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Mary Kaldor

Las nuevas
guerras
VIO LEN CIA O R G A N IZ A D A EN LA ERA G LO BAL

fus Q uets
Marv Kaldor
LAS NUEVAS GUERRAS
La violencia organizada en la era global

Traducción de M aría Luisa Rodríguez Tapia

4
K R IT E R IO S
TUSUUETS
F.01 Í O R E S
1.a edición: septiem bre 2001

€> Mary Kaldor, 1999 v 2001

© de la trad u c ció n : M aría Luisa R o d ríg u ez T apia, 2001


D iseño d e la colección: Lluís C loíeí y R am ó n Úbeda

ISBN: 8 4 -8 3 10-761 -9
D epósito legal: B. 33.044-2001
Im p reso so b re papel Offset-F C ru d o de P a p e le ra del Leizarán, S.A.
Im p resió n : A & M Gráfic, S.L.
Im p reso en E sp a ñ a
índice

A gradecim ientos................................................................................. 9

A breviaturas...................................................................................... 11

1. In tro d u c c ió n ............................................................................ 15

2. Las viejas guerras . . . ........................................................... 29

3. Bosnia-Herzegovina: estudio de una nueva guerra ...........49

4. La política de las nuevas g u e r r a s ........................................ 93

5. La economía de guerra globalizada .................................. 119

6. Hacia una perspectiva cosmopolita .................................. 145

7. Gobemanza, legitimidad y s e g u rid a d ............................... 177

Epílogo ......................................................................................... 195

Apéndices
Notas .............................................. ............................................... 213
ín d ice o n o m á s t i c o ............................................................................................ 235
Estoy muy agradecida a una serie de personas que han leído
el manuscrito y me han hecho valiosos comentarios, y me gus­
taría dar las gracias, en particular, a Ulrich AJbrecht, Mient Jan.
Faber, Zdenek Kavan, Julián Perry Robinson, M artin Shaw y el
anónimo lector en Polity Press. Por supuesto, no son responsa­
bles del resultado final. También me gustaría dar las gracias a
Aimée Shalan por su ayuda con el manuscrito y a todo el
mundo en Polity, especialmente David HeJd, por su apoyo y su
ánimo.
Algunas partes del capítulo 3 se incorporaron a un capítulo
escrito conjuntamente por mí y Vesna Rojícic» «The Political.
Economy of War in Bosnia-Herzegovina», en Restructuring the
Global Military Sector: New VVars, Mary Kaldor y Basker Vashee,
eds. (Cassell/Pinter, 1997). Una. prim era versión del capítulo 4
apareció como «Cosmopolitanism versus nationalism: the new
divide?» en Europe's New Nationalisms, Richard Kaplan y John
Feffer, eds. (Cambridge University Press, 1996).
ACH Asamblea de Ciudadanos de Helsinki
ACNUR Alto Comisariado de Naciones Unidas para los Refugiados
CEI Confederación de Estados Independientes
CIAY Conferencia Internacional sobre la Antigua Yugoslavia
CICR Comité Internacional de la Cruz Roja
CNA Congreso Nacional Africano
EB ÍH Ejército de Bosnia-Herzegovina
ECHO Oficina Hum anitaria de la Comunidad Europea
ECOM OG Grupo de Vigilancia de la Tregua de la Comunidad
Económica de los Estados de África Occidental
ECOWAS Comunidad Económica de Estados de África Occidental
EPLS Ejército Popular de Liberación de Sudán
ERB Ejército Revolucionario de Bougainville
ESB Ejército Serbobosnio
FM I Fondo Monetario Internacional
HDZ Partido Demócrata de Croacia
HOS Ala param ilitar del HSP
HSP Partido de las Derechas de Croacia
HV Ejército Croata
HVO Consejo Croata de Defensa
IFOR Fuerza de Aplicación (de los acuerdos de Dayton)
IFP Partido Inkatha de la Libertad
IISS Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres
IRA Ejército Republicano Irlandés
JNA Ejército Nacional Yugoslavo
MOS Fuerzas Armadas Musulmanas
M PRI Recursos Militares Profesionales
NACC Consejo de Coordinación de la OTAN
ONG Organización No Gubernamental
ONU Organización de las Naciones Unidas
OSCE Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa
OTAN Organización del Tratado del Atlántico Norte
OUA Organización para la Unidad Africana
PASOK Movimiento Socialista Panhelénico (Grecia)
PDI Persona Desplazada en el Interior
PIB Producto Interior Bruto
RCS R esolución del C onsejo de S eg u rid ad de la ONU
R EN AMO R esisten cia N acional M o z am b iq u eñ a
SDA P artid o (M usulm án) de A cción D em o crática
SDS P artid o D em ó crata S erbio
SFOR F u erza de E stab ilizació n
TQ U nidades de D efensa T errito rial (en Y ugoslavia)
TPI T ribunal Penal In te rn a c io n a l
UE U nión E u ro p ea
UEO U nión E u ro p e a O ccidental
UNICEF F ondo de N aciones .Unidas p a ra la In fa n cia
UNPROFOR F u erza de P ro tecció n de N aciones U nidas en B e rn ia
UNU U niversidad de las N acio n es U nidas
W IDER In stitu to M undial de Investigació n so b re la E co n o m ía del
D esarrollo
:iue^'as m e n a s
Introducción

En el verano de 1992 visité Nagorno-Karabaj, en la región


transcaucásica, en medio de una guerra que enfrentaba a Azer-
baiyán con Armenia. Entonces comprendí que lo que había pre­
senciado antes en Yugoslavia no era nada extraordinario; no era
un retroceso al pasado de los Balcanes, sino una situación con­
temporánea, que podía encontrarse especialmente -o así lo pen­
sé- en el mundo poscomunista. La atmósfera de salvaje oeste de
Knin (entonces capital de la autoproclam ada República Serbia
en Croacia) y Nagorno-Karabaj, habitadas por jóvenes vestidos
con uniformes caseros, refugiados desesperados y políticos neó­
fitos y bravucones, era muy peculiar. Más tarde emprendí un
proyecto de investigación sobre el carácter de este nuevo tipo de
guerras y descubrí, a través de colegas que tenían experiencia
de prim era mano en África, que lo que había advertido en Euro­
pa del Este tenía muchas características en común con las gue­
rras que se libraban en África y quizás otros lugares, por ejem­
plo el sur de Asia. De hecho, la experiencia de guerras en otras
regiones me ayudó a com prender lo que ocurría en los Balcanes
y la antigua Unión Soviética.1
Mi argumento fundamental es que durante los años ochenta
y noventa se ha desarrollado un nuevo tipo de violencia organi­
zada -especialm ente en África y Europa del Este- propio de la
actual era de globalización. Dicho tipo de violencia lo califico
de «nueva guerra». Utilizo el término «nueva» para distinguir
estas guerras de las percepciones más comunes sobre la guerra
procedentes de una época anterior y que esbozo en el capítu­
lo 2. El término «guerra» lo empleo para subrayar el carácter po­
lítico de este nuevo, tipo de violencia, pese a que, como se verá
claramente en las páginas que siguen, las nuevas guerras impli­
can un désdibujamiento de las distinciones entre guerra (nor­
malmente definida como la violencia por motivos políticos entre
Oslados o grupos políticos organizados), crimen organizado (la
violencia por motivos particulares, en general el beneficio eco­
nómico, ejercida por grupos organizados privados) y violaciones
a gran escala de los derechos humanos (la violencia contra per­
sonas individuales ejercida por Estados o grupos organizados
políticamente).
En la mayor parte de la literatura existente, a las nuevas
guerras se las califica de guerras internas o civiles, o de «con­
flictos de baja intensidad». Sin embargo, aunque la mayoría de
dichas guerras son locales, incluyen miles de repercusiones
transnacionales, de forma que la distinción entre interno y ex­
terno, agresión (ataques desde el extranjero) y represión (ata­
ques desde el interior del país) o incluso local y global, es difícil
de defender. El término «conflicto de baja intensidad» lo acuña­
ron durante el periodo de la guerra fría los militares estadouni­
denses para hablar de la guerrilla o el terrorismo. Si bien es po­
sible trazar la evolución de las nuevas guerras a partir de los
llamados conflictos de baja intensidad de aquella época, las ac­
tuales tienen unas características distintivas que quedan ocultas
cuando se utiliza un término que se ha convertido, de hecho, en
un comodín. Algunos autores definen las nuevas guerras como
guerras privatizadas o informales;2 no obstante, aunque la pri­
vatización de la violencia es un elemento im portante en ellas, en
la práctica la distinción entre lo privado y lo público, lo estatal
y lo no estatal, lo informal y lo formal, lo que se hace por m oti­
vos económicos o políticos, no es fácil de establecer. Tal vez sea
más apropiado el término «posmodemo», que utilizan algunos
autores.3 Como «nuevas guerras», ofrece una forma de distin­
guir esos conflictos de las guerras que podríamos considerar ca­
racterísticas de la modernidad clásica. Sin embargo, el término
también se emplea para referirse a las guerras virtuales y las
guerras en el ciberespacio;4 además, las nuevas guerras incluyen
también elementos de premodemidad o modernidad. Por úl­
timo, Martin Shaw usa el término «guerra degenerada». Para él
existe una continuidad con las guerras totales del siglo xx y sus
aspectos genocidas; el calificativo llama la atención sobre la
descomposición de las estructuras nacionales, especialmente las
fuerzas militares.5"
Entre los autores norteamericanos especializados en estrate­
gia hay un debate sobre lo que se denomina «revolución en los
asuntos militares».6 El hecho es que la llegada de la tecnología
de la información es tan im portante como lo fue la del- tanque y
el avión, o incluso tanto como el paso de la tracción por caba­
llos al m otor m ecánico, con sus profundas repercusiones para el
futuro del arte bélico. Sin embargo» estos autores conciben la
revolución en los asuntos militares den re las estructuras
institucionales de guerra y ejército que hemos heredado. Prevén
conflictos con arreglo a un modelo tradicional en el que las
nuevas técnicas se desarrollan más o menos en una línea que
viene del pasado. Además, están diseñadas para m antener el ca­
rácter imaginario de la guerra que distinguió a la era de la gue­
rra fría y se usan de una m anera que permite reducir las bajas
propias. La técnica preferida es el bombardeo aéreo espectacu­
lar, que reproduce la apariencia de la guerra clásica para con­
sumo público y, en realidad, tiene muy poco que ver con lo que
está pasando en tierra. De ahí la famosa, observación que hizo
Baudrillard de que la guerra del Golfo no se produjo.7 Estas téc­
nicas, elaboradas y complejas, se han empleado no sólo en Irak,
sino también en Bosnia-Herzegovina y Somalia, yo diría que
con una im portancia relativamente escasa» aunque causaran nu­
merosas bajas civiles.
Comparto la opinión de que ha habido • una revolución en
los asuntos militares, pero se trata de una revolución en las re­
laciones sociales de la guerra, no en tecnología» aunque esos
cambios en las relaciones sociales estén infinidos por la nueva
tecnología y hagan uso de ella. Bajo los despliegues espectacula­
res se libran guerras auténticas, que, incluso en el caso de la
guerra de Irak de i — 1 i la que murieron cientos y miles de
kurdos y chiítas, se explican mejor de acuerdo con mi concep­
ción de las nuevas guerras.
Creo que las nuevas guerras deben interpretarse en el con­
texto del proceso conocido como giofaalización. Por tal entiendo
la intensificación de las interconexiones políticas, económicas,
militares y culturales a escala mundial. Aunque acepto el argu­
mento de que 1a. globalización tiene sus raíces en la modernidad
o incluso en etapas anteriores, opino que la globalización de los
años ochenta y noventa es un fenómeno cualitativamente nuevo
que, al menos en parte, puede explicarse como «tía consecuen­
cia de la revolución en las tecnologías de la información y
también de las drásticas mejoras en la comunicación y el trata­
miento de datos. Este proceso de intensificación de las interco­
nexiones es un fenómeno contradictorio que implica, a la vez,
integración, y fragmentación, homogeneización y diversificación,
globalización y localización. Se ha dicho con frecuencia que las
nuevas guerras son resultado del final de la guerra fría; reflejan
un vacío de poder que es típico de los periodos de transición en
la historia mundial. Desde luego, es cierto que las consecuen­
cias del final de la guerra fría -la existencia de excedentes de ar­
mas, el descrédito de las ideologías socialistas, la desintegración
de los imperios totalitarios, la retirada del apoyo de las super-
potencias a los regímenes clientelares- contribuyeron de m a­
nera im portante a las nuevas guerras. Pero el final de la guerra
fría podría considerarse asimismo la forma en que el bloque del
Este sucumbió a la inevitable invasión de la globalización: el
derrum be de los últimos bastiones de la autarquía territorial,
el momento en el que Europa del Este se «abrió» al resto del
mundo.
El impacto de la globalización es visible en muchas de las
nuevas guerras. La presencia internacional en ellas puede incluir
a periodistas extranjeros» soldados mercenarios y asesores mili­
tares, expatriados, voluntarios y un auténtico «ejército» de orga­
nismos internacionales que van de las organizaciones no guber­
namentales iOMG) como Oxfam, Save the Children, Médicos Sin
Fronteras, Human Rights Watch y la Cruz Roja Internacional a
instituciones internacionales como el Alto Comisariado- de las
Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), la Unión Euro­
pea (UE), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia
(UNICEF), la Organización para la Seguridad y la Cooperación
en. E uro',a . SCEL i.i Organización para la Unidad Africana
la propia Naciones Unidas (ONU), pasando por las tro­
pas de pacificación. En realidad, las guerras son el símbolo de
una nueva división mundial y local entre, los miembros de una
clase internacional que saben inglés, Tienen acceso al fax, al co­
rreo electrónico y a la televisión por satélite, utilizan dólares o
marcos alemanes o tarjetas de crédito, y pueden viajar libremen­
te, y los que; están excluidos de los procesos globales, que viven
de lo que pueden vender o intercam biar o lo que reciben en con­
cepto de ayuda humanitaria, cuyos movimientos están restringi­
dos por los controles, los visados y los costes de los viajes, y que
son víctimas de asedios, ham brunas forzosas, minas, etcétera.
En la literatura sobre la globalización, una preocupación
fundamental es la de las repercusiones de la interconexión m un­
dial en el futuro de la soberanía basada en el territorio; es decir,
en el futuro del Estado moderno.8 Las nuevas guerras surgen en
el contexto de la erosión de la autonom ía del Estado y, en cier­
tos'casos'extrem os, la desintegración del Estado. En concreto,
aparecen en el contexto de la erosión del monopolio de la vio­
lencia legítima. Dicho monopolio sufre una erosión por arriba y.
po r abajo. Por arriba lo erosiona la transnacionalización de las
fuerzas militares, que comenzó durante las dos guerras m undia­
les, .y quedó, institucionalizada por el sistema de bloques de la
guerra fría y las incontables relaciones transnacionales entre
fuerzas arm adas que se desarrollaron en el periodo de posgue­
rra.9 La capacidad de los Estados para usar la fuerza de modo
unilateral contra otros Estados está muy debilitada. Ello se
debe, en parte, a razones prácticas: el creciente poder destruc­
tivo de la tecnología militar y la mayor interconexión entre los
Estados, sobre todo en el ámbito militar. Es difícil imaginar,
hoy en día, un Estado o grupo de Estados que se arriesguen a
una guerra a gran escala que podría ser todavía más destructiva
que lo que se experimentó durante las dos guerras mundiales.
Además, las alianzas militares, la producción y el comercio in­
ternacional de armas, diversas formas de cooperación, e .inter­
cambio militar, los acuerdos de control de armamento, etcétera,
han creado una forma de integración militar mundial. También
se debe a la evolución de las normas internacionales. El princi­
pio de que la agresión unilateral es ilegítima se estableció por
prim era vez en el pacto Kellogg-Briand de 1928, y se reforzó
después de la segunda guerra mundial con la Carta de las Na­
ciones Unidas y los razonamientos utilizados en los juicios de
crímenes de guerra de Nuremberg y Tokio.
Al mismo-tiempo, por abajo, el-monopolio-■de; la--, viólesela
organizada sufre la erosión de la privatización. En realidad, po­
dría decirse que las nuevas- gtierragv forman- parte, de u n procescsr-
que: é%; más-,-.©'..-menos,-el-.-inverso--a Ios-procesos por los' .que-' evd-
lucioíiárott los: Estados modernos-. Como explico en el capítu­
lo 2, el ascenso del Estado moderno estuvo íntimamente unido
a la guerra. Para llevar a cabo las guerras, los gobernantes ne­
cesitaban aum entar la fiscalidad y los préstamos, eliminar el
«desperdicio» resultante del crimen, la corrupción y la inefica­
cia, regularizar las fuerzas armadas y la policía, eliminar los
ejércitos privados y movilizar el apoyo popular para recaudar
dinero y reclutar hombres. A medida que la guerra se convirtió
en competencia exclusiva del Estado, surgió, en paralelo al ca­
rácter cada vez más destructivo de la guerra contra otros Esta­
dos, un proceso de seguridad creciente en el interior; por eso el
término «civil» acabó significando interno. Las nuevas guerras
surgen en situaciones en las que los- ingresos del Estado- dismi­
nuyen-por. el declive de la economía y la expansión-'del delito')la
corrupción y- la ineficacia, la violencia está cada vez más- priva-
tizada, como consecuencia del creciente crimen organizado-'-y la
aparición de grupos paramilitares, mientras la legitimidad polí­
tica- va desapareciendo. Por tanto, las distinciones entre la bar­
barie externa y el civismo interno, entre el combatiente como
legítimo'' portador- de armas.-.y - el-no..-combatiente-, entre- el sol­
dado o policía y el' criminal, son'distinciones que están-desvane­
ciéndose. La barbarie de la guerra entre Estados puede acabar
siendo una cosa del pasado. En su lugar surge un nuevo tipo de
violencia organizada que está más extendida pero que es, tal
vez, menos extrema.
En el capítulo 3 utilizo el ejemplo de la guerra en Bosnia-
Herzegovina para ilustrar los principales rasgos de las nuevas
guerras, y lo hago, sobre todo, porque es la guerra que mejor
conozco. La guerra de Bosnia-Herzegovina comparte muchas de
las características de las guerras en otros lugares, pero es excep­
cional en un aspecto: acabó siendo el foco de la atención m un­
dial. En ella se concentraron más recursos -gubernam entales y
no gubernam entales- que en ninguna otra nueva guerra. Por un
lado, esto significa que, como ejemplo, tiene ciertos rasgos atí­
pleos. Pero, por otro, también significa que se ha convertido en
un paradigma del que pueden extraerse diversas enseñanzas, un
ejemplo que se utiliza para argum entar desde distintos puntos
de vista y, al mismo tiempo, un laboratorio en el que se experi­
m entan distintas formas de dirigir las nuevas guerras.
Se: puede- establecer un contraste entre las, nuevas-; guerras y
las de otros-tiempos-en.lo que respecta a.sus objetivos, sus.m é­
todos-de lucha y sus modos de financiación; Los objetivos de las'
nuevas'-' guerras., están relacionados con la política de identida­
des,. a -diferencia de los objetivos geopolíticos o ideológicos de
las guerras anteriores. En el capítulo 4 sostengo que, en el con­
texto- de la globalización, las divisiones ideológicas o territoria­
les-■del pasado., se han ido sustituyendo» cada vez más, por una
nueva...división..política entre -lo que yo llamo cosmopolitismo»,
basado-..en. valores.- incluyentes, universalistas y multiculturales, y
la política- de las identidades particularistas.10 Esta brecha se
puede explicar por la separación creciente entre quienes forman
parte de los procesos mundiales y los que están excluidos, pero
no es la misma división. Entre quienes pertenecen a la ciase
mundial se encuentran miembros de redes transnacionales ba­
sadas en una identidad exclusivista, mientras que, a escala lo­
cal, existen muchas personas valerosas que rechazan la política
de la particularidad.
Al -decir política de identidades, me refiero a la reivindica­
ción del-poder-basada-en una identidad concreta» sea nacional,
de clan, religiosa o lingüística. En cierto sentido, todas las gue­
rras implican un choque de identidades: británicos contra fran­
ceses, comunistas contra demócratas. Pero lo que quiero decir
es que, antes, esas identidades estaban vinculadas o a cierta no­
ción de interés del Estado, o a algún proyecto de futuro, a ideas
sobre la forma de organizar la sociedad. Por ejemplo, los nacio­
nalismos europeos del siglo xix o los nacionalismos posco.lon.ia-
les se presentaban como proyectos emancipadores para cons­
truir una nación. La nueva política de identidades consiste en
reivindicar el poder basándose, en etiquetas*, sí- existen ideas so­
bre-el"'-cambio político o social» suelen, estar relacionadas con
una representación nostálgica e idealizada del pasado. Se suele
afirm ar que la nueva oleada de política de identidades no es
más que un retroceso al pasado, la reaparición de antiguos
odios que estaban bajo control durante el colonialismo y la gue­
rra fría. Si bien es cierto que las narrativas de la política de
identidades dependen de la m em oria y la tradición, tam bién es
verdad qué /se «reinventan» aprovechando el fracaso o la corro­
sión de otras .fuentes de legitimidad política: el desprestigio del
socialismo o la retórica nacionalista de la prim era generación
cié dirigentes poscoloniales. Tales proyectos políticos retrógra­
dos surgen en el vacío creado por la ausencia de proyectos de
futuro. A diferencia de la política de las ideas, que está abierta a
todos y, por tanto, tiende a ser integradora, este tipo de política
de identidades es intrínsecam ente excluyente y, por tanto, tiende
a la fragmentación.
Hay dos aspectos de la nueva oleada de política de identida­
des que están específicamente relacionados con el proceso de
globalización. En prim er lugar, la nueva oleada de política de
identidades es» a la vez» local y mundial, nacional y transnacio­
nal. En muchos casos, hay im portantes comunidades expatria­
das cuya influencia se ve incrementada por la facilidad para via­
jar y las mejoras en las comunicaciones. Los grupos dispersos
en países industrializados o ricos en petróleo sum inistran ideas,
dinero y técnicas, con lo que imponen sus propias frustraciones
y fantasías en situaciones que, con frecuencia, son muy distin­
tas. En segundo lugar, esta política utiliza la nueva tecnología.
La velocidad de movilización política es mucho mayor debido al
uso de los medios electrónicos. No es exagerado hablar de las
inmensas repercusiones de la televisión, la radio o los vídeos en
un público que, muchas veces, está compuesto por no lectores.
Los protagonistas de la nueva política exhiben, a menudo, los
símbolos de una cultura mundial de masas -coches Mercedes,
relojes Rolex, gafas de sol Ray-ban- junto a las etiquetas que re­
presentan su identidad cultural concreta.
La segunda característica de las nuevas guerras es que ha
cam biado el modo de combatir," la forma de librar esas gue­
rras. Las nuevas estrategias bélicas aprovechan la experiencia
tanto de la guerrilla como de la lucha contrarrevolucionaria,
pero,., sin embargo, son muy peculiares*. En .la- guerra, convencio­
nal o regular» el objetivo es la captura del territorio po r medios
miMtáres>./lás: batallas; son -los, enfrentamientos-:decisivos-. La' gue­
rra de guerrillas se desarrolló como forma. de; sortear,las..gran­
des'. concentraciones desfuerza-militar qué-caracterizan, a. la. gue­
rra convencionaL En ella», el territorio se captura m ediante el
control político de la población, más que a base de avances mi­
litares, y se;intenta-evitar'los-combates todo lo-posible» También
la nuevas/guerra intenta- evitar, el combate y hacerse-con- el- terri­
torio a través del control político de la población, pero.-;-mientras
que la guerra de guerrillas -al menos en la teoría elaborada por
Mao Zedong o Che Guevara- pretendía «ganarse a la gente», la
nueva guerra tom a prestadas de la contrarrevolución unas téc­
nicas de desestabilización dirigidas a sem brar «el miedo y el
odio». El objetivo es controlar a la población deshaciéndose de
cualquiera que tenga una identidad distinta (e incluso una opi­
nión distinta). Por eso, el objetivo estratégico de estas guerras
es expulsar a la población m ediante diversos métodos, como las
matanzas masivas, los reasentamientos forzosos y una serie de
técnicas políticas, psicológicas y económicas de intimidación.
Ésa es la razón de que en todas estas guerras haya habido un
aum ento espectacular del núm ero de refugiados y personas des­
plazadas, y de que la mayor parte de la violencia esté dirigida
contra civiles. A principios del siglo XX, la proporción entre ba­
jas militares y civiles en las guerras era de 8:1. Hoy en día esa
proporción se ha invertido casi al milímetro; en las guerras de
los años noventa, la proporción entre las bajas militares y civi­
les es de 1:8. Diversos comportamientos que estaban prohibidos
en virtud de las reglas clásicas de la guerra y penalizados en las
leyes sobre la m ateria elaboradas a finales del siglo xix y princi­
pios del xx, como las atrocidades contra la población no com­
batiente, los asedios, la destrucción de monumentos históricos,
etcétera, constituyen en la actualidad un elemento fundamental
de las estrategias de las nuevas modalidades bélicas.
En contraste con las unidades jerárquicas verticales que ca­
racterizaban a las «viejas guerras», las unidades que libran las
guerras -actuales comprenden una enorme variedad de grupos:
paramilitares, caudillos locales, bandas criminales, fuerzas de
policía, grupos mercenarios y ejércitos regulares, incluidas uni­
dades éseindíclas de dichos ejércitos. Desde el punto de vista or­
ganizativo están muy descentralizadas y actúan con una mezcla
de c o n (mutación y cooperación, incluso cuando están en bandos
Opuestos. Utilizan la tecnología avanzada, aunque no sea lo que
solemos llamar «alta tecnología» (bombarderos fantasma o misi­
les de crucero, por ejemplo). En los últimos cincuenta años ha
habido progresos importantes en el armamento ligero, como las
minas indetectables, o unas armas pequeñas que son tan ligeras
precisas V fáciles de usar que hasta un niño puede emplearlas.
También utilizan los medios modernos de comunicación -teléfo­
nos móviles, conexiones informáticas- para coordinarse, mediar
y negociar entre las distintas unidades de combate.
El tercer aspecto en el que las nuevas guerras pueden distin­
guirse de las anteriores es lo que denomino la nueva economía
de guerra «globalizada», de la que me ocupo en el capítulo 5,
junto a la modalidad de guerra. La nueva economía de guerra
globalizada es casi exactamente lo contrario de las economías
bélicas de las dos guerras mundiales. Aquéllas eran centraliza­
das, totalizadoras y autárquicas. Las nuevas economías de gue­
rra están descentralizadas. La participación en la guerra es baja
y el paro es enormemente elevado. Además, dependen en grado
sumo de los recursos externos. En estas guerras, la producción
interior disminuye de forma drástica debido a la competencia
global, la destrucción física o las interrupciones del comercio
normal, como ocurre con los ingresos fiscales. En tales circuns­
tancias, las unidades de combate se financian mediante el sa­
queo y el mercado negro, o gracias a la ayuda exterior. Ésta
puede presentar diversas modalidades: envíos de los expatria­
dos, «fiscalización» de la ayuda humanitaria, apoyo de los go­
biernos vecinos o comercio ilegal de armas, drogas o m ercan­
cías de valor, como el petróleo o los diamantes. Todas estas
fuentes sólo pueden mantenerse a través de la violencia perm a­
nente, de modo que la lógica de la guerra se incorpora a la m ar­
cha de la economía. Estas relaciones sociales tan retrógradas,
todavía más enraizadas debido a la guerra, tienden a difundirse
a través de las fronteras mediante los refugiados, el crimen or­
ganizado o las minorías étnicas. Es posible identificar zonas de
economía de guerra o próximas a ellas en lugares como los Bal­
canes, el Cáucaso, Asia central, el Cuerno de África, África cen­
tral o África occidental.
Como las diversas partes en conflicto com parten el mismo
objetivo de sem brar «miedo y odio», actúan de tal m anera que
se refuerzan unas a otras y se ayudan entre sí a crear un clima
de inseguridad y sospecha; de hecho, es posible encontrar ejem­
plos, tanto en Europa del Este como en África, de cooperación
entre bandos con fines económicos y militares. A menudo, los
primeros civiles que se convierten en blanco de los ataques son
los que defienden una política diferente, los que intentan m an­
tener unas relaciones sociales incluyentes y cierto sentido de
moral pública. Es decir, aunque las nuevas guerras parecen de­
berse a diferencias entre distintos grupos lingüísticos, religiosos
o tribales, también pueden considerarse como conflictos en los
que representantes de una política de identidades particularista
cooperan para suprim ir los valores del civismo y el multicultu-
ralismo. En otras palabras, se pueden considerar guerras entre
el exclusivismo y el cosmopolitismo.
Este análisis de las nuevas guerras tiene connotaciones rela­
cionadas con la gestión de los conflictos, que estudio en el capí­
tulo 6. No hay ninguna solución posible a largo plazo dentro de
la política de identidades. Y dado que se trata de conflictos con
amplias ramificaciones sociales y económicas, los métodos im­
puestos desde arriba tienen todas las probabilidades de fracasar.
A principios de los años noventa había un gran optimismo res­
pecto de las perspectivas de la intervención hum anitaria a la
hora de proteger a la población civil. Sin embargo, creo que en
la práctica dicha intervención se ha visto coartada por una es­
pecie de miopía sobre el carácter de la nueva guerra. La persis­
tencia de mandatos heredados y la tendencia a interpretar estas
guerras en términos tradicionales eran la principal razón por la
que la intervención hum anitaria no sólo no ha sido capaz de
impedir las guerras sino que, tal vez, ha ayudado activamente a
mantenerlas de diversas formas. Por ejemplo, mediante el sum i­
nistro de ayuda humanitaria, que es una im portante fuente de
ingresos para las partes en conflicto, o con la legitimación de
criminales de guerra al invitarles a la mesa de negociaciones, o
mediante el esfuerzo para lograr acuerdos políticos basados en
teorías exclusivistas.
La clave de cualquier solución a largo plazo es restaurar la
legitimidad» devolver el control sobre la violencia organizada a
las autoridades públicas» sean locales, nacionales o internacio­
nales. Es» al tiempo, un proceso político -el restablecimiento de
la confianza en las autoridades y el apoyo a ellas- y un proceso
legal: el restablecim iento de un imperto de la ley que permita
actuar a dichas autoridades. Es imposible llevarlo a cabo a par­
tir de una política particularista. A la política del exclusivismo
es preciso oponer un proyecto político alternativo, cosmopolita
: futuro, que sea capaz de superar la división entre global y
local y reconstruir la legitimidad asociada a un sistem a de va­
lores incluyente y democrático. En todas las nuevas guerras
surgen personas y lugares que luchan contra la política de la
exclusión: los hutus y tutsis, que se llam aban a sí mismos hut-
sis e intentaban defender sus pueblos contra el genocidio, los
no nacionalistas en las ciudades de Bosnia-Herzegovina, sobre
todo Sarajevo y Tuzla, que mantuvieron vivos los valores cívi­
cos multiculturales» o los ancianos del noroeste de Somalia,
que negociaron la paz. Lo que se necesita es una alianza entre
los defensores locales del civismo y las instituciones trans­
nacionales que ponga en m archa una estrategia dirigida a con­
trolar la violencia. Dicha estrategia com prendería factores polí­
ticos, m ilitares y económicos. Funcionaría en un marco legal
internacional» basado en el conjunto de leyes internacionales
que abarcan tanto las leyes de la guerra como los derechos hu­
manos, algo que quizá podría denom inarse derecho cosmopo­
lita. En este contexto, la labor de pacificación podría adquirir
una nueva acepción conceptual» la de hacer respetar la ley cos­
mopolita. Dado que las nuevas guerras son, en cierto sentido,
una mezcla de guerra, crim en y violaciones de los derechos hu­
manos» los agentes de esa ley cosmopolita tendrían que ser una
mezcla de soldados y policías. También creo que los métodos
dom inantes actuales de ajuste estructural o hum anitarism o de­
berían ser sustituidos por una nueva estrategia de reconstruc­
ción que incluyera restablecer las relaciones sociales, cívicas e
institucionales.
En el último capítulo del libro hablo sobre las implicaciones
de la defensa de un orden mundial. Aunque las nuevas guerras
están concentradas en África, Europa del Este y Asia, son un fe­
nómeno global, y no sólo por la presencia de redes de com uni­
cación mundiales o porque se hable de ellas en todo el mundo.
Las características de las nuevas guerras que he descrito tam ­
bién se dan en Norteam érica y Europa occidental. Las milicias
de extrema derecha en Estados Unidos no son tan distintas de
los grupos param ilitares en Europa del Este o África. En Esta­
dos Unidos, según los datos difundidos, el número de guardias
privados de seguridad duplica el de los agentes de policía. Y
tampoco la im portancia de la política de identidades y la cre­
ciente desilusión con respecto a la política formal son fenóme­
nos exclusivos del sur y el este. En cierto sentido, se puede cali­
ficar la violencia en los barrios marginales de las ciudades de
Europa occidental y Norteamérica de una nueva guerra. A veces
se dice que el mundo industrial desarrollado se está integrando
y las regiones más pobres del mundo se están fragmentando. Yo
diría que todas las zonas del mundo se caracterizan por una
mezcla de integración y fragmentación, si bien las tendencias a
la integración son mayores en el norte y las tendencias a la
fragmentación son tal vez mayores en el sur y el este.
Ya no es posible aislar unas partes del mundo de otras. Ni la
idea de que podemos recrear una suerte de orden mundial bi­
polar o multipolar basándonos en la identidad -p o r ejemplo,
cristianismo contra Islam-, ni la idea de que la «anarquía» de
lugares como África y Europa del Este se puede contener, son
posibles si mi análisis del carácter cambiante de la violencia or­
ganizada tiene algo de realidad. Por eso el proyecto cosmopolita
tiene que ser un proyecto global, aunque su aplicación sea -co ­
mo debe ser- local o regional.
Este libro se basa, sobre todo, en la experiencia directa de las
nuevas guerras, especialmente en los Balcanes y la región trans-
caucásica. Como presidenta de la Asamblea de Ciudadanos de
Helsinki (ACH), he viajado con frecuencia por esas regiones y he
aprendido gran parte de lo que sé de los intelectuales críticos y
los activistas de las secciones locales de la Asamblea. En Bosnia-
Herzegovina, en concreto, a la ACH se le otorgó la condición de
organismo ejecutor de ACNUR, lo que me permitió recorrer el
país durante la guerra para ayudar a los activistas locales. Asi­
mismo tuve la suerte de poder acceder a las diversas institucio­
nes encargadas de aplicar las políticas de la comunidad interna­
cional; como presidenta de la ACH, una de mis tareas consistía
en presentar, junto con otros, las ideas y propuestas de las sec­
ciones locales a gobiernos e instituciones internacionales como
la UE, la OTAN, la OSCE y la ONU. Como universitaria, pude
completar y situar en su contexto esos conocimientos adquiridos
mediante lecturas, conversaciones con colegas que trabajaban en
ámbitos relacionados y proyectos de investigación realizados pa­
ra la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) y la Comisión
Europea.12 Sobre todo, me fueron de gran ayuda los boletines,
resúmenes de noticias, solicitudes de ayuda e informes de segui­
miento que ahora es posible recibir a diario a través de Internet.
El objeto de este libro es no sólo informar, aunque he inten­
tado dar información y respaldar mis afirmaciones con ejem­
plos. Su meta es ofrecer una perspectiva diferente, la perspec­
tiva derivada de las experiencias de personas de mente crítica
que se encontraban sobre el terreno, filtradas por mi propia ex­
periencia en diversos foros internacionales. Es una contribución
a la reconceptualización de los modelos de violencia y guerra
que debe llevarse a cabo si queremos detener las tragedias en­
raizadas en muchas zonas del mundo. No soy optimista, pero
mis sugerencias prácticas pueden parecer utópicas. Las ofrezco
llena de esperanza, no de confianza, como única alternativa a
un futuro siniestro.
- -; ejai guerras

Como a Clausewitz le gustaba destacar, la guerra es una ac­


tividad social.1 Incluye la movilización y organización de hom ­
bres, casi nunca mujeres, con el propósito de infligir violencia
física; entraña la regulación de ciertos tipos de relaciones socia­
les y posee su lógica particular. Clausewitz, que posiblemente
fue el mayor defensor de la guerra moderna, insistía en que no
se podía reducir ni a un arte ni a una ciencia. En ocasiones,
com paraba la guerra con la competencia en el mundo de los ne­
gocios y muchas veces usaba analogías económicas para ilustrar
sus argumentos.
Toda sociedad posee su forma característica de guerra. Lo
que solemos considerar como guerra, lo que los políticos y jefes
militares definen como guerra, es, en realidad, un fenómeno es­
pecífico que tomó forma en Europa entre los siglos xv y xvin,
aunque desde entonces ha atravesado distintas fases. Fue un fe­
nómeno íntim am ente ligado a la evolución del Estado m oder­
no. Tuvo varias etapas, como intento m ostrar en el cuadro 2.1:
desde las guerras relativamente limitadas de los siglos xvn: y
xviii, relacionadas con el poder creciente del Estado absolutista,
a las guerras de tipo más revolucionario del siglo xix, como las
guerras napoleónicas o la guerra civil norteamericana -am bas
unidas a la instauración de naciones-estado- y» de ahí, a las
guerras totales de principios del siglo xx y la imaginaria, guerra
fría de finales de siglo, que eran guerras de alianzas y» poste­
riormente, bloques. Cada una de esas fases se caracterizó por
una modalidad bélica diferente, con distintos tipos de fuerzas
militares, estrategias y técnicas, diferentes relaciones y diversos
medios de lucha. Sin embargo, a pesar de esas diferencias, se
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Economía
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podía ver que la guerra era el mismo fenómeno: una construc­
ción del Estado moderno territorial, centralizado, «racionaliza­
do» y jerárquicam ente ordenado. Ahora, igual que ese Estado
moderno territorial y centralizado deja paso a nuevos tipos de
sistemas de gobierno, derivados de los nuevos procesos globa­
les, la guerra, tal como la concebimos en la actualidad, está
convirtiéndose en un anacronismo.
Este capítulo pretende ofrecer una descripción esquemática
de las viejas guerras. Aunque la guerra de verdad nunca coinci­
dió exactamente con una descripción esquemática. Este tipo de
guerra fue, sobre todo, europeo. Siempre hubo rebeliones, gue­
rras coloniales o guerras de guerrillas, tanto en Europa como en
otros lugares. A veces se calificaban de «guerra irregular» o no
se consideraban guerras, simplemente. Se las denom inaba le­
vantamientos, insurgencias o, en los últimos tiempos, conflictos
de baja intensidad. No obstante, este concepto esquemático de
guerra es el que sigue influyendo profundamente en nuestras
ideas sobre el tema y domina, todavía hoy, la concepción que
tienen los políticos de la seguridad.

La guerra y la aparición del Estado moderno


Clausewitz definía la guerra como «un acto de violencia des­
tinado a obligar a nuestro enemigo a hacer nuestra voluntad».2
Esta definición implicaba que «nosotros» y «nuestro enemigo»
eran Estados, y la «voluntad» de un Estado se podía definir con
claridad. Por tanto, la guerra, en la definición de Clausewitz, es un
conflicto entre Estados por un objetivo político definible, es de­
cir, por intereses de Estado.
El concepto de guerra como una actividad de Estado no se
estableció realmente hasta finales del siglo xvm. El único prece­
dente de este tipo de guerra era la antigua Roma, aunque inclu­
so en aquel caso era unilateral; el Estado, es decir, Roma, lucha­
ba contra bárbaros que no tenían una noción de la separación
entre el Estado y la sociedad. Van Creveld afirma que la guerra
entre las ciudades-Estado de Grecia no se puede considerar gue­
rra de Estado, porque no había una distinción clara entre ei Es­
tado y los ciudadanos. Los combates los libraban milicias ciuda­
danas, y los relatos de la época solían referirse a la guerra entre
«los atenienses» y los «espartanos», más que entre «Atenas» y
«Esparta».3 Entre la caída del Imperio romano y el final de la
Edad Media, las guerras las llevaban a cabo diversos agentes -la
Iglesia, señores feudales, tribus bárbaras, ciudades-Estado-, cada
uno con sus formaciones militares particulares. La forma de lu­
cha de los bárbaros se basaba, en general, en cultos guerreros, v
cada guerrero era la unidad militar fundamental. Los señores
feudales dependían de los caballeros, con sus códigos de honor y
caballería y el apoyo de los siervos. Las ciudades-Estado del
norte de Italia solían depender de milicias ciudadanas, igual que
las antiguas ciudades-Estado de los griegos.
En las primeras etapas de la formación del Estado europeo,
los monarcas reunían los ejércitos para las guerras a partir de
coaliciones de señores feudales, más o menos igual que el secre­
tario general de la ONU necesita hoy de las contribuciones volun­
tarias de los Estados para agrupar una fuerza de pacificación.
Poco a poco, pudieron consolidar las fronteras territoriales y cen­
tralizar el mando mediante el uso de su creciente poder económi­
co, procedente de los derechos de aduana, diversas modalidades
de impuestos y préstamos de la incipiente burguesía, y lograron
reunir ejércitos mercenarios que les daban cierta independencia
de los señores. Sin embargo, esos ejércitos mercenarios resulta­
ron poco fiables; no se podía contar con su lealtad. Además, se
desperdigaban después de cada guerra o durante el invierno. El
coste de la dispersión y el reagrupamiento, muchas veces, era
prohibitivo y, en las temporadas de inactividad, los mercenarios
podían hallar otras formas de ganarse la vida menos aceptables.
Por todo ello, aquellos ejércitos fueron sustituidos gradualmente
por ejércitos permanentes que permitieron a los monarcas crear
fuerzas militares especializadas y profesionales. La implantación
de prácticas y ejercicios, en la que fueron pioneros Gustavo
Adolfo de Suecia y el príncipe Guillermo de Orange, mantuvo
ocupado al ejército en los periodos en los que no había guerra
abierta. Según Keegan, la creación de tropas de infantería per­
manentes y de compagnies d ’ordonnance, o regimientos, se con­
virtió en el «método para garantizar el control de las fuerzas ar­
madas por parte del Estado». Para alojarlas se crearon guarnicio­
nes que se convirtieron en «escuelas de la nación».4 Se introduje­
ron los uniformes para distinguir a los soldados de los civiles.
Como dice Michael Roberts, «el soldado pasó a ser el hombre del
rey, porque llevaba la chaqueta del rey».5 Literalmente, ya que los
reyes se aficionaron cada vez más a vestir el uniforme militar
para dejar claro su papel de jefes de los ejércitos.
El nuevo tipo de organización militar acabaría siendo típico
de las ordenaciones administrativas que estaban surgiendo aso­
ciadas a la modernidad. El soldado era el agente de lo que Max
Weber llamó la autoridad racional y legal:

«El oficial militar moderno es un tipo de oficial designado


que se caracteriza claramente por ciertas distinciones de clase...
En este sentido, dichos oficíales son radicalmente distintos de
los jefes militares electos, los condottierí carismáticos, los oficia­
les que reclutan y dirigen ejércitos mercenarios como una em ­
presa capitalista y los poseedores de cargos comprados. Pueden
existir transiciones graduales entre todos estos tipos. El “contra­
tado” patrimonial, que está apartado de los medios para llevar a
cabo su función, y el propietario de un ejército mercenario con
fines capitalistas, junto con el empresario capitalista privado, se
han convertido en pioneros de la burocracia moderna».15

La creación de ejércitos permanentes bajo el m ando del Es­


tado fue parte integrante de la monopolización de la violencia
legítima, inherente al Estado moderno. El interés de Estado se
convirtió en la justificación legítima, de la guerra, en sustitución,
de los conceptos de justicia -ius ad bellum- extraídos de la teo­
logía. La insistencia de Clausewitz en que la guerra es un ins­
trum ento racional para perseguir el interés del Estado -«la con­
tinuación de la política por otros medios»- constituyó una
secularización de la legitimidad, paralela, a la evolución en otros
ámbitos. Cuando el interés de Estado se convirtió en la. princi­
pal legitimación de la guerra, dejó de ser posible defender por
medios violentos las reivindicaciones de causa justa por parte
de otros agentes no estatales.
En ei mismo sentido, se desarrollaron normas sobre lo que
constituía la guerra legitima, que luego se plasm aron en las le­
yes de la guerra. Todos los tipos de conflicto se caracterizan por
tener reglas; el propio hecho de que la guerra sea una actividad
sancionada socialmente» que deba organizarse y justificarse,
necesita normas. Hay una línea divisoria muy tenue entre la
m uerte aceptable socialmente y el asesinato rechazado por la
sociedad. Pero esa línea se ha definido de formas diferentes en
distintas épocas. En la Edad Media, las reglas de la guerra, ius
in bello, derivaban de la autoridad papal. En el Estado mo­
derno» era preciso desarrollar una nueva serie de reglas laicas.
Según Van Creveld:

«Para distinguir la guerra del mero crimen, se la definió


como una cosa em prendida por Estados soberanos, y sólo por
ellos. A los soldados se les definió como el personal autorizado
a involucrarse en violencia arm ada en nombre del Estado...
Para obtener y conservar su licencia» los soldados tenían que es­
tar cuidadosamente inscritos, marcados y controlados, con el
fin de excluir a los que tenían patente de corso. Se suponía que
sólo debían luchar cuando estaban de uniforme, llevar sus ar­
mas “a la descubierta" y obedecer a un jefe que pudiera asum ir
la responsabilidad de sus acciones. No debían recurrir a méto­
dos “raines” tales como violar treguas» volver a tomar las armas
después de haber sido hechos prisioneros, etcétera. Se suponía
que debían dejar tranquila a la población civil, siempre que lo
perm itieran “las necesidades m ilitares”».7

Para poder financiar los ejércitos permanentes, hubo que re­


gularizar la administración, la fiscalidad y los préstamos. Du­
rante todo el siglo xviii el gasto militar supuso las tres cuartas
partes de los presupuestos estatales en la mayoría de los países
europeos. Hubo que em prender reformas administrativas para
mejorar la capacidad de recaudar impuestos; hubo que lim itar
la corrupción -si no eliminarla-, con el fin de evitar las «fu­
gas».8 Fue preciso crear oficinas de guerra y secretarías de gue­
rra para organizar y mejorar la rentabilidad de las inversiones.
Para am pliar los préstamos.» fue necesario regularizar el sistema
bancario y la acuñación de moneda, separar las finanzas del rey
de las del Estado y, por último, crear bancos centrales.9
Del mismo modo, fue preciso encontrar otras formas de esta­
blecer la ley, el orden y la justicia en el territorio del Estado,
para así asegurar la base de la que procedían los impuestos y los
préstamos, así como por razones de legitimidad. Se estableció
una especie de contrato implícito por el que los reyes ofrecían
protección a cambio de fondos. La eliminación e ilegalización de
forajidos, soldados con patente de corso y bandoleros eliminaron
las formas privadas de «protección», por lo que la capacidad re­
caudatoria del rey aumentó enormemente y se creó la base para
una actividad económica legítima. Es decir, paralelamente a la
redefinición de la guerra como un conflicto entre Estados, como
una actividad externa, se produjo el proceso que Anthony Gid-
dens llama de pacificación interna, y que incluyó la implantación
de relaciones monetarias -es decir, salarios y arriendos- en vez
de una coacción más directa, la desaparición gradual de formas
violentas de castigo como los azotes y la horca, y el estableci­
miento de organismos civiles para la recaudación de impuestos y
la aplicación de las leyes internas. Fue especialmente importante
la nueva distinción entre el ejército y la policía civil, responsable
de mantener la ley y el orden en el interior del país.10
El proceso de monopolización de la violencia no fue suave e
ininterrumpido, ni mucho menos, ni tampoco se produjo al
mismo tiempo o de la misma m anera en distintos Estados euro­
peos. El Estado prusiano, creado después del Tratado de West-
falia a partir de los distintos territorios propiedad de la casa de
Hohenzollern, suele considerarse un modelo. En el siglo xvm,
este Estado, que era una creación totalmente artificial, fue ca­
paz de igualar el poder m ilitar de Francia, con sólo la quinta
parte de la población de ésta, gracias a la enérgica combinación
de reformas militares y adm inistración racional introducida por
Federico Guillermo, el Gran Elector, y sus sucesores. Por el con­
trario, los reyes franceses se enfrentaban a continuas rebeliones
de la nobleza y tenían enormes dificultades para regularizar la
adm inistración y recaudar los impuestos. Skocpol afirma que, a
la hora de explicar la Revolución francesa, un elemento funda­
mental es la imposibilidad del anden régime de desarrollar la
capacidad administrativa y financiera necesaria para llevar a
cabo sus ambiciones militares."
Tampoco fue el proceso tan racional o funcional como su­
giere esta descripción aséptica. Michael Roberts insistía en que
fue la lógica militar la que dio pie a la formación de ejércitos
permanentes. Pero es difícil distinguir las exigencias de la gue­
rra de las de la consolidación nacional. El cardenal Richelieu
estaba a favor de crear un ejército permanente porque lo consi­
deraba un modo de controlar a los nobles. Rousseau afirmó
siempre que la guerra estaba dirigida contra los súbditos, tatito
como contra otros Estados:

«Una vez más, cualquiera puede entender que la guerra y la


conquista en el exterior y los abusos del despotismo en el inte­
rior se apoyan mutuamente; que es habitual arrebatar hombres
y dinero a un pueblo de esclavos para arrastrar a otros bajo el
mismo yugo; y que, a la inversa, la guerra ofrece un pretexto
para la exacción de dinero y otro, igualmente plausible, para
mantener grandes ejércitos constantemente dispuestos y tener al
pueblo dominado. En una palabra, cualquiera puede ver que los
príncipes agresores llevan a cabo la guerra tanto contra sus súb­
ditos como contra sus enemigos, y que la nación conquistadora,
muchas veces, no queda en mejor estado que la conquistada».12

Aunque se afirmaba que el objetivo de la guerra era el interés


racional del Estado, siempre han hecho falta causas más profun­
das para inspirar lealtad y convencer a los hombres de que
arriesgaran sus vidas. Al fin y al cabo, fue el fervor religioso lo
que inspiró al Nuevo Ejército de Cromwell, que fue el primer
ejemplo de una fuerza profesional moderna. Con frecuencia se
atribuye el éxito prusiano a la fuerza del luteranismo.
A finales del siglo xvm, era posible definir la actividad social
específica que denominamos guerra. Se podía situar en el con­
texto de toda una serie de nuevas distinciones características del
Estado en desarrollo. Eran las siguientes:

• la distinción entre lo público y lo privado, entre el ámbito de


actividad del Estado y el de la actividad no estatal;
• la distinción entre lo interno y lo externo, entre lo que ocu­
rría dentro del territorio claramente definido del Estado y lo
que ocurría fuera;
• la distinción entre lo económico y lo político, unida al as­
censo del capitalismo, la separación de la actividad econó­
mica privada de las actividades públicas del Estado y la eli­
minación de la coacción física de las actividades económicas;
• la distinción entre lo civil y lo militar, entre la relación in­
terna legal y no violenta y la lucha externa violenta, entre la
sociedad civil y la barbarie;
• la distinción entre el portador legítimo de armas y el no
combatiente o el criminal.

Sobre todo, surgió la propia distinción entre la guerra y la


paz. En vez de la actividad violenta más o menos continua, la
guerra se convirtió en un suceso diferenciado, una aberración en
lo que parecía ser una evolución progresiva hacia una sociedad
civil, no en el sentido actual de una ciudadanía activa y unas
ONG organizadas, sino en el sentido de la seguridad cotidiana, la
paz interna, el respeto a la ley y la justicia. Se hizo posible pensar
en la «paz perpetua». Aunque muchos de los grandes pensadores
liberales comprendieron la relación entre la consolidación del Es­
tado y la guerra, también adelantaron que un intercambio cada
vez mayor entre los Estados y una responsabilidad creciente de
los Estados frente a un público informado podría ser el preludio
de una Europa más integrada y un mundo más pacífico, una ex­
tensión de la sociedad civil más allá de las fronteras nacionales.
Al fin y al cabo, fue Kant quien destacó, en 1705, que la comuni­
dad mundial se había reducido hasta el punto de que «un dere­
cho violado en cualquier lugar podía sentirse en. todas partes».13

Clausewitz *.v
Clausewitz empezó a escribir De la guerra en. 'I ^ \ año
después de que acabaran las guerras napoleónicas. Había parti­
cipado en la guerra» en el bando de los perdedores, y había sido
hecho prisionero; y el libro está profundamente influido por su
experiencia. Las guerras napoleónicas fueron las primeras gue­
rras populares. Napoleón introdujo ei reclutam iento obligatorio,
la levée en mas se, en 1793, y en 1794 tenía 1.169.000 hombres
en armas: la mayor fuerza militar existente hasta entonces en
Europa. La tesis central de De la guerra, sobre todo el prim er
capítulo, que era el único que Clausewitz consideraba completo,
es que la guerra tiende hacia los extremismos. La guerra está
formada por tres niveles: el nivel del Estado o los dirigentes po­
líticos, el del ejército o los generales y el del pueblo. En líneas
generales, esos tres niveles actúan a través de la razón, el azar y
la estrategia, y la emoción. De esta descripción trinitaria de la
guerra, Clausewitz deducía su concepto de guerra absoluta. La
mejor forma de interpretar la guerra absoluta es como un con­
cepto abstracto o ideal hegeliano; lo que puede derivarse de la
lógica de los tres niveles diferentes es la tendencia interna de
la guerra. Tiene su propia existencia, que está en tensión con las
realidades empíricas.
La lógica estaba expresada como tres «acciones recíprocas».
En el plano político, el Estado siempre se encuentra con resis­
tencia para lograr sus objetivos y, por tanto, tiene que ejercer
más fuerza. En el plano militar, la meta tiene que ser desarm ar
al enemigo para lograr el objetivo político; si no es así, existe el
peligro de un contraataque. Y, por último, la fuerza de voluntad
depende de los sentimientos populares; la guerra desata pasio­
nes y hostilidades que pueden ser incontrolables. Para Clause­
witz, la guerra era una actividad racional, aunque se pusieran
las emociones y los sentimientos a su servicio. En este sentido,
es también una actividad moderna, basada en consideraciones
laicas y no limitada por prohibiciones derivadas de concepcio­
nes prerracionales del mundo.
La guerra real se distingue de la abstracta por dos razones
fundamentales, política y militar. En prim er lugar, el objetivo
político puede ser limitado o el respaldo popular puede ser in­
suficiente:

«Cuanto más violento sea el apasionamiento que precede a


una guerra, mucho más se acercará la guerra a su forma abs-
tracta, mucho más dirigida estará hacia la destrucción del ene­
migo, mucho más coincidirán los fines militares y políticos, m u­
cho más puram ente m ilitar y menos política parecerá ser la
guerra, pero cuanto más débiles sean los motivos y las tensio­
nes, mucho menos coincidirá la dirección natural del factor m i­
litar -es decir, la fuerza- con la dirección que indique el factor
político, y, por tanto, mucho más tendrá que desviarse la guerra
de su dirección natural».14

En segundo lugar, la guerra siempre se caracteriza por lo


que Clausewitz llama «fricción» -problem as de logística, infor­
mación escasa, tiempo inseguro, indisciplina, terreno difícil, or­
ganización inadecuada, y así sucesivamente-, que hace que el
conflicto pierda velocidad y sea diferente, en la realidad, a los
planes sobre el papel. La guerra, dice Clausewitz, es un «medio
resistente» en el que la incertidumbre, la inflexibilidad y las cir­
cunstancias imprevistas desempeñan sus respectivos papeles. La
guerra real es el resultado de la tensión entre las limitaciones
políticas y prácticas y la tendencia interna a la guerra absoluta.
A medida que las fuerzas iban creciendo de tamaño, cada
vez era más difícil que una sola persona se encargase de la or­
ganización y el mando. Por tanto, había una necesidad cre­
ciente de una teoría estratégica que pudiera sum inistrar la base
para un discurso común sobre la guerra, a través del cual fuera
posible dirigirla. Como dice Simkin, era necesaria una «jerga»
que sirviera de guía para las doctrinas militares comunes y lo
que más tarde se conocería como procedimientos operativos
norm alizados.15
Clausewitz echó los cimientos de un pensamiento estraté­
gico que se fue desarrollando durante los siglos xix y xx. Las
dos teorías fundamentales de la guerra -la teoría del desgaste y
la teoría de la m aniobra- aparecieron desarrolladas por prim era
vez en De la guerra, junto a su tratamiento del ataque y la de­
fensa y de la concentración y la dispersión.. La teoría del des­
gaste significa conseguir la victoria agotando al enemigo, im po­
niéndole un índice de bajas más alto, o «índice de desgaste». La
teoría del desgaste suele ir asociada a las estrategias defensivas
y a las grandes concentraciones de fuerza. La teoría de la ma-
niobra se basa en la sorpresa y la capacidad de adelantarse. En
este caso, la movilidad y la dispersión son importantes para
crear incertidum bre y lograr rapidez. Como destacó Clausewitz,
ambas teorías son forzosamente complementarias. Es muy difí­
cil conseguir una victoria decisiva mediante el desgaste. Pero, al
mismo tiempo, una estrategia basada en la maniobra acaba ne­
cesitando una situación de superioridad para triunfar.
La conclusión más destacada de De la guerra es la im portan­
cia de contar con una fuerza abrum adora y estar dispuesto a
usarla. Este factor, aparentemente sencillo, no era tan evideete
a principios del siglo XIX, cuando Clausewitz escribió su obra.
En el siglo xvm, las guerras se libraban, en general, con p ru ­
dencia, para conservar las fuerzas profesionales. Había tenden­
cia a evitar el combate; se preferían los asedios defensivos a los
ataques ofensivos; las campañas se interrum pían en invierno y
las retiradas estratégicas eran frecuentes. Para Clausewitz, la
batalla era la «actividad singular de la guerra»; era el momento
decisivo, que él comparaba al pago en efectivo en el mercado.
La movilización de la fuerza y su aplicación eran los factores
más im portantes para decidir el resultado de la guerra:

«Dado que el uso del poder físico, hasta el máximo extremo,


no excluye en absoluto la cooperación de la inteligencia, se de­
duce que el que usa la fuerza de forma implacable, sin referen­
cia al derram amiento de sangre subsiguiente, debe obtener
cierta superioridad si su adversario la aplica con menos vigor.
Entonces, el primero dicta la ley al segundo, y ambos se desli­
zan hacia extremos cuyas únicas limitaciones son las que im­
pone la cantidad de fuerza que cada lado emplee para contra­
rrestar al otro».16

El modelo napoleónico de movilización de todos los ciuda­


danos no se repetiría hasta la prim era guerra mundial. Sin em­
bargo, varios hechos ocurridos durante el siglo xix acercaron
más la versión de Clausewitz de la guerra moderna a la reali­
dad. Uno fue el avance espectacular en la tecnología industrial,
que empezó a aplicarse al campo militar. Fue especialmente im ­
portante el desarrollo del ferrocarril y el telégrafo, que permitió
movilizar a los ejércitos con m echa más amplitud y m ucha más
rapidez; estas técnicas se usaron, con grandes resultados, en la
guerra franco-prusiana, que terminó con la unificación de Ale­
mania, en 1871. La producción masiva de armas, sobre todo a r­
mas cortas, comenzó en Estados Unidos, hasta el punto de que
se dice a menudo que la guerra civil norteam ericana fue la pri­
mera guerra industrializada. El desarrollo de la tecnología mili­
tar fue un motivo para que el Estado extendiera su actividad al
ámbito industrial. La carrera de arm am ento naval de finales del
siglo xix supuso la aparición de lo que más tarde se denom ina­
ría el complejo militar-industrial, tanto en Alemania como en
Gran Bretaña.
Un segundo dato fue la im portancia creciente de las alian­
zas. Si lo que contaba en la guerra era disponer de una fuerza
abrum adora, esa fuerza se podía increm entar mediante alian­
zas. A finales del siglo xix, las alianzas empezaron a consoli­
darse: un motivo fundamental por el que todas las grandes po­
tencias se vieron arrastradas a la prim era guerra mundial.
Un tercer hecho significativo fue la codificación de las leyes
de la guerra, iniciada a mitad del siglo xix con la Declaración
de París (1856), que regulaba el comercio marítimo en tiempo
de guerra. En la guerra civil norteamericana, se contrató a un
destacado jurista alemán para que elaborara el llamado Código
Lieber, que establecía las normas y los principios básicos de la
guerra terrestre y trataba a los rebeldes como enemigos inter­
nacionales. La Convención de Ginebra, de 1864 (inspirada por
Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja Internacional), la De­
claración de San Petersburgo, de 1868, las Conferencias de La
Haya, de 1899 y 1907, y la Conferencia de Londres, de 1908,
contribuyeron a crear un conjunto de leyes internacionales so­
bre la conducción de la guerra: el tratam iento de los prisione­
ros, los enfermos y los heridos, así como de los no com batien­
tes, el concepto de «necesidad militar» y la definición de las
armas y las tácticas que no se ajustaban a dicho concepto. Aun­
que no siempre se observaban estas noratas, ayudaron significa­
tivamente a delinear lo que constituye guerra legítima, y los lí­
mites para la aplicación de la fuerza sin reparos. En cierto
sentido, fueron un intento de conservar la noción de guerra
como instrum ento racional de la política del Estado, en un con­
texto en el que la lógica de la guerra y sus tendencias extremis­
tas com binadas con una capacidad tecnológica creciente esta­
ban produciendo niveles cada vez mayores de destrucción.17
En resumen, la guerra moderna, tal como se desarrolló en el
siglo xix, incluía la guerra entre Estados, con un énfasis cada
vez mayor en la dimensión y la movilidad, y una necesidad cre­
ciente de organización «racional» y doctrina «científica» para
dirigir unos contingentes de fuerza tan grandes.

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En la obra de Clausewitz siempre había una tensión entre su


insistencia en la razón y su énfasis en la voluntad y la emoción.
Los personajes centrales de De la guerra son hombres de genio y
héroes militares; el tejido del libro está hecho de sentimientos co­
mo patriotismo, honor y valentía. Sin embargo, también son im­
portantes sus conclusiones sobre el carácter instrumental de la
guerra, la importancia de la dimensión y la necesidad de una con-
eeptualixación analítica de la guerra. En realidad, las tensiones en­
tre razón y emoción, arte y ciencia» desgaste y maniobra, defensa
y ataque, instramentalismo y extremismo, constituyen los elemen­
tos clave del pensamiento de Clausewitz. Y puede decirse que esas
tensiones alcanzaron su punto de ruptura en el siglo xx.
En prim er lugar; las guerras de la prim era mitad del siglo xx
fueron guerras totales» que incluyeron una amplia movilización
de energías nacionales» tanto para luchar como para apoyar la
lucha mediante la producción de armas y otros artículos. Clau­
sewitz no podía haber previsto la asombrosa combinación de
producción de masas, política de masas y medios de com unica­
ción de masas, utilizados para la destrucción masiva. No obs­
tante, la guerra en. el siglo xx se ha acercado muchísimo a la
noción de guerra absoluta de Clausewitz, con su culminación en
el descubrim iento de las armas nucleares que, en teoría, po­
drían provocar la destrucción, total sin ninguna «fricción». Sin
embargo» al mismo tiempo» algunas de las características de las
nuevas guerras estaban ya anunciadas en las guerras totales del
siglo xx. En una guerra total, la esfera pública intenta integrar a
toda la sociedad y eliminar, de esa forma, la distinción entre lo
público y lo privado. De la misma manera, empieza a difumi-
narse la distinción entre lo militar y lo civil, entre combatientes
y no combatientes. En la prim era guerra mundial, los objetivos
económicos se consideraron blancos militares legítimos. En la
segunda guerra mundial, el término «genocidio» entró a formar
parte del lenguaje legal, como consecuencia de la exterminación
de los judíos.18 En el bando aliado, el bombardeo indiscrimi­
nado de civiles, que causó una destrucción de proporciones ge­
nocidas (aunque no llegase al grado de exterminación realizado
por los nazis), se justificó por que había que m inar la moral del
enemigo, por que era una «necesidad militar», para emplear el
lenguaje de las leyes de la guerra.
En segundo lugar, a medida que la guerra afectaba cada vez
a más gente, su justificación en virtud de los intereses del Estado
se fue vaciando de contenido, si es que alguna vez había tenido
una validez convincente. La guerra, como señala Van Creveld, es
una prueba de que los hombres no son egoístas. Ningún cálculo
utilitario e individualista puede justificar el hecho de arriesgarse
a morir. El principal motivo por el que los ejércitos mercenarios
eran tan insatisfactorios es que el incentivo económico es, por su
propia naturaleza, insuficiente como motivación para guerrear.
Lo mismo ocurre con el «interés de Estado», un concepto que
deriva de la misma escuela de pensamiento positivista que en­
gendró la economía moderna. Los hombres van a la guerra por
diversas razones individuales -aventura, honor, miedo, cam ara­
dería, protección de «la casa y el hogar»-, pero la violencia legí­
tima, socialmente organizada, necesita un objetivo común en el
que cada soldado pueda creer y que pueda com partir con los de­
más. Para que los soldados sean considerados héroes y no crimi­
nales, es necesaria una justificación heroica que movilice sus
energías y les convenza de m atar y arriesgarse a que les maten.
En la prim era guerra mundial, el patriotismo parecía lo bas­
tante poderoso como para exigir el sacrificio, y millones de jó­
venes se presentaron voluntarios para luchar en nombre de la
patria y el rey. La terrible experiencia de la guerra produjo desi­
lusión y desesperanza, así como una atracción hacia causas más
abstractas: io que Gellner llama las religiones seculares.19 Para
las naciones aliadas, la segunda guerra mundial fue literalmente
una guerra contra el mal; se movilizó a sociedades enteras con
la conciencia -que sus predecesores de la prim era guerra m un­
dial no tenían- de lo que entrañaba la guerra: la lucha contra el
nazismo y la protección de sus formas de vida. Lucharon en
nombre de la democracia o el socialismo contra el fascismo. En
la guerra fría, se acudió a esas mismas ideologías para justificar
la continua carrera de armamentos. Con el fin de respaldar la
amenaza de destrucción masiva, se presentó el enfrentamiento
como una lucha del bien contra el mal con arreglo a la expe­
riencia de la guerra. El hecho de que esta explicación fuera
poco convincente o insuficiente es seguramente el principal mo­
tivo del fracaso de las intervenciones militares después de la
guerra, especialmente la intervención estadounidense en Viet-
nam y la intervención soviética en Afganistán. Los obstáculos
para el triunfo de la contrainsurgencia se han analizado con de­
talle, pero el argumento fundamental es que los soldados no se
sentían héroes. Estaban en países lejanos en los que no estaba
claro quién tenía razón y quién no. En el mejor de los casos, los
participantes en esos conflictos se sentían peones en un juego
de alta política que no lograban comprender; en el peor, se sen­
tían asesinos. En Estados Unidos -aunque no en Rusia, que
repitió el mismo error en Chechenia-, donde los dirigentes polí­
ticos tienen muy en cuenta la opinión pública, aquella experien­
cia produjo un profundo rechazo a correr el riesgo de tener ba­
jas entre sus hombres. Como consecuencia, se han desarrollado
estrategias basadas, sobre todo, en la fuerza aérea, que puede
aplicarse sin poner en peligro vidas americanas, lo que Edward
Luttvvak llama la «guerra posheroica».20
Gabriel Kolko, en su obra monumental sobre la guerra en
el siglo xx,21 afirma que los conflictos siempre los inicia «un
puñado de hombres» que padecen «ceguera sancionada por la
sociedad». Los líderes políticos actúan con el consenso de un
grupo escogido que excluye a los que no están de acuerdo y,
por consiguiente, hay una transmisión de falsas informaciones
e ilusiones engañosas sobre lo que implica una guerra. El argu­
mentó de Kolko refuerza la tesis de que las dem ocracias tienen
menos probabilidades de verse envueltas en guerras. Desde
luego» unos líderes a los que se exige más responsabilidad de­
berían ser menos propicios a em barcarse en aventuras imposi­
bles. Sin embargo, en el caso de la prim era guerra mundial, los
hombres y mujeres corrientes parecieron com partir la ceguera
de los dirigentes políticos. En el caso de la segunda guerra
mundial, al menos en Gran Bretaña, la opinión pública fue
probablemente más beligerante cine ios líderes políticos» que
intentaban apaciguar las cosas. Pero em prender una guerra no
es más que el principio; lo que importa» a la hora de soste­
nerla, es en qué medida los que participan en ella consideran
que el objetivo del conflicto es legítimo. La guerra es una acti­
vidad paradójica. Por un lado, es un acto de extrema coacción»
que implica un orden social organizado» disciplina» jerarquía y
obediencia. Por otro» necesita lealtad, devoción y fe por parte
de cada individuo. Lo que el periodo posterior a la guerra ha
dejado claro es que existen pocas causas que constituyan un
objetivo legítimo para la guerra y por las que la gente esté dis­
puesta a morir.
En realidad, la idea de que la guerra es ilegítima empezó a
lograr aceptación ya después del traum a de la prim era guerra
mundial. El Pacto Kellogg-Briand de 1928 rechazaba la guerra
como «instrumento político», salvo en casos de defensa propia.
Esta prohibición se reforzó en los juicios de Nuremberg y To­
kio, en ios que se procesó a los líderes alemanes y japoneses por
«planear una guerra de agresión», y quedó codificada en la
Carta de las Naciones Unidas, Hoy en día, parece haberse gene­
ralizado la idea de que ei uso de la fuerza sólo se justifica en
defensa propia o si está sancionado por la com unidad interna­
cional, en especial el Consejo de Seguridad de la ONU.
En tercer lugar, las técnicas de la guerra moderna se han de­
sarrollado hasta el punto de disminuir notablemente su utilidad.
Los grandes buques de guerra de duales del siglo xtx acabaron
siendo más o menos irrelevantes en la primera guerra mundial.
Lo que im portaba era la potencia de fuego producida en masa.
La primera guerra mundial fue una guerra defensiva de des­
gaste en la que las ametralladoras acribillaban a filas y lilas de
jóvenes, dirigidos por generales que se habían formado en la es­
cuela estratégica decimonónica del uso sin reservas de la fuerza.
Hacia el final de la guerra, la introducción de tanques y aviones
permitió un avance ofensivo que hizo posible el tipo de guerra
de maniobras que caracterizaría después a la segunda guerra
mundial. En el período posterior a la guerra, el aumento del ca­
rácter letal y la precisión de todas las municiones, en parte, al
menos, debido a la revolución en la electrónica, aum entó enor­
memente la vulnerabilidad de todos los sistemas de armamento.
Las plataformas de am ias de la segunda guerra mundial se han
hecho extraordinariam ente complejas y costosas, por lo que su
utilidad ha disminuido debido a los costes y las exigencias lo­
gísticas, además de que las mejoras de rendimiento son cada
vez, menores.22 En este período aum entaron considerablemente
los problemas de movilización e infiexibilidad y los riesgos del
desgaste, hasta hacer casi prohibitivo m ontar una operación im­
portante salvo que sea contra un enemigo claramente inferior,
como en el caso de la guerra de las Malvinas de 1982 o las ope­
raciones del Golfo en 1991.
La conclusión lógica de la trayectoria tecnológica de la gue­
rra moderna la constituyen, por supuesto, las armas de destruc­
ción masiva, especialmente las armas nucleares. Una guerra nu­
clear sería aquella en la que se aplicara una medida extrema de
fuerza en cuestión de minutos. Pero ¿qué propósito racional po­
dría justificar nunca su uso? En el periodo posterior a la guerra,
muchos pensadores estratégicos han reflexionado sobre este
problema. ¿Acaso las arm as nucleares no anulan la premisa de
la guerra moderna, el interés de Estado?23
Por último, en la posguerra las alianzas se hicieron más rígi­
das, de forma que la distinción entre lo interno y lo externo tam ­
bién se ha deteriorado. Ya en la segunda guerra mundial se vio
con claridad que los Estados-nación no podían llevar a cabo las
guerras de forma individual y unilateral. Esta lección se aplicó
en la formación de las alianzas de posguerra. Los sistemas de
mando integrado establecieron una división militar del trabajo
en la que las superpotencias eran las únicas con capacidad inde­
pendiente de llevar a cabo guerras declaradas. En la práctica,
después de la guerra, los países europeos abandonaron uno de
los atributos esenciales de la soberanía -el monopolio de la vio­
lencia organizada legítima- y, al menos en Europa occidental, lo
que en realidad era una sociedad civil transnacional se extendió
a un grupo de naciones. Existe un amplio debate sobre la con­
clusión de las ciencias sociales de que las democracias no se de­
claran guerras entre sí.24 Pero, curiosamente, lo que no se discute
es la integración transnacional de las fuerzas militares, que pro­
porciona una limitación práctica contra la guerra. Claus Offe
tiene un argumento parecido sobre las revoluciones de 1989 en
Europa del Este; la razón por la que fueron tan pacíficas, afirma,
fue la integración de las fuerzas militares en el Pacto de Varso-
via, y eso explica, al mismo tiempo, la excepción de Rumania.25
Fuera de las alianzas, se estableció una red de conexiones
militares a través de alianzas menos estrictas, el comercio de ar­
mas y el ofrecimiento de ayuda y formación militar, que crearon
una serie de relaciones entre patrono y cliente que, a su vez, in­
hibieron la capacidad de declarar guerras de forma unilateral.
Desde 1945 ha habido muy pocas guerras entre Estados, y éstas
(India y Pakistán, Grecia y Turquía, Israel y los Estados Arabes)
se vieron limitadas, en general, por la intervención de las super-
potencias. La excepción que confirma la regla fue la guerra en­
tre Irán e Irak. Este conflicto duró ocho años y pudo librarse de
forma unilateral gracias a que disponían de los ingresos del pe­
tróleo. Ambos bandos aprendieron la inutilidad de la guerra
m oderna convencional. Citando de nuevo a Van Creveld:

«Un millón de bajas más tarde, aproximadamente, los beli­


gerantes se encontraban de nuevo en sus puntos de partida. Los
iraníes aprendieron que, ante una potencia de fuego gigantesca,
a la que se añadía el gas, sus jóvenes soldados fanáticos no iban
a poder avanzar más que en la ruta hacia el cielo. Los iraquíes
aprendieron que la superioridad convencional, por si sola, era
incapaz de infligir una derrota significativa a un gran país con
casi el triple de su población. Ambos bandos se vieron constan­
temente obstaculizados por el miedo a que, si se interrum pía en
serio el caudal de petróleo, su conflicto atraería la intervención
de las superpotencias. Ambos querían un alto el fuego y se sin­
tieron aliviados cuando, por fin, se firmó».26
El deterioro de las distinciones entre lo público y lo privado,
lo militar y lo civil, lo interior y lo exterior, también pone en tela
de juicio la propia distinción entre guerra y paz. La segunda
guerra mundial fue una guerra total y representó una fusión en­
tre guerra, Estado y sociedad, una fusión que siguió caracteri­
zando a las sociedades totalitarias. La guerra fría sostuvo una es­
pecie de psicosis de guerra permanente basada en la teoría de la
disuasión, que queda magníficamente resumida en el lema «la
guerra es la paz», de la obra de George Orwell 1984. La guerra
fría mantuvo viva la idea de guerra al mismo tiempo que evitaba
su realidad. Se suponía que el mantenimiento de grandes ejérci­
tos permanentes integrados en alianzas militares, la carrera con­
tinuada de armamento tecnológico y los niveles de gasto militar,
hasta entonces jamás experimentados en tiempo de paz, debían
garantizar la paz porque no estalló en suelo europeo ninguna
guerra tan sencilla que encajara en el esquema descrito en este
capítulo. Simultáneamente, en todo el mundo -incluida Europa-
se produjeron muchos conflictos en los que murió más gente
que en la segunda guerra mundial. Pero como estas guerras no
se ajustaban a nuestra concepción de la guerra, no fueron teni­
das en cuenta.
Las guerras irregulares e informales de la segunda mitad del
siglo xx, empezando por los movimientos de resistencia durante
la guerra y la guerra de guerrillas de .Mao Zedong y sus suceso­
res, son el preludio de nuevas formas de guerra. Los actores, las
técnicas y las contratécnicas que surgieron de las grietas de la
guerra moderna iban a proporcionar la base para nuevas for­
mas de violencia socialmente organizada. Durante la guerra
fría, su carácter quedó oscurecido por el dominio del conflicto
Este-Oeste; se consideraron una parte periférica del conflicto
central. Pero ya antes del final de la guerra fría, cuando la ame­
naza de otra «guerra moderna» empezaba verdaderamente a re­
troceder, empezamos a ser conscientes de lo que Luttwak deno­
mina la nueva belicosidad.
J
'3 o bj :e Herzegovina:
estudie ~e >ee ^ee^e gue r a

La guerra de Bosnia-Herzegovina se desarrolló desde el 6 de


abril de 1992 hasta ei 12 de octubre de 1995, cuando entró en vi­
gor un acuerdo de alto el fuego promovido por el vicesecretario
de Estado norteamericano Richard Holbrooke.1 Murieron unas
260.000 personas y aproximadamente dos tercios de los habitan­
tes se vieron desplazados de sus hogares. Se produjeron vio­
laciones de los derechos humanos a gran escala» comprendidas
detenciones forzosas, torturas, violaciones y castraciones. Se des­
truyeron muchos monumentos históricos de valor incalculable.
La guerra de Bosnia-Herzegovina se ha convertido en el
ejemplo arquetípico, el paradigma del nuevo tipo de guerra. Hay
otras muchas guerras en el mundo, como indicó -con gran falta
de sensibilidad- Boutros Boutros-Ghali a los ciudadanos de Sa­
rajevo en su visita a la ciudad, el 31 de diciembre de 1992. Si las
tragedias hum anas se pueden medir en cifras, es posible asegu­
rar, como hizo él, que han ocurrido cosas más terribles en otros
lugares.2 Pero la guerra de Bosnia-Herzegovina se introdujo en la
conciencia mundial como ninguna otra guerra reciente.
La guerra suscitó un enorme esfuerzo internacional, que in­
cluyó negociaciones políticas de alto nivel con la participación de
todas las grandes potencias, los esfuerzos humanitarios de insti­
tuciones internacionales y ONG, y una gran atención por parte de
los medios de comunicación. Se consolidaron y se destruyeron
carreras personales y se decidió, al menos en parte, la situación
del mundo después de la guerra fría: la penosa incapacidad de la
política exterior de la UE, los fallos de la ONU, el regreso de Es­
tados Unidos, la redefinición del papel de Rusia. La actual pre­
sencia masiva de las tropas de la OTAN y las de los países de la
Asociación para la Paz (antiguos miembros del Pacto de Varso-
via) tendrá profundas consecuencias tanto para el futuro del Tra­
tado del Atlántico .Norte como para el marco institucional de la
seguridad europea y nuestra concepción de las tareas de mante­
nimiento de la paz. Por dichos motivos» 1^ guerra de Bosnia-Her­
zegovina acabará siendo» probablemente» uno de esos aconteci­
mientos definitorios en los que se cuestionan y se reconstruyen
teorías políticas muy arraigadas, ideas estratégicas y acuerdos in­
ternacionales. Si la guerra del Golfo fue significativa por ser la
primera crisis internacional después de acabar la guerra fría, la
crisis de Bosnia duró más y es más representativa de las guerras
de los años noventa. Cuando empezó la guerra, los principales ac­
tores de la llamada comunidad internacional no habían tenido
tiempo de modificar sus ideas heredadas sobre el carácter de la
guerra ni su percepción de Yugoslavia. La reacción internacional
fue, como mínimo, confusa, a veces estúpida, y, en el peor de los
casos» culpable de lo que ocurrió. Sin embargo, durante la guerra
cambiaron ciertas actitudes, sobre todo entre quienes se encon­
traban sobre el terreno. Algunas personas con amplitud de miras,
tanto de la propia Bosnia como de las instituciones internaciona­
les, lograron ejercer cierta influencia» aunque fuera marginal, y
promover nuevas formas de pensar. En este cambio de siglo es
mucho -tal vez el propio futuro de Europa- lo que depende de
hasta qué punto se hayan aprendido y aun asimilado las lecciones.
Este capítulo traza los defectos de las formas heredadas de
concebir la guerra y establece la necesidad de un nuevo tipo de
análisis en relación con las teorías políticas y militares sobre có­
mo y por qué se libran las guerras en el contexto del fin de siglo
y sus repercusiones en cuanto a la participación internacional.

bo la guerra:
L -'í-jtivc"

Bosnia-Herzegovina era la república con más mezcla étnica


de la antigua Yugoslavia; según el censo de 1991, la población
estaba formada por musulmán-'- ‘ ' ~ fo r ciento), serbios (31,4
por ciento), croatas (17,3 por ciento) y otros que incluían a yu­
goslavos, judíos, gitanos y personas que se calificaban de diver­
sas formas, como «jirafas» o «lámparas». Aproximadamente la
cuarta parte de la población pertenecía a matrimonios mixtos y,
en las zonas urbanas, florecía una cultura laica y pluralista. La
gran diferencia entre los grupos étnicos era la religión: los ser­
bios eran ortodoxos y los croatas eran católicos. En las prim e­
ras elecciones democráticas, de noviembre de 1990, los partidos
que afirm aban representar a los diversos grupos étnicos obtu­
vieron más del 70 por ciento de los votos y se hicieron con el
control de la Asamblea Nacional. Dichos partidos eran el SDA
(Partido de Acción Democrática), que era el partido nacionalista
musulmán, el SDS (Partido Demócrata Serbio) y el HDZ (Par­
tido Demócrata de Croacia). Aunque durante la cam paña electo­
ral prometieron que su meta era que las tres comunidades vivie­
ran juntas y en paz, estos grupos acabaron siendo las distintas
partes del conflicto.
El objetivo político de los serbobosnios y los serbocroatas,
apoyados respectivamente por Serbia y Croacia, era la «lim­
pieza étnica». La comisión de expertos de la ONU ha definido
este fenómeno como «la homogeneización étnica de un área
m ediante el uso de la fuerza o la intimidación para eliminar de
una zona concreta a personas de otro grupo étnico o reli­
gioso».3 Querían establecer territorios étnicam ente homogéneos
que acabasen formando parte de Serbia y Croacia y dividir
Bosnia-Herzegovina, con su mezcla étnica, en una parte serbia
y otra croata. Para justificar estos objetivos, utilizaban el len­
guaje de la autodeterm inación extraído de la retórica com u­
nista sobre las guerras de liberación nacional en el Tercer
Mundo. El objetivo del gobierno bosnio, que estaba controlado
por musulmanes, era la integridad territorial de Bosnia-Herze­
govina, dado que los musulmanes constituían la mayoría en la
república y eran quienes más tenían que perder con una parti­
ción; aunque en ocasiones el gobierno estuvo dispuesto a con­
siderar la posibilidad de un Estado musulm án residual o una
cantonización étnica.
La limpieza étnica ha sido característica del nacionalismo
de Europa del Este en el siglo xx. El término se empleó por pri-
mera vez para hablar de la expulsión de griegos y armenios de
Turquía a principios de los años veinte. La limpieza étnica
adopta diversas formas, desde la discriminación económica y le­
gal hasta espantosas formas de violencia. La modalidad más
suave fue la que ejerció Croacia tras las elecciones de 1990,
cuando los serbios empezaron a quedarse sin trabajo y los que
pertenecían a la policía en zonas de mayoría serbia se vieron
sustituidos. La limpieza étnica violenta que iba a caracterizar la
guerra de Bosnia-Herzegovina la iniciaron los serbios en Croa­
cia, en colaboración con el JNA (el ejército nacional yugoslavo)
y numerosos grupos paramilitares; la sistematizaron los serbo­
bosnios y sus aliados en Bosnia-Herzegovina y la copiaron los
croatas, tanto en Bosnia como en Croacia.
¿Cómo puede explicarse esta forma tan virulenta de nacio­
nalismo étnico? La percepción generalizada de la guerra queda
expresada en los términos «balcanización» o «tribalismo». Los
Balcanes, se dice, situados en la confluencia de civilizaciones y
atrapados históricamente entre las fronteras cambiantes de los
imperios otomano y austrohúngaro, siempre se han caracteri­
zado por sus divisiones y rivalidades étnicas, por antiguos odios
que persisten soterrados. Tales divisiones quedaron suprimidas
temporalmente durante el periodo comunista, pero volvieron a
surgir en las primeras elecciones democráticas. Como argu­
mento a favor de esta opinión se suele mencionar Carta de 1920,
un relato corto escrito por Ivo Andric entre las dos guerras
mundiales. En esta historia, un joven decide irse de Bosnia para
siempre porque es «un país de miedo y odio».4
Esta concepción de la guerra, visible, por ejemplo, en el libro
de David Owen, se extendió por los círculos europeos de deci­
sión y las negociaciones de alto nivel.5 La fomentaron de forma
deliberada algunos de los propios participantes en el conflicto.
Así, Karadzic, el dirigente serbobosnio, declaró que serbios, croa­
tas y musulmanes eran como «perros y gatos», mientras Tudj-
raan, el presidente croata, subrayó en repetidas ocasiones que
serbios y croatas no podían vivir juntos porque los croatas eran
europeos, mientras que los serbios eran orientales, como los tu r­
cos o los albaneses.6 (Curiosamente, parece pensar, al menos en
ocasiones, que es posible vivir con los musulmanes, ya que, de
acuerdo con esta teoría» en realidad son croatas» y Croacia y
Bosnia-Herzegovina han estado tradicionalmente unidas. Por
otro lado, los serbios equiparan a los musulmanes con los tu r­
cos, es decir, ¡como los croatas les ven a ellos!)
Es un punto de vista que corresponde a la concepción pri­
mordial del nacionalismo» la idea de que éste está intrínseca y
profundamente arraigado en las sociedades humanas que proce­
den de «etnias» orgánicamente desarrolladas.7 Lo que no explica
es por qué hay largos periodos de coexistencia entre distintas
comunidades o nacionalidades, ni por qué se producen oleadas
de nacionalismo en momentos concretos. No explica la existen­
cia indiscutida de otras concepciones alternativas de la sociedad
bosnia, e incluso yugoslava, que la consideran una cultura rica
y unificada» en oposición al multiculturalismo, que comprende
las distintas comunidades religiosas» las lenguas e im portantes
factores de secularidad.8 Desde lúe __ - mia-Herzegovina posee
una historia sombría, sobre todo durante el siglo xx, pero lo
mismo ocurre con otras partes de Europa. La idea de que el na­
cionalismo agresivo es una especie de peculiaridad de los Balca­
nes nos permite pensar que el resto de Europa es inm une al
fenómeno bosnio. La antigua Yugoslavia» que antes estaba con­
siderada como el más liberal de los regímenes com unistas y el
primero en la lista de posibles nuevos miembros de la UE, se ha
convertido en un punto negro en plena Europa, rodeado por
otras sociedades presuntam ente más «civilizadas»; Grecia al sur»
Bulgaria y Rumania al este, Austria» Hungría e Italia al norte y
el oeste. Pero ¿y si la oleada actual de nacionalismo tiene cau­
sas contem poráneas? ¿No equivale la teoría primordial» enton­
ces, a una especie de miopía, una excusa para la falta de acción»
o algo peor?
Existe una teoría alternativa que sostiene que el naciona­
lismo se ha reconstruido con fines políticos. Esta opinión está
más vinculada a la concepción «instramentalista» del naciona­
lismo, según la cual los movimientos nacionalistas reínventan
versiones concretas de la historia y la memoria con el fin de
construir nuevas formas culturales que sean útiles para la movi­
lización política.9 Lo que ocurrió en Yugoslavia fue la desinte­
gración del Estado, tanto el federal como» en los casos de Croa­
d a y B osnia-H erzegovina, ei republicano. Si definimos el Esta­
do, de acuerdo con la acepción de Webep como la organización
que «conserva el monopolio de la violencia organizada legíti­
ma», es posible localizar, primero, el derrumbe de la legitimidad
v, segundo, el de! monopolio de la violencia organizada. La a p a ­
rición del nacionalismo virulento, que efectivamente se co n sti­
tuyo sobre la base de tradicionales divisiones y prejuicios socia­
les -unas divisiones que de ningún modo alcanzaban a toda la
sociedad yugoslava contemporánea-, debe interpretarse como
nna lucha por parte de unas elítes cada vez más desesperadas (y
co rru p ta s) para c o n tro la r los despojos del Estado. Además, en
una sociedad p o sto ta lita ria el control es mucho más amplio que
en sociedades más p lu ralistas y se extiende a todas las grandes
instituciones sociales: empresas, escuelas, universidades, hospi­
tales, medios de comunicación,, etcétera.
Para com prender la razón de que el Estado se desintegrara
siguiendo los límites nacionales, lo mejor es acudir a la historia
reciente de Yugoslavia, m ás que adentrarse en el pasado ante­
rior al comunismo. El régimen de Tito era totalitario en el
sentido de que había no control centralizado de todos los as­
pectos de la vida social. Pero era más liberal que otros regíme­
nes de Europa del Este; permitía cierto grado de pluralismo
económico; a partir de los años sesenta, se autorizó a los ciu­
dadanos yugoslavos a viajar y tener cuentas en moneda extran­
jera; la libertad artística e intelectual era mucho mayor que en
otros países comunistas. La identidad política del ré g im e n yu­
goslavo procedía, en parte, de la lucha de los partisanos du­
rante la segunda guerra mundial; en parte, de su capacidad de
o frece r un nivel de vida razonable a la población; y en parte,
del hecho de tener una posición internacional especial, al ser
un puente entre el este y el oeste, con su propia variedad nativa
de socialismo y su papel dirigente en el movimiento de los no
alineados. A medida que el recuerdo de la segunda guerra
mundial se fue desvaneciendo y las mejoras económicas y so­
ciales del período de posguerra empezaron a desaparecer, era
inevitable que se pusiera en tela de juicio su legitimidad. La
caída del Mu ro de Berlín, los movimientos democráticos en el
resto de Europa del Este y el fin de la división entre el bloque
oriental y occidente fueron el tiro de gracia para la identidad
de la antigua Yugoslavia.
Aunque los partisanos yugoslavos habían luchado bajo el
lema «Fraternidad y unidad», y el objetivo era desarrollar un
nuevo hombre o mujer socialista y yugoslavo, como en la Unión
Soviética, el régimen tenía incorporado en su funcionamiento
un complicado sistema de frenos y contrapesos para asegurar
que ningún grupo étnico fuera dominante; es más, había insti­
tucionalizado la diferencia étnica. Para compensar el predomi­
nio numérico de los serbios, se crearon seis repúblicas, cada
una (con la excepción de Bosnia-Herzegovina) con una naciona­
lidad dominante: Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia-Herze-
govina, Eslovenia y Macedonia. Además, había dos provincias
autónomas dentro de Serbia: Kósovo (con una mayoría alba-
nesa) y Vojvodina (con una población mixta, compuesta por ser­
bios, croatas y húngaros). A pesar de ello, los sondeos m ostra­
ron siempre, hasta los años ochenta, un apoyo creciente al
yugoslavismo. Este sistema se reforzó con la Constitución de
1974, que traspasó poderes a las repúblicas y provincias autóno­
mas y estableció un mecanismo de rotación de las clases diri­
gentes basado en una aritmética étnica. Aunque la Liga Comu­
nista conservó su posición de monopolio, a partir de 1974 el
propio partido se fue dividiendo, cada vez más, con arreglo a
los límites nacionales. En una situación en la que se rechazaban
otros desafíos políticos, el discurso político nacionalista se con­
virtió en la única forma de debate legítimo. En la práctica, ha­
bía 10 partidos comunistas, uno para cada república y provincia
autónoma, otro para la federación y otro para el JNA. Como su­
braya Ivan Vejvoda, la Constitución de 1974 daba poder a los
agentes colectivos, especialmente la nomenklatura, en las ins­
tancias republicanas y provinciales, al tiempo que se lo quitaba
todavía más a los ciudadanos particulares. Era la descentraliza­
ción del totalitarism o.10 En este contexto, las identidades comu­
nitarias nacionales eran los candidatos más claros para llenar el
vacío producido por la pérdida del yugoslavismo.
Yugoslavia experimentó las tensiones de la transición econó­
mica unos 10 años antes que otros países de Europa del Este.11
Durante los años cincuenta y sesenta, el país tuvo un rápido
crecimiento económico, basado en ei modelo de rápida indus­
trialización pesada, orientada al sector de la defensa, típico de
las economías centralizadas. En el caso yugoslavo, hubo alguna
modificación debida al modelo de autogestión y al hecho de que
la agricultura, en su mayor parte, permanecía en manos priva­
das. Durante este periodo, Yugoslavia recibió grandes cantida­
des de ayuda exterior porque se consideraba que era un baluar­
te contra un posible ataque soviético en el sureste de Europa.
En los años setenta, la ayuda occidental empezó a disminuir y
se vio sustituida por préstamos comerciales, que eran relativa­
mente fáciles de conseguir tras la crisis del petróleo. Como en el
caso de otras economías centralizadas, a Yugoslavia le fue muy
difícil reestructurar su economía; a ello hubo que añadir la de­
saceleración del crecimiento en los países occidentales -que in­
hibió el aumento de las exportaciones y redujo las remesas de
los yugoslavos que trabajaban en el extranjero- y la creciente
autonomía de las repúblicas y las provincias autónomas, que no
se sentían responsables de la balanza de pagos y competían,
unas con otras, para generar dinero.
En 1979, la deuda había alcanzado proporciones de crisis:
alrededor de 20.000 millones de dólares. En 1982 se aprobó un
Plan de Recuperación del Fondo Monetario Internacional (FMI),
que consistía en liberalización y austeridad. La principal conse­
cuencia de este plan fue la intensificación de la competencia
por los recursos entre las repúblicas y la contribución a la cre­
ciente criminalización de la economía. La federación fue inca­
paz de controlar la generación de dinero, y en diciembre de
1989 la tasa mensual de inflación había alcanzado el 2.500 por
ciento. El paro tuvo un promedio del 14 por ciento durante
toda la década; resultaron especialmente afectadas las clases
medias urbanas, que dependían en gran medida de los sueldos y
pensiones del Estado, y los obreros industriales de zonas rura­
les, que se vieron obligados a sobrevivir con lo que podían obte­
ner de sus pequeñas parcelas. Una serie de escándalos de co­
rrupción producidos a finales de los años ochenta, sobre todo
en Bosnia-Herzegovina, revelaron los vínculos cada vez mayores
entre la degenerada clase dirigente y una nueva clase de m año­
sos. Un caso típico fue el escándalo de Agromerc, que dio a co­
nocer las nefandas actividades de Fikret Abdíc, jefe histórico del
partido en Bihac y que posteriorm ente sería una figura clave en
la guerra. Los argumentos nacionalistas eran una forma de li­
diar con el descontento económico» porque apelaban a las vícti­
mas de la inseguridad económica y ocultaban la alianza cre­
ciente entre la nomenklatura y la mafia.
A finales de los años ochenta se aceleró la desintegración del
Estado yugoslavo. El último prim er ministro federal, Antje Mar-
kovic, intentó volver a im poner el control central con un pro­
grama de «terapia de choque», introducido en enero de 1990. A
pesar de que el program a logró reducir la inflación» provocó un
enorme resentimiento en las repúblicas porque eliminó» de he­
cho, su «licencia para im prim ir dinero».12 En noviembre de
1990, Yugoslavia se encontró, como espacio económico único,
ante el desafío de varias acciones económicas unilaterales; sobre
todo, el enorme préstamo solicitado por los serbios para sufra­
gar la imposición de su gobierno en Kósovo, conocido como «el
gran robo del banco», pero también la negativa eslovena a con­
tribuir al Fondo de Regiones Subdesarrolladas y la abolición
unilateral, por parte de los croatas, de los impuestos sobre los
coches, que en la práctica equivalía a sobornar a los votantes
con la promesa de coches de im portación más baratos.
Como espacio único de comunicación, Yugoslavia se fue de­
sintegrando paralelamente a la economía. En los años setenta,
cada república y cada provincia controlaba sus propias cadenas
de radio y televisión. De vez en cuando había una rotación de
informativos en el prim er canal de televisión., y se podían ver
noticias de otras repúblicas y provincias autónomas (también
por rotación) en el segundo canal. Este sistema se vino abajo a
finales de los años ochenta.13 A pesar de un último intento de­
sesperado, por parte de Markovic, de instaurar una televisión
para toda Yugoslavia, Yutel, los medios de comunicación, a la
hora de la verdad, estaban nacionalizados, y fueron una base
poderosa para la propaganda nacionalista.
En 1990, la legitimidad federal era discutida, desde el 'punto
de vista legislativo y desde el judicial. Las primeras elecciones
democráticas se celebraron en las repúblicas, pero no en el. ám ­
bito federal. Cuando el tribunal constitucional federal se oponía
a decisiones tomadas por los parlamentos republicanos recién
elegidos -com o la decisión eslovena de no contribuir al Fondo
de Regiones Subdesarrolladas o las declaraciones eslovena y
croata de soberanía-, sus opiniones legales eran ignoradas. Y
parecido desprecio por las decisiones constitucionales, a escala
republicana, fue el que dem ostraron los serbios de Croacia
cuando pretendieron declarar una «Región Autónoma Serbia».
El último vestigio del Estado yugoslavo desapareció en 199.1,
cuando se desintegró el monopolio de la violencia organizada. Ei
JMA había sido el bastión del yugoslavismo,14 Ya en los años se­
tenta se crearon las Unidades de Defensa Territorial (TO) en las
repúblicas, como consecuencia de un nuevo «Sistema de Defensa
Popular Generalizada» introducido después de la invasión sovié­
tica de Checoslovaquia en 1968. En .1991, el JNA era, cada vez
más, un instrumento de Siobodan Milosevic, el presidente de
Serbia, mientras que eslovenos y croatas organizaban y armaban
en secreto sus propias tropas independientes, creadas a partir de
las TO v la policía, con suministros de excedentes de armas pro­
cedentes del mercado negro que estaba naciendo en Europa del
Este por aquel entonces. Al mismo tiempo, los serbios creaban
sus propios grupos paramilitares. En concreto, iniciaron su plan
«RAM» (Marco) para arm ar y organizar en secreto a los serbios
de Croacia y Bosnia-Herzegovina. El JNA fracasó por completo
en sus esfuerzos de desarmar a los paramilitares (los croatas y
los eslovenos afirmaban que sus fuerzas no eran grupos param i­
litares sino fuerzas legales de defensa) y acabaron aliándose con
los grupos serbios en Croacia y Bosnia,15
La aparición de una nueva forma de nacionalismo corrió pa­
ralela a la desintegración de Yugoslavia. Era un nacionalismo
nuevo en ei sentido de que estaba unido a la desintegración del
Estado, a diferencia de los nacionalismos anteriores, «moder­
nos», cuyo objetivo era construir ese Estado, y, también a dife­
rencia de los nacionalismos anteriores, carecía de una ideología
modernizadora. También era nuevo por sus técnicas de movili­
zación y sus formas de organización. Milosevic fue el primero
en utilizar a gran escala los medios electrónicos para propagar
el mensaje nacionalista. Su «revolución antiburocrática», que
pretendía acabar con el sistema titista de frenos y contrapesos
porque lo consideraba discriminatorio para los serbios, fue la
base de un llamamiento político populista que pasó por encima
de la jerarquía com unista existente. Legitimó su presencia en el
poder en asambleas de masas. Alimentó la m entalidad de víc­
tima, tan frecuente en las mayorías que se sienten minorías, con
una dieta electrónica de historias sobre el «genocidio» en Kó­
sovo -prim ero a manos de los turcos, en 1389, y más reciente­
mente por parte de los albaneses- y el holocausto en Croacia y
Bosnia-Herzegovina, con documentos cinematográficos de la se­
gunda guerra mundial intercalados con informaciones sobre su­
cesos actuales. En realidad, el público serbio experimentó una
guerra virtual mucho antes de que estallara la guerra real; un
conflicto virtual que hacía difícil distinguir la verdad de la fic­
ción, de forma que la guerra asumía una continuidad en la que
la batalla de 1389 en Kósovo, la segunda guerra mundial y la
guerra de Bosnia formaban parte del mismo fenómeno. David
Rieff cuenta cómo los soldados serbobosnios, después de pasar
un día disparando desde las colinas que rodean Sarajevo, llama­
ban a sus amigos musulmanes en la ciudad. Esa conducta tan
contradictoria les resultaba totalmente lógica a los soldados,
debido a la disonancia psicológica producida por esa realidad
virtual. No disparaban contra sus amigos, sino contra turcos.
«Antes de que acabe el verano -le dijo un soldado a Rieff-, ha­
bremos expulsado al ejército turco de la ciudad, de la misma
forma que ellos nos expulsaron de los campos de Kósovo en
1389. Aquél fue el comienzo del dominio turco en nuestras tie­
rras. Y éste será el fin, después de todos estos siglos crueles...
Los serbios estamos salvando a Europa, aunque Europa no va­
lore nuestros esfuerzos».16
Si Milosevic perfeccionó la técnica en cuanto a los medios,
fue Tudjman quien desarrolló la forma de organización horizon­
tal y transnacional. A diferencia de Milosevic, procedía de un
entorno disidente, y había cumplido tiempo en prisión a princi­
pios de los setenta por sus opiniones nacionalistas, aunque an­
tes había sido general del JNA. Su partido -el HDZ- tuvo poco
tiempo para prepararse para las primeras elecciones dem ocráti­
cas, y no controlaba los medios de comunicación. Pero Tudjman
había estado buscando el apoyo de los expatriados croatas en
Norteamérica. Aseguraba que el HDZ tenía secciones en 35 ciu­
dades de Estados Unidos, cada una con un número de miembros
entre cincuenta y varios centenares, y alguna hasta con 2.000.
Las autoridades comunistas siempre m iraron con suspicacia a
los expatriados; se consideraba que, en general, los emigrados
eran antiguos Ustashe (los fascistas croatas de la segunda gue­
rra mundial). Tudjman declaró después que la decisión política
más im portante que tomó nunca fue invitar a los emigrados a
volver para el congreso del HDZ en febrero de 1 9 9 0 . 17 Esta for­
ma de organización transnacional fue una considerable fuente de
fondos y técnicas electorales, y posteriorm ente de armas y m er­
cenarios. Provocó otra forma de realidad virtual, derivada del dis-
tanciamiento, en el tiempo y el espacio, de los miembros del
partido expatriados, que estaban aplicando a una situación con­
temporánea una imagen de Croacia que correspondía a cuando
ellos se habían marchado.
El proceso de desintegración y el ascenso de una nueva for­
ma de nacionalismo virulento tuvo el mejor ejemplo en Bosnia-
Herzegovina, que siempre había sido una sociedad mixta. La
diferenciación de comunidades en función de las religiones (or­
todoxa, católica, musulmana y judía) había quedado institucio­
nalizada durante el último periodo del imperio otomano median­
te el sistema de millets (nombre que recibían las comunidades
religiosas); ese «comunitarismo institucionalizado», como lo lla­
ma Xavier Bougarel,8 se mantuvo, en diversas formas, durante
todo el periodo de dominio austrohúngaro (1878-1914) y en la
primera y la segunda Yugoslavias. No obstante, en el periodo de
posguerra hubo muchos matrimonios mixtos y, sobre todo en las
ciudades, la lógica comunitaria se vio sustituida por una mo­
derna cultura laica. El yugoslavismo era especialmente fuerte en
Bosnia-Herzegovina. Esta república era en la que más populari­
dad tenía Yutel y donde Markovic decidiría lanzar su partido re­
formista.
Bougarel diferencia el «comunitarismo institucionalizado»
del nacionalismo político y territorial. El primero depende de
un equilibrio entre comunidades que se denomina komsiluk
(buena vecindad) y que está amenazado por la movilización po­
lítica o militar, como ocurrió en las dos guerras mundiales. La
reaparición del nacionalismo político a finales de los ochenta se
debió, como había ocurrido anteriormente, a motivos instru­
mentales. Según Bougarel, fue una reacción, al descontento deri­
vado de un desarrollo desigual y la creciente división entre las
elites económicas y científicas y las regiones rurales atrasadas.
Dicha división estaba especialmente agudizada en Bosnia-Her­
zegovina, y se exacerbó durante los años ochenta. Asimismo fue
una reacción a la pérdida de legitimidad del partido en el poder.
Seis meses antes de las elecciones de 1990, un sondeo reali­
zado en Bosnia-Herzegovina m ostraba que el 74 por ciento de
la población estaba a favor de prohibir los partidos nacionalis­
tas. Sin embargo, cuando llegó el momento, el 70 por ciento de
los votantes los apoyaron. Esta discrepancia puede explicarse
acudiendo al argumento de Bougarel. La mayoría de la gente
tenía miedo de la am enaza al komsiluk que representaban los
partidos nacionalistas. No obstante, una vez comenzada la mo­
vilización política, sentían la necesidad de agrupar a su com uni­
dad. De todas formas, hay que tener en cuenta otros factores.
Por un lado, la Liga Comunista de Bosnia-Herzegovina era con­
siderada tradicionalmente un partido de la línea dura y retra­
sado a la hora de adaptarse a la ola de pluralismo que invadía
el resto de Europa del Este; y los partidos nacionalistas repre­
sentaban la alternativa más clara a los comunistas. Además,
quedó desacreditada por una serie de escándalos de corrupción
a finales de los años ochenta. Por otra parte, la rapidez de la
movilización nacionalista se explica, en parte, por el papel de
Croacia y Serbia. El HDZ, el partido nacionalista croata, en rea­
lidad era una ram a del partido de Tudjman, y el SDS, el partido
nacionalista serbio, era una sección del partido nacionalista ser­
bio establecido en Krajina, la región serbia de Croacia.. Asimis­
mo, tanto el Centro cultural croata de Zagreb, Matica Hrvatska,
como la Academia Serbia de Ciencias, responsable del famoso
m em orándum de 1986 que puso en marcha por primera, vez un
program a nacionalista serbio, desempeñaron un papel muy ac­
tivo a la hora de suscitar el sentimiento nacionalista, en com pa­
ñía de las instituciones religiosas.
Las elecciones las ganaron los partidos nacionalistas, que
formaron una incómoda coalición; cosa nada extraña, dado el
carácter c o n tra d ic to rio de sus objetivos. En concreto, los miem­
bros del SDS en la Asamblea perdieron repetidas votaciones
ante el SDA y el HDZ. Los partidos cívicos n o nacionalistas ob­
tuvieron el 28 por ciento de los votos; les apoyaron, sobre todo,
los intelectuales urbanos y los trabajadores de la industria. La
guerra se precipitó por la decisión de la comunidad internacio­
nal de reconocer E slovenia y Croacia, y cualquier otra antigua
república yugoslava siempre que celebrase un referéndum y re­
conociera los derechos de las minorías (cosa que se ignoró en
los casos de Croacia y Bosnia). El SDA y el HDZ e sta b a n a favor
de la independencia; los serbios» no.
B ougarel llega a la conclusión de que las dos imágenes con­
tradictorias de Bosnia-Herzegovina com o u n a tie rra de to le ra n ­
cia y coexistencia y como u n país de m iedo y odio son ciertas.
El miedo y el odio no so n endémicos sino que, en ciertos p e rio ­
dos, se fomentan con fines políticos. La p ro p ia d im en sió n de la
violencia puede interpretarse no com o u n a co n se cu en c ia del
«miedo y el odio», sino como un reflejo de la d ificu ltad de re ­
c o n s tru ir el «miedo y el odio». Como decía Zivanovic, un liberal
independiente que permaneció en áreas d o m in a d a s p o r los ser­
bios durante todo el conflicto: «La g u e rra ten ía que ser m uy
sangrienta, porque los lazos que nos unían eran muy fuertes».19
Esta provocación de «miedo y odio» ad o p ta fo rm as co n cretas
en determinados periodos y debe explicarse en fu n ció n de c a u ­
sas especificas. En otras palabras, el nuevo nacionalismo es un
fenómeno contemporáneo que deriva de la h isto ria recien te y en
el q ue influye el contexto actual.
A veces se dice que el nacionalismo musulmán es u n fen ó m e­
no diferente del nacionalismo serbio y croata. Los que no están
de acuerdo con la idea dominante de que ésta fue u n a g u e rra ci­
vil suelen argum entar que se trató de una agresión serbia y, en
menor medida, croata. Desde luego, es v erdad que los n a c io n a ­
listas serbobosnios, ayudados e instigados por los gobiernos ser­
bio y yugoslavo, fueron los agresores» y que .fueron ellos quienes
iniciaron y aplicaron de forma más sistem ática y extendida la
política de limpieza étnica. Los nacion alistas cro atas, re sp a ld a ­
dos p o r el gobierno de Croada, siguieron su ejem plo, au n q u e a
menor escala. También es cierto que el SDA, el p artid o n a c io n a ­
lista musulmán, siempre estuvo a favor de una Bosnia-Herzego­
vina unificada y multicultural. Pero el multiculturalismo, para
los nacionalistas musulmanes, significaba una organización po­
lítica de acuerdo con límites comunitarios; de ahí los intentos
de Izetbegovic de organizar grupos étnicos «aceptables» como el
Consejo Civil Serbio o el Partido Campesino Croata. Además,
el SDA también m ostraba algunas de las mismas tendencias de
los demás partidos nacionalistas, como la de imponer un rígido
control político sobre todas las instituciones, o el uso de los me­
dios de comunicación para provocar una guerra virtual contra
las demás comunidades: la revista del SDA, El Dragón de Bosnia,
es especialmente estridente en sus llamadas a la violencia nacio­
nalista.20 La comisión de expertos de la ONU afirma que las fuer­
zas bosnias no emprendieron ninguna campaña de limpieza ét­
nica, aunque sí cometieron crímenes de guerra. No obstante,
hubo croatas expulsados o que decidieron marcharse de las zo­
nas de Bosnia central tomadas por las fuerzas bosnias durante el
conflicto entre musulmanes y croatas, y lo mismo ocurrió con
los serbios en las zonas ocupadas durante los últimos días de la
guerra. En otras palabras, fue una guerra de agresión serbia y
croata, pero también fue una nueva guerra nacionalista.
El hecho de que el miedo y el odio no eran endémicos en la
sociedad bosnia quedó claro en el brote de activismo civil du­
rante el preludio de la guerra.21 Se desarrolló un amplio movi­
miento pacifista, muy apoyado por los medios de comunicación
bosnios, los sindicatos, los intelectuales, los estudiantes y orga­
nizaciones de mujeres. En julio de 1991, decenas de miles de
personas formaron una cadena hum ana en todos los puentes de
Mostar. En agosto de 1991, Yutel organizó una concentración en
Sarajevo a la que asistieron 100.000 personas. En septiembre,
400 pacifistas europeos, constituidos en la Caravana de la Paz
de la Asamblea de Ciudadanos de Helsinki, se unieron a miles de
bosnios en una cadena hum ana que conectaba la mezquita, la
iglesia ortodoxa, la iglesia católica y la sinagoga de Sarajevo.
Parecidas manifestaciones se organizaron en Tuzla y Banja Lu-
ka, así como otros pueblos y ciudades.
El punto culminante y final del movimiento llegó en los me­
ses de marzo y abril de 1992. El 5 de marzo, los pacifistas con­
siguieron derribar las barricadas erigidas por grupos nacionalis­
tas musulmanes y serbios después de que alguien disparase con­
tra un novio serbio en su boda. El 5 de abril, entre 50.000 y
100.000 manifestantes desfilaron por Sarajevo para exigir la di­
misión del gobierno y pedir un protectorado internacional. Mi­
les más llegaron en autobuses, procedentes de Tuzla, Zenica y
Kakanj, pero no pudieron entrar en la ciudad debido a las ba­
rricadas de serbios y musulmanes. La guerra comenzó cuando
unos francotiradores serbios dispararon sobre los manifestantes
desde el Holiday Inn; la prim era persona en morir fue una estu­
diante de medicina de 21 años, que había ido desde Dubrov-
nik.22 Al día siguiente, los Estados europeos reconocieron a Bos­
nia-Herzegovina y los serbios abandonaron la Asamblea bosnia.
El Estado quedaba reconocido precisamente en el momento de
su desintegración.
Según Bougarel, la de Bosnia fue una guerra civil en el sen­
tido de que fue una guerra contra la población civil y contra la
sociedad civil.23 Y Tadeusz Mazowiecki, el relator especial de la
Comisión de Derechos Humanos de la ONU, menciona la opi­
nión de algunos observadores de que «las fuerzas atacantes es­
tán decididas a "matar" la ciudad [Sarajevo] y la tradición de
tolerancia y armonía étnica que representa».24 O, para decirlo de
otra forma, se puede considerar que fue una guerra de los na­
cionalistas exciuyentes contra una sociedad secular, multicultu­
ral y pluralista.

Cómo se llevó a cabo la guerra:


medios militares y económicos
Yugoslavia era seguramente el país más militarizado de Eu­
ropa después de la Unión Soviética. Hasta 1986, el gasto militar
representaba hasta el 4 por ciento del PIB, más que ningún otro
país europeo no soviético, excepto Grecia.25 El JNA estaba com­
puesto por unos 70.000 oficiales y miembros profesionales, más
150.000 reclutas. Además, cada república y provincia autónoma
era responsable de organizar y equipar las TO, en general fuer­
zas de reserva, que ascendían, según Jos informes, a un millón
de hombres.
El JNA siguió siendo una entidad yugoslava hasta 1991. El
ejército controlaba una red de bases, empresas y arsenales co­
nectados entre sí, que, a diferencia del resto de la economía, te­
nían una organización de ámbito yugoslavo. Aunque la estrate­
gia partisana que inspiraba la organización del JNA se basaba en
formaciones de combate locales y descentralizadas, el mando se­
guía estando centralizado para todo el país. Entre los oficiales
del JNA, de los que el 70 por ciento eran serbios o montenegri-
nos, el yugoslavismo siguió expandiéndose en una época en la
que disminuía en otras esferas de la vida social. El JNA absorbía
la mayor parte del presupuesto federal, y en 1991 parecía que el
ejército y la Liga Comunista eran prácticamente las únicas cosas
que quedaban de la idea de Yugoslavia; por esa razón, el yugos-
lavismo acabó asociándose con el totalitarismo y el militarismo.
Entre 1986 y 1991, el gasto militar disminuyó de forma
drástica, de 2.491 millones de dólares -en precios constantes de
1988- a 1.376 millones de dólares,26 lo cual contribuyó a au­
m entar en el JNA la sensación de victimismo y paranoia sobre
los enemigos externos e internos. (La detención de unos jóvenes
periodistas eslovenos que habían criticado las exportaciones de
armas al Tercer Mundo en 1988, y el subsiguiente y aireado ju i­
cio, fue un ejemplo de esa paranoia.) La historia de las guerras
en Eslovenia, Croacia y, sobre todo, Bosnia-Herzegovina es tam ­
bién la historia de la desintegración del complejo militar e in­
dustrial yugoslavo. El JNA y las TO se desintegraron en una
combinación de fuerzas regulares e irregulares a las que se fue­
ron añadiendo criminales, voluntarios y mercenarios extranje­
ros, y que rivalizaban por el control sobre los bienes militares
de la antigua Yugoslavia.
Al comienzo de la guerra en Bosnia-Herzegovina existía una
variedad desconcertante de grupos militares y param ilitares.
En teoría, había tres bandos en el conflicto; los serbios, los
croatas y los bosnios. En la práctica, las diversas fuerzas coo­
peraron unas con otras, en distintas combinaciones, a lo largo
de toda la guerra. Así, en las prim eras etapas, croatas y bosnios
colaboraron contra los serbios. Después, tras la publicación en
* a plan V ance-O w en -que se basaba en la cantonización
étnica-, c r o a t a s y m usulm anes em pezaron a luchar entre sí,
porque los prim eros querían asegurarse el dominio de «sus»
cantones. Entonces llegó el acuerdo de Washington entre m u­
sulmanes y croatas, impuesto por los norteamericanos, y, en las
últimas fases del conflicto, los musulm anes y los croatas volvie­
ron a cooperar, al menos oficialmente. En el transcurso de la
guerra, las fuerzas de cada paite del conflicto se fueron centra­
lizando y regularizando cada vez más. Hacia el final, las princi­
pales fuerzas regulares eran el Ejército Serbobosnio (ESB), el
Consejo Croata de Defensa y el Ejército de Bosnia-Her­
zegovina (EBíH).
Tras la guerra de diez días en Eslovenia, en junio de 1991,
el JNA se retiró a Croacia (y dejó atrás sus armas). A mediados
de julio de 1991, el JNA había trasladado aproxim adam ente a
“v j ÜO soldados a Croacia, Junto a unos 12.000 soldados de las
fuerzas irregulares serbias» compuestas por voluntarios locales
V grupos (a menudo, criminales) propiam ente de Serbia, estas
tropas experimentaron con las estrategias que después se usa­
rían en. Bosnia-Herzegovina. Después del alto el fuego en Croa­
cia, el JNA se retiró a Bosnia-Herzegovina y se llevó su material.
En mayo de 1992, el JNA se retiró formalmente de Bosnia-Her­
zegovina. En la práctica, sólo hubo unos 14.000 soldados que
se m archaran a Serbia y Montenegro; alrededor de 80.000 fue­
ron transferidos al ejército serbobosnio.
El HVO estaba compuesto por las milicias adjuntas al HDZ.
Trabajaba en colaboración con el ejército croata (HV), que se
había formado a partir de las fuerzas croatas de defensa territo­
rial y se había constituido en el transcurso cié la guerra con la
ayuda -en materia de form ación- de una empresa privada for­
mada por generales norteamericanos retirados, Recursos Milita­
res Profesionales (MPRI).27
No existía un ejército bosnio cuando estalló la guerra. En lo
esencial, la defensa del territorio bosnio estaba organizada de
manera local, Sarajevo estaba defendida por una mezcla vario­
pinta de ligas patrióticas y otros grupos paramilitares, dirigidos,
en gran parte, por los líderes clandestinos de Sarajevo. Tuzla es­
taba defendida por la policía y tina liga patriótica local. Aunque
Izetbegovic anunció la formación de un ejército regular en
mayo de 1992, hasta que Silajdzic se convirtió en prim er minis­
tro, en otoño de 1993, no fue posible controlar a los distintos
grupos criminales y centralizar el mando militar. Todavía enton­
ces, la comisión de expertos de la ONU calculaba que de los
70.000 soldados, sólo estaban armados 44.000.28
El ESB estaba m ucho mejor equipado que las dem ás fuer­
zas regulares, como puede verse en el cuadro 3.1. En concreto,
tenía una ventaja considerable en arm am ento pesado: tanques,
artillería, lanzacohetes y morteros. Había heredado el material
del JNA y, sobre todo, controlaba la mayoría de sus almacenes
de armas, que se habían colocado en las colinas de Bosnia-
Herzegovina, porque se preveía que esa región sería la base de
cualquier defensa de tipo guerrillero para Yugoslavia, y se ha­
bían abastecido bien en previsión de una larga guerra. El
EBiH, que era el peor equipado y sufría, sobre todo, una gran
escasez de arm am ento pesado, dependía de las rutas de sum i­
nistros croatas para sus adquisiciones de arm as.29 El HVO re­
cibía m aterial de Croacia. Además de los equipos sacados de
los arsenales croatas, se utilizaban varias fuentes del mercado
negro, sobre todo para com prar excedentes de m aterial del an­
tiguo Pacto de Varsovia. (Curiosamente, había ciertas pruebas
de que las antiguas em presas del JNA en Croacia, Eslovenia y
Serbia seguían colaborando en la fabricación de piezas de re­
cambio y m aterial.)30
Además de las fuerzas regulares, es posible identificar tres
tipos fundamentales de fuerzas irregulares: organizaciones para-
militares, en general bajo el control de una persona; grupos
mercenarios extranjeros; y la policía local, a la que se habían
unido civiles armados. La comisión de expertos de la ONU es­
pecificó 83 grupos param ilitares en el territorio de la antigua
Yugoslavia; 56 eran serbios, 13 eran croatas y 14 eran bosnios.
Se calcula que el número de miembros era, respectivamente,
entre 20.000 y 40.000, entre 12.000 y 20.000, y entre 4.000 y
6.000. La gran mayoría de ellos actuaban en su localidad, pero
algunos grupos extendieron mucho más sus acciones, en coordi­
nación con las fuerzas regulares, y adquirieron una celebridad
considerable.
Fuerzas Tanques Artillería Lanzacohetes Morteros
armadas de combate múltiples
EBiH 92.000 31 100 2 200
HVO 50.000 100 200 30 300
ESB 75.000 370 700 70 900
Fuente: Military Balance 1995-1996, Instituto Internacional de Estudios
Estratégicos, Londres, 1996

En el bando serbio, los dos grupos más conocidos eran los


«Tigres» de Arkan y los Chetniks -«Águilas blancas»- de Seselj.
Arkan, cuyo auténtico nombre era Zeljko Raznjatovic, era una
figura im portante en los bajos fondos de Belgrado. Poseía una
cadena de heladerías, una tapadera -según se decía- para sus
actividades de contrabando, que se habían incrementado enor­
memente durante la guerra. Antes del conflicto, al parecer, le
había reclutado una unidad especial del gobierno yugoslavo
para asesinar a personas emigradas. Asimismo era dueño del
club de aficionados del equipo de fútbol de Belgrado, el Estre­
lla Roja, y fue de allí de donde sacó a sus Tigres. Éstos, al prin­
cipio, actuaban en Croacia; en Bosnia-Herzegovina se decía
que operaban en 28 condados. Según informaciones recogidas
por la comisión de la ONU: «Tenían el cabello corto y llevaban
gorros negros de lana, guantes negros con los dedos recortados
e insignias negras en el brazo. Según otros testimonios, lleva­
ban uniformes multicolor, flechas rojas, gorras de lana, una in­
signia con la bandera serbia en el brazo derecho y un emblema
con un tigre y las palabras Arkanove delije en el hombro».31 Los
Tigres estaban bien dotados de armamento, incluidos tanques y
morteros.
Seselj había sido un disidente. Había dado clases en la uni­
versidad de Sarajevo y al parecer, pasó un año en la universidad
de Michigan.32 Fue encarcelado a principios de los años ochenta
por sus escritos anticomunistas. Al salir en libertad se trasladó a
Belgrado, donde se unió a los nacionalistas serbios. Su partido,
el Partido Serbio de Renovación Nacional, obtuvo escaños en
las elecciones de 1990 y triunfó especialmente en las elecciones í
federales de mayo de 1992, en las que obtuvo 33 de 138 esca­
ños. Como los Tigres, los Chetniks, al principio, actuaban en
Croacia. En Bosnia-Herzegovina se decía que estaban presentes
en 34 condados. Los hombres de Seselj eran «barbudos». Lleva­
ban boinas serbias con una bandera militar serbia en la parte
delantera, o gorros negros de piel con una escarapela serbia. Se
decía que estaban siempre borrachos y que reclutaban a otros
«luchadores de fin de semana».
Parece que tanto Arkan como Seselj colaboraron con ei JNA.
Según la comisión de la ONU: «En muchos de estos condados,
Seselj y Arkan ejercían el control de las demás fuerzas que ac­
tuaban en la zona. Dichas fuerzas consistían, en grupos param i­
litares locales y, a veces, el JNA. En algunos condados, las fuer­
zas de Seselj y Arkan actuaban bajo el mando del. JNA».33 Seselj
siempre insistió en que sus fuerzas estaban arm adas y equipa­
das por Milosevic.
El grupo paramilitar más conocido de Croacia era HOS, un
ala del Partido de las Derechas de Croacia (HSP). Sus miembros
llevaban uniformes negros y el escudo ajedrezado de Croacia, co­
mo los Ustashe de la segunda guerra mundial. Hasta .1993, año en
el que su jefe, Dobroslav Paraga, fue detenido por intentar derro­
car al gobierno croata, HOS colaboró con el HVO. Otro grupo pa­
ramilitar croata era el de los «Lobos», que lideraba Jusuf Prazina,
llamado Juka. Éste era un personaje de los bajos fondos de Sara­
jevo antes de que estallara la guerra, y había estado en la cárcel
cinco veces. Los Lobos llevaban «el pelo cortado ai rape, monos
negros, gafas de sol y, a veces, máscaras» Colaboraron con el
,3 4

EBiH hasta agosto de 1992 y, a partir de entonces, con el HVO.


Los dos famosos gángsteres Caco y Celo estuvieron actuan­
do en Sarajevo hasta el otoño de 1993. Caco había sido músico
de club con el nombre de Musan Topalovic, y Celo era un deli-
cuenté recién salido de prisión tras haber cumpiido una conde­
na de ocho años por violación. La mayoría de los grupos para-
militares del bando bosnio recibían el nombre de Boinas Verdes
o Fuerzas Armadas Musulmanas (MOS), y teóricamente estaban
a las órdenes del EBiH.
Otros nombres de grupos param ilitares eran los Cisnes Ne­
gros, las Hormigas Amarillas (por su capacidad de saqueo), los
Bebés de Mecet» las Palomas de Mezquita» los Caballeros, los
Halcones Serbios, etcétera.
Entre los mercenarios, ios más famosos eran los muyahidiin,
en su mayoría veteranos de la guerra afgana. Después fueron
expulsados en virtud del acuerdo Me Dayton. Se decía que ac­
tuaban en Zenica, Travnik» Novi Travnik, Mostar y Konjic. Se­
gún los servicios de inteligencia croatas» su organizador efa un
hombre llamado Abdulah» dueño del videoclub «Palma» en
Travnik. La comisión de i U ” j agiere que los muyahidiin
operaban más o menos con independencia del EBiH. Otros
mercenarios eran la Unidad Garibaldi (compuesta por italianos
que luchaban junto a los croatas), los rusos que luchaban en el
bando serbio y otros procedentes de Dinamarca, Finlandia, Sue­
cia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Hubo soldados británicos
que se habían quedado sin trabajo por los recortes posteriores a
la guerra fría y que asumieron puestos de formación tanto en
las fuerzas bosnias como en las croatas.
Las milicias locales estaban dirigidas por ayuntamientos, co­
mo en Tuzla, o grandes empresas, como en Velika Klusa, el Agro-
merc de Fikret Abdic» o en Zenica» donde los antiguos comunis­
tas seguían controlando las plantas siderúrgicas.
Durante la guerra, la economía formal se desplomó. Ello se
debió a una combinación de factores: la destracción física, la
imposibilidad de adquirir materias primas y la pérdida de los
mercados. Se calcula que la producción industrial descendió al
10 por ciento de su nivel anterior a la guerra, y el paro alcanzó
entre el 60 y el 90 por ciento. La moneda se hundió; los inter­
cambios comerciales se basaban en una mezcla de trueque y
marcos alemanes. La mayoría de ios habitantes se enfrentaban
a un penoso dilema: la ayuda hum anitaria no les daba lo sufi­
ciente para vivir» de modo que podían presentarse voluntarios
para el ejército, convertirse en delincuentes, o ambas cosas; o
bien podían intentar marcharse. Muchos se fueron, sobre todo
los jóvenes con estudios» así que el descenso de la población fue
todavía más drástico de lo que indican las cifras de la limpieza
étnica.
Las diversas tuerzas militares dependían por completo de la
ayuda exterior. Ésta consistía en el apoyo directo de gobiernos
extranjeros, la «fiscalización» de la ayuda hum anitaria y los en­
víos de personas particulares. Las fuerzas regulares estaban fi­
nanciadas y equipadas, en gran parte, por los gobiernos que las
patrocinaban. El gobierno serbio financió el ESB hasta el em­
bargo impuesto por Milosevic en 1994. Croacia sostenía al HVO,
y el EBiH recibía ayuda de los Estados islámicos y, de manera
encubierta, de Estados Unidos. Los paramilitares se financiaban
mediante el saqueo y la extorsión de la población expulsada,
con la confiscación del material en los territorios conquistados,
la «fiscalización» de la ayuda humanitaria, que recaudaban en
numerosos puestos de control, y el mercado negro. Las milicias
locales estaban financiadas por los ayuntamientos, que recibían
los «impuestos» recaudados sobre la ayuda hum anitaria en sus
zonas y, además, seguían cobrando impuestos a los ciudadanos
-incluidos los que estaban en el extranjero- y las empresas de
su territorio. Estos tres tipos de fuerzas cooperaban entre sí
tanto en el aspecto militar como en el económico.
La estrategia que adoptaron esas fuerzas, regulares e irregu­
lares -u n a estrategia practicada de forma sistemática y cons­
tante por serbobosnios y serbocroatas-, fue ganar territorios
mediante el control político, más que las ofensivas militares. La
violencia se utilizaba para dominar a las poblaciones, y no para
ocupar terreno. La dificultad de conquistar territorio mediante
ofensivas militares quedó patente desde el principio de la guerra
en Croacia. El JNA experimentó los mismos clásicos problemas
ofensivos que caracterizan a la guerra moderna, como se vio en
el conflicto entre Irán e Irak. El sitio de Vukovar -u n a ciudad
de Eslavonia oriental, en Croacia-, que duró dos meses, sep­
tiembre y octubre de 1991, mostró que una enorme superiori­
dad en arm am ento y hombres no bastaba para tom ar una ciu­
dad relativamente pequeña. Cuando Vukovar cayó, por fin, el 20
de noviembre, había quedado reducida a escombros. El intento
de tom ar Dubrovnik, que -según las memorias del entonces mi­
nistro de Defensa, el general Kadijevic- formaba parte de un
plan para ocupar Split y la costa dálmata, fracasó.35 Un rasgo
característico de la guerra de Bosnia fue el cerco de las princi­
pales ciudades. Aunque no lograban conquistarlas, las bom bar­
deaban sin cesar y les cortaban los suministros.
Excepto en la prim era fase de la guerra de Bosnia-Herzego­
vina, cuando los serbobosnios se encontraron con muy poca
oposición, y en los últimos momentos del conflicto, cuando se
habían debilitado enormemente, fue escaso el territorio que
cambió de manos. En realidad, la guerra no estaba dirigida
contra los bandos rivales, sino contra las poblaciones civiles.
Ello explica por qué no hubo un frente continuo. Por el con­
trario, diferentes partes controlaban las distintas áreas, y las
fuerzas estaban repartidas por lo que la comisión de la ONU
califica de «tablero de ajedrez» militar; las líneas de choque en­
traban en las ciudades y las rodeaban. De hecho, a finales de
1993, antes del acuerdo de Washington entre musulmanes y
croatas, el territorio bajo control bosnio consistía, en definiti­
va, en unos cuantos enclaves rodeados por fuerzas hostiles, un
territorio que algunos han descrito como de «piel de leopardo».
Con la excepción de Banja Luka, que estaba bajo dominio ser­
bio, y Mostar, que estaba dividido entre croatas y musulmanes,
la mayoría de las ciudades perm anecían en poder de los bos­
nios, mientras que el campo estaba repartido entre serbios y
croatas.
Aparte de unos cuantos puntos estratégicos, como el corre­
dor de Brcko, que enlazaba los territorios serbios y podía ser
una ruta de comunicación entre el norte de Bosnia y Zagreb,
había relativamente pocos combates entre los bandos enemigos.
Es más, hubo varios ejemplos de cooperación, sobre todo en el
mercado negro, pero también en diversas formas de colabora­
ción militar a corto plazo y local entre distintos partidos. En
una ocasión, la UNPROFOR interceptó una conversación telefó­
nica en Mostar entre el com andante musulmán local y el co­
m andante serbio local, en la que discutían el precio que debía
pagarse, en marcos alemanes, si los serbios bombardeaban a
los croatas. El punto más bajo se alcanzó cuando los serbios to­
maron el monte Igman, junto a Sarajevo, en julio de 1993; los
grupos paramilitares que defendían en aquel momento la mon­
taña estuvieron dispuestos a «vender» sus posiciones a cambio
de controlar las rutas del mercado negro. La mayor parte de la
violencia estaba dirigida contra los civiles -el bombardeo de
ciudades y pueblos, los disparos de francotiradores y otras di­
versas atrocidades- y acabó convirtiéndose, en la práctica, en lo
que se denominó limpieza étnica.
Los serbobosnios querían crear un territorio serbobosnio
autónomo. Pero dado que no había prácticam ente ninguna zona
-aparte de Banja Luka- en la que los serbios fueran mayorita-
rios y que, lo que quizá fuese más importante» los serbios extre­
mistas eran superiores en número, la única forma de hacerlo
era mediante la limpieza étnica. Da la impresión de que las zo­
nas se escogieron por razones estratégicas, para unir los territo­
rios controlados por los serbios en Krajina con Serbia, y para
hacerse con las bases y los depósitos de armas del JNA. Por lo
que parece, la táctica de instaurar «áreas autónomas serbias» si­
guió un modelo sistemático, elaborado por prim era vez en la
guerra de Croacia. Se pueden ver descripciones del proceso en
numerosas informaciones de periodistas, organismos de la ONU
y ONG independientes como Helsinki Watch.
El modelo más típico era el que se aplicaba en las zonas ru­
rales: los pueblos y las aldeas. En prim er lugar, las fuerzas regu­
lares bom bardeaban la zona y repartían propaganda intimidato-
ria para crear el pánico. Las noticias sobre el terror en otros
pueblos cercanos contribuían a ello. Entonces, las fuerzas para-
militares entraban y aterrorizaban a los residentes no serbios
con asesinatos indiscriminados, violaciones y saqueos. Después
imponían su control sobre la adm inistración local En los casos
más extremos, a los hombres no serbios se les separaba de las
mujeres y se les llevaba a centros de detención. A las mujeres
las secuestraban y violaban; luego podían dejarlas ir o llevarlas
a centros especiales de detención y violaciones. Las casas y los
edificios de significación cultural, como las mezquitas, eran sa­
queados, incendiados o volados. Parece también que los grupos
param ilitares tenían listas de individuos importantes -dirigentes
de la comunidad, intelectuales, miembros del SDA, personas
acom odadas- a los que se separaba del resto y se ejecutaba.
«Fue la eliminación consciente de la oposición organizada y la
moderación política. Fue asimismo la destrucción de una com u­
nidad de arriba a abajo».36 El periodista de televisión Michael
Nicholson califica este proceso de «eliticidio», y el alcalde de
Tuzla habla de «limpieza intelectual».
La. existencia ele centros ele detención se conocio en agosto
de 1992, La comisión de expertos de la ONU identificó alrede­
dor de 715. .i? los cuales _ " -ataban dirigidos por serbobos­
nios, 89 por el EBiH y el gobierno» y 77 por serbocroatas. Según
la comisión, fueron escenario de «los actos más inhumanos»:
ejecuciones en masa, torturas» violaciones y otras formas de
agresión sexual. (Aunque se notificó que había graves violacio­
nes de la Convención de Ginebra en los campos bosnios, las ale­
gaciones fueron menos numerosas y menos sistemáticas que en
los de los serbios y croatas.) Un aspecto concreto del proceso de
limpieza étnica ha sido la violación generalizada. Aunque ha ha­
bido violaciones masivas en otras guerras» en este caso, su ca­
rácter sistemático» en los centros de detención, en lugares con­
cretos y en momentos determinados» indica que tal vez todo fue
parte de una estrategia deliberada.37
En las áreas urbanas, en especial en Banja Luka, la limpieza
étnica fue un proceso más lento y legalista. A los no serbios les
hicieron la vida insoportable. Por ejemplo, les apartaban de sus
puestos de trabajo» les retiraban el acceso a la asistencia mé­
dica; cortaban las comunicaciones; no estaban permitidos los
grupos de más de cuatro. En muchas ciudades se establecieron
oficinas de intercambio de población» de diversas característi­
cas, a través de las cuales los habitantes no serbios o no croatas
podían entregar sus propiedades y pagar grandes sumas de di­
nero para que les autorizaran a irse.38
En las zonas dominadas por los croatas se adoptaron técnicas
similares. En las zonas bosnias no hay pruebas de una limpieza
étnica deliberada» aunque muchos no musulmanes, sobre todo
los serbios» se fueron por múltiples razones, entre ellas las pre­
siones psicológicas» la discriminación y el reclutamiento forzoso
para el ejército.39 A finales de 1995» la limpieza étnica estaba casi
culminada» como puede verse en el cuadro 3.2. En el norte de
Bosnia sólo quedaban -según los cálculos de ACNUR- 13.000
musulmanes, de una población original de aproximadamente
350.000» y sólo 4.000 musulmanes y croatas en el este de Bosnia
y el sur de Herzegovina» de una población inicial de 300.000.
También muchos serbios y croatas se fueron de Tuzla y Zenica.
Parece que las peores atrocidades» desde luego en las prime-
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Fuente: ACNUR, Notas informativas sobre la antigua Yugoslavia, 11/95, Zagreb, 1995.
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b. Esta cifra se refiere a las comunidades croata y musulmana.


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ras etapas de la guerra, las cometieron grupos paramilitares. Se­
gún la comisión de la ONU: «Existe una... firme correlación en­
tre las informaciones sobre actividad param ilitar y las noticias
de violaciones y agresiones sexuales, centros de detención y fo­
sas comunes. Ambas cosas (es decir, la actividad param ilitar y
las violaciones graves de la Convención de Ginebra) solían ocu­
rrir en las mismas regiones y son prueba del carácter local de
las acciones».40 En el bando serbio, son muy conocidas las acti­
vidades de Arkan y Seselj; la comisión de la ONU sugiere que
estaban coordinadas con las acciones del JNA (ESB), mientras
que en los bandos croata y bosnio los grupos paramilitares eran
más independientes de las fuerzas regulares. En el bando croata
se dice que Paraga organizó los campos de detención en Caplji-
na y Dretejl, así como que Juka mató a unos 700 musulmanes
en Mostar y fue responsable del campo de detención en el heli­
puerto.41 Entre los bosnios, parece que las mayores atrocidades
las cometieron los muyahidiin.
Da la impresión de que la motivación de los grupos param i­
litares era, en gran parte, económica, aunque no hay duda de
que entre ellos había nacionalistas fanáticos. Según Vasic, apro­
ximadamente el 80 por ciento de los paramilitares eran delin­
cuentes comunes y el 20 por ciento, nacionalistas fanáticos:
«Estos últimos no duraron mucho (el fanatismo es malo para
los negocios)».42 Arkan, se dice, tenía listas de musulmanes ri­
cos, que poseían oro y dinero. El «derecho a ser el primero en
el saqueo» se consideraba una forma de pago.43 Muchos grupos
criminales pudieron am pliar sus negocios de antes de la guerra;
la mayoría de los grupos paramilitares participaban en las acti­
vidades del mercado negro e incluso cooperaban entre sí, por
encima de supuestas líneas enemigas, para sacar provecho de la
situación en los enclaves sitiados. Y eran dichos grupos los
«contratados» con el fin hacer el trabajo sucio necesario para
infundir el «miedo y odio» que todavía no eran endémicos en la
sociedad bosnia. Es decir, la economía mafiosa se incorporó al
comportamiento propio de la guerra y generó una lógica propia
destinada a conservar las lucrativas fuentes de ingresos y prote­
ger a los criminales de los procedimientos legales que pudieran
emprenderse una vez llegada la paz.
La situación fue mejor en algunos lugares en los que sobre­
vivió el aparato local del Estado. Un ejemplo fue Tuzla, donde
los no nacionalistas habían ganado las elecciones de 1990. Tuzla
estaba defendida por la policía local y voluntarios de la ciudad,
que luego se convirtieron en una brigada local del ejército bos­
nio, y se fomentaba enérgicamente una Ideología de valores
cívicos multiculturales. Durante toda la guerra» la ciudad con­
servó sus fuentes locales de energía y cierta producción propia»
incluido algo de minería. En los peores momentos del conflicto»
cuando la ciudad estaba totalm ente aislada» la gente vivió de
la ayuda hum anitaria y los alquileres pagados en. especie por la
UNPROFOR. Al acabar la guerra, los impuestos recaudados en
la ciudad representaban el 60 por ciento de todos los ingresos
fiscales del gobierno bosnio. Aun así, a esas islas de relativo ci­
vismo les resultó muy difícil sobrevivir en lo que Bougarel llama
la economía depredadora com unitarizada.44
Hacia el final del conflicto, las milicias locales y los grupos
paramilitares fueron absorbidos por los ejércitos regulares. Las
primeras pasaron a ser brigadas locales y los segundos «unida­
des especiales». La toma de Srebrenica, una clásica operación
de limpieza étnica, en julio de 1995» la llevó a cabo en. su totali­
dad el ESB. El tercer día, se envió a las unidades especiales
para que hicieran su tarea habitual. En todos los bandos hubo
intentos fallidos de crear una economía de movilización. En
concreto, después de que Serbia impusiera el bloqueo a los ser­
bobosnios en agosto de .1994, el ESB se vio forzado a autofi-
nanciarse. El gobierno serbobosnio intentó centralizar la econo­
mía y asum ir el control de los sectores clave, pero lo rechazó el
llamado parlamento serbio, cuyos miembros estaban vinculados
a la economía criminal. Todas las paites» sobre todo los serbios»
tenían la moral muy baja en la última época. Vasic indica que el
ESB no tenía más que 30.000 soldados en la práctica.. Muchos»
sobre todo los jóvenes, habían desertado; la pobreza, la delin­
cuencia y la indisciplina cam paban por sus respetos.
¿Hasta qué punto se planeó de antemano la estrategia de la
limpieza étnica? ¿O fue algo con lo que dieron por azar las fuer­
zas serbias en Croacia? La comisión de - irm a que el
Departamento de operaciones psicológicas del JNA «contaba
con varios planes de provocación local por paite de unas fuer­
zas especiales dirigidas por el Ministerio del Interior y la “lim­
pieza étnica"».45 Cita un artículo en el periódico esloveno Délo
que aseguraba que» además del plan «RAM» (para arm ar a los
serbios en Croacia y Bosnia-Herzegóvina), el JNA tenía otro
plan de m atanzas y violaciones en masa de musulmanes como
arm a psicológica; «El análisis del com portamiento de los m u­
sulmanes m ostraba que la mejor forma de destruir su moral, su
deseo de luchar y su voluntad era violar a las mujeres, sobre
todo las menores e incluso las niñas, y m atar a los miembros de
la nación m usulm ana en el interior de sus edificios religiosos».46
A veces se ha dicho que el JNA se benefició de su historia
como movimiento partisano. Desde luego, es cierto que el ca­
rácter local y descentralizado del conflicto tenía muchos parale­
lismos con la guerra de guerrillas. La organización de las TO
hacía que muchos reservistas entrenados pudieran verse forza­
dos a intervenir en la guerra en. su región y que hubiera gran
disponibilidad de armas cortas en los alijos locales. Sin em bar­
go, en muchos aspectos, la Limpieza étnica es exactamente lo
contrario de la guerra de guerrillas, que dependía del apoyo de
la población local; se suponía que los guerrilleros debían ser, en
palabras de Mao, «peces en el mar». Mientras que el objetivo de
Ja limpieza étnica era la completa destrucción de comunidades,
la creación de «miedo y odio». Una posible hipótesis es que las
ideas del JNA sufrieran la influencia, quizá, de las doctrinas
contrarrevolucionarias desarrolladas por los norteamericanos en
Vietnam y puestas a prueba en los conflictos de baja intensidad
de los años ochenta. AJex de Waal ha sugerido que dichas doc­
trinas influyeron en ios estrategas militares africanos y que ello
explica, en parte, las semejanzas entre la guerra de Bosnia y los
conflictos en. África.47 No hay duda de que los mandos del JNA
habían estudiado esas guerras. El último ministro yugoslavo de
Defensa, el general Kadijevic, había pasado seis meses en la
academia militar de West Point -si bien la acción contrarrevolu­
cionaria no es más que una mínima parte del programa que allí
se im parte-, y había otros oficiales del ejército que también es­
tudiaron en Estados Unidos. Probablemente es más convincente
decir que la estrategia de la limpieza étnica se desarrolló sobre
el terreno, aunque debieron de tener cierta im portancia las dis­
cusiones y experiencias previas.
Los miembros de otros grupos étnicos no fueron los únicos
blancos de la estrategia de limpieza étnica. También lo 'fueron
los moderados que se negaban a odiar. La prim era vez que se
vio fue en Croacia, cuando Babic y Martic, los líderes de los ser­
bios de Krajina, tom aron la ciudad de Pakrac y se deshicieron
de los serbios y de las personas de otras nacionalidades que
ocupaban puestos de autoridad. A lo largo de toda la guerra
hubo personas, en todos los bandos, que se negaban a verse
arrastrados al fango «del miedo y el odio». Los informes del re­
lator especial de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU
hablan continuamente de las acciones de serbios valerosos que
intentaron proteger a sus vecinos musulmanes y croatas. The
Guardian informó sobre un «Schindler» serbio que vivía en Pri-
jedor y había organizado a sus amigos y vecinos para proteger a
los musulmanes. La comunidad judía de Mostar se las arregló
para ayudar a los musulmanes a escapar. Aunque sus filas están
muy mermadas por la muerte y la huida, siguen existiendo gru­
pos y partidos no nacionalistas en distintas zonas de Bosnia-
Herzegovina.

El carácter de la intervención internacional


Desde el primer momento, la intervención internacional en la
guerra de Bosnia-Herzegovina -y en todos los conflictos en el te­
rritorio de la antigua Yugoslavia- fue muy amplia. Se produjo
tanto a escala oficial como en la sociedad civil. La guerra centró
la atención de los medios de comunicación y las organizaciones
pacifistas, humanitarias, y de derechos humanos, así como de ins­
tituciones cívicas como las iglesias o las universidades. Dentro de
ia antigua Yugoslavia, había grandes esperanzas en el papel de la
comunidad internacional. Para mucha gente, el término «Euro­
pa» tenía una significación casi mística; se consideraba sinónimo
de conducta civilizada y simbolizaba un punto de vista «cívico» y
alternativo, al que aspiraban los adversarios del nacionalismo. El
desarrollo de los acontecimientos supuso una profunda decep­
ción y produjo cinismo y desesperación.
En realidad, hubo dos formas muy claras de intervención in­
ternacional. Una consistió en las conversaciones y misiones polí­
ticas de alto nivel. La otra fue una nueva forma de intervención
humanitaria. En mi opinión, esta última representó una innova­
ción considerable en la acción internacional, tanto por sus obje­
tivos como por su dimensión y su manera de promover la coo­
peración entre las instituciones internacionales y la sociedad
civil. Pero se vio fatalmente frustrada por las contradicciones en­
tre lo que estaba ocurriendo, desde el punto de vista humano, y
lo que se desarrollaba en la alta política, así como por las falsas
ideas sobre la naturaleza política y militar del conflicto.
Se han dado muchas explicaciones del fracaso de la comuni­
dad internacional a la hora de evitar o detener las guerras en la
antigua Yugoslavia: falta de cohesión en la UE, la escasa dispo­
sición de los gobiernos a proporcionar suficientes recursos, la
visión a corto plazo de los políticos. Todas estas explicaciones
tienen algo de válido. Pero el problema fundamental era concep­
tual, la incapacidad de entender por qué o cómo se estaba libran­
do la guerra y el carácter de las nuevas formaciones políticas na­
cionalistas surgidas tras la desintegración de Yugoslavia. Desde
ambos puntos de vista, político y militar, la guerra se consideró
un conflicto entre nacionalismos rivales de tipo tradicional y
esencialista; en ello cayeron tanto los europeos que, como los ser­
bios, afirmaban que todos los nacionalismos eran igualmente
responsables, como los norteamericanos, que tendían a ver a los
serbios como nacionalistas «totalitarios» y malos, y a los croatas
y musulmanes como nacionalistas «demócratas» y buenos. Aun­
que el nacionalismo serbio y el nacionalismo croata eran, sin nin­
guna duda, malos, y el nacionalismo musulmán no lo era tanto,
este análisis no acababa de comprender que se trataba de un con­
flicto entre una nueva forma de nacionalismo étnico y los valores
civilizados. Los nacionalistas compartían el interés por eliminar
la postura intemacionalista y humanitaria, dentro y fuera de la
antigua Yugoslavia. No era, ni en lo político ni en lo militar, una
guerra entre ellos, sino -para repetir el argumento de Bougarel-
contra la población y la sociedad civil.
La llamada com unidad internacional cayó en la tram pa de
los nacionalistas al aceptar y legitimar Ja percepción del con­
flicto que pretendían propagar éstos. Desde el punto de vísta po­
lítico, los nacionalistas tenían un objetivo común; restablecer un
control político como el que el Partido Comunista había tenido
en otro tiempo, apoyándose en las comunidades étnicas. Para
ello, tenían que dividir la sociedad con arreglo a los límites étni­
cos. Al suponer que «el miedo y el odio» eran endémicos de la so­
ciedad bosnia y que los nacionalistas representaban a toda la
sociedad, los negociadores internacionales no vieron más solu­
ción que el tipo de compromiso que los propios nacionalistas
buscaban. Al no com prender que «el miedo y el odio» no eran
endémicos sino que se estaban gestando en el transcurso de la
guerra, contribuyeron a lograr los objetivos nacionalistas y ayu­
daron a debilitar la postura hum anitaria internacional.
Desde el punto de vista militar, se pensó que la principal vio­
lencia era la que se producía entre las llamadas partes en con­
flicto y que los civiles, por así decir, se veían, atrapados entre dos
fuegos. Aunque las pruebas de la limpieza étnica eran bien visi­
bles, se consideró que era un efecto secundario de las luchas, y
no el objetivo de la guerra. Las tropas de la ONU que se habían
enviado a Bosnia-Herzegovina para proteger a la población esta­
ban atadas de pies y manos, porque sus jefes tenían miedo de
verse arrastrados a una guerra convencional. Hacían una distin­
ción muy clara entre las labores de pacificación y la entrada en
combate. Encargarse de mantener la paz significaba que los
soldados actuaban con el consentimiento de los bandos en con­
flicto. Entrar en combate habría supuesto tomar partido. Durante
toda la guerra, el miedo a que cualquier uso de la fuerza signifi­
case una toma de posición y la escalada de la participación mili­
tar internacional impidieron que las tropas de la ONU llevaran a
cabo con eficacia las tareas humanitarias para las que habían si­
do enviadas. Lo que no se entendió fue que había más bien pocos
combates convencionales entre los bandos y que el principal pro­
blema era la violencia constante contra los civiles. Se suponía
que las tropas de la ONU eran fuerzas de pacificación y, por
tanto, tenían que actuar con el consentimiento de las partes. Co­
mo consecuencia, no pudieron proporcionar convoyes de ayuda
ni refugios; por el contrario» se limitaron a observar, en palabras
de *¡p humorista de Sarajevo» «como eunucos en una orgía»,
Ei punto de vista predominante en las negociaciones de alto
nivel era un enfoque «desde arriba», de realpolitik, en el que se
suponía que los lideres de los partidas políticos hablaban en
nombre de la gente a la que representaban. Por consiguiente, se
pensó que el problema de qué hacer con los escombros de Yu­
goslavia consistía en llegar a un acuerdo con esos dirigentes. Se
consideraba que era fundamentalmente un problema de fronte­
ras v territorio, no de organización política y social. Dado que
la limpieza étnica se veía como un efecto secundario de la gue­
rra» la principal preocupación era detener la lucha mediante un
compromiso político aceptable para las partes en conflicto. Si
los dirigentes políticos de la antigua Yugoslavia insistían en que
no podían vivir juntos, habría que encontrar nuevos acuerdos
territoriales para el espacio político posyugoslavo. Es decir; la
respuesta era la partición. Pero la partición era un motivo de
conllicto, lauto o más que una solución. Contribuiría a perpe­
tuarse a sí misma, puesto que, como todo el mundo sabía, no
había forma de crear territorios étnicamente puros sin desplaza­
mientos de población. Dado que la limpieza étnica era el obje-
i ivo de la guerra, la única solución posible era una que aceptase
los resultados de dicha limpieza. Por tanto, el principio de la
partición daba legitimidad a las reivindicaciones nacionalistas.
La prim era partición fue la de Yugoslavia, cuando se reco­
nocieron Eslovenia y Croacia y, más tarde, Bosnia-Herzego­
vina.w Al mismo tiempo, Croacia se dividió después del alto el
fuego negociado por Cynts Vanee, el enviado de la ONU, en di­
ciembre de 1991. El reconocimiento de Bosnia-Herzegovina se
produjo el día que estalló la guerra. Entre los esfuerzos para de­
tener la lucha, se propusieron una serie de planes para dividir
Bosn •' -.i 1 .'\i, que estaban condenados al fracaso y cul­
minaron en el Acuerdo de Dayton. El primero de esos planes
lúe el Ca n i n gt o n -Cu tel e i ro, de la primavera de 1992, que propo­
nía dividir Bosnia-Herzegovina en tres partes. Tras el fracaso de
este plan.» Lord Carrington dimitió como negociador de la UE y
íi-ie sustituido por David Owen, que pasó a presidir con Cyrus
Vanee la Conferencia internacional sobre la Antigua Yugoslavia
(CIAY), creada después de la Conferencia de Londres, en agosto
de 1992. Se pensó que el plan Vance-Owen era un avance res­
pecto al Carrington-Cuteleiro, porque dividía Bosnia-Herzegovi­
na en diez cantones, nueve de ios cuales estaban basados en el
dominio de uno u otro de los grupos étnicos. La Asamblea Serbo­
bosnia acabó rechazando en mayo de 1993 el proyecto, pero
éste había otorgado ya a los croatas la legitimidad necesaria
para limpiar las regiones que les asignaba; fue el comienzo del
conflicto entre croatas y musulmanes. (Se llegó a decir que las
siglas HVO representaban Hvala Vanee Owen, «Gracias, Vanee y
Owen».) Bajo las presiones de los norteamericanos, se negoció
un alto el fuego en la primavera de 1994. El Acuerdo de Wash­
ington, que es el nombre que se le dio al pacto, venía a estable­
cer una federación bosniocroata, dividida en cantones más pe­
queños y dominados por una u otra etnia. Mientras tanto, el
plan Vance-Owen fue sustituido por el plan Vance-Stoltenberg
(Thorvald Stoltenberg había sustituido a Cyrus Vanee) y éste, a
su vez, fue sustituido por el plan del Grupo de Contacto, un
nuevo foro de negociación compuesto por los principales agen­
tes externos (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y
Alemania). Tanto estos planes como el acuerdo de Dayton, que
al’final consiguió interrum pir los combates, eran muy parecidos
al plan original Carrington-Cuteleiro.
El acuerdo de Dayton logró un alto el fuego, en parte, por la
presión m ilitar (la OTAN, por fin, llevó a cabo incursiones aé­
reas, al tiempo que se enviaba a Bosnia una fuerza de reacción
rápida anglofrancesa) y, en parte, por el derrumbe de la moral
de los serbobosnios, pero sobre todo, tai vez, porque la situa­
ción m ilitar sobre el terreno se había «racionalizado» con la
captura por parte de los serbios de dos de los enclaves orienta­
les y la ocupación por parte de los croatas de la región de Kraji-
na.49 En otras palabras, la limpieza étnica estaba prácticamente
completada. El final de las operaciones militares fue tan senci­
llo que se ha sugerido que quizá hubo cierto acuerdo tácito en­
tre Serbia y Croacia, incluso fomentado por fuerzas externas.50
Desde luego, la partición definitiva se acercaba a lo que Milose­
vic y Tudjman habían discutido ya en marzo de 1991, en una fa­
mosa reunión celebrada en Karadjordjevo.51
El inconveniente de la partición es que consolida la nueva
forma de nacionalismo y sólo puede mantenerse mediante la
fuerza. Las situaciones en las zonas de Croacia que controlaban
los serbios antes de que el gobierno croata las ocupase, dentro
de la federación croato-musulmana establecida en el acuerdo de
Washington, y en la Bosnia-Herzegovina posterior a Dayton, son
muy similares. Hay menos muertes; la insoportable tensión de
la exposición cotidiana a los bombardeos y los francotiradores
se ha aliviado. Sin embargo, los nacionalistas siguen en el po­
der; las expulsiones y las violaciones de los derechos humanos
continúan; la libertad de movimientos está restringida, igual
que las libertades políticas; la economía m añosa sigue en fun­
cionamiento. Además, existe la amenaza constante de una
nueva guerra, ya que la ausencia de conflicto armado tiende a
debilitar la eficacia del discurso nacionalista.
Se criticó mucho a los negociadores por el mero hecho de
hablar con las partes implicadas. ¿Cómo podían dejar que se
les viera dando la mano a personas designadas como criminales
de guerra? ¿Cómo podían tratar a Izetbegovic, presidente de
un país reconocido, de la mism a m anera que a los serbobos­
nios y los serbocroatas?52 Los participantes en las negociacio­
nes dejaron claro que quienes hacen la guerra son los únicos
capaces de detenerla y que, por tanto, no hay más remedio
que hablar con ellos. Este argum ento tiene parte de verdad,
pero aquellas negociaciones no debían haber recibido la prio­
ridad que se les dio entre todas las medidas políticas. Había
métodos para que los elementos políticos y cívicos no naciona­
listas de la sociedad bosnia hubieran tenido acceso a los go­
biernos y las instituciones internacionales, para que sus ideas
y propuestas, incluidas las propuestas de alternativas a la par­
tición, pudieran haber sido escuchadas y tomadas en serio, y
para que se viera públicam ente que contaban con el respeto de
la comunidad internacional. Representaban la esperanza para
los valores internacionales; se les debería haber considerado
los interlocutores principales en la búsqueda de la paz. Hubo
una absoluta incapacidad para com prender que los nacionalis­
tas, debido a la naturaleza de sus objetivos y su forma de per­
seguirlos, no se ganaban ni podrían ganarse nunca a la gente,
y que ese dato tenía una im portancia crucial a la hora de fo­
m entar una alternativa.
Junto a las conversaciones de alto nivel, estaba la interven­
ción hum anitaria. En las prim eras fases del conflicto, la señora
Ogata, Alta Comisaria para los Refugiados, presentó un plan de
respuesta hum anitaria de siete puntos que los gobiernos y los
organismos internacionales aceptaron, en 1992. Los siete pun­
tos eran: «respeto a los derechos humanos y las leyes hum ani­
tarias, protección preventiva, acceso hum anitario a los necesi­
tados, medidas para hacer frente a necesidades hum anitarias
especiales, medidas temporales de protección, ayuda material,
y reparaciones y rehabilitación»,"3 El ACNUR asumió la direc­
ción de un esfuerzo hum anitario masivo que sum inistró auxilio
a unos dos tercios de la población de Bosnia-Herzegovina, y
coordinó las actividades de un amplio abanico de organismos
hum anitarios internacionales y ONG. Á ese esfuerzo contribuyó
m ucha gente valerosa; miembros de las organizaciones de ayu­
da, personal médico, conductores de convoyes hum anitarios,
etcétera. Además del esfuerzo hum anitario, la ONU aprobó una
serie de medidas para proteger a la población civil y hacer res­
petar las leyes hum anitarias internacionales. Entre ellas, la de­
cisión de proteger los convoyes hum anitarios, en caso necesa­
rio, por la fuerza (Resolución dei Consejo de Seguridad [RC8]
770 [1991]); la declaración de zonas de seguridad {'-IC £• 836
[1993]); la designación de un Relator Especial de derechos hu­
manos por parte de la Comisión de Derechos Humanos (agosto
de 1992); la designación de una Comisión para investigar los
crímenes de guerra (octubre de 1992) y, en especial, las viola­
ciones (diciembre de 1992), y la instauración de «un tribunal
internacional para el procesam iento de las personas responsa­
bles de graves violaciones del derecho hum anitario internacio­
nal» (RCS 808 [1993]). El Comité internacional de la Cruz Roja
(CICR) recibió el encargo de obtener acceso a los campos de
detención y organizar las liberaciones de prisioneros. Y en el
acuerdo de Washington se decidió que la UE adm inistrara Mos-
tar con el objetivo de reunificar la ciudad.
Tales medidas, al menos en teoría, representaron una nove­
dad muy significativa en la práctica internacional. Aprobadas
ante las presiones de los medios de comunicación de todo el
mundo, que den une iaban la realidad de la guerra, y de grupos de
activistas» constituían una nueva forma de acción humanitaria
internacional. Aunque en conflictos anteriores se habían llevado
a cabo elementos de esta política -el concepto de refugio y zona
de seguridad en Irak» la protección de los convoyes humanitarios
en Somalia-, éste era el despliegue más ambicioso de tropas de
pacificación de la ONU con el fin de ayudar y proteger a la po­
blación civil y hacer respetar ¡as leyes humanitarias. Además, el
texto de las resoluciones correspondientes del Consejo de Seguri­
dad estaba redactado « 1 tono enérgico. Tanto la RCS 770 (1992),
que exigía la protección de los convoyes humanitarios y el acceso
libre del CICR y otras organizaciones humanitarias a «campos,
cárceles y centros de detención», como la RCS 836 (1993), que
establecía las zonas de seguridad, se acogían al Capítulo VII de
la Caita de las Naciones Unidas, que autoriza el empleo de la
fuerza.54 Se envió a Bosnia-Herzegovina a unos 23.000 soldados
de la UNPROFOR.
Además de las tropas de la UN - ' - )R, la OTAN y la Unión
Europea Oceíde tnbién mantuvieron fuerzas nava­
les en el Adriático para vigilar el embargo de am ias, y la OTAN
se encargó de hacer respetar la zona de exclusión aérea en el es­
pacio aéreo bosnio, que también estaba autorizada por el Capí­
tulo VII (RCS c l o -3]).
No obstante, casi ninguna de estas medidas se implantó de
verdad. La ayuda hum anitaria se veía constantem ente obs­
truida y «fiscalizada» por las partes del conflicto. Las zonas de
segundad se convirtieron en vastos campos de refugiados muy
inseguros y sujetos, todo el tiempo, a bombardeos; los suminis­
tros hum anitarios estaban sádicamente controlados por los
serbobosnios. Se siguieron cometiendo crímenes de guerra, pe­
se a los esfuerzos de Mazowiecki, la comisión de expertos y el
Tribunal . . y otras organizaciones hum anita­
rias; es más, algunos de los peores ejemplos de limpieza étnica
ocurrieron en los últimos meses de la guerra. La zona de exclu­
sión aérea se violaba en innumerables ocasiones y el embargo
de armas nunca se respetó de manera estricta. A pesar de la
adm inistración de ¡ Mostar siguió dividido, la libertad de
movimiento permaneció restringida y se registraron num erosas
violaciones de los derechos humanos. Muchos de los propios
funcionarios de la ONU operaban en el mercado negro, y
nunca se investigaron debidamente las acusaciones de delitos
cometidos por personal de dicha organización» sobre todo vio­
laciones. El momento más bajo para las Naciones Unidas se
produjo en julio de 1995, cuando las fuerzas serbobosnias inva­
dieron las zonas consideradas de seguridad de Srebrenica y
Zepa.
¿Había otra forma posible de actuar una vez comenzada la
guerra? Desde el punto de vista político, David Owen afirma
que la máxima prioridad era detener la lucha. Pero todavía
ahora, después de Day ton, es posible preguntarse si se habría
podido llegar a un acuerdo antes de que las partes estuvieran
listas para ello y si el papel de los negociadores internacionales
fue algo más que una simple forma de facilitar y legitimar un
pacto que por lo menos serbios y croatas deseaban lograr. La
consecuencia es que ahora resulta muy difícil, como se ha visto
claramente, apartar a los nacionalistas y los criminales de gue­
rra del poder, por lo que la paz o la normalidad a largo plazo se
convierten en una perspectiva lejana.
Si se hubiera interpretado el conflicto como una guerra fun­
damentalmente de genocidio, la máxima prioridad habría sido
proteger a la población civil. Las negociaciones y las presiones
políticas habrían podido centrarse en objetivos concretos sobre
el terreno para aliviar la situación en el aspecto hum ano -p o r
ejemplo, la apertura del aeropuerto de Tuzla o la ruta del monte
Igman hacia Sarajevo, o la liberación de prisioneros-, y no en la
partición. La inclusión de partidos y grupos no nacionalistas en
el proceso de negociación podría haber contribuido a la tarea y
haber permitido otras soluciones globales e incondicionales, no
basadas en la partición, como un protectorado internacional.55
Como mínimo, esa actitud habría fortalecido las alternativas al
nacionalismo, por lo que habrían sido un obstáculo para la ins­
tauración del «miedo y el odio» y habrían dejado más intacta la
legitimidad de las organizaciones internacionales. En varias
ocasiones, Mazowiecki se lamentó de la falta de cooperación
con la C1AY: «El relator especial pidió que la preocupación por
los derechos humanos fuera prioritaria en el proceso de paz, y
señaló que no deberían haberse llevado a cabo negociaciones de
paz sin garantizar el cese de las graves y extensas violaciones de
dichos derechos».36
Desde el punto de vista militar, una perspectiva diferente
habría podido generar una forma más dura, más «enérgica», de
llevar a cabo la pacificación. La opinión de que aquélla era una
guerra con «bandos» produjo una timidez extrema sobre el uso
de la fuerza, por miedo a que hubiera una escalada que arras­
trase a la com unidad internacional a la guerra, apoyando a uno
u otro lado. El general Michael Rose estaba obsesionado con el
hecho de cruzar lo que denom inaba la «línea de Mogadiscio»,
en referencia al fracaso de la misión de la ONU en Somalia.
También puede argüirse, con igual justicia, que un enfoque
más duro habría facilitado la labor y habría hecho a las fuerzas
y el personal de la ONU mucho menos vulnerables de lo que lo
eran a tomas de rehenes o ataques esporádicos. Cuando, en
1993, unos soldados británicos que escoltaban un convoy de
ayuda de Tuzla a Kladanj empezaron a responder a los serbios
que les disparaban desde las colinas, el acoso disminuyó de
forma drástica. Sin embargo, el general Morillon, entonces jefe
de las tropas de la UNPROFOR en Bosnia-Herzegovina, recibió
una admonición del Secretario General de la ONU por «ha­
berse excedido en su mandato». Una historia semejante es la
que se puede relatar de un oficial danés en Tuzla que ordenó a
un tanque que disparase contra los serbios en venganza por los
bombardeos.
Para quienes se encontraban sobre el terreno, la frustración
era inmensa, tanto para el propio personal de la UNPROFOR, al
que se ordenaba que diera la impresión de ser unos cobardes,
como para el personal de las organizaciones humanitarias, a
quienes las cosas seguían resultándoles tan difíciles como antes
de la llegada de las tropas de la ONU. El paso de la ayuda hu­
manitaria había que negociarlo, de todas formas, y eso se podía
hacer igual gracias a la pura fuerza de voluntad de gente como
Larry Hollingsworth o Gerry Hulme, del AC.NUR, que a una
UNPROFOR descafeinada. Como subrayó Larry Hollingsworth
al dejar Bosnia:
«Si se envía un ejército pero no se le permite ejercer la agre­
sión, ¿para qué m andar tanques y armamento? Mi conclusión,
por desgracia, es que se envió a las tropas no para que fueran
duras, sino para parecerlo... Deberíamos haber sido mucho más
firmes desde el principio. La ONU perdió la oportunidad de
asum ir la iniciativa y mostrarse o sute y, desde entonces,
hemos visto cómo se iba desvistiendo gradualmente de toda au­
toridad».57

Owen, por su parte, afirma que era imposible realizar una


labor más enérgica de pacificación porque el número de solda­
dos era insuficiente. Señala que era imposible, por ejemplo, de­
fender ios 80 kilómetros de carretera entre Sarajevo y Gorazde,
que cruza dos cadenas montañosas, 44 puentes y dos arrovue-
los: «Las llamadas a actuar con “energía” y "músculo”, que ha­
cían políticos, generales retirados y comentaristas en los estu­
dios de televisión, eran acogidas con abucheos por parte de ios
hombres que se encontraban sobre ei terreno»."8 Pero a ese
argumento se le puede dar la vuelta. Las tropas eran igual de
vulnerables, o más, si no estaban preparadas para usar la
fuerza, y así lo entendieron las partes del conflicto, sin duda; de
ahí la tentación de denunciar la situación y humillar a la com u­
nidad internacional, por ejemplo, medíante la toma de rehenes.
Para que em prendieran acciones más enérgicas habría sido ne­
cesario que se reagruparan y se negaran a encargarse de ciertas
tareas, como la vigilancia, en lugar de dedicarse a destruir el ar­
mamento pesado.
Por razones similares, Owen resta importancia al concepto
de zona de seguridad. Es verdad que la UNF'U NO¡\, en princi­
pio, pidió 30.000 soldados para defender las zonas de seguridad
y dijo que, en caso de necesidad, podían arreglárselas con ).
Al final, el Consejo de Seguridad autorizó el envío de 7.500 sol­
dados, pero sólo se asignó dinero para 3.500. Lo malo fue que
ese argumento se utilizó para explicar por qué no podía hacerse
nada, en vez de intensificar la presión para recibir más hom-
bi’es. Hacia el final de la guerra, la insistencia cada vez mayor
de personas como el general Morillon o Mazowíecki y de la opi­
nión pública acabó permitiendo el despliegue de la Fuerza de
Reacción Rápida en el monte Igman y el endurecimiento de las
condiciones del mandato de la Fuerza de Aplicación (IFOR).
■ •inal, esas tropas se utilizaron sobre todo en ataques aé­
reos, de ios que siempre habían sido partidarios los norteam eri­
canos porque son. una manera de em plear la fuerza sin arries­
garse a tener bajas. La Operación Fuerza Deliberada duró desde
el 29 de agosto hasta el 14 de septiembre de 1995; en total, los
aviones salieron ‘ ' veces, y se arrojaron más de 1.000 bom­
bas."9 Las incursiones aereas avudaron a presionar a ios serbo­
bosnios como preludio de los acuerdos de Dayton y, en teoría,
■ - dieron un ataque contra el último enclave oriental, Go-
radze. Pero los ataques aéreos son un instrum ento incómodo a
¡a hora de proteger a los civiles en tierra, y la protección de los
civiles era prioritaria. Mucha gente afirma que el despliegue de
la Fuerza de Reacción Rápida fue más eficaz.
Lo que hacía falta, en realidad, no era realizar labores de
pacificación, sino hacer respetar las leyes humanitarias. Éste es
un reto considerable. Necesita una nueva reflexión estratégica
sobre cómo luchar contra las estrategias de control de la pobla­
ción a través de la limpieza étnica: la forma de lograr el apoyo
de la población local y fomentar fuentes alternativas de legiti­
midad, nuevas reglas de compromiso y normas de conducta, y
los equipos, formas de organización y estructuras de mando que
sean convenientes.

Después j f:v\
La guerra más larga y desf. niel iva librada en Europa desde
1945 terminó al cabo de tres años y medio. La operación inter­
nacional organizada para ejecutar el acuerdo de paz involucró
a diversas instituciones internacionales: ONU, LIE, Consejo de
Europa, OSCE, OTAN v LEO. Por lo que respecta a la OTAN, la
IFOR y su sucesora, la Fuerza de Estabilización (SFOR), es la ma­
co r operación militar em prendida u Alianza. Además, la
OTAN colabora con los países de 1; ación para la Faz. En
el proceso, es de esperar que una . : >e supuestos políticos,
normas militares y la «arquitectura» de las instituciones inter­
nacionales queden determinados para un futuro próximo.
El acuerdo de Dayton manifestó todas las contradicciones
que han plagado la intervención internacional desde el comien­
zo de la guerra en Bosnia. Fue, en prim er lugar, un acuerdo
nacido de la realpolitik aplicada por los negociadores que conci­
ben el mundo dividido en naciones primordiales. Fue un acuer­
do que dividía Bosnia y Herzegovina en tres «entidades» y en el
que «las partes del acuerdo» -es decir, los nacionalistas- eran
ios principales responsables de su puesta en práctica. No obs­
tante, el acuerdo contenía también cláusulas que comprometían
a las partes, incluida la comunidad internacional, a adoptar un
enfoque humanitario: cláusulas relativas a los derechos hum a­
nos, el procesamiento de los criminales de guerra, el regreso de
ios refugiados, la libertad de movimientos, la reconstrucción
económica y social. En la práctica, el acuerdo concedía enorme
poder a los jefes de la OTAN y al Alto Representante encargado
de la aplicación civil, que, si se hacía de manera eficiente y en
colaboración con los grupos y partidos que todavía defendían
los valores cívicos en Bosnia, aún podría devolver al país su in­
tegridad. Es algo difícil, en cualquier caso, por la legitimidad
que el acuerdo de Dayton otorgaba a las partes del conflicto.
Estos dos enfoques sugieren dos posibilidades para el fu­
turo de Europa. La prim era es la de la partición, en la que la
paz equivalga a la legitimación de los regímenes nacionalistas
autoritarios y el papel de las instituciones internacionales con­
sista, bajo la debilitada dirección de Estados Unidos, en inter­
venciones esporádicas para m antener los conflictos perm anen­
tes más o menos bajo control. En este caso, el mantenim iento
de la paz viene a ser una separación más o menos forzosa de
las partes en conflicto. Y ésta no es sólo una posibilidad para
la antigua Yugoslavia ni siquiera Europa del Este. Podría ter­
m inar siendo válida para toda Europa e incluso otros lugares,
por todo lo que esa situación haría para socavar el atractivo del
internacionalismo. Es lo que se ha llamado la «perspectiva lati­
noam ericana»,00
La segunda posibilidad se basa en el enfoque humanitario.
Prevé la cooperación entre las instituciones internacionales y
los grupos cívicos tanto dentro como fuera de Bosnia, con el
fin de construir una alternativa política y social al naciona­
lismo. Significaría tom ar en serio a los componentes civiles del
acuerdo, sobre todo la aplicación de la seguridad interna -es
decir, el respeto de los derechos humanos y el procesamiento
de los criminales de guerra-, además de crear, mediante la re­
construcción social y económica, una alternativa a la economía
mañosa, y fomentar y facilitar el regreso de los refugiados. En
este caso, la pacificación significa hacer respetar las leyes hu­
manitarias. Si Bosnia se ha convertido en paradigma del nue­
vo tipo de guerra y se ha visto metafóricamente expulsada de
Europa, también podría ser el modelo de un nuevo tipo de re­
construcción hum anitaria y el símbolo de un nuevo europeís-
mo o internacionalismo.
La política J í ' u :u -vos gueivas

D urante la guerra de Bosnia-Herzegovina, Sarajevo estaba


dividida territorialm ente en una parte controlada por los ser­
bios y una parte bosnia (principalm ente m usulm ana). Pero la
Sarajevo de la guerra tam bién tenía una división no territorial.
H abía un grupo de personas a las que podría calificarse de
globalistas: tropas de pacificación de la ONU» organism os h u ­
m anitarios, periodistas y habitantes del lugar que hablaban in­
glés y trabajaban como ayudantes» intérpretes y conductores.
Podían salir y entrar con libertad de la ciudad y atravesar el lí­
mite territorial protegidos por carros blindados, chalecos an ti­
balas y tarjetas azules. Al mismo tiempo, estaban los demás
habitantes de la ciudad, atados a un determ inado territorio.
En un lado (el bosnio), sufrieron el asedio toda la guerra, y
sobrevivieron gracias a la ayuda hum anitaria o el m ercado ne­
gro (si tenían la suerte de poseer marcos), sujetos al fuego de
los francotiradores y los bom bardeos ocasionales. En el otro
(el serbio), las condiciones m ateriales eran algo mejores, aun­
que el clima de miedo era peor. En ambos lados, eran vulnera­
bles a las levas y las diversas milicias y mafias que recorrían
las calles y se declaraban legítimas justificando su actuación
por la lucha nacional.
Los objetivos políticos de las nuevas guerras están relaciona­
dos con la reivindicación del poder sobre la base de identidades
aparentemente tradicionales: nación, tribu» religión. Sin em bar­
go, el recrudecimiento de las identidades particularistas en la
política no puede entenderse en términos tradicionales. Hay que
explicarlo en el contexto de una disonancia cultural creciente
entre los que participan en redes transnacionales, que se comu-
rucan mediante el correo electrónico, el fax, el teléfono y el
avión, y los que están excluidos de los procesos globales y están
atados a un lugar, pese ti que sus vidas pueden verse profunda­
mente afectadas por esos procesos.
Sería un error suponer que es posible expresar esa separa­
ción cultural en términos políticos, que quienes apoyan la polí­
tica de identidades particularistas están reaccionando contra los
procesos de la globalización, mientras que los que favorecen
una actit . < "ss tolerante, multicultural y universalista forman
parte de la nueva clase internacional. Por el contrario, entre los
global istas se hallan expatriados nacionalistas y fundamentalis-
tas, «realistas» y neoliberales que creen que los compromisos
con el nacionalismo ofrecen la mejor esperanza para la estabili­
dad, así como grupos criminales transnaeionales que sacan pro­
vecho de las nuevas guerras. Y si bien entre los que están ata­
dos al territorio hay muchos que probablemente se aferran a las
identidades tradicionales, también existen individuos y grupos
de ciudadanos valientes que rechazan los particularismos y las
exclusiones.
Lo importante es que los procesos conocidos con el nom­
bre de globalización están destruyendo las divisiones cultura­
les y socioeconómicas que definían los modelos políticos ca­
racterísticos de la era moderna. El nuevo tipo de guerra debe
interpretarse en relación con este desplazam iento mundial.
Las nuevas formas de lucha por el poder pueden disfrazarse
de nacionalism o tradicional, tribalism o o comunalismo, pero
siguen siendo lenómenos contem poráneos, que tienen causas
contem poráneas y poseen rasgos nuevos. Además, van acom ­
pañados de una conciencia global y un sentido de la responsa­
bilidad global cada vez. mayores por parte de todo un abanico
de instituciones -tan to gubernam entales como no gubernam en­
tales- y personas.
En este capítulo describo algunas de las características fun­
damentales del proceso llamado globalización y explico cómo
producen nuevas formas de política de identidades. En la últi­
ma parte intentaré esbozar la incipiente brecha entre la política
de identidades particularista y la política de los valores cosmo­
politas o humanistas.
Las características de la globalización
En su libro Naciones y nacionalismo, Ernest Gellner analiza
la relación entre nacionalismo e industrialización.1 Describe la
aparición de culturas nacionales laicas, con una organización
vertical, basadas en lenguas vernáculas que permitían a la gente
hacer frente a las necesidades de la modernidad, los encuentros
cotidianos con la industria y el gobierno. A medida que diversas
ocupaciones rurales iban siendo sustituidas por la producción
fabril y el Estado se inmiscuía cada vez en más aspectos de la
vida diaria, la gente necesitó poder comunicarse, tanto de pala­
bra como por escrito, en un lenguaje administrativo común y
tuvo que adquirir ciertas capacidades homogéneas. Las socieda­
des anteriores se caracterizaban por tener unas culturas supe­
riores horizontales -latín, persa, sánscrito, etcétera- que se ba­
saban en la religión y no estaban necesariamente unidas al
Estado. Junto a ellas había gran variedad de culturas populares
e inferiores de tipo vertical. Pero si las culturas superiores anti­
guas se reproducían en instituciones religiosas y las culturas in­
feriores se transm itían a través de la tradición oral, las nuevas
culturas nacionales verticales nacieron de una nueva clase de
intelectuales -escritores, periodistas, profesores- que surgió pa­
ralelamente a la instauración de la imprenta, la publicación de
literatura secular como los periódicos y las novelas, y la expan­
sión de la enseñanza primaria.
Se puede decir que el proceso de globalización ha empezado
a desintegrar esas culturas de organización vertical. Da la im­
presión de que lo que surge son nuevas culturas horizontales
derivadas de las nuevas redes transnacionales, a menudo basa­
das en el uso del inglés; entre ellas, la cultura del consumo de
masas asociada a nombres conocidos en todo el mundo como
Coca-Cola o McDonald’s, junto a una mezcla de culturas nacio­
nales, locales y regionales como consecuencia de una nueva re-
afirmación de las particularidades locales.
El término globalización esconde un proceso complejo que,
en realidad, supone globalización y localización, integración y
fragmentación, homogeneización y diferenciación, etcétera. Por
un lado, ei proceso crea redes transnacionales y globales de in­
dividuos. Por otro, excluye y atomiza a grandes cantidades de
personas; a la inmensa mayoría. Por un lado, la vida de la gente
se ve profundamente afectada por hechos que ocurren lejos de
donde viven y sobre los que no tienen ningún control. Por otro,
existen nuevas posibilidades para increm entar el papel de la po­
lítica local y regional mediante la vinculación a los procesos
mundiales.
Como proceso, la globalización tiene una larga historia. En
realidad, hay quien dice que la actual fase de globalización no
tiene nada de nuevo; el capitalismo, desde el principio, fue siem­
pre un fenómeno mundial.2 Lo que sí es nuevo, en las dos últi­
mas décadas, es la asombrosa revolución en las tecnologías de la
información y la comunicación. En mi opinión, esos cambios
tecnológicos aportan una nueva intensidad cualitativa al proceso
de globalización que, por ahora, está todavía sin definir. Los per­
files actuales del proceso están influidos por el marco institucio­
nal de la posguerra y, en concreto, las políticas liberalizadoras
llevadas a cabo por los gobiernos durante los años ochenta. Su
futuro dependerá de la evolución de los valores, las acciones y
las formas de organización políticas y sociales. Aquí esbozo va­
rias tendencias clave que ayudan a entender esa evolución.
En el ámbito económico, la globalización se relaciona con
una serie de cambios calificados, según las fuentes, como pos-
fordismo, especialización flexible o fujitsuismo. Estos cambios
se refieren, en general, a una transformación en lo que se co­
noce como el paradigma técnico y económico, la forma predo­
minante de organizar el suministro de bienes y servicios para
cubrir el modelo predominante de demanda.3 Las características
fundamentales de dichos cambios son la drástica disminución
de la im portancia de la producción en masa con base territorial,
la globalización de las finanzas y la tecnología y la especializa­
ción y diversidad crecientes de los mercados. La mejora de la
información significa menos importancia de la producción fí­
sica en proporción con el conjunto de la economía, debido a la
mayor importancia de los servicios y a que una proporción cada
vez mayor del valor de cada producto la constituye el conoci­
miento que hay detrás de él: diseño, comercialización, aseso-
ramiento legal y económico. Igualmente, la homogeneización de
los productos, que está unida a economías de escala de tipo
territorial, puede verse sustituida por una diferenciación cada
vez mayor con arreglo a la dem anda local o especializada. Ésa
es la razón de que los niveles nacionales de organización eco­
nómica hayan disminuido de im portancia paralelam ente al me­
nor énfasis en la producción con base territorial. Por otro lado»
los niveles mundiales de organización económica han aum en­
tado enormemente debido al carácter global de las finanzas y
la tecnología, m ientras que los niveles locales se han hecho
también más significativos por la diferenciación creciente de
los mercados.
La globalización incluye también la transnacionalización y
la regionalización de la gobernanza, Ha habido, desde la guerra,
un aum ento explosivo de las organizaciones, los acuerdos y los
organismos reguladores de ámbito internacional. Cada vez son
más las actividades gubernamentales que están reglamentadas
en virtud de un acuerdo internacional o integradas en institu­
ciones transnacionales; cada vez hay más departamentos y mi­
nisterios envueltos en modalidades formales e informales de
cooperación con sus homólogos en otros países; cada vez hay
más decisiones políticas que se rem iten a toros internacionales
que, muchas veces, no responden ante nadie. Al mismo tiempo»
las dos últimas décadas han presenciado una reafirmación de
las políticas locales y regionales, sobre todo -pero no sólo- en
m ateria de desarrollo. Dicha reafirmación ha adoptado distintas
formas: iniciativas de orientación científica o empresarial, por
ejemplo los «polos tecnológicos» corno Silicon Valley o Cam­
bridge, en Inglaterra; un redescubrimiento de las tradiciones
municipales, como en el norte de Italia; iniciativas pacifistas o
ecologistas como las zonas desnuclearizadas o los proyectos de
reciclaje de residuos; además de formas nuevas o renovadas de
clientelismo y patrocinio local.4
Paralelamente a la naturaleza cambiante de la gobernación
ha habido un crecimiento asombroso en las redes transnaciona­
les y no gubernamentales de carácter informal. Entre ellas están
las ONG, tanto las que realizan funciones antes desarrolladas
por los gobiernos -p o r ejemplo» la ayuda hum anitaria-, como
las que llevan a cabo campañas sobre problemas de dimensión
mundial: derechos humanos, ecología, paz, etcétera.5 Estas ONG
trabajan, sobre todo, a escala local y transnacional, en parte por­
que son los ámbitos de los problemas que abordan y en parte
porque el acceso a la política nacional está copado por los parti­
dos políticos de ámbito estatal. Así, organizaciones como Green­
peace o Amnistía Internacional son famosas en todo el mundo,
pero su influencia sobre los gobiernos nacionales es limitada.
Además han florecido otros tipos de redes transnacionales: vín­
culos entre diversas actividades culturales y deportivas; grupos
religiosos y étnicos; el crimen internacional. La educación supe­
rior está cada vez más globalizada, debido a los intercambios de
estudiantes y facultades y gracias ai uso privilegiado de Internet.
Estos cambios políticos y económicos implican asimismo
transformaciones de largo alcance en las formas organizativas.
La mayoría de las sociedades se caracterizan por lo que Bujarin
llamaba un «monismo de arquitectura».6 En la era moderna, los
Estados-nación, empresas y organizaciones militares tenían for­
mas verticales de organización jerárquica muy similares: la in­
fluencia de la guerra m oderna -sobre todo la experiencia de la
segunda guerra m undial- sobre las formas de organización fue
general. Robert Reich, en su libro El trabajo de las naciones,
describe cómo las naciones han pasado de ser organizaciones
nacionales verticales, en las que el poder estaba concentrado en
manos de los propietarios, en la cima de una cadena de mando
piramidal, a fenómenos globales cuyas estructuras se parecen a
una tela de araña, con el poder en manos de quienes poseen co­
nocimientos técnicos o económicos, que están repartidos por
toda la red:

«Sus sedes tan dignas, costosas fábricas, almacenes, labora­


torios y flotas de camiones y aviones privados son de alquiler.
Sus obreros, porteros y contables tienen contratos temporales;
sus investigadores, ingenieros de diseño y directores de merca­
dotecnia tienen una parte en los beneficios. Y sus distinguidos
directivos no tienen gran poder ni autoridad en este ámbito,
sino que tienen, escaso control directo sobre ninguna cosa. En
vez de imponer su voluntad en un imperio corporativo, orientan
ideas a través de las nuevas redes de empresa».7
Algo parecido ocurre en las organizaciones gubernamentales
y no gubernamentales. Los departamentos ministeriales, en to­
dos los niveles, están desarrollando vínculos transnacionales
horizontales; la actividad del gobierno se realiza, cada vez más, a
través de diversas modalidades de privatización y semiprivatiza-
ción. Las formas de organización descentralizadas y horizontales
que caracterizan a las ONG y a los nuevos movimientos sociales
contrastan a menudo con las formas tradicionales y verticales de
los partidos políticos.8 Los dirigentes políticos, como los directi­
vos empresariales, son, en ei mejor de los casos, facilitadores y
creadores de opinión y, en el peor, imágenes o símbolos, repre­
sentaciones públicas de redes interconectadas de actividad sobre
las que tienen escaso control.
La globalización ha tenido un profundo efecto sobre las es­
tructuras sociales. En los países industriales avanzados, las cla­
ses obreras tradicionales han disminuido o están disminuyendo,
paralelamente al descenso de la producción en masa con base
territorial. Debido a las mejoras en la productividad y a que
hace falta un trabajo menos cualificado, la fabricación indus­
trial da trabajo a menos obreros y peor pagados, sobre todo a
mujeres e inmigrantes, si no se traslada directamente a países
con salarios inferiores.
Lo que ha aum entado son las personas a las que Alain Tou-
raine llama trabajadores de la información9 y Robert Reich,
analistas simbólicos, esas personas que poseen y utilizan los co­
nocimientos que -p ara citar a Reich- identifican, resuelven y
gestionan problemas mediante «manipulaciones de símbolos:
datos, palabras, representaciones orales y visuales».10 Son perso­
nas que trabajan en la tecnología o las finanzas, en la ense­
ñanza superior ampliada o en la multitud, cada vez mayor, de
organizaciones transnacionales. La mayoría de la gente no entra
en ninguna de estas dos categorías. O trabajan en servicios, por
ejemplo como camareros, vendedores, taxistas, cajeros, etcétera,
o se sum an a las filas crecientes de parados, que se han que­
dado sin empleo por el aum ento de la productividad asociado a
la globalización. Esta nueva estructura social se refleja en una
mayor disparidad de ingresos entre quienes trabajan y quienes
no, y entre quienes trabajan, según su capacidad.
Las disparidades de ingresos están relacionadas también con
las disparidades geográficas, tanto dentro de un mismo conti­
nente, país o región como entre unos y otros. Está la disparidad
creciente entre las áreas -sobre todo las regiones industriales
avanzadas- capaces de sacar provecho a sus posibilidades tec­
nológicas y el resto. Algunas zonas pueden prosperar, al menos
temporalmente, atrayendo la producción a gran escala: el su­
reste asiático, el sur de Europa y, en un posible futuro, Europa
central. Las demás regiones están atrapadas en la economía
mundial en la medida en que las fuentes tradicionales de ingre­
sos se van erosionando, pero no son capaces de participar ni en
la producción ni en el consumo. Los mapas que hacen las em­
presas internacionales de la segmentación de sus mercados sue­
len dejar fuera la mayor parte del mundo. Pero esas disparida­
des geográficas, cada vez más amplias, se pueden hallar incluso
en el interior de un mismo país, continente y hasta ciudad; y
eso ocurre tanto en el mundo industrial avanzado como en el
resto. En todas partes están surgiendo límites entre los enclaves
globales, prósperos y protegidos, y las áreas que quedan fuera
de ellos, anárquicas, caóticas y golpeadas por la pobreza.
Estas tendencias esbozadas son, al mismo tiempo, aleatorias
y construidas. No hay nada de inevitable, por ejemplo, sobre el
aumento de las disparidades sociales, económicas y geográficas;
en parte, son consecuencia de la desorganización o de una or­
ganización que surge de la inercia anterior. En cambio, lo que
puede darse por descontado es el alejamiento histórico de las
culturas verticales características de la era del Estado-nación,
que producían un sentido de la identidad nacional y una sensa­
ción de seguridad. Los símbolos abstractos, como el dinero y la
ley, que constituyen la base de las relaciones sociales en socie­
dades en las que ya no predominan las interacciones personales,
eran un elemento constitutivo de dichas culturas nacionales.11
En la actualidad es un tópico hablar de una «crisis de identi­
dad» , una sensación de alienación y desorientación que acom­
paña la descomposición de las comunidades culturales.
Sin embargo, también es posible señalar ciertas formas in­
cipientes de clasificación cultural. Por un lado, están los que se
consideran parte de una com unidad mundial de personas que
piensan de forma parecida» principalm ente los trabajadores de
la información, que cuentan con una buena formación» o los
analistas simbólicos, que pasan mucho tiempo en aviones» tele­
conferencias, etcétera, y que tal vez trabajan para una em presa
multinacional» una ONG o alguna otra organización internacio­
nal, o que quizá pertenecen a una red de científicos» o depor­
tistas, o músicos y artistas» o algo semejante. Por otro lado» es­
tán quienes se sienten excluidos y pueden considerarse» o no,
parte de una com unidad local o particularista (religiosa o na­
cional).
Hasta ahora, las nuevas agrupaciones globales no están poli­
tizadas o, al menos» casi no lo están. Es decir» no constituyen ia
base de comunidades políticas en las que puedan fundarse nue­
vas formas de poder. Una razón es el individualismo y la ane­
mia que caracterizan a la época actual: la sensación de que la
acción política es superflua ante la enormidad de los problemas
actuales, la dificultad de controlar o influir sobre la tela de
araña de la estructura de poder y la fragmentación cultural de
las redes horizontales y de las lealtades particularistas. Tanto el
que Reich llama el cosmopolita laissez-faire, que se ha «apar­
tado» de la nación-estado y persigue sus intereses de consumo
individuales, como los incansables jóvenes criminales, los nue­
vos aventureros, presentes en todas las zonas excluidas» reflejan
este vacío político.
De todas formas, existen semillas de politización en ambos
tipos de grupos. La politización cosmopolita puede encontrarse
en el interior de las nuevas ONG o los nuevos movimientos so­
ciales transnacionales y dentro de las instituciones internaciona­
les, así como en las personas, asociada a un compromiso con
los valores humanos (derechos sociales y políticos universales,
responsabilidad ecológica, paz y democracia» etcétera) y a la no­
ción de sociedad civil transnacional, la idea de que unos grupos
organizados'~por su cuenta y que actúen por encima de las fron­
teras pueden resolver problemas y presionar a las instituciones
políticas. La nueva política de las identidades particularistas
también puede interpretarse como una reacción ante estos pro­
cesos mundiales, como una forma de movilización política ante
la impotencia cada vez mayor del Estado moderno.
? : ’uii¿a ae _.::itidades
Utilizo el término «política de identidades» para referirme a
movimientos que surgen asociados a una identidad étnica, ra­
cial o religiosa y con el propósito de'Muchar por el poder esta­
tal.12 Y utilizo el término «identidad», en sentido estricto, como
una forma de etiqueta. Cuando hablamos de conflictos tribales
en Africa» conflictos religiosos en Oriente Próximo o el sur de
Asia, o conflictos nacionalistas en Europa, todos tienen una ca­
racterística común» .que es el uso de etiquetas como base para
las reivindicaciones políticas. Tales conflictos se califican, a me­
nudo, de conflictos étnicos. El térm ino einos tiene una connota­
ción racial, pese a que diversos autores insistan en que «etnia»
se refiere a una com unidad cultural» más que a una comunidad
basada en los lazos de sangre. Aunque es evidente que las rei­
vindicaciones étnicas no lien lam ento racial, lo impor­
tante es que esas etiquetas suelen tratarse como una cosa con la
que uno nace y que no se puede cambiar; no pueden adquirirse
mediante la conversión ni la asimilación. Uno es alemán si su
abuela era alemana, aunque no sepa hablar la lengua ni haya
estado nunca en Alemania; pero uno no es alemán si sus padres
eran turcos, aunque viva y trabaje en Alemania. Un católico na­
cido en Belfast occidental está condenado a seguir siendo cató­
lico aunque se convierta al protestantismo. Un croata no puede
volverse serbio adoptando la religión ortodoxa y escribiendo en
alfabeto cirílico. En la medida en que esas etiquetas se conside­
ran derechos inalienables, los conflictos basados en la política
de identidades también pueden denominarse conflictos étnicos.
Existen, por supuesto, formas de política de identidades en las
que las etiquetas no son derechos inalienables sino que pueden
imponerse voluntariamente o por la fuerza. Ciertas sectas del Is­
lam militante, por ejemplo, pretenden crear Estados puramente
islámicos mediante la conversión de los no musulm anes.13
El térmir*'- ~'Ví , i» se refiere a la reivindicación del poder
estatal. En muchas partes del mundo hay un renacer religioso o
un interés renovado por la supervivencia de las culturas y las
lenguas locales, y eso es, en parte, una respuesta a las tensiones
de la globalización. Las campañas políticas para proteger o pro­
mover la religión o la cultura pueden provocar con frecuencia
exigencias de poder. Pero no es eso lo que quiere decir la polí­
tica de identidades. Esas cam pañas políticas exigen derechos
culturales y religiosos, y eso es muy distinto a la exigencia de
derechos políticos basados en la identidad. Estos últimos son
una forma de com unitarism o muy diferentes de los derechos
políticos individuales y que pueden estar reñidos con ellos.
Se puede establecer un contraste entre la política de identi­
dades y la política de las ideas. La política de las ideas se ocupa
de proyectos de futuro. Por ejemplo, las luchas religiosas de
Europa occidental en el siglo xvii trataban de liberar al indivi­
duo de la opresión de la Iglesia institucional. Las prim eras lu­
chas nacionalistas en la Europa del siglo xrx o el África colonial
buscaban la democracia y la construcción del Estado. Se conce­
bían como forma de aunar a distintos grupos de gente bajo la
rúbrica de la nación con propósitos modernizadores. En épocas
más recientes, la política ha estado dominada por ideas laicas y
abstractas, como el socialismo o el ecologismo, que ofrecen una
visión de futuro. Este tipo de política suele ser integradora y
acoge a todos los que apoyan la idea, aunque, como ha demos­
trado la experiencia reciente, el carácter universalista de dichas
ideas puede servir de justificación para prácticas totalitarias y
autoritarias.
En cambio, la política de identidades tiende a ser fragmen-
tadora, retrógrada y excluyente. Los agrupamientos políticos ba­
sados en una identidad exclusiva suelen ser movimientos de
nostalgia, basados en la reconstrucción de un pasado heroico, el
recuerdo de las injusticias, reales o imaginarias, y de famosas
batallas, ganadas o perdidas. Adquieren significado a través de
la inseguridad, del miedo reavivado a los enemigos históricos o
de una sensación de estar amenazados por los que tienen eti­
quetas diferentes. Las etiquetas siempre pueden dividirse y sub-
dividirse. No existe la pureza ni la homogeneidad culturales.
T oda. política basada en una identidad excluyente genera for­
zosamente una minoría. En el mejor de los casos, la política de
identidades supone una discriminación psicológica contra los
que tienen una etiqueta diferente. En el peor, provoca la expul­
sión de poblaciones y el genocidio.
La nueva política de identidades deriva de la desintegración
o erosión de las estructuras del Estado moderno, especialmente
los Estados centralizados y autoritarios. La caída de los Estados
comunistas a partir de 1989, la pérdida de legitimidad de los
Estados poscoloniales en África o el sur de Asia, o incluso el de­
clive de los Estados de bienestar en países industriales más
avanzados proporcionan el entorno en el que se alimentan esas
nuevas formas de política.
La nueva política de identidades tiene dos orígenes principa­
les, ambos vinculados a la globalización. Por un lado, se puede
considerar una reacción ante la impotencia cada vez mayor y la
legitimidad cada vez menor de las clases políticas establecidas.
Desde esta perspectiva, es una política promovida desde arriba,
que aprovecha y fomenta los prejuicios populares. Es una forma
de movilización política, una táctica de supervivencia para los
políticos activos en la política nacional, sea en el ámbito del Es­
tado o de regiones definidas como naciones, como en el caso de
las repúblicas de la antigua Yugoslavia o la antigua Unión Sovié­
tica, o en lugares como Cachemira o Eritrea antes de la inde­
pendencia. Por otro lado, nace de lo que se puede calificar de
economía paralela -nuevas formas legales e ilegales de ganarse
la vida, surgidas entre los sectores marginales de la sociedad- y
constituye una manera de legitimar esas nuevas formas turbias
de actividad. Sobre todo en Europa del Este, los sucesos de 1989
condensaron el impacto de la globalización al socavar la nación-
estado y al dar pie a nuevas formas de actividad económica en
un breve espacio de tiempo «transitorio», de tal forma que esta
modalidad de nacionalismo desde abajo se unió al nacionalismo
desde arriba en una combinación explosiva.14
En Europa del Este, el uso del nacionalismo como forma de
movilización política es anterior a 1989. Especialmente en los
antiguos Estados multinacionales comunistas, la conciencia na­
cional se cultivaba de manera deliberada en un contexto en el
que las diferencias ideológicas estaban prohibidas y las socieda­
des, en teoría, habían sido objeto de una homogeneización y
una «limpieza social».15 La nacionalidad, o ciertas nacionalida­
des oficialmente reconocidas, se convirtieron en el paraguas le­
gítimo que cubría la búsqueda de diversos intereses políticos,
económicos y culturales. Este hecho fue especialmente im por­
tante en la antigua Yugoslavia y la antigua Unión Soviética»
donde la diferencia nacional se «consagró en. la constitución».16
Estas tendencias se reforzaron por el funcionamiento de las
economías de escasez. En teoría, se supone que las economías
planificadas eliminan la competencia. Desde luego» la. planifica­
ción elimina la competencia por los mercados. Pero produce
otra forma de competencia, por los recursos. En teoría» unos di­
rigentes racionales trazan el plan y lo transm iten a lo largo de
una cadena vertical de mando. En la práctica, el plan se «cons­
truye» a través de múltiples presiones burocráticas y después se
«descompone». Se convierte en la expresión de un compromiso
burocrático y, debido a la obligación del «presupuesto flexible»,
las empresas gastan siempre más de lo previsto. El resultado es
un círculo vicioso en el que la escasez intensifica la com peten­
cia por los recursos y la tendencia entre ministerios y empresas
al acaparamiento y la autarquía, que incrementa todavía más la
escasez. En este contexto, la nacionalidad se convierte en un
instrum ento que puede emplearse para aum entar la com peten­
cia por los recursos.17
Ya a principios de los años setenta había autores que adver­
tían sobre un estallido nacionalista en la antigua Unión Soviéti­
ca como consecuencia de la utilización que se había hecho de la
política de la nacionalidad para apuntalar el proyecto socialista
en decadencia.18 En un artículo clásico, publicado en 1974, Te­
resa Rakowska-Harmstone empleaba el término «nuevo nacio­
nalismo» para designar «un nuevo fenómeno que está presente
incluso entre personas que, en el momento de la revolución, no
tenían más que un sentido incipiente de una cultura com ún».19
La política soviética creó una jerarquía de nacionalidades ba­
sada en una elaborada jerarquía administrativa en la que la ca­
tegoría de aquéllas estaba unida a la categoría de las unidades
administrativas territoriales: repúblicas, regiones autónomas y
áreas autónomas. Dentro de esas ordenaciones administrativas,
se fomentaban la lengua y la cultura maternas de la supuesta
nacionalidad «titular» y a ios miembros de esa nacionalidad se
les daba prioridad en la adm inistración local y la educación.20
El sistema produjo lo que Zaslavsky ha llamado una «división
del trabajo explosiva», en la que una elite adm inistrativa e inte­
lectual nativa m andaba sobre una ciase obrera urbana proce­
dente de Rusia y una población rural indígena.21 La elite local
usaba el desarrollo de la conciencia nacional para fom entar la
autonom ía administrativa, sobre todo ^n el ámbito económico.
Como afirm aba en el capítulo anterior, un proceso parecido
fue el que se produjo en la antigua Yugoslavia, sobre todo a par­
tir de que la constitución de 1974 consolidara las naciones y re­
públicas que componían la federación y restringiera los poderes
del gobierno federal. Lo que m antenía juntos a esos Estados
multinacionales era el monopolio del Partido Comunista. Des­
pués de 1989, cuando se desacreditó el proyecto socialista, se
deshizo» por fin, el monopolio del partido y se celebraron elec­
ciones democráticas por prim era vez, el nacionalismo estalló
abiertamente. En una situación en la que hay poco que escoger
entre partidos, en la que no hay historia de debate político, en
la que los nuevos políticos son casi desconocidos, el naciona­
lismo se convierte en un mecanismo de diferenciación política.
En las sociedades en las que los habitantes suponen que se
espera que voten en determinado sentido, en las que no están
acostum brados a la elección política y pueden ser reacios a
darla por descontada, votar con arreglo a límites nacionales se
convierte en la opción más sencilla.
El nacionalismo representa una continuidad con el pasado y,
al mismo tiempo, una forma de negar u «olvidar» una complici­
dad con ese pasado. Representa una continuidad, en parte, por
como fue alimentado en la era anterior, no sólo en los Estados
multinacionales, y, en parte, porque su forma es muy parecida a
la de las ideologías de la guerra fría. El comunismo, en con­
creto, sacó mucho provecho de una mentalidad de guerra de
ellos contra nosotros, buenos contra malos, y elevó el concepto
de com unidad colectiva homogénea. Al mismo tiempo, es una
forma de negar el pasado porque los regímenes comunistas con­
denaban a las claras el nacionalismo. Como en el caso de la ad­
hesión feroz al mercado, el nacionalismo es una forma de negar
lo que hubo antes. El comunismo puede ser considerado un
personaje «ajeno», un «forastero», sobre todo en los países ocu­
pados por tropas soviéticas, y con ello se exculpa a quienes
aceptaron o toleraron el régimen, o incluso a quienes colabora­
ron con él. La identidad nacional, en cierto modo, es pura e in­
m aculada en com paración con otras identidades profesionales o
ideológicas que estaban determ inadas por el contexto anterior.
En otros lugares se pueden observar algunas tendencias si­
milares, aunque menos extremas. Ya en los años setenta y
ochenta, la fragilidad de las estructuras administrativas poscó-
loniales era evidente. Los Estados de África y Asia tenían que
hacer frente a la desilusión de las esperanzas puestas en la in­
dependencia, el fracaso del proyecto de desarrollo a la hora de
vencer la pobreza y la desigualdad, la inseguridad de la rápida
urbanización y la descomposición de las comunidades rurales
tradicionales, así como el efecto del ajuste estructural y las po­
líticas de estabilización, liberalización y desregulación. Además,
como en el caso de la antigua Yugoslavia, la pérdida de una
identidad internacional basada en la pertenencia al movimiento
de los no alineados, al acabar la guerra fría, tuvo repercusiones
internas. Tanto los políticos gobernantes como los dirigentes de
oposición em pezaron a utilizar las identidades particularistas
de diversas formas: para justificar políticas autoritarias, para
crear chivos expiatorios, para movilizar el apoyo basándose en
el miedo y la inseguridad. En muchos Estados poscoloniales,
los partidos gobernantes se consideraban partidos de izquierda
que ocupaban el hueco de ios movimientos de emancipación.
Como en los Estados poscomunistas, la ausencia de un movi­
miento de em ancipación legítimo dejó la política a merced de
reivindicaciones basadas en tribus o clanes, grupos religiosos o
lingüísticos.
En el periodo precolonial, la mayoría de esas sociedades no
tenían más que un sentido» muy vago de la identidad étnica. Los
europeos, con su pasión por la clasificación, con censos y docu­
mentos de identidad, impusieron categorías étnicas más rígidas,
que luego evolucionaron de forma paralela al crecimiento de los
medios de comunicación, carreteras y ferrocarriles y„ en algunos
países, la aparición de una prensa en lengua vernácula. En ciertos
casos, las categorías eran totalmente artificiales: la distinción en­
tre hutus y tutsis en Ruanda y Burundi era una distinción apro­
ximada y, en gran parte, social antes de que el gobierno belga
introdujera las tarjetas de identidad; del mismo modo, los
ngaia, la tribu de la que aseguraba proceder el presidente Mo-
butu de Zaire, era esencialmente un invento belga. En el perio­
do posterior a la independencia, la mayoría de los partidos go­
bernantes defendieron una identidad nacional que abarcase a
los grupos étnicos, con frecuencia numerosos, comprendidos en
los territorios artificialmente definidos de las nuevas naciones.
A medida que se fueron desvaneciendo las esperanzas de la in­
dependencia, muchos políticos empezaron a apelar a tendencias
particularistas. En general, cuanto más débiles eran las estruc­
turas administrativas, más pronto sucedía. En algunos países,
como Sudán, Nigeria o Zaire, se desarrollaron los llamados re­
gímenes «depredadores», en los que el acceso al poder y la ri­
queza personal dependía de la religión o la tribu.22 En India,
donde la democracia fue continua durante casi todo el periodo
posterior a la independencia, el uso que hizo el Partido del Con­
greso de los rituales y símbolos hindúes en los años setenta pre­
paró el camino para nuevas formas de movilización política ba­
sadas en la identidad, sobre todo la religión.23
Muchos de estos Estados eran muy intervencionistas. A me­
dida que la ayuda exterior empezó a ser sustituida por los prés­
tamos comerciales en los años setenta, a medida que se acum u­
ló la deuda externa y se introdujeron los programas de «ajuste
estructural», los ingresos estatales disminuyeron y, como en los
antiguos países comunistas, la rivalidad política por el control
de los recursos se intensificó. El final de la guerra fría supuso la
reducción de la ayuda extranjera a países como Zaire o Soma­
lia, que se habían considerado estratégicamente importantes. Al
mismo tiempo, las presiones en favor de la democratización
produjeron intentos cada vez más desesperados de mantenerse
en el poder, a menudo a base de fomentar las tensiones étnicas.
Incluso en Europa occidental, la erosión de la legitimidad
relacionada con la autonomía decreciente de la nación-estado y
la corrosión de las fuentes tradicionales de cohesión social, fre­
cuentemente de origen industrial, se hicieron mucho más trans­
parentes a partir de 1989. Ya no era posible defender la demo­
cracia mediante la referencia a su ausencia en otros lugares. La
identidad específicamente occidental, definida con relación a la
am enaza soviética» quedó debilitada. Y el carácter distintivo de
la identidad nacional con relación a la guerra fría perdió conte­
nido; por ejemplo, el gaullismo en. Francia» la .relación especial
de los británicos con Estados Unidos o el papel griego como in­
termediario entre este y oeste en los Balcanes. Alemania, por
supuesto, es un caso especial, ya que ganó una nueva identidad
nacional sobre las ruinas del Muro de Berlín y permitió el re-
descubrimiento de la historia enterrada.
Igualmente significativo es el vacío político» el ocaso de la
izquierda y la reducción del espacio para la verdadera diferen­
cia política. Los partidos explotan el nacionalismo, o algunas
semillas del nacionalismo como las leyes de asilo, cual forma
de diferenciación política. La izquierda no presenta una oposi­
ción clara o actúa todavía peor, sobre todo los sectores de la
izquierda desacreditados por la caída del comunismo. En Fran­
cia, Jean-Marie Le Pen, dirigente del Frente Nacional, cuenta
con el apoyo de antiguos votantes comunistas. El Movimiento
Socialista Panhelénico (PASOK), en Grecia, juega la carta na­
cionalista.24
Los países occidentales, por supuesto, no com parten la ex­
periencia del autoritarism o colectivista, aunque las regiones,
como Irlanda del Norte, en las que la política particularista es
fuerte, tienden a ser las mismas en las que la dem ocracia ha
sido débil. Una sociedad civil activa suele servir de contrapeso
para la desconfianza hacia los políticos, el alejamiento de las
instituciones políticas, la sensación de apatía y futilidad que
proporciona una posible base para las tendencias populistas. No
obstante, la «secesión» de las nuevas clases cosmopolitas y la
fragmentación y dependencia de quienes están excluidos de los
beneficios de la globalización son también típicas de los países
industriales avanzados.
El otro gran origen de la nueva política de identidades es la
economía paralela. Ésta es, en gran parte, producto de las políti­
cas neoliberales llevadas a cabo en los años ochenta y noventa -la
estabilización macroeconómica, la desregulación y la privatiza­
ción-, que, en la práctica, sirvieron para acelerar ei proceso de
globalización. Dichas políticas incrementaron el nivel de desem­
pleo, el agotamiento de los recursos y las diferencias de rentas, lo
cual suministró un entorno para el aumento del crimen y la crea­
ción de redes de corrupción, mercados negros, traficantes de ar­
mas y drogas, etcétera. En. las sociedades en las que el Estado
controlaba grandes sectores de la economía y no existen ins­
tituciones de mercado organizadas poí^su cuenta, las políticas de
«ajuste estructural» o «transición» significan, en realidad, la falta
de cualquier tipo de norma. El mercado, en general, no significa
nuevas empresas autónomas de producción. Significa corrupción,
especulación y crimen. Nuevos grupos de turbios «hombres de
negocios», a menudo vinculados a los aparatos institucionales en
decadencia a través de varias formas de soborno y abusos de in­
formación. privilegiada, se dedican, a una especie de acumulación
primitiva, el ansia de tierras y capital. Utilizan el lenguaje de la
política, de identidades para levantar alianzas y legitimar sus acti­
vidades. Con frecuencia, esas redes están relacionadas con gue­
rras -por ejemplo en Afganistán, Pakistán y grandes zonas de
África- y con la desintegración del complejo militar e industrial
tras el final de la guerra fría. Muchas veces son transnacionales y
se relacionan con circuitos internacionales de mercancías ilega­
les, en ocasiones a través de contactos entre los expatriados.
Un fenómeno típico lo constituyen las nuevas bandas de jóve­
nes, los nuevos aventureros, que viven de la violencia o las ame­
nazas de violencia, que obtienen amias de los excedentes que cir­
culan en el mercado negro o saqueando almacenes militares, y
que, o bien fundan su poder en redes particularistas, o buscan
respetabilidad mediante reivindicaciones particularistas. Entre
ellos están también los grupos transcaucásicos que se dedican a
capturar rehenes para intercambiarlos por comida, armas, di­
nero, otros rehenes e incluso cadáveres; las mafias de Rusia; los
nuevos cosacos, que lucen el uniforme de cosacos para «prote­
ger» a los grupos de expatriados rusos en los países vecinos; las
milicias nacionalistas compuestas por jóvenes parados en la zona
occidental de Ucrania o Herzegovina; todos ellos se alimentan,
como buitres, de los restos del Estado en descomposición y de las
frustraciones y los resentimientos de los pobres y desempleados.
En las zonas de conflicto de África y el sur de Asia también se
encuentra esta misma casta de inquietos aventureros políticos.25
La nueva política de identidades reúne estas dos fuentes de
particularismo en diversos grados. Las antiguas elites adm inis­
trativas o intelectuales se alian con una mezcla variopinta de
aventureros marginados de la sociedad y, juntos» movilizan a los
excluidos y abandonados, los alienados e inseguros, con el fin
de tom ar y conservar el poder. Cuanto más grande es la sensa­
ción de inseguridad, mayor la polarización de la sociedad, y m e­
nos espacio queda para valores políticos alternativos e integra-
dores. En situación de conflicto» dichas alianzas se consolidan
gracias a la complicidad com partida en los crímenes de guerra
y una dependencia común de la persistencia de la economía de
guerra. En Ruanda, el plan para el genocidio masivo se lia
interpretado como la forma de que los hutus extremistas pudie­
ran conservar su poder en el contexto de la crisis económica y
la presión internacional a favor de la democratización. Según la
ONG Africa Rights: «El objetivo de los extremistas era que toda
la población hutu participase en las matanzas. De esa forma, la
sangre del genocidio m ancharía a todo el mundo. No podría ha­
ber m archa atrás».26 La intensificación de la guerra en Cache­
mira, incluida la participación de muyahidiin afganos, ha crea­
do una polarización entre las identidades hindú y musulm ana
que ha ido suplantando progresivamente a las tradiciones sin­
créticas y los lazos comunes basados en la identidad cachemir,
el kashmiriyat.27 Una de las explicaciones para la ferocidad del
sentimiento nacionalista en la antigua Yugoslavia es el hecho de
que allí se concentran todos los orígenes posibles de la nueva
política de identidades: el antiguo Estado tenía la clase dirigen­
te más occidentalizada y cosmopolita de los países del este de
Europa, por lo que el resentimiento de los excluidos se veía exa­
cerbado; experimentaba la competencia burocrática nacionalista
típica del Estado centralizado en decadencia; y, debido a que se
vio expuesta a la transición al libre mercado antes que cual­
quier otro país del este de Europa» su economía paralela se de­
sarrolló más. Aun así» fue necesaria una guerra despiadada para
crear el odio sobre ei que reconstruir identidades excluyentes.
La nueva forma de política de identidades se considera a
menudo un retroceso al pasado, un regreso a las identidades
prem odem as, temporalmente desplazadas o suprimidas por las
ideologías modernizadoras. Desde luego, es cierto que la nueva
política se basa en el recuerdo y la historia, y que algunas so­
ciedades en las que las tradiciones culturales están más arraiga­
das son más susceptibles a la nueva política. Pero, como he ex­
plicado, lo que im porta de verdad es el pasado reciente y, en
especial, el impacto de la globalización sobre la supervivencia
política de los Estados. Además, la nueva política tiene rasgos
completamente nuevos y contemporáneos.
En primer lugar, es horizontal además de vertical, transna­
cional además de nacional. En casi todos los nuevos nacionalis­
mos, la diáspora desempeña un papel mucho más importante
que antes gracias a la rapidez de las comunicaciones. Siempre
hubo grupos de expatriados nacionalistas que tram aban la libe­
ración de su país en París o Londres. Pero tales grupos han
crecido y han adquirido más im portancia por las dimensiones de
la emigración, la facilidad de viaje y la expansión del teléfono, el
fax y el correo electrónico. Existen dos tipos de expatriados. Por
un lado, están las minorías que viven en países vecinos, temero­
sos de su vulnerabilidad a los nacionalismos locales y, con fre­
cuencia, más extremistas que los que se han quedado en su país.
Por ejemplo, los serbios que viven en Croacia y Bosnia-Herzego-
vina, las minorías rusas en todas las repúblicas ex soviéticas, la
minoría húngara en Vojvodina, Rumania, Ucrania y Eslovaquia,
los tutsis que viven en Zaire o Uganda. Por otro lado, hay grupos
más desapegados que viven en países distantes, muchas veces en
las nuevas naciones constituidas por una mezcla de culturas, y
encuentran consuelo en sus fantasías sobre sus orígenes, a me­
nudo muy alejadas de la realidad. La idea de una patria sij, Kha-
listán, la noción de unir Macedonia y Bulgaria, la exigencia de
una Rutenia independiente: todas se originaron en las comuni­
dades exiliadas en Canadá. El apoyo de los norteamericanos de
origen irlandés al Ejército Republicano Irlandés (IRA), el vio­
lento conflicto entre las comunidades griega y macedonia en
Australia y las presiones de los grupos croatas en Alemania para
que se reconozca su república son otros ejemplos. Dichos grupos
proporcionan ideas, dinero, armas y conocimientos, a menudo
con consecuencias desproporcionadas. Entre los individuos que
componen los nuevos círculos nacionalistas hay expatriados ro­
mánticos, mercenarios extranjeros, traficantes e inversores, pro­
pietarios de pizzerías en Canadá, etcétera. Radha Kumar ha des­
crito el apoyo que dan los indios residentes en Estados Unidos a
los fundamentalistas hindúes: «Separados de sus países de ori­
gen, los expatriados viven a menudo como extranjeros en un
país extraño y se sienten despojados de su cultura, pero, al mis­
mo tiempo, culpables de haber escapado a los problemas “de
casa", y se vuelven hacia el nacionalismo de los expatriados sin
comprender la violencia que, sin querer, pueden desencadenar
sus acciones».28 Este mismo tipo de redes transnacionales es el
que se encuentra también en algunos grupos religiosos. Son co­
nocidas las conexiones islámicas, pero hay otras religiones que
tienen los mismos vínculos. Una vez visité el despacho del lla­
mado «ministro de Exteriores» de Osetia del Sur, una región di­
sidente de Georgia, y vi que tenía un retrato del líder serbobos­
nio, Karadzic, en la pared. Me explicó que se lo había dado la
delegación de la República Srbska durante una reunión de cris­
tianos ortodoxos orientales.
En segundo lugar, la capacidad de movilización política se
ha ampliado enormemente, como consecuencia de una mejor
educación y una expansión de las clases cultas, pero también
gracias a las nuevas tecnologías. Muchas explicaciones del creci­
miento del islamismo político se centran en la aparición de cla­
ses urbanas recientemente alfabetizadas -que, muchas veces,
quedan excluidas del poder-, el aum ento de escuelas islámicas y
el aum ento del número de lectores de periódicos.29 El hecho de
que cada vez haya más personas educadas en sus lenguas m a­
ternas, junto a la difusión de los periódicos com unitarios de
masas, crea nuevas «comunidades imaginarias». Y -lo que es to­
davía más significativo- la generalización de la televisión, el ví­
deo y la radio ofrece medios muy rápidos y eficaces de difundir
un mensaje particularista. Los medios electrónicos tienen una
autoridad que los periódicos no pueden igualar; en algunas par­
tes de África, la radio es «mágica». La circulación de casetes
con sermones de predicadores islámicos militantes, el uso de la
radio «del odio» para incitar a la gente al genocidio en Ruanda»
el control de la televisión por parte de los líderes nacionalistas
en Europa del Este, son mecanismos que aceleran la moviliza­
ción política. En Kósovo, la díáspora y los modernos medios de

<
comunicación se aúnan en las emisiones en lengua albanesa
realizadas desde Suiza y recibidas por la población de origen al-
banés a través de sus antenas parabólicas.

rj'sm opcli'ism o contra particularism o


A.D. SiTiíth, en su libro Nations and Nationalism in the Glo­
bal Era (Naciones y nacionalismo en la era global), discrepa de la
opinión de que las naciones-estado son un anacronismo.30 Afir­
ma que las nuevas clases mundiales todavía necesitan tener una
sensación de comunidad e identidad basada en las etnias para
superar la alienación de su discurso unlversalizado^ técnico y
científico. Y critica lo que llama la falacia moderna de que las
naciones-estado son sistemas de gobierno artificiales y tem pora­
les, escalas en la evolución hacía una sociedad global. Cree que
el nuevo nacionalismo es la prueba de la persistencia de las et­
nias y ofrece un punto de vista positivo sobre el separatismo
cultural, que considera una m anera de cim entar las naciones-
estado más firmemente en torno a una etnia dominante, al mis­
mo tiempo que se les permite la adhesión a ideales cívicos.
Puede ser que las nuevas identidades particularistas vayan a
perdurar, que sean la expresión de un nuevo relativismo cultural
posmoderno. Pero es difícil afirm ar que ofrecen una base para
los valores cívicos humanistas, precisamente porque no pueden
ofrecer un proyecto de futuro válido en el nuevo contexto m un­
dial. La principal implicación de la globalización es que la sobe­
ranía territorial ha dejado de ser viable. Los esfuerzos por recu­
perar ei poder dentro de un ámbito espacial determinado sólo
servirán para disminuir todavía más la capacidad de influir' so­
bre los acontecimientos. Ello no significa que la nueva política
de identidades particularista vaya a desaparecer. Se trata, más
bien, de una receta para nuevos 'Estados pequeños, caóticos y
cerrados con fronteras perm anentem ente discutidas y que de­
penderán de la violencia constante para sobrevivir.
Los particularistas no pueden prescindir de las personas
con otras etiquetas. La globalización, como implica su nom ­
bre, es global. En todas partes, en diversas proporciones, los
que se benefician de la globalización tienen que com partir el
territorio con los que están excluidos de sus ventajas, pero,
aun así, resultan profundam ente afectados por ella. Ganadores
y perdedores se necesitan m utuam ente. No hay un trozo de
tierra, sea pequeño o grande, que pueda seguir aislado del
m undo exterior.
Por supuesto, es posible prever -y ya está ocurriendo- una
nueva reafirmación de la política regional y local, una reivindi­
cación de más responsabilidad democrática en dichos ámbitos.
Pero esas declaraciones deben situarse en un contexto mundial;
tienen que incluir un mayor acceso y una mayor apertura hacia
los ámbitos mundiales de gobem anza y deben basarse en una
mayor responsabilidad dem ocrática para todos los habitantes
del territorio en cuestión, no sólo para los que llevan una eti­
queta concreta. Es decir, este tipo de política necesita estar in­
serto en lo que podría calificarse de una conciencia política cos­
mopolita.
Cuando digo cosmopolitismo, no me refiero a una negación
de la identidad. Me refiero, más bien, a la celebración de la di­
versidad de identidades mundiales, la aceptación e incluso el
entusiasmo ante múltiples identidades que se superponen y, al
mismo tiempo, el compromiso de defender la igualdad de todos
los seres humanos y el respeto a la dignidad humana. El tér­
mino procede de la noción kantiana de derecho cosmopolita,
que acom paña al reconocimiento de las soberanías separadas;
es decir, aúna el universalismo y la diversidad. Anthony Appiah
habla del «patriota cosmopolita» o el «cosmopolita arraigado,
apegado a un hogar propio, con sus propias peculiaridades cul­
turales, .pero que disfruta de la presencia de otras personas dife­
rentes». Distingue el cosmopolitismo del humanismo «porque el
cosmopolitismo no es sólo el sentimiento de que todo el mundo
es importante. El cosmopolita celebra el hecho de que existen
formas locales y diferentes de ser humano; mientras que el hu­
manismo, por el contrario, concuerda con el deseo de homoge­
neidad mundial».31
Se pueden identificar dos posibles orígenes de la conciencia
política cosmopolita. Uno, que podría denominarse el cosmopo­
litismo desde arriba, se encuentra en las numerosas organiza­
ciones internacionales, algunas de las cuales -especialm ente la
UE- están adquiriendo poderes supranacionales. Estas institu­
ciones desarrollan su propia lógica y sus propias estructuras in­
ternas. Hacen posible realizar determinadas actividades, en vez
de llevarlas a cabo con sus propios recursos. Actúan a través de
complejas asociaciones, acuerdos de cooperación, negociaciones
y mediaciones con otros organismos, Estados y grupos privados
o semiprivados. Están limitados por la falta de recursos y -otro
aspecto relacionado con el anterior- por los acuerdos intergu-
bem amentales que hacen que les sea muy difícil actuar, salvo a
base de compromisos laboriosos y, con frecuencia, insatisfacto­
rios. En muchas de esas instituciones hay funcionarios idealis­
tas y dedicados, interesados por buscar fuentes de legitimidad
alternativas frente a sus jefes nacionales, que tanta frustración
les producen.
El otro origen es el que podríamos llamar cosmopolitismo
desde abajo, los nuevos movimientos sociales de los años
ochenta y las que han pasado a llamarse ONG en los noventa.
Esta nueva forma de activismo se ha ido desarrollando desde
principios de los ochenta, fundamentalmente como respuesta a
ios nuevos problemas mundiales. Son movimientos distintos de
otros movimientos sociales anteriores. No encajan fácilmente en
una división entre izquierda y derecha; se preocupan por nuevos
problemas como la paz, la ecología, los derechos humanos, la re­
lación entre sexos y el desarrollo. Suelen tener una organización
horizontal, y no vertical, y resultan más eficaces en el ámbito lo­
cal o transnacional,. Durante los años noventa se han ido ha­
ciendo cada vez más individualistas. Tienden a ser escépticos en
política. Expresan sus compromisos individuales a través del ve­
getarianismo o conduciendo caravanas de ayuda a zonas de gue­
rra. Aunque, en el pasado, han organizado manifestaciones de
masas, sus acciones suelen ser simbólicas o espectaculares; por
ejemplo, las del buque Rainbow Warrior, de Greenpeace. Térmi­
nos como «antipolítica», «autoorganización» y «sociedad civil»
expresan su rechazo a las formas políticas convencionales.
En la actualidad, el cosmopolitismo y el particularismo co­
existen en el mismo espacio geográfico. El cosmopolitismo tien?
de a estar más extendido en occidente y menos en el este y el
sur. No obstante, se encuentran ambos tipos de personas en to­
do el mundo, en aldeas y ciudades remotas. Los nuevos conflic­
tos particularistas sacan a la luz a valientes grupos de gente que
intentan oponerse a la guerra y el exclusivismo; lo mismo habi­
tantes del lugar que otros que llegan., voluntarios, desde el ex­
tranjero, para ofrecer ayuda hum anitaria, hacer de mediadores,
etcétera. Los grupos locales se hacen más fuertes en la medida
en que logran acceso a las redes transnacionales o reciben su
apoyo y protección.
En las guerras es donde se reduce el. espacio para el cosmo­
politismo. Los particularismos se necesitan mutuamente para
sostener sus identidades excluyentes; de aquí la combinación
paradójica de conflicto y cooperación. El cosmopolitismo dismi­
nuye la capacidad de convocatoria del particularismo, y los re­
presentantes de los valores civiles y humanos suelen ser blancos
frecuentes en las guerras. Cada vez aparecen más zonas imposi­
bles, como Ruanda o Afganistán, en las que ciertos organismos
humanitarios, de forma aislada, negocian a duras penas y so­
bornan lo que haga falta para poder ayudar a quienes lo necesi­
tan. Algunos afirman que tales situaciones son presagios del fu­
turo para gran parte del mundo.12 Nada es tan polarizado!"
como la violencia, ni tiene tantas probabilidades de provocar un
abandono de proyectos utópicos incluyentes. «Sarajevo es el fu­
turo de Europa. Éste es el final de la historia», le dicen a uno
los cosmopolitas desencantados que viven en dicha ciudad. Pero
la política nunca es una cosa determinada. Que se pueda prever
otro futuro o no depende, en definitiva, de lo que elijamos.
La economía de guerra globalizada

El térm ino «economía de guerra» suele referirse a un sis­


tema centralizado, totalizador y autárquico como el que se daba
en las guerras totales del siglo xx. La adm inistración está cen­
tralizada para aum entar la eficacia de la guerra y obtener los
máximos ingresos con el fin de sufragarla. Se moviliza al mayor
núm ero posible de personas para que participen en la guerra»
sea como soldados o en la producción de armas y otros artícu­
los necesarios. En general, el esfuerzo bélico se autofinancia,
aunque, en la segunda guerra mundial, Gran Bretaña y la Unión
Soviética recibieron ayuda de Estados Unidos en forma de prés­
tamos y arrendamientos. El principal objetivo del esfuerzo bé­
lico es hacer el máximo uso de la fuerza para enfrentarse al
enemigo en combate y derrotarlo.
El nuevo tipo de economía de guerra es prácticam ente lo
contrario. Las nuevas guerras son guerras «globalizadas». Supo­
nen la fragmentación y descentralización del Estado. La partici­
pación es baja, en relación con la población, porque no hay un
salario y por la falta de legitimidad de las partes en conflicto.
Existe muy poca producción interior, así que el esfuerzo de gue­
rra depende enormemente del pillaje interno y la ayuda externa.
Los combates son escasos, la violencia está dirigida, en su m a­
yor parte, contra los civiles, y la cooperación entre facciones
enemigas es frecuente.
Los que conciben la guerra en los términos tradicionales de
Clausewitz, con objetivos geopolíticos definibles, no entienden
los intereses subyacentes, tanto políticos como económicos, en
que continúe la guerra. Suelen suponer que se pueden hallar
soluciones políticas sin necesidad de abordar la lógica econó­
mica fundamental. Sin embargo, al mismo tiempo, los que re­
conocen la falta de sentido de las percepciones tradicionales de
la guerra y observan la complejidad de las relaciones políticas,
sociales y económicas expresadas en esas guerras suelen llegar
a la conclusión de que este tipo de violencia es equiparable a la
anarquía. En tales circunstancias, lo máximo que se puede ha­
cer es tratar los síntomas, por ejemplo, mediante la ayuda hu­
manitaria.
En este capítulo afirmo que es posible analizar la economía
política típica de las nuevas guerras con el fin de sacar conclu­
siones sobre posibles enfoques alternativos. De hecho, un análi­
sis de ese tipo implica que muchos de los esfuerzos bieninten­
cionados de varios agentes internacionales, basados en hipótesis
heredadas sobre el carácter de la guerra, pueden resultar con­
traproducentes . La resolución de conflictos desde arriba puede
ayudar a legitimar a las partes en conflicto y darles tiempo para
reabastecerse; la ayuda hum anitaria puede contribuir al funcio­
namiento de la economía de guerra; las tropas de pacificación
pueden perder su legitimidad por quedarse al margen cuando se
cometen crímenes terribles o por tom ar partido por grupos que
los cometen.
En la prim era parte, describo las diversas unidades de
combate que caracterizan a las guerras contem poráneas y en
qué estado han quedado tras la desintegración de las capaci­
dades formales del Estado en m ateria de seguridad. Después
analizo los modelos de violencia y el carácter de la estrategia
militar, y cómo han evolucionado tras los conflictos desarrolla­
dos durante y después de la segunda guerra mundial, como
una forma de reaccionar contra la guerra convencional mo­
derna o de afrontarla: guerra de guerrillas, contrainsurgencia
y los conflictos «de baja intensidad» de la década de los
ochenta. A continuación, examino cómo adquieren las unida­
des de combate recursos con los que librar las nuevas guerras
y la interacción entre el nuevo modelo de violencia y las rela­
ciones sociales generadas en el contexto de la guerra. En la úl­
tima parte, m uestro que las nuevas guerras -o, mejor dicho,
las condiciones sociales de las nuevas guerras- tienden a ex­
pandirse.
La privatización Oe fuerzas irrita re s
Madeleine Albright, ex secretaria de Estado norteamericana»
ha empleado el término «Estados fracasados» para calificar a
ios países con una autoridad central débil o inexistente; los
ejemplos típicos son Somalia o Afganistán. Jeffrey Herbst sos­
tiene que muchos Estados africanos nunca han tenido una so­
beranía de Estado en la acepción moderna; es decir, «un control
físico indiscutido sobre el territorio definido» pero tam bién una
presencia adm inistrativa en todo el país y la adhesión de la
población a la idea del Estado».1 Una de las características fun­
damentales de los Estados fracasados es la pérdida de control
sobre los instrum entos de coacción física y su fragmentación.
Se establece un ciclo de desintegración que es casi exactamente
lo contrario del .ciclo integrador por el que se crearon los Es­
tados modernos. La incapacidad de conservar el control físico
del territorio e inspirar la adhesión popular reduce las posibili­
dades de recaudar impuestos y debilita enormemente la base de
ingresos del Estado. Junto a ello, la corrupción y el gobierno
personalista representan una sangría añadida que se lleva esas
rentas. A menudo, el gobierno ya no puede permitirse modali­
dades fiables de recaudación fiscal; a veces se contrata a orga­
nismos privados que se quedan con parte de lo recaudado, tal
como ocurrió en Europa en el siglo x v i i l La evasión de im pues­
tos se extiende por la pérdida de legitimidad del Estado y por la
aparición de nuevas fuerzas que reclaman «dinero a cambio de
protección». Esto provoca presiones externas para recortar los
gastos del gobierno, lo cual disminuye todavía más su capaci­
dad de conservar el control y fomenta la fragmentación de las
unidades militares. Además, se predica la ayuda externa para
realizar reformas económicas y políticas que muchos de esos
Estados son constitucionalmente incapaces de implantar. Esta
espiral de pérdida de ingresos y legitimidad, desorden creciente
y fragmentación m ilitar crea el contexto en el que estallan las
nuevas guerras. De hecho, el «fracaso» del Estado va a acom pa­
ñado de una privatización cada vez mayor de la violencia.
En general, las nuevas guerras se caracterizan por tener
múltiples tipos de unidades de-com bate, tanto públicas como
privadas» estatales y no estatales, o una mezcla de ambas cosas.
Para simplificar» voy a identificar cinco tipos fundamentales:
fuerzas arm adas regulares o los restos que quedan de ellas; gru­
pos paramilitares; unidades de autodefensa; mercenarios extran­
jeros; y, por último, tropas extranjeras'Vegulares, en general bajo
auspicios internacionales.
Las fuerzas arm adas regulares están en descomposición,
sobre todo en las zonas de conflicto. Los recortes del gasto m i­
litar, el prestigio decreciente, la escasez de material, piezas de
recambio, combustible y munición, y una formación insufi­
ciente contribuyen á--una trem enda pérdida de moral. En m u­
chos Estados africanos y postsoviéticos, los soldados ya no reci­
ben formación ni un salario regular. Pueden tener que buscar
sus propias fuentes de financiación» y ello contribuye a la indis­
ciplina y el derrum be de la jerarquía militar. Con frecuencia,
esto lleva a la fragmentación, a situaciones en las que los jefes
locales del ejército actúan como caudillos» tal como ocurrió en
Tadjikistán. O tal vez las tropas adoptan una conducta criminal,
como, por ejemplo, en Zaire, donde se alentaba a los soldados
que no cobraban su salario a llevar a cabo pillajes y saqueos.
En otras palabras, las fuerzas arm adas regulares pierden su ca­
rácter de legítimas portadoras de arm as y se hace cada vez más
difícil distinguirlas de los grupos paramilitares privados. Esto se
complica aún más en situaciones en las que las fuerzas de segu­
ridad ya estaban fragmentadas como consecuencia de una polí­
tica deliberada; a menudo había guardias fronterizos, una guar­
dia presidencial» una gendarmería, por no hablar de diversos
tipos de fuerzas internas de seguridad £\1 final» en Zaire, el pre­
sidente Mobutu no podía confiar más que en su guardia perso­
nal para su protección.
Las unidades de combate más comunes son los grupos para-
militares, es decir, gmpos autónomos de hombres armados en­
cabezados, en general» por un jefe concreto. Frecuentemente,
estos grupos los crean los gobiernos para distanciarse de las
manifestaciones de violencia más extremas. Seguramente fue
así en el caso de los Tigres de Arican en Bosnia, o al menos es lo
que decía el propio Arkan. Igualmente» el gobierno ruandés an­
terior a 1994 reclutó a jóvenes en paro para form ar una nueva
milicia vinculada al partido en el poder; se les daba entrena­
miento, a cargo del ejército de Ruanda, y un pequeño salario.2
De forma similar, el gobierno surafricano suministró armas y
formación en secreto al Partido Inkatha de la Libertad (IFP),
que había fomentado las actividades violentas de grupos de tra­
bajadores zulúes- durante la transición a la democracia. A me­
nudo, los grupos param ilitares están relacionados con determ i­
nados partidos extremistas o facciones políticas. En Georgia,
tras la independencia, cada partido político -excepto los verdes-
tenía su propia milicia; a su vuelta al poder, Eduard Shevard-
nadze intentó restablecer un monopolio de los instrum entos de
violencia fusionando dichas milicias en un ejército regular. Y
ese batiburrillo de bandas arm adas fue ei que resultó derrotado
por una combinación de la Guardia Nacional de Abjasia y las
unidades militares rusas en dicha república.
Los grupos param ilitares están compuestos, sobre todo, por
soldados licenciados o incluso unidades enteras de soldados li­
cenciados o desertores, entre los que a veces hay delincuentes
comunes -com o en la antigua Yugoslavia, donde se dejó delibe­
radam ente en libertad a muchos presos con ese propósito- y jó­
venes parados que buscan una forma de ganarse la vida o de te­
ner aventuras. No suelen llevar uniforme, por lo que es difícil
diferenciarlos de los no combatientes, aunque m uchas veces lle­
van ropa o signos distintivos. Los símbolos de la cultura m ate­
rial global sirven, a menudo, casi de uniformes; por ejemplo, ga­
fas de sol Ray-ban, zapatillas Adidas, chándales y gorras. El uso
de niños-soldado no es infrecuente en África; también se ha ha­
blado de chicos de 14 años que actúan en unidades serbias. Por
ejemplo, del Frente Patriótico Nacional de Libaría, de Charles
Taylor, que invadió Sierra Leona en la Nochebuena de 1989, se
decía que aproximadamente el 30 por ciento de los soldados
eran menores de 17 años; Taylor llegó a crear una «unidad ex­
clusiva de chicos». Apoyó la invasión de Sierra Leona con un
núm ero relativamente escaso de rebeldes, a raíz de lo cual el
gobierno de dicho país reclutó a muchos ciudadanos para su
ejército, incluyendo a niños, algunos de los cuales no tenían
más que ocho años: «Muchos chicos reclutados por el ejército
del gobierno eran niños del arroyo de Freetown, que se dedica­
ban a los pequeños robos antes de su captación. Se les daba un
AK47 y la posibilidad de dedicarse al robo a mayor escala».3 La
RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña, el movimiento
fundado por las fuerzas especiales portuguesas después de la in­
dependencia de Mozambique, con el apoyo de Suráfrica) tam ­
bién reclutaba a niños, y a algunos los obligaba a volver a sus
propios pueblos y atacar a sus familias.
Las unidades de autodefensa están formadas por voluntarios
que intentan proteger sus localidades. Entre ellas están las bri­
gadas locales de Bosnia-Herzegovina, que intentaban defender a
todos los habitantes de su ciudad, por ejemplo en Tuzla; las uni­
dades de autodefensa de hutus y tutsis que intentaron detener
las matanzas de 1994; o las unidades de autodefensa en Surá­
frica, creadas por el Congreso Nacional Africano (CNA) para de­
fender pueblos y ciudades frente al Inkatha. Estas unidades son
muy difíciles de mantener, sobre todo debido a la escasez de re­
cursos. Cuando no son derrotadas, a menudo acaban colabo­
rando con los demás grupos armados y se ven arrastradas al
conflicto.
Entre los mercenarios extranjeros, hay tanto contratados de
forma individual por unidades de combate concretas, como los
que forman bandas enteras. Los primeros son, por ejemplo, an­
tiguos oficiales rusos contratados por los nuevos ejércitos post-
soviéticos o soldados británicos y franceses que se han quedado
sin trabajo por las reducciones de personal posteriores al final
de la guerra fría, que entrenan, asesoran e incluso dirigen a gru­
pos armados en Bosnia, Croacia y diversos países africanos. Las
bandas de mercenarios más conocidas son los muyahidiin, vete­
ranos de la guerra afgana, que suelen tener presencia en todos
los conflictos relacionados con el Islam, y están financiados por
los Estados islámicos, sobre todo Irán. Un fenómeno nuevo es el
de las empresas privadas de seguridad, que suelen reclutar a su
personal entre soldados retirados de Gran Bretaña o Estados
Unidos, reciben contratos tanto de gobiernos como de compa­
ñías multinacionales y, con frecuencia, están relacionadas entre
sí. Unos ejemplos de triste fama son la empresa surafricana de
mercenarios Executive Outcomes y la británica Sandline Inter­
national. Esta última se hizo famosa como consecuencia del es­
cándalo de las ventas de armas a Sierra Leona a principios de
1998. A Executive Outcomes se le atribuye un notable triunfo
militar en la defensa de las minas de diamantes de Sierra Leona
y Angola. En febrero de 1997» el gobierno de Papúa-Nueva Gui­
nea contrató a Sandline International para lanzar un ataque mi­
litar contra el secesionista Ejército Revolucionario de Bougainvi-
lle (ERB) y reabrir la mina de cobre de dicha isla; Sandline
International subcontrató a Executive Outcomes para el trabajo.4
La últim a categoría es la de las tropas extranjeras regulares
que intervienen bajo los auspicios de organizaciones internacio­
nales, sobre todo la ONU, pero también la OTAN en Bosnia, el
ECOMOG (Grupo de Vigilancia de la Tregua de la Comunidad
Económica de los Estados de África Occidental) en Liberia, y la
CEI (Confederación de Estados Independientes) o la OSCE, las
dos organizaciones que han patrocinado distintas operaciones
rusas de pacificación. En general, estas tropas no suelen interve­
nir directamente en el conflicto, aunque su presencia es muy sig­
nificativa y cumplen un papel del que hablaré en el capítulo 6.
En algunos casos, sí han participado en la lucha, como en el del
ECOMOG en Liberia y Sierra Leona o las tropas rusas de paci­
ficación en Tadjikistán; entonces adquieren varios rasgos carac­
terísticos de las demás unidades de combate.
Aunque por su reducida dimensión las unidades de combate
tiene mucho en común con la guerra de guerrillas, carecen de la
jerarquía, el orden y los sistemas verticales de mando que ca­
racterizan a los guerrilleros y que están, tomados de la guerra
moderna y de la estructura de los partidos políticos leninistas o
maoístas. Todos esos grupos actúan tanto de forma indepen­
diente como en colaboración. Los que parecen, ser ejércitos son,
en realidad, coaliciones horizontales de unidades escindidas de
las fuerzas armadas regulares, milicias locales o unidades de au ­
todefensa, bandas criminales, grupos de fanáticos y adláteres,
que han negociado asociaciones, proyectos comunes, divisiones
del trabajo y repartos de los despojos. Seguramente, el concepto
de «tela de araña» de Robert Reich para calificar la nueva es­
tructura empresarial global, al que me refería en el capítulo an­
terior (véase página 98), se puede aplicar también al nuevo arte
de la guerra.
Debido al coste, la logística y la falta de infraestructura y
conocimientos» estos «ejércitos» 0.0 suelen em plear arm am en­
to pesado» aunque» cuando lo hacen» la diferencia puede ser
enorme. El m onopolio serbio de la artillería pesada fue im por­
tante en Bosnia» como lo fue la intervención de unidades ru­
sas» con aviones y artillería, en Abjasia. Una de las razones
que explican el éxito de Executive Outcomes es su capacidad
de «llevar a cabo operaciones complejas como la utilización de
helicópteros dotados de artillería y aviones ligeros para ata­
ques terrestres».5
En general» se utilizan armas ligeras: rifles» ametralladoras,
granadas de mano, minas de tierra y, en los mejores casos, arti­
llería de escaso calibre y cohetes de corto alcance. Aunque se
suele calificar dichas armas de «baja tecnología», lo cierto es
que son resultado de una larga y compleja evolución tecnoló­
gica. En com paración con el material de la segunda guerra
mundial son mucho más ligeras» más fáciles de usar y transpor­
tar, más precisas y más difíciles de detectar. A diferencia de las
armas pesadas» las pueden emplear con gran eficacia soldados
sin formación especial» incluso niños. Los medios modernos de
comunicación también son muy im portantes porque facilitan la
cooperación entre los grupos de combatientes, sobre todo las
radios y los teléfonos móviles. Las tropas estadounidenses en
Somalia no podían escuchar las conversaciones mantenidas por
los milicianos somalíes a través de teléfonos móviles comprados
en tiendas.
El final de la guerra fría y de los conflictos asociados a ella,
como Afganistán o Suráfrica, aum entó enormemente el exce­
dente de armas. En algunos casos se combate con armas roba­
das de arsenales de ia guerra fría; así ocurrió» en gran parte, en
Bosnia-Herzegovina. En otras ocasiones» los soldados que se
han quedado sin trabajo venden sus armas en el mercado ne­
gro» o algunos fabricantes a pequeña escala (como en Pakistán)
copian sus diseños. Además, las empresas de arm am ento que
han perdido los mercados estatales buscan nuevas fuentes de
demanda. Ciertas guerras, como la de Cachemira» han adop­
tado una nueva dimensión como consecuencia de la entrada de
armamento» en este caso concreto derivada del conflicto en Af­
ganistán. Las nuevas guerras pueden considerarse una forma
de tratam iento de residuos militares, una m anera de aprove­
char los excedentes no deseados de armas generados por la
guerra fría, que representó la mayor acumulación m ilitar de la
historia.

Modelos de violencia
Las técnicas de las nuevas unidades de combate deben m u­
cho a los tipos de guerra que se desarrollaron durante la se­
gunda guerra mundial e inm ediatamente después, como reac­
ción a la guerra moderna. La guerra revolucionaria, articulada
por Mao Zedong y Che Guevara, desarrolló tácticas destinadas a
encontrar la forma de superar el problema de las grandes con­
centraciones de fuerzas convencionales y que eran prácticam en­
te lo contrario de la teoría estratégica convencional.
El objetivo central de la guerra revolucionaria es el control
del territorio mediante la obtención del apoyo de la población,
en vez de arrebatárselo a las fuerzas enemigas. Las zonas bajo
el dominio revolucionario suelen estar en regiones remotas del
país, a las que la adm inistración central no tiene fácil acceso.
Ofrecen bases desde las que las fuerzas militares pueden llevar
a cabo tácticas que m inan la moral y la eficacia de las tropas
enemigas. La guerra revolucionaria tiene ciertas semejanzas con
la teoría de la maniobra. Implica la actividad militar dispersa y
descentralizada, con especial énfasis en la sorpresa y la movili­
dad. Sin embargo, la guerra revolucionaria tiene un compo­
nente fundamental, que es la capacidad de eludir los choques
frontales, en los que la guerrilla tiene más probabilidades de ser
derrotada por su inferioridad numérica y material. Las retiradas
estratégicas son frecuentes. Según Mao Zedong: «La capacidad
de huir es precisamente una de las características de las guerri­
llas. La huida es la manera más importante de salir de la pasi­
vidad y recobrar la iniciativa».6
Todos los autores revolucionarios dan enorme im portancia
al hecho de «ganarse a la gente», no sólo en el territorio bajo
control, sino también en el terreno enemigo, de forma que la
guerrilla pueda actuar -en las famosas palabras de M ao- «como
un pez en el agua», aunque, por supuesto, tam bién se emplea­
ban métodos terroristas. La contrainsurgencia, que ha sido casi
siempre un fracaso,7 fue diseñada para contrarrestar este tipo
de guerra empleando fuerzas militares convencionales. La es­
trategia fundamental ha consistido en destruir el entorno en el
que actúan los revolucionarios, envenenar el m ar para acabar
con el pez. Técnicas como el reasentamiento forzoso desarro­
llado por los franceses en Argelia, o la destrucción de una zona
mediante minas, herbicidas o napalm, como hicieron los norte­
americanos en Vietnam, han sido utilizadas también, por ejem­
plo, por los indonesios en Timor Oriental o por el gobierno
turco contra los kurdos.
La nueva guerra adopta elementos tanto de la guerra revo­
lucionaria como de la contrainsurgencia. De la prim era toma
prestada la estrategia de dom inar el territorio mediante el con­
trol político, más que arrebatándoselo a las fuerzas enemigas.
Es ligeramente más fácil de lo que era para las fuerzas revolu­
cionarias, porque, en la mayoría de los casos, la autoridad cen­
tral está muy debilitada y los principales rivales por el control
del territorio no son gobiernos con tropas modernas convencio­
nales sino unidades de combate bastante parecidas, aunque se
denom inen ejércitos regulares. No obstante, como en el caso de
la guerra revolucionaria, las diversas facciones siguen elu­
diendo el combate, en general, para conservar hombres y m ate­
rial. Las retiradas estratégicas son frecuentes y el territorio se
cede al que parece ser el bando más fuerte. Con frecuencia, las
diversas facciones colaboran a la hora de repartirse el territorio
entre ellas.
Sin embargo, una gran diferencia entre los revolucionarios
y los nuevos guerreros es el método para obtener el control po­
lítico. Para los revolucionarios, la ideología era muy im por­
tante; aunque el miedo era un elemento significativo, el obje­
tivo central consistía en el apoyo y la adhesión de la población
a la idea revolucionaria. Por esa razón, los revolucionarios in­
tentaban construir sociedades modelo en las zonas que domi­
naban. En cambio, los nuevos guerreros establecen el control
político mediante la adhesión a una etiqueta» más que a una
idea. En el nuevo «mundo feliz» democratizado» en el que la
movilización política se basa en etiquetas y las elecciones y los
referendos son, muchas veces, meras formas de hacer el censo,
ello significa que la mayoría de la gente que vive en el territo­
rio controlado debe ajustarse a la etiqueta apropiada. Todos los
demás tienen que ser eliminados. En realidad» incluso en zonas
no dem ocratizadas, el miedo a 1a. oposición, la disidencia o la
insurgencia refuerza esa exigencia de homogeneizar a la pobla­
ción basándose en la identidad.
Ésa es la razón de que el principal método de control terri­
torial no sea el apoyo de la población, como en el caso de la
guerra revolucionaria, sino su desplazamiento, la eliminación
de todos los posibles opositores. Para ello, la nueva guerra to­
ma prestadas de la contrainsurgencia las técnicas de «envene­
nar el m ar», unas técnicas que perfeccionaron los movimientos
guerrilleros creados o promovidos por los gobiernos occidenta­
les -con su experiencia en las labores de contrainsurgencia-
para derrocar a gobiernos de izquierda en los conflictos «de ba­
ja intensidad» de los años ochenta: tal es el caso del RENAMO
en Mozambique, los muyahidiin en Afganistán o la contra en
Nicaragua. De hecho, esta estrategia fue una reacción ante el
fracaso de la contrainsurgencia en Vietnam y los países del sur
de Africa y la conclusión implícita de que la guerra m oderna
convencional ya no es una opción viable.
En lugar de crear un entorno favorable para la guerrilla, la
nueva guerra pretende construir un entorno desfavorable para
todos aquellos a los que no puede controlar. El dominio del pro­
pio bando se basa en la distribución de beneficios positivos,
puesto que, en las condiciones empobrecidas y caóticas de las
nuevas guerras, no hay gran cosa que ofrecer. Depende, más
bien, de m antener el miedo y la inseguridad y de perpetuar los
odios recíprocos. De ahí la im portancia de cometer atrocidades
desmesuradas y espectaculares y de involucrar al mayor nú­
mero posible de personas en dichos crímenes, con el fin de ins­
taurar una complicidad compartida, sancionar la violencia con­
tra «otro» al que se odia y hacer más intensas las divisiones.
Las técnicas de desplazamiento de la población incluyen:
1) Asesinato sistemático de los que se adhieren a otras etiquetas,
como en Ruanda, La matanza de tutsis en 1994 fue dirigida por
funcionarios del gobierno y el ejército. Según Human Rights
Watch: «En lugares como la comuna de Nyakizu, en el sur de
Ruanda, los funcionarios locales y otrol asesinos iban a "traba­
jar” todas las mañanas. Después de una jornada “de trabajo”,
matando tutsis, volvían a casa “cantando".,. Los “trabajadores”
volvían al día siguiente, y así hasta que terminasen el trabajo, es
decir» hasta que murieran todos los tutsis».8
2) La limpieza étnica, es decir, la expulsión forzosa de la pobla­
ción, corno en Bosnía-Herzegovina (véase el capítulo 3) o en la
región transcaucásica. En Abjasia, otro ejemplo, los abjasos no
eran más que el 17 por ciento de la población. Para controlar el
territorio, las fuerzas secesionistas tuvieron que expulsar a la
mayoría de ios demás habitantes, principalmente georgianos.
3) Hacer inhabitable una zona. Puede ser en sentido físico, a
base de sem brar minas antipersonales o arrojando bombas y
cohetes contra objetivos civiles, sobre todo casas, hospitales o
lugares populosos, como los mercados o las fuentes de agua.
Puede ser en sentido económico, mediante ham brunas provo­
cadas o asedios. Privando a los habitantes de su modo de vida,
hasta que m ueran de hambre, como en ei sur de Sudán, o se
vean obligados a emigran Y puede ser en sentido psicológico,
introduciendo recuerdos insoportables de lo que en otro tiem­
po era su hogar, profanando todo lo que posea significado so­
cial. Un método es la destrucción de la historia y la cultura, la
eliminación de los hitos concretos que definen el entorno cul­
tural para determinados grupos de personas. La destrucción de
edificios religiosos y monum entos históricos pretende borrar
todas las huellas de vínculos culturales con una zona especí­
fica. En Banja Luka, en. el apogeo de la guerra, los serbios des­
truyeron las 17 mezquitas y todas las iglesias católicas menos
una. En concreto, demolieron dos hermosísimas mezquitas del
siglo xvi; cayeron un viernes, y el lunes ei terreno estaba alla­
nado y con hierba plantada. Otros métodos de profanación son
la violación y los abusos sexuales sistemáticos, que son caracte­
rísticos de varias guerras, y otros actos de brutalidad públicos
y muy visibles. Los métodos psicológicos tienen la ventaja de
que m arcan diferencias entre personas correspondientes a di­
versas «etiquetas».
Todas estas técnicas entran en la definición de genocidio pre­
vista en la Convención de Ginebra de 1948. El artículo 2 dice:
En la presente Convención, genocidio significa cualquiera
de los actos siguientes, cometidos con intención de destruir, total
o parcialmente, a un grupo nacional, racial o religioso: a) m atar
a miembros del grupo; b) causar graves daños físicos o m enta­
les a miembros del grupo; c) im poner al grupo de forma delibe­
rada unas condiciones de vida calculadas para producir su des­
trucción física total o parcial; d) imponer medidas destinadas a
impedir los nacimientos en el grupo; e) transferir por la fuerza
a los niños de un grupo a otro.9

En definitiva, los que considerábamos efectos secundarios


indeseables e ilegítimos de las viejas guerras se han vuelto esen­
ciales en la forma de lucha de las nuevas. Se dice, en ocasiones,
que las nuevas guerras son un retroceso al primitivismo. Pero
las guerras primitivas eran muy ritualistas y se atenían a unas
limitaciones sociales. Éstas de ahora son racionales, en el sen­
tido de que aplican el pensamiento racional a los objetivos de la
guerra y rechazan las limitaciones normativas.
El modelo de violencia en el nuevo tipo de guerra se con­
firma con los datos estadísticos. La tendencia a evitar el com­
bate y dirigir la mayor parte de la violencia contra los civiles se
dem uestra por el drástico aumento de la proporción de bajas
entre la población. A principios del siglo xx, un 85-90 por ciento
de las bajas de guerra eran militares. En la segunda guerra
mundial, aproximadamente la mitad de todas las muertes fue­
ron civiles. A finales de los años noventa, las proporciones de
hace 100 años se han invertido casi exactamente, de forma que,
en la actualidad, aproximadamente el 80 por ciento de todas las
bajas de guerra son civiles.10
La importancia del desplazamiento de la población queda
patente en las cifras sobre refugiados y personas desplazadas.
Según el ACNUR, el número de refugiados en todo el mundo
aumentó de 2,4 millones de personas en 1975 a 10,5 millones en
1985 y 14,4 millones en 1995 (un descenso respecto a los 18,2 mi­
llones de 1992, gracias a la repatriación de 9 millones de perso­
nas). Esta cifra incluye sólo a los refugiados que cruzan fronte­
ras internacionales. Según esas mismas cifras, hay otros 5,4 m i­
llones de personas desplazadas dentro de su propio país.11 Las
cifras facilitadas por el Comité para los Refugiados norteameri­
cano son muy superiores: de unos 22 millones en 1980 a 38 m i­
llones en 1995, de los que aproximadamente la mitad son despla­
zados dentro del mismo país.12 Con estos últimos datos, Myron
Weiner ha calculado que el número de refugiados por conflicto
se ha duplicado, más o menos, desde 1969: de 287.000 por con­
flicto entonces a 459.000 por conflicto en 1992. Pero el incre­
mento de personas desplazadas dentro del propio país ha aumen­
tado de forma todavía más drástica, de 40.000 por conflicto en
1969 a 857.000 por conflicto en 1992.13

La financiación del esfuerzo de guerra


Las nuevas guerras se producen en un contexto que puede
describirse como una versión extrema de la globalización. La
producción radicada en el territorio se derrumba, prácticamente,
como consecuencia de la liberalización y la retirada del apoyo
estatal, o por destrucción física (pillaje, bombardeos, etcétera), o
porque los mercados se quedan aislados debido a la desintegra­
ción de los Estados, los combates, los bloqueos deliberadamente
impuestos por potencias extranjeras o, sobre todo, por unidades
de combate sobre el terreno; o porque resulta imposible adquirir
piezas de recambio, materias primas y combustible. En ciertos
casos se siguen produciendo algunos artículos valiosos -por ejem­
plo, diamantes en Angola y Sierra Leona, lapislázuli y esmeral­
das en Afganistán, drogas en Colombia y Tadjikistán- que pro­
porcionan una fuente de ingresos para cualquiera que sea capaz
de ofrecer «protección». El desempleo es muy alto y, mientras
los gobiernos siguen gastando, la inflación se dispara. En casos
extremos, la moneda se desploma y es sustituida por el trueque,
el uso de mercancías valiosas en lugar de dinero o la circulación
de divisas extranjeras, dólares o marcos alemanes.
Dada la erosión de la base fiscal, por la caída de la produc­
ción y por las dificultades para recaudar» los gobiernos» como
los grupos m ilitares privatizados, necesitan buscar fuentes al­
ternativas de financiación para sostener sus actividades violen­
tas. Teniendo en cuenta el derrum be de la actividad productiva,
las principales fuentes son, o bien lo que Mark Duffield llama
la «transferencia de bienes»,14 es decir, la redistribución de los
bienes existentes para favorecer a las unidades de com bate, o
la ayuda exterior. Las formas más sencillas de transferencia de
bienes son el saqueo, el robo, la extorsión, el pillaje y la tom a
de rehenes. Están generalizadas en todas las guerras contem po­
ráneas. Se m ata a los ricos para robarles el oro y los objetos
valiosos; se transfieren propiedades después de las operaciones
de limpieza étnica; los milicianos se llevan m anadas y reba­
ños;15 se saquean tiendas y fábricas cada vez que se tom a una
ciudad. Se captura a rehenes que luego son intercam biados por
alimentos, arm as u otros rehenes, prisioneros de guerra o ca­
dáveres.
Una segunda forma de transferencia de bienes es la presión
del mercado. Una característica típica de las nuevas guerras es
la existencia de numerosos controles que vigilan los suministros
de alimentos y artículos de prim era necesidad. Los asedios y los
bloqueos, la división del territorio entre distintos grupos para-
militares, perm iten que las unidades de combate controlen los
precios de mercado. Un caso típico, observado en Sudán, la an­
tigua Yugoslavia y otros lugares, es el de que se obligue a los
habitantes de las ciudades e incluso a ios granjeros a vender sus
bienes -coches, frigoríficos, televisores o vacas- a precios ri­
diculamente bajos, a cambio de artículos de prim era necesidad
muy caros, sólo para poder sobrevivir.
Otras actividades generadoras de ingresos y más perfecciona­
das son los «impuestos de guerra» o el dinero a cambio de «pro­
tección», procedente de la producción, de artículos de primera,
necesidad y diversas formas de tráfico ilegal. La producción y
venta de drogas es una fuente de ingresos fundamental en Co­
lombia, Perú y Tadjikistán. Se calcula que los ingresos por este
capítulo representan el 70 por ciento de los ingresos de la oposi­
ción en Tadjikistán, y se dice que los ingresos de las guerrillas
colombianas son de unos 300 millones de dólares al año, com­
parados con un gasto del gobierno en materia de defensa de
1.400 millones de dólares.16 El tráfico de drogas y armas o el
blanqueo de dinero y la violación de las sanciones son ejemplos
de actividades criminales que producen ingresos y en las que par­
ticipan los distintos grupos militares.
Sin embargo, dada la caída de la producción interior, la
ayuda exterior es fundamental, porque las armas, las municio­
nes, los alimentos, por no hablar de los Mercedes y las gafas
Rav Ban, tienen que.importarse. La ayuda exterior puede adop­
tar las siguientes formas:

1) Remesas desde el extranjero a las familias, por ejemplo,


de los trabajadores sudaneses o palestinos en los países produc­
tores de petróleo de Oriente Próximo, o los trabajadores bosnios
y croatas en Alemania y Austria. Dichos envíos pueden conver­
tirse en recursos militares mediante las diversas formas de
transferencia de bienes descritas anteriormente.
2) Ayuda directa de los expatriados. En ella se incluyen
ayuda material, armas y dinero, por ejemplo de los norteam eri­
canos de origen irlandés al IRA, de los armenios repartidos por
el mundo a Nagomo-Karabaj, de los croatas de Canadá al par­
tido gobernante en Croacia, y así sucesivamente.
3) Ayuda de gobiernos extranjeros. Durante la guerra fría,
tanto las fuerzas regulares como las guerrillas dependían de las
superpotencias que las patrocinaban. Ahora, esta fuente de
ayuda se ha secado bastante, aunque Estados Unidos sigue
apoyando a una serie de gobiernos. Los Estados vecinos suelen
dar su apoyo a facciones concretas, con ei fin de defender a las
minorías, o debido a la presencia de grandes cantidades de re­
fugiados, o por su participación en varios tipos de acuerdos co­
merciales (ilegales). Así, Serbia y Croacia han ayudado a los
pequeños Estados surgidos dentro de Bosnia-Herzegovina con
los que m antienen una relación clientelar; Armenia apoyó a
Nagomo-Karabaj; Rusia ha ayudado a diversos movimientos
secesionistas en sus fronteras: no se sabe si lo hace como m a­
nera de restablecer el control sobre el espacio postsoviético o
por intereses concretos de la mafia o el ejército; Ruanda apoyó
a la oposición en Zaire como medio de evitar que las milicias
hutu actuaran desde los campos de refugiados situados en di­
cho país; y Uganda sostuvo al Frente Patriótico de Ruanda que
se hizo cargo del poder tras las m atanzas de 1994 y sigue apo­
yando al EPLS en el sur de Sudán (a cambio, el gobierno suda­
nés apoya al Ejército de la Resistencia del Señor en Uganda).
Otros gobiernos extranjeros que ofrecen su apoyo son los de las
antiguas potencias coloniales, preocupadas por la «estabili­
dad»: por ejemplo, Francia y Bélgica en África central o los Es­
tados islámicos.
4) Ayuda humanitaria. Existen varias maneras de que los go­
biernos y las facciones en lucha desvíen la ayuda hum anitaria
para su propio beneficio. De hecho, los donantes consideran
que un desvío del 5 por ciento de la ayuda es aceptable si se tie­
nen en cuenta las necesidades de los sectores más vulnerables
de la población. El método más común es el de los «derechos
de aduanas». Los croatas de Bosnia exigían el 27 por ciento por
la ayuda hum anitaria transportada a través de la llamada Her-
zeg-Bosne, que, en el apogeo de la guerra, era la única forma de
llegar a ciertas zonas centrales de Bosnia. Pero hay otros méto­
dos, incluidos el robo y la emboscada. El gobierno sudanés y el
etíope insistían en utilizar un tipo de cambio oficial sobrevalo-
rado y, de esa forma, podían aprovecharse de los suministros de
ayuda humanitaria.

Fundamentalmente, la fragmentación y la informalización


de la guerra corren paralelas a la informalización de la econo­
mía. En lugar de la economía formal nacional, con su acento en
la producción industrial y la regulación estatal, se establece un
nuevo tipo de economía informal globalizada en el que los flu­
jos exteriores, sobre todo la ayuda hum anitaria y los envíos
desde el extranjero, se incorporan a una economía local y regio­
nal basada en la transferencia de bienes y el comercio extrale­
gal. La figura 5.1 muestra los flujos de recursos típicos en una
nueva guerra. Se supone que no hay producción ni impuestos.
Por el contrario, la ayuda externa a la gente de la calle, en
forma de envíos personales y ayuda hum anitaria, se convierte, a
través de diversas formas de transferencia de bienes y tráfico de
Figura 5.1 Circulación de recursos en las nuevas guerras
mercancías en el mercado negro» en recursos militares. La ayu­
da directa de los gobiernos extranjeros, los pagos por la protec­
ción de los productores de artículos y la ayuda de los expatría-
dos mejoran la capacidad de las distintas unidades de combate
a la hora de obtener nuevos recursos de la gente corriente y sos­
tener sus esfuerzos militares.
Mark Duffield describe cómo se desarrolló el proceso en el
caso sudanés, en el que funcionaba un tráfico ilegal de dólares
con la participación de Sudán, Zaire y Uganda y se utilizaban
los convoyes de ayuda como transportes y como medio de con­
trolar los precios;

«En el caso de Sudán, la economía paralela consiste en una


serie de niveles o sistemas interconectados. La transferencia lo­
cal de bienes está unida a la actividad mercantil extralegal de
ámbito nacional. A su vez, ésta se articula con relaciones políti­
cas y de Estado, de nivel superior, junto a redes paralelas, regio­
nales e internacionales, que comercian con artículos y divisas
fuertes. Éste es el nivel en el que puede darse inicialmente la in­
tegración de la ayuda internacional y la ayuda hum anitaria con
la economía paralela. A medida que los activos circulan hacia
arriba y hacia afuera, con la culminación en la fuga de capita­
les, la ayuda internacional circula hacia abajo a través de los
mismos sistemas de poder u otros relacionados».17

Igual que es posible encontrar ejemplos de cooperación mi­


litar entre unidades de combate para repartirse el territorio o
alimentar el odio recíproco entre las poblaciones respectivas,
también es posible encontrar ejemplos de cooperación econó­
mica. David Keen describe el denominado «juego de las ventas»
en Sierra Leona, que consiste en que las fuerzas gubernam enta­
les venden armas y municiones a los rebeldes:

«[Las fuerzas del gobierno] se retiran de una ciudad y aban­


donan armas y municiones para los rebeldes que llegan detrás
de ellos. Los rebeldes recogen las armas, arrancan el botín a los
habitantes, sobre todo en forma de dinero, y luego se retiran
también. Entonces, las fuerzas gubernamentales vuelven a ocu­
par la ciudad» emprenden su propio saqueo» normalmente de
propiedades (porque a los rebeldes les cuesta disponer de ellas),
y realizan actividades mineras ilegales».18
John Simpson cuenta cómo los soldados del gobierno perua­
no ponen en libertad a guerrilleros capturados de Sendero Lumi­
noso «aparentemente, para perpetuar la inseguridad en zonas en
las que los oficiales pueden sacar provecho del tráfico ilegal; en
este caso, sobre todo» tráfico de cocaína».f,í Existen ejemplos si­
milares en la guerra de Bosnia» que he descrito en el capítulo 3.
Algunos autores -afirman que el nuevo tipo de guerra se ex­
plica por la motivación económica. David Keen sugiere que
«una guerra en la que se eluden los combates pero se ataca a
los civiles indefensos y al final» tal vez» se acaba uno comprando
un Mercedes» puede tener más sentido... [que] arriesgarse a m o­
rir en nombre de una nación-estado con poca o ninguna pers­
pectiva de beneficios económicos significativos».20 Pero la moti­
vación económica» por sí sola» es insuficiente para explicar la
dimensión» la brutalidad y el absoluto salvajismo de las nuevas
guerras.21 No hay duda de que algunos se unen a la lucha como
forma de legitimar actividades criminales, dar una justificación
política a lo que hacen y obtener la aprobación social para sus
métodos -ilegales- de ganar dinero. Es indudable que hay otros
-personas racionales con ambición de poder» fanáticos extremis­
tas o víctimas empeñadas en la venganza- que emprenden acti­
vidades criminales para apoyar sus objetivos militares y políti­
cos, Pero otros se ven obligados a intervenir empujados por el
miedo y el hambre.
Lo im portante es que las distinciones modernas entre lo po­
lítico y lo económico» lo público y lo privado» lo militar y lo ci­
vil» se están desvaneciendo. El control político es necesario para
afianzar las nuevas formas coercitivas de intercambio econó­
mico» que, a su vez» son necesarias para proporcionar una base
financiera viable a los nuevos gángsteres y poderosos en el con­
texto de la desintegración y la marginación económica del Es­
tado. Se está estableciendo una nueva serie de relaciones socia­
les retrógradas en las que la economía y la violencia están
profundam ente entrelazadas dentro del marco común de la po­
lítica de identidades.
La extensión de la violencia
El nuevo tipo de guerra es una condición social depreda­
dora.22 Aunque es posible controlar a grupos o individuos con­
cretos, es muy difícil controlar la condición social, tanto en el
espacio como en el tiempo. Los países vecinos son los que su­
fren los efectos inmediatos. El coste de la guerra en lo que res­
pecta al comercio perdido, sobre todo cuando se introducen
sanciones o bloqueos de las comunicaciones, o cuando se cie­
rran las fronteras, deliberadamente o causa de los combates; la
carga de los refugiados, porque suelen ser los Estados vecinos
los que aceptan al mayor número; la expansión de los circuitos
comerciales ilegales, y el desbordamiento de la política de iden­
tidades son factores que reproducen las condiciones en las que
prosperan las nuevas formas de violencia.
La ONG Saferworld ha calculado el coste del conflicto para
los países vecinos en varios casos. Un ejemplo es la guerra en
Mozambique, que era una im portante ruta comercial para paí­
ses sin salida al m ar como Zambia, Zimbabwe, Malawi, Botswa­
na y Suazilandia. Malawi perdió todo su comercio con Mozam­
bique, y se calculaba que los costes de transporte adicionales en
el apogeo de la guerra representaban un 11 por ciento de los in­
gresos anuales por exportaciones; igualmente, el comercio con
Zimbabwe sufrió una drástica reducción y se calculó que el
coste de desviar las mercancías a través de Suráfrica ascendía a
825 millones de dólares en precios de 1988.23 En los Balcanes, el
descenso del PIB tras las guerras en Croacia y Bosnia-Herzego-
vina, como consecuencia de la pérdida de comercio -p o r el cie­
rre de las fronteras y las sanciones- y el aumento del coste del
transporte, fue más o menos inversamente proporcional a la
distancia respecto al epicentro de la violencia. La disminución
del PIB en Bosnia-Herzegovina fue la más drástica, con una caí­
da de 2.719 dólares per cápita, antes de que estallase la guerra,
a sólo 250 dólares per cápita al terminar. Alrededor de Bosnia-
Herzegovina existe un anillo interior de países -Serbia-Monte-
negro, Croacia y M acedonia- cuyos PIB descendieron al 49 por
ciento, 65 por ciento y 55 por ciento de sus niveles de 1989, res­
pectivamente. En 1996, Serbia-Montenegro y Macedonia apenas
habían logrado detener la caída, mientras que Croacia pudo
conseguir un mínimo crecimiento. Alrededor de estos tres paí­
ses hay un segundo anillo formado por otros países afectados
-Albania, Bulgaria, Rumania y Eslovenia-, cuyos PIB cayeron al
81 por ciento, el 88 por ciento, el 73 por ciento y el 90 por
ciento de sus niveles de 1989. Por último, el anillo exterior
-Hungría, Grecia y Turquía- también experimentó pérdidas eco­
nómicas debidas a la guerra.24
Además de los costes económicos directos, los países vecinos
soportan la mayor carga de refugiados. Casi todos se asientan en
las naciones limítrofes. Según cifras del ACNUR, de los 14,5 mi­
llones de refugiados registrados en 1995, la mayoría (6,7 millones
y 5,0 millones respectivamente) viven en África y Asia. Entre los
países que acogen a más de 500.000 refugiados están Guinea (de
Liberia y Sierra Leona), Sudán (sobre todo de Etiopía, Eritrea y
Chad), Tanzania (sobre todo de Ruanda y Burundi), Zaire (que,
en 1995, había recibido a 1,7 millones de refugiados, de los que
1,2 millones procedían de Ruanda y el resto, principalmente, de
Angola, Burundi y Sudán), Irán (de Afganistán e Irak), Pakistán
(también de Afganistán e Irak), Alemania (sobre todo, de la an­
tigua Yugoslavia) y Estados Unidos. En Europa, detrás de Ale­
mania, los mayores receptores de refugiados han sido Croacia y
Serbia-Montenegro. Estas gigantescas concentraciones de refu­
giados no sólo son una inmensa carga económica para países
que ya son pobres, sino que representan una fuente permanente
de tensiones entre los refugiados y las poblaciones de acogida.
Por motivos económicos, ya que compiten por los recursos; por
motivos políticos, dado que representan una presión perm a­
nente sobre los gobiernos de acogida para que emprendan ac­
ciones que les perm itan regresar; y por motivos de seguridad,
porque las diversas facciones utilizan muchas veces los campa­
mentos como bases para sus fines. El ejemplo más antiguo de
las cargas tanto económicas como políticas lo constituyen los
refugiados palestinos apiñados en Cisjordania y Gaza o estable­
cidos en Jordania y Líbano. No obstante, igual que en el caso de
los refugiados palestinos, hasta un millón aproximadamente de
refugiados azeríes, de Nagorno-Karabaj, en Azerbaiyán, las PDI ;
(Personas Desplazadas en el Interior) georgianas de Abjasia en
Georgia o los refugiados y las PDI en las antiguas repúblicas
yugoslavas son, todos ellos, una fuente permanente de presión
política que exige acciones drásticas. En Zaire» los campos de
refugiados hutus sirvieron de base para las milicias y contribu­
yeron a la movilización de los tutsls zaireños contra el régimen
de Mobutu.
Los circuitos comerciales ilegales son otro conducto para la
difusión del nuevo tipo de economía de guerra. Las rutas comer­
ciales cruzan necesariamente las fronteras. La inestabilidad en
Albania, a mediados de los años noventa, fue consecuencia, sobre
todo, del crecimiento de los grupos mañosos muy relacionados
con los círculos de poder que violaban las sanciones contra Ser-
bia-Montenegro e introducían armas en Bosnia-Herzegovina, Las
tram as piramidales que se derrumbaron de forma tan espectacu­
lar servían para financiar esas actividades: un caso típico de
transferencia de bienes. Las grandes partidas de armas entrega­
das por Estados Unidos a los grupos guerrilleros afganos en los
años ochenta (muchas de las cuales se desviaron) se convirtieron
en redes de tráfico de armas y drogas que abarcaban Afganistán,
Pakistán, Cachemira y Tadjikistán.25 Mark Duffield muestra que
en el tráfico ilegal de dólares vinculado a la guerra en Sudán,
intervenían «zaireños con oro que querían bienes importados,
alimentos y combustible; sudaneses con dólares que querían ali­
mentos, ropas y café; y ugandeses con bienes importados que
querían oro y dólares para los mercados paralelos de Kampala».26
Por último, la política de identidades tiene tendencia a ex­
tenderse. Todos los grupos basados en la identidad, sea en fun­
ción del lenguaje, la religión o alguna otra forma de diferencia­
ción, se desbordan por encima de las fronteras; al fin y al cabo,
la heterogeneidad de identidades es precisamente lo que ofrece
la oportunidad para diversas formas de exclusivismo. Las mayo­
rías en un país son minorías en otro: los tutsis en Ruanda, Bu­
rundi y Zaire; los rusos en casi todos los Estados postsoviéticos,
sobre todo los llamados cosacos en las fronteras de Rusia; los
grupos islámicos en Asia central. Éstos son algunos de los nu­
merosos vectores por los que pasa la identidad política.
Es posible identificar grupos regionales en expansión que se
caracterizan por esta condición social depredadora de las eco­
nomías de las nuevas guerras. Myron Weiner los llama los «ma­
los vecindarios». Los ejemplos más claros son la región balcá­
nica que rodea Bosnia-Herzegovina; la zona del Cáucaso, que se
extiende desde Chechenia hacía el sur, hasta el oeste de Turquía
y el norte de Irán; el Cuerno de Áífica» que comprende Etiopía,
Eritrea, Somalia y Sudán; Africa central, especialmente Ruanda,
Burundi y Zaire; los países de África occidental que rodean Li­
berta y Sierra Leona; y Asía central» desde Tadjikistán hasta In­
dia. Los países que acogen a los refugiados palestinos pueden
considerarse otro grupo; desde que Israel firmó la paz con los
Estados vecinos, el conflicto ya no se califica de una guerra en­
tre Estados y ha empezado a m ostrar algunas características de
los nuevos tipos de conflicto.

Conclusión
Las nuevas guerras tienen objetivos políticos. La meta es la
movilización política basada en la identidad. La estrategia mili­
tar para lograrlo es el desplazamiento de la población y la de­
sestabilización, con el fin de deshacerse de aquellos cuya identi­
dad es distinta y fomentar el odio y el miedo. No obstante, esta
lorma divisiva y exciuyente de política no puede separarse de su
base económica. Las diversas facciones políticas y militares sa­
quean los bienes de la gente com ente y los despojos del Estado,
y se quedan con la ayuda exterior destinada a las víctimas, de
una forma que sólo es posible en condiciones de guerra o próxi­
mas a ella. En otras palabras, la guerra proporciona la legitima­
ción de diversas formas criminales de enriquecimiento privado,
que, al misino tiempo, son. fuentes necesarias de ingresos para
sostener el conflicto. Las partes enfrentadas necesitan un con­
flicto más o menos permanente para reproducir sus posiciones
de poder y tener acceso a los recursos.
Aunque estas relaciones sociales depredadoras predominan,
sobre todo, en las zonas de guerra, también caracterizan a las
regiones circundantes. Dado que la participación en el conflicto
es relativamente baja (en Bosnia, sólo el 6,5 por ciento de la po­
blación intervino directamente en ei desarrollo de la guerra), la
diferencia entre las zonas de combates y las zonas aparente­
mente de paz no está tan clara como en épocas anteriores. Así
como es difícil distinguir entre lo político y lo económico, lo pú­
blico y lo privado, lo militar y lo civil, también es cada vez más
difícil distinguir entre la guerra y la paz. La nueva economía de
guerra puede representarse como un continuo que empieza con
la, combinación de delincuencia y racismo existente en los ba­
rrios más pobres de las ciudades europeas y de Norteamérica y
alcanza su manifestación más aguda en las zonas donde la vio­
lencia tiene mayor dimensión.
Si la violencia y la depredación están presentes en las que se
consideran zonas de paz, tam bién es posible encontrar islas de
civismo en casi todas las zonas de guerra. Son mucho menos
conocidas que éstas, porque de lo que se suele hablar es de la
violencia y el crimen, y no de la normalidad. Pero existen regio­
nes en las que los aparatos locales del Estado siguen funcionan­
do, se recaudan impuestos, se ofrecen servicios y se mantiene
cierta producción. Hay grupos que defienden valores hum anis­
tas y rechazan la política del particularismo. La ciudad de Tuzla
en Bosnia-Herzegovina es un ejemplo famoso. Las unidades de
autodefensa creadas en el sur de Ruanda son otro. Aisladas, es­
tas islas de civismo son difíciles de conservar, porque están asfi­
xiadas por la polarización de la violencia, pero es precisam en­
te el carácter fragmentado y descentralizado del nuevo tipo de
guerra lo que hace posibles tales ejemplos.
Las nuevas guerras, precisamente porque son una condición
social que surge a medida que decae la economía política for­
mal, son muy difíciles de terminar. Las negociaciones diplomá­
ticas desde arriba no tienen en cuenta las relaciones sociales
subyacentes; tratan a las diversas facciones como si fueran pro-
toestados. Un alto el fuego o una tregua provisional puede legi­
tim ar simplemente los nuevos acuerdos o pactos que, por el
momento, convengan a las distintas partes. Las tropas de pacifi­
cación enviadas para vigilar un alto el fuego que refleja el statu
quo pueden ayudar a m antener una división del territorio e im­
pedir el regreso de los refugiados. La reconstrucción económica
canalizada a través de las «autoridades políticas» existentes pue­
de proporcionar simplemente nuevas fuentes de ingresos, en pa­
ralelo al agotamiento de los recursos locales. Mientras las rela­
ciones de poder sigan siendo las mismas, la violencia empezará
de nuevo, tarde o temprano.
El miedo, el odio y la depredación no son recetas para for­
mas de gobierno viables a largo plazo. En realidad, este tipo de
economía de guerra está constantemente al borde del agota­
miento, Pero ello no significa que dichos elementos vayan a de­
saparecer por voluntad propia. Tiene que haber alguna alterna­
tiva. En el próximo capítulo voy a examinar las posibilidades en
ese sentido; en especial, cómo las islas de civismo pueden ofre­
cer una lógica capaz de contrarrestar la nueva guerra.
e
Hacía una c e r c i . - - ' ^ 'osmopo-ita

A principios de los años noventa, había gran optimismo so­


bre las posibilidades de resolver los problemas mundiales» espe­
cialmente las guerras. En el Programa para la Paz, el secretario
general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, hablaba de una «se­
gunda oportunidad» para la ONU, ahora que sus actividades no
tenían el obstáculo de la guerra fría. El término «comunidad in­
ternacional», con el sentido de un grupo cohesionado de gobier­
nos que actúan a través de organizaciones internacionales, pasó
a formar parte del lenguaje cotidiano. Varios conflictos parecían
estar cerca de una solución: Camboya, Namibia, Angola, Stirá-
frica, Nicaragua, Afganistán. Y en los conflictos que no estaban
resueltos, la idea del derecho y el deber de intervenir por m oti­
vos humanitarios, enunciada por el m inistro francés y ex presi­
dente de Médicos Sin Fronteras, B em ard Kouchner, parecían
cobrar validez general.
El número de operaciones de pacificación de la ONU au­
mentó de forma espectacular durante los años noventa, así como
la variedad de tareas que se solicitaban de ella: entrega de ayuda
humanitaria, protección de personas en zonas de seguridad, de­
sarme y desmovilización, creación de un entorno seguro para ce­
lebrar elecciones, informes sobre violaciones de las leyes hum a­
nitarias internacionales, además de las tareas tradicionales de
vigilancia y mantenimiento de acuerdos de alto el fuego. Los
mandatos se reforzaron; tanto en Somalia como en Bosnia, se
autorizó a las tropas de pacificación a actuar con arreglo al Ca­
pítulo VII de la Carta de las Naciones Unidas, que permite el uso
de la fuerza. Además, la ONU no era el único organismo que pa­
trocinaba operaciones multinacionales de mantenimiento de la
paz; organizaciones regionales como la OTAN, la CEI o la Co­
munidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS)
también se encargaban de organizar misiones de pacificación.
Sin embargo, pese a las esperanzas y las buenas intenciones,
la experiencia de lo que lia p a s a d o denominarse intervención
humanitaria, hasta ahora, ha sido frustrante, por no decir más.
En los mejores casos, se ha alimentado a la población y se ha
pactado algún frágil alto el fuego, aunque no está claro si esto
se puede achacar a la presencia de las tropas de pacificación.
En los peores, la ONU ha salido avergonzada y humillada,
como, por ejemplo, cuando no logró impedir el genocidio en
Ruanda, cuando ios serbobosnios invadieron la presunta zona
de seguridad de Srebrenica o cuando la caza del caudillo somalí
Aideed term inó en una mezcla de farsa y tragedia.
Se han dado muchas explicaciones de estos fracasos -la corta
visión de los políticos, el papel de los medios de comunicación,
que agitan las conciencias públicas en determinados momentos y
lugares, la falta de coordinación de los gobiernos y los organis­
mos internacionales, la escasez de recursos-, y todas ellas tienen
algo de cierto. Pero la explicación más importante es la que cons­
tituyen las percepciones engañosas, la persistencia de modos de
pensamiento caducos sobre la violencia organizada, la incapaci­
dad de entender el carácter y la lógica del nuevo estilo bélico.
Ante las nuevas guerras, una reacción ha sido considerarlas como
las guerras clausewitzíanas, en las que las partes del conflicto son
Estados o, si no Estados, al menos grupos que reivindican un Es­
tado. Muchos de los términos empleados, como «intervención»,
«mantenimiento de la paz», «pacificación», «soberanía», «guerra
civil», están extraídos de concepciones del Estado-nación y la
guerra moderna que no sólo son difíciles de aplicar en el con­
texto actual, sino que pueden incluso plantear un obstáculo para
actuar como corresponde. La otra reacción ha sido de fatalismo.
Como no es posible concebir las guerras en términos tradiciona­
les, se supone que representan un retroceso al primitivismo o la
anarquía y que, por consiguiente, no se puede hacer nada más
que aliviar los síntomas. En otras palabras, las guerras se tratan
como desastres naturales; de ahí el uso de términos como «emer­
gencias complejas», que carecen de significado político. En reali­
dad, incluso la palabra «humanitario» ha adquirido un signifi­
cado no político en ios años noventa. Ha pasado a asociarse con
el suministro de auxilio humanitario en situaciones de guerra, la
ayuda a los no combatientes o los heridos, en vez del respeto a
los derechos humanos que estaba implícito en el uso clásico del
término «intervención humanitaria».1
El análisis de los capítulos anteriores sugiere un enfoque dis­
tinto para intentar solucionar estos conflictos. Lo que se necesita
es una respuesta mucho más política a las nuevas guerras. A la
estrategia de sem brar «miedo y odio» debe oponerse otra de «ga­
narse a la gente». A la política de la exclusión debe oponerse una
política de inclusión; al carácter criminal de los caudillos debe
oponerse el respeto a los principios internacionales y las normas
legales. En resumen, lo que se necesita es una nueva forma de
movilización política cosmopolita, que comprenda tanto a la lla­
mada comunidad internacional como a las poblaciones locales, y
que sea capaz de contrarrestar la sumisión a diversos tipos de
particularismo. Un escéptico podría decir que en la lista interna­
cional de prioridades ya hay una forma de política cosmopolita;
desde luego, el respeto a los derechos humanos y la condena del
genocidio y la limpieza étnica forman parte, cada vez más, de la
retórica común de los dirigentes políticos. Pero la movilización
política implica más; tiene que superar otras consideraciones,
preocupaciones geopolíticas o problemas internos a corto plazo;
tiene que constituir la guía fundamental de la política y la ac­
ción, y eso no es lo que ha ocurrido hasta el presente.
En este capítulo voy a desarrollar este argumento, primero
con ciertas reflexiones generales sobre la construcción de la le­
gitimidad y la terminología de la intervención hum anitaria y, se­
gundo, indagando qué podría significar una perspectiva cosmo­
polita en términos políticos, militares y económicos.

La reconstrucción de la legitimidad
La clave del control de la violencia es la reconstrucción de la
legitimidad. Estoy de acuerdo con H annah Arendt cuando afir­
ma que ei poder se apoya en la legitimidad, y no en la violencia.
Al decir legitimidad, me refiero al consentimiento e incluso el
apoyo a las instituciones políticas, así como la idea de que di­
chas instituciones obtienen su autoridad del hecho de actuar
con arreglo a una serie de normas establecidas: el imperio de la
ley. Arendt sostiene que:

«No ha existido nunca un gobierno basado exclusivamente


en los medios violentos... Los hombres aislados, sin otros que
les apoyasen, nunca han tenido poder suficiente para emplear la
violencia con éxito. Por eso, en los asuntos internos, la violencia
es el último recurso del poder contra los criminales o los rebel­
des; es decir, contra individuos aislados que, como si dijéramos,
se niegan a darse por vencidos ante el consenso de la mayoría.
Y, en cuanto a la guerra propiamente dicha... una enorme supe­
rioridad en medios violentos puede resultar inútil si se enfrenta
a un adversario mal equipado pero bien organizado, que es m u­
cho más poderoso».2

Lo mismo sostiene Giddens. La pacificación interna de los


Estados modernos no se obtuvo mediante la violencia, sino me­
diante la extensión del imperio de la ley y, simultáneamente, del
alcance administrativo del Estado, incluida la ampliación de la
vigilancia. El monopolio de la violencia legítima organizada im­
plicaba el control de esa violencia y una dependencia mucho
menor del uso de la coacción física, excepto en el ámbito inter­
nacional, por supuesto. Los Estados premodemos eran mucho
más violentos, en su política interior, que el Estado moderno,
pero también eran mucho menos poderosos. Si la violencia ex­
terna contribuía a la pacificación interna, era una contribución
indirecta, derivada de una mayor legitimidad del Estado, que
estaba relacionada con la defensa del territorio de los enemigos
externos y el incremento de las facultades adm inistrativas.
En las nuevas guerras, el monopolio de la violencia legítima
se ha roto. Y lo fundamental no es la privatización de la violen­
cia, en sí, sino la crisis de legitimidad. Como he defendido en el
capítulo anterior, los objetivos de la nueva guerra son particula­
ristas. La estrategia es el control político basado en la exclusión
-en especial, el desplazamiento de la población- y la táctica
para conseguir ese objetivo consiste en el terror y la desestabili­
zación. Por este motivo» le es prácticam ente imposible a cual­
quiera de las partes en conflicto restablecer la legitimidad. La
violencia se puede controlar esporádicamente» mediante treguas
y acuerdos precarios de alto el fuego» pero, en una situación en
la que las limitaciones morales, administrativas y prácticas de la
violencia se han derrumbado» dichos, acuerdos no suelen durar
mucho. Al mismo tiempo, sin embargo, los grupos de ciudada­
nos o partidos políticos que intentan» por su cuenta, restablecer
la legitimidad partiendo de una política de inclusión» son relati­
vamente impotentes en unas condiciones de violencia constante.
El «cosmopolitismo», usado en sentido kantiano» implica la
existencia de una com unidad hum ana con ciertos derechos y
deberes compartidos. En «La paz perpetua», Kant preveía una
federación mundial de Estados democráticos en la que el dere­
cho cosmopolita se redujese al derecho de «hospitalidad»: los
extraños y forasteros debían ser acogidos y tratados con res­
peto.3 Yo empleo el térm ino de forma más amplia» para desig­
nar una visión política positiva, que comprenda la tolerancia» el
multiculturalismo, el civismo y la democracia» y un respeto más
legalista a ciertos principios universales y prioritarios que debe­
rían servir de guía a las comunidades políticas en. varias dim en­
siones, incluida la dimensión mundial.
Estos principios están ya contenidos en varios tratados y
convenios que componen el conjunto del derecho internacional.
En el capítulo 2 me refería a las diversas reglas de compromiso
y leyes de la guerra que se ocupan de los abusos del poder ar­
mado. Las leyes y costumbres bélicas que datan de los princi­
pios de la era m oderna se codificaron, en los siglos XIX y xx; fue­
ron especialmente im portantes las Convenciones de Ginebra»
bajo los auspicios del CICR, y las Conferencias de La Haya de
1899 y 1907. Los juicios de Muremberg tras el final de la se­
gunda guerra mundial supusieron la prim era aplicación del
concepto de «crímenes de guerra» y, todavía más importante»
«crímenes contra la humanidad». Al conjunto de leyes conocido
como derecho hum anitario internacional se añadió» en el pe­
riodo de posguerra, una serie de normas relativas a los derechos
humanos. La diferencia entre el derecho hum anitario y el dere­
cho relativo a los derechos humanos depende, en gran parte, de
que ia violación de las normas se produzca en tiempo de guerra
e de paz. El prim ero se refiere a los abusos de poder en situa­
ciones de guerra. La idea tiende a ser que la guerra, en general,
consiste en un conflicto moderno entre Estados, y que los abu­
sos los comete una potencia extranjera; es decir, se trata de una
agresión. El segundo se ocupa también de los abusos de poder
en tiempo de paz, sobre todo los practicados por un gobierno
contra sus ciudadanos; es decir, represión,4
Las violaciones de las normas internacionales de las que se
ocupan ambos cuerpos legales se refieren, precisamente, a las
que constituyen la esencia de la nueva guerra. Como he defen­
dido, en las nuevas guerras están desvaneciéndose las distincio­
nes clásicas entre lo interno y lo externo, guerra y paz, agresión
y represión. Un crimen de guerra es, además, una violación m a­
siva de los derechos humanos. Varios autores han sugerido que
se combine el derecho hum anitario con las leyes relativas a los
derechos humanos para crear el derecho «humano» o «cosmo­
polita».5 Ya existen elementos de este tipo de régimen. Las ONG
y los medios de comunicación llaman la atención sobre las vio­
laciones de los derechos humanos o los crímenes de guerra y,
hasta cierto punto, los gobiernos y las instituciones internacio­
nales reaccionan con métodos que van de la persuasión y las
presiones a las medidas para hacer respetar las leyes, si bien
esto último todavía es tentativo. En este último sentido, ha sido
especialmente im portante la formación de los tribunales inter­
nacionales encargados de juzgar las violaciones del derecho hu­
manitario internacional en Ruanda y la antigua Yugoslavia y la
creación de un Tribunal Penal Internacional (TPI) para juzgar
los «crímenes fundamentales»: crímenes de guerra, crímenes
contra la hum anidad y genocidio. Los tribunales de crímenes de
guerra se crearon en 1993 y 1994 y el TPI en 1998.
No obstante» estos intentos de avanzar hacia un régimen
cosmopolita chocan con muchos de los métodos geopolíticos
más tradicionales adoptados por la llamada comunidad interna­
cional, que sigue haciendo hincapié en la im portancia de la so­
beranía de los Estados como base para las relaciones intema-
clónales. La preponderancia de la geopolítica se refleja en la ter­
minología empleada para describir la reacción de la com unidad
internacional ante los conflictos posteriores al final de la guerra
fría. Los textos están repletos de debates sobre la intervención y
la no intervención.6 La intervención se considera una violación
de la soberanía y, en su versión más enérgica, una infracción
militar. Las prohibiciones contra la intervención, expresadas so­
bre todo en el Artículo 2.1 de la Carta de las Naciones Unidas,
que habla del «principio de igualdad soberana», se juzga im por­
tante como forma de restringir el uso de la fuerza, respetar el
pluralismo y actuar «como freno para las cruzadas y las am bi­
ciones territoriales e imperialistas de los Estados».7
¿Pero qué significa hoy intervención y no intervención? Los
nuevos tipos de guerra son, a la vez, globales y locales. Ya existe
una amplia participación internacional, tanto privada -a través
de las relaciones con los expatriados, las ONG, etcétera- como
pública, por medio de los Estados protectores o los organismos
internacionales que suministran ayuda, préstamos o algún otro
tipo de apoyo. En realidad, como explicaba en el capítulo ante­
rior, las distintas partes del conflicto dependen por completo de
la ayuda exterior. Además, estas guerras suelen caracterizarse
por la erosión o la desintegración del poder del Estado. En una
situación así, ¿qué supone hablar de violaciones de la soberanía?
Una muestra de lo artificial de dichos términos fue el debate
sobre si la guerra de Bosnia era una guerra internacional o civil.
Quienes afirmaban que era una guerra internacional estaban a
favor de la intervención para ayudar al Estado bosnio. Asegura­
ban que el Estado había sido reconocido intemacionalmente y
que la guerra era consecuencia de un acto de agresión por parte
de Serbia. Por tanto, la intervención estaba justificada en virtud
del Capítulo Vil de la Carta de las Naciones Unidas, dado que la
agresión era «una amenaza a la paz y la seguridad internacio­
nal». Quienes sostenían que era una guerra civil estaban en con­
tra de la intervención. Aseguraban que era una guerra naciona­
lista entre serbios, croatas y bosnios, por el control de los
despojos del Estado yugoslavo; la intervención sería una viola­
ción de la soberanía. Ambas posturas eran erróneas. Era una
guerra de limpieza étnica y genocidio. ¿Qué más daba si el cri­
men lo cometían los serbios de Belgrado o los serbios de Bosnia?
¿Qué más daba, en la práctica, si el Estado reconocido intema-
cionalmente era Yugoslavia o Bosnia? Había que hacer algo para
proteger a las víctimas y hacer respetar las normas humanitarias
internacionales. En realidad, el debate sobre si se trataba de una
guerra civil o internacional estaba juzgando el conflicto como
una vieja guerra entre bandos, en la que la violencia contra los
civiles no es más que un efecto secundario.
Asimismo, dado que la participación externa, en diversas
formas, es ya tan amplia en este tipo de conflicto, no existe la
no intervención. La incapacidad de proteger a las víctimas es
una especie de intervención tácita en apoyo de los que están co­
metiendo violaciones de las leyes hum anitarias o los derechos
humanos.
A veces se afirma que intervención sólo se refiere a la inter­
vención militar. Es frecuente ver que se oponen los medios mili­
tares a los medios políticos como forma de resolver conflictos.
Detrás de esta distinción está la teoría de que estos conflictos son
equiparables a las guerras modernas. La intervención militar
implica el apoyo militar para una de las partes del conflicto. Un
enfoque político, por el contrario, implica la negociación entre
las partes. Por eso, el debate sobre si la guerra de Bosnia era
una guerra internacional o civil se presentaba, en ocasiones,
como un debate sobre medios militares frente a medios políti­
cos. Tampoco en este caso era ése el punto fundamental. No se
trataba de usar medios políticos o militares, sino de qué tipo de
política iba a orientar el uso de la fuerza militar. Tanto el argu­
mento a favor de la intervención en apoyo del Estado bosnio
como el argumento a favor de una negociación que desembo­
case en el uso de tropas de pacificación presuponían una visión
geopolítica tradicional del conflicto, en la que las partes del
conflicto eran protoestados y la solución política acabaría sur­
giendo como consecuencia de la victoria de un bando o como
resultado de un compromiso. La solución estaba relacionada
con la división del territorio.
Un enfoque cosmopolita alternativo parte de la idea de que
no hay ninguna solución viable que esté fundada en los objeti­
vos políticos de las partes enfrentadas y que la legitimidad sólo
puede restaurarse sobre la base de una política alternativa que
se atenga a principios cosmopolitas. Una vez instaurados los va­
lores de inclusión, tolerancia y respeto mutuo, las soluciones te­
rritoriales llegarán fácilmente. ¿Qué significa esto en la prác­
tica? Ése es el tema del resto de este capítulo.

De -o. --‘c >lacia desde arrib a


a la política cosm opolita
En guerras recientes, la actitud predominante de la com uni­
dad internacional ha sido intentar una. solución negociada entre
las partes del conflicto. Este enfoque tiene varios inconvenientes.
En prim er lugar, las conversaciones dan categoría a las par­
tes enfrentadas y confieren una especie de legitimidad pública a
individuos que tal vez sean criminales. Mucha gente comentó la
paradoja de que se viera en televisión a los negociadores inter­
nacionales dándoles la mano a Karadzic y Mladic, a los que pre­
viamente tanto el Tribunal Internacional como los principales
políticos occidentales habían calificado de criminales. La misma
contradicción se dio con la participación de los Jemeres rojos
en las negociaciones de París que desembocaron en el acuerdo
para term inar con la guerra en Cambova, o las famosas conver­
saciones entre Mohamed Aideed y Ali Mahdi sobre la división
de Mogadiscio poco después de que las tropas estadounidenses
llegaran a Somalia en diciembre de 1992.
En segundo lugar, debido al carácter particularista de los
objetivos políticos que tienen las partes enfrentadas, es muy di­
fícil dar con una solución viable. Una opción es la división terri­
torial, una especie de apartheid basado en la identidad. Los an ­
tecedentes de este tipo de acuerdo son desmoralizadores. Las
particiones no proporcionan una base para la estabilidad; los
refugiados, las personas desplazadas o las minorías recién crea­
das constituyen una fuente de tensión a largo plazo» como
prueba la historia de las particiones en Chipre, India y Pakistán,
Irlanda o Palestina.8 Tampoco tienen mucho éxito los acuerdos
para com partir el poder. Las constituciones de Chipre y Líbano
ofrecen ejemplos de compromisos imposibles de llevar a cabo,
que exacerbaron la rivalidad étnica y religiosa y las m utuas sos­
peche , el Acuerdo de Washington entre croatas y musul­
manes, el Acuerdo de Dayton» el Acuerdo de Oslo entre israelíes
y palestinos o ios Acuerdos de Pm~h sobre Camboya m uestran
las tensiones que produce intentar com binar formas incom pati­
bles de exclusivismo.
Un tercer inconveniente es que dichos acuerdos suelen estar
basados en ideas exageradas sobre la capacidad de los bandos
para llevarlos a la práctica. Dado que el poder de las partes en­
frentadas depende, en. gran medida, del miedo o el interés y no
del consenso» necesitan un ambiente de inseguridad para soste­
nerse, tanto política como económicamente. Desde el punto de
vista político» la identidad se basa en el miedo y el odio al otro;
desde el económico, ios ingresos dependen de la ayuda externa
para el esfuerzo de guerra y en diversas formas de transferencia
de bienes, consistentes en saqueos y pillajes o en distorsiones de
los precios derivadas de las restricciones a la libertad de movi­
mientos. En tiempo de paz, todas estas fuentes de sustento se
deterioran.
Se suele argüir que, a pesar de estos inconvenientes, no hay
alternativa. Estas personas son las únicas que pueden acabar
con la violencia. Es verdad que los responsables de la violencia
son los que deben acabar con ella, pero eso no quiere decir que
tengan que ser ellos quienes construyan la paz. Las negociacio­
nes con los caudillos pueden ser necesarias, a veces, pero deben
producirse en. un contexto en el que se fomenten otras bases po­
líticas no excluyentes. El objetivo es establecer condiciones para
una movilización política alternativa. Esto significa que los me­
diadores deben ser muy claros sobre los principios y las normas
internacionales y negarse a compromisos que violen dichos
principios, si no quieren que la credibilidad de las instituciones
sufra y cualquier aplicación resulte muy difícil. El objetivo de
las negociaciones es controlar la violencia con el fin de poder
crear un espacio para la aparición o la reaparición de la socie­
dad civil. Cuanto más «normal» sea la situación, mayores son
las posibilidades de desarrollar alternativas políticas. Hay como
si dijéramos» otro posible foco de poder que debe estar repre­
sentado en las conversaciones, intervenir o ser consultado en
cualquier compromiso y» en general, ser más visible. Precisa­
mente porque estos conflictos no son guerras totales, la partici­
pación es baja, las lealtades cam bian y las fuentes de ingresos
se agotan, siempre es posible identificar a defensores locales del
cosmopolitismo, personas y lugares que se nieguen a aceptar la
política de la guerra; auténticos islotes de civismo.
En el capítulo 3 describía el caso de Tuzla, en Bosnia-Herze­
govina (véase página 77). El noroeste de Somalilandia es otro
ejemplo en el que los ancianos locales han logrado establecer
una paz relativa mediante un proceso de negociación. En Arme­
nia y Azerbaiyán, las secciones locales de la Asamblea de Ciuda­
danos de Helsinki han conseguido negociar con las autoridades
a ambos lados de la frontera, Kazaj y Ereván, y establecer un
corredor de paz; el corredor es un lugar en el que poner en li­
bertad a rehenes y prisioneros de guerra y en el que se puede
organizar el diálogo entre grupos de mujeres, jóvenes e incluso
fuerzas de seguridad.
En Suráfrica, ha habido muchos casos de acuerdos de paz
negociados de forma local durante la violencia entre Inkatha y
el CNA. Davin Bremmer ha contado cómo el Wilgesprant Fe-
llowship Centre pudo establecer una zona de paz en el albergue
Meadowlands de Soweto, que había sido un foco de violencia
entre el Partido de la Libertad y el Congreso Nacional Africano.9
En la com unidad de Mpumalanga, en KwaZulu-Natal, dos diri­
gentes locales que representaban a las dos grandes facciones po­
líticas se unieron a otros residentes para constituir la Funda­
ción Paz y Esperanza, que ofrecía mediación y otros servicios
para la resolución de conflictos en la localidad, como, por ejem­
plo, un «sistema de contención de rumores».10 En Filipinas se
adoptó una estrategia de zonas de paz después de que una ciu­
dad del norte, Hungduan, convenció a los guerrilleros de que se
retirasen de la población y llevó a cabo acciones para impedir
que entrara el ejército; se cree que esta estrategia ha sido un
factor im portante en la finalización de la guerra.11
Se pueden citar muchos otros ejemplos de Irlanda del Nor­
te, Centroamérica, Voivodina o Africa occidental. No se suele
inform ar de ellos, porque no son noticia. Consisten en negocia-
clones locales y la resolución del conflicto entre facciones loca­
les, o bien en presiones sobre las partes enfrentadas para que
no entren en la zona. Son, muchas veces, acuerdos difíciles de
sostener, debido a las presiones de la economía de guerra: la
afluencia de refugiados que buscan seguridad, el desempleo,
la propaganda, sobre todo la televisión, la radio y los vídeos
controlados por las partes del conflicto. No obstante, es preciso
tomarlos en serio y otorgarles credibilidad, respaldándolos des­
de fuera.
Estos grupos representan una posible solución. En la me­
dida en que son capaces de movilizar apoyos, debilitan el poder
de las partes en conflicto. En la medida en que se pueden ir am­
pliando las áreas bajo su control, las zonas de guerra van dis­
minuyendo. Además constituyen un depósito de conocimientos
e informaciones sobre la situación local y por consiguiente,
pueden asesorar y orientar una estrategia cosmopolita.
En muchos lugares, los gobiernos y las organizaciones inter­
nacionales dan cada vez más im portancia al papel de las ONG
locales y las iniciativas de base, y les proporcionan dinero y
otras formas de ayuda. En algunos casos, hay la sensación de
que el apoyo a las ONG está sustituyendo a la acción. Se supone
que deben hacerse cargo de las tareas que la comunidad inter­
nacional es incapaz de llevar a cabo. Pero lo que no se entiende
es que, en un contexto de guerra, la supervivencia de esos gru­
pos siempre es precaria. La sociedad civil necesita un Estado. Si
el Estado local no ofrece las condiciones para que pueda desa­
rrollarse una política alternativa, es preciso contar con la ayuda
de las organizaciones internacionales. Por muy osados que sean
los miembros de la ONG, no pueden trabajar si no hay ley y or­
den. El movimiento por la paz en Bosnia-Herzegovina quedó
destruido cuando los serbios empezaron a disparar a los mani­
festantes. Lo que ocurrió en Ruanda es un ejemplo típico de lo
que les ocurre a los defensores locales del cosmopolitismo si no
tienen apoyo externo. Según Alex de Waal:

«Ruanda tenía una “comunidad pro derechos humanos"


ejemplar. Siete ONG autóctonas de derechos humanos colabora­
ban estrechamente con sus amigos y patrocinadores extranjeros,
y proporcionaban una docum entación incomparable sobre las
matanzas y los asesinatos... Predijeron enormes atrocidades si
no se exigían cuentas a unos responsables concretos. Pero no
existía ningún "movimiento fundam ental” que sustentara el pro­
grama de los activistas» ni un sistema político dispuesto a escu­
char sus críticas y hacer algo al respecto, ni una organización
internacional dispuesta a em prender las medidas y los riesgos
necesarios para protegerlas... El ó de abril J ; 994, los extre­
mistas hutus dejaron al grupo de derechos humanos en eviden­
cia y lanzaron su solución final. Además de erradicar a todos
los tutsis, decidieron llevar a cabo el asesinato sistemático de
todos los críticos. Las Naciones Unidas salieron corriendo,
mientras el gobierno de Estados Unidos inventaba bonitas excu­
sas para la inacción».12

Igual que las facciones enfrentadas dependen de la ayuda


externa, también es preciso que haya una estrategia consciente
de ayuda a las iniciativas locales de carácter cosmopolita. La
forma concreta que adopte esa ayuda, que incluya o no el envío
de tropas, depende de cada situación y de lo que los grupos lo­
cales juzguen necesario. Pero todavía hay rechazo a em prender
un diálogo comparable al diálogo con las partes del conflicto,
considerar a esos grupos socios en un proyecto cosmopolita co­
m ún y colaborar en la elaboración de una estrategia conjunta
para desarrollar una base ciudadana partidaria de la paz. Existe
una tendencia, entre los dirigentes políticos occidentales, a de­
cir que esas iniciativas son encomiables pero insignificantes;
«los ciudadanos no pueden construir la paz», afirm aba David
Owen cuando era negociador en la antigua Yugoslavia. Esta ac­
titud quizá se explique por el carácter horizontal de la com uni­
cación entre altas instancias, el hecho de que los dirigentes sólo
hablan con otros dirigentes. También está relacionada con la
mentalidad colonial que parece apoderarse de los representan­
tes de las instituciones internacionales cuando parten en misión
a países lejanos: se oyen quejas generalizadas, sea en Somalia,
Bosnia o la región transcaucásica, sobre la incapacidad aparen­
temente sistemática de consultar a los expertos o las ONG del
lugar.
Un conductor somalí en. Mogadíscio hacía los siguientes co ­
m e n ta rio s sobre las negociaciones entre M o h am ed Aideed y Ali
Mahdí;
«Todo el mundo está de acuerdo en que estos hombres han
causado enormes sufrimientos in n ecesario s en este país. Com­
prendernos que la Embajada de Estados Unidos tenía que entre­
vistarse con ellos. Pero ¿el abrazo tenía que ser tan público y tan
rápidamtiiL ' :m i ’oinión, son todos criminales de guerra. Lo
que debería hacer el mundo exterior es transmitirles el mensaje
de que hay que permitir que surjan otros dirigentes. ¿Por qué la
Embajada estadounidense no invitó también a líderes religiosos,
ancianos, mujeres, profesionales, cuando se reunieron Aideed y
Ali Mahdi, para hacer saber a estos últimos que aquéllas son las
personas a las que han arrebatado el poder? Es una pena que no
pensaran en ello. Transmitió una idea equivocada».13

Ésa había sido la estrategia de Mohamed S ah n o u n , nom­


brado representante especial de la ONU para Somalia en abril
de 1992, que d im itió en octubre por su frustración a propósito
de la política de las Naciones Unidas. El papel de Sahnoun se
ha «m itificado» -p ara emplear el término de Alex de Waal- en
Somalia. Intentó llevar a cabo lo que denominaba una estrate­
gia de «sociedad civil», que incluía a ios ancianos, las mujeres y
los clanes neutrales en diversas negociaciones: «Su estrategia no
consistía tanto en marginar a los caudillos com o en in clu ir a los
que no eran caudillos en las discusiones políticas».14
El hecho de no tomar en serio los focos altern ativ o s de p o ­
d er delata u n a miopía sobre el carácter del p o d e r y su relació n
con la violencia. Cualquier respuesta eficaz a las nuevas g u erras
tiene que estar basada en u n a alianza e n tre las org an izacio n es
in te rn a c io n a le s y los defensores locales del co sm o p o litism o p a ra
reconstruir la legitim idac estrategia de «ganarse a la
gente» necesita identificarse con individuos y grupos a los que
se respete por su integridad. Es preciso apoyarles y tornar en se­
rio sus consejos, propuestas y recomendaciones. N o existe u n a
fórmula para una respuesta cosmopolita; lo im p o rta n te es que,
en cada situación local, se desarrolle un proceso en el que parti­
cipen esos individuos y grupos y que sirva para elaborar una es-
írategia. Los diversos elementos de ia participación internacio­
nal -el uso de tropas, el papel de la negociación, los fondos para
la reconstrucción- deben planearse de forma conjunta.
Este argumento tiene asimismo connotaciones sobre la for­
ma de presionar políticamente desde arriba a los jefes políticos
o militares para llegar a un acuerdo o admitir las fuerzas de pa­
cificación. Entre los métodos habituales está la am enaza de ata­
ques aéreos o sanciones económicas, que tiene la consecuencia
de permitir que la población se identifique con sus dirigentes,
en lugar de aislarlos, al tratarles como representantes de unos
«bandos», líderes legítimos de Estados o protoestados. Estos
métodos pueden muy bien ser contraproducentes, poner en con­
tra a la población local y reducir las posibilidades de presión
desde abajo. Pueden darse unas circunstancias en las que estas
tácticas sean una estrategia apropiada y otras en las que sea
más eficaz aplicar métodos más específicos como, por ejemplo,
acusar a los dirigentes de ser criminales de guerra para que no
puedan viajar, pero eximir las comunicaciones de tipo cultural,
con el fin de apoyar a la sociedad civil. Lo im portante es que
los cosmopolitas locales pueden dar el mejor consejo sobre el
método que conviene utilizar; es preciso consultarles y tratarles
como a socios.

De la labor de mantener y hacer respetar la paz


a la de hacer respetar las leyes cosmopolitas
En los textos sobre pacificación suele trazarse una rígida di­
visión entre el mantenim iento de la paz y la imposición de la
paz.15 Ambos términos están fundados en ideas tradicionales so­
bre el carácter de la guerra. El mantenimiento de la paz se basa
en la hipótesis de que los dos bandos de una guerra han alcan­
zado un acuerdo; la tarea del pacificador es supervisar y vigilar
la aplicación de ese acuerdo. Los principios del mantenimiento
de la paz, tal como se desarrollaron a lo largo de la posguerra,
son el consentimiento, la imparcialidad y desistimiento del uso
de la fuerza. Por el contrario, la imposición de la paz, que es
una labor autorizada en el Capítulo VII de la Carta de las Na­
ciones Unidas, consiste fundamentalmente en luchar; significa
intervenir en una guerra, ser un bando. La distinción se consi­
dera im portante por que se supone que com batir en una guerra
implica el uso de la máxima fuerza, dado que las guerras clau-
sewitzianas tienden hacia los extremos. La preocupación del ge­
neral Rose por «cruzar la línea de Mogadiscio» estaba relacio­
nada con esta distinción, y no con el hecho de pasar de
m antener la paz a hacerla respetar.
El análisis de las nuevas guerras indica que lo que se nece­
sita no es m antener la paz sino hacer respetar las normas cos­
mopolitas, es decir, hacer respetar las leyes internacionales
tanto hum anitarias como de derechos humanos. Precisamente
porque estas guerras están dirigidas, sobre todo, contra los civi­
les, no poseen la misma lógica extremista que las guerras mo­
dernas. Por tanto, debería ser posible concebir estrategias para
la protección de civiles y la captura de criminales de guerra. El
objetivo político es proporcionar zonas de seguridad en las que
puedan surgir formas alternativas de política de inclusión.
Muchas de las tácticas que se han desarrollado en las últimas
guerras son las apropiadas -p o r ejemplo, el uso de zonas de se­
guridad, los corredores humanitarios o los espacios aéreos pro­
tegidos-, pero su aplicación, hasta ahora, se ha visto obstaculi­
zada por mandatos inflexibles o una rígida adhesión a los que
se consideran principios del m antenim iento de la paz. Varios
autores han propuesto nuevas definiciones de lo que se necesita,
unas definiciones que se pueden situar entre la percepción del
mantenim iento y la de la imposición de la paz -«m antenim ien­
to de la paz de segunda generación», «mantenimiento enérgico
de la paz», o el térm ino oficial británico, «mantenimiento de la
paz en sentido amplio» (que los británicos insisten en conside­
rar como tal y no como un concepto intermedio)-, pero todas
ellas permanecen, más o menos, dentro del marco tradicional
de pensamiento sobre las guerras.16
La tarea de hacer respetar las leyes cosmopolitas se sitúa en
un punto medio entre la labor de un soldado y la de un policía.
Es posible que a las tropas internacionales se les pida realizar
labores que caen en ámbitos tradicionales, como separar a los
beligerantes y m antener los pactos de alto el fuego o controlar
el espacio aéreo. Otras tareas son esen.cialiu.ente nuevas, como
la protección de las zonas de segunda c o ! s-corredores de au­
xilio. Sin embargo, otras se aproxim an a las tareas policiales
tradicionales: garantizar la libertad de movimientos». garantizar
la seguridad de las personas, sobre todo los refugiados que vuel­
ven o los desplazados» y la captura de los criminales- de guerra..
La labor policial ha sido la gran laguna del m antenim iento de la
paz. En los años sesenta» cuando se enviaron fuerzas de pacifi­
cación a Chipre, éstas fueron incapaces de im pedir el conflicto
interno, porque hacer de policías no figuraba en su mandato.
Las fuerzas militares han estado claramente poco dispuestas a
asum ir obligaciones policiales» pero, al mismo tiempo-, ha sido
difícil reclutar a policías, porque son necesarios en sus propias
sociedades. Se piense lo que se piense sobre sus resultados, las
fuerzas británicas en Irlanda del Norte sí asumieron esas tareas.
Dado que es improbable que haya otra guerra de viejo estilo, los
ejércitos tendrán que acabar por reorientarse para com binar las
tareas m ilitares y de policía.
Esas tareas exigen hacer respetar las norm as y, por consi­
guiente, implican necesariamente el uso de la fuerza» pero,
desde el punto de vista de los principios que rigen su aplica­
ción, las labores de cumplimiento de las leyes cosmopolitas es­
tán más próximas del m antenim iento de la paz. Merece la pena
enum erar dichos principios e indicar cómo necesitarían refor-
mularse.

Consentimiento
En las situaciones que se esbozaron, cuando se preparaba el
m anual oficial británico de mantenim iento de la paz, se llegaba
a la conclusión de que la «pacificación por la fuerza» es im­
practicable:

«Sin la cooperación y el consenso generales d e . la mayor


parte de la población local y la dirección de las principales au­
toridades gobernantes, sean las partes del conflicto o bien orga­
nismos gubernamentales, no es razonable ni realista, confiar en
el éxito. Los riesgos y los grados de fuerza que entraña un mé­
todo que prescinda de unas condiciones de acuerdo generali­
zado hacen que no sea una expectativa razonable ni realista. En
pocas palabras» el consentimiento (en su máxima amplitud) es
necesario para cualquier perspectiva de éxito».1'
Según este argumento, el consentimiento es necesario tanto
en términos operativos como tácticos. En el terreno operativo, es
preciso contar con él antes de establecer la misión. En el terreno
táctico, los jefes necesitan negociar el consentimiento local.
El argumento de que la «pacificación por la fuerza» es im­
posible es claramente acertado. A efectos del presente libro, ello
implica que las fuerzas militares internacionales necesitan que
se las considere legítimas; es decir, tienen que actuar sobre la
base de algún tipo de aceptación, e incluso apoyo, y dentro de
un contexto normativo acordado. En caso contrario, existe el
riesgo de que se conviertan simplemente en una parte más del
conflicto, como parece haber ocurrido, en cierta medida, con la
fuerza de pacificación del ECOMOG en Liberta, cuando la falta
de salarios, material y formación hizo que los soldados se invo­
lucraran en el mercado negro y el robo de suministros hum ani­
tarios, y las tropas dieron un giro y abandonaron la neutralidad
para apoyar a facciones determ inadas.18
Sin embargo, el consentimiento incondicional es imposible;
si no, no habría necesidad de fuerzas de pacificación. Por ejem­
plo, si la protección de los convoyes humanitarios se basa en el
consentimiento, será igual de fácil -y tal vez más eficaz- que la
negocien organismos desarmados de ó. i 5MU o alguna ONG. La
necesidad de soldados deriva del hecho de que no todo el m un­
do está de acuerdo y puede ser necesario tratar por la fuerza
con los que impiden el paso de las caravanas. Por parecidos
motivos, puede ser imposible obtener el consentimiento de la
población local y las partes del conflicto a la vez. Si es preciso
negociar un acuerdo con un criminal de guerra, es posible que
eso perjudique la credibilidad de toda la operación con respecto
a la población.
En general, las tropas internacionales pueden confiar en en­
contrarse con bastante buena voluntad inicial. En la antigua Yu­
goslavia, las Naciones Unidas gozaban de gran prestigio; muchos
habitantes locales habían servido en contingentes de la ONU.
Pero el hecho de que no reaccionaran enérgicamente contra los
que interceptaban los convoyes de ayuda, no protegieran eficaz­
mente los refugios seguros, no capturasen a los criminales de
guerra ni mantuviesen, siquiera, el espacio aéreo protegido, dis­
minuyó enormemente la legitimidad de toda la organización. Lo
mismo ocurrió en Somalia, donde muchos de sus habitantes
confiaban en que las tropas estadounidenses, que llegaron en
gran cantidad, desarmaran a los bandos del conflicto. Cuando
los norteamericanos anunciaron que no iban a desarm ar a las
facciones y entablaron negociaciones con los caudillos, hubo una
trem enda decepción. Como decía un antiguo banquero somalí:

«¿Quiere decir que han venido desde tan lejos hasta aquí, con
todo este material y todas estas armas, sólo para llevar comida
de Baidoa a Berdara? [Risas] Más pronto de lo que se piensa, los
combates que prosiguen en muchas partes del país obligarán a la
gente a desplazarse y crearán hambre y caos en cuestión de me­
ses. ¿Entonces, qué? Puede estar seguro de que no habrá más
soldados: Somalia, dirán, ha tenido su oportunidad».19

Lo im portante es el consentimiento generalizado de las vícti­


mas, la población local, al margen de que se haya obtenido o no
el consentimiento de las partes desde el punto de vista opera­
tivo. Si se puede obtener esto último, sin sacrificar los objetivos
de la misión, es evidente que será una ventaja. Pero conservar y
aprovechar el consentimiento de la población local desde el
punto de vista táctico puede significar, tal vez, actuar sin el con­
sentimiento de uno u otro de los bandos.

Imparcialidad
La interpretación que suele darse a la imparcialidad es la de
no tomar partido. El CICR hace una distinción muy útil entre
imparcialidad y neutralidad. El principio de imparcialidad, afir­
ma, significa que «no hace ninguna discriminación en función
de la nacionalidad, la raza, las creencias religiosas, la clase o las
opiniones políticas. Se esfuerza en aliviar el sufrimiento de las
personas, exclusivamente con arrreglo a sus necesidades, y en
dar prioridad a los casos de aflicción más urgentes». El princi­
pio de neutralidad significa que, «para seguir contando con la
confianza de todos, la Cruz Roja no puede tom ar partido en las
hostilidades ni involucrarse, en ningún momento, en controver­
sias de carácter político, racial, religioso o ideológico».20
En la práctica, la imparcialidad y la neutralidad se han con­
fundido. La distinción es im portante a la hora de hacer respetar
las leyes cosmopolitas. La ley debe cumplirse de forma im par­
cial, es decir, sin ninguna discriminación en función de la raza,
la religión, etcétera. Dado que es casi inevitable que un bando
viole la ley con más frecuencia que otro, es imposible actuar
respecto a ambos de forma imparcial y neutral. La neutralidad
puede ser importante para una organización como la Cruz Roja,
que depende del consenso para sus actividades, aunque la insis­
tencia en ser neutrales ha suscitado interrogantes muchas veces,
sobre todo durante la segunda guerra mundial. También podría
ser im portante para el concepto tradicional de mantenimiento
de la paz o para una concepción puramente hum anitaria del pa­
pel de los pacificadores, es decir, el suministro de alimentos.
Pero sí la tarea de las tropas es proteger a la gente e im pedir las
violaciones de los derechos humanos, entonces la insistencia en
la neutralidad es, en el mejor de los casos, confusa, y en el peor,
disminuye la legitimidad.
Según Mackinlay: «Un soldado de la ONU tiene la misma
actitud que un policía a la hora de hacer respetar la ley. Lo hará
independientemente de qué bando le desafíe. Pero la legitimi­
dad debe quedar intacta en todas las instancias». Sin embargo,
Mackinlay parece pensar que si el soldado de la ONU hace res­
petar la ley de forma imparcial, será posible conservar el respe­
to de ambos bandos.21 Lo mismo afirma Dobbie, uno de los au­
tores del manual británico de mantenimiento de la paz, cuando
compara el papel del pacificador con el del árbitro en un par­
tido de fútbol. Ahora bien, estas guerras no son partidos de fút­
bol; las partes no aceptan las reglas. Al contrario, la naturaleza
de estas guerras consiste en infringir las normas. Se trata, más
bien, de convencer a la gente corriente sobre las ventajas de las
normas, con el fin de aislar y m arginar a los que las conculcan.
El uso de la fuerza
La actitud tradicional sobre el mantenimiento de la paz in­
sistía en no emplear la fuerza. El nuevo manual británico utiliza
el término «fuerza mínima necesaria», definido como «la aplica­
ción mesurada de violencia o coacción, sólo en el grado sufi­
ciente para lograr un objetivo específico, y claramente razonable,
proporcionada y apropiada; y reducida al objetivo específico y
legítimo que se persigue».22
Los británicos oponen esta postura a lo que se denom ina la
doctrina Weinberger-Powell de la fuerza abrumadora. Se suele
citar la intervención de la ONU en Somalia como ejemplo de los
riesgos de usar la fuerza. En gran parte, fue una intervención
norteamericana, autorizada en virtud del Capítulo VII de la
Carta de las Naciones Unidas. Después de un ataque a fuerzas
de pacificación paquistaníes, los norteamericanos em prendieron
la persecución de Mohamed Aideed. Diversos bombardeos sobre
Mogadiscio provocaron numerosas muertes y la búsqueda de
Aideed fracasó. (Debido a la negativa de los norteam ericanos a
com partir sus informaciones con la ONU, un minucioso ataque
contra lo que se suponía que era el escondite de Aideed fracasó,
porque resultó ser una oficina de las Macion.es Unidc nor­
teamericanos tocaron fondo cuando Aideed logró derribar dos
helicópteros estadounidenses, m atar a 18 soldados, cuyos cuer­
pos mutilados se exhibieron públicamente ante las cámaras, y
herir a otros 75.
El problema, como han señalado varios com entaristas, no
fue el uso de la fuerza en sí, sino la idea de la fuerza abrum a­
dora y el hecho de no tener en cuenta la situación política local
ni la necesidad de actuar con cuidado para reforzar la legitimi­
dad y la credibilidad. loan Lewis y lam es Mayall describen la
reacción norteam ericana al asesinato inicial de las fuerzas paci­
ficadoras paquistaníes:

«En vez de llevar a cabo una investigación legal indepen­


diente e intentar m arginar políticamente a Aideed, las fuerzas
del almirante Howe reaccionaron con una fuerza desm esurada
y causaron numerosas bajas somalíes, no todas er - ~ :tída~
rios de Aideed... El almirante Howe, como si fuera el sheriff de
Mogadiscio, declaró proscrito a Áideed y ofreció una recom­
pensa de 20.000 dólares por su captura».23

A los ejércitos modernos les incomoda el uso de la mínima


fuerza, porque están organizados con arreglo a las pautas de
Clausewitz y están entrenados para enfrentarse a otros ejércitos
organizados de forma similar. Como dem ostró el caso de So­
malia, al enfrentarse al reto de las nuevas guerras, les resulta
sumam ente difícil identificar un punto intermedio entre la apli­
cación de toda su .potencia de fuego y no hacer nada. A dife­
rencia de una guerra -en la que el objetivo es causar el m á­
ximo núm ero de bajas en el otro bando y reducir al mínimo las
propias- y del m antenim iento de la paz, que no emplea la
fuerza, la tarea de hacer respetar la ley cosmopolita tiene que
causar el mínimo número de bajas en todos los bandos. La im­
portancia de Nuremberg fue que se consideró responsables de
los crímenes de guerra a personas particulares, y no a colecti­
vos. Lo que exige la ley cosmopolita es la detención de indivi­
duos que hayan podido com eter crímenes de guerra o violacio­
nes de ios derechos humanos, y no la derrota de las partes en
el conflicto.
Hacer respetar la ley cosmopolita puede suponer arriesgar
las vidas de las fuerzas de pacificación para salvar las de las víc­
timas. Éste es, tal vez, el supuesto más difícil de cambiar. En las
nuevas guerras, el personal internacional constituye siempre
una clase privilegiada. Se da más valor a las vidas de los envia­
dos de la ONU o de los diferentes países que a las de los habi­
tantes locales, aunque las Naciones Unidas afírmen estar basa­
das en los principios de humanidad. El centro del debate sobre
la intervención hum anitaria es si resulta aceptable sacrificar vi­
das por salvar a personas que viven muy lejos. La preferencia de
las potencias occidentales -sobre todo Estados Unidos- por los
ataques aéreos, a pesar del daño físico y psicológico que causan
incluso con municiones muy precisas, se debe a que dan priori­
dad a sus propios ciudadanos. Este tipo de pensamiento nacio­
nal o estatal no se ha adaptado todavía a la noción de una co­
munidad hum ana común.
La propuesta de hacer respetar la ley cosmopolita es un
ambicioso proyecto de crear un nuevo tipo de soldado-policía,
para el que será necesario volver a reflexionar sobre las tácti­
cas, el material y, sobre todo, el mando y la formación. El tipo
de material que se necesita es, en general, más barato que el
que las fuerzas arm adas nacionales encargan para futuras gue­
rras im aginarias del tipo de las de Clausewitz. El transporte,
sobre todo por aire y por mar, es muy im portante, como tam ­
bién lo es la eficacia en las comunicaciones. Gran parte de ese
material se puede com prar o alquilar a civiles, si bien el m ate­
rial m ilitar suele ser más fácil de encontrar y más flexible. Los
suministros transportados en avión por los norteam ericanos
han sido, m uchas veces, críticos. En Bosnia e Irak, en los ata­
ques aéreos, se utilizó material muy complejo que había sido
trasladado por avión. Aunque el apoyo táctico aéreo e incluso
la superioridad aérea pueden dar una ventaja decisiva a las
fuerzas multinacionales de pacificación a la hora de controlar
la violencia, la utilidad de complicados ataques aéreos a gran
escala es limitada, en relación con sus inconvenientes: daños
civiles colaterales, dificultad de acertar en blancos escondidos,
falta de control en tierra. También puede ser im portante tener
unas armas que sean más pesadas que las que tienen las partes
del conflicto, aunque su falta de m aniobrabilidad en terreno di­
fícil puede hacer que se descarten muchos de los tipos de m a­
terial más pesados.
Lo más im portante es que las nuevas tropas cosmopolitas
tendrán que profesionalizarse. Dado que probablemente com­
prenderán fuerzas multilaterales, habrá que incorporar sistemas
de mando integrado, ejercicios conjuntos y escalas salariales y
condiciones comunes. Las nuevas tropas cosmopolitas tienen
que pasar a ser los legítimos portadores de armas. Deben cono­
cer y respetar las leyes de la guerra y seguir un estricto código
de conducta. Habrá que investigar debidamente las informacio­
nes sobre corrupción o violaciones de los derechos hum anos.24
Sobre todo, es preciso integrar las motivaciones de esas nuevas
fuerzas en un concepto más amplio de derecho cosmopolita. Si
el soldado, como portador legítimo de las armas, debía estar
dispuesto a m orir por su país, el soldado-policía internacional
arriesga su vida por la humanidad.
De la ayuda hum anitaria a la reconstrucción
Mark Duffield habla de un sistema de ayuda económica en
dos niveles durante los años noventa. Por un lado, la ayuda ofi­
cial se basa en programas de ajuste estructural o estrategias de
transición que contribuyen al declive de la economía formal.
Por otro, se ha desarrollado una red de seguridad para hacer
frente a las consecuencias, consistente, en gran parte, en dele­
gar la responsabilidad de sum inistrar ayuda en manos de las
ONG.25 Un argumento semejante es el que plantean Alvaro de
Soto y Graciana del Castillo cuando hablan de la falta de coor­
dinación entre el FMI y el Banco Mundial, por un lado, y la
ONU, por otro. Sencillamente, no se tienen en cuenta las conse­
cuencias y los costes, en términos políticos y humanitarios, de
las políticas de ambos organismos económicos. Los autores ci­
tados describen los problemas de poner en práctica un pro­
grama de paz en El Salvador en medio de un programa de esta­
bilización del FMI. Debido a los límites de gasto del Fondo, El
Salvador no pudo construir una fuerza nacional de policía civil
ni llevar a cabo un programa de intercambio de armas por tie­
rra para reinsertar a los guerrilleros, tal como estipulaba el
acuerdo de paz: «El programa de ajuste y el plan de estabiliza­
ción, por un lado, y el proceso de paz, por otro, nacieron y se
criaron como si fueran hijos de familias diferentes. Vivían bajo
techos distintos. Tenían poco en común, aparte de pertenecer,
más o menos, a la misma generación».26
Durante los años noventa, ha habido un enorme incremen­
to de la ayuda hum anitaria; en la actualidad asciende a más
del 10 por ciento de la ayuda oficial al desarrollo. La creación
del Departamento de Asuntos H um anitarios en la ONU, en
1991, y de la Oficina H um anitaria de la Comunidad Europea
(ECHO), en 1992, refleja la creciente im portancia de este tipo
de ayuda. En el capítulo 5 describía cómo se incorpora el su­
m inistro de ayuda hum anitaria al funcionamiento de la econo­
mía de guerra. En realidad, la ayuda hum anitaria también con­
tribuye a los fracasos de la economía formal. Sustituye a la
producción local. En Somalia, la política de inundar el país de
alimentos a finales de 1992, para garantizar que parte de la
ayuda llegara a quienes realmente la necesitaban, provocó un
descenso espectacular de los precios» de manera que a los cam ­
pesinos dejó de resultarles rentable seguir produciendo com es­
tibles.27 En Tuzla, centro de minas de sal, se tiraban varías to­
neladas todos los días porque era peligroso interrum pir la
extracción, pero el ACNUR estaba im portando sal de Holanda
con fines hum anitarios. Además, los programas hum anitarios
tienden a dejar de lado a los especialistas locales y crear nue­
vas jerarquías, en las que los que trabajan para los organism os
internacionales reciben sueldos y otros beneficios, m ientras
que personas locales muy cualificadas, como médicos y profe­
sores, viven de la ayuda hum anitaria.
La ayuda hum anitaria es fundamental; sin ella, la gente se
m oriría de hambre. Pero es preciso enfocarla de forma mucho
más minuciosa, tener en cuenta el consejo de expertos locales
que conocen verdaderamente la situación. Y debe ir acom pa­
ñada de una ayuda a la reconstrucció jcir reconstrucción,
me refiero a la recuperación de una economía política formal»
basada en reglas aceptadas, y la situación opuesta a las relacio­
nes económicas y sociales negativas de las que hablaba en el ca­
pítulo 5. La palabra «reconstrucción» tiene otras connotaciones
extraídas de guerras pasadas. Se suele ver como un program a
de ayuda económica, con arreglo al modelo del Plan Marshall
de 1947, que se pone en práctica después de que se llegue a un
acuerdo político global. Las organizaciones asistenciales insis­
ten, muchas veces, en que no es posible proporcionar ayuda a la
reconstrucción hasta que se alcance ese acuerdo, incluso que
esa ayuda a la reconstrucción representa un incentivo para lle­
gar a dicho acuerdo. Pero ya he dicho que un acuerdo duradero
sólo puede alcanzarse en una situación basada en una política
alternativa, la política del civismo, que es muy difícil m ientras
persistan esas relaciones sociales y económicas negativas. Por el
contrario, habría que considerar la reconstrucción como una es­
trategia para alcanzar la paz, y no como una estrategia para
después de que se haya establecido esa estrategia.
La situación en la que podrían llamarse economías casi de
guerra no es muy distinta de las situaciones de guerra propia­
mente dicha. Tanto si nos referimos a lugares en los que ha
habido acuerdos recientes de alto el fuego como a «malos ve­
cindarios» en los que se han extendido las relaciones negativas
de la guerra, los síntomas son muy parecidos -desempleo, de­
sintegración de las infraestructuras básicas, crimen generali­
zado-, v ésos son los síntomas que contribuyen al estallido o la
reanudación del conflicto. En otras palabras, la reconstrucción
es» a la vez, una estrategia de preguerra y de posguerra, que
pretende prevenir y curar.
La reconstrucción tiene que significar, ante todo, la recupe­
ración de las autoridades políticas, aunque sólo sea en el ám ­
bito local, y la reconstrucción de la sociedad civil, tanto desde el
punto de vista de la ley y el orden» como de ofrecer condiciones
en las que puedan ponerse en m archa agrupaciones políticas al­
ternativas. No significa reconstruir lo que había antes. Por
fuerza» implica la reestructuración de los planes políticos y eco­
nómicos para no repetir las condiciones que provocaron la gue­
rra. La adopción de las formas apropiadas de gobernanza y la
introducción de relaciones de mercado reguladas es una tarea
lenta y tiene que formar parte de un proceso a largo plazo en el
que puedan participar diferentes grupos de la sociedad.
Se dice, con frecuencia, que la reconstrucción debe abarcar la
transición, en el sentido de que es claramente necesario reformar
las instituciones anteriores a la guerra. Por desgracia, el término
transición ha pasado a relacionarse con una fórmula habitual de
democratización y transición al mercado» que incluye los aspec­
tos formales de la democracia, como las elecciones, además de la
liberalización económica y la privatización. Pero, a falta de insti­
tuciones políticas llenas de contenido» que permitan un auténtico
debate y una participación» y en situaciones en las que el imperio
de la ley es débil, y hay falta de fe y confianza, esta fórmula ha­
bitual puede exacerbar los problemas esenciales y estimular la
política exclusivista o la criminalización de antiguas empresas es­
tatales. La reconstrucción debe incluir una reforma, pero no ne­
cesariamente con arreglo a la fórmula normal de transición.
La reconstrucción debe centrarse en las zonas de civismo,
para que puedan hacer de modelos y fomentar iniciativas seme­
jantes en otros lugares. Donde no haya autoridades locales legí­
timas» se pueden proponer fideicomisos o protectorados. La ex­
periencia de la adm inistración de la UE en M ostar ha produ­
cido escepticismo sobre la idea de los fideicomisos locales. Pero
el problema, en ese caso, fue que la adm inistración no tenía su­
ficientes facultades policiales y tenía que com partir el poder con
los partidos nacionalistas, que eran los que controlaban la poli­
cía y en los que había famosos criminales. Se emplea la retórica
de la necesidad de ayudarse a sí mismos como argumento con­
tra los fideicomisos o los protectorados, pero la verdad es que a
la gente le resulta muy difícil ayudarse a sí misma cuando está
a merced de los gángsteres.
El requisito fundamental es la restauración de la ley y el or­
den para crear una situación en la que se pueda reanudar la
vida normal y se pueda repatriar a los refugiados y los despla­
zados. Esta tarea incluye el desarme, la desmovilización, la pro­
tección de la zona, la captura de los criminales de guerra, las la­
bores policiales y la creación y formación de policías locales, y
la restauración del aparato judicial.
Mats Berdal ha demostrado que el historial de los esfuerzos
por lograr el desarme y la desmovilización es malo.28 Es muy di­
fícil que las fuerzas de la ONU consigan algo más que el desar­
me parcial, y técnicas como los programas de «recompra» de
armas han acabado frecuentemente consistiendo en la entrega
de armas de mala calidad, mientras que las buenas las conser­
van escondidas. Además, existen tantos lugares donde adquirir­
las en la actualidad, al menos las armas cortas -p o r el elevado
número de fabricantes y por la existencia de excedentes de ar­
m am ento-, que se trata de una labor interminable. Es muy po­
sible que la creación de un entorno seguro sea más im portante
que el desarme. Una labor policial eficaz y la captura de crim i­
nales de guerra son condiciones esenciales para la seguridad,
independientemente de que se encarguen de dichas tareas las
fuerzas internacionales, junto con responsables de asuntos civi­
les y fuerzas locales de policía bajo supervisión internacional, o
que sean las autoridades locales las que asuman la responsabili­
dad, tal vez con cierta ayuda exterior, como en el caso de las zo­
nas de civismo más organizadas.
Además del desarme y la labor policial, la defensa de la ley y
el orden necesita un sistema judicial independiente y fidedigno
y una sociedad civil activa, es decir, la creación de un espacio
público relativamente libre. Por ese motivo, las inversiones en
educación y unos medios de comunicación libres son funda­
mentales para detener la incansable propaganda particularista y
acabar no sólo con la intimidación física, sino también con la
psicológica. Estas condiciones son mucho más importantes que
los procedimientos formales de la democracia. Es frecuente que
los observadores ajenos insistan en que haya elecciones, como
forma de tener un calendario y una fecha límite para su inter­
vención. Pero sin las condiciones previas de seguridad, espacio
público, reconciliación y diálogo libre, las elecciones pueden
acabar dando legitimidad a las partes enfrentadas, como ocu­
rrió, por ejemplo, en Bosnia después de Dayton.
Para crear una zona de civismo autosufíciente, que permita
sufragar la ley y ei orden, la educación y los medios de com uni­
cación, que haga posible a los soldados encontrar trabajo y te­
ner una educación, y que asegure el pago de los impuestos, es
preciso restaurar la economía local. Además del desarme, tam ­
bién es difícil la desmovilización, y no sólo a causa de la insegu­
ridad. A muchos soldados les gustaría abandonar el bandole­
rismo y encontrar un puesto de trabajo fijo o, en el caso de los
niños y los jóvenes, una formación. Pero los programas de des­
movilización no han tenido demasiado éxito, debido al desem­
pleo, la escasez de trabajo y el hecho de que las instalaciones
educativas son insuficientes.
Las prioridades son los servicios básicos y la producción lo­
cal. Es preciso reponer las infraestructuras -agua, energía, trans­
porte, correos y telecomunicaciones- a escala tanto local como
regional. Además de ser imprescindibles para cubrir las necesi­
dades, las infraestructuras son cruciales para restaurar las rutas
comerciales normales y pueden ser materia de negociación pese
a que no se alcancen acuerdos en otras áreas. Incluso en pleno
apogeo del conflicto, a veces es posible lograr pactos sobre
cuestiones concretas de este tipo, sobre todo cuando existe un
interés mutuo. Los suministros de gas a Sarajevo, por ejemplo,
se mantuvieron más o menos durante toda la guerra. El otro te­
rreno es el apoyo a la producción local de artículos de prim era
necesidad para reducir la necesidad de ayuda humanitaria, so­
bre todo alimentos, ropa, materiales de construcción, etcétera.
Ésta es una buena m anera de generar empleo local adem ás del
que crean los servicios públicos.
En la medida en que la reconstrucción es tina estrategia
para la paz, tiene que proporcionar seguridad económica y con­
fianza en el futuro, para eliminar la atmósfera de miedo en la
que vive la gente y ofrecer, sobre todo a los jóvenes, un modo de
vida fuera del ejército o la mafia. Las medidas que deben to­
marse cam bian con arreglo a cada situación, pero se pueden es­
pecificar ciertos principios.
En prim er lugar, todos los proyectos de ayuda deben estar
basados en los principios de apertura e integración. Es dem a­
siado fácil, con el fin de restaurar los servicios, aceptar las divi­
siones y particiones establecidas a lo largo de la guerra y, de esa
forma, dar legitimidad al statu quo, en vez de ayudar a cam biar­
lo. En Mostar, por ejemplo, se suponía que la adm inistración de
la UE debía devolver la integridad a la ciudad, que estaba divi­
dida en una mitad croata y otra musulmana. Aunque, en algu­
nos casos concretos, como el abastecimiento de agua, la UE lo­
gró negociar proyectos comunes, en general ha resultado más
fácil presentar proyectos separados en cada mitad de la ciudad,
con lo que se ha seguido una estrategia explícita de desarrollo
separado. Como no había un entorno seguro y como la UE ',.e-
nía miedo de tom ar partido, hubo que negociar todo entre los
líderes nacionalistas. La apertura y la integración significan que
todos deben poder beneficiarse de los proyectos y que el obje­
tivo declarado de éstos debe ser reunir a la población, por ejem­
plo dando trabajo a refugiados, los desplazados o los soldados
desmovilizados, o introduciendo elementos para compartir. La
apertura y la integración deben ser fomentadas no sólo en el
ám bito local, sino también a escala nacional v regional.
En segundo lugar, hay que descentralizar la ayuda y estim u­
lar las iniciativas locales. Al llegar a más receptores» se involu­
cra a más personas en el programa, hay más posibilidades de
experimentar y existe un riesgo m enor de que alguien se quede
con la ayuda o que los compromisos políticos la distorsionen.
En los lugares en los que se han llevado a cabo desmovilizacio­
nes, son los program as com unitarios locales, muchas veces or­
ganizados por los propios veteranos, los que parecen haber te­
nido más éxito; por ejemplo» la Junta de Veteranos de Uganda o
la Comisión Nacional de Desmovilización de Somalilandia, que
elaboró un programa de desmovilización y reintegración en co­
laboración con la organización dS veteranos SOYAAL. Algunos
de esos veteranos explicaban:

«Los chicos de los "técnicos" [las camionetas armadas con


am etralladoras o cañones antitanques] están cansados. No ven
ninguna ventaja, sólo muerte. Suben a los “técnicos" por necesi­
dad. Algunos de los que ahora tienen puestos de trabajo seguros
eran gángsteres de los peores. Pero prefieren los 200 dólares
cine supone un puesto fijo a los millones que ganan como ban­
didos».2*

En tercer lugar, es muy im portante emplear a especialistas


locales y alentar un amplío debate local sobre la forma de su­
m inistrar la ayuda. Para ser más eficaces, es importante utilizar
a personas que poseen conocimiento y experiencia de la zona,
aum entar la transparencia para dism inuir la corrupción y cons­
truir un compromiso cívico.
Incluso en las zonas que parecen más recalcitrantes existe
alguna posibilidad de financiar este tipo de ayuda. La estrategia
de am pliar las zonas de civismo para contrarrestar la extensión
de los «malos vecindarios» debe poder difundirse directamente
a esos malos vecindarios. Las zonas pobres e incivilizadas se
ven atrapadas en un círculo vicioso en el que se niega la ayuda
por el com portamiento de las «autoridades» locales y m edran el
desempleo y la delincuencia, con lo que se contribuye a apunta­
lar la posición de los caudillos particularistas. Por todo ello re­
sulta todavía más importante identificar formas de apoyar a
ciertos proyectos de base que sobrepasen las divisiones de la
guerra para empezar a abrir espacios en esas regiones.
La reconstrucción puede concebirse como una nueva forma
de enfocar el desarrollo, una alternativa al ajuste estructural y a
la transición y los proyectos humanitarios. Como en el caso del
cumplimiento de la ley cosmopolita, a corto plazo no tiene más
remedio que ser cara y necesitar mayores recursos de los que
hasta ahora han estado dispuestos a aportar los países ricos al
mantenim iento de la paz y la ayuda a otros Estados. Significa­
ría abandonar algunas de las teorías neoliberales sobre los nive­
les de gasto público que han dominado la ortodoxia económica
internacional en los últimos años. La reconstrucción significa
integrar los aspectos políticos, económicos y de seguridad en un
nuevo tipo de política mundial humanista que sea capaz de au ­
m entar la legitimidad de las instituciones internacionales y sus­
citar el respaldo popular.
Gobemanza I f a n r ■r'r.r s jeguricia*!

Los autores liberales de finales del siglo xvm y del xix tenían
una concepción teleológica de la historia. Creían que el civismo
acabaría extendiéndose inevitablemente en el tiempo y el espa­
cio. En su libro Reflections on Violence,1 John Keane contrasta
su optimismo con el pesimismo de autores del siglo xx como
Zygmunt Bauman o Norbert Elias, que consideraban que la bar­
barie era el complemento inevitable del civismo. Para estos es­
critores, la violencia está arraigada en la naturaleza hum ana. El
precio de perm itir que el Estado la monopolice es la terrible
barbarie de las guerras y los totalitarismos del siglo xx.
El final de la guerra fría puede suponer el final de la barba­
rie de Estado a tal escala. Desde luego, la am enaza de la guerra
m oderna y, en especial, la am enaza de la guerra nuclear -la ex­
presión absoluta de la barbarie del siglo xx-, han disminuido.
¿Quiere eso decir que ya no se puede controlar la violencia, que
el nuevo tipo de guerra descrito en los capítulos precedentes
tiene todas las probabilidades de extenderse, una característica
constante del mundo posmodemo? Hasta ahora, lo que sugiere
el debate es que ya no es posible contener geográficamente la
guerra. Las zonas de paz y de guerra coexisten en un mismo es­
pacio territorial. Los rasgos de las nuevas guerras que he enu­
merado -la política de identidades, la descentralización de la
violencia, la economía de guerra globalizada- se pueden ver, en
mayor o menor medida, por todo el mundo. Además, a través
de las redes criminales transnacionales, las redes de expatriados
que se apoyan en la identidad, el im presionante aum ento de los
refugiados y solicitantes de asilo y los medios de comunicación
internacionales, todas estas características tienden a extenderse.
La guerra entre bandas de los barrios marginales en las ciuda­
des del norte» ios conflictos en lugares como Bosnia y Somalia e
incluso las guerras casi de viejo estilo, consistentes en ataques
aéreos» son manifestaciones de los nuevos tipos de violencia or­
ganizada.
Ahora bien, si no es posible contener las nuevas guerras des­
de el punto de vista territorial, ¿es posible prever formas de con­
tenerlas desde el punto de vísta político? Al fin y al cabo, la
globalización es un proceso que implica la integración y la inclu­
sión, además de la fragmentación y el exclusivismo. Junto a la
política del particularismo está surgiendo una nueva política cos­
mopolita, fundada en objetivos como la paz, los derechos hu­
manos o el ecologismo. ¿Tienen razón los pesimistas? ¿La violen­
cia es un elemento intrínseco de la sociedad humana? ¿O puede
ofrecer la nueva política cosmopolita una base para restaurar la
legitimidad a escala tanto local como mundial? ¿Podemos conce­
bir un mundo en el que se controle la violencia a escala transna­
cional, en el que instituciones mundiales o transnacionales se ha­
gan cargo del monopolio de la violencia legítima y en el que
exista una ciudadanía cosmopolita, alerta y activa, que vigile para
impedir el abuso de poder por parte de dichas instituciones?
Como afirmaba en el capítulo 2, en el periodo de posguerra
el poder militar estaba, en gran parte, transnacionalizado. El en­
durecimiento de las alianzas en Europa y el establecimiento de
sistemas de mando integrado, junto a una red mundial de co­
nexiones militares a través de la ayuda militar, las ventas de ar­
mas y la formación, supusieron en la práctica que la mayoría de
los países, aparte de las superpotencias, prescindieran de la posi­
bilidad de declarar una guerra de forma unilateral. Aunque se ha
producido cierta renacionalización de las fuerzas armadas tras el
final de la guerra fría, también ha habido toda una serie de nue­
vos acuerdos -labores multinacionales de mantenimiento de la
paz, acuerdos de control de armas que incluyen equipos de ins­
pección mutua, ejercicios conjuntos, organizaciones nuevas o re­
novadas como la UEO, la Asociación para la Paz, el Consejo de
Coordinación de la OTAN (NACC)- que constituyen una intensi­
ficación de la transnacionaiización en el ámbito militar. Durante
la guerra fría, los límites de la violencia se hicieron coincidir con
las fronteras de los dos bloques; o, para decirlo de otra forma, el
sistema de bloques permitió la pacificación. La duda es si esta
aglomeración transnacional de poder militar puede generar la
pacificación mundial. ¿Podemos imaginar una pacificación sin
límites territoriales?
No hay una respuesta clara. En todas las épocas existe una
relación compleja entre los procesos de la gobem anza (cómo se
gestionan los asuntos humanos), la legitimidad (sobre la que
reposa el poder de gobernar) y las formas de seguridad (cómo
se controla la violencia organizada). Por un lado, la capacidad
de m antener el orden, proteger a las personas en sentido físico,
ofrecer una base segura para las tareas administrativas, garan­
tizar el imperio de la ley y proteger el territorio de amenazas
externas son funciones prim ordiales de las instituciones políti­
cas, que deben a ellas su legitimidad. Es más, el carácter de di­
chas instituciones se define, en gran parte, con arreglo a cómo
se desempeñan esas funciones y a qué aspectos de la seguridad
se consideran prioritarios. Por otro lado, no es posible propor­
cionar seguridad, en el sentido antes definido, sin tener cierta
legitimidad esencial. Debe existir algún mecanismo, sea un
m andam iento judicial, el fanatismo religioso o el consenso de­
mocrático, que explique por qué la gente respeta las normas y
por qué, en concreto, los agentes de la violencia organizada
-soldados o policías, por ejem plo- obedecen las órdenes.
En el capítulo 2 hablaba de la relación entre la evolución de
la (vieja) guerra m oderna y la aparición del Estado-nación en
Europa, en el que la pacificación interna estaba asociada a la
extemalización de la violencia y la legitimidad procedía de no­
ciones de patriotismo arraigadas en la experiencia real de la
guerra. El término «seguridad nacional» era prácticam ente sinó­
nimo de la defensa exterior de las fronteras nacionales. En el
periodo de posguerra, la distinción entre interior y exterior se
extendió a los límites de los bloques, y las identidades ideológi­
cas -los conceptos de libertad y socialismo- nacidos en la expe­
riencia de la segunda guerra mundial suplantaron, aunque no
desplazaron, a las identidades nacionales como base para la le­
gitimidad de los bloques. La seguridad de los bloques era, ade­
más, la defensa de los bloques frente al exterior.
Hoy existe gran incertidumbre sobre los modelos futuros de
gobierno. Se habla de un «vacío de seguridad». El debate sobre
cómo llenar ese vacío es, sobre todo, un debate institucional. En
Europa se centra en el futuro de la OTAN y el papel de otras
instituciones europeas como la UEO, la OSCE, la CEI, etcétera.
Pero por debajo del debate institucional, hay una serie de au­
ténticos interrogantes sobre el control de la violencia. El mono­
polio nacional de la violencia organizada legítima ha sufrido la
erosión desde arriba, debido a la transnacionalización de las
fuerzas militares. Ha sufrido la erosión desde abajo, por la pri­
vatización de la violencia organizada que caracteriza a las nue­
vas guerras. ¿En qué condiciones pueden las instituciones de se­
guridad, existentes o futuras, eliminar o m arginar las formas
privatizadas de violencia?
Mi argumento es que depende de opciones políticas, de cómo
decidamos analizar la naturaleza de la violencia contemporánea
y de qué concepción de la seguridad adoptemos. La ciencia polí­
tica tradicional, fundada en la experiencia de los siglos xix y xx,
sólo es capaz de predecir una nueva variante del pasado o el des­
censo hacia el caos. Precisamente porque la corriente dominante
del pensamiento apolítico se orientaba hacia el sistema existente
de gobemanza, y suministraba una justificación o legitimación
de dicho sistema al tiempo que una base para ofrecer consejos
sobre cómo actuar dentro de él, lo que produce es una especie
de fatalismo o determinismo sobre el futuro. En cambio, los en­
foques críticos o normativos de la ciencia política dejan hueco a
la actuación humana. Se basan en la teoría de que la gente cons­
truye su propia historia y puede escoger su futuro, al menos
dentro de ciertos límites susceptibles de ser analizados.
En las páginas siguientes esbozo varios modos de pensamien­
to posibles sobre la seguridad que proceden de visiones políticas
del futuro opuestas, con arreglo a distintas percepciones del ca­
rácter de la violencia contemporánea. Una de dichas visiones es
una restauración del orden mundial a partir de la reconstrucción
de cierto sistema de bloques en el que las divisiones basadas en la
identidad sustituyan a las divisiones basadas en la ideología. Esta
perspectiva se basa en hipótesis realistas sobre las relaciones in­
ternacionales, en las que los principales actores son autoridades
políticas vinculadas a un territorio y las nuevas guerras se consi­
deran una variante de las viejas» es decir» conflictos geopolíticos.
El ejemplo más conocido de este tipo es la obra de Samuel Hun-
tington El choque de civilizaciones, en la que propone una variante
del sistema de bloques basada en la identidad cultural, en vez de
la ideología.2 Una segunda visión se puede calificar de neomedie-
valismo3 o anarquía, y parte de un rechazo posmodemo al rea­
lismo.4 Los defensores de esta corriente de pensamiento recono­
cen que las nuevas guerras no se pueden concebir en términos
tradicionales, pero, al mismo tiempo, son incapaces de identificar
ninguna lógica en las nuevas guerras. Las ven como una guerra
«de todos contra todos» al estilo de Hobbes/ Esia visión es esen­
cialmente una defensa de la desesperación, un reconocimiento de
nuestra incapacidad de analizar los acontecimientos mundiales.
Por último, hay una tercera visión que se basa en un enfoque más
normativo y que parte del argumento sobre el cosmopolitismo
presentado en el capítulo anterior.

El choque de civ Libaciones


La tesis de H untington es una variante del sistema de blo­
ques en la que el origen de la legitimidad es la identidad cultu­
ral, la lealtad a lo que él define como las civilizaciones históri­
cas. Su libro ha sido objeto de gran atención porque expresa lo
que muchos consideran las convicciones no declaradas de par­
tes del sistema, especialmente aquellos que vivían de la guerra
fría: un intento de recrear las cómodas certezas del m undo bi­
polar e inventar una nueva am enaza que sustituya al com u­
nismo. La guerra del Golfo fue el paradigma de la postura de
Huntington; a Saddam Hussein lo crearon» literalmente, a im a­
gen y semejanza de los comunistas. El plan elaborado por el
Pentágono se había preparado, al principio» para, contener un
avance soviético hacia el Golfo Pérsico. Al seguir la rutina orga­
nizativa y movilizarse a una escala comparable a la de una si­
tuación de guerra fría, Saddam se convirtió en un enemigo te­
mible, equivalente a su antecesor soviético.6
Huntington sostiene que entramos en un mundo de múltiples
civilizaciones, en el que el mecanismo vinculante de sociedades y
grupos de Estados será la cultura, más que la ideología. Como
han señalado muchos críticos» se muestra vago sobre lo que
quiere decir con cultura, porque, para él, la religión es un ele­
mento definí torio esencial. Es decir, Occidente es cristiano, pero
sólo católico y protestante. Afirma categóricamente que Turquía
no puede ser admitido en la UE porque es musulmana, y consi­
dera que la pertenencia de Grecia, un país ortodoxo, es un error;
según Huntington, Grecia no es parte de la civilización occiden­
tal. También es evidente que, en su opinión, los Estados son los
garantes fundamentales de las civilizaciones. Destaca el papel de
los «Estados-núcleo», come la id o s Unidos en Occidente y
China en Asia.
Define seis o siete civilizaciones (china, japonesa, hindú, is­
lámica, occidental, latinoamericana y quizá africana). Pero con­
sidera que la división crucial que da forma al orden mundial es
la que separa a Occidente y el Islam o Asia. El Islam es una
amenaza por su aum ento de población y por lo que denomina
la «propensión a la violencia» de los musulmanes. Asia es una
amenaza por su rápido crecimiento económico, organizado alre­
dedor de lo que denom ina la «red de bambú» de la etnia china.
Para Huntington, Occidente es el credo político norteamericano
más la cultura occidental. Opina que esta última está en deca­
dencia y debe defenderse contra las culturas extrañas; en espe­
cial, Estados Unidos y Europa deben estar unidos como lo estu­
vieron durante la guerra fría.
El principal foco de violencia procede de lo que Huntington
llama las «guerras de fallas iVstiene que los conflictos inter­
nos son un elemento de la existencia contemporánea; en otras
palabras, acepta la concepción primordial de los nuevos conflic­
tos. En su opinión, su dimensión es cada vez mayor, en parte,
por la caída del comunismo y, en parte, por los cambios demo­
gráficos. (Considera que la guerra .ie Bosnia fue, principal­
mente, consecuencia de que los musulmanes tenían un índice
de natalidad superior.) Cuando los conflictos internos incluyen a
civilizaciones diferentes» como en Bosnia-Herzegovina, se con­
vierten en guerras de fallas, y generan lo que denomina el sín­
drome de los países afínes. Así, Rusia entró en el conflicto bos­
nio del lado de los serbios» Alemania del lado de los croatas, y
los Estados islámicos del lado bosnio. (Le extraña un poco el
apoyo de Estados Unidos a Bosnia, que no acaba de encajar con
la tesis, pero se puede explicar por el legado equivocado de una
ideología política universalizadora.) En otras palabras, las nue­
vas guerras deben englobarse en un choque de civilizaciones y
hay que reconstituir las superpoteneias protectoras en virtud de
criterios culturales, en vez de ideológicos.
Huntington se m uestra muy crítico con una misión univer­
salizadora mundial y se califica de relativista cultural, pero, al
mismo tiempo, se opone por completo al multiculturalismo.
Afirma que Estados Unidos ya no tiene la capacidad de actuar
como potencia mundial, menciona el hecho de que las fuerzas
norteam ericanas dieron lo máximo de sí mismas en la guerra
del Golfo y sostiene que su labor es proteger la civilización oc­
cidental en un m undo de múltiples civilizaciones. Además con­
sidera que los derechos hum anos y el individualismo son fenó­
menos puram ente occidentales y que no tenemos derecho a
im poner valores políticos occidentales a sociedades a las que
les resultan ajenos. Al mismo tiempo, asegura que Estados Uni­
dos tiene el deber de conservar la cultura occidental dentro de
sus fronteras. Por tanto, lo que prevé es una especie de apart-
heid m undial en el que unas civilizaciones relativamente homo­
géneas, agrupadas desde arriba por los Estados-núcleo, se con­
viertan en guardianes comunes del orden internacional y se
ayuden, m ediante sus confrontaciones mutuas, a conservar la
pureza de sus respectivas civilizaciones. Es decir, propone una
forma de movilización política de bloques basada en la identi­
dad exclusiva: «En el choque general, el “auténtico choque”
mundial entre la civilización y la barbarie, las grandes civiliza­
ciones del mundo... aguantarán juntas o por separado. En la
era que comienza, los choques entre civilizaciones son la mayor
am enaza a la paz mundial, y un orden internacional basado en
las civilizaciones es la mejor salvaguarda contra una guerra
mundial».7
Un gran problema, a juicio de Huntington, es el hecho de que
el mundo musulmán no tenga un Estado-núcleo capaz de m an­
tener el orden. Igual que Estados Unidos necesitaba a la Unión
Soviética para sostener el orden bipolar de los años de la guerra
fría, la situación que describe Huntington exige un enemigo esta­
ble. La ausencia de un Estado-núcleo musulmán no es mera­
mente un problema para la argumentación, ya que tiene que ver
con la fragilidad de toda su construcción teórica. Huntington está
hablando de la misma geopolítica de siempre. En su contexto, los
Estados conservan el monopolio de la violencia organizada legí­
tima. Los Estados-núcleo proporcionan la seguridad de cada civi­
lización y ésta, a su vez, al menos de forma implícita, propor­
ciona la base para la legitimidad de cada bloque de civilización.
Ahora bien, ¿es realista?
H untington no pregunta por qué cayó la Unión Soviética
ni cuáles son los factores que caracterizan al periodo actual de
transición. Palabras como «globalización» o «sociedad civil»
no entran en su vocabulario. Para él, la historia consiste en
transform ar las relaciones entre Estados; se pueden construir
modelos de estructuras estatales sin tener en cuenta las rela­
ciones cam biantes entre Estado y sociedad. Hechos aparen­
temente aleatorios como el aum ento de población o la urba­
nización sirven para explicar fenómenos concretos como la
expansión del fundam entalism o o el poder de China. Pero no
se pone en tela de juicio el contenido de la gobernanza, ni có­
mo cam bian de carácter las instituciones políticas, y hay po­
cas explicaciones sobre cómo va a pasar el mundo de la incer-
tidum bre actual al nuevo orden basado en las civilizaciones.
Se supone que la defensa territorial de las civilizaciones es la
forma de m antener el orden; ignora las complejidades de las
formas de violencia que no son ni internas ni externas, ni p ú ­
blicas ni privadas.
No obstante, la tesis de Huntington tiene mucha influencia.
Me he detenido en examinarla porque algunos elementos de las
ideas de Huntington están presentes, implícitos, en el debate so­
bre la seguridad de finales de los años noventa, sobre todo en
Europa, aunque se expresen sin tantos extremismos. De ahí que
el debate sobre la ampliación de la UE y la OTAN y sobre dónde
acaba Europa no se desarrolle en función de las verdaderas ne­
cesidades en materia de seguridad, sino en función de qué paí­
ses son «elegibles» (dignos) para ser miembros de esas institu­
ciones. Desde este punto de vista» Europa tiene unos límites te­
rritoriales, y hay ciertos criterios (niveles de renta» niveles de
democracia) que se utilizan para decidir qué países entran den­
tro de esos límites. Así, el presidente Václav Havel, partidario de
que la República Checa se incorpore a la OTAN, ha hablado de
una Comunidad Euroatlántica de naciones con ideas parecidas,
mientras que los dem ócrata-cristianos europeos han expresado
públicamente su opinión de que Turquía no debe entrar en la
UE porque es un país musulmán.

”1 " a turquí a que viene


A diferencia de la tesis de Huntington, la ventaja del argu­
mento en favor de la anarquía es que tiene en cuenta la ruptura
con el pasado y la diferencia entre las viejas y las nuevas gue­
rras. El libro de Robert D. Kaplan Viaje a los confines de la Tierra
es un buen ejemplo de este tipo de pensamiento. Es una especie
de libro de viajes político, que contiene absorbentes descrip­
ciones de la vida social que se ve hoy en día. Sus conclusiones,
por tanto, proceden de la experiencia directa de las realidades
contemporáneas. Kaplan llama la atención sobre el deterioro de
la autoridad del Estado en muchas partes del mundo y la miopía
provocada por una visión estatalista del mundo:

«¿Y si, en realidad, no hay cincuenta y pico naciones en


África, como sugieren los mapas.' ;v si no hay más que seis,
siete u ocho verdaderas naciones en el continente? ¿O, en vez
de naciones, varios centenares de entidades tribales?... ¿Y si el
territorio en poder de las guerrillas y las mafias urbanas -u n te­
rritorio que no figura nunca en los m apas- es más im portante
que el que alegan poseer muchos Estados organizados'*' , sí
África está todavía más lejos de Norteamérica y Europa de lo
que indican los mapas?».8
En Sierra Leona descubre la desintegración del monopolio
de la violencia organizada, el debilitamiento de la distinción en­
tre «ejércitos y civiles y ejércitos y bandas criminales».9 En Pa­
kistán descubre «una forma de gobierno en descomposición, ba­
sada más en actividades criminales que en un gobierno real».10
En Irán especula sobre un nuevo tipo de economía fundado en
ei bazar. Su viaje le da la posibilidad de describir la escasez
creciente de recursos» el deterioro ambiental generalizado, las
presiones de la urbanización y la nueva clase de jóvenes urba­
nos, desempleados e inquietos, que se sienten atraídos por las
certidum bres del fundamentalismo religioso. Habla de las desi­
gualdades de riqueza en. el mundo y de la revolución en las co­
municaciones mundiales, que ha hecho que esas diferencias
sean más visibles. Califica el crecimiento de las ONG como «el
ejército internacional del futuro».11 Se detiene en la influencia
de la tecnología m oderna sobre las sociedades tradicionales: la
magia de la radio en África, por ejemplo.
En su artículo original, aparecido en The Atlantic Monthly,
Kaplan acuñó la expresión «la anarquía que viene» para pintar
un mundo en el que el orden civil se había destruido. En África
occidental observaba el regreso a la naturaleza y al caos de
Hobbes, que, en su opinión, era un anuncio del futuro en el
resto del mundo. Hablando de África, Kaplan le decía a un en­
trevistador de la BBC en marzo de 1995:

«Hay un montón de gente, en Londres y Washington, que


vuela a todo el mundo, duerm e en hoteles de lujo, piensa que
el inglés dom ina en todas partes, pero no tiene ni idea de lo
que existe por ahí. Por ahí está esa fina m em brana de los hote­
les de lujo, las cosas que funcionan, el orden civil, que está ha­
ciéndose, proporcionalmente, cada vez más y más y más del­
gada».12

En su libro modifica ligeramente la tesis. Descubre islas de


civismo en Erítrea, en el valle de Klsha, India, o en los subur­
bios de Ss-ambul; islas en las que los habitantes locales han lo­
grado establecer o conservar formas nuevas o tradicionales de
autogestión. Duda de que esos ejemplos relativamente aislados
puedan servir de modelos para otras regiones y afirma que su
éxito depende, en gran parte, de que hayan heredado o no cier­
tas tradiciones de carácter cívico, de los elementos que sean in­
trínsecos o no de su cultura. Prosigue:

«El m apa del mundo no será nunca estático. El m apa futuro


-en cierto sentido, el “último m apa”- será una representación
cam biante del caos cartográfico: en algunas áreas benigno, e in­
cluso productivo, y en otras, violento. Como el mapa estará en
cambio permanente, se podrá actualizar, como las informacio­
nes meteorológicas, y se transm itirá a diario por Internet a
aquellos lugares que tengan electricidad o generadores privados
fiables».

En este mapa, las reglas por las que se han guiado los diplo­
máticos y otras elites políticas para ordenar el mundo durante
los últimos siglos tendrán cada vez menos validez. Las solucio­
nes, en general, tendrán que surgir de las propias culturas afec­
tadas.13
El argumento de Kaplan es fundamentalmente determinista.
Aunque tiene razón al desechar las soluciones geopolíticas co­
mo la de Huntington, basadas en las hipótesis estatalistas del
pasado, a la hora de la verdad comparte la idea de H untington
de que las perspectivas de la gobem anza dependen de unas teo­
rías esencialistas sobre la cultura. Dado que observa cómo caen
unos Estados y como no puede prever formas alternativas de
autoridad a escala mundial, su panoram a no contiene seguridad
ni legitimidad, excepto en ciertos casos arbitrarios. Como H un­
tington, Kaplan se lamenta de que haya terminado la guerra fría
y sugiere que, en el futuro, quizá la consideremos un interludio
entre la violencia y el caos, como la Edad de Oro de la demo­
cracia de Atenas.
Concluye su libro reconociendo abiertamente su impotencia:
«Traicionaría mi experiencia si pensara que tenemos una solu­
ción general para estos problemas. No tenemos el control. A me­
dida que las sociedades se hacen cada vez más populosas y
complejas, la idea de que una clase dirigente mundial, como la
ONU, pueda dirigir la realidad desde arriba, es tan absurda co­
mo la de que la “ciencia” política pueda reducir todo esto a una
ciencia».14
Gobernanza cosmopolita
En contraste con los puntos de vista anteriores, el proyecto
de gobernanza cosmopolita, o gobernanza humana, como lo lla­
ma Richard Falk,15 se separa de la hipótesis de unas entidades
políticas en función del territorio. Es un proyecto que deriva de
una concepción universalista y hum anista y que pasa por en­
cima de la división entre mundial y local. Se basa, como vimos
en el capítulo anterior, en una alianza entre las islas de civismo,
mencionadas por Kaplan, y las instituciones transnacionales.
No existen fronteras en sentido territorial. Pero sí existen fron­
teras políticas entre quienes apoyan los valores cívicos cosmo­
politas, defienden la apertura, la tolerancia y la participación, y
quienes están ligados a posturas políticas particularistas, exclu­
sivistas y a menudo colectivistas. En el siglo xix, las grandes di­
visiones del mundo eran nacionales, vinculadas a una definición
territorial de nación. En el siglo xx fueron sustituidas por divi­
siones ideológicas entre izquierda y derecha o entre democracia
o capitalismo y socialismo, que también estaban asociadas a
unos u otros territorios. La separación entre cosmopolitismo y
particularismos no puede definirse con criterios territoriales,
aunque cada particularismo concreto reivindica un territorio
determinado.
No es un proyecto de gobierno mundial único. La noción
kantiana de derecho cosmopolita se basaba en el supuesto de
una federación de Estados soberanos; el derecho cosmopo­
lita era fundam entalm ente una serie de norm as aceptadas por
todos los miembros de la federación. Lo que se propone aho­
ra, en realidad, es una especie de «supervisión mundial». Es
posible prever una serie de entidades políticas de carácter te­
rritorial, desde municipios hasta organizaciones continentales,
pasando por los Estados-nación, que actúen con arreglo a
unas norm as generales, unas pautas de com portam iento inter­
nacional. La tarea de las instituciones internacionales consiste
en garantizar el cumplimiento de dichas normas, sobre todo
en lo que respecta a los derechos hum anos y las leyes hum ani­
tarias. Igual que se acepta, cada vez más, que los gobiernos
puedan intervenir en asuntos familiares para detener la violen­
cia doméstica, éste sería un principio sim ilar aplicado a escala
mundial.
En ciertos aspectos, ya existe un régimen cosmopolita.16 Las
ONG transnacionales vigilan y llaman la atención de la opinión
pública sobre las violaciones de los derechos humanos, el geno­
cidio y otros crímenes de guerra, y las instituciones internacio­
nales reaccionan de distintas maneras. Lo que ha faltado hasta
ahora ha sido la capacidad de hacer respetar las normas. Lo
que se sugiere aquí es que una fuerza encargada de hacer res­
petar las leyes cosmopolitas, del tipo que se describía en el ca­
pítulo anterior, serviría para reforzar ese régimen cosmopolita.
Llenaría el vacío de seguridad y aum entaría la legitimidad de
las instituciones internacionales, con lo que les perm itiría obte­
ner el apoyo de la población y actuar en otros terrenos, como el
del medio ambiente o el de la pobreza. Por supuesto, las insti­
tuciones internacionales tendrían que increm entar su responsa­
bilidad y su transparencia y desarrollar procedimientos dem o­
cráticos para autorizar el uso legitimo de la fiierza. Las posibles
repercusiones de este paso quedan fuera del alcance de este li­
bro.17 Lo que nos interesa, más bien, es que, así como el desa­
rrollo del Estado moderno incluyó un proceso simbiótico en el
que evolucionaron la guerra» las estructuras adm inistrativas y la
legitimidad, del mismo modo el desarrollo de la gobem anza
cosmopolita e incluso de la democracia se está produciendo ya
mediante un proceso semejante -aunque frágil, desde luego-
que incluye el aum ento de la responsabilidad adm inistrativa a
la hora de hacer respetar las normas cosmopolitas.
¿Qué repercusiones tiene este punto de vista para el debate
sobre la seguridad europea? Cualquier organización de seguri­
dad debe ser incluyente» y no excluyente. Una organización
con límites da im plícitam ente más im portancia a la defensa
externa contra un enemigo com ún que al cum plim iento de las
leyes cosmopolitas. La ventaja de la OTAN era que se convirtió
en el instrum ento con el que se transnacionalizaron las fuer­
zas militares; proporcionó una base para la pacificación trans­
nacional. Éste es seguram ente el principal motivo por el que
una guerra entre Francia y Alemania es, en la actualidad, una
cosa impensable. El inconveniente era que m antenía viva la
perspectiva de una guerra entre bloques. La am pliación de la
OTAN que se ha propuesto incluye a Hungría, pero no a Ru­
mania, a la República Checa, pero no a Eslovaquia, a Polonia,
pero no a la m ayor parte ele la antigua Unión Soviética. La de­
fensa exterior de la OTAN no protegerá a sus miembros de la
extensión de nuevas guerras» pero sí tratará a los países ajenos
como enemigos potencíales, A los países más pobres y con ins­
tituciones políticas menos estables, tal vez musulm anes u orto­
doxos, se les deja al margen. Así es poco probable que surja
un nuevo orden de civilizaciones según el modelo de H unting­
ton. Al contrario, la exclusión seguram ente contribuirá a las
condiciones que generan el nuevo tipo de guerra, con gran fa­
cilidad para extenderse.
• .1 - n foque cosmopolita de la seguridad europea y mundial
intentaría reunir a países con posibilidades de ser enemigos y
extender lo más posible la transnacionalización de las fuerzas
armadas. Podría hacerse bajo los auspicios de la OTAN -inclui­
da Rusia-, la OSCE o las Naciones Unidas. Lo importante no es
el nombre de la organización.» sino cómo se reelabore el concep­
to de seguridad. Un punto de vista cosmopolita sobre la seguri­
dad abarca los aspectos económicos y políticos, tal como vimos
en el capítul o 1 tarea de los agentes de la violencia legítima
organizada» bajo el patrocinio de las instituciones transnacio­
nales, no consiste en la defensa externa -com o ocurría con los
modelos de seguridad por naciones o por bloques-, sino en ha­
cer respetar las leyes cosmopolitas.

Conclusión
El cuadro 7.1 presenta una descripción esquemática de la
relación entre modelos de gobem anza y formas de seguridad, y
de qué forma varía esa relación según las diversas visiones que
he mencionado.
¿Cuál de los tres últimos panoram as -el choque de civiliza­
ciones, la anarquía que viene y la gobernación cosmopolita- nos
reservará el futuro?
Modelos de Instituciones Origen de la Modelo
gobernanza políticas legitimidad de seguridad
Sistema Estados-nación Construcción Defensa externa,
de Estados nacional, pacificación
patriotismo interna
Guerra fría Naciones-estado, Ideología: Disuasión,
bloques, libertad cohesión
instituciones o socialismo de bloques
transnacionales
Choque de Naciones-estado, Identidad Defensa de la
civilizaciones bloques de cultural civilización
civilizaciones dentro y fuera
de las fronteras
«La anarquía Bolsas Inexistente Islas fortificadas
que viene» de autoridad de civismo en
medio de una
violencia
generalizada
Gobernación Instituciones Humanismo Fin de la guerra
cosmopolita transnacionales, moderna,
Estados-nación, cumplimiento de
gobiernos locales la ley cosmopolita

No se puede hacer una predicción. La respuesta depende


del resultado de los debates públicos, las respuestas de las ins­
tituciones, las decisiones políticas que se tom en en diversas
instancias de la sociedad. El futuro puede depender de lo que
suceda en Bosnia. A finales de los años noventa había 30.000
soldados en la república, bajo,los auspicios de la OTAN, los
países de la Asociación para la Paz y otros. Con la excepción
de las tropas rusas, actúan a las órdenes de la OTAN -con au­
torización de la ONU- y, como indiqué en el capítulo 3, se
trata del m ayor despliegue m ilitar realizado por la organiza­
ción fuera de su territorio. Es posible que Bosnia sea al pe­
riodo posterior al final de la guerra fría lo que Alemania fue al
periodo de la posguerra: un paradigm a para nuestras diversas
nociones de seguridad.
Los tres enfoques que he descrito compiten en Bosnia-Her-
zegovina. Hay quienes ven la operación como una acción de las
que propone Huntington. Las tropas vigilan la partición de Bos­
nia entre una zona católica y una zona ortodoxa, y quizá tam ­
bién una musulmana. Croacia y Eslovenia, junto con la parte
católica de Bosnia, acabarán formando parte de un nuevo blo­
que euroatlántico. Serbia y el enclave musulmán quedarán aban­
donados en manos del «Este atrasado», al lado de Rusia. Hay
algunas personas, sobre todo en el Congreso norteamericano,
que opinan que toda la operación es un enorme desperdicio de
dinero; son partidarios de la retirada lo antes posible. Están dis­
puestos a aceptar la anarquía o el caos en lugares remotos y
creen que es posible fortificarse contra su contagio. Y hay otros,
tanto dentro como fuera de Bosnia, entre las ONG locales y en
las instituciones internacionales, que luchan para unificar Bos­
nia e integrar a las fuerzas externas, que defienden la captura
de los criminales de guerra, el control de las fuerzas de policía,
el establecimiento de medios de comunicación libres y pluralis­
tas y una educación multicultural, y la reconstrucción de las re­
laciones económicas y sociales.
Los que critican el punto de vista cosmopolita podrían decir
que se trata de un proyecto modernista y universalista, de una
dimensión todavía más ambiciosa que otros proyectos m oder­
nistas anteriores como el liberalismo o el socialismo, y que, por
consiguiente, contiene una reivindicación totalitaria. Además,
dado el carácter laico del concepto y el rechazo explícito de las
formas com unitarias basadas en la identidad, se podría alegar
que el concepto está expuesto a acusaciones más graves de uto­
pía e inconsistencia que otros proyectos modernistas anteriores.
Mi opinión es que la moral pública debe apoyarse en proyectos
universalistas, si bien dichos proyectos cambian periódicamente
debido a las circunstancias; siempre producen consecuencias
inesperadas y tienen que ser revisados. Por tanto, nunca pueden
ser universalistas en la práctica, aunque hagan afirmaciones de
ese tipo. Las circunstancias dan validez, aunque sea por cierto
tiempo, a esos proyectos, como el liberalismo o el socialismo, o
los desacreditan. La idea deciochesca de que la razón es inhe­
rente a la naturaleza implicaba que la conducta racional (mo­
ral) puede aprenderse a través de la experiencia; que existe una
realidad en la que hay formas mejores o peores de vivir y que se
puede aprender a vivir de esas formas diferentes con la expe­
riencia: la experiencia de las familias felices o desgraciadas, por
ejemplo, o de la paz y la guerra. Estas lecciones nunca se apren­
den para siempre, porque la realidad es muy complicada y las
circunstancias exactas en las que parece funcionar una racio­
nalidad concreta no pueden reproducirse. Pero sí se pueden
aprender para un periodo de tiempo y en unas circunstancias
aproximadas.
En la era actual de reflexión, un proyecto cosmopolita es,
por su propia naturaleza, tentativo. Lo más probable es que vi­
vamos siempre con perspectivas contradictorias, aunque el ca­
rácter y los supuestos de esas diferentes perspectivas tienen que
cam biar constantem ente. Es posible que ningún punto de vista
venza a los otros en Bosnia, pero también que, durante cierto
tiempo, las operaciones llevadas a cabo allí representen una
nueva narrativa, una forma de contar la historia de nuestras di­
ferencias políticas.
La visión optimista de la situación actual es la que dice que
la guerra m oderna está obsoleta. La guerra» tal como la conoce­
mos desde hace dos siglos, se ha convertido quizá en un an a­
cronismo, como la esclavitud. Los ejércitos, las fuerzas navales
y las fuerzas aéreas nacionales tal vez no son ya más que vesti­
gios rituales del Estado-nación que desaparece. La «paz perpe­
tua» que preveía Immanuel Kant, la globalización del civismo y
el desarrollo de formas cosmopolitas de gobernación, son posi­
bilidades reales. La visión pesimista es que la guerra, como la
esclavitud, siempre puede reinventarse. La capacidad de las ins­
tituciones políticas formales, sobre todo del Estado-nación, para
regular la violencia, está erosionada, y hemos entrado en una
era de violencia informal de bajo nivel y a largo plazo, la guerra
posmoderna. En este libro he defendido que ambas opiniones
tienen razón. No podemos suponer que la barbarie o el civismo
estén arraigados en la naturaleza humana. Que seamos capaces
de aprender a hacer frente a las nuevas guerras y orientarnos
hacia un futuro más optimista depende, en última instancia, de
nuestro propio comportamiento.
Epílogo

Este libro se publicó justo antes de la campaña de bom bar­


deos de la OTAN contra Yugoslavia en 1999. Posteriormente me
incorporé a la Comisión Internacional Independiente sobre Kó~
sovo (CIIK) y tuve oportunidad de reunir pruebas y participar
en intensas discusiones sobre lo que había ocurrido en dicha
provincia.1 A medida que siguen extendiéndose las «nuevas gue­
rras», con conflictos perm anentes en lugares como Sierra Leo­
na, Chechenia, Palestina o Cachemira, es cada vez más im por­
tante reflexionar sobre las repercusiones de la crisis de Kósovo
a la hora de com prender este tipo de guerra y las reacciones in­
ternacionales.
La intervención en Kósovo se recibió con la calificación de
ser la prim era guerra por los derechos humanos. El prim er mi­
nistro británico, Tony Blair, aprovechó la ocasión del 50 aniver­
sario de la OTAN -que se produjo durante los ataques aéreos-
para enunciar una nueva «Doctrina de la com unidad interna­
cional». «Hoy, todos somos intem acionalistas, nos guste o no»,
declaró ante su público de Chicago. «No podemos negam os a
participar en los mercados mundiales si queremos prosperar.
No podemos ignorar las nuevas ideas políticas en otros países
si queremos innovar. No podemos dar la espalda a los conflic­
tos y las violaciones de los derechos hum anos si queremos per­
m anecer seguros».2
Sin embargo, los resultados reales de la guerra son mucho
más ambiguos. El objetivo declarado representaba una novedad
y un precedente im portante en la conducta internacional; es de
esperar que, después de Kósovo, a la comunidad internacional
le sea mucho más difícil quedarse al margen cuando se produz­
can tragedias como el genocidio de Ruanda. No obstante, los
métodos estuvieron mucho más cercanos a una concepción tra­
dicional de la guerra y tuvieron poco que ver con ese objetivo.
En la práctica, se libraron dos guerras al mismo tiempo. Prime­
ro, estuvo la guerra de Milosevic contra los albanokosovares. Era
un ejemplo arquetípico de la «nueva guerra» que he descrito en
este libro y la prueba de que este tipo de violencia tiende a ex­
tenderse. Segundo, estuvo la «guerra espectáculo» de la OTAN,
un tipo de guerra cuya historia puede trazarse a través del con­
flicto imaginario de la era de la guerra fría, las guerras en las
Malvinas e Irak y la Revolución de los Asuntos Militares a la
que me refiero en la introducción de este libro.
Se puede alegar que estas dos guerras no sólo no estaban en
contradicción sino que se alimentaron mutuamente. A poste-
riori, es posible afirm ar que quizá Milosevic quería ser bom bar­
deado. El ejército yugoslavo estaba preparado para soportar ata­
ques de ese tipo. Los bombardeos le dieron una tapadera bajo
la que pudo llevar a cabo un plan acelerado de limpieza étnica.
Una semana antes de que empezaran, los policías serbios iban
señalando las casas de los albanokosovares con cruces, para que
los «limpiadores» supieran dónde tenían que entrar. Además, da
la impresión de que, una vez comenzados los ataques aéreos,
cada bombardeo intenso fue seguido de actos de una brutalidad
creciente.
También es posible que en los círculos occidentales, sobre
todo en Estados Unidos, hubiera algunos que querían bom bar­
dear. Los críticos de la cam paña de la OTAN sostienen que Oc­
cidente podía haber ofrecido más concesiones en las conversa­
ciones de Rambouillet -y después París- inmediatamente
anteriores a los ataques; Occidente podía haber dejado que la
futura presencia militar se hiciese bajo los auspicios de la ONU,
y no de la OTAN, por ejemplo, y no tenía por qué insistir en las
disposiciones de largo alcance incluidas en el anexo sobre segu­
ridad. No está claro que eso hubiera supuesto ninguna diferen­
cia; el principal motivo para el fracaso de las negociaciones fue
la intransigencia de los serbios. Aun así, existía una presión
cada vez mayor para «hacer algo» y «dar una lección a Milose­
vic». Cuando comenzaron los ataques, pareció que estaban jus­
tificados por la limpieza étnica de los serbios. Los portavoces de
la OTAN hablaban con triunfalism o de cada horrenda violación
de los derechos humanos, como sí aquello les diera un argu­
mento para arrojar bombas; pero no parecían tan dispuestos a
m ostrar remordimientos, angustia ni frustración por no haber
sido capaces de prevenir los terribles acontecimientos.
En las páginas que siguen, voy a describir cada una de estas
dos guerras. En la últim a parte, expondré lo que podría haber
sido un método alternativo y las repercusiones de las distintas
enseñanzas extraídas de la guerra de Kósovo para el futuro de
la seguridad mundial.

La «nueva guerra» en Kósovo


La guerra declarada por Milosevic en Kósovo fue un ejemplo
clásico de nueva guerra. En prim er lugar, fue una guerra librada
en nombre del «nuevo nacionalismo». Algunos podrían decir que
el argumento de los «antiguos odios» es mucho más fuerte en
Kósovo que en Bosnia. La población albanesa está claramente
diferenciada de los serbios, desde el punto de vista tanto lingüís­
tico como étnico. Además, en el siglo xx ha habido violencia y
hostilidad entre ambas poblaciones, sobre todo por parte de ser­
bios y montenegrinos contra albaneses. Durante todo el periodo
de posguerra hubo tensiones entre ambos grupos: había muy po­
cos albaneses en la dirección comunista, y Kósovo quedó some­
tido a la ley marcial inmediatamente después de la guerra; a p ar­
tir de finales de los años sesenta, Kósovo fue adquiriendo más
autonomía y la proporción de albaneses aumentó, porque tenían
un mayor índice de natalidad y por la emigración de los serbios.
En la constitución de 1974 se declaró a Kósovo provincia autó­
noma dentro de Serbia. A finales de los años setenta y principios
de los ochenta, la población albanesa presionó para que se le
otorgara la categoría de república, como Croacia o Eslovenia.
De todas formas, como m uestra Noel Malcolm en su histo­
ria de Kósovo, la situación no estaba tan clara, ni m ucho m e­
nos.3 Durante largos periodos, albaneses y serbios lucharon jtiri-
tos contra los imperios otom ano y austríaco. En la famosa bata­
lla de Kósovo, elogiada en las leyendas serbias» los albaneses lu­
charon en el misino bando que los serbios, contra los turcos.
- riodos de cooperación religiosa e incluso sincretismo,
junto a otras épocas de conflicto. Algunas familias aibanesas y
eslavas, incluso, presumían de tener ascendencia común.
El origen de la crisis actual debe remontarse al auge del
nuevo nacionalismo en Yugoslavia, que he descrito en el capítulo
3, y, en especial» al auge de Slobodan Milosevic y la aprobación
oficial de un programa nacionalista serbio muy extremista. La
posición de la minoría serbia en Kósovo y la insistencia en la im­
portancia religiosa de Kósovo para la nación serbia fueron ele­
mentos fundamentales de la propaganda nacionalista elaborada
por los intelectuales serbios y explotada por Milosevic. La elimi­
nación de la autonomía de Kósovo en 1989, por parte de Milose­
vic, señaló el comienzo de la desintegración de Yugoslavia. Poste­
riormente se empezó a despedir a los albaneses de sus puestos en
la función pública y las empresas de propiedad estatal; a los estu­
diantes de origen aibanés se les prohibió que entraran en los edi­
ficios universitarios y se introdujo un nuevo programa de estu­
dios serbio; la detención arbitraria y la violencia policial contra
los albaneses se convirtieron en prácticas habituales; Human
Rights Watch informó que el historial de violaciones de los dere­
chos humanos en Kósovo era el peor de Europa.
El crecimiento del sentimiento nacionalista entre los albano-
kosovares durante los años ochenta y noventa tenía también
ciertos elementos «nuevos». Especialmente im portante fue el
papel de los expatriados, sobre todo en Alemania y Suiza. Mu­
chos de los que habían participado en protestas y manifestacio­
nes estudiantiles a principios de los años ochenta se habían ido
del país. Durante los noventa, un 3 por ciento de los impuestos
sobre la renta procedían del medio millón de albanokosovares
que vivían y trabajaban en el extranjero. Más aún, en Suiza
existía un servicio de televisión en lengua albanesa que podían
recibir los albanokosovares que poseyeran antenas parabólicas.
A partir de 1997, cuando adquirió más influencia el ELK (Ejér­
cito Kosovar de Liberación), también fue esencial el papel de
los expatriados a la hora de inclinar los apoyos en su favor.
Asimismo puede decirse que el movimiento albanés refle­
jaba ciertos elementos nuevos de civismo. Bajo la dirección de
'Ibrahim Rugova, los albanokosovares declararon la independen­
cia y organizaron su propio sistema paralelo de servicios públi­
cos, incluida la educación, dentro de Kósovo. Influidos por los
principios de las revoluciones de 1989, adoptaron una estrategia
no violenta. De hecho, en el apogeo de las tensiones a principios
de los años noventa, decidieron abolir la costumbre tradicional
de la contienda de sangre.4 Según decía Rugova, «los serbios
sólo esperan un pretexto para atacar a la población albanesa y
aniquilarla. Creemos que es mejor no hacer nada y permanecer
vivos que m orir asesinados».5
En segundo lugar, los métodos de la guerra representaron el
perfeccionamiento de las técnicas desarrolladas en Croacia y
Bosnia, la estrategia de controlar el territorio mediante el des­
plazamiento de la población. La violencia se dirigió principal­
mente contra los civiles. En el periodo anterior al 24 de marzo,
fecha en la que comenzaron los bombardeos, las actividades del
ELK sirvieron de excusa para la limpieza étnica, que llevaban a
cabo, sobre todo, las fuerzas regulares yugoslavas y la policía
serbia; alrededor de 400.000 personas salieron del país antes de
que em pezaran los ataques. Una vez comenzados éstos, la lim­
pieza étnica se desarrolló con arreglo a una pauta sistemática y
organizada. La realizó una combinación de fuerzas regulares y
grupos param ilitares a los que se añadieron criminales puestos
en libertad para dicho propósito. También se movilizó a la po­
blación serbia local. Como en Bosnia, el papel de las fuerzas re­
gulares consistía en bom bardear un área determinada; enton­
ces, cuando la población local estaba suficientemente debilitada
y aterrorizada, los grupos param ilitares llegaban, separaban a
los hombres de las mujeres y los niños, saqueaban todo lo de
valor, incluidos documentos, quem aban las casas y destruían
los símbolos históricos y culturales. Los refugiados cuentan
que ios «limpiadores» les habían dicho que tenían instruccio­
nes de «limpiar» Kósovo en el plazo de una semana. La organi­
zación logística de trenes y autobuses para deportar a los alba­
nokosovares dem uestra bien a las claras el carácter planificado
de esta limpieza étnica.
Uno de los grupos paramilitares de más triste fama en Kó­
sovo fue el de los «chicos de Frenki». Según los servicios de in­
formación, Franko Simatovic era el enlace entre Milosevic y los
grupos paramilitares independientes. Al parecer, los chicos de
Frenki tenían su cuartel general en la parte trasera de una
tienda de ropa en Djakovica. Llevaban sombreros vaqueros so­
bre máscaras de esquí, y se pintaban el rostro con rayas, al es­
tilo de los indios. Su sello característico era el signo de los
Chetniks serbios y una silueta de una ciudad destruida con las
palabras «City Breakers» (Destructores de ciudades).6
Las pruebas disponibles sugieren que en la operación de
limpieza fueron asesinadas unas 10.000 personas, incluidos ni­
ños, y que más de un millón se vieron obligados a dejar el país.
Cuando las fuerzas de la OTAN entraron en junio, sólo queda­
ban en Kósovo 600.000 personas, y, de ellas, 400.000 se habían
desplazado dentro del propio país.7
En el lado albanés, el ELK representaba una mezcla de fuer­
zas paramilitares y fuerzas de autodefensa. El ELK surgió de un
partido formado en la diáspora a principios de los años ochen­
ta, llamado LPK (Levizja Popullare e Kosoves). Se proclamaba
una organización leninista y se inspiraba en el dirigente albanés
Enver Hoxha. A principios de los noventa creó un grupo guerri­
llero que, de momento, obtuvo escaso apoyo en Kósovo.
Fueron varios los factores que cambiaron la situación del
ELK. Uno fue la frustración creciente con Rugova y sus méto­
dos no violentos después de Dayton. Como decía Veton Surroi,
uno de los principales intelectuales independientes, Dayton de­
mostró que «los territorios étnicos poseen legitimidad» y que
«la atención internacional sólo puede obtenerse mediante la
guerra».8 Fue un periodo en el que los esfuerzos por sostener
instituciones paralelas se fueron agotando y muchos jóvenes, a
los que se les negaba una educación oficial, quedaron desencan­
tados ante lo que consideraban la actitud pasiva de Ibrahim
Rugova. Un segundo factor fue la repentina facilidad para obte­
ner armas cuando el Estado albanés se derrumbó en el verano
de 1997; se abrieron escondrijos y se pusieron en venta cientos
de miles de Kalashnikovs, por unos cuantos dólares cada uno.
Y un tercer factor fue el hecho de que muchos albanokosovares
que vivían en el extranjero trasladaron sus donaciones al fondo
de la «Llamada de la patria» organizado por el ELK,
No obstante» hasta 1993 no se convirtió el ELK en una
fuerza política significativa dentro de Kósovo. El 28 de febrero
de dicho año, los serbios decidieron, arrestar en Prekaz a un
bandido local llamado Ádem Jashari, que estaba relacionado
con el ELK; al cabo de una semana» 80 miembros de su familia
próxima y lejana estaban muertos. Entonces em pezaron a for­
marse en todo Kósovo unas milicias locales que se llamaban a
sí mismas ELK y que pretendían defender los pueblos. Este rá­
pido crecimiento del ELK fue la excusa para las actividades de
las fuerzas serbias en el verano y el otoño de 1998. Sin em bar­
go, poco a poco quedó claro que el ELK no era rival para las
fuerzas serbias; al menos, no lo fue hasta el final de la cam paña
de bombardeos de la OTAN. No hubo combates. El ELK, ata­
cado por los serbios, se fundió con las colinas y los bosques.
Por último, el conflicto de Kósovo fue también un ejemplo
característico de nueva economía de guerra. Kósovo siempre fue
una de las regiones más pobres de Yugoslavia. Cuando le arreba­
taron la autonomía, la economía formal se deterioró a toda velo­
cidad. El desempleo era muy elevado y había una enorme zona
gris, que se calculaba en un 70 por ciento de la economía total.9
En el lado serbio, parece que los grupos param ilitares y los cri­
minales sí cobraron por su trabajo. Se han encontrado recibos
que dem uestran que los chicos de Frenki cobraban 130 marcos
al mes. En la Republika Serbska se ofrecía a los jóvenes una
cantidad semejante para que fueran a luchar a Kósovo. El sa­
queo y el pillaje eran otra recompensa por las atrocidades. Y a
las familias se las obligaba a entregar todos sus ahorros a cam ­
bio de autorizarlas a quedarse y no asesinar a todo el mundo.
En el lado albanés, el ELK dependía, en gran parte, de los expa­
triados albaneses. Parece que tenían vínculos con los kosovares
involucrados en el tráfico de drogas en Zurich, que contribuye­
ron con dinero y armas.
El estallido violento en Kósovo debe interpretarse por la ten­
dencia de ese tipo de violencia, a extenderse. Desde luego, cada
vez existían más razones dentro de la provincia. Pero no hay que
infravalorar las ondas sociales procedentes de las guerras en.
Bosnia y Croacia, Justo mientras la comunidad internacional se
felicitaba por haber atajado el conflicto en Bosnia, la violencia
se extendía a través de las consecuencias políticas de Dayton, los
efectos de la economía criminalizada en los Estados vecinos, so­
bre todo Albania, y las turbias redes creadas por Milosevic, que
tenían gran interés en llevar adelante la violencia para conservar
sus posiciones de poder y hallar nuevas fuentes de ingresos.

La «guerra espectáculo» de la OTAN


Á lo largo de la primavera _ . ■' >'->$, los dirigentes occidenta­
les hicieron enérgicas declaraciones sobre su empeño de evitar
la guerra en Kósovo. «No vamos a permanecer al margen vien­
do cómo las autoridades serbias hacen en Kósovo lo que ya no
pueden hacer im punemente en Bosnia», dijo Madeleine Albright
en marzo. Parecidas afirmaciones hicieron el secretario general
de la ONU, el secretario general de la OTAN y diversos minis­
tros de Exteriores y Defensa.
No obstante» el método escogido para evitar la guerra fue la
diplomacia respaldada por la amenaza de ataques aéreos. En el
capítulo 3 afirmaba que en Bosnia se había introducido una
forma debilitada de intervención hum anitaria y que la lección
más im portante de dicha guerra era la necesidad de reforzar ese
tipo de intervención, que la instauración de zonas de seguridad
y corredores hum anitarios debía apoyarse en una enérgica labor
de mantenimiento de la paz sobre el terreno. No fue ésa la con­
clusión a la que llegaron los líderes occidentales. Creyeron que
el acuerdo de Dayton era consecuencia de la diplomacia respal­
dada por la fuerza y que lo que hacía falta era otro acuerdo
como el de Dayton para Kósovo. No tuvieron en cuenta el he­
cho de que el acuerdo de Dayton se había alcanzado tras cuatro
años,de guerra y una limpieza étnica casi culminada; a diferen­
cia de la situación de Kósovo, las partes habían llegado a un
punto en el que necesitaban un pacto, y necesitaban que la co­
munidad internacional diera legitimidad a ese acuerdo. -
' ’~esar de las bellas palabras, hubo que esperar a octubre,
en medio de la preocupación de la opinión pública por la crisis
hum ana que se avecinaba, para que Richard Holbrooke, el ar­
quitecto de Dayton, negociara un pacto prelim inar con Milose­
vic. Las negociaciones fueron acompañadas de la am enaza de
ataques aéreos. El acuerdo al que se llegó fue muy endeble. Po­
nía limitaciones a las fuerzas serbias e introducía a «verificado­
res» de la OSCE en la región. Ahora, Holbrooke dice que no
pudo negociar un acuerdo más firme por la negativa norteam e­
ricana a pensar en tropas de tierra: «En octubre no pude nego­
ciar unas fuerzas arm adas de seguridad internacional en Kó­
sovo porque no era posible con las instrucciones que se me
habían dado».10
Pero el acuerdo no duró. Aunque, al principio, remitió la
violencia, los observadores no pudieron im pedir que ELK se
instalara en las áreas que había dejado libres la retirada de las
fuerzas serbias. A principios de 1999, los serbios empezaron a
introducir nuevas tropas en la región. Se iban acum ulando los
indicios de una ofensiva planificada. La m atanza de 40 personas
en Racak desencadenó una nueva oleada diplomática que cul­
minó en el acuerdo de Rambouillet, en el que se preveía un pe­
ríodo de transición, de tres años, de autonomía para Kósovo,
aunque los serbios m antendrían el control de ciertas actividades
fundamentales, y una presencia considerable de la OTAN sobre
el terreno. Presionados por los norteamericanos, los albaneses
firm aron el acuerdo.
Cuando los serbios se negaron a firmarlo, la cam paña de
bombardeos se volvió inevitable. Algunos dirigentes occidentales
afirm an que les sorprendió la aceleración de la limpieza étnica.
Pero era evidente que tenía que ocurrir. Se dijo que los servicios
occidentales de información conocían un plan llamado Opera­
ción Herradura, que se rem ontaba al mes de septiembre, aun­
que este dato nunca se ha confirmado. Al parecer, el general yu­
goslavo Sreten Lukic les dijo a los miembros de la misión de
verificación en Kósovo: «Esperen una semana, y limpiaremos
Kósovo de terroristas». Asimismo, Seselj, líder del Partido Radi­
cal Serbio y viceprimer ministro de Serbia, advirtió en televi­
sión, una semana antes de que empezaran los bombardeos, que
«no quedaría un solo albanés si la OTAN bombardeaba».
Los ataques aéreos se llevaron a cabo, tal vez, porque se cal­
culó mal la reacción de Milosevic; confiaban en que diera su
acuerdo al cabo de unos días. Pero, sobre todo, se llevaron ade­
lante porque los líderes occidentales pensaron que daría peor
impresión no hacer nada, y, como los norteamericanos, al me­
nos, no estaban dispuestos a enviar tropas de tierra, los bom­
bardeos, que tenían la ventaja de ser un espectáculo televisivo
impresionante, eran la única opción que les quedaba. Los peli­
gros de la inacción los dejó bien claros Javier Solana, entonces
secretario general de la OTAN, en un artículo publicado en The
International Herald Tribune una semana antes de com enzar la
campaña.
La preferencia por los bombardeos como estrategia militar
hay que explicarla por una combinación de política interna es­
tadounidense e intereses institucionales. Todos los gobiernos de
Estados Unidos, desde la segunda guerra mundial, han creado
un consenso nacional a propósito de la idea de defender Amé­
rica de sus enemigos externos gracias al uso de una tecnología
superior. El conflicto imaginario del periodo de la guerra fría y
las guerras aéreas y sin bajas que ha mostrado la televisión en
épocas recientes sirven para m antener viva la idea de esos ene­
migos exteriores, al tiempo que reducen el riesgo de sufrir im­
popularidad como consecuencia de los horrores de una autén­
tica guerra. La idea -fom entada por Madeleine Albright- de los
«Estados irresponsables», capaces de patrocinar a terroristas
dotados de armas de destrucción masiva, es el último sustituto
de la amenaza soviética de épocas anteriores; Serbia e Irak son
los grandes candidatos para desempeñar ese papel. Se supone
que la am enaza de los «Estados irresponsables» debe justificar
el aumento de los gastos en potencia aérea.
Esta preocupación política la sostienen los intereses institu­
cionales del sector industrial de la defensa, los entusiastas de la
tecnología y las fuerzas aéreas, que han provocado la evolución
de costosas y complejas armas de largo alcance a las que se
aplican los últimos avances en tecnología de la información. La
fase más reciente en esta evolución es la llamada Revolución de
los Asuntos Militares (RMA) y su ejemplo más simbólico es el
misil de crucero Tomahawk. La RMA ofrece a los políticos la po­
sibilidad de «intervención en cualquier lugar; en cualquier sitio,
con unas bajas mínimas».11
A la hora de la verdad» sin embargo» ia utilidad de ios ata­
ques aéreos fue muy dudosa. En conjunto, hubo aproxim ada­
mente 36.000 salidas, de las que 12.000 fueron ataques. Se arro­
jaron aproxim adam ente 20.000 bombas «inteligentes» y 5.000
convencionales. Pero no parece que se hiciera nmcho daño a la
máquina m ilitar yugoslava. Hacía 50 años que el ejército yugos­
lavo se entrenaba para hacer frente a un enemigo superior. Se
había construido una vasta red subterránea que incluía almace­
nes, aeropuertos y cuarteles. Se habían elaborado tácticas como
construir reclamos, depósitos de camuflaje y artillería, conser­
var las defensas aéreas y evitar las concentraciones de tropas.
La OTAN, al principio, no consiguió anular el sistema yugoslavo
de defensa aérea; por eso sus aviones siguieron volando a >.000
metros. Tampoco consiguieron hacer demasiado daño a las fuer­
zas serbias en tierra. La Alianza afirma que los ataques aéreos
lim itaron a los serbios y les impidieron que sacaran material al
aire libre, pero, aun así, los ataques no sirvieron para evitar las
acciones contra los civiles albanokosovares. En especial, parece
que la OTAN obtuvo malos resultados en los ataques contra los
vehículos blindados. A pesar de las cifras que da, cuando se re­
tiraron los serbios, sólo se encontraron en Kósovo 26 «carcasas
de tanques».12 Además, de Kósovo se fueron aproxim adam ente
40.000 soldados yugoslavos, lo cual indica que habían caído
más bien pocos.
Tuvieron más éxito con los objetivos civiles: carreteras,
puentes, centrales de energía, depósitos de petróleo y fábricas.
Debido a la insistencia en que los aviones volaran por encima
de los 5.000 metros, los pilotos no podían ver lo que ocurría en
tierra y dependían de los datos que les proporcionaban num ero­
sas fuentes, muchas veces mal coordinadas. Por consiguiente, se
cometieron varios errores, como se vio, para vergüenza de ellos,
durante toda la campaña. Entre los peores momentos estuvie­
ron el bombardeo de la Em bajada china y el de refugiados en el
interior de Kósovo. Los llamados «daños colaterales» supusie­
ron la muerte de unas 1.400 personas. Los ecologistas están to­
davía evaluando las consecuencias de los daños en las instala­
ciones industriales. Se destruyeron emplazamientos históricos,
por ejemplo en Moví Sad, Se destruyó una emisora de televi­
sión, y los periodistas que estaban en ella murieron. Y se atacó
a objetivos en Montenegro, cuyo gobierno se había negado a
participar en la guerra de Kósovo,
Desde el punto de vista político, este tipo de bombardeo fue
contraproducente. A pesar de la insistencia de los portavoces de
la OTAN en que hay una gran diferencia entre m atar por error y
m atar deliberadamente» las víctimas de los bombardeos no lo
tenían tan claro. ¿Quién decide si la muerte de civiles es una
«matanza» o un «daño colateral»? Igualmente, la insistencia de
los dirigentes occidentales en que los bombardeos estaban diri­
gidos contra el régimen y no contra los serbios no les resultó
tan lógica a quienes habían experimentado sus efectos.
Los ataques aéreos suscitaron el sentimiento nacionalista
serbio y permitieron que Milosevic tomara enérgicas medidas
contra las 0 ,\C los medios de comunicación independientes
durante la guerra, con lo que logró reducir las limitaciones in­
ternas de sus actividades en Kósovo. Los ataques aéreos, junto a
la llegada de refugiados, polarizaron la opinión en Macedonia y
Montenegro y acentuaron las tensiones internas y el riesgo de
una nueva extensión de la violencia. También polarizaron la
opinión internacional: en el Este, muchos pensaron que la afir­
mación de que se trataba de una guerra para defender los dere­
chos humanos era una tapadera para proteger los intereses im­
perialistas de Occidente en los Balcanes.
Al final, .Milosevic capituló y aceptó las exigencias de la
OTAN. ¿ Se puede decir que fue una victoria de la estrategia aé­
rea? Hasta los últimos días, nadie creía que fuera a rendirse. Al
parecer, los factores cruciales fueron la destrucción de las infra­
estructuras civiles, la pérdida de apoyo en parte del círculo más
cercano a Milosevic y, sobre todo, la intervención de los rusos,
que dejaron claro que no podían seguir respaldando la postura
yugoslava. También se dice, a veces, que Milosevic tuvo seria­
mente en cuenta las declaraciones de la OTAN sobre una inter­
vención por tierra, si bien, aunque hubiera sido inminente
-com o se afirm aba-, habrían tardado cierto tiempo en organi­
zaría.
La rendición de Milosevic permitió que los refugiados regre­
saran a Kósovo. Pero el traum a de la limpieza étnica no puede
hacerse desaparecer. La incapacidad de evitar la limpieza étnica
y el vacío creado tras la retirada de los serbios ha fortalecido
enormemente la situación del ELK. Aproximadamente 160.000
refugiados serbios han abandonado Kósovo desde que la OTAN
se instaló en la provincia. En vez de conservar los valores multi­
culturales, la OTAN está protegiendo un enclave albanés étnica­
mente homogéneo.
Hay quien afirma que los ataques aéreos contribuyeron a la
caída de Milosevic en octubre de 2000. Desde luego, ayudaron a
precipitar -junto con las sanciones económ icas- el derrumbe de
su economía, pero tam bién ayudaron a afianzar posturas resen­
tidas, nacionalistas y antioccídentales, que perduran incluso
después de Milosevic.

Un enfoque alternativo
Las «guerras espectáculo», como las «nuevas guerras», pre­
suponen unas categorías exclusivistas de seres humanos. Las
vidas de los occidentales tienen preferencia sobre otras. Para
evitar las bajas de la OTAN se pusieron en peligro vidas de ci­
viles, incluidas las de aquellos a quienes la operación debía
proteger.
Un enfoque cosmopolita de la crisis de Kósovo habría abor­
dado directamente la protección de la gente. Habría habido una
intervención hum anitaria sobre el terreno, destinada a reducir
lo más posible todas las bajas, aunque ello significase arriesgar
las vidas de los soldados internacionales. La intervención hum a­
nitaria se diferencia de los ataques aéreos y de las operaciones
terrestres de las «viejas guerras»; el objetivo es im pedir graves
violaciones de los derechos humanos, no derrotar a un enemigo.
La intervención hum anitaria es defensiva y, por definición, no
provoca una escalada. Su interés es el ser humano individual,
no otro Estado. La intervención hum anitaria, además, tiene que
incluir el respeto al imperio de la ley y el apoyo a la dem ocra­
cia. En la práctica, es hacer respetar la ley cosmopolita y, por
tanto, es más una acción policial que una guerra.
La intervención que se realizó en Bosnia -la instauración de
zonas de seguridad y corredores hum anitarios- representa un
modelo, aunque sea endeble, de este tipo de operación. Una in­
tervención así necesita apoyo aéreo, pero no una gran campaña
aérea de destrucción. Necesita también material pesado y po­
tencia de fuego, que debe usarse de forma muy selectiva. Algu­
nas fuerzas armadas europeas, sobre todo las de Gran Bretaña y
Dinamarca, han aprovechado las enseñanzas de Bosnia para en­
trenar a sus tropas en este tipo de operación.
Si es posible, esa intervención tiene que partir del consenti­
miento. Pero, en vez de unas negociaciones entre autoridades,
para hallar un compromiso político entre partes irreconcilia­
bles, las negociaciones deben centrarse en la posición sobre el
terreno. El objetivo era establecer una presencia internacional
en Kósovo, no resolver el problema de la categoría del territo­
rio. En lugar de respaldar las negociaciones con la amenaza de
ataques aéreos, deberían haberlo hecho con el despliegue de la
OTAN sobre el terreno, en la vecina Macedonia.
La intervención humanitaria, al proteger a la gente y hacer
respetar la ley, puede crear las condiciones necesarias para una
reacción política cosmopolita. El objetivo es establecer un en­
torno seguro en el que la gente pueda actuar con libertad y sin
miedo, y en el que puedan fomentarse formas políticas inclu­
yentes. Es preciso encontrar maneras de m arginar a los respon­
sables de la limpieza étnica, no darles más im portancia al in­
cluirles en las negociaciones. La acusación presentada contra
Milosevic y varios de sus conspiradores en la semana anterior al
final de los bombardeos fue un paso constructivo. También po­
dían haberse aplicado sanciones concretas como la denegación
de visados o la congelación de cuentas bancarias. Una interven­
ción así le habría hecho a Milosevic más difícil justificar su con­
ducta dentro de Yugoslavia y habría generado mucho más
apoyo internacional.
¿Qué ocurrirá en el futuro? Depende de qué lecciones se ha­
yan aprendido de las guerras de Kósovo. Los políticos tienen
tendencia a creerse sus propias «mentiras». A lo mejor, lo único
que les im porta es el éxito de los ataques aéreos desde el punto
de vista de la opinión pública de sus respectivos países. Si es
así, podemos estar seguros de que veremos más inversiones en
potencia aérea y más «guerras espectáculo». Podemos prever un
mundo en el que las «nuevas guerras» justifiquen las «guerras
espectáculo», y viceversa. Incluso es posible que la distinción
entre las «nuevas guerras» y las «guerras espectáculo» empiece
a difuminarse. Podemos im aginar que habrá más extensión de
las «nuevas guerras» y, de vez en cuando, una «guerra espec­
táculo» que sirva para garantizar a la opinión pública que a los
políticos les preocupan las violaciones de los derechos hum anos
en otras partes del mundo y están dispuestos a actuar para im­
pedirlas.
La otra lección posible es que la OTAN se redimió, en parte,
después de una derrota desastrosa la primera semana, en la que
se produjo precisamente lo que debían evitar, es decir, la lim­
pieza étnica de Kósovo. Dada la poca disposición de los nortea­
mericanos a enviar fuerzas terrestres, los europeos deberían es­
tar mejor preparados para asum ir la carga principal de este tipo
de operación en el futuro. Además, la voluntad de em prender
una intervención hum anitaria debe formar parte de una estrate­
gia más general de apoyo a los demócratas y estímulo del desa­
rrollo económico productivo, con el fin de ofrecer una alterna­
tiva a la red de políticos extremistas y criminales.
El Pacto de Estabilidad para los Balcanes y la propuesta de
un «Plan Marshall» son medidas loables en este sentido, sobre
todo desde la caída de Milosevic. Es especialmente im portante
fom entar todo tipo de intercam bios entre la gente, con el fin de
fortalecer y dar más poder a los «islotes de civismo» en la re­
gión y abrir Serbia al diálogo y la cooperación.
Cuál de estas dos lecciones es la acertada es un asunto que
probablemente seguirá siendo objeto de debate. La prim era lec­
ción es la que extraerán los .realistas, los que defienden un fu­
turo como los que perfilan Samuel Huntington o Robert Ka­
plan. La segunda lección la aprovecharán los cosmopolitas y
quienes todavía creen que es posible construir una serie de or­
denaciones mundiales capaces de incorporar el control dem o­
crático de la violencia.
Apéndices
Motas

1. In tro d u c c ió n

1. E l proyecto de investig ació n se realizó p a ra el In s titu to Mun­


dial de Investigación so b re la E c o n o m ía del Desarrollo, de la U n iv ersi­
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12. A dem ás del proyecto de investigació n re a liz a d o p a ra U N U /
W1DER, m is colegas del In stitu to E uropeo de Sussex y yo e m p re n d im o s
en 1995 un provecto de investigación sobre la reconstrucción en los Bal­
canes p a ra la C om isión E u ro p ea. V éase Vesna B o jic ic , Maiy K a ld o r e
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1997).

2. Las viejas g u erras

1. S egún C lausew itz: «La g u e rra no p erte n ec e al terreno de las a r­


tes y las ciencias sin o al de la vida social... En vez de co m p a ra rla c o n
u n arte, sería m ejo r e q u ip a ra rla a u n a riv alid ad de negocios, que tam ­
bién es un conflicto de in tereses y activ id ad es de los seres humanos».
O n W a r (1 d edición, 1832), L ondres, P elican B ook s, 1968, pág. 202
(trad . cast.: D e la g u e r r a , Labor, B arcelona, 1984).
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16. C lausew itz, On War, pág. 102.
17. La D eclaración de S an P ete rsb u rg o de 1868, q u e lim ita b a las
a rm a s q ue c a u sa n su frim ie n to s in n ecesario s, dice lo siguiente;

«C onsid eran d o q u e el p ro g re so de la civilizació n d eb e te n e r el


efecto de aliviar lo más posible las calamidades de la guerra;
»Que el único objetivo legítimo que los E stados deben intentar alcan­
zar d u ra n te la gu erra es d ebilitar a las fuerzas m ilitares de la sociedad;
»Que para ese propósito basta con incapacitar al mayor número
posible de hombres;
»Que dich o objetivo q u e d a ría c la ra m e n te so b re p a sa d o con el uso
d e a rm a s q u e ag rav en in n e c e sa ria m e n te los su frim ie n to s de los hom­
b res in c a p a c ita d o s o h a g a n inevitable su m uerte;
»Que, p o r consig u ien te, el em pleo de d ic h as a rm a s es c o n tra rio a
las leyes de la h u m a n id ad » .

C itado en M ichael Howard, «Constraints on warfare», en Michael


Howard, George J. Andreopoulos y Mark R. Shulm an (eds.), Cons-
traints on Warfare in the Western World: The Laws o f War, Yale Univer­
sity Press, New Haven y Londres, 1994.
18. Este crimen contra la humanidad, como se denominó después
de la guerra, no se consideró una violación de las leyes del siglo xrx,
técnicamente -com o señala Adam Roberts-, porque se produjo en un
territorio ocupado. Véase Adam Roberts, «Land warfare: from Hague
to Nuremberg», en Howard, Andreopoulos y Shulman, Constraints on
Warfare.
19. Véase Em est Gellner, The Conditions o f Liberty: Civil Society and
its Rivals, Hamish Hamilton, Londres, 1994 (trad. cast.: Condiciones de
la libertad: la sociedad civil y sus rivales, Paidós, Barcelona, 1996).
20. Edward N. Luttwak, «Towards post-heroic warfare», Foreign
Affairs, 74, 3 (mayo/junio de 1995).
21. Gabriel Kolko, A Century o f War: Politics, Conflicts, and Society
since 1914, New Press, Nueva York, 1994.
22. Esto se estudia en mi libro The Baroque Arsenal, Andre Deutsch,
Londres, 1982 (trad. cast.: El arsenal barroco, Siglo XXI, Madrid, 1986).
23. Véase, por ejemplo, Lawrence Freedman, The Evolution o f Nu­
clear Strategy, Macmillan, Londres, 1981 (trad. cast.: La evolución de la
estrategia nuclear, Ministerio de Defensa, Madrid, 1992).
24. La cuestión se ha tratado ampliamente en las páginas de la pu­
blicación estadounidense International Society. Entre los estudios fun­
damentales está el de Michael Doyle, «Liberalism and world politics»,
American Political Science Review, 80, 4 (diciembre de 1986); Bruce
Russett, Grasping the Democratic Peace: Principies for a Post-Cold War
World, Princeton University Press, Princeton, 1993.
25. Claus Offe, «Western nationalism, Eastern nationalism, and the
problems of post-communist transition», Europe and the Balkans Inter­
national NetWork, Bolonia, 1996.
26. Van Creveld, Transformaron o f War, pág. 16.

3. B osnia-H erzegovina: E stu d io de u n a nu ev a g u erra

1. Es posible que la guerra no haya terminado todavía. En el mo­


mento de escribir, se está aplicando el Acuerdo de Dayton. Éste podría
no ser más que un paréntesis en la lucha.
2. Dijo: «Comprendo su frustración, pero tienen una situación
que es mejor que otros diez lugares del mundo... Les puedo m ostrar
una lista.» Citado en David Rieff, Slaughter House: Bosnia and the Fai-
lure of the West, Vintage, N ueva York, 1995» pág. 24 (tra d . cast,: M a t a ­
dero, Aguilar, Madrid, 1996).
3. Informe definitivo de l a C o m i s i ó n de E x p e r t o s d e conformidad
con la Resolución 780 del C o n s e j o ( 1 9 9 2 ) , S /l994/674, 27 d e mayo de
1994, vol. I, an ex o TV, párr, 84.
4. L a h is to ria figura e n u n a co lecció n de rela to s breves d e Ivo An-
dric, publicada en The Damned Yard and O t h e r Stories, Forest B ooks,
Londres y Boston, 1992 (trad. cast.: E l l u g a r m a l d i t o , N oguet, B a rc e ­
lona, 1975). Al final del relato» el jo v en se p re se n ta v o lu n ta rio p a ra lu ­
c h a r en la guerra civil española» y m u e re allí, en u n a ta q u e aéreo . «Así
a c a b ó la vid a de u n hombre q u e h a b ía h u id o del odio», d ice Andric.
¿Quiere esto decir que el odio está en todas partes? ¿O que, al ofre­
cerse voluntario para luchar en España, tenía alguna esperanza de ven­
cer al odio?
5. Quizá se debió a que la percepción correspondía a la v isió n
mundial de los propios políticos europeos. El libro de David Owen está
salpicado de comentarios que sugieren que él también clasifica a la
gente con criterios nacionales. Así, por ejemplo, de Cosic, el entonces
presidente yugoslavo, dice que exhibe «algunas de las cualidades que
han hecho y harán de los serbios un p u eb lo importante». E l reto que
tienen las negociaciones es concebir una estructura que conserve la in­
tegridad de Bosnia-Herzegovina pero perm ita a ios serbios «conservar
y salvaguardar su identidad nacional». Véase David Owen, A Balkan
Odyssey, Víctor Gollancz, Londres, 1995, págs. 48, 67.
6. «Los croatas pertenecen a una cultura diferente, una civiliza­
ción diferente que los serbios. Los croatas fo rm a n parte de Europa occi­
dental, de la tradición mediterránea. Mucho antes de Shakespeare y
Moliere, ya se traducía a nuestros autores a las lenguas europeas. Los
serbios pertenecen a Oriente. Son un pueblo oriental, como los turcos y
los albaneses. Pertenecen a la cultura bizantina... A pesar de las seme­
janzas lingüísticas, no podemos vivir juntos.» Citado en Leonard J. Co­
hén, Broken Bonds: Yugoslavia’s Disintegration and Balkan Politics in
Transition, Westview Press, Oxford y Boulder (Colorado), 1995, pág. 211.
7. Véase, por ejemplo, A.D. Smítli» Theories o f Nationalism, Duck-
worth, Londres, 1971 (trad. cast.: L a s teorías del nacionalismo, Penín­
sula, Barcelona, 1976).
8. Según Sead Fetahagic, m iem bro del C írcu lo 99, la a s o c ia c ió n
de intelectuales independientes en Sarajevo: «Muchos de nosotros
nos oponem os a este m ulticulturalism o porque el m ulticulturalism o
ha aceptado la m anera en la que lo ha aceptado O cc id en te: una cul­
tu ra junto a otra cultura y junto a una tercera. Yo crecí en la cultura

:r
serbia, croata» m u s u lm a n a , ju d ía , checa» e u ro p e a y am ericana. C re e ­
m o s q ue ex iste u n a c u ltu ra , no v a ria s q u e se desarrollan una al la d o
de o tra » . «The F o rc é o f Irreality», hCa Quarterly, 15, 16 ( in v ie r n o / p r i­
m a v e ra d e 1996). E n el m is m o sentido» según un estudio s o c io ló g ic o
llev ad o a c a b o en >' r ,'rmanece vivo u n sentim iento de a u té n ­
tica u n id a d é tn ic a y caracterológica al la d o de toda la d ife r e n c ia c ió n
h is tó ric a y político-nacional», c ita d o en C ohén , Broken Bonds, págs.
19-20.
9. V éase Ernest G eilner, Naíions a n d N a t i o n a l i s m , Basil Blackwell,
O xford, 1983 (trad . cast.: Naciones y n a c i o n a l i s m o s , Alianza, M a d r id ,
2001).
10. V éase Ivan Vejvoda, «Y ugoslavia 1945-91 - from decentralisa-
tion without democracy to d isso latio n » , en D.A. Dyker e I. V ejvoda, Yu­
g o s l a v i a a n d After. A Study in Fragmentation, Despair and Rebirth, Long-

mans» L on d res y N ueva York, 1996.


1 1. Para un análisis más extenso de este punto, véase S usan Wood-
ward, Socialist Unemployment: The Political Economy o f Yugoslavia
1 9 4 5 - 9 0 , P rin c eto n U niversity P ress, P rin c eto n , 1995; Vesna B o jic ic y
Mary Kaldor, «The political economy of the war in Bosnia-Herzego-
vina», en Mary K ald o r y Basker Vashee (eds.), Restructuring the Global
Military Sector: Volume I: New Wars, Casseil/Pinter, Londres, 1997.
12. V éase D avid Dyker, «The degeneration of the Yugoslav Commu-
nist Party as a n ia n ag in g eiite - a fam iliar East European story?», en
Dyker y Vejvoda, Yugoslavia and After.
13. V éase Mark T h o m p so n , Forging War: T h e Media in Serbia, Cro­
ana, a n d Bosnia-Herzegovina (artíc u lo XIX, Londres, 1994).
14. V éase Ja m e s Gow, Legitimacy a n d t h e Military: The Yugoslav
C r i s i s , Pinter, L ondres, 1992.

15. V éase Milos Vasic, «The Y ugoslav Army a n d the post-Yu goslav
armies», en Dyker y Vejvoda, Yugoslavia and After.
16. Ríeff, Slaughter House, pág. 103.
17. «Invitar a la em ig ració n a re g re sa r a su patria para u n a gran
reunión era tan peligroso que in clu so gente que después estuvo en mi
d irec ció n a g u a rd ó al último m inuto p a ra ver si iban a de ten ern os o no.
Por eso fue un m o m e n to crucial en mi vida, en lo que respecta a la
toma de decisiones... Las g ran d e s h az añ a s in d iv id u ales y creativas, so­
bre todo en el ámbito de la innovación social, e incluso en el terreno
m ilitar, su rg en en el filo de la n avaja e n tre lo posible y lo imposible.»
C itad o en L a u ra Silber y Alan Little, T h e D e a t h of Yugoslavia, Penguin
Books, L ondres, 1995, pág. 91.
18. Xavier Bougarel, «Etat et Communautarisme en Bosnie-Herze-
govina», tesis sin publicar; versión inglesa en Dyker y Vejvoda, Yugosla­
via and After.
19. Entrevista privada con la autora.
20. Por ejemplo, uno de sus editoriales decía: «Instintivamente, a
todo musulmán le gustaría salvar a su vecino serbio y no lo contrario,
pero todo m usulm án debe designar a un serbio y hacer el juram en­
to de matarlo». 1 de abril de 1993, citado en el Informe Mazowiecki
E/CN.4/1994/3, 5 de mayo de 1993.
21. Estoy en deuda con mi estudiante de doctorado Neven Andje-
lic, por su detallada información sobre el movimiento pacifista antes
de la guerra. La historia de la sociedad civil bosnia la relata en su tesis
del master, «The Rise and Fall of Civil Society in Bosnia-Herzegovina»,
Universidad de Sussex, Sussex, 1995.
22. Según uno de sus condiscípulos: «Mucha gente le dirá que la
guerra se veía venir, pero yo no la vi, y no creo que Suada (la estudiante
que murió) lo hiciera tampoco... Como alumna de medicina que iba a
term inar en mayo, Suada habría podido fácilmente quedarse fuera de la
manifestación aquel día. No era de Sarajevo. Ni siquiera era bosnia...
No era una multitud enfurecida... La gente que nos rodeaba, la mayoría
de ellos jóvenes, mostraban buen hum or y estaban deseosos de exponer
sus argumentos de forma pacífica. Yo estaba a unos cincuenta metros
del puente cuando sonaron unos cuantos disparos, tal vez cinco o seis.
Todos empezaron a correr. Cuando conseguimos protegemos detrás de
un edificio, me enfadé muchísimo. Nunca se me había ocurrido que al­
guien fuera a abrir fuego sobre un grupo de manifestantes desarmados.
Aun así, por extraño que parezca, la guerra seguía sin parecer inevita­
ble. Sólo unos días después, ya parecía no haber vuelta de hoja y empe­
zamos a considerar a Suada como la primera víctima de la guerra de
Bosnia. Lo que había parecido un acto casual de violencia, una gran
tragedia personal, poco a poco se convirtió para nosotros en el primer
incidente de un dram a mucho más amplio: la peor guerra de Europa en
cincuenta años». Citado en Silber y Little, The Death o f Yugoslavia, págs.
251-252.
23. «Dans un ultime sursault, la société civíle bosniaque naissante a
tenté d evincer le communautarisme de la sphére politíque. Un moment
destabilisées, les parties nationalistes se vengent en faisant entrer la
guerre dans la vie quotidienne.» Bougarel, «Etat et Communautarisme».
24. Informe sobre la situación de los derechos humanos en el territorio
de la antigua Yugoslavia, Naciones Unidas, E/CN.4/1992/S-1/9, Nueva
York, 28 de agosto de 1992, párr. 17.
25. Instituto Internacional de Estocolmo de Estudios sobre la Paz,
SIPRI Yearbook 1992: World Armaments and Disarmament, OUP, Ox­
ford, 1992.
26. Ibíd.
27. Se ha empleado a la misma compañía desde el Acuerdo de
Dayton para form ar al ejército de la Federación de Bosnia-Herzego-
vina. Véase David Shearer, «Prívate Armies and Military Intervention»,
Adelphi Paper 316, IISS, Londres, febrero de 1998.
28. Informe definitivo de la Comisión de Expertos.
29. Este punto pasó inadvertido, en general, a quienes defendían el
levantamiento del embargo de armas a Bosnia-Herzegovina como solu­
ción de la guerra. Por, m ucha importancia simbólica que hubiera po­
dido tener, habría tenido poca en la práctica, dado que el hecho de que
el ejército bosnio recibiera armas o no dependía de la actitud del go­
bierno croata. Tal vez la consecuencia más positiva habría sido la posi­
bilidad de sortear a los traficantes ilegales de armas en Zagreb.
30. Las informaciones de prensa, tanto en el lado croata como en
el serbio, se refieren a la cooperación entre el JNA y las fábricas croa­
tas para producir tanques M-84. Asimismo se dijo que los tres bandos
de Bosnia-Herzegovina cooperaban en la fabricación de municiones
porque hasta la bala de rifle de 7,62 mm contenía elementos que se
producían en distintas partes. Véase Milán Nikolic, «The Burden of the
Military Heritage», ponencia sin publicar para WIDER, Helsinki, 1993.
31. Informe definitivo de la Comisión de Expertos, Anexo IV, «Lim­
pieza étnica», párr. 238.
32. Su tesis doctoral, que terminó en 1976, trataba de las justifica­
ciones marxistas de la guerra.
33. Informe definitivo de la Comisión de Expertos, Anexo IV, «Lim­
pieza étnica», párr. 103.
34. Ibíd., Anexo III A, «Fuerzas especiales», párr. 68.
35. Véase Vasic, «The Yugoslav Army», pág. 129.
36. Silber y Little, The Death o f Yugoslavia, pág. 270.
37. Shems Hadj-Nassar, «Has Rape been Used as a Systematic
Weapon of War in the Conflict in the Former Yugoslavia?» Universidad
de Sussex, tesis del m aster sin publicar, 1995.
38. La limpieza étnica prosiguió en Banja Luka y Bijeljina y Janja
hasta el final de la guerra. ACNUR le informaba a un hombre que lle­
gaba a Tuzla a finales de 1994: «No quedan niños, ni amigos, ni infor­
maciones, ni vida, ni mezquitas ni cementerios.» ACNUR, Notas infor­
mativas sobre la antigua Yugoslavia, 11/1994, Zagreb, noviembre de
1994.
39. Informe Mazowiecki E/CN.4/1994/3, 5 de mayo de 1993.
40. Informe d e f i n i t i v o de la Comisión de Expertos, A no o III a
«Fuerzas especiales», párr. 70.
41. At D retelj, «Las víctimas aseguraron que las habían sometido a
torturas sexuales, las habían golpeado con palos y cachiporras, que­
mado con cigarrillos y velas y obligado a beber orina y comer hierba.
Una víctima contó que la encerraron en una habitación durante diez
días, junto a otras tres mujeres profesionales, y en ese tiempo las viola­
ron repetidas veces». Ibíd., párr. 67
42. Vasic, «The Yugoslav Army», pág. 134.
43. Informe definitivo de la Comisión de Expertos,Anexo III, párr.
239. Es interesante que, durante la guerra de Croacia, un m em orán­
dum interno del JNA afirmaba que Arkan y Seselj eran peligrosos para
la «moral militar» y que su «motivación primordial no era luchar con­
tra el enemigo sino robar la propiedad privada y tratar de forma inhu­
m ana a los ciudadanos croatas», ibíd., párr. 100,
44. Xavier Bougarel, L’A natomie d ’un conflit, Édition Découverts,
París, 1995.
45. Informe definitivo de la Comisión de Expertos, Anexo III, párr.
102 .

46. Ibíd., Anexo IV, párr. 142.


47. Alex de Waal, «Contemporary Warfare in Africa», en Kaldor y
Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector.
48. Ésta fue una iniciativa alemana, apoyada por los demás países
europeos a regañadientes. En realidad, bajo presiones alemanas, la UE
designó la Comisión Badinter para que informase sobre los criterios
para reconocer a todos los Estados sucesores de Yugoslavia. Al final,
sólo Macedonia y Eslovenia cumplían los requisitos en cuanto al trata­
miento satisfactorio de las minorías, pero el reconocimiento de Mace­
donia se retrasó debido a las objeciones griegas.
49. El propio Owen sugiere que se habría podido llegar a un
acuerdo mucho antes si la comunidad internacional hubiera estado más
unida y los negociadores hubieran contado con el pleno respaldo de los
norteamericanos. Achaca a la falta de apoyo de Estados Unidos la im­
posibilidad de aplicar el plan Vance-Owen e n el v eran o de 1993. Desde
luego, es cierto que, en cuanto se hicieron cargo los norteamericanos, se
lograron muchas más cosas, como es el caso del Acuerdo de Washing­
ton y el de Dayton. Pero esta explicación no tiene en c u e n ta la p o lítica
de la época; había un enorme rec h azo a im p o n e r la p artició n . Otra pro­
puesta diferente, por ejemplo un protectorado, tal vez habría contado
con el apoyo internacional. Cuando se firm ó el A cuerdo de D ayton, la
mayoría de la gente ya había a b a n d o n a d o las altern ativ as a la p a rtic ió n .
50. V éase Pie»:-' t>> \ «Ex-Yougoslavie: Le Toumant?», Poli-
fique Internationale, o to ñ o de 1995,
51. C om o re c u e rd a Carrington: «Cuando hablé con los presidentes
Tudjman y M ilosevic, m e q u ed ó b a s ta n te claro que am bos te nían una
so lu c ió n m utuam ente satisfactoria, q ue e ra que se lo ib a n a d iv id ir en ­
tre ellos. Iban a divid irse B osnia. Las [zonas] serbias ir ía n a S e rb ia y
las [zonas] c ro a ta s a Croacia. Y a n in g u n o de los dos le p re o cu p a b a de­
m a sia d o qué ib a a se r de los m u su lm an es» . Citado en S ilb e r y L ittle ,
T h eD e a t h o f Y u g o s la v ia , pág. 210.
52. O w en in siste en q ue trató a Izetbegovic de forma dife re n te p o r
ser p resid e n te , pero no fue ésa Ja im p re sió n general, y eso era, al fin y
al cabo, lo im p ó rta m e .
53. D ep a rtam e n to de Información P ública de la ONU, N o t a s i n f o r ­
m a t i v a s de l a ONU sobre el mantenimiento de l a paz,' actualización de di­

ciembre de 1994, D P I/! 306/Rev. 4, N ueva York, marzo de 1995, pág. 104.
54. La RCS 836 a m p lia b a el mandato de UNPROFOR de proteger
las zonas de se g u rid a d « para d e te n e r los a taq u e s co n tra las zonas de se­
g u rid ad ... fo m e n ta r la re tira d a de las u n id a d e s m ilita re s y paramilitares
que no sean del G o bierno de la R ep ú b lica de Bosnia y Herzegovina y
o c u p a r varios p u n to s clave del te rrito rio » . Autorizaba a UNPROFOR a
« ac tu a r en d efen sa p ropia, to m a r to d a s las medidas necesarias, in c lu id o
el u so de la fuerza, com o réplica a los bombardeos co n tra las zonas de
se g u rid a d p o r p a rte de c u a lq u ie ra de los bandos, o a la incursión ar­
mada en ellas, o en el caso de obstrucción deliberada, en dichas áreas o
su e n to rn o , a la lib e rta d de m o v im ien to s de UNPROFOR o de los con­
voyes h u m a n ita rio s protegidos». Y d ec id ía q u e «los E sta d o s miembros,
com o n ac io n e s o a través de o rg an iz ac io n es o acuerdos regionales [es
decir; la OTAN], p u ed e n tom ar, bajo la a u to rid a d del C onsejo de Seguri­
d ad y so m e tié n d o se a u n a e stre ch a c o o rd in a c ió n con el S ecretario G e ­
neral y UNPROFOR, todas las m e d id as necesarias, incluso el uso de la
fuerza aérea, en las zonas de se g u rid a d de Bosnia y Herzegovina, y su
en to rn o , p a ra a p o y a r a UNPRO FO R.» Departamento de Información
Pública de la ONU, L a s Naciones Unidas y l a a n t i g u a Y u g o s l a v i a ,
DPI/1312/Rev. 2, Mueva York, 15 de m arzo de 1994, pág. 136.
55. É sta fue u n a p ro p u esta p re se n ta d a al comienzo de la guerra por
el m ovim iento pacifista en Bosnia. Se discu tió como una propuesta para
negociar; la id ea era que a Izetbegovic le habría satisfecho con se rva r la
in teg rid ad de B osnia y H erzegovina y q ue los serbios h u b ie ra n p re fe rid o
el aleja m ie n to del SDA del poder. La p ro p u e sta se examinó seriamente
en el oto ñ o de 1992, pero se rech azó p o rq u e habría resu ltad o d e m a­
siado costosa, desde el p u n to de vísta m ilita r y desde el econ óm ico.
56. Sexto In fo rm e Mazowiecki, E/CN 4/1994/110, 21 de feb rero de
1994, párr. 347.
57. Citado en Rieff, Slaughter House, pág. 211.
58. Owen, A Balkan Odyssey, pág. 354. No fue así para varios hom­
bres sobre el terreno con los que hablé.
59. Fuerzas Aliadas del Sur de Europa, Información Pública, Fact
Sheet: Operation Deliberate Forcé, Nápoles, 6 de noviembre de 1995.
60. Zdravko Grebo, «An appeal for realistic expectations», en hCa
Quarterly, 15, 16 (invierno/primavera de 1996).

4. La p o lític a de las n u ev as g u erras

1. Em est Gellner, Nations and Nationalism, Basil Blackwell, Ox­


ford, 1983 (trad. cast.: Naciones y nacionalismos, Alianza, Madrid, 2001).
2. Paul Hirst y Grahame Thompson, Globalization in Question:
The International Economy and the Possibilities o f Govemance, Polity
Press, Cambridge, 1996.
3. C. Freeman, J. Clarke y L. Soete, Unemployment and Technical
Innovation: A Study o f Long Waves and Economic Development, Francés
Pinter, Londres, 1982 (trad. cast.: Desempleo e innovación tecnológica: es­
tudio de ondas largas y desarrollo económico, Ministerio de Trabajo y
Asuntos Sociales, Madrid, 1985). C. Pérez-Pérez, «Micro-electronics, long
waves, and world structural change», World Development, 13, 3 (1985).
4. Véase Margit Mayer, «The shifting local political system in
European cities», en Mick Dunford y Grigoris Kafkalas, The Global-
Local Interplay and Spatial Development Strategies, Belhaven Press,
Londres, 1992; tam bién Manuel Castells y Peter Hall, Technopoles o f
the World: The Making of 21st Century Industrial Complexes, Rout-
ledge, Londres, 1994 (trad. cast.: Tecnópolis del mundo, Alianza, Ma­
drid, 2001).
5. Las cifras del aumento de las actividades privadas y sin fines
lucrativos en diversas partes del mundo, lo que a veces se denomina la
revolución «asociativa», se pueden ver en Lester M. Salamon, «The rise
of the non-profit sector», Foreign Affairs, julio/agosto de 1994.
6. Nikolai Bujarin, Economics o f the Transformation Period, Berg-
man, Nueva York, 1971.
7. Robert Reich, The Work o f Nations: Preparing Ourselves for 2 Ist
Century Capitalism, Simón and Schuster, Londres, 1993, pág. 97 (trad.
cast.: El trabajo de las naciones, Vergara, Madrid, 1993).
8. Alberto Melucci, Nomads of the Present: Social Movements and
Individual Needs in Contemporary Society, Radius, Hutchinson, Lon­
dres, 1989.
9. Alain Touraine, The Post-Industrial Society, Random House,
Nueva York, 1971 (trad. cast.: La sociedad post-industrial, Ariel, Barce-
lbna, 1971).
10. Reich, The Work o f Nations, pág. 178.
11. Giddens llama a estos símbolos «mecanismos de desarraigo».
La característica fundamental de la modernidad era lo que él deno­
mina el «distanciamiento en el tiempo y el espacio», en el que se pue­
den construir relaciones sociales con otros «ausentes». Define la globa-
lización como una extensión de ese distanciamiento espacio-temporal.
Véase Anthony Giddens, The Consequences o f Modemity, Polity Press,
Cambridge, 1990 (trad. cast.: Consecuencias de la modernidad, Alianza,
Madrid, 1997).
12. Esta definición la elaboró Radha Kumar. Véase Mary Kaldor y
Radha Kumar, «New forms of conflict», en Conflicts in Europe: To-
wards a New Political Approach, Publicaciones de la Asamblea de Ciu­
dadanos de Helsinki, Serie 7, Praga, 1993.
13. En su análisis de los conflictos relacionados con el islamismo
político, Muhamed El Said Said distingue entre el Islam basado en la po­
lítica misionera y el Islam basado en la política de identidades. La re­
volución iraní es un ejemplo del primero, mientras que los movimien­
tos islámicos en India son un ejemplo del segundo. Véase «Conflicts
involving Islam», en Mary Kaldor y Basker Vashee (eds.), Restructuring
the Global Military Sector. Volume 1: New Wars, Cassell/Pinter, Londres,
1997.
14. Estoy en deuda con Ivan Vejvoda por este argumento.
15. El término lo utiliza Katherine Verdery en «Nationalism and
national sentiment in post-socialist Rumania», Slavic Review, verano de
1993.
16. Ibíd., pág. 82. Véase también Robert M. Hayden, «Constitutional
nationalism in the formerly Yugoslav republics», Slavic Review, 51 (1992).
17. Este argumento también lo desarrolla Katherine Verdery. Véa­
se, en particular, «Ethnic relations, economies of shortage and the tran-
sition in Eastem Europe», en C.M. Hann (ed.), Socialism: Ideáis, Ideo-
logy and Local Practice, Routledge, Londres, 1993.
18. Véase, por ejemplo, Andrei Amalrik, Will the Soviet Union Sur-
vive Until 1984?, Penguin Books, Londres, 1970, o Héléne Carrére d’En-
causse, Decline o f an Empire: The Soviet Socialist Republics in Revolt,
Newsweek Books, Nueva York, 1979 (trad. cast.: El triunfo de las nacio­
nalidades: el fin del imperio soviético, Rialp, Madrid, 1991).
19. Teresa Rakowska-Harmstone, «The clíaiectics of nationalism in
the USSR», Problems of Communism, XXIII, 1 (1974).
20. En muchos casos, esas nacionalidades titulares eran artificia­
les. Tadjikistán, por ejemplo, es una unidad territorial inventada. El
tadjik es un dialecto del persa que se habla en partes de Irán y Afga­
nistán, y al que se atribuyó un alfabeto cirílico. Los principales centros
tadjik de civilización, Sam arkanda y Bujara, acabaron fuera de las
fronteras asignadas a Tadjikistán, en Uzbekistán.
21. Victor Zaslavsky, «Success and collapse: tradicional Soviet na-
tionality policy», en Ian Brem m er y Ray Taras (eds.), Nations and Poli-
tics in Soviet Successor States, Cambridge University Press, Cambridge,
1993.
22. Véase, por ejemplo, Peter Lewis, «P rom prebendalism to preda-
tion: the political economy of decline in Nigeria», Journal of Modem
African Studies, 34, 1 (marzo de 1996); Obi Igw ara, «Holy Nigerian na-
tionalisms and apocalyptic visions of the nation», Nations and Nationa­
lism, 1, 3 (noviembre de 1995); Kisangani N.E Ermizet, «Zaire after
Mobutu; a case of a hum anitarian emergency», WIDER Research for
Action 32 (UNU/WIDER, Helsinki, 1997).
23. Véase Human Rights Watch, Playing the Communal Card: Com-
munal Violence and Human Rights, Nueva York, 1995.
24. Es especialmente fascinante cómo se ha reinterpretado la gue­
rra civil en Grecia en los últimos años. Antes, se consideraba un con­
flicto ideológico. Se decía que, si no hubiera sido por la intervención
angloamericana y la presión para que se retirasen Stalin y Tito, Grecia
habría sido un país socialista. Ahora se afirma que el principal objetivo
de los comunistas era crear una Macedonia u n id a que incluyera las
partes griega y búlgara. Por tanto, las actitudes macedonias represen­
tan una forma de distanciarse de una antigua sim patía por el com u­
nismo.
25. Para una descripción de este fen ó m e n o en varios lugares, véase
en Informe sobre la Intervención en Crisis Mundiales de Médicos Sin
Fronteras, Life, Death and Aid, Londres, Routledge, 1993. En Liberia, se
describe al Frente Patriótico Nacional de Charles Taylor mientras m ar­
cha hacia la capital; «Constantemente borrachos o ahitos de m arihua­
na, con pelucas, vestidos de boda o gafas de soldador, encam aban la
profunda crisis de identidad a la que les ha conducido su mundo he­
cho trizas», pág. 56.
26. Rakiya Omaar y Alex de Waal, Rwanda: Death, Despair and De-
fiance (Africa Rights, septiembre de 1994), pág. 35.
27. Sumit Ganguly, «Explaining the Kashmir insurgency: political
mobilisation an d institutional decay», In t e r n a t io n a l Security, 21, 2
(otoño de 1996),
28. R a d h a K um ar, « N ationalism , nationalities and civil society», en
Nationalism and European Integmtion: Civil Society Perspectives, P u b li­
ca ció n de la A sam blea de C iu d ad a n o s de H elsinki, serie 2, Praga, 1991.
29. V éase Oliver Roy, The Failure o f Political Islam, Taurus, L o n ­
dres, 1994; véase ta m b ié n E m e st GeUner, Postmodemism, Reas o n and
Religión, Routledge, L ondres y N ueva York, 1992 (trad. cast.: Postmo­
dernismo, razón y religión, Paidós, B arcelona, 1994).
30. A.D. Smith, Nations and Nationalism in a Global Era, Polity
P ress, C am brid ge, 1996.
31. Kwame A nthony Appiah, «Cosmopolitan patriots», Critical In-
quiry (p rim av e ra de 1997), 618.
32. V éase Robert D. K aplan, «The coming anarchy», Atlantic
Monthly (fe b re ro de 1994).

5. La eco n o m ía de g u e rra g lo b alizad a

1. Jeffrey Herbst, «Responding lo State failure in A frica » , Interna­


tional Security, 21, 3 (invierno de 1996-1997), 121-122.
2. H u m a n Rights Watch, Playing the Communal Card: Communal
Violence and Human Rights, N ueva York, 1995.
3. D avid K een, «When w a r itself is privatized», Times Literary
Supplement (d iciem b re de 1995).
4. P ara ios detalles de e sta h isto ria , véase David Shearer, «Prívate
armies a n d m ilita ry invention», Adelphi Paper 316 (IISS, Londres, fe­
brero de 1998).
5. In stitu to In te rn a c io n a l de Estudios Estratégicos, Military Ba­
lance 1996- 7, B rasseys, Londres, 1997, pág. 237.
6. C itad o en Simkin, Race to the Swift: Thoughts on Twenty First
Century W a r f a r e , B rasseys, L ondres, 1985, pág. 311.
7. La gran excepción, muy citada, fue la experiencia británica en
M alaya. No o b sta n te , el m o v im ien to rev o lu cio n ario era muy lim ita d o y
co n sistía , so b re tocio, en la m in o ría ch in a. No obstante, lo interesante
es cómo, a diferencia de otros casos de contrainsurgencia, los británi­
cos co p ia ro n tá ctica s re v o lu c io n a ria s e in te n ta ro n «ganarse a la gente»
m e d ia n te la p ro m e sa de in d e p e n d e n c ia y con tácticas militares seme­
jantes a las de las guerrillas. Véase ibíd.
8. H u m an R ights Watch, P l a y i n g the C o m m u n a l Card, pág. 9.
9. C itado en Irving Lew is Horowitz, Taking Lives: Genocide and
State Power, 4.a edición, Transaction Books, New Brunswick, i 997. Se­
gún Horowitz, el genocidio es una actividad del Estado y es distinto de
la vigilancia parapolicial, que es la que llevan a cabo grupos privados,
por ejemplo el Ku Klux Klan.
10. Para las cifras anteriores, véase Dan Smith, The State o f War
and Peace Atlas, Penguin Books, Londres, 1997 (trad. cast.: El estado de
la guerra y la paz, Akal, Madrid, 1998). La cifra para los años noventa
es un cálculo mío; véase Mary Kaldor, «Introduction», en Mary Kaldor
y Basker Vashee (eds.), Restructuring the Global Military Sector: Volunte
1: New Wars, Cassell/Pinter, Londres, 1997.
11. ACNUR, The State o f the World’s Refugees: In Search o f Solu­
tions, Oxford University Press, Oxford, 1995.
12. Estas cifras pueden encontrarse en el World Refugee Survey pu­
blicado periódicamente por el Comité norteamericano sobre los refu­
giados, Washington, DC.
13. Myron Weiner, «Bad neighbours, bad neighbourhoods: an in-
quiry into the causes of refugee flows», International Security, 21, 1 (ve­
rano de 1996).
14. Mark Duffield, «The political economy of intem al war: asset
transfer, complex emergencies and internacional aid», en Joanna Ma-
crae y Anthony Zwi (eds.), War and Hunger: Rethinking International
Responses, Zed Press, Londres, 1994.
15. David Keen ha explicado que la hambruna en el sur de Sudán se
debió a los robos de ganado de los milicianos baggara en el norte, con el
apoyo del gobierno sudanés, para debilitar al EPLS (Ejército Popular de
Liberación de Sudán), que tenía su base en el sur: «Para los jóvenes bag­
gara, sobre todo los más afectados por la marginación económica y la
sequía, el robo ofrecía la perspectiva de aumentar su escaso capital». Da­
vid Keen, «A disaster for whom? Local interests and internacional do-
nors during famine. Among the Dinka of Sudan», Disasters 15, 2, 155.
16. Central Asia’s narcotics industry», Strategic Comments, 3, 5 (ju­
nio de 1997); «Colombias escalating violence: crime, conflict and poli­
tics», Strategic Comments, 3, 4 (mayo de 1997).
17. Duffield, «Political economy of intemal war», pág. 56.
18. Keen, «When war itself is privatized».
19. John Simpson, In the Forests o f the Night: Encounters in Perú
with Terrorism, Drug-running and Military Oppression, Arrow Books,
Londres, 1994.
20. Keen, «When war itself is privatized».
21. Un psicólogo noruego describe una sesión con «Ivan», un chico
de Bosnia-Herzegovina:
«¿Cómo se puede hablar con un niño de nueve años del hecho de
que su padre haya disparado contra su mejor amigo?
»Le pregunté qué explicación tenía él, y me miró a los ojos y dijo:
"Creo que han bebido algo que les ha envenenado los sesos”. Y luego
añadió, de pronto: “Pero ahora están todos envenenados, así que estoy
seguro de que es el agua potable, y tenemos que averiguar cómo lim­
piar los depósitos contaminados”. Cuando le pregunté si los niños esta­
ban tan envenenados como los adultos, movió la cabeza y dijo: “No, ni
hablar. Tienen cuerpos más pequeños y por eso están menos contami­
nados, y he descubierto que los niños pequeños y los recién nacidos,
que sobre todo beben leche, no están envenenados en absoluto”.
»Le pregunté si alguna vez había oído la palabra política. Casi
saltó, me miró y dijo: “Sí. Ése es el nombre del veneno”».

Citado en Dan Smith, State o f War and Peace, pág. 31.


22. Varios autores se refieren al carácter depredador de las econo­
mías contemporáneas de guerra. Véase Xavier Bougarel, L’A natomie
d ’un conflit, Édition Découverts, París, 1995, a quien cito en el capí­
tulo 3. Véase también R.T. Naylor, «The insurgent economy: black
market operations of guerrilla organizations», Crime Law and Social
Change, 20 (1993), y Peter Lewis, «From prebendalism to predation:
the political economy of decline in Nigeria», Journal o f Modem African
Studies, 34, 1 (marzo de 1996).
23. Michael Cranna (ed.), The True Cost o f Conflict (Saferworld,
Earthscan, 1994).
24. Véase Vesna Bojicic, Mary Kaldor e Ivan Vejvoda, «Post-war re-
construction in the Balkans», European Foreign Affairs Review, 2, 3
(otoño de 1997).
25. A fines de 1986, Estados Unidos había suministrado ayuda por
valor de 3.000 millones de dólares. La CIA desvió parte hacia Nicaragua y
Angola; los servicios militares de información de Pakistán desviaron parte
para su uso y para el mercado negro; otra parte fue vendida por dirigen­
tes políticos, y otra la desviaron los proveedores de armas, mediante fac­
turas infladas y cargamentos robados. Según Naylor: «El resultado fue
que no sólo las organizaciones internacionales de ayuda tuvieron que re­
correr los bazares para volver a comprar los alimentos, las ropas, las tien­
das y ios medicamentos desviados, sino que los jefes rebeldes afganos que
verdaderamente luchaban tuvieron que emplear, a veces, los beneficios
del tráfico de heroína para comprar armas que ya habían sido pagadas
por Estados Unidos y Arabia Saudí», «The insurgent economy», pág. 19.
26. Duffield, «Political economy of intemal war», pág. 57.
6. H acia una perspectiva cosmopolita

1. Véase Michael Walzer, Just and Unjust Wars: A Moral Argument


with Historical Illustrations, Pelican Books, Londres» 1980.
2. Hannah Arendt, Reflections on Violence, Harcourt, Brace and
Company, Londres y N ueva York, 1979, págs. 50-51 (trad. cast. en Cri­
sis de la República, Taurus, Madrid, 1998).
3. «Perpetual Peace» (1795), en H an s Reiss (ed.), Kant's Political
Writings, Cambridge, Cambridge U niversity Press, 1992.
4. «La ley del c o n flicto a rm a d o tenía el p ro p ó sito de re strin g ir los
usos de la violencia entre Estados y, en el caso de las guerras civiles,
entre gobiernos y rebeldes. La ley de los d e re ch o s h u m a n o s tenía (en­
tre otras cosas) el propósito de ev itar y re strin g ir los usos de la violen­
cia por parte de los gobiernos contra sus ciudadanos, estuvieran for­
malmente en rebeldía o no; un te rre n o de co n flicto para el que el
derecho internacional, por d efin ició n , no te n ía so lu cio n es.» Geoffrey
Best, War and Law Since 1945, Clarendon Press, O xford, 1994.
5. Sobre las referencias a la ley h u m a n a o c o s m o p o lita , véase J.
Pictet, «International hum anitarian law: a definitíom », en UNESCO,
International Dimensions o f Humanitarian Law, Marinus Nijhoff, Dor-
drecht, 1988.
6. Para unas buenas in tro d u c c io n e s a la literatura re la cio n a d a,
véase Oliver Ramsbotham y Tom Woodhouse, Humanitarian Interven-
tion in Contemporary Conflict: A Reconceptualization, Polity P ress, Cam­
bridge, 1996; Ian Forbes y Mark Hoffman, Political Theory, Internatio­
nal Relations and the Ethics o f Intervention, Macmillan, L o n d res, 1993.
7. Adam Roberts, « H u m a n ita ria n action in war», Adelphi Paper
305, IISS, OUP, Londres, 1996.
8. Véase Radha Kumar, «The troubled history of partition», Fo-
reign Affairs, 76, 1 (enero-febrero de 1997).
9. David Bremmer, «Local p eace a n d the South African transi-
tion», Peace Review, 9, 2 (junio de 1997).
10. William Warfield, «Moving from civil war to civil society»,
Peace Review, 9, 2 (junio de 1997).
11. Ed García, «Filipino zones o f peace», Peace Review, 9, 2 (ju n io
de 1997).
12. Times Literary Supplement, ' V febrero de 1997.
13. Citado en ibíd., pág. 30.
14. Alex de Waal, Famine Critnes: Politics and the Disaster Relief In-
dustry in Africa (Africa Rights and the In te rn a tio n a l A frican Institute,
Indiana University Press, Bloomington e Indianapolis, 1997), pág. 178.
V éase ta m b ié n Mohamed Sahnoun» Somalia: T h e Mis sed Opportunities
(US Institute fo r Peace, W ashington, DC» 1994).
15. V éase, p o r ejem plo, William I. Durch (ed.), The Evolution o f
UN Peacekeeping: Case Studies and Comparative Analysis, St M a rtin 's
P ress, N ueva York, 1993; M in isterio de D efensa, Wider Peacekeeping,
HMSO, L on d res, 1995; Mats R. BerdaJ, «Whither UN peacekeeping?»,
Adelphi Paper 281, IISS, L ondres, 1993.
16. Véase, p o r ejem plo, John Mackinlay y Jarat Chopra, A Draft
Conce.pt o f Second Generation Multinational Operations. The Thomas J.
W atson Ir. In stitu te for In te rn a tio n a l Studies, Providence (Rhode Is-
tan d ) 1993, ■
17. C harles D obbie, «A concept for post-Cold War peace-keeping»,
Survival, o to ñ o de 1994.
18. «La to rtu ra , las violaciones, el pillaje e in c lu s o el c a n ib a lis m o a
m a n o s de las faccio n es ap o y a d as p o r ECOMOG p e rju d ic a ro n la acepta­
ción p o lítica g en e ral de ECOM OG.» Herbert Howe, «Lessons of Libe-
ria: ECOMOG a n d reg io n al peace-keeping», International Security, 21, 3
(in v iern o de 1996-1997), pág. 163.
19. C itad o en A frica R ights, Somalia and Operation Restore Hope:
A Preliminar}1Assessmenf (L ondres, mayo 1993), pág. 28.
20. Roberts, «Humanitarian action», pág. 51.
21. Jo h n M ackinlay, «Improving multifunctional forces», Survival,
o to ñ o de 1994. En re a lid a d , el p ro p io M ackinlay está confuso. Dice
d esp u és: «C u an d o se u tiliz a la fuerza, puede parecer que se ha perdido
la im p a rc ia lid a d [q u ie re d e c ir n e u tra lid a d ], especialmente por parte
del lado in v o lu c rad o . En. ca m b io , si la legitimidad está intacta, se
puede r e s ta u r a r la a p a rie n c ia de im p a rc ia lid a d » . Lo importante, en
e ste caso, es la le g itim id ad a ojos de la p o b la c ió n lo ca l. P u e d e no ser
p o sib le r e s ta u r a r la n e u tra lid a d , a la que califica de imparcialidad,
d a d o que las p a rte s del co n flicto no re s p e ta n las normas. Lo funda­
mental es c o n s e rv a r la im p a rc ia lid a d desde el punto de vista de las
v íctim as.
22. Citado en D obbie, «A concept», pág. 137.
23. lo a n Lewis y Ja m es MayaJI, «Somalia», en James Mayall (ed.),
The New Interventionism 199 -- ted Nations Experience in Cambo-
dia, Ponner Yugoslavia, and Somalia, C am b rid g e University Press, Cam­
bridge, 1996, pág. 117.
24. H a h a b id o noticias de v iolaciones de los derechos humanos
p o r p a rte de p erso n a l de la ONU en Camboya, B o sn ia -H e rze g o v in a , S o ­
m a lia y Mozambique. Los delitos c o n sistie ro n en violaciones, asesina­
tos y rela cio n e s con la p ro stitu c ió n in fan til en Mozambique. Véase, por
ejemplo, Africa Rights, Somalia: Human Rights Abuses by the UN For-
ces (Londres, julio de 1993).
25. Mark Duffield, «Relief in war zones: towards an analysis of the
new aid paradigm», Third World Quarterly, 1997.
26. Alvaro de Soto y Graciana del Castillo, «Obstacles to peace-
building», Foreign Policy, 94 (primavera de 1994).
27. Africa Rights, Somalia and Operation Restore Hope.
28. Mats Berdal, «Disarmament and demobilization after civil
wars», Adelphi Paper 303, IISS, OUP, Londres, 1996.
29. Alex de Waal, «Contemporary warfare in Africa», en Mary Kal­
dor y Basker Vashee, (eds.), Restnicturing the Global Military Sector: Vo-
lume 1: New Wars, Cassell/Pinter, Londres, 1997, pág. 331.

7. Gobernanza, legitim idad y seguridad

1. Verso, Londres, 1996.


2. Samuel R Huntington, The Clash o f Civilizations and the Rema-
king o f World Order, Simón and Schuster, Nueva York, 1996 (trad. cast.:
El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Pai-
dós, Barcelona, 1997). También «The clash of civilizations?», Foreign
Affairs, verano de 1993.
3. La tesis del neomedievalismo suele atribuírsele a Umberto Eco,
Travels in Hvperreality, Picador, Londres, 1987. Para una descripción,
véase Barry Smart, Postmodemity, Routledge, Londres, 1996. Debe dis­
tinguirse del nuevo medievalismo de Bull, que se refería a la idea de
superponer soberanías políticas y se acerca más a la perspectiva del
gobierno cosmopolita. Hedley Bull, The Anarchical Society: A Study o f
Order in World Politics, Macmillan, Londres, 1977.
4. Robert D. Kaplan, «The coming anarchy», The Atlantic Monthly
(febrero de 1994); y Robert D. Kaplan, The Ends o f the Earth: A Joumey
at the Dawn o f the Twenty First Century, Papermac, Londres, 1997 (trad.
cast.: Viaje a los confines de la tierra, Ediciones B, Barcelona, 1997).
5. Según Martin Van Creveld: «La verdad es que lo que tenemos
aquí no es ni un conflicto de baja intensidad ni un hijo bastardo de la
guerra. Es la g u e r r a t o t a l en el sentido elemental que le da Hobbes, el
conflicto más importante de nuestra época, con gran diferencia». Van
Creveld, The Transformation o f War, Free Press, Macmillan, Londres,
1991, pág. 22.
6. Mary Kaldor, «New world order: war of the imagination», Mar-
xism Today (13 de febrero de 1991).
7. Huntington, The Clash o f Civilizations, pág. 321.
8. Kaplan, The Ends o f the Earth, pág, 6.
9. Ibíd., pág. 45.
10. Ibíd., pág. 329.
11. Ibíd., pág. 432.
12. Citado en David Keen, «Organized chaos: not the new world
we ordered», World Today, enero de 1996.
13. Kaplan, The Ends o f the Earth, pág. 337.
14. Ibíd., pág. 436.
15. On Humane Govemance, Polity Press, Cambridge, 1995.
16. David Beetham, «Human rights as a model for cosmopolitan
democracy», en Daniele Archibugi y David Held (eds.), Reimagining Po­
li tical Community: Studies in Cosmopolitan Democracy, Polity Press,
Cambridge, 1998.
17. Véase Daniele Archibugi y David Held (eds.), Cosmopolitan De­
mocracy: An Agenda for a New World Order, Polity Press, Cambridge,
1995.

Epílogo

1. La Comisión la creó el primer ministro sueco y la presidió Ri­


chard Goldstone, el prim er fiscal jefe de los Tribunales Penales Inter­
nacionales de las Naciones Unidas para la antigua Yugoslavia y
Ruanda. Véase The Kosovo Report, Oxford University Press, 2000, y
www.kosovocommission.org
2. Doctrine o f the International Community, 22 de abril de 1999,
Hilton Hotel, Chicago, Illinois.
3. Noel Malcolm, Kosovo: A Short History, Macmillan, Londres,
1998.
4. Unas 2.000 familias se reconciliaron y unas 20.000 personas fue­
ron puestas en libertad tras arresto domiciliario. Se creó un «Consejo de
la Reconciliación» que buscó a las familias de origen albanés (incluso las
que vivían en el extranjero) y las reunió para una reconciliación masiva;
de aquí surgió el Movimiento pannacional para la Reconciliación de las
Venganzas de Sangre. Véase Andrew March y Rudra Sil, The «Republic
of Kosova» (1989-1998) and the Resolution o f Ethno-Separatist Conflict in
the Post-Cold War Era: Implications o f a Post- Westphalian View o f Sove-
reignity?, University of Pennsylvania, Filadelfia, 1999.
5. Citado en Tim Judah, «Kosovo’s Road to War», Survival (ve­
rano de 1999), pág. 12.
6. Maggie O’Kane, «The T errible Day when Frenkis Boys carne
Calling», The Guardian (19 de junio de 1999).
7. El número de m uertes es muy d iscu tid o . Estas cifras re p re s e n ­
tan el mejor cálculo de la CIIK, b a sa d o en el estu d io de una a m p lia v a­
riedad de informes de O NG y otras fuentes. Véase Anexo I, «Documen-
tation on Hum an Rights Violations», T h e Kosovo Report.
8. Richard Caplan, « In te rn a tio n a l Diplomacy and the. Crisis in
Kosovo», International Affairs, 74, 4 (octubre de 1998), pág. 752.
9. Véase Gramoz P asliko, «Kosovo: Facing Dramatic Economic
Decline», en Thanos Veremis y Evangelos Kofos, Kosovo: Avoiding
another Balkan War, ELIAMEP, U niversidad de Atenas, 1998.
10. The Observer (18 de julio de 1999).
11. John Arquilla, «The “Velvet” Revolution in Military Affairs»,
World Policy Journal, 14/4 (invierno de 1997-1998).
12. Véase Ministerio de Defensa británico, Lessons from the Crisis,
Cmnd 4724 (HMSO, Londres, 2000); Cámara de los Comunes, Comité
de Defensa, 14.° Informe, p e rio d o de sesiones 1.999-2000 (HMSO, Lon­
dres, 2000).
índice onom ástico

Abdic, Fikret, 57, 70 Andric, Ivo, Carta de 1920, 52,


Abdulah, 70 217n.
Abjasia, 123, 126, 130, 140 Angola, 125, 132, 140, 145, 228n.
Afganistán, 44, 110, 117, 121, 126, Appiah, Anthony, 115, 226n.
129, 132, 140, 141, 145 Archibugi, Daniele, 232n.
África, 15, 25, 27, 78, 102, 103, Arendt, Hannah, 147-148, 229n.
104, 107, 110, 113, 123, 129, Argelia, 128
140, 185, 186 Arkan, 68, 69, 76, 122, 221n.
África central, 25, 135, 142 Armenia, 15, 134, 155
África, Cuerno de, 25, 142 Asia, 27, 104, 107, 140, 182
África occidental, 25, 142, 155, 186 Asia central, 25, 141, 142, 227n.
Africa Rights, 111, 225n., 229n., Asia meridional, 15, 78, 84, 102,
230n„ 231n. 110
Agromerc, escándalo, 56, 70 Atlantic Monthly, The, 186, 226n,
Aideed, Mohamed, 146, 153, 158, 231n.
165-166 Australia, 112
Albania, 140, 141 Austria, 53, 134
Aibrecht, Ulrich, 9, 214n. Azerbaiyán, 15, 140, 155
Albright, Madeleine, 121, 202, 204
Alemania, 41, 83, 102, 109, 134,
140, 183, 189, 191, 198 Babic, 79
Alemania, unificación de (1871), 41 Badinter, Comisión, 22In.
Alto Comisariado de Naciones Balcanes, 15, 25, 27, 52, 53, 109,
Unidas para los Refugiados 139, 206, 209, 214n.
(ACNUR), 11, 18, 28, 74, 85, 88, Banco Mundial, 168
131, 140, 169, 220, 227 Banja Luka, 63, 72, 73, 74, 130,
Amalrik, Andrei, 224n. 220n.
Amnistía Internacional, 98 Baudrillard, Jean, 17, 213n.
Andjelic, Neven, 219n. Bauman, Zygmunt, 177
Andreopoulos, George J., 216n. Beetham, David, 232n.
Bélgica, 135 Carrington, Lord, 82, 222n.
Berdal, Mats, 171, 230n., 23 ln. Carrington-Cuteleiro, plan (1992),
Berlín, caída del muro de, 54, 109 82, 83
Best, Geoffrey, 229n. Castells, Manuel, 223n.
Bihac, 57 Cáucaso, 25, 142
Bijeljina, 220n. Celo, 69
Bojicic, Vesna, 9, 214n., 218n., Centroamérica, 155
222n. Chad, 140
Bosnia, 50, 52-53, 58-59, 62-64, Checa, República, 185, 190
71-72, 74, 76, 78, 81, 83, 88, 91, Chechenia, 44, 142, 195
92, 122, 124-126, 135, 138, 142, Checoslovaquia, invasión soviética
154, 151-152, 157, 167, 172, de (1968), 58
178, 182-183, 191-193, 197, 199, China, 182, 184
202, 208, 216n., 219n„ 222n. Chipre, 153, 161
Bosnia-Herzegovina, 9, 11, 17, 20, Chopra, Jarat, 230n.
26, 29, 49, 50-56, 58-69, 72, 78, Cisjordania, 140
79, 81-86, 88, 91, 93, 112, 124, Clarke, I., 223n.
126, 130, 134, 139, 141, 143, Clausewitz, Karl von, 29, 31, 33,
155-156, 182, 192, 216n„ 217n„ 119, 146, 160, 166, 167, 214n.;
218n, 219n„ 220n., 227n., 230n. véase también De la guerra
Botswana, 139 Código Lieber, 41
Bougarel, Xavier, 60, 61, 62, 64, Cohén, Elliott, 213n.
77, 80, 218n„ 219n„ 221n„ 228n. Cohén, Leonard J., 217n.
Boutros-Ghali, Boutros, 49, 145 Colombia, 132, 133, 227n.
Brcko, corredor de, 72 Comisión de Derechos Humanos
Bremmer, David, 155, 225n. de la ONU, 64, 79, 85
Bremmer, Ian, 229n. Comisión Europea, 28, 214n.
Bujarin, Nikolai, 98, 223n. Comité Internacional de la Cruz
Bulgaria, 53, 112, 140 Roja (CICR), 85, 86, 96, 149, 163
Bull, Hedley, 23ln. Comunidad Económica de los
Bunker, Robert J., 213n. Estados de África Occidental
Burundi, 107, 140, 141, 142 (ECOWAS), 146
Confederación de Estados Inde­
pendientes (CEI), 125, 146, 180
Caco, 69 Congreso Nacional Africano (CNA),
Cachemira, 104, 111, 126, 141, 195 124, 155
Camboya, 145, 153, 154, 230n. Consejo de Europa, 90
Canadá, 112, 113, 134 Cosic, 217n.
Caplan, Richard, 233n. Cranna, Michael, 228n.
Capljina, 76 Croacia, 11, 15, 51-53, 55, 58-62,
Carrére d’Encausse, Héléne, 224n. 65-69, 71, 73, 77-79, 82-84, 112,
124» 134, 139, 140, 192, 19?, 70» 71, 78, 83, 9 | u)9, n i i'-'
199, 202, 221 ii., 222n. 124, 134, 140-141. 1 ñ?, ¡58. 66,
C rom w ell, Oliver, 34 182-184, 196, 204, 221n., 228n.
E sta m b u l, 186
E tio p ía, 140, 142
D ayton, A cuerdo de» 11» 70, 82, E u ro p a , 11, 29, 31, 37, 38, 48, 50,
83, 84, 87, 90, 91, 154, 172, 200, 53, r-r. 59 . 5*+, 79. 90-92, 100,
202, 203, 216n„ 220n„ 221n. 102, 103, 117, 121, 140, 178,
De la guerra (O n war, Clausewitz), 179, 180, 182, 184, 185, 198
37-40, 42, 214n., 215n. Europa del Este, 15, 18, 25, 27, 47,
de Nooy, Gert, 213n. 51, 54, 55, 58, t i . 04. 111, 113
de Soto, Alvaro, 168, 23In. Europa occidental, 27, 47, 103,
de W aal, Alex, 78, 156, 158, 22In., 108, 217n.
225n„ 229n„ 231n. Europa, sur de, 223
del Castillo, Graciana, 168, 23 ln. Executive Outcomes, S u rá fric a,
Délo, 78 124, 125, 126
Dinamarca, 70, 208
Dobbie, Charles, 164, 230n.
Doyle, Michael, 216n. Falk, R ich ard , 188
Dretelj, 76, 2 2 ln . Federico Guillermo de Prusia, 35
Dubrovnik, 54, 71 Fetahagic, Sead, 217n.
Duffield, Mark, 133, 137, i-'., > Fidler, David P, 215n.
213n., 227n., 228n., 23ln. Filipinas, 155
Dunant, Henri, 41 Finlandia, 70
Dunford, M ick, 223n. Fondo de Naciones Unidas para
Durch, William J., 230n. la In fa n cia (U N IC E F), 18
Dyker, D.A., 218n., 219n. Fondo M o n e tario In te rn a c io n a l
(FMI), 56, 168
Forbes, Ian, 229n.
Eco, Umberto, 23 ln. F ra n c ia , 35, 83, 109, 135, 189
Eide, Asbjom, 214n. Freedman, Lawrence, 216n.
El Said Said, Muhamed, 224n. F re em a n , C., 223n.
El Salvador, Programa de Paz en, F re n te N acio n al, Francia, 109
168
E lias, Norbert, 177
Eritrea, 104, 140, 142, 186 Ganguly, Sumit, 225n.
Ermizet, Kisangani, N.F., 225n. García, Ed, 229n.
Eslovaquia, 112, 190 Gaza, 140
Eslovenia, 55, 62, 65-67, 82, 138, G ellner, Emest, 44, 95, . *. ’ ,
192, 197, 22 ln . 226n.; véase también Naciones y
Estados Unidos, 27, 41, 44, 49, 60, nacionalismos
G eorgia, 113, 123, 141 Holbrooke, Richard, 49, 203
Giddens, A nthony, 35, 148, 214o.., Hollingsworth, Larry, 88
224n. Horowitz, Irving Lewis, 226n.
G o radze, 90 H ow ard, Michael, 215n.
Gow, Ja m es, 218n. Howe, Herbert, 165, 230n,
G ra n B retaña, 41, 45, 70, 83, 119, Hulme, Gerry, 88
124, 208 Human Rights Watch, 18, 130,
Grav, Chris H a b le ., 2 2 198, 225n„ 226n„ 231n.
Grebo, Zdravko, 223n. Hungduan, 155
G recia, 11, 31, 47, 53, 64, 109, 140, H u n g ría, 53, 140, 190
182, 225n. H u n tin g to n , Samuel P., El choque
G reen p eace, 98, 116 de civilizaciones (Clash o f Civili-
G ru p o de V igilancia de la T regua zaiions), 181-185, 187, 190, 192,
de la C o m u n id ad E co n ó m ica de 209, 231n., 232n.
los E stad o s de Á frica O ccid en ­ Hussein, Saddam, 181
tal (ECOMOG), 125, 162, 230n.
G u a r d i a n , T h e , 79, 233n.
G uevara, E rn e sto Che, 23, 127 fgm an, monte, 72, 87, 90
Guillermo de G range, p rín cip e, 32 Ignatieff, Michael, 213n.
G u inea, 140 Igwara, Obi, 225n.
G u stavo A dolfo de Suecia, 32 India, 47, 108, 142, 153, 186, 224n.
In stitu to Internacional de Estudios
Estratégicos de Londres (IISS),
Hadj-Nassar, S hem s, 220n. 220n„ 226n„ 229n„ 230n„ 23 ln.
Hall, Peter, 223n. International Security, 226n., 227n.
Hann, C.M., 224n. Irán, 47, 71, 124, 140, 142, 186,
Hassner, F ierre, 222n. 225n.
H avel, Vaclav, 185 Irak, 17, 47, 71, 86, 140, 167, 196,
HDZ véase Partido D em ó c rata de 204
C roacia Irla n d a, 153
Held, David, 9, 2 14n., 232n , Irlanda del Norte, 109, 155, 161
H elsinki, A sam blea de C iu d ad an o s Israel, 47, 142
de (ACH), 9, 27, 63, 155, 224n„ Italia, 32, 53, 97
226n. Izetbegovic, Alija, 63, 67, 84, 222n.
H elsinki Watch, 73
Henderson, A.M., 215n.
Herbst, Jeffre\. : L . I26n. labionsky, David, 213n.
H irst, Paul, 223n. Jan ja, 220n.
Hoffman, Stanley, 215n. Jeong, Ho-Won, 213n.
Hohenzollern, 35 Jo rd a n ia , 140
Holanda, 169 Juka, 69, 76
Kadijevic, general, 71, 78 Mackinlay, John, 164, 230n.
Kafkalas, Grigoris, 223n. Macrae, Joanna, 227n.
Kakanj, 64 Mahdi, Ali, 153, 158
Kant, Immanuel, 37, 149, 193, Malawi, 139
215n., 227n. Malaya, 226n.
K aplan, R o b ert D., 185-188, 209, Mann, Michael, 215n.
226n., 231n., 232n. Mao Zedong, 23, 48, 78, 127-128
Karadjordjevo, 83 Markovic, Antje, 57, 60
Karadzic, 52, 113, 153 Martic, 79
K azaj, 155 Matica Hrvatska, 61
Keane, John, 177 Mayall, James, 165, 230n.
Keegan, John, 32, 214n. Mayer, Margit, 223n.
Keen, David, 137-138, 213n., 226n., Mazowiecki, Tadeusz, 64, 86-87,
227n„ 232n. 89, 219n„ 22 ln.
Khalistán, 112 Médicos Sin Fronteras, 18, 145,
Kladanj, 88 225n.
Knin, 15 Melucci, Alberto, 223n.
Kolko, Gabriel, 44-45, 215n. Milosevic, Slobodan, 83, 196-
Konjic, 70 198, 200, 202-204, 206-209,
Kósovo, 55, 57, 9, 113, 195, 197- 222n.
209, 232n„ 233n. Mladic, 153
Kouchner, Bemard, 145 Mobutu, presidente Joseph (Sese
Krajina, 61, 73, 79, 83 Seko), 107, 122, 141, 225n.
Kumar, Radha, 113, 224n., 226n., Mogadiscio, 88, 153, 160, 165
229n. Montenegro, 55, 66, 139-141, 206
KwaZulu-Natal, 155 Morillon, general, 88-89
Mostar, 63, 70, 72, 76, 79, 85-86,
171, 173
Le Pen, Jean-Marie, 109 Movimiento Socialista Panheléni-
Lewis, loan, 165, 230n. co (PASOK), 109
Lewis, Peter, 225n., 228n. Mozambique, 124, 129, 139, 230n.
Líbano, 140, 153 Mpumalanga, 155
Liberia, 94, 95, 108, 126, 164n.
Liga Comunista, Yugoslavia, 55, 61,
65 N aciones Unidas, 18-19, 28, 45,
Little, Alan, 219n., 220n., 222n. 86, 145, 157-158, 160, 162, 165-
Luttwak, Edward, 44, 48, 216n. 166, 190, 213n„ 219n„ 222n.
Naciones y nacionalismos (Gellner),
95, 218n„ 223n.
Macedonia, 55, 112, 139, 206, 208, Nagomo-Karabaj, 15, 134, 140
221n„ 225n. Namibia, 145
Nations and Nationalism in the Partido Comunista de Yugoslavia,
Global Era (Smith), 114, 226n. 81, 107
Naylor, R.T., 228n. Partido (Musulmán) de Acción De­
Neild, Robert, 215n. mocrática (SDA), 51, 62, 63, 73,
Ngala, 108 222n.; El Dragón de Bosnia, 63
Nicaragua, 129, 145, 228n. Partido de las Derechas de Croa­
Nicholson, Michael, 73 cia (HSP), grupo HOS, 69
Nigeria, 108, 225n., 228n. Partido del Congreso, India, 108
Nikolic, Milán, 220n. Partido Demócrata de Croacia
Novi Travnik, 70 (HDZ), 51, 59, 60, 61, 62, 66
Partido Demócrata Serbio (SDS),
51, 61, 62
Offe, Claus, 47, 216n, Partido Inkatha de la Libertad
Ogata, comisaria, 85 (IFP), 123, 124, 155
Omaar, Rakiya, 225n. Partido Serbio de Renovación Na­
Organización para la Seguridad y la cional, 68
Cooperación en Europa (OSCE), Pérez-Pérez, C., 223n.
18, 28, 90, 125, 180, 190, 203 Perú, 133, 138
Organización para la Unidad Afri­ Pictet, J., 229n.
cana (OUA), 18 Polonia, 190
Oriente Próximo, 102, 134 Prazina, Jusuf, véase Juka
Orwell, George, 48 Prijedor, 79
Osetia del Sur, 113 Programa para la Paz, 145
OTAN, 28, 49, 57, 61, 63, 86, 90-
91, 125, 146, 180, 184-185, 189-
191, 195-197, 200-205 Rainbow Warrior, 116
OTAN, Consejo de Coordinación Rakowska-Harmstone, Teresa, 105,
de la (NACC), 178 225n.
Owen, David, 52, 66, 82-83, 87, 89, Ralston, David B., 214n.
157, 217n„ 221n„ 222n., 223n. Ramsbotham, Oliver, 229n.
Oxfam, 18 Raznjatovi c, Zeljko véase Arkan
Recursos Militares Profesionales
(MPRI), 66
Pakistán, 47, 110, 126, 140, 141, Reflections on Violence (Keane),
153, 185, 228n. 177
Pakrac, 79 Reich, Robert, 73, 76, 95, 98-99,
Palestina, 153 121, 125, 223n„ 224n.
Papúa-Nueva Guinea, 125 Reiss, Hans, 215n., 229n.
Paraga, Dobroslav, 69, 76 RENAMO (Resistencia Nacional
Parsons, Talcott, 215n. Mozambiqueña), 124, 129
Partido Campesino Croata, 63 Richelieu, cardenal, 36
Rieff, David, 159, 216n., 218n., Skocpol, Theda, 35, 215n.
223n. Smart, Barry, 2 3 ln .
Roberts, Adam, 216n., 229n., 230n. Smith, A.D., 114, 226n.
Roberts, Michael, 33, 36, 214n. Smith, Dan, 227n., 228n.
Roma (an tig u a), 31-32 Soete, L., 223n.
Rose, g en eral Michael, 36, 160 Somalia, 17, 26, 86, 88, 108, 121,
R o u ssea u , Jean-Jacques, 36 126, 142, 145, 153, 157, 158, 163,
Roy, Oliver, 226n. 165, 166, 168, 178, 230o,, 231n.
Rumania, 47, 53, 112, 140, 190, Somalilandia, i 55, i 74
224n. Soweto, 155
Rusia, 44, 49, 83, 106, 110, 134, SOYAAL, 174
141, 183, 190, 192 Srebrenica, 77, 87, 146
Ruanda, 107, 111, 113, 117, 123, Stalin, Josef, 225n.
134-135, 140-143, 146, 150, 156, S toltenberg, Thorvald, 83
196, 232n. Strategic Comments, 227n.
Russett, Bruce, 216n. S u d án , 108, 130, 133, 135, 137,
Rutenia, 112 140, 542, 227n.
S u azilan d ia, 139
Suecia, 32
Saferworld, 139 Suiza, 86
Sahnoun, Mohamed, 158, 230n. Suráfrica, 124, 126, 139, 145, 155
S ala m o n , Lester M., 223n, Sureste asiático, 100
Sandline International, 124-125
Sarajevo, 26, 49, 59, 63, 64, 66,
68, 69, 72, 82, 87, 89, 93, 117, T adjikistán, 122, 125, 132, 133,
172, 217n., 219n. 2, 225n.
Save th e Children, 18 T anzania, 140
Serbia, 15, 51, 55, 58, 61, 66, 67, 73, Taras, Ray, 225n.
77, 83, 134, 139, 140, 141, 151, Taylor, C harles, 123, 225n.
192, 197, 203, 204, 209, 222n. T h o m p so n , E.P., 214n.
Seselj, 68-69, 76, 203, 2 2 ln . T h o m p so n , Grahame, 223n.
Shaw, Martin, 9, 16, 213n. T h o m p so n , Mark, 218n.
Shearer, David, 220n., 226n. Tilly, C harles, 215n.
Shevardnadze, Eduard, 123 Ti mor O rien tal, 128
Shulman, Mark R., 216n. Topalovic, Musan v é a s e C aco
Sierra Leona, 123, 125, 132, 137, Touraine, Aiaín, 99, 224n.
140, 142, 185, 195 Transcáucaso, 15, 27, 66 , 81, 112,
S ilajdzic, 67 130, 157
Silber, Laura, 218n., 2 19n., 220n. Travnik, 70
Simkin, Richard, 39, 215n., 226n. T ribunal Penal In tern ac io n a l (TPÍ),
Simpson, John, 138, 227n. 150
Tudjman» Franjo» 52, 59, 60, 61, Washington, Acuerdo de (1994),
63, 222n. 66 » 72» 83-85, 154
T urquía, 47, 52, 140» 142, 162, 185 Waters, Malcolm, 214n.
Tuzla» 26, 63,64, 66, 70, 7 Weber, Max» 33, 54, 215n.
87-88, 124» 143» 155, 169, 220n. Weinberger-Powell, doctrina de la
fu erza abrumadora, 165
Weiner» Myron, 132, 142, 227n.
U crania» 110, 112 Westfalia, Tratado de, 35
Uganda, 112» ' \ . Wilgesprunt Fellowship Centre,
U nión E u ro p e a ( U E ) , 18» 2 8 , 49» 155
53» 80, 82» 85-86» 90, 116, 171, Woodhouse, Tom, 229n.
173» 182» 184-185, 2 2 In. Woodward, Susan, 218n.
U nión Europea O ccidental (UEO), El trabajo de las naciones (Reich),
86» 90» 178» 180 98-99, 223n.
U nión Soviética» 53» 64; a n tig u a World Refugee Survey, 227n.
15» 104-105» 119, 184» 190

Yugoslavia» 15, 50, 53-58, 60, 64-


Van Creveld, Martin» 31» 33» 43» 66, 79-80, 82, 91, 104-107, 111,
47, 214n.» 21 5n., 216n.» 2 3 In. 123, 133, 140, 150, 152, 157,
Vanee» Cyrus, 82, 83 162, 195, 198, 201, 208, 217n„
Varsovia, P acto de» 47» 50, 67 218n., 219n.» 220n., 22ln., 222n„
Vashee, Basker, 9» 213n., 218n.» 230n.» 232n.; véase también Bos­
221n.» 224n., 227n.» 231n. nia-Herzegovina; Croacia; Mace-
Vasic» Milos» 76» 77, 218n.» 220n.» donia; Eslovenia
22 ln. Y u tel, 57, 60, 63
Vejvoda, Ivan, 55» 214n.» 218n.»
219n.» 224n.» 228n.
Velika Klusa, 70 Zagreb, 61, 72, 220n.
Verdery» Katharine, 163n Zaire, 108, 112, 122, 135, 137-138,
Viaje a los c o n f i n e s d e la T i e r m 141-142, 225n.
(Kaplan)» 185, 23ln., 232n. Zambia, 139
Vojvodina, 55» 112 Zaslavsky, Víctor» 105, 225n.
Vukovar, ased io de (1991), 71 Zenica, 64, 70, 74
Zepa» 87
Zimbabwe, 139
Walzer» Michael» 229n. Zivanovic» 62
Warfield, William, 229 Zwi, Anthony» 227n.

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