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Guillermo: si el texto es demasiado largo, se puede quitar o acortar la cita

bíblica final.

2.2. ¿Cómo es la dinámica del crecimiento espiritual?

1. La parábola: “Acelerar la bicicleta”.

Dos muchachos decidieron ir hasta el mar en bicicleta. Era una meta difícil, pero
completamente posible. Y se pusieron de acuerdo para no detenerse hasta llegar al mar.
Uno de los muchachos era tenaz y el otro era inconstante.
Ya en la ruta, empezaron a acelerar sus bicicletas y, después del esfuerzo inicial,
enseguida tomaron velocidad.
Todo iba bien, hasta que el muchacho inconstante vio un lugar donde comprar unos
bizcochos y –contra lo que habían pactado– se detuvo, diciendo a su compañero que
enseguida lo alcanzaría.
Y así fue, pues al rato lo había alcanzado. Sin embargo, después de su detención tuvo
que hacer nuevamente el esfuerzo de acelerar su bicicleta.
Al poco rato, el muchacho inconstante vio una hermosa arboleda, y decidió detenerse
allí para comer sus bizcochos. El muchacho tenaz siguió adelante, manteniendo con firmeza
su intención de llegar al mar.
Después de comer sus bizcochos, el muchacho inconstante retomó el camino. Pero
tanto la detención como la comida, le dificultaron avanzar. Además, los bizcochos le dieron
sed, y nuevamente se detuvo para tomar agua.
El muchacho tenaz, mientras tanto, avanzaba raudamente en su camino. Pues todos
sabemos que –una vez hecho el esfuerzo inicial y si no nos detenemos– es muy fácil mantener
la velocidad de la bicicleta: basta con acompañar suavemente los pedales para volar sobre el
camino.
Además, ir tan velozmente le sirvió de mucho. Pues, al pasar el muchacho tenaz por
un pueblito, unos perros quisieron salir a perseguirlo. Pero él pasó tan rápidamente que los
perros no tuvieron ni oportunidad de acercársele.
Así, llegó sin problemas a su meta; y contempló –cansado y feliz– el sol brillando
sobre las olas del mar.
En cambio, el muchacho inconstante iba lentamente, pues cada detención implicaba
rehacer el esfuerzo de acelerar la bicicleta. Había perdido tiempo y malgastado energías.
Y, para colmo de males, al llegar al pueblito, los perros lo alcanzaron y uno de ellos lo
mordió en una pierna.
Después de pasar una semana en el hospital, finalmente llegó al mar gracias a la
gentileza de un lugareño que, en su camión, lo llevó a él... y a su bicicleta.

2. Explicación de la parábola.

En primer lugar, aclaremos que en esta parábola consideramos lo que compete al


aspecto del esfuerzo humano para crecer en la virtud, siempre presuponiendo el aspecto de la
gracia de Dios. Dicho esto, vayamos a la explicación de la parábola.

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Poner en movimiento una bicicleta y llevarla hasta su máxima velocidad, implica
esfuerzo. Pero, una vez que se ha hecho esto, mantenerla en esa velocidad es bastante fácil:
una leve presión sobre los pedales es suficiente.
De modo semejante sucede en la vida ética y espiritual. Implantar una virtud implica
cierto esfuerzo, pues la virtud es un hábito: el hábito de lo bueno. Y los hábitos se implantan y
crecen mediante la realización de actos concretos. Y estos actos concretos implican el
esfuerzo de todo el ser de la persona: cuerpo y alma, inteligencia y voluntad, libertad y
sentimientos.
Por ejemplo: supongamos que una persona quiere cultivar la virtud de la oración. Esta
persona, después de los primeros entusiasmos, experimentará la dificultad de perseverar en la
oración. Si enfrenta la dificultad con constancia, le sucederá como al muchacho tenaz de
nuestra parábola: después de un esfuerzo inicial, la dificultad irá disminuyendo. Y una vez
implantado el hábito de la oración, todo le será mucho más fácil que al principio. Aún más: si
la persona mantiene su tenacidad, después de cierto tiempo comenzará a sucederle que, si por
alguna razón no puede orar en los momentos cuando suele hacerlo, sentirá que le “falta algo”.
Todo esto sucede porque los hábitos, una vez implantados y desarrollados, tienden a
producir sus actos propios: la persona realizará estos actos de virtud con soltura, facilidad y
gozo.
Una persona que encare su vida ética y espiritual con tenacidad y coherencia, crecerá
mucho y bien. Alcanzará cada vez nuevas metas, las cuales, a su vez, le abrirán nuevos
horizontes.
En cambio, si la persona obra como el muchacho inconstante de la parábola, avanzará
muy poco, o nada. Pues muchos de sus actos concretos serán incoherentes con la virtud que
intenta implantar y, a causa de esto, la virtud nunca terminará de implantarse bien.
Entonces la persona correrá el riesgo de caer en el cansancio, el hastío y la
desesperanza. Y le agobiarán muchos problemas –representados por los perros de la parábola–
los cuales ni siquiera aparecerían si la persona fuese coherente.

Por eso, el Sabio nos exhorta: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma
para la prueba. Endereza tu corazón, sé firme, y no te inquietes en el momento de la desgracia.
Únete al Señor y no se separes, para que al final de tus días seas enaltecido. Acepta de buen
grado todo lo que te suceda, y sé paciente en las vicisitudes de tu humillación... Confía en Él,
y Él vendrá en tu ayuda, endereza tus caminos y espera en Él. Los que temen al Señor,
esperen su misericordia, y no se desvíen, para no caer. Los que temen al Señor, tengan
confianza en él, y no les faltará su recompensa. Los que temen al Señor, esperen sus
beneficios, el gozo duradero y la misericordia...
“¡Ay de los corazones cobardes y de las manos que desfallecen, y del pecador que va
por dos caminos! ¡Ay del corazón que desfallece, porque no tiene confianza! A causa de eso
no será protegido. ¡Ay de ustedes, los que perdieron la constancia! ¿Qué van a hacer cuando
el Señor los visite? Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras y los que lo aman
siguen fielmente sus caminos.” (Eclesiástico 2, 1-15)

(Tomado del libro “Parábolas fáciles sobre temas difíciles”, de Jorge Fazzari, editorial
Claretiana, Buenos Aires, 2004).

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