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las matemáticas simbolizaron el paradigma del

pensamiento puro y abstracto. Esta conceptualización


abstracta, platónica y pitagórica fue la que se traspasó
desde Grecia a la Antigüedad como referente de la
belleza de las matemáticas, obviando los modelos
artísticos de esa cultura, retomados por otras culturas y
permanentemente recuperados por el arte, consciente e
inconscientemente, y que constituyeron y constituyen
una auténtica fuente de placer estético a través de la
contemplación de cánones y proporciones.
 el éxito de las teorías platónicas y pitagóricas fue debido,
fundamentalmente, al enfoque más pragmático de Galileo
y, posteriormente, de los físicos del siglo XVII, que
obligaron a la hasta ese momento ciencia abstracta a
demostrar que, tal y como dijo Galileo, el libro de la
naturaleza estaba escrito en el lenguaje de las
matemáticas. Y también del arte, podemos añadir, tal y
como se desprende del trabajo del profesor Josep Callís.
Pero aquí estriba la aparente paradoja. Cuando aparece
la abstracción, la pérdida del elevado grado de concreción
que anteriormente caracterizaba al conocimiento
matemático, aparece un lenguaje propio que dota, a
partir de Descartes y Leibniz, a las matemáticas de un
elevado poder simbólico, apareciendo las matemáticas
como un auténtico lenguaje, ya desligado de las
matemáticas verbales que todavía Galileo usaba, usando
palabras que cualquier otro estudioso pudiera leer y
entender. Se creó así un nuevo lenguaje, un lenguaje
artificial, solo al alcance de unos cuantos privilegiados. El
nuevo lenguaje permitía al ser humano examinar el
universo físico con una precisión insospechada. Las
teorías lingüísticas que ligaban pensamiento abstracto
con lenguaje y simbolismo tuvieron a la vez su origen y
alimentaron el renacer del nuevo lenguaje matemático. El
resultado más elaborado y abstracto es el desarrollo de la
lógica simbólica ya en el siglo XX.
Estas dos líneas de consideración de la belleza de las
matemáticas no son, en absoluto, excluyentes. En una
época como la actual, es necesario trascender esa
imagen tradicional de las matemáticas de aridez, rigidez
y frialdad, así como de materia críptica, susceptible de
ser aprehendida solo por iniciados. Porque la belleza de
las matemáticas no es solo para iniciados. La realidad es
que para cualquier persona deberían resultar bellas,
cálidas, apasionantes y entretenidas. Por ello vamos a
hablar de algunos factores que nos parecen claves en el
proceso de aprehensión de la belleza de las matemáticas,
y mas concretamente las relacionadas con el arte.

El factor de la comprensión

Quizá en nuestro preámbulo hemos dado en el clavo de


unos de los componentes esenciales para que exista
auténtica equidad en la aprehensión y, por tanto, el
disfrute del conocimiento matemático es necesario
comprender de su lenguaje. En efecto, la matemática es
un lenguaje: sirve para codificar el pensamiento, para lo
que cuenta con un código propio, y tiene unas reglas
propias y está en permanente proceso de construcción,
como cualquier otra lengua, ya que la adquisición de
lenguajes y de conceptos es un proceso dinámico. En la
adquisición del conocimiento matemático, cada concepto
nuevo trae consigo una palabra nueva. Si no se
internaliza el concepto, no se podrá entender la palabra.
Por otro lado, si no se relaciona el concepto con una
palabra, con un término, no se podrá asimilar y acomodar
el concepto con facilidad, lo que describe la dinamicidad
de la situación. No obstante, no se puede quedar la
comprensión en la mera aprehensión del concepto. Muy
acertadamente habla Christine Keitel del paso de la
gramática a la literatura en matemática. En efecto, nadie
se va con un manual de gramática a la cama, sino con
una obra literaria. El tránsito de la nomenclatura, de las
definiciones, de la comprensión simple, a la complejidad
matemática es preciso para que el placer de la
matemática tenga paralelismo con el que se obtiene del
uso y disfrute de cualquier lenguaje.

No obstante, leer un libro de matemáticas es un acto de


recreación y en poco se parece a la lectura de
un bestseller. No se puede leer de corrido y en muchas
ocasiones su lectura se parece más a la lectura de un
libro de recetas de cocina, de bricolaje o de técnicas
pictóricas. Hay que tener a mano los materiales precisos,
que pueden, en el mejor de los casos, suplirse con la
imaginación, puesto que las capacidades matemáticas
parecen tener una gran relación con la capacidad de
generar imágenes mentales. Lo importante, pues, en
matemáticas, es no solo leer el texto sino recrearlo y
reproducirlo. Y dentro de este contexto, el lenguaje del
arte explicita y hace del lenguaje matemático un
conocimiento sensitivo. Si atendemos al proceso de
construcción del conocimiento a través de sus distintas
fases (manipulativa, gráfica, simbólica) y trascendemos
el concepto de manipulación, ampliándolo a cualquier
forma de manipulación sensitiva, por ejemplo, visual,
tenemos en la matemática que se enmarca y se
desarrolla en cualquier expresión artística, un modelo de
aprehensión comprensiva del lenguaje matemático.
Parafraseando a Galileo, también el arte se escribe en
lenguaje matemático, y diríamos que ambas cosas se
pueden aprender como un continuo, tal como se
desprende del trabajo de los profesores Jiménez y Trujillo
sobre las aprehensiones geométricas de los niños y niñas
a partir del estudio de la obra de Dalí.

El factor de la creación

La belleza de las matemáticas tiene un segundo


componente, que es el factor de la creación. La
matemática es una invención racional, realizada con el
doble fin de resolver problemas humanos y de servir de
ejecución artística al pensamiento lógico, racional y
creativo. Ambas formas de modelizar (la realidad y el
pensamiento) han proporcionado placer sin límites, no
solo a los propios creadores sino a los que nos recreamos
recreando las creaciones matemáticas. En esta doble
vertiente se enmarcan los dos trabajos del profesor
González Molina, sobre la resolución matemática de la
ornamentación de objetos cerámicos de revolución y el
de modelos matemáticos para la resolución de problemas
relacionados con la teoría del color.

Las dos formas de modelización a que hemos aludido han


venido desarrollándose paralelamente a lo largo de la
historia de la creación matemática, y fueron antagónicas
en épocas en que la matemática que servía para resolver
problemas era considerada de dominio inferior. No
obstante, en ambos casos existe un componente común:
real o inventado, la creación tiene como objeto la
resolución de un problema. La resolución de problemas
no es otra cosa que una puesta en práctica de los
aspectos más complejos de la formalización del
pensamiento. Como dice el profesor Santaló: "(Las)
Matemáticas no deben ser otra cosa que pensar en la
solución de problemas."

El rastreo de la resolución inicial por los senderos de las


matemáticas recreadas, desde modelos que permiten
producir pautas reconocibles, no solo permitirían el placer
de lo creado o recreado (en el doble sentido de la palabra
recreación) sino que nos llevaría, posteriormente, pero no
necesariamente, a recorrer aquellos otros caminos,
menos transitados, de la belleza y el placer estético que
produce la demostración de las más complejas
formulaciones matemáticas. El artículo del profesor
Barreto Pérez es una buena prueba de ello: a partir del
pretexto de la obra arquitectónica de Le Corbusier,
conduce a los futuros profesionales de distintas
modalidades artísticas a recrear, dentro de su
especialidad, el pensamiento matemático del innovador
arquitecto.

El factor artístico
Se considera arte la producción por un ser humano de un
objeto bello. Ya los pitagóricos hacían corresponder el
arte con elementos matemáticos cuando afirmaban: "Las
formas que mejor expresan la belleza son el orden, la
simetría y la precisión, y las ciencias matemáticas son las
que se ocupan de ellas especialmente."

No obstante, y aún gozando de todos los atributos que


hacen que un objeto artístico sea bello, es decir, generar
placer y proporcionarnos goce, las matemáticas tienen
una belleza mediata secundaria, y por ende, menos
efímera. En efecto, hay numerosas clases de objetos
estéticos y cada uno de ellos genera un sentimiento
placentero diferenciado. Podemos clasificar los objetos en
función de la impresión estética que producen en dos
grandes categorías: los que proceden de la naturaleza,
como una puesta de sol, cuya capacidad de impresionar
nuestros sentidos es accidental, y los que existen como
libre expresión de los ideales estéticos. Dentro de esta
última categoría, podemos diferenciar entre la pintura, la
música, la danza, etc., que ofrecen una impresión
sensorial inmediata, que puede ser menos elaborada y
más pasiva, por cuanto su desconocimiento intrínseco no
impide un disfrute primario de las mismas, y la creación o
recreación de las mismas, categoría en la que podemos
enmarcar a las matemáticas, porque precisan para su
disfrute de un cierto grado de comprensión y de
conocimiento superior al exigido por los otros corpus.

Existe una exigencia estética denominada unidad en la


variedad de la que las matemáticas puede ser
paradigmática. En esta línea, Hemsterhuis, en el siglo
XVIII, definía lo bello como aquello que nos ofrece el
mayor número de ideas en el más corto espacio de
tiempo. Desde el punto de vista psico-biológico, la
percepción de un objeto comienza con el estímulo
externo que nos impresiona a través de los sentidos, y
continúa hasta que el estímulo y la excitación cerebral
resultante terminan. Pero para que la percepción se
realice se requiere de un apropiado ámbito de atención
consciente, que conlleva el sentimiento estético hacia el
objeto. El objeto suscita sensaciones que están
íntimamente ligadas a las distintas ideas asociadas con
los sentimientos correspondientes. Estas sensaciones,
junto con las ideas asociadas y sus sentimientos
correspondientes, constituyen la plena percepción del
objeto. Es en estas asociaciones, más que en las
sensaciones mismas, donde encontraremos el factor
estético predominante. Por ello es tan importante
comunicar, relacionadas con las primeras experiencias
matemáticas, las percepciones más placenteras que sin
duda alguna, son propias tanto o más de las matemáticas
que de otras disciplinas y continuar, a lo largo de toda la
experiencia matemática de cada persona, imbuyéndoles
de ese placer que consideramos como propio pero que
muchos queremos ver universalizado.

Es decir, para disfrutar con las matemáticas, haciéndonos


copartícipes de aquel primigenio sentido griego de la
belleza inherente a las matemáticas, hay que pasar de la
categoría de espectador a la de artista. La belleza ligada
a las matemáticas no es una belleza que se obtenga con
una actitud meramente contemplativa, sino que precisa
un elevado grado de compromiso y de acción. Aún así, es
posible ofertar formas distintas de belleza: desde la
contemplación descansada e inmediata de una verdad
profunda, inesperada, llena de implicaciones, a través del
mero concurso de la impresión sensorial, interpretada
desde la razón a la realidad de que, ante hechos
aparentemente inconexos, aparece un orden intelectual
que los reinterpreta, relacionándolos y ampliando el
horizonte de la creación matemática, pasando por la
contemplación de un objeto matemático espléndido
construido a partir de sucesivas ampliaciones de otros
objetos parciales. Dentro del modelo de belleza estarían
muchas de las demostraciones gráficas del Teorema de
Pitágoras, o la interpretación geométrica de desarrollos
algebraicos, como el cuadrado de una suma. En la fase
intermedia aparece un modelo de belleza que tendría que
ver con la ampliación de perspectivas que hacen de la
matemática una creación humana que paulatinamente da
respuesta a las diversas necesidades humanas, mediante
sucesivas ampliaciones cuyo origen es el paso previo. La
construcción sucesiva de los conjuntos numéricos
entrarían dentro de esta categoría. El modelo más
complejo, y por tanto donde mayor capacidad creativa se
desarrolla, tendría que ver con la colocación de diversos
elementos inconexos conocidos que de repente aparecen
en conexión mediante una unidad que resuelve un
problema o genera una nueva teoría matemática. Un
ejemplo sería la demostración del último Teorema de
Fermat por Andrew Wiles. También podríamos emmarcar,
en esta descripción la interconexión que alguna obra
artística tiene, y que desarrolla con rigor, desde modelos
artísticos, con teorías matemáticas elaboradas basadas
en cánones y proporciones, donde el conocimiento
matemático coadyuva a la comprensión de la obra y que
denota, en el artista, una elevada aprehensión
matemática previa a la obra. En este modelo de disfrute
estético se enmarcan los trabajos del profesor Román
Hernández González y los modelos interconectados por
Le Corbusier expuestos en el trabajo del profesor Barreto.

Matematicas escondidas en el arte del origami


Todos alguna vez, con mayor o menor habilidad, hemos
transformado un trozo de papel en un pequeño juguete a base de
dobleces y dobleces. El origami, o papiroflexia si utilizamos el
término en castellano, es un arte de origen japonés que surgió
entre las clases más altas, que podían darse el lujo de disponer
del papel suficiente como para convertirlo en el centro de un
entretenimiento. Con la expansión del papel se extendió también
la costumbre del origami.

Como curiosidad, Miguel de Unamuno fue un gran aficionado a


la papiroflexia, que consideraba un divertido entretenimiento y
que llamaba cocotología a modo de broma. En muchos de sus
retratos aparece alguna pajarita entre sus libros, e incluso bautizó
como Cocotta Unamuniensis a una de sus creaciones.
Pero además de entretenimiento y arte, el origami esconde una
buena cantidad de reglas matemáticas. Al fin y al cabo, si
deshacemos una figura, lo que obtendremos es un patrón de
formas geométricas sobre una superficie plana. El físico Robert
Lang, que dejó su carrera investigadora para dedicarse a tiempo
completo a diseñar y estudiar modelos de origami, teorizó hace
unos años cuáles eran las normas matemáticas que se pueden
aplicar a cualquier figura hecha de papel, construida según su
rama más tradicional: a partir de un pedazo cuadrado de papel y
sin utilizar cortes ni pegamento.

Lang redujo sus observaciones a cuatro reglas:


- Si desdoblas una pieza de origami, obtienes un papel cuadrado
con un patrón de dobleces sobre él. Ese patrón siempre será
coloreable en dos colores: puedes colorear las figuras
geométricas que aparecen utilizando dos colores sin que
coincidan dos contiguas del mismo color.
- Si sumas los pliegues en montaña en torno a un eje, y le restas
los pliegues en valle en torno a ese mismo eje, el resultado
siempre será dos o menos dos.
- Si numeras los ángulos en torno a un eje de forma alterna (1-2-
1-2-1-2), y sumas todos los 1 y todos los 2, obtienes dos sumas
de 180 grados. 
- Una hoja nunca puede penetrar un pliegue. 

Estas cuatro normas, asegura Lang, son la base de cualquier


diseño de origami, ya sea una simple pajarita o una compleja
serpiente con decenas de escamas. Pero las matemáticas no
solo describen los fundamentos del origami, sino que que se
puede usar la geometría para crear casi cualquier figura que se
desee, siempre que se tenga un poco de habilidad.
Es lo que se llama el empaquetado de círculos, o 'circle packing',
una teoría enunciada por los estudiosos del origami en los años
90 que postula que cualquier figura puede hacerse a partir de una
serie de círculos empaquetados, sin superponerse. Se trata de
convertir cualquier cosa que se quiere representar (un animal o
una planta, por ejemplo) en un dibujo esquemático en el que cada
extremidad es una línea y cada línea, después, una pestaña de
papel.
Cualquiera que haya probado a hacer papiroflexia alguna vez,
sabe que una pestaña se consigue doblando el papel en torno a
un vértice las veces que sean necesarias según lo afilada que
necesitemos la pestaña: una, dos, tres veces. Al desdoblar de
nuevo el papel, los dobleces aparecen convertidos en los radios
de un círculo imaginario que parten desde el vértice hacia fuera.

A veces no es necesario un círculo completo si el vértice se sitúa


en uno de los lados o de las esquinas del papel, pero al menos
una parte del círculo sí estará presente. Por eso, cuantas más
pestañas, más círculos, y por eso dice la teoría que bastaría con
empaquetar los círculos necesarios, sin que se superpongan
unos a otros, para convertir un papel en el diseño que queramos. 
Esto, que parece no tener mayor importancia que un divertimento
matemático, es en realidad muy útil porque son instrucciones
sencillas de seguir para un ordenador. Utilizando este principio, y
los cuatro enunciados previamente, Lang creó un programa,
llamado TreeMaker, capaz de tomar un dibujo esquemático y
convertirlo en un patrón de origami que cualquiera podría seguir.
Papiroflexia sencilla al alcance del más torpe.
Robots y Telescopios de origami

Pero no solo las matemáticas mantienen una estrecha relación


con esta disciplina que muchas veces pasa desapercibida como
un simple entretenimiento infantil. Sus aplicaciones en distintos
campos de la ciencia y la tecnología son habituales gracias a su
versatilidad, la sencillez de sus procesos y lo asequible de sus
materiales.
Por ejemplo, el origami se ha convertido en muchas ocasiones en
aliado de la robótica. Por ejemplo, expertos del MIT presentaron
en agosto de 2014 una serie de robots capaces de
autoensamblarse a partir de materiales planos, con una serie de
circuitos ensamblados en ellos, que se contraían y doblaban al
calentarse a 100 grados. El proceso completo de montaje se
completaba en cuatro segundos.
La idea era desarrollar aplicaciones a partir de estos diseños,
como por ejemplo, componentes para satélites o navez
espaciales que pudiesen ser lanzados de la forma más compacta
y por lo tanto barata posible y se ensamblasen una vez que
llegasen a su destino. También podrían usarse para robots de
rescate, gracias a que podrían introducirse en espacios
pequeños.
Los mismos principios se han aplicado a la hora de crear
instrumentos espaciales, como los espejos plegables del
telescopio espacial James Webbo los paneles solares que se
diseñados para equipar satélites y facilitar su abastecimiento de
energía. En general, el origami ha inspirado muchos diseños de
la ciencia espacial, porque permite crear instrumentos que se
despliegan rápidamente, con cualidades de flexibilidad
adaptables y con abundante superficie gracias a sus pliegues,
algo que tiene ventajas a la hora de captar energía solar.
Pero no solo en el espacio se utiliza el origami, sino que también
tiene aplicaciones mucho más cercanas. Por ejemplo, en
el diseño de los airbags que nos protegen en caso de accidente
de coche. Este sistema de seguridad debe plegarse de la forma
más compacta posible pero estar listo para desplegarse en pocos
segundos si hace falta. El propio Lang colaboró en el desarrollo
de un 'software' capaz de simular a base de pliegues la forma
más eficiente de cumplir ambas características. 

Aunque las matemáticas y el arte pueden concebirse como dos disciplinas opuestas, las

representaciones artísticas en cualquiera de sus formas son un excelente recurso para

acercar a los estudiantes a los principales conceptos matemáticos de una forma visual e

innovadora.

Las representaciones artísticas pueden ayudar al alumno a intuir nociones


geométricas

Uno de los contextos adecuados para la enseñanza y aprendizaje de nociones


matemáticas es la contemplación y creación de formas artísticas. Así lo afirma Mercè Edo
Basté, profesora del departamento de didáctica de las matemáticas y las ciencias
experimentales de la Facultad de Ciencias de la Educación en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Esta especialista resalta que el arte puede ayudar al alumno "a intuir nociones
geométricas al mismo tiempo que a desarrollar sentimientos y emociones estéticas".

Aplicaciones didácticas
En el aula de matemáticas se pueden desarrollar numerosas actividades con las obras
pictóricas como recurso didáctico. Gracias a la presencia cada vez mayor en las escuelas
de algunos medios tecnológicos como la pizarra digital o los ordenadores personales -uno
para cada alumno-, hoy en día es posible trabajar de un modo más fácil con ellas en clase,
ya sea de forma individual o conjunta. Algunas de las propuestas de contenidos
curriculares matemáticos para abordar la enseñanza desde esta perspectiva son las
siguientes:

Se puede trabajar con obras que representan las principales figuras planas
de un modo evidente
Estudiar las formas y líneas básicas: para iniciar a los más pequeños durante la etapa
de Educación Infantil en estos conceptos matemáticos básicos, se puede trabajar con
obras que representan las principales figuras planas de un modo evidente, como 'Bailando
por miedo' de Paul Klee o 'Cantante melancólico' de Joan Miró, entre otras. La tarea del
alumno consiste en analizarlas, cuantificarlas o estudiar su situación espacial en el cuadro.

Trabajar con la perspectiva: la profundidad en una pintura se consigue con la


perspectiva, una técnica que requiere mediciones y cálculos precisos por parte del autor.
En el aula se puede analizar el proceso seguido por los pintores en la creación de sus
obras para lograr este efecto, presente de modo latente en algunos cuadros como 'Las
Meninas', de Velázquez, o 'La Última cena', de Leonardo da Vinci. Otra metodología
consiste en constatar la falta de perspectiva en otras pinturas (gran parte de las obras del
románico) y realizar propuestas para obtenerla.

Identificar y analizar las formas geométricas: obras de Picasso, Juan Gris, Georges


Braque y otros representantes del cubismo pueden utilizarse para descubrir diferentes
figuras y formas geométricas, así como las relaciones entre ellas. Del mismo modo, la obra
pictórica de Escher, en la que el artista juega en muchas ocasiones a esconder y
superponer poliedros, ayuda al alumno a mirar con ojos matemáticos más allá de la simple
apariencia.

'El hombre de Vitrubio' es la representación artística más clara de las


proporciones matemáticas

Acercarse a los conceptos de proporción, simetría y particiones:'El hombre de


Vitrubio', uno de los más famosos dibujos de Leonardo da Vinci, es la representación
artística más clara de las proporciones matemáticas y la simetría básica. El alumno puede
analizarlo y trabajar sobre algunas de las nociones proporcionales que propone, como la
longitud de los brazos extendidos de un hombre, considerada igual a su altura, o desde la
punta de la barbilla a la parte superior de la cabeza, estimada en un octavo de su estatura

El quehacer matemático y el arte.

Las relaciones entre las matemáticas y el arte son múltiples. 


Muchos son los artistas que han extraído su inspiración en las 
matemáticas, muchos han sido los que se han apoyado en ellas para
construir y analizar estructuras artísticas, musicales, poéticas,
arquitectónicas, etc. Dejando un lado tales consideraciones, que nos
podrían llevar muy lejos, trataremos ahora de concentrarnos en la
consideración de la matemática misma como arte. 
 

La afirmación de la naturaleza artística de la matemática puede sonar


extraña en muchos oídos. Si arte es la producción por 
parte del hombre de un objeto bello, espero que tal afirmación 
resulte justificada al término de las notas que siguen. 
  
Para los pitagóricos, la armonía, uno de los ingredientes de 
la belleza, va unida al número en la constitución ontológica detodo el
universo. Aristóteles mismo se expresa así en su Metafísica (Libro XII,
Cap.III, 9): "Las formas que mejor expresan la belleza son el orden, la
simetría, la precisión. Y las ciencias matemáticas son las que se
ocupan de ellas especialmente". 
  
Son muchos los testimonios que confirman la existencia de un
verdadero placer estético en la creación y contemplación 
matemática. Así se expresa H.Poincaré en El valor de la ciencia: 
"Más allá de la belleza sensible, coloreada y sonora, debida al 
centelleo de las apariencias, única que el bárbaro conoce, la 
ciencia nos revela una belleza suna belleza superior, una belleza 
inteligible, únicamente accesible, diría Platón, 'a los ojos del 
alma', debida al orden armonioso de las partes, a la correspondencia
de las relaciones entre ellas, a la euritmia de 
las proporciones, a las formas y a los números. El trabajo del 
científico que descubre las analogías entre dos organismos, las 
semejanzas entre dos grupos de fenómenos cualitativamente 
diferentes, el isomorfismo de dos teorías matemáticas es semejante al
del artista". 
 

Tal vez uno de los testimonios más elocuentes de esta afirmación sea
el diario personal de Gauss. En este diario, escrito para él mismo
especialmente en la etapa anterior a sus veinte años, período de
muchos de sus grandes descubrimientos, va anotando, con un
laconismo lleno de fuerza y entusiasmo, sus observaciones sobre el
universo matemático que se va desvelando ante sus ojos
asombrados. 
 

Pero este mismo placer estético en la contemplación matemática se


da, en menor grado naturalmente, en todos aquellos a quienes se les
presentan adecuadamente los hechos y métodos más 
salientes de la matemática elemental. Por supuesto que el goce 
estético de la matemática se encuentra en el mundo de la armonía 
intelectual, y así su percepción requiere una preparación inicial 
tanto mayor cuanto más elevado sea el objeto que se presenta. Por
otra parte, así como el placer que puede proporcionar la pintura y la
música, dirigidas a nuestros sentidos, al menos de modo inmediato, es
perceptible hasta cierto grado con una contemplación más o menos
pasiva, el placer estético de la matemática exige sin duda un grado de
participación activa mucho más intenso. En el mundo de la
matemática, a fin de gozar del objeto bello que se presenta, es
necesario crearlo o recrearlo, de tal modo que el goce estético aquí
presente es comparable más bien con el de hacer música, cantar,
danzar, pintar, fabular,... 
 

Analicemos un poco más a fondo el origen de esta belleza matemática


desde una perspectiva clásica. La belleza en general ha recibido
muchas definiciones. S.Alberto Magno definió la belleza en el objeto
como splendor formae, el resplandor del núcleo fundamental del ser,
su unidad (armonía interna), su verdad (es decir su inteligibilidad y
adecuación consigo mismo y con el mundo en su entorno), su bondad
(su capacidad de llenar sus tendencias propias y las de los seres a su
alrededor). Estas cualidades deben resplandecer de modo que sean
accesibles y deleitables sin áspero trabajo.

Otra definición clásica de la belleza es la de Sto. Tomás de


Aquino: Pulchra sunt quae visa placent. Bello es aquello que
resplandece luminoso en su propio ser de modo que a quien lo 
contempla le proporciona el sosiego y la facilidad de una 
percepción perfecta. Esto es la contemplación estética. Bello es 
aquello que se manifiesta de tal forma que produce una actividad 
armoniosa y compenetrada de las capacidades anímicas del hombre. 
 

No se puede tampoco pretender describir la belleza matemática 


con un simple trazo. Me limitaré a señalar unos cuantos elementos 
de belleza que, a mi parecer, constituyen componentes bastante 
típicas en la actividad matemática. 
 

Un tipo de belleza matemática consiste en el orden intelectual que


ante hechos aparentemente inconexos comienza a aparecer. Como un
paisaje desde lo alto de la montaña que se devela de una bruma que
lo cubría. Todo el objeto contemplado aparece en conexión y la unidad
lo invade. Objetos aparentemente diversos que surgen en contextos
diferentes resultan ser el mismo 
o estar ligados por una estructura armoniosa. La contemplación 
fácil de esta unidad es sin duda una de las fuentes de gozo 
estético presente en la contemplación de muchos hechos 
matemáticos. 
 
Otro tipo de gozo matemático consiste en la realización de 
una ampliación de perspectivas con la que de una visión parcial se
llega a la contemplación total de un objeto mucho más 
esplendoroso, en el que nuestro cuadro inicial queda englobado 
ocupando su lugar justo. En la exposición actual de la teoría de 
los números naturales, enteros, racionales, reales, complejos, se 
resume toda una aventura apasionante del espíritu humano que, a 
través de más de sesenta siglos de historia escrita, ha tenido sus 
callejones aparentemente sin salida, sus idas y venidas, sus 
paradojas. 
 

Otro elemento estético presente muchas veces en la creación 


matemática consiste en la posibilidad de una contemplación 
descansada e inmediata de una verdad profunda, inesperada y llena
de implicaciones. Como ejemplo de la matemática elemental pueden
citarse alguna de las muchas demostraciones gráficas del teorema de
Pitágoras que casi no requieren más que posar la mirada sobre ellas. 
 

Naturalmente que los diferentes hechos matemáticos presentan 


muy diversos grados de belleza. Muchos no contienen ningún 
elemento bello. Es indudable que el que una proposición matemática
sea cierta no implica que sea bella. Que 2^32+1=641x6700417 es una
verdad matemática interesante por motivos históricos, pero carente de
gran belleza intrínseca. Existen teoremas claramente feos. Muchas
teorías, en su nacimiento penoso y reptante, han resultado en un
principio confusas y desprovistas de unidad y belleza. El cálculo
infinitesimal de los tiempos de Newton y Leibniz constituye
probablemente uno de los logros más importantes y útiles de la ciencia
moderna, pero el grado de confusión y fealdad en que en un principio
se encontraba contribuyó intensamente a que su expansión y
aceptación fuesen mucho más lentas de lo que la 
teoría y sus aplicaciones merecían. 
 

¿Qué características debe presentar un hecho matemático para 


que se pueda calificar como bello? La belleza matemática parece 
incluir cualidades tales como seriedad, generalidad, profundidad, 
inevitabilidad, economía de pensamiento, transparencia, sobriedad,
adecuación,...

La seriedad se manifiesta en las ideas que pone en conexión, que


normalmente dan lugar, en su desarrollo, a una buena porción del
campo matemático en que tal hecho se encuentra, ya sea porque el
método que lo crea es la clave que ilumina dicho campo, ya sea
porque el hecho en cuestión es el germen mismo de todo ese 
cuerpo matemático. La generalidad se ha de dar con una cierta 
mesura. La generalización por sí misma no es en muchos casos más
que el producto de una manía, sin gran valor. Pero es cierto que un
hecho demasiado concreto no despierta una gran admiración. Los
matemáticos suelen calificar un método de "elegante" para indicar el
tipo de sobriedad, economía de medios y transparencia que a veces
se encuentra en la demostración de tal o cual teorema o hecho
matemático. El proceso diagonal de Cantor, el método de dualidad en
geometría proyectiva son ejemplos característicos de esta cualidad.

Allí donde hay belleza matemática, ésta no se agota y su


contemplación nunca cesa de producir ese sentimiento de
satisfacción, adecuación y acabamiento que una obra arquitectónica
perfecta produce en el ánimo de quien la contempla. 
  
La cualidad artística de la matemática se manifiesta asimismo en el
proceso de su creación, que participa mucho de las 
características del proceso creativo en cualqueir otro arte.

Existe un magnífico estudio psicológico de J. Hadamard, gran 


matemático él mismo, sobre el proceso creativo en matemáticas (La
psicología de la invención en el campo matemático). Otro de los
clásicos en este tema es una famosa conferencia pronunciada por
Poincaré ante la Sociedad Francesa de Psicología titulada La 
invención matemática. Quien no haya tenido alguna experiencia 
creativa en matemáticas no podrá menos de sentirse asombrado ante
las observaciones de Poincaré sobre el proceso matemático. A juzgar
por el papel que desempeña la intuición, la inspiración, el 
trabajo y el descanso, y aun el sueño, o el ensueño, uno pensaría 
asistir a la composición de una sinfonía musical. Y en este 
sentimiento de dádiva repentina que la creación matemática 
comporta a menudo coinciden muchos matemáticos famosos como
atestigua el mismo estudio de Hadamard. Por eso puede afirmar
Poincaré con toda razón: "Puede extrañar el ver apelar a la
sensibilidad apropósito de demostraciones matemáticas que, parece,
no pueden interesar más que a la inteligencia. Esto sería olvidar el
sentimiento de belleza matemática, de la armonía de los números y de
las formas, de la elegancia matemática. Todos los verdaderos
matemáticos conocen este sentimiento estético real. Y ciertamente
esto pertenece a la sensibilidad. Ahora bien, ¿cuáles son los entes
matemáticos a los que atribuímos estas características de belleza y
elegancia susceptibles de desarrollar en nosotros un sentimiento de
emoción estética? Son aquellos cuyos elementos están dispuestos
armoniosamente, de forma que la mente pueda sin esfuerzo abrazar
todo el conjunto penetrando en sus detalles. Esta armonía es a la vez
una satisfacción para nuestras necesidades estéticas y una ayuda
para la mente, a la que sostiene y guía. Y al mismo tiempo, al colocar
ante nuestros ojos un conjunto bien ordenado, nos hace presentir una
ley matemática... Así pues, es esta sensibilidad estética especial la
que desempeña el papel de criba delicada de la que hablé antes. Esto
permite comprender suficientemente por qué quien no la posee no
será nunca un verdadero creador". 
 

El que la matemática participe, efectivamente, de la condición de


creación artística no da, por supuesto, carta blanca a los matemáticos
para entregarse a un esteticismo estéril. La calidad artística de la
matemática es como una dádiva con la que se encuentran quienes se
dedican a esta actividad que es, al mismo 
tiempo y en grado muy intenso, ciencia y técnica. A este propósito 
resultan muy acertadas las sensatas observaciones de uno de los 
mejores matemáticos de este siglo, creador él mismo de un sinfín 
de campos matemáticos diversos. Así dice John von Neumann en su
artículo El matemático: "A medida que una disciplina matemática se
separa más y más de su fuente empírica o aún más si está inspirada
en ideas que provienen de la realidad de un modo sólo indirecto,
como de segunda o tercera mano, está más cercada de graves
peligros. Se va haciendo más y más esteticismo puro, se convierte
más y más en un puro arte por el arte. Esto no es necesariamente
malo si el campo en cuestión está rodeado de otros campos
relacionados con él que tengan todavía conexiones empíricas más
cercanas, o si la disciplina en cuestión está bajo la influencia de
hombres dotados de un gusto excepcionalmente bien
desarrollado.Pero existe un grave peligro de que este campo venga a
desarrollarse a lo largo de las líneas de menor resistencia, de que la
corriente, tan lejos de su fuente, venga a disgregarse en una multitud
de ramas insignificantes y de que la disciplina venga a convertirse en
una masa desordenada de detalles y complejidades. 
En otras palabras, a gran distancia de su fuente empírica, o bien 
después de mucha incubación abstracta, un campo matemático está
en peligro de degeneración".

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