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Opinión sobre ‘Week-end’ de Jean-Luc Godard (1967).

Kiahuiketzal Rebollo R.

No es muy descabellado admitir que ya vivimos en una sociedad muy parecida a la


que Godard nos muestra en ‘Week-end’. Una en donde el ser humano es reducido
a mercancía y que al mismo tiempo se encuentra sumergido en un entorno
decadente en donde todo lo que le rodea es mercantilizado. Los alrededores ahora
se vuelven ‘campos de batalla’ en el que uno como individuo debe tratar de
sobrevivir a las feroces (pero invisibles) garras del Capitalismo que se inmiscuyen
silenciosamente en las entrañas de uno mismo.

A lo largo de la película, vemos la travesía de Corinne y Roland, una pareja que lo


único que comparte en común es la etiqueta del matrimonio y las ansias de ponerle
las manos encima a una gran fortuna que ciertamente no les corresponde. Esto sin
mencionar que cada uno quiere deshacerse secretamente del otro, porque como
Godard nos muestra en su película, no puede haber ninguna unión duradera en la
guerra civil del capitalismo tardío, porque como todo es consumible pierde su valor
rápidamente y también puede ser fácilmente intercambiable.

En el universo de Week-end no existe la sensibilidad hacia el otro, una muerte atroz


por un accidente, prender en llamas a una mujer viva o matar a una madre a sangre
fría no son nada comparados con el dolor que ocasiona la pérdida de una cartera
Hermes en un incendio o la abolladura a un auto, esto como prueba de que “solo
los bienes materiales son capaces de despertar pasiones”. Estos dos personajes,
“incapaces de poder desear algo fuera de los parámetros del mercado” se ven
orillados a enfrentarse a un destino que acabará por consumirlos a ellos,
especialmente a Roland, que no corre la misma suerte que su compañera al final.
Como buitres del mercado, deambulan entre las ruinas rescatando solo objetos que
alimentan una realidad ilusoria de la que están cada vez más distantes. Su viaje,
cuya temporalidad también está mercantilizada (“el tiempo es dinero”) está llena de
encuentros bastante orquestados y poco realistas, concepto que Godard refuerza
continuamente al querer demostrar que todo lo expuesto es un espectáculo y, por
consiguiente, falso. Como herramientas para lograr lo anterior, el lenguaje
cinematográfico es igual de importante; desde el uso del travelling en distintas
secuencias como el embotellamiento, a manera de show de mercancías por
televisión, hasta escenas donde los personajes están a contraluz, destacando solo
sus siluetas reduciendo simultáneamente la importancia tanto de la imagen como
‘aplanando’ la existencia de los personajes, dando la sensación (y la confirmación)
de que en realidad no son importantes. Ellos, así como su recuerdo y su memoria
se pierden en una sociedad que no da nada por ellos.
Después de unas cuantas peripecias más en las que solo sobresale la terquedad
de ambos que se sujeta a una fantasía, Corinne y Renald son atacados por unos
saqueadores hippies caníbales que viven en el bosque y a los que el dinero no les
es importante. Todo lo que creían saber o conocer de aquel mundo burgués se
desdibuja en este nuevo entorno que se alimenta de los que no pueden ver más allá
de la trampa del capitalismo. Aquella ciudad donde hay una ‘pérdida de lo sagrado’
debido al ‘aplanamiento de la existencia humana queda atrás en este bosque donde
resurge ese llamado a lo divino, acompañado de distintas ceremonias que al final,
reducen sin importancia o valor alguno al cuerpo, que es reducido simplemente
como otro tipo de carne de consumo cualquiera, como lo fue para el fatídico destino
de Renald.

Aunque personalmente fue una película bastante difícil de digerir creo que tiene
muchos puntos de análisis que podemos replantear en nuestra actualidad y dentro
del tipo de sociedad en el que vivimos. Es verdad que ahora más que nunca es muy
fácil perder esta cualidad de ‘sujetos’ que nos caracteriza para ser percibidos como
mercancía ante las grandes empresas e industrias para los que significamos solo
unos cuantos números, pero que al mismo tiempo tienen el control y acceso a
nuestra información debido a la era digital en la que estamos sumergidos. Creo que
esta película puede seguir siendo relevante aún ahora, porque, aunque Godard
hubiera querido que fuese olvidada, creo que es un muy incómodo pero certero
recordatorio de que el ser críticos y sensibles a lo que nos rodea es indispensable
para poder sobrevivir, como mencioné en un principio, a este campo de batalla en
el que nos encontramos.

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