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Castigos severos para agresores sexuales, pero también para agresores sociales de

nuestra niñez.
Soy padre de familia, tengo una niña de 5 años a la que amo con todas mis fuerzas y
no me gustaría que algo malo le pasara, mucho menos que algún degenerado o alguna
degenerada se aprovechara de su inocencia y la agrediera sexualmente. De igual forma creo
que nuestros niños y niñas son el presente y el futuro de nuestro mundo, por tal motivo, una
de las misiones principales de nosotros, como adultos, es protegerles contra todo lo que
amenace su buen desarrollo físico, sicológico y espiritual. También es nuestra misión como
modelo para las nuevas generaciones, ayudarles a vivir en este mundo, siempre con la
esperanza de que todo puede ser mejor y que ellos y ellas son los artífices de esa mejoría.
Por estos y otros motivos, estoy muy de acuerdo con que se exija la protección de
los derechos de nuestra niñez colombiana (y del mundo entero), también estoy de acuerdo
con que se pidan penas drásticas para los delitos sexuales contra esta población. Aunque no
solo se debe hablar y legislar acerca de los agresores sexuales sino también de los agresores
sociales, que, para vergüenza nuestra, son más.
Es horrible saber de una persona que agrede sexualmente a un niño o una niña,
deberían pagar un alto precio por su delito. Pero debería ser igual de horrible y condenable
ver cómo muchos políticos, y sus amigotes, hacen fiesta con los dineros que están
destinados para la alimentación, salud, educación y sostenimiento vital de muchos niños,
niñas y sus respectivas familias. Los casos de esta segunda categoría, lamentablemente,
abundan. Según lo que se puede saber son el pan de cada día en la multitud de proyectos,
concesiones y contratos que se celebran desde los entes gubernamentales en todos los
niveles. Aunque hay multitud de escándalos de este tipo, vayamos nosotros a saber cuántos
han pasado ‘de agache’ y jamás nos hemos enterado.
Eso también es completamente condenable, es un atentado contra nuestra niñez y
debería tener castigos igual de drásticos que el delito sexual, puesto que también afecta
física, psicológica y espiritualmente a los más pequeños y sus familias. El delito contra la
niñez no debe ser condenable solo cuando tenga una presentación cruel y despiadada como
el delito sexual, sino que todos los delitos que dañan a esta población que más debemos
cuidar, deben ser punibles, porque todos ellos son crueles y despiadados, no solo en
presentación (aunque ya los hayamos normalizado) sino en su funesto fondo.
No es lo sensacionalista o amarillista del delito contra nuestra niñez lo que nos debe
mover a pedir penas más severas, no es lo mediático que sea la captura de un agresor sexual
de menores, sino el simple hecho de que sea un atentado contra la población que, se
supone, más debemos cuidar (junto con nuestros ancianos, que es un tema con el que
estamos en deuda). Tenemos que exigir que se respete la integridad, dignidad y la vida de
nuestros niños y niñas, pero no solo desde el área sexual, sino desde todo ángulo.
Si aquellos que engordan sus cuentas y mantienen sus lujosas vidas con los dineros
destinados a esta población no son detenidos y condenados, podríamos hasta aprobar la
pena de muerte para los violadores y depredadores sexuales de nuestra niñez, pero nuestros
niños y niñas seguirían siendo violentados y su esperanza les seguiría siendo robada. Tal
vez no pasen por el trauma de una agresión sexual, pero sí serán presa de la agresión social,
aquella que los va a excluir y a lanzar a su suerte, como si fueran desechos de la
comunidad.
Es necesario que no nos dejemos impresionar por propuestas que solo ponen pañitos
de agua tibia a un problema coyuntural, debemos pedir justicia para nuestra niñez, pero no
solo en el caso sexual, sino en todos los casos. Cuando todos los que le roban la esperanza a
nuestra niñez, no solo los agresores sexuales, reciban el castigo que tal acto vil merece, ahí
sí se podría hablar de una sociedad y un gobierno que vela y lucha por nuestra niñez.
Mientras tanto, debemos abrir nuestros ojos y darnos cuenta que muchos políticos y medios
de comunicación solo usan el dolor y la tristeza de nuestra población infantil, y sus
familias, como caballito de batalla político, no caigamos más en ese nefasto y desalmado
juego.
¡Dios ayude a nuestra nación!

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