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Wittgenstein Ludwig-Pensar y Mostrar
Wittgenstein Ludwig-Pensar y Mostrar
10.1 Introducción
El Tractatus es primordialmente una obra de lógica filosófica, una obra cuyo objetivo
fundamental es aclarar la naturaleza de las verdades lógicas y su necesidad. Wittgenstein
deseaba ante todo establecer una frontera neta entre lo lógico y lo empírico. Ahora bien, en el
curso de sus investigaciones, se vio obligado a formular una concepción global sobre la relación
del lenguaje con el pensamiento y la realidad. La lógica no es sino un sistema simbólico, de
carácter sumamente abstracto, cuya comprensión requiere no sólo la elucidación de su sintaxis,
sino también la captación de su significado. En este sentido, comparte con otros sistemas
simbólicos la propiedad de representar una realidad, simbólica o no, diferente en la misma. Así,
propuso una teoría del simbolismo general, centrada sobre las propiedades que debe tener
cualquier sistema simbólico para ser significativo, esto es, representativo de una realidad.
Como Russell, las reflexiones de Wittgenstein sobre la naturaleza del lenguaje están
estrechamente ligadas a cuestiones ontológicas y epistemológicas. La concepción filosófica
sobre la naturaleza de la relaciones entre el lenguaje y la realidad requiere no sólo el análisis del
carácter de aquél, sino también la comprensión de lo que en realidad hay que nos permite
hablar de ella. La concepción filosófica exige pues la determinación de una cierta ontología.
Una de las fuentes de la fascinación que ejerce el Tractatus es que la teoría del
simbolismo que en ella expone Wittgenstein constituye el núcleo que conforma toda su
concepción filosófica, condicionando disciplinas tan dispares como la filosofía de la matemática
y la ética. El Tractatus suscita una imagen de obra extremadamente coherente y rigurosa. Exige
una aceptación o un rechazo globales, pues su estructura no parece admitir fisuras.
Esa estructura cerrada que presenta el Tractatus es la razón de que el orden de su
exposición sea relativamente indiferente. Se puede partir de la teoría del lenguaje y progresar a
través de la teoría del conocimiento hasta llegar a las tesis más abstractas y generales de la
ontología. O se puede seguir el orden propio de Wittgenstein, desde los supuestos ontológicos a
la teoría de la representación figurativa.
El elemento último que Wittgenstein admite en su ontología son los hechos. Y aunque
reconoce que los hechos son entidades complejas, a diferencia de Russell no se preocupa de
realizar un análisis lógico más profundo de la naturaleza de sus componentes. Los hechos son
los elementos del mundo más simples que son significativos desde el punto de vista lógico. Las
partes constitutivas del hecho sólo tienen pertinencia lógica en la medida en que contribuyan a
la conformación de hechos:
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2.022 Es claro que, por muy diferente del real que se imagine un mundo, debe
tener algo -una forma en común con el mundo real.
2.023 Esta forma está constituido por los objetos.
2.026 Sólo si hay objetos puede haber una forma fija del mundo.
Por tanto, objeto es cualquier cosa lógicamente posible que pueda entrar a formar parte
de un estado de cosas. A fuerza de ser abstracta, su noción de objeto resulta indeterminada.
Del objeto solamente dice: a) que tiene formas, esto es, modos determinación, como el espacio,
el tiempo o la propiedad de tener un color, y b) que tiene propiedades relacionales, esto es, que
se puede combinar con otros objetos:
El estado de cosas o hecho atómico no es, por tanto, una totalidad indiferenciada, sino
que está interiormente ordenado por relaciones existentes entre sus componentes. Pero
Wittgenstein diferencia entre la forma y la estructura del estado de cosas. La primera es la
posibilidad de la segunda: el hecho atómico tiene una estructura determinada, pero podría tener
otras sin que cambiara la forma de sus objetos componentes.
Un punto más en que la teoría ontológica de el Tractatus coincide con la de Russell es
en la admisión de hechos inexistentes. La totalidad de los hechos existentes conforma el
mundo. Si añadimos a ella los inexistentes, obtenemos el conjunto de la realidad:
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2.18 Lo que cada figura, de cualquier forma, debe tener en común con la realidad para
poderla figurar por completo -correcta o falsamente- la forma lógica, esto es, la forma de la
realidad.
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3.2 En las proposiciones, el pensamiento puede expresarse de modo que a los objetos
del pensamiento correspondan los elementos del signo proposicional.
Así pues, los nombres y las proposiciones ejercen funciones semánticas diferentes:
mientras que los nombres designan, las proposiciones describen. Así, a diferencia de la teoría
semántica de Frege, ni los nombres tienen contenido descriptivo ni las proposiciones designan
valores de verdad.
Wittgenstein mantiene que el significado de una expresión nominal simple no es sino su
referencia fregeana, esto es, el objeto que designa. En esto coincide con la teoría de los
nombres de Mill y Russell. Wittgenstein no llega tan lejos como Russell, que afirmaba que el
único conocimiento posible de lo referido por el nombre es un conocimiento por familiaridad.
Pero es indudable que pensaba que el conocimiento del objeto requería un contacto directo con
ese objeto. La función de las elucidaciones es mostrar que el objeto en cuestión forma parte de
ciertos estados de cosas, esto es, contribuye a especificar su forma.
Uno de los principios más importantes de la semántica que expone el Tractatus es el de
la definición contextual del significado. En él se expresan de una forma concreta las intuiciones
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3.31 Llamo una expresión (un símbolo) a cada una de las partes de la proposición
que caracteriza su sentido. Expresión es todo aquello, esencial para el sentido de
la proposición, que las proposiciones tienen en común unas con otras.
3.311 La expresión presupone la forma de todas las proposiciones en la cual
puede encontrarse. Es la nota característica común de toda clase de
proposiciones.
Esta definición sitúa esta categoría en un plano abstracto. Las expresiones que no se
identifican con ocurrencias físicas concretas (como vibraciones en el aire, o marcas del papel).
Son componentes conceptuales de las proposiciones que pueden adquirir una realización
concreta pero, en cuanto entidades abstractas, pueden ser compartidas por diversas
proposiciones. De esa entidad abstracta se pueden dar diferentes realizaciones físicas
(habladas y escritas) que pueden entrar en diferentes proposiciones. Pero las posibilidades
combinatorias de la expresión están predeterminadas en la expresión misma, por ejemplo, por
su pertenencia a una categoría lingüística concreta. Eso es lo que Wittgenstein quiere decir
cuando afirma que la expresión presupone la forma de todas las proposiciones en que puede
figurar.
La proposición misma es una expresión en el sentido de que puede ser considerada en
ese nivel mismo de abstracción. Por ejemplo, /el árbol está a la derecha de mi casa/ es una
expresión oracional abstracta de la cual se pueden dar diferentes realizaciones concretas.
Tanto las expresiones oracionales como las expresiones componentes de las oraciones
pueden, por su misma naturaleza abstracta, considerarse variables, esto es, expresiones vacías
que pueden adquirir valores. Los valores de las expresiones no oracionales son las
proposiciones en que pueden entrar a formar parte, mientras que las expresiones
proposicionales tienen como valores las proposiciones concretas que se corresponden con la
variable proposicional.
En contraste con el carácter abstracto del símbolo, el signo es algo concreto, físico,
perceptible:
El ejemplo que Wittgenstein propone para aclarar estas relaciones entre signos y
símbolos es el clásico del verbo "ser". La palabra "es" es un signo que comparten al menos tres
símbolos: el /es/1 corresponde a la cópula, como en /el árbol es verde/; el /es/2 de la identidad
cómo /Clark Kentven es Superman/, y el /es/3 de la existencia como en /Pegaso no es nadie/.
Cuando Wittgenstein se refiere a que un signo, una palabra, puede designar "de modo y
manera diferente", también está indicando que expresiones nominales, con modalidades
referenciales diferentes, son símbolos diferentes. Así, en /el árbol está a la derecha de mi casa/
y en /el árbol es un vegetal/, el signo "el árbol" pertenece a dos símbolos, uno correspondiente a
la designación genérica y otro a la específica. Según Wittgenstein, éste es un fenómeno típico
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del lenguaje natural que debe ser evitado en los lenguajes técnicos, de conocimiento y la
filosofía.
Como Frege y Russell, Wittgenstein aboga por la constitución de un simbolismo
transparente, sin indeterminaciones ni ambigüedad.
Según Wittgenstein, el signo sólo contribuye a especificar una forma lógica cuando el
significado de ese signo está completamente determinado.
3.327 El signo determina una forma lógica sólo unido a su aplicación lógico-
sintáctica.
Para establecer cuál es la forma lógica de una proposición, no hay que analizar el
significado de las expresiones componentes.
Dicho de otro modo, en la proposición no puede darse explicación del significado de sus
componentes, no puede averiguarse, a partir de ella misma, cuál es dicho significado. La
proposición es un hecho, pero que no puede representarse a sí mismo, ni siquiera parcialmente,
sino que solo puede figurarse mediante otra proposición.
Cualquier proposición con sentido, por ese mismo hecho, establece una posibilidad de
existencia en la realidad:
Cada uno de los puntos de ese espacio de posibilidad que es el espacio lógico
corresponde pues a una proposición con sentido. Por eso, el lenguaje, considerado como el
conjunto de las proposiciones con sentido, cubre por completo el ámbito de la realidad. No hay
literalmente nada más allá de lo expresable mediante el lenguaje.
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posible concluir la forma del pensamiento vestido; porque la forma externa del vestido está
diseñada con un fin completamente distinto del de permitir reconocer la forma del cuerpo.
La labor del análisis lógico es necesaria, al igual que mantenía Russell, para desvelar la
estructura del pensamiento tal como se refleja en las proposiciones. En ésta hay que distinguir
entre una forma externa o superficial y una forma interna, profunda. Sólo esta última recoge de
modo adecuado la naturaleza lógica de la proposición. Sólo la captación de la forma lógica
permite comprender la relación interna en que se encuentran la proposición y el hecho.
De ese modo, hay que concebir la estructura lógica de la proposición, no como una
sucesión lineal de signos, sino como una especie de jeroglífico en que se dan simultáneamente
varias relaciones entre los signos componentes y la realidad.
Para entender el sentido de la proposición hay que entender el significado de los nombres
(saber a qué refieren) y la forma lógica que adoptan sus componentes, esto es, la peculiar
combinación en que se mezclan.
Wittgenstein distingue pues entre dos funciones semánticas, en la proposición: por una
parte, lo que una proposición afirma, que los hechos son de un determinado modo. Por otro
lado, lo que la proposición muestra, esto es, como son los hechos.
Entre ambas funciones de la proposición, decir y mostrar, no hay conexión posible; en especial,
una proposición no puede decir nada de cómo muestra un determinado hecho, no puede afirmar
nada sobre su propio sentido:
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La influencia más relevante de la teoría del Tractatus sobre la filosofía del lenguaje
posterior hay que buscarla pues más en su forma especial de concebir la semántica que en la
huella que pudieran dejar las tesis expuestas en él. Los rasgos fundamentales de esta
concepción son:
Aunque no se identificaran con la aplicación concreta de esta concepción general del Tractatus,
muchos filósofos posteriores la han compartido, de tal modo que se puede afirmar que se
encuentra en el origen de la revolución teórica de las semántica filosófica moderna.