Las causas de las enfermedades son distintas; algunas son por
una alimentación deficiente, otras por cansancio o estrés, algunas por las condiciones insalubres del ambiente, también las hay por causas genéticas, muchas tienen causa por pecados directos y algunas por influencia demoniaca. Muchas causas, pero con un denominador común: la condición de pecado. La marca del pecado original nos hace propensos a las enfermedades como una condición de sufrimiento humano, de la que no podemos librarnos.
Teniendo una conexión directa la enfermedad y la condición de
pecado, una vez se elimine la condición del pecado tendría que aliviarse el dolor de la enfermedad. Jesús vino a quitar la condición que adquirimos por el pecado original. Jesús puede aliviar cualquier enfermedad que aqueja nuestra vida. Cuando decidimos confiar en Él, los beneficios de su sacrificio se aplican a nuestra vida.
En este mensaje me referiré a una enseñanza cristiana que
presenta dificultades al razonamiento científico: la curación milagrosa. Es una enseñanza que requiere fe en Jesús. Una verdad que se defiende en este mensaje es JESÚS PUEDE SANAR TODA ENFERMEDAD. Veamos algunos testimonios de curación extrema, de diversas enfermedades, por la fe en Jesús.
1. Curación de un endemoniado.
La famosa historia del “endemoniado gadareno”, podría
encuadrar en un diagnóstico de Trastorno de Identidad Discociativo (trastorno de personalidad múltiple). Terrible enfermedad, imposible de curar a través de fármacos. Muy difícil su tratamiento, además de largo y emocionalmente doloroso. Este trastorno ocasiona que la persona sienta que está bajo el control de dos o más identidades distintas, de forma alternativa. Por esa razón aparece el tipo “posesión” y el de “no posesión”.
Este trastorno tiene muchas causas; pero la principal son las
experiencias de violencia física y sexual en la infancia. Provocando que los niños tengan problemas para integrar una identidad personal única. Lo cual en la edad adulta tendrá problemas con la amnesia, olvidando grandes períodos de su vida; también sufrirá el hablar y actúa como si algún ser le poseyera. Así también, sufrirá depresión; esta le provocará incluso el deseo de hacerse daño, abuso de sustancias, automutilación y comportamiento suicida. Será atormentado por alucinaciones; lo cual le llevará a esconderse de las personas.
En este caso, el médico Lucas señala que esto se debía a una
posesión demoniaca. El cuadro que sufría aquel pobre hombre era terrible:
• “… no vestía ropa, ni moraba en casa, sino en los sepulcros”
• “… le ataban con cadenas y grillos, pero rompiendo las cadenas, era impelido por el demonio a los desiertos”
Jesús lo liberó de la enfermedad ocasionada por demonios. Los
cuales eran una “legión” (6 mil soldados de una legión romana). Aquel hombre llegó a un estado imposible para todos:
• “Sentado a los pies de Jesús”. En una condición de
descanso, en total recuperación. • “…vestido”. La condición de indignidad había sido cubierta; aquella enfermedad vergonzosa había sido quitada. • “… y en su cabal juicio”. Ahora su capacidad racional, emotiva y volitiva se había recuperado. El cierre de esta historia es hermoso. Aquel hombre que había estado enfermo, no quería alejarse de Jesús; le rogó que “le dejase estar con él”. A diferencia de aquellos que le rogaban que “se marchase de ellos, pues tenían gran temor”.
Jesús tenía una misión para ese curado: “Vuélvete a tu casa, y
cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él”.
2. Curación de una niña enferma terminal.
El segundo testimonio es el de una niña de 12 años que estaba
muriendo. Una niña o adolescente que, en lo mejor de sus años, la enfermedad la había atacado y estaba agonizando. Su padre, se llamaba Jairo, el principal de la sinagoga. El cual llegó a Jesús y se postró a sus pies, “le rogaba que entrase en su casa”.
Aquel hombre estaba angustiado, su hija única estaba grave. Sus
esperanzas se terminaban. La niña tenía doce años apenas; toda una vida por delante, pero, en riesgo de terminar allí su vida.
Interrumpiré el relato de esta historia; porque en la escena se
introduce un nuevo caso de curación.
Cuando Jesús terminó de atender a aquella mujer enferma,
mientras Jesús todavía hablaba con ella, vino un mensajero de la casa de Jairo a decirle:
• “Tu hija ha muerto”
• “… no molestes más al Maestro”. • Pero Jesús le dijo: “No temas, cree solamente, y será salva”.
Un ambiente de tristeza, desesperanza e impotencia había
llenado la casa. “Y lloraban todos y hacían lamento por ella”. Por esa razón Jesús debía activar la fe de aquellos racionales objetivos, que solo podían ver lo que estaba ante sus ojos, pero no más allá de su visión material. Allí estaba Jesús, el sanador. Jesús realiza la siguiente acción:
• “No dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a
Juan, y al padre y a la madre de la niña”. • “… él dijo: no lloréis; no está muerta, sino que duerme” • “… tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate”.
Cuando Jesús dio la orden a la muchacha la Biblia dice:
“Entonces el espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer. Y sus padres estaban atónitos, pero Jesús les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido” (v. 55-56).
3. Curación de una mujer con flujo de sangre.
Jesús aceptó ir a la casa de Jairo. Mientras iban de camino, “la
multitud le oprimía”. La gente lo esperaba en la ciudad con gozo, sabían que Jesús los bendeciría en aquel contexto triste.
Dentro de esa multitud que le apretaba, apareció otra mujer
enferma. A diferencia de la muchacha de 12 años que moría en casa de Jairo, esta nueva mujer en escena también tenía 12 años de sufrir una terrible enfermedad, que Lucas llama: “flujo de sangre” (lat. Hemorroísa). Era una mujer sin nombre, considerada “inmunda” por la sociedad de ese entonces (según la ley mosaica en Levítico 15:19-33); la cual había perdido por su enfermedad todo derecho a convivir con la sociedad y participar del culto a Dios.
Posiblemente sufría de una “menorragia”; la cual se pudo haber
ocasionado por distintas causas: desequilibrio hormonal (estrógeno-progesterona), por ovarios poliquísticos, problemas de tiroides, disfunción de ovarios, fibromas uterinos, pólipos o incluso cáncer; quizá algún trastorno hemorrágico heredado. Hay urgencias donde el diagnóstico es pérdida de tiempo; el tiempo se le acababa a esa mujer.
¡Es ahora o nunca! 12 años de padecer esa enfermedad, en los
cuales “había gastado todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada…” (“había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor” Marcos 5:26).
Veamos la acción de fe de esta mujer atribulada:
• “Se le acercó por detrás”; nadie debía notar que ella
estaba allí. • “… y tocó el borde de su manto”; en un acto de fe, no esperaba que Jesús pusiera su mano sobre ella, no podía presentarse ante Jesús y postrarse como Jairo; era demasiado vergonzoso declararle a Jesús su padecimiento. • “… y al instante se detuvo el flujo de su sangre”; su acción de fe generó un milagro que la ciencia no había podido curar. Hay casos que no es culpa de los médicos, sencillamente son imposibles; son momentos solo para Dios.
Jesús quiere atender personalmente a esta mujer. Así lanza una
pregunta “absurda” para los discípulos: ¿Quién es el que me ha tocado? Esta pregunta generó lo siguiente:
• Los discípulos le respondieron negando haberlo hecho.
Pedro le señala lo absurdo de su pregunta, estando en una situación donde la multitud le apretaba… cualquiera pudo haber sido, no solo uno, muchos le tocaban. • Pero aquel toque que recibió Jesús era un toque distinto, era de alguien necesitado de su poder. Jesús sabía quién era; pero deseaba evidenciar y dignificar a aquella mujer avergonzada. • “Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada” (v. 47).
Jesús interrumpe su visita a la casa de Jairo, intencionalmente
para que entendamos que cada persona para Jesús es importante. Los que tienen nombre, como los que no tienen, los queridos como los rechazados, los que pueden adorar y los que no se atreven; cada uno encuentra en Jesús su atención.
Imagino a Jesús, con una sonrisa diciéndole: “Hija, tu fe te ha
salvado; ve en paz” (v. 48)
Conclusión:
En este mensaje hemos observado tres casos distintos de
enfermedad; con un denominador común: el pecado original. Por el hecho de ser seres humanos tenemos una condición vulnerable, la cual nos expone a las enfermedades. El primer caso, presenta una enfermedad ocasionada por demonios. En el segundo, una enfermedad infantil que había matado a una niña de doce años. En el tercero, un caso típico de enfermedad donde la ciencia está limitada.
Dios ha dejado la ciencia médica para nuestra ayuda. Pero hay
casos que requieren una intervención divina. Es allí donde Dios se acerca, viene a buscarnos, para sanarnos; Jesús es nuestro sanador, él puede sanar toda enfermedad. No importa si es una enfermedad mental, física, crónica, de cualquier clase; aún si el diagnóstico le ha desahuciado. Jesús puede sanarle.
Deje ahora por el poder de la oración que Jesús le libere. Extienda
su mano para tocar el borde del manto de Jesús. Escuche la voz de Jesús que le dice: ¡Levántate! Reciba sanidad hoy en el nombre de Jesús.