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Asombrada por las palabras de Cal, Madeline paseó la mirada por sus
impresionantes pectorales.
—Me cuesta mucho creer eso, Cal. ¡Eres el que peor fama tiene de todo el
campus! No creo que te hubieras ganado esa distinción si no fueras
perfectamente capaz de satisfacer las funciones sexuales.
Cal la miró boquiabierto.
—Soy capaz, Maddy. En realidad, soy más que capaz.
Madeline sintió cierto alivio. Aparte del interés por el estudio de los
rituales de apareamiento, se daba cuenta de que se lo había propuesto a Cal
porque él la atraía desde hacía años.
Cal avanzó hacia ella y no se detuvo hasta que estuvo a pocos centímetros
de su cuerpo. Se le pusieron los pelos de punta al sentir su calor.
—Estoy totalmente listo, y físicamente dispuesto -Cal la miró con la pasión
reflejada en aquellos ojos color avellana-. ¿Entiendes lo que eso significa?
Madeline hizo un esfuerzo para no bajar la vista.
—Tengo una idea bastante clara.
—El problema no es que no pueda, sino que no me permitiré... -la miró de
arriba abajo pausadamente-el placer de hacerlo.
Maddy deseó ser el tipo de mujer que llevara braguitas de seda en lugar de
braguitas de algodón. ¿La habría aceptado en ese caso?
Respiró hondo e intentó sonreír un poco.
—Entiendo.
—No. No lo entiendes -Cal retrocedió un paso y se sentó sobre una de las
mesas.
Madeline no tenía ninguna gana de escuchar las excusas que Cal fuera a
darle para no acostarse con ella. Se había expuesto y él la había rechazado
de plano.
—No pasa nada -agarró la taza y fue a la pequeña cocinilla; entonces
mientras la lavaba y la dejaba después en el escurreplatos, continuó
hablando. Solo pensé en ti porque hace tiempo que somos amigos, y pensé
que era seguro pedírtelo. Pero me doy cuenta de que ha sido un descaro por
mi parte. Sobre todo teniendo en cuenta que la administración universitaria
podría expulsarnos oficialmente si mantuviéramos una relación demasiado
pública.
A menudo la administración hacía la vista gorda con ese tipo de relaciones,
pero Madeline no quería arriesgar su empleo. Pasó junto a él en dirección a
la puerta.
—Será mejor que me marche.
—Maddy, espera -la agarró por los hombros.
Ella pensó en continuar, pero hizo lo que él le pedía al ver la emoción
reflejada en su mirada.
—Necesito ser discreto estos días porque estoy intentando que me den la
custodia de mi hermana -Cal la soltó y se metió la mano en el bolsillo; sacó la
cartera, la abrió y le enseñó una foto de una niña de unos once años con
aparato corrector en los dientes-. Ahora tiene dieciséis años y es mucho
más problemática.
— ¿Es medio hermana tuya?
—Después de abandonarnos mi madre, mi padre se casó con la madre de
Allison, y Allison nació de esa unión un par de años después -Cal acarició con
el dedo la foto de la niña y cerró la cartera-. Estábamos muy unidos, incluso
después de salir de Tennessee, pero cuando papá y la madre de Allison se
mataron en accidente la primavera pasada...
Madeline le apretó la mano, sin saber qué más hacer para consolarlo.
—Sé que eso te afectó mucho.
—Allison se quedó en casa de una tía durante unas semanas, y después me
llamó para que fuera a buscarla. Se mudó conmigo durante el verano, y estoy
intentando que me concedan la custodia legal.
—Seguro que te está resultando difícil.
Madeline recordó los dolores de cabeza de su padre cuando había intentado
obtener la custodia de su hija. La batalla de Cal resultaría sin duda el doble
de dura.
—Sobre todo porque la tía de Allison, Delia, está convencida de que soy una
mala influencia para Allison -Cal sacudió la cabeza-. La mujer nunca me per-
donó por conducir en una ocasión la moto por el barrio cuando era
adolescente.
Madeline asintió, deseosa de escuchar el resto de la historia.
—Pues bien, la tía Delia está intentando evitar que me den la guarda y
custodia por todos los medios. Y no es porque Delia quiera hacerse cargo de
Allison; sencillamente no puede soportar que yo gane este pleito.
—Qué pesadilla.
Por una parte Madeline se sentía mal por preocuparse por sus problemas
cuando los de Cal eran mucho mayores. Y también se sintió decepcionada al
pensar que Cal no la consideraba lo bastante buena amiga como para
compartir con ella esa parte de su vida privada.
—Y hay otros inconvenientes -continuó Cal-. Sobre todo porque Allison es un
genio. Ha entrado en la universidad este semestre.
— ¿Aquí? ¿En la Universidad de Louisville?
Cal sonrió con orgullo.
—Terminó los estudios de secundaria pronto y ahora está en la facultad.
—Una chica de dieciséis años en la facultad -Madeline sacudió la cabeza—.
Desde luego estás bien servido.
—No lo sé, Maddy. A veces creo que ella es más madura que yo.
Madeline sabía un par de cosas sobre los estudiantes superdotados, y
dudaba que ese fuera el caso. Pero no le dijo nada a Cal, que ya tenía
bastante.
—Pero quería que supieras lo que tengo entre manos para que entiendas por
qué no puedo aceptar tu tentadora oferta -se llevó sus manos a los labios y
se las besó suavemente-. Debo quitarme de encima una fama que llevo toda
mi vida creándome, de modo que no puedo arriesgarme a formar parte de un
escándalo en estos momentos.
Madeline asintió y retiró las manos.
—No pasa nada. Quiero decir, habría sido estupendo poder contar con tu
ayuda, pero ya se me ocurrirá algo.
Cal frunció el ceño.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir, que ya se me ocurrirá otro plan para que acepten mi tesis -
mientras retrocedía hacia la puerta iba pensando ya en otras posibilidades.
Él asintió y le guiñó un ojo.
—Está bien. Mientras que no haya otras ardientes proposiciones de por
medio.
Sin saber por qué, Madeline se echó a reír.
—No te preocupes por mí -dijo mientras empujaba la puerta de cristal-. ¡Y
suerte con tu hermana!
Madeline avanzó silenciosamente por el pasillo, intentando no imaginar lo
deliciosa que hubiera resultado una noche entre los brazos de Cal Turnen
Pero no podía obligarlo.
Se centró en un nuevo plan de acción, que empezó a tomar forma en su
mente. Como no iba a hacerse famosa del brazo de un playboy, decidió que
había llegado el momento de invertir en un vestido rojo.
Al día siguiente, mientras salía de su Chevrolet de colección en el
aparcamiento de un centro comercial, Cal no sintió el placer habitual al oír
las frases elogiosas de los extraños que pasaban junto a su utilitario.
Había pasado el día en su nuevo taller, atormentado con pensamientos de
Madeline. Había intentado no pensar en ella mientras se mudaba a su nuevo
despacho, pero por mucho que lo había intentado, no había sido capaz de
desterrar de su pensamiento ni a Maddy ni a su tentadora petición. Además,
había estado despierto parte de la noche imaginándose lo agradable que
hubiera sido llevarse a la intelectual a la cama.
¿Pero qué elección tenía?, se preguntó mientras paseaba por el centro en
busca de su medio hermana, que era adicta a las compras. Le preocupaba que
el departamento de servicios sociales lo investigara con mayor detenimiento
por el hecho de haber solicitado la custodia de su hermana. ¿Quién sabía
cuándo se acercarían a hacerle una visita sorpresa?
Además, Allison necesitaba tener de nuevo una estabilidad en su vida, y
necesitaba cultivar otros placeres que no fueran las compras. Eso
significaba que Cal debía pasar más tiempo con ella. Un romance con Maddy,
especialmente un romance muy público, resultaba del todo imposible.
Cal se centró en buscar a su hermana y salir del paraíso de las compras. La
principal pasión de su madre habían sido las compras, y había arrastrado a
su único hijo con ella día tras día para dar rienda suelta a su adicción.
O al menos así había sido hasta que el dinero de su padre se había agotado y
ella se había marchado
en busca de otro hombre más adinerado. Según sus cálculos, su madre iba ya
por el sexto marido, mientras que la aversión de Cal hacia las compras
permanecía inalterable.
La voz de Allison interrumpió sus pensamientos.
— ¡Cal, aquí!
La vio sentada a la mesa de una cafetería, rodeada de paquetes y sonriendo
de oreja a oreja.
—Hay rebajas en El Límite -anunció mientras señalaba el montón de bolsas y
paquetes que la rodeaban.
Hasta el momento le había permitido todos los caprichos porque no había
podido soportar ver sufrir a una niña, pero no pensaba empeñar su colección
de coches antiguos para mantener la adicción de Allison.
—Después hablaremos de ese montón de compras. Tenemos que
marcharnos... -al ver el mohín, retiró una silla para sentarse a la mesa-. De
acuerdo, pero solo cinco minutos. Tengo que llevarte a casa para volver al
garaje.
—Gracias, Cal.
Allison se retorció una trenza rubia y corta entre los dedos y se lanzó a
contarle cómo había sido su día, completando el relato con imitaciones de
sus profesores.
Cal se relajó por primera vez desde la proposición de Maddy, y agradeció la
habilidad que tenía su hermana para recordarle cuáles eran sus prioridades.
Allison era lista, graciosa y cariñosa, y merecía todo el amor y la seguridad
que Cal pudiera ofrecerle.
Estaba Cal pensando que la tarde iba mejorando poco a poco, cuando de
pronto vio una tienda de lencería justo delante de la cafetería donde
estaban. O más bien hasta que vio a cierta persona entrando en la tienda de
lencería.
Reconocería las amplias camisas y las faldas largas en cualquier parte. Los
pesados zapatos de cuero de Madeline Watson avanzaban en silencio por el
suelo de mármol, sin despertar la curiosidad de ninguna persona excepto la
suya.
Entonces Cal olvidó la promesa que se había hecho de no pensar en ella.
Perdió el hilo de la historia de Allison mientras observaba a Maddy a través
del limpio cristal del escaparate de la tienda.
Cal observó su delicado perfil y la masa de cabello negro enrollado en un
moño. Cuánto deseaba acariciar esa sedosa melena que tan larga imaginaba.
Entonces continuó mirándola, ávido de ella, cuando de pronto su mirada se
topó con un cartel que le hizo temblar. A menos de treinta metros, Madeline
Watson se entretenía junto a un expositor del que colgaba un cartel que
decía «Bikinis y Tangas».
—Cal, no has escuchado una sola palabra de lo que he dicho.
La preocupación en la voz de su hermana le hizo reaccionar.
—Esto, sí... -consiguió contestar Cal, agarrando distraídamente el refresco
de su hermana.
Dio un trago, pero la helada bebida no logró apagar el calor que la inocente
Maddy había generado en él con solo levantar del montón un tira muy fina de
seda y encaje negro.
En los obnubilados recovecos de su cerebro, Cal percibió que su hermana se
daba la vuelta en el asiento para seguir su mirada.
— ¿Han colgado fotos nuevas en la tienda de lencería?
Cal no pudo responder porque Maddy eligió ese instante para echar en una
cesta de compra un montón de braguitas y tangas.
Fantasías de la intelectual con sus gafas de carey y sus braguitas negras le
dejaron sin aliento. No la había desnudado mentalmente con anterioridad,
pero de haberlo hecho se la habría imaginado con ropa interior de algodón
blanco. La adición de la seda negra a sus fantasías haría que olvidar a
Madeline resultara aún más difícil.
Su hermana se volvió hacia él.
— ¿Eh, no es esa Madeline Watson?
Su nombre devolvió a Cal a la realidad. Antes de que se le ocurriera una
respuesta adecuada, Allison tiró los envoltorios de lo que había consumido
en una papelera y agarró su bolso de cuero.
—Vamos a saludarla.
Él se quedó horrorizado.
—Espera, Al. Creo que no deberíamos...
Allison se limitó a hacerle un gesto con la mano mientras empujaba la puerta
de cristal de la tienda.
— ¡Vamos! -dijo antes de entrar.
Cal la siguió, prometiéndose en silencio que le retorcería el cuello a su
hermana. ¿Por qué habría animado a Allison a apuntarse a la clase que Maddy
daba en la facultad?
Aspiró hondo y entró en la tienda, sabiendo que no le quedaba ya otro
remedio que saludar a Madeline.
Un femenino aroma floral lo asaltó. Prendas de seda, raso y satén cubrían
las paredes de la tienda. Tal vez algunos hombres se sintieran a gusto en un
dominio femenino como aquel, pero Cal Turner no era uno de ellos. Se metió
las manos en los bolsillos para no tirar nada al suelo y se imaginó que así era
como se sentirían algunas mujeres cuando entraban por primera vez en un
garaje.
Detrás de un perchero donde colgaban ligueros, oyó la voz de Allison.
—Entonces, cuando quiero ir de compras después de clase, Cal me recoge
para ir a cenar.
También percibió el temor en la voz de Maddy.
— ¿Cal?
Cal, que en realidad tenía ganas de echar a correr, se armó de valor y rodeó
el perchero.
—Hola, Maddy -como sabía que Madeline se sentiría igual o más cortada que
él, agarró a su hermana del brazo y tiró de ella hacia la puerta-. Ya nos íba-
mos para casa.
—Esperad -contestó Madeline, con un montón de bolsas colgadas del brazo
que contenían lencería suficiente para alimentar las fantasías de un hombre
durante un año-. ¿Ya que estás aquí, te importaría darme tu opinión sobre
una pequeña compra?
Cal empezó a sudar al tiempo que Maddy dejaba la cesta sobre un
mostrador. Tragó saliva al ver las provocativas prendas que contenía.
Antes de que pudiera sacarle algo incitante, Cal le dio un codazo a su
hermana, que estaba delante de
él.
—Allison sabe más de esto que yo -dijo Cal, sabiendo que Maddy no
enseñaría nada demasiado su-gerente a su hermana de dieciséis años.
Madeline frunció el ceño.
—Pero quería ver lo que tú...
—De verdad que sí. ¿He mencionado alguna vez que es una superdotada?
Le apretó los hombros a su hermana con la esperanza de aparentar amor
fraternal en lugar de un ansia controlada de estrangularla.
—Yo... Es que he aparcado en la entrada principal. Allison, sal cuando hayáis
terminado.
—Pero... -Madeline dio un paso hacia delante.
—Hasta pronto, Maddy -salió pitando, dedicándole una sonrisa forzada
mientras agitaba levemente la mano al salir por la puerta.
Hizo como si no hubiera oído a su hermana cuando esta lo llamó.
Esperó solo en su coche una buena media hora, hasta que se calmó un poco.
Cuando Allison apareció por fin, no tuvo interés alguno en saber lo que
podrían haber estado discutiendo las dos mujeres. Encendió la radio para
evitar una conversación que pudiera inducirle más pensamientos tortuosos.
Durante el camino de vuelta, Cal se vio asaltado por imágenes de Madeline
con aquellas finas y diminutas braguitas negras en la mano. Pero lo peor de
todo era que Cal sabía que ella no había comprado aquella monería para él.
Aparentemente, el plan de Maddy de experimentar en los rituales de
apareamiento tendría como objetivo otro hombre. La lencería que Cal había
visto en sus manos se utilizaría para seducir a otra persona. Cal jamás
tendría el placer de ver a Madeline desabotonándose una de sus amplias
camisas de hombre para revelar las finas tiras de un sujetador de encaje
negro. Esa satisfacción le sería reservada a otro hombre. El mero hecho de
pensarlo hizo que se le revolvieran las tripas.
Después de la infernal experiencia de ese día, Cal tenía una razón más para
odiar los centros comerciales.
Capítulo Tres
— ¿Maddy?
Cal observó a una mujer de rojo alejándose.
Últimamente apenas prestaba atención a las mujeres vestidas de ese modo;
se había cansado del tipo de mujer insustancial durante ese año infernal que
siguió a su divorcio.
— ¿Maddy? -apretó el paso.
De haber sido ella, se habría dado la vuelta. ¿O no?
Continuó caminando deprisa, empeñado en satisfacer su curiosidad. No
pensaba que fuera ella. Después de todo, qué podría estar haciendo la inte-
lectual con aquellos tacones kilométricos y aquel vestido por encima de la
rodilla.
Y entonces se percató de todo. Era viernes por la noche, y Madeline Watson
estaba poniendo su plan en acción.
Iba en busca de un hombre al que seducir.
Oh, no.
La rabia le puso las piernas en movimiento, y echó a correr hasta alcanzarla.
— ¡Ay! —su grito ahogado la delató incluso antes de verla.
Le tiró del brazo y Maddy se precipitó en brazos de Cal.
Por un momento Maddy no se movió, imprimiendo sus compactas curvas en el
cuerpo de Cal. Sintió una mezcla de rabia y deseo.
Cal la miró y pensó que estaba preciosa; rabiosamente sexy con aquel
diminuto vestido de seda. Era la tentación hecha realidad, con gafas y todo.
Su cabello negro se arremolinaba alrededor de sus hombros como el océano
al anochecer,
Cal utilizó las dos manos para sujetarla y ponerla derecha.
O para tocarla. La verdad, no supo decir para qué. Pero sus manos se
ajustaron a la perfección en la hendidura de su cintura, como si estuvieran
hechas para agarrarla.
—Cal -se puso derecha y se apartó de él-. Me has asustado.
Se fijó en el vestido rojo y el trozo de pierna que dejaba al descubierto.
También tenía los hombros desnudos, y Cal se deleitó apreciando el tono
dorado de su piel. Continuó bajando y atisbo un provocativo canalillo y...
Santo Dios. ¿Qué se había dado en la piel que le brillaba de aquel modo?
¿Brillantina?
Olía a frambuesas, y a Cal le entraron ganas de ponerse a gritar. No podría
haberlo excitado más de haberse plantado desnuda delante de él.
—Será mejor que me vaya -anunció Maddy, dándose la vuelta.
Él la agarró del brazo.
—No.
— ¿No? ¿Qué quieres decir con eso? -lo miró con indignación.
—Quiero decir, aún no. No hasta que no me digas qué haces recorriendo el
campus tú sola y a estas horas con un vestido como ese.
—No estoy recorriendo el campus.
En ese momento salió otro grupo de otra de las clases vespertinas y Cal oyó
que alguien silbaba. No tenía que mirar a ningún lado para ver el objeto de
tal gesto de admiración.
Cal la condujo hacia el aparcamiento.
— ¿Te das cuenta, preciosa? Ya has recopilado algo de investigación para tu
tesis.
— ¿En serio? -preguntó con curiosidad.
Él aprovechó y se apresuró con ella hacia su coche aprovechando que estaba
distraída.
—Ese tipo de silbido de admiración es uno de los primeros pasos en el
proceso de apareamiento en los humanos.
— ¿Qué silbido? -se detuvo y miró a su alrededor, como esperando ver a
alguien.
—Vamos, cielo, te lo explicaré en cuanto subamos al coche.
En realidad no podía explicar el por qué de aquella necesidad urgente de
ocultarla a los ojos de cualquiera salvo los suyos. Pero pensó que prefería no
analizar sus motivos en esos momentos.
—Lo siento, Cal, pero debo pasar por mi despacho.
— ¿Ibas a ir a tu despacho sola y con lo oscuro que está?
Miró a su alrededor, sabiendo los depredadores que acechaban por el
campus a esas horas, en busca de estudiantes solitarias o profesoras
inocentes.
—A menudo voy por el campus cuando está oscuro -le informó.
—Sí, pero no con esos zapatos. Esta noche eres un peligro, Maddy.
Ella sonrió.
—Qué estupendo, Cal. Peligroso es justamente el aspecto que deseaba
tener.
Sin saber bien por qué, los celos lo abrasaron por dentro.
— ¿Por qué? ¿Tienes una cita con algún macarra que exhibir en las fiestas
de la universidad?
Madeline se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.
—El macarra que yo había elegido no estaba disponible.
Eso lo tranquilizó un poco, al asumir que se refería a él.
—Entonces si no tienes una cita, qué haces vestida con ese trapito de seda
tan elegante.
—Estoy al acecho.
—Tal vez sobre mi cadáver.
Por un instante su nueva y provocadora actitud dio paso a la seriedad de la
mujer conservadora que él conocía tan bien.
—Cal, no tienes derecho a discutirme lo que quiera hacer.
—Eres mi amiga y tengo todo el derecho del mundo a protegerte de ti
misma.
— ¡No estoy haciendo nada distinto a lo que la americana media de mi edad
hace cada fin de semana!
—Cielo, estás demostrando lo poco que sabes del tema. Las mujeres no salen
solas. Van en grupo por seguridad. Pero mira tú, sola y vulnerable al máximo.
Ella se animó.
—En cuanto salga de mi despacho, ya no seré vulnerable.
— ¿Qué escondes allí? ¿A unos miembros del equipo de béisbol?
—Mi lata de spray anti violadores.
Le pareció incluso más problemática que su hermana.
—Ah, ahora me siento mejor, Maddy. Eso te será de gran ayuda.
Cal le plantó las manos sobre los hombros, reacio a entrar en un tema en el
que no pensaba ceder lo más mínimo.
Normalmente era unos cinco centímetros más baja que él, pero esa noche,
con los tacones, estaban casi al mismo nivel. Cal tenía la piel fresca y
Madeline se estremeció al sentir el roce de sus manos.
¿Sería de frío, o de otra cosa? Intrigado, Cal se acercó un poco más a ella.
Madeline no opuso resistencia, sino que lo miró a los ojos como si el que le
acariciara los hombros con discreta avidez bajo la luz de la luna fuera lo
más normal del mundo.
Le bastó eso para saber que Madeline era demasiado inocente. De ninguna
manera pensaba dejarla sola esa noche.
—Francamente, no me fío del spray ese.
Ella sonrió.
—Estaré perfectamente, Cal. De verdad.
—Lo sé preciosa, porque voy contigo.
Ella quiso apartarse, pero él la detuvo, deslizándole los dedos por la piel lisa
y firme de los brazos.
Madeline se estremeció, y esa reacción lo asustó y provocó con igual fuerza.
¿Cómo iba a soportar pasar una velada con una mujer que tenía más potencia
que una inyección de gasolina?
—Cal...
—Te presento a tu acompañante de esta noche, Maddy -le acarició la
clavícula despacio con la punta de un dedo-. El macarra de tu elección está
oficialmente a tu servicio.
Capítulo Cuatro
Libertad.
Madeline saboreó su dulzura al tiempo que se alejaba apresuradamente de
Cal y de la mano de acero con que le tenía agarrada por la cintura. Claro que
para sus adentros se preguntó si no estaría huyendo de la oleada de
emociones que su beso le había hecho sentir.
Y menudo beso.
De no haberse retirado Cal, quién sabía hasta dónde se habrían adentrado
en aquel peligroso terreno. Porque mientras se besaban, Madeline había
estado temporalmente ajena a todo lo que los rodeaba. En otras palabras, se
había perdido totalmente en la deliciosa sensación de su beso.
Lo cual demostraba que tal vez el comité tuviera razón al pensar que era un
tanto inocente en aquel terreno. Necesitaba cultivar una actitud algo más
sofisticada en el campo de las asociaciones entre hombres y mujeres antes
de hacer algo verdaderamente estúpido, como meterse en una relación para
la cual su trabajo no le dejaba tiempo.
O peor aún, podría acabar en una relación y sufrir tanto dolor como su
padre, obsesionado con su trabajo, había causado a su solitaria esposa.
De modo que, a pesar del deseo que había sentido al besar a Cal, Madeline
se dijo que estaba contenta de escapar de él.
Cal le había dejado claro que él no podría enseñarle los entresijos de la
seducción y el coqueteo. De modo que se centraría en aprender todo lo
posible de observar a otros hombres y mujeres en el bar esa noche. Si
prestaba atención, tal vez pudiera ver los patrones de conducta y aprender
las mejores tácticas a la hora de atraer a una pareja.
Esa información la utilizaría tan solo para fines personales. Madeline la
necesitaba urgentemente si lo que quería era pillar a un hombre y exhibirlo
por el campus.
Su tesis sería tan solo por su bien.
Miró a su alrededor preguntándose dónde podría encontrar unas hojas de
papel en la gigantesca discoteca, y así se abrió paso entre la gente en
dirección a los teléfonos que había al fondo del local. Sin duda allí
encontraría algo para tomar notas.
Caminó despacio, concentrándose en cada paso para no caerse.
Entre la pista de baile y los teléfonos, la abordó un loco que llevaba unos
vaqueros muy ceñidos.
—Eh, preciosa, ¿quieres hacerme arder?
Se acercó demasiado a ella, y Madeline notó que apestaba a alcohol. Ni
siquiera se molestó en mirarla a los ojos, sino que dirigió la vista
directamente hacia su vestido.
Madeline se resistió al impulso de cubrirse el escote con una servilleta de
papel.
—Parece que ya estás bastante estimulado, vaquero.
Lo esquivó sin mucha dificultad, aprovechando que él se tambaleó en ese
momento. Continuó su camino, felicitándose a sí misma por haber podido evi-
tar el desastre sin la ayuda de su acompañante, cuando de pronto pegó un
respingo al sentir la mano de un hombre sobre los hombros.
Otro loco se interpuso en su camino, pero aquel estaba sobrio y parecía más
peligroso que el borracho. Llevaba el cabello engominado y peinado para
atrás, y vestía una ropa de diseño que probablemente costaba mucho más
que todo el ropero de Madeline. Además, apestaba a colonia.
— ¿Quieres bailar?
—No, gracias -intentó seguir avanzando, pero él no la soltó, y tiró de ella
hacia la pista de baile.
—Vamos. Pondremos celoso a tu novio.
Como no quería recurrir a Cal todavía, Madeline se acercó más y le clavó el
tacón de ante en el pie.
El vaquero la soltó, pero cuando ella echó a correr apresuradamente, él la
llamó por un nombre con el que jamás la habían designado antes.
Había salido para divertirse un poco, pero de repente se le quitaron las
ganas de jugar.
En los teléfonos no encontró papel, así que Madeline se aproximó a una
barra pequeña que había allí cerca. Tras pasar unos minutos intentando
captar la atención de la camarera, un hombre que había a la barra le sacó un
taburete.
—Se fijará en ti antes si te sientas -le dijo el hombre, que no parecía ni
peligroso, ni bebido.
Vestía una camisa de algodón blanco, parecida a las que Madeline utilizaba a
menudo para ir a la facultad. Con el cabello rubio y los ojos azules, parecía
recién salido de un anuncio de Ralph Lauren.
En realidad, a Madeline le habría parecido incluso apuesto si no hubiera
tenido a Cal en la cabeza todo el tiempo.
-Gracias.
El hombre sacó su cartera, y Madeline vio que sacaba un billete de diez
dólares.
— ¿Quieres que te pida algo? -le preguntó el hombre.
—No, gracias -contestó, algo avergonzada porque el hombre la había pillado
mirándole la cartera-. Solo necesito papel y bolígrafo, de todos modos.
Mister América sacó un rotulador del bolsillo delantero de la americana y se
lo pasó junto con una servilleta de papel.
Ella se lo devolvió.
—Gracias, pero necesito más sitio para escribir.
—Aquí puedes anotar hasta veinte números de teléfono -dejó el bolígrafo y
la servilleta sobre la barra delante de ella-. ¿Qué más necesita una mujer?
—En realidad estoy tomando notas.
Él frunció el ceño y le pidió que se lo explicara mejor.
—Estoy recopilando datos sobre el ambiente en el que se mueven los
solteros para un trabajo que estoy escribiendo -dijo, pensando que sonaría
mejor que la realidad.
Su acompañante hizo una señal a la camarera y se pidió una copa además de
algo de papel para Madeline.
—Tienes que reconocer que eso suena a la típica frase para ligar.
— ¿En serio?
Fascinada, Madeline lo apuntó en una servilleta de papel limpia para
referencias futuras. ¿Por qué no podía Cal enseñarle cosas así?
El hombre modelo Ralph Lauren se echó a reír.
—Desde luego. Si le dijera eso a una mujer aquí, probablemente giraría los
ojos y se largaría.
—No sé -dijo Madeline pensativa-. He oído cosas mucho peores en los quince
minutos que llevo en este local.
La camarera regresó con la bebida y un bloc para Madeline. Ella trasfirió su
única nota al pequeño bloc con el logo de la empresa en la parte superior.
— ¿Te gustaría oír lo que yo diría para ligar? -preguntó mister América.
Madeline preparó el bolígrafo para su segunda anotación.
—Sí, por favor.
Él sonrió y le quitó el bolígrafo de las manos.
—Creo que me gustaría llegar a la mujer, en lugar de a la investigadora, si es
posible.
Madeline se quedó helada. ¿Habría entendido correctamente a aquel tipo
tan apuesto y de aspecto tan normal? ¿Querría ligar con ella?
Para tomarse su tiempo, dio un sorbo del tequila sunrise que había pedido
con Cal. Y mientras saboreaba la deliciosa bebida, Madeline tuvo un
momento de claridad.
No necesitaba aquello.
Por mucho que precisara de un hombre para demostrarle al mundo
académico que no era ninguna mojigata; o por mucho que necesitara
experimentar la seducción, el tema que había elegido para su tesis. A quien
de verdad necesitaba era a Cal.
Sonrió a aquel hombre agradable y normal que no era para ella.
—Yo, esto... He venido acompañada.
Cal entró por la puerta de la cocina de su casa una hora después de dejar a
Madeline. Había dado un rodeo por la serpenteante carretera paralela al río
Ohio, esperando aclararse las ideas un poco de camino a la extensa granja
en la que vivía a las afueras de la ciudad.
Pero no le sirvió de nada.
Por mucho que bajara la ventanilla para dejar que el aroma de las hojas
otoñales y del pantanoso río lo inundara, la tensión seguía atenazándolo.
Aunque deseaba a Maddy más que nunca, se preguntó si no habría sido un
egoísta por engatusarla para meterse en su cama.
Mientras dejaba las llaves sobre la mesa Cal se dijo que una relación seria
entre ellos quedaba descartada. No tenía intención ni deseo de casarse de
nuevo después de su primer enlace. Katie le había hecho detestar el
matrimonio, le había demostrado que el amor no estaba por encima de la
clase social.
Sí, desde luego estaba progresando. Pero jamás se podría librar de sus
raíces.
Su estilo de vida le parecía bien, pero no podía imaginar que a Madeline
pudiera gustarle aquella casa cerca del río construida sobre pilotes. Dema-
siado vulgar para ella. Maddy vivía entre los académicos, y sin duda un día
ocuparía una casa elegante entre la élite profesional de Louisville.
Jamás sentiría pasión por la colección de coches que Cal guardaba en un
antiguo granero junto a su propiedad.
Cal sacó de la nevera la cerveza que se había negado en el bar y se dispuso a
no pensar más en Madeline. De pronto, le pareció ver un movimiento en el
salón.
— ¿Allison?
Su única respuesta fue un leve sollozo.
Cerró la nevera y dejó la cerveza sobre la mesa.
— ¿Al? ¿Estás bien?
Su hermana estaba acurrucada en un rincón del sofá, con los ojos llenos de
lágrimas. Su labrador negro, Duquesa, estaba en el suelo a su lado.
— ¿Cielo, qué ocurre?
Entonces se fijó en que iba más maquillada de lo normal, y en el vestido de
flores con bolso a juego que se había puesto para salir.
El la abrazó y ella se echó a llorar sobre su pecho. Entonces fue cuando el
llavero se le cayó al suelo. Cal lo recogió, pensando que la había pillado en-
trando tarde de pasar la noche con sus amigos.
— ¡Lo siento tanto, Cal!
—No pasa nada cielo... -entonces se dio cuenta de que el llavero tenía el
emblema del Thunderbird.
No eran las llaves de la casa, sino las llaves de un coche. De su coche.
—Solo es una pequeña abolladura, Cal, y no lo he hecho queriendo...
Cal intentó no ponerse nervioso mientras inspeccionaba bien a su hermana
pequeña buscando a ver si se había hecho alguna herida. Al ver que no tenía
nada, se recostó en el sofá, dándole gracias a Dios porque su hermanita
hubiera llegado bien a casa.
Entonces se dio cuenta.
— ¿Te llevaste el Thunderbird? -preguntó con incredulidad.
Allison se limpió las lágrimas y asintió.
Cal tuvo ganas de tirarse al suelo y echarse a llorar, pero pensó que sería
más importante consolar a Allison.
— ¿No estás herida?
Ella sacudió la cabeza y continuó llorando.
— ¿Y no has herido a nadie tampoco?
De nuevo sacudió la cabeza.
Él le agarró por los hombros y sacó fuerzas de flaqueza.
—No es más que un coche, cariño.
Allison se quedó inmóvil, y levantó la cabeza para mirarlo.
— ¿Lo dices en serio?
Duquesa meneó el rabo.
—Por supuesto que sí -le limpió una lágrima-. No te equivoques, sigues
metida en un lío -sonrió para mitigar el dolor de sus palabras-. Pero no por
abollar el Thunderbird. Estás metida en un lío por quebrantar las normas de
la casa y por ponerte en una situación de peligro. Por no mencionar los
estragos que esto podría haber causado en el asunto de la custodia.
Allison asintió.
—Te das cuenta de que solo faltan dos semanas para el juicio, ¿verdad?
¿Qué te parece si dejas de ir al centro comercial o a ningún otro sitio
después de la facultad hasta entonces, Al? Creo que es un castigo
apropiado.
Ella se revolvió el cabello e hizo un mohín.
—Bien. Pero hoy es viernes por la noche, Cal. Todo el mundo sale los viernes
por la noche. Incluido tú.
— ¿No te vendría bien estudiar un poco los fines de semana?
—Bueno, esa es la ventaja de tener un coeficiente intelectual alto -esbozó
una sonrisa maliciosa-. Incluso nosotros los superdotados necesitamos
divertirnos de vez en cuando. Por ejemplo, mira Madeline Watson.
Cal se sintió culpable, como un niño al que le pillan con una revista de chicas.
La última persona con la que quería hablar de Madeline era con su hermana
pequeña. Cal se puso de pie.
—Debes estar muy cansada, Al. Tal vez sea mejor que nos vayamos a dormir.
Allison se puso de pie.
—No estoy cansada, y no me hace gracia que cambies de pronto de tema. Si
voy a tener que pagarlo por romper las reglas, entonces creo que merezco
hablar de lo que ha ocurrido y por qué las he roto -se cruzó de brazos-. Me
siento fatal por lo de tu coche, pero con el tiempo te lo pagaré. Por lo que no
me siento mal es por romper la norma esa de quedarse el viernes por la
noche en casa a estudiar. No necesito estudiar tanto, y me estás quitando
oportunidades de madurar a nivel social.
Vaya, eso de hacer de padre estaba resultando tan difícil como librarse de
la mala fama.
— ¿Madurar a nivel social?
Eso era lo malo de tener una hermana superdotada; que siempre parecía que
sabía de lo que hablaba.
— ¿Te parece madurar a nivel social salir a recorrer las carreteras con un
coche robado?
Ella dio un golpe en el suelo con el pie.
—No tendría que haberte mangado el coche si me hubieras ayudado a
comprarme uno de segunda mano. Solo porque hayas elegido no tener vida
propia desde que Katie se marchó...
—Espera un momento, chica...
— ¡Es cierto! Desde que ella se fue, nunca vas a ningún sitio. Y peor aún,
pareces pensar que cada mujer que conoces va a ser tan desalmada como lo
fue ella.
Cal se dijo que no debía discutir de aquel tema con su hermana pequeña.
Allison no tenía idea de las mujeres con las que había salido desde que su ex
esposa se había desenamorado de él con la misma rapidez con la que se
había enamorado. Y no tenía intención de que ella se enterara de cómo se
había ganado la reputación que tenía en el campus.
—Lo siento, Cal, pero tenía que decírtelo. Solo porque ella no te diera el
valor que mereces no quiere decir que no puedas encontrar la mujer ade-
cuada.
No quería ni oír hablar de matrimonio, pero se limitó a apretarle la mano a
su hermana para que entendiera que el mensaje le había llegado.
Allison aprovechó para cambiar de tema.
—Enfrentémonos a la realidad. Ya voy por delante en la facultad, de modo
que no necesito estar encerrada en mi cuarto todo el fin de semana. Solo
quiero los privilegios que tienen mis amigas.
Sus palabras parecían de lo más razonable. Pero tal vez Cal estuviera algo
agotado. Aquella conversación, aquella noche en general, lo había cansado
más de lo normal.
— ¿Y si te doy más libertad, mantendrás esas calificaciones?
Ella asintió, se acercó a él y le agarró del brazo.
—Piensa en lo bien que tu amiga la profesora Watson combina sus estudios
académicos con su vida privada. Vi lo que se compró este fin de semana, Cal,
y deja que te diga una cosa. No se pasa todo el tiempo estudiando.
Un brillo de admiración iluminó la mirada de Allison.
Cal sintió pánico. ¿Querría su hermana emular a Maddy? Semanas atrás le
habría parecido una idea estupenda; pero de repente se arrepentía de
haberlas presentado. Si Madeline salía a la semana siguiente a ensuciar su
reputación con sus travesuras de niña mala, ¿seguiría Allison su ejemplo?
—Tal vez no, pero estudia mucho -esa era una de las cosas que siempre
había admirado en Maddy-. Y cuando no está estudiando, corrige exámenes
y desarrolla unidades didácticas.
Allison suspiró.
—Maddy es lista, pero tiene su vida. Yo no.
De todas las personas a emular, a su hermanita se le ocurría escoger a
Maddy, la mujer cuya vampiresa interior estaba deseando liberar.
—Bueno, dame unos cuantos días para que me lo piense, ¿vale? -le rascó la
cabeza a la perra, la única hembra que parecía estable en su vida-. Estoy
seguro de que llegaremos a un acuerdo.
Más apaciguada, Allison subió a su cuarto para irse a la cama mientras Cal
salía al garaje a ver los daños en el coche.
Mientras pasaba la mano por la abolladura y la pintura rayada, supo que solo
podía hacer una cosa. El lunes por la mañana hablaría claro con Maddy. El
poner en peligro su buena reputación para convencer al comité no era buena
idea. ¿Quién sabía a cuántos alumnos podría influenciar con su compor-
tamiento? Si Allison había notado los cambios en ella, desde luego otras
personas también.
Tal vez su plan para demostrarle a Maddy las sutilezas de la seducción había
sido un plan egoísta. ¿Habría sido simplemente un modo de hacer lo que lle-
vaba tantos años deseando?
Le echó un último vistazo a su abollado vehículo antes de apagar la luz del
garaje y entrar en casa. Le daría a Madeline la experiencia que necesitara
para su estudio sobre los rituales de apareamiento, pero no se implicaría en
una relación física que solo acabaría haciéndole daño a ella.
De algún modo tendría que convencerla de que se comportara en público
antes de causar daños que ni siquiera él podría arreglar.
Madeline no había imaginado que tendría que aguantar una charla de su
padre por teléfono. Se enrolló el cable del teléfono alrededor de un dedo,
esperando que su padre hiciera una pausa en la retahíla sobre la indignidad
de que una profesora se paseara por el campus de la universidad vestida con
un provocativo trapito rojo.
Su compañera de despacho estaba dando una clase, de modo que lo tenía
para ella sola durante una hora.
Se puso a copiar las notas de los exámenes en un cuaderno que utilizaba
para ese fin, mientras su padre la amenazaba con ir a la ciudad a hablar con
ella y hacerle entrar en razón.
Eso la hizo reaccionar.
—Papi, no querrás venir para acá en esta época del año.
Tenía que asegurarse de que se quedaría en su universidad en el norte del
estado de Nueva York. Su padre se volvería loco si descubriera que estaba
intentando empañar su buena reputación. Tal vez por haber sido hija única,
su padre esperaba mucho de ella, tanto a nivel académico como a nivel
personal. Incluso a miles de kilómetros, el hombre se había enterado de que
se estaba desviando del camino.
Por supuesto, también había contribuido el hecho de tener colegas en todas
las universidades importantes de Estados Unidos y del extranjero. Apa-
rentemente, uno de estos colegas la había visto en el campus el viernes por
la noche cuando había estado con Cal, y se había fijado muy bien en su
atuendo.
—Mira, papá, tengo una clase dentro de cinco minutos -mintió, esperando
distraerlo-. El vestido rojo era parte de un experimento de sociología, de
modo que 110 te preocupes por nada.
Al oír una tos discreta que provenía del pasillo, Madeline se ido la vuelta.
Encontró el objeto de su experimento de pie a la puerta de su despacho.
Dios, qué cuerpo tenía aquel hombre. Sonrió y le invitó a pasar con un gesto
de la mano, esperando poder ocultar su nerviosismo después de haberse
pasado todo el fin de semana pensando en él y en su oferta.
-Papá, te tengo que dejar, pero no te preocupes por mí. Estoy bien. Y no
necesitas venir,te lo prometo.
Colgó el teléfono y se volvió a saludar a Cal.
—Hola -dijo, sin saber qué otra cosa decir.
—Hola, preciosa -señaló una silla frente a ella-. ¿Te importa si me siento un
momento?
El corazón se le aceleró cuando accidentalmente él le rozó la rodilla con la
suya. Los lunes no daba clases, y normalmente no aparecía en el campus
hasta las cinco. ¿Habría ido para darle la clase particular de la que habían
hablado?
Iba vestido con una camisa y unos vaqueros, y Madeline supuso que iba de
camino a uno de los talleres.
—¿Va todo bien? -se inclinó hacia delante, preguntándose si sus nuevas
lentes de contacto no estarían funcionando correctamente.
Cal siempre había parecido tan libre, tan despreocupado.
—¿Así que el vestido rojo no era más que un experimento? -preguntó,
ignorando su pregunta.
Esa mañana la estaba mirando de manera desconcertante, y Maddy se
encogió de hombros, sin saber cómo catalogar su humor.
—Los espías de mi padre ya lo han informado. Quiere venir a la conferencia
de física de este fin de semana y de paso para ver cómo estoy.
Él asintió.
—¿Y se disgustará si se entera de lo que planeas?
—Solo quiere que tenga éxito en mis estudios. El no creería que la tesis
sobre los rituales de apareamiento sería la mejor manera.
Su padre siempre había sido un tradicionalista, un hombre de normas.
Maddy había empezado a darse cuenta de que deseaba romper algunas nor-
mas, darse un gusto ocasionalmente en lugar de darle gusto siempre a los
demás.
Cal se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre las rodillas.
—¿No crees que deberías olvidar todo este plan tuyo, Maddy?
—¿Olvidarlo? -dijo con voz ronca-. ¿Por qué? ¿Has cambiado de opinión?
Aguantó la respiración, comprendiendo por primera vez lo mucho que
deseaba que Cal Turner fuera el primero; el hombre con quien perdiera la
virginidad.
—Pienso cortejarte corno nadie lo ha hecho en tu vida, Madeline Watson.
¿Quería decir, no crees que deberías cortar la exhibición pública de tu
plan?
—Desde luego que no -dijo, mientras daba gracias porque Cal no se hubiera
echado atrás-. He esperado cuatro años para hacer lo que me apetecía y no
pienso esperar más,
—¿Entonces por qué no utilizas tus recursos y haces un esquema detallado
de tus estrategias de investigación? Eres brillante, Maddy -señaló la
montaña de libros-. Los dejarás pasmados con una proposición inteligente
que no podrán rechazar.
—Podrán, Cal. Ya saben que soy capaz de organizar bien mi tesis -dijo con
énfasis-. Lo que no saben es si tengo o no la experiencia para añadir un
elemento humano a este estudio. Creo que me ven como a una especie de
autómata.
Cal se arrellanó en su asiento.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¿No es así como me ve todo el mundo? Soy el burro de carga del
departamento, sin pasión o personalidad -dijo, preguntándose si Cal también
la vería así-. Pero estoy cansada de ello. No voy a seguir viviendo para
obtener la aprobación de mi padre.
Cal sacudió la cabeza.
—Dos mujeres rebeldes en solo una semana. No me lo puedo creer.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Allison está rebelándose, también. Se fugó con uno de mis coches el
viernes por la noche y me abolló un poco el parachoques.
—¿Está bien?
—Sí, pero ahora quiere divertirse los fines de semana -Cal se rascó la
frente-. En realidad, te nombró a tí como inspiración para soltarse la coleta.
—Lo siento, Cal -dijo con arrepentimiento-. No sé por qué...
—Tal vez tuviera algo que ver con tu elección de lencería de la semana
pasada -aventuró Cal con frustración.
—Te aseguro que no se la enseñé -dijo Madeline con indignación.
Él frunció el ceño.
—¿Entonces qué fue lo que le enseñaste después de salir yo de la tienda?
—Pues el vestido rojo. Tal vez por eso Allison piense que de repente estoy
en la onda. Le encantó.
Cal gimió.
—Ah, estupendo. Los servicios sociales se quedarán impresionados con el
hogar que puedo ofrecerle a mi hermana cuando empiece a pasearse por la
ciudad vestida de seda roja.
Maddy no pudo evitar una sonrisa.
—Es peor pasear se por ahí en encaje negro.
—Depende de quién lo lleve -la miró a los ojos con complicidad, como si
supiera lo que llevaba debajo de la amplia camisa de algodón.
—Tal vez yo me lo pusiera si fuera a recibir una clase sobre los rituales de
apareamiento en los humanos -dijo, y al segundo se arrepintió.
Cal se acercó un poco más y le rodeó los muslos con los suyos bajo el
escritorio.
—Maddy, no estarás provocándome con el encaje negro.
—Dame una buena razón para no hacerlo.
—Perderás la oportunidad de convertirte en profesora titular cuando toda
la facultad te oiga gritar por el orgasmo que te voy a provocar.
Capítulo Siete
Al terminar la clase, llamó a Allison para ver cómo estaba, y esta le prometió
que ya estaba metida en la cama con un libro de Nietzsche. Una lectura
liviana para el genio de su hermanita, pensó.
Más tranquilo, colgó el teléfono y se preguntó qué haría con Madeline esa
noche. Había decido algo, que la llevaría a ver su nueva adquisición para la
franquicia de su negocio. Además, no había tenido oportunidad de
preguntarle más cosas sobre su interés por los coches y eso lo intrigaba.
Después, tal vez fueran a ver algún concierto en Butchertown y se tomarían
unos capuchinos.
Nervioso como un chiquillo en su primera cita, Cal no tenía ni idea de cómo
retractarse de la broma de tinte sexual que habían compartido el día
anterior.
Su única esperanza era que Maddy también estuviera nerviosa y le
permitiera llevar las riendas de la cita. Tal vez entonces pudiera ofrecerle
una introducción más civilizada al arte de seducir, algo que ella merecía más.
Cal había recibido muchas sorpresas en su vida, pero ninguna como la que
Madeline acababa de darle con su escandalosa proposición.
Apretó los dientes, empeñado en no apresurarse a hacer algo de lo después
ambos se arrepentirían.
—Tú mereces algo mejor que el asiento trasero de un coche, Maddy. Por
muy altos que sean tus tacones, sigues siendo una mujer respetable.
—Y fíjate a dónde me ha conducido el ser tan respetable; han rechazado mi
tesis y mi carrera está en el aire. Por no mencionar que, a este paso, seré la
única que me doctore con mi virginidad intacta. No tengo trabajo, y no tengo
vida propia. No quiero seguir yendo a lo seguro.
Cal sabía que sus defensas estaban disminuyendo. Dios sabía que estaba
haciendo lo posible para hacer aquello del modo más honorable.
Entonces se le ocurrió una idea. Un modo seguro de que Madeline se diera
cuenta de que no estaban hechos el uno para le otro. Lo único que tenía que
hacer era llevarla al taller.
Le agarró la barbilla con suavidad.
—Cariño, tú en veinticinco años has conseguido más de lo consigue mucha
gente en toda su vida. No tengas prisa.
Ella se mordió el labio y no dijo nada, pero no pudo ocultar la decepción
evidente en su mirada. Cal se preguntó cómo demonios se había convencido a
sí misma de que un mecánico venido a más como él era el hombre adecuado
para una académica de sangre azul como ella.
Pero pronto entendería la verdad.
—Te voy a llevar por ahí como tú mereces, Maddy. Pero primero quiero
enseñarte algo.
Pasados cinco minutos Cal aparcaba el coche en el oscuro aparcamiento de
su taller nuevo.
Ella saltó del Chevrolet antes de que a él le diera tiempo a abrirle la puerta.
Tal vez Maddy fuera una brillante profesora de sociología, pero él era el
primer hombre que le enseñaba algo de las relaciones entre hombres y
mujeres.
—Me alegro de ver tu último negocio, Cal, de verdad que sí -se tiró del
borde de la falda, incitándolo a que le mirara las piernas—. Pero sigo
esperando poder recibir una lección esta noche.
—No hay miedo de que me olvide, Maddy.
Cal no quiso tocarla por miedo a no poder parar, de modo que fue hacia la
puerta de entrada y la abrió. Sus tacones iban marcando un seductor ritmo
al tiempo que caminada por el aparcamiento en dirección a donde él la
esperaba. Por un instante se imaginó que sus manos le recorrían el cuerpo
con el mismo acento lánguido. Al cruzar la puerta pasó junto a él, y el
corazón se le aceleró. Maddy olía a frambuesas y a goma de mascar.
—¡Hay un taller de pintura también! -exclamó Maddy-. ¡Y un lavado de
coches!
La observó mientras ella se apresuraba a tocar el arco iris de latas de
colores, sorprendido por su interés.
Apretó el botón del tren de lavado y dejó que Madeline se deleitara con la
eficiencia del espectáculo. A través del cristal y desde toda la zona de
recepción, se podía ver el sistema más puntero pulverizando agua, echando
espuma rosada y escupiendo cera amarilla. Los suaves cepillos daban vueltas
y más vueltas, precipitándose y girando en busca de un vehículo que limpiar.
Cal sabía que otras personas no compartían su entusiasmo por su negocio;
sobre todo no la estudiante de posgrado, cuyo mundo giraba alrededor de
académicos e investigaciones. Perfect Timing era para él un sueño hecho
realidad, pero Maddy solo vería un lavadero de coches.
-¡Vaya! -se volvió para mirarlo, y en sus ojos vio reflejado la misma emoción
que él había sentido cuando había entrado en el taller por primera vez-. ¡Es
maravilloso!
Dejó la máquina y dio la vuelta al mostrador para unirse a ella,
desmesuradamente complacido y aterrorizado al mismo tiempo de que la
profesora le diera buenas calificaciones a algo que no fueran exámenes.
—Le expliqué a un arquitecto lo que quería, y no daba crédito a mis ojos
cuando el hombre consiguió que todo saliera adelante justamente como yo
había deseado.
—¿Esto se te ha ocurrido a ti?
Al ver la admiración reflejada en su expresión, Cal asintió, pensando que
jamás podría decirle que no a esa mujer.
—Mi madre dice que lo que hago es soñar despierto -le confió.
Maddy se volvió hacia él con una sonrisa picara en los labios.
—Dicen que si sueñas, entonces puedes conseguirlo.
—Supongo que sí.
Se volvió a apagar la máquina. Su intento de ahuyentarla había sido un
auténtico fracaso, pero por fin podría pasar la noche con ella. No podía
continuar negando lo que sentía por Maddy, y desde luego estaba deseando
salir de allí y satisfacer todos y cada uno de los deseos eróticos que
Madeline Watson hubiera tenido en su vida.
—¿Quieres probarla? -la voz de Madeline le dejó helado.
Cal sintió una gran decepción mientras se volvía hacia ella.
—Puedes meter el Chevrolet si quieres, pero...
Ella le agarró de la mano y tiró de él hacia la entrada del tren de lavado.
—No. Me refiero a que si «tú» quieres probarla.
—Estás de broma.
El ruido de la maquinaria aumentó a medida que se acercaban a la puerta. El
zumbido de la sangre corriéndole por las venas parecía igualarse al de los
dispositivos.
Por primera vez desde que la había recogido en su casa, Cal se deleitó
mirándola de arriba abajo pausadamente, a la luz tenue de la recepción. ¿La
profesora quería lecciones de amor?
Bueno, por Dios que haría lo posible para asegurarse de que le enseñaba bien
antes de que ella se buscara a otro tutor.
Ella le dedicó una sonrisa que le dejó sin palabras. Su fe en él era un
importante recordatorio de que aquella mujer no era sencillamente otro lío.
Por muy científicamente que la profesora Maddy abordara aquel asunto de
la seducción, nada sería lo mismo entre ellos después de esa noche. Tenía
que conseguir que ella jamás olvidara el tiempo que habían pasado juntos.
—¿Y qué pasa con la lección de seducción de esta noche? -le preguntó él,
sabiendo que no podría esperar más.
Ella se detuvo a la puerta y le dedicó una de sus sonrisas más encantadoras.
—He decidido que no hay nada más seductor que aprender entre burbujas
rosadas.
Oh, Dios... ¿De dónde sacaba la señorita Inocente ideas tan eróticas como
aquella? Esperó un momento, intentando imaginarse cómo podrían ponerse
para que los cepillos giratorios no los mataran.
—Por favor...
Su suave ruego terminó de derribar sus débiles defensas. Cal se inclinó
sobre ella, incapaz de pasar un minuto más sin tocarla.
Ella cerró los ojos al sentir el roce de sus manos en la cintura, enredándose
en su sedosa melena castaño oscuro. Le echó los brazos al cuello. Cal se
apoyó contra la puerta de cristal que había detrás de ella, con las máquinas
vibrando a través de la barrera, y todo él se estremeció.
Ella ladeó la cabeza para que la besara. No deseaba nada en el mundo más
que aceptar aquella tentadora oferta, pero primero se aseguraría de que
Madeline jamás olvidaría aquella primera lección. La levantó en brazos y
entró así con ella por la puerta de servicio.
El ciclo de aclarado los sorprendió nada más entrar, pulverizando agua sobre
las piernas de Maddy y las manos de Cal, pero no logró mitigar el calor que le
produjo el contacto de sus suaves curvas.
—¡Cal! -exclamó Madeline entre risas.
—Demasiado tarde ya, profesora -le dijo al oído-. Eres toda mía.
Ella se quedó inmóvil y dejó de reír. El único sonido que se oía eran las botas
de Cal caminando a lo largo del tramo que había paralelo a la máquina. Es-
taría seguros en el estrecho pasillo, pero acabarían totalmente empapados.
Cal caminó a través de una bruma de agua hacia el ciclo del enjabonado.
Cuando estaban cerca de las bocas de las pequeñas mangueras que
pulverizaban burbujas rosadas, ella se retorció entre sus brazos.
—Quieto ahí -agarró un surtidor antes de que él pudiera dejarla en el suelo,
rozándole el brazo con sus pechos al hacerlo-. Ya te tengo.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, le bombardeó el pecho
con espuma, haciendo que la camiseta se le pegara al cuerpo.
—Podría hacerte yo lo mismo -le miró los pechos, pensando que eran un
blanco provocativo, y vio que ya se le trasparentaba el sujetador de encaje
que llevaba debajo-. Pero creo que me vengaré de otro modo.
Le quitó la manguera de la mano, que al colocarse en su sitio lanzó otro
chorro de espuma que le mojó la espalda y las piernas de ella. Cal la arrimó
contra la pared, protegiéndola de la mayor parte de la fina lluvia con su
cuerpo. Muy despacio, la ayudó a ponerse de pie, asegurándose de que no
metía los tacones en ninguna rendija.
Maddy gimió suavemente cuando él le deslizó las manos por los muslos
resbaladizos. Se agarró a los hombros de Cal con la punta de los dedos,
tambaleándose ligeramente sobre los tacones de aguja.
—Por favor, Cal -susurró.
—La venganza, en este caso, no tiene nada de dulce -le deslizó las manos
bajo la falda y le agarró de las caderas.
Entonces la estrechó con fuerza, amoldando su figura a su cuerpo. Aquel
contacto pleno, incluso vestidos, le ablandaba el cerebro y le hacía
estremecerse de deseo. El agua fresca no consiguió aplacar aquel intenso
calor.
—Puedes vengarte como quieras -le levantó la camiseta y extendió los dedos
coronados de laca roja por su pecho-. Tengo toda la noche.
—Cariño, no tienes idea de lo que me estás ofreciendo.
Cal se quitó la camiseta y la tiró al suelo, pero vaciló al ir a desabrochar los
botones de su húmeda blusa.
—Creo que no me vendría mal -dijo, provocándolo con la turgencia de sus
senos.
La tela vaquera mojada resultó ser su peor enemigo. Cal se dio cuenta de
que estaba más excitado por ella de lo que lo había estado en su vida por
ninguna mujer, y eso que aún no la había besado.
Los chorros de agua le golpeaban la espalda, urgiéndole a separarle los
muslos y perderse dentro de ella. Pero una mujer como Madeline merecía
una apreciación más minuciosa. Empezó a trazarle el contorno de los labios
con el dedo, y a los pocos segundos Madeline se lo agarró, se lo metió en la
boca y empezó a succionárselo.
—Dime si esto es lo que quieres.
Cal le desabrochó la camisa con dedos hábiles, acostumbrados a tocar el
más delicado de los motores. El sujetador mojado se le quedó pegado a los
pechos durante unos segundos antes de que él se lo quitara.
—Esto es lo que quiero -contestó Maddy.
Sin más dilación, Cal se volvió y le roció los pechos con la espuma,
distribuyéndola suavemente entre ellos.
Cal se agachó y le retiró un poco de espuma de uno de los pezones para
metérselo en la boca. Maddy le hundió los dedos entre los cabellos. ¿Quién
habría pensado que ocultaba tal deseo por los placeres carnales bajo esas
chaquetas de tweed que había llevado puestas hasta la semana pasada?
La ternura por esa mujer, a la cual admiraba vestida como fuera, le hizo
buscar sus labios para darle un beso suave y prolongado. Con sabor a goma
de mascar y a jabón, Madeline era la gloria personificada.
—Te necesito ya, Maddy.
—Creo que yo te necesito más, Cal. Tengo un preservativo en mi bolso.
Cal levantó su pequeño bolso de cuero de donde se había caído.
—Qué bendición que estés preparada, cariño. Espera un momento.
Cal terminó de quitarse la ropa interior y se puso el preservativo; entonces
levantó a Maddy del suelo. Ella entrelazó las piernas alrededor de su
cintura, v Cal experimentó un momento de absoluta satisfacción cuando
Maddy cruzó los tobillos a su espalda.
Todo el nerviosismo anterior había desaparecido. La alumna pasó a ser
profesora cuando apretó con fuerza las piernas alrededor de su cintura y
meneó las caderas sobre su erección.
A Cal lo recorrió un profundo estremecimiento, junto con la urgencia de
poseer a Maddy de todas las maneras posibles. Su resbaladizo calor le hizo
arder con una necesidad tan fiera que lo sorprendió.
—Intentaré no hacerte daño -susurró, apoyándola contra la pared.
Se colocó delante de ella, empeñado en conseguir que esa primera vez fuera
maravillosa para Maddy.
—¡Ni de casualidad!
Maddy le agarró la cara con las dos manos y lo miró a los ojos antes de que
él se hundiera poco a poco en ella.
Al ver que hacía una mueca, Cal se retiró y le pesó no haberla iniciado con
más suavidad. Pero entonces dejó de pensar al ver que ella se recuperaba
con tremenda rapidez, si sus contoneos eran indicación de algo.
Los chorros de agua fresca le golpeaban las espalda, pero solo aliviaban
levemente su ardor. La sangre le quemaba en las venas y el pulso le latía en
las sienes con fuerza. Abrazó a Maddy, pero no era suficiente.
La levantó y después la volvió a abrazar, buscando una satisfacción que
sospechó que no conseguiría en solo una noche con ella.
Entonces Cal le acarició el centro de su ardiente sexo, donde se unían los
muslos. Ella se arqueó totalmente, ofreciéndose a él hasta que Cal siguió un
ritmo que vibró a través de sus cuerpos.
El cuerpo de Madeline se estremeció contra el suyo en sucesivas oleadas, y
él la siguió a los pocos segundos.
Cal la abrazó durante otro ciclo de aclarado, incapaz de moverse.
Finalmente, ella se apartó de él suavemente y se estiró la falda.
—Vaya...
El simple comentario fue suficiente para dejarle satisfecho.
Mientras se vestía, Cal la observó complacido. Dios, era tan bella...
—¿Estás lista para unas cuantas rondas como esta?
—¿Estás de broma? -se quitó los tacones y le sonrió-. Ya tengo material
suficiente para todo el proyecto.
Cal se quedó cortado e intentó no hacer una mueca por el golpe que su
comentario acababa de darle en su amor propio. Acababan de volver a des-
cubrir el sexo, y resultaba que, aparentemente, ella había estado demasiado
ocupada tomando notas como para darse cuenta.
—Ah. ¿Entonces ha sido una buena investigación?
—La mejor.
Se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, pero Cal no sabía si
estaba de humor ya para más besos, o para más investigación.
De algún modo esa noche, en el inverosímil paraíso de su taller, Cal había
sido aparentemente seducido por una maestra.
Capítulo Nueve
Dos días después de su espumosa iniciación a la condición de mujer,
Madeline rebuscaba en el cajón de su escritorio para dar con su último
escondrijo de caramelos de café con leche.
Tenía tres horas libres hasta su próxima clase y, como no dejaba de pensar
en Cal, decidió que necesitaba algo más contundente que un pedazo de goma
de mascar.
Madeline se preguntó por enésima vez qué habría ido mal la noche de autos.
Localizó la bolsa de caramelos y peló uno. Tal .vez si se tomara la bolsa
entera, lograra dejar de pensar en el modo en que Cal se había sumido en
largos silencios durante el camino de vuelta a casa de Madeline esa noche.
Todo había ido bien hasta que le había comentado lo inspiradora que había
resultado su lección. ¿Qué hombre no se habría sentido orgulloso de oír
eso?
Por supuesto, tal vez no hubiera dicho precisamente que la había inspirado.
Se golpeó suavemente la sien con un lápiz, intentando recordar la conversa-
ción exacta.
Tal vez había dicho algo de que él le había proporcionado material suficiente
para su tesis. Otro comentario que debería haberle gustado, ¿no?
Madeline miró los envoltorios de caramelos y se preguntó por qué se sentía
igual de triste como hacía un rato.
Una insidiosa voz le replicó el porqué. Tal vez a Cal no le había hecho gracia
que ella le hablara de su tesis a los tres minutos de consumar su relación.
¿Acaso el divorcio de sus padres no le había enseñado nada?
Las personas normales no disfrutaban alrededor de académicos despistados
como su padre o ella, que no desconectaban nunca de su trabajo.
Había decepcionado a su padre por no dedicarse a las ciencias. Había
frustrado las expectaciones de sus superiores en la universidad por no
continuar con el tipo de sociología en la que siempre había destacado en el
pasado. Y probablemente había disgustado a Cal hablándole de su tesis cinco
minutos después de vivir la experiencia más profunda de su vida, en lugar de
decirle lo increíblemente bien que le había hecho sentir.
Seguramente lo habría hecho sin darse cuenta porque el trabajo era un
tema en el que se sentía cómoda. Después de hacer el amor con él, Madeline
se había sentido muy nerviosa e insegura de sí misma.
No era de extrañar que la hubiera dejado a la puerta de su casa sin querer
pasar. Por su cabeza loca había ofendido al hombre que había sido su mejor
amigo en los últimos cuatro años.
Madeline se quedó mirando la página en blanco del cuaderno donde había
pensado plasmar sus impresiones sobre el paso final del ritual de aparea-
miento en los humanos. Pero escribir lo que había pasado entre Cal y ella se
le antojó de repente de muy mal gusto, algo que abarataría un encuentro que
la había dejado sobrecogida por su fuerza.
Cerró el cuaderno y lo dejó a un lado sobre el escritorio, prometiéndose a sí
misma que no desluciría la noche que había pasado con Cal más de lo que ya
lo había hecho. Más tarde o más temprano, encontraría un modo de hablar
con él y disculparse.
Con un poco de suerte, al menos podría salvar su amistad. Una relación más
íntima, sin embargo, resultaba del todo imposible.
Los intelectuales como Madeline no estaban hechos para relacionarse
normalmente con los demás.
La voz de una joven a la puerta interrumpió sus tristes pensamientos.
— ¿Profesora Watson?
Madeline se volvió y vio a Allison Turner, la hermana pequeña de Cal, a la
puerta de su oficina.
—Pasa, Allison -Madeline la invitó a pasar-. Y por favor dejémonos de
formalidades. Puedes llamarme Madeline.
Allison sonrió.
—Gracias. Solo será un minuto, y siento molestarte -cerró la puerta y se
sentó en una de las sillas del despacho.
Tenía la misma sonrisa que Cal y tal vez los mismos pómulos, pero las
similitudes terminaban ahí. Era rubia y de ojos azules, mientras que Cal
tenía el pelo castaño medio con tonalidades rojizas.
—Tómate tu tiempo -Madeline se volvió y se sentó de frente a ella,
deseando poder preguntarle por Cal.
—Se trata de Cal.
Madeline se puso derecha.
— ¿Qué le pasa?
Allison se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Lleva todo el fin de semana de un humor de perros, y no quiere decirme
por qué -frunció el ceño—. ¿Te dijo algo la otra noche cuando salisteis?
—A ver... Pensándolo bien, no. No me dijo nada.
La hermana de Cal se cruzó de brazos.
—Si dijo algo de mí, como que estaba muy decepcionado por ejemplo, me
gustaría que me lo dijeras.
—Te aseguro que no -contestó con firmeza-. No hablamos de ti
específicamente la otra noche, pero sé con seguridad que no está
decepcionado contigo en absoluto.
Se inclinó hacia delante y le dio a la chica un apretón en el brazo. Sin duda
Allison habría pasado un año infernal.
Allison le agarró la mano como si le fuera la vida en ello.
— ¿Pero cómo lo sabes? Apenas ha hablado en los últimos tres días. Creo
que está furioso porque le abollé el parachoques del Thunderbird el viernes
por la noche.
—Estoy segura de que no está enfadado contigo -Madeline sabía por qué Cal
estaba de mal humor, pero no pensaba hablar de eso con Allison-. ¿Cal tiene
también un Thunderbird?
—Del cincuenta y ocho, creo -Allison asintió distraídamente-. Es que ha
estado tan callado y malhumorado.
Madeline se preguntó dónde encontraría esas joyas. Entonces pensó en las
palabras de Allison y deseó poder ayudarla de algún modo.
—A veces mi padre actúa así. A veces tengo que hablar más para compensar
sus silencios.
Allison entrecerró los ojos.
— ¿Y eso funciona?
— ¡Pues claro que sí! -Madeline escogió un tema que tal vez animara a la
adolescente-. Soy una experta en charlar hasta conseguir que los hombres
indiferentes dejen de serlo.
— ¡Estupendo! Entonces puedes venir a comer con nosotros para disipar la
tensión -Allison se levantó de un salto y le tiró de la manga.
— ¿Qué?
El miedo la dejó pegada a la silla.
—Cal dijo que se pasaría a comer conmigo hoy, pero tengo miedo de que nos
sentemos en algún sitio y me pase todo el rato mirando un sandwich.
Allison le echó una mirada suplicante con aquellos ojos picaros y vivarachos,
y Madeline deseó haber tenido una hermana como ella de pequeña.
Además, tenía que enfrentarse a Cal en algún momento, ¿no?
—De acuerdo -accedió Madeline, permitiendo que Allison tirara de ella-.
Pero tengo una clase esta tarde.
Allison sonrió.
—Estarás aquí a tiempo, te lo prometo -le dio un abrazo a Madeline-. ¡Espera
a que Cal vea que estás conmigo!
Madeline agarró el bolso y siguió a Allison.
—Se quedará bien sorprendido.
— ¡Y contento! -añadió Allison, agarrándola del brazo como si fueran viejas
amigas-. Seguro que después de verte estará de mejor humor.
Por primera vez desde que había dejado a Madeline a la puerta de su casa el
martes por la noche, Cal pensó que tal vez debería intentar cambiar de hu-
mor.
Condujo hasta el campus de Louisville en un Chevrolet que había arreglado
para Allison; una sorpresa que le dejaría alucinada.
Solo tenía que tener cuidado para no encontrarse con la intelectual de
Madeline y estropear su tímido intento de ser agradable. La felicidad de
Allison era demasiado importante para él para estropearla con sus penas
amorosas.
Había quedado con Allison en una estatua de bronce que había delante de la
entrada principal; así podría aparcar convenientemente su regalo en la
acera, a pocos metros de la estatua.
Después de pensárselo mucho durante el fin de semana, Cal había decidido
que sería mejor darle a Allison un poco de libertad en lugar de lo contrario.
Ella tenía razón; trabajaba mucho durante toda la semana y tenía derecho a
salir un poco los fines de semana.
Giró por la entrada principal de la universidad, maniobrando con facilidad
entre el tráfico escaso. A Cal le gustaba aquella parte del campus, con su
aspecto de universidad tradicional, y sobre todo la estatua de bronce de El
Pensador.
Enseguida vio a Allison con su ropa floreada. Ya había tocado el claxon
cuando se dio cuenta de con quién iba su hermana pequeña paseando por el
campus.
Madeline Watson. La mujer que pensaba que su habilidad sexual debería
estar redactada en su tesis.
La misma mujer que sin saberlo había destrozado unos sentimientos que él ni
siquiera sabía que tuviera hacia ella.
Tanto Maddy como Allison se volvieron al oír el claxon, junto con otras
tantas personas que cruzaban el campus en ese momento. Brevemente pensó
en continuar y posponer el almuerzo con su hermana, pero enseguida decidió
que eso sería muy egoísta por su parte.
No había estado con Allison desde que Madeline le había vuelto el mundo del
revés. No quería que su hermana pensara que estaba evitándola.
Además, le había costado mucho trabajo encontrar un coche bonito para
ella. Se negaba a dejar que lo que ocurriera entre él y Maddy le impidiera
disfrutar del momento.
Sencillamente se centraría en Allison, y Madeline seguiría su camino en
cuanto viera que Cal había quedado para almorzar con su hermana. Podría so-
portar la presencia de Maddy durante cinco minutos sin romper su promesa
de no volver a tocarla, ¿no?
Solo sería cinco minutos.
— ¡Allison! -Cal sacó la cabeza por la ventanilla y agitó el brazo.
Se detuvo en un espacio libre junto al bordillo de la acera.
Su hermana lo vio y tiró de Maddy.
— ¡Eh, Cal! -Allison llegó al coche y se inclinó en la ventanilla del conductor-.
¿Estás robando coches del taller? -se burló.
—De eso nada, muñeca.
Salió del coche y saludó a Madeline, que se detuvo al lado de su hermana.
La estudiosa se colocó las gafas que se había vuelto a poner, y Cal sintió un
escalofrío que le bajó hasta los pies.
—No me digas que te hiciste con este para sustituir al Thunderbird -
comentó Allison-. No te imagino en algo tan lento.
—Bueno, espero que te imagines a ti misma, al menos -sacó un pequeño lazo
rojo del bolsillo de los pantalones y lo plantó en la brillante capota blanca-.
Es todo tuyo, hermanita.
Allison frunció el ceño, pero Madeline pareció entenderlo a la primera. Cal
no pudo evitar la oleada de orgullo que sintió cuando Maddy sonrió de apro-
bación.
—Estás de broma -consiguió decir su hermana finalmente.
—Caramba, chiquilla, muestra algo más de fe en tu hermano mayor -salió e
invitó a Allison a ocupar el asiento del conductor-. ¿Crees que voy a dejar
que se te pasen todas esas oportunidades de desarrollar tu vida social
mientras te quedas conmigo en casa todos los fines de semana?
Cal notó que Maddy retrocedía un poco y aplaudió su sensibilidad.
—OH, Dios, Cal. ¡Muchas gracias! -Allison saltó del coche y casi estuvo a
punto de tirarlo del abrazo-. Maddy, ¿a qué es increíble? ¡Maddy! Ven aquí a
ver mi coche.
Maldición. Cal deseó rodear con sus manos aquella cintura de avispa y
estrechar su cuerpo con fuerza.
Allison lo soltó para tirar de Madeline.
— ¿A que es increíble? -abrazó también a Maddy y al momento volvió a su
coche, más contenta que un niño con zapatos nuevos-. ¿Puedo ir a darme una
vuelta? -le preguntó, jugueteando ya con las llaves en la mano.
Apenas Cal dijo que sí, ella ya estaba arrancándolo y colocándose el cinturón
de seguridad.
—Solo voy a dar una vuelta a la manzana, ¿vale? -ajustó los retrovisores y
los asientos.
Cal asintió, y entonces se dio cuenta de que eso le dejaría allí de pie, solo,
junto a la tentación más grande de su vida.
—O bien nos podrías llevar hasta donde vamos a almorzar...
Allison sacudió la cabeza mientras metía la primera.
—Quiero que comamos en el campus para no llegar tarde a la clase de
Maddy.
Oh, no. ¿Querría decir eso lo que le parecía que quería decir?
Temiéndose lo peor, Cal fue a abrir la puerta del copiloto, pero Allison ya
estaba avanzando hacia el camino asfaltado.
— ¡Madeline viene con nosotros! -dijo a través de la ventanilla justo antes
de desaparecer.
Cal y Madeline se quedaron allí solos.
Cal pensó en el incómodo trayecto a casa de Madeline del martes por la
noche. Pero enseguida se dijo que debía mantener la cabeza fría para asegu-
rarse la custodia de Allison. Y también por respeto hacia sí mismo.
Madeline se aclaró la voz con exageración, como una profesora intentando
llamar la atención de una clase. Cal se figuró que le daría una excusa para no
almorzar con ellos.
—Llevo todos estos días queriendo disculparme por lo de la otra noche.
Lo miró a través de las lentes de sus gafas, pero el reflejo del sol le impidió
distinguir la expresión de su mirada. Llevaba el pelo recogido con una coleta
baja.
Para el resto del mundo tal vez diera el aspecto de profesora despistada
que no se ocupaba de su apariencia. Pero Cal veía en ella a la niña alocada;
peor aún, veía a su buena amiga.
—Maddy, no tienes por qué...
Ella lo sorprendió interrumpiéndolo.
—Sí, tengo por qué -se ajustó las gafas más con determinación que con
nerviosismo-. Me sentí tan, no sé... abrumada la otra noche, que tal vez
soltara algún comentario grosero solo porque en realidad no sabía qué decir.
Cal pensó que se había dado cuenta perfectamente de lo que estaba
diciendo. Sencillamente se había mostrado más interesada en su
investigación que en estar con él, pero no pensaba confiarle su punto de
vista. Mejor sería olvidar todo el episodio y seguir adelante.
—No pasa nada, yo...
— ¡Sí que pasa! -insistió, agarrándolo del brazo y borrando de un plumazo su
habilidad para pensar a derechas.
Por un breve instante, cuando lo único que pudo imaginarse fue estrecharla
entre sus brazos, se preguntó si podría olvidarse de su alocada búsqueda de
información sobre los rituales de apareamiento e invitarla a salir.
Pero eso sería buscar problemas; un modo de hacerse daño el uno al otro y
de destrozar el hogar estable que había creado para Allison.
—No lo entiendes, Cal. No puedo separar mi vida de mi trabajo. Pero sé que
a otras personas les molesta. No puedo evitar ver cómo todo el mundo se re-
laciona desde un punto de vista sociológico, incluso cuando me lo estoy
pasando pipa -hizo una pausa y se mordió el labio-. Bueno, tal vez no debiera
mientras me lo estoy pasando pipa, pero sí al poco rato.
La agarró por los hombros, sintiendo la necesidad de sofocar sus
declaraciones antes de empezar a pensar en lo que había dicho.
Probablemente sería mejor que se distanciaran un poco.
—De verdad, Maddy, no fue para tanto.
Ella se puso tensa.
—Perdona, Cal, pero para mí sí que lo fue.
Vaya, casi había olvidado que había sido la primera vez para ella.
—Lo siento -la soltó y retrocedió un paso, deseando que le resultara tan
fácil apartarla de sus pensamientos-. ¿Estás bien?
—Por supuesto que estoy bien. Solo quiero que escuches mi disculpa.
— ¿Todavía te estás disculpando?
—Todavía estoy explicándotelo.
—Entiendo.
Esperó a que continuara, pero en lugar de hacerlo, Madeline se quedó
mirando fijamente hacia un punto del camino que había a sus espaldas.
Cal oyó que se cerraba la puerta de un coche, y sonrió al ver a un hombre de
mediana edad pagando a un taxista.
—Bueno, desde luego ese no es Allison.
Madeline entrecerró los ojos.
—No. Sin duda es el conocido profesor de física, doctor Watson. Parece que
finalmente el científico en persona ha venido a la ciudad.
¿El padre de Maddy?
Estupendo. Justamente lo que necesitaba. Un padre furioso que le
diseccionara las entrañas por robarle la virginidad a su hija, apoyados
contra la pared de un tren de lavado de coches.
Capítulo Diez
Cal solía pasar los sábados trabajando con sus coches, y disfrutaba mucho
con esa tarea. Sin embargo ese día, mientras abría las puertas del establo
que había trasformado en garaje, no sintió el mismo entusiasmo de siempre
por su pasatiempo favorito. Aún estaba dándole vueltas a la conversación
que había tenido con Maddy, y a su primer encuentro con el doctor Watson.
A juzgar por la mala cara que había puesto el doctor, le había quedado claro
que quería que Cal desapareciera y dejara sola a Madeline.
Se puso a trabajar, pensando que su encuentro con el padre de Madeline
debería recordarle todas las razones por las que tenía que mantenerse
alejado de ella.
Los dos enseñaban en la misma universidad; pero antes que eso, estaba claro
que provenían de ambientes muy distintos. Además, cada uno tenía distintos
objetivos en la vida. Para él la enseñanza podría ser un trabajo secundario.
Su primer interés siempre sería su negocio.
Madeline enseñaba porque pertenecía a la élite académica, como su padre.
Un día publicaría sus trabajos en una revista importante y viajaría por el
país dando conferencias.
Sus caminos probablemente no se cruzarían en el futuro. Y Maddy ya le
había dejado claro que no deseaba ninguna relación en su vida en esos
momentos.
¿Así que por qué perder el tiempo pensando en ella sin parar?
Se golpeó sin querer el dedo con el mazo, y soltó una palabrota. Tenía que
concentrarse en lo que tenía entre manos si no quería perder el dedo
entero.
Tal vez esa noche se decidiera a pasarse por la biblioteca. Llevaba unos días
pensando en ir a consultar unos cuantos libros sobre la psicología de los ado-
lescentes superdotados. Su hermana merecía tener, al menos, un hermano
bien informado.
— ¿Disculpe? -se oyó una voz fuera del garaje-. ¿Cal Turner?
Cal se figuró que solo un vendedor podría ir por allí un sábado.
Quienquiera que fuera entró en el garaje, a juzgar por el ruido de los pasos
sobre el suelo de cemento.
Aparentemente, quienquiera que hubiera entrado no iba a darse por vencido
con facilidad.
El intruso soltó un largo silbido de admiración, y Cal se dio cuenta
inmediatamente que el visitante tenía buen ojo para los coches.
Con la esperanza de poder dejar de pensar en Madeline durante unos
minutos, Cal salió de debajo del coche.
Entonces se encontró cara a cara con el antipático padre de la mujer que
dominaba sus sueños. Solo que en ese momento su expresión le pareció muy
agradable. No. El doctor Watson tenía la boca abierta y paseaba la mirada
con apreciación por su Thunderbird del 58.
Cal se incorporó y vio cómo el padre de Maddy babeaba por la mejor pieza
de su colección.
— ¿Qué desea? -preguntó finalmente Cal.
El doctor Watson asintió vagamente, sin dejar de mirar el coche.
—Maddy me dijo que tenía un Chevrolet del 57, pero nunca mencionó este -
señaló el que tenía delante.
—No lo ha visto.
Cal no sacaba a menudo ese coche. Y, a no ser que fuera a su casa, Maddy no
lo vería.
Maldita sea, tenía que quitarse de la cabeza a Maddy y a su absurda tesis.
El doctor Watson sonrió.
—Se quedaría impresionada.
Cal no quería pensar en impresionar a Maddy. Más bien sería mejor dejarla
en paz. Esperó, sabiendo que el padre de Maddy no había ido allí a hablar de
coches.
—Es buena chica, sabe -dijo por fin el hombre, volviéndose a mirar a Cal-.
Solo algo distraída a veces. Siempre ha sido un tanto despistada como para
llegar a disciplinarse.
Cal no estaba seguro de poder seguir la conversación.
— ¿Estamos hablando de su hija?
El doctor Watson se puso tenso.
—Por supuesto.
—Maddy es la mujer más disciplinada que he conocido en mi vida.
El hombre sonrió.
—Tal vez, hijo, pero en su campo debe trabajar con mayor rigor que en
otras profesiones.
—Estoy seguro de que sabe lo que hace -contestó Cal.
O al menos sabía lo que hacía con su trabajo.
Sin embargo -el padre continuó con tranquilidad-, he querido venir a verlo —
para pedirle que la apoye a conseguir sus metas.
En otras palabras, para decirle que se mantuviera alejado de su hija. Cal
entendió el mensaje a la perfección.
—Me dijo que usted es uno de sus mejores amigos -continuó el profesor-, de
modo que sé que querrá ayudarla tanto como lo quiero yo.
Su mejor amigo.
Gracias a Dios que el doctor no tenía idea de lo íntimos que se habían hecho
últimamente. Cal sofocó una provocativa imagen de Maddy cubierta de
burbujas rosadas.
—Quiero que sea feliz, señor.
Él doctor Watson sonrió.
—Bien. Mi Madeline es una chica lista y llegará todo lo lejos que desee si se
lo propone.
—Maddy es la mujer más inteligente que conozco -concedió Cal.
El hombre se puso hasta de puntillas y sonrió.
—Veo que tenemos más de un interés común -miró a su alrededor-. ¿Le
importaría enseñarme el Chevrolet antes de marcharme?
Mientras le conducía al cobertizo más pequeño donde dormía el Chevrolet,
Cal tuvo la impresión de que acababa de acceder a hacer algo más que ense-
ñarle un automóvil.
Había hecho un acuerdo tácito con el profesor de mantenerse alejado de
Madeline.
Tenía que ser discreto al menos hasta que pasara el juicio por la custodia de
Allison. Aún no había montado ningún escándalo con Maddy, pero todavía
quedaba una semana más hasta la vista, y Cal no podía arriesgarse, por muy
fuerte que fuera la tentación.
Capítulo Once
Capítulo Trece
Cal miró a Maddy a los ojos mientras se decía para sus adentros que tal vez
había reconocido demasiadas cosas. En un momento de despiste, había admi-
tido sentir por ella un grado de atracción que hasta ese momento se había
guardado para sí.
Miró a su alrededor para distraerse, preguntándose todo el tiempo qué era
lo que acababa de pasar.
Sí, acababa de experimentar la relación sexual más satisfactoria de su vida.
Y estaba del todo seguro de que había complacido también a Maddy.
Maldita sea. En su plan para seducirla con tanto fervor como ella a él, no se
había parado a pensar en lo que ocurriría después. ¿Qué debía hacer?
¿Disculparse por despeinarla y por mancharle un poco el sofá de jugo de
frambuesa?
Todo el tiempo Cal sabía que aquello no conduciría a nada permanente. El
matrimonio le había enseñado que no estaba hecho para invertir sus senti-
mientos de modo permanente. Solo acabaría decepcionando a Maddy al igual
que había decepcionado a su esposa.
—Maddy...
Le salvó de tener que decir algo ingenioso el ruido de voces a la puerta.
Voces.
Maddy se volvió hacia él, y ambos se miraron alarmados.
—¿Esperas a alguien? —susurró, agarrando los vaqueros.
Ella sacudió la cabeza, con los ojos abiertos corno platos.
Cal le lanzó el pijama mientras se ponía los pantalones. Entonces metió el
resto de la ropa debajo del sofá mientras la voz de la doctora Rose Marie
Blakely les llegaba desde el porche.
—¡Eh, Maddy, tu tesis está salvada! -dijo la doctora Rose, y después
continuó hablando con su acompañante.
La pareja se echó a reír, y a una risa masculina le siguió otra de mujer.
Madeline se puso el pantalón del pijama y se peinó el cabello con los dedos.
—Es Rose -dijo Maddy en tono desconsolado-. ¿Qué hago?
Rose Marie llamó a la puerta.
—¡Madeline! -dijo en tono menos amigable y más autoritario-. Tengo aquí
conmigo al doctor Rafferty .
Cal nunca había visto llorar a Maddy, pero en ese momento le pareció que
estaba a punto de hacerlo.
Aquello sería el escándalo del año si alguien se enteraba.
—¿Quieres que me esconda? -se tragó el amor propio por el bien de
Madeline, y por el de Allison.
No quería pensar que una estupidez le costaría perder a su hermana.
—No puedes. ¡Tu coche está aquí!
—¿Madeline? -llamó Rose.
Cal aspiró hondo, entendiendo por fin que tenía que quedarse a su lado.
—¿Quieres que vaya yo a la puerta?
Ella sacudió la cabeza con ímpetu.
—Yo iré -dijo en tono suave, y fue hacia la entrada.
—¡Ya voy!
Cal no sabía qué hacer, de modo que se puso a pasearse por el salón, lleno de
tensión.
Madeline descorrió el cerrojo y abrió la puerta unos centímetros.
—¿De quién es el coche que está ahí aparcado? —preguntó Rose Marie nada
más entrar.
Cal, que la había oído, dejó de pasearse. Maddy se quedó callada.
La doctora entró en el salón.
—Quiero decir, espero que no... -su voz se fue apagando y su paso vaciló al
ver a Cal.
El doctor Michael Rafferty entró detrás de ella, ajeno aún a la incómoda
situación que lo esperaba.
Cal no lo conocía personalmente, a pesar de que el profesor de sociología
daba una clase por las tardes en el mismo edificio que él. Sin embargo, aquel
desde luego no sería el mejor momento para conocerse.
El hombre sonrió a Madeline con afabilidad.
—Espero que no interrumpamos nada. Rose me aseguró que sueles trabajar
los domingos.
Rose Marie se aclaró la voz.
—Excepto hoy, supongo.
Antes de que Rafferty mirara de reojo a su colega, se dio cuenta de la
presencia de Cal.
Cal supuso que sus actividades matinales resultaban obvias. El desayuno
estaba por todas partes, y había pedazos de pina por el suelo.
El hecho de que Madeline estuviera despeinada y no llevara sujetador,
probablemente no escaparía al ojo clínico de la doctora.
Cal se adelantó con energía.
—Si vosotros tres tenéis que hacer algo, yo me marcho ahora mismo.
No quería dejar a Maddy en una situación comprometida como aquella, pero
si su marcha iba a lograr que disminuyera la tensión, se largaría.
Rose Marie se quitó de en medio casi de un salto.
—Solo necesitábamos unos minutos.
Cal sintió que en aquella mujer tenía a una aliada. Se aventuró a mirar a
Maddy. Su asentimiento, apenas perceptible, le dijo que siguiera adelante.
Pero antes de que se le ocurriera una buena excusa para salir, Rafferty se
inclinó hacia él.
—¿No nos conocemos?
Cal se quedó sin saber qué decir, y afortunadamente Rose Marie intercedió
en el silencio de Cal.
—Sabes, Mike, tal vez deberíamos hablar de esto mañana...
Rafferty chasqueó los dedos.
—Ya lo tengo. Usted da la clase posterior a la mía en el Edificio Honors.
Cal esperó a que soltara tal vez un reproche, pero Michael Rafferty señaló a
Rose Marie con acusación.
—¡Ja! Todo el mundo me dijo que los profesores no podían acostarse con las
alumnas de posgrado. ¿Acaso las reglas no se aplican en el caso de este jo-
ven?
Cal notó que Maddy se ruborizaba de pies a cabeza.
Maldición. Todo aquello era culpa suya.
Rose Marie suspiró.
—Por supuesto que sí se aplican. La universidad tuerce el gesto ante este
tipo de cosas -miró a Cal y a Maddy con evidente pesar-. Probablemente
debería hablar de este tema con su jefe de departamento, señor Turnen
El doctor Rafferty miró con gravedad en dirección a Cal.
—Lo que queremos implicar es que debe mencionarlo antes de que lo
hagamos nosotros.
Cal apretó los dientes. Su opinión sobre el profesor empeoraba según iban
pasando los minutos.
—He entendido la implicación, gracias.
Rafferty asintió.
—Tengo que reconocer que me resulta sorprendente llegar aquí para hablar
de una tesis sobre los rituales de apareamiento en el ser humano, y de
pronto encontrarme con el proceso de investigación en acción.
Maddy no se movió, pero Cal supo que esas palabras serían un duro golpe
para ella. Le dolió la vergüenza que debía estar pasando, y al mismo tiempo
se maldijo así mismo por someterla a aquello. Su fama había estado intacta
hasta que él había llamado esa mañana al timbre de su casa.
Gracias a Dios, Rose Marie eligió ese momento para abrir la puerta y darle
un codazo al doctor Rafferty para que saliera.
—Vamos, Mike, podemos hablar de el proyecto el lunes.
Rafferty no había dado ni dos pasos cuando se detuvo de nuevo.
—Tal vez no discutamos nada de esto el lunes, dependiendo de cómo
reaccione la administración ante este incidente -se volvió hacia Madeline y
la miró de arriba abajo con rapidez-. Su tesis no podrá tratarse si deciden
revocar su rectorado.
Madeline se tapó la boca con las manos; tal vez para ahogar un grito.
Cal no sabía qué haría sin su puesto en la universidad; ese trabajo
significaba todo para ella.
Maddy se volvió a Rose Marie.
—¿Podrían hacer de verdad eso? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Podrían
echarme del programa sin más?
Rose Marie miró a su acompañante antes de darle a Madeline unas
palmaditas en el hombro.
—No creo que hicieran algo tan drástico. Tu reputación en el departamento
siempre ha sido inmejorable.
—Pues claro que podrían -comentó Rafferty mientras salía finalmente por la
puerta.
—Lo siento -le dijo Rose Marie, articulando para que Madeline y Cal le
leyeran los labios, y siguió a su colega.
—Apúntame en su comité si no la expulsan, Rose. Estoy seguro de que
escribirá la tesis más picante que haya visto esta universidad -les llegó la
voz de Rafferty.
Cal apretó los puños al oír la risotada que siguió al comentario.
Madeline cerró la puerta con fuerza, habiendo sin duda escuchado cada
palabra tal y como lo había hecho Cal. Este fue a echarle el brazo por la
cintura, pero se contuvo.
Tal vez no acogiera de buen grado su gesto después de lo ocurrido. No le
extrañaría si ella lo culpaba por lo que había pasado. Él le había llevado el
desayuno y la había provocado hasta acabar como habían acabado. Él había
sido el que no había podido quitarle las manos de encima.
Y Maddy tendría que pagar por ello.
No los habían pillado besándose en el campus. No. Los habían sorprendido a
medio vestir en casa de Maddy; un flagrante escenario que probablemente
Madeline jamás habría imaginado cuando había decidido empañar un poco su
imagen de niña buena.
A pesar de su reciente licenciatura y de su puesto de profesor con
pretensiones, Cal había conseguido fastidiar algo muy importante. En el
fondo, seguía siendo un mecánico de un pueblo de Tennessee.
Peor aún, había traicionado la confianza de su hermana poniendo en peligro
su futuro. ¿Qué juez le daría la custodia a un profesor que había seducido a
una estudiante de posgrado?
No importaba que Maddy fuera adulta, o que nunca hubiera sido alumna
suya, o que se hubieran conocido cuando Cal aún no había empezado a dar
clases.
Miró a su alrededor, y la evidencia de su decadente mañana le recordó que
él había causado todo aquello. La palidez de Maddy no hizo sino aumentar su
sentimiento de culpabilidad. Tenía que salir de allí antes de empeorar las
cosas; antes de hacer algo estúpido como abrazarla e intentar consolarla.
—Será mejor que me vaya -murmuró, y fue a buscar sus llaves que estaban
sobre la mesa de comedor.
Madeline vio las llaves y las atrapó antes de que pudiera hacerlo él.
No pensaba dejarle marchar después de la pesadilla que acababan de vivir.
—Aún no.
No se vio capaz de enfrentarse a lo que quedaba del día hasta que se
hubieran sentado y hablado del embrollo que resultaba ser su relación.
Señaló la bandeja de fruta que había junto al sofá e intentó quitarle hierro
a la situación.
—Aún no hemos probado la comida.
Cal se frotó la mandíbula, como si estuviera pensando en cómo hacerse con
las llaves.
—¿No crees que hemos metido la pata bastante para un solo día?
—Siento todo esto. Sé que afectará la decisión del juez sobre la custodia
de tu hermana, y no sé cómo decirte lo mal que me siento.
No debería haber permitido que él se quedara a almorzar; debería haber
sido más inteligente. Pero ya que había pasado lo peor, ¿qué importaba si al
menos decidían qué hacer a partir de ese momento?
—Esto podría anular el juicio por la custodia, Maddy -dijo con pesar-.
Necesito concebir una estrategia sobre cómo voy a conducir todo esto.
—¿No deberíamos hacerlo juntos? -sugirió, ofreciéndole su amistad.
—Creo que vamos a tener que enfrentarnos a esto separadamente, Maddy.
Ambos nos jugamos mucho.
Maddy se acercó a él y le puso las manos sobre los hombros, esperando que
el contacto significara para él más que la lógica.
—Razón de más para que sigamos unidos. Tal vez si...
Él retrocedió.
—«Nosotros» no existe, Maddy -caminó hasta el otro lado de la mesa, como
si quisiera alejarse de ella-. Lo he fastidiado todo y lo siento. Pero tengo
que volver a casa y hablar con Allison antes de que se entere de esto por
otra persona.
Madeline lo miró fijamente, sabiendo que el dolor que sentía no era más que
un indicio del golpe que recibiría cuando él saliera por la puerta.
Cal extendió la mano.
—De modo que si me das las llaves...
Con cuidado de no tocarlo, Madeline las depositó en la palma de su mano.
Él fue hacia la puerta y se detuvo en el felpudo.
—Jamás pensé que esto pudiera ocurrir.
—No había modo de saberlo —le aseguró Madeline, deseando poder hacer
algo para que él se sintiera mejor-. Rose Marie nunca había venido en fin de
semana. Además, tú nunca has buscado problemas, Cal. No debería haberte
arrastrado a mi búsqueda de... experiencia.
Cal sacudió las llaves, pero no abrió la puerta.
—Ha sido algo más que una búsqueda, ¿no crees?
Ella sonrió para no llorar.
—De haber sido algo más, no creo que estuvieras yéndote en este momento.
Él se quedó mirando el felpudo unos segundos antes de abrir la puerta.
—Lo siento, Maddy. Sortearás mejor los obstáculos sin mí. Y yo tengo que
hablar con Allison.
Jamás lo había necesitado tanto como en ese momento. Pensó en decírselo,
pero finalmente optó por no hacerlo.
No podía.
Después de marcharse él se sentó a la mesa, temblando como una hoja.
El mejor día de su vida se había convertido en el peor, y Madeline no estaba
segura de cuánto tiempo pasaría hasta que se le pasara el aturdimiento y
solo persistiera el dolor.
La amenaza sobre su posición académica podría soportarla. Pero por fin
entendía que necesitaba algo más en su vida que los estudios, y no quería es-
perar hasta tener diez títulos colgados de la pared para conseguirlo. Quería
encontrar a esa persona especial, y quería que fuera ya.
Pero lo que no podría soportar era que Cal se marchara.
Al verlo salir por la puerta se dio cuenta de que era hija de su padre. Este
no había podido compaginar su carrera con su vida personal, y de pronto le
resultó muy evidente que ella tampoco podía.
Demasiado tarde se dio cuenta de su error. Cal no quería ni verla una vez
que probablemente Madeline habría echado a perder su oportunidad de
llegar a ser el tutor legal de su hermana.
En resumen, no podría haber elegido peor momento para darse cuenta de
que estaba enamorada de Cal.
Capítulo Catorce
Madeline jamás había agradecido tanto que fuera lunes por la mañana.
Después de una noche sin dormir, había llegado a una única solución posible a
su presente dilema.
En cuanto fueran las nueve, entraría en el despacho de Rose Marie y
renunciaría a su puesto de ayudante a profesor.
Sorprendentemente, el mundo no se le había desmoronado después de tomar
esa decisión. Una vez que se había reconocido a sí misma que Cal le im-
portaba más que la carrera de sociología más estelar que cualquier sociólogo
pudiera soñar, lo había tenido muy claro.
Cal necesitaba quedarse en la ciudad debido a sus negocios. Pero Madeline
podría mudarse.
La Universidad de Kentucky estaba tan solo a una hora de camino. Siempre
podría trasladarse allí si quisiera quedarse en el estado.
Además, sin duda Cal se alegraría cuando se enterara de que se marchaba.
Un dolor traicionero la traspasó al pensar en no volver a verlo.
Durante el trayecto a la universidad, Madeline intentó deshacerse de su
tristeza. No le importaba sacrificar unos meses de sus estudios con tal de
que Cal no tuviera problemas para conseguir la custodia de Allison. Madeline
podría estar en un programa nuevo para el semestre de primavera si se
apuntaba inmediatamente.
Sin embargo, el pensar en dejar a Cal pesó sobre ella como una losa. En el
fondo, aún alimentaba una pequeña llama de esperanza de que no querría que
ella se marchara. Tal vez el día anterior solo hubiera estado disgustado
cuando se había marchado; tal vez se sentiría mejor veinticuatro horas
después.
Recordó entonces su matrimonio fracasado, y el hecho de que Cal le había
dicho en más de una ocasión que no volvería a casarse. ¿Qué clase de futuro
habrían tenido si Cal no estaba dispuesto a entregar su corazón a otra
mujer?
Aun así, le dolería tremendamente si la dejara marchar sin inmutarse.
Madeline miró el reloj de la torre mientras dejaba el coche en el
aparcamiento. Tenía el tiempo suficiente para pasarse por Recursos
Humanos y dejar una copia de su carta de renuncia antes de encontrarse
con Rose Marie para darle la noticia.
Madeline se miró los pies mientras cruzaba el campus, esperando no
escuchar ningún comentario sobre Cal y ella de camino. No le cabía duda de
que el incidente del día anterior daría mucho que hablar.
Empujó una de las puertas laterales del edificio, esperando que no hubiera
mucha gente haciendo cola en el mostrador principal. Al dar la vuelta a la
esquina que conducía al vestíbulo, se encontró a Cal Turner delante del
mostrador, hablando con una bonita administrativo.
La joven estaba asintiendo a lo que él le decía.
—Ningún problema, señor Turner -dijo mientras aleteaba sus largas
pestañas al mirarlo-. Archivaré su renuncia a través de todas las vías
necesarias. Le enviaremos por correo su último cheque.
Madeline se quedó de una pieza.
No podía abandonar. Él, a diferencia de Madeline, no tenía la opción de
hacer la maleta y salir de la ciudad. Él tenía que quedarse allí.
—Cal, espera -lo llamó y se acercó a toda prisa hasta el mostrador-. No lo
hagas.
Cal se despidió de la mujer que le había estado atendiendo con un gesto de
la mano y Maddy le agarró del brazo. Cerró los ojos y se armó de valor para
enfrentarse a él. El roce de su mano le recordó que habían pasado la mañana
del día anterior abrazados en el sofá de su casa, pero no pensaba volver a
caminar por esa senda.
Acabaría sufriendo demasiado.
Aspiró hondo y se volvió hacia ella.
—Hola, Maddy.
Maddy tenía aspecto de no haber dormido y parecía preocupada.
— ¿Qué estás haciendo? -susurró.
Él la condujo hasta un rincón, lejos del mostrador.
—Voy a abandonar, Maddy. Es lo único que puedo hacer.
Ella se estiró la camisa donde él le había agarrado.
—No, no es cierto, porque soy yo la que voy a abandonar -sacó un sobre
blanco de su bolso y lo blandió al tiempo que hablaba-. Puedes decirle a la
señorita del mostrador que te devuelva la carta, Cal, porque yo voy a
entregar mi renuncia ahora mismo.
—No, Maddy.
¿De dónde había sacado una idea tan disparatada?
—Sí, Cal.
Cal suspiró. Desde luego no había anticipado aquello.
Aun así su gesto lo enterneció. Era la primera vez que alguien prescindía de
algo por él. Ni siquiera sus padres, por mucho que los quisiera.
Ni siquiera su mujer se había mostrado dispuesta a cambiar su estilo de vida
una vez casados. Lo había abandonado en cuanto había dejado de sentir
deseo por él, diciendo que necesitaba mantener un estilo de vida mejor del
que Cal podía darle en aquel entonces.
Pero la respetable y honorable Madeline Watson se preocupaba lo suficiente
por él como para sacrificar su posición.
—No -repitió, quitándole el sobre de las manos y guardándoselo en el bolso.
Ella lo miró enfadada.
— ¿Qué quieres decir con no? Es un hecho, Cal. Voy a renunciar para que
ninguno de los dos acabe con una mancha en su curriculum. Tú necesitas que-
darte aquí por Allison y por tu negocio, pero yo puedo irme a otro sitio a
hacer mi tesis.
—No lo harás.
¿Cómo se le ocurría pensar que podría dejar que hiciera eso? Avanzaron un
poco pasillo adelante para poder charlar más en privado.
—Maddy, a tí te encanta Louisville. Tienes tu casa aquí. Ya te has ganado el
respeto de tus colegas y tus alumnos. No puedes abandonarlo todo.
— ¿Y tú sí?
Cal no la había visto tan enfadada desde que la universidad había rechazado
su proyecto.
—Pensé que este trabajo significaba para ti más que un sueldo. Creí que
empezaste a dar clases porque deseabas compartir con otras personas tus
secretos sobre cómo alcanzar el éxito.
—Y así fue.
Sin duda echaría de menos su labor de profesor. La enseñanza le daba una
sensación de valía que el éxito en los negocios no había conseguido darle.
Pero la felicidad de Maddy estaba primero.
Cal ahogó el deseo de tocarla.
—Voy a tomarme un par de años de excedencia para darte tiempo a
terminar la tesis.
Y de paso para distanciarse lo suficiente. El desayuno del día anterior había
demostrado que su resolución se reducía a nada cuando Maddy estaba de
por medio. Se negaba a fastidiar su carrera más de lo que lo había hecho.
Tal vez la perdiera para siempre, pero al menos habría hecho algo bueno por
ella.
—Pero...
—Tengo que irme, Maddy.
En dos horas se pondría en camino a Tennessee para intentar arreglar
algunos asuntos relacionados con la custodia de Allison. Ya que había dejado
el trabajo en la Universidad de Louisville, necesitaba hablar con los
servicios sociales del estado donde había nacido su hermana para ver cómo
estaban las cosas en relación a la vista. Tal vez incluso pudiera ablandarle el
corazón a Delia si se presentaba en su casa sin la Harley.
Continuó hablando para que ella no lo interrumpiera. Necesitaba romper lo
antes posible; antes de que cambiara de opinión.
—Ya llego tarde a una cita que tengo esta mañana en el taller. No te
preocupes más por mí -retrocedió, ignorando el dolor que sintió en el pecho
al pensar en no volverla a tocar-. Todo está arreglado.
Madeline no podía creer que fuera a dejarla por segunda vez en dos días,
sobre todo después de lo que habían compartido juntos. Pero estaba claro
que Cal parecía conforme con ocuparse de todo él solo y esperaba que ella lo
aceptara.
Incluso agitó la mano según se iba alejando.
—Ya veremos -murmuró ella entre dientes.
Podría entregar su renuncia y después hablar con Cal. Él volvería a su
trabajo si ella se marchaba de la ciudad.
Lástima que sin duda fuera a dejar atrás su corazón, en manos de su
arbitrario amigo.
A punto de llorar, Madeline echó a andar hacia el edificio Fultz para buscar
a Rose Marie, ajena al consuelo que los elegantes edificios de su académico
mundo solían proporcionarle. Madeline no creyó que pudiera pasar el día sin
desahogarse con alguien. Parecía que esa mañana, Cal no tenía ni el tiempo ni
las ganas de hacerlo.
—Pase -dijo su amiga cuando llamó a la puerta.
— ¿Podemos hablar? -le dijo nada más entrar en el abarrotado despacho.
Rose Marie frunció el ceño.
—Por supuesto, Maddy. Intenté llamarte anoche, pero no me contestaste el
teléfono. Siento tanto haber ido a tu casa ayer.
Madeline se encogió de hombros. Había estado demasiado ocupada llorando
y comiendo helado de toffee como para contestar ninguna llamada que no
llevara el nombre de Cal en la identificación de números de la pantalla.
—No pasa nada.
—Sí que pasa. No debería haberme presentado así.
Madeline, más disgustada por los acontecimientos de ese día que por los del
anterior, hizo un gesto con la mano para quitarle importancia a la
preocupación de su amiga.
—Los domingos por la mañana siempre hablamos, y nunca he llevado un
hombre a casa en los cuatro años que nos conocemos -dijo Madeline-. Estoy
segura de que ni se te ocurrió pensar que podría estar acompañada.
Rose Marie se retiró el pelo de la cara y suspiró.
—Aun así, cometí un error, y lo siento.
Madeline se dejó caer en una silla frente a Rose Marie.
—¿Entonces supongo que convenciste al doctor Rafferty para que se uniera
al comité de tesis y tal vez apoyara el voto a mi favor?
—Se me ocurrió que podríamos reemplazar a uno de los profesores que no
tiene mucho interés en el tema de tu tesis -Rose Mane sopló el té que tenía
en la mano-. Mike Rafferty enseñó sexualidad durante dos años en otra
universidad, así que pensé que sería una buena adición al comité.
Madeline asintió.
—No parecía demasiado... abierto en referencia al sexo.
Rose Marie volteó los ojos.
—Instigó una acalorada discusión teórica una noche sobre el terreno poco
definido de dormir con un estudiante, y todos los presentes se le tiraron al
cuello.
—Creo que el caso de Cal y mío es distinto...
—No tiene nada que ver con Cal y contigo. Cal no trabaja a tiempo completo
en la facultad, no está en tu programa, y nunca ha sido profesor tuyo -enu-
meró-. Y vosotros dos teníais amistad antes de que él empezara a enseñar
aquí.
Madeline se sosegó un poco, aliviada al ver que no era la única que no veía
nada vergonzoso en la relación entre Cal y ella.
—Rafferty no es más que un instigador. No creo que le gustara la idea de
que otra persona del campus pudiera hacer algo que a él no le está permitido
-dio un sorbo de té y miró a Madeline.
Madeline resopló.
—Ya no importa, de todos modos, porque Cal acaba de abandonar.
— ¡Qué considerado por su parte! -Rose Marie sonrió.
—No, qué tremendo, más bien -murmuró Madeline.
-En primer lugar es un hombre de negocios, Madeline. La enseñanza siempre
ha sido algo secundario para él.
—No puedo permitir que abandone por mí -Madeline buscó en su bolso su
carta de renuncia y se la pasó a Rose Marie-. Soy yo la que me voy, no él.
La catedrática jefe de su programa no se movió.
—No puedo aceptar esto, Maddy.
Madeline empujó el sobre hacia Rose Marie.
—Desde luego que sí. Cal necesita su trabajo.
— ¿Lo necesita? -Rose Marie arqueó una ceja rubia-. Ese hombre es dueño
de una cadena de prósperos talleres para coches. Creo que podría pagar el
alquiler sin sus dos clases semanales.
— ¡No lo entiendes! -Madeline dio un golpe sobre la mesa con la mano-. Cal
tiene metido en la cabeza que ser mecánico no es suficiente. Este trabajo le
da una satisfacción que no encuentra en su trabajo diario.
Rose Marie asintió despacio.
—Tal vez solo lo necesitaba para impresionarte.
¿Por qué iba a pensar siquiera en algo así?
—No -respondió Madeline-. Cal disfruta enseñando.
—Solo ha sido una ocurrencia -Rose Marie se encogió de hombros y le pasó a
Madeline su carta-. Pero no voy a aceptar tu renuncia cuando tienes un aula
llena de estudiantes de primer curso esperando para que les des clase esta
mañana. No pienso meterme en una clase de sociología para cubrirte.
Madeline tomó la carta y se la guardó en el bolso, llena de frustración.
—De acuerdo, pero esto no termina aquí. Hablaré más tarde con Cal y le
haré entrar en razón.
Rose Marie miró a Maddy pensativa.
—Tal vez esto no sea asunto mío, Maddy, pero te lo voy a preguntar de
todos modos. ¿Cómo conseguiste al hombre más deseado del campus? Porque
si tuvo algo que ver con el vestido rojo y el maquillaje que te hice la otra
noche, quiero que me lo reconozcas.
Madeline se dejó empapar por los sensuales recuerdos de aquella noche.
—El vestido rojo desde luego ayudó.
Aunque quizás no del modo en que Rose Marie imaginaba. Madeline sentía
que aquel atuendo le había ayudado a explorar un lado aventurero en su per-
sona que no sabía que existiera.
— ¡Lo sabía!
Madeline no pudo evitar sonreír.
—Cal me dijo que yo le gustaba incluso antes de ponerme el vestido rojo.
Rose Marie suspiró con nostalgia.
—Un hombre que ve más allá de la superficie es digno de admiración.
Madeline sentía algo más que admiración hacia él.
—Estás loca por él, ¿verdad?
—Sin duda -sollozó, y metió la mano en el bolso en busca de un pañuelo.
—Toma cielo -le dijo Rose Marie, pasándole un paquete de pañuelos de
papel-. ¿Fue tu primera vez?
Madeline se puso tensa. Algunas mujeres hablaban de esas cosas, pero ella
nunca había sido de esa clase.
Rose Marie se echó a reír y estiró el brazo para darle unas palmadas en la
mano.
—Me refería a que si esta es la primera vez que te enamoras.
—Oh. Sí -tal vez Rose Marie pudiera aconsejarla de algún modo-. ¿Es
siempre tan terrible?
—Para mí siempre lo ha sido -Rose Marie se colocó la larga melena sobre un
hombro-. Ninguno de los hombres con los que he salido entienden mi
compromiso con mi trabajo.
Madeline conocía a un hombre que lo entendería a la perfección. Se
preguntó si Rose Marie consideraría salir con un genio de la física que tenía
un corazón de oro, e hizo un apunte mental para invitar a su padre a que
volviera pronto a Louisville.
—Bueno, sería una locura que no te enamoraras de él. Si un tipo como Cal se
fijara en mí, yo intentaría ver cómo acercarme más a él, y no cómo dejar mi
trabajo y alejarme de él.
—Eso no es lo que estoy haciendo.
— ¿No? Eso no es lo que me dicen las hojas del té.
—No estoy huyendo -repitió Madeline, dándose cuenta de lo cierto que era-.
Quiero estar con Cal.
— ¿Se lo has dicho?
Vaya... Eso sería desnudar su alma.
—Eso parece doloroso.
—Solo si él no te corresponde.
De haberle correspondido no se habría marchado de su casa el día antes.
—Creo que me evitaré el mal trago. Ya sé lo que siente.
Rose Marie sonrió.
—El amor conlleva riesgos, Madeline. Si intentas evitarte el dolor, ni
siquiera te has lanzado todavía.
Madeline salió del despacho de Rose Marie más confusa de lo que había
entrado. Media hora antes había tenido un propósito: abandonar su trabajo
para que Cal pudiera conservar el suyo. Pero de pronto no sabía ya lo que
hacer.
La idea de desnudar su alma delante de Cal se le pasó por la cabeza,
desafiándola a correr el mayor riesgo de su vida. Se había enfrentado a su
padre por primera vez en la vida, y después tendría que adoptar una postura
con el comité de tesis.
Pero Madeline jamás había desnudado su corazón ante nadie. Aunque tal vez,
teniendo como incentivo a Cal, encontraría el modo de enfrentarse al mayor
reto de su vida.