Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
lavanguardia.com/historiayvida/edad-media/20200703/482032733805/cruzadas-dinero-mercaderes-jerusalen-caida-
acre-negocio.html
1/10
La Iglesia, por otra parte, ofrecía a sus guerreros otro tipo de privilegios. Si habías
solicitado un préstamo, podías dejar de pagar los intereses siempre que te alistaras.
Disfrutabas, además, de inmunidad ante cualquier demanda civil con repercusiones en los
bienes del afectado. La experiencia demostró la necesidad de establecer restricciones a esta
medida, en vista del peligro real de que muchos marcharan a Tierra Santa para no tener que
ir a juicio.
Ante la magnitud de los sacrificios que debía hacer, el cruzado necesitaba algún tipo de
incentivo económico. La Iglesia acabó justificando la legitimidad del botín,
entendido como el salario justo que se pagaba a los guerreros. Ahora bien: los ejércitos no
debían excederse en este punto, porque una codicia excesiva enojaría a Dios y conduciría al
fracaso militar.
También contaron las expectativas de hallar unas tierras ricas, en las que fuera
posible establecerse y prosperar. El abate Martín de Pairis, en un discurso pronunciado en
1201, animó con este argumento a su auditorio para que tomara las armas y marchara a los
Santos Lugares.
Los cruzados tenían que desplazarse a lo largo de enormes distancias. Había que
procurarles medios de transporte y provisiones. Las ciudades marítimas como Venecia,
Génova y Pisa enseguida vieron en ello oportunidades de hacer dinero. Llevaban a Tierra
Santa a peregrinos y nuevos colonos en barcos que partían de Italia dos veces al año, en
marzo y septiembre.
Un negocio redondo fue el que hicieron los genoveses entre 1101 y 1102, durante el
asedio de Cesarea, en el actual Israel. Tras la caída de la ciudad, consiguieron tanto
privilegios comerciales como una parte sustanciosa del futuro botín.
2/10
'La toma de Constantinopla en 1204', por Palma "el Joven".
Dominio público
Los venecianos, por su parte, se hicieron de rogar. Les iba muy bien en el comercio con
Egipto, y no querían poner en peligro esta fuente de riqueza. Sin embargo, terminaron
comprendiendo las ventajas de intervenir: más privilegios para sus mercaderes
y un tercio de las plazas que en el futuro se conquistaran con su ayuda.
Según el historiador inglés John Julius Norwich, “los términos de la propuesta eran duros y
típicamente venecianos, y la rapidez con que fueron aceptados por los francos demuestra
cuán desesperadamente precisaban estos de apoyo naval”.
La economía de la república recibiría un golpe fatal. Lo que vino después fue una
sucesión de disparates. Venecia había exigido un precio pensado para 35.000 soldados. Solo
se presentaron en Italia 12.000, por lo que el coste por persona se disparó. Los cruzados no
3/10
tenían fondos para satisfacer sus compromisos, y los venecianos no estaban dispuestos a
dejarles partir a menos que pagaran sus deudas.
La situación se fue haciendo más y más tensa, hasta que se llegó a un pacto: el ejército
reunido serviría para atacar Zara, en la costa dálmata, de forma que todos saldrían ganando.
Los cruzados tendrían botín y Venecia se libraría de un rival molesto. Solo había un
pequeño problema: Zara era una ciudad cristiana. ¿Cómo explicar una agresión
contra hermanos en la fe? El interés material se impuso finalmente a las consideraciones
espirituales.
Por otra parte, no todos los estados cristianos mostraron el mismo entusiasmo a la hora de
combatir al infiel. Mientras se preparaba la primera cruzada, Roger I de Sicilia no
consideró que pudiera sacar ningún beneficio de la aventura. En su isla vivía un
sector importante de población musulmana, con la que no deseaba enemistarse.
También quería evitar que las hostilidades provocaran una ruptura del comercio
con el norte de África. Si las exportaciones disminuían, la producción agrícola experimentaría
también un descenso. Por estas y otras razones, el conde prefirió mantenerse al margen de
los entusiasmos bélicos y las pretensiones ajenas de fundar colonias ultramarinas.
4/10
incrementar el tráfico mercantil. Las naves en las que viajaban los cruzados iban
cargadas con lana, telas y metales. A cambio de estos productos, los mercaderes italianos
recibían, procedentes de Oriente, azúcar, seda y especias.
Todo este tráfico implicaba, como es obvio, tratar con musulmanes, dueños de puertos tan
importantes como el de Alejandría, en Egipto. Esta ciudad era la gran joya
comercial del Mediterráneo. En sus magníficos mercados podían adquirirse maderas,
especias, azúcar, trigo... La Iglesia procuró limitar la venta de productos a los “infieles”, sobre
todo si tenían utilidad para fabricar armas, pero, a la hora de la verdad, el interés económico
se impuso al religioso.
Las autoridades religiosas musulmanas también procuraron limitar los intercambios con el
enemigo cristiano, con parecido éxito. Se impuso el pragmatismo: si los árabes no se
proveían de metales, la fabricación de equipamiento militar para defenderse resultaría
imposible. Así, los comerciantes, fueran de la religión que fueran, se movían libremente por
Oriente Próximo.
Ibn Yubair, peregrino de la península ibérica, reflejó en 1184 su sorpresa ante el constante
flujo de intercambios económicos: “Una de las cosas más asombrosas es que aunque el fuego
de la discordia entre ambas partes continúa ardiendo [...] los viajeros musulmanes y
cristianos van y vienen sin interferencias”.
5/10
Por extraño que resulte, las cruzadas también sirvieron para activar la economía en
los territorios islámicos, donde los comerciantes podían enriquecerse como
intermediarios entre los cristianos y zonas tan remotas como India y China. Pero los negocios
no eran algo exclusivo de los profesionales. Allá por donde pasaban los cruzados, la población
local también procuraba extraer todo el rendimiento monetario posible.
Eso fue lo que hicieron, por ejemplo, los campesinos que abastecieron a los ejércitos de la
segunda cruzada cuando estos se dirigían hacia Constantinopla. Escarmentados con los
abusos de los soldados, los labriegos se resarcían cobrando sumas desmesuradas
por los alimentos. El monarca francés Luis VII comprobaba desesperado, una y otra vez,
que el dinero se volatilizaba. Debía reclamar continuamente nuevas remesas de fondos
procedentes de su reino.
Más tarde, ya en la capital bizantina, las tropas cristianas tuvieron que satisfacer los
altísimos precios que les exigían los griegos. Ante un abuso tan patente, un flamenco,
víctima de un momento de enajenación, se lanzó sobre las mesas de orfebres y cambistas en
un intento de apoderarse de todo el oro y la plata que pudiera. Hizo un mal negocio: Luis VII,
para congraciarse con la población local, ordenó que lo colgaran.
6/10
Representación del asedio de Antioquía durante la primera cruzada.
Dominio público
En la Edad Media, Oriente cumplía una función similar a la del lejano Oeste en
Estados Unidos durante el siglo XIX. Era un espacio que atraía a todo tipo de gente en
busca de fortuna o, como mínimo, algún modo de supervivencia, desde aventureros a
asesinos o prostitutas.
Cansado de estos y otros asaltos, el sultán Saladino tomó cartas en el asunto. Los cruzados
pagaron sus cuentas pendientes con una estrepitosa derrota en Hattin (1187).
Châtillon fue ejecutado por el propio Saladino. El dominio de los cruzados pareció entonces a
7/10
punto de hundirse, pero aún faltaba más de un siglo para que fueran expulsados de Tierra
Santa.
En el siglo XIII, durante las últimas décadas en Tierra Santa, los cristianos se dedicaron,
básicamente, a pelear entre sí. El equilibrio inestable entre las motivaciones
religiosas y las económicas se rompió a favor de estas últimas, por lo que los
venecianos acabaron vendiendo a los musulmanes los materiales que estos necesitaban para
construir máquinas de asedio, las mismas que utilizarían contra los cruzados.
8/10
'La caída de Acre', punto clave en el final de las cruzadas.
Dominio público
9/10
10/10