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Capítulo Uno

— ¿Si estás libre el sábado por la noche, te importaría hacerme mujer?


Madeline Watson se dejó caer sobre un banco a la puerta del departamento
de gestión empresarial para esperar a su presa. Mientras observaba a los
zánganos que por allí deambulaban, deseó haber prestado más atención
cuando otras mujeres habían detallado sus aventuras amorosas. ¿Por qué se
había pasado los últimos diez años enterrada entre libros? No tenía ni idea
de cómo hacerle una proposición al hombre más sexy de la ciudad; ni a
ningún hombre, en realidad.
Se aclaró la voz y volvió a intentarlo.
— ¿Qué te parecería dar un paso más en nuestra relación?
Oyó risas por los pasillos de mármol de aquel edificio de la Universidad de
Louisville que la alertaron de que se aproximaba un grupo de estudiantes de
camino a sus clases de la tarde. Lo que le faltaba era que un estudiante la
acusara de intentar ligar con hombres imaginarios en el vestíbulo.
Si su proposición tenía éxito, al menos valdría la pena la vergüenza. Ningún
hombre le había revolucionado las hormonas como lo hacía Cal Turner con
una de sus sonrisas indolentes.
La puerta del vestíbulo se abrió y Madeline se pegó a la pared. Un grupo de
profesores entraron cargados con sus libros de texto y sus carpetas, sus
maletines a reventar y sus tazas de café. Su repentina aparición obligó a
Madeline a recordar que su objetivo no era una conquista imaginaria.
Madeline rezó para no perder los nervios en el momento de enfrentarse al
único hombre que quedaría en la cafetería en pocos segundos.
Necesitaba algo moderno, algo agresivo y directo que concordara mejor con
su propósito de ser más atrevida. Si quería conseguir que el comité de tesis
aprobara su estudio sobre los rituales de apareamiento en los humanos,
tenía que demostrarles que ella era más que una intelectual retraída. Un ro-
mance con el hombre que tenía más fama de gustarle las faldas del campus
debería servir.
El hecho de que ese romance satisficiera también su deseo secreto por Cal
no era más que pura coincidencia.
Cuando el ruido cesó, miró su reloj digital, que marcaba las seis y un minuto,
y empujó las puertas del santuario de la facultad. Vasos de papel ensuciaban
las tres mesas redondas, además de servilletas sucias y migas de bollos. La
única persona que quedaba allí era Cal.
Por un momento Madeline se dio el gusto de observar al hombre que
desconocía que el futuro de Madeline estaba entre sus encallecidas manos.
Estaba sentado en un rincón del fondo, con los codos apoyados sobre la
mesa. Llevaba una camiseta gris que le ceñía los deliciosos músculos
pectorales, recordando más al mecánico que solía ser que al empresario de
éxito y profesor de gestión empresarial en que se había convertido. Por
supuesto, él daba clases los jueves por la tarde. Solía ir a la facultad a
repasar planes didácticos o a corregir exámenes, incluso después de pasar
toda la jornada supervisando en trabajo en sus talleres de reparación de
automóviles, Perfect Timing.
Él debió de oír algo, porque levantó la cabeza del libro que estaba leyendo.
—Hola, preciosa.
Esbozó aquella encantadora sonrisa que probablemente habría roto muchos
corazones desde Cincinnati hasta Nashville.
Cerró los ojos para no ponerse demasiado nerviosa, sabiendo también que no
se atrevería a decírselo si no lo hacía directamente.
—Sé que estás muy ocupado, Cal -tragó saliva y tomó aire para ver si se le
calmaban los furiosos latidos del corazón—. ¿Pero qué te parecería si nos
marcháramos de aquí y prendiéramos fuego a las sábanas de mi cama?
Madeline se llevó la mano a la boca en un inútil intento de ahogar aquella
estúpida proposición. Bajó la cabeza, lista para salir volando si tan solo sus
pies quisieran cooperar.
Cal la miró de hito en hito. Cerró lentamente el libro que tenía delante, como
si quisiera poder ganar tiempo para pensar.
—Creo que todos esos años en la Harley han empezado a pasarle factura a
mi oído -esbozó una sonrisa de arrepentimiento, y le salió aquel hoyuelo que
dejaba sin aliento a las alumnas de la facultad-. ¿Podrías repetirme lo que
has dicho?
Desde luego no pensaba repetir aquella fea proposición.
—La verdad es que no era nada, yo... -vaciló, sin saber qué decir-. Creo que
me voy ya para mi edificio.
Se dispuso a marcharse, deseosa de escapar y al mismo tiempo molesta
consigo misma por perder el valor.
—Espera un momento -se levantó del asiento-. Me ha parecido oír una
oferta muy interesante por tu parte -dijo con aquel leve acento de
Tennessee.
Sacudió la cabeza con tanto ímpetu que las gafas le chocaron contra la
nariz.
—Todos esos años subido en la Harley, ¿recuerdas?
— ¿Maddy, hace cuánto tiempo que somos amigos?
—le agarró de los brazos, e inmediatamente Madeline sintió el calor que
emanaban sus manos.
—Cuatro años y dos meses -dijo, mientras el gesto atento de Cal le
intoxicaba los sentidos.
—Eso me parece -se quedó pensativo-. Y en todo ese tiempo, jamás me has
pedido que nos fuéramos a tu casa a prender fuego a las sábanas de tu
cama.
Sintió calor por todas partes; en las mejillas, en las piernas, en el pecho...
Estaba claro que Cal había oído su sugerencia estupendamente.
—Lo gracioso es que recuerdo que solía coquetear descaradamente contigo
solo para sacarte una sonrisa -le acarició la mejilla con la palma de la mano y
le alzó la cabeza para que lo mirara de frente.
A Madeline la invadió una sensación mareante. Había estado con un par de
chicos desde que terminara el instituto, pero más que novios habían sido
amigos. Desde que había entrado en la universidad, había estado enfrascara
en el trabajo, obsesionada con triunfar en el mundo académico y seguir los
pasos de su padre. No había tenido tiempo para ningún hombre... hasta ese
momento.
—Pero por mucho que te provocaba, siempre me rechazabas.
Ella lo miró y pestañeó, más cortada que de costumbre delante del chico
malo de Louisville. Tal vez fuera capaz de citar una compleja teoría
sociológica en un salón lleno de cientos de estudiantes, pero no tenía ni idea
de cómo conversar con un hombre a nivel íntimo.
— ¿Entonces por qué no me explicas de qué va todo esto?
La condujo hasta la silla giratoria, delante del único ordenador que había en
la sala, y seguidamente la empujó con suavidad para que se sentara. Él
agarró otra silla, se sentó delante de ella y esperó.
Maddy suspiró.
— ¿Es eso un no?
Había algo muy triste en el hecho de que tu mejor amigo te dejara en la
estacada, aunque Cal no tuviera ni idea de que era para ella el mejor amigo
que había tenido jamás. Seguramente él tendría otras personas fuera del
campus que serían más importantes en su vida, pero el mundo de becarios y
ayudantes de profesores obsesionados por la titularidad en el que se movía
Madeline se iluminaba cada vez que ella estaba con Cal. Atesoraba las
tardes que se sentaban juntos a charlar de alumnos problemáticos, de las
exigencias de la administración, o de las alegrías y sinsabores de la
enseñanza.
Cal le retiró un mechón de pelo de la cara.
—Quiere decir que si la estudiante de postgrado más aplicada le está
haciendo esa clase de proposición a un tipo descarriado como yo, entonces
es que se le ha vuelto el mundo del revés. De modo que suéltalo.
Las manos callosas de Cal, las mismas que luchaban entre sopletes y
soldadoras, la acariciaron con extrema suavidad.
Sin embargo, y aunque ella no lo hubiera experimentado nunca totalmente,
Madeline sabía que el placer físico solo era algo temporal.
Su especialidad, los estudios sociológicos, siempre había sido la única
constante en su vida. Tenía que encontrar el modo de que el comité de tesis
le diera el visto bueno a su proyecto. Si al menos Cal quisiera ayudar.
Cal observó a Madeline, que respiraba con agitación. Era una chica rara,
aquella estudiante, pero le había gustado desde que la había visto cuatro
años atrás. Inteligente, diligente, y respetada ya por sus contribuciones al
departamento de sociología incluso siendo tan joven, Maddy poseía las
cualidades que más admiraba en una persona.
El hecho de que además fuera la personificación del típico profesor
despistado solo añadía atractivo a su persona. Cal estaba seguro de que
tenía el pelo largo, a pesar de que ella siempre lo llevara recogido en un
moño. No parecía darse cuenta de que, de un modo dulce y sin pretensiones,
era una mujer preciosa. A veces Cal se preguntaba si él sería el único en el
campus que se daba cuenta de ello.
Madeline ocultaba su figura bajo camisas amplias y faldas largas, pero Cal
siempre había sido capaz de reconocer una buena estructura.
—Cariño, no pienso marcharme hasta que no me digas lo que está pasando,
de modo que será mejor que empieces a hablar.
Cal fue a prepararle un café mientras ella recuperaba la compostura.
Aquello formaba parte del ritual de los martes por la tarde: se relajaban en
el salón cerca de su despacho, y compartían conocimientos e historias de las
clases. A Cal le gustaba olvidarse del mundo de obreros de sus tiendas de
reparación con una dosis de charla académica, pero no tanto como le
gustaba estar cerca de Maddy. Siempre había flirteado con ella, pero
finalmente había llegado a aceptar la amistad que ella le ofrecía. De todos
modos, teniendo en cuenta su historial sentimental, Cal ofrecía más
seguridad como amigo que como otra cosa.
Según su ex esposa, era en las relaciones serias e íntimas en donde metía la
pata.
Dejó de pensar en cosas desagradables y volvió junto a Madeline con dos
tazas de café en la mano. Al mirarla, vio que Madeline tenía los ojos
brillantes, pero no de tristeza, sino de rabia.
— ¡Han rechazado mi proyecto! -gimió.
—Lo siento, Maddy.
¿Pero qué tenía eso que ver con su proposición? ¿Esa mujer acababa de
volverle el mundo del revés y de pronto quería hablar de su proyecto de
investigación?
—El comité de tesis quiere que continúe trabajando en sociología literaria,
pero a mí eso ya no me interesa -se quitó las gafas y se presionó el
entrecejo.
Cal experimentó unos momentos de placer al ver sus grandes ojos oscuros
sin la perpetua pantalla de cristal y carey.
—Has tenido mucho éxito en ese campo, ¿no?
—Sí, pero estoy lista para seguir adelante. Me metí en sociología porque
quería estudiar a las personas, no la teoría literaria. Quiero hacer un
estudio sociológico puro.
El modo en que esos labios sensuales pronunciaban elevados conceptos era
prueba de que la belleza no estaba reñida con el intelecto.
—De acuerdo. ¿Qué les propusiste? -Cal dio un sorbo de café.
—Quiero estudiar los rituales de apareamiento en los humanos.
A Cal le costó mucho trabajo no atragantarse con el café. Finalmente se lo
tragó a duras penas y se puso a toser.
— ¿Estás bien? -le preguntó Madeline mientras le daba golpes en la espalda
con una fuerza inusitada.
—No lo sé -contestó con voz ronca-. Creo que hoy me has sorprendido.
— ¿Entonces tú tampoco crees que sepa lo suficiente de los procesos de
apareamiento como para escribir sobre ello con efectividad? -se puso de
pie, temblando de indignación.
— ¿Es eso lo que dijo el comité? No me extraña que estés tan indignada.
Pareció calmarse un poco y volvió a sentarse en la silla, de pronto
decepcionada.
—Solo porque no salga mucho no quiere decir que no vea rituales de
apareamiento a mí alrededor. Ni que no tenga... sentimientos.
— ¿Y por dónde te has estado moviendo para ver esto... cómo los llamas...
rituales de apareamiento?
—No me refiero al acto sexual -lo informó ella-.
Me refiero al coqueteo que se produce entre un hombre y una mujer como
preludio al sexo. El equivalente humano al cortejo de apareamiento en los
animales. Ya me entiendes —hizo un gesto con la mano, como si él entendiera
exactamente lo que ella quería decir-. Rituales de apareamiento.
Cal sintió una inquietud repentina, de modo que se puso de pie y empezó a
pasearse por la sala.
— ¿Y es lo que quieres estudiar para tu tesis?
-Quiero hacer una investigación empírica sobre los tipos de flirteo que
llevan a la relación en sí.
Cal se pasó la mano por la cara.
—Entonces te refieres al acto sexual.
Ella le sonrió de oreja a oreja.
—Exactamente.
— ¿Y cómo lo vas a hacer? Quiero decir, ¿cómo vas a saber lo que pasa
entre un hombre y una mujer cuando tú no los ves?
—A través de entrevistas -dio un sorbo de café, algo más tranquila ya.
Él, por el contrario, se sentía como una bestia enjaulada.
—Entiendo.
Pero no lo entendía. Lo único que se imaginaba era a la inocente de Madeline
Watson en bares para solteros con sus gafas y sus zapatos planos, siendo
acosada por los buitres que frecuentaban esos lugares. Tal vez fuera muy
lista en cuestiones académicas, pero siempre había llevado una existencia
protegida. No sabía nada del mundo en el que Cal se había criado; un mundo
en donde la determinación y las agallas contaban más que cualquier
licenciatura.
—Uno de lo miembros del comité implicó que no me lo aprobaban porque no
tengo la experiencia suficiente para realizar un proyecto tan subido de
tono. ¿Qué te parece?
Eso había sido exactamente lo que él había pensado. ¿Cómo podía uno
escribir sobre el coqueteo cuando jamás lo había experimentado? Él conocía
bien a Madeline Watson. Le había dado la impresión de que como su padre la
había criado solo y encima había sido un brillante científico, la había
protegido demasiado.
—Pero he decidido que no voy a aceptar un no por respuesta.
— ¿Qué quieres decir?
—Voy a volver a proponer mi proyecto -levantó la cabeza y lo miró con
calma-. Pero primero me voy a procurar de algo de la experiencia que el
comité parece creer que me falta.
Cal se detuvo y se dejó caer sobre una mesa cercana.
— ¿Que te vas a procurar experiencia?
¿Acaso Madeline quería utilizarlo para... practicar? Vaya... No sabía si
sentirse insultado o tremendamente excitado.
—Sí -ella se puso de pie-. Pero necesito causar un revuelo cuando me haga
de esa experiencia. Necesito tener un romance de lo más sonado.
Maldita sea. El revuelo que Maddy pretendía causar le estropearía los planes
que habían empezado a parecer tan prometedores. No podría permitirse te-
ner un romance sonado. Ya no.
— ¿Y has venido a mí con esta proposición porque...?
—He venido a ti porque eres el que más fama tiene de todo el campus. Si me
ven yendo a clase contigo, mi fama de inexperta ratón de biblioteca que no
tiene nada que hacer los sábados por la noche desaparecerá. Y si tal vez me
dieras uno o dos apasionados besos en público...
Cal se retorció por dentro. Solo lo quería para que se le pegara algo de su
mala fama. Quería al hombre que había sido en el pasado, no al que
intentaba ser; el hombre que debía ser si tenía esperanzas de hacerse con
la guarda y custodia de su medio hermana.
Si lo que había hecho esa noche era indicación de lo que le estaba
esperando, entonces le parecía de lo más emocionante.
Pero Madeline era una estudiante de posgrado de la Universidad de
Louisville, aunque diera más clases que él. Las relaciones entre los
estudiantes de posgrado y los profesores, aunque como él fueran a tiempo
parcial, no eran bien vistas por la administración. Cal no podía arriesgarse a
protagonizar un escándalo en ese momento. Y le sorprendía que Maddy se
mostrara dispuesta, teniendo en cuenta su dedicación al trabajo.
Evidentemente, aquella tesis era muy importante para ella.
Madeline lo estudió con detenimiento.
— ¿Me vas a ayudar o no?
Cal cerró los ojos, sabiendo que se condenaría durante mucho tiempo.
—Lo siento, Maddy. No puedo.
Se había preparado para verla decepcionada, pero no había previsto el
horror que oyó en su voz cuando repitió sus palabras.
— ¿Que no puedes? ¿Qué quieres decir conque no puedes?
Capítulo Dos

Asombrada por las palabras de Cal, Madeline paseó la mirada por sus
impresionantes pectorales.
—Me cuesta mucho creer eso, Cal. ¡Eres el que peor fama tiene de todo el
campus! No creo que te hubieras ganado esa distinción si no fueras
perfectamente capaz de satisfacer las funciones sexuales.
Cal la miró boquiabierto.
—Soy capaz, Maddy. En realidad, soy más que capaz.
Madeline sintió cierto alivio. Aparte del interés por el estudio de los
rituales de apareamiento, se daba cuenta de que se lo había propuesto a Cal
porque él la atraía desde hacía años.
Cal avanzó hacia ella y no se detuvo hasta que estuvo a pocos centímetros
de su cuerpo. Se le pusieron los pelos de punta al sentir su calor.
—Estoy totalmente listo, y físicamente dispuesto -Cal la miró con la pasión
reflejada en aquellos ojos color avellana-. ¿Entiendes lo que eso significa?
Madeline hizo un esfuerzo para no bajar la vista.
—Tengo una idea bastante clara.
—El problema no es que no pueda, sino que no me permitiré... -la miró de
arriba abajo pausadamente-el placer de hacerlo.
Maddy deseó ser el tipo de mujer que llevara braguitas de seda en lugar de
braguitas de algodón. ¿La habría aceptado en ese caso?
Respiró hondo e intentó sonreír un poco.
—Entiendo.
—No. No lo entiendes -Cal retrocedió un paso y se sentó sobre una de las
mesas.
Madeline no tenía ninguna gana de escuchar las excusas que Cal fuera a
darle para no acostarse con ella. Se había expuesto y él la había rechazado
de plano.
—No pasa nada -agarró la taza y fue a la pequeña cocinilla; entonces
mientras la lavaba y la dejaba después en el escurreplatos, continuó
hablando. Solo pensé en ti porque hace tiempo que somos amigos, y pensé
que era seguro pedírtelo. Pero me doy cuenta de que ha sido un descaro por
mi parte. Sobre todo teniendo en cuenta que la administración universitaria
podría expulsarnos oficialmente si mantuviéramos una relación demasiado
pública.
A menudo la administración hacía la vista gorda con ese tipo de relaciones,
pero Madeline no quería arriesgar su empleo. Pasó junto a él en dirección a
la puerta.
—Será mejor que me marche.
—Maddy, espera -la agarró por los hombros.
Ella pensó en continuar, pero hizo lo que él le pedía al ver la emoción
reflejada en su mirada.
—Necesito ser discreto estos días porque estoy intentando que me den la
custodia de mi hermana -Cal la soltó y se metió la mano en el bolsillo; sacó la
cartera, la abrió y le enseñó una foto de una niña de unos once años con
aparato corrector en los dientes-. Ahora tiene dieciséis años y es mucho
más problemática.
— ¿Es medio hermana tuya?
—Después de abandonarnos mi madre, mi padre se casó con la madre de
Allison, y Allison nació de esa unión un par de años después -Cal acarició con
el dedo la foto de la niña y cerró la cartera-. Estábamos muy unidos, incluso
después de salir de Tennessee, pero cuando papá y la madre de Allison se
mataron en accidente la primavera pasada...
Madeline le apretó la mano, sin saber qué más hacer para consolarlo.
—Sé que eso te afectó mucho.
—Allison se quedó en casa de una tía durante unas semanas, y después me
llamó para que fuera a buscarla. Se mudó conmigo durante el verano, y estoy
intentando que me concedan la custodia legal.
—Seguro que te está resultando difícil.
Madeline recordó los dolores de cabeza de su padre cuando había intentado
obtener la custodia de su hija. La batalla de Cal resultaría sin duda el doble
de dura.
—Sobre todo porque la tía de Allison, Delia, está convencida de que soy una
mala influencia para Allison -Cal sacudió la cabeza-. La mujer nunca me per-
donó por conducir en una ocasión la moto por el barrio cuando era
adolescente.
Madeline asintió, deseosa de escuchar el resto de la historia.
—Pues bien, la tía Delia está intentando evitar que me den la guarda y
custodia por todos los medios. Y no es porque Delia quiera hacerse cargo de
Allison; sencillamente no puede soportar que yo gane este pleito.
—Qué pesadilla.
Por una parte Madeline se sentía mal por preocuparse por sus problemas
cuando los de Cal eran mucho mayores. Y también se sintió decepcionada al
pensar que Cal no la consideraba lo bastante buena amiga como para
compartir con ella esa parte de su vida privada.
—Y hay otros inconvenientes -continuó Cal-. Sobre todo porque Allison es un
genio. Ha entrado en la universidad este semestre.
— ¿Aquí? ¿En la Universidad de Louisville?
Cal sonrió con orgullo.
—Terminó los estudios de secundaria pronto y ahora está en la facultad.
—Una chica de dieciséis años en la facultad -Madeline sacudió la cabeza—.
Desde luego estás bien servido.
—No lo sé, Maddy. A veces creo que ella es más madura que yo.
Madeline sabía un par de cosas sobre los estudiantes superdotados, y
dudaba que ese fuera el caso. Pero no le dijo nada a Cal, que ya tenía
bastante.
—Pero quería que supieras lo que tengo entre manos para que entiendas por
qué no puedo aceptar tu tentadora oferta -se llevó sus manos a los labios y
se las besó suavemente-. Debo quitarme de encima una fama que llevo toda
mi vida creándome, de modo que no puedo arriesgarme a formar parte de un
escándalo en estos momentos.
Madeline asintió y retiró las manos.
—No pasa nada. Quiero decir, habría sido estupendo poder contar con tu
ayuda, pero ya se me ocurrirá algo.
Cal frunció el ceño.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir, que ya se me ocurrirá otro plan para que acepten mi tesis -
mientras retrocedía hacia la puerta iba pensando ya en otras posibilidades.
Él asintió y le guiñó un ojo.
—Está bien. Mientras que no haya otras ardientes proposiciones de por
medio.
Sin saber por qué, Madeline se echó a reír.
—No te preocupes por mí -dijo mientras empujaba la puerta de cristal-. ¡Y
suerte con tu hermana!
Madeline avanzó silenciosamente por el pasillo, intentando no imaginar lo
deliciosa que hubiera resultado una noche entre los brazos de Cal Turnen
Pero no podía obligarlo.
Se centró en un nuevo plan de acción, que empezó a tomar forma en su
mente. Como no iba a hacerse famosa del brazo de un playboy, decidió que
había llegado el momento de invertir en un vestido rojo.
Al día siguiente, mientras salía de su Chevrolet de colección en el
aparcamiento de un centro comercial, Cal no sintió el placer habitual al oír
las frases elogiosas de los extraños que pasaban junto a su utilitario.
Había pasado el día en su nuevo taller, atormentado con pensamientos de
Madeline. Había intentado no pensar en ella mientras se mudaba a su nuevo
despacho, pero por mucho que lo había intentado, no había sido capaz de
desterrar de su pensamiento ni a Maddy ni a su tentadora petición. Además,
había estado despierto parte de la noche imaginándose lo agradable que
hubiera sido llevarse a la intelectual a la cama.
¿Pero qué elección tenía?, se preguntó mientras paseaba por el centro en
busca de su medio hermana, que era adicta a las compras. Le preocupaba que
el departamento de servicios sociales lo investigara con mayor detenimiento
por el hecho de haber solicitado la custodia de su hermana. ¿Quién sabía
cuándo se acercarían a hacerle una visita sorpresa?
Además, Allison necesitaba tener de nuevo una estabilidad en su vida, y
necesitaba cultivar otros placeres que no fueran las compras. Eso
significaba que Cal debía pasar más tiempo con ella. Un romance con Maddy,
especialmente un romance muy público, resultaba del todo imposible.
Cal se centró en buscar a su hermana y salir del paraíso de las compras. La
principal pasión de su madre habían sido las compras, y había arrastrado a
su único hijo con ella día tras día para dar rienda suelta a su adicción.
O al menos así había sido hasta que el dinero de su padre se había agotado y
ella se había marchado
en busca de otro hombre más adinerado. Según sus cálculos, su madre iba ya
por el sexto marido, mientras que la aversión de Cal hacia las compras
permanecía inalterable.
La voz de Allison interrumpió sus pensamientos.
— ¡Cal, aquí!
La vio sentada a la mesa de una cafetería, rodeada de paquetes y sonriendo
de oreja a oreja.
—Hay rebajas en El Límite -anunció mientras señalaba el montón de bolsas y
paquetes que la rodeaban.
Hasta el momento le había permitido todos los caprichos porque no había
podido soportar ver sufrir a una niña, pero no pensaba empeñar su colección
de coches antiguos para mantener la adicción de Allison.
—Después hablaremos de ese montón de compras. Tenemos que
marcharnos... -al ver el mohín, retiró una silla para sentarse a la mesa-. De
acuerdo, pero solo cinco minutos. Tengo que llevarte a casa para volver al
garaje.
—Gracias, Cal.
Allison se retorció una trenza rubia y corta entre los dedos y se lanzó a
contarle cómo había sido su día, completando el relato con imitaciones de
sus profesores.
Cal se relajó por primera vez desde la proposición de Maddy, y agradeció la
habilidad que tenía su hermana para recordarle cuáles eran sus prioridades.
Allison era lista, graciosa y cariñosa, y merecía todo el amor y la seguridad
que Cal pudiera ofrecerle.
Estaba Cal pensando que la tarde iba mejorando poco a poco, cuando de
pronto vio una tienda de lencería justo delante de la cafetería donde
estaban. O más bien hasta que vio a cierta persona entrando en la tienda de
lencería.
Reconocería las amplias camisas y las faldas largas en cualquier parte. Los
pesados zapatos de cuero de Madeline Watson avanzaban en silencio por el
suelo de mármol, sin despertar la curiosidad de ninguna persona excepto la
suya.
Entonces Cal olvidó la promesa que se había hecho de no pensar en ella.
Perdió el hilo de la historia de Allison mientras observaba a Maddy a través
del limpio cristal del escaparate de la tienda.
Cal observó su delicado perfil y la masa de cabello negro enrollado en un
moño. Cuánto deseaba acariciar esa sedosa melena que tan larga imaginaba.
Entonces continuó mirándola, ávido de ella, cuando de pronto su mirada se
topó con un cartel que le hizo temblar. A menos de treinta metros, Madeline
Watson se entretenía junto a un expositor del que colgaba un cartel que
decía «Bikinis y Tangas».
—Cal, no has escuchado una sola palabra de lo que he dicho.
La preocupación en la voz de su hermana le hizo reaccionar.
—Esto, sí... -consiguió contestar Cal, agarrando distraídamente el refresco
de su hermana.
Dio un trago, pero la helada bebida no logró apagar el calor que la inocente
Maddy había generado en él con solo levantar del montón un tira muy fina de
seda y encaje negro.
En los obnubilados recovecos de su cerebro, Cal percibió que su hermana se
daba la vuelta en el asiento para seguir su mirada.
— ¿Han colgado fotos nuevas en la tienda de lencería?
Cal no pudo responder porque Maddy eligió ese instante para echar en una
cesta de compra un montón de braguitas y tangas.
Fantasías de la intelectual con sus gafas de carey y sus braguitas negras le
dejaron sin aliento. No la había desnudado mentalmente con anterioridad,
pero de haberlo hecho se la habría imaginado con ropa interior de algodón
blanco. La adición de la seda negra a sus fantasías haría que olvidar a
Madeline resultara aún más difícil.
Su hermana se volvió hacia él.
— ¿Eh, no es esa Madeline Watson?
Su nombre devolvió a Cal a la realidad. Antes de que se le ocurriera una
respuesta adecuada, Allison tiró los envoltorios de lo que había consumido
en una papelera y agarró su bolso de cuero.
—Vamos a saludarla.
Él se quedó horrorizado.
—Espera, Al. Creo que no deberíamos...
Allison se limitó a hacerle un gesto con la mano mientras empujaba la puerta
de cristal de la tienda.
— ¡Vamos! -dijo antes de entrar.
Cal la siguió, prometiéndose en silencio que le retorcería el cuello a su
hermana. ¿Por qué habría animado a Allison a apuntarse a la clase que Maddy
daba en la facultad?
Aspiró hondo y entró en la tienda, sabiendo que no le quedaba ya otro
remedio que saludar a Madeline.
Un femenino aroma floral lo asaltó. Prendas de seda, raso y satén cubrían
las paredes de la tienda. Tal vez algunos hombres se sintieran a gusto en un
dominio femenino como aquel, pero Cal Turner no era uno de ellos. Se metió
las manos en los bolsillos para no tirar nada al suelo y se imaginó que así era
como se sentirían algunas mujeres cuando entraban por primera vez en un
garaje.
Detrás de un perchero donde colgaban ligueros, oyó la voz de Allison.
—Entonces, cuando quiero ir de compras después de clase, Cal me recoge
para ir a cenar.
También percibió el temor en la voz de Maddy.
— ¿Cal?
Cal, que en realidad tenía ganas de echar a correr, se armó de valor y rodeó
el perchero.
—Hola, Maddy -como sabía que Madeline se sentiría igual o más cortada que
él, agarró a su hermana del brazo y tiró de ella hacia la puerta-. Ya nos íba-
mos para casa.
—Esperad -contestó Madeline, con un montón de bolsas colgadas del brazo
que contenían lencería suficiente para alimentar las fantasías de un hombre
durante un año-. ¿Ya que estás aquí, te importaría darme tu opinión sobre
una pequeña compra?
Cal empezó a sudar al tiempo que Maddy dejaba la cesta sobre un
mostrador. Tragó saliva al ver las provocativas prendas que contenía.
Antes de que pudiera sacarle algo incitante, Cal le dio un codazo a su
hermana, que estaba delante de
él.
—Allison sabe más de esto que yo -dijo Cal, sabiendo que Maddy no
enseñaría nada demasiado su-gerente a su hermana de dieciséis años.
Madeline frunció el ceño.
—Pero quería ver lo que tú...
—De verdad que sí. ¿He mencionado alguna vez que es una superdotada?
Le apretó los hombros a su hermana con la esperanza de aparentar amor
fraternal en lugar de un ansia controlada de estrangularla.
—Yo... Es que he aparcado en la entrada principal. Allison, sal cuando hayáis
terminado.
—Pero... -Madeline dio un paso hacia delante.
—Hasta pronto, Maddy -salió pitando, dedicándole una sonrisa forzada
mientras agitaba levemente la mano al salir por la puerta.
Hizo como si no hubiera oído a su hermana cuando esta lo llamó.
Esperó solo en su coche una buena media hora, hasta que se calmó un poco.
Cuando Allison apareció por fin, no tuvo interés alguno en saber lo que
podrían haber estado discutiendo las dos mujeres. Encendió la radio para
evitar una conversación que pudiera inducirle más pensamientos tortuosos.
Durante el camino de vuelta, Cal se vio asaltado por imágenes de Madeline
con aquellas finas y diminutas braguitas negras en la mano. Pero lo peor de
todo era que Cal sabía que ella no había comprado aquella monería para él.
Aparentemente, el plan de Maddy de experimentar en los rituales de
apareamiento tendría como objetivo otro hombre. La lencería que Cal había
visto en sus manos se utilizaría para seducir a otra persona. Cal jamás
tendría el placer de ver a Madeline desabotonándose una de sus amplias
camisas de hombre para revelar las finas tiras de un sujetador de encaje
negro. Esa satisfacción le sería reservada a otro hombre. El mero hecho de
pensarlo hizo que se le revolvieran las tripas.
Después de la infernal experiencia de ese día, Cal tenía una razón más para
odiar los centros comerciales.
Capítulo Tres

El cambio de tímida violeta a bomba de relojería no iba a ser fácil, pero


Madeline pensó que si sus pestañas podían soportar unas cuantas capas más
de rímel, entonces tal vez tendría una oportunidad.
Al menos el vestido rojo encajaba con el modelo «bomba de relojería». ¿Que
diría Cal si pudiera verla vestida con la prenda más sexy que había poseído
en su vida? ¿La rechazaría con tanta rapidez?
Había esperado que él le hubiera dado su opinión sobre el vestido en el
centro comercial, pero había estado demasiado ocupado huyendo de ella
como para echarle un vistazo.
Madeline retrocedió un paso delante del espejo de cuerpo entero del
vestuario de mujeres. El gimnasio de la universidad estaba vacío los viernes
por la noche, y eso hacía de aquel lugar el más idóneo para su trasformación.
Como no le había hecho gracia la idea de ir por su barrio embutida en ese
vestido de seda, había decidido prepararse para la noche en la facultad. Esa
mañana se había llevado una bolsa con el vestido y productos de maquillaje, y
había pasado la última media hora intentando seguir las instrucciones que le
había dado la dependienta del mostrador de cosmética.
Miró su imagen con ojo crítico, intentando decidir si el lápiz de ojos los
hacía parecer torcidos o no, cuando en ese momento chirrió la puerta del
vestuario.
Menos mal que llegaba ayuda.
La que apareció fue la doctora Rose Marie Blakely. La alta e impresionante
jefe del departamento de sociología la miró fijamente a los ojos en el
reflejo del espejo.
— ¿Santa María, Maddy, qué es lo que te ha pasado? -Rose Marie le dio la
vuelta para verla cara a cara-. No sé si vas en busca de la elegancia de la
noche de los Óscar o bien del look Concubina de Babilonia.
Aunque Rose Marie era veinte años mayor que ella y tan desenfadada como
tímida era Madeline, las dos habían hecho una sólida amistad en los años que
Madeline llevaba en la universidad. A menudo comían juntas y se quedaban
charlando del trabajo después de las clases.
—El vestido es estupendo -dijo, dándose una vuelta alrededor de Madeline-.
Pero, a pesar del maquillaje, parece como si no hubieras dormido desde hace
días.
Vaya. Madeline había esperado tener mejor aspecto. Después de que Cal
Turner la rechazara de plano, Madeline había decidido que no perdería más
tiempo escondida tras sus gafas de carey. Llevaba mucho tiempo viviendo en
una torre de marfil, amparada por el mundo académico que había sido su
hogar desde pequeña con su padre el catedrático. Tal vez si su madre se
hubiera quedado, Madeline habría cultivado más el lado femenino de su
personalidad.
—No tanto. Te he llamado porque evidentemente necesitaba algo de ayuda.
Tal vez no había tenido suerte con Cal, pero con un pequeño esfuerzo podría
llamar la atención de otro hombre.
Aunque le estaba resultando difícil entusiasmarse con el proyecto sabiendo
ya que el objetivo sería otra persona distinta a Cal.
Pero no pensaba echarse atrás solo porque Cal la hubiera rechazado. Le
demostraría a él, y a sí misma, que era capaz de hacer aquello.
Si no empezaba a hacer que su fama cambiara rápidamente, el comité
rechazaría definitivamente el tema para la tesis. Entonces se convertiría en
una académica vieja y malhumorada, y se vería obligada a investigar algo
aburrido porque era una mojigata con el don de gentes de un robot.
La tesis era importante para ella; y por una vez pensaba llevar a cabo un
estudio de investigación que de verdad le interesaba.
La doctora Rose se acercó y le pasó el dedo por debajo de los ojos; al
hacerlo, se le quedó el dedo manchados de negro.
—Santo cielo, pero si las ojeras son en realidad maquillaje.
Madeline se encogió de hombros y señaló el banco donde estaba su bolsa de
pinturas y mejunjes.
—Como no tenía nada, la dependienta me sugirió un poco de todo.
Rose Marie arqueó sus finas cejas.
— ¿Ah, sí? -se acercó al banco y estudió el contenido de la bolsa—. Serum
de vitamina C. Crema quita ojeras revitalizante. ¿Gel para las cejas? -Rose
Marie siguió examinando el contenido y sacudiendo la cabeza al mismo
tiempo-. ¿Qué has utilizado exactamente?
—Un poco de todo.
— ¿De todo?
Rose Marie suspiró largamente y le hizo una seña de que fuera hacia los
lavabos.
—De acuerdo, saca el gel limpiador y quítate todo eso de la cara.
Madeline agarró su toalla e hizo lo que Rose le había dicho. Una no
cuestionaba la sabiduría de Rose.
—Y recuérdame que te regale una suscripción a Cosmopolitan para tu
cumpleaños —le gritó Rose Marie-. No puedo creer que nunca te hayas
maquillado.
—Mi padre decía que las estudiantes serias no debían maquillarse -pero
entonces pensó en las uñas largas y rojas de Rose Marie-. Por supuesto, sé
que mi padre es un poco retrógrado.
Madeline terminó de quitarse todo lo que se había aplicado en la cara, y
Rose colocó una silla delante del espejo.
—Voy a hacerme cargo, Maddy. Siéntate -Rose Marie metió la mano en la
bolsa de cosméticos-. Pero a cambio quiero saber exactamente qué te traes
entre manos esta noche.
Mientras Rose Marie le empolvaba el rostro, Madeline le relató su historia
con la mayor sencillez posible. Por supuesto, omitió su encuentro con Cal. No
tenía sentido contar la parte vergonzosa de la historia.
—De modo que esta noche vas a salir por ahí en persecución de un hombre
que exhibir por el campus... preferiblemente un tipo que no pueda quitarte
las manos de encima en público y que sea capaz de ensuciar tu reputación de
manera efectiva.
—Algo así.
— ¿Se te ha ocurrido que a lo mejor simplemente debieras darle al comité
tiempo para acostumbrarse a la idea de tu tesis sobre los rituales de
apareamiento? -sugirió Rose Marie-. Tal vez deberías esperar unas semanas
y proponérselo de nuevo.
Madeline sacudió la cabeza.
—No puedo arriesgarme a que me lo rechacen por segunda vez. No me metí
en sociología para estudiar libros. Quiero estudiar a las personas.
—Personalmente, me encanta la idea -Rose Marie le pasó un pequeño pincel
sobre el párpado con habilidad-. Tal vez pueda ayudarte buscando a un
miembro de la facultad más comprensivo para que forme parte de tu comité,
pero sabes que no puedo interferir en la decisión final de este.
Madeline la miró a los ojos.
—Sabes que no te lo pediría.
Rose cerró una cajita y abrió otra.
—De acuerdo. Pero dime una cosa. ¿Cómo vas a despedirte del hombre que
escojas esta noche cuando te invite a volver a su apartamento?
Madeline sintió que el pulso se le aceleraba.
—Pues no había pensado en eso.
Si Cal hubiera aceptado, no tendría que preocuparse de quitarse de encima a
ningún nombre. Al contrario, sería Cal el que tendría que lidiar con sus
insinuaciones.
—Hay muchos hombres guapos, Maddy, pero no puedes contar con que todos
vayan a comportarse caballerosamente. Debes tener cuidado -Rose Marie le
quitó el pasador que le sujetaba el cabello en un moño-. Vaya, pareces
Morticia, de la Familia Adams.
Madeline se miró el cabello húmedo.
—Lo tengo muy liso. Normalmente no suelo soltármelo.
—Bueno, si me has pedido ayuda es porque reconoces que soy una experta.
Quédate quieta y ya verás lo que sale de ahí en cuanto me ponga con el seca-
dor.
Treinta minutos después Madeline salió del gimnasio con su vestido rojo, sus
zapatos de tacón, y su larga melena negra rozándole la espalda. Sí, seguía
con las gafas, pero Rose Marie le había asegurado que estaba para
comérsela.
Además, si se las quitaba, no vería lo que ocurría a su alrededor. Madeline se
dijo para sus adentros que la semana siguiente se ocuparía de comprarse
unas lentillas.
Con el pelo suelto, se sintió distinta... más atrevida, tal vez más decadente.
Rose Marie apenas le había aplicado maquillaje, pero se había pasado al me-
nos media hora peinándola y cepillando las puntas para que quedaran vueltas
hacia dentro.
Madeline estaba lista para marcharse, pero había decidido pasar por su
despacho a buscar el spray antivioladores. Desde que una de las profesoras
había sido atacada por un alumno, Madeline lo guardaba allí por si acaso.
Después de la advertencia de Rose Marie sobre los caballeros ardientes,
Madeline decidió llevárselo esa noche.
Desde luego la razón para pasar por su despacho nada tenía que ver con el
hecho de que Cal tenía una clase los viernes a última hora. Ni con que Made-
line tuviera que pasar justo delante de su puerta.
De acuerdo, tal vez en parte deseaba que Cal la viera la única vez en su vida
que se había puesto algo sexy. Y no estaría mal ver la reacción de un hombre
antes de pasar la prueba en la popular sala de baile de la ciudad donde
pensaba ir esa noche. El que Cal la viera sería tan solo una especie de
experimento científico.
Maddy aminoró el paso al llegar a la entrada del edificio de donde en unos
momentos saldrían los alumnos de la clase de Cal.
Entonces empezó a pasearse de un lado a otro, con cuidado de no pisar la
hierba para que no se le hundieran los tacones, mientras contemplaba el
grupo de bonitos edificios de ladrillo rojo y los árboles frondosos que los
rodeaban.
—Esto es una tontería -se dijo pasados unos momentos, molesta consigo
misma por perseguir a un tipo como si fuera una adolescente enamorada.
A pesar de su fama de chico malo, Madeline sabía que Cal era un hombre
inteligente con un negocio de éxito y una vida ajetreada. No la necesitaba ni
a ella ni sus planes de adolescente.
Se dio media vuelta en el mismo momento en que las puertas de cristal se
abrían para dar paso a un grupo de alumnos.
Madeline avanzó con toda la rapidez que le permitieron los tacones de aguja.
Una vez decidido que aquello era una tontería, no quiso que nadie la pillara a
la puerta de la clase de Cal.

— ¿Maddy?
Cal observó a una mujer de rojo alejándose.
Últimamente apenas prestaba atención a las mujeres vestidas de ese modo;
se había cansado del tipo de mujer insustancial durante ese año infernal que
siguió a su divorcio.
— ¿Maddy? -apretó el paso.
De haber sido ella, se habría dado la vuelta. ¿O no?
Continuó caminando deprisa, empeñado en satisfacer su curiosidad. No
pensaba que fuera ella. Después de todo, qué podría estar haciendo la inte-
lectual con aquellos tacones kilométricos y aquel vestido por encima de la
rodilla.
Y entonces se percató de todo. Era viernes por la noche, y Madeline Watson
estaba poniendo su plan en acción.
Iba en busca de un hombre al que seducir.
Oh, no.
La rabia le puso las piernas en movimiento, y echó a correr hasta alcanzarla.
— ¡Ay! —su grito ahogado la delató incluso antes de verla.
Le tiró del brazo y Maddy se precipitó en brazos de Cal.
Por un momento Maddy no se movió, imprimiendo sus compactas curvas en el
cuerpo de Cal. Sintió una mezcla de rabia y deseo.
Cal la miró y pensó que estaba preciosa; rabiosamente sexy con aquel
diminuto vestido de seda. Era la tentación hecha realidad, con gafas y todo.
Su cabello negro se arremolinaba alrededor de sus hombros como el océano
al anochecer,
Cal utilizó las dos manos para sujetarla y ponerla derecha.
O para tocarla. La verdad, no supo decir para qué. Pero sus manos se
ajustaron a la perfección en la hendidura de su cintura, como si estuvieran
hechas para agarrarla.
—Cal -se puso derecha y se apartó de él-. Me has asustado.
Se fijó en el vestido rojo y el trozo de pierna que dejaba al descubierto.
También tenía los hombros desnudos, y Cal se deleitó apreciando el tono
dorado de su piel. Continuó bajando y atisbo un provocativo canalillo y...
Santo Dios. ¿Qué se había dado en la piel que le brillaba de aquel modo?
¿Brillantina?
Olía a frambuesas, y a Cal le entraron ganas de ponerse a gritar. No podría
haberlo excitado más de haberse plantado desnuda delante de él.
—Será mejor que me vaya -anunció Maddy, dándose la vuelta.
Él la agarró del brazo.
—No.
— ¿No? ¿Qué quieres decir con eso? -lo miró con indignación.
—Quiero decir, aún no. No hasta que no me digas qué haces recorriendo el
campus tú sola y a estas horas con un vestido como ese.
—No estoy recorriendo el campus.
En ese momento salió otro grupo de otra de las clases vespertinas y Cal oyó
que alguien silbaba. No tenía que mirar a ningún lado para ver el objeto de
tal gesto de admiración.
Cal la condujo hacia el aparcamiento.
— ¿Te das cuenta, preciosa? Ya has recopilado algo de investigación para tu
tesis.
— ¿En serio? -preguntó con curiosidad.
Él aprovechó y se apresuró con ella hacia su coche aprovechando que estaba
distraída.
—Ese tipo de silbido de admiración es uno de los primeros pasos en el
proceso de apareamiento en los humanos.
— ¿Qué silbido? -se detuvo y miró a su alrededor, como esperando ver a
alguien.
—Vamos, cielo, te lo explicaré en cuanto subamos al coche.
En realidad no podía explicar el por qué de aquella necesidad urgente de
ocultarla a los ojos de cualquiera salvo los suyos. Pero pensó que prefería no
analizar sus motivos en esos momentos.
—Lo siento, Cal, pero debo pasar por mi despacho.
— ¿Ibas a ir a tu despacho sola y con lo oscuro que está?
Miró a su alrededor, sabiendo los depredadores que acechaban por el
campus a esas horas, en busca de estudiantes solitarias o profesoras
inocentes.
—A menudo voy por el campus cuando está oscuro -le informó.
—Sí, pero no con esos zapatos. Esta noche eres un peligro, Maddy.
Ella sonrió.
—Qué estupendo, Cal. Peligroso es justamente el aspecto que deseaba
tener.
Sin saber bien por qué, los celos lo abrasaron por dentro.
— ¿Por qué? ¿Tienes una cita con algún macarra que exhibir en las fiestas
de la universidad?
Madeline se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.
—El macarra que yo había elegido no estaba disponible.
Eso lo tranquilizó un poco, al asumir que se refería a él.
—Entonces si no tienes una cita, qué haces vestida con ese trapito de seda
tan elegante.
—Estoy al acecho.
—Tal vez sobre mi cadáver.
Por un instante su nueva y provocadora actitud dio paso a la seriedad de la
mujer conservadora que él conocía tan bien.
—Cal, no tienes derecho a discutirme lo que quiera hacer.
—Eres mi amiga y tengo todo el derecho del mundo a protegerte de ti
misma.
— ¡No estoy haciendo nada distinto a lo que la americana media de mi edad
hace cada fin de semana!
—Cielo, estás demostrando lo poco que sabes del tema. Las mujeres no salen
solas. Van en grupo por seguridad. Pero mira tú, sola y vulnerable al máximo.
Ella se animó.
—En cuanto salga de mi despacho, ya no seré vulnerable.
— ¿Qué escondes allí? ¿A unos miembros del equipo de béisbol?
—Mi lata de spray anti violadores.
Le pareció incluso más problemática que su hermana.
—Ah, ahora me siento mejor, Maddy. Eso te será de gran ayuda.
Cal le plantó las manos sobre los hombros, reacio a entrar en un tema en el
que no pensaba ceder lo más mínimo.
Normalmente era unos cinco centímetros más baja que él, pero esa noche,
con los tacones, estaban casi al mismo nivel. Cal tenía la piel fresca y
Madeline se estremeció al sentir el roce de sus manos.
¿Sería de frío, o de otra cosa? Intrigado, Cal se acercó un poco más a ella.
Madeline no opuso resistencia, sino que lo miró a los ojos como si el que le
acariciara los hombros con discreta avidez bajo la luz de la luna fuera lo
más normal del mundo.
Le bastó eso para saber que Madeline era demasiado inocente. De ninguna
manera pensaba dejarla sola esa noche.
—Francamente, no me fío del spray ese.
Ella sonrió.
—Estaré perfectamente, Cal. De verdad.
—Lo sé preciosa, porque voy contigo.
Ella quiso apartarse, pero él la detuvo, deslizándole los dedos por la piel lisa
y firme de los brazos.
Madeline se estremeció, y esa reacción lo asustó y provocó con igual fuerza.
¿Cómo iba a soportar pasar una velada con una mujer que tenía más potencia
que una inyección de gasolina?
—Cal...
—Te presento a tu acompañante de esta noche, Maddy -le acarició la
clavícula despacio con la punta de un dedo-. El macarra de tu elección está
oficialmente a tu servicio.
Capítulo Cuatro

La mareante sensación de las caricias de Cal la distrajo, pero no tanto como


para no oír lo que había dicho.
— ¿Cómo has dicho?
Él continuó tirando de ella hacia el aparcamiento.
—He dicho que voy contigo, Maddy. Vamos.
—Un momento -plantó los tacones de ante rojo en la grava del aparcamiento,
que aún estaba en construcción-. Pensé que no podías añadir ni un escándalo
más a tu historial.
Él señaló el vestido de Madeline.
—Eso fue antes de conocer los extremos a los que llegarías por este
proyecto tuyo. No pienso dejar que te juegues el pescuezo.
Madeline se sintió frustrada.
—Gracias, Cal, pero es mi cuello el que está en juego.
Se dio la vuelta, empeñada en llegar a su despacho y dejarlo allí con su
recién descubierta moralidad.
Pero antes de dar dos pasos Cal la levantó del suelo, como si fuera una novia
a punto de cruzar el umbral de la habitación del hotel.
—Bien. Arriésgate lo que quieras, pero conduzco yo.
— ¡Cal! -soltó un gritito.
Su presunción la habría molestado de no haber sido por la deliciosa
sensación de sentir su cuerpo en contacto con el suyo.
— ¡Bájame! -le soltó.
Él sonrió, aparentemente menos enfadado de lo que lo había estado
momentos antes.
—Ni siquiera yo aparco el coche en esta grava tan polvorienta. ¿Crees que te
voy a dejar que camines por aquí con esos zapatitos nuevos de ante?
Cuando llegaron al otro lado del aparcamiento, Cal la dejó en el suelo.
—Me libraré de ti en cuanto pueda -dijo, cruzándose de brazos.
Él sacó las llaves y le guiñó un ojo.
—Cariño, no será fácil porque voy a estar pegado a tí toda la noche.
Un estremecimiento que hubiera preferido no sentir la recorrió de arriba
abajo. La imagen de ambos pegados le resultaba demasiado emocionante.
Sabía que no era eso a lo que él se refería, sabía que él no deseaba tal cosa.
Aun así...
— ¿Estás lista?
La pregunta de Cal la sacó de su distracción y se volvió para unirse a él. Solo
entonces se dio cuenta del coche que tenía delante, y contempló boquia-
bierta las elegantes líneas de su Chevrolet.
—Oh, Dios mío.
— ¿No te gusta?
¿Gustarle? El coche era casi tan impresionante como el hombre que había de
pie a su lado. Parecía nuevo, como si acabara de salir de fábrica. Como su
padre había sido la única familia que había conocido, Madelinc se había
criado hablando de coches y de física, del mismo modo que la mayoría de las
niñas hablaban de muñecas y de chicos.
Tintineó las llaves que tenía en la mano.
—Es un...
—Cincuenta y siete. Es una joya, Cal -Madeline se acercó y acarició el
asiento blanco con admiración-. Es la versión especial, imagino.
Él se encogió de hombros, pero su sutil sonrisa le dijo que había acertado.
— ¿Sabes algo de coches?
Ella sacudió la cabeza.
—No lo suficiente para cambiar el aceite del mío, supongo -desde que había
llegado a Louisville le había llevado siempre su Honda a Cal-. Pero mi padre
está suscrito a una revista de coches. Leo algo de vez en cuando para poder
compartir su interés.
—Has debido de leer más que un poco -le dijo-. Vamos, entra.
Madeline olvidó por completo su renuencia a ir con él. No solo estaba
deseosa de dar una vuelta en un Chevrolet del 57, sino que no podía negar
las ganas que tenía de conocer más cosas de Cal.
— ¿Adonde? -le preguntó después de cerrarle la puerta y sentarse al
volante-. Esta noche estoy a tu disposición, Maddy. Utilízame como quieras.
Para disimular su nerviosismo, se ajustó las gafas, una costumbre que
llevaba años intentando evitar.
—Como ambos sabemos que estás dispuesto solo a llegar hasta cierto
punto...
—Sabes, estoy deseando ver si seguirás con esa oferta dentro de dos
semanas, cuando la vista por la custodia de Allison haya concluido -la miró a
los ojos-. ¿Nadie te ha enseñado nunca que no debes jugar con fuego?
—Creo que ha sido al contrario. Cuando hasta la administración de la
universidad piensa que soy demasiado recatada para hacer una investigación
sobre el sexo, es hora de empezar a jugar con fuego y a quemarme.
Él se pasó la mano por la frente con gesto cansino.
— ¿Qué voy a hacer contigo, Maddy?
—Puedes acompañarme esta noche si quieres.
—No es por ofender, preciosa, pero estoy intentando salvar mi reputación,
no pisotearla. No pienso dejar que ni los servicios sociales ni la tía Delia me
nieguen la custodia de Allison.
—Pero no vamos a ir a un bar de strip-tease, ni nada de eso. Y yo no voy a
hacer nada escandaloso.
No querría que Cal pusiera en peligro el asunto de la custodia de Allison por
su culpa.
— ¿Vamos a un sitio tranquilo?
—Estaba pensando que Coyotes tal vez sería un buen sitio para mi primera
incursión en la escena del apareamiento.
— ¿Un bar texano? No puedo llevarte allí.
—Pensé que los vaqueros eran famosos por su conducta caballerosa.
Cal cerró los ojos brevemente. Coyotes era un club conocido, de modo que
no se trataba de que fuera a arriesgarse con el tema de la custodia de
Allison si acompañaba a Maddy allí durante unas horas.
¿Pero cómo iba a pasar toda la noche sin tocarla, sin ceder a la tentación?
No sabía por qué había provocado a Maddy con la idea de seducirla después
de que se celebrase el juicio por la custodia. Incluso cuando demostrara que
las quejas del departamento de servicios sociales y de Delia Heywood eran
infundadas, no se permitiría a sí mismo el placer de liarse con Maddy.
Sus mundos nunca coincidirían, y desde luego no pensaba someter a Allison a
los vaivenes de un hogar inestable con otra relación fracasada.
Solo tenía que acordarse de eso cuando la tentación fuera demasiado
fuerte.
Finalmente asintió.
—Te llevaré allí, Maddy, pero debes prometerme una cosa.
Ella arqueó sus cejas oscuras en un gesto lleno de inocencia, que contrastó
totalmente con su sugerente vestido.
—Si alguien te pregunta, soy tu pareja esta noche. ¿Entiendes?
— ¿Y qué pasa con mi idea de buscar a un hombre?
—Yo soy el hombre esta noche, cielo.
—Pero tú no me ayudarás a convencer a la administración de que soy una
mujer de mundo —arrugó la nariz—. Necesito a alguien que trabaje conmigo
en eso.
Él sacudió la cabeza.
—Esta noche no buscarás a nadie.
Ella suspiró largamente antes de contestar.
—De acuerdo.
Cal salió del aparcamiento y tomó el camino del centro. Tras una breve
llamada para asegurarse de que su hermana estaba en casa, se metió en su
papel de acompañante.
El aroma a frambuesas lo incitó y obnubiló los sentidos. Cuando se
sorprendió a sí mismo preguntándose si Madeline sabría tan bien como olía,
Cal supo que tendría que distraerse para no detener el coche y besarla
hasta que perdiera el sentido.
Sí, había salido con muchas mujeres desde que estaba en Louisville, pero
ninguna había amenazado con quebrantar su paz interior como lo hacía
Maddy.
Maddy lo había atraído desde el principio, pero solo había coqueteado con
ella porque había tenido la certeza de que jamás aceptaría sus escandalosas
proposiciones. Maddy siempre se había mostrado algo distante, incluso
después de hacerse amigos.
Yeso le convenía.
Tal vez Madeline pensara que un breve romance sería suficiente para ella,
pero él la conocía demasiado bien.
— ¿Entonces tú eres mi acompañante esta noche? -preguntó Madeline
mientras él buscaba sitio en el aparcamiento de uno de los locales de música
más deslumbrantes de la ciudad.
Cal lo había llamado un bar texano en un es-fuerzo de disuadir a Maddy de
ir allí, pero sabía de más que el local era una enorme discoteca de música
country.
Aparcó el coche, salió y fue a abrir la puerta de Maddy.
—Recuerda que soy tu acompañante -la avisó-, pero tú has venido a trabajar.
Intentó no mirarle las piernas al salir del coche.
Bajo el reflejo de las luces de neón del enorme cartel de la entrada, Cal
percibió otro destello de la brillantina que le cubría el nacimiento de los
pechos.
Debía de ser el imbécil más grande de la ciudad por acompañarla allí en
calidad de guardaespaldas cuando en realidad lo que deseaba era llevarla a
casa, cubrirla de nata montada y saborear su cuerpo perfumado de
frambuesas.
—Estoy trabajando, pero también quiero divertirme -dijo mientras se
atusaba el cabello y estiraba el vestido-. Quiero decir, a ti no te parece mal,
¿no? -sonrió tímidamente-. Podemos divertirnos un poco, mientras que no
llamemos mucho la atención, ¿no te parece?
Cal asintió, no queriendo decepcionarla cuando estaba claro que había hecho
un gran esfuerzo por llegar hasta allí esa noche.
—Podemos divertirnos con cabeza —sin darse cuenta le colocó la melena
sobre los hombros, en un intento de cubrirle lo más posible el escote-. No
dejes que ese vestido rojo se te suba a la cabeza, Maddy.
Ella lo miró a través de sus gafas de carey. Cal no se atrevió a quitárselas,
por muchas ganas que tuviera. Esas gafas estilo profesora lo ayudaban a
recordar que Maddy era en realidad un tipo de mujer que Cal no merecía.
— ¿Sí...?
Ella le había dicho algo, pero Cal había perdido el hilo de la conversación,
distraído como estaba con sus pensamientos.
—He dicho que ojalá el vestido rojo se me subiera a la cabeza -repitió
Maddy-. De ese modo tal vez no tuviera que hacer un esfuerzo tan grande -
se agarró el borde del vestido-. En realidad, esto no me va.
Maldición. En ese momento lo que más deseaba era que Maddy fuera una
mujer de vestidos rojos y tacones altos. El tipo de mujer con las que el que
él salía y que después se despedían de él con la misma facilidad que él de
ellas. Con Maddy jamás podría hacer eso.
—Pues te sienta bien.
Le acarició el cabello sin pensar, y seguidamente la piel fina y fresca de los
hombros, ignorando una insidiosa voz en su interior que le recordaba que él
no tenía por qué tocarla.
— ¿De verdad? -se estremeció junto a él, no dándole opción a que hiciera
otra cosa que no fuera abrazarla.
—De verdad.
Se dijo a sí mismo que solo la besaría para darle ánimos, para que supiera
que era tan deseable como cualquier mujer de las que había conocido.
Pero mientras se inclinaba hacia delante, sabía que se estaba minuendo a sí
mismo.
Iba a besarla porque quería.
-—al... -susurró su nombre un segundo antes de que él la besara.
Su boca estaba más caliente que un trago de bourbon en una noche fría, y
prendió fuego a sus sentidos con el doble de rapidez. Cinco años de deseos
frustrados se encendieron con un roce de sus labios, con una pasada de su
lengua.
Maddy se acercó un poco más, situándose entre sus muslos, rozando
suavemente su cuerpo con el de Cal. Él se puso tenso, dudando de si
abrazarla o no durante solo dos segundos, para seguidamente ceder a la
tentación y lanzarse sin miramientos.
Le agarró de la cintura, deleitándose con el sabor de su boca, deseando
estar en un lugar más íntimo donde poder buscar la fuente de aquel aroma a
frambuesa que le estaba volviendo loco.
El ruido de unos zapatos de tacón repiqueteando en la acera lo distrajo. Cal
se apartó de ella, desorientado, justo a tiempo de ver una pareja que pasó
junto a ellos vestida con ropa vaquera.
Cal intentó relajarse y se aventuró a mirar a Maddy.
Nada más ver los cristales de sus gafas empañados, Cal empezó a sentirse
mal.
—Dios mío...
De todas las tonterías que había hecho en su vida, aquella era de las más
gordas. ¿Y si alguien los hubiera visto?
—Lo siento -Madeline se tocó los labios con vacilación, como si el beso
pudiera haberlos trasformado de algún modo.
Aquel sencillo gesto le provocó deseos de besarla de nuevo. Pero sabía que
eso solo le acarrearía problemas.
Le agarró de la mano y tiró de ella hacia el club.
— ¿Ves? El vestido rojo desde luego funciona -comentó con voz ronca.
No se había sentido tan frustrado desde que había estado en el instituto.
Maddy, sin embargo, parecía contenta.
—Supongo que tienes razón -dijo mientras avanzaba a su lado-. No vayas tan
deprisa, Cal. La doctora Rose me dijo que cuando una mujer entra en un sitio
debe hacer una entrada especial.
— ¿La doctora Rose? No me digas que la reina de las devoradoras de
hombres ha estado dándote consejos para esta noche.
—Sabe mucho de estas cosas -le aseguró Maddy-. Creo que ha salido con
muchos hombres.
—Ha salido con la mitad de los profesores del campus.
Rose Marie Blakeley tenía casi tan mala fama como él. Cal se preguntó si la
doctora Rose estaría también evitando una relación duradera.
Al cruzar la puerta de entrada, Cal notó que varios hombres miraban a
Maddy. Le echó el brazo a la cintura y pagó las entradas.
—Te lo devolveré -susurró Maddy—. Llevo el dinero en un sitio al que no
podría acceder en público.
¿Acaso esa mujer vivía para torturarlo?
—Hoy invito yo.
—Pero...
—Lo digo en serio, Maddy.
En cuanto cruzaron la puerta del bar la música los envolvió. Otra tonada pop
country resonó por los altavoces, animando a los que se agrupaban sobre la
gigantesca pista de baile.
Cal agarró a Maddy de la mano, empeñado en no perderla de vista. Al ver el
interés de los demás hombres al verla pasar, Cal apretó los dientes con
rabia, pero la condujo hacia la barra con educación y se ofreció a invitarla a
una copa.
Mientras esperaba a que le sirvieran un tequila sunríse, un cóctel que según
Maddy le iba con el vestido, Cal miró a su alrededor. Trabó contacto visual
con unos cuantos tíos que se estaban comiendo a Maddy con los ojos,
comunicándoles con efectividad su situación.
Una vez servidos, fueron hacia una mesa, y Cal pensó que tal vez no le
resultara tan difícil estar allí con ella, después de todo. Cuando estaban a
punto de llegar a una mesa vacía en un rincón tranquilo, dos amigos que eran
dueños de una tienda rival de reparación de automóviles se le plantaron
delante para saludarlo. Uno de ellos le estrechó la mano con calor mientras
que el otro le dio una palmada en la espalda.
En el mismo momento en que Cal se vio obligado a soltar a Maddy
momentáneamente, le oyó decir algo sobre ir a buscar algo de papel para
tomar notas.
¿Notas?
Al darse la vuelta para agarrarla, a punto estuvo de tirar al suelo a uno de
sus amigos que estaba un poco bebido.
Pero Maddy ya se le había escapado.
El vestido rojo había desaparecido en un mar de vaqueros mujeriegos,
dejando tan solo un aroma a frambuesas y un sinfín de cabezas girándose a
su paso.
Capítulo Cinco

Libertad.
Madeline saboreó su dulzura al tiempo que se alejaba apresuradamente de
Cal y de la mano de acero con que le tenía agarrada por la cintura. Claro que
para sus adentros se preguntó si no estaría huyendo de la oleada de
emociones que su beso le había hecho sentir.
Y menudo beso.
De no haberse retirado Cal, quién sabía hasta dónde se habrían adentrado
en aquel peligroso terreno. Porque mientras se besaban, Madeline había
estado temporalmente ajena a todo lo que los rodeaba. En otras palabras, se
había perdido totalmente en la deliciosa sensación de su beso.
Lo cual demostraba que tal vez el comité tuviera razón al pensar que era un
tanto inocente en aquel terreno. Necesitaba cultivar una actitud algo más
sofisticada en el campo de las asociaciones entre hombres y mujeres antes
de hacer algo verdaderamente estúpido, como meterse en una relación para
la cual su trabajo no le dejaba tiempo.
O peor aún, podría acabar en una relación y sufrir tanto dolor como su
padre, obsesionado con su trabajo, había causado a su solitaria esposa.
De modo que, a pesar del deseo que había sentido al besar a Cal, Madeline
se dijo que estaba contenta de escapar de él.
Cal le había dejado claro que él no podría enseñarle los entresijos de la
seducción y el coqueteo. De modo que se centraría en aprender todo lo
posible de observar a otros hombres y mujeres en el bar esa noche. Si
prestaba atención, tal vez pudiera ver los patrones de conducta y aprender
las mejores tácticas a la hora de atraer a una pareja.
Esa información la utilizaría tan solo para fines personales. Madeline la
necesitaba urgentemente si lo que quería era pillar a un hombre y exhibirlo
por el campus.
Su tesis sería tan solo por su bien.
Miró a su alrededor preguntándose dónde podría encontrar unas hojas de
papel en la gigantesca discoteca, y así se abrió paso entre la gente en
dirección a los teléfonos que había al fondo del local. Sin duda allí
encontraría algo para tomar notas.
Caminó despacio, concentrándose en cada paso para no caerse.
Entre la pista de baile y los teléfonos, la abordó un loco que llevaba unos
vaqueros muy ceñidos.
—Eh, preciosa, ¿quieres hacerme arder?
Se acercó demasiado a ella, y Madeline notó que apestaba a alcohol. Ni
siquiera se molestó en mirarla a los ojos, sino que dirigió la vista
directamente hacia su vestido.
Madeline se resistió al impulso de cubrirse el escote con una servilleta de
papel.
—Parece que ya estás bastante estimulado, vaquero.
Lo esquivó sin mucha dificultad, aprovechando que él se tambaleó en ese
momento. Continuó su camino, felicitándose a sí misma por haber podido evi-
tar el desastre sin la ayuda de su acompañante, cuando de pronto pegó un
respingo al sentir la mano de un hombre sobre los hombros.
Otro loco se interpuso en su camino, pero aquel estaba sobrio y parecía más
peligroso que el borracho. Llevaba el cabello engominado y peinado para
atrás, y vestía una ropa de diseño que probablemente costaba mucho más
que todo el ropero de Madeline. Además, apestaba a colonia.
— ¿Quieres bailar?
—No, gracias -intentó seguir avanzando, pero él no la soltó, y tiró de ella
hacia la pista de baile.
—Vamos. Pondremos celoso a tu novio.
Como no quería recurrir a Cal todavía, Madeline se acercó más y le clavó el
tacón de ante en el pie.
El vaquero la soltó, pero cuando ella echó a correr apresuradamente, él la
llamó por un nombre con el que jamás la habían designado antes.
Había salido para divertirse un poco, pero de repente se le quitaron las
ganas de jugar.
En los teléfonos no encontró papel, así que Madeline se aproximó a una
barra pequeña que había allí cerca. Tras pasar unos minutos intentando
captar la atención de la camarera, un hombre que había a la barra le sacó un
taburete.
—Se fijará en ti antes si te sientas -le dijo el hombre, que no parecía ni
peligroso, ni bebido.
Vestía una camisa de algodón blanco, parecida a las que Madeline utilizaba a
menudo para ir a la facultad. Con el cabello rubio y los ojos azules, parecía
recién salido de un anuncio de Ralph Lauren.
En realidad, a Madeline le habría parecido incluso apuesto si no hubiera
tenido a Cal en la cabeza todo el tiempo.
-Gracias.
El hombre sacó su cartera, y Madeline vio que sacaba un billete de diez
dólares.
— ¿Quieres que te pida algo? -le preguntó el hombre.
—No, gracias -contestó, algo avergonzada porque el hombre la había pillado
mirándole la cartera-. Solo necesito papel y bolígrafo, de todos modos.
Mister América sacó un rotulador del bolsillo delantero de la americana y se
lo pasó junto con una servilleta de papel.
Ella se lo devolvió.
—Gracias, pero necesito más sitio para escribir.
—Aquí puedes anotar hasta veinte números de teléfono -dejó el bolígrafo y
la servilleta sobre la barra delante de ella-. ¿Qué más necesita una mujer?
—En realidad estoy tomando notas.
Él frunció el ceño y le pidió que se lo explicara mejor.
—Estoy recopilando datos sobre el ambiente en el que se mueven los
solteros para un trabajo que estoy escribiendo -dijo, pensando que sonaría
mejor que la realidad.
Su acompañante hizo una señal a la camarera y se pidió una copa además de
algo de papel para Madeline.
—Tienes que reconocer que eso suena a la típica frase para ligar.
— ¿En serio?
Fascinada, Madeline lo apuntó en una servilleta de papel limpia para
referencias futuras. ¿Por qué no podía Cal enseñarle cosas así?
El hombre modelo Ralph Lauren se echó a reír.
—Desde luego. Si le dijera eso a una mujer aquí, probablemente giraría los
ojos y se largaría.
—No sé -dijo Madeline pensativa-. He oído cosas mucho peores en los quince
minutos que llevo en este local.
La camarera regresó con la bebida y un bloc para Madeline. Ella trasfirió su
única nota al pequeño bloc con el logo de la empresa en la parte superior.
— ¿Te gustaría oír lo que yo diría para ligar? -preguntó mister América.
Madeline preparó el bolígrafo para su segunda anotación.
—Sí, por favor.
Él sonrió y le quitó el bolígrafo de las manos.
—Creo que me gustaría llegar a la mujer, en lugar de a la investigadora, si es
posible.
Madeline se quedó helada. ¿Habría entendido correctamente a aquel tipo
tan apuesto y de aspecto tan normal? ¿Querría ligar con ella?
Para tomarse su tiempo, dio un sorbo del tequila sunrise que había pedido
con Cal. Y mientras saboreaba la deliciosa bebida, Madeline tuvo un
momento de claridad.
No necesitaba aquello.
Por mucho que precisara de un hombre para demostrarle al mundo
académico que no era ninguna mojigata; o por mucho que necesitara
experimentar la seducción, el tema que había elegido para su tesis. A quien
de verdad necesitaba era a Cal.
Sonrió a aquel hombre agradable y normal que no era para ella.
—Yo, esto... He venido acompañada.

Cal jamás habría imaginado que se encontraría a Madeline sentada a una de


las barras con lo que parecía un upo de aspecto agradable y normal, que no le
estaba mirando el cuerpo sino a los ojos.
Maldición.
Y desde luego no se había preparado para la punzada de celos que sintió al
ver a Madeline Watson colocándose las gafas en su sitio delante de otro
hombre. Cal pensaba que él era el único que podía ponerle lo suficientemente
nerviosa para provocar aquel gesto.
Se acercó a la barra y se colocó entre Maddy y el hombre.
—Siento interrumpirte, tío, pero espero que no estuvieras intentando
ligarte a mi chica -le dijo, enseñándole los dientes.
Maddy le puso la mano en la espalda, y su tacto lo calmó más que ninguna
palabra.
—Cal...
El tipo se puso de pie y recogió su chaqueta.
—Imagino que tú eres su acompañante.
-Eso es -Cal se cruzó de brazos; tal vez, si el tipo era inteligente,
conservara los dientes.
—Buena suerte con su investigación, señorita -le dijo a Maddy antes de
marcharse-. Es toda tuya, hombre -le dijo a Cal, levantando las manos para
aplacarlo.
Cal asintió con satisfacción. Los hombres se entendían entre ellos. Esperó a
que el hombre desapareciera entre la gente antes de volverse de nuevo ha-
cia Maddy. Eran las mujeres las que no parecían entender las reglas.
Le arrebató el bloc de la barra.
—Tú y tu investigación vais a tener que veniros conmigo.
Le tendió la mano, pero ella se quedó sentada, mirándolo con rabia y
desagrado. Aquello no iba nada bien.
—Salgamos de aquí, Maddy, antes de que te metas en más problemas.
Madeline se puso de pie y le quitó su bloc de notas sin pensárselo dos veces.
—Puedes irte tú solo, Cal Turnen No tengo intención de marcharme hasta
que no consiga lo que he venido a buscar.
Ese comentario hizo que le hirviera la sangre. Se acercó a ella para
asegurarse de que lo oía bien.
— ¡Métetelo en la cabeza, mujer, no te vas a llevar a ningún hombre a casa
esta noche!
Ella alzó la barbilla y se colocó la melena sobre un hombro.
— ¡Tal vez no, pero puedo tomar notas para saber cómo llevarme a uno a
casa la próxima vez! -blandió el bloc delante de sus narices para darle más
énfasis a sus palabras.
Oh, estaba yendo demasiado lejos. Cal le arrebató el bloc de la mano, lo
arrugó y lo tiró sobre la barra.
— ¿Quién necesita apuntes con ese vestido? Podrías salir de aquí con
cualquier hombre que quisieras.
—No lo creo, Cal. Parece que no voy a salir de aquí con el que yo quiero.
Se dio la vuelta sobre sus tacones de aguja y echó a andar, aprovechando
esos segundos para escapar de nuevo de él.
Maldición.
¿Habría de verdad deseado llevarse al upo ese a casa? ¿O se refería a otra
persona?
De un modo u otro, él se había comportado como un imbécil. Madeline le
había demostrado que era mucho más capaz de lo que él había pensado. No
solo había conseguido aprender a caminar con tacones, sino que seguramente
se habría quitado a varios moscones de encima sin su ayuda.
Cal agarró el bloc de notas, pagó al camarero y salió pitando, sabiendo que le
debía una disculpa.
Maddy no merecía ni sus celos ni su mal humor. Por su bien, tal vez pudiera
intentar ayudarla. Si empezaba a comportarse como era debido en público,
tal vez pudiera permitirse ciertas travesuras en privado.
Pero no le diría nada de eso hasta descubrir a quién hubiera querido ella
llevarse a casa esa noche.
Cal se abrió paso entre la gente a toda prisa, en busca de Maddy.

Variaciones del tipo « ¿En tu casa o en la mía?», proliferaban a la salida de


Coyotes. Madeline copió las palabras mientras oía a las parejas al salir del
bar, sonriendo para sus adentros.
El aire nocturno soplaba fresco, pero Maddy apenas lo notó de lo indignada
que estaba. Se había sentado detrás del portero, segura a la sombra del
hombretón, pero lo suficientemente cerca de las parejas que salían como
para observar los rituales de seducción en acción.
Su investigación la distrajo un poco, pero sobre todo estaba pensando en la
escena que había protagonizado con Cal. ¿Qué quedaba de su tranquilo amigo
de dos semanas atrás?
En lugar de ayudarla a alcanzar su objetivo de ensuciar su reputación, Cal
parecía estar haciendo lo posible para arruinar sus esfuerzos.
De haber tenido más cabeza, habría coqueteado con mister América. Pero
por supuesto no la tenía porque llevaba más de cuatro años enamorada de
Cal.
Hizo una pompa con el chicle que le había dado el portero, un placer secreto
al que se había entregado a menudo desde que se había mudado a vivir fuera
del hogar paterno. El profesor despreciaba cualquier tipo de goma de
mascar.
Madeline levantó la cabeza al ver que se abrían las puertas. Pero esa vez no
salió ninguna pareja acaramelada. Cal Turner estaba de pie en el umbral.
Ella no dijo nada, ni siquiera cuando él la vio, allí medio escondida detrás del
portero.
—Maddy -dijo con un afecto que había estado ausente cuando habían estado
juntos momentos antes; parecía más tranquilo, y la miraba con sosiego-. He
estado buscándote.
—Pues me has encontrado -cruzó las piernas y se colocó la hoja donde
estaba tomando notas sobre las rodillas, reacia a prestarle atención.
El traidor portero abandonó su asiento y fue a caminar delante del local. Cal
colocó la silla plegable junto a Maddy y se sentó.
—Es cierto.
Ella intentó concentrarse en las notas, pero las palabras que había escrito
no consiguieron que dejara de pensar en Cal.
El sacó algo del bolsillo.
—Quería traerte tu bloc -le dejó el arrugado taco de hojas sobre el regazo.
Ella alisó las hojas con la mano, pensando que tal vez podría perdonarlo.
—Gracias.
—Y quería disculparme.
Eso le llamó la atención. Se olvidó del papel y lo miró a los ojos. Entonces Cal
le agarró de la barbilla con suavidad.
—Siento lo de esta noche.
Hipnotizada por su mirada, por su suavidad, Madeline deseó que aquella leve
caricia se prolongara en el tiempo.
—No pasa nada.
Él sacudió la cabeza.
—No tenía derecho a avergonzarte de ese modo -hizo una pausa-. ¿Te
gustaba ese tipo con el que estabas hablando?
— ¿Qué tipo?
Cal se echó a reír, haciéndole olvidar los malos momentos.
—Vamos, te llevo a casa.
Ella pestañeó, preguntándose si lo estaría diciendo en serio.
— ¿Contigo?
Él le acarició los hombros con las palmas de las manos.
—Esta noche no.
Madeline se sintió decepcionada y se apartó de él, pero él volvió a tirar de
ella.
—Pero pronto -le susurró-. Vamos -le tiró del brazo y echó a andar hacia el
coche-. A no ser que quieras que te lleve en brazos otra vez.
Madeline se metió en el coche y se quitó los zapatos, sintiendo un alivio
inmediato.
No hablaron mucho durante el corto trayecto a su casa, pero Madeline
agradeció el silencio después del bullicio del bar.
Cal detuvo el coche en la acera y la acompañó a la puerta de su sencillo
bungalow de dos dormitorios. En ese momento, Madeline se sintió más
tímida con él de lo que se había sentido en toda la noche. Como se había
olvidado dejar la luz encendida, estaban de pie en la oscuridad. La media
luna y una farola apartada le permitieron verle la cara.
—Gracias por venir sin poner resistencia -dijo Cal.
No sabía qué le había hecho cambiar de opinión desde que lo había dejado en
la barra, pero no pensaba quejarse.
—No me importa seguirte cuando te muestras razonable -en realidad, le
gustaba bastante; ella nunca se cansaba de estar con él.
—Entonces te va a gustar lo que te tengo preparado.
Sin darse cuenta, Madeline se había apoyado contra la puerta de la casa. Cal
a su vez apoyó las manos contra el marco de la puerta.
— ¿Es razonable?
—Es algo tan lógico, que hasta tendrá tu aprobación.
—Te escucho -dijo Madeline, esperando que volviera a empañarle las gafas.
—Parece que estás buscando dos cosas para conseguir que te den el visto
bueno a tu tesis.
— ¿Dos cosas?
—Necesitas variar tu reputación, pero con eso no puedo ayudarte.
Madeline se apretó el bloc contra el pecho, detestando la decepción que sus
palabras provocaban en ella.
—Claro. Por el juicio por la custodia de tu hermana.
—Pero también necesitas urgentemente adquirir experiencia en el arte de la
seducción, para estar más aclimatada cuando empieces con tu investigación.
— ¿Ah, sí?
Él le rozó el hombro desnudo con los labios, produciéndole una sensación que
le bajó hasta los pies.
Entonces entendió lo que implicaban sus palabras.
—Oh, desde luego. Necesito lecciones de amor.
Sus miradas se encontraron.
—Vas a necesitar algo de experiencia cuando te hagas una experta en los
rituales de apareamiento.
Por un instante la miró con tanta intensidad, que Madeline no pudo contestar
de la emoción que sintió.
—Sí -dijo con voz ronca.
—Y tengo idea de dónde puedes conseguir esa experiencia.
Madeline rezó para no equivocarse. Definitivamente le gustaba lo que la
proximidad de Cal le hacía imaginar. Cerró los ojos antes de que sus labios
se posaran sobre los suyos.
Pero no fue aquel un beso preparatorio, como el que le había dado antes de
entrar en el bar. Fue la culminación de una semana de negación; todo fuego y
calor.
Ella se abrió a él, deseosa de recibir las lecciones que le ofrecía, más
necesitada de él en ese momento de lo que lo había estado en cuatro años de
anhelo secreto.
Solo la tocó con sus labios, sin embargo la unión de sus bocas fue en sí
mismo un apareamiento, una febril demostración de la unión que ambos
deseaban.
Cuando Madeline pensó que se moriría si no empezaba a acariciarla, Cal se
retiró.
Respiraba con agitación, como si se hubiera echado una carrera, y en sus
ojos vio un brillo animal que le prometió que cumpliría con el trato.
— ¿A qué ha venido eso? —se pasó la mano por los labios.
Él le tomó la mano y se la besó.
—Considéralo el beso de la primera cita, Maddy -le besó de nuevo la mano y
se la soltó-. Creo que estás lista para tu primera lección en las reglas del
cortejo.
— ¿Cortejo?
Él sonrió.
—A algunas personas les gusta el cortejo antes de hacer el amor. Desde
luego forma parte de los rituales que quieres estudiar.
— ¿Y tú estás dispuesto a... enseñarme?
—Clases prácticas, Maddy. Solo para ti -retrocedió un paso-. Serás mi única
alumna.
Capítulo Seis

Cal entró por la puerta de la cocina de su casa una hora después de dejar a
Madeline. Había dado un rodeo por la serpenteante carretera paralela al río
Ohio, esperando aclararse las ideas un poco de camino a la extensa granja
en la que vivía a las afueras de la ciudad.
Pero no le sirvió de nada.
Por mucho que bajara la ventanilla para dejar que el aroma de las hojas
otoñales y del pantanoso río lo inundara, la tensión seguía atenazándolo.
Aunque deseaba a Maddy más que nunca, se preguntó si no habría sido un
egoísta por engatusarla para meterse en su cama.
Mientras dejaba las llaves sobre la mesa Cal se dijo que una relación seria
entre ellos quedaba descartada. No tenía intención ni deseo de casarse de
nuevo después de su primer enlace. Katie le había hecho detestar el
matrimonio, le había demostrado que el amor no estaba por encima de la
clase social.
Sí, desde luego estaba progresando. Pero jamás se podría librar de sus
raíces.
Su estilo de vida le parecía bien, pero no podía imaginar que a Madeline
pudiera gustarle aquella casa cerca del río construida sobre pilotes. Dema-
siado vulgar para ella. Maddy vivía entre los académicos, y sin duda un día
ocuparía una casa elegante entre la élite profesional de Louisville.
Jamás sentiría pasión por la colección de coches que Cal guardaba en un
antiguo granero junto a su propiedad.
Cal sacó de la nevera la cerveza que se había negado en el bar y se dispuso a
no pensar más en Madeline. De pronto, le pareció ver un movimiento en el
salón.
— ¿Allison?
Su única respuesta fue un leve sollozo.
Cerró la nevera y dejó la cerveza sobre la mesa.
— ¿Al? ¿Estás bien?
Su hermana estaba acurrucada en un rincón del sofá, con los ojos llenos de
lágrimas. Su labrador negro, Duquesa, estaba en el suelo a su lado.
— ¿Cielo, qué ocurre?
Entonces se fijó en que iba más maquillada de lo normal, y en el vestido de
flores con bolso a juego que se había puesto para salir.
El la abrazó y ella se echó a llorar sobre su pecho. Entonces fue cuando el
llavero se le cayó al suelo. Cal lo recogió, pensando que la había pillado en-
trando tarde de pasar la noche con sus amigos.
— ¡Lo siento tanto, Cal!
—No pasa nada cielo... -entonces se dio cuenta de que el llavero tenía el
emblema del Thunderbird.
No eran las llaves de la casa, sino las llaves de un coche. De su coche.
—Solo es una pequeña abolladura, Cal, y no lo he hecho queriendo...
Cal intentó no ponerse nervioso mientras inspeccionaba bien a su hermana
pequeña buscando a ver si se había hecho alguna herida. Al ver que no tenía
nada, se recostó en el sofá, dándole gracias a Dios porque su hermanita
hubiera llegado bien a casa.
Entonces se dio cuenta.
— ¿Te llevaste el Thunderbird? -preguntó con incredulidad.
Allison se limpió las lágrimas y asintió.
Cal tuvo ganas de tirarse al suelo y echarse a llorar, pero pensó que sería
más importante consolar a Allison.
— ¿No estás herida?
Ella sacudió la cabeza y continuó llorando.
— ¿Y no has herido a nadie tampoco?
De nuevo sacudió la cabeza.
Él le agarró por los hombros y sacó fuerzas de flaqueza.
—No es más que un coche, cariño.
Allison se quedó inmóvil, y levantó la cabeza para mirarlo.
— ¿Lo dices en serio?
Duquesa meneó el rabo.
—Por supuesto que sí -le limpió una lágrima-. No te equivoques, sigues
metida en un lío -sonrió para mitigar el dolor de sus palabras-. Pero no por
abollar el Thunderbird. Estás metida en un lío por quebrantar las normas de
la casa y por ponerte en una situación de peligro. Por no mencionar los
estragos que esto podría haber causado en el asunto de la custodia.
Allison asintió.
—Te das cuenta de que solo faltan dos semanas para el juicio, ¿verdad?
¿Qué te parece si dejas de ir al centro comercial o a ningún otro sitio
después de la facultad hasta entonces, Al? Creo que es un castigo
apropiado.
Ella se revolvió el cabello e hizo un mohín.
—Bien. Pero hoy es viernes por la noche, Cal. Todo el mundo sale los viernes
por la noche. Incluido tú.
— ¿No te vendría bien estudiar un poco los fines de semana?
—Bueno, esa es la ventaja de tener un coeficiente intelectual alto -esbozó
una sonrisa maliciosa-. Incluso nosotros los superdotados necesitamos
divertirnos de vez en cuando. Por ejemplo, mira Madeline Watson.
Cal se sintió culpable, como un niño al que le pillan con una revista de chicas.
La última persona con la que quería hablar de Madeline era con su hermana
pequeña. Cal se puso de pie.
—Debes estar muy cansada, Al. Tal vez sea mejor que nos vayamos a dormir.
Allison se puso de pie.
—No estoy cansada, y no me hace gracia que cambies de pronto de tema. Si
voy a tener que pagarlo por romper las reglas, entonces creo que merezco
hablar de lo que ha ocurrido y por qué las he roto -se cruzó de brazos-. Me
siento fatal por lo de tu coche, pero con el tiempo te lo pagaré. Por lo que no
me siento mal es por romper la norma esa de quedarse el viernes por la
noche en casa a estudiar. No necesito estudiar tanto, y me estás quitando
oportunidades de madurar a nivel social.
Vaya, eso de hacer de padre estaba resultando tan difícil como librarse de
la mala fama.
— ¿Madurar a nivel social?
Eso era lo malo de tener una hermana superdotada; que siempre parecía que
sabía de lo que hablaba.
— ¿Te parece madurar a nivel social salir a recorrer las carreteras con un
coche robado?
Ella dio un golpe en el suelo con el pie.
—No tendría que haberte mangado el coche si me hubieras ayudado a
comprarme uno de segunda mano. Solo porque hayas elegido no tener vida
propia desde que Katie se marchó...
—Espera un momento, chica...
— ¡Es cierto! Desde que ella se fue, nunca vas a ningún sitio. Y peor aún,
pareces pensar que cada mujer que conoces va a ser tan desalmada como lo
fue ella.
Cal se dijo que no debía discutir de aquel tema con su hermana pequeña.
Allison no tenía idea de las mujeres con las que había salido desde que su ex
esposa se había desenamorado de él con la misma rapidez con la que se
había enamorado. Y no tenía intención de que ella se enterara de cómo se
había ganado la reputación que tenía en el campus.
—Lo siento, Cal, pero tenía que decírtelo. Solo porque ella no te diera el
valor que mereces no quiere decir que no puedas encontrar la mujer ade-
cuada.
No quería ni oír hablar de matrimonio, pero se limitó a apretarle la mano a
su hermana para que entendiera que el mensaje le había llegado.
Allison aprovechó para cambiar de tema.
—Enfrentémonos a la realidad. Ya voy por delante en la facultad, de modo
que no necesito estar encerrada en mi cuarto todo el fin de semana. Solo
quiero los privilegios que tienen mis amigas.
Sus palabras parecían de lo más razonable. Pero tal vez Cal estuviera algo
agotado. Aquella conversación, aquella noche en general, lo había cansado
más de lo normal.
— ¿Y si te doy más libertad, mantendrás esas calificaciones?
Ella asintió, se acercó a él y le agarró del brazo.
—Piensa en lo bien que tu amiga la profesora Watson combina sus estudios
académicos con su vida privada. Vi lo que se compró este fin de semana, Cal,
y deja que te diga una cosa. No se pasa todo el tiempo estudiando.
Un brillo de admiración iluminó la mirada de Allison.
Cal sintió pánico. ¿Querría su hermana emular a Maddy? Semanas atrás le
habría parecido una idea estupenda; pero de repente se arrepentía de
haberlas presentado. Si Madeline salía a la semana siguiente a ensuciar su
reputación con sus travesuras de niña mala, ¿seguiría Allison su ejemplo?
—Tal vez no, pero estudia mucho -esa era una de las cosas que siempre
había admirado en Maddy-. Y cuando no está estudiando, corrige exámenes
y desarrolla unidades didácticas.
Allison suspiró.
—Maddy es lista, pero tiene su vida. Yo no.
De todas las personas a emular, a su hermanita se le ocurría escoger a
Maddy, la mujer cuya vampiresa interior estaba deseando liberar.
—Bueno, dame unos cuantos días para que me lo piense, ¿vale? -le rascó la
cabeza a la perra, la única hembra que parecía estable en su vida-. Estoy
seguro de que llegaremos a un acuerdo.
Más apaciguada, Allison subió a su cuarto para irse a la cama mientras Cal
salía al garaje a ver los daños en el coche.
Mientras pasaba la mano por la abolladura y la pintura rayada, supo que solo
podía hacer una cosa. El lunes por la mañana hablaría claro con Maddy. El
poner en peligro su buena reputación para convencer al comité no era buena
idea. ¿Quién sabía a cuántos alumnos podría influenciar con su compor-
tamiento? Si Allison había notado los cambios en ella, desde luego otras
personas también.
Tal vez su plan para demostrarle a Maddy las sutilezas de la seducción había
sido un plan egoísta. ¿Habría sido simplemente un modo de hacer lo que lle-
vaba tantos años deseando?
Le echó un último vistazo a su abollado vehículo antes de apagar la luz del
garaje y entrar en casa. Le daría a Madeline la experiencia que necesitara
para su estudio sobre los rituales de apareamiento, pero no se implicaría en
una relación física que solo acabaría haciéndole daño a ella.
De algún modo tendría que convencerla de que se comportara en público
antes de causar daños que ni siquiera él podría arreglar.
Madeline no había imaginado que tendría que aguantar una charla de su
padre por teléfono. Se enrolló el cable del teléfono alrededor de un dedo,
esperando que su padre hiciera una pausa en la retahíla sobre la indignidad
de que una profesora se paseara por el campus de la universidad vestida con
un provocativo trapito rojo.
Su compañera de despacho estaba dando una clase, de modo que lo tenía
para ella sola durante una hora.
Se puso a copiar las notas de los exámenes en un cuaderno que utilizaba
para ese fin, mientras su padre la amenazaba con ir a la ciudad a hablar con
ella y hacerle entrar en razón.
Eso la hizo reaccionar.
—Papi, no querrás venir para acá en esta época del año.
Tenía que asegurarse de que se quedaría en su universidad en el norte del
estado de Nueva York. Su padre se volvería loco si descubriera que estaba
intentando empañar su buena reputación. Tal vez por haber sido hija única,
su padre esperaba mucho de ella, tanto a nivel académico como a nivel
personal. Incluso a miles de kilómetros, el hombre se había enterado de que
se estaba desviando del camino.
Por supuesto, también había contribuido el hecho de tener colegas en todas
las universidades importantes de Estados Unidos y del extranjero. Apa-
rentemente, uno de estos colegas la había visto en el campus el viernes por
la noche cuando había estado con Cal, y se había fijado muy bien en su
atuendo.
—Mira, papá, tengo una clase dentro de cinco minutos -mintió, esperando
distraerlo-. El vestido rojo era parte de un experimento de sociología, de
modo que 110 te preocupes por nada.
Al oír una tos discreta que provenía del pasillo, Madeline se ido la vuelta.
Encontró el objeto de su experimento de pie a la puerta de su despacho.
Dios, qué cuerpo tenía aquel hombre. Sonrió y le invitó a pasar con un gesto
de la mano, esperando poder ocultar su nerviosismo después de haberse
pasado todo el fin de semana pensando en él y en su oferta.
-Papá, te tengo que dejar, pero no te preocupes por mí. Estoy bien. Y no
necesitas venir,te lo prometo.
Colgó el teléfono y se volvió a saludar a Cal.
—Hola -dijo, sin saber qué otra cosa decir.
—Hola, preciosa -señaló una silla frente a ella-. ¿Te importa si me siento un
momento?
El corazón se le aceleró cuando accidentalmente él le rozó la rodilla con la
suya. Los lunes no daba clases, y normalmente no aparecía en el campus
hasta las cinco. ¿Habría ido para darle la clase particular de la que habían
hablado?
Iba vestido con una camisa y unos vaqueros, y Madeline supuso que iba de
camino a uno de los talleres.
—¿Va todo bien? -se inclinó hacia delante, preguntándose si sus nuevas
lentes de contacto no estarían funcionando correctamente.
Cal siempre había parecido tan libre, tan despreocupado.
—¿Así que el vestido rojo no era más que un experimento? -preguntó,
ignorando su pregunta.
Esa mañana la estaba mirando de manera desconcertante, y Maddy se
encogió de hombros, sin saber cómo catalogar su humor.
—Los espías de mi padre ya lo han informado. Quiere venir a la conferencia
de física de este fin de semana y de paso para ver cómo estoy.
Él asintió.
—¿Y se disgustará si se entera de lo que planeas?
—Solo quiere que tenga éxito en mis estudios. El no creería que la tesis
sobre los rituales de apareamiento sería la mejor manera.
Su padre siempre había sido un tradicionalista, un hombre de normas.
Maddy había empezado a darse cuenta de que deseaba romper algunas nor-
mas, darse un gusto ocasionalmente en lugar de darle gusto siempre a los
demás.
Cal se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre las rodillas.
—¿No crees que deberías olvidar todo este plan tuyo, Maddy?
—¿Olvidarlo? -dijo con voz ronca-. ¿Por qué? ¿Has cambiado de opinión?
Aguantó la respiración, comprendiendo por primera vez lo mucho que
deseaba que Cal Turner fuera el primero; el hombre con quien perdiera la
virginidad.
—Pienso cortejarte corno nadie lo ha hecho en tu vida, Madeline Watson.
¿Quería decir, no crees que deberías cortar la exhibición pública de tu
plan?
—Desde luego que no -dijo, mientras daba gracias porque Cal no se hubiera
echado atrás-. He esperado cuatro años para hacer lo que me apetecía y no
pienso esperar más,
—¿Entonces por qué no utilizas tus recursos y haces un esquema detallado
de tus estrategias de investigación? Eres brillante, Maddy -señaló la
montaña de libros-. Los dejarás pasmados con una proposición inteligente
que no podrán rechazar.
—Podrán, Cal. Ya saben que soy capaz de organizar bien mi tesis -dijo con
énfasis-. Lo que no saben es si tengo o no la experiencia para añadir un
elemento humano a este estudio. Creo que me ven como a una especie de
autómata.
Cal se arrellanó en su asiento.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¿No es así como me ve todo el mundo? Soy el burro de carga del
departamento, sin pasión o personalidad -dijo, preguntándose si Cal también
la vería así-. Pero estoy cansada de ello. No voy a seguir viviendo para
obtener la aprobación de mi padre.
Cal sacudió la cabeza.
—Dos mujeres rebeldes en solo una semana. No me lo puedo creer.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Allison está rebelándose, también. Se fugó con uno de mis coches el
viernes por la noche y me abolló un poco el parachoques.
—¿Está bien?
—Sí, pero ahora quiere divertirse los fines de semana -Cal se rascó la
frente-. En realidad, te nombró a tí como inspiración para soltarse la coleta.
—Lo siento, Cal -dijo con arrepentimiento-. No sé por qué...
—Tal vez tuviera algo que ver con tu elección de lencería de la semana
pasada -aventuró Cal con frustración.
—Te aseguro que no se la enseñé -dijo Madeline con indignación.
Él frunció el ceño.
—¿Entonces qué fue lo que le enseñaste después de salir yo de la tienda?
—Pues el vestido rojo. Tal vez por eso Allison piense que de repente estoy
en la onda. Le encantó.
Cal gimió.
—Ah, estupendo. Los servicios sociales se quedarán impresionados con el
hogar que puedo ofrecerle a mi hermana cuando empiece a pasearse por la
ciudad vestida de seda roja.
Maddy no pudo evitar una sonrisa.
—Es peor pasear se por ahí en encaje negro.
—Depende de quién lo lleve -la miró a los ojos con complicidad, como si
supiera lo que llevaba debajo de la amplia camisa de algodón.
—Tal vez yo me lo pusiera si fuera a recibir una clase sobre los rituales de
apareamiento en los humanos -dijo, y al segundo se arrepintió.
Cal se acercó un poco más y le rodeó los muslos con los suyos bajo el
escritorio.
—Maddy, no estarás provocándome con el encaje negro.
—Dame una buena razón para no hacerlo.
—Perderás la oportunidad de convertirte en profesora titular cuando toda
la facultad te oiga gritar por el orgasmo que te voy a provocar.
Capítulo Siete

Todas sus terminaciones nerviosas se pusieron alerta al oír su provocación, y


eso que ni siquiera la había tocado. El ritmo cardiaco se le aceleró de tal
manera que un inmenso calor le recorrió las extremidades. No podría haber
pronunciado palabra de haber tenido algo que decir.
A Cal sus propias palabras parecieron sorprenderlo tanto como a ella, y su
respiración rápida y agitada se asemejó a la de Maddy.
Retiró la silla y se levantó.
—Voy a marcharme ahora antes de hacer algo de lo que los dos podamos
arrepentimos después. Tal vez podamos hablar de esto mañana, si estás
libre después de clase para nuestra cita número dos.
Ella asintió mientras lo observaba saliendo por la puerta al pasillo.
—Bien. Te recogeré a las nueve.
Se asomó por la puerta y le sonrió una vez más antes de marcharse. Maddy
se quedó mirando el hueco de la puerta unos instantes, esperando a ver si
conseguía sosegarse. A los pocos minutos, cuando ya se había calmado un
poco, se oyeron unos golpecillos a la puerta.
Maddy levantó la vista e intentó sonreír al ver a Rose Marie, que llevaba una
carpetilla en la mano.
—Pasa.
Rose Marie entró y se sentó frente a ella.
—¿Qué te pasa, Maddy? Esos colores te delatan; pareces una adolescente a
la que acabara de pillar in fraganti.
Madeline agarro el cuaderno de calificaciones de la mesa y empezó a
abanicarse. Rose Marie no tenía idea de lo acertada que había sido su
aproximación.
—Es que hace calor aquí.
Rose Marie se encogió de hombros y continuó estudiando a Madeline.
—¿Te has quitado las gafas? -le levantó la cara a la luz.
—¿Qué te parece?
Madeline no se había acostumbrado aún a sus nuevas lentes de contacto, por
muy cómodas que fueran de llevar. Además, sin las gafas se sentía más
expuesta, menos protegida.
—No me había fijado que tuvieras los ojos tan bonitos, pero...
—¿Qué?
—Supongo que estoy acostumbrada a verte con gafas. Te veo rara así.
Madeline dejó de abanicarse y devolvió el cuaderno a la mesa, lista ya para
mantener una conversación racional.
—Así es exactamente como me siento. Pero imagino que al menos será un
cambio notable.
—Y eso es lo que más te preocupa últimamente, ¿no? -dijo Rose Marie.
—¿Y te parece raro? —preguntó Madeline, sin saber por qué sus amistades
se lo estaban poniendo tan difícil-. Tengo que hacer algo para llamar la
atención de la gente de la universidad antes de encasillarme haciendo más
años de sociología literaria. No pienso echarme atrás, Rose.
—¿No podías buscar algo menos polémico que los rituales de apareamiento y
más emocionante que la sociología literaria?
Ya había pensado en eso, pero nada le había convencido.
—Lo siento, Rose, pero llevo toda mi vida transigiendo. No pienso
contentarme con nada a medias esta vez.
—Muy bien -Rose Marie se volvió y dejó la carpeta sobre la mesa que tenía
delante-. Tu petición para que el comité se reúna de nuevo ha sido
concedida. Intenté sacar el mayor tiempo posible, pero el comité quiere que
empieces la tesina a primeros de octubre. Quieren escuchar tu presentación
dentro de dos semanas.
—¿Dos semanas? -repitió Madeline.
Rose le pasó la carpeta a Madeline y se puso de pie para marcharse.
—Te deseo suerte en tu empresa de buscar a un hombre con el que
exhibirte por el campus, Maddy. Deberías hablar con ese apuesto profesor
de administración que acaba de salir de tu despacho hace un rato. Tiene
pinta de ser el tipo de hombre que podría cambiar la reputación de una
mujer en un momento.
Madeline se puso colorada y recordó la promesa que le había hecho a Cal de
ser discreta.
—Solo somos amigos.
—Pues yo te recomendaría que te pegaras a él lo más posible a ver qué
ocurre -Rose le guiñó un ojo y cerró la puerta al salir.
Si el comité quería reunirse en dos semanas, Madeline necesitaba acelerar
su plan de acción.
Eso significaba que Cal no podía seguir provocándola con la promesa de sus
enseñanzas. Tendría que enseñarle los detalles de los rituales de
apareamiento lo antes posible; preferiblemente, durante su segunda cita.
Con un poco de suerte, Cal no se volvería a casa solo a la noche siguiente.

Cal miró el reloj durante su clase y se maldijo a sí mismo interiormente por


dejarse distraer por Maddy por enésima vez desde que habían charlado el
día anterior en su despacho.
Una hora más y habría llegado el momento de ir a buscarla; pero no sabía
cómo iba a aguantar hasta ese momento.
Afortunadamente, sus alumnos asentían y tomaban apuntes, aparte de hacer
alguna que otra pregunta. No podría estar haciéndolo tan mal, a pesar de
que en lo único que Cal podía pensar era en la promesa de Maddy de ponerse
la ropa interior de encaje negro para él.
¿Por qué la había provocado hablándole de un arrebatador orgasmo?
Grave error.
Ella esperaría un nuevo nivel de intimidad en su cita de esa noche... algo en lo
que él no tenía por qué meterse.
Por mucho que Maddy quisiera aprender el arte de la seducción, Cal sabía
que no se contentaría con un hombre que no pudiera finalmente comprome-
terse con ella.
Cal quería evitarles sufrimientos a los dos, y no perder la amistad que tanto
valoraba. Jamás había tenido una relación en su vida, incluido su matrimonio,
que no había sido tan gratificante como la amistad que tenía con Maddy, y
no pensaba renunciar a ella por una ardiente pasión.

Al terminar la clase, llamó a Allison para ver cómo estaba, y esta le prometió
que ya estaba metida en la cama con un libro de Nietzsche. Una lectura
liviana para el genio de su hermanita, pensó.
Más tranquilo, colgó el teléfono y se preguntó qué haría con Madeline esa
noche. Había decido algo, que la llevaría a ver su nueva adquisición para la
franquicia de su negocio. Además, no había tenido oportunidad de
preguntarle más cosas sobre su interés por los coches y eso lo intrigaba.
Después, tal vez fueran a ver algún concierto en Butchertown y se tomarían
unos capuchinos.
Nervioso como un chiquillo en su primera cita, Cal no tenía ni idea de cómo
retractarse de la broma de tinte sexual que habían compartido el día
anterior.
Su única esperanza era que Maddy también estuviera nerviosa y le
permitiera llevar las riendas de la cita. Tal vez entonces pudiera ofrecerle
una introducción más civilizada al arte de seducir, algo que ella merecía más.

Madeline se ajustó la falda de cuero negro e hizo una mueca, preguntándose


si habría ido demasiado lejos con ese conjunto nuevo.
Quería impresionar a Cal esa noche, pero incluso ella se preguntaba si no
sería una tontería salir a la calle así. La falda dejaba al descubierto más
muslo que los pantalones cortos de verano, y se ceñía peligrosamente a sus
caderas. El top de seda elástica era medio trasparente, pero más modesto
que la falda. Los tacones negros le hacían parecer más un ama dominante
que una profesora de universidad.
Bien.
Si Cal tenía dudas sobre lo que ella buscaba esa noche, quedarían disipadas
en cuanto la viera así vestida.
Quería sentir ese orgasmo maravilloso del que él le había hablado.
Sonó el timbre y un estremecimiento de emoción la recorrió. Apagó la luz
del dormitorio y caminó despacio por el pasillo. No tenía sentido torcerse un
tobillo antes de poder probar la pericia de Cal.
Se paró ante la puerta. Respiró hondo varias veces, intentando relajarse,
repitiéndose sin cesar que no estaba nerviosa sobre el paso que iba a dar.
Después de todo, iba a salir con Cal. Su amigo.
Agarró el pomo con determinación y abrió para encontrarse allí al hombre
de sus sueños. Iba vestido con vaqueros y botas relucientes, y en la mano
llevaba una rosa atada con una cinta blanca.
—Hola.
Se dio cuenta de que había cruzado las piernas como si fuera una
adolescente avergonzada.
—Maldita sea, Maddy -susurró con los ojos abiertos como platos mientras le
miraba las piernas boquiabierto.
—¿No te gusta?
Finalmente la miró a la cara con expresión sobrecogida.
-¿Cómo puedo sacarte a la calle vestida así, mujer? -entró, pero no se
acercó a ella.
Ella cerró la puerta y sonrió, con la intención de tranquilizarse un poco.
—No tienes por qué sacarme si no quieres.
Él retrocedió un paso, y seguidamente le ofreció la rosa con ímpetu, como sí
fuera un escudo.
—Pero te prometí salir. No podemos saltarnos los rituales cuando son
precisamente lo que más te interesan para tu investigación, ¿no?
Ella aceptó la flor, conmovida por su gesto.
—Gracias -Madeline agarró el pomo de la puerta-. Podríamos salir un rato, si
quieres. Podríamos ir al centro a escuchar un poco de música.
—No -se interpuso entre ella y la puerta, y al hacerlo le rozo las piernas.
Madeline se estremeció con el fortuito contacto de sus cuerpos. ¿Qué
sentiría cuando la acariciara de verdad?
-—No pienso dejar que salgas de casa vestida así -se cruzó de brazos y se
apoyó contra la puerta, como si planeara quedarse a guardar la salida toda la
noche.
¿Por qué no respondía Cal a tan claras señales? ¿Acaso Madeline habría
equivocado su interés, su intención?
La situación exigía medidas más contundentes. Aparentemente, Cal
necesitaba un incentivo mayor para tomarla entre sus brazos y no dejarla
hasta que conociera todo lo que había que conocer sobre hacer el amor.
Se acercó a él lo más posible sin tocarlo.
—Entonces supongo que eso significa que nos tendremos que quedar en casa
toda la noche. Solos tú y yo...
Cal se aflojó el cuello de la camisa.
—Tal vez al menos deberíamos ir al taller.
—¿Al taller? -repitió con incredulidad.
¿Ella intentando seducirlo y él quería llevarla a uno de sus talleres?
—Es una nueva sucursal de Perfect Timing que voy a inaugurar el próximo
fin de semana -esbozó una sonrisa al tiempo que se apartaba de ella y de la
puerta-. Será el taller más limpio que hayas visto en tu vida. Es una tienda
estupenda, y muy completa. Tiene un lavadero de coches de lo más
moderno...
Bueno, tal vez una visita al taller no estuviera mal. Recordó que aquella era
la primera vez que un hombre le regalaba una flor y se la llevó a la nariz.
—Qué... interesante.
¿Cómo iba a aprender nada de lo que le interesaba si Cal insistía en llevarla a
ver elevadores hidráulicos?
Él miró a su alrededor con expectación.
—¿Tienes un abrigo?
—No.
Avanzó hacia la puerta y salió, sin ocuparse de si él la seguía o no.
Se sentó en el asiento junto al conductor, y mientras esperaba a que él se
sentara, respiró hondo unas cuantas veces y deseó con toda su voluntad
poder pensar a derechas. ¿Qué era lo que le había sugerido Rose Marie?
«Acércate lo más posible a un hombre, y espera a ver lo que pasa», le había
dicho.
Madeline se colocó en el asiento de en medio justo cuando Cal entraba en el
coche.
Sus muslos se rozaron, desde la rodilla a la cadera, y ese contacto le
produjo una oleada de calor que la llenó de coraje, que le hizo confiar más
en su plan.
Mientras Cal daba marcha atrás, ella le susurró:
—¿No se supone que tiene que haber un beso en la segunda cita?
—Cariño, soy yo el que tiene experiencia en esto, ¿vale?
Cal se detuvo en un semáforo y ella aprovechó para contestarle.
—Pero te has olvidado del beso de la segunda cita.
En ese momento le rozó la mejilla con los labios; Cal tenía la piel suave y
caliente.
Él silbó entre dientes al tiempo que arrancaba de nuevo.
—Cariño, no sabes lo que eso me está haciendo.
La tenue luz del interior del coche creaba una sensación de intimidad que la
animó a decir lo que verdaderamente pensaba.
—Ojalá te hiciera más.
Bruscamente, Cal se desvió y detuvo el coche junto a la acera. Entonces se
volvió a mirarla.
—¿Madeline, lo dices en serio o me estás tentando para hacer alguno de tus
experimentos?
Ella consideró sus palabras antes de hablar; algo que no le resultaba nada
fácil estando tan cerca de Cal.
En ese momento se dio cuenta de algo que siempre la había fascinado de
aquel hombre; su primitiva franqueza siempre había provocado una parte de
su ser a la que no había querido prestar atención.
—Tú me interesas más que un experimento, Cal.
—¿De verdad?
Le estaba dando una salida, la oportunidad de echar a correr.
Pero ella no quería.
Maddy le acarició la mejilla con la punta de un dedo.
—Quiero ver lo rápidamente que podemos pasar de cero a cien en el asiento
trasero de tu Chevrolet.
Capítulo Ocho

Cal había recibido muchas sorpresas en su vida, pero ninguna como la que
Madeline acababa de darle con su escandalosa proposición.
Apretó los dientes, empeñado en no apresurarse a hacer algo de lo después
ambos se arrepentirían.
—Tú mereces algo mejor que el asiento trasero de un coche, Maddy. Por
muy altos que sean tus tacones, sigues siendo una mujer respetable.
—Y fíjate a dónde me ha conducido el ser tan respetable; han rechazado mi
tesis y mi carrera está en el aire. Por no mencionar que, a este paso, seré la
única que me doctore con mi virginidad intacta. No tengo trabajo, y no tengo
vida propia. No quiero seguir yendo a lo seguro.
Cal sabía que sus defensas estaban disminuyendo. Dios sabía que estaba
haciendo lo posible para hacer aquello del modo más honorable.
Entonces se le ocurrió una idea. Un modo seguro de que Madeline se diera
cuenta de que no estaban hechos el uno para le otro. Lo único que tenía que
hacer era llevarla al taller.
Le agarró la barbilla con suavidad.
—Cariño, tú en veinticinco años has conseguido más de lo consigue mucha
gente en toda su vida. No tengas prisa.
Ella se mordió el labio y no dijo nada, pero no pudo ocultar la decepción
evidente en su mirada. Cal se preguntó cómo demonios se había convencido a
sí misma de que un mecánico venido a más como él era el hombre adecuado
para una académica de sangre azul como ella.
Pero pronto entendería la verdad.
—Te voy a llevar por ahí como tú mereces, Maddy. Pero primero quiero
enseñarte algo.
Pasados cinco minutos Cal aparcaba el coche en el oscuro aparcamiento de
su taller nuevo.
Ella saltó del Chevrolet antes de que a él le diera tiempo a abrirle la puerta.
Tal vez Maddy fuera una brillante profesora de sociología, pero él era el
primer hombre que le enseñaba algo de las relaciones entre hombres y
mujeres.
—Me alegro de ver tu último negocio, Cal, de verdad que sí -se tiró del
borde de la falda, incitándolo a que le mirara las piernas—. Pero sigo
esperando poder recibir una lección esta noche.
—No hay miedo de que me olvide, Maddy.
Cal no quiso tocarla por miedo a no poder parar, de modo que fue hacia la
puerta de entrada y la abrió. Sus tacones iban marcando un seductor ritmo
al tiempo que caminada por el aparcamiento en dirección a donde él la
esperaba. Por un instante se imaginó que sus manos le recorrían el cuerpo
con el mismo acento lánguido. Al cruzar la puerta pasó junto a él, y el
corazón se le aceleró. Maddy olía a frambuesas y a goma de mascar.
—¡Hay un taller de pintura también! -exclamó Maddy-. ¡Y un lavado de
coches!
La observó mientras ella se apresuraba a tocar el arco iris de latas de
colores, sorprendido por su interés.
Apretó el botón del tren de lavado y dejó que Madeline se deleitara con la
eficiencia del espectáculo. A través del cristal y desde toda la zona de
recepción, se podía ver el sistema más puntero pulverizando agua, echando
espuma rosada y escupiendo cera amarilla. Los suaves cepillos daban vueltas
y más vueltas, precipitándose y girando en busca de un vehículo que limpiar.
Cal sabía que otras personas no compartían su entusiasmo por su negocio;
sobre todo no la estudiante de posgrado, cuyo mundo giraba alrededor de
académicos e investigaciones. Perfect Timing era para él un sueño hecho
realidad, pero Maddy solo vería un lavadero de coches.
-¡Vaya! -se volvió para mirarlo, y en sus ojos vio reflejado la misma emoción
que él había sentido cuando había entrado en el taller por primera vez-. ¡Es
maravilloso!
Dejó la máquina y dio la vuelta al mostrador para unirse a ella,
desmesuradamente complacido y aterrorizado al mismo tiempo de que la
profesora le diera buenas calificaciones a algo que no fueran exámenes.
—Le expliqué a un arquitecto lo que quería, y no daba crédito a mis ojos
cuando el hombre consiguió que todo saliera adelante justamente como yo
había deseado.
—¿Esto se te ha ocurrido a ti?
Al ver la admiración reflejada en su expresión, Cal asintió, pensando que
jamás podría decirle que no a esa mujer.
—Mi madre dice que lo que hago es soñar despierto -le confió.
Maddy se volvió hacia él con una sonrisa picara en los labios.
—Dicen que si sueñas, entonces puedes conseguirlo.
—Supongo que sí.
Se volvió a apagar la máquina. Su intento de ahuyentarla había sido un
auténtico fracaso, pero por fin podría pasar la noche con ella. No podía
continuar negando lo que sentía por Maddy, y desde luego estaba deseando
salir de allí y satisfacer todos y cada uno de los deseos eróticos que
Madeline Watson hubiera tenido en su vida.
—¿Quieres probarla? -la voz de Madeline le dejó helado.
Cal sintió una gran decepción mientras se volvía hacia ella.
—Puedes meter el Chevrolet si quieres, pero...
Ella le agarró de la mano y tiró de él hacia la entrada del tren de lavado.
—No. Me refiero a que si «tú» quieres probarla.
—Estás de broma.
El ruido de la maquinaria aumentó a medida que se acercaban a la puerta. El
zumbido de la sangre corriéndole por las venas parecía igualarse al de los
dispositivos.
Por primera vez desde que la había recogido en su casa, Cal se deleitó
mirándola de arriba abajo pausadamente, a la luz tenue de la recepción. ¿La
profesora quería lecciones de amor?
Bueno, por Dios que haría lo posible para asegurarse de que le enseñaba bien
antes de que ella se buscara a otro tutor.
Ella le dedicó una sonrisa que le dejó sin palabras. Su fe en él era un
importante recordatorio de que aquella mujer no era sencillamente otro lío.
Por muy científicamente que la profesora Maddy abordara aquel asunto de
la seducción, nada sería lo mismo entre ellos después de esa noche. Tenía
que conseguir que ella jamás olvidara el tiempo que habían pasado juntos.
—¿Y qué pasa con la lección de seducción de esta noche? -le preguntó él,
sabiendo que no podría esperar más.
Ella se detuvo a la puerta y le dedicó una de sus sonrisas más encantadoras.
—He decidido que no hay nada más seductor que aprender entre burbujas
rosadas.
Oh, Dios... ¿De dónde sacaba la señorita Inocente ideas tan eróticas como
aquella? Esperó un momento, intentando imaginarse cómo podrían ponerse
para que los cepillos giratorios no los mataran.
—Por favor...
Su suave ruego terminó de derribar sus débiles defensas. Cal se inclinó
sobre ella, incapaz de pasar un minuto más sin tocarla.
Ella cerró los ojos al sentir el roce de sus manos en la cintura, enredándose
en su sedosa melena castaño oscuro. Le echó los brazos al cuello. Cal se
apoyó contra la puerta de cristal que había detrás de ella, con las máquinas
vibrando a través de la barrera, y todo él se estremeció.
Ella ladeó la cabeza para que la besara. No deseaba nada en el mundo más
que aceptar aquella tentadora oferta, pero primero se aseguraría de que
Madeline jamás olvidaría aquella primera lección. La levantó en brazos y
entró así con ella por la puerta de servicio.
El ciclo de aclarado los sorprendió nada más entrar, pulverizando agua sobre
las piernas de Maddy y las manos de Cal, pero no logró mitigar el calor que le
produjo el contacto de sus suaves curvas.
—¡Cal! -exclamó Madeline entre risas.
—Demasiado tarde ya, profesora -le dijo al oído-. Eres toda mía.
Ella se quedó inmóvil y dejó de reír. El único sonido que se oía eran las botas
de Cal caminando a lo largo del tramo que había paralelo a la máquina. Es-
taría seguros en el estrecho pasillo, pero acabarían totalmente empapados.
Cal caminó a través de una bruma de agua hacia el ciclo del enjabonado.
Cuando estaban cerca de las bocas de las pequeñas mangueras que
pulverizaban burbujas rosadas, ella se retorció entre sus brazos.
—Quieto ahí -agarró un surtidor antes de que él pudiera dejarla en el suelo,
rozándole el brazo con sus pechos al hacerlo-. Ya te tengo.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, le bombardeó el pecho
con espuma, haciendo que la camiseta se le pegara al cuerpo.
—Podría hacerte yo lo mismo -le miró los pechos, pensando que eran un
blanco provocativo, y vio que ya se le trasparentaba el sujetador de encaje
que llevaba debajo-. Pero creo que me vengaré de otro modo.
Le quitó la manguera de la mano, que al colocarse en su sitio lanzó otro
chorro de espuma que le mojó la espalda y las piernas de ella. Cal la arrimó
contra la pared, protegiéndola de la mayor parte de la fina lluvia con su
cuerpo. Muy despacio, la ayudó a ponerse de pie, asegurándose de que no
metía los tacones en ninguna rendija.
Maddy gimió suavemente cuando él le deslizó las manos por los muslos
resbaladizos. Se agarró a los hombros de Cal con la punta de los dedos,
tambaleándose ligeramente sobre los tacones de aguja.
—Por favor, Cal -susurró.
—La venganza, en este caso, no tiene nada de dulce -le deslizó las manos
bajo la falda y le agarró de las caderas.
Entonces la estrechó con fuerza, amoldando su figura a su cuerpo. Aquel
contacto pleno, incluso vestidos, le ablandaba el cerebro y le hacía
estremecerse de deseo. El agua fresca no consiguió aplacar aquel intenso
calor.
—Puedes vengarte como quieras -le levantó la camiseta y extendió los dedos
coronados de laca roja por su pecho-. Tengo toda la noche.
—Cariño, no tienes idea de lo que me estás ofreciendo.
Cal se quitó la camiseta y la tiró al suelo, pero vaciló al ir a desabrochar los
botones de su húmeda blusa.
—Creo que no me vendría mal -dijo, provocándolo con la turgencia de sus
senos.
La tela vaquera mojada resultó ser su peor enemigo. Cal se dio cuenta de
que estaba más excitado por ella de lo que lo había estado en su vida por
ninguna mujer, y eso que aún no la había besado.
Los chorros de agua le golpeaban la espalda, urgiéndole a separarle los
muslos y perderse dentro de ella. Pero una mujer como Madeline merecía
una apreciación más minuciosa. Empezó a trazarle el contorno de los labios
con el dedo, y a los pocos segundos Madeline se lo agarró, se lo metió en la
boca y empezó a succionárselo.
—Dime si esto es lo que quieres.
Cal le desabrochó la camisa con dedos hábiles, acostumbrados a tocar el
más delicado de los motores. El sujetador mojado se le quedó pegado a los
pechos durante unos segundos antes de que él se lo quitara.
—Esto es lo que quiero -contestó Maddy.
Sin más dilación, Cal se volvió y le roció los pechos con la espuma,
distribuyéndola suavemente entre ellos.
Cal se agachó y le retiró un poco de espuma de uno de los pezones para
metérselo en la boca. Maddy le hundió los dedos entre los cabellos. ¿Quién
habría pensado que ocultaba tal deseo por los placeres carnales bajo esas
chaquetas de tweed que había llevado puestas hasta la semana pasada?
La ternura por esa mujer, a la cual admiraba vestida como fuera, le hizo
buscar sus labios para darle un beso suave y prolongado. Con sabor a goma
de mascar y a jabón, Madeline era la gloria personificada.
—Te necesito ya, Maddy.
—Creo que yo te necesito más, Cal. Tengo un preservativo en mi bolso.
Cal levantó su pequeño bolso de cuero de donde se había caído.
—Qué bendición que estés preparada, cariño. Espera un momento.
Cal terminó de quitarse la ropa interior y se puso el preservativo; entonces
levantó a Maddy del suelo. Ella entrelazó las piernas alrededor de su
cintura, v Cal experimentó un momento de absoluta satisfacción cuando
Maddy cruzó los tobillos a su espalda.
Todo el nerviosismo anterior había desaparecido. La alumna pasó a ser
profesora cuando apretó con fuerza las piernas alrededor de su cintura y
meneó las caderas sobre su erección.
A Cal lo recorrió un profundo estremecimiento, junto con la urgencia de
poseer a Maddy de todas las maneras posibles. Su resbaladizo calor le hizo
arder con una necesidad tan fiera que lo sorprendió.
—Intentaré no hacerte daño -susurró, apoyándola contra la pared.
Se colocó delante de ella, empeñado en conseguir que esa primera vez fuera
maravillosa para Maddy.
—¡Ni de casualidad!
Maddy le agarró la cara con las dos manos y lo miró a los ojos antes de que
él se hundiera poco a poco en ella.
Al ver que hacía una mueca, Cal se retiró y le pesó no haberla iniciado con
más suavidad. Pero entonces dejó de pensar al ver que ella se recuperaba
con tremenda rapidez, si sus contoneos eran indicación de algo.
Los chorros de agua fresca le golpeaban las espalda, pero solo aliviaban
levemente su ardor. La sangre le quemaba en las venas y el pulso le latía en
las sienes con fuerza. Abrazó a Maddy, pero no era suficiente.
La levantó y después la volvió a abrazar, buscando una satisfacción que
sospechó que no conseguiría en solo una noche con ella.
Entonces Cal le acarició el centro de su ardiente sexo, donde se unían los
muslos. Ella se arqueó totalmente, ofreciéndose a él hasta que Cal siguió un
ritmo que vibró a través de sus cuerpos.
El cuerpo de Madeline se estremeció contra el suyo en sucesivas oleadas, y
él la siguió a los pocos segundos.
Cal la abrazó durante otro ciclo de aclarado, incapaz de moverse.
Finalmente, ella se apartó de él suavemente y se estiró la falda.
—Vaya...
El simple comentario fue suficiente para dejarle satisfecho.
Mientras se vestía, Cal la observó complacido. Dios, era tan bella...
—¿Estás lista para unas cuantas rondas como esta?
—¿Estás de broma? -se quitó los tacones y le sonrió-. Ya tengo material
suficiente para todo el proyecto.
Cal se quedó cortado e intentó no hacer una mueca por el golpe que su
comentario acababa de darle en su amor propio. Acababan de volver a des-
cubrir el sexo, y resultaba que, aparentemente, ella había estado demasiado
ocupada tomando notas como para darse cuenta.
—Ah. ¿Entonces ha sido una buena investigación?
—La mejor.
Se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, pero Cal no sabía si
estaba de humor ya para más besos, o para más investigación.
De algún modo esa noche, en el inverosímil paraíso de su taller, Cal había
sido aparentemente seducido por una maestra.

Capítulo Nueve
Dos días después de su espumosa iniciación a la condición de mujer,
Madeline rebuscaba en el cajón de su escritorio para dar con su último
escondrijo de caramelos de café con leche.
Tenía tres horas libres hasta su próxima clase y, como no dejaba de pensar
en Cal, decidió que necesitaba algo más contundente que un pedazo de goma
de mascar.
Madeline se preguntó por enésima vez qué habría ido mal la noche de autos.
Localizó la bolsa de caramelos y peló uno. Tal .vez si se tomara la bolsa
entera, lograra dejar de pensar en el modo en que Cal se había sumido en
largos silencios durante el camino de vuelta a casa de Madeline esa noche.
Todo había ido bien hasta que le había comentado lo inspiradora que había
resultado su lección. ¿Qué hombre no se habría sentido orgulloso de oír
eso?
Por supuesto, tal vez no hubiera dicho precisamente que la había inspirado.
Se golpeó suavemente la sien con un lápiz, intentando recordar la conversa-
ción exacta.
Tal vez había dicho algo de que él le había proporcionado material suficiente
para su tesis. Otro comentario que debería haberle gustado, ¿no?
Madeline miró los envoltorios de caramelos y se preguntó por qué se sentía
igual de triste como hacía un rato.
Una insidiosa voz le replicó el porqué. Tal vez a Cal no le había hecho gracia
que ella le hablara de su tesis a los tres minutos de consumar su relación.
¿Acaso el divorcio de sus padres no le había enseñado nada?
Las personas normales no disfrutaban alrededor de académicos despistados
como su padre o ella, que no desconectaban nunca de su trabajo.
Había decepcionado a su padre por no dedicarse a las ciencias. Había
frustrado las expectaciones de sus superiores en la universidad por no
continuar con el tipo de sociología en la que siempre había destacado en el
pasado. Y probablemente había disgustado a Cal hablándole de su tesis cinco
minutos después de vivir la experiencia más profunda de su vida, en lugar de
decirle lo increíblemente bien que le había hecho sentir.
Seguramente lo habría hecho sin darse cuenta porque el trabajo era un
tema en el que se sentía cómoda. Después de hacer el amor con él, Madeline
se había sentido muy nerviosa e insegura de sí misma.
No era de extrañar que la hubiera dejado a la puerta de su casa sin querer
pasar. Por su cabeza loca había ofendido al hombre que había sido su mejor
amigo en los últimos cuatro años.
Madeline se quedó mirando la página en blanco del cuaderno donde había
pensado plasmar sus impresiones sobre el paso final del ritual de aparea-
miento en los humanos. Pero escribir lo que había pasado entre Cal y ella se
le antojó de repente de muy mal gusto, algo que abarataría un encuentro que
la había dejado sobrecogida por su fuerza.
Cerró el cuaderno y lo dejó a un lado sobre el escritorio, prometiéndose a sí
misma que no desluciría la noche que había pasado con Cal más de lo que ya
lo había hecho. Más tarde o más temprano, encontraría un modo de hablar
con él y disculparse.
Con un poco de suerte, al menos podría salvar su amistad. Una relación más
íntima, sin embargo, resultaba del todo imposible.
Los intelectuales como Madeline no estaban hechos para relacionarse
normalmente con los demás.
La voz de una joven a la puerta interrumpió sus tristes pensamientos.
— ¿Profesora Watson?
Madeline se volvió y vio a Allison Turner, la hermana pequeña de Cal, a la
puerta de su oficina.
—Pasa, Allison -Madeline la invitó a pasar-. Y por favor dejémonos de
formalidades. Puedes llamarme Madeline.
Allison sonrió.
—Gracias. Solo será un minuto, y siento molestarte -cerró la puerta y se
sentó en una de las sillas del despacho.
Tenía la misma sonrisa que Cal y tal vez los mismos pómulos, pero las
similitudes terminaban ahí. Era rubia y de ojos azules, mientras que Cal
tenía el pelo castaño medio con tonalidades rojizas.
—Tómate tu tiempo -Madeline se volvió y se sentó de frente a ella,
deseando poder preguntarle por Cal.
—Se trata de Cal.
Madeline se puso derecha.
— ¿Qué le pasa?
Allison se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Lleva todo el fin de semana de un humor de perros, y no quiere decirme
por qué -frunció el ceño—. ¿Te dijo algo la otra noche cuando salisteis?
—A ver... Pensándolo bien, no. No me dijo nada.
La hermana de Cal se cruzó de brazos.
—Si dijo algo de mí, como que estaba muy decepcionado por ejemplo, me
gustaría que me lo dijeras.
—Te aseguro que no -contestó con firmeza-. No hablamos de ti
específicamente la otra noche, pero sé con seguridad que no está
decepcionado contigo en absoluto.
Se inclinó hacia delante y le dio a la chica un apretón en el brazo. Sin duda
Allison habría pasado un año infernal.
Allison le agarró la mano como si le fuera la vida en ello.
— ¿Pero cómo lo sabes? Apenas ha hablado en los últimos tres días. Creo
que está furioso porque le abollé el parachoques del Thunderbird el viernes
por la noche.
—Estoy segura de que no está enfadado contigo -Madeline sabía por qué Cal
estaba de mal humor, pero no pensaba hablar de eso con Allison-. ¿Cal tiene
también un Thunderbird?
—Del cincuenta y ocho, creo -Allison asintió distraídamente-. Es que ha
estado tan callado y malhumorado.
Madeline se preguntó dónde encontraría esas joyas. Entonces pensó en las
palabras de Allison y deseó poder ayudarla de algún modo.
—A veces mi padre actúa así. A veces tengo que hablar más para compensar
sus silencios.
Allison entrecerró los ojos.
— ¿Y eso funciona?
— ¡Pues claro que sí! -Madeline escogió un tema que tal vez animara a la
adolescente-. Soy una experta en charlar hasta conseguir que los hombres
indiferentes dejen de serlo.
— ¡Estupendo! Entonces puedes venir a comer con nosotros para disipar la
tensión -Allison se levantó de un salto y le tiró de la manga.
— ¿Qué?
El miedo la dejó pegada a la silla.
—Cal dijo que se pasaría a comer conmigo hoy, pero tengo miedo de que nos
sentemos en algún sitio y me pase todo el rato mirando un sandwich.
Allison le echó una mirada suplicante con aquellos ojos picaros y vivarachos,
y Madeline deseó haber tenido una hermana como ella de pequeña.
Además, tenía que enfrentarse a Cal en algún momento, ¿no?
—De acuerdo -accedió Madeline, permitiendo que Allison tirara de ella-.
Pero tengo una clase esta tarde.
Allison sonrió.
—Estarás aquí a tiempo, te lo prometo -le dio un abrazo a Madeline-. ¡Espera
a que Cal vea que estás conmigo!
Madeline agarró el bolso y siguió a Allison.
—Se quedará bien sorprendido.
— ¡Y contento! -añadió Allison, agarrándola del brazo como si fueran viejas
amigas-. Seguro que después de verte estará de mejor humor.
Por primera vez desde que había dejado a Madeline a la puerta de su casa el
martes por la noche, Cal pensó que tal vez debería intentar cambiar de hu-
mor.
Condujo hasta el campus de Louisville en un Chevrolet que había arreglado
para Allison; una sorpresa que le dejaría alucinada.
Solo tenía que tener cuidado para no encontrarse con la intelectual de
Madeline y estropear su tímido intento de ser agradable. La felicidad de
Allison era demasiado importante para él para estropearla con sus penas
amorosas.
Había quedado con Allison en una estatua de bronce que había delante de la
entrada principal; así podría aparcar convenientemente su regalo en la
acera, a pocos metros de la estatua.
Después de pensárselo mucho durante el fin de semana, Cal había decidido
que sería mejor darle a Allison un poco de libertad en lugar de lo contrario.
Ella tenía razón; trabajaba mucho durante toda la semana y tenía derecho a
salir un poco los fines de semana.
Giró por la entrada principal de la universidad, maniobrando con facilidad
entre el tráfico escaso. A Cal le gustaba aquella parte del campus, con su
aspecto de universidad tradicional, y sobre todo la estatua de bronce de El
Pensador.
Enseguida vio a Allison con su ropa floreada. Ya había tocado el claxon
cuando se dio cuenta de con quién iba su hermana pequeña paseando por el
campus.
Madeline Watson. La mujer que pensaba que su habilidad sexual debería
estar redactada en su tesis.
La misma mujer que sin saberlo había destrozado unos sentimientos que él ni
siquiera sabía que tuviera hacia ella.
Tanto Maddy como Allison se volvieron al oír el claxon, junto con otras
tantas personas que cruzaban el campus en ese momento. Brevemente pensó
en continuar y posponer el almuerzo con su hermana, pero enseguida decidió
que eso sería muy egoísta por su parte.
No había estado con Allison desde que Madeline le había vuelto el mundo del
revés. No quería que su hermana pensara que estaba evitándola.
Además, le había costado mucho trabajo encontrar un coche bonito para
ella. Se negaba a dejar que lo que ocurriera entre él y Maddy le impidiera
disfrutar del momento.
Sencillamente se centraría en Allison, y Madeline seguiría su camino en
cuanto viera que Cal había quedado para almorzar con su hermana. Podría so-
portar la presencia de Maddy durante cinco minutos sin romper su promesa
de no volver a tocarla, ¿no?
Solo sería cinco minutos.
— ¡Allison! -Cal sacó la cabeza por la ventanilla y agitó el brazo.
Se detuvo en un espacio libre junto al bordillo de la acera.
Su hermana lo vio y tiró de Maddy.
— ¡Eh, Cal! -Allison llegó al coche y se inclinó en la ventanilla del conductor-.
¿Estás robando coches del taller? -se burló.
—De eso nada, muñeca.
Salió del coche y saludó a Madeline, que se detuvo al lado de su hermana.
La estudiosa se colocó las gafas que se había vuelto a poner, y Cal sintió un
escalofrío que le bajó hasta los pies.
—No me digas que te hiciste con este para sustituir al Thunderbird -
comentó Allison-. No te imagino en algo tan lento.
—Bueno, espero que te imagines a ti misma, al menos -sacó un pequeño lazo
rojo del bolsillo de los pantalones y lo plantó en la brillante capota blanca-.
Es todo tuyo, hermanita.
Allison frunció el ceño, pero Madeline pareció entenderlo a la primera. Cal
no pudo evitar la oleada de orgullo que sintió cuando Maddy sonrió de apro-
bación.
—Estás de broma -consiguió decir su hermana finalmente.
—Caramba, chiquilla, muestra algo más de fe en tu hermano mayor -salió e
invitó a Allison a ocupar el asiento del conductor-. ¿Crees que voy a dejar
que se te pasen todas esas oportunidades de desarrollar tu vida social
mientras te quedas conmigo en casa todos los fines de semana?
Cal notó que Maddy retrocedía un poco y aplaudió su sensibilidad.
—OH, Dios, Cal. ¡Muchas gracias! -Allison saltó del coche y casi estuvo a
punto de tirarlo del abrazo-. Maddy, ¿a qué es increíble? ¡Maddy! Ven aquí a
ver mi coche.
Maldición. Cal deseó rodear con sus manos aquella cintura de avispa y
estrechar su cuerpo con fuerza.
Allison lo soltó para tirar de Madeline.
— ¿A que es increíble? -abrazó también a Maddy y al momento volvió a su
coche, más contenta que un niño con zapatos nuevos-. ¿Puedo ir a darme una
vuelta? -le preguntó, jugueteando ya con las llaves en la mano.
Apenas Cal dijo que sí, ella ya estaba arrancándolo y colocándose el cinturón
de seguridad.
—Solo voy a dar una vuelta a la manzana, ¿vale? -ajustó los retrovisores y
los asientos.
Cal asintió, y entonces se dio cuenta de que eso le dejaría allí de pie, solo,
junto a la tentación más grande de su vida.
—O bien nos podrías llevar hasta donde vamos a almorzar...
Allison sacudió la cabeza mientras metía la primera.
—Quiero que comamos en el campus para no llegar tarde a la clase de
Maddy.
Oh, no. ¿Querría decir eso lo que le parecía que quería decir?
Temiéndose lo peor, Cal fue a abrir la puerta del copiloto, pero Allison ya
estaba avanzando hacia el camino asfaltado.
— ¡Madeline viene con nosotros! -dijo a través de la ventanilla justo antes
de desaparecer.
Cal y Madeline se quedaron allí solos.
Cal pensó en el incómodo trayecto a casa de Madeline del martes por la
noche. Pero enseguida se dijo que debía mantener la cabeza fría para asegu-
rarse la custodia de Allison. Y también por respeto hacia sí mismo.
Madeline se aclaró la voz con exageración, como una profesora intentando
llamar la atención de una clase. Cal se figuró que le daría una excusa para no
almorzar con ellos.
—Llevo todos estos días queriendo disculparme por lo de la otra noche.
Lo miró a través de las lentes de sus gafas, pero el reflejo del sol le impidió
distinguir la expresión de su mirada. Llevaba el pelo recogido con una coleta
baja.
Para el resto del mundo tal vez diera el aspecto de profesora despistada
que no se ocupaba de su apariencia. Pero Cal veía en ella a la niña alocada;
peor aún, veía a su buena amiga.
—Maddy, no tienes por qué...
Ella lo sorprendió interrumpiéndolo.
—Sí, tengo por qué -se ajustó las gafas más con determinación que con
nerviosismo-. Me sentí tan, no sé... abrumada la otra noche, que tal vez
soltara algún comentario grosero solo porque en realidad no sabía qué decir.
Cal pensó que se había dado cuenta perfectamente de lo que estaba
diciendo. Sencillamente se había mostrado más interesada en su
investigación que en estar con él, pero no pensaba confiarle su punto de
vista. Mejor sería olvidar todo el episodio y seguir adelante.
—No pasa nada, yo...
— ¡Sí que pasa! -insistió, agarrándolo del brazo y borrando de un plumazo su
habilidad para pensar a derechas.
Por un breve instante, cuando lo único que pudo imaginarse fue estrecharla
entre sus brazos, se preguntó si podría olvidarse de su alocada búsqueda de
información sobre los rituales de apareamiento e invitarla a salir.
Pero eso sería buscar problemas; un modo de hacerse daño el uno al otro y
de destrozar el hogar estable que había creado para Allison.
—No lo entiendes, Cal. No puedo separar mi vida de mi trabajo. Pero sé que
a otras personas les molesta. No puedo evitar ver cómo todo el mundo se re-
laciona desde un punto de vista sociológico, incluso cuando me lo estoy
pasando pipa -hizo una pausa y se mordió el labio-. Bueno, tal vez no debiera
mientras me lo estoy pasando pipa, pero sí al poco rato.
La agarró por los hombros, sintiendo la necesidad de sofocar sus
declaraciones antes de empezar a pensar en lo que había dicho.
Probablemente sería mejor que se distanciaran un poco.
—De verdad, Maddy, no fue para tanto.
Ella se puso tensa.
—Perdona, Cal, pero para mí sí que lo fue.
Vaya, casi había olvidado que había sido la primera vez para ella.
—Lo siento -la soltó y retrocedió un paso, deseando que le resultara tan
fácil apartarla de sus pensamientos-. ¿Estás bien?
—Por supuesto que estoy bien. Solo quiero que escuches mi disculpa.
— ¿Todavía te estás disculpando?
—Todavía estoy explicándotelo.
—Entiendo.
Esperó a que continuara, pero en lugar de hacerlo, Madeline se quedó
mirando fijamente hacia un punto del camino que había a sus espaldas.
Cal oyó que se cerraba la puerta de un coche, y sonrió al ver a un hombre de
mediana edad pagando a un taxista.
—Bueno, desde luego ese no es Allison.
Madeline entrecerró los ojos.
—No. Sin duda es el conocido profesor de física, doctor Watson. Parece que
finalmente el científico en persona ha venido a la ciudad.
¿El padre de Maddy?
Estupendo. Justamente lo que necesitaba. Un padre furioso que le
diseccionara las entrañas por robarle la virginidad a su hija, apoyados
contra la pared de un tren de lavado de coches.
Capítulo Diez

¿Y después de dejar que Madeline se las arreglara sola en Louisville, su


padre se presentaba precisamente en ese momento? Por un momento había
pensado en esconderse detrás de Cal y dejar que su padre fuera a buscarla
a su despacho.
Pero no podía hacerlo. Por muy frustrante que resultara a veces, el doctor
Watson la había criado, y en todo ese tiempo no había pronunciado una sola
palabra mala sobre la mujer que los había abandonado a los dos. Se merecía
una bienvenida cariñosa.
— ¡Papi! -llamó, pasando junto a Cal para ir a saludarlo.
Estaba mayor que en Navidad del año anterior, con más canas en el pelo, y
algo más delgado.
Levantó la vista hacia su hija, recogió su pequeña maleta del suelo y fue
hasta ella.
— ¡Sorpresa, sorpresa, hija! ¡No pensé que iba a ver a mi pequeña erudita
aquí tomando el sol! Te imaginaba en alguna biblioteca, escondida entre
libros y preparando tu siguiente artículo de investigación.
Sin duda su padre pensaba que ella debía de estar siempre metida en una
biblioteca. De todos modos sentía mucho afecto por el hombre que había
hecho lo posible para educarla sin ayuda de nadie.
Le quitó la maleta de las manos y lo abrazó.
—Intento hacer también mi vida fuera del trabajo, papá -dijo Madeline,
antes de volverse hacia Cal.
Él estaba cruzado de brazos, mirando hacia el camino a ver si venía su
hermana.
— ¿Cal? -lo llamó—. Me gustaría que conocieras a mi padre, el doctor
Watson.
Cal dio un paso adelante y le estrechó la mano.
—Cal Turnen Encantado de conocerlo.
Madeline esperó que su padre se comportara civilizadamente, pero el
profesor adoptó una expresión fría.
— ¿Cómo está? -dijo mientras le estrechaba la mano con formalidad, antes
de hacerle un gesto a Maddy para que se acercara.
Qué vergüenza. Sonrió a Cal, e hizo lo que su padre le pedía. El hombre se
cubrió la boca con una mano y le susurró al oído: —-Espero que no sea este
el hombre con quien saliste el fin de semana pasado.
Maddy recordó la conversación con su padre de la semana anterior. Lo miró
con rabia mientras intentaba sofocar un deseo repentino de echarle los bra-
zos al cuello a Cal y lanzarse a defenderlo.
—Pensé que te gustaría conocerlo precisamente porque «este» es el hombre
con quien salí el fin de semana pasado, papá.
De pronto Cal sucumbió a un ataque de tos, pero ella no apartó la mirada de
su padre.
El doctor Watson arqueó una ceja en gesto de censura.
—Me imaginaba que tus estudios te mantenían demasiado ocupada para ese
tipo de cosas, Madeline.
Madeline esbozó una sonrisa forzada, y estaba a punto de sugerirle a su
padre si quería dar una vuelta por el campus, cuando este se volvió hacia Cal.
— ¿Es usted también un científico «social», joven? —preguntó su padre.
La vergüenza, tanto de Cal como de Madeline, se vio ahogada por el claxon
de un coche.
Allison se acercó en su nuevo Chevrolet blanco, agitando la mano por la
ventanilla mientras lo aparcaba. Saltó del coche con energía y sonriendo de
felicidad.
— ¡Cal, va como la seda! -gritó.
Le echó los brazos a su hermano con una naturalidad y un afecto que
Madeline jamás había recibido de nadie. Por mucho que Madeline amara a su
padre, lo habría cambiado por Allison en ese momento.
—Pero había un runrún extraño mientras conducía, Cal -se volvió hacia el
coche—. ¿Podrías echarle un vistazo?
—Por supuesto.
Cal avanzó apresuradamente hasta el coche, como si estuviera dispuesto a
desguazar el motor pieza a pieza.
Claro que a Madeline no le extrañó.
—Dios mío -exclamó su padre, con los ojos como platos al ver que Cal abría
el capó y se metía de lleno con el motor-. ¿Arregla coches?
Allison sonrió de oreja a oreja.
—Es mecánico -lo informó con orgullo-. Una vez desmontó totalmente un
motor y lo volvió a montar con los ojos cerrados.
El padre de Maddy se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la frente.
—Bueno, entonces tal vez deberíamos dejarle un poco de espacio para
trabajar -se volvió, dispuesto a ignorar a Cal y el hecho de que Madeline lo
había reconocido como amigo.
Su padre seguía siendo el mismo esnob académico que había sido siempre.
—Bueno, hija, no voy a andarme con rodeos -le susurró.
Madeline sintió náuseas y pensó en echar a correr. ¿Cuándo se había andado
su padre con rodeos?
—Después de que me llamaran contándome que te habías paseado por el
campus con un vestido rojo, oí rumores de que te habían rechazado la tesis -
le echó una mirada furibunda-. Por eso me decidí a venir, para ver con mis
propios ojos lo que estaba pasando. De verdad, no sé qué demonios te pasa
últimamente.
Cal tosió con fuerza sin moverse de donde estaba.
Antes de que Madeline pudiera responder, Allison se colocó entre los dos y
le echó el brazo al doctor Watson.
—Madeline y yo hemos decidido que queremos hacer vida social -Allison se
echó a reír, permanentemente sonriente desde que Cal le había dado su re-
galo.
El padre de Maddy miró a Allison, como si no supiera cómo reaccionar ante
su natural sociabilidad.
Madeline le metió a su padre el pañuelo en el bolsillo, empeñada en no
montar un número.
— ¿Por qué no vas a la facultad de ciencias, papá, y te veo allí después?
Debes de estar exhausto del viaje.
Él sacudió la cabeza.
—Francamente, Madeline, me tratas como si fuera un anciano. Solo quiero lo
mejor para ti -le sonrió con afecto-. ¿Acaso no puedo sentirme orgulloso de
lo que haces?
Cal cerró el capó del coche de Allison.
—Nos vamos ya -dijo, agitando la mano-. Encantado de conocerlo, doctor
Watson.
Madeline sintió alivio. Esperaba que Cal no estuviera enfadado por la
grosería de su padre. Aprovecharía para hablar con su padre sinceramente y
quitarle de una vez esa ilusión que tenía de que ella conociera a un
verdadero científico.
—Que os divirtáis -dijo, mientras agitaba de nuevo la mano para despedirse
de Cal y su hermana.
Allison y Cal se metieron en el coche y desaparecieron, dejando a Madeline
para darle la noticia que no había logrado darle cuatro años atrás.
No quería cometer los mismos errores que había cometido su padre.
—Papá, no debes preocuparte sobre mí y Cal. De momento no tenernos nada
serio, porque ambos tenemos muchas otras cosas que hacer.
Por ejemplo su doctorado. Y él conseguir la custodia de Allison.
Se negaba a pensar qué pasaría después de la vista. Aunque las cosas les
fueran bien, Madeline sabía que no iba a decidirse por entablar con ella una
relación formal. Fiel a su comportamiento de chico travieso, Cal evitaba las
relaciones serias como si fueran una enfermedad.
Su padre le dio unas frías palmadas en el hombro, y entonces se retiró.
Maddy apreció su escaso gesto, sabiendo que a su padre siempre le había
costado demostrar sus sentimientos.
—Solo es que estoy escuchando unas locuras tremendas acerca de ti, cielo -
le dijo en voz baja-. Y tengo miedo de que sea la influencia de otra persona
la que te está distrayendo de tus objetivos.
Ella le dio unas palmaditas en el hombro, similares a las que le había dado él.
—Nadie me está distrayendo, papá.
Ni siquiera cierto apuesto profesor de administración de empresas, se
prometió a sí misma.
—Sin embargo pusiste en entredicho tu posición delante de tus alumnos
permitiendo que te llevaran en brazos por el aparcamiento como un saco de
patatas.
—Nadie va a pensar mal de mí por algo tan inocente, papá -sonrió con la
esperanza de distender el ambiente.
Él la miró inexpresivamente.
—A no ser que lo hagas tú, claro está -dijo Madeline, medio temiendo su
respuesta.
—Por supuesto que no -gruñó el doctor Watson-. No creo que un extraño
como tu mecánico sea capaz de entender las sutilezas de la política
universitaria. Tal vez no se diera cuenta de que lo que hizo estuvo mal -
esbozó una sonrisa amable para contrarrestar sus palabras elitistas.
—Cal conoce bien la política de la universidad porque él también da clases
aquí. Y solo me llevó en brazos al coche para evitar que me paseara por el
campus con el vestido rojo más escandaloso que hayas visto en tu vida.
Probablemente me hizo un favor.
Su padre frunció el ceño y sacó los labios como un niño.
— ¿Por qué no dijo que era profesor?
Ella suspiró. Por mucho que no quisiera discutir con su padre, vio que ya no
tenía elección. Debería haberse enfrentado a él tiempo atrás.
Respiró hondo y lo miró con tranquilidad.
—Tal vez Cal no piense que necesite anunciar sus credenciales académicos
cada vez que conoce a alguien.
Su padre se pasó la mano por el mentón.
— ¿No debería estar orgulloso acaso de sus logros?
—Creo que también lo está de otros -contestó Madeline, dándose cuenta por
primera vez de lo humilde que había sido siempre Cal, a pesar del éxito de
su negocio y del título que colgaba de su pared-. Se ha hecho cargo de su
hermana después de la muerte de su padre. Es dueño de una cadena de ta-
lleres para coches. Se preocupa de sus alumnos... -su voz se fue apagando al
darse cuenta de la cantidad de cosas que le gustaban de Cal-. Y lo mejor de
todo, papá, Cal es de los pocos hombres que sabe apreciar un motor de 283
pulgadas que produce 270 caballos en un coche clásico. No puede ser tan
malo, ¿no crees?
El doctor se quedó callado. Madeline había jugado su última carta; si eso no
conseguía impresionarlo, no sabría qué más decir.
— ¿Da clases aquí? -preguntó finalmente.
Ella asintió con esperanza.
— ¿Y comparte nuestro interés por los coches antiguos?
Madeline sonrió. Su padre podría ser un cascarrabias, pero su intención era
buena. Después de todo, solo se estaba preocupando por ella.
—Tiene un Chevrolet del 57 azul marino que parece recién sacado de
fábrica, papá. Probablemente te lo habría enseñado si hubieras sido más
amable con él.
El doctor Watson no podría parecer más decepcionado.
— ¿Por qué no me lo has dicho?
Ella se encogió de hombros, y el hombre sonrió.
—Tal vez debería conocer a este joven amigo tuyo un poco mejor.
Madeline sabía cómo pensaba la brillante mente de su padre. Lo que menos
deseaba era que buscara a Cal.
—Está tremendamente ocupado con su trabajo —le aseguró.
— ¿Qué hombre hay que esté tan ocupado como para no hablar de la mujer
de su vida? -se estiró la americana y agarró su maleta-. No te preocupes,
cielo, estoy seguro de que encontraré un hueco este fin de semana para
mantener una charla de hombre a hombre con él.
Estupendo. Le había salido el tiro por la culata.
Si su padre hablaba con Cal, este echaría a correr y no querría saber más de
ella.
Y por mucho que se dijera a sí misma que ella y Cal estaban mejor
separados, sintió un gran vacío en el corazón solo de pensar que Cal pudiera
desaparecer de su vida.

Cal solía pasar los sábados trabajando con sus coches, y disfrutaba mucho
con esa tarea. Sin embargo ese día, mientras abría las puertas del establo
que había trasformado en garaje, no sintió el mismo entusiasmo de siempre
por su pasatiempo favorito. Aún estaba dándole vueltas a la conversación
que había tenido con Maddy, y a su primer encuentro con el doctor Watson.
A juzgar por la mala cara que había puesto el doctor, le había quedado claro
que quería que Cal desapareciera y dejara sola a Madeline.
Se puso a trabajar, pensando que su encuentro con el padre de Madeline
debería recordarle todas las razones por las que tenía que mantenerse
alejado de ella.
Los dos enseñaban en la misma universidad; pero antes que eso, estaba claro
que provenían de ambientes muy distintos. Además, cada uno tenía distintos
objetivos en la vida. Para él la enseñanza podría ser un trabajo secundario.
Su primer interés siempre sería su negocio.
Madeline enseñaba porque pertenecía a la élite académica, como su padre.
Un día publicaría sus trabajos en una revista importante y viajaría por el
país dando conferencias.
Sus caminos probablemente no se cruzarían en el futuro. Y Maddy ya le
había dejado claro que no deseaba ninguna relación en su vida en esos
momentos.
¿Así que por qué perder el tiempo pensando en ella sin parar?
Se golpeó sin querer el dedo con el mazo, y soltó una palabrota. Tenía que
concentrarse en lo que tenía entre manos si no quería perder el dedo
entero.
Tal vez esa noche se decidiera a pasarse por la biblioteca. Llevaba unos días
pensando en ir a consultar unos cuantos libros sobre la psicología de los ado-
lescentes superdotados. Su hermana merecía tener, al menos, un hermano
bien informado.
— ¿Disculpe? -se oyó una voz fuera del garaje-. ¿Cal Turner?
Cal se figuró que solo un vendedor podría ir por allí un sábado.
Quienquiera que fuera entró en el garaje, a juzgar por el ruido de los pasos
sobre el suelo de cemento.
Aparentemente, quienquiera que hubiera entrado no iba a darse por vencido
con facilidad.
El intruso soltó un largo silbido de admiración, y Cal se dio cuenta
inmediatamente que el visitante tenía buen ojo para los coches.
Con la esperanza de poder dejar de pensar en Madeline durante unos
minutos, Cal salió de debajo del coche.
Entonces se encontró cara a cara con el antipático padre de la mujer que
dominaba sus sueños. Solo que en ese momento su expresión le pareció muy
agradable. No. El doctor Watson tenía la boca abierta y paseaba la mirada
con apreciación por su Thunderbird del 58.
Cal se incorporó y vio cómo el padre de Maddy babeaba por la mejor pieza
de su colección.
— ¿Qué desea? -preguntó finalmente Cal.
El doctor Watson asintió vagamente, sin dejar de mirar el coche.
—Maddy me dijo que tenía un Chevrolet del 57, pero nunca mencionó este -
señaló el que tenía delante.
—No lo ha visto.
Cal no sacaba a menudo ese coche. Y, a no ser que fuera a su casa, Maddy no
lo vería.
Maldita sea, tenía que quitarse de la cabeza a Maddy y a su absurda tesis.
El doctor Watson sonrió.
—Se quedaría impresionada.
Cal no quería pensar en impresionar a Maddy. Más bien sería mejor dejarla
en paz. Esperó, sabiendo que el padre de Maddy no había ido allí a hablar de
coches.
—Es buena chica, sabe -dijo por fin el hombre, volviéndose a mirar a Cal-.
Solo algo distraída a veces. Siempre ha sido un tanto despistada como para
llegar a disciplinarse.
Cal no estaba seguro de poder seguir la conversación.
— ¿Estamos hablando de su hija?
El doctor Watson se puso tenso.
—Por supuesto.
—Maddy es la mujer más disciplinada que he conocido en mi vida.
El hombre sonrió.
—Tal vez, hijo, pero en su campo debe trabajar con mayor rigor que en
otras profesiones.
—Estoy seguro de que sabe lo que hace -contestó Cal.
O al menos sabía lo que hacía con su trabajo.
Sin embargo -el padre continuó con tranquilidad-, he querido venir a verlo —
para pedirle que la apoye a conseguir sus metas.
En otras palabras, para decirle que se mantuviera alejado de su hija. Cal
entendió el mensaje a la perfección.
—Me dijo que usted es uno de sus mejores amigos -continuó el profesor-, de
modo que sé que querrá ayudarla tanto como lo quiero yo.
Su mejor amigo.
Gracias a Dios que el doctor no tenía idea de lo íntimos que se habían hecho
últimamente. Cal sofocó una provocativa imagen de Maddy cubierta de
burbujas rosadas.
—Quiero que sea feliz, señor.
Él doctor Watson sonrió.
—Bien. Mi Madeline es una chica lista y llegará todo lo lejos que desee si se
lo propone.
—Maddy es la mujer más inteligente que conozco -concedió Cal.
El hombre se puso hasta de puntillas y sonrió.
—Veo que tenemos más de un interés común -miró a su alrededor-. ¿Le
importaría enseñarme el Chevrolet antes de marcharme?
Mientras le conducía al cobertizo más pequeño donde dormía el Chevrolet,
Cal tuvo la impresión de que acababa de acceder a hacer algo más que ense-
ñarle un automóvil.
Había hecho un acuerdo tácito con el profesor de mantenerse alejado de
Madeline.
Tenía que ser discreto al menos hasta que pasara el juicio por la custodia de
Allison. Aún no había montado ningún escándalo con Maddy, pero todavía
quedaba una semana más hasta la vista, y Cal no podía arriesgarse, por muy
fuerte que fuera la tentación.
Capítulo Once

Madeline cruzó el campus, despidiendo bocanadas de vaho blanquecino en el


frío aire de la noche. Se colocó mejor la correa de la bolsa sobre el hombro,
para repartir el peso de sus libros de texto y sus cuadernos. Vaya manera
de pasar un sábado por la noche.
El resto de los estudiantes parecía haber desaparecido de los terrenos de
la universidad para asistir al partido de béisbol en el Estadio de Cardinal.
Incluso su padre había sucumbido a la fiebre de juego y se había ido al
estadio con su colega de física.
El doctor Watson parecía estar disfrutando al máximo de su viaje. Ese
mismo día había hecho un hueco para ir a visitar a Cal, y aparentemente
había conseguido ver su colección de coches antiguos.
Madeline no pudo evitar sentirse algo desplazada. Envidiaba las horas que su
padre había pasado con Cal, unas horas que había dado por seguras cuando
Cal había sido su amigo.
Lo había echado de menos esa semana. ¿Qué pasaría entre ellos después de
la vista para la custodia de Allison? ¿Le quedaría a Cal algo de tiempo para
ella, o estaría contento de buscar una excusa para distanciarse?
Subió los escalones delante de la puerta de la Biblioteca Ekstrom ,
consolándose con que al menos había aprendido una lección de lo que había
pasado con Cal. Sabía ya que se había equivocado totalmente al plantear su
proyecto para la tesis. Cal le había dicho que no debía intentar cambiar su
reputación o alterar su imagen para influenciar al comité, y había tenido
razón.
De haber estado pensando con la cabeza, habría sacado partido de sus
puntos fuertes tal y como Cal le había sugerido, en lugar de ir corriendo al
centro comercial a comprarse el vestido más provocativo de la tienda.
Necesitaba volver a los libros para desarrollar una buena proposición para el
proyecto que convenciera al detractor más escéptico de que Madeline
Watson sabía lo que hacía.
Madeline empujó la puerta de la biblioteca y se sintió como pez en el agua
entre los libros y las fichas. Dejó los libros que había llevado para devolver
en el mostrador y fue directamente hacia las escaleras grandes. La
biblioteca cerraba temprano los sábados, de modo que tendría que darse
prisa en buscar material para después llevárselo a su despacho donde podría
consultarlo a placer.
Había puesto el pie en el primer peldaño cuando el instinto la urgió a darse
la vuelta. Sintió un escalofrío, sabiendo mientras se giraba a quién iba a ver.
Cal estaba sentado en un banco a unos veinte metros, absorto en la lectura
de un libro y evidentemente ajeno a su presencia.
Vestido con vaqueros y una camiseta azul con el logotipo de Perfect Timing,
Madeline pensó que estaba más guapo de lo que la mayoría de los hombres
estarían vestidos de etiqueta.
Al mirarlo se fijó en el título del libro que estaba leyendo con tanta
atención: Educar al Niño Precoz.
Madeline respiró hondo y se dijo para sus adentros que debería sentirse
agradecida de que Cal tuviera otras cosas en mente en ese momento que no
fueran sus alocadas proezas. Y desde luego Cal no quería repetir lo de la
última noche, por mucho que ella lo deseara.
Lo mejor sería alejarse, dejarlo solo para librar la batalla por Allison sin
interponerse en su camino.
Maddy se dio la vuelta para marcharse sin que él la viera.
— ¿Maddy? -la voz de Cal la envolvió, capturándola en la trampa de su propio
deseo.
En parte deseaba ponerse a patalear de frustración, pero por otra quería
pegar un salto de alegría.
Se volvió a mirarlo, pero no hizo ademán de acercarse.
—Hola, Cal.
Él cerró el libro y se levantó. Salvó la distancia entre ellos y la miró
pausadamente.
—No estarías pensando en desaparecer al piso de arriba sin decir hola, ¿no?
Ella se encogió de hombros.
—Pensé que haría mejor en dejarte solo hasta que se resuelva el asunto de
la custodia de tu hermana -al ver lo serio que se ponía, Madeline no pudo es-
conder una sonrisa-. Lo vas a hacer fenomenal con Allison, Cal. Ya lo estás
haciendo.
Cal sacudió la cabeza.
—No lo sé, Maddy. Se ha ido al partido de béisbol con sus amigos.
Madeline se echó a reír, contenta de poder hablar de otra cosa que no fuera
su relación.
—No me extraña que te estés escondiendo en la biblioteca.
—Si estuviera en casa me quedaría mirando el reloj.
Sintió la tentación de decirle que debería entretenerse con algo que lo
ayudara a pasar el tiempo más rápidamente, pero no lo hizo. No quería volver
a hablar de nada de eso.
Sus días de coqueteo con Cal habían pasado.
—Bueno, espero que consigas distraerte -dijo mientras retrocedía un paso-.
Creo que subiré a continuar con mi investigación.
— ¿Investigación?
Cal le rozó el brazo y Madeline sintió un escalofrío hasta los píes. Entonces
se aclaró la voz y se cruzó de brazos con resolución.
— ¿En qué estás trabajando?
La pregunta la pilló por sorpresa, pero no tanto como la renuencia de Cal a
dejarla marchar.
—En realidad, estoy siguiendo tu sugerencia y voy a presentar de nuevo mi
propuesta al comité. Vine a recopilar más material antes de que cerrara la
biblioteca.
Un grupo de estudiantes pasó junto a ellos de camino a las escaleras, y
Madeline se vio suavemente protegida por la mano de Cal que le rodeó el
codo.
Ella retrocedió un paso, no queriendo someterse a la tentación que suscitaba
del roce de sus manos. Cal no pareció darse cuenta, y le sonrió.
— ¿No vas a buscar a un hombre que exhibir por el campus?
Su sonrisa era contagiosa, y Madeline sintió deseos de sonreír también.
—No.
Él entrecerró los ojos.
— ¿Y ya no vas a salir a divertirte con el vestido rojo y los tacones de
aguja?
Ella sacudió la cabeza.
—No tan a menudo.
Él subió dos escalones, poniéndose al mismo nivel que ella.
— ¿Entonces vas a aferrarte a tu buena reputación y a seguir mi consejo?
Madeline sintió el calor de su cuerpo y aspiró el limpio aroma a jabón de
lavar.
—Sí Cal. Fue un buen consejo, y tal vez debería haberte hecho caso hace ya
tiempo. Pero no puedo decir que me arrepienta de lo que pasó entre
nosotros -se metió las manos en los bolsillos para evitar cometer una
estupidez como tocarlo otra vez.
Él arqueó las cejas.
— ¿De verdad?
Madeline pensó en todo lo que había pasado, y llegó a la conclusión de que,
después de todo, había disfrutado mucho de su aventura.
—Totalmente segura.
La agarró de la mano y le hizo avanzar los pocos escalones que había subido;
cruzaron la sección de referencia y avanzaron hacia la parte trasera de la
biblioteca.
Al llegar a un rincón, se sentó en una silla y tiró de ella para sentarla en
otra. Cuando estuvo seguro de que nadie podría oírlo, se acercó a su oído y
le susurró:
— ¿Entonces por qué huyes?
El corazón le dio un vuelco al sentir su proximidad. Lo que más deseaba era
apoyarse en él, tirar su bolsa al suelo y sentarse sobre sus rodillas. Pero no
podía.
—Ya sabes por qué... No es el mejor momento, está lo de la custodia, mi
padre está aquí... ¿Quieres que continúe?
—Dentro de una semana, todo se habrá resuelto. ¿Entonces qué?
Ella no había querido enfrentarse a ese tema en particular. Pero conocía la
respuesta.
—Entonces tendrás que centrarte en Allison, y yo tengo que escribir una
tesis para conseguir mi doctorado.
— ¿No hay sido para un mecánico en la vida de una candidata a doctora en
Sociología?
El tenso tono de voz era sin duda consecuencia del modo en que su padre lo
había tratado. Madeline sacudió la cabeza.
—No es eso, y lo sabes.
—Entonces, explícamelo -sus ojos color avellana la miraron con una
intensidad que le puso nerviosa-. ¿Qué puede impedirnos explorar lo que ha
surgido entre nosotros una vez que el futuro de Allison esté asegurado?
—No sé... De todos modos, tú sabes que la universidad no aprueba las
relaciones entre estudiantes y profesores, si empiezan a verse a menudo.
Había estado lista para mantener un romance con Cal, pero la administración
podría darle problemas si la cosa se hacía más continua.
— ¿Qué pueden decir, Maddy? Estás más cerca de ser parte de la facultad
que yo. Y ya nos conocemos desde hace cuatro años y dos meses,
¿recuerdas?
Lo recordaba a la perfección.
—También está la falta de tiempo -continuó diciendo ella-. El curso de
doctorado me exige mucho, aparte del tiempo que tengo que pasar dando
clases -añadió-. Y no quiero hacer el doctorado superficialmente. Pretendo
llevar a cabo una investigación que se pueda publicar, y hacer una contribu-
ción significativa en el campo. No puedo hacer eso y llevar bien una relación.
— ¿Entonces estás dispuesta a darte por vencida sin ni siquiera intentarlo?
— ¡Lo he intentado, Cal! Y acabé haciéndote daño porque tengo la sociología
metida en la cabeza, y al final solté una estupidez.
Él sonrió.
—Creo que te pusiste nerviosa solo porque tembló la tierra.
Madeline agradeció el comentario en silencio. Odiaba que hubiera tensión
entre ellos.
—Tal vez. Espero que eso quiera decir que me has perdonado.
Cal hizo un gesto de impaciencia con la mano.
—Sé que fue egoísta por mi parte el enfadarme solo por algo tan
insignificante cuando acababas de entregarme algo tan valioso.
No la habría conmovido más de haber dicho otra cosa. Madeline sintió
lágrimas de felicidad en los ojos. Pero no derramaría ni una en ese momento,
sobre todo cuando quería convencer a Cal de que las cosas no funcionarían
entre ellos.
Exigiría tanto más de ella, merecería tanto más de ella, de lo que podría
ofrecerle en ese par de años siguientes. No podría soportar hacerle el daño
que sin saber su padre le había hecho a su madre.
Madeline asintió, presa de una mezcla de emoción e inquietud.
—Considera aquella noche como un intercambio mutuo. Tú también me
hiciste un buen regalo.
Cal la miró a los ojos y continuó bajando.
—Bueno, será mejor que cambiemos de tema antes de que...
—Desde luego -necesitaba tener la cabeza sobre los hombros si quería
conseguir algo esa noche-. ¿Entonces crees que podemos volver a la amistad
que compartíamos?
Cal pestañeó.
— ¿Volver?
Cal se quedó pensativo un momento. De pronto la amistad se le antojaba
como una prisión. Por mucho que hubiera pensado que sería mejor para ella,
no sabía ya si le satisfaría algo tan ligero.
—No sé si podremos volver a estar cómo estábamos, Maddy.
Cal sintió haberlo dicho al darse cuenta de que ella hacía un gesto de pesar.
Maldición. Se estrujó el cerebro para explicarse, para tratar de que ella lo
entendiera.
—No veo cómo podría funcionar cuando incluso ahora me estoy aguantando
para no tocarte.
Ella se puso de pie bruscamente, y al hacerlo estuvo casi a punto de tirar la
silla de la biblioteca.
—Entonces será mejor que retome mi plan inicial para hoy, Cal. Evitarnos el
uno al otro.
No parecía exactamente enfadada, pero Cal notó que le temblaban un poco
las manos.
Unas cuantas cabezas se giraron en dirección suya.
— ¿Porque no tienes tiempo para mí? -dijo Cal en voz baja.
Madeline alzó la cabeza.
—No -hizo una pausa-. Tal vez. Pero suena tan mal cuando lo dices así. En
realidad, ninguno de los dos podemos permitirnos tener una relación en es-
tos momentos.
Cal se levantó, pero ella ya había retrocedido.
—Voy a subir y a ponerme a trabajar -le tembló la voz de la emoción que
luchaba por ocultar-. ¿Por qué no vuelves a la lectura de tu libro, y haces
amistad con otras mujeres menos teatrales?
Se volvió y avanzó apresuradamente; al llegar a las escaleras las subió de
dos en dos.
¿A qué demonios se debía todo eso? Cal se pasó la mano por la cabeza y se
preguntó qué hacían otros hombres para entender a las mujeres.
¿Estaba enfadada con él por querer más? Cal no había querido necesitarla.
Esa misma tarde le había dicho a su padre que pensaba que podría ayudarla
con sus objetivos académicos y mantenerse apartado de ella.
Y lo había intentado. Cuando la había visto esa noche, no había querido
llamarla. En realidad, habían sido sus pies los que lo habían llevado hasta
ella.
Resultaba que Maddy había despertado un deseo en él que ni siquiera había
empezado a saciar.
Oh, no. Madeline Watson no podía volver a la seguridad de su amistad
después de haberle puesto la miel en los labios. Y, por suerte para él, le
había enseñado exactamente cómo seducir al objeto de su deseo. Cómo
seducirla.
¿Cómo se sentiría la erudita cuando se volvieran las tornas? Cuando fuera él
el que la provocara, tentándola con lo que ella deseaba más que su maldito
doctorado.
¿Le diría entonces que no tenía tiempo para él?
Cal tenía la intención de averiguarlo. Porque mientras no enseñaran su
relación en público, no había nada de malo en que persiguiera a Madeline
Watson.
A pesar de lo que ella dijera de la administración universitaria, Cal sabía que
él era demasiado insignificante para que la universidad se preocupara del
asunto. El no era un miembro de la facultad, y Madeline no era alumna suya.
Ni siquiera su padre podría poner objeciones mientras fueran discretos y
ella dedicara el tiempo suficiente a sus estudios.
Cal no pensaba esperar otra semana para averiguar si ella decía en serio lo
de volver a una relación de amistad. En cuanto el doctor Watson se
marchara de la ciudad, Cal iniciaría su ataque. Lo cual quería decir que
estaría llamando a la puerta de Madeline para almorzar alrededor de las
once del día siguiente.
Podrían estar juntos mientras condujeran el asunto con sencillez... y
discreción.
Tras agitar la mano por última vez hacia el taxi que se llevaba a su padre,
Madeline entró en casa y se dejó caer en el sofá. Le gustaba verlo, pero
estaba agotada del fin de semana. Entre la preocupación por el proyecto
para su tesis, el que su padre se presentara inesperadamente, y Cal...
Bueno, no pensaría en Cal.
¿Qué esperaba él de ella? Sabía que era una tontería confiar en que
pudieran volver a ser amigos. Y sabía que, al igual que ella, Cal no quería una
relación seria en su vida. Al menos eso creía.
Sabía muy poco sobre su divorcio, pero sí que le había hecho mucho daño y
que no quería pasar por la vicaría en un futuro próximo. Y, en los cuatros
años que lo conocía, jamás había tenido una novia formal.
¿Entonces dónde la dejaba todo eso? Él no quería que fueran solo amigos, y
ninguno de los dos podía comprometerse con una relación seria. ¿Estaría
pensando él en marcharse y punto? ¿En fingir que su buena comunicación y
su maravillosa experiencia sexual no habían existido?
Pensó en llamarlo, pero necesitaba dedicar el día a trabajar en su proyecto.
Se levantó del sofá, repitiéndose para sus adentros que se dedicaría a lo de
todos los domingos: a leer.
Rose Marie le había dejado un mensaje el viernes diciéndole que para el
domingo tal vez tuviera buenas noticias en relación con la revisión de su pro-
yecto, pero Madeline no pensaba contar con eso.
En el mismo momento en que se disponía a sacar un montón de revistas de
debajo de la mesa del comedor, sonó el timbre de la puerta.
¿Por qué solo le hacían visitas cuando tenía la casa hecha un asco? Al llegar
delante de la puerta, vio por la ventana contigua un Chevrolet color blanco.
El coche de Allison.
Pero según el modo en que le latía el corazón, tuvo la premonición de que no
era Allison la que había llamado a su puerta.
Miró por la mirilla, pero lo único que vio fue el papel de estraza de una bolsa
de la compra.
—Eh, preciosa, soy yo.
Las bolsas ahogaron un poco la voz, pero aquel timbre sensual solo podía
pertenecer a un hombre.
Madeline deseó no llevar puesto el pantalón de pijama y una camiseta vieja,
pero no iba a permitir que su vanidad se interpusiera entre ella y su curiosi-
dad. Abrió la puerta y se apartó.
Cal entró con un montón de bolsas y fue directamente hacia la mesa del
comedor, dejando a su paso un aroma a frutas y al aire fresco de la mañana.
Madeline cerró la puerta y lo siguió, regañándose a sí misma todo el tiempo
por sentirse tan contenta de verlo otra vez.
El perfume de los cítricos hizo que le sonaran las tripas.
—Mmrn. ¿Es a pina a lo que me huele?
Él dejó las bolsas sonriente.
—Buenos días también para tí.
—Buenos días -respondió con turbación-. ¿Qué es todo esto?
—Desayuno en la cama.
De nuevo experimentó aquella sensación de vértigo que solo Cal Turner
parecía provocar en ella.
—Es algo presuntuoso por tu parte, ¿no crees? Quiero decir, ayer ni
siquiera pensabas que pudiéramos ser amigos, ¿y hoy crees que puedes
meterte en mi cama a base de halagos?
Él se acercó un poco más.
— ¿Quién ha dicho nada de que yo fuera a estar en tu cama? -dijo en tono
sensual.
Madeline sintió que le ardían las mejillas.
—Al menos no me metería en tu cama sin una invitación explícita -le susurró-
. Solo voy a darte de comer.
Madeline abrió los ojos y se dio cuenta de que Cal estaba tan solo a unos
centímetros de ella. Sintió deseos de echar la cabeza hacia atrás y besarlo,
de apretarse contra su pecho para ver si se sentía tan bien como recordaba.
Pero en lugar de eso, se obligó a mirar hacia la mesa.
—Eso parece mucho desayuno para una sola persona.
Una sonrisa pausada se dibujó en su rostro.
—Cariño, eso me suena a invitación.
Capitulo Doce

Pasados unos momentos, Madeline asimiló el significado de las palabras de


Cal.
Cal Turner la deseaba.
Se le quedó la garganta seca y las gafas empezaron a resbalársele por la
nariz. Se las colocó en su sitio, mientras ahogaba el impulso de salir
corriendo por el pasillo a ponerse su vestido de tubo rojo. Se había sentido
en control de la situación cuando se había vestido para seducir, cuando
había sido ella la que se había insinuado.
Pero sin la armadura de su disfraz de provocadora, se sentía más vulnerable
a la profunda atracción que existía entre ellos... la que no se basaba solo en
una atracción física, sino en una necesidad del espíritu.
Cal estaba muy cerca de ella, y la agarraba de los brazos.
— ¿Entonces qué me dices, Maddy? ¿Eso ha sido una invitación, o me lo he
imaginado yo?
La implicación de pasar el día amándose quedó en el aire, colgando sobre
ellos pesadamente.
¿Pero podría después dejarlo ir si se entregaba a un día tan íntimo?
—No lo sé, Cal. Tal vez sea mejor que yo no...
Él se apartó inmediatamente de ella y levantó la mano, fingiendo que se
rendía.
—Prefieres desayunar en el sofá. No hay problema -empezó a llevar las
bolsas de comida a la cocina-. Ponte cómoda, cariño, y te prepararé la mejor
tortilla que hayas probado jamás.
No más de quince minutos después, un delicioso olor a beicon y queso salió
de la cocina, mientras Elvis cantaba suavemente en el CD que Cal había
puesto en el equipo de música del salón. Madeline estaba sentada con los
pies descansando sobre una otomana, hojeando una copia del Couner Journal
que Cal había llevado.
Su casa nunca le había parecido tan alegre, y Madeline sabía que se estaba
metiendo en un buen lío. Si aquello continuaba así, sabía que acabaría enamo-
rándose de Cal, y entonces jamás se contentaría con su amistad. Tenía que
poner freno a aquello.
Dejó el periódico sobre el sofá y se puso de pie.
— ¿Cal?
—No hace falta que te levantes. Lo tengo todo —entró con dos platos en los
brazos mientras llevaba también dos vasos de zumo de naranja. En el bolsillo
de la camisa llevaba unos cubiertos envueltos en servilletas de papel.
A Madeline volvieron a sonarle las tripas, protestando firmemente contra la
idea de pedirle que se marchara. ¿Cómo podía echar a un hombre que
acababa de prepararle el desayuno? No la habían mimado tanto desde...
bueno, nunca en la vida.
Se permitiría aquel lujo. Y después de las tortillas, le daría las gracias a Cal
y le explicaría por qué no podían seguir viéndose de aquel modo tan extraño.
Necesitaban definir su relación y ceñirse a los parámetros que fijaran.
Madeline se tranquilizó un poco y se deleitó aspirando el aroma del plato que
Cal le había colocado delante.
—Tiene una pinta estupenda.
Se preguntó cómo sería estar con Cal a largo plazo. ¿Le habría preparado
también a su ex esposa el almuerzo los domingos? Le costaba trabajo creer
que cualquier mujer pudiera renunciar a él y encima a sus tortillas.
—Allison me está enseñando a cocinar -confesó mientras se sentaba frente
a ella-. Tengo que reconocer que es bastante gratificante.
—Yo no tengo idea de cocinar. Lo preparo todo en el microondas -Madeline
gimió al probar el primer bocado-. Mmm. Tu hermana es un verdadero genio.
Las canciones de Elvis dieron paso a otras de Sam Cooke y Bobby Darrin,
envolviéndolos con la música de los años cincuenta.
— ¿Por qué ni siquiera sabía eso de tí? -le preguntó Cal entre bocado y
bocado.
— ¿Que mis habilidades para la cocina son nulas?
—Que prefieres alimentarte de platos precocinados en lugar de salir.
—Me gusta salir -discutió Madeline-. En realidad, acabo de darme cuenta de
eso. La otra noche lo pasé de maravilla.
Se había referido a la noche que habían ido al local de música country. Pero
nada más decirlo pensó en esa otra noche que habían salido y no habían pa-
sado de su taller.
Sintió su mirada, pero se concentró en beberse el zumo de naranja. Su
rodilla rozó la de ella, recordándole su proximidad.
Él dejó el tenedor sobre su plato vacío.
— ¿Entonces por qué no lo repetimos?
Madeline sintió una punzada de deseo arremolinándose en su vientre. La
asaltó un hambre que no podría saciar ningún alimento. El calor le subió
hasta las mejillas; no había esperado que Cal fuera tan directo.
—Bueno, yo...
—Quiero decir, tal vez si saliéramos juntos unas cuantas veces, nos
resultaría más fácil entender lo que existe entre nosotros -Cal sonrió
inocentemente.
Se levantó y empezó a recoger la mesa.
Pasó unos minutos haciendo ruido por la cocina, y volvió con una bandeja
cargada de pina, naranjas, fresas y, su fruta favorita, frambuesas. En otra
cesta había pan y queso.
—Te has traído el supermercado entero -dijo mientras se metía en la boca
una fresa.
Él dejó la bandeja sobre la otomana y colocó la butaca junto al sillón.
—Tuve el presentimiento de que llevabas mucho tiempo de privaciones.
Ella frunció el ceño.
—Me estás provocando hoy.
Él la abrazó y con suavidad la recostó sobre los almohadones del sofá.
—Estoy coqueteando contigo, Maddy. Adelantaste tanto en las lecciones
sobre los ritos de apareamiento que nos saltamos el capítulo del coqueteo.
—Ah —no podía pensar con claridad con él inclinado encima de ella.
Cal se retiró, pero solo el tiempo suficiente para seleccionar una frambuesa
de la fuente. Se sentó junto a ella en el sofá y le acercó el fruto a la boca.
—Pero si hoy tienes tiempo, podríamos corregir esa omisión con unos
cuantos ejercicios muy sencillos.
Una gota de zumo le corrió por la barbilla. Antes de que le diera tiempo a
limpiársela, Cal se inclinó hacia delante y se la lamió.
Al momento le puso otra frambuesa delante de la boca y se acercó a ella.
— ¿Qué te parece, Maddy? -le susurró al oído-. ¿Estás lista para saborear
lo que te perdiste la última vez?
Deseaba tanto saborearlo que no podía pensar con claridad. Al cuerno con
las consecuencias. Había pasado una semana infernal sin verlo. En ese mo-
mento, todas sus terminaciones nerviosas despertaron a la vida, como si
cada una de ellas buscara sedienta las caricias de Cal.
Arqueó el cuello y le arrebató la fruta de la mano con los dientes. El dulce
zumo de la frambuesa le bajó por la garganta mientras la masticaba.
—Estoy lista para más que un bocado -dijo, mientras Cal la miraba con un
hambre de lobo.
Cal estuvo a punto de atragantarse de la impresión. Para ser una mujer que
no era experta en las artes de la seducción, Madeline Watson aprendía rápi-
damente.
—Pero esta vez lo vamos a hacer despacio, a mi ritmo.
—De acuerdo, pero no me hagas esperar demasiado.
Cal tomó un trozo de pina y se lo metió en la boca.
—Cariño, voy a mimarte como no te han mimado nunca.
Se inquietó al pensar lo mucho que sentía lo que acababa de decir. Después
de ver su diminuta cocina con el microondas, y sabiendo cómo se negaba a
los placeres más básicos de la vida, Cal no deseaba otra cosa que
introducirla a ciertos excesos. Quería darle exquisitos bocados, envolverla
en seda, y peinar cada centímetro de su melena con los dedos.
Y todo eso lo aterrorizaba. Sabía que Maddy no estaba buscando una
relación duradera, y él tampoco. Se negaba a fracasar en otro matrimonio,
por muy tentadora que fuera la mujer. Pero si no complicaban las cosas, tal
vez podrían ser felices. ¿Qué daño harían siendo amigos... y amantes?
Le quitó el pasador del pelo y se deleitó acariciando la sedosa melena
castaño oscuro. Cal se fijó en sus ojos grandes, para no hacerlo en sus labios
carnosos.
— ¿Estás segura de que podemos hacer las cosas a mi manera esta vez,
Maddy?
Una sonrisa pausada se dibujó en sus labios.
—Tus modales me resultan muy prometedores.
Necesitaba estar seguro de que ella lo entendía.
— ¿Pero te parece mal si mantenemos las cosas en secreto un poco más,
para proteger a Allison?
—Nunca he querido poner en peligro el tema de la custodia.
— ¿No te ofenderás si echamos el cerrojo, corremos las cortinas y nos
escondemos del mundo?
—Me sentiré halagada de que quieras tenerme para ti solo.
Cal fue a echar el cerrojo.
—No será así por mucho tiempo.
Volvió a su lado.
—Gracias por tu comprensión.
—De todos modos te debía una -se arrimó un poco para sentarse más cerca
de él-. Gracias a ti por entender a mi padre.
Sus curvas le quemaron el costado, abrasándole la piel a través del roce
inocente de la suave tela de algodón de la camiseta.
—No me molestó -Cal le puso una frambuesa en la boca-. Acabamos
congeniando.
—Tiene buenas intenciones, pero está muy metido en su ambiente. Le cuesta
ver más allá del dominio científico.
—A diferencia de su hija, que se olvida de pensar en sí misma.
Y a diferencia de él, se dijo Cal para sus adentros, que tan solo parecía
poder pensar en ella.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—Eso no es cierto. Estoy tan enfrascada en mi trabajo como mi padre. Es la
consecuencia de ser una estudiosa.
Cal sacudió la cabeza.
—Solo porque dediques tiempo al estudio no significa que no te enteres de
lo que pasa a tu alrededor, Maddy. Siempre tienes tiempo para otras
personas; tus alumnos, la doctora Rose, mi hermana... para mí.
Cal le puso otra frambuesa en los labios y le deslizó el fruto por el cuello
antes de metérselo él en la boca.
— ¿Sabes, no es suficiente comerse solo una de estas?
— ¿Ah, no?
Maddy irradiaba un calor intenso.
—Preferiría sentir el sabor en tus labios.
Ella empezó a respirar entrecortadamente.
Lentamente, Cal le quitó las gafas y las dejó sobre la mesa. Entonces le
quitó la camiseta, dejando al descubierto el tipo de sujetador de algodón
blanco con el que siempre la había imaginado antes de sus días de seda y
encaje negro. Sonrió al verlo, contento de pensar lo bien que la había
conocido durante todo ese tiempo.
Se levantó de la silla y se arrodilló delante del sofá; entonces la empujó un
poco para que se reclinara sobre el respaldo. El cabello suelto la envolvía
como una manta, amoldándose a las esbeltas curvas de su cuerpo.
Sintió deseos de quitarle la parte de abajo del pantalón de pijama, para
sentir sus muslos rodeándolo. Pero había cedido a ese hambre con anteriori-
dad y le pesaba. No lo haría otra vez. Al menos hasta que hubiera
despertado sus sentidos y avivado su deseo tanto como el de él.
— ¿Cal? -dijo con incertidumbre.
Sabía por experiencia que su nerviosismo desaparecía en cuanto se tocaran.
Acarició la suave llanura de su estómago con la punta de los dedos, y
entonces estrujó una frambuesa sobre su ombligo. El jugo llenó la
superficial hendidura, sobresaliendo solo un poco por los lados.
Cal inclinó la cabeza sobre su barriga, aspiró el aroma jabonoso de su piel, y
se tomó su tiempo para limpiar cada gota de zumo, deslizando la lengua por
los laterales de la cintura, sobre la cinturilla del pantalón de pijama.
Madeline gimió cuando él se detuvo ahí, meneando las caderas en un gesto
de inequívoca invitación.
Cal le tiró de los pantalones de franela verde con lentitud, mientras se
prometía para sus adentros que no se apresuraría. Simplemente estaba
ganando más terreno con qué tentarla.
Braguitas de algodón blanco con un lacito de raso rosa. Tal y como había
imaginado.
Ignoró el terreno recién descubierto y se inclinó sobre la otomana para
retirar un pedazo de pina con los dientes. Se inclinó sobre ella y dejó la
tajada de pina sobre uno de sus pechos. Entonces empezó a deslizarle la
fruta hacia abajo, pintando su piel con el zumo de la fruta mientras se
deleitaba observando la reacción en su piel. Al ver que los pezones se le po-
nían de punta bajo la tela de algodón del sujetador, le retiró los tirantes de
los hombros y le desenganchó el cierre.
Mientras las prendas de ropa iban cayendo poco a poco, Madeline se
preguntó si las personas solían hiperventilar durante los rituales de
seducción como lo estaba haciendo ella.
Experimentó una sensación mareante mientras ahogaba un suspiro bajo el
provocativo tormento de las caricias de Cal. Este le pasó la pina sobre uno
de los pezones y después sobre el otro antes de comérsela.
El deseo le sacudió las entrañas con una fuerza inusitada.
—Por favor -susurró, agarrándole de los hombros-. Te necesito.
Se detuvo a mirarla a los ojos, atisbando el interior de su alma más
profundamente de lo que nadie se había molestado en hacer. En ese
momento Madeline supo que había ido demasiado lejos.
Esa vez le costaría mucho más que antes. La primera vez había perdido la
inocencia. Pero esa segunda vez su corazón corría un grave peligro. Claro que
no podría impedirlo aunque quisiera. Madeline tiró de Cal, necesitada de
sentir el peso de su cuerpo sobre ella.
Ese peso le resultó deliciosamente distinto, y familiar al mismo tiempo. Su
aliento, que olía a frambuesa y pina, funcionó más deprisa que cualquier
afrodisiaco.
Le abrió la camisa y se la quitó. Cuando Cal deslizó los vaqueros por sus
muslos Madeline se excitó de tal modo que dejó de pensar.
No tenía oportunidad alguna de escapar de él. Lo único que pudo hacer fue
levantar la vista y observarlo mientras él le acariciaba los brazos en sentido
ascendente para terminar hundiéndole las manos en la espesa mata de pelo.
Sus labios resbalaron por su cuello y sus pechos, mordisqueando y
saboreando la piel fina y tersa.
Solo tendría que decir que no si quería proteger su corazón de lo inevitable.
Pero no le salió la voz, sino que estiró los brazos sobre la cabeza con gesto
licencioso. No se perdería la oportunidad de ser mimada y adorada, aunque
solo fuera durante unas horas.
En lugar de pensar en esas cosas, centró toda su atención en los vaivenes de
su lengua, en las caricias que sus manos extendían por todo su cuerpo. Cuan-
do había saboreado cada centímetro de piel desnuda, restregó la barbilla
sobre la tela de sus braguitas, y Madeline se estremeció profundamente.
Le besó el vientre y tiró del lacito de raso con los dientes, hasta que ella
empezó a menearse con impaciencia bajo sus caricias. Deseaba que la
saciara, sentir la satisfacción que tan solo había experimentado una vez con
anterioridad en el tren de lavado de Perfect Timing.
Sin embargo, aunque le quitó las braguitas con suavidad, no hizo ademán de
colocarse sobre ella o de quitarse la ropa, sino que continuó besándola des-
pacio por las caderas.
— ¿Cal? -lo agarró por los hombros, desesperada por abrazarlo, por sentirlo
dentro.
Un inmenso calor le mojaba la entrepierna.
El ignoró sus ruegos, y se bajó del sillón para arrodillarse en el suelo delante
de ella. Madeline gimió de frustración hasta que él le colocó un muslo sobre
el hombro y la besó del modo más dulce y escandaloso.
—Cal -gimió su nombre y después suspiró y volvió a gemir al tiempo que él la
lamía una y otra vez.
La sacudida de calor fue en aumento hasta que explotó en su vientre y
palpitó a través de su cuerpo con la fuerza de un ciclón.
Pero él no le dio tregua, mordisqueándole despacio la cara interna del muslo.
A los pocos minutos empezó a sentir de nuevo aquel cosquilleo que le re-
corrió las piernas y los muslos.
Entonces, Cal se quitó finalmente los pantalones vaqueros y los calzoncillos,
y se sacó un preservativo del bolsillo antes de tirar al suelo la ropa. La
cubrió con su cuerpo y se colocó entre sus muslos.
La sensación era tan maravillosa, tan buena. Él le pasó los dedos por los
cabellos y le acarició la mejilla con una mano, para seguidamente penetrarla
sin dilación.
Madeline cometió el error de mirarlo a los ojos en ese momento, conectando
con él a un nivel mucho más profundo que la unión de sus cuerpos. Incapaz
de analizar la mezcla de sentimientos, apretó los muslos alrededor de su
cuerpo y se deleitó en el placer intenso que él le proporcionaba con cada
arremetida.
La llevó sin duda hasta el borde que ya había rebasado una vez. Esa vez, se
detuvo un momento para después continuar, de modo que pudiera alcanzar
cimas más altas de placer.
Él la siguió al momento, y su cuerpo se alzó sobre ella con el ímpetu de la
rendición definitiva.
Madeline cerró los ojos y deseó poder permanecer así todo el día, protegida
por aquellos brazos fuertes. Pero enseguida aparecieron las dudas cons-
tantes.
¿Por qué se sentía tan atraída por aquel hombre con el que no podía
mantener una relación?
Cal había sufrido con anterioridad, y Madeline sabía que no se conformaría
con lo poco que tal vez ella pudiera ofrecerle.
Claro que tampoco estaba segura de que quisiera comprometerse con ella.
Madeline aprovechó para observar su cuerpo musculoso, y al hacerlo no pudo
creer que el chico más malo del campus se hubiera fijado en ella.
— ¿Cal?
— ¿Mmm? -dijo sin dejar de besarla.
— ¿Por qué te fijaste en mí?
Él frunció el ceño.
—Llevo tanto tiempo fijándome en ti que no sabría decir.
Madeline se sintió complacida.
— ¿Recuerdas la primera vez que llevaste tu Honda al taller?
Por suerte para ella se había topado con el garaje de Cal de casualidad. No
solo le había arreglado el coche, sino que se había marchado con suficiente
material para soñar despierta durante un mes.
Él sonrió con desenfado.
—Pues cuando saliste del coche, me fijé en el montón de libros de texto y
revistas que llevabas en el asiento de atrás. Después hablamos de que ibas a
empezar el curso de posgrado, y fue entonces cuando de verdad me fijé en
ti.
Madeline esperó que continuara. ¿En qué se habría fijado?
—El hecho de ser tan lista me resulta increíblemente sexy.
El corazón le latió de felicidad. ¿Cómo no adorar a un hombre que la quería
por su inteligencia?
De pronto se dio cuenta de que a Cal le habría dado igual si no hubiera
comprado el montón de cosméticos en el centro comercial. Pensándolo bien,
probablemente ni siquiera hubiera necesitado vestirse de cuero negro con
un tipo como él.
En realidad, la prueba de que le gustaba tal y como era probablemente la
tendría en el hecho de haberse presentado a su puerta y no haber hecho
gesto alguno al verla con su pijama más viejo.
Ese hombre, que podría elegir a cualquier mujer, la deseaba a ella; a
Madeline Watson, la estudiosa de la clase.
Y si no se alejaba enseguida, se enamoraría de él antes de darse cuenta.

Capítulo Trece
Cal miró a Maddy a los ojos mientras se decía para sus adentros que tal vez
había reconocido demasiadas cosas. En un momento de despiste, había admi-
tido sentir por ella un grado de atracción que hasta ese momento se había
guardado para sí.
Miró a su alrededor para distraerse, preguntándose todo el tiempo qué era
lo que acababa de pasar.
Sí, acababa de experimentar la relación sexual más satisfactoria de su vida.
Y estaba del todo seguro de que había complacido también a Maddy.
Maldita sea. En su plan para seducirla con tanto fervor como ella a él, no se
había parado a pensar en lo que ocurriría después. ¿Qué debía hacer?
¿Disculparse por despeinarla y por mancharle un poco el sofá de jugo de
frambuesa?
Todo el tiempo Cal sabía que aquello no conduciría a nada permanente. El
matrimonio le había enseñado que no estaba hecho para invertir sus senti-
mientos de modo permanente. Solo acabaría decepcionando a Maddy al igual
que había decepcionado a su esposa.
—Maddy...
Le salvó de tener que decir algo ingenioso el ruido de voces a la puerta.
Voces.
Maddy se volvió hacia él, y ambos se miraron alarmados.
—¿Esperas a alguien? —susurró, agarrando los vaqueros.
Ella sacudió la cabeza, con los ojos abiertos corno platos.
Cal le lanzó el pijama mientras se ponía los pantalones. Entonces metió el
resto de la ropa debajo del sofá mientras la voz de la doctora Rose Marie
Blakely les llegaba desde el porche.
—¡Eh, Maddy, tu tesis está salvada! -dijo la doctora Rose, y después
continuó hablando con su acompañante.
La pareja se echó a reír, y a una risa masculina le siguió otra de mujer.
Madeline se puso el pantalón del pijama y se peinó el cabello con los dedos.
—Es Rose -dijo Maddy en tono desconsolado-. ¿Qué hago?
Rose Marie llamó a la puerta.
—¡Madeline! -dijo en tono menos amigable y más autoritario-. Tengo aquí
conmigo al doctor Rafferty .
Cal nunca había visto llorar a Maddy, pero en ese momento le pareció que
estaba a punto de hacerlo.
Aquello sería el escándalo del año si alguien se enteraba.
—¿Quieres que me esconda? -se tragó el amor propio por el bien de
Madeline, y por el de Allison.
No quería pensar que una estupidez le costaría perder a su hermana.
—No puedes. ¡Tu coche está aquí!
—¿Madeline? -llamó Rose.
Cal aspiró hondo, entendiendo por fin que tenía que quedarse a su lado.
—¿Quieres que vaya yo a la puerta?
Ella sacudió la cabeza con ímpetu.
—Yo iré -dijo en tono suave, y fue hacia la entrada.
—¡Ya voy!
Cal no sabía qué hacer, de modo que se puso a pasearse por el salón, lleno de
tensión.
Madeline descorrió el cerrojo y abrió la puerta unos centímetros.
—¿De quién es el coche que está ahí aparcado? —preguntó Rose Marie nada
más entrar.
Cal, que la había oído, dejó de pasearse. Maddy se quedó callada.
La doctora entró en el salón.
—Quiero decir, espero que no... -su voz se fue apagando y su paso vaciló al
ver a Cal.
El doctor Michael Rafferty entró detrás de ella, ajeno aún a la incómoda
situación que lo esperaba.
Cal no lo conocía personalmente, a pesar de que el profesor de sociología
daba una clase por las tardes en el mismo edificio que él. Sin embargo, aquel
desde luego no sería el mejor momento para conocerse.
El hombre sonrió a Madeline con afabilidad.
—Espero que no interrumpamos nada. Rose me aseguró que sueles trabajar
los domingos.
Rose Marie se aclaró la voz.
—Excepto hoy, supongo.
Antes de que Rafferty mirara de reojo a su colega, se dio cuenta de la
presencia de Cal.
Cal supuso que sus actividades matinales resultaban obvias. El desayuno
estaba por todas partes, y había pedazos de pina por el suelo.
El hecho de que Madeline estuviera despeinada y no llevara sujetador,
probablemente no escaparía al ojo clínico de la doctora.
Cal se adelantó con energía.
—Si vosotros tres tenéis que hacer algo, yo me marcho ahora mismo.
No quería dejar a Maddy en una situación comprometida como aquella, pero
si su marcha iba a lograr que disminuyera la tensión, se largaría.
Rose Marie se quitó de en medio casi de un salto.
—Solo necesitábamos unos minutos.
Cal sintió que en aquella mujer tenía a una aliada. Se aventuró a mirar a
Maddy. Su asentimiento, apenas perceptible, le dijo que siguiera adelante.
Pero antes de que se le ocurriera una buena excusa para salir, Rafferty se
inclinó hacia él.
—¿No nos conocemos?
Cal se quedó sin saber qué decir, y afortunadamente Rose Marie intercedió
en el silencio de Cal.
—Sabes, Mike, tal vez deberíamos hablar de esto mañana...
Rafferty chasqueó los dedos.
—Ya lo tengo. Usted da la clase posterior a la mía en el Edificio Honors.
Cal esperó a que soltara tal vez un reproche, pero Michael Rafferty señaló a
Rose Marie con acusación.
—¡Ja! Todo el mundo me dijo que los profesores no podían acostarse con las
alumnas de posgrado. ¿Acaso las reglas no se aplican en el caso de este jo-
ven?
Cal notó que Maddy se ruborizaba de pies a cabeza.
Maldición. Todo aquello era culpa suya.
Rose Marie suspiró.
—Por supuesto que sí se aplican. La universidad tuerce el gesto ante este
tipo de cosas -miró a Cal y a Maddy con evidente pesar-. Probablemente
debería hablar de este tema con su jefe de departamento, señor Turnen
El doctor Rafferty miró con gravedad en dirección a Cal.
—Lo que queremos implicar es que debe mencionarlo antes de que lo
hagamos nosotros.
Cal apretó los dientes. Su opinión sobre el profesor empeoraba según iban
pasando los minutos.
—He entendido la implicación, gracias.
Rafferty asintió.
—Tengo que reconocer que me resulta sorprendente llegar aquí para hablar
de una tesis sobre los rituales de apareamiento en el ser humano, y de
pronto encontrarme con el proceso de investigación en acción.
Maddy no se movió, pero Cal supo que esas palabras serían un duro golpe
para ella. Le dolió la vergüenza que debía estar pasando, y al mismo tiempo
se maldijo así mismo por someterla a aquello. Su fama había estado intacta
hasta que él había llamado esa mañana al timbre de su casa.
Gracias a Dios, Rose Marie eligió ese momento para abrir la puerta y darle
un codazo al doctor Rafferty para que saliera.
—Vamos, Mike, podemos hablar de el proyecto el lunes.
Rafferty no había dado ni dos pasos cuando se detuvo de nuevo.
—Tal vez no discutamos nada de esto el lunes, dependiendo de cómo
reaccione la administración ante este incidente -se volvió hacia Madeline y
la miró de arriba abajo con rapidez-. Su tesis no podrá tratarse si deciden
revocar su rectorado.
Madeline se tapó la boca con las manos; tal vez para ahogar un grito.
Cal no sabía qué haría sin su puesto en la universidad; ese trabajo
significaba todo para ella.
Maddy se volvió a Rose Marie.
—¿Podrían hacer de verdad eso? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Podrían
echarme del programa sin más?
Rose Marie miró a su acompañante antes de darle a Madeline unas
palmaditas en el hombro.
—No creo que hicieran algo tan drástico. Tu reputación en el departamento
siempre ha sido inmejorable.
—Pues claro que podrían -comentó Rafferty mientras salía finalmente por la
puerta.
—Lo siento -le dijo Rose Marie, articulando para que Madeline y Cal le
leyeran los labios, y siguió a su colega.
—Apúntame en su comité si no la expulsan, Rose. Estoy seguro de que
escribirá la tesis más picante que haya visto esta universidad -les llegó la
voz de Rafferty.
Cal apretó los puños al oír la risotada que siguió al comentario.
Madeline cerró la puerta con fuerza, habiendo sin duda escuchado cada
palabra tal y como lo había hecho Cal. Este fue a echarle el brazo por la
cintura, pero se contuvo.
Tal vez no acogiera de buen grado su gesto después de lo ocurrido. No le
extrañaría si ella lo culpaba por lo que había pasado. Él le había llevado el
desayuno y la había provocado hasta acabar como habían acabado. Él había
sido el que no había podido quitarle las manos de encima.
Y Maddy tendría que pagar por ello.
No los habían pillado besándose en el campus. No. Los habían sorprendido a
medio vestir en casa de Maddy; un flagrante escenario que probablemente
Madeline jamás habría imaginado cuando había decidido empañar un poco su
imagen de niña buena.
A pesar de su reciente licenciatura y de su puesto de profesor con
pretensiones, Cal había conseguido fastidiar algo muy importante. En el
fondo, seguía siendo un mecánico de un pueblo de Tennessee.
Peor aún, había traicionado la confianza de su hermana poniendo en peligro
su futuro. ¿Qué juez le daría la custodia a un profesor que había seducido a
una estudiante de posgrado?
No importaba que Maddy fuera adulta, o que nunca hubiera sido alumna
suya, o que se hubieran conocido cuando Cal aún no había empezado a dar
clases.
Miró a su alrededor, y la evidencia de su decadente mañana le recordó que
él había causado todo aquello. La palidez de Maddy no hizo sino aumentar su
sentimiento de culpabilidad. Tenía que salir de allí antes de empeorar las
cosas; antes de hacer algo estúpido como abrazarla e intentar consolarla.
—Será mejor que me vaya -murmuró, y fue a buscar sus llaves que estaban
sobre la mesa de comedor.
Madeline vio las llaves y las atrapó antes de que pudiera hacerlo él.
No pensaba dejarle marchar después de la pesadilla que acababan de vivir.
—Aún no.
No se vio capaz de enfrentarse a lo que quedaba del día hasta que se
hubieran sentado y hablado del embrollo que resultaba ser su relación.
Señaló la bandeja de fruta que había junto al sofá e intentó quitarle hierro
a la situación.
—Aún no hemos probado la comida.
Cal se frotó la mandíbula, como si estuviera pensando en cómo hacerse con
las llaves.
—¿No crees que hemos metido la pata bastante para un solo día?
—Siento todo esto. Sé que afectará la decisión del juez sobre la custodia
de tu hermana, y no sé cómo decirte lo mal que me siento.
No debería haber permitido que él se quedara a almorzar; debería haber
sido más inteligente. Pero ya que había pasado lo peor, ¿qué importaba si al
menos decidían qué hacer a partir de ese momento?
—Esto podría anular el juicio por la custodia, Maddy -dijo con pesar-.
Necesito concebir una estrategia sobre cómo voy a conducir todo esto.
—¿No deberíamos hacerlo juntos? -sugirió, ofreciéndole su amistad.
—Creo que vamos a tener que enfrentarnos a esto separadamente, Maddy.
Ambos nos jugamos mucho.
Maddy se acercó a él y le puso las manos sobre los hombros, esperando que
el contacto significara para él más que la lógica.
—Razón de más para que sigamos unidos. Tal vez si...
Él retrocedió.
—«Nosotros» no existe, Maddy -caminó hasta el otro lado de la mesa, como
si quisiera alejarse de ella-. Lo he fastidiado todo y lo siento. Pero tengo
que volver a casa y hablar con Allison antes de que se entere de esto por
otra persona.
Madeline lo miró fijamente, sabiendo que el dolor que sentía no era más que
un indicio del golpe que recibiría cuando él saliera por la puerta.
Cal extendió la mano.
—De modo que si me das las llaves...
Con cuidado de no tocarlo, Madeline las depositó en la palma de su mano.
Él fue hacia la puerta y se detuvo en el felpudo.
—Jamás pensé que esto pudiera ocurrir.
—No había modo de saberlo —le aseguró Madeline, deseando poder hacer
algo para que él se sintiera mejor-. Rose Marie nunca había venido en fin de
semana. Además, tú nunca has buscado problemas, Cal. No debería haberte
arrastrado a mi búsqueda de... experiencia.
Cal sacudió las llaves, pero no abrió la puerta.
—Ha sido algo más que una búsqueda, ¿no crees?
Ella sonrió para no llorar.
—De haber sido algo más, no creo que estuvieras yéndote en este momento.
Él se quedó mirando el felpudo unos segundos antes de abrir la puerta.
—Lo siento, Maddy. Sortearás mejor los obstáculos sin mí. Y yo tengo que
hablar con Allison.
Jamás lo había necesitado tanto como en ese momento. Pensó en decírselo,
pero finalmente optó por no hacerlo.
No podía.
Después de marcharse él se sentó a la mesa, temblando como una hoja.
El mejor día de su vida se había convertido en el peor, y Madeline no estaba
segura de cuánto tiempo pasaría hasta que se le pasara el aturdimiento y
solo persistiera el dolor.
La amenaza sobre su posición académica podría soportarla. Pero por fin
entendía que necesitaba algo más en su vida que los estudios, y no quería es-
perar hasta tener diez títulos colgados de la pared para conseguirlo. Quería
encontrar a esa persona especial, y quería que fuera ya.
Pero lo que no podría soportar era que Cal se marchara.
Al verlo salir por la puerta se dio cuenta de que era hija de su padre. Este
no había podido compaginar su carrera con su vida personal, y de pronto le
resultó muy evidente que ella tampoco podía.
Demasiado tarde se dio cuenta de su error. Cal no quería ni verla una vez
que probablemente Madeline habría echado a perder su oportunidad de
llegar a ser el tutor legal de su hermana.
En resumen, no podría haber elegido peor momento para darse cuenta de
que estaba enamorada de Cal.
Capítulo Catorce

Madeline jamás había agradecido tanto que fuera lunes por la mañana.
Después de una noche sin dormir, había llegado a una única solución posible a
su presente dilema.
En cuanto fueran las nueve, entraría en el despacho de Rose Marie y
renunciaría a su puesto de ayudante a profesor.
Sorprendentemente, el mundo no se le había desmoronado después de tomar
esa decisión. Una vez que se había reconocido a sí misma que Cal le im-
portaba más que la carrera de sociología más estelar que cualquier sociólogo
pudiera soñar, lo había tenido muy claro.
Cal necesitaba quedarse en la ciudad debido a sus negocios. Pero Madeline
podría mudarse.
La Universidad de Kentucky estaba tan solo a una hora de camino. Siempre
podría trasladarse allí si quisiera quedarse en el estado.
Además, sin duda Cal se alegraría cuando se enterara de que se marchaba.
Un dolor traicionero la traspasó al pensar en no volver a verlo.
Durante el trayecto a la universidad, Madeline intentó deshacerse de su
tristeza. No le importaba sacrificar unos meses de sus estudios con tal de
que Cal no tuviera problemas para conseguir la custodia de Allison. Madeline
podría estar en un programa nuevo para el semestre de primavera si se
apuntaba inmediatamente.
Sin embargo, el pensar en dejar a Cal pesó sobre ella como una losa. En el
fondo, aún alimentaba una pequeña llama de esperanza de que no querría que
ella se marchara. Tal vez el día anterior solo hubiera estado disgustado
cuando se había marchado; tal vez se sentiría mejor veinticuatro horas
después.
Recordó entonces su matrimonio fracasado, y el hecho de que Cal le había
dicho en más de una ocasión que no volvería a casarse. ¿Qué clase de futuro
habrían tenido si Cal no estaba dispuesto a entregar su corazón a otra
mujer?
Aun así, le dolería tremendamente si la dejara marchar sin inmutarse.
Madeline miró el reloj de la torre mientras dejaba el coche en el
aparcamiento. Tenía el tiempo suficiente para pasarse por Recursos
Humanos y dejar una copia de su carta de renuncia antes de encontrarse
con Rose Marie para darle la noticia.
Madeline se miró los pies mientras cruzaba el campus, esperando no
escuchar ningún comentario sobre Cal y ella de camino. No le cabía duda de
que el incidente del día anterior daría mucho que hablar.
Empujó una de las puertas laterales del edificio, esperando que no hubiera
mucha gente haciendo cola en el mostrador principal. Al dar la vuelta a la
esquina que conducía al vestíbulo, se encontró a Cal Turner delante del
mostrador, hablando con una bonita administrativo.
La joven estaba asintiendo a lo que él le decía.
—Ningún problema, señor Turner -dijo mientras aleteaba sus largas
pestañas al mirarlo-. Archivaré su renuncia a través de todas las vías
necesarias. Le enviaremos por correo su último cheque.
Madeline se quedó de una pieza.
No podía abandonar. Él, a diferencia de Madeline, no tenía la opción de
hacer la maleta y salir de la ciudad. Él tenía que quedarse allí.
—Cal, espera -lo llamó y se acercó a toda prisa hasta el mostrador-. No lo
hagas.
Cal se despidió de la mujer que le había estado atendiendo con un gesto de
la mano y Maddy le agarró del brazo. Cerró los ojos y se armó de valor para
enfrentarse a él. El roce de su mano le recordó que habían pasado la mañana
del día anterior abrazados en el sofá de su casa, pero no pensaba volver a
caminar por esa senda.
Acabaría sufriendo demasiado.
Aspiró hondo y se volvió hacia ella.
—Hola, Maddy.
Maddy tenía aspecto de no haber dormido y parecía preocupada.
— ¿Qué estás haciendo? -susurró.
Él la condujo hasta un rincón, lejos del mostrador.
—Voy a abandonar, Maddy. Es lo único que puedo hacer.
Ella se estiró la camisa donde él le había agarrado.
—No, no es cierto, porque soy yo la que voy a abandonar -sacó un sobre
blanco de su bolso y lo blandió al tiempo que hablaba-. Puedes decirle a la
señorita del mostrador que te devuelva la carta, Cal, porque yo voy a
entregar mi renuncia ahora mismo.
—No, Maddy.
¿De dónde había sacado una idea tan disparatada?
—Sí, Cal.
Cal suspiró. Desde luego no había anticipado aquello.
Aun así su gesto lo enterneció. Era la primera vez que alguien prescindía de
algo por él. Ni siquiera sus padres, por mucho que los quisiera.
Ni siquiera su mujer se había mostrado dispuesta a cambiar su estilo de vida
una vez casados. Lo había abandonado en cuanto había dejado de sentir
deseo por él, diciendo que necesitaba mantener un estilo de vida mejor del
que Cal podía darle en aquel entonces.
Pero la respetable y honorable Madeline Watson se preocupaba lo suficiente
por él como para sacrificar su posición.
—No -repitió, quitándole el sobre de las manos y guardándoselo en el bolso.
Ella lo miró enfadada.
— ¿Qué quieres decir con no? Es un hecho, Cal. Voy a renunciar para que
ninguno de los dos acabe con una mancha en su curriculum. Tú necesitas que-
darte aquí por Allison y por tu negocio, pero yo puedo irme a otro sitio a
hacer mi tesis.
—No lo harás.
¿Cómo se le ocurría pensar que podría dejar que hiciera eso? Avanzaron un
poco pasillo adelante para poder charlar más en privado.
—Maddy, a tí te encanta Louisville. Tienes tu casa aquí. Ya te has ganado el
respeto de tus colegas y tus alumnos. No puedes abandonarlo todo.
— ¿Y tú sí?
Cal no la había visto tan enfadada desde que la universidad había rechazado
su proyecto.
—Pensé que este trabajo significaba para ti más que un sueldo. Creí que
empezaste a dar clases porque deseabas compartir con otras personas tus
secretos sobre cómo alcanzar el éxito.
—Y así fue.
Sin duda echaría de menos su labor de profesor. La enseñanza le daba una
sensación de valía que el éxito en los negocios no había conseguido darle.
Pero la felicidad de Maddy estaba primero.
Cal ahogó el deseo de tocarla.
—Voy a tomarme un par de años de excedencia para darte tiempo a
terminar la tesis.
Y de paso para distanciarse lo suficiente. El desayuno del día anterior había
demostrado que su resolución se reducía a nada cuando Maddy estaba de
por medio. Se negaba a fastidiar su carrera más de lo que lo había hecho.
Tal vez la perdiera para siempre, pero al menos habría hecho algo bueno por
ella.
—Pero...
—Tengo que irme, Maddy.
En dos horas se pondría en camino a Tennessee para intentar arreglar
algunos asuntos relacionados con la custodia de Allison. Ya que había dejado
el trabajo en la Universidad de Louisville, necesitaba hablar con los
servicios sociales del estado donde había nacido su hermana para ver cómo
estaban las cosas en relación a la vista. Tal vez incluso pudiera ablandarle el
corazón a Delia si se presentaba en su casa sin la Harley.
Continuó hablando para que ella no lo interrumpiera. Necesitaba romper lo
antes posible; antes de que cambiara de opinión.
—Ya llego tarde a una cita que tengo esta mañana en el taller. No te
preocupes más por mí -retrocedió, ignorando el dolor que sintió en el pecho
al pensar en no volverla a tocar-. Todo está arreglado.
Madeline no podía creer que fuera a dejarla por segunda vez en dos días,
sobre todo después de lo que habían compartido juntos. Pero estaba claro
que Cal parecía conforme con ocuparse de todo él solo y esperaba que ella lo
aceptara.
Incluso agitó la mano según se iba alejando.
—Ya veremos -murmuró ella entre dientes.
Podría entregar su renuncia y después hablar con Cal. Él volvería a su
trabajo si ella se marchaba de la ciudad.
Lástima que sin duda fuera a dejar atrás su corazón, en manos de su
arbitrario amigo.
A punto de llorar, Madeline echó a andar hacia el edificio Fultz para buscar
a Rose Marie, ajena al consuelo que los elegantes edificios de su académico
mundo solían proporcionarle. Madeline no creyó que pudiera pasar el día sin
desahogarse con alguien. Parecía que esa mañana, Cal no tenía ni el tiempo ni
las ganas de hacerlo.
—Pase -dijo su amiga cuando llamó a la puerta.
— ¿Podemos hablar? -le dijo nada más entrar en el abarrotado despacho.
Rose Marie frunció el ceño.
—Por supuesto, Maddy. Intenté llamarte anoche, pero no me contestaste el
teléfono. Siento tanto haber ido a tu casa ayer.
Madeline se encogió de hombros. Había estado demasiado ocupada llorando
y comiendo helado de toffee como para contestar ninguna llamada que no
llevara el nombre de Cal en la identificación de números de la pantalla.
—No pasa nada.
—Sí que pasa. No debería haberme presentado así.
Madeline, más disgustada por los acontecimientos de ese día que por los del
anterior, hizo un gesto con la mano para quitarle importancia a la
preocupación de su amiga.
—Los domingos por la mañana siempre hablamos, y nunca he llevado un
hombre a casa en los cuatro años que nos conocemos -dijo Madeline-. Estoy
segura de que ni se te ocurrió pensar que podría estar acompañada.
Rose Marie se retiró el pelo de la cara y suspiró.
—Aun así, cometí un error, y lo siento.
Madeline se dejó caer en una silla frente a Rose Marie.
—¿Entonces supongo que convenciste al doctor Rafferty para que se uniera
al comité de tesis y tal vez apoyara el voto a mi favor?
—Se me ocurrió que podríamos reemplazar a uno de los profesores que no
tiene mucho interés en el tema de tu tesis -Rose Mane sopló el té que tenía
en la mano-. Mike Rafferty enseñó sexualidad durante dos años en otra
universidad, así que pensé que sería una buena adición al comité.
Madeline asintió.
—No parecía demasiado... abierto en referencia al sexo.
Rose Marie volteó los ojos.
—Instigó una acalorada discusión teórica una noche sobre el terreno poco
definido de dormir con un estudiante, y todos los presentes se le tiraron al
cuello.
—Creo que el caso de Cal y mío es distinto...
—No tiene nada que ver con Cal y contigo. Cal no trabaja a tiempo completo
en la facultad, no está en tu programa, y nunca ha sido profesor tuyo -enu-
meró-. Y vosotros dos teníais amistad antes de que él empezara a enseñar
aquí.
Madeline se sosegó un poco, aliviada al ver que no era la única que no veía
nada vergonzoso en la relación entre Cal y ella.
—Rafferty no es más que un instigador. No creo que le gustara la idea de
que otra persona del campus pudiera hacer algo que a él no le está permitido
-dio un sorbo de té y miró a Madeline.
Madeline resopló.
—Ya no importa, de todos modos, porque Cal acaba de abandonar.
— ¡Qué considerado por su parte! -Rose Marie sonrió.
—No, qué tremendo, más bien -murmuró Madeline.
-En primer lugar es un hombre de negocios, Madeline. La enseñanza siempre
ha sido algo secundario para él.
—No puedo permitir que abandone por mí -Madeline buscó en su bolso su
carta de renuncia y se la pasó a Rose Marie-. Soy yo la que me voy, no él.
La catedrática jefe de su programa no se movió.
—No puedo aceptar esto, Maddy.
Madeline empujó el sobre hacia Rose Marie.
—Desde luego que sí. Cal necesita su trabajo.
— ¿Lo necesita? -Rose Marie arqueó una ceja rubia-. Ese hombre es dueño
de una cadena de prósperos talleres para coches. Creo que podría pagar el
alquiler sin sus dos clases semanales.
— ¡No lo entiendes! -Madeline dio un golpe sobre la mesa con la mano-. Cal
tiene metido en la cabeza que ser mecánico no es suficiente. Este trabajo le
da una satisfacción que no encuentra en su trabajo diario.
Rose Marie asintió despacio.
—Tal vez solo lo necesitaba para impresionarte.
¿Por qué iba a pensar siquiera en algo así?
—No -respondió Madeline-. Cal disfruta enseñando.
—Solo ha sido una ocurrencia -Rose Marie se encogió de hombros y le pasó a
Madeline su carta-. Pero no voy a aceptar tu renuncia cuando tienes un aula
llena de estudiantes de primer curso esperando para que les des clase esta
mañana. No pienso meterme en una clase de sociología para cubrirte.
Madeline tomó la carta y se la guardó en el bolso, llena de frustración.
—De acuerdo, pero esto no termina aquí. Hablaré más tarde con Cal y le
haré entrar en razón.
Rose Marie miró a Maddy pensativa.
—Tal vez esto no sea asunto mío, Maddy, pero te lo voy a preguntar de
todos modos. ¿Cómo conseguiste al hombre más deseado del campus? Porque
si tuvo algo que ver con el vestido rojo y el maquillaje que te hice la otra
noche, quiero que me lo reconozcas.
Madeline se dejó empapar por los sensuales recuerdos de aquella noche.
—El vestido rojo desde luego ayudó.
Aunque quizás no del modo en que Rose Marie imaginaba. Madeline sentía
que aquel atuendo le había ayudado a explorar un lado aventurero en su per-
sona que no sabía que existiera.
— ¡Lo sabía!
Madeline no pudo evitar sonreír.
—Cal me dijo que yo le gustaba incluso antes de ponerme el vestido rojo.
Rose Marie suspiró con nostalgia.
—Un hombre que ve más allá de la superficie es digno de admiración.
Madeline sentía algo más que admiración hacia él.
—Estás loca por él, ¿verdad?
—Sin duda -sollozó, y metió la mano en el bolso en busca de un pañuelo.
—Toma cielo -le dijo Rose Marie, pasándole un paquete de pañuelos de
papel-. ¿Fue tu primera vez?
Madeline se puso tensa. Algunas mujeres hablaban de esas cosas, pero ella
nunca había sido de esa clase.
Rose Marie se echó a reír y estiró el brazo para darle unas palmadas en la
mano.
—Me refería a que si esta es la primera vez que te enamoras.
—Oh. Sí -tal vez Rose Marie pudiera aconsejarla de algún modo-. ¿Es
siempre tan terrible?
—Para mí siempre lo ha sido -Rose Marie se colocó la larga melena sobre un
hombro-. Ninguno de los hombres con los que he salido entienden mi
compromiso con mi trabajo.
Madeline conocía a un hombre que lo entendería a la perfección. Se
preguntó si Rose Marie consideraría salir con un genio de la física que tenía
un corazón de oro, e hizo un apunte mental para invitar a su padre a que
volviera pronto a Louisville.
—Bueno, sería una locura que no te enamoraras de él. Si un tipo como Cal se
fijara en mí, yo intentaría ver cómo acercarme más a él, y no cómo dejar mi
trabajo y alejarme de él.
—Eso no es lo que estoy haciendo.
— ¿No? Eso no es lo que me dicen las hojas del té.
—No estoy huyendo -repitió Madeline, dándose cuenta de lo cierto que era-.
Quiero estar con Cal.
— ¿Se lo has dicho?
Vaya... Eso sería desnudar su alma.
—Eso parece doloroso.
—Solo si él no te corresponde.
De haberle correspondido no se habría marchado de su casa el día antes.
—Creo que me evitaré el mal trago. Ya sé lo que siente.
Rose Marie sonrió.
—El amor conlleva riesgos, Madeline. Si intentas evitarte el dolor, ni
siquiera te has lanzado todavía.
Madeline salió del despacho de Rose Marie más confusa de lo que había
entrado. Media hora antes había tenido un propósito: abandonar su trabajo
para que Cal pudiera conservar el suyo. Pero de pronto no sabía ya lo que
hacer.
La idea de desnudar su alma delante de Cal se le pasó por la cabeza,
desafiándola a correr el mayor riesgo de su vida. Se había enfrentado a su
padre por primera vez en la vida, y después tendría que adoptar una postura
con el comité de tesis.
Pero Madeline jamás había desnudado su corazón ante nadie. Aunque tal vez,
teniendo como incentivo a Cal, encontraría el modo de enfrentarse al mayor
reto de su vida.

Cal estaba junto al contestador del teléfono, escuchando los mensajes de


toda una semana que se habían acumulado durante su ausencia.
Parecía que Madeline lo había estado buscando, y llegado su tercer mensaje,
Cal se dio cuenta por su tono de voz de que estaba indignada. Aunque se ha-
bía llevado el móvil, en ningún momento se le había ocurrido comprobar los
mensajes de su casa mientras había estado en Tennessee. Las únicas
personas que solían llamar a casa eran amigos de Allison.
Marcó el número del despacho de Maddy y le dejó un mensaje, diciéndose
todo el tiempo que no debía sentirse demasiado optimista.
Tal vez hubiera llamado porque quisiera decirle adiós.
Y tal vez por esa razón no había comprobado los mensajes de su
contestador desde el móvil. Porque no había querido decirle definitivamente
adiós a Maddy. Por mucho que se dijera a sí mismo que él no tenía nada que
hacer con una intelectual, había pensado en ella toda la semana.
Y en algún punto entre Knoxville y el límite del estado de Kentucky, se había
dado cuenta de que la amaba.
La idea aún lo sorprendía.
No había deseado enamorarse, y desde luego no había querido volver a
pensar en el matrimonio, pero después de dos semanas con Madeline Watson
ambas cosas le habían rondado los pensamientos.
Se puso la ropa de trabajo y se dirigió al garaje, demasiado inquieto para
hacer otra cosa que no fuera arreglar un motor. Abrió las puertas del
garaje y dejó que la luz del sol penetrara en el oscuro espacio. Colocó las
herramientas junto al motor que estaba restaurando, recordándose al
mismo tiempo por qué no debía presentarse de nuevo en casa de Maddy sin
invitación. Además, para empezar no estaría en casa. Tenía tutoría hasta las
cinco, y solo eran las cuatro y media.
Pero sobre todo no iría porque, por mucho que había sopesado los pros y
contras de su relación, seguía pensando que ella estaría mejor sin él.
Arrimó una silla la motor para empezar a trabajar en él, pensando que, si se
quedaba con él, tarde o temprano Madeline empezaría a echar en falta algo.
Y tarde o temprano lo abandonaría, igual que había hecho su esposa.
Pulverizó aceite sobre unas cuantas tuercas oxidadas y después buscó la
llave inglesa adecuada.
Estaba a punto de entrar en casa para llamar otra vez a Maddy cuando el
crujido de la grava lo alertó de que otro coche entraba en su patio.
No podía ser Allison porque se había marchado a estudiar a casa de una
amiga.
Cal sintió curiosidad y dejó la llave inglesa para asomarse, justo a tiempo de
ver una mujer con falda larga y zapatos bajos bajándose de un Honda do-
rado.
Avanzó por el camino con determinación; el entrecejo arrugado y los labios
fruncidos le dieron a entender que estaba muy enfadada, pero Cal jamás se
había alegrado tanto de ver a nadie en su vida.
Salió del cobertizo para recibirla.
—Hola, preciosa -dijo con su mejor acento de Tennessee.
Ella se detuvo a unos metros de él y colocó los brazos en jarras.
—No te atrevas a decirme «preciosa» ni nada por el estilo, Cal -lo miró
fijamente-. Tienes exactamente una hora para ir a la universidad a dar tu
clase de los viernes por la tarde, o me temo que tendré que arrastrarte yo
al campus.
Capítulo Quince

Madeline se relajó un poco mientras se deleitaba mirando a Cal. Tenía el


mismo y delicioso aspecto de la primera vez, con aquella camisa azul que le
ceñía unos músculos que claramente habían pasado más días levantando
coches que empuñando lápices.
Se limpió la manos en una toalla vieja, que dejó llena de huellas negras.
Madeline se preguntó cómo sería ser acariciada por un hombre que te
dejara llena de huellas. La fantasía se le antojó de lo más primitiva, y
definitivamente excitante.
Si no tenía cuidado, su rabia se trasformaría en deseo y jamás conseguiría
nada ese día.
Y Dios sabía que no pensaba marcharse hasta que no dejara unas cuantas
cosas claras con un mecánico muy sexy.
— ¿Entonces qué, Cal? ¿Vas a ir al aula por voluntad propia? ¿O voy a tener
que llevarte yo a rastras?
—Lo siento. No puedo hacerlo. Además, ya han contratado a un sustituto —
se cruzó de brazos y sonrió.
— ¿Puedes decirme por qué no has contestado a mis llamadas de esta
semana?
—Me marché a Tennessee.
— ¿Ah, sí? -había imaginado a Cal sentado en casa toda la semana,
escuchando sus mensajes y ni siquiera molestándose en contestarlos-. ¿Por
qué?
Cal se encogió de hombros.
—Tenía que arreglar un papeleo para el asunto de la custodia de Allison.
Mantuve una larga conversación con la tía de Allison, Delia, aprovechando
que estaba allí.
— ¿Y crees que ha servido de algo con el poco tiempo que queda? —Madeline
estaba sorprendida-. De todos modos, no podría retirar su petición a estas
alturas, ¿no?
—No lo creo. Pero yo no pretendía eso. Solo me molestaba pensar que de
verdad temiera por el bienestar de Allison estando bajo mi cuidado -sonrió-.
En realidad, le hice una propuesta de lo que sería la vida para Allison en
nuestro hogar.
—Estás de broma.
Cal sacudió la cabeza.
—Y le encantó. Incluso me pidió que le echara un vistazo a su coche
mientras estuve allí, de modo que creo que me la he ganado.
—Pero eso no contribuirá a tu favor para el juicio del martes, ¿verdad?
—Probablemente no. Pero compartí mi propuesta y otra información con los
servicios sociales y todo fue bien. Parece que la vista se desarrollará sin
problemas y que Allison podrá cerrar un capítulo difícil de su vida.
Sin duda Cal había ido a Tennessee a asegurarle a los servicios sociales que
había abandonado su empleo para aliviar cualquier temor que pudieran tener
sobre su integridad.
Madeline podría haberles dicho que hombres más honorables que Cal no
existían.
— ¿Y tú qué?
— ¿Qué pasa conmigo? -preguntó Cal, observando su mirada recelosa.
— ¿Sigues buscando cerrar también un capítulo desagradable de tu vida?
Cal estudió su expresión tanto rato que Madeline estuvo a punto de retirar
la pregunta.
—No necesariamente -arrastró la bota por la grava suelta que había a la
puerta del garaje-. Quiero decir, utilicé el tiempo para pensar, pero no diría
que estaba intentando cerrar ningún capítulo.
Bueno, al menos no le había salido conque quería dejar atrás su relación y
seguir adelante.
Cal la miró detenidamente. La luz cálida del ocaso destacó las motas
verdosas de sus ojos, haciendo que Madeline lo viera de modo distinto a
como lo había mirado antes.
— ¿Y qué hay de ti? -le preguntó él.
—No necesito cerrar nada -dijo.
Empezó a darse cuenta de que no llegarían a ningún sitio si no empezaba a
desvelar sus sentimientos. Al menos, necesitaba ser sincera con él.
—Pero intenté resolver algo de lo que pasó el fin de semana pasado. Intenté
por todos los medios dejar mi trabajo, pero Rose Marie no me lo permitió.
— ¿El qué? —se acercó un poco más.
—Intenté renunciar al rectorado, Cal -había querido por una vez hacer algo
por él en lugar de por su carrera, pero Cal se le había adelantado-. Puedo
trasladarme casi a cualquier lugar que tenga programa de doctorado, pero
tu vida está aquí. Tú mereces quedarte.
Él frunció el ceño.
—Ya hablamos de esto el lunes, Maddy. La universidad es tu territorio;
siempre lo ha sido.
No podía estar tan cerca de él sin tocarlo.
—No podría... Quiero decir... no puedo quedarme en la Universidad de
Louisville, sabiendo que tú has abandonado por mí.
—Volveré a la enseñanza dentro de un par de años. Pero hasta que Allison
tenga dieciocho años quiero tratar de pasar desapercibido. Además,
necesita que pase más tiempo con ella. Entre las clases y el trabajo de los
talleres, estaba empezando a sentirme agobiado.
—Ah.
Pues de poco había servido el esfuerzo de Madeline por no ser egoísta.
— ¿Preferirías trasladarte a otro sitio... por mí?
—Creo que podría estar en otro programa para el semestre de primavera.
Tú podrías seguir dando clases. Solo sería como si te hubieras ausentado
una temporada.
—Pensé que te gustaba la vida que llevabas aquí -dijo, casi ofendido.
—Me gusta, pero...
—Y para ser una chica del norte, se te está pegando un bonito acento
sureño.
—Estás de broma.
—Sí -sonrió-. Pero sigo esperando.
Madeline sonrió, y entonces por primera vez se dio cuenta de cómo el
sosegado encanto de Cal la había ayudado a mantener una relación carente
de exigencias. Pero ya no le satisfaría solo que le hiciera sonreír.
Había ido allí a decirle lo que sentía.
Madeline vio su oportunidad para arriesgarse. Cerró los ojos y decidió
lanzarse sin red.
—Lo que quiero decir es que tú eres más importante para mí que mi trabajo,
Cal.
Él se quedó en silencio un momento.
—Mírame, Maddy.
Ella levantó la vista despacio.
— ¿Lo has dicho en serio?
—Claro que lo he dicho en serio.
Maddy dio un paso hacia delante y le plantó la mano en el pecho.
-Pero pensé que tu carrera sería lo primero hasta que obtuvieras el
doctorado -levantó la mano para rozarle la mejilla, pero sus dedos-vacilaron
a medio camino y dejó caer el brazo sin completar el movimiento-. Sé eso
desde que te conozco.
—Las prioridades cambian -las suyas habían cambiado en un instante, o tal
vez había sido un largo proceso del que no se había dado cuenta hasta el
presente-. El domingo pasado, cuando saliste de mi casa, entendí que me
importabas más que mi trabajo.
El rítmico latido de su corazón bajo la palma de la mano le dio seguridad.
Cal sacudió la cabeza.
—Cielo, no sabes lo que estás diciendo.
—Sí que lo sé -había llegado el momento de la verdad-. Te quiero, Cal.
De nuevo fue a acariciarla, pero bajó la mano antes de hacerlo.
—Maldita sea, mujer. ¿Cómo puedes amar a un hombre que ni siquiera puede
tocarte porque está cubierto de grasa? -la miró con rabia-. Siempre tengo
las manos manchadas de grasa, Maddy. Vivo aquí en las afueras, con mi perro
y mis coches y nunca seré la persona adecuada para una profesora de la
zona residencial de la ciudad, cuyo nombre muy pronto irá seguido de un
montón de títulos -retrocedió varios pasos.
Ella lo miró fijamente, intentando recuperarse de su arrebato.
—Y otra cosa. Tu padre me mataría.
—Creo que podrás con papá, Cal.
Él giró los ojos.
—Es tu padre, Maddy. Tendría que dejar que me matara. Es un asunto de
respeto.
— ¿Entonces te lo estás pensando? -dijo, llena de esperanza.
— ¿El qué?
Acababa de decirle que lo amaba. ¿Cómo podía ser tan obtuso?
— ¿Amarme tú también?
Cal cruzó el camino para colocarse muy cerca de ella.
-Cariño, te deseo tanto que la necesidad me está matando toda la semana.
Quiero desabotonarte esa camisa con los dientes y hacerte el amor hasta
que los dos perdamos la noción del tiempo, y después tumbarme a tu lado
hasta que recuperes el sentido común.
Ella tragó saliva, y se le pusieron los nervios de punta, deseando que Cal
cumpliera lo que había dicho.
—Pero esa es la mala noticia, Maddy -continuó-. Un día entrarás en razón y
decidirás que ya no ves el atractivo en un hombre sencillo que se pasa la
mayor parte del día lleno de grasa hasta los codos.
— ¿Es eso lo que piensas? -le preguntó con indignación.
—Eso es lo que pienso.
—Entonces deja que te diga algo, Cal. Por si no te has dado cuenta, no soy
una princesa intocable que vaya cada día paseándose vestida de seda y raso.
Soy más bien una chica de algodón. Y no sé de dónde has sacado la idea de
que soy una especie de santita, pero estás totalmente equivocado. Porque
ahora mismo que estoy mirando tus manos pienso que tienen muchísimo
talento para lo que hacen; además, me hiciste sentir el mejor orgasmo de mi
vida. Y son las manos que deseo que me acaricien en este momento -le
agarró una mano y se la colocó con ímpetu en la cintura.
Cal la miró con los ojos como platos. Sin duda sus manos le mancharían la
blusa blanca, pero eso no le importaba. Lo que más deseaba era que la
poseyera de cualquier manera imaginable y en ese mismo momento, y si
dejaba huellas en el proceso, mejor que mejor.
Madeline le levantó la otra mano.
—Cariño, no tienes por qué...
Y se la colocó sobre su pecho izquierdo.
—Oh, Maddy.
Madeline cerró los ojos, mientras sus sentidos se adaptaban a las caricias
de Cal, que ahogaban su frustración y encendían sus sentidos. Su rabia se
disipó más rápidamente de lo que había llegado, dejando detrás un ávido
deseo por Cal y el temor constante de que él no correspondiera a su amor.
Abrió los ojos al sentir que Cal retiraba las manos de su cuerpo. Él le estaba
mirando la camisa blanca y las dos huellas que había dejado. Y entonces
sonrió.
—No puedo creer lo que has dicho -le puso las manos en la cintura y se
acercó a ella-. Tienes una vena salvaje, mujer.
Ella sintió renacer la llama de la esperanza.
— ¿Ves? No solo soy un doctorado y una tesis, Cal. Quiero más en mi vida
que eso.
Él asintió.
— ¿Cómo los almuerzos de los domingos?
—Desde luego.
— ¿Y salir de vez en cuando al centro de la ciudad?
—La próxima vez me quedaré pegada a ti.
La agarró de las caderas y tiró de ella.
—Cariño, adoro tu modo de pensar casi tanto como te adoro a ti.
El corazón le dio un vuelco y se quedó quieta para asegurarse de que lo había
oído bien.
— ¿Me amas?
Ojalá fuera verdad; era lo que ella deseaba. Jamás había conocido a un
hombre con un corazón tan generoso.
—Te quiero, Madeline -sus miradas se encontraron, contribuyendo a la
seriedad de sus palabras-. Y me encanta tu ropa amplia, tus gafas y todas
esas palabras pedantes que a veces utilizas.
Se inclinó y se dieron un largo y apasionado beso.
—Y me encanta tu sabor -murmuró, deslizando los labios por su cuello
esbelto-. Te deseo, Maddy -su cuerpo le presionaba el suyo, revelando
exactamente lo mucho que la deseaba-. Lo que más deseo es ir arriba para
hacer un simulacro de la noche de bodas...
— ¿Noche de bodas?
Una breve visión de sus sueños de niña apareció en su mente. Flor de azahar
y lirios, un velo largo y vaporoso, y dejarse caer entre los brazos de un
hombre que la amara a pesar de cualquier cosa.
Se retiró para ver si lo estaba diciendo en broma.
—Me has oído, preciosa. Espero que estés lista para vestirte de blanco,
porque no estoy dispuesto a poner tu reputación en peligro por más tiempo
del que sea necesario -le acarició la espalda—. Pero conmigo viene también
Allison, ya lo sabes. Dos Turner por el precio de uno.
— ¡Sí!
Madeline le apretó los hombros. Al desnudar su alma ante de Cal había
conseguido el amor de un hombre que jamás la dejaría marchar.
Se echó a reír.
— ¡Y de paso tendré una hermana! Siempre he querido tener una hermana.
Cal la besó en la frente con adoración.
-Entonces está todo arreglado. Nos casaremos antes de Navidad, y yo
tendré que aprender a sobrevivir con dos genios bajo el mismo techo,
supongo.
A Madeline se le ocurrió una idea.
— ¡Si nos casamos, los dos podremos dar clases! ¡No tienes que abandonar!
Él la agarró por la muñecas y juntó sus manos.
—No. Me voy a tomar los dos años siguientes libres para estar con mi
familia.
Quería decirle que no tenía por qué hacer sacrificios por su bien, pero él la
acalló con un beso.
—Además, ahora que tengo una novia a la que complacer... -la estrechó entre
sus brazos y sonrió-. Estaré demasiado exhausto para tener dos trabajos -
la besó muy despacio, ardientemente, durante unos momentos-. Deja que
llame a Allison y le diga que vamos a dar una vuelta -sugirió Cal sin soltarla-.
Mejor aún, la llamaré desde el móvil. Tal vez podamos volver a tu casa.
Ella frunció el ceño.
—No sé, Cal, estás hecho un asco.
Él la estrechó de nuevo entre sus brazos.
—Me lavaré antes de que...
— ¿Por qué no pasamos por el tren de lavado otra vez?
No sabría decir si Cal gimió de impaciencia o de aprobación, pero de
cualquier manera, estaba empeñada en demostrarle lo divertido que podría
ser el matrimonio.
Madeline le guiñó un ojo mientras abría la puerta de su coche.
—No te preocupes, sé por experiencia que las burbujas rosas son el mejor
afrodisíaco.
El Correo de Tennessee
Empieza la «época de celo» para los Estudiantes de Vanderbilt.
Nashville. La profesora invitada, Doctora Madeline Watson Turner, hablará
de su popular libro, La Época de Celo, este viernes a las 7.00 de la tarde en
el auditorio de Vanderbilt. La conferencia está abierta al público e incluirá
el comentario de la doctora Watson Turner sobre su extensiva investigación
en el campo de los rituales de apareamiento en los humanos.
La doctora Watson Turner, profesora de la Universidad de Louisville, está
empleando este semestre de primavera para hacer un gira por las
universidades del país para hablar sobre su récord de ventas, según el New
York Times. «Desde que La Época de Celo llegó a las librerías, me han
bombardeado a preguntas en relación con las técnicas que he utilizado para
este estudio», dice la doctora. «Espero que el éxito del libro inspire a otros
sociólogos para que se embarquen en los proyectos con los que siempre han
soñado; aunque les parezcan un poco fuera de lo común».
Desde luego La Época de Celo ha sido la clase de proyecto con la que se
fabrican los sueños de la doctora Watson Turner. El libro va por su quinta
edición en Estados Unidos, y se está editando ya en el extranjero.
«Debo una gran parte del éxito de este libro a mi marido», dice la doctora
Watson Turner de su esposo, Cal Turner, que esta semana está en Nashville
inaugurando su vigésimo quinto taller de reparación de automóviles. «No solo
ha sido para mí una fuente de inspiración, sino que ha dejado una huella
permanente en el lienzo de mi trabajo».

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