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Un Manifiesto Para La Ciudad Nocturna

Nick Dunn
Traducción libre: Lucas Morgan Disalvo

Las ciudades están cambiando. A medida que las transformaciones ocurridas en


muchas de las ciudades notablemente documentadas como Londres, París y Nueva York se
han extendido rápidamente por todo el mundo, la ciudad nocturna pasó a encontrarse bajo
una amenaza considerable. Una protesta contundente frente a estos virajes sintomáticos –y,
por supuesto, más concretamente, hacia sus causas- requiere de un colectivo. El reclamo
colectivo de la noche urbana es importante y quizás más urgente que nunca. Sin embargo,
ésta no es la inquietud central de este libro. En cambio, he intentado rastrear aquellas
maneras diferentes en las que todavía queda mucho por descubrirse y disfrutar de la
experiencia directa de las ciudades de noche más allá de las prácticas de consumo. A estos
fines, necesariamente he recurrido a mis propias experiencias personales de deambulación
nocturna. Esto es algo insuficiente y limitado en todo sentido, quizás de una manera vital.
Leer este libro como un programa para cada encuentro concebible con la noche urbana sería
malinterpretar su mensaje. Sin embargo, espero que esta escritura por momentos solipsista
pueda ser reconocida por el marco general que espera componer. Salir de noche es un acto
conclusivo. Escolta el final del día y el principio de un tiempo y un lugar nuevos para explorar.
No simplemente se trata del paisaje urbano sino también del propio yo: una oportunidad de
encontrarse y atender a nuestro sentido más íntimo del ser. Frecuentemente Ian Nairn
alentaba a sus lector*s a salir y observar la arquitectura variada en la que se basaban sus
predicciones y conceptualización incisiva del ambiente construido que se nos enreda en el
camino. Por extensión, quisiera también animar al lector a explorar la ciudad nocturna y “salir
para ser”.

Podemos repensar este período de desarrollo urbano y elaboración de políticas como


un momento de profunda pérdida a partir de la acumulación y el matrimonio maldito de
economía neoliberal y empresas rapaces que se manifiesta en los edificios. Ciertamente la
arquitectura pareciera marginalizarse como una fuerza cultural y cívica, pero al interior de las
sombras todavía residen los fragmentos de la promesa y el optimismo. Tal como sucede con
muchas cosas en un mundo velozmente cambiante –sucede con los lugares y lo que es
importancia crítica aquí, con los tiempos-, las señales de la extinción aparecen estar
acorralándonos. Lamentar aquello que se ha perdido pero que jamás ha sido verdaderamente
experimentado es como reflexionar acerca de un receptáculo vacío pero reluciente. Es mucho
mejor abrazar al mundo y a sus contradicciones, dificultades, desórdenes y suciedades, tanto
físicas como psíquicas, que evocar a fantasmas desvanecidos hace tiempo atrás. De
simplemente existir a significativamente volvernos, el potencial está al alcance de tod*s
nosotr*s.
Al momento de este escrito, el siglo XXI todavía es algo relativamente emergente. A
mitad de camino en la segunda década del nuevo milenio, parecería evidente que las nocivas
velocidades de la cultura y el comercio híper-acelerados han afectado profundamente cómo y
quiénes somos. Nuestra posibilidad, si bien no necesariamente nuestra aptitud, de resistir se
ve comprometida con el rango aparentemente interminable de distracciones que demandan
nuestra responsabilidad. Aun así, es dentro de este estado de agitación constante que
parecemos productiv*s. Sentimos que hemos logrado algo cuando respondimos a una cierta
cantidad de emails, actualizamos nuestros estados y locaciones en las redes sociales.
Tenemos que decirle a todo el mundo dónde estamos, con quiénes estamos y qué estamos
haciendo. La compulsión de formar parte de la amnesia colectiva de identidades difuminadas
y mínima concentración es sutil pero extremadamente seductora. Quizás de igual
importancia, esto también ha alterado notablemente cuándo estamos. A este fin, sea lo que
sea que entrañe el futuro de las ciudades, nuestra relación con las mismas probablemente se
vuelva más y más mediada y, por ende, todavía más diluida. Por este motivo, la posibilidad de
atender a ellas es vital. No como arenas banales de consumo, sino como la auténtica ecología
de la humanidad en el siglo XXI. Las experiencias profundas y enriquecedoras que pueden ser
disfrutadas en la ciudad de noche están allí afuera, aguardándote. A diferencia de las
cualidades y objetos en rápida desaparición de la Londres de Nairn, la ciudad nocturna se
transforma de una manera diferente. Por supuesto, quizás parte de la arquitectura puede ser
arrasada y desplazada, las infraestructuras pueden cambiarse y actualizarse, las calles pueden
desviarse y reconectarse a la placa madre urbana y memoria de la ciudad. Pero esto (esta
transformación) es algo diferente. Siempre permanece en un estado de devenir, jamás
enteramente concluida u obliterada. La imposibilidad de permanecer exactamente en un
mismo punto dentro de una corriente es exactamente afín a la noche urbana y a sus
encuentros. Continúa en un flujo, que mezcla y fusiona suavemente sus cambios en silencio.
Siempre existe diferencia, más allá de que se nos presente como un simulacro inquietante de
una excursión anterior.

Caminar por las ciudades de noche, por lo tanto, nos permite sentir, conectar y pensar
junto a la ciudad que nos rodea. Somos capaces de prestar a las cosas nuestra total atención,
una pausa bienvenida de la continua erosión y subdivisión de nuestro tiempo así como de
nuestro sentido de pertenencia en el mundo. El acto de movernos deliberadamente de la
mirada estática de nuestras rutinas diarias mercantilizadas y altamente estructuradas hacia
las ricas sombras y superficies de nuestras ciudades de noche quizás pueda ser una de las
verdaderas prácticas profundamente bellas y sublimes que nos quedan. Lejos de ser horas
muertas, la noche facilita investigación y liberación a quienes están despiert*s. Es una parte
esencial de vivir: un importante contrapunto para las responsabilidades asumidas en el tiempo
diurno. La liquidez del mercado se ha infiltrado prácticamente en cada aspecto potencial del
deleite epicúreo. Hemos sido programados dentro del circuito estímulo-respuesta de la
cultura contemporánea para disfrutar, si no buscar activamente, placeres en el domo del
capitalismo tardío. Adicionalmente, dimensiones previamente inimaginables de nuestras
vidas han sido fácilmente integradas al mercado, entre ellas, nuestra atención. Quisiera por lo
tanto esbozar una manera alternativa de ser. La heterogeneidad de formas en las que la
caminata nocturna nos permite comprender la construcción de un mundo enteramente nuevo
es clave a este enfoque. Deslizarnos en la oscuridad espesa de la ciudad nocturna es dejar las
preconcepciones reprimidas detrás. La performance mesurada del día puede permanecer
cómodamente a salvo, esperando tu regreso. Mientras tanto, el paisaje de noche urbana nos
ofrece un dominio distinto: habitado de sutiles resistencias y desafíos. Sabemos que es más
fácil imaginar el fin del mundo que la destrucción del capitalismo. La inercia que nos constriñe
dentro de la cultura contemporánea se oculta discretamente por detrás de los múltiples velos
de aquella “novedad” que, como hemos desarrollado anteriormente, jamás ha sido tal cosa.
No obstante, somos residentes voluntari*s de aquel contenedor. Durante la primera mitad de
los años ’90, se transmitió el programa británico de juegos y aventuras The Crystal Maze (El
Laberinto de Cristal). En cada episodio, un equipo era conducido a través de una serie de
acertijos y pruebas que tenían que ser resueltas sucesivamente. El pasaje exitoso por estas
tareas culminaba con un acceso extendido al Domo de Cristal, una geodesia de vidrio de
escala doméstica al estilo Buckminster Fuller. El objetivo del equipo era llegar a obtener cien
fichas de aluminio doradas para poder ganar un premio. Sin embargo, estaban mezclados con
fichas plateadas, cuyo número tenía que descontarse del total, de manera tal que el equipo
tenía que coleccionar cien fichas doradas más para empatar el número de plateadas
recolectadas. A este apuro se le añadía aún más drama a través del encendido de máquinas de
viento detrás del domo, que aseguraban que todas las fichas de aluminio estuviesen dispersas
en un remolino engañoso, desparramadas de manera errática. Al igual que aquel equipo de
competidor*s en este desafío final, nos mostramos cooperativ*s y cómplices con aquel
frenesí colectivo de atrapar fichas brillantes entre ráfagas de viento. Todo lo que nos rodea es
estimulante y seductor, más todavía al estar ligeramente fuera de nuestro alcance cada vez
extendemos las manos. El costo real aquí es este estado constante de distracción más que la
mediocridad relativa de lo que es ganado. Tal vez pueda considerarse un indicio de nuestra
preocupación sostenida por la novedad aparente y deslumbrante desparramada entre ideas y
movimientos reciclados, el hecho de que, después de veinte años, el show de juegos haya sido
actualizado como una experiencia inmersiva en vivo para miembros de la audiencia.

No se trata de sugerir que debemos abandonar nuestros roles y responsabilidades


diarias o que la ciudad nocturna sea un mundo enteramente diferente que podemos explorar.
En cambio, más allá de la liquidez del tiempo diurno –una explotación ubicua, de acceso fácil,
siempre encendida-, el paisaje de noche urbana nos ofrece algo que puede ser entendido
como liquidez sublime. Con este término, me refiero a toda la naturaleza inspiradora de
asombro en la noche urbana que existe como una superposición compensatoria a la ciudad de
día. Dentro del estudio de la química, la sublimación es definida como un proceso en donde
una sustancia sólida se convierte directamente en vapor al ser calentada, formando
comúnmente un depósito sólido al enfriarse. Creo que éste es el estado que provee la ciudad
de noche. La liquidez del día puede ser omitida, mientras que la oscuridad palpable y los
niveles lumínicos variados aportan un rico paisaje para la exploración tanto del dominio físico
como de la psique. La ciudad de noche está cargada de posibilidades para demostrar,
examinar y dilucidar. Es un lienzo profundo de fusionados grises, amarillos, marrones,
naranjas y negros al que siempre puede añadírsele más. Las inscripciones personales de las
caminatas nocturnas ofrecen un tiempo y un lugar que no requiere sacrificar otras facetas de
tu vida, sino amplificarlas. Mediante una apreciación sostenida de pensamiento, sentido y
conexión, caminar de noche puede convertirse en una zambullida profunda dentro del propio
ser. Aquí las ideologías, identidades y expresiones creativas pueden labrarse y ser
cuestionadas. Los costos varios que atraviesan muchas personas con el fin de cubrir estilos de
vida modernos que los hacen enteramente abandonarse a sí mism*s, no son una opción
viable. Ni tienen porque serlo. Uno de los placeres sustanciales de caminar de noche es el
carácter personal que posee, involucrado con cualquier sintonía, duración y escala a medida
de lo individual. Hace que la ciudad se abra así como también nosotr*s mism*s. Caminar con
otra persona de noche, contemplando hacia adelante, le confiere una mirada compartida a las
mismas experiencias y una estructura confesional implícita a los sucesos que también puede
ser altamente provechosa. Caminar en solitario, si bien puede llegar a ser inquietante al
comenzar, provee un espectro completo de intuición y atención multisensorial para navegar.
Caminar de noche promueve con cada paso la construcción de la ciudad de la imaginación,
haciendo emerger un caudal de impresiones y nociones. Puede ser una experiencia
demandante o abordada ocasionalmente. Caminar de noche es improvisar. Es una
oportunidad para deshacerse de la equidad negativa de la luz del día, y celebrar virtudes
urbanas, bellezas en lo ordinario. Liberado de los vectores racionalizados de la rutina, la
exuberancia nos solicita en el caminar de noche, en aquellos lugares en donde lo misterioso, lo
silente, lo secreto y lo itinerante pueden ser explorados en toda su gloria. Es un escape de las
interdicciones de la vida diaria. Alimenta la proximidad con la noche urbana. Más que un
tiempo y un lugar para lo siniestro o las vicisitudes repentinas de la fortuna, caminar en la
ciudad nocturna es la exaltación de un descubrimiento inagotable y disfrute en estar viv*, en
sintonía y atent* a las inmediaciones cercanas. Cuales sean los motivos o los caminos que te
convoquen, antes de que el sol se eleve de nuevo, la liquidez sublime de la ciudad nocturna te
aguarda.

Salgan y sean.

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