir una interpretación en lugar de un agrade-
cimiento por nuestro amor? ¿Quién no se sintió un tonto por solicitar ir al baño y no tener
respuesta? ¿Quién , en fin, no se sintió avergonzado y rabioso, porque algo que sentía-
mos hacia nuestro terapeuta, era sistemáticamente considerado un eco del pasado?
El padre especular tiene que reflejar al niño tanto como sujeto que como
objeto, de manera que el niño pueda aceptar la doble naturaleza de su ser para el
otro, pero el énfasis debe ser puesto en el niño como sujeto. Ser continuamente
cosificado por otro significativo es tener la propia mismidad negada o expropiada.
2. MECANISMOS DE DEFENSA.
Es aquí dónde surgen los conceptos de self ideal y self idealizado, concep-
tos que espero demostrar también tienen una gran eficacia explicativa. Joffe y Sandler
(1967) sugieren que el término self ideal sea usado para denotar la forma particular
de la representación del self que, en cualquier momento de la vida, se cree, cons-
ciente o inconscientemente, encarna el estado ideal. La forma especial de ideal
que resulta cuando el niño, con propósitos defensivos, necesita agrandarse, se la
refiere como «self idealizado».
Con este panorama explicativo in mente, me resulta más fácil introducir las
metáforas a las que acudo para graficarle estos hechos psicológicos al paciente y
que deseo compartir con todos ustedes.
Cenicienta es alguien que se presta muy bien para ilustrar el tipo 2, el tipo
disociativo. Pero yo sobretodo uso este relato para ejemplificar el sentimiento
persecutorio de ser visto y de que esa mirada nos exponga a que quede revelada
nuestra defectuosidad y a pasar mucha vergüenza. Si Cenicienta hubiese estado
mejor de su autoestima, ¿por qué salir huyendo antes de las doce? ¿A que le tenía
miedo? Uno piensa que si logró seducir al príncipe es por algo más que por sus
vestiduras. Este conjunto de acontecimientos, bautizado por mí, «Síndrome del
baile de Cenicienta», es algo que encontramos en ese grupo de personas, ganadas
por fuertes convicciones de fealdad y defecto, para las cuales la mirada ajena repre-
senta una tortura, un constante temor a que los demás se percaten de lo que
esconden o se empeñan en disimular. Viven ansiosas, perseguidas e intentan man-
tener a raya estas vivencias tan penosas, recluyéndose, ocultándose.
El cuento «El patito feo», que no era un patito sino un cisne, es muy elo-
cuente en poner de relieve ante nuestros ojos la importancia del contexto en la
experiencia de vergüenza. Leer este trabajo en una asociación psicoanalítica puede
ser una experiencia traumática, espero que acá sea divertida.
3. TRATAMIENTO
María Laura vivía con su padre y una hermana cuatro años menor que ella. Al
poco tiempo la hermana menor se muda a vivir con su novio. Paulatinamente la
paciente empezó a desplegar su drama personal y familiar. Los padres se habían
separado de forma traumática hace ocho años. Al principio las dos hermanas per-
manecieron con su madre hasta que, según me cuenta María Laura, la madre las
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echó a las dos a la calle, violentamente. Describe a su madre como una mujer muy
perturbada, impredetible, con estados de ánimo muy cambiantes. Cuenta como
una constante histórica la propensión de esta mujer a ejercer violencia sobre toda la
familia, ya sea con golpes, empujones, actos impulsivos, amenazas, gastos exor-
bitantes y descalificaciones verbales muy crueles y sádicas.
4. CONCLUSIONES
Notas
1
Roberto L. Arendar es psicoanalista en Buenos Aires, coautor del libro El self en la teoría y en la
práctica (Buenos Aires: Paidós), docente en la Universidad del Salvador (Cátedra de Psicología
Clínica) y en el Departamento de Salud Mental (Hospital José de San Martín) Universidad Nacional de
Buenos Aires.