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Facultad de Psicología - UNC

Ficha de Cátedra
Psicología Evolutiva de las Adolescencias y Juventudes
(Cátedra B)

Subjetividad(es) Adolescentes:
Desorganizar para organizar

Autoras:
Mulatero, María Luz DNI: 39.931.378
Villarreal, Maria Jimena DNI: 30.126.561
Introducción:

Desde la cátedra de Psicología Evolutiva de las Adolescencias y Juventudes B, nos


posicionamos a partir de una mirada desde la complejidad sobre la relación evolución-
adolescencia/s, ya que, como se menciona en el programa de la cátedra, “resulta problemática
y requiere de una especial articulación dada su complejidad y una revisión crítica a la luz de
su construcción socio-discursiva desde una perspectiva de género”.

Por lo tanto, es de suma importancia comprender no sólo los procesos biológicos que
suceden en el crecimiento de les sujetes adolescentes, sino también los trabajos psíquicos que
los atraviesan.

Nos parece fundamental aclarar que, cuando hablamos de las adolescencias y


juventudes en plural, teniendo en cuenta dicha complejidad, resulta imposible reducir estas
categorías a una serie de características, formas o prácticas; sino por el contrario, debemos
entenderlas desde las múltiples formas de existir y transitar.

Respecto a ello, la cátedra expone en el programa que: “Si bien existen diversas teorías
que explican el desarrollo, se hará una breve introducción de las líneas teóricas más
significativas y los modelos de investigación e intervenciones actuales que adhieren a esta
perspectiva, en el marco de la legislación vigente (Ley 26061 de Protección Integral de los
Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes, Ley Nacional 26150 de Educación Sexual
Integral y la Ley 26657 del Derecho a la Protección de la Salud Mental) se hace
imprescindible brindar a les estudiantes una perspectiva interdisciplinaria e intersectorial en
terrenos diferentes (salud, educación y género, entre otros).”

Por lo cual, en la presente ficha, intentaremos acercar nociones articuladoras de los


principales conceptos de les autores propuestos para el abordaje de la Unidad temática
“CONSTITUCIÓN SUBJETIVA: TRANSFORMACIONES PUBERALES.
Constitución psíquica. Producción de subjetividad. Entre tiempo de sexuación puberal-
adolescente y trabajo psíquico.”

El abordaje de esta unidad requiere tener presente el paradigma de la complejidad, es


decir una mirada sobre las adolescencias y juventudes como complejas, plurales y
multideterminadas y, por otro lado, comprender la teoría freudiana en el contexto histórico,

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social y cultural para luego poder integrar las propuestas de les autores post freudianos que se
proponen en esta ficha.

Desarrollo conceptual:

La presente unidad tiene 4 constructos centrales que se desarrollan en relación a la


Constitución Subjetiva, en tanto transformaciones puberales, siendo los mismos: la
Constitución Psíquica; la Producción de Subjetividad, el Entretiempo de sexuación
puberal-adolescente y el Trabajo Psíquico. Ésta separación en puntos propuesta, no indica
que el proceso de constitución subjetiva se “divida” en momentos, sino que servirá para
simplificar dicho proceso.

Producción de subjetividades en las adolescencias y juventudes

Iniciaremos el desarrollo de esta unidad con la Producción de Subjetividad, noción


que consideramos de gran importancia, especialmente en los tiempos que corren de
vertiginosos cambios que se suceden en entornos virtuales, distintas formas de encuentro y
desencuentro, otras formas vinculares.

Les adolescentes y jóvenes, en tanto binomio dimensional, son agentes sociales y


culturales que co-construyen una relación con su momento histórico, atravesado por luchas
generacionales y diversas instituciones que, en el terreno de lo simbólico, les constituyen como
sujetes (Reguillo, 2000). Tal es así, que la autora señala que, para comprender a las
adolescencias y las juventudes “es fundamental partir del reconocimiento de su carácter
dinámico y discontinuo. Los jóvenes no constituyen una categoría homogénea, no comparten
los modos de inserción en la estructura social, lo que implica una cuestión de fondo: sus
esquemas de representación configuran campos de acción diferenciados y desiguales.”

Por lo tanto, se hace imposible en la actualidad, pensar a las adolescencias y juventudes


como un constructo lineal y evolutivo, ya que, al estar atravesadas por una diversidad de
contextos, dispositivos e instituciones, las subjetividades se construyen desde diferentes
procesos identificatorios. Los tiempos cronológicos universales pierden supremacía dando
lugar a los procesos singulares en contextos situados.

Entonces, podemos decir que el proceso de subjetivación está determinado por el


contexto socio-histórico y cultural actual. En este sentido, Grassi y Córdova (2012), citados en

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Rascovan (2013), señalan que el contexto actual capitalista, con tecnologías avanzadas y
desigualdades más profundas, generan dificultades cada vez más insondables en cuanto a la
subjetivación, entendiendo por ello “a la acción de dar sentido, de significar y poner una
marca de origen (firmar) un proceso de metabolización”. Asimismo, Rascovan (2013) sostiene
que la clave de dicho proceso de construcción subjetiva, está en “el plus de los sujetos, los
grupos y las comunidades, es decir, puede darse creativamente para buscar en sus vidas otros
horizontes que los instituidos socialmente por los poderes hegemónicos”.

Por eso, el autor expone que “pensar la constitución subjetiva en términos de


entramado se diferencia de la noción de identidad como forma que adoptó la subjetividad bajo
la racionalidad moderna, siguiendo el modelo identitario: esencializada, fija, estable, unitaria,
autónoma, auténtica, privada, independiente y ahistórica”. Claro que, la construcción de un
sujeto es en red o en trama con otres, dice Rascovan (2013), y que la “construcción subjetiva
se produce, entonces, en ese entre del niño, adolescente y/o joven con el adulto, lo adulto como
función, expresada en la responsabilidad de atenderlos y acompañarlos en la búsqueda de la
autonomía”. Ésta autonomía se puede ver reflejada en cuestiones de identidad de género e
identidad sexual, Grassi (2013) afirma que “la dimensión subjetiva en la elección de género
ubica al niño con su vivencia corporal subjetiva como sujeto de derecho”, señalando de esta
forma, que en dicha autopercepción hay una capacidad progresiva para la construcción de la
subjetividad.

Por lo tanto, la subjetividad puede pensarse como una configuración que se organiza
desde la alteridad/otredad, sin sustancializarse, como indica Rascovan (2013). A partir de esto,
Efron (1998) afirma que “la subjetividad adolescente se considera como la forma de existencia
de los sujetos. El concepto de subjetividad se va armando en el entrecruzamiento de saberes y
disciplinas (...), pensado como lo no dado, no lo estático, como en proceso de estructuración
y de construcción”. En este sentido, la subjetividad se estructura a partir de una mirada
heterogénea, donde prevalecen colectivos sociales y escenarios que operan de forma
simultánea e interrelacionadamente (Efron, 1998). Por su parte, Grassi (2013) plantea que “la
subjetividad demanda encontrar nuevos ordenamientos, des-ordenar las relaciones del cuerpo
infantil con la propia historia (...), replantear las identificaciones infantiles enraizadas en lo
somático y en lo familiar”.

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Constitución del psiquismo

Para entender la teoría psicoanalítica sobre la constitución del psiquismo, es necesario


comenzar por los desarrollos que realizó Freud. En un primer momento, Freud (1905) plantea
que la pulsión sexual es autoerótica, es decir que las pulsiones parciales y las zonas erógenas
buscan un cierto placer en una única meta sexual. En la pubertad, surge una nueva meta sexual:
el hallazgo de objeto, a partir de las pulsiones sexuales bajo el primado de la zona genital. La
“normalidad” de la vida sexual es garantizada cuando coinciden las dos corrientes dirigidas al
objeto y a la meta sexuales: la tierna y la sensual. La primera refiere al temprano florecimiento
infantil de la sexualidad. De esta manera, se diferencia la sexualidad humana en dos tiempos:
por un lado, la sexualidad infantil y por el otro, la sexualidad adulta. La pulsión sexual se pone
ahora al servicio de la función de la reproducción.

Sigmund Freud propone un desarrollo paralelo entre la sexualidad y el psiquismo, el


cual inicia en el momento en que la pulsión sexual surge (autoerotismo) a partir de una
apoyatura en lo biológico (pulsiones de autoconservación), dando lugar así progresivamemente
a la constitución del Yo y luego, a las Relaciones Objetales.

En este sentido, en el proceso de la pubertad lo esencial es la conformación del aparato


reproductor, que para ser puesto en marcha requiere de ciertos estímulos. Según Freud (1905),
estos estímulos pueden ser alcanzados por tres caminos: desde el mundo exterior (excitación
de zonas erógenas), desde el interior del organismo (vías que todavía hay que investigar), y
desde la vida anímica que, a su vez, constituye un depósito de impresiones externas y un
receptor de excitaciones internas. Estos caminos generan un estado de excitación sexual, el cual
presenta el carácter de una tensión, es decir que, implica un esfuerzo pulsional que altera la
situación psíquica. Pero, si ésta tensión opera entre los sentimientos de displacer, se
experimenta inequívocamente sentimientos de placer, pues siempre que la tensión sea
producida por procesos sexuales, habrá satisfacción.

El contacto provoca placer, pero al mismo tiempo, despierta la excitación sexual que
reclama más placer. A partir de esto, el autor denomina como placer previo al monto de placer
generado por la estimulación adecuada de las zonas erógenas, el cual incrementa la tensión y,
a su vez, requiere de energía motriz para llevar a cabo el acto sexual. El placer final constituye
el máximo placer de satisfacción por su intensidad, es provocado por la descarga y permite la
supresión temporaria de la tensión de la libido. Entonces, el placer previo corresponde a la

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pulsión sexual infantil y, el placer final depende de condiciones instaladas en la pubertad:
“la nueva función de las zonas erógenas es posibilitar, por medio del placer previo que ellas
ganan como en la vida infantil, la producción del placer de satisfacción mayor” (Freud, 1905).

Freud (1905) establece que la primera satisfacción sexual está relacionada a la función
de nutrición, pues la pulsión sexual posee un objeto fuera del propio cuerpo: el pecho materno.
Cuando el niño pudo formar una representación global de la persona a quien le pertenecía el
órgano que le proporcionaba satisfacción, lo perdió. En ese momento, la pulsión sexual pasa
a ser autoerótica, y luego de atravesar el período de latencia, se restablece la relación
originaria.

En relación a la constitución psíquica de les sujetes, Palazzini (2006) afirma que “lo
puberal indica un anclaje biológico, pero a su vez, crea el acontecimiento adolescente de
estructuración y reestructuración psíquica como trabajo elaborativo de ese tiempo”, es por
ello, que las adolescencias deben ser comprendidas en y con el contexto que las atraviesa.

Entonces, el hallazgo de objeto hace referencia a un reencuentro, para el cual existen


dos caminos: por un lado, por apuntalamiento en los modelos de la temprana infancia, y por el
otro, el narcisista que busca al Yo propio y lo reencuentra con otros (Freud, 1905). Con respecto
al primero, Freud (1905) expone que la elección de objeto se da a partir de representaciones
que no están destinadas a cumplirse, es decir, a través de fantasías; de las cuales vuelven a
emergen las inclinaciones infantiles, pero ahora con un refuerzo somático. Entre estas últimas,
y con la frecuencia de una ley, la moción sexual del niño hacia sus progenitores suele estar
diferenciada por la atracción del sexo opuesto: la del varón hacia su madre y la de la niña hacia
su padre. Con la desestimación de estas fantasías incestuosas, se consume uno de los logros
psíquicos más importantes de la pubertad: el desasimiento respecto de la autoridad de los
progenitores (Freud, 1905).

Por su parte, Grassi (2013) plantea que el hallazgo de objeto implica creatividad, pues
no es algo previsto, implica la actividad que hace aparecer un objeto exterior a sí, no conocido,
un objeto que “aún no es” en el universo de las representaciones psíquicas. De esta forma, se
puede diferenciar “lo que está investido por el niño y la familia de lo que deviene nuevo y que
está in-vistiendo como obra propia, por fuera del cuerpo y lo familiar”. Es decir que, la
creación de un “espacio exterior al propio cuerpo” y un “espacio extrafamiliar” posibilitan el
hallazgo de objeto (Grassi, 2013).

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Los procesos psíquicos que se van incorporando desde el nacimiento -narcisismo
primario-, se van registrando en el cuerpo y generando la noción de cuerpo propio, aclara Grassi
(2013). En tal sentido, dicho autor -Grassi (2013)- establece que “la imagen del cuerpo que el
niño se hace de sí, lleva las marcas del vínculo con su madre, sus sustitutos, sus
acompañantes”, por eso, en los primeros años de la infancia las operaciones de identidad e
identidad de género toman una primera forma de organización. En la pubertad se “de-construye
y reconstruye la imagen infantil de sí mismo para volver a construir una (nueva) identidad y
una identidad de género”, generando así, una Imagen Inconsciente del Cuerpo y es sobre éstas
donde se producen “las transformaciones que este segundo espejo de la pubertad, repite y
difiere” (Grassi, 2013).

Entretiempo puberal-adolescente

En las adolescencias se renuevan ciertos procesos como la prematuración, la


indefensión y la inmadurez de la infancia. Estas cuestiones marcan el inicio de un proceso
llamado Adolescencia. En su texto “Tres ensayos de la teoría sexual”, Freud (1905) señala que
“la impronta de lo biológico es el disparador de la adolescencia”. Esto quiere decir que, los
cambios biológicos acontecidos durante la pubertad producen en el Yo vivencias de
desarticulación, ya que, la imagen previa que el Yo tenía de su cuerpo, no se corresponde con
las sensaciones que despierta la pubertad. Éstas vivencias son sumamente inquietantes y
pueden provocar angustia en les jóvenes.

Siguiendo los aportes de Grassi (2013), “lo puberal - adolescente es ese entretiempo
de trabajos específicos, es un lugar de transformación e inscripción del cuerpo pre-genital y
de objeto familiar en objeto de deseo no-familiar”. El autor explica que el fin de la infancia
conlleva una pérdida, pero, a la vez, implica una transformación, donde los referentes
simbólicos de la identidad atraviesan procesos de resignificación e historización. Dicha
transformación supone una “identidad diferenciada de lo infantil, de lo conocido y parental,
con rasgos originarios, en donde el deseo genital esté ligado a un objeto no familiar”

Se sabe que las identificaciones no sólo tienen en cuenta el advenimiento del sujeto,
también se transmite la historia de las generaciones anteriores, por ello Palazzini (2006) señala
la paradoja de constitución y alienación, en donde el sujeto deberá atravesar por el trabajo de
desidentificación, es decir que el adolescente deberá re-construir su pasado mediante el trabajo

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de historización, el cual funcionará como garantía de certidumbre identificatoria y posibilitará
la integración y la continuidad.

Desde la perspectiva de Efron (1998) “los procesos de construcción de identidad, de


apropiación y de construcción del espacio subjetivo y los procesos de emancipación son los
más paradigmáticos de lograr”. El autor destaca que “los fracasos en el pasaje por cualquiera
de estos escenarios darán lugar a fenómenos de des-subjetivación que implican vivencias de
desapropiación y vaciamiento emocional e intelectual”.

A partir de esto, Palazzini (2006) considera a la identidad como “una operación


intelectual que describe existencia y pertenencia y, también, implica un sentimiento, un estado
de ser, que corresponde a un reconocimiento de sí que se irá modificando con el devenir. Y
agrega “es un concepto que se relaciona con el narcisismo y las identificaciones, con el propio
cuerpo que contiene el autoerotismo residual y con todo aquello que la historia aportó al
estado actual de la persona” (Palazzini, 2006)

Por su parte, Grassi (2013) señala que “el Yo encuentra apoyaturas para su
reformulación en tres direcciones: 1. Un cuerpo desarrollado maduro para las relaciones
sexuales y la procreación; 2. La creación de un espacio de exterioridad a lo familiar, y 3. la
creación de un espacio intergeneracional con proyección al futuro”, todo ello contribuye a
construir la autonomía necesaria en esta etapa vital. La pubertad entonces, en términos del autor
es una “oportunidad para el despegue con la pregunta sobre la identidad cuando hay toma de
distancia de lo familiar: ¿quién soy? ¿Quién soy en el cuerpo genital?”

Para construir una respuesta posible es fundamental, como propone Grassi (2013): la
espera. Espera que, aunque supone sufrimiento, también propicia reflexión e interrogación
sobre la certeza que porta el sujeto. Es decir, la finalidad de dicha espera debe ser en pos del
bienestar del niño, niña o adolescente, como así también, de su familia y vínculos. Lo cual
implica, el descentramiento de la mirada adulta sobre los procesos de subjetivación y sexuación
de les adolescentes y jóvenes. En torno a ello, Palazzini (2006) sostiene que en la pubertad
“todo cambia: junto a la transformación del cuerpo, también se produce la del psiquismo (...)
hay un múltiple anudamiento que la constituye -cuerpo, cultura y psiquismo- y se halla
atravesada por el sentido de espera y preparación, para el cambio”.

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Los trabajos psíquicos

Siguiendo los aportes de Palazzini (2006), el trabajo psíquico en la adolescencia


permite la organización del psiquismo, promueve una construcción subjetiva remitiendo al
contexto socio-histórico y abre el espacio exterior para que el sujeto pueda expresar sus
pensamientos. En este sentido, la adolescencia se ubica en su carácter de tramitación psíquica,
en donde la resignificación y el advenimiento habilitan un espacio-tiempo para que el placer
devenga del cuerpo en intercambio y del pensamiento cuando es propio y, de esta forma, se
abre un juego entre la dimensión narcisista y la dimensión relacional.

Según Palazzini (2006), “el jugar a ser otro será con otros y estará atravesado por
ideales, pensamientos, ilusiones como propiedad de un Yo que empieza a construir su propio
proyecto identificatorio”. “Entre repetición de lo viejo e inscripción de lo nuevo, lo puberal-
adolescente demanda un proceso identificatorio que se debate entre principio de permanencia
y principio de cambio” (Aulagnier, 1991; citado en Grassi, 2013). La autora agrega “sostener
y desplegar este proyecto requiere de soportes vinculares exogámicos que comprendan la
libidinización del encuentro con otros”.

Palazzini (2006), además, expresa que “la adolescencia constituye un lugar de


interrogantes e incertidumbres respecto de la representación de sí mismo y de la relación con
los demás. La necesidad de diferenciarse conduce a abandonar el objeto parental
estableciéndose la organización de un propio mundo adolescente que necesitará nuevos
identificantes y nuevas metas”. Estas nuevas significaciones generan cambios en el desarrollo
de la subjetividad adolescente.

En este sentido Grassi (2013), nos brinda el concepto de reorganización el cual


implica que un orden es transformado, debido a reacomodamientos, reestructuraciones,
reordenamientos, en donde la incorporación de nuevos elementos des-ordena lo establecido
dando lugar a nuevas organizaciones. Este trabajo psíquico, planteado por Palazzini (2006)
consiste en la reorganización identificatoria y “permite un progreso desde la primacía del
Yo ideal del tiempo de la infancia a la construcción de ideales propios vinculados con la
categoría del Ideal del Yo, la cual deberá ser despejada de las condiciones infantiles de
estructuración”

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En relación a lo anterior, les adolescentes y jóvenes se encuentran atravesades por la
construcción de la identidad, identidad de género y sexuación; en este sentido, Grassi (2013)
establece que en la actualidad se ha producido un pensamiento fijo entre sexo y género,
privilegiando así al paradigma biologicista, el cual deriva como una consecuencia natural y
directa a “la identidad de género del sexo portado”; postura que corresponde al discurso
hegemónico que responde a estereotipos y roles de género.

A partir de esto, los trabajos psíquicos propuestos por Palazzini (2006) -la
reorganización identificadora, la construcción del afuera y el trabajo de sustitución
generacional, - implican “un segundo tiempo en la organización del psiquismo, tiempo que
promueve una construcción subjetiva en el sentido de aquello que remite al atravesamiento
histórico-social y abre el espacio exterior en donde se vuelcan los pensamientos y las
producciones de un sujeto”.

Por tanto y retomando las nociones expuestas, los procesos de subjetivación se


despliegan dialécticamente con la cultura, que es donde se producen y reproducen sentidos,
representaciones y significaciones que producen procesos de subjetivación.

A partir de esto, Efron (1998) señala que el pasaje de lo familiar a lo extrafamiliar


deviene una apropiación de lo social, en donde aparecen distintos actores sociales. “Las
identificaciones pasadas relacionadas con la figura de los padres o sustitutos se reorganizan
en identificaciones más complejas y alejadas del primer modelo”. Estas nuevas
identificaciones, tal como expone Efron (1998), permiten un enlazado distinto entre lo histórico
que se va reestructurando y lo nuevo y, están constituidas por los grupos de pares. Palazzini
(2006) elabora esta noción como construcción del afuera, la cual consiste en la búsqueda de
nuevos objetos exogámicos, pero, además, incluye un rol protagónico que deberá asumir el
adolescente. Esta inserción del sujeto en los grupos de pares conlleva procesos de
desidentificación con los objetos endogámicos, lo que permitirá habilitar el encuentro con lo
nuevo y diferente: “la clase del proceso adolescente reside en que lo extra-familiar devenga
más importante que el campo familiar” (Rodulfo & Rodulfo, 1986, citado en Palazzini, 2006).

Palazzini (2006) señala que “el grupo de pares es un campo de concreción y


elaboración con otros”, lo que posibilitará la remodelación identificatoria, pues este espacio
“provee al adolescente de matrices identificatorias, marcas de la cultura portadoras de ideales
y valores sociales instituidos”. El adolescente podrá crear, pensar, imaginar, invistiendo

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nuevos espacios y objetos, donde la amistad se constituirá en la estructura vincular,
estableciéndose así un proceso identificatorio social.

Así mismo, Lerner (2018) plantea que “los grupos de pares instauran lo novedoso en
los sujetos adolescentes”, pues elaboran un mundo compartido a través de nuevos espacios y
tiempos y, además, promueven contención afectiva, pertenencia y autonomía, lo que permitirá
la búsqueda de independencia. ya que “funcionan como redes que sostienen el tránsito
adolescente”.

Por otro lado, Grassi (2013) expone que “el reacomodamiento que la adolescencia
impone al psiquismo, también implica un trabajo de simbolización que corresponde a un nuevo
emplazamiento generacional”, lo que, a su vez, habilita “un nuevo registro de la
temporalidad: construirse un pasado posibilitará proyectar un futuro” (Grassi, 2013). Trilnik
de Merea (2006) afirma que “la confrontación generacional es estructurante” y permite que
el adolescente pueda “armar su propio proyecto de vida y de realización personal”.

En relaciona ello, Palazzini (2006) señala que “si la operación de confrontación no se


habilita, se corre el riesgo de que el adolescente (...) sostenga una vida adaptativa y pierda la
capacidad de creatividad”, pues “si la tramitación de un proyecto identificatorio no se
alcanza, el adolescente podrá quedarse en quietud, alimentando el vacío, tal vez la depresión
o un llenado artificial como las adicciones o los embarazos prematuros”.

Por su parte, Lerner (2018) afirma que la rebeldía y el desafío de los adolescentes se
exterioriza hacia el mundo de los adultos, reclamando atención, estableciendo diferencias,
confirmando límites, “buscando una genuina visibilidad frente a ese otro generacional, base
sobre la que luego algunos proyectarán su identidad como adultos”. A su vez, Trilnik de
Merea (2006) expone que “la necesidad que tienen los adolescentes de encontrar nuevos
parámetros identificatorios y romper ataduras con los estilos relacionales previos (...), puede
generar fuerzas de oposición, de incomprensión y de intolerancia en los padres, que los lleva
a ver a esta etapa adolescente como una afrenta a los modelos y pautas familiares y sociales
establecidos”. Entonces, el proceso de transición adolescente resulta una “contradicción
entre el sentimiento narcisista y el sentimiento de no “ser nadie”, lo que suscita impotencia de
no ser comprendido y desesperación mientras existe la perentoriedad de la pérdida objetal”.
(Trilnik de Merea, 2006).

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Finalizando, Trilnik de Merea (2006) señala que “la conflictiva edípica se reactualiza
en esta etapa (...), pero también, en la generación de los padres, pues el Edipo interjuega en
las distintas etapas de las relaciones familiares”, es decir que “los padres deben renunciar al
deseo sexual sobre sus hijos adolescentes y el que debieron ejercer, en su adolescencia, frente
a sus propios padres”. En este marco, los jóvenes comienzan a ver a sus padres no sólo en sus
roles respectivos, sino también como hombre y mujer, con todas sus fantasías, deseos,
conflictos y temores y, su vez, los padres también verán a sus hijos como hombre y mujer que
deben lograr la exogamia, eligiendo a otro hombre o mujer. “Esta facultad del adolescente de
´pensar´ a otro dependiendo de él, instala en la subjetividad la posibilidad de ser padre o
madre (...), lo cual le permite salirse del lugar ´único´ de hijo y tener la vivencia de reconocer
a los padres, con sus fallas y sus aciertos, sus carencias, sus posibilidades, su presencia y su
ausencia” (Trilnik de Merea, 2006).

Como cierre proponemos que, al abordar el estudio de la constitución subjetiva en las


adolescencias y juventudes, se debe tener en cuenta la gran complejidad que ello supone. Ésta
responde a las cuestiones coyunturales y estructurales (sociales, históricas y culturales), como
así también, a aquellas que competen a la historia familiar del sujete y su historia infantil y, por
último, aquellas que en su construcción dialéctica en tanto sujete interceden en su subjetividad.

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Referencias

❏ Efron, D. R. (1998). Subjetividad y adolescencia. En: Konterllnik y Jacinto Claudia


(1998). Adolescencia, pobreza, educación y trabajo. Buenos Aires: Losada.
❏ Freud, S. (1905). Obras Completas. Tomo VII: “Tres ensayos de la teoría sexual”.
Punto 3. Amorrortu editores. Buenos Aires.
❏ Grassi, A. (2013). Adolescencia: reorganización y nuevos modos de subjetividad.
Editorial Entreideas. Buenos Aires.
❏ Grassi, A. (2013). Metamorfosis de la pubertad: el hallazgo (?) de objeto subjetividad.
En: Grassi, A. y Córdova, N. (2013). Entre niños, adolescentes y funciones
parentales. Psicoanálisis e interdisciplina. Buenos Aires: Editorial Entreideas.
❏ Lerner, H. (2018). Adolescencias: identidades agitadas. El tránsito adolescente y las
conmociones subjetivas. En: Controversias en Psicoanálisis de Niños y Adolescentes
n° 22 (PP. 80-106).
❏ Palazzini, L. (2006). Movilidad, encierros, errancias: avatares del devenir adolescente.
En: Adolescencias: trayectorias turbulentas. RotherHorstein (Comp.) Parte II: La
turbulencia: tránsito hacia la complejidad. Edit. Paidós. Buenos Aires.
❏ Rascovan, S. (2013) Entre adolescentes, Jóvenes y adultos. CapI. En: Korinfeld, D.,
Levy, D., Rascovan, S. (coord.) (2013) Entre Adolescentes y Adultos en la escuela
Puntuaciones de época. Edit. Paidós. Buenos Aires.
❏ Reguillo Cruz, R. (2000). Emergencia de culturas juveniles. Estrategias del
desencanto. Norma. Buenos Aires.
❏ Trilnik de Merea, A. (2006). La terminación de la adolescencia. En: RotherHorstein
(Comp.) Parte II: La turbulencia: tránsito hacia la complejidad. Edit. Paidós. Buenos
Aires.

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