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ASPECTOS CONSTITUCIONALES DEL BEBÉ Y SU INFLUENCIA EN LA RELACIÓN MADRE-HIJO

Alfredo Jerusalinsky

Al principio las respuestas del niño están forzosamente encaminadas por la vía de la actividad refleja, por la
actividad espontánea y por las expresiones de su tono muscular y su gestualidad. La viabilidad y condición
de estas actividades en el niño realimentarán un circuito, afectivo con centro de determinación en la madre.
Esta retroalimentación podrá ocasionar cambios en la posi¬ción de la madre respecto del niño, modificando
así el lugar simbólico que el hijo ocupa y el valor que significa.

El niño existe psíquicamente en la madre mucho antes de ser gestado. Cuando el niño nace, todo ese
engranaje que lo precede se pone efectivamente en movimiento. Podemos decir que un recién nacido
dispone de un "enganche" para articularse en el proceso materno que lo contiene; "en-ganche" éste que se
compone de: actividad refleja arcaica, gestualidad refleja, tono muscular, actividad postural y espontánea y
ritmos biológicos.

a) Actividad refleja arcaica. Cuando el niño nace presenta una serie de reacciones automáticas,
"desencadenadas por estímulo que impresionan diversos receptores". Estas reacciones constituyen algunas
de las huellas que guían la actividad del bebé. Estamos refiriendonos fundamentalmente a los reflejos
madurativos, al conjunto de los reflejos orales, de la madre, de Moro, tónico-cervicales, a los relativos a la
maduración de la actividad ocular, a las reacciones cutáneas y a los reflejos posturales y superficiales de los
miembros inferiores (Coriat, 1974, y Coriat y Jerusalínsky, 1983).

No es nuestro objetivo describir estos mecanismos, que ya están tratados en una vasta bibliografía, sino
internarnos en el análisis del valor que tales reflejos pueden tener para los intercambios madre-hijo.
Partiendo de esa perspectiva y considerando los reflejos orales, nos parece útil recordar aquí las reflexiones
de Langer (1976) acerca de la importancia que, para la madre y el niño, tiene una lactancia feliz: "No sólo el
niño sino también la madre se perjudica "por la renuncia a amamantar", Helen Deutsch encuentra "una
estrecha relación entre el trabajo de parto y la lactancia, al comprobar que la succión del lactante estimula
las últimas contracciones del útero, de manera que con el comienzo de la lactancia termina la función
dinámica de este órgano que cede su primacía a las mamas. La lactancia, además de ayudar a la madre a
vencer el trauma que le causa la brusca sseparación de su hijo sirve también para mitigar el efecto de su
propio trauma de nacimiento" (apud Langer, 1976).

La activa succión por parte del bebé tiene efectos múltiples para la madre: produce el vaciamiento del
pecho, calmando la tensión y estimulando la glándula mamaria, con lo cual la secreción láctea aumenta. Las
mujeres deseosas de su maternidad "sienten en esta producción láctea la continuidad de su potencial
corporal, que se desplaza poco a poco hacia el cuerpo de su hijo y, en la medida en que éste crece, pone en
evidencia el efecto de la donación materna.

Este ciclo de satisfacción parte del ofrecimiento del pecho circula por la succión del bebé, retorna glandular
y psíquicamente sobre la madre, que se siente así más próxima de su hijo, transformando la brusca
separación del parto en un distanciamiento corporal gradual y lento durante el cual el bebé recibe el don
materno. Don que se expresa primero en forma de leche, como alimentación y apoyo, protección y
enseñanza, y que va resignifícándose en otros objetos en la medida en que el niño se vuelve capaz de
alimentarse por sí mismo.

Este círculo maternal envuelve otro ciclo con el que se superpone y se entrecruza: el ciclo de hambre y
dolor, succión-consuelo, saciedad y satisfacción. El bebé experimenta todo esto con los ojos fijos en el rostro
de la madre, ojos que lo enganchan y lo transportan hasta el universo en el cual su cuerpo, la boca y la leche
adquieren su inscripción: el universo simbólico.

Círculos que se tocan, superposición tangencial que articula, junta y separa los espacios de la madre y del
hijo en un vaivén que se expresa más tarde incluso en la aparición de las representaciones gráficas, de cuyo
fenómeno nos da un ejemplo el juego del Squíggle pro-puesto por Winnicott (1979).

Es preciso hacer notar que el punto de contacto, que en el ángulo psíquico está apoyado en una serie de
representaciones maternas, en el ángulo biológico se apoya en automatismos reflejos, fundamentalmente
orales y visuales. El pecho se ofrece y el rostro del niño gira, por el reflejo de búsqueda, y chupa en una
secuencia pausada y fija. En la primera quincena de vida predomina la alineación óculo-troncal y, poco a
poco, los ojos acompañan a la cabeza en sus seguimientos perspectivos. Las manos y los brazos se flexionan
cuando el bebé siente hambre y ansiedad y se van relajando y ex-tendiendo en la medida, en que la
alimentación avanza. La madre "lee" en los ojos que se entornan y en el cuerpo que se relaja el goce que su
leche proporciona. Los reflejos orales adquieren, un sentido de aceptación, goce, plenitud; son significados
porque están allí, son como el trazo para la escritura o el sonido para la palabra: su presencia da un soporte
para que esta palabra, la materna, tenga un destino cierto.

b)Gestualidad refleja. El llanto inicial del bebé es obviamente reflejo, un puro automatismo. Ligado al
principio a la "respiración aérea, forma parte de las reacciones vitales más arcaicas del ser humano. Pero de
allí en adelante, y casi sin interrupción, se repetirá en situaciones de dolor e incomodidad que afecten al
niño, Nada existe de adquirido en esa manifestación primaria, por lo menos en el recién nacido.
A partir del primer mes de vida es posible notar cambios en el llanto que, constitucional al comienzo, se
incorporará a estructuras que, poco a poco, lo llevarán a adquirir la significación social que tiene para el
mundo de los adultos.

En las primeras semanas el llanto aparece como desencadenado automáticamente frente a cualquier
síntoma de dolor o de incomodidad, como directamente asociado a sensaciones corporales inmediatas y
realmente presentes. Con cinco semanas de vida, se presenta como efecto de los sueños: sin duda el bebé
"ve" o "siente" transitar por su mente una serie de imágenes que movilizan su gestualidad de manera muy
activa. Mientras duerme presenta succión espontánea, contracción del rostro, emisión, de sonidos, sonrisas,
movimientos de los párpados, eventualmente un llanto breve e interrumpido bruscamente, como
obedeciendo a una imagen que pasara fugazmente, ya que si fuese una molestia corporal la queja se
reiteraría. 
Esta pequeña secuencia evolutiva nos muestra cómo, sutilmente, el llanto se transforma de una reacción
automática en un elemento de comunicación. Basta para ello observar las reacciones de quienes cuidan al
bebé frente a su llanto lo consuelan y calman, le hablan, lo cambian y lo acarician, le atribuyen dolores y lo
abrazan.
Lo mismo sucede con la sonrisa, que inicialmente aparece durante los momentos de saciedad y somnolencia
que suceden a la amamantación, como un gesto pu¬ramente reflejo. Hacia el final del segundo mes la
sonrisa empieza a aparecer como uno de los "organizadores'' centrales en la relación M-H al adquirir el
carácter de respuesta frente a la sonrisa del rostro de otro ser hurmano.

Es evidente que las reacciones frente a las sensaciones corporales inmediatas, reales y de contacto directo,
paseen un valor completamente diferente del de las respuestas gestuales y del de las gesticulaciones frente
a imágenes oníricas y, por lo tanto, ausentes y evocadas.

Las reacciones frente a los contactos concretos, presentes desde los primeros instantes de la vida, se
adscriben al equipamiento constitucional contenido en el código genético; las de la segunda categoría del
orden de la gestualidad., que empiezan a aparecer cerca del tercer mes, son adquiridas a través de la
inscripción que, sobre aquellos primeros mecanismos automáticos, realiza el sistema de comunicación
humana que la madre utiliza y en el cual incluye a su hijo.

c) Tono muscular. Ya hemos señalado que las emociones se expresan a través de sutiles variantes del tono y
de las actitudes, y que el tono muscular presenta variantes fisiológicas motoras: con el sueño disminuye al
mínimo, pero durante el llanto aumenta. En efecto, el recíén nacido a término, una vez normalizado su tono,
lo cual por lo general sucede alrededor del quinto dia de vida, presenta claras reacciones automáticas
vinculadas a, sus sensaciones, de dolor y de placer.

Frente al dolor y la incomodidad aumentan las contracciones, y las masas musculares se relajan durante el
placer y la tranquilidad. Sin duda se trata de mecanismos neuromusculares constitucionales que ofrecen a
la madre, elementos para conocer el estado de su hijo, en la medida en que ella desea conocerla.

Este sistema de reacciones sólo puede mantenerse durante pocos meses si no es apoyado por la función
materna, que le imprimirá toda su significación afectiva. Es conocida la total indiferencia con que los bebés
carenciados afectiva y/o nutricionalmente responden a los estímulos del medio ambiente, después de cierto
tiempo de privación. Nos parece necesario destacar el valor que, en la relación M-H, adquieren las
expresiones tónicas que brindan un sutil referencial pura el "enganche" materno.

d) Actitudes posturales y actividad espontánea. En la práctica, es difícil disociarlas del tono muscular y de la
actividad refleja. Aun cuando cierta discriminación sea didáctica, conviene llamar la atención sobre los
ries¬gos de un esquematismo que pretenda estudiar aislada¬mente cada reflejo. En realidad se trata de un
esfuerzo analítico que nos ayuda a percibir con más detalle un proceso que recorre, compleja y
simultáneamente, todos los niveles, desde el psíquico hasta el biológico y viceversa.

Estos diferentes niveles no responden a las mismas leyes ni componen las mismas estructuras, pero a pesar
de ello hoy es evidente para nosotros la necesidad de profundizar la comprensión de la dinámica de
influencia e indeterminación que existe entre esos niveles.

En ese sentido, el reflejo tónico cervical asimétrico constituye una sinergia que además de favorecer la
coordinación ojo-mano-boca, induce al niño a adoptar una postura que facilita el amamantamiento y
favorece en la madre la colocación de pequeños juguetes cerca de la mano del niño y frente a su boca,
dentro de su campo de visión. Esto facilita la tarea de enseñar al bebé.

Algo similar podríamos decir del relativo predomi¬nio del tono flexor al comienzo de la mamada, que induce
la rotación cefálica y una postura que se amolda mejor al hueco de los brazos maternos, mientras que el
relajamiento progresivo lleva al niño a una postura abierta y extendida, sensible, sin embargo, frente a la
más mínima motivación que produce en él un esbozo de "Moro" incompleto. Es como si el cuerpo del niño
informara a la madre acerca de sus necesidades, su saciedad, su goce o su disgusto.

El constante esfuerzo del lactante durante el primer trimestre de su vida para conseguir el control cefálico
está íntimamente vinculado a reacciones posturales de defensa frente a la posibilidad de asfixia por
obstrucción de las fosas nasales o de los canales aéreos, como también sucede con las reacciones de los
automatismos producidos por la maduración de los reflejos del cuello en el recién nacido a término.

Es claramente observable la gran influencia que sobre los progresos del mantenimiento de la cabeza,
ejercen los estímulos visuales y, muy especialmente, la movilización y la comunicación humana.

Recíprocamente podemos señalar cuán poco alentador es para la madre intentar el encuentro con el rostro
de su hijo cuando éste está persistentemente imposibilitado de responder, ni siquiera con groseras
tentativas a la llamada materna. La postura adecuada y flexible es natural e inconscientemente reconocida
hasta por la madre más jnexperta, dentro de los amplios límites de variación de la normalidad. Cuando
posteriormente se verifica en el bebé alguna patología, esas madres positivamente ligadas a sus hijos suelen
relatar que les había llamado la atención tal o cual actitud de sus pequeños. Es ésta una clara evidencia de
un registro que no llegó a constituir significante por desconocimiento o por la negación derivada del temor
materno de confirmar que algo andaba mal.

La actividad espontánea caracterizada por la franca tendencia pasiva que se apodera del neonato después
de la hipertonía del primer día, y que suele durar cinco o seis días, se manifiesta a partir de la segunda
semana, fundamentalmente en los movimientos de brazos que podríamos llamar "de bailarina tailandesa",
por la semejanza que tienen con los movimientos plásticos realizados por las mujeres que practican las
danzas folklóricas de Tailandia. También aparecen los clonus, temores de inmadurez más frecuentes en la
barbilla y en las extremidades inferiores. Los movimientos son lentos y pausados, a veces entrecortados, y
se presentan de forma reactiva, aunque inicialmente inconstantes, manifestándose cuando alguien le habla
al bebé o mueve lentamente objetos frente a él.

Alrededor de la quinta o sexta semana aparecen ya los movimientos globales y agitados de respuesta,
alternados por momentos de total quietud durante los cuales el niño fija la atención en un objeto o en una
persona, corno en estado de concentración. 

El pasaje madurativo por esas etapas va desde la actividad totalmente indiferenciada del comienzo hasta la
asimilación de los primeros esquemas de acción e inhibición que tienen un carácter francamente adquirido.
En esta secuencia de la actividad espontánea se favorece el contacto de las manos con la boca y con los
objetos externos, inclusive el pecho y rostro maternos, encuentros casuales que constituirían sin embargo la
guía de los futuros contactos intencionales. Estos contactos fugaces iniciales ofrecen a la madre múltiples
oportunidades para poner en juego las interpretaciones acerca de las supuestas intenciones del bebé,
manifestadas a través de sus movimientos. Ella va inventando un verdadero "recorrido" cuyas fronteras sólo
reconocen por un lado, los límites de la creatividad y la imaginación maternas; pero, por el otro sólo pueden
exten¬derse en el espacio dibujado por la riqueza de movimientos del niño.

e) Ritmos biológicos. Consideraremos aquí, de en¬tre todos los ritmos biológicos, solamente los que poseen
especial importancia para el intercambio M-H. Son ellos la acompasada secuencia respiración-deglución, la
respiración misma, las alternancias hambre-saciedad, sueño-vigilia, y la frecuencia excretora. Pocas cosas
alarman tanto a una madre como la falta de evacuación de su bebé o el hecho de que éste se ahogue con la
leche que está mamando o regurgitando. También pocas cosas tienen tanto poder de irritación para una
madre como la inversión del ritmo de sueño del hijo. En estas regulaciones la ansiedad materna y la
capacidad de contención paterna tienen un papel decisivo para detener los efectos de esos contratiempos.

Cuando en un niño existe una patología neurológica que distorsiona inevitablemente estos procesos, surge
por contraste la importancia de estas regulaciones biológicas para la conservación del equilibrio de las
relaciones primarias con el bebé. En estos casos, la flexibilidad tiene que ir instrumentando la sustitución de
un ritmo constitucional que se manifiesta como ausente, que reclama, en alguna medida, su reconstrucción
para permitir tanto al niño como a la madre articular su relación y hacer un puente hacia el mundo
circundante.

Es evidente, y nosotros nos proponemos destacarlo, el relevante papel que estos ritmos desempeñan en la
sobrevivencia del individuo. Nos preocupa que puedan ser poco valorizados respecto a su papel de
proporcionar una vía de encuentro para la madre, que se ve forzada en su función a escuchar con otros
oídos a ese niño que aún no habla. Insistimos en la determinante incidencia de la personalidad materna,
pero no debemos olvidar la evidente influencia de estos factores.

En efecto, la actividad materna decodifica aquello que el niño expresa en su propia actividad. Los códigos
que la madre usa integran el conocimiento inconsciente que ella tiene de esos elementos constitucionales
del recién nacido. Por eso la madre espera del niño ciertos tipos de reacción en concordancia con ese
conocimiento previo. Además anticipa una imagen global del niño en términos corporales, cuya
confirmación irá a buscar una y otra vez en el contacto con su hijo. El concepto de diálogo tónico
mencionado por Ajuriaguerra (1979) sintetiza, en un par de palabras, la naturaleza significante de este
proceso.
Así, puede decirse que la madre informa a su hijo sobre la confiabilidad de sus esquemas para conectarse
con el mundo que lo rodea. También se puede decir que el hijo " informa" a su madre, a través de su
respuesta, acerca del grado de adecuación de la actividad materna a sus sensaciones y a su estado interno.
La madre construye para el niño una imagen conte- nida en su subjetividad; además, esta imagen guardará
una inevitable relación con los datos que el niño le ofrezca. Nuestras observaciones clínicas señalan que tal
relación existe, aunque puede ser sumamente variable. La madre construye, al abrazar al hijo, al mirar al
hijo, en su contacto corporal con él, el perímetro de su ima-gen. Perímetro que llenará con el significado
nacido de loque ella desea en el niño. Pero éste puede facilitar el abrazo u oponerse involuntariamente a él
si una pará-lisis cerebral lo torna rígido. Puede ir al encuentro de su mirada o parecer huir de ella, si un
estrabismo grave lo afecta.

Por eso diremos que, sí bien es cierto que en el niño no hay sujeto constituido desde el comienzo, en la ma-
dre hay un sujeto para sí misma y otro para prestarle a su bebé. Esta intersubjetividad sostenida por la
madre necesita de una ilusión de respuesta psicológica, y el soporte de esta ilusión está dado por la
respuesta mate-rial de los mecanismos constitucionales. Podemos decir que la intersubjetividad de la
comunicación inicial M-H, cuyo centro reside en la Función Paterna que se instala en la cadena significante,
opera, sin embargo, a través dé la intersección de la actividad materna con la activi-dad del niño. y que la
actividad del recién nacido tiene verdadera importancia en las características de esta re-lación, ofreciendo
un espacio que ejerce sus propias influencias sobre el significante materno.

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