La base de la interpretación soteriológica de la muerte de Jesús
Partiendo tanto de la mentalidad de la Escritura de ambos
Testamentos, como de la propia inteligencia del hombre en general, sin duda puede presuponerse que la historia humana es una, que el destino de uno tiene importancia para el de otro (comoquiera que se interprete más de cerca esta unidad de la historia y solidaridad del hombre). Si, por tanto, Dios quiere e introduce a un hombre que en su realidad (a la que pertenece también su palabra) es la palabra última, irrevocable e insuperable de la comunicación de Dios a los hombres, la cual se aprehende en la historia misma y no sólo en la esperanza trascendental; si esta comunicación sólo es y puede ser la última si se impone en forma victoriosa, o sea, si por lo menos y primeramente existe en este hombre como aceptada; si tal aceptación sólo puede producir- 332 Interpretación soteriológica de la muerte de Jesús se por la historia una —hecha definitiva a través de la muerte— de la única vida entera de dicho hombre; si además la palabra de comunicación de Dios sólo queda consumada cuando la respuesta aceptadora del hombre a ella aparece en la historia como acogida por Dios y llegada a él (a saber, en lo que llamamos "resurrección"); entonces puede y debe decirse que esa comunicación escatológica de Dios brota de su iniciativa libre, se realiza de manera cabal y está presente históricamente para nosotros en la vida de Jesús, y se consuma por la muerte aceptada con libertad. Debe notarse aquí que esta muerte, en tanto se realiza con libre obediencia y entrega sin reservas la vida a Dios, sólo se consuma y hace aprehensible históricamente para nosotros por la resurrección. La iniciativa pura de la voluntad salvífica de Dios pone esta vida de Jesús que se consuma en la muerte y así se da a sí misma realidad y aparición como irrevocable. Con ello vida y muerte de Jesús (tomadas juntamente) son "causa" de la voluntad salvífica de Dios (en tanto ambas dimensiones se consideran como diferentes) en el sentido de que en ellas se pone real e irreversiblemente esta voluntad salvífica, en el sentido de que, dicho de otro modo, la vida y la muerte de Jesús (o la muerte que recapitula y consuma la vida) ejercen una causalidad de tipo causi sacramental, simbólico-real, en la que lo significado (aquí la voluntad salvífica de Dios) pone el signo (la muerte de Jesús con su resurrección) y a través de él se produce a sí mismo. Si se considera así la muerte de Jesús, se hace comprensible en primer lugar que su significación soteriológica (bien entendida) está dada ya en la experiencia de la resurrección de Jesús y, en segundo lugar, que la soteriología "posterior" del Nuevo Testamento (¡rectamente entendida!) es una afirmación justificada, pero en cierto modo secundaria, derivada, sobre la significación salvífica de la muerte de Jesús, pues trabaja con conceptos que a manera de interpretamentos (posibles, pero no indispensables sin más) se añaden desde fuera a la experiencia originaria de esta significación salvífica (sencillamente: estamos salvados porque este hombre, que pertenece a nosotros, ha sido salvado por Dios, y con ello Dios ha hecho presente en el mundo su voluntad salvífica, la ha hecho presente de manera históricamente real e irrevocable). También en este punto se desprende para el Nuevo Testamento y para la teología posterior (según muestra su historia) la posibilidad en principio de diversos modelos justificados de soteriología, sobre todo porque sus presupuestos (por ej., esencia de la unidad
de la historia y de la solidaridad de todos) ciertamente se realizan de
manera no temática en la experiencia originaria de la revelación, pero no se tematizan allí con claridad y así admiten diversas interpretaciones. 7. CONTENIDO, VALIDEZ PERMANENTE Y LÍMITES DE LA CRISTOLOGÍA Y SOTERIOLOGÍA CLASICAS a) Contenido de la cristología y soteriología clásicas Nota previa La cristología y soteriología clásicas, tal como están formuladas en los grandes concilios de la Iglesia antigua (Nicea, Efeso, Calcedonia) y con profundizaciones y preguntas adicionales relativamente escasas han sido transmitidas en la teología escolástica tradicional, no es preciso volver a desarrollarlas aquí de nuevo, desde esas fuentes. Ello no es indicado para el fin de esta introducción; los textos respectivos pueden consultarse, p. ej., en H. DENZINGER - A. SCHONMETZER, Enchiridion symbolorum (36 1976). Aquí sólo puede tratarse de un resumen breve de esta cristología clásica. También hemos dicho antes que la cristología "tardía" del Nuevo Testamento, la cual reflexiona ya teológicamente sobre la experiencia originaria de los discípulos en torno al crucificado y resucitado, ha de analizarse aquí junto con la cristología clásica de la Iglesia y confrontarse con la experiencia originaria del resucitado. Hemos de anotar que la palabra "tardía" antes empleada se usa en relación con la experiencia originaria del resucitado y no como afirmación de que la cristología neotestamentaria, que aparece ya en las cartas más antiguas de Pablo, se escribiera en un momento temporalmente posterior a los Evangelios, que relatan las experiencias de los primeros discípulos con el resucitado. Con lo dicho no se pretende afirmar que entre la cristología "tardía" del Nuevo Testamento y la cristología clásica de la Iglesia no medie ninguna diferencia en lo tocante a la terminología, a los horizontes de inteligencia, a los presupuestos "metafísicos", etc. Pero si podemos presuponer aquí que también las afirmaciones cristológicas 334 La cristología oficial de la Iglesia de tipo histórico-salvífico y "funcional" incluyen con necesidad afirmaciones ontológicas (implícitas o explícitas), supuesto solamente que sea legítimo pensar en forma onto-lógica y que los enunciados ónticos sobre realidades espirituales y personales no se lean en forma falsamente objetivada, entonces aquí es lícito de todo punto pasar por alto la no discutida diferencia entre la cristología neotestamentaria posterior y la cristología clásica de la Iglesia. Y esto tanto más cuanto que ya las afirmaciones neotestamentarias, si se toman en serio y no se trivializan ("y la Palabra se ha hecho carne"), enuncian acerca de Jesús contenidos que no son superados por la cristología clásica con su terminología metafísica, por lo menos si esta cristología clásica con su "metafísica" no se obstaculiza en una manera que ni ella exige de quien la reconoce como norma obligatoria de su fe. No es necesario ofrecer aquí más que un resumen de la cristología clásica, entre otras razones porque antes, en la sección cuarta del sexto grado, hemos hecho ya a manera de preludio el intento de una cristología esencial descendente. La cristología oficial de la Iglesia La cristología del magisterio de la Iglesia es abiertamente descendente y desarrolla la afirmación fundamental: Dios (su Logos) se hace hombre. Esta es la afirmación fundamental que se desarrolla y se protege con precisiones frente a tergiversaciones (que significan una amenaza clara); es la afirmación a la que se vuelve siempre de nuevo y de la que se parte una y otra vez como enunciado originario, el cual es obvio y comprensible. Esta cristología descendente o cristología de la encarnación presupone la teología clásica de la Trinidad, aunque históricamente ambas se han desarrollado bajo un influjo recíproco: en Dios hay tres "personas" distintas entre sí, una de las cuales, la segunda, desde la eternidad e independientemente de la encarnación del "Hijo", es el Logos, que por "generación" eterna nace o procede del Padre, tiene la misma esencia que él y se distingue de él por una oposición de relación en medio de la identidad de esencia divina. El nacimiento del Hijo es la primera procesión interna en Dios y, por esa generación, el Verbo posee la esencia o la "naturaleza" divina que le llega desde el Padre. 335 Grado sexto: Jesucristo La persona divina del Logos asume en una unión "hipostática" (es decir, que no consiste en una mezcla de "naturalezas", sino que afecta a la "hipóstasis" del Hijo como tal) una plena realidad humana (a saber, la de Jesús) —llamada "naturaleza" humana— como la suya propia. El Logos une esa naturaleza humana con su hipóstasis de manera que ésta es el "sujeto" substancial de dicha "naturaleza", es el "sujeto" último (del ser y de las atribuciones) al que pertenece indisolublemente dicha naturaleza humana. En consecuencia de esa hipóstasis (persona) del Logos como último portador y sujeto pueden afirmarse verdadera y realmente todos los predicados de esta naturaleza humana, pues ella está unida "substancialmente" con dicho sujeto personal, es poseída por él y puede y debe predicarse de él. La esencia de esta unión y unidad substancial con la hipóstasis divina del Logos no es explicada ulteriormente en la doctrina del magisterio de la Iglesia. Tal unión es esclarecida solamente en cuanto el magisterio dice que ella permite y manda como presupuesto ontológico que lo humano se predique verdadera y auténticamente del Logos mismo. En la Edad Media y en la teología del barroco se acometió el intento de teorías más exactas sobre esta unión hipostática, las cuales, sin embargo, no encontraron aceptación general ni acceso a la doctrina del magisterio de la Iglesia. La unión hipostática deja subsistir la diferencia real de las dos "naturalezas" de la única hipóstasis divina del Logos; éstas no se mezclan en una tercera "naturaleza", sino que subsisten "sin separación" (del Logos) y "sin mezcla" (entre sí). Con ello el sujeto auténtico (ondea y lógicamente) no es uno que surja de las "naturalezas" por su unión, sino que es el Logos existente antes de la unión (lo cual debe tenerse en cuenta contra una inteligencia "nestoriana" de la palabra "Cristo"). En correspondencia con la "no mezcla" de las naturalezas, el influjo físico activo del Logos en la "naturaleza" humana de Jesús en principio no ha de pensarse en forma diferente que la intervención de Dios en una criatura, lo cual se olvida con frecuencia en una piedad y teología con color monofisita, por cuanto la humanidad de Jesús se piensa en manera demasiado cosificada como "instrumento" que es movido por la subjetividad del Logos. Por la "no mezcla" de las naturalezas y la totalidad intacta de la naturaleza humana se mantiene ("contra los monoteletas") o se logra siempre de nuevo (contra una devoción y teología con sabor monofisi- 336 La soteriología clásica ta, donde se olvida una y otra vez la auténtica subjetividad del hombre Jesús también frente a Dios) la idea de que la naturaleza humana de Jesús es una realidad creada, consciente y libre, a la que (por lo menos bajo el concepto de una voluntad creada, de una energeia creada) se concede una "subjetividad" creada, la cual es distinta de la subjetividad del Logos y se contrapone a Dios con una distancia de criatura (obediencia, adoración, limitación del saber). La doctrina entera de la unión hipostática llega a su fin, del que ha partido también religiosamente, en la doctrina de la comunicación de idiomas (entendida óntica y lógicamente): porque el único y mismo Logas-sujeto (persona, hipóstasis) es poseedor y portador de las dos "naturalezas", pueden afirmarse de él —que es denominado en cada caso según una de las dos naturalezas— las peculiaridades de la otra naturaleza. Por ej., no sólo puede decirse: el Hijo eterno de Dios es omnisciente; sino también: el Hijo eterno de Dios ha muerto; Jesús de Nazaret es Dios, etc. Y a la inversa: porque la experiencia de la fe en la presencia singular de Dios en Jesús no puede prescindir de tal comunicación de idiomas, ella implanta siempre de nuevo en su derecho la doctrina de la unión hipostática como el presupuesto indispensable y la protección de la legitimidad de tales afirmaciones de grandeza referidas a Jesús (ya en el Nuevo Testamento). La soteriología clasica La soteriología clásica apenas ha sido desarrollada más allá de las afirmaciones del Nuevo Testamento, si es que las ha alcanzado. Si prescindimos de una "doctrina física de la redención" formulada en la patrística griega, según la cual el mundo está salvado ya por el hecho de que en la humanidad de Jesús este mundo se halla unido física e indisolublemente con la divinidad, y si dejamos de lado algunas concepciones con marcado carácter de imagen en la patrística (Cristo rescata al hombre del poder del diablo —poder inicialmente legítimo—; engaño del diablo, que se ensaña injustamente con Cristo, etc.), en general en la Edad Media a partir de Anselmo de Canterbury se intenta esclarecer la idea bíblica de la redención mediante un sacrificio expiatorio, a través de la "sangre" de Jesús, diciendo que la obediencia de éste, confirmada en el sacrificio de la cruz, por la dignidad infinita —es de-
cir, divina— de su persona contiene una satisfacción infinita para el
Dios ofendido por el pecado (que debe medirse en la dignidad de Dios ofendido), y así nos libera del pecado a nosotros mismos, que también satisfacemos a la "justicia" de Dios, supuesto que y porque Dios acepta esta satisfacción de Cristo por la humanidad. Esa teoría de la satisfacción es usual desde la Edad Media, y resulta comprensible para nuestra forma de pensar y aparece a título marginal en las declaraciones del magisterio de la Iglesia, pero sin que el magisterio extraordinario de la Iglesia tome posición muy detenidamente al respecto. b) Legitimidad de la doctrina clásica de la encarnación La cristología clásica tiene su legitimidad y su validez permanente en que ella (una vez presupuesta) impide inequívocamente en forma negativa incluir y nivelar a Jesús como uno más en la serie de los profetas, de los genios y reformadores religiosos en el curso abierto de la historia de la religión, y esclarece positivamente que Dios se nos ha comunicado en Jesús de manera singular e insuperable, de modo que en él ha hecho donación completa de sí mismo. En consecuencia, Dios ya no está representado por otra cosa distinta de Dios, como cualquier otra criatura, en forma tal que esa mediación no sea la mediación para la inmediatez con Dios en cuanto tal. Quien no es capaz de pensar lo indicado con la unión hipostática y la comunicación de idiomas en este sentido indicado con conceptos distintos de los contenidos en la teología clásica de la encarnación, tendrá tales nociones clásicas por la única formulación inmediata de la fe referente a la verdadera relación de Jesús con Dios y a nuestra relación con él, y la mantendrá así. De todos modos, precisamente hoy, no podrá pasar desapercibido a esa persona lo que hemos de decir todavía sobre los límites de la cristología clásica; y quien así piense deberá aprender a transmitir y esclarecer esta cristología clásica (tarea no tan fácil como algunos creen en forma demasiado tradicionalista) sobre todo a aquellos que ponen reparos a esta doctrina, que para ellos tiene visos de mitología, aunque confiesan cristianamente que para ellos Jesús es el acceso insustituible y definitivo a Dios. Y quien opina que puede decir también de otro modo lo opinado en la cristología clásica de la encarnación, sin menoscabo de 338 El horizonte de inteligencia esto opinado, está en su derecho al usar formulaciones diferentes, supuesto siempre que respete la doctrina del magisterio oficial como una norma crítica para sus propias afirmaciones y que sepa que tal doctrina ha de ser para él, cuando hable públicamente en la Iglesia, un indispensable canon director, pero un canon que no debe absolutizarse en su significación. Pero ese reconocimiento no priva del derecho de un hablar propio en la publicidad de la Iglesia, pues la doctrina del magisterio de la Iglesia tiene que interpretarse también y acercarse a la inteligencia actual, cosa que no resulta posible mediante una simple repetición de la doctrina oficial. c) Límites de la cristología y soteriología clásicas No está en contradicción con el carácter de doctrina de fe absolutamente vinculante en la Iglesia el que se llame la atención sobre los límites que vienen dados con una formulación determinada del dogma. La problemática del hori%gnte de inteligencia En tiempos anteriores, que pensaban en forma mitológica (como horizonte de inteligencia), una doctrina meramente descendente de la encarnación pudo bastar por sí sola con mayor facilidad que en nuestro tiempo. En las afirmaciones explícitas sobre Jesús deja de tratarse el acceso a su último misterio (expresado en la doctrina de la encarnación): Jesús es de antemano la palabra encarnada de Dios, la cual ha descendido hasta nosotros, de manera que todo se ve y se piensa desde arriba y no hacia arriba. Pero entonces ya no pueden excluirse realmente de la conciencia piadosa las tergiversaciones mitológicas de la recta doctrina ortodoxa: lo humano en Jesús se percibe de manera no reflexiva como la librea de Dios, en la que él se muestra y esconde a la vez; y lo que entonces debe verse y aceptarse todavía como humano en este revestimiento y corporalización de Dios, aparece como pura acomodación y descenso (katabasis) de Dios a nosotros. 339 Grado sexto: Jesucristo La problemática de las fórmulas ' 'es'' Cuando la doctrina ortodoxa de una encarnación descendente dice: este Jesús "es" Dios, se trata sin duda de una verdad permanente de fe, si la frase se entiende rectamente; pero tal como la frase suena también puede entenderse de manera monofisita, o sea, herética. Pues en estas frases, que como tales están formadas y entendidas según las reglas de la comunicación de idiomas, nada señala explícitamente que este "es" como cópula aparece y* quiere ser entendido en un sentido totalmente diferente que las demás frases usuales con la misma (en apariencia) cópula "es". Pues si decimos: Pedro es un hombre, la frase significa una identificación real del contenido del sujeto y del nombre del predicado. Pero el contenido del "es" en frases de la comunición de idiomas en la cristología precisamente no se apoya en tal identificación real, sino en una unidad singular de realidades diferentes que guardan entre sí una distancia infinita, una unidad que no se da en ninguna otra parte y que es misteriosa en lo más profundo. Pues Jesús en y según su humanidad, que nosotros vemos cuando decimos "Jesús", no es Dios, y Dios en y según su divinidad no "es" hombre en el sentido de una identificación real. El adiairetos (sin separación) calcedonias, que este "es" quiere expresar (DS 302; t 148), dice lo que pretende de tal manera que no deja sentir su voz el asynchytos (sin mezcla) de la misma fórmula, y así la afirmación amenaza con ser entendida en forma "monofisita", es decir, como una fórmula que identifica absolutamente el sujeto y el predicado. No pretenden tal cosa estas fórmulas, que son percibidas como sibboleth de la ortodoxia ("¿para Ud. Jesús es Dios?", ¡sí!), pero tampoco la impiden positivamente. Para el devoto tradicional no son nocivas tales tergiversaciones concomitantes; más bien él las percibe como el radicalismo de una fe ortodoxa. Pero los hombres de hoy tienden en gran parte a entender estas tergiversaciones como constitutivos de la fe ortodoxa, la cual en consecuencia es rechazada como mitología, cosa que bajo este presupuesto no es sino legítima. Debería concederse y tenerse en cuenta pastoralmente que no todo el que se escandaliza de la frase "Jesús es Dios" tiene que ser por ello heterodoxo. Las fórmulas cristológicas "es" —"el mismo" es Dios y hombre— permanecen por tanto, como supuestas paralelas de las frases "es" en el uso restante del lenguaje usual, en peligro constante de una 340 Punto de unidad en la unión hipostática falsa interpretación, que se apoya precisamente en dicho paralelismo: la identidad allí insinuada, pero no afirmada, no se excluye en manera suficientemente clara y originaria mediante cualquier declaración accesoria, prescindiendo de que ésta como tal vuelve a olvidarse con rapidez. Con esto no hemos dicho nada contra la legitimidad y validez permanente de estas afirmaciones cristológicas en forma de "es . Pero hemos de ver que ellas llevan inherente el peligro de una tergiversación monofisita y con ello mitológica. Si, por ej., alguien dice: "No puedo creer que un hombre es Dios, que Dios es (se ha hecho) un hombre"; entonces la primera reacción cristiana acertada ante tal declaración no sería la de constatar que aquí se rechaza un dogma cristiano fundamental, sino la respuesta de que la supuesta interpretación dada a la frase rechazada no corresponde al sentido cristiano real de esta afirmación. Ciertamente la verdadera encarnación del Logos es un misterio, una llamada al acto de fe. Pero ésta no tiene que gravarse con tergiversaciones mitológicas. Si bien el dogma cristiano de suyo no tiene nada que ver con mitos de hombres-dioses en la antigüedad, sin embargo puede concederse sin reservas que determinadas formulaciones del dogma, que se inscriben en el ámbito de ese horizonte histórico-concreto de inteligencia (por ej., Dios "desciende", él "aparece", etc.), antes fueron aceptadas y usadas en forma más obvia de lo que es posible en la actualidad como ayuda de interpretación. También hoy la cristología tiene una tarea urgente, la cual, por una parte, no se cumple meramente con la repetición verbal de las antiguas fórmulas y de su explicación (que de todos modos sólo se cultivan en el ámbito de la teología especializada), y de otro lado, por muchísimas razones que aquí no pueden comentarse, tampoco puede consistir en la eliminación de antiguas fórmulas. Pero es una necesidad urgente lograr una cierta ampliación de los horizontes, formas de expresión y aspectos en orden a la expresión del antiguo dogma cristiano. La indeterminación del punto de unidad en la unión hipostática El punto de unidad en la unión hipostática (en el sentido de que él constituye la unidad entre la persona y las naturalezas y a la vez es la unidad constituida, a saber, la "persona" del Logos) en la cristología tradicional es y sigue siendo de por sí muy formal e indeterminado. 341 Grado sexto: Jesucristo Este punto de unidad puede llamarse "hipóstasis" del Logos o "persona". Si se usa la designación de hipóstasis, con lo cual se alude al "portador" de la realidad ("naturaleza") divina y humana de uno concreto (que "es" Dios y hombre), entonces el portador y poseedor de la hipóstasis permanece bastante formal y abstracto, es decir, en el intento de una explicación ulterior se cae de nuevo con facilidad en las más sencillas afirmaciones fundamentales de la cristología, de modo que quien así procede no hace sino asegurarse verbalmente contra la tendencia a explicar y despachar en forma racionalista estas afirmaciones fundamentales. Pero si ese punto de unidad se llama persona, entonces o bien debe constatarse explícitamente que esta palabra ha de tomarse en el sentido de la "hipóstasis" entendida cristológicamente (lo cual con facilidad vuelve a olvidarse muy pronto de nuevo), o bien la palabra "persona", por su uso moderno, acarrea el peligro constante de tergiversar las afirmaciones cristológicas en forma monofisita o monoteleta, pues entonces se piensa solamente en un centro de acción, a saber, el divino. Así pasaría desapercibido que el hombre Jesús en su realidad humana se contrapone a Dios y se diferencia absolutamente de él por un centro de acción creado, activo y "existencial" (adorando, obedeciendo, deviniendo históricamente, decidiéndose libremente, haciendo experiencias nuevas y sorprendentes para él —demostrables como tales por el Nuevo Testamento— en una auténtica evolución histórica, etc.). Pero en este caso se daría una inteligencia en el fondo mitológica de la encarnación, siendo indiferente que tal tergiversación se rechazara como mitología o "se creyera". Añádese finalmente a lo dicho que el punto de unidad de la "hipóstasis" o "persona" sólo muy difícilmente, o a lo sumo de manera indirecta, acerca a nuestra intuición e inteligencia la significación salvífica de esta unidad para nosotros. Expresión insuficiente de la significación soteriológica del suceso de Cristo La cristología clásica de la encarnación no expresa clara e inmediatamente en su formulación explícita la significación soteriológica del suceso de Cristo. Esto ha de decirse en particular de la concepción occidental, para la cual (sin duda por el individualismo occidental) es todo menos obvia la "aceptación" de la humanidad entera en la realidad humana individual de Jesús. Por ello, para este horizonte de 342 Nuevos puntos de apoyo para una cristología inteligencia la unión hipostática es la constitución de una persona, la cual —si obra moralmente y si su acción es aceptada por Dios en representación de la humanidad— realiza una actividad redentora, pero no implica la salvación ya de por sí en su ser como tal (redentor, satisfacción). Mas partiendo de las afirmaciones de la Escritura y de nuestra inteligencia actual, es de desear (ya con anterioridad a las afirmaciones explícita y especialmente soteriológicas) una formulación del dogma cristológico que indique y exprese inmediatamente el suceso de la salvación, que es Jesucristo mismo, lo cual a su vez podría ayudar a evitar con mayor facilidad una tergiversación monofisita y mitológica en las formulaciones elegidas.