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UBROS INFANTILES Y JUVENILES

Siglo XX

Siglo XX pretende rescatar textos ql/e nos parecen valiosos y que pertenecen
a I/n pasado no tan lejano.
Porque ml/chas cosas ya han sido dichas y \'0/1 'er la mirada hacia ellas es una
manera de reconocer SIl aCfllalidad y homenajear a sus aeadores,
intelectuales inconfiJrmistas con su tiempo, ql/e supieron mirar más allá de
las caducas ideas del momento.

La poesía al alcance de los niños

Un maestro de literatura le advirtió el año pasado por el pintor Vicente Rojo con una letra invertida,
a la hija menor de un gran amigo mío que su examen porque así se lo indicó su absoluta y soberana inspi­
final versaría sobre Cien años de soledad. La chica ración. La chica, por supuesto. no supo qué contes­
se asustó, con toda razón, no sólo porque no había tar. Vicente Rojo me dijo cuando se lo conté que
leído el libro. sino porque tampoco él lo hubiera sabi-
estaba pendiente de otras do. Ese mismo año. mi hijo
materias más graves. Por for- "Debo ser un lector muy ingenuo, porque Gonzalo tuvo que contestar
tuna. su padre tiene una for­ un cuestionario de literatura
nunca he pensada que los novelistas
mación literaria muy seria y elaborado en Londres para
un instinto poético como
quieran decir más de lo que dicen" un examen de admisión. Una
pocos, y la sometió a una pre­ de las preguntas pretendía
paración tan intensa que sin duda llegó al examen establecer cuál era el símbolo del gallo en El coronel
mejor armada que su maestro. Sin embargo. éste le no tiene quien le escriba. Gonzalo. que conoce muy
hizo una pregunta imprevista: qué significa la letra al bien el estilo de su casa. no pudo resistir la tentación
revés en el título de Cien años de soledad. Se refería de tomarle el pelo a aquel sabio remoto, y contestó:
a la edición de Buenos Aires, cuya portada fue hecha "Es el gallo de los huevos de oro". Más tarde supi­
mos que quien obtuvo la mejor nota fue el alumno
que contestó, como se lo había enseñado el maestro,
que el gallo del coronel era el símbolo de la fuerza
popular reprimida. Cuando lo supe me alegré una vez
más de mi buena estrella política. pues el final que yo
había planeado para este libro. y que cambié a última
hora. era que el coronel le torciera el pescuezo al
gallo e hiciera con él un sancocho de protesta.
Desde hace años colecciono estas perlas con que
los malos maestros de literatura pervierten a los
niños. Conozco uno de muy buena fe para quien la
abuela desalmada, gorda y voraz que explota a la
cándida Eréndira para cobrarse una deuda. es el sím­
bolo del capitalismo insaciable. Un maestro católico
enseñaba que la subida al cielo de Remedios la Bella
era una transposición poética de la ascensión en cuer­
po y alma de la Virgen María. Otro dictó una clase
completa sobre Mr. Herbert, un personaje de algún
cuento mío que resuelve problemas a todo el mundo
y reparte dineros a manos llenas. "Es una hermosa
metáfora de Dios" dijo el maestro. Dos críticos de
Barcelona me sorprendieron con el descubrimiento
Luis Garay. Un puñado de semillas. Ekaré. 1996 de que El otoño del patriarca tenía la misma estruc-

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tura del tercer concierto de primeros poemas que me


piano de Bela Bartok. Esto pudrieron el seso para siem­
"Un curso de literatura no debería ser
me causó una grande alegría pre. Recuerdo con la misma
por la admiración que le mucho más que una buena guía de gratitud al profesor de litera­
tengo a Bela Bartok, y en lecturas. Cualquier otra pretensión no tura del bachillerato, don
especial a ese concierto, pero Carlos Julio Calderón, un
sirve para nada más que para asustar a
todavía no he podido enten­ hombre modesto y prudente
der las analogías de aquellos los niños" que nos llevaba por el labe-
dos críticos. Un profesor de rinto de los buenos libros sin
literatura de la escuela de letras de La Habana desti- interpretaciones noveleras. Este método nos permitía
naba muchas horas al análisis de Cien años de sole­ a sus alumnos una participación más personal y libre
dad, y llegaba a la conclusión -halagadora y depri­ en el prodigio de la poesía. En síntesis, un curso de
mente al mismo tiempo- de que no ofrecía ninguna literatura no debería ser mucho más que una buena
solución. Lo cual terminó de convencenne de que la guía de lecturas. Cualquier otra pretensión no sirve
manía interpretativa termina por ser a la larga una para nada más que para asustar a los niños. Creo yo,
nueva fonna de ficción que a veces encalla en el dis­ aquí en la trastienda. 11
parate.
Gabriel García Márquez
Debo ser un lector muy ingenuo, porque nunca he
pensado que los novelistas quieran deeir más de lo
Publicado originariamente en: Antología de lecturas
que dicen. C uando Franz Kafka dice que Gregorio amenas. Recopilación de Darío Jaramillo. Carlos
Samsa despertó una mañana convertido en un gigan­ Valencia Editores. Tomado de: Hojas de lectura, Serie 3,
tesco insecto, no me parece que eso sea el símbolo de na 9. Bogotá (Colombia): Funda/ectura, abril 1991.

nada, y lo único que me ha intrigado siempre es qué


clase de animal pudo haber sido. Creo que hubo en
realidad un tiempo en que las alfombras volaban y
había genios prisioneros dentro de botellas. Creo que
la burra de Balaam habló como lo dice la Biblia- y
lo único lamentable es que no se hubiera grabado su
voz, y creo que Josué derribó las montañas de Jericó
con el poder de sus trompetas, y lo único lamentable
es que nadie hubiera transcrito su música de demoli­
ción. Creo, en fin que el licenciado Vidriera de Cer­
vantes era en realidad de vidrio, como él mismo lo
creía, y creo de veras en la jubilosa verdad de que
Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las catedrales
de París. Más aún: creo que otros prodigios similares
siguen ocurriendo, y que si no los vemos es en gran
parte porque nos lo impide el racionalismo oscuran­
tista que nos inculcaron los malos profesores de lite­
ratura.
Tengo un gran respeto, y sobre todo un gran cari­
ño por el oficio de maestro, y por eso me duele que
ellos también sean víctimas de un sistema de ense­
ñanza que los induce a decir tonterías. Uno de mis
seres inolvidables es la maestra que me enseñó a leer
a los cinco años. Era una muchacha bella y sabia que
no pretendía saber más de lo que podía, y era además
tan joven que con el tiempo ha tenninado por ser
menor que yo. Fue ella quien nos leía en cIases los Irene Savino. El dueño de la luz. Ekaré. 1994

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