Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Algunas Notas Sobre El Teatro Posdramático
Algunas Notas Sobre El Teatro Posdramático
Hans-Thies Lehmann
El estudio que publiqué en 1999 fue escrito para que resultara ameno e
interesante a los propios profesionales de las artes escénicas, por esta
razón en algunos puntos las elaboraciones teóricas extensas y
detalladas fueron pasadas por alto, lo que tuvo como consecuencia que
un buen número de temas teóricos se dejaran abiertos para una
discusión posterior más amplia. Este hecho, sin embargo, allanó el
camino para una serie de enormes malentendidos –lo posdramático es
lo no textual, con lo posdramático acaba el arte dramático y todo lo
que se parezca…– a pesar de que en el libro se exponía claramente lo
contrario. La palabra «posdramático» describe la estética y los estilos
de la práctica teatral, y tematiza la escritura, la escritura dramática o el
texto teatral sólo de manera marginal. Existe el teatro posdramático
hecho con textos dramáticos, y de hecho, con cualquier tipo de texto.
Diez años es un período largo de tiempo hoy en día con la cantidad de
desarrollos que a buen ritmo han ido ocurriendo tanto en las artes
como en el teatro. Muchos de los que fueron marginales y muy
cuestionados en los años ochenta llegaron a ser mucho más comunes
en la década de los noventa y actualmente han pasado a formar parte
de la «corriente dominante». Algunos de los protagonistas más
emblemáticos del teatro posdramático tales como Jan Fabre o Jan
Lauwers, cuyo trabajo está fuertemente influenciado por la danza y la
«performance», continúan creando un trabajo fuerte y controvertido, y
sin embargo han llegado a ser reconocidos como gestos auténticos e
incluso decisivos del arte y del teatro contemporáneos. Nadie habría
pronosticado en 1999 que Jan Lauwers presentaría en el Festival de
Salzburgo o que Fabre sería elegido comisario en Aviñón, por
ejemplo. La estética de Robert Wilson ha sido comercializada durante
mucho tiempo y su trabajo ahora lo disfruta un público muy
numeroso. En Italia un artista como Corsetti llegó a ser director de
teatro de la Bienal de Venecia, Luca Ronconi siguió la estela de
Giorgio Strehler, y Mario Martone se hizo con el mando del Teatro de
Roma. Sin duda, las técnicas de la dramaturgia visual tienden a
menudo ahora a convertirse en mero espectáculo de grandes
instituciones y se presentan como un entretenido estímulo en muchas
producciones. Dicho de otra forma: lo posdramático ya no es un
término que denote necesariamente desviación, oposición o prácticas
radicales. Los elementos de la práctica posdramática generalmente han
pasado a ser aceptados y a definir en gran medida la práctica teatral
contemporánea como tal –frecuentemente no sin perder parte de sus
cualidades en este proceso–.
Grupos
Coro
Danza
Los autores y directores están experimentando cada vez más con las
posibilidades de la danza y la coreografía, integrando la danza en su
trabajo. Falk Richter, por ejemplo, colaboró en varias ocasiones con el
coreógrafo holandés Anouk van Dijk en Trust, donde los problemas
sociales, la credibilidad individual y económica o el tema de la fatiga
del ser uno mismo, discutida por Alain Ehrenberg, son expresadas en
una forma nueva de la «danza-teatro», creada por un autor literario en
colaboración con un coreógrafo y los bailarines en el proceso de los
ensayos. Laurent Chétouane, primero reconocido por su
aparentemente exclusiva concentración en la palabra y el texto, trabaja
desde algunos años con la coresencia de actores y bailarines al tiempo
que sigue llevando a escena textos contundentes (Hölderlin, Lenz,
Büchner, Brecht). Chétouane invita al público a compartir
colectivamente un estado sin la «máscara» de la forma altamente
estilizada o la identificación emocional fácil. En este trabajo no
encontramos de ninguna manera una vuelta al «Tanztheater» de los
ochenta (donde la danza tenía un liderazgo incuestionado), sino una
nueva práctica donde la danza pasa a ser parte integrante de proyectos
más amplios de un autor o un director, en colaboración con
coreógrafos y bailarines. El punto central es aquí la exploración
posdramática de una coreografía en todas las direcciones: gesto y
danza entran a formar parte de la obra como un comentario silencioso
y un cuestionamiento de la palabra hablada; la palabra entabla de este
modo nuevas formas de diálogo con el espacio y el gesto de un cuerpo
presente y dancístico. En este panorama escénico la subjetividad
individual tiende a formar parte de un horizonte más amplio. Heiner
Müller: «En todo paisaje el yo es colectivo».
Debemos hablar sobre el interés general por la danza y el creciente
interés por los aspectos coreográficos de la puesta en escena. Están los
espacios coreografiados, los movimientos y las pequeñas danzas en el
trabajo de Christoph Marthaler, en su mayoría junto a Anna Viebrock;
los duros patrones coreográficos, rítmicos y gestuales en las
producciones de Michael Thalheimer, quien habitualmente pone en
práctica una interesante separación: gestos y movimientos corporales
fuertes, y de nuevo un estricto inmovilismo del cuerpo, al tiempo que
los actores pronuncian su texto con frecuencia a gran velocidad.
Podemos hablar aquí de una ruptura con una representación
naturalista. Mientras la representación dramática tradicional desde
Lessing hasta Stanislawsky intenta crear la impresión de un
comportamiento «natural», este sentido aquí se abandona en favor del
principio, de alguna manera brechtiano, de exposición consciente de
un lenguaje muchas veces artificial y –en paralelo– un repertorio
preciso de gestos y de movimientos del cuerpo.
4) Por otra parte existe la disputa sobre el uso del término «teatro»,
una disputa que pone en juego la relación entre el teatro posdramático
y el «performance art» y en ocasiones, a un nivel institucional, entre
los estudios de teatro y los «Performance Studies». Yo sigo sin estar
convencido de que tenga más sentido abandonar el término teatro e
incluir toda práctica teatral bajo el nombre de «performance». No
importa el criterio de definición que tomemos para la «performance»,
es obvio que el teatro, como otras prácticas artísticas avanzadas,
adoptó elementos del «performance art» (deconstruir el significado, la
auto-referencialidad, exponer los mecanismos internos de su propio
funcionamiento, dar un giro «desde la representación a la actuación»,
cuestionar las estructuras básicas de la subjetividad, eludir o al menos
criticar y exponer la representación y la iterabilidad…etc.), y a la
inversa el «performance art» fue teatralizado en muchos sentidos –
puesto que fue así con las más importantes manifestaciones artísticas,
pierde sentido discutir sobre su definición como «performance art» o
teatro–. Y además hay muchas dimensiones del teatro posdramático
que sencillamente no son «performance»: la dramaturgia visual, los
híbridos del teatro y la instalación, etc. De esta forma, sin abandonar
aquí el debate en torno al concepto de «performance», donde Rose
Lee Goldberg, Elinor Fuchs, Peggy Phelan, Philip Auslander, Josette
Féral y otros, intervinieron, yo afirmo a modo de resumen que: no hay
en mi opinión la necesidad de dibujar una precisa línea divisoria entre
el teatro y el «performance art». La «performance theory» y la teoría
del teatro se mueven sobre bases comunes. Dependiendo del punto de
vista uno extrae de esta base común diferentes conclusiones.
Así que, ¿en realidad todo vale? Porque, ¿todo depende del
espectador? No todo. Parece evidente que el discurso en cierta medida
triunfante de la completa libertad alcanzada por la práctica artística es
parcial y corto de miras. Sigue siendo cierto lo que Adorno decía al
comienzo de su «Teoría estética»: