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La fragmentación de Pangea.

Del Triásico a finales del Jurásico

Algunas zonas de fractura formadas durante el Carbonífero y el Pérmico habían continuado


evolucionando y Pangea se empezó a fragmentar, iniciándose el ciclo Alpino.

Durante el Triásico, las áreas topográficamente más bajas de la futura Placa Ibérica estaban ocupadas
por extensas llanuras aluviales que periódicamente eran invadidas por el mar y se convertían en
plataformas marinas de poca profundidad; en ellas se depositaban fangos carbonatados y emergían
algunos arrecifes. Hacia finales del Triásico, 50 millones de años tras el inicio de la fragmentación de
Pangea, aquellas fracturas iniciales habían evolucionado hasta formar unos sistemas de grandes fallas
que delimitaban depresiones parecidas al actual valle africano del Rift (rift, en inglés, significa ‘grieta’ o
‘abertura’). Uno de los valles ‘riftianos’ se localizaba en la futura área pirenaica, y el otro, más
importante y que fue inmediatamente invadido por el mar, en el área ocupada actualmente por el
Sistema Bético, el Mar de Alborán y el estrecho de Gibraltar. Otras depresiones similares se abrieron en
el interior de la Placa Ibérica. Estos sistemas de fracturas favorecieran la ascensión de masas de rocas
volcánicas y subvolcánicas básicas.

En aquel momento, en la futura Península Ibérica se destacaban dos macizos emergidos: el Macizo
Ibérico (la futura Meseta) y el Macizo del Ebro, hoy desaparecido, el cual ocupaba las actuales zonas
orientales de la Cuenca del Ebro, de la vertiente sur de los Pirineos y del Golfo del León.
Geográficamente, ambos macizos eran unas islas rodeadas de vastas áreas encharcadas en las cuales se
depositaban sales, yesos, arcillas y carbonatos en unas condiciones climáticas muy áridas. Entre el
Macizo Ibérico y el límite de los pantanos triásicos se abría una extensa llanura desértica.

Con el transcurso del tiempo, durante el Triásico y especialmente durante el Jurásico, la extensión a lo
largo de algunas de las fracturas que limitaban los valles ‘riftianos’ progresó hasta que se generó corteza
oceánica, quedando así individualizadas nuevas placas tectónicas. Había empezado la apertura del
Atlántico central (figura 6).

Figura 6: La configuración de la Tierra ahora hace 150 Ma, a finales del Jurásico. Se reconocen el
contorno de la Placa Norteamericana y la costa occidental de África, separadas por el Atlántico central, y
la Placa Ibérica.

Figura 6: La configuración de la Tierra ahora hace 150 Ma, a finales del Jurásico. Se reconocen el
contorno de la Placa Norteamericana y la costa occidental de África, separadas por el Atlántico central, y
la Placa Ibérica.
A lo largo del Jurásico, durante un periodo de 55 millones de años, una parte importante de la futura
Placa Ibérica se mantuvo sumergida bajo un mar poco profundo (figura 7). En unas condiciones
climáticas más cálidas que las actuales, en aquellas extensas plataformas continentales se depositaban
fangos y arenas carbonatadas, los cuales, en mayor o menor grado, eran retrabajadas posteriormente
por las mareas. Aquellas condiciones ambientales favorecieron también que las aguas fueran
colonizadas por grupos muy numerosos de cefalópodos, principalmente ammonítidos y belemnítidos, y
también por braquiópodos y bivalvos.

Figura 7: Restitución de la Placa Ibérica hace 145 Ma, a finales del Jurásico.

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